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El accidente del Challenger, 30 años de una tragedia que cambió la exploración espacial

El 28 de enero de 1986, a las 11:38 de la mañana, hora local de Florida, el transbordador espacial Challenger
explotaba en el aire, algo más de un minuto después de haber despegado desde la base de Cabo Cañaveral. El
lanzamiento estaba retransmitiéndose en directo a todo el país porque era la primera misión de un nuevo
programa, Teachers in Space (profesores en el espacio), que confiaba en atraer de nuevo la atención del público
hacia el programa espacial tripulado.

Lo que esos espectadores acabaron viendo fue uno de los peores accidentes en la historia de la astronáutica, y el
primero tan grave que sufría la NASA desde el incendio que acabó con las vidas de los tripulantes del Apolo I, el
27 de enero de 1967. La misión STS-51L, de hecho, terminó poniendo a la agencia en una situación muy delicada
porque se la acusó de haber fomentado una cultura interna que no se preocupaba todo lo que debería por la
seguridad de las misiones y, en última instancia de sus astronautas.

La misión del Challenger

La misión STS-51L era la 25ª del programa del programa del transbordador espacial, iniciado en 1981 con el
objetivo de disponer de un vehículo reutilizable que permitiera reducir los costes del acceso al espacio. De las tres
partes que formaban el sistema, dos de ellas (el orbitador y los motores de propulsión sólida) se reutilizaban para
siguientes misiones, mientras la tercera (el tanque externo de combustible) se construía nuevo para cada una.

El Challenger era el segundo de los shuttles que la NASA había construido para su programa STS, después del
Columbia, pero su fiabilidad lo convirtió en el más utilizado por la agencia, incluso después de tener listos los
transbordadores Discovery y Atlantis. Entre su primer vuelo, en 1983, y el accidente de 1986 había realizado
nueve misiones, incluyendo el 85% de todas las del programa en 1983 y 1984. Esto pone de relieve uno de los
problemas por los que los shuttles nunca lograron cumplir del todo su objetivo de abaratar los costes de ir al
espacio: no volaban con la suficiente frecuencia para ello.

La NASA puso en marcha el programa STS con la esperanza de tener un sistema reutilizable que abaratara los
costes de ir al espacio

Es algo que se vería con mayor claridad más adelante y que Manuel Montes, co-director de la web Noticias de la
ciencia, explica señalando que "el desarrollo del sistema STS (la lanzadera espacial) se afrontó en los años 70
como una alternativa ideal para la reducción del coste del acceso al espacio, buena parte de lo cual se basaba en
una cadencia rápida de lanzamientos. Pero la NASA ya empezaba a ser muy consciente en la época del Challenger
que aquella máquina, la más compleja construida jamás hasta esa fecha, estaba lejos de poder cumplir esa
promesa".

STS-51L iba a ser la segunda misión lanzada en 1986 (la primera, STS-61C, había volado al espacio el 12 de enero,
dos semanas antes del lanzamiento del Challenger) y la primera de ese orbitador concreto en ese año. Su
objetivo, además de poner en marcha el programa Teachers in Space, era realizar varios experimentos
relacionados con el cometa Halley, que pasaría el 9 de febrero por el perihelio (el punto más cercano de su órbita
alrededor del Sol), colocar un órbita un satélite de comunicaciones y llevar a cabo otras tareas científicas sobre
dinámica de fluidos. Tendría que haber permanecido en órbita terrestre una semana, aproximadamente.

Profesores en el espacio

Mcauliffe
La misión del Challenger llegaba en un momento en el que la exploración espacial y, en concreto, el programa
tripulado de la NASA había perdido el interés del público. Una vez que se había ganado la carrera lunar a la URSS
con el Apolo XI y se habían pasado misiones emblemáticas de los 70 como las Viking a Marte o las Voyager, la
sociedad estadounidense parecía haberse acostumbrado a las noticias sobre misiones espaciales y, por otro lado,
éstas ya no tenían el mismo gancho para las televisiones, sobre todo.

Así que Ronald Reagan, que era por entonces el presidente de Estados Unidos, ideó una iniciativa que debía
acercar de nuevo la exploración del espacio al gran público: el programa Teachers in Space. A través de él volaría
en el transbordador el primer civil en la historia, que sería un profesor para darle un lado educativo y para buscar
el interés de los más jóvenes. La idea era que, del mismo modo que el programa Apolo despertó las vocaciones
científicas de muchos niños, Teachers in Space pudiera lograr algo similar.

Christa McAuliffe y Barbara Morgan fueron las dos elegidas para arrancar el programa Teachers in Space en 1985

Además, esa participación de ciudadanos de a pie, de gente corriente, entraba dentro del esfuerzo de la
Administración Reagan por presentar a Estados Unidos como un gran país de héroes. "El futuro no pertenece a
los débiles de corazón, sino a los valientes", afirmó el presidente en un discurso televisado a toda la nación la
noche del accidente, y esa retórica estaba detrás de Teachers in Space. A él se presentaron 12.000 candidatos y
fueron elegidas dos ganadoras: Christa McAuliffe, de 37 años, y profesora de ciencias sociales, y Barbara Morgan,
su suplente, de 35, que enseñaba matemáticas.

El impacto de McAuliffe en el público fue inmediato. El periodista Pablo Jáuregui recordaba en El Mundo, en el
20º aniversario de la tragedia, que "desde hacía semanas, en todas las aulas estadounidenses, los alumnos
habíamos sido bombardeados por nuestros profesores con lecciones y discursos sobre esta «heroína ejemplar de
América»", y el lanzamiento de STS-51L, previsto para el 22 de enero, iba a ser retransmitido en directo para todo
el país. La CNN tenía lista una programación especial para ese día y los colegios de todo Estados Unidos lo
ofrecerían también a sus estudiantes.

McAuliffe había ayudado al interés de los medios con su personalidad optimista y entusiasta y con frases como
"nosotros pensábamos que el futuro estaba lejos. El futuro es ahora mismo, y los jóvenes necesitan considerar
que el programa espacial es una oportunidad para trabajar", que recogía El País el día después del accidente. Sin
embargo, aquella emoción por la misión de McAuliffe también se vería puesta a prueba cuando el lanzamiento
del Challenger empezó a retrasarse, primero por los retrasos que había sufrido a su vez la misión anterior, la STS-
61C, y después, por problemas técnicos y meteorológicos.

El desastre del Challenger

Así, del día original del despegue, el 22 de enero, se pasó al 28 y se temía que esos retrasos impidieran cumplir el
calendario de lanzamientos previstos para ese año. En 1985 había habido nueve despegues del transbordador y,
en 1986, estos vehículos tenían que llevar al espacio la sonda Ulises de estudio del Sol, poner en órbita el
telescopio espacial Hubble o llevar al espacio a un periodista que habría sido el segundo "ciudadano privado" en ir
al espacio. Manuel Montes explica que:

La brutal presión para que, de todos modos, la agencia intentara enviar al espacio sus misiones lo más rápido
posible, provocó en parte que diversos síntomas, señales, de que algo no iba del todo bien, no recibieran la
atención necesaria. Con un año por delante lleno de vuelos programados y un sustancial retraso sobre el
calendario ya acumulado, existía una enorme necesidad de poner en el espacio al Challenger, incluso ante
condiciones meteorológicas tan difíciles y, según se vería después, peligrosas

Ante esta situación, y con el añadido de la gran exposición mediática que la misión STS-51L había recibido por la
presencia de McAuliffe, el parte meteorológico para el día 28 de enero en Florida no se recibió con demasiada
alegría. La tarde anterior, los ingenieros de Thiokol, que construían los motores de propulsión sólida (SRB)
situados a ambos lados del orbitador, tuvieron una conferencia telefónica con la NASA para expresar su
preocupación ante las bajas temperaturas previstas para el momento del despegue, de -1º C.

Era un frío demasiado extremo para los anillos en forma de O que sellaban las diferentes etapas de los SRB. Los
ingenieros no podían garantizar su elasticidad ni su resistencia a los rigores de presión y temperatura del
lanzamiento ante esas condiciones climatológicas, pero la presión por no retrasar más la misión acabó
imponiéndose y la NASA aprobó el lanzamiento del Challenger.

Lo que pasó después se pudo ver en las televisiones de todo el mundo. El transbordador despegó del Complejo de
Lanzamiento 39B a las 11:38, hora local, y todo parecía ir bien. A los 73 segundos, sin embargo, se aprecia en las
grabaciones cómo aparece un penacho de humo en uno de los SRB y, acto seguido, el Challenger explota.

"Tenemos confirmación de la oficina de dinámica de vuelo de que el vehículo ha explotado". Esa afirmación de los
controladores de la NASA terminaba de confirmar lo que los televidentes acababan de ver. En la cobertura de la
CNN se aprecian las caras de estupor del personal del control de misión en Houston, que no es capaz de procesar
lo que acaba de ocurrir, y las asépticas informaciones que se dan a los medios de que el Challenger ha sufrido un
fallo catastrófico.

Las causas del accidente

Era la primera vez que la agencia espacial estadounidense sufría un accidente mortal en vuelo. El incendio del
Apolo I se había producido durante unas pruebas previas, con la cápsula aún en la torre de lanzamiento, y los
astronautas del Apolo XIII habían logrado regresar a casa sanos y salvos, pero el Challenger era una verdadera
tragedia, y a muchos niveles. Empezó a verse hasta qué punto cuando una comisión independiente, nombrada
por la Casa Blanca, se puso a investigar las causas del accidente.

La Comisión Rogers recibía su nombre de su director, William Rogers, que había sido fiscal general de Estados
Unidos y Secretario de Estado con Richard Nixon, y entre sus miembros había algunos muy conocidos como los
astronautas Neil Armstrong y Sally Ride (que había volado dos veces en el Challenger), el físico Richard Feynman y
el piloto de pruebas Chuck Yeager. Feynman, por ejemplo, fue de los más críticos con la cultura de la seguridad, o
la falta de ella, de la agencia, demostrando la pérdida de elasticidad de los anillos O ante las bajas temperaturas
sumergiéndolos en un cubo de agua helada.

La Comisión entregó su informe a Reagan en junio de 1986, y sus conclusiones eran demoledoras:

"Fallos en comunicación... resultaron en la decisión de lanzar 51-L basada en información incompleta y, en


ocasiones, errónea, un conflicto entre los datos de ingeniería y las decisiones de los responsables y una estructura
directiva de la NASA que permitió que los problemas de seguridad internos de vuelo puentearan a los
responsables principales del shuttle".
Anillo Srb

O lo que es lo mismo; la NASA había minimizado los riesgos y, a veces, hasta había mirado para otro lado para
poder cumplir su calendario de lanzamientos. La resistencia de los anillos O a determinadas condiciones de
presión y temperatura, por ejemplo, había presentado problemas ya en 1977, durante las fases iniciales del
diseño de los transbordadores, pero nunca se había actuado seriamente para buscar una solución.

Durante la investigación de la Comisión Rogers se supo, también, que la cabina de la tripulación había salido
despedida, intacta, en el momento de la explosión, pero que los astronautas habían fallecido poco después, muy
probablemente por la pérdida de presión en ella. Los tripulantes, por ejemplo, no llevaban trajes presurizados
(esos famosos trajes naranja que se harían obligatorios después).

Las consecuencias para la NASA

Astronautas

De izquierda a derecha, Christa McAuliffe, Gregory Jarvis, Judith Resnik, Dick Scobee (comandante), Ronald
McNair, Mike Smith (piloto) y Ellison Onizuka.

Las conclusiones de las investigaciones del accidente del Challenger, tanto por la Comisión Rogers como por un
comité especial del Senado, obligaron a la NASA a detener el programa de los transbordadores durante casi tres
años para poder implementar las medidas de seguridad recomendadas por ambas investigaciones. Manuel
Montes explica algunas de las consecuencias que tuvo este parón:

"Alguna línea de fabricación, como la de los cohetes Delta, tuvo que ser reanudada para dar respuesta a la súbita
demanda. Los militares cancelaron el uso del transbordador espacial desde California, después de grandes
inversiones, y el cohete Ariane se hizo de pronto con buena parte del mercado comercial de lanzamiento de
satélites. A partir de entonces, los transbordadores se usarían solo para misiones en las que la presencia humana
estuviera justificada, para dar servicio al telescopio Hubble y, en el futuro, para construir la Estación Espacial
Internacional. Y por supuesto, la investigación de lo sucedido implicó el descubrimiento de múltiples errores,
también a nivel de gestión, que hubo que corregir y que implicó la caída de múltiples cargos de la agencia".

Los SRB se rediseñaron para corregir ese fallo en sus anillos O de sellado, se fomentó en la NASA una cultura
empresarial que pusiera la seguridad por encima de las necesidades de cumplimiento de los calendarios y, entre
otras cosas, se instauró la obligación de que los astronautas llevaran trajes presurizados tanto durante el
aterrizaje como en la reentrada en la atmósfera y el aterrizaje.

No obstante, la exploración espacial es una actividad de riesgo. En 2003, 27 años después del accidente del
Challenger, la NASA volvería a perder un transbordador. En ese caso fue el Columbia, en la misión STS-107, que se
desintegró durante su reentrada en la atmósfera por culpa de un desperfecto en su protección térmica, causado
por el impacto de un fragmento de la espuma que recubría el tanque externo de combustible desprendido
durante el lanzamiento. También entonces se paró el programa durante más de dos años, la NASA también
recibió una dura advertencia ante la relajación de su cultura de la seguridad, y también fue el transbordador
Discovery el encargado de retomar su actividad.

El legado
En los vídeos promocionales previos a su estreno, la película 'Marte (The Martian)' presentaba a la tripulación con
la que Mark Watney, su protagonista, iba al planeta rojo, y cada uno de los astronautas se presentaba a cámara.
Cuando le llega el turno a la comandante de la misión Ares, ésta afirma que la razón por la que está ahí son tres
mujeres: Laurel Clark, especialista de misión fallecida en el accidente del Columbia, en 2003; Eileen Collins, la
primera mujer en ser piloto y, después, comandante del transbordador espacial, y Christa McAuliffe.

Es sólo una muestra del legado que todavía tiene el Challenger en la cultura popular estadounidense. Si, en el
aspecto de la exploración espacial, fue un toque de atención ante las excesivas prioridades por cumplir los
calendarios previstos y la relajación ante las medidas de seguridad más básicas, también quedó en evidencia la
estrategia de comunicación de la NASA, incapaz de dar una respuesta a las preguntas de los periodistas (que se
habían dado cuenta enseguida de que algo terrible había pasado durante el lanzamiento).

June Scobee Rodgers, la viuda de Dick Scobee, comandante de la misión, aseguraba a la CBS que, conforme se
acercaba la fecha del 30º aniversario, "todavía hay gente que me cuenta que pueden decirme exactamente dónde
estaban y qué estaban haciendo, si eran lo suficientemente mayores, durante el accidente. Y me parece increíble.
Quieren compartir su historia conmigo. Es como si compartieran la experiencia de su propia pena conmigo".

El 28 de enero de 1986, Estados Unidos clavaba su mirada al televisor. A los 73 segundos del lanzamiento del
transbordador Challenger, las pantallas devolvían un escalofrío en forma de una doble columna de humo. El país
enmudeció pero, ese mismo día hablaron tanto el entonces vicepresidente George Bush (padre) y el senador y ex
astronauta John Glenn ante los desolados trabajadores de la NASA.Ahora, tres décadas después de la tragedia, la
cadena National Geographic Channel ha recuperado ese material de la agencia espacial estadounidense para
producir un documental estrenado esta semana en América y Reino Unido. Tras la explosión del transbordador,
que llevó a la muerte a sus siete tripulantes (incluyendo a la maestra Christa McAuliffe, la primera civil
seleccionada para viajar al espacio), Bush dijo: "Éste es quizás el día más duro de la historia de este maravilloso
programa de la NASA". Trasladó las condolencias del presidente Ronald Reagan, quien había preparado otro
mensaje televisado a la ciudadanía.Glenn, por su parte, se dirigió al personal con un tono mucho más épico. "Al
final de este día sólo tendremos a un pueblo compartiendo su tragedia. Pero hasta ahora hemos vivido triunfo
tras triunfo y tras triunfo. Y así es como la humanidad avanza".El ex astronauta alzó entonces su dedo al auditorio:
"Con este programa [el de los transbordadores] hemos triunfado, para ser sinceros, mucho más allá de nuestras
expectativas. Porque nunca imaginamos llegar tan lejos sin pérdidas humanas".Y lo cierto es que hoy sabemos
que aquella racha no respondía a las verdaderas probabilidades de un accidente. Los riesgos eran altos. Hubo
accidentes más o menos graves antes, pero que no pusieron en riesgo la misión. Los presupuestos se fueron
ajustando en los ochenta y la NASA trataba de realizar el mayor número de viajes posibles.La investigación reveló
que el Challenger estalló después de que al menos una junta de goma del cohete se comportase de modo
inesperado, abriendo una brecha de combustible. El frío inusual de ese momento en Florida pudo contribuir al
accidente. El presidente Reagan trataba de consolar al atónito alumnado de un país que había seguido la
transmisión por la tele: "Es difícil de entender, pero a veces ocurren cosas dolorosas. Es parte del proceso de
explorar y descubrir. No ocultamos nuestro programa espacial (...) nada acaba aquí".El transbordador Challenger
puso en el espacio a la primera mujer estadounidense, Sally Ride, o al primer afroamericano, Guy Bluford. Por
desgracia, también sirvió para aprender por las malas y avanzar. Como señaló aquella noche Glenn, "con las
tragedias vienen los triunfos".Hasta la catástrofe del Columbia en 2003, no se volvió a producir una accidente con
pérdidas humanas en los transbordadores. El programa, ahí sí, quedó tocado para siempre pero más por
cuestiones presupuestarias. La NASA dijo adiós a sus emblemáticas naves en 2012.
Alas 11.39 de la mañana del 28 de enero de 1986 el mundo se paralizó conmocionado. Solo 73 segundos después
de despegar en el Centro Espacial Kennedy en Florida, el Challenger estallaba en el aire y se desintegraba con sus
siete tripulantes a bordo a causa de un fallo en uno de los cohetes propulsores. Los técnicos de la NASA, los
familiares de las víctimas y los espectadores que seguían la partida del trasbordador desde Cabo Cañaveral o a
través de las pantallas de televisión no podían dar crédito a lo que veían. Era la primera vez que Estados Unidos
sufría un accidente mortal en un vuelo al espacio.

Este jueves se cumplen treinta años de una tragedia que hizo replantearse los métodos de preparación de las
misiones espaciales y que aún hoy está muy presente en el día a día de astronautas e ingenieros. «La NASA
cambió en muchos aspectos, incluyendo procesos de gestión más sólidos con una mayor supervisión y más
posibilidades para las evaluaciones independientes», señala a ABC Allard Beutel, portavoz de la agencia espacial.

«En la NASA, tanto funcionarios como contratistas nos recordamos constantemente que debemos permanecer
vigilantes -agrega-, de manera que nuestros astronautas puedan llevar a cabo sus misiones de forma segura».

Despegue del transbordador espacial desde el Centro Espacial Kennedy. 73 segundos después, se produjo su
explosión

Despegue del transbordador espacial desde el Centro Espacial Kennedy. 73 segundos después, se produjo su
explosión- NASA

El Challenger fue el segundo aparato del programa de trasbordadores en alcanzar el espacio en 1983 y aquel
fatídico 28 de enero de 1986 se disponía a cumplir su décima misión. Entre sus tareas se incluía la recogida de
datos del espectro ultravioleta del cometa Halley en su aproximación al Sol, pero la principal novedad era la
participación entre sus tripulantes de Christa McAuliffe, de 37 años, profesora de un instituto de New Hampshire.

Era la primera vez que se incorporaba a una misión espacial un ciudadano particular e iba a realizar experimentos
relacionados con cuestiones como las leyes de Newton, la microgravedad o el magnetismo, que se filmarían para
emplearlos como material didáctico. La participación de McAuliffe había atraído precisamente una especial
atención por parte de los medios de comunicación y de la sociedad hacia la misión y de ahí que la tragedia en que
concluyó causó un mayor impacto.

Un país en estado de shock

A las cinco de la tarde, el presidente Ronald Reagan, que ese día tenía prevista su intervención para informar del
estado de la nación, se dirigió por televisión a unos estadounidenses en estado de shock. «Nos hemos llegado a
acostumbrar a la idea del espacio, pero quizás olvidamos que solo acabamos de empezar. Somos aún unos
pioneros», reconocía Reagan, que, sin embargo, añadía que aquello no significaba el fin de la exploración
espacial. «Habrá más vuelos de trasbordadores y más tripulaciones y, sí, más voluntarios, más civiles y más
profesores en el espacio».

Tripulación del Challenger. La NASA les rinde homenaje este miércoles, junto a los caídos del Columbia y del
Apolo 1

Tripulación del Challenger. La NASA les rinde homenaje este miércoles, junto a los caídos del Columbia y del
Apolo 1- NASA
Una comisión presidencial señaló una serie de recomendaciones para evitar nuevos accidentes, que la NASA
implementó. Sin embargo, la tragedia volvería a golpear los corazones de los norteamericanos años después, en
2003, con el desastre del Columbia, en el que murieron otros siete tripulantes. (Accidente del Columbia en
imágenes).

La NASA recordará hoy a las víctimas de los accidentes del Challenger y el Columbia, así como a las tres del Apolo
1, en un acto en el Cementerio Nacional de Arlington, en Virginia. «Hoy, su legado sigue vivo cuando la Estación
Espacial Internacional cumple su promesa como símbolo de esperanza para el mundo y como trampolín del
próximo paso de gigante en la exploración», señala Allard Beutel, quien concluye: «Les rendimos homenaje al
hacer realidad los sueños de un mañana mejor y aprovechando los frutos de la exploración para mejorar la vida
de la gente en cualquier sitio»

TELEOLOGIA

TELEOLOGÍA

DicPC

I. NOCIÓN DE TELEOLOGÍA.

El término teleología proviene de los dos términos griegos Télos (fin, meta, propósito) y Lógos (razón, explicación).
Así pues, teleología puede ser traducido como «razón de algo en función de su fin», o «la explicación que se sirve
de propósitos o fines». Decir de un suceso, proceso, estructura o totalidad que es un suceso o un proceso
teleológico significa dos cosas fundamentalmente: a) que no se trata de un suceso o proceso aleatorio, o que la
forma actual de una totalidad o estructura no es (o ha sido) el resultado de sucesos o procesos aleatorios; b) que
existe una meta, fin o propósito, inmanente o trascendente al propio suceso, que constituye su /razón, explicación
o sentido. En términos de cierta tradición filosófica, esto equivaldría a decir que dicha meta o sentido son la razón
de ser del suceso mismo, lo que le justifica en su ser. Como se ve, el carácter teleológico de un suceso se opone a
su carácter aleatorio. Sin embargo, de ahí no podemos deducir que teleológico y necesario (en su acepción
epistemológica de legaliforme), sean coincidentes. Un suceso es necesario relativamente a un cierto marco de
referencia si, dadas ciertas condiciones, es lógicamente imposible que dicho suceso no tenga lugar en la estructura
ontológica de dicho marco. No obstante, decir de un suceso que es teleológico relativamente a un marco de
referencia, significa que existe una tendencia, propensión, etc. en tal marco a desarrollar ciertas formas o
estructuras que ceteris paribus (i.e., manteniendo ciertas variables constantes) tendrán lugar, y respecto a las
cuales tal suceso es una fase, etapa o momento de su desarrollo.

Obsérvese, finalmente, que mientras lo necesario es lógicamente incompatible con la indeterminación, lo


teleológico es compatible en cierto grado con la indeterminación, aunque un suceso o proceso teleológico no es,
en sí mismo y en relación a su fin, indeterminado. De ahí que en ocasiones se haya hablado de distinguir dos tipos
de necesidad: la necesidad física y la necesidad teleológica.

Fuera del ámbito ontológico, la teleología se dice de la acción humana y, así, de los denominados proyectos, planes,
decisiones futuras, objetivos globales vitales, etc. En este caso, el carácter teleológico de un suceso o
acontecimiento (la acción humana) cumple las notas anteriormente mencionadas: la acción teleológica no es la
acción arbitraria, la que responde a intenciones momentáneas, a caprichos o deseos del momento sin ninguna
articulación superior; por el contrario, responde a una intencionalidad (fin), conscientemente explicitada, del
agente y articulada generalmente dentro de un sistema teleológico (fines últimos e intermedios) que constituyen
su proyecto vital. Ahora bien, para que una acción sea teleológica no es suficiente con que responda a un fin
consciente del agente; es preciso también que dicho fin haya sido asumido consciente y críticamente. De otro
modo, la estructura teleológica de un proyecto vital personal se opone, en tal caso, a las formas de vida miméticas,
inerciales, irreflexivas y alienadas.

II. EXPLICACIÓN TELEOLÓGICA VERSUS EXPLICACIÓN CAUSAL.

De las cuatro causas que, según Aristóteles, se necesitaban para explicar exhaustivamente un fenómeno, hay dos
que nos interesa especialmente destacar en relación a la cuestión que nos ocupa, a saber: la causa eficiente y la
final. La causa eficiente la constituye el agente (o agentes) que en su acción (interacción) determinaron el suceso
actual a explicar, y corresponde a lo que usualmente hoy entendemos como causa en sentido estricto. La causa
final, por su parte, la constituye el fin (o meta) al que el suceso se halla destinado. Esta diferenciación es importante,
dado que ha venido a constituirse históricamente en dos modelos paradigmáticos de explicación de la naturaleza,
con sus respectivas ontologías: el modelo causalista (con su respectiva ontología de individuos, sucesos y relaciones
legaliformes entre los mismos, ajena por completo a postular propósitos o finalidades en lo que acontece) y el
modelo finalista (que asume sólo parcialmente el modelo causalista, esto es, sin el postulado de cierre ontológico
según el cual «eso es todo lo que hay»).

Mientras para Aristóteles, familiarizado principalmente con la explicación de los fenómenos biológicos y sociales,
ninguna explicación natural podía considerarse satisfactoria, de no enunciar sus cuatro causas, a partir de Galileo
el recurso a la explicación finalista se considerará un error metodológico y un obstáculo en la investigación de la
naturaleza. El modelo finalista admite que existe un sentido o finalidad en lo que hay, y esto de dos formas: a) en
cuanto que dicho sentido o finalidad está, por así decir, incardinado en la esencia o naturaleza de cada ser particular
o de algunos seres particulares; b) en cuanto que dicho sentido o finalidad es una razón trascendente al ser de la
totalidad. Este último modo es el que aparece ejemplificado en la quinta vía tomista en la que, tomando al ser en
su totalidad y no en la horizontalidad de su devenir, sino en la verticalidad misma de su devenir, se muestra la
inviabilidad de la causalidad eficiente como modelo explicativo satisfactorio de la razón de la totalidad misma.

Resumiendo, el modelo finalista no niega el modelo explicativo causalista, sino que lo subsume. Lo que no se acepta
es que la explicación por causas eficientes se constituya en un principio metodológico y ontológico absoluto. Su
éxito en ciertos ámbitos (r ciencias físicas y naturales) se debe exclusivamente a la especificidad de dichos ámbitos;
pero su extrapolación a cualquier otro ámbito sería una inferencia falaz: trivialmente observable en las ciencias
humanas y sociales, donde los fines (intenciones, intencionalidad) son parámetros irrenunciables en la explicación
de la acción individual o colectiva; menos trivialmente, aunque problemáticamente aceptable, en lo que respecta
a ciertas áreas teóricas de las ciencias biológicas (por ejemplo, teoría de la evolución) donde, para algunos autores,
la suposición de que la aparición de la inteligencia y la consciencia pueda y/o deba explicarse como resultado del
azar y la legalidad fenoménica ciega, es, cuando menos, resultado de un desideratum metodológico y no una
/verdad experimental o un dato de observación.

III. ÉTICAS TELEOLÓGICAS VERSUS ETICAS DEONTOLÓGICAS.

Teleológico y Teleología aparecen también asociadas a problemas relacionados con la Filosofía Práctica o /Ética
como el siguiente: ¿cuáles son los criterios, en virtud de los cuales decidir la bondad moral de nuestras acciones o
modos de acción? Se trata de analizar si las acciones son siempre buenas o malas dependiendo de sus resultados y
de las circunstancias en que se llevan a cabo, o si hay acciones que son moralmente buenas independientemente
de sus resultados, etc.

Básicamente, hay dos respuestas lógicamente incompatibles a dicha cuestión. a) Primera: la bondad moral de
nuestras acciones o modos de acción, dependerá de la bondad moral de sus consecuencias en una situación dada
(una de cuyas consecuencias, al menos prevista, es el fin mismo de la acción). b) Segunda: el valor de nuestras
acciones o modos de acción es una cualidad intrínseca de la acción misma, independientemente no sólo de las
consecuencias de la acción, sino también de cualquier circunstancia en la que esta tenga lugar. A la primera tesis la
denominamos criterio teleológico; a la segunda, criterio deontológico. Según el criterio teleológico, el modo de
acción consistente en mentir, por ejemplo, no debe ser calificado de moralmente malo o inaceptable sin más, es
decir, al margen de las circunstancias y/o consecuencias a las que una realización concreta de ese modo de acción
pudiera dar lugar. Según el criterio deontológico, por el contrario, cualquier realización concreta de ese modo de
acción será moralmente inaceptable y, en consecuencia, será moralmente inaceptable el modo de acción mismo.

En ocasiones se ha acusado injustamente de que la adopción de un criterio teleológico conlleva necesariamente la


adopción de una ética relativista, tecnócrata y egoísta. Vamos a intentar mostrar que esto es incorrecto,
enumerando y analizando algunas de las dificultades de la adopción de un criterio teleológico y algunas réplicas a
las mismas.

Las dificultades del criterio teleológico parecen ser las siguientes:

1. Imposibilidad de una estimación completa de todas las consecuencias de nuestras acciones en una situación
dada. Esta primera objeción señala la inviabilidad práctica del criterio teleológico dado que, como parece exigir el
criterio, una valoración completa de una acción en una circunstancia particular, requeriría la previsión completa de
todas sus consecuencias. Y esto, la mayor parte de las veces, por no decir todas, resulta práctica o teóricamente
imposible. De otro lado, referir la bondad de una acción a la bondad de sus consecuencias parece indicar la
existencia en tal criterio de una especie de circularidad insoslayable.

2. El criterio teleológico hace imposible el aprendizaje moral. Las normas y valores morales deben ser aprendidos.
Sin embargo, si siguiésemos una concepción teleológica, el aprendizaje de lo que es moralmente correcto se haría
imposible, dado que no pueden preverse todas las circunstancias en las que la otra persona deberá actuar, ni
tampoco los resultados de sus acciones posibles, por lo dicho anteriormente. Por otro lado, una regla general como
«actúa de modo que aumentes al máximo el beneficio o utilidad esperada», se haría inoperante en la práctica. A
falta de una regla a priori que me indique lo que es bueno o malo hacer, podría confundir mis intereses personales
con lo que es moralmente correcto hacer.

3. El criterio teleológico pone en peligro el principio de cooperación en el que se basa toda la vida social. Y esto
básicamente porque, en unos casos, es preciso actuar sin necesidad de conocer las intenciones de las demás
personas; y en otros, es preciso poder confiar en que los otros actuarán de una forma concreta. La vida social sólo
es posible si cada individuo espera que los demás vayan a comportarse o a respetar ciertos principios, normas o
convenciones con carácter general, y no que vayan a comportarse según estimaciones de consecuencias.

4. El criterio teleológico carece de una escala de valores humanos. Según las Éticas Teleológicas, como no hay actos
buenos o malos en sí, sino dependientes de las circunstancias y de las consecuencias, no hay derechos inviolables.
Y esto parece llevarnos inexorablemente a la conclusión de que, en ciertas circunstancias, podría considerarse
legitimado el sacrificio de los intereses (o de los /derechos fundamentales, como el de la vida o la libertad) de
algunas minorías, en función de considerar los intereses de ciertas mayorías más deseables en general.

No obstante, aunque dichas dificultades pudieran parecer decisivas, no es así. Las posibles réplicas a las mismas
pueden enunciarse como sigue:

1. La cuestión no consiste en disponer de un conocimiento completo de la situación, a la hora de tomar decisiones


moralmente correctas, sino en disponer del mejor conocimiento posible. En segundo lugar, no existe tal pretendida
circularidad. Se ha argüido, por ejemplo, que tenemos un conocimiento intuitivo de los fines o resultados que son
buenos y, no obstante, ello no implica que nuestro juicio práctico acerca de nuestro deber vaya, por ello, a ser
evidente. Por otro lado, se ha dicho que el valor de un fin o resultado no indica una cualidad del mismo, sino que
está en relación a la estructura del ser humano, a sus necesidades básicas y a sus intereses legítimos.

2. Pueden ser enseñados como acciones moralmente correctas aquellas que, en la práctica y de modo general, han
mostrado dar los mejores resultados. Por ejemplo, ser responsable con los deberes propios, valorarse a sí mismo
por lo que se es y no por lo que se tiene, ser solidario con los demás, etc., son acciones que tienen, por regla general,
mejores resultados que sus acciones contrarias o que el no llevarlas a cabo. Por consiguiente, son valores o acciones
que pueden considerarse correctos o válidos a priori.

3. El criterio teleológico no niega la utilidad de ciertas convenciones, ni cuestiona su moralidad. No obstante, las
convenciones no pueden considerarse en sí mismas el fundamento de la moralidad: antes que fundamentar, las
convenciones deben ser fundamentadas teleológicamente.

4. La ética teleológica no implica necesariamente que no existan derechos inviolables. Lo único que enuncia es que,
en una situación determinada, la acción moralmente correcta es aquella que produzca los mejores resultados. El
punto de vista teleológico puede aceptar perfectamente derechos inviolables (a la vida, a la intimidad...). Para ello
basta mostrar que, en cualquier circunstancia, o en la mayoría de las circunstancias, dichos resultados son los
mejores resultados posibles. Por ejemplo, mentir tiene, por regla general, malas consecuencias morales.

Por consiguiente, según la tesis teleológica, no es moralmente correcto mentir (en general). La insolidaridad, por
regla general, tiene malas consecuencias morales. En consecuencia, no es moralmente correcto ser insolidario.

BIBL.: AA.VV., Proceso al azar, Tusquets, Barcelona 1986; ALVIRA R., La noción de finalidad, Eunsa, Pamplona 1978;
ARISTÓTELES, Moral, a Nicómaco, Espasa-Calpe, Madrid 1978; BOREL E., Las probabilidades de la vida, Orbis,
Barcelona 1986; MACINTYRE A., Historia de la ética, Paidós, Barcelona 1988; MONOD J., El azar y la necesidad,
Orbis, Barcelona 1985; MOSTERÍN J., Racionalidad y acción humana, Alianza, Madrid 1987; PRIGOGINE L, ¿Tan solo
una ilusión? Una exploración del caos al orden, Tusquets, Barcelona 1983; TRESMONTANT C., Ciencias del universo
y problemas metafísicos, Herder, Barcelona 1978; VON WRIGHT G. H., Explicación y comprensión, Alianza, Madrid
1981.

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