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¡§ La emancipación
5 de la música
El alejamiento de la mimesis en la estética
del siglo X V I I I
L a balsa de la M e d u k, 5 7
i
índice
Prefacio 13
Introducción 15
i
1. Música y matemáticas: La tradición pitagórica 29
Grecia y la Edad Media [29].—El Renacimientto y el
Barroco [33].—Johan Mathesson [38]
2. Música y lenguaje 44
La dominación verbal de la música [44].—La entonación
musical y verbal [49].—Retórica y música [56]
3. Música y pasiones 71
Las pasiones en el siglo xvn [75].—Las emociones musicales
en el siglo xvm [84]
5. Rameau 119
Los principios de la armonía [122]
6. Rousseau 131
Estética musical . y la deconstrucción de Rousseau
[131].—Rameau y Rousseau [137]
7. D'Alembert 157
11
8. Diderot 166
La estética de las relaciones [166].—El sobrino de \ au
[173]
Apéndice 311
12
Prefacio
A m s t e r d a m , 12 de abril de 1 9 8 5
13
Introducción
15
sentido vulgar del término, puesto que no expíe m directa-
mente ninguna idea; pero nos obligan a reflexio? » iguai que
lo hace la música, sin la ayuda de ideas 3 imágenes,
simplemente mediante las misteriosas afinidad^ existen
entre nuestro cerebro y esos ordenamientos de olores y
líneas. [Gauguin] .
1
16
y la lucha para legitimar la música instrumental fue la
primera y decisiva batalla del arte no representativo. Espero
poder aportar algo nuevo en una manteria muy conocida con
mi interpretación del surgimiento de la nueva estética como
un allanamiento del camino para el arte abstracto.
II
17
recibidas y la proyección sobre o t r o s críticos de su teo-
ría» (6-7). En una vena similar, Dahlhaus sostiene que la
estética musical está más ajustada a las tradiciones literarias y
filosóficas, que le proporcionan sus categorías, que a la
música en sí, que es un objeto de estudio (Rom. Musik-
astb. 171).
18
que esperar siempre a la práctica, no tencina ninguna relevancia
para ésta.
19
reflexiones sobre esta materia influyeron, a su vez, sobre su
pensamiento.
III
20
mesis (el arte en relación con la naturaleza) por una teoría
expresiva (el arte en relación con el artista) supone un tipo
de cambio que se índica con las metáforas del espejo y la
lámpara:
21
admirablemente pese a la tesis implicada en su atractivo
título.
22
Pese a que los estudios recientes han mostrado que esta
teoría de las pasiones musicales nunca llegó a convertirse en
una doctrina ni logró establecer una relación inequívoca
entre las emociones normales y los elementos de la música , 3
IV
3
Para una crítica de la Affektenlehre, ver las entradas «Affections» y
«Rhetoric and Music» en el New Grove, así como las otras obras de
Buelow.
23
Para apoyar esta tesis central intentaré trazar los rasgos
de la historia de las interpretaciones matemática* le la
música, desde sus orígenes en las nociones de a r m o n í a entre
los pitagóricos de la antigüedad, pasando por las teorías que
entendían la música como una ciencia matemática en Jad
Media, la polifonía renacentista, las teorías pitagóricas d I siglo
x v n acerca de un cosmos musical y las teorías raci- alistas
de la música durante la Ilustración, hasta llegar a la vuelta del
pitagorismo en el Romanticismo. Pese a sus diferencias,
existen manifestaciones de una única tradición continua que
sobrevivió al Romanticismo y llegó hasta la música compute-
rizada y serial de nuestros días. Cada una de sus metamorfosis
fue provocada por una serie de presiones internas y externas,
entre las que cabe destacar la interacción con las interpreta-
ciones rivales e igualmente antiguas que proponían un
acercamiento verbal (o retórico) a la música, de las que las
teorías expresiva y de las pasiones no son sino variantes.
Según mi opinión, la historia de la teoría de la música está
constituida por el dominio alternativo, las frecuentes batallas
y la ocasional coexistencia pacífica de las interpretaciones
verbales y matemáticas acerca de la música. La música
instrumental contribuyó al resurgimiento de ciertas nociones
de la música matemáticas y pitagóricas que formaron la base
de una nueva estética en el Romanticismo. Tal como acerta-
damente subraya Spitzer (quien aborda el problema desde un
ángulo diferente), «La idea pitagórica de la armonía del
mundo se reavivó en h civilización moderna en todas las
ocasiones en que se reavivó el platonismo; y la palabra
alemana 'Stimmung' es el fruto de uno de estos periodos»
(Harm. 3). Se podría añadir que Stimmung («humor» y
también «afinación») refleja la contribución de la música y las
matemáticas pitagóricas al Romanticismo.
24
ejemplo, que las fugas barrocas son más puramente musicales,
más matemáticas, además de más antiguas, que las sonatas y
sinfonías clásicas? ¿No son la ópera, los Heder, y las frecuentes
interpretaciones miméticas de música instrumental en el
Romanticismo una muestra de que el paradigma verbal no
había quedado aniquilado por la revolución?
4
Las categorizaciones reductivas han debilitado muchos estudios im-
portantes de teorías de la música. El libro de Dammann, por ejemplo,
establece una red tan tupida de ideas filosóficas, teológicas y científicas
alrededor de la música barroca alemana, que el colapso del sistema se
aproxima a una Gótterddmmerung. De haber prestado una mayor atención
a las contradicciones, tensiones y ambigüedades dentro de la concepción
del mundo barroca, su disolución habría tenido una presentación menos
apoteósica. El libro de Serauky sobre la imitación musical sufre igualmente
de las limitaciones de la Geistesgeschichte al dividir claramente la estética
musical del X V I I I en el «racionalismo de la ilustración y el irracionalismo
del Romanticismo» (XIII), eliminando, así, la posibilidad de percibir el
irracionalismo presente en la ilustración o el racionalismo del Romanticismo.
25
de Kuhn, o de la noción de epistemes de Foucault, fabrican
sistemas coherentes, al precio de excluir o ignorar todo lo
que se resiste a la coerción y prestar una atención excesiva a
las rupturas. Desde una visión más amplia y ajustada a los
hechos, las estructuras históricas coherentes y homogéneas se
disuelven en grupos de ideas en conflicto, hebras elásticas de
tradición que se extienden hasta más allá de las rupturas
supuestamente revolucionarias y sufren múltiples cambios,
pero raramente, si es que ocurre alguna vez, desaparecen por
completo. Aunque resulte problemático encadenar los fenó-
menos históricos discretos por términos tales como desarrollo,
continuidad o causalidad, la alternativa de las rupturas irra-
cionales entre grupos inconmensurables de ideas no me
parece que sea más satisfactoria.
26
al nueve se ocupan del conflicto entre las tradiciones verbales
y matemáticas en el siglo XVIII a la luz del choque entre Ra-
meau y los filósofos. Ordenar esto por autores es vez de por
tradiciones parece preferible, no sólo porque cada figura
merece una discusión por separado, sino, sobre todo, porque
así se aclara mejor el conflicto entre las tradiciones en cada
mentalidad individual. Rameau, la quintaesencia del matema-
ticismo musical, fue un compositor de óperas y un creyente
en la teoría de las pasiones. Rosseau, D'Alambert y Diderot
defendieron la imitación musical y la primacía del lenguaje,
aunque frecuentemente siguieron los pasos de Rameau en la
dirección de la música no Representativa. El capítulo 10 que
trata de las artes hermanas intenta mostrar que, pese a lo
que cabía esperar, los estudios comparativos de las artes y los
intentos de unirlas sirvieron, en la mayoría de las ocasiones,
como acicate para emancipación de la música. El capítulo
sobre la expresión intenta recortar el significado del término,
mostrando que los críticos británicos lo usaron en un
sentido restringido y de ninguna manera antimimético y que
otros escritores, como Herder, sobrepasaron con mucho a
una teoría de la expresión espontánea. El hilo conductor de
los tres últimos capítulos es el punto de unión entre las
teorías matemáticas y no representativas de la música. El
comienzo de esa unión es el objeto del capítur doce, al que
sigue un breve capítulo sobre Kant que muest su deuda y
su resistencia a la concepción matemática de la úsica. Por
último se habla de los textos románticos con una isposición
pitagórica que ofrecen a la música instrumental su primer
reconocimiento pleno.
Si los textos de los poetas y pensadores van desplazando
poco a poco a los escritos de los compositores y los teóricos
musicales profesionales a medida que se desarrolle mi expo-
sición, esto refleja, creo, una creciente atención en el siglo X V I I I
a las cuestiones culturales más amplias suscitadas por la
música, que culmina en la resonancia que la nueva música
instrumental encontró en la poesía y las poéticas del Roman-
ticismo. Hasta donde yo sé, no hay otra época en la historia
en la que un arte encuentra su explicación y fundamentación
27
en los textos de unos artistas que trabajan en otros ¿nipos
distintos a aquél que están fundamentando. La explicación
ha de ser que la música instrumental en concreto den ^ t r ó a
los poetas la posibilidad de un arte más allá del lenguaje y la
representación. Tras haber definido a la nueva música como
un arte independiente del lenguaje los románticos, para i
camente, pudieron proclamar que la música era el parad /na
para la poesía, precisamente porque se había emancipado del
lenguaje. El modelo fue útil en los experimentos r mánticos
con la musicalización del lenguaje poético, no como la
efusión o desbordamiento espontáneo de emociones, sino
como algo que recuerda el clasicismo de Beethoven: la
culminación de la música romántica, según E. T . A. Hoff-
mann.
28
1
Música y matemáticas:
La tradición pitagórica
1
Sobre la música, matemática y la tradición pitagórica, cf. Bloch,
Dammann, Guthrie, Haase, Heninger, Hollander, Junge, Ludwig, Ruhnke,
Scháfke (Gesch.) , Zenck, Ziller y Zimmermann.
29
Cierta vez, mientras calculaba [Pitágoras] si sería posible
idear algún tipo de ayuda instrumental para los oídos que
fuera firme e inequívoca... se produjo una milagrosa casualidad.
Al pasar cerca de una fragua, escuchó cómo los martillos
golpeaban el hierro contra el yunque, produciendo los sonidos
que son más armoniosos., si se combinan entre sí, excepto un
par. Entre ellos, pudo reconocer la consonancia de la octava,
la quinta y la cuarta. Pero notó que el intervalo entre la
cuarta y la quinta era disonante en sí mismo, pero era
complementario a la mayor de estas dos consonancias. Con-
tento, pues parecía que sus deseos habían sido satisfechos por
un dios, corrió hacia el interior de la fragua y encontró, tras
realizar algunos experimentbs, que la diferencia de sonido era
consistente con el peso de los martillos, pero no con la
fue za de los golpes, ni con las formas de los martillos, ni
r
2
Los griegos entendían la armonía no como nosotros, esto es, como
los acordes y sus progresiones, sino como combinaciones sucesivas de
sonidos en las melodías y modos. En la heterofonía, los acompañamientos
instrumentales se desviaban de la melodía en muy escasa medida.
30
armonía musical expresa, por tanto, el equilibrio entre las
cosas: los elementos, los humores del cuerpo, el alma y el
cuerpo, el equilibrio político y, especialmente, los movimientos
de los cuerpos celestes, cuyo resultado fue la creencia en la
«música de las esferas». Tal como se afirma por primera vez
en el mito con el que acaba La República de Platón, cada
planeta emite un tono basado en la velocidad y tamaño de su
órbita, el cual armoniza con los tonos de otros planetas:
«Por encima de cada uno de los bordes de los círculos iba
una sirena, que giraba en su revolución y lanzaba un sonido,
una nota, y entre las ocho se formaba la concordia de una
sola armonía» (617b). *
31
Scholica Enchiriadis se definía a esta «hija de la Aritmética» y
«teoría de la concordia» como la «disciplina racional del
acuerdo y la discrepancia en los sonidos, según los números»
(Strunk 134-35). El concepto matemático de la música se
formalizó en la división medieval de las artes liberales, que
asignó a la música, junto con la aritmética, la geometría y la
astronomía, al quadrivium, y las artes verbales de la retórica,
gramática y dialéctica, al trivium.
32
el Timeo, no está analizando música, sino que su propósito
es demostrar que las divisiones del alma del mundo y de los
períodos orbitales de los planetas tienen las mismas propor-
ciones. La música resuena en el alma porque sintoniza al
hombre con la armonía cósmica (43d-e); el placer que pro-
porciona se origina a partir de «una imitación de la armonía
divina en los movimientos morales» (80b). De ahí que se nos
ofrezca la armonía, no para engendrar un placer irracional,
«sino para corregir cualquier discordia que pueda haber
rgido en los movimientos del alma y como ayuda para
ponerla en armonía y acuerdo consigo misma» (47c-d). Otra
función de la música es armonizar el alma con el cuerpo,
pues, como afirma Boecio, «La estructura total del alma y *1
cuerpo está unida por la armonía musical» (Strunk 83). Es e
lazo armónico entre el alma y el cuerpo permite que se
susciten emociones a través de la música y, como ^ ; e m o s
más adelante, constituye el fundamento de las teorías de las
pasiones en la música.
El Renacimiento y el Barroco
33
(Gesch. 243) y el excelente estudio de Palisca sobre el
«empirismo científico» en el pensamiento musical del xvi y
principios del x v n . Para todos ellos, el pensamiento musical
de esta época se caracteriza por haber pasado de ser una
ciencia de la razón a un arte de los sentidos.
34
sobre el estudio empírico de la acústica fue muy difícil d
sentir hasta el siglo xviii.
35
fe, citas de autores antiguos y especulaciones alegóricas,
aunque todas ellas encuentran un hilo conductor en una
visión pitagórica cristianizada de la armonía universal. Esta
síntesis tiene sus mejores imágenes en el templo de la música
especulativa y la armonía cósmica de Fludd (en el que se
representa al universo como un instrumento musical tocado
por el alma del mundo), la lira de Dios de Mersenne, el
órgano del universo de Kircher y la polyhedra de Kepler . 3
3
Las similitudes en cuanto al propósito general nos permiten, al
menos aquí, olvidarnos de las diferencias conceptuales y metodológicas
entre Kepler y Mersenne, por un lado, y Fludd, por otro. Kepler
consideraba a Fludd como un alquimista hermético y paracelsista, mientras
yque a sí mismo se veía como un filósofo y matemático que exploraba «la
« naturaleza de las cosas» (362).
36
era desconocido por los antiguos. Quiso interpretar la perpe-
tuidad del tiempo cósmico en un breve período de una hora,
por medio de una armonía artística de muchas voces» (315).
A lo largo del siglo xvn esta tradición pitagórica coexistió
pacíficamente con las cada vez más articuladas e importantes
teorías verbales de la música, puesto que tanto la palabra
como las matemáticas fueron entendidas normalmente como
manifestaciones distintas de una misma razón. El tratado de
Mersenne incluye, por ejemplo, un «Traite de mechanique»
con observaciones físicas y matemáticas y un «Traite de la
voix et des Chants», en el que correlaciona la música con el
acento verbal ireher define al «numerus sonorus» como :1
objeto verdadero y formal de la música (45), y la cmocii n
que provoca, como su propósito final (565).
4
Los artículos de Gerick, Deutsch, Schering (ars inveniendi) y Ratner
enumeran las prácticas combinatorias del siglo xvm, pero tienden a verlas
como una excentricidad, sin reconocer sus fundamentos filosóficos y su
papel a la hora de anticipar las técnicas seriales (y algunas otras) contem-
poráneas. El orden de las cosas de Foucault afirma que el ars inveniendi de
Leibniz es nada menos que la base conceptual de toda la época clásica (57).
37
Johan Mattheson
38
golpe resuelto al pitagorismo en Das Neu-Eróffnete Orchestre
(1713).
39
Mattheson, pues era demasiado erudito y íilosóhi ara sus
propósitos. Se trata de poner al desnudo a la ti I ¡ización
abstracta además de tirar por tierra, desde una perspectiva
empirista, a la premisa racionalista que sostien que las
armonías musicales revelan leyes cósmicas inmutsoles. Si la
música es divina, las reglas nos darán una mera idea terrenal
de esta escurridiza materia y tendrán que cambiarse, al igual
que nuestra percepción de las constelaciones celestes. Puesto
que todo lo que está en la mente, tiene que haber penetrado
a través de los sentidos, todas las ciencias se originan en la
percepción y todas las reglas tienen que seguir la alternancia
de conjunciones y circunstancias'(3-4). El oído es el único
canal a través del cual la música «penetra en el interior del
alma de un oyente atento» (126-27); de ahí que los estudios
matemáticos de la música, L ^o rposicición combinatoria (103)
y la numerología (109-10) estén desencaminados.
40
unidos al espíritu: «El alma es lo que se ve, oye, huele, siente
y piensa a través de los sentidos» (96) y, a su vez, que los
sentidos son una propiedad del alma y, por esa razón,
inmortales (105). De ahí que el cuerpo no sea la cárcel del
alma (108-9), sino un don de Dios para disfrutar más de la
vida. Por lo tanto, la «Honesta voluptas», en el sentido
cartesiano (ver pág. 49), es el fin y propósito genuinos de la
música:
41
compositores incompetentes, a menos que estudien a la
gente y sus sentimientos. La física matemática sirve para
diseñar instrumentos o edificios pero no es más que un
instrumento y no el fundamento o causa (176-78). Los
matemáticos son «boticarios de la música» (228) que se
limitan a administrar las recetas que otros dictan.
42
Y sin embargo, mientras los primeros escritos de Matthe-
son exponían las debilidades del pitagorismo, ni éstas ni
otras batallas similares que libró posteriormente pudieron
acabar con las interpretaciones matemáticas de la música, que
poco a poco se iban renovando, a base de arrojar por la
borda el lastre acumulado de la tradición. Irónicamente, un
año después de que Mattheson hubiera celebrado el entierro
del pitagorismo, resucitó de la mano de la obra de Rameau,
el Traite de Vharmome. Mattheson reconoció inmediatamente
al nuevo enemigo, pero ya no podía jugar un papel principal
en la batalla que desató la teoría de Rameau en la década que
siguió al año 1750. *
43
Música y lenguaje
Gurlitt y Winn.
44
invariables de las sílabas griegas. En las lenguas europeas
modernas es imposible encontrar una imitación musical del
lenguaje que se pueda comparar a la griega, puesto que en
aquéllas, la longitud y tono de una sílaba dependen del
énfasis semántico que reciben en cada contexto particular. El
lazo entre el lenguaje y la música griegos no permitió el
desarrollo de texturas musicales complejas y polifacéticas, y
los instrumentos acompañaban a la voz al unísono o con
pocas desviaciones. El aulos, un instrumento de viento,
imitaba la voz e intensificaba el frenesí en los ritos dionisiacos,
mientras que la lira era el instrumento de Apolo y se
ocupaba de crear consonancias gratas y líricas a imitación de
la armonía cósmica.
45
consigue aprobar el examen moral al que la somete Platón
«porque no hay nada más apto que el ritmo y la armonía
para introducirse en el interior del alma y aferrarse allí,
trayendo y aportando la gracia a la persona que está adecuada-
mente preparada» (401 d-e). El músico perfecto «combina la
gimnástica con la música y las aplica de la forma más
conveniente para el alma» (412).
46
sentación dada es correcta, y en tercer y último lugar, si está
bien hecha en lo que se refiere al lenguaje melodía o
ritmo» (669a-b). L a larga lista de errores incluye la atribución
de palabras, ritmos o melodías al sexo, clase social o animales
que no corresponden y culmina en la ofensa más grave
posible, destruir las partes constituyentes de la musiké:
4^
Pese a su profunda vinculación con la música, la iglesia
medieval mostró unas preocupaciones similares a las de
Platón. Al menos es lo que se desprende de una de sus más
grandes figuras, la más cercana a Platón a la hora de adoptar
una posición estricta racional y moral, a despecho de su
temperamento y sensibilidad poéticos: San Agustín. En su
tratado De Música, escrito poco después de su conversión, se
muestra ansioso por probar que la música es una ciencia
que apela a la razón y, en consecuencia, simpatiza con los
artistas instrumentales que tocan únicamente para los sentidos
sin saber nada de los principios de su ciencia. Pero un t e x t o
famoso y persuasivo de sus Confesiones revela hasta qué
punto se preocupaba por el poder de seducción de la música.
Dudando entre calificarla como «un placer peligroso» o como
algo cuya seriedad está debidamente comprobada, unas veces
deseaba «que cada aria de las canciones placenteras que con
tanta frecuencia se emplean en el libro de los salmos dé
David fuera apartada de mis oídos y de los de la Iglesia», o
al menos que los salmos se recitaran «con una inflexión de
voz tan ligera que estuviera más cerca del hablar que del
antar». Otras veces sentía que la mente «se eleva de forma
más devota y diligente en una llama de piedad si las palabras
están cantadas que si no lo están». La elevación debería
producirse «no por la canción, sino por lo que en ella se
canta» y se requiere una vigilancia incesante frente al poder
seductor de la música. Las canciones eran útiles, sobre todo,
para las mentes más débiles, a quienes no podrían llegar las
palabras solas (10.33:172). San Basilio y San Juan Crisóstomo
también justificaron a los cantos devotos con las mismas o
parecidas reservas.
Las dudas religiosas persistieron más allá de la Edad
Media. El tratado de Calvino Genera Psalter admite eme los
cánticos tienen «gran fuerza y vigor para mover e inflamar
los corazones de los hombres para que invoquen y alaben a
Dios», pero advierte que la música «no debe dar ocasión a
que demos rienda suelta a los pensamientos disolutos ni a
que nos debilitemos con placeres desordenados, ni debe
convertirse en el instrumento de la lascivia y la desvergüenza».
48
La música tiene «un poder secreto y casi increíble de mover
nuestros corazones en un sentido o en otro» (Strunk 346-47).
El Concilio de T r e n t o , en el lado católico, decretó que la
música en la iglesia debería incitar a la elevación y que las
palabras que se cantaran en la liturgia deberían entenderse
claramente, sin que fueran oscurecidas por la música. Finney
ha mostrado que el uso de la música en el servicio fue
debatido continuamente durante el Renacimiento y el si-
glo XVII.
49
no son más que pestilencias», porque la mente, «atrapada en
los cepos del placer, no tiene tiempo de entender ni considerar
las palabras mal pronunciadas» (Struck 311-15). La composi-
ción polifónica debe ceder su puesto a un estilo monódico,
porque «la verdad es una unidad» y sólo una voz que no esté
envuelta por una maraña de sonidos puede comunicarse con
claridad.
SO
encarnación del logos divino, pues lo que desea es imitar el
lenguaje cotidiano para comunicar los sentimientos y actitudes
propios de los humanos. A este autor y a los miembros de la
Camerata se les conoce como «los humanistas de la música-,
tanto por su intento de resucitar la música antigua como por
su búsqueda de una música centrada en el hombre.
51
[disonancias y consonancias] hasta que, corriendo por varias
notas, la voz del hablante llegaba a una palabra que por tener
un tono familiar, abría el camino para una armonía nueva.
[Strunk 374.]
S2
gándole haciendo que se enamore de ella. La música expresa
las emociones fluctuantes con cambios frecuentes en la
métrica, pero, a diferencia de los recitativos italianos, las
modulaciones son simples y la línea vocal está construida en
función de las consideraciones musicales y de la entonación
verbal. Para Rousseau se trata de una especie de bastardo
ilegítimo: «Si se entiende como una canción, no se ve en ella
ni métrica, ni carácter ni melodía, y si se toma como un
recitativo, no hay en él ni naturaleza ni expresión»
(Ecrits 321).
2
La mayoría de los escritores, incluidos Webb (130-32) y Arnaud (6-13)
rechazaron la noción de un ritmo silábico en el que los acentos estuvieran
indicados por notas más largas. Tal como escribió Mattheson, la longitud
53
clásica en la música se vio restringido a intentos esporádicos
de asignar emociones a los pies clásicos y a emplearlos
directamente en el ritmo musical. Según Serauky, Kuhnau y
J . S. Bach hicieron un uso consciente de algunos pasajes en
espondaico y en trocaico para ilustrar las pasiones
correspondientes. Mattheson afirmaba que el «pie sonoro»
era la unidad más pequeña de ritmo musical que posee un
carácter emotivo (Capellm. 160-70).
54
limitaría la libertad de la invención melódica. Rousseau cita
explícitamente el principio de Addison en la Lettre sur la
musique francaise (Ecrits 306-9) —criticando así a los partida-
rios de Lully por desviarse de la entonación francesa a la que,
por otra parte, consideraba inferior— pero por la época del
Dictionnaire había percibido un conflicto irresoluble entre el
acento moderno y la melodía: «Los griegos podían cantar
mientras hablaban, pero nosotros tenemos que cantar o
hablar, no podemos hacer ambas cosas a la vez» (art.
«recitatif»). Rousseau temía tanto que la entonación se
impusiera a la melodía que para la expresión de pasiones
cambiantes prefirió las transiciones y modulaciones armónicas
sofisticadas antes que los recitativos. Tal como veremos, su
reacción fue similar a la de Gluck.
Durante la segunda mitad del siglo, los entusiastas del
recitativo decayeron e incluso Algarotti que lo consideraba
«la parte más esencial del drama» (59) sintieron la necesidad
de limpiarlo. En 1773, Burney observó que todo el mundo
estaba «cansado y disgustado» con el recitativo (Germ. 2:159).
Cabe citar como explicación de este fenómeno el que el
recitativo se había vuelto formulaico y había perdido su
anterior expresividad; asimismo, ya no parecía que fuera un
propósito digno el conseguir que la música estuviera al
sen-icio de las palabras. Aunque el recitativ se prolongó
durante unas pocas décadas más, entró en una -ga hiberna-
ción con la llegada de la música romántica. Su ca 'a señaló el
fin de la música orientada a la palabra hacia final del
siglo XVIII.
55
todavía insistía en que las canciones de una sola estrofa
deberían recibir una música que observara estrictamente «la
declamación de cada palabra y cada coma», daba completa
libertad a la hora de poner música a los poemas de más de
una estrofa (Briefe 1:169-70) y recomendaba que la música
para las odas se hiciera según las emociones y no según la
métrica (2:78). La separación gradual entre el ritmo musical
y el metro poético condujo finalmente a las canciones
románticas «compuestas de parte a parte» [«through-compo-
sed»]. La sintaxis musical también se emancipó poco a poco
y, por la época de Forkel, el término período musical había
llegado a referirse, no a las frases verbales subyacentes, sino
a estructuras intrínsecas a la propia música (Gesch. 42).
Retórica y música
56
más estrecha y más amplia de lo que autorizan a pensar esos
casos: es más estrecha, porque contiene una serie de medios
e instrucciones específicos, y más amplia, porque en su forma
más desarrollada, encarna un ideal humanístico. Platón tenía
un pleito pendiente con la retórica, debido a que la veía
como el arte de los sofistas; Galilei no parece haber mostrado
ningún interés en las técnicas de la retórica. Mis razones para
separar la retórica musical de la teoría de las pasiones las
explicaré al principio del capítulo siguiente.
57
de la melodía. La música también cautiva a las mismas
bestias, incluso a las serpientes, los pájaros y los delfines. Y
cada palabra que hablamos, cada pulsación de nuestras venas
se relaciona, mediante los ritmos musicales, con los poderes
de la armonía. [Strunk 9 4 ] .
4
de una música retórica, curiosamente fueron sólo los alemanes los que
dedicaron algunos tratados sistemáticos a este tema. Las razones, sin
58
considerarse como típicamente barrocos, sea la música italiana,
alemana, francesa o inglesa, están unidos, directa o indirecta-
mente, con conceptos retóricos. [15:793-94)
59
retóricos musicales admitían que la invención no se dejaba
formalizar, aunque no dejaban de hacer algunos intentos,
pues las guías para la invención eran muy útiles en una época
en la que ciertas composiciones, igual que ocurría con los
sermones y discursos, tenían que prepararse de forma rutinaria
para celebraciones específicas. Así, por ejemplo, hubo autores
en el siglo x v n que compilaron largos catálogos de palabras
susceptibles de descripción musical, con lo que buena parte
de la composición se convirtió en un ensamblaje de estas
piezas musicales. En su primera obra, Mattheson se había
burlado de los que creían que la invención podía enseñarse,
pero, como muestra Arlt, por la época del Vollkommene
Capellmeister, el rebelde se había convertido en un conservador:
ahora ofrecía «ayudas» a ^ imaginación y se enorgullecía J e
wíiecer la primera discusión sistemática sobre la invención
melódica (Capellm. 133). Puesto que el genio no era preciso
para la creatividad, era perfectamente legítimo realizar un
uso ingenioso de los materiales tradicionales, en vez de
inventar algo original , y a los jóvenes • compositores se les
7
7
Draper ha mostrado que en Inglaterra, «'imitación' en el sentido de
copia era la concepción común en los diccionarios y retóricas, así como en
los comentarios de Aristóteles». Especialmente en la primera mitad del
siglo X V I I I , los teóricos «defendieron la 'imitación' en el sentido de copiar
modelos» (Mim. 375). Pero Draper minusvalora las interpretaciones verbales
y retóricas de la música, pues afirma que «la música vocal y operística de
la primera mitad del X V I I I no tenía, en su mayoría, la más mínima relación
con el texto» (393) y que ¡«la música absoluta era característica de esta
época» (385!
60
permiten todos los argumentos posibles sobre una tesis
filosófica, entonces pueden ofrecer también todas las inven-
ciones y expresiones musicales posibles correspondientes a
un texto dado (88). Si el pasaje era monótono y gris, la
música podría describir los antecedentes, circunstancias y
consecuencias. De esta forma, los maestros expertos podrían
poner música a un texto «cinco, seis o más veces, sin que
ningún aria se pareciera a la otra». Scheide permitía todavía
menos libertades a la composición, pues enseñaba que la
invención se producía únicamente sobre el tema principal,
mientras que el resto debería deducirse a partir de esta
premisa. Una vez que temamos decidida la idea original, el
resto no era más que elaboración estilística (82).
8
Un paseo por las habitaciones de una casa era una de las técnicas
retóricas más empleadas para memorizar las partes de un discurso.
61
emociones de apoyo y dudas, por medio de emociones
opuestas, y, por último, reforzarlas y unificarlas (Gesch. 50).
9
Entre los estudios antiguos sobre este tema cabe destacar los de Unger
y Brandes por ser los más exhaustivos. Para los estudios más recientes, ver
el artículo de Buelow sobre «Rethoric and Music» en el New Grove y a
Vickers, que hace algunas correcciones a este artículo. Algunos de mis
ejemplos los he tomado de un maravilloso programa de radio holandés que
ha sido publicado por Peter van Dijk y sus colegas bajo el título Musiceren
ais Brugman (Brugman fue el autor de un proverbial sermonario durante el
siglo xv).
62
música la hyperbole retórica, la exageración de lo normal o
probable, colocando una o varias notas fuera del pentagrama,
en las líneas suplementarias. Un ejemplo de esto se puede
encontrar en las sonatas de Kuhnau sobre historias bíblicas.
Kuhnau, Bach y otros utilizaron corrientemente las imitaciones
del segundo tipo, por ejemplo la anábasis (ver E j . 1) y la
catdbasiSy para representar el ascenso y el descenso respectiva-
mente. Kuhnau ilustra la huida de los filisteos tras la muerte
de Goliat mediante una fuga de notas que se mueve
rápidamente, lo cual es realmente un retruécano, pues no es
en absoluto necesario emplear la fuga para representar una
huida (Ej. 2).
63
5. Recitativo
Ejemplo 1
Ejemplo 2
64
undlegt dar- bei all Krank - hcit ab.iind kfct d a r - b t i all
Ejemplo 3
Ejemplo 4
65
N o vamos a ocuparnos con dema extensión de las
dos fases finales del proceso retórico. 1 íemoria, la memo-
rización de la obra, fue arduamente di < itida. De la acción
(actio) se ocuparon un buen numen de manuales en la
segunda mitad del siglo X V I I I , como se | I t de ver en las obras
de Quantz, C . P. E. Bach y Leopold Mjozart. Aunque estos
manuales fueran en muchos respectos d | lores de la retórica,
su atención a la práctica y el que I e dirigieran a una
Ejemplo 5
Circulatio en la Cantata n.° 131, «Aus der Tiefe rufe ich, Herr zu
dir.» de J . S. Bach. En el dúo «So du willst», el temor («dass man
dich fürchte») se expresa gracias a unas notas ondulantes.
66
audiencia más amplia y menos profesional, excluyeron un
tratamiento erudito de la ciencia de la retórica. La famosa
advertencia que lanzó C. P. E. Bach según la cual «se debe
tocar desde el alma, y no como un pájaro amaestrado» (105)
seguramente que no animaba al estudio de la retórica musical.
Ejemplo 6
67
música aplicaron sus teorías a la composición y, lo que es
más importante, contamos ahora con nuevas evidencias de
que incluso algunos de los compositores más importantes de
la época utilizaron conscientemente los principios de la
retórica en sus composiciones. Birnbaum, amigo íntimo de
Bach, afirmaba que Johann Sebastian conocía «de una forma
tan completa el papel y las ventajas de la retórica a la hora
de componer música que no sólo es un placer escucharle
hablar de las similitudes y concordancias entre las dos, sino
que resulta admirable observar la habilidad con que aplica
estos principios a sus obras». (Scheibe 997). Un número
creciente de estudios —entre los que cabe destacar un
artículo reciente de Úrsula Kirkendale, en donde se afirma
que la Ofrenda musical de Bach seguía cuidadosamente el
modelo propuesto en la Institutio oratoria demuestran el uso
práctico de las figuras y las técnicas de la retórica en la
9.
e
Chorui
Ejemplo 7
68
música de la época. Por la parte escéptica, es preciso señalar
que la aplicación de la retórica a la música no parece que
haya creado nuevas formas musicales; simplemente ha servido
para designar y quizás para dar mayor realce a las ya
existentes. De ahí que la aparición de una figura en una pieza
musical no prueba ipso fado que el compositor cuente
conscientemente con la retórica, especialmente cuando esto
ocurre a finales del XVIII, época en la que los tropos retóricos
ya no eran una materia esotérica. De ahí, también, que
queden tantas preguntas sin responder.
69
parte importante de la música del ' ii y X V I I I y, sin
embargo, juzgar, desde nuestra posic; ? ventajosa, que el
empuje que tuvo el esfuerzo teórico resultó ser un error. La
retórica musical se volvió problemátic ; lo cuando reclamó
los derechos exclusivos de interpreta* r en el campo de la
teoría musical, resistiéndose con elh il desarrollo de la
música puramente instrumental.
70
Música y pasiones*
71
deben estar separadas de las nociones retóricas, las cuales,
salvo algunas excepciones, tienen mucha mayor especificidad
y precisión.
72
misma línea, respondió a Platón abandonando la metafísica
de las proporciones y centrándose en cuestiones empíricas, y
sobre esta base desafió a los pitagóricos a demostrar la
audibilidad de la música de las esferas (De coelo 290).
73
y tal debería ser su uso, en esas ocasiones en las que se
persigue que la audiencia libere la emoción (katharsis) y no
que resulte instruida» (1341a). La flauta puede, pues, ser
valiosa, sin necesidad de representar pasiones ni de instruir.
1
Aristoxenos sostenía que una «ley natural», definida por lo; límites
de la voz, únicamente permitía dos intervalos de cuarto de t o n o sucesivos
en una escala (185). Por razones igualmente empíricas, no admite la música
de las esferas ni especulaciones similares. Pero la violencia de las críticas de
Aristoxenos al pitagorismo oscurece las premisas racionalistas de su
empirismo. Puesto que para él «el factor último en toda actividad visible
es el proceso intelectual» (195), los sentidos siguen siendo «instrumentos
inanimados incapaces de captar las leyes naturales de la armonía».
74
de los musió o «armonistas» que se opusieron a los canoniá
pitagóricos.
7S
se hicieron evidentes las muchas diferencias que siempre
hubo entre ellas.
La teoría de las pasiones del x v n modificó la noción
pitagórica de la armonía al permitir desequilibrios en las
transiciones, tensiones extremas y disonancias. El símbolo de
esta música nueva y emotiva ya no era Orfeo, quien amansaba
a las bestias y a los hombres mediante el poder de números
armónicos secretos, sino T i m o t e o (el músico legendario para
Dryden y Haendel), de quien se decía que en las fiestas de
Alejandro excitaba o calmaba la ira del rey según su voluntad.
El interés por los cambios de una pasión a otra hicieron que
aumentara el número de disonancias.
76
tradiciones herméticas y de la especulación cosmológica
antigua que Cardanus, Ficino, Agrippa von Nettesheim,
Paracelso y Giordano Bruno habían reavivado en el Renaci-
miento. La analogía entre los elementos, los humores y los
temperamentos no sólo fue adoptada por Fludd y Kircher,
sino también por pensadores de tendencia más cartesiana. La
contribución particular del siglo xvn fue reformular estas
analogías en términos de unos nuevos modelos mecanicistas
para explicar la circulación de la sangre y otros procesos
psicológicos . 2
2
De ahí que se vuelva a la terapia musical, basada en la creencia clásica
y bíblica según la cual la música, por actuar como un «cordial para la
mente perturbada» (Purcell) y ser un «don celestial para alargar la vida»
(Peacham), podría rcarmonizar el desequilibrio mórbido de los humores.
Kircher discute la teoría de las pasiones bajo el epígrafe de «Música
pathetica»; las enfermedades son, para Niedt, una Verstimmung
(«desafinación») del cuerpo (3:39) y para Mattheson son disonancias
(Capellm. 14). Tanto Baglivi como Kircher estudiaron el tarantismo, la
creencia según la cual ia picadura de la tarántula se curaba por una danza
extática y catártica.
77
a los coléricos les agradan las armonías agitadas, por la
vehemencia de su carácter amargo; los que gustan de la
marcialidad se inclinan por las trompetas y tambores, y
desprecian la música pura y delicada; los flemáticos se
deleitan con las voces femeninas, porque su voz aguda tiene
un efecto beneficioso sobre su humor flemático. [1:544]
78
principio y otra al final de su carrera: el Compendium es un
estudio matemático de la acústica y la armonía que no se
ocupa del aspecto subjetivo de la música, mientras que Les
passions analiza la física y la psicología de las pasiones sin
explicar su relevancia en el campo de la música.
79
c o n s o n a n c i a objetiva y definible matemáticamente, del placv.
subjetivo del oyente:
80
cuencias directas de las bases matemáticas de la armonía. Las
consonancias físicas son relaciones universales mensurables,
mientras que la belleza y el placer dependen del temperamento
innato, la historia personal y el entorno. Descartes llegó
incluso a insinuar una teoría asociacionista de la música, al
poner de relieve el papel del tiempo y la memoria en el
placer .3
3
A diferencia de Schüller (Pleasures) tengo la impresión de que los
tratamientos asociacionistas de la música durante el siglo x v m , especialmente
el de Hartley, son bastante decepcionantes, precisamente porque ignoran
virtualmente el papel de la memoria durante la audición.
4
Según Scháfke (Quantz 2 3 3 ) , la idea lanzada por Spinoza según la
cual las pasiones sólo se pueden apagar con otras pasiones (Etica pt. 3) fue
igualmente importante para las teorías de las pasiones en la música. Pero
Scháfke apoya esta afirmación únicamente con un dudoso t e x t o de Krausc
(81 8 3 ) .
81
a reforzar y perpetuar los pensamientos nobles y dignos en el
alma (art. 74). La utilidad principal del deseo guiado e
instruido adecuadamente es ayudarnos a conseguir la virtud y
el bienestar del cuerpo. El error normal no es desear con un
ardor excesivo, sino tener un deseo insuficiente hacia el bien
(art. 144).
82
filosofía «equivocadas» pueden dar cierto juego en el campo
de las artes: aunque las categorías cartesianas de las pasiones
no constituyeran un fundamento empírico ni lógico para una
teoría de las emociones musicales, podrían acabar convirtién-
dose en etiquetas para unidades musicales o estados emocio-
nales de personajes en el escenario, sin ninguna pretensión de
realismo psicológico. El cambio abrupto de una pasión
estática a otra, que es todo lo que permite el modelo
cartesiano, corresponde exactamente a la práctica barroca de
representar una serie de pasiones estáticas despersonalizadas.
En la Armide de Lully y Quinault, por ejemplo, toda la
trama está determinada p6r una serie de inversiones emocio-
nales, una fluctuación constante entre el amor y el odio,
entre el encanto mágico de Armide y el deseo de su
oponente de obtener la gloria militar. Las inversiones son
tan frecuentes y violentas que sólo la magia puede hacerlas
«plausibles». Una de las funciones de lo merveilleux en la
ópera barroca era permitir estas transiciones bruscas de una
pasión a otra. Un contraste parecido de emociones se
encuentra en las suites y los concerti barrocos. Tal como
afirma Georg Muffat en la introducción a sus nuevos concerti
italianos (1701):
83
es preciso que asumamos que Quinault o Muffat lo siguieran
al pie de la letra.
84
La aparición en Hamburgo ele Dcr critische Musicus
(1738-40) de Scheibe, y de la Neu eróffhete Musikalische
Bibliothek (1739-54) de Mizler, esta vez en Leipzig, representó
una nueva fase en la historia de la teoría de las pasiones.
Scheibe y Mizler, discípulos ambos de Gottsched, deseaban
educar a los músicos y oyentes instruidos. Ahora bien,
Mizler seguía la vena matemática de Leibniz y Wolff que
existía en el pensamiento crítico de Gottsched, mientras que
Scheibe era deudor de la retórica de su maestro. Siguiendo a
Gottsched, Scheibe creía que «no podemos equivocarnos si
decidimos que el intelecto y la naturaleza sean los únicos
jueces en materia musical» (38), y esta premisa le condujo a
condenar la especulación e Sncluso los excesos y empacho-
intelectuales del contrapunto (97-98) que detectaba en I .
música de J . S. Bach. Admiraba a Bach por su trabajo como
intérprete de órgano, pero pensaba que sus obras estaban
corrompidas por un estilo antinatural y ampuloso, debido a
un exceso de artificio (96-97) . 3
5
Bach pidió a su amigo Birnbaum, profesor de Leipzig, que respondiera
a los ataques de Scheibe. Por desgracia, la débil defensa de Birnbaum se
centró en trivialidades tales como si Bach merecía el título de compositor
o el de Musikant.
85
de ayudar al compositor, pero Burney tenía razón al afirmar
que Berlín estaba repleto de críticos musicales, la mayoría de
los cuales seguían fielmente la Affektenlehre. Entre ellos se
encontraba Marpurg, editor de los Beitrdge, y los miembros
del Montagsklub, una agrupación libre de músicos profesionales
y aficionados. C o m o aficionados cabe citar al teórico y poeta
Ramler; el jurista Krause, que fundó la primera escuela de
Lieder en Berlín y escribió Von der musikalischen Poesie; el
teórico Kirnberger, discípulo de J . S. Bach, y Rellstab,
compositor de canciones.
86
de los siglos xvn y x v m pensaron la música en relación con
las emociones. Seguramente creyeron también que una teoría
de tales pasiones era, al menos, posible, aunque normalmente
despreciaban las doctrinas. Un tratamiento rígido y pedante
como el que hace Junker en Tonkunst (1777) recibió duras
críticas por parte de Forkel (Bibl. 3:244). Pero si nadie se
puso seriamente a construir una teoría fue debido sobre todo
a razones de temperamento y falta de perseverancia y no
porque se pusiera en duda la posibilidad de tal empeño.
Pienso que este es el caso de Mattheson. Tal como se
muestra en muchos de los ensayos de New Mattheson
Studies, su obra era más 1* de un crítico ecléctico que la de
un pensador sistemático. Aunque utilizó con frecuencia el
término Affektenlehre y luego solamente en un sent do
restringido, seguramente creyó en la posibilidad de tal teoría,
por poco entusiasmo que pusiera a la hora de construir una
él mismo.
S" 7
insondable» de las pasiones. Era preferible dejar la cu non a
la sensibilidad natural de cada persona (19).
88
Ningún otro consenso de este tipo existía en el caso de
los otros intervalos, en parte debido a los valores cambiantes
que estaban unidos a la disonancia, y en parte porque los
estilos i módicos propiciaron unas nuevas interpretaciones
horizontales y melódicas de los intervalos. Mientras que los
semitonos descendentes —que con frecuencia se extienden
sobre el intervalo de cuarta: «lamento bajo»— habían funcio-
nado anteriormente como expresiones de tristeza, Quantz
consideró que los tonos cercanos que formaban un legato
poseían un carácter dulce y acariciador (108). Lo que buscaba
era una música equilibrada, graciosa y placentera en la que
las disonancias barrocas desagradables, repelentes o terroríficas
aparecieran sólo transitoriamente, cuando la música salta de
una emoción a otra o cuando los oyentes tienen que sei
sacudidos de sus cómodas posturas para prevenir al aburrí
miento: «Cuanto más ásperas sean las disonancia, más
agradables han de ser las resoluciones. Sin esta mezcla de
armonías agradables y desagradables, la música no podría
despertar las pasiones de repente y calmarlas de nuevo»
(227). Tales transiciones se hicieron cada vez más frecuentes
y Quantz abogó por una rápida alternancia de modos, «una
emoción diferente en cada compás» por así decir (108). C. P.
E. Bach fue un paso más allá al reafirmar la importancia de
las disonancias y recomendar que, en general, se tocaran con
más fuerza que las consonancias, pues «las exaltaciones
especiales de pensamiento cuyo significado es despertar sen-
timientos intensos deben recibir una expresión fuerte» (115).
Estos repentinos cambios de gusto impidieron la cristalización
de una doctrina consistente de las disonancias.
7
Hollander señala que la asociación entre la tonalidad y la pasión se
reforzó por un accidente lingüístico, a saber, que «los derivados del
término anglosajón 'mod' (en su origen 'orgullo', 'coraje' y por último
'sentimiento' en general) y los del término latino 'modus' ('medida',
'estructura', 'patrón') acabaran por coincidir» (209).
89
moderno de claves, que surgió en los siglos xvn y x v m ,
redujo la variedad de los modos clásicos y eclesiásticos a las
escalas mayores y menores, dejando abierta la cuestión de si
cada clave tenía una identidad afectiva. Mientras que Gaulticr
construyó cada canción de su La Rhétorique des Dieux (1672)
en un modo diferente para excitar una pasión diferente, J . S.
Bach, al escribir un preludio y fuga para cada clave en Das
wohltemperierte Klavier, probablemente no tenía la intención
e asignar un carácter emotivo a cada una de ellas. Sus
transcripciones frecuentes sugieren que no creía mucho en el
carácter emotivo de las claves, y seguramente estaría de
acuerdo con Heinichen en que «todas las claves o modos
musicales sin distinción son capaces de expresar muchas y
opuestas pasiones» (83).
90
del autor, el país, los materiales, el lugar, el tiempo, el tema,
la expresión, etc.» (entrada «stylo»).
91
Mattheson desconfiaba de las designaciones usuales de las
emociones, tales como Adagio y Allegro, escepticismo que
compartía con Quantz y C . P. E. Bach, aunque Q ntz
consideraba a tales términos como los principales indic; íes
de las pasiones (108). Krause estaba tan poco satisfecho con
estos vocablos que propuso una larga lista de términos
nuevos alemanes que incluía algunos tan curióse orno los
que a continuación se citan: glattgleitend («dulcemente desli-
zante»), edelmütig («de mente noble»), «suspiro de amante»,
c incluso «celebrando la primera muestra de amor del
amado» (Marpurg Beytr. 3:534). U n o se pregunta si Krause
tenía en mente alguna música en particular; en cualquier
caso, aparentemente deseaba ir más allá de las categorías
tradicionales y encontrar otras que le sirvieran para describir
las pasiones individualizadas.
i or consiguiente, es preciso dar la razón a Buelow y
J
92
noción de una «isomorfía» original es altamente discutible.
¿Cuál sería, por ejemplo, el contorno de una clave?
8
Q u e las palabras tengan c o m o función concretar los significados
musicales es una idea que sostuvieron entre otros, Harris (81), Beattie (147),
Brown (223), Mendelssohn (192) y Kórner (320).
93
Occidental, las descripciones emotivas basadas en "conven-
ciones" musicales expresivas son tan "objetivas" como las
convenciones mismas, tan defendibles como cualquier enun-
ciado cuya verdad descanse en la verdad de una generalización
psicológica, e igualmente respetables» (135). Las teorías de
las pasiones musicales del siglo x v m (probablemente el
esfuerzo más concertado de todos los tiempos por construir
un diccionario objetivo de las pasiones en un arte) no
confirma este argumento optimista, y si nos fijamos en un
período de la historia de la música occidental, las diferencias
relativas a las emociones musicales se vuelven más agudas.
Seguramente, mucho de lo que el siglo x v m consideraba
chillón y disonante ahora nos parece agradable y armonioso,
mientras que muchos significados musicales, fijados de forma
convencional y retórica, ya nos los entendemos, debido a que
ya no conocemos las convenciones relevantes. La hermenéutica
no se equivoca cuando sugiere que la apreciación del arte
implica una fusión de horizontes: nuestra percepción de la
forma barroca está configurada por nuestro propio horizonte
cultural y el desarrollo de las sonoridades modernas ha hecho
desaparecer el significado de la mayoría de las emociones
definidas convencionalmente en el barroco.
94
un ejemplo de este significado relacionando a los modelos
estructurales de la música con otros aspectos de nuestra
experiencia; tal es la tarea de la interpretación expresiva.
Pero hacer esto no es identificar un significado verbal
preexistente que sólo percibe la música. La conceptualización
verbal es secundaria, viene a continuación e ilustra el signifi-
cado musical primario. Es por eso por lo que buscar acuerdos
intersubjetivos en estas descripciones verbales, constituye
una empresa condenada, de antemano, al fracaso» (629-30).
9S
4
La mimesis en el arte
96
filosófica de la mano de la Aestheúca (1750-58) de Baumgarten.
Una de sus consecuencias para la música fue la reaparición de
la imitación como concepto teórico central. Las teorías
miméticas de la música han existido, por supuesto, desde la
antigüedad. Aunque fueron cuestionadas por Patrizi (Weinberg
765 y ss.) y otros en el Renacimiento, la mimesis siguió
siendo un concepto dominante en el estudio de las artes
durante los siglos xvi y xvn. Las teorías retóricas tendían a
. arse en la cuestión pragmática de cómo conmover a una
audiencia, aunque tácita o expresamente aprobaban o confir-
maban la función representativa o imitativa de las artes, según
se muestra de forma evidente en el uso de las hipotiposis.
No obstante, mientras que la imitación siguió siendo u i
concepto centra! en los discursos sobre la poesía y se utilh ó
de manera rutinaria en la composición, apareció muy raras
veces como término teórico en los tratados musicales del
siglo xvn y recuperó su papel central sólo cuando el siglo xvm
comenzó a poner de moda el llamado sistema de las artes.
Ahora bien, esta reaparición del término imitación no repre-
sentó una estética nueva: puesto que la representación de las
emociones era ya requerida por la teoría de las pasiones, la
renovada importancia de la imitación musical únicamente
significó un cambio de contexto y una nueva forma de
hablar.
Dubos
98
Batteux
99
las crudas emociones se regulan, i n t e n s ^ a n y pulen mediante
la consonancia, la disonancia y el gusto (41) La música depende
de las emociones naturales, pero en la belle nature es creadora,
«Nada es cierto, todo es artificio» (277 78). Batteux no es un
retórico de la música, y otorga a la música puramente
instrumental un papel mucho más importante del que le
asignaba Dubos. Mientras que este último limita las imitacio-
nes instrumentales a la esfera no hun na, Batteux piensa que
los instrumentos también pueden imitar las pasiones: «La
música sin palabras es también música. Expresa lamentos y
alegrías al margen de las palabras; éstas ayudan... pero no
añaden ni quitan nada que pudiera modificar su naturaleza y
esencia. El sonido es la expresión esencial de la música, como
el color lo es de la pintura y el movimiento del cuerpo, de la
danza» (40-41). Anticipándose a Rousseau, Batteux separa el
lenguaje, el órgano de la razón, de la música y de los gestos,
los lenguajes del corazón, que n o proporcionan un «diccio-
r
100
sinfónica instrumental «tiene una vida parcial, es sólo la
mitad de su esencia» (284); aunque la música no necesita
imitar al lenguaje, está «ejecutada a medias en palabras» (272),
y en los mejores pasajes musicales, la continuidad de los
sonidos expresivos constituye una «especie de discurso» (285),
un «sentido claro, sin obscuridad, sin ambigüedad» (281).
1
Diderot afirmaba que la obra de Batteux no tenía cabeza, porque no
definía la bello nature, pero otros se mostraron muy entusiastas con el
libro. Aunque la mimesis era la norma durante las décadas de 1750 y 1760,
el sistema de Batteux no fue la base inmutable de la estética francesa, tal
c o m o se afirma en el New Grove (art. «Expression»). Batteux carecía de
«sistema» y la mayoría de los defensores de la mimesis le criticaron,
aunque copiaron con frecuencia sus ideas.
101
La primada de la voz y la melodía
102
intérpretes. Los primeros conciertos públicos en Inglaterra,
Holanda y Francia popularizaron la música instrumental v
estimularon la composición instrumental, pero la aceptación
por parte de la crítica tardó mucho más en llegar.
103
(dc forma literal, Sulzer, Beattie (141), B u n i o (Hist. 1:22) y
jotros afirmaron que los instrumentos más ..-.¡vanos a la voz
humana eran los mejores. Así, Sulzer optó por el oboe
(art. «Instrumentalmusik»). Hiller (541) v otros adujeron
que los instrumentos sobrepasaban el re^¡ tro vocal; ahora
bien, dado que los sonidos que sobrepasaban este registro no
tenían mucho significado, el argumento no elevó ni un ápice
el prestigio de la música instrumental.
104
se acompañara con textos, Bach rechazó educadamente la
sugerencia:
105
no es [aún] música» (341, 363). La melodía excitaba las
pasiones, era primera en importancia frente a la armonía y la
fuente de la imitación.
106
teóricos se ocuparon del abuso de la armonía sobre la
melodía, y Burney señaló que el «venerable» J . S. Bach «pese
a su inigualable ingenio y sabiduría, consideró tan necesario
el amontonar a dos manos toda la armonía que podía abarcar
,que no tuvo más remedio que sacrificar la melodía y la
expresión» (Germ. 2:263). Según Sir William Jones, «Nuestra
ponderada armonía... no representa nada, ni expresa nada, ni
dice lo más mínimo a! corazón y, consecuentemente, sólo
puede ofrecer más o menos placer a uno de nuestros
sentidos». Así pues, la melodía, la «música de las pasiones»,
era infinitamente preferible a la armonía, «la música de los
meros sonidos» (556). Es^tas preferencias por la melodía se
vieron reforzadas por sentimientos anti-intelectuales y popu-
listas. Schubart, por ejemplo, menospreció la armonía, la
modulación y e! contrapunto, considerándolos como meros
ejercicios eruditos que no se pueden comparar con la belleza
de la invención melódica (11).
107
parte sus sentimientos democráticos: si las reglas de la
armonía «se descubren vía especulación y se basan en la
conveniencia», cualquier bobo sería capaz de componer (107).
Schumann llegó a afirmar más adelante, con más razón, que
la «melodía simple y agradable es el grito de guerra de los
dilettantes», aunque añadía que no hay música sin el tipo de
melodía que se encuentra en Bach, Mozart y Beethoven (95).
En cualquier caso, el je ne sais quoi de la melodía era un
arma frente a la insistencia en las reglas y el racionalismo en
la miisica. Mientras que los matemáticos de la música y
Batteux deducían todo a partir de ciertos principios centrales,
Scheibe simpatizaba con el empirismo de Mattheson (653).
Las reglas no tienen un valor a priori; son producto de la
historia y del contacto con la poesía y la retórica. De ahí que
el gusto no sea una capacidad innata, sino una habilidad
mental adquirida para juzgar nuestra experiencia sensible (278).
Tal como Rousseau sostiene más elegantemente en la Ency-
clopédie, el gusto pone anteojos a la razón (art. «goüt»). Los
principios aceptados por todos no son leyes naturales y el
genio tiene, por tanto, el derecho de violarlas.
108
no le agraciaban los excesos intelectuales y emocionales. Un
epigrama popular elevaba una acusación parecida c o n t r a
Rameau en Francia:
109
tuvieran una educación musical (103), ofrecía instrucciones
detalladas para la decoración de una pieza, y C . P. E. Bach
dedicó un capítulo entero al mismo propósito. Kirnberger
reconcilió estas exigencias contrapuestas estipulando que
cada aria, siempre que se viera privada de adornos, debería
reducirse a una simple coral (224).
2
Sobre la imitación general y en el xvm, ver Butor, Bukofzer (Allegory),
Cazden, Darnberg, Draper (Mim.), Harry Goldschmidt, Frank, Scháfke
(Quantz), Scher, Serauky (Nachalm.) y Winn. Serauky sólo se ocupa de
los tres últimos tipos de imitaciones señalados por mí (XII).
no
música no representativa. El segundo tipo tic imitación fue
acometida por la Camerata y se discutió en la prolongada
querelle des anciens et des modernes, pero, irónicamente, la
música resultante era más expresiva que imitativa en sentido
estricto. La imitación de compositores modélicos, mencionada
en el capítulo anterior, se pasó de moda con el culto del
genio a principios del x v m , aunque Sulzer, remando contra
la corriente, seguía recomendándola . 3
3
Sulzer sigue recomendando la imitación de modelos (art. «Nachah-
mung»). Según Draper, en Inglaterra la copia de modelos dio paso en el
segundo tercio de siglo «a la "imitación" de la naturaleza», mientras que,
durante el último tercio, la «"Imitación" se fue convirtiendo en una parte
cada vez menos importante de la crítica literaria» (Mim. 387). La división
puede parecer demasiado metódica, pero sugiere que los desarrollos
literarios corrieron paralelos a la música y no tras ella.
111
del hermano que partía . Con todo, la represento m de
4
112
aparece la palabra arco iris, intenta por todos los medios que
sus notas tengan la forma de un arco. Esto puede servir
como muestra de su juicio y gusto con respecto a la
expresión e mitaciót musicales» (Germ. 2:276).
5
Es posible encontrar críticas similares a Hándel en Beattie (127),
Brown (219), Robertson (444) y en el artículo de Schulzer «Gemáhlde».
113
Tales restricciones a la imitación musical de los sonidos,
movimientos y objetos no hacían sino reafirmar los principios
de la teoría de las pasiones. Lockman pensó que la música
era capaz de imitar palabras plenas «de sentimientos apasiona-
dos» pero no la poesía descriptiva naturalista ( x v m - x i x ) . De
forma parecida, Batteux distinguía las imitaciones de «sonidos
no pasionales y ruidos», una especie de «pintura paisajística»,
de las expresiones de «sonidos animados» a las que llamaba
retratos (283). Aunque admitía la validez de ambos tipos de
representación musical, la imitación de las palabras tenía que
integrarse en la expresión de las pasiones: «A menudo
nuestros músicos sacrifican e L t o n o general, la expresión del
espíritu que tiene que imperar en toda la obra, a una idea que
es accesoria e indiferente al motivo principal. Se entretienen
excesivamente en el retrato de un arroyo, la brisa u otra
palabra que pueda proporcionar una imagen musical» (288-89).
114
tretien sur le fus naturel, el estilo simple sigue a la modulación
de las emociones en el texto, mientras que el estilo figurado
ilustra los rayos y los truenos. El primero sigue los acentos de
la pasión y captura los lamentos violentos e inarticulados de
la naturaleza, mientras que el segundo realiza retratos. Pero
esta representación disminuye el impacto del patbos y se
dirige al oído, en vez de penetrar en el alma. Así pues, las
personas de gusto despreciarán a los poetas que se limiten a
ofrecer a los compositores una serie de motivos para que los
retraten musicalmente y tendrán en poca estima a los músicos
que pasen por alto la pasión dominante de una situación
(Oe. esth. 168-70). Sulzer califica a toda la música descriptiva,
incluidas las figuras ingeniosas del barroco y las imitaciones
directas, como artificios infantiles (art. «Gemáhlde»). Sólo se
debe imitar la naturaleza inanimada si la música acompaña a
un texto que hacer brotar esas imágenes en la mente
(art. «Mahlery»).
La interiorización de la imitación
115
como defensa de la música instrumental. Sir William Jones
pensaba que los instrumentos carecían las p bilidades
expresivas de la voz, pero podían lograr un representación
indirecta, «mediante un tipo de sustitución, esto es, desper- 9
116
¡a clave, la melodía, el movimiento, el ritmo, la armonía, el
tono, el instrumento y la intensidad (308-13)— es ya algo
evidente que esta imitación mediada del mundo externo redu-
ce los rasgos m i ales a una representación de las pasiones
b da en una asociación entre el sonido y la emoción. Esta
interiorización de la mimesis revitalizó, por tanto, la teoría de
las pasiones, puesto que intentó individualizar las emociones
y adquirir una mayor fidelidad mimética. El desarrollo de
instrumentos nuevos y más expresivos y el uso de un mayor
registro de sonido se pusieron ambos a! servicio de este
refinamiento de la imitación. La «primera regla» de Engel
revela que la teoría de la imitación no es más que una
variante de las teorías de la£ pasiones: «El músico debería
reproducir las impresiones (Empfindungen) más que los objetos
que las provocan; el estado mental (y, por ende, el corporal
que se produce tras la contemplación de ciertos objeto;-, y
eventos, en vez de los objetos y eventos mismos» (319-20)\
Engel y, posteriormente, Heydenreich (154-56), permitieron
la representación de objetos, siempre que no impidiera la
representación de las relaciones entre los objetos y los
sujetos (325-27). Forkel (Gesch. 55) y Herder (23:567) optaron
por una línea más estricta y su deseo era el de acabar del
todo con la representación de sonidos y objetos externos.
6
Engel, como Sulzeiv consideraba que la música era un arte emotivo y
veía con malos ojos la representación de conceptos (321, 325). En esto se
adelantó a Kant al distinguir las «ideas estéticas» de los conceptos, aunque
no supusiera que las primeras tuvieran fuerza generadora.
117
emocional que producían en nosotros, tuvo como resultado
un refinamiento en la mimesis psicológica. Salvo algunas
excepciones , los escritores continuaron creyendo que existía
7
1
Goldsmilh admiraba a Pergolesi por «saber cómo excitar nuestras
pasiones por medio de sonidos que, en ocasiones, parecen ser los opuestos
a las pasiones que expresan» (91-92). Rousseau señalaba al respecto que la
música italiana empleaba veces un tempo contrario al requerido por la
pasión (Ecrits 305).
118
5
Rameau
119
arte... La música es una ciencia que debería poseer reglas
definidas; estas reglas deberían extraerse a partir de un
principio evidente, y este principio no puede resultar conocido
sin que medie la ayuda inestimable de las matemáticas...
únicamente por la ayuda de las matemáticas se clarificaron
mis ideas y la luz reemplazó a cierta oscuridad de la que
antes no era consciente. [ X X X I I - X X X V J
Guiémonos, pues, por la sola razón, siempre que eso sea
posible, y acudamos a la experiencia sólo cuando deseemos
confirmación adicional de sus pruebas. [139-40]
1
Para una cronología de las obras de Rameau y de sus disputas con los
philosopbes ver el apéndice situado al final del libro. Rameau expresa su
apoyo explícito al m é t o d o de Descartes en la primera sección de la
Démonstration (Wr. 3:169-71).
2
C f . los t e x t o s de Marmontel, La Borde y Hawkins en Rameau,
Wr. 6 : 2 1 3 - 2 1 5 , 3:466 y 5 : 3 8 5 , respectivamente.
120
|
compositor y afirma que no ha podido soportar el paso del
tiempo. Con todo, el mismo Rameau consideraba que no
bastaba con «sentir los efectos de un arte o una ciencia, sino
que es preciso conceptualizar estos electos para explicarlos
de forma inteligible» (Tratado X X X V ) . Incluso aunque no
lograra llevar a cabo este propósito, tenemos que esforzarnos
por entender lo que significaba para él esta unidad postulada
entre el sentimiento y la reflexión, pues esto es lo que unía
sus talentos a los temas que preocuparon a su época.
3
Cf., por ejemplo, Serauky Nachahm. 32 y la introducción a la
antología de Rameau Musique raisonée. Sobre Rameau cf. también Chailley,
Doolittle, Ferris, Keane, Oliver, Pischner, Shirlaw y Suadeu.
121
figura patética y quijotesca que combatía sin esperanza al
ascenso imparable del empirismo, newtonianismo y el melo-
drama. Si bien esta imagen concuerda con la propia presenta-
ción de Rameau como racionalista y cartesiano metodológico,
no constituye una explicación completa de su orientación
filosófica; también creyó que su teoría era superior a las
anteriores porque era verificable experimentalmente. De hecho,
existe una tensión fundamental entre los aspectos matemáticos
y los físicos, entre la base lógica y la base experimental de su
teoría. El dominio de las matemáticas en el Traite y en sus
primeras obras da paso, en las ultimas, a una preocupación
por la física y metafísica de los armónicos; el cuerpo sonoro
(corps sonore) pasa a ser «el principio único, generador y
organizador de toda la música... y causa inmediata de todos
sus efectos» (Wr. 3:76). Entre los múltiples acordes posibles,
Rameau sólo permitía unos pocos, en parte porque creía que
esos pocos eran los únicos cuya raíz era natural, en parte por
la práctica musical tradicional y en parte porque pensaba que
algunos de los acordes excluidos resultaban desagradables
para el oído. Ninguno de estos principio* es compatible con
el cartesianismo. De hecho, la guerra que Rameau tuvo que
librar contra los filósofos se desató debido a su insistencia en
que la música es algo natural y no el resultado de una
construcción artificial. T a l como veremos en el debate entre
Rameau y D'Alambert acerca de la introducción de acordes
nuevos, fue Rameau quien insistió en la importancia de la
práctica musical . 4
4
Aunque Rameau defendió sus principios con un fervor dogmático,
cambió constantemente sus deducciones e incluso algunas de sus ideas
básicas. Su estilo experimental e innovador en la composición se aprecia,
sobre todo, en el enriquecimiento de la orquesta con nuevos instrumentos.
122
permiten forjar un nuevo sistema a partir de los materiales
heredados de Zarlino, Mersenne y Descartes: un principio
generativo-deductivo y otro permutacional. El principio
deductivo es central en el credo racionalista de Rameau,
aunque, tal como han visto Shirlaw, Chailley y otros, sus
premisas y sus deducciones son, con frecuencia, bastante
dogmáticas. La función real del principio deductivo es esta-
blecer una jerarquía entre los materiales musicales.
3
Por ejemplo, la cuarta perfecta (4:3) es más simple que la tercera
mayor (5:4), pero dado que Rameau considera la cuarta c o m o una
inversión de la quinta, la sitúa bajo la tercera. Rameau reconoce tres
consonancias primarias en el Tratado: la quinta perfecta y la sexta menor
y mayor respectivamente, dan lugar a las consonancias secundarias (16 y
40).
123
(Tratado 35, 110), la séptima dominante (y, por consiguiente,
todas las disonancias) es ella misma derivada . 6
—H
Ejemplo S
Los primeros armónicos del tono generador do son do', sol\ do"
y mi". Al «encajar» estos sobretonos en la octava inmediatamente
superior al tono generador, obtenemos el acorde mayor perfecto.
6
Tal como han visto Shirlaw (81-84) y otros, Rameau emplea dos
principios incompatibles en el Tratado para deducir los acordes: la división
del monocordio en los seis primeros números (el senario) y la adición
repetida de terceras. Esta última y otras formas de deducir los acordes ya
no son consistentes.
124
Así, la tríada mayor aparece ahora como si se hubiera
generado «naturalmente» a partir de un sonido fundamental,
gracias a sus armónicos. Rameau quedó tan impresionado
por el papel de los armónicos en armonía que llegó a afirmar
—erróneamente— que sólo los sonidos musicales poseían
armónicos, careciendo de ellos los ruidos estridentes (Wr. 3 : 2 9 ,
172). La consideración de los armónicos también le permitió
concluir que el acorde mayor con el sonido generador en la
base tenía prioridad sobre otras inversiones, los llamados
acordes de sexta y seis-cuatro (Ej. 9 ) .
Ejemplo 9
125
En la Démonstration, Rameau encuentra por fin la expli-
cación correcta, a saber: las cuerdas afinadas una duodécima
y una decimoséptima por debajo de una cuerda que vibre
tendrán, efectivamente, una covibración, pero no en sus
frecuencias fundamentales; una cuerda una duodécima más
baja se divide en tres segmentos y emite la octava inferior a
la nota generadora, mientras que una cuerda una decimosép-
tima más baja se divide en cinco segmentos y emite el propio
sonido generador. Rameau se aferró a esta observación para
probar el origen natural del acorde menor, aunque tuviera
que admitir que la tercera menor era todavía menos natural
que la mayor e incluso derivada de ella. C o m o argumento se
sirvió de la explicación bíblica de las diferencias de género:
«El modo mayor, el primer brote de la naturaleza, tiene ^ z.
fuerza, un brillo y, si puedo decirlo, una virilidad que lo
eleva por encima del menor y nos obliga a reconocerlo como
el señor de la armonía. Con una naturaleza menos simple y
única, el menor, por contraste, recibe cierta debilidad del
arte que, en parte, lo forma» (Wr. 3:207). Por lo tanto, el
menor, como Eva, es un producto indirecto de la naturaleza
que sólo es «indicado» por ella (Wr. 3:199).
126
convierte el acorde dominante en un acorde perfecto moviendo
la nota conductora de la disonancia a la nota fundamental de
la clave (Ej. 10).
3
XI
Ejemplo 10
127
de reposo de todo el movimiento . Tomando como punto de
7
7
Bemetzrieder, por ejemplo, sigue el principio de describir la música
c o m o un «arte de excitar los sonidos naturales [del acorde tónicol para
representar su vuelta lo que es mucho más agradable» (Diderot Oe. 12:495).
8
Según Rameau, el bajo fundamental se mueve mejor por las quintas
ascendentes o sus inversiones, las cuartas descendentes. Ambos movimientos
unen la tónica dominante y proveen una base para las cadencias perfectas
{Tratado 5 9 - 6 1 ) .
128
acordes y claves (Tratado 154-56, 163-64) y considera que «el
verdadero propósito de la música» es «la expresión del
pensamiento, el sentimiento y la pasión» (Wr. 4:194). Conside-
rando lo mucho que trabajó en el campo de la ópera, resulta
sorprendente el poco valor que atribuía al significado de las
palabras y a su inflexión retórica: «Tenemos que dejarnos
arrastrar por el sentimiento que inspira la música, sin refle-
xionar sobre él, sin pensar para nada en las palabras, hasta
que este sentimiento pase a ser el órgano de nuestro juicio»
(Wr. 3:297). Esta desconsideración hacia ei significado verbal
y la búsqueda concomitante de una semántica de los materiales
musicales indican que Rameau quizá no fuera un compositor
de ópera nato. Efectivamente, en sus Observations sur notre
instinct pour la musique, Rameau señala que puesto que la
música es algo natural a nosotros, podemos responder a ella
de forma instintiva (esto es, no verbal): las armonías de un
cuero sonoro resuenan, a su vez, en nuestra alma. Tales
nociones pitagóricas de la armonía fueron cada vez más
prominentes hacia el final de la vida de Rameau, aunque
acusaba a los filósofos de la antigüedad de haberse desviado
de la naturaleza.
129
sirven de fundamento a las ideas musicales de Rameau: el
primero es un principio combinatorio y permutacional que
permite la construcción generativa de los acordes y sus
respectivas progresiones cadencíales dentro de la armadura
del sistema tonal mayor-menor. Visto así, el sistema de
Rameau es un orden construido a partir de principios
generativos elegidos de forma completamente arbitraria. Sin
embargo, el propio Rameau contemplaba su sistema en
términos de un segundo principio que también opera en él:
el principio deductivo. Partiendo de las nociones de «cuerpos
sonoros» y armónicos intentó deducir todo y demostrar que
la música posee leyes perfectamente naturales. Por desgracia,
Rameau tuvo tanta fortuna a la hora de exponer su doctrina
entendida como un sistema de leyes naturales para la música,
que sus contemporáneos y las generaciones posteriores tendie-
ron a pasar por alto su dimensión combinatoria y constructiva.
Pierre Boulez, por ejemplo, ha dicho que la era de Rameau
ha llegado a su final, queriendo decir con ello que las
estructuras musicales ya no b.>san en entidades orgánicas
preexistentes (Pousseur 172). Esta afirmación, como ocurre
en la mayoría de la literatura existente sobre Rameau, parece
olvidar hasta qué punto Rameau fue el padre, no sólo de la
era que se le atribuye, sino también del tipo de pensamiento
que subyace en la música serial.
130
6
Rousseau
1
Respecto a este tema, ver también Baud Bovy, Duchet y Launy,
Kintzler en Ecrits sur la musique de Rousseau, Masón, Murat, Porset,
Starobinski y Wolker.
131
porque la letra media sobre el espacio y el tiempo, limit lose
a introducir presencia vivaen un estado de ausencia. E n
opinión de Derrida, Rousseau asume una posición ambigua
con respecto al logocentrismo. Por un lado, pretiere la
lengua hablada a la escrita, el lenguaje con acentos al
articulado y los jeroglíficos a la notación fonémica: «El
Ensayo sobre el origen de los lenguajes» opone la lengua
hablada a la escrita como presencia a ausencia y libertad a
servidumbre... La escritura adquiere el estatus de una fatalidad
trágica que hiciera presa en la inocencia natural, interrum-
piendo la edad dorada del discurso hablando presente y
pleno» (168). Pero Derrida va más allá de esta interpretación
tradicional de Rousseau, que encuentra su exponente más
reciente en Lévy-Strauss, mostrando que el lenguaje de
Rousseau corroe constantemente la tesis que defiende:
132
La mimesis y la música son centrales en este debate.
Según Derrida, «Rousseau está seguro de que la esencia del
arte es la mimesis. La imitación redobla la presencia, se
añade a ella suplementandola... En las artes vivas y, sobre
todo, en el canto, lo externo imita lo interno. Es expresivo.
Tinta* las pasiones. La metáfora que convierte a la canción
en una pintura es sólo posible... bajo la autoridad común del
concepto de imitación» (289). Aunque la lectura que hace
Derrida de ciertos textos del Essai y del Emile reconoce que
Rousseau, como Platón, presentaba objeciones morales y
didácticas a la imitación, de Man quiere mostrar que el Essai
se aleja de la mimesis, inejuso en términos no morales, sino
estéticos. C o m o prueba aduce un texto del capítulo 16 del
Essai que merece la pena que lo reproduzcamos aquí:
2
Aunque el Essai era una respuesta a Rameau, Rousseau comparte, en
esta obra y en la carta a Burney (Ecrits 3 9 9 ) , la opinión de Rameau según
la cual las notas o incluso los intervalos aislados tienen un significado
indeterminado. T a l c o m o escribió Rameau en su crítica a la Encyclopédie,
el intervalo do-fa puede significar, por ejemplo, un apostrofe, una pregunta,
una exclamación, una afirmación o una negación. La armonía es la única
que puede especificar el significado p o r medio de cadencias o modulaciones
(Vr. 5:51-55).
133
esto, como piensa de Man, una interpretación «de la música
como un sistema puro de relaciones que no depende en nada
de las afirmaciones sustantivas de una presencia»? N o parece
claro que para Rousseau «la música sea un mero juego de
relaciones» (128).
134
eso es el vacío: «El signo ha sido vaciado de substancia...
porque el significado en sí está vacío; el signo no debería
ofrecer su propia riqueza sensorial como sustituto del vacío
que significa» (127). La música está «hueca en su mismo
centro» porque el significado y la presencia han desapareci-
do (128).
135
En cuanto a los resultados, la lectura dt e Man del Essai
reúne dos intenciones antagónicas: por un I do, desea mostrar,
a la manera de la crítica deconstructiva, la - .bigüedad funda-
mental del texto de Rousseau; por otro, p nde conseguir la
reconstrucción de un significado histórico i cntico, frente a
una serie de malas interpretaciones. Pero la malas interpre-
taciones sólo pueden ser consideradas com> tales a la luz de
una intencionalidad histórica inequívoca, i istencia niega
el propio de Man. Mi propósito es demostré que las ideas
de Rousseau sobre la música no eran tan con si se las
examina en términos de su desarrollo inte .1 y del
contexto histórico. El error de de Man es i ir ab< r
una cuestión histórica con una actitud antinistorica y un
método ahistórico.
136
opinión de Derrida según la cual consideró que el mundo
estaba vacío de significado. El citado contraste entre la
naturaleza y el hombre se hace comprensible sólo si se tiene
presente que las ideas de Rousseau sobre la música se
desarrollaron en oposición a la tendencia naturalista en el
pensamiento de Rameau. Tal como señala acertadamente
Derrida, los temas de los capítulos 13 y 14 del Essai son
difíciles de entender fuera de su contexto inmediato, la
polémica con Rameau (210). En consecuencia, no tenemos
más remedio que atender a la polémica ignorada por de Man.
Rameau y Rousseau 1
137
Esta persistente adherencia a un proyecto matemático e
inspirado por la obra de Rameau resulta bastante extraña.
138
modulaciones frecuentes y no se puede utilizar en la música
atonal .3
3
Rousseau no podía saber que el cuaderno de notas de Euler contenía
un esquema de un sistema similar (Euler 3 . 1 . X I V ) . La idea de esta
notación es más propia de la cultura francesa, ya que las sílabas que
designan las notas (do, re, mi, etc.) tienen un significado fijo y otro
variable. El significado fijo representa simplemente las notas de la escala en
D o mayor, mientras que el variable representa la distancia de una nota a
la nota fundamental de cualquier escala mayor o menor: las sílabas
variables forman un modelo que se puede trasponer a cualquier punto de
origen. La contribución de Rousseau fue reemplazar las sílabas sin
significado por números que codifican la distancia desde la nota fundamental.
139
regusto pitagórico, aunque Rousseau insistía en aspecto
constructivo más que en la naturalidad de su sistei
4
Cuando se publicó este texto, es probable que tuviera la intención de
servir de respuesta a Rameau, quien había criticado las abstracciones del
sistema de Rousseau y la pérdida concomitante de la capacidad de
visualización. En el libro 7 de las Confesiones, Rousseau acabó por admitir
que Rameau tenía razón.
140
Rameau y también, paradójicamente, contra su glorificación
de la armonía, ya que veía en esto último un favorecimiento
del sonido físico sobre las cualidades espirituales de la
melodía. Así, la preferencia tardía de Rousseau por la
melodía se alimentó del mismo deseo de simplicidad y
economía que ya obraba en el proyecto de notación. Su
cambio de opinión respecto a la armonía de Rameau no debe
impedirnos apreciar la consistencia de su perspectiva básica.
5
Según la explicación (no confirmada por otra fuente) de Rameau, en
un primer momento fue él quien recibió el encargo, pero declinó la oferta
y tan sólo rogó que le fueran enviados los artículos para su evaluación.
141
publicación . En una carta del 27 de enero de 1749 afirma
6
6
No obstante, los artículos «dúo» y «musique» contienen referencias a
acontecimientos de la década de 1750 y, por tanto, su inclusión tuvo que
ser posterior, por parte de Rousseau o de los editores.
7
Los artículos «accord», «basse fundaméntale», «cadenee», «chiffrer» y
«musique» se ocupan de la teoría de Rameau. Rousseau alabó a Rameau
por reducir el número de acordes por inversión, por distinguir el bajo
continuo del bajo fundamental y por haber introducido principios generales
en un campo que antes era empírico y azaroso. También se muestra de
acuerdo en que la armonía, «el fundamento verdadero de la melodía y la
modulación», representaba el gran avance de la música moderna frente a la
antigua (art. «musique»). Esto lo atenúa con una crítica del «caos armónico»
de la ópera, pero la idea de «mermar» los acordes muy ruidosos es sólo
una sugerencia, por el momento (art. «accompagnement»). Ahora bien, las
principales críticas a Rameau aparecieron después de la muerte del
compositor.
142
El Dictionnaire de musique de Rousseau, más que resumir,
eliminar o corregir, se dedica a desarrollar los artículos de la
Encyclopédie*, aunque repetidamente critica a Rameau por no
haber demostrado las raíces naturales del modo menor. El
ingenioso sistema de Rameau, igual que el de Tartini y el de
Blainville «se basa en analogías y convenciones qtie cualquier
persona inventiva puede reemplazar mañana por otras más
naturales» (art. «harmonie»). T o d o s los sistemas musicales
actuales no son más que meras hipótesis (art. «systéme»),
productos accidentales de la historia. Mientras que en la
Encyclopédie todavía se habla de los principios de la armonía,
el Dicctionnaire considera que la fundamentación de las
claves en nuestra armonía no es más segura que los funda-
mentos emotivos de los modos antiguos. Con todo, los
ataques a Rameau se alternan con pasajes de alabanza e
incluso de reconocimiento de las detidas contraídas por él
(p. e., art. «harmonie»), que indican que Rousseau, incapaz
de desarrollar su propio sistema de música, había decidido
desplegar su batalla con el de Rameau. Para comprender la
respuesta filosófica de Rousseau a Rameau, tenemos que
abandonar el Diccionnaire y dirigirnos a sus otros escritos en
los que su estética musical se desarrolla en unión a stis
opiniones sociales, históricas y psicológicas.
Las cartas a G r i i i i i n
8
Kn u n a carta a de Laiande techada en marzo de 1 7 6 6 , R o u s s e a u
admite que el diccionario era desigual, incompleto y, en algunos puntos,
carente de originalidad; de los catorce artículos que recomendaba, cinco
eran completamente nuevos y tres habían sufrido una notable ampliación.
143
francesa e italiana, aunque no parece haber sido intención de
Rousseau, al menos en principio, el que su obra contribuyera
a esta polémica. Poco después, sin embargo, las opiniones de
Rousseau se convirtieron en el verdadero núcleo de los
debates.
144
original, sabiendo encontrar siempre lo verdadero y sublime
de cada personaje» (16:307).
145
Aunque sigue reconociendo que la melodía es un producto
de la armonía, Rousseau afirma ahora que el ritmo verbal
configura la melodía y «el carácter único de una música
nacional» (Ecrits 261, 264). Esta idea central en el pensamiento
musical tardío de Rousseau sirve como principio para clasificar
los estilos nacionales. La musicalidad del italiano contribuye
a la gloria de su música, mientras que el monólogo de la
Armide de Lully, a caballo entre el recitativo y el aria, ilustra
las consecuencias desastrosas que ha tenido para la música
francesa la nula musicalidad del francés: «No hay ritmo ni
melodía en la música francesa porque el lenguaje no es
susceptible de recibirlas». Además los franceses no tienen
música, «no pueden tenerla, y si la hubieran tenido alguna
vez, sin lugar a dudas habría sido peor para ellos» (Ecrits
322). Irónicamente, Rnmeau, el defensor de la armonía
supranacional, tiene que superar el obstáculo de escribir las
óperas en un lenguaje nacional mutilado congénitamente.
146
fina podrán desarrollar la mejor gramática, pero la mú-
sica mejor se escribirá en el país que posea el lenguaje más
apropiado para esto (Ecrits 269-70). La melodía italiana
florece sobre la «dulzura del lenguaje», el «ritmo absolutamente
preciso» y la «audacia de sus modulaciones» (Ecrits 279-80),
mientras que en un «hipotético» país que posea un lenguaje
amusical, los compositores tienen que suplantar la ausencia
de musicalidad verbal con modulaciones «frías, carentes de
gracia y de expresión» o trinos y cadencias artificiales.
147
madre de la melodía» (Wr. 5:46), puede engendrar pasione
porque las melodías son emocionalmente indeterminadas
(5:51-52), y sólo la armonía puede codificar las emocione* n
la música de forma científica. Según Rameau, su tarea
consistía en hacer explícitas las reglas científicas que siempre,
aunque «de forma instintiva», habían guiado la composición
y la audición, e ilustra lo que quiere decir ofreciendo un
análisis línea por línea del monólogo de la Armide de Lully,
para revelar lo que Lully había hecho inconscientemente y
Rousseau había pasado por alto, a saber: la representación de
las emociones por medio de las progresiones y modulaciones
de los acordes. Incluso llegó a completar ciertos pasajes del
bajo cifrado de Lully, argumentando que simplemente estaba
sacando a la luz las intenciones inconscientes de Lully.
148
constituye un punto de unión entre la polémica con Ramean
y los objetivos más amplios y filosóficos del Ensayo, en el
que ya no se encuentra ninguna referencia personal al composi-
tor. El Ensayo surge, pues, en gran medida debido a los
asuntos musicales y puede considerarse «como una respuesta
indirecta y filosófica a Rameau» (Duchez 48).
9
Starobinski y Derrida muestran, desde distintas perspectivas, que los
«ruidos animales» no son el lenguaje original para Rousseau. Tal como
afirma Derrida, no hay grado cero para Rousseau, porque «el lenguaje
surge de su propio proceso de degeneración» (345).
149
lenguaje armonioso. El dominio de los pueblos criados en los
climas nórdicos, con oídos rudos e insensibles para la música,
privaron de ritmo a la melodía, de forma que ahora se ha
convertido en un ruido insistente y chillón que no produce
el más mínimo placer moral (Douchez 75, Ecrits 335).
150
Rousseau cambió sus ideas constructivistas y formalistas por
una noción de mimesis abiertamente tradicional. Pero, en
otro sentido, se puede ver una continuidad entre las dos
posturas en un plano más profundo. En un primer momento,
se elogiaba que el arte de «las relaciones puras» desmateriali-
zaba el sonido, mientras que ahora la desaparición del
contenido referencial en un arte meramente relacional es
sospechosa de poner en un primer plano el carácter material
del significante. Rousseau percibe ahora en el formalismo
una especie de mateiiaüsmo, porque, a diferencia de las
concepciones pitagóricas, la forma no apuntaría hacia un
significado espiritual. Estt cambio está relacionado, sin duda,
con las ambigüedades internas de la teoría armónica de
Rameau. Tal como se explica en la voz «música» de la
Encyclopédie, la teoría de Rameau había llamado, en principio,
la atención de Rousseau, porque atribuía el poder de la
música a las relaciones abstractas entre sonidos reales. No
escapó a la atención de Rousseau el que Rameau fuera
prestando cada vez más atención a los fundamentos físicos y
naturales de su teoría a costa de las relaciones matemáticas,
tal como se evidenciaba en la importancia que cobraron las
ideas sobre el cuerpo sonoro. Este nuevo fundamento natural
apareció ante los ojos de Rousseau como una forma de
materialismo, pues consideraba absurdo el qi*e la mera vibra-
ción de los cuerpos físicos pudiera genera, in significado
musical. Su aversión metafísica y moral a c i idea se vio
reforzada por las dudas acerca de su seriedad ci tífica. Si las
bellezas de la armonía, especialmente el modc nenor y las
disonancias, sólo se podían apreciar por el o lo educado,
entonces tenían que haberse originado con el hombre más que
con la naturaleza (Essai 155-57, 193). Las reglas de la
composición tienen que ser convenciones culturales.
151
superiores a las extravagancias de color, fastuosidades y
falsos truenos de la ópera (Essai 140, 153). Las imitaciones
musicales deben transformar los sonidos y objetos del mundo
externo: «Los objetos deben hablar para que puedan hacerse
entender; una especie de discurso tiene que acompañar
siempre a la voz de la naturaleza en cada imitación. Los
músicos que quieran verter ruido por ruido se equivocan...
Hay que enseñarles que el ruido hay que transformarlo en
una canción, que si las ranas croan, es preciso i ¡acerías
cantar» (Essai 161).
«tanto por medio del sonido y del ritmo, como por medio de
la articulación y la voz» (Essai 141), entonces la música, una
de las partes de la musiké, amplió el rango de la expresión
lingüística expresando lo inefable por medio de la voz:
10
Los comentarios de Rousseau sobre Gluck demuestran que su
forrma de entender la imitación del lenguaje no constituye ninguna
retórica de la música ni contiene ninguna retórica de la composición. La
entonación tenía que imirirse para expresar pasiones, no conceptos y
nunca a expensas de la melodía.
152
distintos idiomas y los giros lingüísticos que ciertos movi-
mientos del alma crean en cada lengua; habla, en v e z de
limitarse a imitar, y su lenguaje inarticulado, aunque rápido,
a n l i e n t e y apasionado tiene cien veces más energía que la
p a l a b r a misma. [Essai 159]
153
por las impresiones sucesivas de un discurso son muy dife-
rentes de las generadas por la presencia del objeto, presencia
que nos posibilita una percepción total e instantánea... Los
signos visibles traducen más exactamente la imaginación,
pero nuestro interés se despierta mejor mediante sonidos»
(Essai 35). Al ser un arte de la ausencia, la música moviliza
la memoria y la imaginación, debido a que trae ante nuestra
presencia a toda una tradición cultural y porque la atención
a la repetición acrecienta el placer musical (Essai 155 y 165).
11
Mi lectura es bastante compatible con la interpretación alegórica
llevada a cabo por de Man a propósito de Rousseau y el Romanticismo.
154
convertir una pérdida parcial —la del mundo físico— en una
«negación de toda presencia», de Man pierde de vista lo que
se ha obtenido en el campo de la voz personal, la duplicación
expresivo-mimética de la persona en la música. Para ser más
precisos, la voz cantante resuena en un mundo que está vacío
de presencia metafísica. El poder de la música para Rousseau
es, precisamente, crear la presencia en la condición de la
ausencia, no sustituyendo o rememorando en nosotros lo
divino, sino, en palabras del Essai, creando un espacio
humano: «Tan pronto como los signos vocales golpean
nuestros oídos, nos anuncian la presencia de un alma parecida
a la nuestra. Anuncian a un ser similar a nosotros; son, por
así decir, los órganos del alma, e incluso aunque nos pinten
la soledad, nos revelan que no estamos solos» (Essai 175).
155
El intento de Rousseau de encontrar erf la historia una
respuesta a Rameau también nos da pie para hacer un
comentario final sobre las cuestiones críticas contemporáneas
a las que acabamos de hacer referencia. De Man malinterpreta
el Essai porque no tiene en cuenta su ímpetu genético.
Derrida alcanza una interpretación más plausible histórica-
mente, a despecho de su intención de ilustrar la proposición
general según la cual «la lectura debe liberarse a sí misma, al
menos en sus ejes centrales, de las categorías clásicas de la
historia» (7). Esta denigración de la historia tiene utilidad
como antídoto frente a la mera descripción y los estudios
mecánicos de las influencias, pero eso no quiere decir que
todas las aproximaciones genéticas sean absolutamente super-
fluas. De hecho, uno de los logros más admirables del libro
de Derrida es la exploración cuidadosa, persistente, trabaje""
y lúcida de las ambigüedades que se extienden por la obra de
Rousseau, a través de la evidencia histórica. ¿Acaso no es él,
precisamente en este sentido, un heredero de Rousseau que
combate a los Rameau de nuestros días?
156
7
D'Alembert
157
para desinflar las grandiosas ambiciones de Rameau. En
cualquier caso, los Elémens relegan toda la parte matemática
a notas a pie de página y omiten todas las referencias a la
resonancia física del cuerpo sonoro así como las propias de la
metafísica de la armonía: «El único propósito es mostrar
cómo se puede deducir de un solo principio de experiencia
las leyes de la armonía, que los músicos han encontrado, por
así decir, dando palos de ciego» (Eléms. V - V I ) . T a l como
puso de relieve Condillac, de forma sumamente elegante, al
censurar el libro, «M. Rameau debería sentirse orgulloso de
ver al alcance de todos los lectores inteligentes un sistema
del que él ha descubierto los principios, y que, tal como yo
lo veo, sólo precisa ser conocido para recibir la aprobación
inmediata», una admiración que Condillac secundó en su
Ensayo sobre el origen del conocimiento humano (2.1.5). En
efecto, cuando D'Alambert envió a Rameau una copia de
«mi, o más bien, su obra», el último expresó públicamente su
gratitud a ese «sabio de maneras simples y sentimientos
elevados» por presentarle con «el testimonio más glorioso a
que podría aspirar cualquier autor» (Rameau Wr. 6:233, 238).
Llegó a admitir, incluso, que sus ideas nunca habían encon-
trado una expresión tan clara.
1
C f . Pappas (querelle) y W a c h t s . A propósito de D'Alambert ver
también Bernard, Doolitle, Essar y Jullien. Las citas de Le Neveu de
Remeau se basan en la edición de Jacques Barzun, Rameau s Nephew and
Other Works (Indianápolis: Bob-Merrill, 1964). [A su vez, a la hora de
traducirlas al castellano, hemos tenido presente la edición de Carmen Roig
para la editorial Cátedra, Madrid, 1985 ( N . del T . ) ]
158
pública tuvo que haber dado a Rameau la impresión de que
era bastante crítico respecto a la ópera francesa. Rameau, quien,
al menos en apariencia, estaba deseoso de mantener buenas
relaciones, intentó restringir su crítica a la Encyclopédie a las
contribuciones de Rousseau, pero al final de sus Erreurs no
pudo dejar de aclarar a los editores que «en música, uno se
limita a intrepretar la naturaleza, y las opiniones están fuera
de lugar» (Wr. 5:128).
159
para desinflar las grandiosas ambiciones de Rameau. En
cualquier caso, los Elémens relegan toda la parte matemática
a notas a pie de página y omiten todas las referencias a la
resonancia física del cuerpo sonoro así como las propias de la
metafísica de la armonía: «El único propósito es mostrar
cómo se puede deducir de un solo principio de experiencia
las leyes de la armonía, que los músicos han encontrado, por
así decir, dando palos de ciego» (Eléms. V - V I ) . Tal como
puso de relieve Condillac, de forma sumamente elegante, al
censurar el libro, «M. Rameau debería sentirse orgulloso de
ver al alcance de todos los lectores inteligentes un sistema
del que él ha descubierto los principios, y que, tal como yo
lo veo, sólo precisa ser conocido para recibir la aprobación
inmediata», una admiración que Condillac secundó en su
Ensayo sobre el origen del conocimiento humano (2.1.5). En
efecto, cuando D'Alambert envió a Rameau una copia de
«mi, o más bien, su obra», el último expresó públicamente su
gratitud a ese «sabio de maneras simples y sentimientos
elevados» por presentarle con «el testimonio más glorioso a
que podría aspirar cualquier autor» (Rameau Wr. 6:233, 238).
Llegó a admitir, incluso, que sus ideas nunca habían encon-
trado una expresión tan clara.
1
Cf. Pappas (querelle) y Wachts. A propósito de D'Alambert ver
también Bemard, Doolitle, Essar y Jullien. Las citas de Le Neveu de
Remeau se basan en la edición de Jacques Barzun, Rameau s Nephew and
Other Works (Indianápolis: Bob-Merrill, 1964). [A su vez, a la hora de
traducirlas al castellano, hemos tenido presente la edición de Carmen Roig
para la editorial Cátedra, Madrid, 1985 (N. del T.)]
158
pública tuvo que haber dado a Rameau la impresión de que
era bastante crítico respecto a la ópera francesa. Rameau, quien,
al menos en apariencia, estaba deseoso de mantener buenas
relaciones, intentó restringir su crítica a la Encyclopédie a las
contribuciones de Rousseau, pero al final de sus Erreurs no
pudo dejar de aclarar a los editores que «en música, uno se
limita a intrepretar la naturaleza, y las opiniones están fuera
de lugar» (Wr. 5:128).
i
159
considerado a los acordes como compuestos ¿le terceras
mayores, menores, disminuidas o aumentadas: «M? temo que
la mayoría de los músicos, cegados por la rutina o por los
sistemas, no han sabido extraer de la armonía todo el
conocimiento que podían, y han excluido una infinidad de
acordes que podrían producir buenos resultados en muchas
ocasiones». Si, por ejemplo, do-mi-sol-si es un acorde bona
fide ¿Por qué no son igualmente permisibles do-mi >1# -do,
do-mi-sol# -si, do- mib-sol si, do-mib -solb -do, o do- mib -solb
-si? ¿Es la razón, la tradición cultural o la naturaleza lo que
decide en estas cuestiones? D'Alambert no llegó a sugerir
que el oído pudiera acostumbrarse a cualquier combinación
tonal que se pudiera inventar, y admitía cautamente que la
decisión recae, en última instancia, en el oído y la experiencia.
Pero, confrontando los que existían en su tiempo con las
posibilidades lógicas, animó a la realización de experimentos
que pudieran acostumbrar al oído a los nuevos acordes.
C o m e n t a n d o el artículo de Rousseau sobre los géne-
ros, indicó que la historia y la cultura condicionan el
oído.
160
Si la música pertenecía al reino de lo posible y lo
potencial, entonces el bajo fundamental difícilmente podría
ser un producto de las leyes físicas de los cuerpos sonoros,
tal como había afirmado Rameau. El «primer» producto de la
naturaleza, el acorde perfecto mayor, carecía incluso del
primer armónico natural, la octava. «Todos los otros acordes,
sean estos consonantes o disonantes, son productos del arte,
y cuanto más disonantes, más artificiales son... Por tanto,
debemos rechazar el principio según el cual el acompañamiento
representa el cuerpo sonoro y, al menos, debemos poner en
duda las reglas que hemos establecido basándonos en ese
único fundamento». De ahí que D'Alambert se mostrara de
acuerdo con Rousseau en que la mayoría de las reglas de
Rameau no eran leyes naturales, sino meros «productos de la
reflexión» y que la armonía era un acompañamiento que
nunca debía imponerse por encima de la melodía: puesto que
«la armonía sirve para reforzar a una bella canción... reconoz-
camos que la melodía es normalmente el objeto principal que
agrada al oído».
161
Específicamente, D'Alambert opinaba que la explicación
física de la música que se ofrecía en el primer capítulo de la
Génération harmonique de Rameau resultaba ser una pura
conjetura equivocada . 2
o:466) .
3
2
D'Alambert se muestra ahora favorable al esquema rival propuesto
por Tartini y Serré, que sostenía que el bajo fundamental se generaba por
las dos voces superiores. La teoría de Tartini se convierte, en seguida, en
el punto central en torno al cual se agrupan los oponentes de Rameau.
3
D'Alambert se sintió ofendido cuando Rameau renunció al título
previsto, Mémoire y optó por Démostration, que suponía una nueva
perspectiva del texto. También llegó a creer que Rameau quería convertir
a la música en el fundamento de la geometría. Aunque Rameau no llega a
decir esto de forma explícita, en sus últimos escritos atribuyó un
significado mctafísico a la armonía musical.
162
Pero su objeción a la deducción y a la sistematización iba de
la mano de su sugerencia de ampliar el campo imaginativo y
el vocabulario de la música. Su actitud hacia el vocabulario
matemático, puramente inventado y, por tanto, sin lími-
tes, le permitió concebir una organización musical que no
debía nada a la naturaleza. Su contribución al campo de la
teoría musical, pionera, aunque poco reconocida, fue la idea
de que todas las combinaciones de terceras posibles dentro
de una clave dada son materiales musicales potenciales y no
sólo aquellas que se considera que tienen una raíz natural. Su
deseo de enriquecer el vocabulario musical se viene a añadir
a su idea según la cual no se puede imponer ningún sistema
sobre la música hasta qufe no hayamos aumentado nuestra
experiencia sobre los sonidos. El objetivo principal de los
sistemas no es descartar lo que no encaja, sino abrir posibi-
lidades a los nuevos descubrimientos por medio del método
del ensayo y error (Oe. inéd. 140-41).
4
Las célebres palabras de Rousseau con las que se cierra el capítulo 16
en el Essai sur ['origine des langues reafirman la idea de D'Alambert: «[El
compositor] no representa las cosas directamente, sino que excita en el
alma los mismos sentimientos que se despertarían si las estuviésemos
viendo» (177). Webb (134) y Cahusac (art. «expression» en el Suplemento
a la Encyclopédie) tomó prestada esta idea del artículo sobre la imitación del
Dictionnaire de Rousseau.
163
ha entendido la imitación musical es adecuada y n o c losa. El
arte del músico n o consiste, en absoluto, en o f r e c c i pinturas
directas de los objetos; más bien, pone el alma en una
disposición que recuerda la disposición producida por la
presencia de los objetos mismos» (Corr. 2:160).
164
i
muchas cosas cuyas imágenes musicales son tan perniciosas
como lo serían sus imágenes poéticas» (Federico II, Oe.
24:466). La actitud de Federico era la correcta, pero su
referencia a las representaciones figurativas de sonidos naturales
posibilitó que D'Alambert respondiera que nunca afirmó que
la música tuviera la capacidad de representar cualquier cosa,
sino que se limitó a sugerir que la música puede a veces
«ponernos en un estado mental parecido al que se produce
ante ciertos objetos de la visión» (Oe. 5:270). Así pues, las
objeciones de Federico a la imitación figurativa se quedaron
sin responder.
i
D'Alambert intentó ampliar la mimesis, en parte porque
pensaba que la música era imperfecta, intrínsecamente vaga y
demasiado indeterminada para representar las emociones co-
rrectamente. Para refinarla, habría que traducirla o interpre-
tarla, bien mediante la explicitación en palabras del contenido
emocional, bien mediante la utilización de figuras intelectuales.
La música instrumental representaba pobremente las pasiones
y no era más que mala música (Oe. inéd. 135-182).
I S »J
Í
165
Diderot
1
Sobre Diderot, cf. Bardez, Banicelli, Belaval, Chouillet, Crocker
Dieckmann, Duchet y Launay, la introducción de Fabre a Diderot, Oe.
esth., Gamilschegg, Hugo Goldschmidt, Musikásthetik, H e a r t z , Lang,
Did. O ' G o r m a n , Schlósser, Spitzer, T h o m a s y Trilling.
y
Además de las obras de las que vamos a hablar, los escritos musicales
de Diderot incluyen los artículos de la Encyclopédie sobre instrumentos
musicales, algunas contribuciones a la querelle des bouffons, el tercedr
Entrenen sur les fils naturel (1757) y algunas anotaciones dispersas sobre el
drama musical. E s difícil valorar hasta dónde llega su contribución a la
Démonstration de Rameau (Rameau, Wr. 3 : X X X I X - X L 1 ) .
166
muestra «único, brillante, sofisticado, culto, a veces incluso
demasiado». Este descubridor de las fuentes de la armonía
ofreció al publico «ariettas elevadas, arias sensuales y pinturas
tonales expresivas» y «capturó los sutiles matices que separan
la ternura del deseo, el deseo de la pasión y la pasión de la
lascivia» (Oe. 4:174-76).
167
4:84); las pinturas, los poemas y la música nos dan placer
«por medio de las relaciones que percibimos en ellos»
(Oe. 1:406).
168
Y o no digo... que alguien que atienda a un concierto deba
saber... que un sonido tiene la ratio de 2:4 ó 4:5 respecto a
otro. Es suficiente que perciba y sienta... que los sonidos de
esta pieza musical tienen relaciones, entre ellos mismos o con
otros objetos. [Oe. esth. 419]
169
filtro distorsionante de la percepción. Una ciencia de la
mimesis se enfrenta al obstáculo adicional de que existe una
discrepancia inevitable entre el objeto y el medio de representa-
ción, tal como se muestra inconscientemente en la sección
central de la caótica, pero estimulante, Lettre, al tratar de las
dificultades de representar la vida psíquica. Las imitaciones
perfectas son imposibles, porque «el estado de nuestra alma
es una cosa y la explicación que ofrecemos de este estado a
nosotros mismos o a otros es otra cosa muy distinta...
Nuestra alma es un lienzo móvil en el que no dejamos de
pintar; describir fielmente este lienzo nos lleva muchísimo
tiempo, pero en realidad se trata de una totalidad que existe
toda de una vez: la mente no marcha al mismo paso que la
expresión» (Oe. 1:369).
170
El interlocutor de Diderot pregunta acertadamente por
qué la música tiene la obligación de representar, si su «fina
red de jeroglíficos» es más indistinta, general y sugerente que
la del lenguaje. Ciertas composiciones deleitan a todo el
mundo, aunque no convocan imágenes ni constituyen pinturas
jeroglíficas. Pero Diderot, sin llegar a repudiar del todo a la
música no representativa, no se muestra de acuerdo con que
se extraiga esta conclusión de sus ideas. La música sin referencia
es como un arco iris, que sólo nos ofrece el placer de «las
sensaciones puras y simples»; si queremos que el placer sea
más elevado, la «verdad de la imitación» tiene que acompañar
a la armonía (Oe. 1:407-8$. Elsto sugiere que la comparación
de la copia con el original proporciona un placer intelectual.
De hecho, según Diderot, los oyentes seducidos por los
placeres viscerales del sonido puro no pueden juzgar la
calidad de la imitación; «Casi siempre exceden esa emoción
gentil en la que el sentimiento no excluye la comparación»
(Oe. 1:408).
171
¿Qué analogía existe entre l<>> esquemas [de intervalos y
duración], por un lado, y la jíimavera, la oscuridad, la
soledad... y todos los objetos, p< otro? ¿Cómo es que de las
tres artes imitativas sea precisamente la que tiene la expresión
más arbitraria y menos precisa aquella que tendría que hablar
con más fuerza a nuestra alma? ¿No será porque cuanto
menos nos muestra los objetos, más espacio deja para nuestra
imaginación? [Oe. 1 ¡408-9]
172
años siguientes optó por la mimesis, no porque hubiera
resuelto por sí mismo sus problemas, sino porque se había
desencantado de las matemáticas de la música y, tal como se
indica en De Vinterprétation de la nature (1753), de las
matemáticas en general. Este cambio tuvo también que ver,
seguramente, con la amistad que hubo entre Diderot y
Rousseau. Este último había criticado las relaciones de
Diderot en la Encyclopédie (art. «consonance»), considerándolas
como meras hipótesis. La crítica fue secundada por el
artículo «fundamental» de D'Alambert. C o m o resultado, las
relaciones y la idea concomitante de la obra de arte autónoma
desaparecieron de la estética de Diderot; pero, tal como
veremos, su aceptación de la mimesis nunca llegó a ser
incondicional.
El sobrino de Rameau
173
podría ver mi lengua colgando fuera de la boca y no darme
un vaso de agua» (Oe. 5:460). Tales dosis de inhumanidad
podrían ser pasadas por alto en un Racine, pero Moi se
admira de que los italianos no entierren las «ideas inconexas»
de Rameau, igual que Rameau había enterrado a Lully
(Oe. 5:390, 395, 462).
174
Mezcló treinta arias diferentes, francesas, italianas, cómicas,
trágicas, cada una en su estilo. Unas veces cantaba como ba-
rítono, otras, forzando un falsete, alcanzaba a duras penas las
notas más agudas de algún aria, imitando los gestos y el
caminar de muchos personajes; mostrándose, sucesivamente,
furioso, apaciguado, señorial o burlón. Primero se trataba del
llanto de una damisela, para lo cual imitaba los quejidos
pertinentes; después era un sacerdote, un rey o un tirano;
amenazaba, ordenaba o rabiaba. Otras veces era un esclavo
que obedecía, se humillaba, tenía el corazón partido, se
lamentaba o reía; sin perder nunca el tono, el lenguaje o las
maneras propias de cada situación... Se parecía a un poseso,
tenía un entusiasmo tan cercano a la locura que dudábamos
que se pudiera recobrar. Podría haber sido puesto en un coche
y enviado a una celda acolchada... Su arte era completo:
delicadeza de voz, fuerza expresiva, verdadera aflicción...
¿Sentí admiración por él? Sí, lo hice. ¿Sentí también pena? En
efecto, así fue. Pero había algo de irrisión mezclado con estos
sentimientos que los desnaturalizaba.
175
erigía, pájaros que rompen el silencio del atardecer, aguas que
murmuran por parajes fríos y solitarios o que caen en cascada
desde una montaña, una tormenta, un huracán, la angustia de
los que están a punto de morir, mezclada con el rumor del
viento y el ruido del trueno. Fue la noche y su oscuridad,
sombra y silencio —pues también el silencio se puede describir
con sonidos. Había perdido por completo sus sentidos.
[5:463-65]
música defendida por Rousseau, tal como piensa O'Gorman (152-53). Este
autor señala acertadamente la discrepancia entre la teoría de Lui y la
representación que se hace de ella a continuación, pero juzgar que la teoría
es insípida y carece de originalidad no significa probar que Diderot se
opusiera a la teoría musical de Rousseau.
176
de Lui y el texto de Diderot pertenece al Nietzsche maduro,
quien destruye sin piedad todas las ilusiones metafísicas, pero
no al autor de El Nacimiento de la Tragedia, que sustituye la
metafísica del conocimiento y la moral por una metafísica de
la música. La estética de El Nacimiento de la Tragedia sigue
apoyando el principio de individuación apolíneo, sin importar
lo frágil que sea esta individualidad frente al caos cósmico.
Según Nietzsche, el impulso creativo primordial del yo, una
de las dos fuerzas indi ensables en todo gran arte, se
expresa por medio de sonidos preverbales.
177
objetos y sonidos naturales, pues «remedar» los instrumentos
con la voz suponía violar la jerarquía de los sonidos, lo cual,
a su vez, implicaba una deshumanización degradante de la
voz. Tal como había afirmado con anterioridad el propio
Lui, los violines no hacen más que remedar a los cantantes;
si éstos se dedicaran a remedar a los violines, «las acrobacias
ocuparían el sitio de la belleza» (5:461). El puro virtuosismo
técnico de la imitación revela su carácter suplementario, su
inferioridad al lenguaje y a la música. La brillante descripción
verbal que de todo esto nos ofrece Diderot pone aún más de
relieve la inarticulación de Lui
t
178
lidades más débiles que se obliteran (no equilibran) mutua-
mente.
179
mente. Sin embargo, si he de decir la verdad, no escucharía
mucho tiempo una música que sólo tuviera ese mérito». N o
obstante, en sus últimos escritos la función representativa de
los signos continúa debilitándose debido al énfasis puesto en
su poder generativo. El texto anterior continúa diciendo:
«Nunca he escuchado una buena sinfonía, sobre todo un
adagio o andante, sin que haya podido interpretar el signifi
cado de la pieza —a veces con tan buen tino que acerté con
la pintura propuesta por el músico» (Oe. 8:508). Aunque la
imitación es aquí todavía el principio guía, Diderot no vuelve
a insistir en que la música conviene a los «acentos del
lamento animal», sino que habla de interpretar las audiciones,
en un proceso que parece una conjetura intelectual sobre la
intención del compositor. Esta forma de entender la música
avanza un paso más en la obra de Bemetzrieder . Cuando la
3
figura del filósofo (Diderot) sugiere a su hija que las ideas del
compositor serán interpretadas «de forma diferente por cada
uno de tus oyentes» el maestro responde que los significados
del compositor son indefinidos: «Los sonidos son como
palabras abstractas, cuyas definiciones se disuelven en última
instancia en infinitos ejemplos que afectan a un asunto
común. T a l es el privilegio y fecundidad de la expresión vaga
e indeterminada de nuestro arte, a saber: que cada persona
hace uso de nuestras canciones de acuerdo con el estado en
que se encuentra su alma en ese momento y, de esta manera,
la misma causa deviene fuente de innumerables placeres y
sufrimientos» (Oe. 12:490-91).
180
la música sigue siendo representativa, pero se permite que el
oyente dote a la música con un significado subjetivo. Esta
transición no supone, tal como piensan Blume (83) y Hugo
Csoldschmidt (105), el paso de la mimesis racional a la expre-
sión, sino que apunta hacia una eventual liberación de los sig-
nos musicales. Al no seguir buscando ur significado único ins-
crito en las relaciones internas o en los objetivos y eventos descritos,
Diderot da un paso decisivo hacia una nueva apreciación de
la música. La composición aparece ahora como un generador
de significados construidos por el oyente. Con ello, Diderot
se adelanta a Kant cuando este último define las ideas
estéticas por su capacidad para invocar una infinidad de
pensamientos, ninguno de lo*s cuales se adecúa a la idea
estética generadora.
181
Goethe, Diderot y Rameau
1
Sobre Goethe, la música y Diderot, ver Abert, Blume, Bode, Dreyer,
Moser, Schlósser, Sternfeld y Zoltai.
182
del a r t e en su c o n t e n i d o y en un r e s u l t a d o d e t e r m i n a d o q u e
o f r e c e r al i n t e l e c t o o al s e n t i m i e n t o m o r a l . C r e o q u e una de
las v e n t a j a s de n u e s t r a nueva filosofía es q u e c o n t a m o s con
una fórmula pura para expresar el e f e c t o subjetivo de la
e s t é t i c a sin d e s t r u i r su c a r á c t e r .
183
por sus propios méritos, se praa y se disfruta a través de
los refinados sentidos externos, tal orno hacen normalmente
los italianos, o se relaciona con el i uendimiento, emoción o
pasión y se cultiva de forma tal qm pueda apelar a diversas
fuerzas intelectuales y espiritual* del hombre, tal como
ocurre y ocurrirá entre los francés , alemanes y todos los
nórdicos. [BA 21:680-81]
184
lo que tocios estos elementos pueden ofrecer, ya sea en notas
largas o breves, para agradar con ello los oídos cultivados de
sus compatriotas. Pero no podrán librarse del reproche de no
haber hecho justicia al texto, pues, por encima de todo, una
canción tiene que poseerr un texto. [BA 21:6811
185
con el protagonista, parece haber cometido el mismo pecado,
pues atribuye toda la irreverencia que contiene la sátira de
Diderot a Lui e identifica al autor con el circunspecto y
moralmente convencional Moi. El Sobrino de Rameau parece
haberse estrellado contra la parte más torpe de su facultad
crítica, la cual se ve desbordada cuando se enfrenta con las
manifestaciones de lo irracional, grotesco o demoníaco. En el
caso de un Kleist o un Hólderlin, esto conduce a que se
desprecie sin más, mientras que en el caso de Diderot los
elementos demoníacos y amorfos se atribuyen al Lui ficticio,
salvando así al propio Diderot. Goethe se inclinaba a atribuir
el irracionalismo de Diderot a un exceso de inteligencia más
que a las fuerzas fundamentales centrífugas y destructivas de
su personalidad.
186
El texto recuerda claramente la noción de representación
simbólica que Goethe extrajo de su experiencia visual y de la
defensa de la literatura; pero si nos detenemos un momento
a'reflexionar veremos hasta qué punto Goethe sobrepasó en
el campo de la música los principios de concreción e imitación.
En el símbolo visual de Goethe, la idea es «infinitamente
efectiva y elusiva», pero el significante sigue siendo una
representación concreta. En música los significantes casi no
tienen ningún lazo natural con los objetos significados;
funcionan semi-independientemente, como si estuvieran eman-
cipados de la naturaleza, limitándose a poner en funciona-
miento la imaginación. Algunos fragmentos de su correspon-
dencia refuerzan esta idea: ¿
187
Rameau y la polaridad mayor-menor
188
no le impresionara tan profundamente, porque la nota que
escribe sobre el compositor en El Sobrino de Rameau no es
más que un préstamo de la carta que Rousseau escribió a
Grimm en 1/53:
189
Cuando Goethe preguntó a Zelter por qué los composito-
res preferían el tono menor, Zelter respondió el 2 de mayo
de 1808 con una disquisición histórica muy extensa que
evitaba la respuesta y se limitaba a afirmar que la tercera
menor no era un don de la naturaleza, sino un «producto del
arte reciente», derivado de una contracción de la tercera
mayor. Esto molestó a Goethe, que se encontraba en ese
momento deduciendo todos los colores a partir de la dualidad
del blanco y el negro y en su carta del 22 de junio ofreció
una larga refutación de la teoría según la cual el modo menor
se derivaba del modo mayor: aumentar el menor era exacta-
mente igual de razonable que contraer el menor, y si la
división de la cuerda vibrante no producía la tercera menor,
esto simplemente descalificaba el experimento.
190
El hombre, en la medida en que hace uso de su sentido
del oído, es el aparato tísico mejor y más exacto de los
posibles. Y el mayor mal de la física moderna es que los
experimentos se han vuelto, por así decir, «distantes» del
hombre, y la naturaleza se reconoce sólo por indicios produ-
cidos en instrumentos artificiales y se llega a suponer que
esto limita y prueba lo que la naturaleza es capaz de
producir. Y lo mismo sirve para el cálculo. Mucho de lo que
es cierto no puede ser computado, igual que otras muchas
cosas no se dejan sujetar por un experimento. Pero el
hombre se sitúa tan alto precisamente porque lo que no se
puede representar de otra forma se lo representa en su
interior. Después (Je todo, ¿qué es una cuerda y todas sus
divisiones mecánicas al lado del oído del músico? Incluso nos
podemos preguntar qué son todos los fenómenos elementales
de la naturaleza en comparación con el hombre, que tiene
que controlarlos y modificarlos antes de ser capaz de asimi-
larlos.
191
del sonido (1) la orgánica, subjei . o psicológica; (2) la
mecánica o instrumental, y (3) la - i mática u objetiva. La
primera parte afirma que el oído tiene capacidades reactivas
y configuradoras. La segunda se ocupa de la producción del
sonido y establece que la voz expresa la persona en su
totalidad, mientras que los instrumentos son mecánicos y
matemáticos y, por tanto, inferiores, subordinados a la voz.
Por ultimo, la tercera parte, vuelve a afirmar la igualdad de
las tonalidades mayor y menor c polos de una dualidad
fundamental entre el hombre y I naturaleza: «El sonido
menor [tercera] no está entre las primeras series generadas de
tonos armónicos. Se manifiesta en proporciones numéricas y
mensurables, aunque menos evidentes, y, sin embargo, es
perfectamente adecuado a la naturaleza humana, incluso
mejor que el modo anterior y más evidente» (Zelter 2:427).
192
propio de la interioridad (por expresarlo b r e v e m e n t e ) y
rompe las relaciones con el mundo externo. P o r tanto, la
música mue v
nuestra alma de forma diferente a cualquier
otro irte, incluyendo la poesía. Su poder nos hace anhelar el
infinito, lo distante, la constante marejada que sobrepasa los
diques de hoy y de ayer, elevándose hasta las alturas y
hundiéndose en precipicios en los que no puede permanecer,
pues carece del único sentido que puede darle realidad... Así
pues, si el modo menor es más adecuado para la naturaleza
ana que el mayor, lo que esto significa en realidad es que
11 > la unión más feliz del hombre con la naturaleza es
i o n la, obligada; la música, y dentro de ella el modo menor
(el más alejado de la naturaleza y que sacude sus fundamentos),
nos envuelve en un estaco de melancolía del que nos cuesta
salir. A todos nos gustaría ocultar esta melancolía pero no es
posible, lo admitamos o no.
193
segunda parte del Fausto. Así, el 2 de marzo de 1831,
señalaba a Eckermann que los músicos tenían una vena
demoniaca más fuerte que los pintores, y seis días después,
anticipándose al músico faústico de Thomas Mann, añadía:
«la música contiene algo demoníaco, pues es tan elevada que
ningún entendimiento puede alcanzarla, y exuda un poder
que domina todo y del que nadie puede ofrecer una explica-
ción. El culto religioso no puede prescindir de ella; es una de
las mejores formas de obtener un efecto milagroso en el
hombre».
194
Aquí y en otras partes, el instinto que condujo a Goethe
del naturalismo hacia la abstracción se opone a una aversión
igualmente fuerte a la pura subjetividad. La pasión galopante
y agitada de la música romántica era, a su juicio, afín a las
matemáticas puras, pese a lo que pudiera parecer, pues ambas
eran invenciones puras, construcciones humanas sin ningún
tipo de base natural. Su propia imagen del arte, según la
encontramos en una carta dirigida a Zelter el 22 de junio de
1808, era completamente diferente:
195
no se parece al castillo simbolista de Axel ni a la meta
elusiva del agrimensor de Kafka —si, en otras palabras,
Goethe no se sentía cómodo con un arte que fuera una
construcción puramente humana, una pura reificación del
pensamiento o la pasión— esto no era debido a una deficiencia
de sus capacidades imaginativas. Aquí, igual que en la escena
de Filemón y Baucis en la segunda parte del Fausto, no hace
sino expresar el temor paradójico de que cuánto más exhiba
el mundo el sello de la personalidad, más deshumanizado se
volverá.
196
10
197
prerracional y poético que era musical y metafórico en vez
de lógico. La unidad de la música y el lenguaje en e)
Ursprache era, por tanto, un asunto histórico y filosófico en
el siglo x v m , época en la que constantemente se planteaba la
cuestión de si esa unidad primigenia se había perdido irreme-
diablemente. Incluso aquellos que añoraban nostálgicamente
el pasado, como Roberston, tuvieron que admitir con fre-
cuencia que la música antigua era «completamente diferente
de la actual» y, en consecuencia, incompatible con el clima
político y cultural de la época moderna (446).
198
se aplicaran a la cultura de la mente joven en materia religio-
sa, política y moral» (228).
199
del ritual, ya que se trata de un lenguaje universal upe «tiene
que haber nacido al mismo tiempo que esta especie de poesía
lírica tosca [la de las fiestas y sacrificios], y ha de haber sur-
gido de una cierta plenitud de corazón, de una É pecie de
exultación y explosión de alegría y risas en estas ocasio-
nes» (11).
Semiótica musical
200
cado de las palabras se define por convención —en otras
palabras, los gritos no necesitan diccionario.
I
Los Hauptgrundsátze der schónen Wissenschaften und
K¿inste (Principios más importantes de las bellas ciencias y ar-
tes) (1757) de Mendelssohn constituyen un ejemplo represen-
tativo de cómo se separaron las artes en el siglo xvm a partir
de unos principios semióticos. Todos los lenguajes tienen un
componente natural, escribe Mendelssohn, pero la música es
plenamente natural, por lo cual, los compositores deberían
evitar «todos los conceptos que no tuvieran ninguna relación
natural con el sonido» (186).
1
De acuerdo con Batteux, las palabras constituyen un «lenguaje
institucional», mientras que «los gestos y los sonidos son corno un
diccionario de naturaleza simple, que contiene un lenguaje que todos
aprendemos cuando nacemos» (264). Ver también Ruetz (293), Dubos (319
y ss. y 4 6 7 ) , Heinichen (19), Scheibe (771-72), Harris (81), Krause (Verm.
3:541) y Nichelmann (100).
201
o b j e t o p a r t i c u l a r . E s t e d e f e c t o puede ser s u b s a n a d o p o r la adi-
c i ó n de signos a r b i t r a r i o s m á s c l a r o s . P u e d e n d e t e r m i n a r el
o b j e t o d e s d e t o d a s sus f a c e t a s , así c o m o i n d i v i d u a l i z a r el sen-
t i m i e n t o , de f o r m a que pueda b r o t a r más fácilmente. Ahora
bien, si e s t a d e f i n i c i ó n m á s p r e c i s a del s e n t i m i e n t o musical
t i e n e lugar g r a c i a s la p o e s í a y la p i n t u r a , o p o r m e d i o de los
decorados, la ó p e r a m o d e r n a habrá o b t e n i d o los resultados
apetecidos. [192]
2
Cuando en la primera versión de 1763 Lessing afirma que :a pintura
empleaba los signos naturales de la figura y el color en el espacio y la
poesía los sonidos articulados temporales, Mendelssohn respondió que la
distinción era más clara si se comparaba a la música con la pintura, pues
«la primera también se sirve de signos naturales, pero sólo imita por medio
de movimientos» (Lessing 6:564). También c o m e n t ó que la música no
debería nunca ir más allá de su papel de soporte de la poesía: «Culpamos
a la música más moderna de que sus artificialidades son incompatibles con
la poesía armoniosa» ( 6 : 5 8 1 - 8 2 ) .
202
explicar los valores y lo que tiene de milagroso la música an
tigua a partir de ese uso. Acerca del poder que adquiere el le-
gislador gracias a dicho uso» ( 6 : 6 0 5 - 6 ) . L o que parece indi-
carse es que la separación griega entre la música y el r i t m o
verbal que tanto molestaba a Platón vino a aumentar el po-
der del legislador, dado que los signos arbitrarios son más fá-
ciles de manipular que los naturales. Y lo que es más impor-
tante, Lessing asoció el poder legendario y milagroso d e la
música con los signos arbitrarios, pues son estos signos los
únicos que liberarían la imaginación del orden natural \
3
Con todo, Lessing no llegó a romper completamente c o n la opinión
tradicional. La nota más larga de la segunda parte reconoce la existencia
de signos arbítranos, naturales, diacrónicos y sincrónicos, pero a la hora
de discutir las artes sintéticas, Lessing considera únicamente la unión
tradicional entre los signos arbitrarios y diacrónicos en la música vocal e
ignora las otras combinaciones posibles. En su combinación tradicional, la
t e n s i ó n se debe a diferencias de ternpo: los signos arbitrarios de la poesía
condensan el significado, mientras que los sonidos musicales pueden
representar las pasiones sólo si constituyen u n a s e c u e n c i a . los t e x t o s a los
que se va a poner música tienen que ser prolijos para que la música pueda
ir pareja con el lenguaje (6:653). Los idiomas que tienen muchas palabras
cortas son, por tanto, los menos adecuados para la ópera. Grimm era de
la opinión contraria: un libretista tiene que ser «breve y conciso» para
satisfacer la exigencia operística elemental de simplicidad y elección
adecuada de las palabras: «tiene que cautivar plenamente al músico» y sólo
tiene un papel secundario en la configuración de una ópera (12:826).
203
conluían que la música era más convencional que el iguaje
y estaba restringida a parecidos menos perfeci (121).
Diderot, según hemos visto, insinuaba que la músi L el arte
más arbitrario y menos preciso, nos hablaba con i máxima
energía, pues «al mostrar menos a los objetos, dejab . nucho
más campo libre a nuestra imaginación» (Oe. l:409)j Forkel
encontró ridículo representar la pérdida de un S ijo con
imitaciones musicales de los gemidos, lamentos y gn os de la
madre (Gesch. 59). Twining diferenciaba tales imitaciones
literales (44-45) de las indirectas, las cuales intentaban | 'ducir
un efecto similar al efecto creado por el objeto o evento
imitado (48), tal como vimos también en D'Alambert. Por
último, Adam Smith habló con mucha mayor claridad y
resolución contra el i s o m o r f i ^ o , tomando su ejemplo de un
tejo al que se poda para que adquiera la forma de una
pirámide, Smith argumentó que «la disparidad entre lo que
imita y lo imitado constituye el fundamento de la belleza de
la imitación. Es porque el uno no se parece naturalmente al
otro por lo que nos agrada tanto cuando esto se consigue
por medio del arte» (144).
204
La ópera fue el resultado de una reconstrucción teórica e
imaginativa del drama musical antiguo. Sin embargo, después
de haber conseguido una precoz madurez de la mano de
Monteverdi, negó sus orígenes intelectuales y descendió
lentamente a las tierras bajas del gusto popular, de forma
que este vastago del intelecto se convirtió en un hijo
problemático. Aunque algunos observadores serios la conde-
naron basándose en argumentos aristotélicos y dijeron de ella
que nació muerta, la ópera conquistó triunfalmente Europa,
ignorando los elevados reparos de estos pensadores.
4
La última cuestión era un asunto de orgullo nacional y suscitó
amargos debates (la querelle des bouffons) entre Vieville y Raguenet,
Agrícola y Marpug, Gluck y Piccini. Paul ha mostrado que incluso durante
el siglo xx los musicólogos franceses han tendido a ver la disputa entre
Rameau y Rousseau como una cuestión nacionalista. El reciente libro de
Daval es un claro ejemplo de esta tendencia.
205
otro en igual medida, logran tener los suficientes problemas
como para crear una obra desgraciada. [Saint-Evremond lí>4.]
La ópera es la obra más absurda inventada por la razón
humana. [Gottsched 739.]
Para la parte seria y juiciosa de la humanidad, [la ópera]
no ha sido más que el fruto de la lujuria; y aquellos que la
han examinado con ojo crítico no temen decir que es, de
todos los entretenimientos, el más antinatural y absurdo.
[Hawkins X X X V I I I - X X X I X ]
3
Únicamente el artículo de G r i m m en la Encyclopédie sobre el «poeme
lyrique» sostenía una opinión diferente, afirmando que unas pocas palabras
con música son m u c h o más efectivas que toda la poesía mágica del divino
R a c i n e , pues la tragedia en verso «siempre parecerá fría y débil al lado de
otra que esté animada p o r la música».
206
en el prefacio a su libreto de la Androméde, está seguro de
que «ninguna de las partes cantadas es necesaria para la
comprensión de la obra, porque normalmente las palabras
que se cantan apenas se entienden» (Weisstein 26). Electiva-
mente, los libretros parecían encadenar a los poetas. Boileau
cuenta cómo Racine emprendió sin muchas ganas la escritura
de un libreto siguiendo los deseos expresos de Luis X I V ,
pero lo abandonó alegremente cuando el celoso Quinault
empezó a intrigar contra él. El bosquejo realizado por
Boileau para un prólogo alegórico muestra cómo la separación
de la música y la poesía es evitada únicamente por la
intervención de un deux &x machina que baja de la «armonía
divina», apoyado por la autoridad de Su Majestad el Rey
(2299-37).
207
amontonan «una confusa mezcla de dioses, p j : es, héroes,
encantadores, fantasmas, furias y demonios iaint-Evre-
mond 1 6 3 ) ; los actores cantaban en los i ntos más
triviales y en los más sublimes y la acción t ' probable y
estaba cuajada de milagros. La preocupación >or el amor
suavizó y afeminó las óperas, pese a que las pasiones se
presentaban tan poco convincentemente que m nía lugar
ningún tipo de catarsis (Muratori 1 6 3 , 1 8 1 , I mis 3 8 4 ,
Saint-Evremond 150, Gottsched 7 3 8 - 4 2 ) . L a ópera fio hablaba
a la razón ni a las emociones y su éxito podría exp carse por
su apelación a los sentidos lujuriosos (Muratori 1 / 1 , G o t t s -
ched 7 4 1 , Porée 3 5 ) . En la edición del Specta del 6 de
marzo de 1 7 1 1 , Addison cuenta haber encom ado a un
hombre que andaba cazando gorriones «para representar el
papel de pájaros cantores» en una ópera. Pero los goiriones sólo
servían como distracción visual, pues la música se interpretaba
«por un par de picólos y flautas dulces que se situaban detrás
de la escena». Muchos estuvieron de acuerdo con Dennis en
que la música sólo será «agradable y provechosa si se
subordina a un arte más noble que sirva a la razón» ( 3 8 5 ) .
208
Esta es una pobre receta y un intento bastante extemporá-
neo de acomodar el nuevo género en medio del edificio
aristotélico, el cual se estaba ya desmoronando. En efecto,
Rousseau aceptó estas ideas durante un tiempo, porque
consideraba la ópera intrínsecamente increíble y apta para
encantarnos por medio de lo fabuloso, lo espectacular y lo
mítico (Jansen 456); pero más tarde afirmó en el Dictionnaire
que lo maravilloso no podía inducir el terror y la compasión
aristotélica y que la ópera no podía definirse según el
contenido (art. «opera»).
6
Mattheson Neu-Eróffn. 166; Mizler 2.2:186-87; Krause, Poesie, 371-
73; J . E . Schlegel 163-64, y J . A. Schlegel 313.
209
rasgos varían con las costumbres de cada época y nación,
pues nuestras obras, especialmente las musicales, son muy
diferentes de las tragedias y comedias de la antigüedad... Y ,
a su vez, las francesas difieren en muchos repectos de las
italianas y las alemanas» (La Costanza Sforzaía). Si, tal como
escribió Uffenbach, «los tiempos cambian las costumbres» y
las costumbres determinan las reglas artísticas (406), las
normas clásicas no deberían ser obligatorias y no se debe
desdeñar la ópera «porque Aristóteles no supiera nada de ella
y no la reglamentara en ningún sentido» (Hiller 530-31).
Tales argumentos llegaron a convencer incluso a algunos
racionalistas que hubieran preferido contar con leyes eternas
en el campo de la estética, pero empezaron a ponerlas en
duda al ver que su defensa se basaba únicamente en la
autoridad de los antiguos.
7
Gedanken 77-78; cf. también Mattheson, Capellm. 86, y Krause,
Poesie 3 7 4 . Uffenbach asignó una probabilidad y realidad «hipotéticas» a la
ópera (387, 3 9 5 , 3 9 7 ) .
210
del poeta y cada cosa que el compositor de óperas toma sin
necesidad de este mundo nos índica su debilidad, bl escenario
de la ópera es el reino de las quimeras... Por consiguiente, la
mejor alabanza que se puede hacer de la ópera o de un
poema épico... es que es completamente antinatural en com-
paración con nuestro mundo. [72J
211
(2:535), porque se trataba de un artificio perfecto. Los
fundamentos idealistas de su nueva estética de la ópera son,
quizá, más evidentes en la carta de Schiller a Goethe del 29
de diciembre de 1797 en la que el poeta expresaba su
esperanza de que:
212
perspectivas. En realidad las reevaluaciones de la ópera
transcurrieron de forma paralela a sus transformaciones,
aunque su trayectoria, desde Peri y Caccini, hasta Gluck,
constituye una espiral (y no una línea recta), que se inicia en
la forma retórica inicial, pasa por los estilos veneciano y
napolitano en los que domina la melodía y vuelve, de la
mano de Gluck, a un estilo en el que el texto es absoluta-
mente preponderante. Cabe, por tanto, preguntarse si la
vuelta al estilo retórico por parte de Gluck no supuso un
retraso en la emancipación de la música. Mi respuesta
constituirá el resto del presente capítulo.
i
Gluck
213
y afectivamente con los personajes y las acciones (603-18) y
Lessing adoptó entusiásticamente esta idea en la vigesimosexta
pieza de su Hamburgiscbe Dramaturgie (4:348 y s s . ) .
D'Alambert, que sólo sentía desprecio por el patrón conven-
cional rápido-lento-rápido, preguntaba por las oberturas que
«comenzaban en un sueño del que se ha levantado el velo
con el primer compás». Pero, aunque creía que las oberturas
podían representar el ánimo general, se opuso a las oberturas
«analíticas» en las que se daban confrontaciones dramáticas
entre temas distintos, porque dudaba que la música puramente
instrumental pudiera representar un drama (Oe. 1:544-45).
Años más tarde, Engel vino a compartir su opinión (323).
214
Calzabigi) anunció en el prefacio de su Alceste (1769) que
había eliminado todos los abusos «que durante tanto tiempo
han desfigurado a la ópera italiana y han convertido al más
espléndido y bello espectáculo en el más ridículo y pesado».
Gluck consideraba que su papel era el de resucitar el drama
musical, porque deseaba restringir la música «a su verdadera
función de servir a la poesía por medio de la expresión y
siguiendo las situaciones de la historia, sin interrumpir la
acción ni sofocarla con ornamentos superfluos e inútiles» . 8
8
Einstein, Gluck 112-13. Garlington señala que, con la excepción de
Iphigénie in Aulis, Gluck continúa basándose en lo maravilloso. Su
contribución más importante fue la progresiva sustitución de la maquinaria
por la psicología (493-94).
215
Rousseau, de forma que «quizás obtuviéramos un gran éxito si
camináramos juntos en la búsqueda de una melodía noble,
afectiva y natural, con una declamación acta apropiada a la
prosodia de cada lenguaje y el caracú le cada pueblo» e
incluso llegó a proponerle que colaboraran en la realización
de una «música adecuada para todas las naciones» para poder
abolir «las distinciones ridiculas de la música nacional». La
carta terminaba con grandes alabanzas hacia la obra de
Rousseau, especialmente referidas a su análisis del monólogo
de la Armide Lully (Einstein 182-84).
216
arte de la declamación sería suficiente por sí solo» (Ecrits 389-
90). En la anti^ d era posible una fusión del ritmo verbal
y musical, pero ritnn usical es ahora bastante diferente
del ritmo poético y nin^. na nación moderna puede «hacer
que el lenguaje cante y la música hable». As! pues, la
acentuación retórica de las lenguas modernas debe restringirse
a una declamación amusical que conviene a las tragedias pero
está fuera de lugar en las óperas. T a n pronto como la música
se junta con el lenguaje «debe restringirse a una declamación
amusical que conviene a las tragedias pero está fuera de lugar
en las óperas. T a n pronto como la música se junta con el
lenguaje «debe armarse de todos sus encantos para subyugar
el corazón por medio del oído» (Ecrits 393). En los momentos
1
217
acentos de la pasión». Dejar sin melodía a las óperas sería tan
extraño como prohibir los versos hermosos en la tragedia (25).
9
Tal como veremos en el capítulo siguiente, esto lo dice un personaje
ficticio, pero viene en los diarios de Heinse.
218
La posición de Herder era igualmente ambigua. Al reco-
mendar su libreto a Gluck, el 5 de Noviembre de 1774,
enfatizaba que las palabras eran sólo un medio para concretar
las pasiones musicales; no debían ser más que «lo que una
inscripción es en una pintura o en una columna: una
explicación, una guía en el torrente musical por medio de las
palabras que se encuentran en el». Ahora bien, se trataba de
una curiosa recomendación para enviarla a un compositor
cuyo programa era devolver a la música «su verdadero oficio
de servir a la poesía por medio de la expresión». Obviamente,
Herder no creía que la n^úsica expresiva tuviera que afirmar
el lenguaje; el compositor no debía «recortar» sus líneas
melódicas, sino que su tarea era encontrar la voz propia ( e la
música: «Las palabras deben limitarse a animar el cuerpo
conmovedor de la música y es esta última la que tiene que
hablar, actuar y conmover». En otra obra posterior, la
Adrastea, Herder criticaba la «música pura» operística (23:335),
y se compadecía de Mozart por haber desperdiciado su
música en libretos miserables. Llegó incluso a imaginarse a
un hombre del siglo venidero, el cual, despreciando este
«revoltijo de sonidos sin palabras», reconocería «la necesidad
de conectar íntimamente el puro sentimiento humano con el
argumento por medio de sonidos» (22:336). La referencia
profética a Wagner apela a una unidad dramática de la
acción, la expresión y la música, aunque la idea viene
expresada en términos distintos a los de la retórica musical
del siglo x v m .
219
fueron Die Zauberflóte y Don Giovanni Para Nietzsche, el
surgimiento del stilo rappreesentativo, el estilo reconstruido
por Gluck, fue el resultado de una «tendencia extra-artística»
que creció a la sombra de «la estructura ab v ida y hueca
de las armonías de Palestrina». La ópera retórica, a juicio de
Nietzsche, empleaba el lenguaje «del hombre teórico».
220
11
¿Expresión musical?
221
que ver con el tratamiento filosófico que de dicho término
ofrece Scruton.
222
Estas reconsideraciones contemporáneas de la expresión
se relacionan directamente con el objetivo que se persigue en
el presente estudio, aunque por vía negativa. Tal como mos-
traré en este capítulo, las teorías de la expresión del xvm
eran denotativas (puesto que defendieron la representación
de las pasiones) y sostuvieron de forma convencional que el
propósito de la música era despertar las pasiones en el
oyente. La noción popular que Scruton atribuye, algo injus-
tamente, a Rousseau y Diderot, ciertamente sirvió de apoyo
a los que defendieron la expresión en el siglo x v m , pues la
vieron como una comunicación de sentimientos del compositor
a la audiencia. La discusión *en torno a este principio básico
se desarrollará bajo tres encabezamientos, cada uno de los
cuales pone el acento en un aspecto diferente: (1) la
expresión como imitación; (2) la expresión como capacidad
de incitar al oyente, y (3) la autoexpresión y la creatividad
espontánea. Los tres, tal como veremos, permanecen dentro
de la tradición afectiva-mimética, y ninguno ofrece un funda-
mento conceptual para la nueva música instrumental.
1
Cf. también Dubos (484), Batteux (37), Sulzer (art. «Melodie»),
Blainville (L'Esprit 71-72) y Forkel (Gesch. 55).
223
música] no es, ni puede ser nada más que la ex| i ion
genuina del sentimiento que se intenta pintar».
224
Muchos escritores del siglo x v m pensaban de otra manera
e introdujeron el término expresión para explicar la capacidad
que posee la música de sacudir las pasiones. En palabras de
Avison, al que tendremos que volver a citar en seguida , la 2
2
C f . también Harris ( 9 9 ) , Beattie ( 1 3 6 , 145), Gerard (60-61, 8 0 ) , Sir
William Jones (561) y W e b b ( 2 8 ) . El término alemán Ausdruck tiene
ciertos significados pragmáticos similares. Scheibe, por ejen¡plo, pensaba
que la Ausdruck «debería estimular la mente» (92), mientras que Sulzer,
quien entendía las expresiones melódicas c o m o imitaciones (art. «Melo-
die»), afirmaba que la Ausdruck pertenecía a «las representaciones que se
generan en la mente por medio de signos externos, refiriéndose a veces a
la causa de las representaciones y a veces a sus efectos» (art. «Ausdruck»).
3
Sobre Avison, cf. Abrams, Darenberg, Lipking, Malek y Schüller.
225
reconocido, a saber, en la defensa de la armonía y la polifonía
frente a la práctica melódica y monódica dominante.
4
Para Avison, la expresión no es «la facultad de excitar todas las
pasiones más agradables del alma» (Abrams 92), sino un agente que trabaja
a través de la melodía y la armonía: si añadimos la expresión a la melodía
y a la armonía «asumen el poder de excitar todas las pasiones que resultan
más agradables para el alma».
226
choca con las representaciones tradicionales de la teoría de
las pasiones, ni con la exigencia de Avison según la cual la
expresión auténtica tiene que «afectar al corazón y despertar
las pasiones del alma» (57-58). Efectivamente, Avison establece
explícitamente que las imitaciones que «coinciden» con la
expresión son «admitidas umversalmente» ( 6 2 ) . Su brevísima
advertencia acerca de cómo escribir música expresiva (74-75,
1 1 2 - 1 9 ) sólo contiene algunas observaciones tradicionales
sobre el valor afectivo de las claves, los instrumentos y otros
elementos de la música. Su rechazo de las representaciones
intelectuales y emblemáticas difícilmente puede considerarse
como una nueva estética. '
227
Existe la costumbre de citar a Avison c o m o . escritor
británico más prominente de los que se o o ( i de la
expresión, pero la limitación que lleva a cabo \ oecto al
concepto de imitación se debe en gran medida Discourse
de Harris (1744). Este autor parte de la premisa í eneral de
que las artes imitan el mundo natural o «las pasiones,
energías y otras afecciones de la mente» (55-56 Pero la
música sólo puede «imitar sonidos y movimiento (57) e
incluso a estos últimos sólo lo hace de forma in rfecta,
pues no puede individualizar los objetos, movinn ros y
pasiones representados. De ahí que la imitación m i .1 sea
inferior a la pintura (69) y a la poesía (81) . 5
5
Es probable q Harris haya sido más influyente que Avison. En
cualquier caso, es eí que ar irece más citado.
228
—y Beattie tiene una opinión justificadamente pobre de estas
reproducciones. El Te Deum de Haendel, sigue diciendo, no
imita los sonidos emitidos por el pueblo que venera a Dios
(119).
229
de sonidos y movimientos (46) y por qué la excitación de las
pasiones excluía su imitación, si, según testimonian Twining,
Aristóteles y Platón, el «poder expresivo sobre las pasiones»
era sinónimo de imitación (47)? Lo que quieren decir con el
término mimesis no es la imitación de sonidos externos sino
exactamente lo que nosotros llamamos expresión, esto es, la
representación de las pasiones (46). Twining parece situarse
junto a los antiguos, pues afirrma que «se puede decir que la
música imita en tanto que expresa algo» (44).
230
positores que dieran a la naturaleza notas «que ella nunca
hubiese producido» (8). En respuesta a Batteux, Robertson
opina que la ópera es «el entretenimiento más perfecto y ele-
vado» porque no sólo representa «la naturaleza, sino también
lo bello y lo sublime, añadidos a la naturaleza», sin tener que
recurrir a lo sobrenatural y a lo maravilloso (354-55). Pese a
que Robertson condena vehementemente «el rumor del viento,
el fragor de las cataratas, el zumbido de las moscas y los
brincos de las ranas» en la música (444), sí aprueba la imita-
ción de las pasiones, siempre y cuando transformen los soni-
dos inarticulados y, con frecuencia, desagradables, de forma
que sean «capaces de elevarnos». La ingeniosa conclusión de
Robertson revela una defensa ética de la mimesis que se en-
tronca en la tradición platónica: aunque podría haber llegado
a ser más perfecta, «la música, después de haber sido la amiga
de la virtud y la compañera de la filosofía... se ha convertido
ahora en una de las principales diversiones de la humani-
dad» (451).
231
también que no son expresivas (no «sugieren» nada al oyen-
te). En realidad, la música instrumetal no imitativa sigue
siendo, para Smith, inferior a la música vocal, «necesaria y
esencialmente imitativa» (152). C o m o alabanza de la música
vocal, Smith llega incluso a ensalzar, tal como vimos en el
capítulo anterior, a la repetición de las palabras en la ópera,
por entender que se trata de una fiel reproducción de una
mente acosada por la pasión: «únicamente por medio de estas
repeticiones puede la música ejercer esas peculiares facultades
imitativas que la distinguen y en las que supera a todas las
otras artes imitativas» (155). Esta excelencia de la voz a la
hora de representar las pasiones pone de relieve la pobreza
de la música instrumental: sólo puede servir de soporte a
esas imitaciones (169-70), o, cuando imita por sí misma, ne-
cesita explicaciones, tal y como ocurre con los emblemas
barrocos (161).
232
que lleva ese nombre) hasta el surgimiento del estilo clásico
de Mozart y Haydn, alrededor del 1780. Según esta opinión,
la música expresiva empleaba fuertes contrastes dinámicos,
temáticos y armónicos, estructuraba el tiempo musical libre-
mente, individualizaba las partes instrumentales y manifestaba
su deseo de experiencias elementales (Ausdrucks-Prinzip 325).
Con todo, estos nuevos medios per se no constituyen la
verdadera novedad, que estriba, más bien, en su aplicación
como medios para desarticular las formas tradicionales e
incrementar la autoexpresión. Si la mimesis barroca expresaba
algo típico y objetivo, la nueva expresión es una autoexpresión
intensa que apenas se interesa por la forma equilibrada (325).
6
Hubo muchas variantes de esta idea: Scheibe (1:102) y Krause (Verm.
3:36) creyeron que los compositores tenían que sentir las emociones
mientras escribían. El entusiasmo creativo de Batteux es afín al autoaban-
dono de Lui: «el alma del artista penetra en las cosas que crea: es,
sucesivamente, Cinna, Augusto, Fedra, Hipólito»; se convierte en el lobo,
el cordero o la rosa de Lafontaine ( 3 4 ) . La diferencia entre esta mimesis
barroca tardía y la expresión, tal c o m o se encuentra en Lepileur (108),
Sulzer (art. «Ausdruck»), Heinse (5:46) o Reichardt (108), es imperceptible.
233
las emociones que quiere despertar en los oyentes; de esta
forma les hace entender sus pasiones y les mueve a la com-
pasión» (85).
7
Reichardt parece sostener esta opinión todavía en 1782: «Nuestros
más antinaturales conciertos, sonatas y sinfonías modernos» mezclan
indiscriminadamente la alegría con la tristeza, cambiando repentinamente
de una a otra (119).
234
las pasiones alternas» ( 2 2 7 ) . C. P. E. Bach ha señalado que
apenas el músico «ha callado una [pasión interior], se interesa
por otra y, de esta forma, las alterna constantemente» ( 8 5 ) .
Con ello se ganó flexibilidad en la expresión del flujo
emocional y aumentó la jerarquía de la música entre las artes
imitativas. Eorkel notó que «la modulación de la pasión se
expresa e imita mejor gracias al significado de la modulación
sonora» (Gesch. 8). La música, según Webb, puede captar los
movimientos de la pasión de la misma forma que la primavera
plasma los del alma; la pintura espera a que se pongan en
acción o determinen el carácter» ( 3 9 ) . Según él, el placer
no tarda en venirse abajo cuando «es resultado de una situa-
ción permanente o segura de los nervios o del espíritu», y
surge de nuevo a partir de una sucesión de impresiones» (47).
La temporalidad de los sonidos, la posibilidad de la imitación
del movimiento de las pasiones mediante la modulación de lo
fundamental y, ahora, el tempo, constituyen una virtud más
que una carga. Heydenreich observó que las emociones que
soportan una intensidad constante se convierten en su con-
trario o se transforman en sentimientos inmediatos. Por tan-
to, los signos de las pasiones han de ser clasificados con su-
tileza, confirmados y diversificados —los criterios se articulan
mejor por los sonidos, «que copian sentimiento y pasión con
general y comprensible veracidad y un efecto irresistible en el
corazón. Ningún otro signo puede igualar al sonido y la mú-
sica es, por tanto, el único arte que puede copiar los senti-
mientos y las pasiones en el sentido pleno de la palabra» (166).
235
lismo expresivo» como fórmula final para el Sturm i l
Drang musical.
Herder
8
Sobre Herder, cf. también Hugo Goldschmidt, Musikásthetik; Huber;
Jacoby; Marks, St. u. Dr.; Moos, Philos.; Nufer, y Wiora, Beitrag.
236
se quedó .un terminar y su publicación tuvo lugar a la
muerte de su autor.
237
De ahí que Herder invierta explícitamente la teoría según
la cual los armónicos son los responsables del impacto
emocional (4:94-95). Los sonidos sin armónicos, que, para
Rameau, no eran más que un puro ruido, son, en opinión de
Herder, los «simples, intensos y poderosos» tonos (Ton), que
constituyen el valor estético de la música. Los armónicos
(«sonido» o Scball) son meramente derivados. En la «mona-
dología musical» (4:114) de Herder, los acordes son «el
resultado de una composición y, por tanto, un concepto
estrictamente mental. Los tres sonidos escuchados conjunta-
mente son esenciales sólo como elementos individuales; la
unión en sí misma es sólo un estado. ¿Qué es lo que tendría
que explicar?» (4:113). Las matemáticas de la música, por
tanto, se ocupan únicamente de los agregados deriva^™
mientras que la acústica trata «de los fenómenos externos y
compuestos y de los movimientos que provocan». La «física
interna del espíritu» de Herder partiría de la cualidad
emocional de los sonidos simples (4:98), pues todo depende
del waimple sentimiento efectivo» (4:97).
9
De ahí el interés de Herder en las canciones populares. Es preciso,
escribiría diez años después, que «se escuchen, no que se vean; hay que
escucharlas con el oído del alma y no limitarse a contar y ponderar las
sílabas individuales, sino que hay que atender a su movimiento y flotar en
y a través de él» (25:333).
238
intelectualización de la música mediante la armonía, el segundo
gran defecto de la música moderna es representar el mundo
externo, pues si la música «abandona su dominio del senti-
miento y emula el ojo capaz de pintar, deja de ser música y
se convierte en una cacofonía de sonidos» (4:138-39). En la
Adrastea, escrita años después, uno de los tres pecados más
graves de la música es coquetear con la representación de
objetos externos, en vez de expresar emociones (23:567).
10
Herder añade en una nota a pie de página que el «cálculo
inconsciente» de Leibniz no había que entenderlo de forma literal. En
239
Sin embargo, esta nueva perspectiva no i s estrictamente
pitagórica, tal como piensa Wiora, pues Herder no se
suscribe a su tesis central, que sostiene que los sonidos
físicos se limitan a indicar un orden no e^ ruchado que está
por debajo de ellos . El sensualismo de la juventud de
11
Ideen dice que la consonancia musical es «el arte más fino de la medida»
y afirma que cuando se escucha, el alma se ejercita «de forma misteriosa»
y a través de los sentidos (13:138).
11
Un texto de Gott (1787), sin embargo, dice que la música es «una
fórmula de armonía necesaria y eterna» que podría disfrutar «incluso
aunque no tuviera oído y tuviera que contar y calcular con mi intelecto,
haciendo abstracción de todo su placer físico» (16:520).
240
recepción que hacia la emisión del sonido. La música, por
tanto, no se entiende como un estallido expresivo irresistible,
sino como una respuesta que restablezca el equilibrio de
fuerzas en la balanza interna. La audición es una resonancia
simpática, una respuesta pasiva, mediante la cual los cuerpos
agitados por los sonidos recuperan la paz que les es propia:
«Sienten que son movidos por proporciones y se dejan mecer
placent amenté por ellas; se ven impulsados a volver a su
paz en la misma proporción» (22:180). Las metáforas domi-
nantes son el arpa eólica y «e clavicordio espiritual» interno,
que resuenan en armonía con los sonidos que nos afectan
(22:68, 24:440). Es difícil ver cómo se adecúan estas nociones
a una teoría de la subjetividad propia del Sturm und Drang.
241
es su fuente originaria, la buena m u ; « vocal es el modelo
para toda la música y el lenguaje es ins< j arable de ella» (6:39).
N o obstante, el ideal musical de Locl mann es la expresión
de violentas pasiones y esto, según el se ve normalmente
temperado por las palabras y la melodía (5:230-31). A
diferencia de Marmontel y del Rousseau de sus últimas
obras, prefiere la «potencia expresiva» a la «pura belleza».
«Cada sonido es el resultado de nuestra existencia momentá-
nea» (5:239), luego la música es la «representación más
sensual del alma y, por así decir, la imagen más cierta de su
esencia pura y movida por sí m i s m a » (5:112-13). La música es
«riqueza espiritual» desplegándose a sí misma en sonidos, que
«diseminan ampliamente la interioridad y la inmaterialidad en
el aire» (6:39). Al hacer música, «expulsamos una parte de
nuestra vida que está en nuestio interior» (5:234).
244
sincronizar el sentimiento con la música pura sin la ayuda del
lenguaje. La teoría expresiva de Lockmann es un paso hacia
el romanticismo en tanto que considera que el lenguaje es
inadecuado. El lenguaje es «el ropaje de la música» del que se
desprende cuando canta, para revelar, por medio de la voz, la
humanidad en un «estado natural» (5:237). La música expresa
«aquello que el lenguaje puede dar a entender a duras penas
y toscamente» (6:39), y habla con mucha mayor elocuencia
que cualquier lenguaje en los momentos de júbilo (5:234).
Los instrumentos, a su vez, expresan todos los sonidos y
movimientos de la naturaleza: proporcionan «el mar y el aire
en el que [la voz] nada y expande sus alas» (5:241).
245
de los Wáldchen como su posterior «pitagorismo panteísta»
—por acuñar un o x i m o r o n — se centran en la audición y no
en la creación expresiva. Herder no nos dice que la música
sea personal, sino que «vivimos en un " O d e ó n " , un salón de
armonías eternas» (22:65). Este sentido cósmico de la música
allana el camino para la vuelta del pitagorismo en el roman-
ticismo, aunque Herder aprecia el universo del sonido en su
majestad física y no en su abstracción matemática, y, en
general, no mantiene ningún interés por la forma.
Heinse
242
ser una dilettante musical a convertirse en una cantante
deliciosa, inspiradora, en ocasiones, de las oberturas amorosas
de Lockmann aunque termine por casarse con un lord inglés.
En las larguísimas conversaciones musicales que llenan esta
floja trama interviene frecuentemente Reinhold, un viejo
arquitecto que coincide con Heinse en edad y en el amor a
la ópera italiana, aunque Eggebrecht y Hugo Goldschmidt
identifican a Lockmann con el autor porque las opiniones de
este personaje se encuentran en los diarios de Heinse . Pero12
12
Esto obliga a Eggebrecht a descartar todas las opiniones de
Lockmann que sostienen que, por ejemplo, los elementos pitagóricos no
cuadran con la coherente teoría de la música de Heinse (343). Sobre
Heinse, cf. también Müller, Térras y Wiora.
243
12
Sensualismo y formalismo
248
cuya Historie (1767) defendía incondicionalmente la teoría de
la armonía de Rameau, sugirió, ya en 1754, que las sinfonías,
tríos, oberturas y conciertos «suelen entretenernos incluso
cuando el compositor no ofrece ninguna representación o
carácter». N o obstante, Blainville asignó esta música instru-
mental simplemente divertida al gerre sonabile y a la infancia
de la música (L'Esprit 8). Beattie pensaba que «parte del
placer que proporcionan la melodía y la armonía surge de la
nati leza misma de las notas que componen» la música (138),
admitiendo que «la mente puede vírse agradablemente afectada
por el mero sonido en el que no hay significado ni modula-
ción» (139).
Boyé y Chabanon
249
sienten «sorprendidos por la verdad que hay en ellas» (5:230).
T a l como subraya Reinhold, la belleza física de la heroína,
así como su voz sensual desmienten las teorías abstractas de
Lockmann. En efecto, la escena con que comienza la obra,
en la que Hildegard se está bañando desnuda en el jardín,
mientras Lockmann espía a distancia, nos presenta al joven
tutor como a un pobre diablo que puede impresionar su
mente pero no poseer su cuerpo, el cual no obecede a
ninguna teoría. Parece probable que Heinse prefiriera un
contexto ficticio para escenificar una confrontación cuasi
dramática de las ideas que mantenía. Lejos de ofrecer una
teoría unificada de la música* expresiva, lo que hizo fue
construir un diálogo, a la manera de Diderot.
c
: r William Jones
246
para la reflexión ni para el control. El mayor efecto de la
poesía y la música «no es producido por la imitación, sino
por un... principio, que debe buscarse en los lugares más
recónditos de la mente humana» (550).
247
es imitativa. La «carne de gallina» y los escalofríos que
produce el placer musical (26) carecen de cualquier tipo de
relación intrínseca con las pasiones del compositor o con los
sentimientos experimentados en la vida «real»; de no ser así,
los amantes de la música marcial serían una amenaza para la
paz (31-33). La música pura es, para Boyé, el sonido elemental,
hasta el punto de que no dice nada sobre la forma.
250
la nueva expresión orquestal, todo ello demuestra a Chabanon
que no se puede seguir preguntando por el significado de una
pieza. Las intenciones del compositor y las interpretaciones
del oyente son superfluas, pues «una bella canción, como una
bella cara, tienen su efecto propio, un placer que no depende
de la imitación, sino que viene dado por la relación íntima
que la canción y la cara mantienen con nuestros senti-
dos» (162).
251
y carece del significado necesario para practk na (55-56). De
ahí que Chabanon condene la pintura mus \\ incluida la
expresión, a la que considera simplemente c o m : una pintura
de sentimientos (70). En el mejor de los casos, la música
puede imitar «el bramido de las oleadas de cólerí (61).
252
Así pues, podemos afirmar que Chabanon fue un crítico
de los preceptos tradicionales y expresivos de la música y el
primero en reconocer plenamente la posibilidad de la música
no representativa. Ahora bien, pese a que cuestionó hábilmente
lo viejo, su filosofía es demasiado simple como para establecer
firmemente lo nuevo y sus ideas pasaron desapercibidas
incluso durante su vida , lo cual puede deberse, en parte, a
1
El formalismo matemático
1
Como era de esperar, el comentario de Grimm al libro de Chabanon
fue bastante negativo. Hiller tradujo el primer volumen en 1781, pero el
éxito fue igual de escaso en Alemania que en Francia. La única respuesta
positiva la obtuvo de Heydenreich, quien llegó, incluso, a rechazar el
sensualismo (98-99, 227-29). La entrada de Chabanon en el Dictionnaire
des Biographies Francaises es bastante hostil y no le hace justicia.
253
la única que es gratificada. Dicho brevemente, hay pocas
cosas en la naturaleza que la música sea capaz de imitar y son
tan poco interesantes que podemos atrevernos a afirmar que,
dado que sus principios se encuentran en la verdad geométrica
y parecen ser el resultado de alguna ley general y universal de
la naturaleza, su excelencia es intrínseca, absoluta, inherente y
resoluble sólo por Su voluntad, que es la que ha ordenado
todas las cosas en número, peso y medida. [Hawkins X X ; el
subrayado es mío.]
254
pasó de la física y matemáticas a las ciencias biológicas y la
historia natural. Parte de los problemas que enfrentaron a
Rameau con los pbilosophes tuvieron su origen en este
cambio de clima intelectual.
255
que puso D'Alambert en la construcción de nuevos acordes
y en el proyecto de Rousseau de una nueva notación musical,
siguieron siendo fructíferos en las mentes de los filósofos
bastante después de que hubieran abandonado estos proyectos
específicos.
Leibniz
256
(par. 14). Según Leibniz nuestro conocimiento es necesaria
mente imperfecto por dos razones. En primer lugar el diseño
del universo no puede ser estimado partiendo de la imagen
fragmentaria que de él encontramos en cada mónada, igual
que una mancha en una pintura se resuelve al juntarse con
otras pinceladas carentes de significado («Del origen radical
de las cosas», Phil. Pap. 489). En segundo lugar, las percep-
ciones sensibles, incluidas las artísticas, sólo nos proporcionan
un conocimiento confuso de las cosas, porque no llegamos a
entender del todo el mecanismo implicado. El arte, por
tanto, siempre lleva implícito un «je ne sais quoi». El ensayo
«Sobre la Sabiduría» (Phil. Pap. 425-26) afirma, sin embargo,
que el placer de la música necesita también una razón
suficiente y ésta consiste en el orden armónico que se nos
transmite a través de las vibraciones del instrumento y el
aire. Al escuchar música disfrutamos con «su orden regular,
aunque invisible», su armonía entre las partes y el todo (la
unidad en la pluralidad), pese a que no lo entendemos. Esta
percepción intuitiva de un orden matemático no es más que
un cálculo inconsciente. Al final, «incluso los placeres sensibles
se pueden reducir a placeres intelectuales, conocidos sólo de
forma confusa. La música nos envuelve con su encanto,
aunque su belleza consiste únicamente en la reunión de
números y en el cálculo (cosas ambas que no percibimos
[aprehendemos] pero que no por ello deja de realizar el alma)
de los ritmos y vibraciones de los cuerpos sonoros que
coinciden en ciertos intervalos» (Phil. Pap. 641).
257
Schopenhauer El mundo como voluntad y representación se
limitara a parafrasear a Leibniz: «La música es un ejercicio
metafísico inconsciente en el que la mente no sabe que está
filosofando» (secc. 52, 1:264; el subrayado es mío).
Euler
3
Cf. Mizler, Btbliothek 2:328-29; Mattheson, Plus Ultra 3:539; carta
de Graun a Telemann, 9 de noviembre de 1751, en Teleman.
258
y reconocemos la regla por la que se ordenan. Los entendidos
en música están dotados de unos oídos especialmente delicados
y de una gran inteligencia; gracias a estas facultades, descubren
y juzgan el orden de las vibraciones (1:224).
4
Según Euler, las reglas del t o n o son más difíciles y pueden contener
también ciertas pautas para el tiempo. El Tentamen reduce la dimensión
temporal de la música a reglas retóricas y leyes armónicas: puesto que la
secuencia de notas tiene que recordar la sucesión de ideas en el lenguaje,
«se tiene que seguir las mismas reglas en música que en el arte de la
oratoria» (1:242). Pero, de hecho, Euler determina el orden de notas o
acordes al convertirlas en acordes simultáneos (capítulos 5 y 6).
259
el placer se mide por el grado de orden que se descu-
bre (11:14-15). Lo más acertado de todas estas presuposiciones
metafísicas es que la diferencia entre las consonancias y las
disonancias es una cuestión de grado y que no está claro el
límite que las separa (1:508, 517)\
Mizler
5
En la tabla de Euler, que ordena los intervalos p ^r su grado de
simplicidad matemática, las octavas más altas (que Rameau consideraba
variantes del unísono) son consonancias débiles. La duodécima (ratio 1:3)
pertenece, por ejemplo, a la misma categoría que la octava doble y es más
simple que todas las octavas más altas. Para examinar los detalles
matemáticos del sistema de Euler, ver Busch y también Vogel en
Euler ÍLXLVII y ss.
260
(Sozietát der M usikalischen Wissenschaften) (1738-), Mizler
fue un misionero infatigable del estudio matemático de la
música durante las décadas de 1730 y 1740 \ Después de
(
6
Sobre Mizler, ver Birke y Wóhlke.
261
Musical System para que lo admitieran . Haendel fue nom-
7
Hawkins
Hasta aquí Hawkins coincide con Harris (al que cita con
gran profusión) y otros críticos británicos de la mimesis
musical, e incluso comparte con ellos el desprecio por la
superficialidad y virtuosismo vacío de la música instrumental
de su época ( X L I - X L I I , 919). Pero en su caso la crítica no
7
Telemann defendía la división de la octava en 55 comas; esta
propuesta recibió duras críticas en la Bibliotbek de Mizler.
262
acaba convirtiéndose en una defensa de la música vocal y
afectiva. Por el contrario, ensalza las composiciones armónicas
y no representativas que hacen uso de una armonía y
estructura sofisticadas, a la manera de Corelli, Bononcini,
Germaniani y Haendel ( X L I I ) . El gusto corrupto, «la vanidad
y vaciedad de la música que se nos ofrece ahora» no pueden
remediarse con una vuelta roussoniana a la música monódica
y melódica (Hawkins era un fiero defensor «progresista» de
la música moderna), sino sólo mediante «una sobria reflexión
sobre la naturaleza de la armonía y su referencia inmediata a
los principios en los que se fundan todas nuestras ideas sobre
la belleza, simetría, orden y magnificencia» (919).
263
tras que la estética mimética juzga el arte por el éxito de la
reproducción, un juicio consistente basado en la unidad en la
variedad valora sólo las cualidades en el objeto.
264
Malcolm sabía que la armonía de las partes era un
concepto pitagórico, pese a que entendía cjue su materializa-
ción musical era un logro distintivo de los tiempos modernos,
porque sólo los modernos, según el, han logrado separar la
interrelación de las partes de las consideraciones afectivas y
morales. Si esto es así o no, es algo que no nos preocupa en
este momento; lo que sí importa señalar es que Malcolm
descartó proféticamente los principios de la teoría de las
pasiones y afirmó audazmente que la contemplación de la
forma puede proporcionar un placer estético intelectual. A
diferencia de Boyé y Chabanon, que se apartaron de la
mimesis y el didactismo para adoptar una actitud hedonista
anti-intelectual, Malcblm y sus colegas defendieron un placer
del gusto que tiene que ser educado, sin que por ello lleve
implícito un propósito educativo.
265
concordancia de los sonidos individuales en un todo, la
relación recíproca de las partes entre sí, la imitación y, por
ultimo, los sentimientos y pasiones del alma humana que
usuaimente se manifiestan a través de los sonidos» (184).
8
El papel de Moritz en el desarrollo de una estética del arte autónomo
ha sido puesto de relieve recientemente. Cf., por ejemplo, Bürger, Todorov
y Waniek.
266
tuye el más alto grado de disfrute puro y desinteresado que
nos concede lo bello» (206).
267
estéticas generales que en ella se exponen, las cuales jugaron
un papel fundamental durante la década final del siglo.
Aunque no hay pruebas de que Kant tuviera c< lucimiento
de la obra de Moritz, el parecido entre las dos en i negable. Y ,
lo que es más importante, Reichardt, Wackenroder y Tieck
asistieron a las lecciones que Moritz impartió en Berlín en
calidad de «Profesor de Bellas Artes y de la importante
Ciencia Matemática» (Professor des schónen Künst d der
dahin gehórigen Wissenschaft der Mathematik).
268
13
1
Sobre Kant, cf. también Cohén, Crawford, Dahlhaus, Kant Guyer,
y
269
otros han preferido ver en la Crítica del Juicio una anticipación
de los principios de! arte moderno, de forma parcial, o por
implicación. Según Cohén, por ejemplo, «la caracterización
del contenido estético como forma tiene una importancia
fundamental para la estética de las Críticas». Cohén estima
que la forma es «el término con el que Kant soluciona todos
los problemas que se le presentan» (360), e incluso realiza
una extrapolación del texto kantiano para concluir que «la
música, mas que ningún otro arte, es simbólica, porque los
objetos individuales, ya sean naturales o morales, no consti-
tuyen su contenido... La inagotable interconexión armónica
del mundo temático del pensamiento es el material del
simbolismo musical» (319). «La música es la única que crea
un mundo nuevo y su contenido... Los sonidos y los efectos
no intentan ser nada más que materiales internos. Y ellos
solos son los que construyen la interioridad como su propio
mundo, el cual sólo quiere ser eso: interioridad» (334).
270
lectura que hemos hecho nosotros de los textos más impor-
tantes se cimenta en la estética musical del x v m , campo por
el que ya nos hemos dado un amplio paseo y que va a servil
de escenario, por decirlo de alguna manera, a las dudas de
Kant. En mi opinión, estas dudas se deben a un choque
culminante y decisivo entre las interpretaciones verbales y
matemáticas de la música, el cual constituyó, para el pensador
de Kóningsberg, un conflicto irresoluble. Pese a todo, es
preciso admitir que Kant aumentó considerablemente la
aceptación de las teorías no miméticas del arte en general y
de la música en particular.
I
La «belleza libre» de Kant ha de juzgarse de acuerdo a su
forma porque no contiene ningún concepto. Esto sienta la
autonomía de los objetos estéticos más puros, pero no
prueba que Kant considerara a tales objetos como el arte
más elevado. En efecto, en la sección 52 afirma explícitamente
que «si las bellas artes no se combinan, en mayor o menor
grado, con ideas morales, que, por sí solas, llevan consigo
una satisfacción autosuficiente», las meras sensaciones produ-
cirán «un embotamiento del espíritu, el objeto nos llegará a
dar asco y la mente... acabará por estar descontenta consigo
misma y de mal talante». Así pues, en este punto la belleza
es negada a la mera «sensación material (encanto o emoción)»
y no a la forma pura, pero como esta última está tan vacía de
ideas morales como la primera, el argumento sirve para
ambas. Schüller resuelve el dilema sugiriendo que el rigor
moral de kant le impidió abrazar plenamente el formalismo
que le venía sugerido por razones estéticas. Pero si, como
dice Schüller, «Kant distinguió el gusto del conocimiento y
encontró que el primero era deficiente» (Kant 236), sería
preciso asumir una especie de escisión esquizoide entre sus
preocupaciones éticas y estéticas, lo cual es inadmisible si
tenemos en cuenta algunos textos claves de la Crítica del
Juicio. A diferencia de Klinkhammer (32-33), Reed (573) y
otros, pienso que los conceptos están bastante relacionados
con la noción kantiana de belleza, que sus dudas sobre la
música surgen precisamente porque asigna un papel específico
271
a los conceptos en el arte, pero no piu . encontrar los
conceptos o sus equivalentes en el campo la música. La
música es un problema para Kant precisam nte debido a sus
ideas estéticas generales. Incluso se puede al ir mar que este
problema llega a convertirse en uno de los nudos gordianos
de su especulación estética.
272
atribuir un valor cognitivo a estas últimas. Si, como afirma
Kant, la mente contribuye creativamente a las representaciones,
si la imaginación y las formas a priori de la mente sintetizan
las representaciones, en ese caso las representaciones fidedignas
se vuelven algo problemático y la verosimilitud deja de ser el
problema central de la estética. De ahí que Kant no exija en
ninguna parte que las representaciones artísticas copien el
original de forma exacta ni crea que el placer estético
consista en la compararación de la imagen con su prototipo
físico o psíquico. Es más, tal como explica en la sección 52
de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres,
tiene ciertas reservas étiqas de tipo general a la imitación
(6: 479-80), aunque en otra parte admite que un cierto grado
de imitación sea inevitable en todas las esferas de la actividad
humana (15: 340-41). Por último, Kant no considera que sea
el gusto el encargado de evaluar la adecuación del significante
con el significado. El arte merece ser situado junto con la
ciencia y la moral, porque sus significantes se usan libre y
creativamente. El proyecto crítico exige que el arte sea algo
más que una mera imagen de la naturaleza o la mera
expresión de una subjetividad.
273
En este sentido, el núcleo de la obra estética de Kant es
el tratamiento del genio y su producción de ideas estéticas.
Dado que el genio es «el talento (o don natural) que
proporciona la regla al arte» y «la disposición mental innata
(ingenium) a través de la cual, la naturaleza ofrece la regla del
arte», Kant cree en una teoría de la creatividad subconciente
que impide describir científicamente cómo se produce el arte.
La originalidad del genio no puede ser copiada; sus productos
ejemplares sólo sirven como «modelo o regla de juicio para
otros» (sec. 46).
2
Hay que recordar que, según la Crítica de la Razón Pura, el
conocimiento seguro necesita tanto de las percepciones (intuiciones) como
de los conceptos: «Los pensamientos sin contenido están vacíos y las
intuiciones sin conceptos están ciegas» (B 75). Por tanto, es preciso que
cada concepto de conocimiento posea una intuición correspondente.
Las ideas estéticas pueden ser pensadas como contrapartidas de las
ideas racionales: si estas últimas son conceptos sin las intuiciones corres-
pondientes, las primeras son intuiciones (o representaciones de la imagina-
ción) que no se pueden captar adecuadamente por ningún concepto: «Una
idea estética no puede devenir conocimiento, porque es una intuición (de
la imaginación) para la que nunca se podrá encontrar un concepto
adecuado. Una idea racional nunca puede convertirse en conocimiento
porque implica un concepto (de lo suprasensible) al que no se le puede dar
nunca la intuición correspondiente» (sec. 57).
274
mucho» a la mente del observador sin que ninguno de esos
pensamientos estén contenidos en esas ideas.
275
ción «es libre de equipar al entendimiento con una abundancia
nunca vista de material sin desarrollar» sólo «en conjunción
con» un concepto.
276
ficados se establecen de forma mecánica, c o m o si fueran por
tradición, y no permiten un juego libre c o n los conceptos.
La teoría de las pasiones, que se basa en estas asociaciones
mecánicas, no puede incluir una imaginación libre. Por
esta razón, Dalhaus afirma, con acierto, que la referencia que
hace Kant a la teoría de las pasiones es históricamente
accidental y sistemáticamente innecesaria ( 3 4 6 ) \
3
El texto final de la sección 42 ofrece una visión distinta de la relación
entre lenguaje y la música: los colores y sonidos naturales pueden
ofrecernos «también una reflexión sobre la torma de estas modificaciones
del sentido». Sin embargo, los ejemplos muestran que Kant sigue pensando
que la comunicación es una convención: los lirios blancos sugieren
inocencia; las rosas rojas, lo sublime, y «el canto de los pájaros proclama
la alegría y el contento con la existencia. Al menos, es así como nosotros
interpretamos la naturaleza, sea ese su designio o no». Kant no indica
cómo se relacionan los juicios estéticos con estas atribuciones de significado
a los objetos naturales.
277
Este impulso antisensualista de la estética de Kant explica
la presencia de elementos pitagóricos en su teoría de la
música: identifica la armonía y la consonancia (en vez del
sonido físico) con la esencia de la música; considera que la
armonía de las facultades, su juego mutuo, libre y equilibrado,
es la esencia del estado estético, y afirma que el sentimiento
de la armonía «en el juego de las facultades mentales» es el
fundamento de los juicios estéticos (sec. 15). En otras palabras,
Kant hereda y reformula de forma decisiva el pitagorismo.
Dentro de esta tradición, la armonía musical reflejaba la
armonía cósmica estática; para Kant, el orden relativo al arte
no es cósmico, sino mental; ni anterior al arte; sino un
resultado de ella; ni estático, sino un «juego». Pese a todo, la
relevancia de la tradición pitagórica en el empeño de Kant se
percibe en la red de metáforas musicales —«armonía», «juego»,
«sintonización» (Stimmung) y demás— que se extiende por la
Tercera Crítica.
4
Su lectura fue las Letters to a Princess of Germany (24/1:353).
278
impresiones» entonces ios colores y sonidos puros se podrían
considerar como «los determinantes formales de la unidad de
una multiplicidad de sensaciones, esto es, como bellezas». En
otras palabras, la reflexión sobre la forma de la vibración en
una sola nota musical podría proporcionar las bases de su
juicio estético.
5
Según Klinkhammer, Kant rechazó la teoría de Euler (44-46); según
Áster, realmente cambió de opinión (476), únicamente Dahlhaus (Kant
342) se muestra abiertamente en contra de Windelband.
279
únicamente la composición musical armónica «constituye el
objeto propio del juicio puro del gusto» . 6
6
Igual que Rousseau, pero por otras razones, Kant menosprecia el
color y valora el dibujo. Rousseau compara el dibujo con la melodía,
porque ambos imitan; el color no contribuye a la imitación. Kant compara
el dibujo (Zeichnung) con la composición armónica y caracteriza ambas
como propiedades formales; el color se limita a gratificar a los sentidos y
no puede embellecer el objeto ni hacerlo digno de contemplación.
280
música. Al comparar las distintas artes, supone que las ideas
estéticas «han de surgir de un concepto del objeto represen-
tado» (sec. 51). De ahí que intente ordenar las artes según
sus analogías «con el modo de expresión del que se sirven los
hombres en su lenguaje». Esto es algo que va, necesariamente,
en contra de la música. En efecto, la música (junto con el
arte del color, esto es, el órgano del color de Castel)
pertenence a la tercera categoría del «bello juego de las
sensaciones ... que admite, al mismo tiempo, la comunicación
universal».
Sigue sin estar claro «sj los colores o los tonos (sonidos)
no son más que sensaciones agradables o si forman en sí
mismos un bello juego de las sensaciones» (el subrayado es
mío). En la parte negativa hay que señalar que el intervalo
temporal entre las vibraciones de un tono es, probablemente,
demasiado breve como para que pueda registrarse en nuestro
juicio y que, «por tanto, en los colores y en los tonos sólo va
unido el agrado y no la belleza de la composición» (sec. 51).
Dos argumentos constituyen la parte positiva: en primer
lugar, los juicios estéticos podrían estar basados en las
proporciones matemáticas de las oscilaciones; en segundo
lugar, gente con mal oído para distinguir bien el tono es, sin
embargo, capaz de juzgar sobre música; de ahí que las notas
musicales «tengamos que considerarlas, no como meras im-
presiones sensibles, sino como el efecto de un juicio de la
forma en el juego de muchas sensaciones» . En el caso de
7
7
E s t o último fue objeto de correspondencia entre Kant y un tal
Cristian Fricdrich Hellwag, quien sugirió en una carta del 13 de diciembre
de 1790 que la música podía generar un bello juego tic impresiones, y no
meramente un juego placentero (Briefe 2 3 8 ) . Kant respondió el .3 de enero
de 1791 que tenía un amigo en mente que no podía distinguir una pieza
musical de otra, pese a que incluso había logrado aprender a tocar el piano
(Briefe 245). C o n esto parece referirse a que aquellos que no pueden
disfrutar la música físicamente lo pueden hacer intelectualmente.
281
de sensaciones agradables. Según el primer modo 4 explica-
ción, la música se representa como una de las bellas artes;
según el segundo, como un arte agradable (al menos en
parte)» (sec. 5 1 , el subrayado es mío) . 8
8
Heydenreich adoptó la posición opuesta el mismo año. Citando la
apreciación directa y sensible de la música de Chabanon y la teoría de
Leibniz del cálculo inconsciente, Heydenreich define el primero de los
cuatro modos de belleza como sigue: las leyes eternas y calculables de la
armonía determinan directamente nuestro placer, sin la intervención de la
razón e incluso sin que entendamos esas leyes. Reconocemos las i elaciones
matemáticas en la música, debido a un sentido del placer que se ha
despertado inconscientemente, y no al contrario (99).
282
medio de \ lisposición proporcionada, para expresar la idea
estética de n todo conexo ... De esta forma matemática,
aunque no I resentada por conceptos determinados, es de lo
único que ii , vnde la satisfacción que enlaza la mera reflexión
sobre un núu ro de sensaciones concomitantes o consecutivas
con este juqgo suyo, como una condición de su belleza,
válida para cada cual. Esta es la única que permite al gusto el
derecho d eclamar, con antelación, una autoridad sobre el
juicio d< uno.
283
esos pocos momentos en los que podemos relacionar algún
aspecto de la obra de Kant con su vida privada. El carecer de
urbanidad sigue siendo el estigma propio de la música.
284
en la que se juega con instrumentos. Pero vosotros, los
músicos, debéis escribir a la entrada de vuestro recinto, a la
manera de Platón: «¡Nadie entre aquí sin la compañía de las
Musas!».
El lento movimiento de la historia nos muestra lo difícil
que fue para la música el desarrollarse en un arte independiente
y separado de sus hermanas, las palabras y los gestos. Fueron
necesarios unos medios irresistibles para independizarla y
liberarla de propósitos que le eran ajenos. [22: i86]
285
Epílogo sobre el romanticismo
286
evitar la tentación de acercarme a materias tan excitantes
como el nacin < nto del Lied y la ópera romántica, la relación
entre los músicos y los poetas románticos, la naturaleza
«romántica» de algunas composiciones específicas e incluso la
imagen de la i ¿sica y los músicos en la literatura romántica.
Hay muchos muy buenos libros que versan sobre estas
materias, y aunque se pueden decir todavía muchas más
cosas, no es éste el lugar más adecuado para hacerlo. Mi
propósito principal es mostrar que este reconocimiento de la
música instrumental vino de la mano de una vuelta al
pitagorismo, una nueva metafísica matemática de la música.
Dado que sólo me ocuparé de los representantes más impor-
tantes, debo mencionar en este momento que el pitagorismo
romántico abarca muchas obras distintas, incluidas las espe-
culaciones pseudo-científicas de Ritter sobre la música de las
esferas (45 y ss.) y los esfuerzos de Gotthilf Heinrich Sehubert
para revivir la especulación armónica de Kepler, por nombrar
sólo dos.
287