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San León: “Esto que fue visible de nuestro Redentor, pasó a los sacramentos”
(Discorsi 74,2 (PL 54,398).
San Ambrosio: “¡Oh Señor, te encuentro en tus sacramentos” (Apologia di David
12,58 [PL 24,875])!
Único es el mystérion toû theoû (1Cor 2,1; Col 2,2; Ap 10,7), pero su modalidad
de expresión son las Escrituras y la liturgia o, mejor aún, la Palabra de Dios contenida
en las Escrituras, el libro del Cordero al interno de la liturgia (cf. Ap 5)
Sí, la liturgia es sobretodo opus Dei, acción de Dios, cumplida a través de Cristo
siempre presente en la acción litúrgica, el cual obra en la dýnamis del Espíritu Santo,
su “compañero inseparable” (Basilio de Cesarea, Lo Spirito Santo, 16,39 [PG 32,140]),
porque es en la liturgia celebrada por la comunidad de los creyentes en él que él
aparece como el Kýrios, el Señor presente, resucitado y viviente. Por consecuencia
todo el lenguaje de la liturgia, la comunicación litúrgica debe ser principalmente 2
ordenada, definida y medida sobre su capacidad de hacer aparecer la acción del
Kýrios, de hacer espacio al Kýrios, de hacer signo (semaínen) de su presencia eficaz.
La comunicación de la liturgia, hecha de palabras, acciones, gestos, ritos, debe hacer
aparecer la gracia de Dios (Tt 2,11), debe estar en grado de mostrar que el Señor está
verdaderamente en medio de los suyos (Jn 20,19.26), que “el Cordero de pie en medio
del trono” (Ap 5,6) es el centro de la acción litúrgica que él mismo guía y conduce.
En suma, la liturgia debe ser un lenguaje, una comunicación que teniendo como
objetivo explicar (exeghésthai: cf. Jn 1,18), manifestar (epiphaínen cf. Tt 2,11; 3,4) y
anunciar (katanghéllein: cf. 1Cor 11,26) la acción de Cristo en su comunidad. En esta
óptica queda claro que la liturgia es siempre comunicación en acto: entre Dios y los
creyentes, entre los creyentes mismos, entre la Jerusalén del cielo y la Iglesia sobre la
tierra, entre el Creador y la creación. Esta comunicación se realiza mediante acciones
simbólicas, gestualidad, participación del cuerpo, de los sentidos y del espíritu. A
menudo en la liturgia decir es hacer, porque la palabra produce su efecto, se convierte
performativa y transforma a aquel que escucha. Posturas del cuerpo, gestos y acciones
tienen la cualidad simbólica y una portada poética que permiten al creyente de pasar a
otro nivel de significado y de ser así acercado al mystérion.
Por otra parte, es verdad que la liturgia es acción de la Iglesia, pero en el sentido
que la Iglesia prepara todo a fin de que el Señor pueda hacer. Cuando se celebra y se
vive la liturgia cristiana, conviene recordar que en ella acontece sobre todo una
convocación de la asamblea [subr. por mi] (qahal, emparentado con el término qol,
voz), de todo el pueblo de Dios, pero también de todas las creaturas que no
constituyen un palco para el teatro, sino representado un contexto donde todos los
convocados expresan, mediante un registro, una comunicación. Si se piensa en el
hecho que en una liturgia cristiana es convocado en primer lugar el tiempo (“el día de
la asamblea”, jom ha-qahal: Dt 9,10; 10,4; 18,16); es convocado un espacio para la
asamblea; son convocados la luz, el agua, el fuego, el pan, el vino, el aceite, las
creaturas esenciales a la acción litúrgica y de las cuales los creyentes conscientemente
deben hacerse voz (“y por nuestra voz las demás creaturas” Plegaria IV) para cantar
la santidad gloriosa del Señor. En la liturgia descrita en el Apocalipsis todo el cosmos,
el universo, representado por los cuatro vivientes, es convocado junto al conjunto de
las creaturas invisibles y a los santos del cielo y de la tierra (Ap 4,6.8; 5,6.8.14).
Es así entonces que en la liturgia cristiana entre también la materia, entran los
frutos de la tierra y del trabajo, de la cultura del hombre, y aquello que el hombre con
sus manos sabe hacer y construir: la iglesia edificio, el altar, los ornamentos, etc. Es
en la liturgia que se confiesa a Dios creador de todas las cosas existentes, Dios que
ama y nada desprecia de aquello que ha creado, Dios presente con su Espíritu en
todas las creaturas (Sab 11,24-12,1). La liturgia dice “Amén”, “Sí” a las cosas, creaturas
de Dios, a los sonidos, a las piedras, a los colores, a los perfumes, los cuales deben
sólo ser capaces de lenguaje simbólico, adecuado a su función sacramental,
orientados a la mistagogía sacramental. Son los sentidos del hombre, su razón, su
corazón que deben ser envueltos en estos linguaggi plurimi y diferenciados que quieren 3
ser mistagógicos, de tal manera de conducir de los misterios celebrados al misterio de
la salvación. He aquí entonces que el arte, la arquitectura, la música, la ciencia de los
perfumes con su bondad y belleza están al servicio de la liturgia (SC123), ¡y viceversa!