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Desocupado lector: si quieres y puedes, deseo que me favorezcas en éste pedido que te ruego lo cumplas
fehacientemente: con voz fuerte, límpida y clara quiero que pronuncies sobre mi túmulo el siguiente discurso
de despedida, y me alegraría mucho que fuera la eximia poeta local Nilsa Esponda, por ser dueña de una voz
prodigiosa en la lectura de discursos.
“Yacen en ésta humilde tumba, que cavara la Municipalidad de Santo Tomé con las más modernas máquinas
viales compradas por Giraud y Garay, los restos aún enteros y sanos de quien en vida fuera un gran relojero y
mejor escritor, pero que mañana estarán podridos y con olores nauseabundos, (aunque en vida ya los tenía
sobrados en los dedos de las patas, bajo el sobaco y en las bolas) uno de los más destacados hombres de letras
del terruño, el sin par y nunca igualado Sr. Arturo Beresi, mal llamado por la comuna “El Pelado de Mierda”.
Él no morirá jamás del recuerdo de aquéllos que lo conocieron, ni de los que leyeron sus sabias y educadas
obras, y ya sea con grande cariño o con mucho odio, que los sentimientos que sentimos por el prójimo son
diversos como las monedas, que unas tienen un valor y otras otro, él no morirá jamás pues siempre estará
presente en el odio o el amor del pueblo.
Aquéllos que hoy ignoran a los que les precedieron, enterrándolos en la peor de las muertes, en el olvido,
tendrán también el mismo fin, la misma indiferencia y la misma vacuedad y vacío de sus compoblanos en el
mañana.
Este laxo muerto, flácido de alma y rígido de cuerpo, pidióme que os relate en breves palabras, lo que fuera de
vivo, ya que la mejor forma de conocer a un muerto es averiguar los hechos de su pasada vida.
No puede precisar, me dijo, si naciera en una familia pobre o rica, pues cuando era niño nada le importaba la
alcurnia de ricos como tampoco la necesidad de los pobres, que siendo párvulos ambas cosas pasan a nuestro
lado indiferentes. De niños somos felices e indiferentes a la riqueza y a la pobreza.
Como en su niñez tuviera pelotas de cuero, triciclos, pandorgas de dos colores, guardapolvos 12 de Octubre y
zapatos Gomicuer, bicicletas, baleros, figuritas, las piezas de plástico para armar casas y puentes, proyectores
de películas en tiras de papel de calcar, cartas españolas y piezas de dominó, sintió siempre gran compasión
por los niños pobres que hoy juegan con pelotas de trapos, remontan barriletes de papel diario, inventan autos
de madera con rulemanes, o ruedan en cubiertas viejas de camiones, por culpa de los políticos que los
condenan a la miseria y a la desnutrición.
Pero, en estos tiempos, gracias a Dios que los ama, la esencia de la niñez continúa igual: los niños ignoran las
preocupaciones de los padres por alimentarlos y vestirlos jugando con los otros niños del barrio sin
importarles mucho la pobreza o la riqueza que tengan sus familias.
De niño, me aseguró, era charlatán y locuaz hasta que un día la maestra del quinto grado, lo designó para
recitar en un día patrio la poesía “Oración a la Bandera”, en un palco donde estaban las autoridades
gubernamentales, y subiéndose recitó solamente el título, y más que eso no pudo, pues su mente quedó en
blanco totalmente. Y allí estuvo, repitiendo unas diez veces: “Oración a la Bandera, de Nicolás Avellaneda”.
El gobernador no sabía qué hacer, ni sus ministros tampoco, si seguir con el acto o suspenderlo para otra
ocasión en que él sí recordara la poesía de punta a punta, porque el programa de actos debía cumplirse
estrictamente.
Su maestra subió al palco y de las orejas lo bajó a patadas de tan alto y honorífico lugar. Se hizo un silencio
mortal, y la banda de música del ejército rompió el aire con la “Marcha de la Bandera”, algo desafinada y a
destiempo, porque por la risa y las carcajadas, los músicos no soplaban bien sus trombones, trompetas y
clarinetes. A uno que tocaba un gran tambor con un grueso garrote, de la risa, agujereó el parche de un
divertido garrotazo.
De aquélla horrible experiencia, este muerto quedó algo tartamudo, introvertido y callado, como yace ahora en
el cajón, sin jamás poder hablar ante un micrófono de grande, por no pasar seguramente la misma experiencia
dolorosa y traumática que pasara de niño.
Desde ése día, se meaba en la cama todas las noches, hasta cumplir los once años de edad, en que fue su último
desagüe en el sufrido y oloroso colchón, que su madre sacaba al patio ni bien el sol asomaba por el horizonte.
Otra de las consecuencias que le trajo el bochornoso e inconcluso recitar la poesía de Avellaneda, fue que de
ahí en más no podía decir ni escribir el número catorce que se transformó en su cabeza por “diecicuatro”.
Creo que fue una rebelión de su mente, pues pasando el número diez… ¿por qué se dice once, doce, trece,
catorce y quince, cuando debería ser dieciuno, diecidos, diecitres, diecicuatro y diecicinco, y luego entrar
correctamente al dieciséis, diecisiete, dieciocho, y diecinueve?
Pero el daño fue aún mayor: le trajo el desgraciado recitado a la bandera el olvido por completo la tabla de
multiplicar del nueve, y a duras penas pudo terminar la secundaria, gracias que en las pruebas de matemática,
siempre procuró sentarse al lado de la mejor alumna, la que por unos diez pesos, que hoy serían cien,
terminaba su prueba en diez minutos, y a escondidas de la profesora, la del muerto en menos de cinco.
Por ésa época casi no sabía que existiera la muerte que hoy se lo lleva a la mierda, ocupado en ésos enigmas
incomprensibles de los números, pues siempre ignorar el final del camino nos da bríos y fuerzas para para
continuar nuestro derrotero en la vida.
Y no dudéis, escribió en su discurso, que si fuisteis buenos, amables, educados y compasivos con los que
sufren, sean hombres o animales, tened por seguro que la inmortalidad y el recuerdo eterno de los que te
conocieron quedarán detrás de tus putrefactos huesos.
Vive pues la vida como viniste al mundo, sin preocupaciones ni congojas, y cuando de la vida te vayas, vete de
la misma forma en que viniste...” (Continuará)
En este punto el muerto ordenó que se hiciera una pausa y se sirviera un refrigerio con facturas y bebidas,
por lo cual sus herederos contratarán dos o tres mozos de impecables chaquetillas blancas y guantes del
mismo color que lo sirvan en delicadas fuentecitas y en vasitos de plástico, y avisó que el discurso de
ultratumba es más largo que resbalada de burro, por lo cual deberán armarse de paciencia para soportarlo
por dos largas y penosas horas, así que ruega infinitamente que nadie se retire del cementerio, ni muerto ni
vivo. Réquiem in Pace
Arturo Beresi 5085876
“Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así
una vida bien usada produce una dulce muerte.”
“Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el
pensamiento de la muerte.” (Blaise Pascal)
“La pálida muerte lo mismo llama a las cabañas de los humildes que a
las torres de los reyes." (Horacio)
“Los hombres temen a la muerte como los niños tiene miedo a la
oscuridad, y de la misma manera que este miedo natural de los niños
es aumentado por las historias que se les cuentan, lo mismo ocurre
con el otro.” (Francis Bacon)
Lo que ocurre tras la muerte esa y ha sido siempre un misterio. El
hecho de no saberlo hace que nos cause miedo, un miedo acrecentado
por las diferentes explicaciones ofrecidas al respecto
“Conviene vivir pensando que se ha de morir; la muerte siempre es
buena; parece mala a veces porque es malo a veces el que muere.”
(Francisco de Quevedo)
“No me preocupa la muerte,me disolveré en la nada.” (José de
Saramago)
Esta frase refleja la postura de que después de la muerte no hay nada,
de manera que no debe ser motivo de preocupación.
“A los muertos no les importa cómo son sus funerales. Las exequias
suntuosas sirven para satisfacer la vanidad de los vivos.” (Eurípides)
Grandes despedidas pueden ser hermosas, pero en realidad sólo les
son de utilidad a los vivos.
“Si todavía no sabemos qué es la vida, ¿cómo puede inquietarnos la
esencia de la muerte?.” (Confucio)