Está en la página 1de 2

SANTA ROSA DE LIMA

(30 de agosto)
Santa Rosa de Lima, es el eje luminoso, el semáforo más conspicuo y radiante
humildad, hacia el amor a cristo, por Él sufrió, por Él murió en el silencio, en la obra
estupenda de su propia satisfacción como Patrona de las Américas y Filipinas.
Santa Rosa nació en Lima el 30 de abril de 1586. Fue hija de Gaspar Flores y de María
Oliva, y se bautizó en la iglesia de San Sebastián el 25 de mayo de 1587 con el nombre
de Isabel Flores Oliva.
Un día, después de meses de nacida, su rostro se asemejó a una rosa encarnada y
desde entonces sus familiares la llamaron Rosa.
Desde pequeña buscaba la soledad del huerto para orar. Hacia penitencias, ayunos y
obras de caridad.
Santo Toribio de Mogrovejo la confirmó en Quives y le puso el nombre de Rosa.
Su existencia terrenal que fue muy corta y que llegó a los 31 años, los dedicó
íntegramente a Dios. Su vida fue una cadena constante de penitencias, sufrimientos,
privaciones, obras caritativas y entrañable amor a Dios.
Cultivaba con esmero las flores para ayudar al sustento del hogar, los mosquitos le
obedecían y los pajarillos eran sus mejores amigos.
Murió el 4 de agosto de 1617 y fue canonizada en 1671.
Santa Rosa de Lima es patrona de América y la Filipinas. Asimismo, el 30 de agosto de
todos los años se le recuerda en el “DIA DE LA POLICIA”, de la cual es patrona.
En la actualidad, aún se conserva la ermita construida con sus manos virginales, la cruz
que cargaba en sus horas de penitencia, el pozo donde arrojara la llave de la cadena
que ató a su cuerpo y el jardín donde conversaba con sus animalitos.
Lo que más distinguió a Santa Rosa de Lima desde que nació, fue su singular belleza.
Fue por eso que la Madre María de Oliva, limeña y bella también, decidió a los tres
meses de edad, al verla tan linda como una rosa, llamarla Rosa, apelativo que alude a
su natural belleza. Ella tuvo aversión al nombre y sólo lo aceptó al final de su existencia,
cumplido los 25 años.
La mayoría de biógrafos hacen ver la contrariedad que le provocaba los elogios a su
belleza física, que trataba de ocultar o marchitar. En cierta ocasión introdujo sus manos
en un depósito de cal viva para que perdieran su ternura y belleza, en que alguien había
reparado. Pero ni las ásperas penitencias ni las privaciones lograban abatir su
hermosura, pues parece que salía de ella aún más esplendorosa. La fama de su belleza
puede ser confirmada por los lienzos que reflejan a la virgen limeña, con esa maravillosa
dulzura que la caracterizó durante su existencia. En 1597, cuando tenía la santa 11
años, de edad, residía en Quives, donde llegó el Arzobispo de Lima, Toribio de
Mogrovejo. Allí al conocerla, al conocerla, en la pequeña parroquia del pueblo le aplica
el Sacramento de la Confirmación. Fue la última vez que se trataron, pues el santo
prelado falleció en 1605, ella lo haría 12 años después. Rosa regresa al barrio de San
Sebastían, a su casa natal, donde se refugia el resto de sus días.
Allí, doncella, progresa en la perfección espiritual, pero en las labores o quehaceres
domésticos que adornan a las mujeres. Así mismo aprendió a leer y escribir: lo
indispensable para sus lecturas pías.
Decidida a tomar los hábitos, prefirió el hábito blanco y negro de la orden Tercer de
Santo Domingo, a semejanza de Santa Catalina de Siena, su Santa predilecta.
Años 1606, tenía 20 años de edad, decide mantener silenciosa y escondida existencia
en el hogar, en un aposento o en el huerto. Las penitencias y privaciones las hacía como
una voluntaria pasión que sufría por los pecados de los hombres. Ayunaba con
frecuencia: bebía hiel de carnero, oculta en su ermita. Colocaba en su lecho nudosos
troncos cuando no era tosco adobe.
Sueño corto: dos horas diarias, el resto de la noche la pasaba reclinada en una silla o
sumida en oración.
El padre Hansen, biógrafo de la santa, dice que desde muy joven ciñó su cabeza con
una corona de clavos punzantes, que ocultaba bajo el velo, y que luego reemplazó por
otra de plata con 99 púas. El dolor en frente, sienes y cabeza la acompañó toda la vida.
Las flores de su jardín, los pajarillos y hasta los mosquitos son personajes de la tragedia
de Santa Rosa. Don Ricardo Palma, en sus famosas Tradiciones, menciona bellos
pasajes de verdaderos prodigios de Santa con los mosquitos.

PROF. Irene Saucedo Vega.

También podría gustarte