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Conclusión

Las trayectorias escolares han comenzado a ser objeto de atención en los estudios
sobre infancia, adolescencia y juventud, en las políticas sociales y educativas y en las
iniciativas de las escuelas. Las trayectorias escolares de muchos de quienes asisten a
las escuelas en calidad de alumnos están desacopladas de los recorridos esperados
por el sistema. Una serie de cambios en las culturas juveniles y en las expectativas
de inclusión educativa desafían desde hace tiempo las funciones y la organización
tradicional de la escuela. Los cambios políticos, sociales, económicos, de las últimas
décadas, demandan nuevas miradas sobre las trayectorias educativas de los/as
jóvenes y los modos de promoverlas, acompañarlas y sostenerlas desde las
instituciones escolares.
Las instituciones escolares deben romper con la homogeneización y atender a la
diversidad de trayectorias necesarias, ancladas en cada niño/a o adolescente o
adulto/a, dando respuesta a cada sujeto, a partir de su reconocimiento efectivo.
Las autoras Nicastro y Greco plantean que se deben colocar la mirada sobre las
condiciones institucionales: tiempos, espacios, tareas, modos de relación, instancias
de acompañamiento, propuestas pedagógicas, reconocimientos de potencialidades,
etc. que hacen a las trayectorias educativas e intervenir sobre ellas de modo que
docentes y estudiantes se vean allí inmersos en experiencias potentes, subjetivantes,
provocadoras de cambio.
En los últimos años, las transformaciones en las políticas educativas se guían por el
paradigma de la inclusión; la educación se confirma como un derecho que el Estado
debe garantizar para toda la población. Por lo tanto, uno de los desafíos centrales de
estas políticas, en todos los niveles, es el sostenimiento de las trayectorias
educativas de todos/as los/as niños, adolescentes y adultos. La educación se
constituye así, como un derecho que debe ser garantizado desde instancias
institucionales, desde el Estado y sus políticas, y no como una historia personal que
cada uno asume por su cuenta. Es decir, la perspectiva que hoy se propone, tanto en
ámbitos de intervención educativa como académicos y propios de la investigación,
es la de reconocer la singularidad de los sujetos, sus trayectorias de vidas reales, para
pensarlos situadamente e intervenir de modo que sus recorridos educativos sean
posibles de concretarse, ya no esperando la adaptación a un único modo de hacerlo,
sino diversificando lo que las instituciones pueden ofrecer.
Para las autoras las intervenciones en psicología educacional pueden ser pensadas
en el sentido del acompañamiento de las trayectorias como un modo de sostener y
andamiar a los sujetos en su tarea de aprender y enseñar, en la escuela y desde la
familia. Acompañar no supone estar presente en todo momento ni dirigir la vida de
los demás diciendo lo que deberían hacer, implica la generación de condiciones para
que las trayectorias se sostengan y alcancen sus fines, potenciando lo que las
instituciones ofrecen.
Mirar una trayectoria implica reconocer al estudiante hoy, aquí, y ahora, en
formación y en el mismo momento imaginar un sujeto que será en un futuro, como
obra abierta, sin concluir pronósticos cerrados. No se puede afirmar hasta donde
llegará un sujeto en su trayectoria vital y educativa. La formación es constante no se
termina nunca.

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