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Ana María Shua

Botánica del caos


Ilustrado por María Delia Lozupone

Alí Babá

Qué absurda, qué incomprensible me parecía de chica la confusión del


hermano de Alí Babá: casi un error técnico, una manifiesta falta de verosimi-
litud. Encerrado en la cueva de los cuarenta ladrones, ¿cómo era posible que
no lograra recordar la fórmula mágica, el simple ábrete-sésamo que le hubiera
servido para abrir la puerta, para salvar su vida?
Y aquí estoy, tantos años después, en peligro yo misma, tipeando des-
esperadamente en el tablero de mi computadora, sin recordar la exacta com-
binación de letras que podría darme acceso a la salvación: ábrete cardamomo,
ábrete centeno, ábrete maldita semilla de ajonjolí.

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Texto © 2005 Ana María Shua. Imagen © 2005 María Delia Lozupone. Permitida la reproducción no comercial,
para uso personal y/o fines educativos. Prohibida la reproducción para otros fines sin consentimiento escrito de los
autores. Prohibida la venta. Publicado y distribuido en forma gratuita por Imaginaria y EducaRed:
http://www.educared.org.ar/imaginaria/biblioteca
Ana María Shua - Botánica del caos
El coleccionista ambicioso

Un hombre ambicioso se propone coleccionarlo todo. Reúne en su casa,


convertida en sala de exposiciones, una colección de semillas, otra de objetos
encontrados en la calle, otra de agua de la canilla (brotada de diversas canillas, a
diversas horas del día). Colecciona pulóveres, pensamientos célebres y banales,
boletos de colectivo, hojas de diarios elegidas rigurosamente al azar. Colecciona
agujeros, panes, envases de desodorantes vacíos. Cada año se ve obligado a
mudarse a una casa más grande y luego cada seis meses. Finalmente comprende
que sólo renunciando a toda clasificación podrá obtener la colección más com-
pleta, la colección de colecciones. La exhibe en el mundo entero.

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Aptitud y vocación

Sufrimos también aquellos que por falta de vocación contrariamos una


aptitud natural. Los dedos de mis pies, por ejemplo, tienen el mal hábito del
geotropismo, y persisten en crecer hacia abajo, adelgazados sus extremos, hun-
diéndose en la tierra al menor descuido. El peligro de echar raíces me obliga
a permanecer siempre en movimiento, a preferir las caminatas o las carreras
sobre el asfalto, a evitar por sobre todas las cosas pisar la tierra húmeda, a
dormir boca arriba no más de un par de horas seguidas, aún a riesgo de que
tanto ajetreo me haga caer las hojas antes de tiempo y malogre mis frutos, ya
de por sí escasos y esmirriados.

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El iluso y los incrédulos

Hace calor. En el bar un grupo de hombres miran sin mirar los polvo-
rientos rayos de luz que se filtran a través de la persiana.

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— Puedo caminar por esos rayos —dice el iluso.
Los hombres se ríen y hacen apuestas. El iluso trepa de un salto a uno
de los rayos de luz, intenta dar un paso tambaleante y cae. Los incrédulos
cobran sus apuestas.

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La flor azteca I

Cuando era chica, mi madre conoció a la Flor Azteca, una cabeza de


mujer cuyo cuello muy fino cimbreaba en un jarrón. Hacía muecas, guiñaba
los ojos, contestaba preguntas y no se consideraba un espectáculo para niños.
Sin embargo mi madre no lloró hasta que le explicaron que sólo se trataba
de un juego de espejos. Decepcionada pero incrédula, alcanzó a esconderse
detrás de unas maderas pintadas.
A la madrugada, cuando todos los espectadores se habían ido, salió
trabajosamente del jarrón una mujer desnuda, diminuta, enjabonada. Una
férula de metal en la base del cuello la ayudaba a sostener la cabeza erguida.
“Nomás los chicos se dan cuenta de que esto no es un truco. Por eso no los
dejan entrar”, le dijo la Flor Azteca. Y la convidó con un mate.
Me parece imposible que mi madre haya sido niña alguna vez.

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La flor azteca II

Nada tan simple como reconocer una flor azteca en un sembrado de


girasoles. El girasol eleva su corola siguiendo al astro rey. A la flor azteca, en
cambio, el sol de frente le hace mal a los ojos.

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Flor azteca III

No te preocupes, parece una cabeza de mujer saliendo del jarrón como


una flor pero no es, te lo digo yo que trabajo aquí, parecen pétalos sus cabe-
llos, ese cuello que se dobla como un tallo, pero quedate tranquilo, no es una
flor cortada, de las que viven poco: hay un truco, hay un juego de espejos, yo
lo he visto, parece jarrón pero es maceta con buena tierra negra, no es sola-
mente una flor sino una planta muy fuerte, muy sana, yo la conozco bien,
todos los días le riego las raíces, mírenla cómo sonríe, como habla y se menea,
vivirá más que nosotros, sin duda más que yo, que ya soy viejo.

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El pájaro azul

Un hombre persigue al Pájaro de la Felicidad durante meses y años,


a través de nueve montañas y nueve ríos, venciendo endriagos y tentaciones,
tolerando llagas y desdichas. Antepone la búsqueda del Pájaro a toda otra
ambición, necesidad o deseo. El tiempo pasa y pesa sobre sus hombros pero el
también el Pájaro envejece, sus plumas se decoloran y ralean.
Lo atrapa en un día frío, desgraciado. El hombre es anciano y está
hambriento. El pájaro está flaco pero es carne. Le arranca sus plumas todavía
azules con cuidado, lo espeta en el asador y se lo come. Se siente satisfecho,
brevemente feliz.

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La dieta estricta

La dieta estricta, sumamente estricta. Una naranja a la mañana, una


gelatina a la tarde, un plato de uvas a la noche. La naranja, frotársela en el
pelo, untar la gelatina dietética en la planta de los pies, introducirse las uvas

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en la oreja, desmenuzar el plato en trozos pequeños, ingerirlo lentamente para
que dure más. A partir del tercer día empiezan a crecer las vortlijs en la zona
del plexo, se recomienda podarlas en cuaresma.

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Los esquimales

Un grupo de esquimales juega a la pelota golpeando con paletillas de


morsa una piel de foca rellena de musgo y arcilla. Todos conocen los ciento
treinta y dos nombres de la nieve, pero no todos manejan el bate de hueso con
la misma habilidad, no todos arponean ballenas con lanzas atadas a vejigas de
caribú bien infladas, no todos pueden arrastrar dos focas muertas al mismo
tiempo, no todos pueden alzar a un oso por las patas de atrás y revolearlo
como si fuera una liebre: algunos sólo saben contar historias. Sin embargo,
como cada año hay dos largos meses sin sol, los cazadores comparten con
ellos el alimento. No solo de carne y grasa vive el hombre, sobre todo en la
oscuridad.

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