Está en la página 1de 3

E.

Bianchi, La comunicazione mistagógica: símbolo e arte per la liturgia e


l’evangelizzazione, en: Rivista Liturgica, n. 1 (2011), Psicologia e culto, pp. 120-130.

La comunicación mistagógica quiere revelar la acción del Señor que se manifiesta en


varias formas, pero quiere también ayudar al destinatario de tal comunicación a
percibirla: ella debe consistir en una pre-disposición, en un predisponer todo para que
el Espíritu Santo pueda obrar con eficacia y el fiel pueda participar del misterio.
Profundizando el itinerario mistagógico, Benedicto XVI llama la atención respecto a la
necesidad de tres elementos: 1) la interpretación de los gestos y de las palabras de la
liturgia a la luz de los eventos de la salvación, 2) la introducción a su sentido y
significado, 3) su lectura antropológica, en tal modo que sean insertos en la vida
humana. De esto se nutre la comunicación mistagógica.

En el concepto moderno dominante, el “misterio” es comprendido como enigma, como


aquello que no es comprensible. No es así en la Escritura, donde el término griego
mystérion en la versión de los LXX traduce el arameo raz (Cf. Dn
2,18.19.27.28.29.30.47; 4,6), que indica “esto que es escondido, secreto”. En el Nuevo
Testamento, pues, designa aquello que ha estado escondido, pero lo ha estado para
ser revelado a cuantos acogen la palabra de Dios, los cuales acogen así la revelación,
el alzar del velo que Dios opera sobre sí y sobre su voluntad: es siempre un proyecto
de salvación que Dios opera, realiza en nuestra historia. El mystérion es pues siempre
colocado en la dinámica kryptós-phanerós, así expresado por Jesús: “Esto que ha
1
estado escondido, lo ha sido para ser revelado” (Cf. Lc 8,17; Mc 4,22). Así, el mystérion
es incluso un don de Dios de tal forma que Jesús ha podido decir: “A ustedes se les ha
concedido, entregado el misterio del reino de Dios" (Mc 4,11).

San León: “Esto que fue visible de nuestro Redentor, pasó a los sacramentos”
(Discorsi 74,2 (PL 54,398).
San Ambrosio: “¡Oh Señor, te encuentro en tus sacramentos” (Apologia di David
12,58 [PL 24,875])!

En estas expresiones constatamos que el misterio revelado puede ser acogido,


recibido en la celebración de los misterios, en cuyos mystéria litúrgicos que la tradición
latina llama preferiblemente sacramentum-sacramenta. El hacer sacramental tiene
siempre su origen en el mystérion de Cristo, en el misterio pascual, es siempre obra
del Espíritu Santo, es siempre orientado a la participación.
Este es el misterio del cual Dios nos quiere hacer partícipes, como verdad vivida
personalmente: “Cristo en ustedes, esperanza de la gloria” (Col 1,27).
Pero este mysterion es entregado a la Iglesia sobre todo porque ella se convierte
en partícipe en la escucha, en la liturgia.
Pero esto que se quiere resaltar es que la acción litúrgica, acción simbólica y
pues comunicación en acto a través de palabras, acciones y creaturas, al corazón del
Antiguo y del Nuevo Testamento precede el evento en que se epifaniza, se realiza el
misterio. En otras palabras, la acción litúrgica es anticipación profética de esto que Dios
está por cumplir: el éxodo de Israel de Egipto, así como el éxodo del Hijo Jesucristo de
este mundo al Padre. Antes que acontezca el evento en la historia está la celebración
litúrgica, hay una comunicación mistagógica que prepara la acogida del acontecimiento
como acción de Dios, evento debido no a la necesidad ni al caso sino a la acción
soberana de Dios, que responde siempre a su amor y a su libertad. La institución de la
Pascua del AT (cf. Ex 12,1-13,6) y la institución de la Pascua de Cristo (cf. 1Cor 5,7)
preceden el evento en la historia y preparan la comprensión en la fe del evento
mismo, del misterio de la salvación; pero al mismo tiempo son instituidas porque son
memorial, zikkaron, anamnesis del evento de salvación, del mystérion que deberá ser
celebrado siempre.

La comunicación mistagógica de la Liturgia

Único es el mystérion toû theoû (1Cor 2,1; Col 2,2; Ap 10,7), pero su modalidad
de expresión son las Escrituras y la liturgia o, mejor aún, la Palabra de Dios contenida
en las Escrituras, el libro del Cordero al interno de la liturgia (cf. Ap 5)
Sí, la liturgia es sobretodo opus Dei, acción de Dios, cumplida a través de Cristo
siempre presente en la acción litúrgica, el cual obra en la dýnamis del Espíritu Santo,
su “compañero inseparable” (Basilio de Cesarea, Lo Spirito Santo, 16,39 [PG 32,140]),
porque es en la liturgia celebrada por la comunidad de los creyentes en él que él
aparece como el Kýrios, el Señor presente, resucitado y viviente. Por consecuencia
todo el lenguaje de la liturgia, la comunicación litúrgica debe ser principalmente 2
ordenada, definida y medida sobre su capacidad de hacer aparecer la acción del
Kýrios, de hacer espacio al Kýrios, de hacer signo (semaínen) de su presencia eficaz.
La comunicación de la liturgia, hecha de palabras, acciones, gestos, ritos, debe hacer
aparecer la gracia de Dios (Tt 2,11), debe estar en grado de mostrar que el Señor está
verdaderamente en medio de los suyos (Jn 20,19.26), que “el Cordero de pie en medio
del trono” (Ap 5,6) es el centro de la acción litúrgica que él mismo guía y conduce.
En suma, la liturgia debe ser un lenguaje, una comunicación que teniendo como
objetivo explicar (exeghésthai: cf. Jn 1,18), manifestar (epiphaínen cf. Tt 2,11; 3,4) y
anunciar (katanghéllein: cf. 1Cor 11,26) la acción de Cristo en su comunidad. En esta
óptica queda claro que la liturgia es siempre comunicación en acto: entre Dios y los
creyentes, entre los creyentes mismos, entre la Jerusalén del cielo y la Iglesia sobre la
tierra, entre el Creador y la creación. Esta comunicación se realiza mediante acciones
simbólicas, gestualidad, participación del cuerpo, de los sentidos y del espíritu. A
menudo en la liturgia decir es hacer, porque la palabra produce su efecto, se convierte
performativa y transforma a aquel que escucha. Posturas del cuerpo, gestos y acciones
tienen la cualidad simbólica y una portada poética que permiten al creyente de pasar a
otro nivel de significado y de ser así acercado al mystérion.
Por otra parte, es verdad que la liturgia es acción de la Iglesia, pero en el sentido
que la Iglesia prepara todo a fin de que el Señor pueda hacer. Cuando se celebra y se
vive la liturgia cristiana, conviene recordar que en ella acontece sobre todo una
convocación de la asamblea [subr. por mi] (qahal, emparentado con el término qol,
voz), de todo el pueblo de Dios, pero también de todas las creaturas que no
constituyen un palco para el teatro, sino representado un contexto donde todos los
convocados expresan, mediante un registro, una comunicación. Si se piensa en el
hecho que en una liturgia cristiana es convocado en primer lugar el tiempo (“el día de
la asamblea”, jom ha-qahal: Dt 9,10; 10,4; 18,16); es convocado un espacio para la
asamblea; son convocados la luz, el agua, el fuego, el pan, el vino, el aceite, las
creaturas esenciales a la acción litúrgica y de las cuales los creyentes conscientemente
deben hacerse voz (“y por nuestra voz las demás creaturas” Plegaria IV) para cantar
la santidad gloriosa del Señor. En la liturgia descrita en el Apocalipsis todo el cosmos,
el universo, representado por los cuatro vivientes, es convocado junto al conjunto de
las creaturas invisibles y a los santos del cielo y de la tierra (Ap 4,6.8; 5,6.8.14).
Es así entonces que en la liturgia cristiana entre también la materia, entran los
frutos de la tierra y del trabajo, de la cultura del hombre, y aquello que el hombre con
sus manos sabe hacer y construir: la iglesia edificio, el altar, los ornamentos, etc. Es
en la liturgia que se confiesa a Dios creador de todas las cosas existentes, Dios que
ama y nada desprecia de aquello que ha creado, Dios presente con su Espíritu en
todas las creaturas (Sab 11,24-12,1). La liturgia dice “Amén”, “Sí” a las cosas, creaturas
de Dios, a los sonidos, a las piedras, a los colores, a los perfumes, los cuales deben
sólo ser capaces de lenguaje simbólico, adecuado a su función sacramental,
orientados a la mistagogía sacramental. Son los sentidos del hombre, su razón, su
corazón que deben ser envueltos en estos linguaggi plurimi y diferenciados que quieren 3
ser mistagógicos, de tal manera de conducir de los misterios celebrados al misterio de
la salvación. He aquí entonces que el arte, la arquitectura, la música, la ciencia de los
perfumes con su bondad y belleza están al servicio de la liturgia (SC123), ¡y viceversa!

(…) Es la categoría de la transfiguración que puede estar al corazón de una


simbólica mistagógica. Es necesario, en extrema síntesis, que la comunicación
mistagógica sepa evocar, en la mortalidad y en la caducidad de la vida de los creyentes
que participan en la liturgia, su destino a la resurrección: esto es el objetivo de una
simbólica mistagógica que quiera realmente ponerse al servicio del misterio cristiano,
del misterio pascual.
Cierto, es necesario vigilancia y discernimiento para que la comunicación
litúrgica sea verdaderamente mistagógica: la banalidad, la falta de cuidado y de
atención, amenazan la acción litúrgica en cuanto arte, a un reclamo de belleza a la cual
la liturgia sirve solo como contexto en el cual expresarse. Las creaturas, las obras de
arte, todo esto que viene de la naturaleza que son opus hominis pueden entrar en la
liturgia y componer su lenguaje solo si tienen la cualidad para ser mistagógicas y, por
consecuencia, para estar al servicio de la liturgia misma. Guay si la liturgia fuese
instrumentalizada por el arte o si se pone a su servicio: ¡esto sería demoníaco!

También podría gustarte