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COMPILACIÓN FILOSOFÍA, CIENCIA Y VALORES

El conocimiento en Friedrich Nietzsche (1844-1900)


Franklin Gavilánez-Elizalde (2016)
Candidato © a Doctor en Filosofía, Ciencia y Valores
de la Biología y la Ciencia Cognitiva
Euskal Herriko Unibertsitatea del PaísVasco-España (EHU)
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Universidad Carlos III de Madrid (UCIIIM)

Filosofía contemporánea, Nietzsche, nihilismo, Tema 151


El nihilismo y la "muerte de Dios"
Víctor Bermúdez Torres (2014)

Como ya se ha dicho, la cultura occidental “niega” la realidad y la cambia por “lo que
no existe: un mundo de esencias ideales inmutables y racionales”, con respecto al cual
es posible “la ciencia y la verdad objetiva”. Además, en consonancia con ese “mundo” y
contaminada por el cristianismo, nos infunde una “moral” que niega el cuerpo, las
pasiones, el anhelo de lucha y poder… Es decir, que niega la vida. La cultura occidental
ha negado la realidad y la vida, las ha cambiado por ilusiones, por muerte, por “nada”.
Esto es “nihilismo” (“nihil” significa en latín “nada”). Pero este nihilismo ha llegado a
su culminación en la sociedad moderna, pues en ella esas ilusiones (la “Unidad”
del “Ser” de los metafísicos, la “Verdad” objetiva, la “Bondad” y la “Belleza” de la moral
cristiana) empiezan a revelarse como lo que son: nada, humo que se desvanece…

1 http://historiadelafilosofiaparacavernicolas.blogspot.com
En la sociedad moderna y burguesa se va imponiendo el escepticismo con respecto a “las
ilusiones metafísicas y religiosas” (¿quién cree ya en el mundo de Platón, en el Cielo de
los cristianos, en la utopía feliz de los socialistas?). La ciencia, además, ha reducido la
metafísica de los filósofos a frías fórmulas matemáticas y hechos observables; y la
religión se ha demostrado como una mera invención de las personas. La propia “verdad”
se relativiza. Toda verdad es interpretación, incluso las verdades de la ciencia. ¿Quién
cree hoy que sea posible la verdad absoluta sobre el mundo, los humanos, la historia…?
De igual modo ocurre con la “moral”. Toda afirmación sobre lo que es bueno y malo se
torna relativa, subjetiva. ¿Quién cree hoy que nadie tenga la última palabra sobre qué es
bueno y qué es malo? La moral tradicional, en especial, enraizada en el cristianismo, hace
aguas al igual que el cristianismo mismo. En la sociedad burguesa no hay más valor
universal que el dinero… En resumen, como dice Nietzsche: “Dios ha muerto”. Dios no
solo referido al “Ser supremo” de los judíos y cristianos (¿Quién cree sinceramente hoy
en él?), sino todo lo que Dios simboliza: un “mundo ideal y eterno, una verdad absoluta,
una moral universal en la que lo bueno y lo malo están perfectamente delimitados…

Este nihilismo consumado en la época burguesa muestra lo único que había bajo esos
ídolos muertos (Dios, el Ser, la Unidad, la Verdad, la Bondad): miedo y afán de
seguridad. Y eso es el dinero, el único dios (ser, verdad, bondad) que ha quedado en pie.
El burgués ya solo cree en el dinero. Pero el dinero es una nada aún más abstracta y
muerta que los ídolos asesinados por él. Es un medio para “nada”, pues él mismo ha
acabado con “todo”. Ha sometido la moral al mercado, relativizándola y, así, ha acabado
con la sociedad; pero la sociedad, antes de arruinarse ha acabado con el mito de la verdad
objetiva y científica, reconociendo que esta no era más que cosa de perspectiva e interés;
y la ciencia a su vez, antes de hundirse, ha podido acabar con la religión y la metafísica;
así que, realmente, no ha quedado nada -bueno, verdadero, relevante- que de valor a esa
moneda o medida abstracta que es el dinero. Consumidos así en la certeza del nihilismo,
las personas modernas son seres decadentes y pasivas, apoltronadas entre sus
mercancías, e incapaces de apasionarse realmente por nada. Pero frente a este nihilismo
pasivo e impotente, Nietzsche cree posible un “nihilismo activo y creador”. Este
nihilismo activo será el de aquel que, sobre las cenizas de la decadencia de occidente, sea
capaz de reencarnar en sí la “voluntad de poder” que mueve el mundo y fundirse a sí
mismo como un humano nuevo, creador de nuevos valores que afirmen (y no nieguen)
el propio poder y la creatividad de la vida. A esto le llama Nietzsche el “superhombre,
suprahombre o ultrahombre.

Se puede decir en resumen que la cultura europea ha llegado a su propia ruina, a la


decadencia, hay que liberar al hombre de todos los valores falsos, devolviéndole el
derecho a la vida y a la existencia, dice Nietzsche. Para ello, el 1er paso debe consistir en
una transmutación de todos los valores de nuestra cultura tradicional. Así, el nihilismo
no consiste en una teoría filosófica o en una proposición teórica, sino que es un
movimiento propio de nuestra cultura. La fuerza del espíritu de occidente, cansado y
agotado por los valores inadecuados y falsos de su "verdadero mundo" se vuelve
nihilista. ¿Qué significa nihilismo?, que se desvalorizan los más altos valores, falta la
meta y falta la respuesta al por qué. El nihilismo del espíritu occidental es radical y
absoluto, y una vez perdida la fe en el "verdadero mundo", la cultura se queda sin
sentido, sin guía o meta aparente, entonces se llega a la decadencia o al pesimismo. Por
lo tanto, el nihilismo es una fuerza destructora de la base de la cultura occidental, es
decir, de ese Dios cristiano en el que se apoya la moral y el conocimiento del hombre:
¿Dónde se ha ido Dios?, yo os lo digo, nosotros lo hemos matado, todos nosotros somos
sus asesinos. Lo único que permanece en Dios muerto son las iglesias.
El superhombre y así habló Zaratustra
Así Hablo Zaratustra y el Übermensch o sobre hombre “Superhombre”2

Se debe aclarar que “superhombre” no es una traducción literal del término original
usado por Nietzsche y mucho menos pensar en connotaciones dudosas dada por los
nazis para sus propósitos aberrantes, y obviamente para distinguirlo de Superman, el
héroe de los cómics. “Übermensch” en Nietzsche literalmente es “superior al hombre”.
Podríamos incluso decir que significa “muy por encima del hombre”. El Übermensch es
el hombre que destaca muy por encima de los seres humanos tal como existen en el
presente. Los trasciende. Asimismo, podríamos decir que es el “hombre trascendente”.
En otras palabras, el superhombre de Nietzsche no es sólo una evidente humanidad
actual, una humanidad cotidiana en un grado superlativo, sino un tipo de humanidad
completamente diferente.

Ha quedado muy grabada la palabra superhombre como la traducción aceptada del


Übermensch de Nietzsche porque durante mucho tiempo ha prevalecido en el mundo
de habla inglesa como la expresión cultural más prominente del concepto de Nietzsche,
debido a la obra de George Bernard Shaw, El hombre y el superhombre. Nietzsche y la
corrupción de sus ideas. Lamentablemente, después de la muerte de Nietzsche todo su
modo de pensar se corrompió y se degradó de un modo desesperanzado en la
comprensión popular. Ante todo, se envileció en manos de su hermana y, después, en
manos de aquellos que intentaron relacionar las ideas de Nietzsche con la ideología nazi.
Ha sido apenas en los años más recientes cuando se ha rescatado el pensamiento de
Nietzsche, liberándolo de las malas interpretaciones más toscas para, por fin,
interpretarlo con más exactitud, lo cual ha logrado muy bien el gran escritor y académico
Walter Kaufmann “Así hablo Zaratustra”. Si queremos empezar a disfrutar de una
auténtica probada de Nietzsche debemos observar la manera en que presenta su
material, que como lo sugiere el título es bastante individual.

El Zaratustra de Nietzsche es literario. Es tan sólo el portavoz de las ideas del propio
Nietzsche. Sin embargo, lo que los dos Zaratustras tienen en común es que aportan un
mensaje a la humanidad. Zaratustra comunica desde un nivel más alto
La primera sección del libro, “Prólogo de Zaratustra”, lo representa descendiendo de
una montaña. Por supuesto, esto es simbólico y ésa es la intención. Zaratustra ha estado
en la montaña durante diez años, pensando y meditando y ahora su sabiduría ya maduró
y desea compartirla con los humanos. “Dios ha muerto”. En su descenso lo reconoce un
santo ermitaño que ha vivido mucho tiempo en el bosque, al pie de la montaña y que

2 http://www.budismo.com/articulos/superhombre.php
recuerda haberlo visto hace mucho, cuando subió. El ermitaño trata de persuadir a
Zaratustra para que no deje la montaña: “La gente es muy ingrata y distraída. No
malgastes tu tiempo con las personas. Es mejor ser un ermitaño, vivir en la selva con las
aves y las bestias, olvidarse del mundo de los hombres y sencillamente venerar a Dios”,
pero Zaratustra deja al ermitaño y sus oraciones en el bosque y conforme continúa con
su camino se pregunta: “¿Será posible que ese viejo santo en la espesura de la montaña
no haya oído todavía que Dios ha muerto?”.

La contundente observación de que Dios ha muerto constituye una de las percepciones


más importantes de Nietzsche y se ha repetido a lo largo del siglo XX y sigue en el siglo
XXI, dando lugar a todo un movimiento de pensamiento moderno y teológico que
promulga “la muerte de Dios”. Nietzsche fue el primero que vio que Dios ya no estaba
más allá arriba, en los cielos. De hecho, vio con claridad algo que desde entonces muchos
han llegado a notar también, aunque habrá quienes declaren sin embargo que él está
totalmente equivocado.

Sobre Nietzsche; Dios y el hombre, se puede decir que lo que vio fue que la enseñanza
del cristianismo ortodoxo, con su creencia en un Dios personal, un ser supremo, un
creador, junto con las doctrinas del pecado y la fe, la justificación, la expiación y la
resurrección habían muerto, caducado, eran ya irrelevantes. Su declaración anunciaba el
inicio de lo que algunos identificarían como una era postcristiana. Si Dios había muerto,
entonces el concepto cristiano del hombre también había muerto. El concepto del
hombre como un ser que ha caído, un ser que por ser desobediente y pecaminoso
necesita de la gracia para redimirse. Un ser que ha de ser juzgado y, quizá, castigado.
Ese concepto ya no es relevante. Han explotado todos los viejos dogmas.

De modo que hace falta un nuevo concepto de quiénes y qué somos los seres humanos.
Si nos encontramos en un universo sin Dios estamos solos. Por lo mismo, tenemos que
tratar de entendernos nuevamente. Ya no podemos aceptar respuestas preparadas. Nos
encontramos aquí y ahora, en medio de un universo cuajado de estrellas, parados en la
tierra, rodeados por otros seres como nosotros, con una historia a nuestras espaldas y
con un futuro por delante. Ahora tenemos que preguntarnos (y la pregunta es para
nosotros, puesto que no hay nadie más): “¿Quién soy? ¿Qué soy?” Esto es lo que
Zaratustra hizo en la montaña. Pensó, meditó y contempló durante diez largos años y
ahora sabe lo que es el hombre. Ahora le trae a la humanidad el mensaje de lo que
aprendió.

Piensa Nietzsche que el hombre es un ser miserable e inmundo, un ser a medio hacer,
un puente entre la bestia y el superhombre, un paso de la pura animalidad a la
superhumanidad. Es su destino, pero en su recorrido evolutivo poco ha sido todavía lo
alcanzado: Habéis evolucionado del gusano al hombre, pero todavía hay mucho de
gusano en vosotros. El hombre es como una enfermedad en el universo, y es el único
animal que todavía no ha llegado a consolidarse. La vida humana conlleva un grave
riesgo: o vencer al hombre mediante la superación, o volver a la animalidad primitiva.
Mientras todos los animales han producido algo superior a ellos, el hombre se resiste a
evolucionar, no quiere abandonar los valores del pasado y dar un nuevo sentido a la
humanidad. Está pues, a diferencia del animal, vuelto al futuro y concibe ideales, cuenta
destinos. Pues bien, habría según Nietzsche tres versiones del ideal humano: El ideal
estético, donde el ideal humano es interpretado como tragedia, donde se armonizan lo
dionisiaco y lo apolíneo. Lo dionisiaco representa la embriaguez desenfrenada de vivir
y lo apolíneo representa la armonía de forma y el resplandor de la belleza. Pero también
el ideal científico, que concibe el ideal humano como sabiduría: el hombre sabio conoce
la realidad del mundo con todas sus miserias, y por eso afirma enérgicamente la vida.
Por último, el mayor ideal, el superhombre, donde se integra y sintetiza el radical cambio
de valores que propone Nietzsche.

De acuerdo con Nietzsche, las masas (a quien denominaba "rebaño", "manada" o


"muchedumbre") se adaptan a la tradición, mientras su superhombre utópico es seguro,
independiente y muy individualista. El superhombre siente con intensidad, pero sus
pasiones están frenadas y reprimidas por la razón. Centrándose en el mundo real, más
que en las recompensas del mundo futuro prometidas por las religiones en general, el
superhombre afirma la vida, incluso el sufrimiento y el dolor que conlleva la existencia
humana. Su superhombre es un creador de valores, un ejemplo activo de "eticidad
maestra" que refleja la fuerza e independencia de alguien que está emancipado de las
ataduras de lo humano "envilecido" por la docilidad cristiana, excepto de aquéllas que
él juzga vitales. Nietzsche sostenía que todo acto o proyecto humano está motivado por
la "voluntad de poder". La voluntad de poder no es tan sólo el poder sobre otros, sino el
poder sobre uno mismo, algo que es necesario para la creatividad. Tal capacidad se
manifiesta en la autonomía del superhombre, en su creatividad y coraje. Aunque
Nietzsche negó en multitud de oportunidades que ningún superhombre haya surgido
todavía, cita a algunas personas que podrían servir como modelos: Sócrates, Jesucristo,
Leonardo da Vinci, Miguel Ángel, Shakespeare, Goethe, Julio César y Napoleón. Para
llegar al superhombre, el hombre europeo tiene que autosuprimirse, y este proceso
debería pasar por tres fases:

a) El camello es el símbolo del hombre europeo actual, que todavía está impregnado
de la moral de esclavos y que soporta el peso de la carga con paciencia;
b) El león en cambio es el símbolo del hombre revolucionario, el que se levanta contra
la moral de los esclavos. A su vez, el león después de romper las cadenas de la
esclavitud tiene que transformarse en niño;
c) El niño simboliza la pureza e inocencia de la infancia, desde la que se recrea la
nueva tabla de valores.

El superhombre representa, pues, esa nueva tabla de valores: el amor a la vida, el sentido
de la Tierra y la exaltación de los instintos ascendentes. El hombre para convertirse en
superhombre ha de expulsar de su interior a Dios. No se trata de una divinización del
hombre, sino todo lo contrario, una sustitución de Dios por el superhombre, de tal forma
que éste se convierta en un ser con plenitud de poder y de dominio sobre sí y sobre los
demás. Pero esta transformación requiere, según Nietzsche, de una voluntad de
dominio, de agresión y de sentimientos hacia lo ajeno, la "voluntad de poder".
FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
VOLUNTAD DE PODER. NIETZSCHE
PRINCIPIO BÁSICO DE LA REALIDAD A PARTIR DEL CUAL SE DESARROLLAN TODOS LOS
SERES. ES LA FUERZA PRIMORDIAL QUE BUSCA MANTENERSE EN EL SER, Y SER AÚN MÁS3.
Javier Echegoyen Olleta4

Nietzsche cree que en todas las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el
mundo inorgánico hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de
seres vivos. Todas las cosas son expresión de un fondo primordial que pugna por existir
y por existir siendo más. En los años previos al acceso de locura que le sobrevino en 1890,
Nietzsche redactó lo que consideraba iba a ser su obra más acabada, que pensaba titular
precisamente “la voluntad de poder”. Todos sus escritos anteriores eran esencialmente
críticos, con ellos intentó echar por tierra los esquemas mentales que han dominado toda
nuestra cultura occidentalista desde sus mismos orígenes (desde Sócrates), esquemas
que Nietzsche resume en el concepto de platonismo. Sin embargo, en esta última obra
(inconclusa y publicada tras su muerte) intentó describir su visión positiva de la
realidad, visión que coincide con la que él mismo presentó ya en su primera obra, “el
nacimiento de la tragedia”, con la noción de lo “dionisíaco”. Dada la repugnancia que
parece despertar en él todo lo metafísico, todo discurso relativo al ser, puede resultar
extraño sugerir que con la voluntad de poder Nietzsche nos presenta su noción de Ser,
su “metafísica”, pero en cierto modo así es. Las características que parece tener para él
la realidad, el Ser (por lo tanto, la voluntad de poder) son las siguientes:

- Irracionalidad: la razón es sólo una dimensión de la realidad, pero no la más


verdadera ni la más profunda; y ello tanto en el sentido de que en los humanos la
razón no tiene –ni debe tener– la última palabra, puesto que siempre está al
servicio de otras instancias más básicas como los instintos o la mera eficacia en el
control de la realidad (es decir su mera utilidad, que no su verdad), como en el
sentido de que el mundo mismo no es racional: nosotros lo creemos racional,
intentamos someter a un orden y a una legalidad lo que en sí mismo no es otra
cosa que caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte;
- Inconsciencia: la fuerza primordial que determina el curso de todas las cosas no
es consciente, aunque esporádica y fugazmente se manifiesta de este modo
precisamente en nosotros, los seres humanos; pero incluso en este caso la
consciencia no tiene carácter sustantivo, ni crea un nivel de realidad nuevo o
independiente. Nietzsche considera la consciencia como algo superfluo, que
perfectamente podría no darse y que de ningún modo añade mayor perfección ni
realidad;
- Falta de finalidad: las distintas manifestaciones que toman las fuerzas de la vida,
sus distintas modificaciones, los resultados de su actuación, no tienen ningún
objetivo o fin, no buscan nada, son así pero nada hay en su interior que les marque
un destino. Dado que lo que nosotros percibimos, y que todo con lo que tratamos
(objetos físicos, mundo espiritual, social y cultural) es expresión de esta realidad
sin sentido, Nietzsche declara con ello el carácter gratuito de la existencia (tesis
totalmente idéntica al existencialismo sartriano para el que todo ente “está de
más”);

3 http://www.e-torredebabel.com/
4 Edición en papel: Historia de la Filosofía. Volumen 3: Filosofía Contemporánea. Editorial Edinumen
- Impersonalidad: es una consecuencia de las dos características anteriores
(inconsciencia y ausencia de conducta final o intencional); esta fuerza no puede
identificarse con un ser personal –mucho menos puede pensarse que con ella
Nietzsche intenta introducir sutilmente la noción de Dios–; incluso los textos
sugieren que en realidad tenemos propiamente un cúmulo de fuerzas, no una
básica que supuestamente esté a la base de todas las visibles; un cúmulo de fuerzas
que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí,
enfrentándose y aniquilándose.

Se puede justificar que estas tesis sean algo así como la “metafísica” nietzscheana, su
teoría del “ser”, en la medida en que son una interpretación de lo que de modo ingenuo
o habitual o naturalmente experimentamos. Si alguien nos pregunta qué vemos, le
indicamos que vemos un perro, o una mesa, o una persona, pero no una fuerza o la citada
voluntad de poder. Sólo si hacemos una interpretación, y precisamente una
interpretación metafísica o filosófica podemos concluir como Nietzsche concluye.
Nietzsche argüiría que en realidad su interpretación no es otra cosa que una
reconstrucción de una experiencia originaria, alegaría que nuestras interpretaciones
habituales, espontáneas, naturales, en realidad están impregnadas de teoría, son
consecuencia de un peculiar modo de interpretar el mundo, el que corresponde al
platonismo triunfante en nuestra cultura a partir de la filosofía griega.

Hay que tener mucho cuidado con la palabra “voluntad”, pues Nietzsche no está
pensando en lo que habitualmente llamamos con este término. Llamamos “voluntad” a
aquello que nos permite tener actos de querer, a la fuerza que descansa en nuestro
interior gracias a la cual dirigimos nuestra conducta y con la que somos capaces de
realizar los fines de los que somos conscientes. La tradición aristotélico-tomista
(proviene de Santo Tomás de Aquino) la consideraba una facultad del alma, la psicología
actual una capacidad de la mente. Para Nietzsche esta voluntad es una manifestación
superficial de una fuerza que está más en lo profundo de nuestro ser. Su desconfianza
respecto de la voluntad como capacidad psicológica le lleva incluso a desacreditarla
indicando que si confiamos tanto en ella y en la libertad se debe exclusivamente a que
de ese modo la moral tradicional puede introducir la idea de culpa y de pecado. Los
teólogos y sacerdotes nos piden que creamos en ella para de este modo hacernos
responsables de nuestros actos y inculcar en nosotros la noción de pecado y culpa. “La
voluntad de poder no es la voluntad que se descubre con el conocimiento de uno mismo,
que se conoce por introspección”. Esta voluntad es una simplificación de un complejo
juego de causas y efectos. No hay un deseo único, hay una pluralidad de instintos,
pulsiones, inclinaciones diversas, que se enfrentan unas a otras; a la consciencia sólo
llegan los resultados de dicho enfrentamiento, como dice Nietzsche, la voluntad como
facultad psicológica “es el lejano eco de un combate ya disputado en lo profundo”.

La voluntad de poder se identifica con cualquier fuerza, inorgánica, orgánica,


psicológica, y tiende a su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser
más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida: “¿Queréis un nombre para este
mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¿Una luz también para vosotros, los más
ocultos, los más fuertes, los más impávidos, las más de medias noches? ¡Este mundo es
la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de
poder, y nada más!”.
INVERSIÓN DE LOS VALORES
Friedrich Nietzsche: “Dialéctica Amo-Esclavo”5 Aquileana (2008)
Moral de Noble y Moral de Esclavo
Nietzsche considera que hay dos clases de personas: amos y esclavos, que han dado
distinto sentido a la moral. Para los amos, el binomio «bien-mal» equivale a «noble-
despreciable». Desprecian como malo todo aquello que es fruto de la cobardía, del temor,
la compasión, todo lo que es débil y disminuye el impulso vital. Aprecian como bueno,
en cambio, todo lo superior y altivo, fuerte y dominador. La moral de los amos se basa
en la fe en sí mismo, el orgullo propio. Por el contrario, la moral de los esclavos nace de
los oprimidos y débiles, y comienza por condenar los valores y las cualidades de los
poderosos. Una vez denigrado el poderío, el dominio, la gloria de los amos, el esclavo
procede a decretar como «buenas» las cualidades de los débiles: la compasión, el servicio
—propios del cristianismo—, la paciencia, la humildad. Los esclavos inventan una moral
que haga más llevadera su condición de esclavos. Como tienen que obedecer a los amos,
los esclavos dicen que la obediencia es buena y que el orgullo es malo. Dado que los
esclavos son débiles, promueven valores como la mansedumbre y la misericordia.

La rebelión de los esclavos en la moral comienza cuando el resentimiento mismo se


vuelve creador y engendra valores: se desquitan únicamente con una venganza
imaginaria. Mientras que toda moral noble nace de un triunfante sí dicho a sí mismo, la
moral de los esclavos dice no, a un “otro”, un “no-yo”. Esta inversión de la mirada que
establece valores, el dirigirse hacia fuera en lugar de mirar al sí mismo, forma parte del
resentimiento: para surgir la moral de los esclavos necesita siempre primero de un
mundo opuesto y externo, necesita de estímulos exteriores para poder en absoluto
actuar, su acción es, de raíz, reacción. Lo contrario ocurre en la manera noble de valorar:
ésta actúa y, entonces, brota espontáneamente, su concepto negativo, lo bajo, lo vulgar,
es tan solo un pálido contraste de su concepto básico positivo: “nosotros los nobles”,
“nosotros los felices”. Los nobles no sabían distinguir la actividad de la felicidad, en
contraposición a la felicidad al nivel de los esclavos a quienes la felicidad les aparece
esencialmente como quietud, paz, algo pasivo.

Mientras que el noble vive con confianza frente a sí mismo, tiene un carácter franco e
ingenuo, el esclavo no es no honesto ni derecho consigo mismo, su alma mira de reojo.
Una etnia de tales personas del resentimiento acabará necesariamente por ser más
inteligente que cualquier etnia noble, venerará la inteligencia como la más importante
condición de existencia, mientras que para los nobles no es la inteligencia ni mucho
menos tan esencial como lo es la perfecta seguridad funcional de los instintos
inconscientes reguladores. El resentimiento del noble, cuando en él aparece, se consuma
y se agota, no envenena. Tal es el signo propio de naturalezas fuertes: una
sobreabundancia de fuerza regeneradora, que hace olvidar, cual Conde de Mirabeau,
que no tenía memoria para los insultos que se cometían con él y que no podía perdonar
por la única razón de que olvidaba. El noble se destaca por un auténtico amor a sus
enemigos, el noble reclama para sí a sus enemigos como una distinción suya, no soporta
otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar. En cambio el enemigo del
esclavo es concebido como malvado a partir del cual concibe también como antítesis un
bueno, el mismo.

5 https://aquileana.wordpress.com/2008/01/07/friedrich-nietzsche
Resumiendo entonces Nietzsche tiene especial enemistad con las éticas kantiana del
deber, la utilitarista y sobre todo con la ética cristiana y valora, por el contrario, la vida
sana, fuerte, impulsiva y con voluntad de dominio. Todo lo débil, enfermizo y fracasado
es malo, pero definitivamente, la compasión es el peor mal. Distingue dos tipos de moral:
-Moral de los señores: la de las individualidades poderosas que tienen superior vitalidad
y vigor para consigo mismas. Es la moral de la exigencia y de la afirmación de los
impulsos vitales. -Moral de los esclavos: la de los débiles y miserables, la de los
degenerados; regida por la falta de confianza en la vida, porque valoran la compasión,
la humildad y la paciencia. Es una moral del resentido, que se opone a todo lo superior
y que por eso afirma todos los igualitarismos.

A través de la distinción de dos principios fundamentales, lo apolíneo y lo dionisiaco,


Nietzsche ofrece una interpretación del mundo y la filosofía griega que tendrá un gran
alcance en el pensamiento contemporáneo, sobre todo en la estética y la literatura del
siglo xx. Los dos dioses griegos, Apolo y Dionisios, serán los representantes de esta
original visión. El primero representa la serenidad, claridad, la medida y el racionalismo,
es la imagen clásica de Grecia. Dionisios, sin embargo, es lo impulsivo, lo excesivo, lo
desbordante, la afirmación de la vida, el erotismo y la orgía como culminación de este
afán de vivir, es decir sí a la vida a pesar de todos sus dolores. La influencia de
Schopenhauer cambia de signo y en lugar de la negación de la voluntad de vivir,
Nietzsche pone esa voluntad en el centro de su pensamiento. “La verdad es aquella clase
de error sin la que una determinada especie de seres vivos no podrían vivir. El valor
para la vida es lo que decide en última instancia”. El platonismo consistiría también en
una cierta forma de voluntad de poder, consistente en defenderse del cambio y la
transformación de este mundo mediante la noción de un Universo imaginario o
suprasensible. Sin embargo, se opone a la postura de Nietzsche, ya que considera la
verdad como única e inmutable. Según éste, la filosofía platónica ha dado un valor
desproporcionado a los conceptos, provocando la aparición de un mundo ilusorio y falso
que ha ignorado lo vital.

Hay que ser, por lo tanto, conscientes del valor relativo que tienen los conceptos. El
proceso de formación de un concepto para Nietzsche supone que una sensación pasa a
una imagen mediante una metáfora intuitiva, y de la imagen se pasa al concepto
mediante la fijación de esta metáfora. Por lo tanto, el lenguaje tiene un valor metafórico,
resultado de un proceso creativo y estético, pero siempre tiene una verdad o validez
relativa. No nos va a permitir captar la verdad de una forma absoluta, sino tan sólo
superar el caos que produce en nuestra mente el intento de captar aquello que es de por
sí cambiante. La filosofía occidental, encabezada por Platón y Aristóteles reprimió los
planteamientos dionisíacos para ofrecer una visión del mundo apolista. Frente a esto,
Nietzsche niega los ideales apolíneos y reclama el triunfo de los ideales dionisíacos
mediante la utilización metafórica del lenguaje como expresión de la voluntad de poder.
La negación de los ideales apolíneos implica la negación del principio de individuación,
expresado en el platonismo por la idea de uno y sustituida en el cristianismo por la idea
de Dios. Si negamos a Dios, negamos al uno, y si negamos la idea de uno, negamos los
ideales apolíneos y afirmamos la multiplicidad dionisíaca, de tal manera que cada cual
pueda expresar su propia verdad y sus propios dioses.
“Amor Fati y Amor Fati”…
Eterno retorno o amor a la vida… al destino. Ghost Writer (Falah, 2013)6

La idea del eterno retorno ha sido tratada como un concepto importante de Nietzsche
por muchos, aunque no en todos los intérpretes. Nietzsche encuentra la idea en los
trabajos de Heinrich Heine, quien especulaba que llegaría el día en el que la persona
volvería a nacer con el mismo proceso de él mismo, y con el mismo en todas las demás
personas. Nietzsche expandió este concepto para formar su teoría, la cual resaltó en “la
gaya ciencia” y desarrolló en “así habló Zaratustra”. Zaratustra en avéstico, Zoroastro
en griego; parece que nació entre el primer milenio y el siglo VI a.C; es el profeta
fundador del mazdeísmo (o zoroastrismo) en la cosmovisión hindú, religión monoteísta
—aunque en un marco dualista—opositora al politeísmo imperante. Mazdeísmo
procede de la deidad hindú Ahura Mazda (el Bien), que está enfrentado a su hermano
gemelo un ente maligno Angra Mainyu o Ahrimán (el Mal). El conflicto entre el Bien y
el Mal marca la vida de las personas. Zaratustra se mostró fuertemente en contra de las
religiones politeístas presentes en la zona del valle del Indo, la meseta oriental del Gran
Irán y las márgenes y oasis del río Oxus, convirtiéndose en religión oficial de los
aqueménidas, partos y de los sasánidas hasta bien entrada la Alta Edad Media. Las bases
sentadas por el mazdeísmo y la polarización total del “Bien y del Mal” ejercieron una
influencia importante en el judaísmo y a través de él en las religiones monoteístas
surgidas en el Oriente Próximo a finales de la Edad Antigua: el cristianismo y el
islamismo.

La “gaya ciencia”, en alemán “Die fröhliche Wissenschaft” o en español “El gay saber”
o quedaría mejor “El alegre saber-de la poesía”, escrita por Nietzsche en 1882. Con esta
obra se cierra el periodo “negativo” o de destrucción de la metafísica cristiana y se abre
el periodo “afirmativo” de construcción de nuevos valores, en el que se destaca la obra
“Así habló Zaratustra” entre 1883 y 1885. Para Nietzsche el cristianismo inventó un
“mundo ideal”, inexistente, alejado de todo contacto con el mundo real-objetivo. Definía
al cristianismo como una filosofía y una moral vulgares para personas débiles y esclavas
que proponen valores decadentes que no dejan que las personas sean libres. En esta obra,
reivindicó el ateísmo como única forma de alcanzar la fuerza, la libertad y la
independencia perdida por culpa del cristianismo y anunció la muerte de Dios. El título
utiliza una locución muy frecuente en la época, derivada de una expresión del occitano
“gai saber”, que hacía referencia a todas las habilidades técnicas necesarias para escribir
poesía, es decir, el arte poético. La expresión ya había sido usada por Ralph Waldo
Emerson y E. S. Dallas y, en forma invertida, por Thomas Carlyle. El título fue traducido
al inglés como “The Joyous Wisdom”, y luego como “The Gay Science”, título de la
versión de Walter Kaufmann (1960) que ha sido canónico desde entonces.

En las lecturas de Nietzsche sobre Schopenhauer, le saltó la idea del eterno retorno.
Schopenhauer sentenciaba que una persona que firmara en la vida incondicionalmente
lo haría incluso si todo lo que le había pasado le ocurriera de nuevo de forma repetida.
En unas pocas ocasiones en sus notas, Nietzsche discurre la posibilidad del Eterno
retorno como verdad cosmológica (véase el libro de Arthur Danto “Nietzsche como
filósofo” para un análisis en detalle de estos esfuerzos), pero en los trabajos que él
preparó para publicar está tratado como el método más vanguardista de afirmación de
la vida. Según Nietzsche, requeriría un sincero “amor fati” («Amor al destino»), no

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simplemente para sobrellevar, sino para desear la ocurrencia del eterno retorno de todos
los eventos exactamente como ocurrieron, todo el dolor y la alegría, lo embarazoso y la
gloria, esta repetición, más de emociones y sentimientos que de hechos, es lo que
configuraría el tipo y la etnia universal y global del por venir, no como una etnia de las
ya existentes, sino como una posibilidad abierta de las personas inacabadas como
especie genética y lingüística que debe ser perfilada por el eterno retorno de la
superación de sus previos pensamientos y hechos.

Nietzsche menciona la idea de lo «horrible y paralizante», y también mantiene que la


carga de esta idea es el peso más pesado imaginable (Das schwerste Gewicht). El deseo
del eterno retorno de todos los eventos marcaría la afirmación de la vida definitiva.
Según algunos intérpretes, el eterno retorno es más que el mero concepto intelectual o
reto, refleja una Kōan, o una característica psicológica que ocupa la estimulación
consciente etérea, una transformación de consciencia conocida como metanoia.
Alexander Nehamas escribió en “Nietzsche: vida como literatura” que hay tres maneras
de ver el eterno retorno: a) mi vida volverá del mismo modo. Esto es una aproximación
fatalista a la idea; b) mi vida puede ocurrir del mismo modo. Esta segunda visión es una
aserción condicional de cosmología, pero falla al captar lo que Nietzsche se refiere en “la
gaya ciencia”; y, c) es mi vida por re-ocurrir, entonces podría re-ocurrir sólo en idéntico
modo. Nehamas muestra que esta interpretación es totalmente independiente de la física
y no presupone la verdad de la cosmología. La interpretación de Nehamas es que los
individuos constituyen ellos mismos a través de las acciones y la única manera de
mantenerse a ellos mismos como son es vivir en una reocurrencia de acciones pasadas.

El Eterno Retorno cumple pues dos funciones en la filosofía de Nietzsche. La primera es


remarcar el amor a la vida. Los cristianos postulan un paraíso, Platón el mundo de las
ideas. Nietzsche dice que después está otra vez la Tierra, el mundo: porque no hay nada
más. Por otro lado cumple una función ética. Quien acepta el Eterno Retorno, se previene
y acepta sus actos. Con el dolor que puedan contraer, con el placer que puedan conllevar:
no hay lugar para el arrepentimiento.

Se concluye que en la filosofía del “el eterno retorno” se debe considerar que Nietzsche
depende en cierta medida del positivismo de la época y, a la vez que niega la posibilidad
de la Metafísica, representa la pérdida de la fe en Dios y de la inmortalidad del alma.
Esta vida que se afirma, que pide siempre ser más, que pide eternidad en el placer,
volverá una vez y otra. Pero el aspecto temporal de la vida, tan exitoso entre los
románticos alemanes, es el eterno retorno de las cosas que ya se encontraba en las
enseñanzas de Heráclito: Cuando están realizadas todas las combinaciones posibles de
los elementos del mundo, quedará todavía un tiempo indefinido por delante, y entonces
volverá a empezar el ciclo y así indefinidamente. Todo lo que sucede en el mundo se
repetirá igualmente una y otra vez, todo se repetirá eternamente y con ello todo lo malo
y lo miserable. En este horizonte de tiempos futuros por elaborar desde lo ya dado
aparece una de las figuras fundamentales del pensamiento nietzscheano, el
"superhombre". El hombre puede ir transformando al mundo y puede transformarse a
sí mismo mediante una transformación de todos los valores, encaminándose hacia esa
alegórica figura.
LA CRÍTICA A LA CULTURA OCCIDENTAL
Según Nietzsche, la cultura occidental está viciada desde su origen, porque el error más
peligroso de todos consiste en intentar instaurar la “racionalidad” cartesiana a toda
costa. El error de la filosofía griega habría sido la invención del “estatismo del ser” (en
Parménides) y del “bien en si” (en Platón). La manera griega de ver el mundo, es
interpretada por Nietzsche como un síntoma de decadencia. Es decadente todo aquello
que se opone a todos los valores del existir instintivo y biológico de los humanos. Hay
que criticar a Platón para eliminar los errores de base; se trata de una crítica total a los
tres mundos que son inventados por las personas en la cultura occidental y que son
síntomas de su decadencia: el mundo racional, el mundo moral y el mundo religioso.

- Crítica a la moral
Uno de los argumentos fundamentales de Nietszche era que los valores
tradicionales (representados en esencia por el cristianismo) habían perdido su
poder en las vidas de las personas, lo que llamaba nihilismo pasivo. Lo expresó en
su tajante proclamación “Dios ha muerto”. Estaba convencido que los valores
tradicionales representaban una “moralidad esclava”, una moralidad creada por
personas débiles y resentidas que fomentaban comportamientos como la sumisión
y el conformismo porque los valores implícitos en tales conductas servían a sus
intereses. Nietzsche afirmó el imperativo ético de crear valores nuevos que debían
reemplazar los tradicionales, y su discusión sobre esta posibilidad evolucionó
hasta configurar su retrato del hombre por venir, el “superhombre” (übermensch).
El error de la moral tradicional se caracterizaría por su antinaturalidad, ya que
impone leyes e imperativos que van en contra de los instintos primordiales de la
vida.

Además, el ideal de esta moral es el imperio de la virtud, o “hacer al hombre


bueno”, aunque realmente convierta al hombre en esclavo de esa ficción. La moral
cristiana se consolidaría para Nietzsche como valor supremo, valor que no está en
este mundo. La moral tradicional, pues, postula otro mundo, que es el mundo del
más allá o de la perfección platónica, y por tanto, los valores que han prevalecidos
hasta ahora son ficticios, propios de los débiles. El moralista desprecia todos los
valores del yo, siendo el altruismo la norma suprema de conducta. El altruismo es
entregarse a los demás sin esperar nada a cambio. El altruismo no es más que una
justificación de decadencia personal. En conclusión: la lógica de esta moral consiste
en una alteración de la personalidad, porque considera que lo poderoso y lo fuerte
es algo suprahumano y en cambio lo débil y lo vulgar es propio del hombre. Las
acciones elevadas no son propias del hombre sino de otro yo más perfecto que se
denomina Dios.

- Crítica a la religión cristiana


Dice Nietzsche que la religión nace del miedo y del horror que el hombre tiene de
sí mismo. Se trata de la incapacidad de asumir uno su propio destino. Cuando al
hombre le invade un sentimiento de poder y teme quedar avasallado por él,
mediante un mecanismo de defensa patológico, lo atribuye a otro ser más
poderoso que es Dios. Y es que la religión nos llevaría a la alienación del hombre,
puesto que el cristianismo sólo fomenta valores mezquinos como la obediencia, el
sacrificio o la humildad, sentimientos propios del rebaño. El cristianismo sería
para el filósofo una moral vulgar, que se opone a todos los valores específicos de
la virtud.

- Crítica a la filosofía tradicional


Su principal crítica está dirigida a la Metafísica clásica. La filosofía tradicional sería
principalmente la que creó Platón al afirmar la existencia de un mundo absoluto o
perfecto; pero esto es considerar al ser como algo estático o inmutable, frente al ser
dinámico que defendiese Heráclito. Pero sus reproches también apuntan a la
Lógica, representante de las pretensiones racionalistas que hasta ahora ha tenido
la tradición filosófica. Para el lógico, la verdad se opone al error y Nietzsche
rechaza esta oposición alegando la existencia de errores irrefutables y verdades
contradictorias. No atacará en general a la ciencia, sino más bien al mecanicismo y
al positivismo que con tanto éxito se consolidan en su época.

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