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A. A. V. V. - Gulliver 1 PDF
A. A. V. V. - Gulliver 1 PDF
Autoridades ´
Índice
Jefe de Gobierno
Dr. Aníbal Ibarra
Vice Jefe de Gobierno Editorial 5
Lic. Jorge Telerman
Secretario de Cultura
Dr. Gustavo López
Asesinato de una mosca / J.-M. G. Le Clézio 7
Subsecretaria de Patrimonio
Cultural Narradores de la reserva
Arq. Silvia Fajre
Subsecretaria de Gestión e Moños rojos / Néstor Grassi 15
Industrias Culturales
Lic. Stella Puente Diarinios / Oliverio Coelho 17
Responsable Prensa y Difusión
Mariano Perla
Los inmigrantes
Responsable Publicidad y
Auspicios Los húngaros / Ariel Dilon 25
Gustavo Lichinchi
Coordinadora General Casa del Los albaneses / Ermanno Cavazzoni 33
Escritor
Prof. Manuela Fingueret
Viajes al centro de la Tierra
Staff Descenso al mundo subterráneo y llegada
Editora responsable al planeta de Nazar / Ludwig Holberg 39
Lic. Stella M. Puente
Directora Viaje al centro de la Tierra / Jules Verne 49
Manuela Fingueret
La curva de Schmidt / Guillermo Piro 53
Jefe de redacción
Guillermo Piro Tina o de la inmortalidad / Arno Schmidt 58
Equipo de producción
C. Bernatek, L. Bonati Griffiths, D.
Caruso, V. Escales, G. García Cedro Cervantes plagiario
Colaboran
F. Abbate, C. Bernatek, E. Cavazzoni, S. Segunda parte del ingenioso hidalgo
Cella, M. de Cervantes, O. Coelho, A. Don Quijote de la Mancha - Capítulo XLV /
Dilon, D. Freidemberg, N. Grassi, L. Miguel de Cervantes 81
Holberg, J.-M. G. Le Clézio, G. Piro, A.
Schmidt, S. Szwarc, D. Tabarovsky, J. La leyenda dorada / Santiago de la Vorágine 83
Verne, S. de la Vorágine
Diseño
ur.ba.no. Un destino melodramático
Las fotografías que ilustran este número
pertenecen a Josef Koudelka. La foto- A modo de prólogo / Manuel Puig 85
grafía de Manuel Puig es una gentileza
de Carlos Puig.
Trailers 87
Registro de la Propiedad Intelectual en trámite.
Editorial
Viajar, moverse. Toda la novela utópica del
siglo XVIII se yergue sobre la presunción de
que es necesario salir, conocer, ver y com-
partir lo conocido.
Gustavo López
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C
ilustración, o si hubiese sido un número de duelo
noche, a eso de las once menos cuarto más nacional, yo no la habría visto. Unos segundos más
o menos. La bombita eléctrica brillaba con tarde se habría volado, habría ido a posarse en el cable
fuerza sobre la mesa, y la luz era amarilla, un poco de la lámpara, fuera de alcance.
sucia. La miré un momento: a la mosca posada Pero era demasiado tarde. La había visto.
sobre la mesa. Estaba inmóvil justo en el medio de Sin hacer ruido, fui a buscar un diario doblado y
la portada de un número de Time. Estaba instalada regresé, esperando que ya no estuviese allí. Pero ahí
sobre el dibujo un poco verde y azul que represen- estaba.
taba una cabeza de hombre de perfil. En lo alto de La contemplé un instante, con el diario en la mano,
la portada, junto a una faja roja, estaba escrito, en sin moverme. Vi su cuerpo lleno de vida, alas finas y
letras blancas, brillantes, la pelusa en su vientre. Miré su cabeza, tam-
bién, la pequeña bola rojiza que no era otra cosa que
TIME un ojo. Sentí la inmensidad de la habitación vacía, a mi
The Weekly Magazine alrededor, la habitación de oscuros rincones, de mue-
bles gigantes, de techo pálido, de ventanas grandes
Casi no se la veía, minúscula mancha negra confun- como el cielo. Ella vivía aquí conmigo, compartía este
dida con los colores glaucos del dibujo. Si hubiese camarote en este instante, en esta noche. Había posa-
habido un poco más de sombra, ahí, sobre el papel do en ella sus patas microscópicas, había bebido las
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consagrada al fracaso y a las palabras bellas. No Nada, nada está jamás resuelto. En el
hay nada que justifique una felicidad ideal, así como movimiento vertiginoso del pensamien-
no hay nada que justifique un amor perfecto, abso- to, no hay final, no hay comienzo. No
luto, o un sentimiento de fe total, o un estado de hay SOLUCIÓN, porque evidentemente no
santidad perpetua. Lo absoluto no es realizable: esa hay problema. Nada está planteado. El
mitología no resiste a la lucidez. La única verdad es universo no tiene clave; ni razón. Las
estar vivo, la única felicidad es saber que uno está únicas posibilidades ofrecidas al conoci-
vivo. miento son las de los encadenamientos.
El absurdo de las generalizaciones, de los mitos y Dan al hombre la posibilidad de percibir
de los sistemas, cualesquiera sean, es la ruptura el universo, no de comprenderlo.
que suponen con el mundo viviente. Como si ese Pero el hombre no querrá aceptar
mundo no fuese suficientemente vasto, suficiente- nunca este papel de testigo. Jamás
mente trágico o cómico, suficientemente insospe- podrá resignarse a los límites. Así que
chado para satisfacer las exigencias de las pasio- continuará induciendo, para luchar con-
nes y de la inteligencia. Los pobres medios de tra la nada a la que cree hostil, contra la
comunicación del hombre, es preciso además que vida, contra la muerte de la que ha
él los desnaturalice y que haga de ellos fuentes de hecho una enemiga.
mentira. Para admitir los límites, le haría falta
Al engañarse así, ¿a quién quieren engañar? admitir, brutalmente, que no ha dejado
¿¡Para qué gloria, para qué manual de filosofía o de equivocarse durante siglos de civili-
qué diccionario elaboran sus bellas teorías, sus sis- zación y de sistema, y que la muerte no
temas abstractos y pomposos, que nada encierran, es otra cosa que el final de su espectá-
en los que nada es preciso, pero donde todo flota, culo. Tendrá que admitir también que la
suprimido, decapitado, en el vacío absoluto de la gratuidad es la única ley concebible, y
inteligencia con, de tanto en tanto, las olas nebulo- que la acción de su conocimiento no es
sas del conocimiento, de la cultura y de la civiliza- una libertad sino una participación con-
ción!? dicionada. No tendrá nunca la fuerza
Hay que resistir para no ser arrastrado. Es tan para renunciar al poder embriagador de
fácil: uno se procura un maestro de pensar, elegido la finalidad. Tal vez adivina confusamen-
entre los más insólitos y los menos conocidos. te que si renegara de esta energía
Después uno levanta, uno reedifica el edificio que directriz, mataría al mismo tiempo lo
el cinismo había hecho desplomar, y se sirve de los que es en él potencia de vuelo, progre-
mismos elementos. La historia del pensamiento sión. Porque después de todo es aquí
humano es, en sus nueve décimas partes, la histo- donde ocurren las cosas. Si tuviera
ria de un vano juego de cubos en el que las piezas elección, si tuviera libertad, tendría tam-
no dejan de ir y venir, desgastadas, estropeadas, bién la descomposición; al dejar retor-
falseadas, ajustando mal. ¡Cuánto tiempo perdido! nar al mundo el espesor opaco de la
¡Cuántas vidas inútiles! Cuando, para cada hombre, inmovilidad, de lo inmóvil, de lo inex-
tal vez la aventura ha de rehacerse enteramente. presable, se volvería sordo al entendi-
Cuando cada minuto, cada segundo que pasa cam- miento con el mundo. Su inverso está
bia tal vez por completo el rostro de la verdad. ahora en estado de hipnosis bajo su
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mirada; pero que baje los ojos un instante, y el caos para englutirnos. Adelante, atrás, a la izquierda, a la
volverá a caer sobre él y lo engullirá. derecha, arriba, abajo, el porvenir está petrificado.
Que deje de ser el centro del mundo de los hom- Todas las rutas regresan. Todos los caminos con-
bres, un día, y los objetos se engordan, las palabras ducen al antro que nunca está saciado. Mañana es
se desmigajan, las mentiras ya no sostienen el edi- el día. Ayer es el día. Lejos, largo tiempo, al revés,
ficio que se desploma. en el fondo están las ventosas del mal.
Ilusionista. Ilusionista. Un día tal vez vacilarás La única paz está en el silencio y en la detención.
entre la desdicha y la muerte. Y elegirás la muerte. Pero es efímera; no se puede permanecer mucho
Y espectadores encadenados a sus asientos, que tiempo inmóvil. Tarde o temprano, hay que dar un
han visto el terrible film desarrollarse ante ellos, paso adelante, o un paso atrás, y el monstruo vacío
que lo han vivido también, cuando llega el momen- que esperaba este instante no te deja escapar. Te
to en que se escribe la palabra “FIN”, ¿por qué no atrapa, te hace conocer de nuevo el infierno del
quieren partir, simplemente, sin hacer historias? tiempo, del espacio, de las voluntades hostiles.
¿Por qué permanecen enganchados a sus asientos, La alegría no es duradera; el amor no es duradero;
desesperadamente, esperando siempre que sobre la paz y la confianza en Dios no son duraderas; la
la pantalla oscurecida vuelva a comenzar otro única fuerza que dura es la de la desdicha y la duda.
espectáculo, aun más bello, aun más terrible, y La conciencia y la lucidez no son paisajes claros.
que, esta vez, no terminará jamás? Son extensiones siempre cambiantes, llenos del
En nosotros, replegada, luego abierta, a la medi- enfrentamiento de la luz y de la sombra, y todo lo
da de nuestros cuerpos, sosteniendo cada uno de que hay allí no existe de una sola manera, sino de
nuestro pensamientos, siempre despierta en cada cien, mil formas posibles. Nada de lo que es pensa-
fuerza, en cada deseo, como una corriente venida do, es decir nada de lo que se encuentra en los lími-
de lo más profundo del espacio desconocido cuyo tes de los sentidos, escapa a la ley de la duda. Es
punto de partida no cesa de huir, adelante, atrás, a como si, a partir de cierto nivel de desempeño físi-
nuestro lado, nuestra verdadera ruta, nuestra ver- co, el espíritu tuviera entera libertad de acción, de
dadera fe, la única forma de la esperanza presente enmarañamiento, de análisis, de asociación o de
en nosotros, con la vida, LA DESDICHA. disociación. El tipo primero del pensamiento deduc-
Luchamos, nos arrancamos al lodo, nos herimos tivo, ¿no es el de considerar los “contrarios”?.
por algunos segundos infinitos de libertad. Pero Prueba de lo blanco por lo negro, del pensamiento
está allí. Su abismo está en todas partes. Sus por el ser, de la luz por la noche, de la verdad por la
bocas son incontables, abiertas por todos lados, mentira. La prueba suprema, a saber del objeto por
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“Todos los caminos conducen al antro que nunca está saciado. Ma-
ñana es el día. Ayer es el día. Lejos, largo tiempo, al revés, en el fon-
do están las ventosas del mal.”
el objeto, no existe; o al menos, es sentida como cuerpo ni para nuestro pensamiento. Y lo sabemos
insuficiente por nuestro espíritu racionalista. Escapa secretamente, desde que se abre para nosotros el
al orden. Inquieta. Y los teólogos cristianos no campo infinito de las imaginaciones, y desde que
encontraron mejor prueba de la existencia de Dios nos percatamos de que estamos empeñados en la
que el hábil (e inútil) “Y si no es Dios, ¿quién es?” lucha. Identidad perfecta de nosotros y de nosotros
Es posible que el pensamiento no esté tan aleja- mismos. Identidad que nos sumerge en lo trágico,
do de las formas más bajas de la vida. Su ley es tal sin posibilidad de desactivar. Humillante y mágica
vez la misma. La vida está en el combate, en el identidad. Levantamos las murallas de nuestros
despilfarro de las fuerzas en vista de la suprema sistemas, de nuestras bellas frases y de nuestros
inutilidad. Esta grandiosa, esta heroica belleza de la paraísos imaginarios; habitamos nuestras moradas
acción vana, yo la percibo también en el espíritu del de ilusión, buscamos el lugar que no se mueve,
hombre. Me parece que va, así, de combate inte- que no quiere nada, que no conoce el mal. Pero
rior en combate interior, que no se eleva sino para está ahí, lo sabemos: no escaparemos. Jamás
mejor volver a caer, que se gasta, que se periclita y seremos vencedores. No encontraremos asilo. No
que muere según el mismo movimiento que su nos queda más que aprender, explorar, reconocer
cuerpo. Para nada, siempre para nada. Pero esa lentamente nuestro dominio del dolor.
nada del alma no es más despreciable que la de las Y por encima de todo, un día, tal vez, la inmovili-
células. De hecho, es la misma nada, la misma zación hecha posible. La tragedia revelada hasta el
ausencia-presencia, el mismo círculo que lo ahoga más mínimo detalle, la vida de un solo golpe pre-
y lo absuelve. Puesto que el espíritu del hombre no sente ante nosotros como una obra.
puede ir de infinito en infinito, como él lo sueña, va, Cada sombra fijada, cada luz brillando intensa-
absolutamente, sobre sí mismo, enrollándose alre- mente en su claridad inmutable.
dedor del centro invisible hasta agotarse. Sí, un día, tal vez, aquello vendrá hacia nosotros,
Y uno y otro están ligados. El espíritu y la vida a causa de nosotros mismos, o a causa de otra
son dos formas hermanas salidas del ser que res- cosa, y sabremos lo que es la entrada de la felici-
ponden a las mismas señales. Así la desdicha está dad en la desdicha. El inmenso campo de las bata-
anclada en lo más profundo de nosotros mismos, y llas y de los males será nuestro paisaje iluminado,
la duda, y la errancia. Son las indicaciones conti- nuestra fuerza. El caos se retirará repentinamente
nuas, imprecisas, de que estamos EN MARCHA, y de de todas las cosas, y veremos por fin que, desapa-
que sobrevivimos. recido éste, todo habrá permanecido semejante.
No hay paz. No puede haber paz, ni para nuestro Nada se ha movido. Los objetos, los duros objetos
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Narradores de la reserva
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Moños rojos
Néstor Grassi
asó la aspiradora por las estanterías y los ana- guardar luego todo en la gran caja de ma-
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Damián Tabarovsky
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Diarinios
Oliverio Coelho
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Súbitamente, lo que era pocilga de la len- Literatura genuina: aquella que no pue-
gua se transforma en cristalería sintáctica. de ser editada. El escrito yace en el inédi-
to. En la excepción. Y sobre todo en los
*** escritos de la juventud, cuando la sombra
de la calidad no acecha. El libro, en cam-
La muerte de un gato negro. Este es el hecho bio, es una de las formas de la frustración: escrito
que atormenta a un hombre durante toda su vida. sobre la escritura, la letra ya no puede padecer
La muerte de un gato negro en sus narices. Llega- ningún tipo de clandestinidad.
do cierto momento, empieza a recoger de la calle
no animales sino humanos moribundos. Niños, ***
ancianas, mendigos. En un hospital de curas do-
méstico, montado en la cochera, los alienta, los Un voyeur excéntrico: goza y se entusiasma al
trata, sí, pero les transfiere su marca para salvar- escribir frente al plomero del consorcio.
los de su propia particularidad.
***
***
Cada día más le parece que escribir es saltar de
Ella, cada vez más aburrida, sólo tiene la ilusión una nervadura a otra nervadura más angosta. En
de que vive para la literatura. Pero no escribe. Te- algún momento la nervadura va a ser tan imper-
me salvarse. Es que si se salva, ¿podrá seguir ceptible que ya nadie podrá leerla.
siendo esa mujer?
***
***
Me acerco al final de la trilogía futurista. Hay un
Un animal doméstico: todo el peso devenido de Dios en el espejo: una saturación del tercer ojo. In-
un disfraz. ¿Puede alguien sobrevivir a la sensa- tento estetizar un efecto de simultaneidad entre lo
ción de que otro humano mira desde los ojos es- humano y lo monstruoso. Las criaturas no dejan de
cindidos del animal? Sí, pero sólo la alergia podría manar como un plumaje caníbal de lo real: hipocen-
salvarlo: interrumpir ese “desde” antes de ser taurinas y bambicentaurinas tullidas, niños viejos,
criado de esa mirada. linyeras sacerdotes, grasitas, nonos, pizpiretos en
patineta. El ser de la criatura –el ser del ente– se re-
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produce al infinito en cuanto es activado una sola por la ballena del Estado, y desde ese vientre humi-
vez en la escritura. En cuanto intento agotar ese llar al contribuyente... Ceder voluntad, engordar,
motor reproductivo, paradójicamente se activa la entregarse a los bajos placeres de la bebida y los
presión de los monstruos. Nacen por cesárea: por deportes televisados, mientras el aparato burocráti-
el vientre o la boca, da lo mismo. El espejismo co graba en el propio cuerpo el jeroglífico de un
adopta cualquiera de los dos modos –el oral o el hombre cada día más informe e impersonal. Sólo
ventral–. Y del apareamiento con el espejismo nace así, desde un cuerpo sin atributos, parece posible
el escritor andrógino, y las tentativas de una litera- construir una identidad que no coincida con ningún
tura asexual, atemporal, como la de Gombrowicz o tipo de individualidad mercadotécnica.
Aira. ¿Y si uno se propusiera en un doble aparea-
miento una literatura transexual, transmoral, trans- ***
temporal? ¿Cómo? ¿Volver al realismo? ¿Copiar Pa-
radiso? ¿Se puede elegir? La condición de la pesadilla reside en la imposibili-
dad de despertar en el tiempo. Se sueña siempre
*** con un vecino. Y en ese vecino está camuflada la
muerte: el corazón del tiempo. Sin duda un vecino es
Entre el absurdo y el nonsense, por fin una conti- algo sobrenatural. ¿Qué otro fenómeno más sobre-
nuidad: la garantía del mito. Una arqueología sublime natural que la vecindad? La aparición de un padre
de la farsa. Se había perdido la continuidad, y quizás, cautivo en una celda simultánea. Lo que se pone en
paradójicamente, hallarla, más que un medio, resulta juego en la vecindad no es la continuidad, sino la si-
un fin para el nonsense. Quiero decir, la continuidad multaneidad. La posibilidad de que el tiempo y, por
contiene el sentido. Y le devuelve peso al absurdo. ende, el amor y la mortalidad, fracasen en el espacio.
*** ***
A cierta edad la fantasía irrita más de lo deseable. Me exasperan los ancianos, por la mañana, en los
La idea de trabajar en la administración pública, en bares de Balvanera. Hay una fauna rotativa e impe-
una oficina insondable, comienza a ser tentadora a recedera. Están a punto de pasar al otro lado... ¡Y
los veintiséis años. Qué privilegio: ser absorbido encima hablan! Osados... vacíos de potencia, parlo-
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“Él, que creía haberla olvidado, ros arbitrarios que teme no poder olvidar. Evidente-
descubre que todavía la ama. mente, de la conciencia algo se ha borrado, y sobre
esa ausencia, bajo la oscilación de nombres y nú-
La enfermedad de ella es tan real
meros, se está efectuando un zurcido. En el fondo,
que él se ve obligado a creer en su gran temor es que la fuga de lo humano le impi-
una resurrección afectiva.” da olvidar y lo enfrente a una carne infinita. Ahora
bien, ¿por qué no pensar que Funes estaba loco?
tean como autómatas, y si pueden se echan sobre Era más que un ateo: un paranoico que confiaba en
uno y se autoimpulsan con todo tipo de muletillas y los efectos de su propia paranoia.
preguntas indiscretas. En cada palabra se acercan un
poco más. A uno y a la muerte. Pierden contenido. ***
Flamean. Piden la estocada joven que nunca llega.
Regreso a la noche. El protagonista ve a la policía
*** retirando de un edificio de clase media baja, un ca-
dáver en una bolsa negra. Veinte puñaladas. Masa-
Que la escritura sea pura astilla. jista empleado en un geriátrico, 58 años, acuchilla-
do por taxi boy.
***
***
Tomar en manos la brasa candente. La Causa del
Padre. Tarde o temprano el juicio alcanza al Hijo. Se De pronto, él, que siempre había sido amado por
le pone a la par… Uno huye de la Causa, pero al mis- ella desde la culpa, se veía amándola por lástima.
mo tiempo, sin tomar precauciones sobre la orienta- Él, que creía haberla olvidado, descubre que toda-
ción de la fuga, corre a su encuentro. Ninguna nove- vía la ama. La enfermedad de ella es tan real que él
la más aleccionadora que La carne de René. se ve obligado a creer en una resurrección afectiva.
Caminan por la calle, y ella, enclenque, parece ren-
*** guear. Durante todo el trayecto él duda: ¿lo imagi-
na o en efecto ella renguea? ¿Puede cojear una
Cuando se siente perseguido, le ocupan la cabe- mujer tan hermosa? Se despiden y queda el remor-
za nombres de personas que no conoce, o núme- dimiento: ¿y si todavía la amara? Repentinamente
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Los húngaros
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e oído decir a la gente que uno se acostum- parte baja, allí donde suele estar el ca-
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pués, con una breve expansión horizontal de las frable jerigonza chillona y alegre de los demás, al-
manos y una inclinación taimada de la cabeza, en gunas torpezas reconocibles en dos o tres idiomas
voz más suave, como un secreto que ya fuera inú- que comprendo, me refirió su apacible y esperanza-
til ocultar: da vida anterior, su orgulloso oficio de panadero y la
–Emigrés. gran fama de la confitería Pásztory en todo Buda-
Asentí con la cabeza en silencio, como si com- pest, las peligrosas vicisitudes de su huida, la trági-
prendiera, y en verdad sintiendo que comprendía la ca pérdida del hijo menor, cruzando el mar, y la ale-
compleja plenitud de lo que venía estibado en esas gría exhausta y dolorida de haber llegado a Améri-
palabras, y finalmente sonreí, para después señalar ca. Traté de congraciarme, contando la similar saga
los paquetes de la rotisería, que había dejado en la de mis abuelos, casi setenta años atrás, desde otro
entrada. lugar del cambiante mapa de Europa, pero a poco
Hubo como una exclamación conjunta, una espe- de haber empezado comprendí que carecía de ele-
cie de “¡Ah!” y un intercambio de miradas que te- mentos, que la mía era una historia inerte, despro-
nían una rara luz de confirmación, producto al pare- vista de la inefable vibración de lo vivido, amortaja-
cer del beneplácito que les causaba, no ya mi mate- da en su propia condición de herencia, de mito.
rial aporte alimenticio, sino el reconocimiento espiri- Comimos los postres en silencio. Más tarde ofre-
tual que encerraba mi gesto, y que fue el preludio y cí un par de colchones viejos que yo tenía arriba, en
la indicación de una suerte de fiesta improvisada, ese territorio privado que una tácita discreción les
del goce conjunto de la noble sencillez de aquella había hecho respetar. El hijo mayor, ya todo un
mesa, de una charla hecha en todo caso de inclina- hombrecito, me acompañó a la habitación chica pa-
ciones de cerviz, de elevaciones de vasos de vino, ra después bajar a los tumbos, cargando cada uno
de aires populares esbozados a capella por aquellas con un colchón.
voces dulces, cargadas de la nostalgia de la tierra Observé que algo de su común extranjería podía
amada. Por dos veces creí sorprender la mirada de leerse hasta en el gesto más sutil del padre, en ca-
mi joven esfinge, momento de turbación que vino a da silencio de la madre, en las ruedas dentadas de
ser interrumpido por la descarada actitud de una de las espaldas de los niños inclinados sobre sus pla-
las hermanas menores, apenas una chiquilla, que in- tos de sopa. Serán, pensé, por siempre húngaros,
sistía en sentarse sobre mis piernas, exhibiendo y sólo cuando los hijos, a su vez, traigan al mundo
unos muslos sucios, aunque suaves y tersos por nuevas docenas de bizcochos rubios, salados, gi-
debajo de la faldita de algodón cuajado de manchas moteantes, esos hijos se fundirán con las multitu-
de borsch y de huellas de dedos oscuros. des ensimismadas y sin patria de mi país: la legión
El hombre, que balbuceaba, por sobre la indesci- extranjera. En ellos no hay impostura, me dije, o su
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Los albaneses
Ermanno Cavazzoni
Vidas breves de idiotas
Eudeba, Buenos Aires, 1999 (pp. 39-42).
ovi Naldo era empleado de la perrera muni- despierta descubre que esa gente
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El centro de la Tierra, por más que quieran hacernos creer lo contrario, sigue siendo un
enigma. Y como todo enigma es caldo de cultivo para disparar la fantasía.
He aquí tres ejemplos de la mejor ficción subterránea: Viaje al centro de la Tierra de Ju-
les Verne, El viaje subterráneo de Niels Klim (existe una versión abreviada castellana
publicada en España que es mejor olvidar, con el título Viaje al mundo subterráneo ) y
Tina o de la inmortalidad, una nouvelle del genial “Joyce alemán” cuya obra merece
(¡cuanto antes mejor!) ser tenida en consideración, para regocijo y beneplácito de la gente
que lee.
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Descenso al mundo
subterráneo y llegada al
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Ludwig Holberg
Viaje al mundo subterráneo
Ediciones Abraxas, Barcelona, 2002 (pp. 17-33).
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gos. Comenzó mi expedición en el año 1665, sien- como de amanecer; aumentó la luz y pronto descu-
do burgomaestres y senadores de Bergen Hanbs brí un cielo puro y sin nubes. Fui tan loco como pa-
Munthe, Lars Sörensen, Christen Bertelsen y Lars ra suponer que aquello era el efecto de la repercu-
Sand. sión del aire subterráneo, o que la violencia de un
Venían conmigo cuatro hombres, pagados, que viento contrario me había rechazado y la caverna
me llevaban las cuerdas y los garfios que necesita- me devolvía como uno de sus soplos... Sin embar-
ría para mi descenso. Por Sandvik se sube más fá- go, no reconocía el sol, ni el cielo, ni los astros que
cilmente a la montaña, y ya en la cima nos acerca- veía... Todos me parecían más pequeños que los
mos al lugar donde se abría el fatal antro. Como es- nuestros. Llegué a la conclusión de que lo que
tábamos fatigados por el camino recorrido, reposa- veían mis ojos sólo existía en mi extraviado cere-
mos, a fin de reparar nuestros estómagos con el al- bro, como efecto de mi turbada imaginación. O qui-
muerzo que traíamos preparado. Mi corazón palpi- zá había perdido la vida y me encontraba en la re-
taba como si me predijera una desgracia. Pregunté gión de los bienaventurados. Este último pensa-
a mis compañeros si alguno de ellos querría ser el miento me hizo reír, pues me vi armado, de garfio
primero que entrara a la caverna, y, como ninguno y arrastrando un pedazo de cuerda semejante a una
me contestó, sentí vergüenza de mi debilidad. Hice cola, y bien se me alcanzaba que no se iba al Paraí-
un esfuerzo y ordené que me prepararan la cuerda, so con semejante atuendo. Por fin comprendí que
recomendando mi alma a Dios. Mis instrucciones me encontraba en un mundo subterráneo, y que
fueron que aflojaran la cuerda hasta que yo gritase, los que creen que la tierra es cóncava y encierra en
que se detuvieran entonces, y que si yo volvía a gri- su corteza un mundo más chico que el nuestro, no
tar, que me subieran rápidamente. Cogí un garfio se equivocan.
que me pareció útil para rechazar los obstáculos Entretanto disminuía la violencia de la sacudida
que se opusieran a mi descenso, y que me serviría que me lanzó abajo, a medida que me aproximaba
también para mantenerme alejado de los costados a un planeta, o cuerpo celeste, que se ofrecía el pri-
de la cueva. Pero, apenas descendí unos diez o mero en mi camino. Pronto lo vi tan grande que dis-
quince codos se rompió la cuerda. Semejante des- tinguí fácilmente la atmósfera que lo rodeaba, sus
gracia la supe por los clamores y gritos de mi gen- montañas, mares y valles.
te, que no oía bien, ya que descendía con asombro- Súbitamente, mi vuelo o mi natación en los aires
sa velocidad. se interrumpió, la carrera que hasta entonces había
Debí volar un cuarto de hora a través de la espe- sido perpendicular se hizo circular. Mis cabellos se
sa oscuridad. Por fin percibí una pequeña claridad, erizaron, pues me creí perdido irremisiblemente,
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ya que estaba todo tan claro que podía leer cómo- en los mercados o en la bolsa cuando se venden
damente mi diploma académico... Semejante clari- valores. Repuesto de mi aturdimiento contemplé
dad nocturna procede de un firmamento que el re- un bosque animado, pues el campo en que me en-
vés de la superficie terrestre, cuyo hemisferio ofre- contraba estaba repleto de árboles, y arbolillos.
ce una luz semejante a la que la luna nos brinda a ¿Dormía yo todavía, o era presa de espectros y ma-
nosotros. Por esto es por lo que en el citado globo lignos espíritus? No tuve tiempo para reflexionar
las noches difieren muy poco de los días, salvo en mucho, ya que otro árbol corrió hacia mí, bajó una
que la ausencia del sol hace más frío el ambiente. de sus ramas –al extremo de la cual seis sarmien-
Acostado al aire libre en espera de los aconteci- tos le servían de dedos– y me levantó en el aire gri-
mientos que me depararía la vuelta del sol, sentí tando con todas sus fuerzas. Le seguía gran núme-
que volvían mis viejos achaques, el hambre y la ro de árboles de diferentes especies, que emitían
sed. Lamenté haberme desprendido tan ligeramen- sonidos y acentos realmente articulados pero ex-
te de mi pan. La fatiga y las mil preocupaciones me traños a mi oído. Sólo pude retener unas palabras:
durmieron profundamente, y haría sólo un par de Pikel Emi, que repetían. Acabé comprendiendo que
horas que roncaba cuando se vio turbado mi repo- significaban una especie de mono extraordinario.
so por un bramido feroz que espantó al agradable Todos me juzgaban un poco diferente de los titís de
sueño que me arrullaba. ¿Es que había regresado larga cola que se criaban en su comarca; algunos
ya a Noruega y estaba contándoles mis aventuras a me tomaron por un habitante del cielo, traído a tie-
mis paisanos? ¿O es que me hallaba en la iglesia de rra por el grifón; lo cual, si prestamos fe a los ana-
Fanoë, cerca de Bergen, oyendo cantar al diácono les del país, había ocurrido en otras ocasiones.
Niels Andersen, cuya lastimera voz torturaba, como Todo esto no lo supe yo hasta meses después,
de costumbre, mis pobres oídos? Me desperté so- cuando aprendí la lengua subterránea. En el estado
bresaltado, convencido de una de las dos cosas, y en que me encontraba ahora, apenas si me creía en
hallé, no lejos de mí, un toro. ¡Él era el autor de mi el mundo y era incapaz de razonar acerca de los ár-
despertar! Tímidamente giré la mirada, y el sol, re- boles parlantes y animados. Lo único que lograba
cién brotado, me descubrió fértiles campos cubier- entender, por las voces que oía, es que los árboles
tos de verdor. También vi árboles; pero, ¡oh asom- estaban indignados contra mí. Tengo que darle la
bro!, se movían aunque no se notaba el más ligero razón al árbol al cual yo intenté subirme huyendo
soplo de viento capaz de agitar una pluma. En el del toro: era la mujer del intendente de la cercana
instante en que yo admiraba tal prodigio, el toro se villa. Si en lugar de ser una dama de su categoría
arrancó hacia mí impetuosamente. Me espanté, y hubiera sido una vulgar mujer, mi crimen hubiese
al buscar dónde huir advertí cerca de mí un árbol, al sido menos grave; ¡pero querer violar en público a
cual estimé muy indicado para ampararme de la fu- una matrona de su alcurnia, no era moco de pavo
ria del animal. Me acerqué, lo abracé y comencé a en una nación que se preciaba de modesta y pudo-
escalarlo... ¡Cuál fue mi sorpresa cuando le oí pro- rosa!
ducir acentos tan penetrantes y agudos como de Fui conducido prisionero a una ciudad de magní-
los de una mujer colérica! Con tanta fuerza me re- ficos edificios, ordenadas y simétricas calles, ro-
chazó aquel árbol, que caí aturdido, creyendo haber deada de un delicioso campo. Las calles estaban
sido alcanzado por un rayo. Me dispuse a entregar llenas de árboles ambulantes que se saludaban al
mi alma, pero escuché murmullos y sordos ruidos encontrarse; el saludo se efectuaba bajando las ra-
por todas partes, parecidos a los que se producen mas. Al pasar nosotros ante una hermosa casa, sa-
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bría; extendió sus ramas al cielo y pronunció con era, de dónde era, y si era bruto o animal razonable.
dignidad ciertas palabras que consideré como mi La elevación de las ramas significaba un acto reli-
sentencia. Fui devuelto a mi antigua prisión, de la gioso por medio del cual los jueces se comprome-
que esperé que me sacaran para entregarme al ver- tían a pronunciarse con justicia entre ambos aboga-
dugo. Mientras llegaba, me dediqué a reconstruir dos. Éstos se cubrían con piel de cordero para te-
todo lo que me había ocurrido, riéndome de la locu- ner presente la inocencia e integridad que debía
ra de la nación donde me hallaba. Sus jueces me presidir sus funciones. Y, en efecto, no hay gentes
parecían de pantomima, histriones mejor que ma- tan de bien ni tan íntegras; lo cual demuestra que
gistrados; sus gestos, sus vestimentas, su manera se pueden encontrar en un estado bien civilizado,
de actuar era más propia del teatro que de un tribu- abogados con buenos sentimientos y probidad. En
nal de Justicia. ¡Cuán superior consideraba a nues- el país de que hablo, las leyes son severas para los
tro mundo y cómo sobrevaloraba yo a los europeos prevaricadores: ni subterfugios ni escapatorias les
sobre los demás hombres! Pero, aunque desdeña- ponen al abrigo de sus rigores. Nada de asilo, nada
ba la estupidez y locura del pueblo subterráneo, re- de intriga para salvar a los que fueron condenados;
conocía que debía colocarlos por encima de los bru- ni nadie que solicite favor para los pérfidos. Se re-
tos; a ello me obligaba el esplendor de su ciudad, la piten tres veces las mismas palabras en esta na-
armonía de sus casas, que indicaban que aquellos ción, a causa de la natural lentitud que para percibir
árboles no carecían de razón, no ignoraban las artes las cosas la distingue de otros pueblos. Hay allí po-
ni la mecánica. Empero no les reconocía educación ca gente que comprenda enseguida lo que ha leído
ni cortesía, estando convencido de que entre ellos o escuchado una sola vez. Los que poseen viva
no encontraría la virtud. comprensión son considerados como incapaces de
A la mitad de mis reflexiones, llegó un árbol con juzgar procesos, y raramente son elevados a em-
una jeringuilla en la mano. Se acercó a mí, me de- pleos de cierta importancia. Se ha comprobado que
sabrochó el pecho, dejándome al descubierto un el Estado corrió peligro tantas veces como fue ad-
costado, del que cogió el brazo, lo pinchó, lo san- ministrado por personas de las que se suele llamar
gró, y, cuando me hubo extraído la sangre que qui- geniales. Aquellos a quienes el vulgo llama “ton-
so, me vendó aquel brazo con una atención a la que tos” repararon siempre el mal que los listos ocasio-
se mezclaba la admiración. Y se fue. naron. Todo esto parece paradójico, lo sé, pero si
Esta nueva aventura me afianzó en la idea que
sustentaba acerca de la extravagancia de aquella
nación, idea que no deseché hasta que aprendí la “¿Es que había regresado ya a
lengua del país, cambiándose entonces en asom- Noruega y estaba contándoles
bro y admiración. Porque veréis cómo fue explica- mis aventuras a mis paisanos?
do todo esto después. ¿O es que me hallaba en la igle-
Al encontrarse conmigo, me creyeron un habitan-
sia de Fanoë, cerca de Bergen,
te del Firmamento que pretendió violar a una ma-
trona de la aristocracia. Por tal suposición me lleva- oyendo cantar al diácono Niels
ron como un criminal a la audiencia. Uno de los Andersen, cuya lastimera voz
abogados exageró mi falta, solicitando el castigo torturaba, como de costumbre,
más riguroso. El otro me defendió y solicitó el apla- mis pobres oídos?”
zamiento del suplicio hasta que se averiguara quién
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en ello se piensa seriamente acabará por no encon- necesitaba tres o cuatro repeticiones; pero así que
trarse tan absurdo como a primera vista parece. aprehendía algo, conocía todos los pros y los con-
Me contaron la historia de una mujer que llegó a tras. Como se pronunciaba tan juiciosamente en
ejercer el cargo de presidente. Era tan inteligente, los asuntos más espinosos, todas sus decisiones
que fue elevada por el príncipe a la dignidad de ka- se miraban como oráculos.
ki, es decir, juez supremo de la ciudad de la que ella Considerando tales cosas encontraba yo muy
era hija. Es costumbre de esta nación no hacer di- ejemplar el establecimiento a favor del bello sexo,
ferencia de sexos en relación con los cargos del Es- y pensaba: ¿Qué mal habría, por ejemplo, en que la
tado, no considerando más que el mérito personal mujer del burgomaestre de Bergen conociera las
al conferirlos. A fin de poder juzgar de las calidades causas y pronunciara las sentencias? ¿Y si la hija
de un espíritu y conocer la disposición de cada uno, del abogado Severib, tan escaso de saber y elo-
existen seminarios cuyos directores se llaman ka- cuencia, ocupara el lugar de su estúpido padre? No,
rattes, que significa examinadores o escrutadores. nada de eso aportaría ningún perjuicio a nuestra ju-
Su misión es la de sondear y examinar el natural y risprudencia; y considerando la precipitación con
las cualidades de los jóvenes, para escoger entre que se verifican los procesos entre nosotros los eu-
ellos a los más aptos para desempeñar cargos pú- ropeos, supuse que semejantes sentencias, preco-
blicos, enviando al príncipe una lista general de los ces y ligeras, estarían sujetas a terribles censuras si
diferentes talentos que representan utilidad para su se examinaran con atención. Pero, volviendo a lo
patria. El príncipe inscribe en un libro los nombres anterior, he aquí lo que supe con respecto a la fle-
de los candidatos, para tenerlos presentes y situar- bomotomía que sufrí.
los en los cargos que queden libres. Cuando un criminal merece el castigo, la tortura o
La joven a que me refiero mereció durante cuatro la muerte en este pueblo, se le abre una vena an-
años el ventajoso certificado de los karattes; lo tu- tes de ejecutarlo, para ver si ha obrado por malicia
vo en cuenta el príncipe y la nombró presidente del o por disposición de la sangre y de los humores del
Senado de la Villa, donde ella naciera. Es uso sagra- cuerpo, por si por medio de esta operación hay me-
do e inmutable entre los potuanos (que tal es el dio de convertirlo en hombre de bien. Esto enseña
nombre de aquel pueblo) el de ser empleado en la que los tribunales de aquel país se han establecido
ciudad donde se ha nacido, pues se supone que se más para corregir que para atormentar a las gentes.
le tiene más afecto. Palmka, que así se llamaba la Lo de corregir por la sangría constituye una especie
joven, ejerció su cargo con mucha gloria durante de castigo, pues se considera infamante sufrir la
tres años, siendo estimada como el árbol más sa- operación por sentencia jurídica; y si los que ya han
bio de la villa. Tan tardía era de comprensión, que sufrido dicha operación reinciden, se les relega en-
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Daniel Freidemberg
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La curva de Schmidt
Guillermo Piro
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sonaje “tipo” de Schmidt, él mismo: culto, adep- seiner Bewunderer” (Goethe y uno de sus admi-
to a la filosofía, la geología, la cartografía y la lite- radores),6 a la pregunta final acerca de quién es el
ratura, que toma nota de los acontecimientos en mayor poeta contemporáneo, el narrador respon-
una libreta, con indicación precisa de la hora a la de: “Goethe, pero mientras no se había alejado de
que lleva a cabo esa tarea. Las largas secuencias Frankfurt”. Como se ve, el homenaje va dirigido al
especulativas y eruditas, contrapunteadas por los Goethe joven, no al Olímpico, regidor incuestiona-
jueguitos belicosos de los muchachos de la Hitler- ble de la suerte literaria de los alemanes. Schmidt
jugend, atraen –único interesado– al viejo. Y el anticipa y delinea aquí su reprimida burla a la in-
tren (la trampa del universo, el arca de Noé) se de- mortalidad. Schmidt era un gran admirador del si-
tiene sobre un puente roto. El soldado y la prosti- glo XVII iluminista, desde Wieland a los autores no
tuta se aprestan a saltar al vacío. Liberados. Solos. menores pero sí menos celebrados, entre los cua-
Schmidt retoma un género que alcanzó su es- les se encuentran el Barón de la Motte Fouqué (a
plendor en el siglo XVII: la nouvelle o el relato cor- quien Schmidt dedicó una biografía), Tieck, Karl
to. La nouvelle es la forma romántica por antono- Philipp Moritz (especialmente su Anton Reiser),
masia. Según Friedrich Schlegel, ésta podía aglu- Friedrich Maximilian Klopstock (tan ensalzado y
tinar en sí todas las otras formas. En su Nachricht tan poco leído), E.T.A. Hoffmann y Johann Gott-
von den poetischen Werken des Johann Boccac- fried Schnabel.7
cio (Noticias sobre la obra poética de Boccaccio, El tema, invertido y enfrentado en clave grotes-
1801), dedicado al padre de la novela corta, el au- ca, vuelve a encontrarse en el último relato de ese
tor del Decamerón, la define como “fragmento, libro, “Tina o la inmortalidad”. El relato, calificado
estudio, esbozo en prosa, o todo ello junto”. Para por el crítico Hans Mayer como “una obra maes-
Schlegel es decisivo que la nouvelle “sea nueva y tra” (ein Meisterstück), se funda en un hallazgo
sorprendente en cada punto de su esencia y su verdaderamente original: el narrador, a causa de
desarrollo”, y que sea compuesta con todo esme- un encuentro banal, es llevado a un evanescente
ro. Ludwig Tieck, uno de los autores más produc- lugar subterráneo llamado Eliseo (que precedente-
tivos de su época (y traductor de El Quijote), aña- mente ha sido conocido por otros grandes escrito-
dió a la definición de Schlegel una nueva catego- res: Tieck, Holberg, Verne), donde encuentra reu-
ría: la peripecia. Él exigía que cada nouvelle contu- nidos, en calidad de residentes temporarios, a to-
viese “una peripecia especial y llamativa [...] que dos los escritores que sobreviven en la memoria
la distinguiese de los restantes géneros épicos”, de los lectores a través de las citas de sus escri-
un nodo “en el que de modo inesperado se produ- tos, la reedición de ellos o la mera y simple men-
jese un nuevo giro, adecuado al carácter y las cir- ción de sus nombres. Desesperados, viven una vi-
cunstancias”. Los románticos se excedieron en da gris, tediosa, esperando que citas y libros se
sus esfuerzos teóricos por legitimar la esencia de agoten para poder así, finalmente, ser catapulta-
la nouvelle, pero Arno Schmidt, en pleno siglo XX, dos en la tan ansiada “nada”.
llegó a otorgarle (véanse sus “Berechnungen” in- La amante y guía del narrador, su Virgilio (Tina
cluidos en Rosen & Porree) categorías normativas Halein, seudónimo de Kathinka Zitz, una mediocre
de validez universal. escritora de mediados del siglo XIX), que en la su-
En 1958 aparece el libro de relatos y diálogos perficie trabaja en un quiosco de diarios y por la
Dya Na Sore, en el cual hay un dudoso homenaje, noche vuelve a su departamento en el Eliseo, es-
en clave irónica, a Goethe. En “Goethe und einer tá retratada con los habituales ingredientes cínico-
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eróticos que Schmidt reserva a sus protagonistas desde 1949 , año de la aparición de Leviatán, has-
femeninas. Los diálogos y las descripciones están ta su muerte, en la completud de una visión cós-
distribuidos en bloques, en un estilo expresionis- mico-utópica, declarando la inutilidad absoluta de
ta, lleno de neologosimos y eufemismos (“las ser- la historia. Para Schmidt la única e inagotable ra-
pientes de sus brazos”, “los jinetes españoles de zón de ser está dada por la voracidad (erótica, lite-
sus piernas-brazos”). El texto está plagado de alu- raria, manducatoria), y la adoración a la tecnología
siones eruditas (o maliciosas) a autores poco co- (lo que en caso incluye los mapas y todo aquello
nocidos (ver nota al final del relato) y a su propia que puede caber en una cajita de fósforos). Allí pa-
obra: el pasaje en que Schmidt notifica la cantidad rece detenerse la curva de Schmidt, curva que se
de ejemplares vendidos de su Leviatán (“¡hasta desarrolla entre aquellas dos posiciones, y en la
ahora apenas 902 ejemplares!”), y otro, en que cual no parece encontrarse ninguna precaución
una voz, con la que el protagonista dialoga a tra- que lo libere del peso de su propia inmortalidad;
vés de un intercomunicador, hace el inventario de así parece cerrarse el arco del nihilismo cáustico
las veces que el narrador introdujo el nombre de de la curva de Schmidt, con las palabras del prota-
Birmarck en su propia obra (“Hasta ahora usted [lo gonista de otra nouvelle, Paisaje lacustre con Po-
ha] mencionado [...] tres veces: en el Fauno, pági- cahontas, de 1955, que mientras observa a su
na 79; en El brezal de Brand, página 110; en Los amante nadando en un lago expone su credo per-
emigrantes, página 14...”). Su escritura está regi- sonal: “Pensar. No estar satisfecho sólo con
da por las constantes schmidtianas, aquello que creer: seguir adelante. ¡De nuevo a través de los
vuelve reconocible su prosa (como ocurre con Cé- campos del conocimiento, amigos! Y enemigos.
line) con sólo mirarla: momentos discontinuos, se- No interpreten: aprendan y describan. No hagan
parados por la tipografía misma; una tonalidad pro- planes para el futuro: sean. Y mueran sin ambicio-
pia, sentenciosa y pedante; el uso sui generis, ab- nes: han sido. A lo sumo llenos de curiosidad. La
solutamente personal, de los signos de puntua- eternidad no es nuestra (¡a pesar de Lessing!): pe-
ción, para indicar pausas o estados de ánimo. ro este lago veraniego, este canal cubierto de va-
Es notable cómo la rebeldía cósmica de Levia- ho, el cuadriculado multicolor de las sombras, la
tán, junto con aquella indignación inicial, fue desa- picadura de avispa en el antebrazo, la bolsa es-
pareciendo para dar lugar a esas constantes que tampada llena de ciruelas. Allí, el esbelto vientre
caracterizan la obra schmidtiana: la sátira utópico- arqueado de la nadadora...”
lingüística y su burla constante a las costumbres.
La “curva de Schmidt” se desarrolla lentamente,
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Notas
1 “¡Cerneades! ¿Quién era éste? [...] ¡Cerneades! Es- no que ha visto y experimentado la guerra y todas las
toy seguro de que ese nombre ya lo he leído o escu- perversidades de nuestro mundo actual, es decir, con
chado; debe de haber sido un hombre de estudio, un un pesimismo justificado y legítimo y una agresividad
gran literato de la Antigüedad: es un nombre de aque- comprensible. Eso sólo no sería en sí interesante,
llos; pero ¿quién diablos era ése?” (I promessi sposi, pues a la resaca universal no le faltan medios de ex-
Alessandro Manzoni, cap. VIII, la traducción es mía). presión. Pero aquí, un verdadero poeta nos lanza a la
2 Las obras de Arno Schmidt traducidas al español cara su asco, y ya el título, Leviatán, saturado de aso-
son: La república de los sabios (tr. de Luis Alberto Bi- ciaciones de Job e Isaías, pero también de Julien
xio, Minotauro, Buenos Aires, 1973, y Barcelona, Green, promete ser más que un folletín existencialis-
1981 y 1998); Momentos de la vida de un fauno (tr. de ta. Este joven e insolente poeta de mucho talento,
Luis Alberto Bixio, Fundamentos, Madrid, 1978); El que ya en preexistencias míticas acabó con Platón,
corazón de piedra (tr. de Ela Ma Fdez. Palacios y Jai- reconoció al demonio Leviatán y se dedicó a cálculos
me Siles, Fundamentos, Madrid, 1984) y Leviatán. Es- sobre la liquidación de la humanidad, es un verdadero
pejos negros (tr. de Florian von Hoyer y Guillermo Pi- visionario, un poco amenazado, y quizá peligroso.”
ro, Minotauro, Barcelona, 2001). Otras obras impor- (Hermann Hesse, Escritos sobre literatura, 2, Alianza,
tantes de Arno Schmidt son Brand’s Haide (El brezal Madrid, 1984).
de Brand, 1951), Rosen & Porree (Rosas y puerros, 5 Un drama concebido en un inicio como “teatro ra-
1959), Sitara und der Weg dorthin (Sitara o el camino diofónico”, al que Borchert subtituló: “Una pieza que
hacia allí, 1963), Kühe in Halbtrauer (Vacas de medio ningún teatro querrá representar y ningún público
luto, 1964), Trommler beim Zaren (El tambor del zar, ver”. Borchert erró el pronóstico, porque su drama se
1966), Zettels Traum (El sueño de la ficha, 1970), Die convirtió en el mayor éxito teatral de posguerra. El
Schule der Atheisten (La escuela de los ateístas, personaje, Beckmann, vuelve, engañado y humillado
1972) y Abend mit Goldrand (Tarde con orla dorada, como víctima trastornada de la guerra, cansado y aba-
1975). tido, expuesto a los intentos de reprimir los comple-
3 “En Alemania, el mercado fue monopolizado por el jos de culpabilidad de sus conciudadanos, el horror de
Bargfelder Bote, una publicación trimestral, esotérica- sus vivencias y recuerdos. En la figura de Beckmann
mente limitada y fortuita, concebida al modo del Wa- no sólo se encarna Borchert, muerto tempranamente,
ke Newslitter destinado a los exégetas de Joyce. Ori- en 1947, sino, y sobre todo, el escepticismo ante los
ginalmente concebido como un medio de intercambio mitos y el cansancio de los héroes de su generación.
para descifrar las alusiones y citas ocultas en Zettels 6 Schmidt, A. Dya Na Sore. Gespräche in einer Biblio-
Traum, poco a poco se ha ido convirtiendo en el vehí- tek, S. Fischer, Frankfurt, 1989.
culo público de un grupúsculo cuya erudición parece 7 Schmidt poseía lo que él llamaba sus “5 fetiches”:
actuar cum, más que sine ira: devotos cuyas relacio- una tabla de logaritmos; Ludvig Holberg, El viaje sub-
nes de amor-odio respecto a su tema no coartan lo terráneo de Niels Klim; Cervantes, Don Quijote; Sch-
grosero de su tono. Así pues, sigue siendo cierto que nabel, La isla de Felsenburgo, y una antología que in-
comparado con los otros escritores alemanes con- cluía Ondina, de Fouqué, El vaso de oro, de Hoff-
temporáneos de cualquier tipo, Arno Schmidt ha reci- mann, Agathodämon, de Wieland, El espantapájaros,
bido menor atención crítica de lo que merece lo inno- de Tieck y De la cuádruple raíz del principio de razón
vador de su obra” (F. Peter Ott, “El servidor de lo ‘ba- suficiente, de Schopenhauer. Entre sus autores predi-
nal‘: una introducción a la obra de Arno Schmidt”, en lectos (predilección que explica algunos pasajes de
revista Espiral 5, 1978). “Tina o la inmortalidad”), se encuentran los nortea-
4 “Aquí tenemos, a diferencia de casi todos sus cole- mericanos James Fenimore Cooper y Edgar Alan Poe,
gas, a un joven intelectual y poeta que no sólo está a quienes Schmidt tradujo al alemán.
sinceramente de acuerdo con la decadencia de Occi-
dente, sino que también desea ardientemente la de-
saparición de la humanidad en un próximo futuro. Y lo
hace en el tono impertinente del desesperado moder-
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Tina o de la inmortalidad
Arno Schmidt
N
oche. En la orilla pedregosa de la acera. En me en paz; hoy tengo uno de esos días!” Y lanzó
medio de bloques de luz artificial (uno había después con todas sus fuerzas un pastelillo de
caído sobre mi zapato, y yo preferí sacarlo chocolate y crema medio mordisqueado contra la
de abajo). muestra envidriada del diario local: !).
Luego afluyeron colegialas: pantalones negros Una fuente de chispas apareció en el vacío de un
ajustados; senos puntiagudos, llenos de insolen- edificio en construcción. Al lado, un martillo reza-
cia. / Remolino de voces: discutiendo, ella agitó gado fraguaba servilmente estrellas (nuevo tipo
en su cara un montón infame de dedos. / Mi bra- de clavo; pedirlo al ferretero). A great while ago
zo encontró un brazo-hembra: en la tercera parte the world began / with hey ho the wind and the
inferior de todas las caras, sonrientes agujeros rain.
fucsias. En la farmacia: junto a mí el tipo desconocido de
Venían de las lecciones acumulativas (¡qué expre- Loden verde; también él pidió Cyclopal y me ins-
sión ésta también!: ¡Rainer M. Gerhardt, ruega peccionó con mucha atención. Nuevamente el
por nosotros!): las brillantes parejas verminosas empleado luchó largo rato consigo mismo antes
de sus labios se tocaban en las extremidades; ¡el de hacer entrega de lo indicado en la vieja rece-
prof. Eschborn también lo había dicho! (dos ta; “¡Pero esto contiene barbitúricos!”; comple-
alumnas del liceo se declamaban mutua y mali- tamente indignado; el signo de interrogación a
ciosamente a Chamisso: “Desde que Lo he vis- cuadros sobre su cabeza, “pastillas para la tos”,
to, me parece estar ciega.”: “¡Dondequiera que daba lánguidos latigazos con la cola; pero des-
dirija la mirada, no veo más que a Él!”; contraídas pués hizo un nuevo garabato sobre el viejo sello.
risas sofocadas). / (Un adolescente rechazado las (Él sabe que soy soltero: ¿debo shockearlo un po-
seguía, ansioso, con muecas lánguidas: “¡Déja- co más pidiéndole un paquete de Camelias? Co-
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conseguido engañar al otro, todavía, como si sada; después murmurando, pensativo): “creo
eso no bastase, le hacía guiños con una mue- que todavía me queda un pase. –” (Confidencial-
ca rojiamarilla. El grave tañido de la campana mente fuerte): “Es algo que hacemos a veces:
del reloj de la torre sacó dos veces su lengua va- ¿no sería interesante para usted ver por una vez
cuna: era el tercer día que yo comía lentejas; un in natura esta «vida después de la muerte»?”
guiso gigantesco, hecho por mí mismo: ¡conse- “¡Me parece que ya es suficiente!” le escupí a la
cuencias espantosas! cara, furioso. (“Su desconfianza habla bien de us-
“¿Usted cree en la vida después de la muerte? ted”, interpuso mecánicamente). Ya estaba a
¿Es ateo?: Yo también”, declaró tranquilo: “pero punto de soltarle una trompada; pero mido un
una cosa al menos tendrá que reconocer: ¡todos metro ochenta, y en ese caso una lesión involun-
seguimos viviendo por un breve lapso de tiempo! taria sucede con demasiada facilidad. Así que só-
Los padres y los abuelos difuntos en el recuerdo lo me limité a constatar: “Usted se escapó de un
de los hijos, cónyuges, nietos, conocidos –el con- manicomio”, y miré alrededor buscando un poli-
cepto de «vida» entendido en un sentido más cía.
amplio. La cosa es un tanto más escalofriante pa- “Nooo, del Eliseo”, dijo él melancólicamente; “y no
ra –digamos– los escritores: éstos han deposita- me escapé en absoluto, sino que salí con permi-
do en sus libros tan grandes porciones de su pro- so oficial para hacer algunas compras. ¿De ver-
pia personalidad que, mientras son leídos...: dad no le interesaría aprender más detalles sobre
¿Eh?” Yo, alzando los hombros: “Bueno, sí, vién- Jansen? ¿o sobre Wildenhayn?: ¿usted no escri-
dolo de ese modo – –.” (En cuanto al resto: “The bió acaso una vez una biografía de Fouqué...?”.
dead they cannot rise, and you’d better dry your Me volví bruscamente: ¿¿Wildenhayn??: ¡¡Eso no
eyes, and you’d best go look for a new love!”). lo sabía nadie, salvo yo!! ¡¿Será que otra vez al-
“Bbbueno –sssí”; dijo él con prudencia. Breve si- gún cretino quería privarme de la prioridad?! Pe-
lencio. El diafragma de la luna, es decir, la chata ro él ya alzaba mano y ceja para aplacarme: take
vejiga de puerco, junto a la torre matrimonial. it easy: “Para usted será una enseñanza; y tam-
Cuesta abajo: una carretilla empujaba delante su- bién para nosotros puede ser útil.” Dijo: “nos es-
yo a su anciana. / El hombre de verde esquivó tá permitido hacerlo una vez cada diez años; me
una Isetta; y yo me preparaba para cruzarme a la refiero a llevar abajo a uno con nosotros: ¿nunca
vereda opuesta cuando ya me había alcanzado le sorprendió, perdone, que tantos escritores,
nuevamente. después de muchos años, «enmudeciesen» de
“¿A lo mejor podría mostrárselo –?” (como de pa- la manera más extraña?: ¡es porque vieron el mal
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con sus propios ojos!”, concluyó rabiosamente. mi casa, que pudiese echarse a perder?: la mar-
“El mal: ¿Qué mal?”, pregunté sin comprender: garina se conserva; la sémola también; a lo sumo
“¿La cuestión de la «inmortalidad»?”. Sacudí la la leche –: “¿Puedo subir un minuto?” (¡Aunque
cabeza: ¿ir con él, yo? (A lo mejor el tipo quería más no fuese por culpa de las lentejas diabóli-
robarme. Hay que tener en cuenta que tenía cas!). “Pero no traiga ningún elemento para es-
–¡cosa rara en un escritor!– 60 marcos en efecti- cribir; está muy mal visto.” Gritó enérgicamente
vo en el bolsillo: justamente poco tiempo antes cuando ya me iba).
un soldado norteamericano había apuñalado a un
taxista por 16. Claro, viejo: ¡¡en la farmacia este ***
tipo había visto mi billetera!!).
(¡¿O un «asesinato» encargado por la Santa Veh- “Pero usted, aquí, tiene el memento continuamen-
ma?!: Yo no era un autor apreciado –“no del todo te delante de las narices”, me declaró cuando
carente de importancia”, susurró enseguida el volví a salir a su encuentro por la puerta de casa.
diablillo de la vanidad– y con la cotización ac- ¿Por qué dijo eso?: señaló con el mentón la co-
tual...). lumna litfass del cruce, dentro de la cual tenía su
Bajo el farol, en la Beckstrasse: me mostró rápida- kiosco de diarios una mujer. (Nos habíamos man-
mente, bajo el gas clorótico del cono de luz, co- dado señales muchas veces; yo desde arriba,
mo al pasar, su billetera: ¡vaya si tenía dinero el desde mi ventana; ella desde abajo, detrás de su
muchacho! Mil; dos mil, diosmío; ¡y en un com- mostrador, usando los discos de nuestros ros-
partimento especial los blanquiazules de diez!: tros: corta; larga: corta; larga: ¡larga! Aún estaba
“¿Confía en mí, un perfecto desconocido?” Dibu- abierto).
jó una breve mueca de sonrisa, a mi derecha: Él se inclinó y dijo algunas palabras (no en «lengua
“Casualmente conozco algunos de sus libros:
castum esse decet pium poetam / ipsum versicu-
los nihil necesse est”. Que las costumbres de un
autor sean puras y castas”, murmuré yo tomado
por sorpresa; y él asintió, sobrio: “Yo era pareci-
do a usted...”
“¡Pero nada de eso!: usted puede irse cuando
quiera; a cualquier hora. Y además, es limitada.”
(La estadía. Breve reflexión: ¿había algo arriba, en
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(¡Bellísima trampa! Ella pareció darse cuenta de garon una credencial sellada, que parece ser in-
mi inquietud; porque hizo chasquear un par de dispensable en todos lados. Tina esperaba, gol-
veces los párpados para darme coraje; después, peteando impacientemente el pequeño bolso de
como si fuese poco, se alzó en puntas de pie; cuero que sostenía con las dos manos contra el
“abajo” anunció la voz discreta e inexpresiva de- vientre).
trás de nosotros: la sacudida presionó forzada- Una calle al atardecer, bulliciosa de gente. (Pero por
mente mi rostro al suyo, y ella se aplicó al mío cierto muy nublada, de cualquier modo el color
con ingenio). nocturno gravitaba opaco sobre los techos de las
De pronto bajó mucho la velocidad (“tramo difícil”, casas. En la esquina, Tina se despidió con un mo-
murmuró él, detrás): a través del leve zumbido del derno “chau”. Yo recibí un elocuente apretón de
ascensor se oía un estruendo lejano, como de manos: maid in waiting!).
cascadas. Ella separó lentamente su boca de la La estatua: un hombre envuelto en la acostumbra-
mía; extrajo un anotador del blando bolso de cue- da sábana atemporal, señalaba con el dedo, im-
ro que llevaba colgando de la cintura y garabateó. perioso, a sus pies: un esclavo acuclillado estaba
(Y me introdujo un papel entre los dedos: ! –“Pue- a punto de acercar la mano munida de un fósfo-
des dormir en mi casa”, descifré en el hueco de ro a un marmóreo montón de libros. ¿Sin ningu-
la mano; ¿en el reverso?: ah, la dirección: “Tina na inscripción.: ?.: “Ese Omar, que ninguna ala-
Halein –, Calle de la Isla 42”. A manera de confir- banza podrá honrar suficientemente, que en su
mación, otro beso, más largo, más negro. Mien- tiempo mandó quemar la biblioteca de Alejan-
tras tanto, volvimos a aumentar la velocidad de la dría.” “Ah”, dije yo sin entender. (A la derecha
caída; s igual a g sobre dos por t al cuadrado). las amplias vidrieras “Furniture / E.A. Poe”. Al la-
do, “Mercería / Ersch & Gruber”. Nos observa-
*** mos un rato en silencio, con miradas extrañas).
Un edificio gigantesco: el “Palacio de la Comisión”:
Parada. Se abre la puerta. Afuera: una especie de “Discúlpeme un momento”, pidió él, y corrió en
puesto de guardia. (Uno, el más alto, ¿no se pa- dirección a las grandes vidrieras iluminadas (yo,
recía extraordinariamente a Löns? También los naturalmente, detrás); y en compañía estudia-
otros guardias parecían llevar todos máscaras de mos las infinitas listas tipeadas con minúsculos
personajes, no al estilo Tilly y Gneisenau. “«Más- caracteres (¡cómo me gustaría tener una “Lili-
cara», bien dicho”, observó mi guía. putType” como esa! Nunca tendré una.). Él bus-
“¿No podría decirme su nombre? Es tan incómodo có la letra “A”. Pero después, cosa extraña, vol-
decir siempre «señor» y después estar obligado vió a mirar la letra “F”, Mi mirada se quedó fija en
a interrumpirse – –”. “Bueno, sí”, admitió él, co- “Goethe”, y leí:
hibido: “entonces, ehhh: Althing”. “Althing”, re- 24 de noviembre de 1955:
petí, dócil. (Después, un destello: “¡Althing!”, 141 citas en revistas
con desconfianza; pero inmediatamente me re- 46 citas en libros
compuse. Althing entonces, bien. Él se defendió 81 citas en transmisiones telefónicas
con un ademán doloroso, obligado en ese preci- 93 veces en carteles
so momento a firmar algunos formularios, que (conferencias en centros culturales)
por cierto tenían que ver sobre todo conmigo. Yo 1411 veces citado en tareas escolares
también firmé un recibo en un libro y me entre- 804 veces en cartas privadas
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529 veces nombrado en conversaciones embargo puedo llevar conmigo un millón en efec-
460 citas en versos sin la mención de su nombre tivo. El dinero no puede falsificarse, no puede ro-
(458 de las cuales son erróneas) barse, ni quemarse, ni desvalorizarse, –¡por lo
“¡Sí, él no tiene ninguna esperanza!”, observó con menos no con más facilidad que allá arriba con
desdén mi acompañante cuando vio sobre qué ustedes!”.
columna se había dirigido mi mirada: “A mí me “¿Todo es sencillamente de palabra?”, pregunté
agarraron otra vez: ¡un viejo cabrón en Hambur- yo, perplejo: “Pero –¿y nadie intenta estafar?” Él
go compró la primera edición de «La campanilla», se limitó a sonreír con irónica melancolía: “No;
de 1800! Pero bueno, parece que la cubierta es- nadie estafa. Más que comer hasta saciarse y
tá muy rota, ¡eso es un alivio!” Lleno de odio; dormir dentro de una cama, después de todo, no
respiraba con dificultad, y tenía los puños cerra- se puede. La producción de mercadería, aquí, es
dos. (En cuanto a mí, no entiendo nada. Pero una absolutamente segura, porque la existencia sin
taza de café la aceptaría; de buena gana). una ocupación sería completamente intolerable.
“2 express por favor –sí, grandes. –¿6 promesas? Además, esa tarea de estar contando continua-
¡Aquí tiene!”, hizo chasquear los dedos al decir mente puede llegar a ser divertida, y hace pasar
eso, y ella chasqueó a su vez en dirección al ca- el tiempo. Fíjese, usted también tiene una cre-
jero del gran libraco, quien velozmente tomó no- dencial”. ¡Era cierto! Saqué la credencial cuadri-
ta. (Entonces, la leche –esos cretinos, por pre- culada color borravino: 1.000 –en letras mil– pro-
caución, hacían un solo agujero en la lata, ¡para mesas eran mías (y él dobló con aprobación las
que uno no consiguiera sacar nada! En compen- comisuras de los labios: ¡verdaderamente, una
sación, un montón de azúcar; Althing anotó en buena suma! –. Haciendo un rápido cálculo: cada
una pequeña tarjeta amarilla cuadriculada el nú- taza, 3 promesas; equivale entonces, cada una, a
mero 6). –aproximadamente–: 20 pfennings nuestros. ¡Y
“¡¿No conocen el dinero?! –Claro que sí; nuestros el café incluso era bueno! Hora 19 y 30).
billetes, en el fondo, no son otra cosa que símbo- De nuevo en la calle. De pronto su cabeza se retra-
los de dinero; pero usted – –”. Aquí se pagaba jo; me aferró espasmódicamente la mano; me
con “promesas”, y él me explicó este último pro- arrastró consigo detrás del respaldo macizo del
greso de la técnica monetaria: cada uno recibe banco semicircular: “¡Sssst!” –(con cautela, es-
cada primero de mes el comunicado de que le cudriñar la esquina con el rabillo del ojo: pasaron
corresponde, a manera de estipendio, una deter- dos hombres altos que, descuidados, discurrían
minada cantidad de unidades, –¡y con eso hay en voz alta; uno, más robusto, con un saco largo
que arreglarse!: “Cuando un pueblo se ha aleja- cerrado al cuello, la cabellera espesa y arrogante,
do del standard del oro y ha sido moldeado du- los diptongos arrastrados a la americana –: ? –: !:
rante un buen tiempo hasta llegar al punto de Quería abrirme camino; tironeé de sus manos al
creer, con absoluta seriedad, que su gobierno es- punto que le quedaron completamente fuera de
tá en grado de convertir cualquier pedazo de pa- las mangas – –): “¡Cuidado, por favor!”, jadeó él:
pel en un efectivo billete de mil marcos, –enton- “¡es un hombre muy impulsivo! Justamente us-
ces es necesario completar el sistema, como ted debería tener más cuidado que nadie”; lucha-
aquí, con un coup de main: suplantando el dinero mos cautamente otro poco, hasta que cedí.
por aseguraciones verbales, justamente, las “Sí, es Cooper, ¡¿quién quiere que sea?! Sísssí:
«promesas». Yo no necesito una billetera, y sin ¡justamente William Brandford Shubrick y su Ja-
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mes Fenimore Cooper: siéntase contento de que delante de él con un amplio y geométrico gesto del
hayan pasado de largo!” Balbuceó; respuesta: se Loden verde:
inclinó dándome una palmada en la espalda: “Pe- “Todos están condenados a vivir aquí abajo mien-
ro amigo mío, ¡¿no se dio cuenta todavía de que tras su nombre aparezca acústica y ópticamente
está en el Eliseo?!” arriba, en la Tierra. O sea, para ser más claros:
hasta que ya no sea nombrado ni tampoco su
*** nombre aparezca impreso o escrito en algún lado
–en tal caso, cualquier posibilidad de una recons-
Me dejé caer sobre aquel mismo banco; con indul- trucción desaparece”. (Sentado, perplejo y medi-
gencia, me lo explicó varias veces (él pretendía ser tando).
aquel Christian August Fischer que en 1821 había ¿Escritor?: “Mientras siga existiendo un solo ejem-
curado la primera edición completa de Cooper para plar de uno de sus libros, no hay ninguna posibi-
la Sauerländer de Frankfurt –aquella misma de la lidad: ¡imagínese la fiesta que da el que de parte
que Stifter plagió “Monte alto”; yo mismo poseía de la Comisión recibe el comunicado oficial de
un par de esos pequeños volúmenes deliciosa- que ya no existe ni uno solo de sus escritos!”.
mente ingenuos. Y entonces, un relámpago: ¡cla- (Puede entonces ataviarse con un alfiler rojo y
ro!: ¿Althing?: ¿no había sido ése el seudónimo dorado). “¡O bien cuando se marchitó la última
con el que había publicado las “Nouvelles eróticas” historia de la literatura que lo mencionaba! En tal
y la “Historia de los siete costales”, también llama- caso, el nombre se encontrará todavía en los re-
da “El amante de las 11.000 jovenzuelas”? Asintió gistros parroquiales –la Guerra de los Treinta
enfadado. Después, salvajemente: “¡El daño ma- Años, en su tiempo, hizo una limpieza magnífica;
yor me lo hizo Jean Paul, que me citó en su «Es- y también la última guerra hitleriana”.
cuela preparatoria»! Si no hubiese sido por esa ci- “Usted, antes de hablar, ¡experimente la sensación
ta –: ¡podría evaporarme 500 años antes!” Cerró de vivir varios centenares de años! –Nietzsche
nuevamente los puños, murmuró algo entre dien- tomó bastante distancia de su «eterno retorno»:
tes y blasfemó). / (“Sísí, naturalmente: y Grabbe; y ¡Ya está podrido de ese tema!” / “Oh, usted no
también «Isis»; y la «Correspondencia mensual» puede imaginarse las posibilidades que existen.
de Zach: ¡bribones!”). Prescindiendo de palimpsestos o conjeturas tex-
“Pero usted, en 1829...?: “Claro”, confirmó con tuales: tenemos casos en los que un imprudente,
amargura, “la muerte clínica me sobrevino el 14 de en una maldita ocasión, ha simplemente escrito
abril de ese año, en Maguncia –¿pero para qué sir- con orgullo su nombre de propietario en la cubier-
ve esto? ¡Usted mismo puede verlo –!”, y señaló ta de un libro valioso, à la Manesse –y aquí lo tie-
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ne, siempre y cuando el raro ejemplar siga sien- Me dio un empujón y, disimuladamente, hizo señas
do custodiado y cuidado. Si tiene mala suerte, con las cejas: “Robin Hood. – –No, el de al lado;
existen fotocopias: ¡le recomiendo que sea pru- ese bajito y robusto”, y durante un rato seguí
dente con esas cosas!” / “Una vez, en Pompeya, apáticamente con los ojos al fornido señor de so-
un tipo garabateó con orgullo en la pared de una bretodo raído: ¿no hubiese podido ser también
letrina: «Hic ego nunc futui formosam forma pue- Odiseo? Pero él sacudió bruscamente la cabeza:
llam», y debajo de eso su nombre: ¡todavía anda “¿Usted a lo mejor piensa que todavía anda dan-
dando vueltas por aquí abajo!” / “En ese sentido, do vueltas vestido de verde-Lincoln, con el arco y
los que la pasan peor son los antepasados de los la flecha al lomo? No, no: todos vestidos lo más
«grandes hombres», porque ellos, pobres, no hi- burguesa y normalmente posible.”
cieron nada, y ahora, de golpe, son despiadada- ¿Los animales también?: un poderoso gato negro
mente desenterrados por los biógrafos. Sí, tam- se asomó por la ventana de la planta baja del edi-
bién aquellos del Almanaque de Gotha” / “O ficio de enfrente, de mal humor; se sentó y enro-
bien, aquí tiene un ejemplo más atroz todavía: un lló la cola alrededor de las patas. “¡Aquí, mish,
campesino se llama Meier; su campo, en el dia- mish, ven!”; pero no vino. “Bien, sí; esos no se
lecto local, es designado con el nombre de «cam- hacen tanto problema –pero sienten la falta de ra-
po de Meier». Un buen día aparece un topógrafo; tones inmortales”.
pone el nombre en su mapa planimétrico: ¡ya es- “¿Los santos?: ¿esos sí que son curiosos! Sobre
tá! Después, a lo mejor aparece también un es- todo cuando tienen una responsabilidad particu-
critor –uno de esos locos de atar a quienes les lar, dolor de estómago o cosas por el estilo: cual-
gusta hacer todo con extrema precisión: síssí: co- quier animal de arriba que haya fornicado más de
mo usted– este tipo ambienta su novela en ese lo que debía” (verdaderamente me aterró, tan
lugar, el héroe desaparece junto con la heroína fuerte gritó pronunciando esa palabra): “aúlla su
detrás de un arbusto, justamente en el llamado nombre, o peor todavía, a lo mejor lo escribe en
«campo de Meier» –: ¡el pobre tipo está práctica- un pedazo de papel –¡noo noo, esos sí que la pa-
mente liquidado! Y después se la pasa vagando san mal!”. “¿No podría ser un poco menos cíni-
desesperado por aquí abajo; corre de aquí para co?”, rogué shockeado; pero él se limitó a negar
allá viendo a todas las autoridades y nunca consi- con dignidad, moviendo la cabeza: “En primer lu-
gue entender por qué no puede estar pacífica- gar, mi método siempre ha sido darle un nombre
mente muerto: ¡a veces, cuando finalmente apa- bien preciso a las cosas –incluso en lo relativo a
rece aquí el escritor, tienen lugar algunas esceni- la esfera fecal y urogenital, hasta ahora tan eufe-
tas...!” místicamente relegada–; y en segundo lugar, to-
dos, en poco tiempo, aquí abajo, se vuelven más lo nombres neutrales: «Calle de los Batanes», o
objetivos; más sobrios. Debería escuchar un po- bien «Calle de los Tiradores»”. (Una vez una «Ca-
co a Gerok, ahora, o a Johanna Spyri –”, se rió a lle del Vivero»). “En los suburbios se construye
carcajadas con una vivacidad que hizo dar saltos mucho; sólo en la última Feria del Libro de Frank-
al Loden. “Bien, venga; vayamos a comer algo”. furt se presentaron 12.000 novedades”. / “Los
Una especie de salón de comidas rápidas; luz vivaz no-célebres –la gran mayoría–, que aparecen so-
desde arriba: detrás de vidrio y níquel, largas filas lamente en los registros del estado civil, son alo-
de bandejas con –: eso, ¿con qué? (En cada una jados en grandes barracas, donde transcurren los
de ellas un montoncito de tablillas delicadas y vi- últimos 100, 200 años, hasta la muerte definitiva.
driosas; cubitos, varillas acanaladas; en varios y Por lo general son gente alegre, viven en sus «ca-
alegres colores: toda la gama del amarillo; gris sas comunitarias» e incluso consiguen «gozar»
marmolado de negro; también, pero más rara- de este período. Tienen también una enorme
mente, un verde caramelo más bien disgustoso). cantidad de llegadas y partidas. Muchos de noso-
Él hizo que la empleada de sonrisa de laca le pa- tros, los «eternos», trabajamos en la administra-
sara dos platos por sobre el mostrador; ella agre- ción de los campos”.
gó a cada uno una suerte de pinza azucarera pla- La niebla: de improviso comenzó a filtrarse desde
teada: “34 promesas, por favor.” “¡¿Treintaycua- lo alto, en filamentos delgados, en anillos entre-
tro?!”, preguntó Althing-Fischer preocupado; y lazados. También el suelo despedía gases grises
ya con un suspiro se disponía a transcribir esa su- de un pie de altura, y Fischer comenzó a impre-
ma en su credencial cuando yo –recuperando al car: “¡Esto también, ahora! –” (venenoso; des-
parecer finalmente la consciencia de huésped– pués con mayor resignación): “Y bien, después
conseguí persuadirlo: “¿Qué debería hacer con de todo estamos en otoño...” Y a mi expresión
las mías?”, y: “¡Sería una lástima que se vencie- interrogativa explicó:
ran!”- “Es verdad.”, consintió enseguida. El tiempo viene proyectado por una comisión espe-
“Aire solidificado con una pizca de sabor”: exacto; cial que regula la temperatura, la humedad at-
mis gomitas tenían un ligero gusto a jengibre. (A mosférica y las precipitaciones. En las casas de
propósito, los excrementos únicamente en esta- las esquinas, en las columnas de alumbrado, lar-
do gaseoso; él me indicó la hilera de celdas en la
que, por ende, faltaba la diferenciación para “da-
mas”. ¡¿Y mis lentejas?! Decidí torturarme hasta
el límite de lo “soportable”).
“Las calles nunca tienen nombre de personas –só-
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les gusta a las diablesas. Las pantuflas rojo fue- : “¡Eh, este tamaño viola las reglas policiales!, de-
go; el cabello peinado artificiosamente: como les cidió con una mezcla de éxtasis e indignación.
gusta a las diablesas. (En el reloj de las mil horas, pequeños y brillantes
“¿Fischer te contó algo? – –Ah, no tanto; el asunto genios de lámpara, jubilosos, hacían ronda. Ella le
es más o menos así. Naces arriba y vives –: no; dijo algo a un agujero en la pared; abrió una ven-
del 1801 al ’77; ¡no tiene importancia! –. Luego tanilla encastrada en lo invisible. Y enseguida, de
«mueres»; esto es más bien desagradable; an- un resquicio con tapa de buzón, extrajo dos toa-
gustia, sabes, sensación de ahogo: ahggg; el co- llas de felpa ya tibias.
razón se detiene. Pero la conciencia, por lo gene- “Y ahora vayamos a dormir: mañana será otro día.
ral, se detiene muy rápidamente –” golpeó el ai- Domingo; no tengo que levantarme temprano.” /
re con la mano abierta, indiferente: “Entonces te Más tarde: “No, pijama para ti no tengo.”
despiertas. Semioscuridad y murmullo de voces. Uno junto al otro en la oscuridad. A través de la fi-
En un galpón gigantesco –más o menos como un na cortina se filtraban solamente los conocidos y
picadero de circo– en una fila larguísima. Llenas sutiles dibujos abstractos de los faroles de la ca-
varias fichas delante de una ventanilla; te entre- lle. El viento artificial aullaba de modo ejemplar.
gan tu credencial, sigues avanzando; otro sello; Afuera, también la niebla había desaparecido. Ella
te encuentras con conocidos de otra época –¡en- bostezó, plácida y vacía.
tre los cuales hay al menos dos enemigos!–. Un “No –el cuerpo se puede elegir: casi todos prefie-
ómnibus te lleva a la estación; te subes al tren ren la sustancia corpórea que tenían a los veinte
que te han asignado, te dan los víveres para el años, cuando aún estaban en forma. Algunos
viaje, etcétera –y llegas al lugar que te han desti- hombres incluso la que tenían a los 17: para no
nado.” tener que afeitarse. Oaaj.” Estiró la húmeda y li-
¿Elegir?: “Mm –¡difícil! Naturalmente, puedes decir sa amarra de un brazo sobre mi caja torácica; su
que prefieres estar con éste o aquél; y si es posi- extremo, deshilachado, daba forma a dedos iner-
ble, no ponen obstáculos. Pero hay que tener cui- tes. La última respuesta desde el fondo de la
dados especiales: nunca se podría poner juntos a somnolencia: “Durante los primeros diez años,
Goethe y Bielchowsky. No, por cierto, aquí abajo por lo general, no se hace otra cosa que for...” (y
hay justicia, pero no inútil crueldad. O por ejemplo rió burlona cuando le tapé la boca): “Inmediata-
ponerte a ti junto con Fouqué –agregó con malicia mente después, comúnmente uno se vuelve ere-
y sacudió con placer las piernas al ver mi cara (pe- mita –existen adecuados desiertos de piedras
ro hubiese sido mejor para ella no hacerlo) – multicolores con lagos salados; árboles petrifica-
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dos y esas cosas –” (En vano trató de introducir “Me dio un empujón y, disimula-
más profundamente el puño taladrando debajo
damente, hizo señas con las ce-
de mi axila; pero no encontró un lugar adecuado
para el brazo y renunció, refunfuñando): “Des-
jas: «Robin Hood. – –No, el de al
pués, por lo general, comienzan a beber; se vuel- lado; ese bajito y robusto», y du-
ven locos y blasfeman: contra la inmortalidad; rante un rato seguí apáticamen-
contra las instituciones de aquí abajo. Después te con los ojos al fornido señor
de eso se hunden en un obstinado estado de em-
de sobretodo raído: ¿no hubiese
botamiento; por unos cuantos años –y después,
poco a poco vuelven a ser normales. Aceptan
podido ser también Odiseo?...”
empleos. Buscan algo que hacer. Y se consuelan
pensando que nada es «eterno»: la gente de dos
mil años ya no es tan común entre nosotros.” Se “Aguarde, por favor”, dijo la voz servicialmente
meneó enfadada, bufó, con ganas de dormir, un apática: “le paso con la Central de Informacio-
“nnh”. También llevó la rodilla izquierda junto a nes...” (mirada hacia allí: ?: no. Tinkatinakatharina
las mías; barrió mi cuello con la cabeza (y se fue exhalaba el tiempo con ritmo regular: cada vez
al dulce sueño. También yo decidí dejar el estu- que respiramos muere un chino. Y nacen 2).
por para mañana). – “¡Hable, por favor!” –: “Sí, aquí Información –: ?:
No; usted se encuentra en el Eliseo. – –¡No!– No,
*** no: también de sus libros tenemos un fichaje
exacto: cuántas veces menciona a Hauff o a Bis-
Mañana. Alba muy tímida: no: ¡al tacto no parecía en marck...”
absoluto tener 154 años! No en ese sitio, allí. Y “¡¡¿¿Bismarck??!!” (con júbilo salvaje: los agarré a
tampoco aquí. ¡Y mucho menos allá!: ¡¿y si toda estos estafadores): “¿Bismarck?: ¡me cortaría
esta comitiva no estaba haciendo otra cosa que to- una mano antes de escribir el nombre de ese ca-
marme el pelo?! ¿Tal vez, por casualidad, caí en nalla en uno de mis libros!” (Qué cretinos). Pau-
una de esas ciudades subterráneas (¡que por cier- sa. Ya me preparaba para golpear victoriosamen-
to existen desde hace tiempo!), que los políticos y te el puño contra la tapa cuando volvió a acercar-
los upper-ten se están preparando para el caso de se la voz andrógina: “Hasta ahora usted ha men-
una guerra atómica? ¡También los Assassini sumi- cionado en sus obras el nombre de «Bismarck»
nistraban a sus propios adeptos, de tanto en tan- tres veces: en el Fauno, página 79; en el Brezal
to, una inyección para llevarlos después al paraíso de Brand, página 110; en Los Emigrados, página
artificial! Me levanté; miré en torno, silenciosa pe- 14...” Me encogí; a la derecha, mi rodilla lesiona-
ro salvajemente – –(antes que nada, abrir más la da comenzó a temblar; tartamudeé: “Eso es –
calefacción; hacía sólo 16 grados). –una infamia...”. Frío, estadístico, al estilo Enci-
Desnudo delante de la pared: al principio no conse- clopedia Británica, el agujero en la pared prosi-
guía mover la tapa (¡y casi la hubiera roto de la guió: “El último de los lugares citados dice tex-
impaciencia!) –Momento: así es como funciona- tualmente –: ‘Ella todavía seguía alabando a –en-
ba): “¡¿Disculpe, señorita?! –: ¿verdaderamente tre comillas francesas– nuestro glorioso Bis-
me encuentro en el Eliseo, o se trata de una co- marck’ –: ?”
lonia troglodita a prueba de bombas atómicas?”. Empalidecí; apoyé la frente contra la pared: ¡exac-
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ejemplares desaparecidos, registros nominales tendió ser consolada y acariciada más intensa-
extinguidos, etcétera). mente.
Una mezcla de timbrazo y zumbido: comenzó sua- (El cuarto de hora de imprecaciones: todos deben
ve, se insinuó en la consciencia, enseguida se imprecar durante 15 minutos contra su biógrafo;
hizo más fuerte –y se interrumpió al improviso, contra los reseñadores; contra Goedeke, contra
imperioso: ! (al punto que uno estaba obligado a todas las ediciones del Brockhaus, contra el pri-
levantarse para ver qué traía): ¡una carta ribetea- mer Meyer completo, contra los lectores y estu-
da de negro! Ella, apurada, introdujo un dedo en diosos de la historia patria, I love a good hater).
una esquina haciendo estallar el sobre; arrancó ¿Gutenberg?: se oculta en los bosques ralos, en
del hocico dentado de papel la hojita y la leyó a cuevas particularmente solitarias; perpetuamen-
vuelo de pájaro: «Kathinka Zitz», «nombre citado te en fuga, duerme cada noche en un sitio dis-
en un artículo del Freiheit de Maguncia» –“Gra- tinto (como Cromwell). Pasa la mayor parte de
ciasadiós; sólo es un periódico.” respiró aliviada. su existencia aquí abajo con los miembros enye-
“Ah, sí: una vez estuve casada con un cierto Zitz, sados. “De acuerdo, ¡¿pero también tienes li-
pero me divorcié enseguida. No-no, me llamo Ti- bros aquí?!”, y miré el pequeño estante sobre la
na Halein: mi nombre de soltera.” Se plantó in- cabecera de la cama (Books of fiction entonces
solentemente sobre el respaldo del sillón bam- están permitidos; libros en los que no se nom-
boleando las pantorrillas; también despidió aire bra ninguna personalidad real. Y las tapas hay
enfadado por la nariz. De pronto suspiró: “Bue- que arrancarlas, ahá). Se juega mucho al ajedrez;
no, el 90 por ciento de mis novelas ya desapare- hay cines; la moda cambia oportunamente. “Au-
ció bajo forma de maculatura –¡no te atrevas a tos, nada: tenemos tiempo. En cuanto al resto,
leer una! El daño mayor me lo ha hecho un artí- se trabaja con celo; se hace el amor hasta más
culo en la Biografía Universal Alemana: ¡si tuvie- no poder –«dentro de mil años todo habrá pasa-
ra a mano a ese canalla!” Después se levantó, do»: con esa frase nos damos coraje entre noso-
resuelta. “Pero hoy todavía no blasfemé –¡un tros.”
momento!” Fue hacia el armario, se estiró y dio La tapa de la pared se abrió torcida: “¿Qué pasó!
vuelta un pequeño reloj de arena laqueado con ¡¿está rota?!”, exclamó Tina extrañada; se bajó
colores vivaces –y comenzó a imprecar; con una de un salto de mi regazo y se puso a maniobrar
intensidad; qué riqueza de vocabulario poseía cautamente la bisagra (mientras ya el altoparlan-
esa mujer; y como si fuera poco, también bellas te anunciaba: “Llamada del señor Fischer
imprecaciones en francés: nombres largamente –¿quiere estar disponible?”). Ella se dirigió a mí;
embebidos en odio, acompañados de adjetivos nos entendimos con un breve gesto; recibí la co-
infames; puños cerrados; hasta tal punto, en al- municación con un «¡Hola!». Y después nos ci-
gunas ocasiones, que daba miedo cómo su bo- tamos para las –: ? –: “No, ahora,
ca se torcía babeando al punto de rebalsar; una enseguida, no. A la hora del al-
vez, de la rabia, incluso pateó el piso: !: !!! – muerzo: antes tenemos que ha-
Después la arena dejó de correr. La tomé apiada-
do del brazo, la ayudé a volver a poner los senos
dentro del corpiño y la guié al sillón, ella con la
cara lacrimosa. “¡Malditos!”, repitió una vez
más, abatida; pero enseguida se repuso, y pre-
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cer unas cuantas cosas.” Ella rió sarcástica y nariz se le abrían cada vez más; se puso a morder
agradecida mordiéndose el labio inferior; y yo el pañuelo, el agua le salía de las órbitas (mien-
concerté fríamente la hora y el lugar del encuen- tras yo, helado, chupaba mi sorbete: probable-
tro. – mente era el modo que tenían de evacuar los lí-
quidos absorbidos: por los ojos). Las manos de él
*** diseñaban continuamente el enorme montículo:
“¡Y qué colores, Tina: en la casa del ministro no
Hora: mediodía; lugar: restaurante mexicano: por lo se ha visto nunca nada semejante!” (Se arrojó
tanto hoy la porción de gelatina tenía sabor a chi- hacia atrás, el hijo de puta, y burbujeó desenfre-
li con carne. (Pagué generosamente las míseras nadamente).
80 promesas; todavía me quedaban –: 586. Le Meditar otras preguntas, entonces (¡hacerse el
había regalado 300 a Tina para que se comprara ofendido no tiene sentido!):
un colchón de resortes más elástico). Pero qué 1.¿Novelas-clave?: él sacudió negativamente los
bueno fue que me encontrase con Fischer; nos carrillos: “En sí, no son válidas como citas; pero
pusimos a susurrar con pequeñas sonrisas (es los personajes correspondientes por lo general
decir: yo, atormentado; él, riéndose bendito, gor- ya están crucificados, sin salida, en muchos otros
goteando como una rama, sub acqua sub acqua. sitios”.
–: “Un momento, Tina; volvemos enseguida”). 2.¿«Qué bella luz tiene la estrella del alba»? (las le-
Afuera: se veía que él estaba madurando un pro- tras iniciales de los siete versos forman, como es
yecto: “¡Por Dios! –¡¡Magnífico!!–” jadeó saltan- sabido, un nombre).: “¡Válido como cita!”, confir-
do entusiasta sobre un pie y sobre otro: “¿Puede mó él.
aguantar cien metros más? –”, y me sostenía 3.¿Plagiar?.: “Puede hacerlo todo lo que quiera: ¡Al
con tierna efusión, como un padre: “Despacio, contrario! Aquí es un indicio de que comenzamos
despacito – –: aquí: ¡adentro!”. a ser raros y olvidados –¡se desea plenamente!”.
Veinte metros más allá, detrás de una fila de arbus- 4.¿Castigos?.: “Sucede relativamente poco. Los al-
tos: ¡las lentejas! (Mientras él esperaba: diosmío, borotos, naturalmente, están a la orden del día –y
qué ruidos hacía yo. Y allí, a distancia, él relincha- en la mayoría de los casos son justificadísimos:
ba deleitado por el trabajo de descompresión que recién llegados, autores de antologías orgullosa-
hacía mi vientre. ¡Salgamos de aquí!). (En la en- mente ignorantes a menudo son terriblemente
trada de la mansión, además, una chapa de bron- molidos a palos; o biógrafos por sus biografiados.
ce de este tipo: «Maximilian Emanuel Franz, ba- El castigo más raro, y aplicado rarísimamente
rón de Lerchenfeld».: ?.: “En su momento me –más o menos podría compararse con vuestra
procuró tres años de calabozo: ¡qué sorpresa se pena de muerte– es para quien envía alguna ocu-
va a llevar!”, y se apoyó en la pared de una casa rrencia a la superficie de la Tierra. De modo que
para poder descargar la risa con más comodidad. a un escritorzuelo cualquiera, mientras está ro-
“Pero por favor, ¡no le diga nada a Tina!”: “No, bando algo en la biblioteca (o incluso en sueños),
naturalmente que no.”) lo ataca la «idea»: tal o cual serían gente lo sufi-
Sin embargo fue lo primero que hizo: los dos, como cientemente interesante como para hacer un pro-
buenos compañeros subterráneos, se pusieron grama nocturno.” (Primero, sonrisas de ellos; pe-
enseguida a murmurar entre ellos –y ya la boca ro bruscamente me detuve, y recordé).
de ella se abría en una mueca: los orificios de la El dueño del restaurante, vestido de mexicano, el
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tuyéndolas por otras, escritas a máquina?: ¿y que uno al mar! ¡A 5.000 metros de profundidad dor-
simplemente omitiese su nombre?” Se iluminó: miría hasta el próximo cretajuratriásico!”. Ella es-
“¡Muy bueno! Eso también es posible; sí.” (ali- cuchaba con mirada brillante; asintió; cada vez
viado, y ya se refregaba las manos): “¡Y muchas más convencida: “Oye, si consiguieses hacer al-
gracias, eh! Nos veremos entonces mañana por go así –!” (una mirada profunda, llena de prome-
la mañana, a las 7.30 –en el Puesto de Guardia III: sas): “Hazme un favor, ¿¡puede ser?!: Escribe
y por favor, ¡puntual! Bien, de todas formas tam- también Ludwig Fränkel: efe, erre, ä.... ¡Es ese
bién viene Tina: byebye.” cretino que me incluyó en la Biogr. Univ. Alem.!”
Los jinetes españoles de sus piernas-brazos; dientes Rió liberada; “Oye, si me prometes que harás
y uñas suministraban abundante alambre de púas. eso: iré todos los mediodías a tu casa; y – –”. Ya
En la blanca jungla de sus miembros: por momen- la tomaba entre mis brazos con reproches: “?Eso
tos, abajo, alrededor relampagueaban ojos; tragá- lo harás, de todas maneras! –y además todas las
bamos palabras en tajadas calientes; se levanta- noches–”, agregué, no sin preocupación, sin em-
ban cadenas de jadeos, la habitación llena de bargo: de hecho ya estaba en edad sinodal. (“De
«u». El arbusto espinoso de dos manos, ahora, noche no puedo.”, se interpuso ella, púdicamen-
encima de mí: me machacó con su boca sudoro- te: “a la noche debo cerrar a las 19 en punto, y
sa; me estrujó la cintura con sus piernas; los ca- tengo que volver a bajar.”) Yo otra vez, galante:
bles blancos de sus brazos, en el horizonte, se hi- “A decir verdad, debería estarle agradecido al se-
cieron ásperos y rígidos: «¡u!» ñor Fränkel; ¡de no ser por él tal vez nunca te hu-
Talados uno sobre el otro. Su cabello colgaba sobre biese conocido!” Pero ella no hizo más que tor-
mi cabeza. Los pistones de nuestra respiración cer el hocico al oír mi cumplido (en ese momen-
chocaban con ritmo más amplio. Pegajoso: “Ohtú” to) inoportuno; y preferimos seguir discutiendo
“Alcanza para una –¡entre los dos!”: entonces be- sobre esa time-box (¡era verdaderamente una
bimos juntos, hombre & mujer, esa taza de té. ocurrencia diabólica!).
(La serigrafía en la pared: firmada, un auténtico “¿Pero no corro demasiados riesgos de ese mo-
Eberhard Schlotter, e.s., y aprobamos con admi- do?”: en un primer momento ella adelantó el la-
ración: ¡qué técnica más agotadora!). bio inferior – ? – Pero luego sacudió decididamen-
“¡Sí, pero por otro lado!”, se me ocurrió: “¿Si yo te el flequillo: “Después de todo, ya tienes tantas
escribiese los nombres de mis enemigos en una cosas en tu conciencia: cuán esperanzado vivía,
hoja –o mejor aún: si los grabara en una lámina de por ejemplo, Pape, antes de que tú llegases. O
plata? –: Enrollarla; introducirla en un tubo de vi- bien Brandt, Guthe, Bode, o como se llamen to-
drio. ¡Cerrar herméticamente, fundiéndolo!: Po- dos esos tipos. Y después, ¡por tan pocos nom-
ner todo a su vez dentro de una caja de plomo, bres!: no sería justo que la Comisión te hiciera
una auténtica time-box, que durará toda la eterni- pagar por tus enemigos personales –y en cuanto
dad más tres días –y enterrar todo esto en un lu- a mi Fränkel, es sólo uno –”, movió despreciati-
gar particularmente desierto, en lo más hondo vamente el mentón e hicimos un trato: “¡¿Estás
del Hümmling, o bien en el Sahara: ¡sería una segura?!, ¡todos los mediodías, eh!”. “Por mí no
venganza perfecta! ¡¿Porque, teóricamente, te preocupes, yo no fallaré.”, prometió ella, astu-
siempre podría ser hallada por casualidad?!”. Mi ta; pero sin embargo agregó una súplica: “Y tú,
fantasía se encendió: ¡cuántas posibilidades! por tu parte, ¿tratarás de encontrar material im-
“O incluso fabricar así varios ejemplares: ¡y arrojar preso que tenga que ver conmigo, y lo quemarás
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Cervantes plagiario
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Capítulo XLV
De cómo el gran Sancho Panza tomó la posesión de su ínsula
y del modo que comenzó a gobernar.
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La leyenda dorada
Santiago de la Vorágine
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Citas ocultas
Susana Cella
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Un destino melodramático
A modo de prólogo
Manuel Puig
S
eñorita maestra, ¿se acordó de lo que le –No exactamente, pero en cierto modo sí es un
pedí? producto de segunda categoría. Busqué más en la
–Sí, niña. Fui a ver en el diccionario y busqué enciclopedia en la parte de teatro, y decía que en el
la palabra melodrama. Dice así: “especie de drama drama los conflictos están originados en los defec-
en que, con recursos vulgares, se procura ante tos o virtudes de los personajes. Cada personaje
todo mantener la curiosidad y emoción del audito- tiene su propio carácter, con defectos y virtudes, y
rio”. Entonces busqué la palabra drama y decía: de ahí surgen los dramas, porque se trata de gente
“obra de asunto serio y generalmente triste, que diferente entre sí, y por eso chocan. En cambio en
conmueve profundamente al ánimo y suele tener el melodrama lo que origina el conflicto es alguna
desenlace funesto”. intervención del destino, como en Puerta cerrada,
–¿Entonces un melodrama es un drama hecho que Libertad Lamarque pierde todo en la vida por-
por alguien que no supo, señorita? que un cartero entrega el telegrama a alguien que
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salía en ese momento de la casa de ella, que era nistas de los melodramas son siempre mujeres
tan buena. Y también era muy buena Margaret muy buenas.
Sullavan en La usurpadora, pero se atrasa el coche- –¿Santas?
ro que la lleva al puerto y pierde el barco y el novio –No, una cosa es ser buena y otra ser santa.
se cree que ella no vino porque no lo quiere. En el –Señorita, una tía de mami se quedó soltera tam-
melodrama hay siempre esos golpes de la mala bién por eso, un golpe de la mala suerte: le prestó
suerte. Y lo reciben personas buenas. Las protago- el vestido a una amiga que entró a la casa de un sol-
tero, y el novio de la tía de mami se creyó que era
ella, y la esperó hasta que salió y la mató y se esca-
pó, y nunca nadie supo más de él. Y la tía de mami
nunca más salió de la casa. ¿Pero qué culpa tuvo
ella?
–Culpa ninguna, el destino le mandó esa desgra-
cia. Hay gente que se busca la desgracia, por
defectos de carácter, y esos vendrían a ser perso-
najes de drama, ¿entendiste?
–¿Y la tía de mami no es personaje de drama
entonces?
–Según el diccionario no, es personaje de melo-
drama. La pobrecita tuvo un destino melodramático.
–Entonces, encima de no tener la culpa de nada,
si filmasen la historia de ella, ¿no ganaría ningún
Oscar?
–Tal vez no.
–¿Y qué hay que hacer para salvarse de un desti-
no melodramático?
–Nada, porque no depende de uno. Te cae, y te
electrocuta como un rayo. Y ahora basta, no pien-
ses más en eso.
–No, señorita, a mí me da miedo, voy a rezar
mucho todas las noches para salvarme de un des-
tino melodramático.1
Nota
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TRAILERS
Stella Manhattan
Silviano Santiago. Corregidor, Buenos Aires, 2004.
1969: la dictadura militar en Brasil se acerca a su clímax cuando el apolítico Eduardo, alias Stella Manhat-
tan, es expulsado de su patria por su vergonzosa homosexualidad. Vuelve a la superficie como respetable
empleado del consulado brasileño en Nueva York y es inmediatamente acosado por el agregado militar, el
Coronel Vianna –un sadomasoquista también conocido como “la Viuda Negra”– y por los guerrilleros que
buscan la caída del coronel. Se encuentra así en el centro de una escaramuza entre agentes del gobierno
brasileño y sus enemigos comunistas, convertido en títere crucial de una lucha que a cada paso se compli-
ca por las inclinaciones sexuales de los personajes. Entonces, embravecido como Stella Manhattan, Eduar-
do huye cortando todos los lazos políticos y afectivos que lo oprimen. Stella/Eduardo denuncia con eficacia
los principios fundamentales de interés propio y oposición que habitan en el corazón de todas las agendas
políticas y de liberación gay, dejando un amenazador legado de profunda ambigüedad.
Stella Manhattan es una obra de intoxicante perfidia política y artística. Un narrador farsante lucha por ar-
ticular una intriga pero sólo logra quebrar la comunicación, riéndose con pánico y delicia ante la ola represi-
va de la economía capitalista sobre el arte, y ante la influencia cultural y política de los Estados Unidos so-
bre América Latina. Sus preocupaciones con la producción literaria se ven magnificadas por la figura proble-
mática de Stella/Eduardo, resultando en una narrativa exuberante de identidades proteicas y exceso poéti-
co. En última instancia, Stella Manhattan se parece más a la filosofía de Georges Bataille que a las novelas
de Manuel Puig: más intento de mostrar al ser como la ausencia que las apariencias ocultan, que un estu-
dio específico de política sexual y nacional. (Karl Posso)
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La morada imposible, t. II
Susana Thénon. Corregidor, Buenos Aires, 2004. Edición a cargo de Ana M. Barrenechea y María Negroni.
Susana Thénon es una vox sola, una figura erguida entre el desasosiego y la ironía, una “distancia” ur-
gente en la poesía argentina del siglo XX. Este libro reúne sus poemas publicados en libros hoy inconsegui-
bles y una selección de sus textos inéditos. Abarca también su trabajo como fotógrafa y traductora e inten-
ta rescatar algo de su pasión por la danza. Hemos incluido además cartas, ensayos y algunas notas breves
y afiladas que la propia Susana Thénon escribió sobre el enigma de la poesía. Cumplimos así una deuda de
amistad personal y una vieja complicidad tramada en esos “lugares extraños” del poema que no se pue-
den explicar pero sí comprender. (María Negroni y Ana M. Barrenechea)
Revelación de un mundo
Clarice Lispector. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2004.
Muchos críticos quedaron perplejos cuando en 1944 se publicó la primera novela de Clarice Lispector, Per-
to do coração selvagem (Cerca del corazón salvaje). El texto, lleno de impresiones, como empañado espe-
jo de estados mentales donde destellan momentos epifánicos, era algo nuevo en el panorama de la litera-
tura brasileña.
Con el tiempo la obra de Clarice conformaría uno de los hábeas literarios más radicales y reconocidos en
lengua portuguesa.
Cansada del trabajo periodístico pero necesitada de dinero, como con franqueza reconocía, Clarice Lispec-
tor acepta escribir crónicas para el Journal do Brasil. Lo hace durante siete años, entre 1967 y 1973. Escri-
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tura suelta, sobre los más variados asuntos: fragmentos de textos en borrador, viajes, la infancia y la ado-
lescencia; empleadas domésticas, taxistas, encuentros, amigos, hijos... los sentimientos confesados a un
público vasto e imprevisible. Absoluta libertad de temas con que llenar esa columna semanal de los sába-
dos.
Clarice no puede evitar la carga personal, la omnipresencia de su yo conflictuado; sus crónicas no tienen
el tono costumbrista, leve y humanitario del género: “Los géneros no me interesan. Me interesa el miste-
rio”, decía.
Como personalidad consagrada no necesitaba justificación ni buscaba méritos y apreciaba el reconoci-
miento popular que le transmitían.
Imprevistas y fascinantes, las crónicas de Revelación de un mundo, publicadas por primera vez en espa-
ñol, atrapan a la escritora como personaje.
Sorteando todos los riesgos, el estilo Lispector aparece con su efecto hipnótico.
Libretos
Leo Maslíah. Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2004.
¿Cómo es un mundo donde todos tienen su vida “guionada”? Un mundo donde todo está escrito, donde
la existencia se asemeja tal vez a un reality show, de espontaneidad simulada y predestinación disimulada.
Libretos es un libro diferente dentro de la obra de Maslíah, que acá adopta explícitamente una posición fi-
losófica y desarrolla el planteo hasta sus últimas consecuencias, humorísticas o no. Puede leerse como una
reflexión sobre lo relativo del libre albedrío o simplemente como una sucesión de desesperantes (y diverti-
dos) avatares en la existencia de personajes casi inverosímiles.
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Niñas
Yaki Setton. Bajo la Luna, Buenos Aires, 2004.
Yaki Setton nos introduce en el universo de sus Niñas recorriendo una galería de personajes a los que da
vida, cuerpo y profundidad a través de su voz. Los poemas derivan por un reino íntimo, casi testimonial, un
mundo visto desde la mirada omnisciente de un adulto pero filtrado por la bruma irrecuperable de la infan-
cia y, lo que es más, la infancia femenina. A medida que avanza el poeta va esfumando el límite, pasa a ser
parte del cuadro, funde lo real y lo imaginario, testimonio e invención, retrato y arte poética.
Kanaka
Juan Bautista Duizeide. Alfaguara, Buenos Aires, 2004.
Un “salvaje” que habla varias lenguas, que ha surcado todos los mares del mundo y al que la vida le ha
concedido el saber y la reflexión llega a una isla del hemisferio Sur a purgar un crimen. Ha conocido el aban-
dono, la orfandad, el hambre, el dolor, la soledad: nada de lo humano le es ajeno. Su vida es un pequeño
barco a la deriva y el presente un punto en el que se afirma sólo para desplegar recuerdos, casi su única
realidad.
Entre esos momentos del pasado a los que vuelve su memoria está la búsqueda del padre, un prestigio-
so escritor que ignoraba su existencia y al que lo desvelaban, como a él, las tormentas de los Mares del
Sur.
Juan Bautista Duizeide ha creado una trama modulada sobre el ritmo de una naturaleza inquietante. Es-
crita con un lirismo poco frecuente, Kanaka, aunque transcurre en el pasado, pone en escena las vacilacio-
nes del hombre contemporáneo, a las que apunta en todos sus sentidos.
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