Está en la página 1de 184

Ataque a una diligencia. M. Serrano Castro, lit.

Col. “México y sus alrededores”. Litografías Decaen.


Editor Portal del Viejo Coliseo.
HISTORIA
DE

EL VANDALISMO
EN EL

ESTADO DE MORELOS

¡Ayer como Ahora!

¡1860! ¡1911!
Plateados. Zapatistas.

Lamberto Popoca y Palacios.


Portada:
Asaltantes emboscados, 1873, Acuarela/papel. 25.5 x 40 cm.
Óscar Laballe. Museo Nacional de Historia.

Primera edición
Historia del Bandalismo en el Estado de Morelos.
¡Ayer como Ahora! ¡1860! “Plateados” - ¡1911! “Zapatistas”
Lamberto Popoca y Palacios. 1912.

Reedición 2014.

Derechos reservados

©2014 Secretaría de Información y Comunicación, Gobierno del


Estado de Morelos.

Esta publicación forma parte de las actividades que el Gobierno del


Estado Libre y Soberano de Morelos ha dispuesto para difundir y
promover la identidad morelense.

ISBN

C. Graco Ramírez Garrido Abreu


Gobernador Constitucional del Estado de Morelos

Lic. Jorge López Flores


Secretario de Información y Comunicación

Lic. Valentín López González


Director General de Coordinación Editorial

Cuidado editorial y corrección de estilo


Lic. Martha Roa Limas

Diseño de portada y diagramación editorial


Lic. Alejandro Azcarate Palacios
Lic. René Sánchez Samano

Impreso y hecho en Cuernavaca, Morelos. México.


HISTORIA
DE

EL VANDALISMO
EN EL

ESTADO DE MORELOS

¡Ayer como Ahora!

¡1860! ¡1911!
Plateados. Zapatistas.

Lamberto Popoca y Palacios.


PRESENTACIÓN

P
ara el Gobierno de la Nueva Visión es
motivo de singular satisfacción presentar
la reedición de la Historia del Vandalismo
en el Estado de Morelos. ¡Ayer como Ahora! ¡1860!
“Plateados” - ¡1911! “Zapatistas”, una obra escrita
por Don Lamberto Popoca y Palacios en 1912, que
da una mirada histórica al pasado reciente.

Este es un retrato fiel que además de documental


y costumbrista resulta muy entretenido, pues nos
define rasgos del orden social que prevalecía en
esta región del país en tiempos posteriores a la
lucha independentista, los mismos que llegarían
a marcar la vida con sucesos aún referidos y
recordados en nuestros días.

Leer este libro sirve para conocer la versión


de un profesor de origen morelense, un hombre
que trascendió a la esfera pública de los límites
geopolíticos establecidos hacia la segunda mitad del
siglo XIX, para platicarnos cómo aquellos hombres
recios que abandonaron la labor del campo para
librar batallas en pos del ideal libertario, son los
mismos que al final de las guerras decidieron
formar gavillas dedicadas a hacer que imperara una
justa repartición de los bienes, como es el caso de
la conocida Banda de los “Plateados”, comandada
por un personaje mitificado por relatos como los
que incluye esta obra narrativa: Salomé Plascencia

Por otra parte esta lectura nos lleva a reflexionar


sobre los excesos que en nombre de la libertad
hicieron algunos mal llamados “Zapatistas”, lo
cual también es bueno conocer, sobre todo por las
nuevas generaciones de morelenses, de mexicanos,
a fin de nunca caer en el abuso de poder y el
enmascaramiento de infames pretensiones con los
más caros ideales del ser humano.

Altamente recomendable, la tesis expuesta


en este texto además de ser fiel a las costumbres
de nuestros abuelos se liga a la búsqueda de
justicia social que comulga con lo que visionaria
y renovadamente pretende la administración
gubernamental que me ha tocado como privilegio
asumir, por lo que vemos con beneplácito el hecho
de que esté disponible para la ciudadanía de este
tercer milenio, y para que nunca se olviden los
ideales libertarios con los que se consolida la Patria.

GRACO RAMÍREZ GARRIDO ABREU


GOBERNADOR CONSTITUCIONAL
DEL ESTADO DE MORELOS
Hacienda de Atlihuayán.1990.
Archivo fotográfico Valentín López González.
Lamberto Popoca
y Palacios:
la vida entre dos siglos

Carlos Barreto Zamudio1

Por caridad y por conveniencia instruye a los ignorantes siempre


que puedas, porque ellos son la constante amenaza de tu
tranquilidad. Los ignorantes son el juguete de los audaces y los
esclavos de los ambiciosos. ¿Quieres ser libre? Instrúyete ¿Quieres
ser respetado? Moralízate.

Lamberto Popoca y Palacios, 1913.2

1
CARLOS BARRETO ZAMUDIO. Es Doctor en Historia y
Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Profesor-Investigador en la Facultad de Humanidades de la
Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Es autor de
Rebeldes y bandoleros en el Morelos del siglo XIX (1856-1876).
Un estudio histórico regional, Gobierno del Estado de Morelos,
2012. Recientemente coordinó la obra colectiva La Revolución por
escrito. Planes político-revolucionarios del Estado de Morelos,
siglos XIX y XX, Gobierno del Estado de Morelos, 2013.
2
“Algunos de los pensamientos de las colecciones que obtuvieron
los premios en el concurso de sentencias abierto por la Cervecería
Cuauhtémoc, S. A., en El País, México, 31 de julio de 1913, p. 3.

11
Lamberto Popoca y Palacios,
su esposa Pomposa Estrada
y un grupo de estudiantes.

Colección Particular, Sra. Lourdes Obdulia


Popoca Cabildo, nieta de Lamberto Popoca.
Material facilitado por José Raúl Ramos
Popoca y Vanessa Ramos.
H istoria del vandalismo en el estado
de Morelos. ¡Ayer como ahora! ¡1860!,
“¡Plateados!” ¡1911!, “Zapatistas”, de Lamberto
Popoca y Palacios, publicada en 1912,3 es una
obra clave para el hoy estado de Morelos. El texto
ha sido conocido y citado de manera amplia por
los datos que aporta acerca del bandolerismo
que asoló la región a mediados del siglo XIX y
por su carácter decididamente antizapatista,
reflejado inmejorablemente en un título que
habla por sí mismo. El aporte del libro cobra
mayor relevancia por salir a la luz en un momento
cercano al inicio del movimiento revolucionario
en el estado de Morelos y, en un período
especialmente álgido, marcado por el rompimiento
de las fuerzas zapatistas con el entonces presidente
Francisco I. Madero.

La obra se sostiene en una visión


profundamente histórica de la efervescencia social
del Morelos decimonónico y el revolucionario.
Su tono comparativo y su perspectiva entre siglos
contribuyen a una reflexión histórica de largo
aliento. La visión es la de un hombre cercano
al ámbito educativo, y a la política, desde un
porfirismo aún vivo pero en agonía. Hasta hoy,
poco se ha sabido del personaje, por lo que las
3
Popoca y Palacios, Lamberto, Historia del bandalismo en el
estado de Morelos. ¡Ayer como ahora! ¡1860! “Plateados” ¡1911!
“Zapatistas”, Tip. Guadalupana, Puebla, México, 1912. Es de
hacer notar que la palabra bandalismo que aparece en la portada,
aparecerá a lo largo de la obra variando su escritura. En ocasiones
seguirá escribiéndose así y en otras cambiará por vandalismo.

13
siguientes líneas pretenden ayudar a aclarar esa
incógnita y darle un mayor contexto histórico
a la obra.

Es preciso expresar un agradecimiento a don


José Raúl Ramos Popoca, a doña Lourdes Obdulia
Popoca Cabildo y, especialmente a la joven artista
Vanessa Ramos, quien desde la lejanía de Tijuana
y San Diego, California, han sabido ser celosos
depositarios de su memoria familiar. A ellos
debemos hoy las imágenes y algunas precisiones
que dan cuerpo y una dimensión más humana a
Lamberto Popoca y Palacios.

El profesor Popoca. Semblanza biográfica.

Lamberto Popoca y Palacios nació en el año de


1859 en algún punto del hoy estado de Morelos
–probablemente Cuautla u Ocuituco-,4 que
entonces era aún parte del Estado de México. Eran
los tiempos difíciles de la Guerra de Reforma. Fue
hijo de Vicente Popoca y Anacleta Palacios. Su
padre fue un importante personaje de la región,
quien destacó durante los años posteriores al
nacimiento de su hijo Lamberto. Don Vicente fue
un militar republicano durante la Intervención
Francesa que combatió a las tropas expedicionarias
y a los gobiernos de la Regencia y el Segundo
Imperio. Fue un hombre cercano a Francisco
Leyva, gobernador del Tercer Distrito Militar del
4
La versión de que probablemente nació en Ocuituco me
fue amablemente proporcionada por el escritor Gilberto
Rendón Ortiz.

14
Estado de México-antecedente directo del estado
de Morelos-, y primer gobernador constitucional
cuando Morelos apareció en el mapa nacional como
entidad soberana. Los méritos de Vicente Popoca
lo llevaron a ser jefe político de Morelos (Cuautla)
y de Tetecala durante los gobiernos leyvistas.5

Según consta en la Memoria que el gobernador


Francisco Leyva presentó al Congreso local en
1875, años de República Restaurada, el joven
Lamberto comenzó su primer curso en el Instituto
Literario del Estado de Morelos en 1874, cuando
tenía 15 años de edad. Allí coincidió con personajes
que serían destacados, como el brillante abogado
tepozteco Aniceto Villamar, quien llegó a ser
gobernador de Morelos en los años del alzamiento
zapatista. Para que el joven Lamberto ingresara en
calidad de pensionista al Instituto, probablemente
tuvo que ver la posición de jefe político de Morelos
que tenía su padre. En aquella primera instancia
cursó las materias de Matemáticas, Francés,
Dibujo, Música, Tipografía, Gimnasia y Sastrería.6

5
En los acalorados meses de la Revolución de Tuxtepec,
Vicente Popoca salió de la plaza de Tetecala ante el
asedio del jefe porfirista Román Chiquito González,
durante la primavera de 1876.Cf. Barreto Zamudio,
Carlos, Rebeldes y Bandoleros en el Morelos del siglo
XIX. Un estudio histórico regional, Gobierno del Estado
de Morelos, México, 2012.
6
Memoria presentada al Honorable Congreso del Estado
de Morelos por el C. Gobernador Constitucional del mismo
Francisco Leyva, Imprenta del Gobierno del Estado dirigida
por Luis G. Miranda, 1875.

15
Cuatro años después, Lamberto Popoca contraería
nupcias en la iglesia de San Juan Evangelista en
Xochitepec, Morelos. El nombre de la prometida
era Teresa Carrillo Leyte.7 El perfil de los padres
de los contrayentes hace suponer alguna forma
de relación política, pues Isidoro Carrillo, padre
de Teresa, fue comandante de la guardia nacional
de Xochitepec organizada por Juan Álvarez al
despuntar la mitad del siglo XIX. Pero Isidoro
Carrillo se vería envuelto en la tormenta político-
diplomática desatada por las célebres ejecuciones
de españoles en las haciendas de San Vicente y
Chiconcuac, en diciembre de 1856. En una dudosa
operación, durante junio de 1857 fueron capturados
en Xochitepec varios acusados de los asesinatos.
Entre los nombres de los buscados desconcertaba el
de Isidoro Carrillo, quien al final no fue atrapado.
Los inculpados fueron llevados a la Ciudad de
México para ser ejecutados en septiembre del
siguiente año. La mayoría fue muerta a garrote
en acto público. No así Isidro Carrillo, quien fue
condenado en ausencia.8

No se sabe demasiado de la relación entre


Lamberto Popoca y Teresa Carrillo, salvo que
en 1887 tuvieron un hijo de nombre Benito
Agustín, quien fue bautizado en Chilpancingo,

7
Archivo Parroquial de San Juan Evangelista Xochitepec,
Morelos, Matrimonio, 8 de octubre de 1879.
8
Véase el anexo de la causa fiscal contra los asesinos de San
Vicente y Chiconcuac en Salinas, Miguel, Historias y paisajes
morelenses. Imprenta Aldina, Rosell y Sordo Noriega S. de
R.L., México, 1981.

16
Guerrero, lugar en el que Lamberto Popoca se
asentaría largamente. Al poco tiempo, la figura
de doña Teresa Carrillo se irá difuminando, ya
que el matrimonio en algún punto se quebró.
Aparentemente el aún joven Lamberto tendría
relación con diferentes mujeres, siendo la más
fructífera y duradera aquella que tuvo con la
también profesora Pomposa Estrada, Pomposita,
a quien conoció en Chilpancingo, y con quien
estaría hasta el final de sus días.9

No se conocen con precisión los motivos


por los que Lamberto Popoca dejó el estado de
Morelos para dirigirse a Chilpancingo. Tampoco
se saben las condiciones personales, familiares o
profesionales en las que hizo este movimiento,
pero hay razones para suponer que no lo hizo de
manera aventurada. En noviembre de 1886, cuando
Popoca tenía 27 años, el periódico capitalino
La Patria incluía una breve nota en la que llama
la atención el apoyo que tenía desde entonces por
parte del gobernador del estado de Guerrero,
Francisco O. Arce:

Con el nombre de “Benito Juárez” y bajo


los auspicios del Sr. Gral. [Francisco O.]
Arce, se ha establecido en Chilpancingo
un liceo particular para niños. Su director,
el Sr. Lamberto Popoca, del profesorado
morelense, ha dispuesto que además de la
9
En la Guía General de la República Mexicana de 1899,
aparecerá en la estructura gubernamental del estado de
Guerrero, como parte del profesorado de Chilpancingo.

17
enseñanza meramente rudimental, se den
cátedras de Matemáticas, Francés, Inglés,
Geografía, Historia, Cosmografía, Física,
Dibujo, Lógica y Pedagogía.10

Este era el preámbulo de una productiva carrera


en el profesorado, la política y la administración
pública de la entidad guerrerense. El año siguiente
Popoca tendría la comisión por parte del gobierno
estatal de elaborar “una cartilla en idioma
náhuatl, que se usara como texto en las escuelas
de adultos para la enseñanza a los indígenas del
idioma castellano”.11 Pero su labor no se limitó a
las aulas: en 1893 fundó el periódico anticlerical La
Emulación12 y comenzó a verse muy relacionado
con el entonces gobernador Antonio Mercenario.
Su carrera se movía en una franca dirección
ascendente. En años posteriores se integraría como
catedrático en la Escuela Preparatoria y la Normal
para Profesoras.13

El año de 1899 tuvo para Lamberto Popoca


un doble signo. Por un lado continuaba su buena
estrella como profesor y como hombre que
trascendía en la esfera pública de Chilpancingo
y del estado de Guerrero. Durante marzo pasó a

10
La Patria, México, 25 de noviembre de 1886, p. 3.
11
El Tiempo, México, 5 de octubre de 1887.
12
“El periodismo”, en Enciclopedia Guerrerense, disponible
http://www.enciclopediagro.org/index.php/indices/indice-
cultura-general/1268-periodismo-el.
13
“Ecos Locales. Nuevos Catedráticos”, en Periódico Oficial
del Estado de Guerrero, 16 de agosto de 1899, p. 4.

18
formar parte de la Junta Patriótica encabezada
por el gobernador Mercenario y en mayo fue el
orador oficial ante la Sociedad Patriótica “Vicente
Guerrero”, durante la conmemoración del
natalicio de Miguel Hidalgo.14 Aunque por otro
lado apareció la tragedia, puesto que en el mes de
julio, en periódicos locales y nacionales trascendió
una grave noticia: Durante una noche tormentosa
uno de sus hijos fue alcanzado por un rayo:

El viernes de la semana anterior, un poco


después de las cuatro, el oriente de la ciudad
estaba cubierto de nubes tempestuosas
entretanto que blancos cúmulos formaban
anillo cerrado en el horizonte, un amplio
círculo cenital enteramente azul completaba
el celaje; de pronto percibióse un relámpago
intensamente rojo, precedido de una
detonación formidable, que repercutió
largamente en las montañas. La sucesión
rapidísima de relámpago a trueno, hizo
comprender a todos, que el rayo debió
haber caído en el recinto de la ciudad, y tal
vez causado algunas desgracias personales.
En efecto; la chispa eléctrica penetró en la
casa habitación del distinguido profesor
Lamberto Popoca fulminando a uno de
sus hijos, niño de 11 años de edad que se
hallaba recostado en su lecho, leyendo su
texto de ciencias físicas, precisamente en las

“En honor de Hidalgo. Discurso”, en Diario del Hogar, 21


14

de mayo de 1899.

19
páginas que tratan de la electricidad[…].
La desgracia afectó hondamente a toda
la población, donde la familia del niño es
muy estimada, tanto por la ilustración del
señor Popoca, como por la educación y
finura de toda ella. El sábado fue el sepelio
del cadáver, al que acompañaron a la última
morada numerosos alumnos del Señor
Popoca y algunos de sus amigos.15

La prensa describía la trágica situación por


la que pasaba don Lamberto, conocido por su
carácter estricto, educado y afín a la rectitud.
Se decía que “el Señor Profesor es hombre de
grandes energías morales y sabrá sobreponerse
a su intenso dolor, llevando el consuelo con su
ejemplo, a la afligida madre y hermanos del
desventurado niño”.16 En los meses posteriores,
don Lamberto se concentró en sus labores
docentes, apareciendo principalmente como
profesor y jurado de exámenes en la Preparatoria
y la Normal, labor que venía haciendo desde
tiempo atrás. Las materias y cursos con los
que estaba relacionado, entre otros: Pedagogía,
Matemáticas, Geometría plana y analítica, Cálculo
infinitesimal, Dibujo topográfico, Literatura,
Raíces griegas y latinas, Caligrafía, Lengua
nacional, Geografía general y del país, Dibujo
natural y lineal, Cosmografía precedida de nociones

15
“Terrible Desagracia”, en Periódico Oficial del Estado de
Guerrero, 12 de julio de 1899, p. 4.
16
Ibídem.

20
de mecánica, Álgebra, Geometría Plana, Francés,
Física y Química.17

Al alborear el nuevo siglo, comenzaron a


agudizarse las inconformidades con el régimen
porfiriano y lo que emanara de él. El gobernador
Mercenario se reeligió en 1901 para un tercer
período que concluiría en 1905. Pero no logró
ejercer este último período gubernamental, pues
dimitió a principios de 1901. Un movimiento de
perfil antireeleccionista encabezado por el Lic.
Rafael Castillo Calderón, lo obligó a abandonar el
poder. Para sustituirlo se envió al poblano Agustín
Mora. Lamberto Popoca“catedrático del Colegio
del Estado”, comenzó a redactar “en la imprenta
del Gobierno” el periódico el Heraldo del Sur para
apoyar furibundamente la candidatura y eventual
gubernatura de Mora, aun a costa de generarse
enemigos políticos.18

Pocos meses después se proclamó en la


población de Mochitlán, Guerrero, el Plan del
Zapote que desconocía al régimen porfirista y a
la gubernatura de Mora. Planteaba una franca
oposición a la reelección, promoviendo reformas
a la Constitución de 1857 y el reparto de tierras.
Este movimiento sería reprimido por un oficial

17
“Apertura de clases”, Periódico Oficial del Estado de Guerrero,
10 de enero de 1900, p. 4; “Escuela Normal para Profesoras.
Programa”, Periódico Oficial del Estado de Guerrero, 20 de
octubre de 1900, p. 5.
18
“El Heraldo del Sur”, en Diario del Hogar, 25 de abril de 1901.

21
porfirista: Victoriano Huerta.19 Sin embargo, el
movimiento habría de determinar cambios en
la esfera gubernativa guerrerense. La posición
política de Lamberto Popoca, firme porfirista
vinculado con los poderes locales, lo llevaría
a puestos de aparente relevancia mayor, pero
en una situación cada vez menos confortable,
lo que condicionaría su salida del estado
de Guerrero.

Lamberto Popoca, entonces de 42 años, se


dejaba ver en los actos públicos con el poco
popular gobernador Mora. Después de haber
ocupado puestos como visitador de prefecturas y
de Hacienda, en 1902 se convierte en el prefecto
político de Acapulco “nombrado especialmente
por el Sr. Mora”, en una situación crítica que
después explicaría con amplitud en una carta al
ministro José Yves Limantour.20 Para 1903 don
Lamberto es nombrado por el mismo gobernador
Mora como Inspector de Instrucción Pública del
estado de Guerrero.21

Acusando motivos de salud, Agustín Mora


abandonó la gubernatura en 1904. Después del
interinato de Carlos Guevara tomaría la gubernatura

19
Cf. Leyva Castrejón, Mauricio, El Plan del Zapote: la
primera rebelión del siglo XX, FOECA, México, 2009.
20
“Carta de Lamberto Popoca a José Yves Limantour”, Centro
de Estudios de Historia de México-Carso, Col. José Yves
Limantour, Fondo CDLIV, Segunda Serie, 1904, carpeta 27,
doc. 123.
21
Ídem.

22
Manuel Guillén, un viejo ex monarquista que en
su tiempo apoyó a Maximiliano. Se acercaban cada
vez más los días en que las dificultades políticas
iban a alejar a Lamberto Popoca de aquella entidad.
Después de la salida de Mora de la gubernatura,
Popoca no volvería a ocupar en Guerrero puesto
público alguno, su buena estrella acusó un franco
descenso. En una carta fechada en octubre de 1904,
Lamberto Popoca se dirigió a José Yves Limantour,
el poderoso ministro de Hacienda del gobierno
porfiriano, en la que pide le ayude a conseguir
un empleo fuera del estado de Guerrero. La carta
aporta muchos datos acerca del momento vivido por
nuestro personaje, pero también arroja mucha luz
acerca del perfil del mismo, por lo que la transcribo
de manera íntegra:

Chilpancingo, octubre 10 de 1904.

Señor Ministro
Lic. José Yves Limantour

México
Señor de mi alta consideración y respeto:

En mis grandes deseos de servir a la Federación,


y muy directamente al Sr. Presidente, quien
me conoce, y tiene bastantes referencias mías,
me permití escribirle, manifestándole con
encarecimiento ocupe mis servicios, a fin
también, de dejar de prestarlos a este Estado, al
que he consagrado mis energías y contingente de
ilustración en pro de su progreso.

23
El Sr. Gral. Díaz, en sus grandes bondades
para todos, y con especialidad para sus adictos
de corazón, me favoreció contestando a mi carta,
con fecha 22 del mes próximo pasado que ya
transmití a Vd. mis deseos para que ocupara mis
aptitudes en algún empleo dependiente de esa Sría.
de Hacienda, que tan acertada y dignamente es a
cargo de su ilustre y honorable persona.

He desempeñado aquí, en Guerrero, en los


muchos años que he estado con sus Gobernadores
hasta el Sr. Mora, distintos empleos, como: Visitador
de Prefecturas, de Hacienda, Catedrático de las
Escuelas Preparatoria y Normal, en varias clases:
Matemáticas, Cosmografía, Física, Pedagogía,
Francés, y otras más; fui prefecto político de
Acapulco, nombrado especialmente por el Sr. Mora
para arreglar las circunstancias difíciles en que el
Comercio se rebeló en 1902 contra disposiciones del
Gobierno, y tomar medidas contra la temible invasión
de la peste bubónica por aquel puerto, tocándome
conjurar ambas situaciones; últimamente era yo
-hasta junio- Inspector de Instrucción Pública en el
Estado; ….pero pasan aquí tantas cosas actualmente
y estoy- como otros- sufriendo tantos perjuicios, que
a todo trance estoy dispuesto a emigrar, o no servir
más al nuevo gobierno, que premia mis afanes y
servicios (sin mancha), por muchos años al Estado,
con vejaciones injustas, y reducción a la miseria;
sólo porque fui de los que distinguió al Sr. Mora,
ayudándole contra los sediciosos Castillistas que se
pronunciaron en Mochitlán, y son simpatizadores
de éstos, dispuestos a ejercer venganzas,- desde el

24
Srio. de Gobierno- los que rodean, influyen, y tienen
toda protección del Sr. Gob. D. Manuel Guillén,
siempre cariñoso y consentidor de los abusos de
sus paisanos.

A Vd. Sr. Ministro deberé mi salvación, pues


tan indulgente y bondadoso como el Sr. Presidente
con quienes como yo, somos leales infatigables
obreros del progreso, no dudo se dignará aceptarme
y proponerme para un empleo de su vasta esfera
de acción, en el que protesto a Vd. redoblar mis
acostumbradas actividades, en el gran deseo y
voluntad de servir al Gobierno Federal, que siempre
tiene garantías para sus empleados activos y
honrados.

En esta ocasión tengo la oportunidad gratísima


de ponerme a sus respetables órdenes, como su muy
atento y afectísimo Seguro Servidor que espera de
su bondad.

Lamberto Popoca

Aparentemente, Limantour lo ayudó a salir de la


entidad. Pero eso también condicionó que los cargos
y responsabilidades que ocupó posteriormente fueran
mucho menores de los que había desempeñado
en Guerrero, por lo cual se trasladó de manera
definitiva al estado de Puebla. Ignoramos la fecha en
que abandonó Guerrero, pero la primera referencia
con que contamos es que en 1906 fungía como jefe
de la sección de Beneficencia del Departamento de
Justicia y Beneficencia e Higiene en Puebla. Se trata

25
de una noticia del movimiento de asilados en el
Hospital de Dementes.22

Esta suerte de confinamiento que lo alejó de


las disputas políticas en Guerrero, aparentemente
lo condujo a la escritura de ciencia y literatura.
En un momento determinado de 1907, Lamberto
Popoca se encontraba ya en Tlatlauquitepec, una
pequeña población de la Sierra Norte de Puebla,
notificando almonedas.23 Su estancia en este lugar se
prolongó algunos años. En mayo de 1910, desde esa
población enviaba una carta al Correo Español, a fin
de exponer al fundador de la Sociedad Astronómica
Mexicana, Luis G. León, sus dudas acerca de los
peligros que entrañaba el encuentro de la Tierra con
el Cometa “Halley”, lo que supuso múltiples temores,
desinformaciones y anuncios de catástrofes.24

El año siguiente se trasladó a Atlixco, donde


retomaría su cercanía con la educación. Ahí tuvo a su
cargo el Fondo de Instrucción Secundaria por un corto
tiempo.25 También en Atlixco fundó un colegio del
que da cuenta Héctor Azar en su obra autobiográfica
De cuerpo entero, al hablar de su salida de Atlixco en
1938. De estar aún con vida, Popoca rondaría ocho
décadas de vida.26 Fue en Atlixco donde don Lamberto
22
“Departamento de Justicia y Beneficencia e Higiene”, en
Periódico Oficial del Estado de Puebla, agosto de 1906, p. II2.
23
“26ª Almoneda”, en Periódico Oficial del Estado de Puebla,
mayo de 1907, p. 546.
24
“De interés público”, en El Correo Español, 10 de mayo de 1910.
25
Periódico Oficial del Estado de Puebla, agosto de 1913, p. 217
26
Azar, Héctor, De cuerpo entero, Universidad Nacional
Autónoma de México, México, 1991, p. 25.

26
y Pomposita Popoca nuevamente echaron raíces.
En esa población lo alcanzaron las noticias del inicio
y avance de las operaciones zapatistas en el ámbito
morelense y el poblano. Causó un fuerte impacto la
operación zapatista en la fábrica de la Covadonga, de
lo que da cuenta en su libro –“¡Ahí está Covadonga en
el Estado de Puebla! Oh, ¡Covadonga! donde se viola
a la esposa y se les asesina y se les roba después”.27

Fue en Atlixco donde terminó de dar forma a su


libro Historia del bandalismo en el Estado de Morelos,
aunque lo llevó a imprimir a la ciudad de Puebla en
la Tipográfica Guadalupana, ubicada en el número
1 de la calle de Micieses. Desconocemos el lugar y
la fecha de su fallecimiento, pero el Censo Nacional
de 1930 mantiene un registro: en Atlixco vivían don
Lamberto Popoca de 65 años, junto con su esposa
Pomposa Estrada de 49, con quien estaba unido en
matrimonio civil. Junto con ellos vivían sus hijos
Graciela (26 años), Natividad (24 años), Raimundo
(12 años) y Fausto (7 años). Don Lamberto daba a
los empadronadores una edad imprecisa: en realidad
tenía 71 años.

La obra

Historia del bandalismo en el Estado de Morelos,


es una de las tres obras fundamentales cuyo tema
central es el bandidaje que aquejó a Morelos a
Popoca, Historia, 1912, p. 93. Para mayores detalles de la
27

operación zapatista en la Covadonga, véase Pineda Gómez,


Francisco, La irrupción zapatista. 1911, Ed. Era, México,
1997, pp. 159-161.

27
Familia Popoca Estrada.

Colección Particular, Sra. Lourdes Obdulia


Popoca Cabildo, nieta de Lamberto Popoca.
Material facilitado por José Raúl Ramos Popoca
y Vanessa Ramos.
mediados del siglo XIX, encarnado por la célebre
banda de los Plateados. También es la más tardía.
Las otras dos son Los Plateados de Tierra Caliente.
Episodios de la Guerra de Tres Años en el estado de
Morelos. Cuento semi-histórico, de Pedro Robles
(firmada bajo el seudónimo de Perroblillos)28
publicada en 1891;29 y la más conocida de todas:
El Zarco, episodios de la vida mexicana en
1861-63 de Ignacio Manuel Altamirano, publicada
en 1901.30

Por otra parte, debido a su sentido de crítica


al zapatismo desde lo local, puede equipararse
además con otro libro que vio la luz en el
contexto del temprano estallido revolucionario,
Los crímenes del zapatismo, de Antonio D.
Melgarejo Randolph, publicado en 1913, aunque
este último más enfocado al movimiento suriano
del siglo XX.31

28
Pedro Robles es el autor de Los Plateados de Tierra Caliente,
a quien se ha identificado erróneamente por nombres
distintos, entre ellos Pablo Robles, o simplemente por su
seudónimo Perroblillos, impuesto por Manuel Dublán. Véase
Barreto Zamudio, Carlos Agustín, “Perroblillos, autor de Los
Plateados, revela su identidad”, en Suplemento Confabulario,
Diario El Universal, México, 22 de abril de 2006.
29
Robles, Pablo, Los plateados de tierra caliente, Premia
Editora S.A., México, 1981.
30
Altamirano, Ignacio Manuel, El Zarco. Col. Sepan Cuántos
No. 61. Editorial Porrúa, México, 1984.
31
Melgarejo, Antonio D., Los crímenes del zapatismo (Apuntes
de un guerrillero), F.P. Rojas y Cía., Imprenta Antonio
Enríquez, México, 1913.

29
Muy probablemente fue escrita en su totalidad
durante la etapa poblana de la vida de Lamberto
Popoca y Palacios, entre Tlatlauquitepec y Atlixco.
Dado que la etapa histórica que relata el autor
(1859-1863/64) coincide con sus primeros años de
vida, la obra no es producto de sus recuerdos. Pudo
haber estado apoyado en la memoria familiar,
especialmente en los relatos de su padre, hombre
protagonista de la época que se relata. Popoca no
habla demasiado de sus fuentes y sólo se limita
a decir que “la persona superviviente que nos ha
proporcionado los datos de los sucesos de que
trata el libro” formó parte de los ‘siete valientes’
que en Mapaxtlán se organizaron para perseguir
y exterminar a los Plateados.32 No menciona el
nombre de ese séptimo hombre, sino sólo seis: Rafael
Sánchez, Atanasio Sánchez, Mateo Cázares, Efrén
Ortiz, Guillermo Gutiérrez y Cristino Zapata, tío de
Emiliano Zapata.

El libro consta de un prólogo y once capítulos,


cuyos títulos varían en relación a lo que aparece
en el índice. El relato va de marzo de 1859, en
que Popoca describe el “debut de un bandido”
hasta el desmembramiento de los Plateados entre
1863 y 64. En la obra se va desarrollando una
versión purificada de los Plateados, asociada a
las luchas nacionales, a favor del liberalismo y
del republicanismo frente al conservadurismo, la
invasión francesa y el monarquismo. Esta versión
romantizada de los Plateados será la base para, con

32
Popoca, Historia, 1912, p. 89.

30
su opinión, poner en mala posición a los zapatistas.
Por lo demás, se abordan abundantemente temas
como el origen, la organización, prácticas y
conflictos al interior de la banda. También, se
va siguiendo el proceso de desarticulación de
los Plateados, encabezado por los hacendados
azucareros de la región y atribuido principalmente
al coronel liberal mapasteco Rafael Sánchez.

El relato se centra en Salomé Placencia


(respetando la manera en que Popoca escribe
el apellido, pues en otras fuentes aparece como
Plascencia, Plasencia o Plasensia), personaje
estrictamente histórico. Placencia fue el líder
más emblemático de los Plateados a quien
Popoca califica de “noble bandido”, lo que
contrasta con la opinión que de él hubo en su
época. Altamirano, por ejemplo, lo describe
como un “Fra Diávolo de la tierra caliente” que
logró consolidar “una especie de señorío feudal
en toda la comarca”.33 Por otra parte, si en
El Zarco de Altamirano se forma un triángulo
amoroso entre Manuelita, el herrero Nicolás y
el bandido Zarco –personaje literario basado en
bandoleros reales-, en el texto de Popoca también
existe un triángulo amoroso entre Homobona
Merelo, Eufemio Ávalos -purgador de la hacienda
de Atlihuayán- y Salomé Placencia. Según el relato
de Popoca, Homobona Merelo acompañaría a
Placencia hasta su muerte.

Altamirano, Ignacio Manuel, El Zarco. Col. Sepan Cuántos


33

No. 61. Editorial Porrúa, México, 1984, p. 41.

31
Una de los rasgos distintivos de esta obra es
que aunque gran parte del texto se desarrolla bajo
la forma de una novela histórica, un importante
número de personajes y hechos históricos son
verificables en archivos y hemerografía de la época.
Incluso, abre la posibilidad de hacer cruces de
información histórica con los textos literarios de
Robles y Altamirano. Pongo un par de ejemplos:
Uno es el relato del comerciante español José
Altolaguirre que aparece en el capítulo III. De
acuerdo con Popoca, Altolaguirre había pactado
lealtad con los Plateados, cuando después de
salvar su propio plagio se convirtió en cómplice
y principal proveedor de armas.34 Como consta
en un expediente del Ramo Justicia Imperio del
Archivo General de la Nación, Altolaguirre estuvo
encarcelado en Cuautla. Pero el gobierno de la
Regencia decidió su traslado a la cárcel de Belén
por el peligro que representaba que los Plateados
trataran de liberarlo.35

El otro ejemplo es la llegada de Salomé Placencia


a la prefectura de Yautepec que relata Popoca en
el Capítulo V. En dicha ocasión, en el periódico El
Siglo Diez y Nueve apareció un artículo llamado
“Los animales de nueva especie”, firmado bajo
el seudónimo del Contra-Plateado (al parecer,
tras este seudónimo estaba Francisco Pacheco,
el Cronista, periodista morelense de tendencias
conservadoras) que confirma el episodio.

34
Popoca, Historia, 1912, pp. 43-49.
35
Archivo General de La Nación, Justicia Imperio, Vol. 7 exp. 5.

32
Respecto de la nueva posición de los Plateados en
Yautepec, encargados de la administración y la
seguridad públicas, el Contra-Plateado preguntaba
con disgusto: “¿A estos malvados se encarga el
orden y seguridad públicas del desgraciado distrito
de Yautepec y la persecución de los reaccionarios?
[…] son monstruos que no respetan nada por
sagrado que sea”.36

En la página 90 aparece como fecha de


finalización del texto el 31 de diciembre de 1911.
Da la impresión que tanto las referencias a los
zapatistas en el prólogo, como el capítulo XI,
son añadidos posteriores al relato acerca de los
Plateados que el autor debió haber comenzado
algunos años, o al menos unos meses antes. En
realidad, el comparativo plateados-zapatistas
es bastante reducido en el contexto general de la
obra, concentrada mayormente en la historia de
los bandoleros de mediados del siglo anterior.
La entrada en la escena revolucionaria de los
zapatistas durante marzo, y los derroteros por los
que transitó el zapatismo durante aquel año de
1911 dio al escrito de Popoca un carácter distinto.

Antizapatismo

Con los zapatistas en campaña en 1911, en


distintos ámbitos del estado de Morelos se habló
del renacer de los Plateados que se mantenían (se

36
“Los animales de nueva especie”, en El Siglo Diez y Nueve, 5
de diciembre de 1861.

33
mantienen) en el imaginario colectivo, la literatura y
la tradición oral de los pueblos. Las élites económicas,
gubernamentales, así como los sectores ilustrados
alertaron el retorno a un pasado atormentado por el
bandolerismo, lo que se empleó como un argumento
eficaz para justificar el acoso a los zapatistas. Incluso,
se corrió la versión de que los plateados habían tomado
nuevamente las armas en el estado de Morelos.37

Pocos fueron los que entonces estuvieron dispuestos


a reivindicar una lucha de marcado tono popular,
campesino e indígena como la zapatista y la
comparación fue inevitable: Si en 1860 habían
surgido los Plateados, en 1911 la estafeta de la
criminalidad había sido tomada por los zapatistas.
Popoca retomó y abundó en esta comparación. Por
cierto, es importante mencionar que la historiografía
del zapatismo también se ha asomado a este balance
comparativo.38

37
Rueda Smithers, Salvador, El paraíso de la caña, historia de
una construcción imaginaria, Col. Biblioteca INAH, México,
1998, p. 203.
38
Sotelo Inclán, que conoció el libro de Popoca, opina que
se trata de “una obra publicada para desprestigiar al general
Emiliano Zapata, el autor Popoca y Palacios comparó a los
plateados con los zapatistas, sin tomar en cuenta que operaron
en el mismo territorio, pero con finalidades muy distintas”,
Véase Sotelo Inclán, Jesús, Raíz y Razón de Zapata”, Gobierno
del Estado de Morelos, Instituto de Cultura de Morelos, 2010,
pp.309-310. Otro ejemplo de estos comparativos es aquel que
hace Samuel Brunk, quien sugirió que la principal diferencia
entre plateados y zapatistas fue el Plan de Ayala. En su
opinión, al carecer de “un programa explícito, los Plateados
habían fallado en captar el amplio apoyo entre los aldeanos,

34
Las opiniones de Lamberto Popoca se anclaron
en los valores porfirianos-positivistas –“¡En todo
el divino Progreso! ¡Bendito sea el Progreso y el
Adelanto!”, menciona en el texto-,39 por lo que
su percepción negativa del zapatismo resulta
esperable. Para don Lamberto “los hombres
honrados, los cerebros bien puestos, luchan por
y perecen heroicamente defendiendo la justicia,
el progreso, y el bienestar de los pueblos. Los
hombres criminales, los cerebros degenerados,
luchan desesperadamente en pro de sus ambiciones
personales; teniendo por ideal la rapiña del botín
en cualquiera de sus formas”.40 Este cúmulo
de estas ideas y la severidad de sus juicios
predominan en sus opiniones: “ahí está el ejemplo
de la causa del Anarquismo y del Socialismo,
con sus impracticables principios; ideas que sólo
acarician y defienden los locos… ¡y los locos
son cerebros degenerados y los degenerados son
los criminales!”.41

El eje de su argumentación surge del


comparativo que hace del licenciamiento de las
fuerzas liberales auxiliares después de la Guerra
y eventualmente habían sido capturados y matados”. A
decir de Brunk, “el Plan de Ayala era justamente el tipo
de programa revolucionario del que los Plateados habían
carecido”, Cf. Brunk, Samuel, “La muerte de Emiliano Zapata
y la institucionalización de la Revolución Mexicana (1919-
1940)”, en Espejel López, Laura (Coord.), Estudios sobre el
zapatismo, INAH, México, 2000, p. 338.
39
Popoca, Historia, 1912, p. 34.
40
Popoca, Historia, 1912, p. 96.
41
Popoca, Historia, 1912, p. 96.

35
de Reforma y el licenciamiento de las fuerzas
maderistas en los estados, entre las que se contó
a los morelenses. La consecuencia de ambos
licenciamientos había sido el bandolerismo, pero
con claras diferencias. Para Popoca los bandoleros
del siglo XIX habían sido originalmente honrados
trabajadores de las haciendas orillados a un
bandolerismo patriótico y noble. Pero su juicio
acerca de los segundos fue demoledor. Para él,
la mayoría de los zapatistas, eran “criminales
excarcelados, exentos de todo sentimiento noble
[…] Aquellos [los Plateados] robaban, plagiaban y
mataban cuando lo exigía su defensa personal; los
zapatistas o bandidos de ahora no respetan a jefe
ninguno; asesinan sin piedad a gente indefensa;
roban y destruyen lo que no se pueden llevar; y lo
que es peor, incendian y vuelan con dinamita las
habitaciones de pacíficos ciudadanos. Si aquellos
fueron leones, estos son chacales; si aquellos fueron
bandidos estos son cafres salvajes y la vergüenza para
México en pleno siglo XX”.42

Para don Lamberto, los zapatistas quedaban en


clara desventaja frente a los Plateados: los bandidos
elegantes del siglo XIX, idealizados con el paso del
tiempo, “heroicos en su bandalismo”, habían sido
suplidos en 1911 por “hordas de foragidos asesinos
é incendiarios […] ¡Qué contraste! Los bandidos
de ahora se distinguen porque visten y montan
desarrapadamente, como unos pordioseros”.43

42
Popoca, Historia, 1912, p. 6-7.
43
Popoca, Historia, 1912, p. 13.

36
La razón que exponía Popoca derivaba de una
suerte de degeneración, concepto frecuente en
su argumentación: “Han pasado cincuenta años,
y gérmenes morbosos de aquellos hombres:
idiosincrasia pervertida de aquellos bandidos;
revuelto fango de las enterradas cloacas de aquellos
facinerosos, han surgido rabiosos con los semblantes
descompuestos de caínes, y la ferocidad salvaje
de chacales”.44

Lamberto Popoca continúa haciendo descrip-


ciones devastadoras de los zapatistas, cuestionan-
do sus motivos y alcances. Aunque es de llamar la
atención el hecho de que acepta que el Plan de San
Luis “ha sido un engaño para quienes lo ayuda-
ron”, y que el presidente Madero había incumplido
las promesas de restitución de tierras. Popoca se
preguntaba: “¿Y por qué esos feroces asesinos del
Estado de Morelos se han hecho llamar zapatistas?
[…] al grito de Viva Zapata comienzan el saqueo,
el incendio de las fincas, y los cobardes asesina-
tos de gente indefensa […] ¿Y por qué, Emiliano
Zapata, si al principio de la pasada revolución se
lanzó a la lucha por defender el establecimiento
de un gobierno democrático, por qué permite, por
qué acepta, que hordas desenfrenadas de salvajes,
tomen su nombre para mancharlo con las más viles
infamias de cafres?”.45 Popoca sugería que Zapata
exigiera a su gente el rigor de las armas, pues “las
pobres víctimas, que dedicados al trabajo honrado,

44
Popoca, Historia, 1912, p. 92.
45
Popoca, Historia, 1912, p. 94-95.

37
no pueden ser responsables de las mentiras de la
política, ni de las falsedades de sus hombres”.46

Don Lamberto, como una conclusión de su trabajo,


sugería retomar la experiencia histórica que llevó a
la extinción de los Plateados para repetirla con los
zapatistas. Un plan de acción que articularan, como
entonces, hacendados, autoridades, jefes decididos
y vecinos en armas: “No debe prolongarse más una
situación tan desastrosa para la industria, para el
comercio, y para la tranquilidad general de dicho
Estado. Si el Gobierno es impotente para remediar
tantos males y dar garantías a esa Entidad, ármense
los vecinos del Estado, con acuerdo del Gobierno;
ayuden los hacendados con todos los elementos que
puedan y buscando jefes [como los que exterminaron
a los Plateados] emprendan tenaz persecución contra
los bandidos hasta exterminarlos”.47

Lamberto Popoca y Palacios dio por terminado su


relato poco más de un mes después de la promulgación
del Plan de Ayala, aunque no hace mención alguna
del documento fundamental del zapatismo. La
evidencia histórica arroja un balance distinto al
que plantea Popoca. Las fuentes nos hablan de unos
Plateados históricos ciertamente cercanos a las
luchas nacionales, pero alejados del halo de nobleza
y la visión romantizada en el que insiste Popoca para
desacreditar al zapatismo.48 Plateados y Zapatistas,

46
Popoca, Historia, 1912, p. 95.
47
Popoca, Historia, 1912, p. 98-99.
48
Véase Barreto Zamudio, Rebeldes y bandoleros, 2012.

38
aunque operaron en el mismo espacio en épocas
de profunda crisis social, fueron grupos distintos,
sólo comparables en la órbita del descrédito.

Pero más allá de su marcado antizapatismo, que


puede generar reservas, el libro de Lamberto Popoca
y Palacios es una obra fundamental. Representa
una fuente básica para la comprensión histórica del
estado de Morelos y del país en momentos clave del
siglo XIX y en los albores del XX. El hecho de que
se haya hecho de cara al estallido revolucionario
y su impredecible desarrollo posterior potencia
su dimensión. De ahí la enorme importancia y el
significativo acierto que cobra la decisión de hacer
esta reedición. La perspectiva del autor resulta
inmejorable, pues representa el punto de vista
de un hombre que vivió en carne propia -como
un protagonista regional en Morelos, Guerrero
y Puebla-, las circunstancias de una compleja
transición entre dos siglos.

39
Detalle. Ataque a una diligencia. M. Serrano Castro, lit.
Col. “México y sus alrededores”. Litografías Decaen.
Editor Portal del Viejo Coliseo.
CAPÍTULOS
ASUNTOS DE ESTA OBRITA
(Contenido)

Prólogo. ¡Ayer como ahora!

Capítulo I. El debut de un bandido.

Capítulo II. Un rapto por cuenta ajena.

Capítulo III. Los imitadores de “Luigi Vampa”.

Capítulo IV. Bandidos y Sátiros.

Capítulo V. “Los Plateados “como Auxiliares


en la guerra con Francia.

Capítulo VI. “Los Plateados” matan cien soldados imperialistas.

Capítulo VII. Un adulterio que divide a “Los


Plateados” en “Charros” y “Catrines“.

Capítulo VIII. Entra en campaña Don


Rafael Sánchez, de Mapaxtlán.

Capítulo IX. Mapaxtlán, pueblo pequeño, que se hace


grande y fuerte, defendiéndose de los bandidos.

Capítulo X. Mueren los terribles jefes de


“Los Plateados”. Su extinción.

Capítulo XI. Época actual de Vandalismo, o cincuenta


años después, ¡comparaciones ¡ y modo de exterminarlo.

OBRA ESCRITA POR


LAMBERTO POPOCA Y PALACIOS
Hacendado mexicano.
Dibujo de Claudio Linati (segunda mitad del siglo XIX).
PRÓLOGO
Consecuencia del licenciamiento de las
fuerzas auxiliares liberales, en 1861.
¡Ayer, como ahora!

E
n los comienzos del año de 1861 ocupó el
Señor Presidente D. Benito Juárez la Capital
de la República, después de la batalla de
Calpulalpan en la que fue derrotado el General
Miramón por las fuerzas liberales fronterizas al
mando del General Don Jesús González Ortega.

Una de las disposiciones del nuevo gobierno


fue el licenciamiento de las fuerzas auxiliares de
los estados que habían cooperado al triunfo de
la Constitución; pero no con los miramientos
y atenciones con las que actualmente se ha
licenciado a las fuerzas que ayudaron al triunfo
del Señor Madero, no. Aquellos valientes no
recibieron cuarenta pesos cada uno en cambio de
una carabina vieja, ni los despidieron ofreciéndoles
promesas ilusorias. No había millones en las
reservas del tesoro nacional para derrocharlas,
había necesidades; y el gobierno, que juzgaba que
los soldados auxiliares habían cumplido con su
deber defendiendo la ley se limitó a dar una orden
general, dando las gracias a todos aquellos patriotas
que voluntariamente se afiliaron en la defensa de

43
los principios liberales y quienes podían volver a
sus hogares y dedicarse a sus trabajos habituales,
que tenían antes de la guerra.

La recompensa era dura, pero necesaria para las


circunstancias económicas por las que atravesaba
el país.

Aquellos que habían sido trabajadores de las


haciendas del estado de Morelos -3er Distrito
de México entonces-, no se conformaron con
volver a sus primitivas ocupaciones; se habían
acostumbrado a la vida agitada del guerrillero,
habían cobrado amor a las buenas armas, al buen
caballo y a los latrocinios revolucionarios, y en
consecuencia, muchos de ellos quedaron en armas
con sus respectivos jefes a la cabeza, dedicándose
al bandidaje.

Lo mismo ha pasado ahora con los llamados


zapatistas en el mismo estado de Morelos, sin
embargo, de que el Gobierno les dio dinero porque
se pusieran en paz, y fue a suplicárselos el mismo
Señor Madero.

Aquellos habían sido trabajadores honrados


antes de ser revolucionarios, mientras que la mayor
parte de los zapatistas, son criminales excarcelados
exentos de todo sentimiento noble, de bandidos
valientes. Aquellos, respetaban altamente a sus
jefes; había garantías relativamente, en medio de
aquel caos; bastaba un pequeño servicio hecho
a cualquiera de aquellos bandidos, para que los

44
jefes diesen un salvoconducto al benefactor y
ordenara a todos los cabecillas el respeto a su
persona e intereses. Aquellos robaban, plagiaban y
mataban cuando lo exigía su defensa personal; los
zapatistas o bandidos de ahora, no respetan a jefe
ninguno; asesinan sin piedad a gente indefensa;
roban y destruyen lo que no se pueden llevar, y lo
que es peor, incendian y vuelan con dinamita las
habitaciones de pacíficos ciudadanos. Si aquellos
fueron leones, estos son chacales; si aquellos fueron
bandidos estos son cafres salvajes, y la vergüenza
para México en pleno siglo XX.

Sin embargo, de que aquellos tenían muchos


jefes, pues eran muchas las gavillas de ellos y
se llegaban a reunir hasta mil hombres, todos
respetaban y temían al famoso y temerario Salomé
Plascencia, quien como guerrillero, en la toma de
Cuautla el 8 de Junio de 1860 a las 5 p. m., por las
fuerzas liberales fue el primero que con un grupo
de quince de los suyos, asaltó las trincheras de la
calle real, sobre los disparos de la artillería y entre
una nube de fuego y balas que los quería contener.
Se tomó la ciudad en esa hora. Las caballerías lo
arrollaron todo, perecieron los jefes reaccionarios
que la defendían; salvándose solamente el Coronel
D. Francisco Lemus a “uña de caballo”, con unos
pocos de los suyos y gracias a la confusión y a su
valor temerario también.

Después de Salomé Plascencia, que era el más


audaz, el más noble y el más arrojado, seguían
en segundo orden otros muchos, como José

45
Mondragón, Felipe “El Zarco” y Severo su hermano,
Epifanio Portillo, Silvestre Rojas, Pablo Rodríguez,
Juan Pliego (a) “Joyaipa,”. Pantaleón Cerezo,
Epitacio Vivas, Juan Perna (a) “El Chintete”, etc.
Por la Sierra Fría, merodeaban Francisco Villa,
Ignacio Rodríguez (a) “El Mosco” y otros más; pero
todos sin excepción temían y respetaban como jefe
supremo a Salomé Plascencia. ¡Mucho había de
valer este hombre entre tanto desalmado, entre
bandidos tan terribles, para temerlo y respetarlo!

El bandidaje imperó, pues, en el estado de


Morelos (extendidas sus depredaciones a los estados
de Veracruz, de Puebla y de Guerrero), después del
licenciamiento de las fuerzas auxiliares liberales
en 1861.

Veremos en el curso de esta obrita todo aquello


de que eran capaces esos hombres terribles.
Sus costumbres, sus hazañas, sus amores y
sus venganzas.

46
PRIMERA
PARTE
“El Chinaco” de Juan Moritz Ruguendas.
Óleo sobre tela. Neoclasicismo e Independencia.
CAPÍTULO
1
El debut de un bandido.

L
a plaza de Yautepec ha sido siempre de
importancia mercantil en el estado de
Morelos. Concurren a ella de todos los
contornos y haciendas a verificar sus compras
y ventas y vienen también, hasta de muy lejos, a
realizar sus mercancías y proveerse de cuanto les
es necesario.

Una tarde de marzo de 1859, cinco comerciantes


ganaderos de sur habían realizado a buen pecio
una gran partida de reses procedentes de Iguala,
y se regresaban contentos a su rumbo, ajenos de
todo peligro de robo en el camino, pues todavía no
se alteraban por completo la seguridad y garantías
de los viajeros. Llevaban nuestros caminantes
tres mil pesos, producto de la venta de su ganado;
montaban regulares caballos, iban perfectamente
bien armados siguiendo el camino que conduce a
Tlaltizapán y que pasa por Xochimancas, Ticuman
y Barreto.

Acababan de pasar una barranquilla y al llegar


a una pequeña meseta del terreno, vieron a su

49
derecha a un hombre a caballo, que a distancia
de doscientos metros corría por la falda del cerro
poniente entre los breñales, y paralelamente al
camino que llevaban nuestros comerciantes, como
si tratase de ganarles distancia sobre el mismo
derrotero que seguían.

No les llamó la atención aquel jinete, que tenía


todo el aspecto de un ranchero o vaquero de las
haciendas cercanas; tanto más, cuanto que aquel
hombre llevaba una reata en la mano como el que
persigue a una res en el campo con intención de
darle alcance y lazarla. Llevaba, sin embargo,
una especie de escopeta colgada a la espalda cuyo
detalle hizo que uno de los viajeros dijera: -Ese
amigo, vaquero ha de ser muy afecto a los conejos,
pues no larga la escopeta ni para lazar a los toros.

-Quién sabe si sea un mañoso que va a dar el


soplo de que vamos aquí con dinerito- replicó otro,
-y más lejos nos salgan, pues toda la gente de este
rumbo son ladrones.

-¡Qué¡- agregó un tercero con desprecio


-necesitaban juntarse unos diez por lo menos;
vamos bien montados y armados y es difícil que
tan cerca de Yautepec, nos salieran.

Otro de los comerciantes añadió: -Sobre todo,


el dinero lo hemos recibido en la noche y dentro
de casa, nadie nos ha visto en la calle con él, para
despertarles la codicia.

50
El quinto viajero terminó diciendo: -¡No hay que
fiar! Toda esta gente, de veras es mala y atrevida
y debemos ir prevenidos con nuestras armas; de
Tlaltizapán para adelante, ya nos vamos seguros.
Durante esta corta conversación de aquellos
ganaderos, el hombre que corría por la falda del
cerro se perdía en las sinuosidades del terreno,
llevándoles ya alguna ventaja.

Caminaron tranquilamente durante algún


tiempo cuando vieron de cerca que venía
encontrándolos y montado en brioso caballo, con
la escopeta en las manos, el hombre aquel a quien
creían un vaquero. Los viajeros vacilaban en creer
que un hombre solo iba a atacarlos. Llega el hombre
cerca de ellos y al grito de “¡alto!”, les apunta y se
oye el golpe seco del martillo de su arma, la que
no había disparado, es decir, le había “mentido.”
Arrienda violento su caballo, da media vuelta y
corre en dirección al monte.

Tan imprevisto y rápido había sido aquel falso


ataque que no tuvieron tiempo aquellos caminantes
de sacar sus armas, sino hasta el momento en que lo
vieron huir rumbo al cerro. Lo siguieron entonces
disparándole unos cuantos tiros, y volvieron a
emprender su camino luego que se les perdió en
el bosque.

Parece que aquel atrevido se preocupaba más


de componer su arma que de los balazos que le
tiraban, pues corría inclinado sobre la escopeta

51
tratando de componerla. No era en efecto una
escopeta, sino una “tercerola” de chispa a la que
se le había aflojado el pedernal, y aquel hombre,
llevaba también en la cintura dos pistolas, de las
llamadas entonces “americanas”, de un solo tiro.

Los ganaderos quedaron asombrados de la


audacia y atrevimiento de aquel hombre.

Debe ser un loco –decían- cuando se atreve a


salirnos solo y con una escopeta vieja nos ataca.
Sin embargo, puede reunir a otros, y debemos ir
con las armas en la mano, hasta que lleguemos a
Ticumán. Siguieron, prevenidos en dicha actitud, y
viendo atentamente a uno y otro lado del camino.
Después de andar un cuarto de hora más llegaron
al rancho de San Felipe, que el camino atravesaba
entonces por unos corrales de piedra y palos,
con sus trancas respectivas o entradas. Estaba en
esos días abandonado, pues en esos parajes, solo
en la época de lluvias van ahí a ordeñar unas
cuantas vacas.

Apenas acababan de entrar en los corrales de


aquel rancho, cuando una terrible detonación
les ensordece, y cae mortalmente herido uno de
aquellos comerciantes, el que iba primero, y ven
saltar sobre ellos salvando la cerca de piedra al
hombre aquel que hace pocos minutos les había
dado el falso ataque y se había escondido en el
monte. Aunque la sorpresa fue grande, todos a la
vez le dispararon sus armas, pero la puntería falla
con el susto y nadie le hiere.

52
El hombre aquel, con movimientos rápidos, en
su brioso caballo se confunde entre ellos, vuelve a
disparar y cae bañado en sangre otro comerciante;
arroja por el suelo la “tercerola” o escopeta de
chispa, y un tercer disparo con la segunda pistola
americana mata a otro viajero; evoluciona en el
caballo como un relámpago, saca violento un filoso
machete y carga sobre los últimos dos que ya huyen,
pero la tranca de salida está puesta, les da alcance
descargándoles terribles machetazos en la cabeza
y en la espalda y caen también de sus caballos que
corren azorados dentro de aquel corral.

Aquel bandido, sin cuidarse de que los heridos


vivan o hayan muerto se baja tranquilamente de su
caballo, lo ata en el palo de la cerca y comienza a
coger los caballos de los comerciantes uno por uno
y a desatarles de la grupa los enrollados sarapes,
dentro de los cuales llevaban las bolsas de dinero
bien repletas de pesos fuertes.

Una vez que las tuvo todas hizo cuidadosamente


dos bultos, pues serían más de tres mil pesos;
echó una ojeada a los caballos, eligió uno y le
cargó sobre la silla el botín aquel de su pillaje, no
sin agregarle las armas de aquellos hombres, que
yacían inmóviles.

Montó en su caballo, cruzó una pierna sobre la


silla y se puso a cargar pacientemente su escopeta y
sus pistolas. Se alejó por fin de aquel lugar, tirando
del cubrestante al caballo en que había cargado su
botín, y diciendo al pasar junto de aquellos heridos

53
o muertos: “Me llevo un cabal, si alguno de ustedes.
vive, reclámeselo a Salomé Plascencia”.

En efecto aquel había sido el autor de tan sangrienta


hazaña. Cuatro horas más tarde se presentaban las
autoridades de Yautepec en el lugar de los sucesos,
pues no faltó quien diera aviso. Habían muerto cuatro
de aquellos ganaderos, el quinto, aunque herido
gravemente pudo relatar detalladamente lo sucedido
tal como lo referimos, dudando creer las autoridades
tanta audacia y atrevimiento de aquel Salomé, cuyas
señas precisas dio el herido, repitiendo además las
palabras que aquel dijera al alejarse.

Este fue el primer robo, el primer asalto que tuvo


resonancia en el rumbo, y el primero que cometía
aquel hombre, que fue más tarde el asombro entre
sus mismos compañeros y el terror del estado
de Morelos.

Salomé Plascencia era oriundo de Yautepec, de


complexión robusta, alto, fornido, color blanco o
güero, y lampiño completamente, vestía sencillamente
en comparación de sus demás compañeros y
subalternos: camisa de bretaña de pechera bordada
y aplanchada con muchas tablitas, calzonera de
paño azul y botas de campana, dentro de las que
siempre cargaba un par de puñales. Usaba sombrero
de lana, sin adornos de los llamados “alemanes”. No
lo inclinaba la miseria al robo, pues era hombre de
recursos pecuniarios; era de buena familia y estaba
emparentado con la mejor sociedad de Yautepec.

54
Aunque era sonoro el timbre de su voz hablaba
socarronamente, con ese acento de los que
llamamos “payos”. Sin embargo, de su estatura casi
gigantesca, tenía una agilidad asombrosa, y corría
a pie con la velocidad de un caballo. Diestro en el
manejo de las armas, era terrible montado en los muy
briosos caballos que usaba.

Lazaba, picaba, banderilleaba y capoteaba


admirablemente los más bravos toros, tanto a pie
como a caballo.

Sus demás compañeros y subalternos hacían


lo mismo, aunque con menos arrojo y maestría;
pero todos eran unos centauros, en la agilidad
asombrosa de jinetes consumados.

Con excepción de Salomé Plascencia, quien ya


dijimos que vestía sencillamente, de simple camisa
y calzonera, todos los demás se prodigaban un
lujo escandaloso en la confección de sus trajes
de charro.

Usaban pantaloneras de fino paño, con tres,


cuatro y cinco vistas de abotonaduras caprichosas
de plata, chaquetas bordadas con hilo de oro, y
cuajados también de grandes botones y colgajos
de plata maciza y flecos de galón; los sombreros
cubiertos casi de galones de oro y plata; espuelas
de plata; muchos de ellos; las sillas de montar,
plateadas también completamente, con vaquerillos
bordados de plata.

55
Un derroche hacían de este metal, pues hasta en
los estribos la usaban en grandes chapetones, así
como en las cabezadas. No faltó quien le mandara
poner a su caballo favorito herraduras de plata.
Cada bandido de aquellos, el menos lujoso en su
vestimenta de charro y montado a caballo, podía
tener en todos sus arreos un valor de mil pesos. Este
uso escandaloso de la plata por aquellos hombres,
les trajo el nombre de “Plateados”.

¡Qué contraste! Los bandidos de ahora se distin-


guen porque visten y montan desarrapadamente,
como unos pordioseros.

56
CAPÍTULO
2
Un rapto por cuenta ajena,
que aprovecha el raptor.

V
ivía en el real de la Hacienda de Oacalco
una bellísima joven que llevaba nombre
de Homobona Merelo. Contaba, apenas
unos diecisiete años. Era alta, esbelta y flexible
como las palmas del desierto, rubia como las
vírgenes de Rafael. Sus cabellos parecían de oro,
sus ojos grandes y rasgados, su nariz perfecta, su
rostro ovalado y sus labios carmíneos, como la
flor del granado. Todo su conjunto era hermoso y
atractivo, y los dependientes de las haciendas que
la veían los domingos en la plaza de Yautepec, se
desvivían por obtener una mirada o una sonrisa
de aquella linda joven, cuyas formas esculturales
podían dar envidia a las Venus de Murillo.

Entre tantos apuestos jóvenes que la cortejaban,


había obtenido la preferencia para recibir sus
sonrisas Eufemio Avalos, purgador de la Hacienda
de Atlihuayan, quien tanto insistió con apasionadas
cartas y obsequios, que consiguió tener relaciones
amorosas con la bella rubia.

57
Vivía ésta, en compañía de la madre, de los
productos de un pequeño comercio que les había
dejado su esposo al morir y no sufrían ninguna
clase de necesidades.

El afortunado novio de Homobona, impaciente


por poseer tantos tesoros reunidos en aquella virgen,
le había suplicado muchas veces, y en la forma
más apasionada, que se fuera con él ofreciéndole
toda clase de comodidades, en una casa que le
pondría en Yautepec, pero la joven en cuyo corazón
podemos decir que no había entrado el amor, se
negaba terminantemente a tales proposiciones,
pretextando que no abandonaría nunca a su madre.
El novio insistía diciéndole, que vivirían juntos,
trasladándose ambos a Yautepec; pero Homobona
era firme en sus resoluciones y no transigía con las
pretensiones de su novio.

Hay que advertir que en aquellos tiempos y en


aquellos rumbos los verdaderos matrimonios eran
pocos, pues en todas las clases sociales prevalecían
las emancipaciones libres, es decir, sin preocuparse
porque los enlaces tuvieran como ahora la sanción
civil o eclesiástica.

Así pues, no detenían a Homobona los escrúpulos


de una unión con su novio, como generalmente se
acostumbraba, sino lo que ya hemos dicho: no sentía
todavía amor por ningún hombre.

Algo comprendía de esto D. Eufemio Ávalos y se


desesperaba terriblemente ante las negativas de su

58
novia, jurando en su interior hacerla suya, aunque
para ello emplease la violencia.

Pasaban los días y D. Eufemio pensaba en


planes para robar a su novia, sin decidirse por
ninguno. Era hombre honrado y le repugnaban los
actos violentos, principalmente en amores; y sobre
todo, no quería cargar con la responsabilidad o
crítica de la sociedad, por más que los raptos casi
eran una costumbre.

En la efervescencia de su pasión, de su amor o


de sus deseos de poseer cuanto antes al ídolo de
su corazón, se le ocurrió ver a Salomé Plascencia
para que la robara o la hiciera robar por los suyos a
condición de simular un inmediato rescate en los
momentos que huyeran con la robada, y aparecer
en la fingida pelea como salvador de Homobona,
el mismísimo novio, D. Eufemio Avalos, quien le
entregaría anticipadamente cien pesos a Salomé
Plascencia, por dicho juego.

Don Eufemio pensaba que una vez en su poder


la intransigente novia, la llevaría donde él quisiese
y la gratitud de ella al arrancarla de las manos
de los bandidos, la volverían dócil y amante para
quedarse en su compañía.

Resuelto a poner en práctica este último


recurso, que le pareció bueno, se dirige un día
a Salomé Plascencia, le comunica sus deseos
y su plan, y le suplica haga el favor con tales
condiciones.

59
-Bueno… amigo-, le contestó Salomé -vengan los
cien pesos y mañana mismo tendrá Ud. a la joven
en la misma hacienda, pues no acepto ni en chanza
que mis muchachos pierdan con unos catrines y les
quiten a la muchacha-, sería eso una vergüenza.

Don Eufemio se conformó acariciando la idea de


que al día siguiente tendría en su poder a la dueña
de sus pensamientos. Así es que contestó: -Acepto
D. Salomé, acepto, y aquí tiene usted. los cien pesos,
y le largó cinco monedas de oro de a veinte pesos
cada una.

-Bueno, amigo volvió á decir Salomé a las seis de


la tarde estaré en la hacienda con la joven, prevenga
una habitación donde duerma.

Ya hemos dicho que D. Eufemio Ávalos era


purgador de la Hacienda de Atlihuayán. En esa
hacienda vivía comúnmente Salomé Plascencia,
por las condiciones propicias para el ataque y para
la fuga, que él le juzgaba; pues encontrándose al pie
de los cerros al sur de Yautepec, sigue una sucesión
interminable de montes sin poblado ninguno, hasta
Cuautla, Villa de Ayala y Tlaltizapán, pudiendo ser
también dicha hacienda un seguro e ignorado lugar
de descanso, después de sus correrías por cualquier
rumbo que fuese.

Volvamos al objeto de este capítulo.

Después de que se separaron nuestros


contratantes, se alejó muy contento Eufemio y

60
Salomé se quedó diciendo para sí: -No ha de ser
cualquiera cosa la joven ésa, donde me da cien pesos
el avaro de D. Eufemio porque se la robe, me dio las
señas donde vive y que se llama Homobona, ya la
conoceré mañana mismo.

Largo, interminable y fastidioso, fue el


siguiente día para D. Eufemio. Renegaba que
Salomé le hubiera puesto el plazo hasta las seis
de la tarde para tener a su adorada, comió poco
y de prisa figurándose que de un momento a otro
podían llegar.

Desde muy temprano arregló lo mejor que pudo


la habitación en que alojaría a su paloma, y con
frecuencia volvía a entrar examinando todo, por si
faltase algo. A las cuatro de la tarde abandonó por
completo el trabajo del Purgar.

A las cinco mandó un mozo rumbo a Oacalco


con la orden expresa de volverse a todo galope,
luego que viera que venía D. Salomé, entre tanto
volvía a subir a contemplar por décima vez el nido
que había preparado a su bellísima novia, quien
estaría allí a las seis, según lo convenido.

Había mandado preparar una cena apetitosa


para las siete de la noche, cenarían los tres: Su
novia, él y D. Salomé. Sí, lo convidaría a cenar
–pensaba- era muy justo.

Dieron por fin las seis de la tarde, entró nuestro


hombre en una excitación grandísima, grandísima;

61
corre al portón de la hacienda, el cual no se había
cerrado por su orden y no ve a nadie hasta donde
alcanza su vista. -Es muy tarde- decía -y no vienen.
¡Oh! ¿Y si por desgracia D. Salomé se encontró con
las fuerzas del Gobierno?- Se preguntaba. -¿Qué
suerte correría mi Homobona? ¡Bah!... D. Salomé
es valiente y astuto, y es muy difícil lo que pienso-,
se repetía para darse ánimo y esperar tranquilo.

A las ocho de la noche mandó ensillar su caballo


y ordenó que lo acompañaran dos mozos para ir
a un negocio urgente a Yautepec -les dijo- pero
él pensaba salir rumbo a Oacalco a informarse y
auxiliar a Salomé. Sin embargo, pensó que pudo
no ir Salomé esa tarde a cumplir con su encargo, y
tuvo la prudencia de no ir a ninguna parte y esperar
desesperado hasta el siguiente día. Pasó una noche
de insomnios horrorosa, la duda era su verdugo.

Amaneció por fin, el día siguiente. La mañana


estaba oscura todavía; las sombras de la noche no
habían cedido por completo el imperio a la luz, y
apenas rayaban el cielo los primeros fulgores de
la aurora, cuando ya el enamorado D. Eufemio
interrumpía con sus sonoras pisadas en los
corredores de la hacienda, el silencio de aquella
noche, que tan crueles pensamientos le había
sugerido a su imaginación calenturienta por la
pasión y el deseo de ver a su Homobona.

Bajó a los Purgares y se encaminó al cuarto de


los mozos para despertarlos e informarse si había
regresado el que mandó rumbo a Oacalco, en la

62
tarde del día anterior. Estos le dijeron que había
vuelto dicho mozo como a las once de la noche
acompañando a D. Salomé, quien traía una mujer
al parecer robada.

-Dónde están? Ese mozo, que me explique todo-


gritó D. Eufemio.

-Está durmiendo todavía el mozo que fue, pues


se desveló un poco- le contestaron.

-Pero, ¿dónde está?- volvió a gritar D. Eufemio.

-Aquí señor, aquí está durmiendo- volvieron


a contestar los mozos, habían abierto la puerta
de aquel cuarto y le señalaron el lugar donde
dicho mozo.

D. Eufemio saltó dentro del cuarto corrió al


rincón donde dormía el mozo aquel, y sacudiéndolo
fuertemente por un brazo le gritaba: -¡Julián! ¡Julián!
… ¡Vamos! ¿Qué ha pasado anoche? ¿Por qué no
subiste a darme aviso? ¡Despierta! ¿Qué ha pasado?

El mozo se despertó sobresaltado, oyó las últimas


palabras de D. Eufemio, se sentó restregándose
los ojos y contestó: -Nada ha pasado. Llegamos y
D. Salomé se metió a su cuarto con la robada y se
encerraron… ¡Adivine usted!

Don Eufemio no contestó, no dijo una palabra,


salió de aquel cuarto dando saltos, y con el semblante
desencajado por la ira corrió a la habitación que

63
ocupaba Salomé Plascencia. Llegó a la puerta y
llamó a puñetazos, pero nadie le contestó.

Volvió a golpear más fuertemente, con igual


resultado. Lanzó terribles imprecaciones y
terminó diciendo: -¡La vida de los dos! La vida
de los dos será mi venganza, ¡infames! Y volvió a
dirigirse al cuarto de los mozos.

-Ensillen un caballo, voy a Yautepec a un


negocio urgente-, les dijo con voz temblorosa- y
vaya cualquiera a preguntar al portonero si ha
salido ya Don Salomé.

Daban las cuatro de la mañana en el reloj


de la hacienda y tocaban “a faena”, mientras le
ensillaban el caballo a D. Eufemio volvió el mozo
con la razón del portonero, de que nadie había
salido.

No quiso D. Eufemio que lo acompañara


ninguno. Montó a caballo y al pasar frente a
la puerta de la habitación de Salomé, volvió a
apretar los puños con rabia, repitiendo entre
dientes: “la vida de los dos, por la burla que me
han hecho, ¡infames!”, y salió fuera de la hacienda
con dirección a Yautepec, de donde regresó hasta
en la tarde.

Veamos nosotros lo que había pasado entre


Salomé Plascencia y la hermosa Homobona
Merelo.

64
A las diez de la mañana del día que ofreció a D.
Eufemio robarla, ya se encontraba en la Hacienda
de Oacalco, explorando el terreno y tomando sus
informes reservadamente.

Salomé quería conocer a la joven y hablarle, si


era posible antes de llevársela a la fuerza, lo cual
le era tan fácil, y se encontró con la noticia de que
la Señora Madre de Homobona pasaba por médica
en la hacienda, es decir, curandera, quien alguna
vez se dignaba ir a ver a los enfermos cuando le
pagaban un peso por la visita.

En el acto se le ocurrió a Salomé que un amigo


se fingiera enfermo y otro fuera a suplicar a la
señora pasara a reconocer al paciente, dándoles
para pagar bien a la curandera por adelantado.

Ya hemos dicho que tenían un pequeño


comercio en el Real de la Hacienda y naturalmente,
que mientras la señora salía a sus curaciones se
quedaba Homobona al cuidado y acompañada
de una sirvienta.

Luego que el enviado puso dos duros en manos


de la médica rogándole pasara a curar al enfermo,
se apresuró y salió de su casa acompañada de aquel.

Casi inmediatamente entró Salomé en la


tiendecita acompañado de otro individuo y pidieron
puros y unas copas de vino, las que apuraron de un
sorbo, saliéndose Salomé un momento.

65
-Niña- le dijo a Homobona el individuo aquel
-conozca usted. al famoso Salomé Plascencia.

-¡Oh! ¿Éste es? Pues no parece hombre malo


como dicen.

-¡Oh! No es malo, niña -agregó el individuo-,


al contrario, es malo cuando lo hacen enojar o se
oponen a lo que él quiere.

Salomé volvió a entrar y se calló aquel hombre,


quien a su vez, se escurrió fuera de la tienda
dejándolo solo con Homobona.

-Joven, ¿usted se llama Homobona? Dispense


usted la pregunta- le dijo Salomé con una sonrisa
particular.

Ésta se puso roja como una amapola y contestó:


-Si señor, soy Homobona Merelo para servir a
usted.

-Bueno niña, pues no perdamos el tiempo, tengo


encargo de D. Eufemio Ávalos de Atlihuayán, de
robar a usted y entregársela, y me alegro que se
haya dirigido a mí que puedo evitarlo si usted no
lo quiere. Dígame con franqueza si estará usted
contenta con él, y si usted lo ama y le ha dado
palabra de casamiento y siendo así, irá usted segura
conmigo y la llevaré con D. Eufemio.

-¡Jesús me valga!- exclamó Homobona -¿Yo irme


con D. Eufemio? Ni lo pienso, ni lo quiero. Se ha

66
encaprichado en que me vaya con él, hace ocho días,
que por eso hemos terminado nuestras relaciones.

Homobona hablaba con voz balbuciente y de roja


al principio se había puesto intensamente pálida.
Estaba más hermosa.

-Bueno niña -agregó Salomé- no se irá usted con


él, pero le diré una cosa, ya no está usted segura en
esta casa, ni en ninguna otra, D. Eufemio pagará
a otros hombres y éstos se la robarán a usted sin
miramientos, y quién sabe si hasta la maltraten y
atropellen. Sólo yo puedo ponerla en lugar seguro,
si no tiene voluntad de que la lleven con D. Eufemio
resuélvase usted.

-Pues no señor, no tengo voluntad de irme con


D. Eufemio.

-Piénselo usted bien niña, y no olvide que otros


vendrán a robarla. Si no quiere que yo la salve lo
sentiré mucho, pues es usted muy hermosa-, volvió
a decir Salomé.

A ésta volvió a enrojecerle el semblante y contestó:


-Mire usted señor, voy a pensar lo que debo hacer y
le avisaré a usted.

-¡Está bien, linda! Volveré al oscurecer para que


me diga lo que haya usted pensado.

-Venga usted mejor como a las nueve de la noche


que hayamos cerrado aquí y que mi mamá ya

67
duerma, para que no sepa estas cosas y le resuelva
yo. Reniego de D. Eufemio- terminó diciendo con
un hermoso mohín.

-¡Gracias, mi vida! Estaré por aquí a la hora que


usted manda.

El individuo que llegó con Salomé a la tienda


volvió a entrar en esos momentos, pidieron unas
cajas de sardinas, pan, queso y una botella de
catalán, y Salomé sacó un puñado de pesos, como
veinte o treinta. Los puso sobre el mostrador;
saliéndose ambos, sin hablar una palabra más.

Debemos decir, que Salomé estuvo -dado su


carácter- galante y tierno en exceso con aquella
joven, y ésta más que huraña, tal vez hasta amable
y dulce en su última respuesta.

Homobona veía atentamente a Salomé de arriba


a abajo y pensaba en no sé qué, que no se dio cuenta
del dinero que quedaba sobre el mostrador hasta
que aquellos hombres hubieron salido. Entonces
sintió vergüenza de su distracción, quiso gritarles
para devolverles lo que sobraba del importe de lo
que habían comprado, pero no pudo y se sintió
clavada en su sitio. Se conformó, pensando que en
la noche le devolvería el sobrante al hombre aquel,
y tomó el importe de los efectos pedidos guardando
el resto en un papel.

Poco después llego muy contenta la madre,


de su visita al enfermo, y encontró que su hija se

68
sentía un poco indispuesta y que deseaba retirarse
a su pieza. La madre le examinó, dijo que era una
ligera jaqueca, que se le quitaría acostándose un
rato, y ordenó á Homobona se fuera a la cama.

La joven se encerró en su cuarto, pues lo


que deseaba era estar sola, con los muchos y
encontrados pensamientos que la asaltaban.

Por una ventanilla alta y enrejada que tenía su


pieza, y que daba a un pequeño jardín, se puso
a contemplar ensimismada el pequeño pedazo de
cielo que podía verse, sentada en su cama.

“Qué poca delicadeza tiene ese hombre Don


Eufemio que paga porque me roben y me lleven a la
fuerza con él. ¡Lo creía más caballero! Si conforme
no lo quiero, lo quisiera, esto que intenta de que
me roben, bastaría para aborrecerlo. ¡Cuánto
me alegro de haber conocido a ese Don Salomé
Plascencia, de quien he oído tantos actos de
valor. ¡Oh! Si de veras tuviera yo su protección”,
siguió diciendo. Después se quedó pensativa un
momento.

Se fue violentamente a una mesita; sacó de


un cajón un pliego de papel de cartas y un lápiz
y se puso a escribir. –Sí -dijo en voz alta- debo
reprocharle su conducta, decirle lo que se merece
y cuál es mi resolución.

En efecto, escribía una terrible carta a D.


Eufemio, luego que la terminó salió de su

69
cuarto violentamente y la entregó a la sirvienta
ordenándole la llevara al correo de la hacienda.

Hay que advertir que la “Güera”, como le


decía la gente de aquella finca, era de un carácter
violento, y como todas las mujeres tenía en alto
grado la mansedumbre del gato y las ferocidades
de una leoncilla. En el cielo hermoso de sus ojos,
fulguraban de cuando en cuando relámpagos
de infierno.

Regresó a su pieza después de mandar aquella


carta que ya tendremos ocasión de conocer. Volvió
a sentarse en la cama, como cuando entrara la
primera vez mientras externaba sus pensamientos
en voz muy baja, diciendo: -¡Es horrible! Si ese
D. Salomé me dice que me han de llevar donde
quiera que yo esté, es porque lo sabe bien.
Sé muy bien que él es el jefe de todos esos
hombres y si acepta mis condiciones, puedo
decirle que me proteja como me lo ha ofrecido.
¿Deberé comunicarle todo a mi madre? Sí, que
sepa la verdad y que no se aflija y me dé sus
consejos, si no me convienen, sobra tiempo para
desobedecerlos.

-Hablaré con ella después de que cierre la


tienda-, y ya más tranquila se recostó en su cama.

Pocos momentos después la madre le tocaba


la puerta, diciéndole: -Abre hija, quiero ver cómo
te sientes.

70
Homobona se levantó lentamente y fue a abrir
la puerta.

-¿Cómo te sientes hija? ¿Ya estás mejor?- le


dijo entrando.

-Ya me pasó la jaqueca madre, pues me siento


bien-, contestó Homobona.

-Yo creía que seguías mala y ya cerré la


tienda para venir a curarte, además que la
venta fue buena hoy y ya sabes hija que yo no
soy ambiciosa. Encontré dentro del cajón como
diecisiete pesos en un papel, ¿ésos de qué fueron
que los envolviste?

Homobona había olvidado guardar en otro


lugar el resto del dinero que Salomé había dejado
sobre el mostrador al pagar y que pensaba
devolverle.

-Madre, precisamente pensaba en contarle


usted todo lo que ocurrió mientras usted fue a
ver al enfermo. Ese dinero del papel es de Salomé
Plascencia.

La señora dio un salto, asustada: -¿Qué dices?


¿Estuvo en la tienda Salomé Plascencia? ¡Jesús
nos ampare, hija..!

-Cálmese usted madre, le contaré todo y no se


alarme, pues parece un hombre bueno ese señor y

71
no nos hace ningún mal, y bien puede hacernos un
bien, es decir a mí.

-Cuenta, dime pronto lo que ha pasado, ¿a qué


vino? ¿Lo sabes?

-Homobona refirió detalladamente todo,


repitiendo exactamente cuánto le dijo Salomé y lo
que le ofreció.

-Por todo esto madre, comprenderá usted mi


situación y que no nos queda otro remedio que
aceptar los favores que me ofrece para librarnos de
peores cosas de los demás bandidos.

-¿Y si es un engaño y un plan lo que te dijo


ese hombre?

-Madre -repuso Homobona- piense usted en


una cosa, que ese hombre pudo venir con los
suyos y llevarme por la fuerza, sin preguntarme
nada, ni importarle mi voluntad. Esto revela su
buena fe y sinceridad en cuanto me ha dicho. Yo
no quería que usted supiera nada, para no afligirla
y le dije que viniera a las nueve de la noche a
mi resolución, cuando usted durmiera; pero lo
esperaremos las dos a esa hora; lo conocerá usted
y nos resolveremos.

-Bueno hija mía, bueno -dijo la madre-, has


pensado bien, las dos le hablaremos que nos salve,
¡así lo permita María Santísima de Guadalupe!

72
Siguieron censurando la acción de D.
Eufemio, único culpable que había originado
aquellos peligros y zozobras. Cenaron tristes
y meditabundas, especialmente la madre, y se
fueron a la tienda a esperar las nueve de la noche
para hablar con D. Salomé. Mientras, hicieron un
balance a la memoria de lo que contenía aquel
tendajón, para saber lo que perderían en un robo
de aquellos bandidos.

Poco antes de las nueve de la noche llegó un


tropel de caballos a las puertas de la casa. La señora
comenzó a temblar asustada; pero Homobona con
una entereza impropia de su edad se fue a abrir una
puerta, y preguntó en la oscuridad. ¿Ya está usted
ahí, D. Salomé?

“¡Valiente muchacha!”, dijo una voz y Salomé


adelantó el caballo agregando:

-Ya estoy aquí a sus órdenes, linda joven.

-Bájese usted del caballo y entre a la casa para


que hablemos juntos con mi madre.

Salomé se sorprendió de aquel nuevo arreglo.


Recordaba que ella misma le había suplicado
fuera a las nueve cuando ya estuviera durmiendo
la madre. Pensó en una traición, pero era hombre
arrojado hasta la temeridad y así es, que sin vacilar
bajó del caballo con sus pistolas, su machete a
la cintura y el mosquete en la mano y entró a la

73
tienda. Había dado las riendas de su caballo a uno
de los que lo acompañaban, diciéndole algo en
voz baja.

-Si Ud. quiere señor, que quede la puerta abierta, al


fin los demás cuidarán.

Aquella especie de reproche tan dulce, quizá en


relación con la desconfianza de Salomé, picó algo su
amor propio, pues se volvió un paso y cerró y atrancó
la puerta, diciendo: -Así estaremos más seguros, bella
joven.

Tenían luz en la tienda; Salomé vio a la señora que


tenía una cara espantada, y le dijo: -No se asuste usted
señora, nada malo pasará a su linda hija, ni a usted.

-Señor- balbució la madre de Homobona -estoy


enterada de los peligros que le busca a mi hija ese
cobarde de D. Eufemio, sálvela usted, confío yo en
que será usted el defensor de estas dos pobres mujeres
que no le hacen mal a nadie.

Homobona sollozaba cubriéndose la cara con las


manos.

Algo raro para un corazón de bandido sintió


Salomé en el suyo, se había sentado sobre el mostrador
y puesto ahí su mosquete, y al oír esto y ver que la
joven sollozaba, saltó hacia donde estaba sentada la
señora, le dio un abrazo cariñoso y le dijo: -Señora, le
doy a usted palabra de hombre de que nada le pasará a

74
su hija; pero quiero salvarla de otros que vengan aquí
sin que yo lo sepa, pues los míos la respetarán. Me
ha simpatizado y la amo, pero a nada la obligaré si
ella no puede quererme.

-Haga usted lo que guste, señor, llévela y sálvela,


confío en su palabra.

-Sí, vámonos- agregó Homobona -lléveme con


usted adonde esté segura.

-En mi casa- contestó Salomé -y la llevaré si


usted queda tranquila señora.

-Sí, quedo tranquila, pues va con usted, y ¿podré


ir a verla?

-Si usted manda señora, el domingo se reunirán


en Yautepec y se pasará usted a vivir allá con ella o
en Atlihuayan.

-Vamos hija, llévate lo preciso y que Dios te


bendiga.

Homobona entró al interior un momento y


salió con una pequeña maleta en la mano y puesto
su rebozo.

Antes de marchar trataron de entregar a Salomé


el sobrante de su dinero, pero insistió en que se le
quedara a la señora, agregando: -Nada le faltará a
su hija, ni dinero ni ropa.

75
Madre e hija se dieron un abrazo, despidiéndose
hasta el domingo.

Montó Salomé a la joven en su caballo que


llevaba preparado y emprendieron todos, rápida
marcha.

Ya sabemos que a las once de la noche llegaron


a Atlihauyan. Los compañeros se quedaron en las
casas del “Real” y Salomé con su preciosa carga,
entró a la hacienda, dirigiéndose a su cuarto.

Entregó los caballos a su mozo particular y se


metió con Homobona a su cuarto.

Encendió luz, le dispuso su cama para ella; le


rogó que se acostara para descansar, lo que ella
aceptó pues venía magullada por el caballo, y él se
retiro al rincón opuesto echándose de espaldas en
un petate y con sus armas al alcance de su mano.

Esta fue la primera noche que pasó junto a la


mujer que lo acompañaría toda su vida, la misma
que alguna vez le curaría sus heridas, la que
aprendería también el manejo de las armas para
defenderlo, la que le sobreviviría muchos años.

El amor se desarrolló entre ambos. No parecía


sino que había nacido el uno para el otro.

Pero al siguiente día que amaneció, cuando D.


Eufemio se condenaba aceptando los pensamientos

76
criminales de la vulgaridad, su ex novia se
encontraba casta y pura como las vírgenes Vestales,
y sin zozobra en su conciencia sin mancha, pues le
había escrito los duros reproches que merecía su
conducta violenta y criminal.

Salomé amó a la joven luego que la conoció, y


como había comprendido la burla inicua que de ella
quería hacer D. Eufemio, inclinó los acontecimientos
en otro sentido, pero no faltó a su hombría de bien.

A las seis de la mañana salió de su cuarto


sin hacer ruido para no despertar a la joven y
se encaminó en busca de D. Eufemio, pero no
quiso que se asustase su huésped y pensó esperar
la ocasión, al siguiente día, para darle cuenta de
su encargo.

Si hemos dicho que Salomé tenía habitación


dentro del casco de la hacienda, también diremos
que fuera de ella y en el Real, tenía su casa donde
habitualmente vivía, así es que no apareciendo
D. Eufemio regresó al cuarto encontrándose ya
despierta a la joven Homobona a quien invitó al
desayuno. Salieron para la casa que Salomé tenía
en el Real con toda clase de servidumbre, poniendo
todo esto a las órdenes de la joven y diciendo que se
le sirviera en todo y la respetaran y atendieran como
a él mismo.

Como a las cuatro de la tarde regresó D. Eufemio


de Yautepec, con un humor negro. Había recibido la

77
carta de Homobona; los duros reproches y la verdad
que contenía lo habían exasperado más.

Iba a tomar informes de Salomé, cuando vio a


éste que llegaba dirigiéndose hacia él.

-Lo he buscado a usted todo el día D. Eufemio,


venga conmigo para que se despida de quien usted
sabe; por de pronto tenga sus cien pesos y no me
vuelva a hacer encargos de robar mujeres, pues
también soy hombre y no me agradan mucho esas
comisiones.

Esto se lo decía Salomé con tono amistoso.

Don Eufemio no contestó, sin embargo de su


enojo, no se atrevía á pelear con aquel hombre
terrible. Recibió los cien pesos en las mismas
monedas que él diera, y le volvió la espalda, mudo
de cólera, alejándose de Salomé.

Éste le dijo: -No es mía la culpa D. Eufemio, sino


de quien no hace sus negocios personalmente.

Salomé salió de la hacienda con dirección a su


casa en el Real.

Don Eufemio volvió a montar a caballo y se


fue para Yautepec, sediento de venganza. Buscó
al comandante militar de la plaza que estaba
todavía en poder del gobierno reaccionario y le
dijo: -Señor, vengo a comunicarle que el bandido
Salomé Plascencia se encuentra en estos momentos

78
en una de las casas de la Hacienda de Atlihuayan y
esta noche puede usted, si gusta, apoderarse de él.

-Tengo órdenes de acabar con ese hombre y con


todos los suyos, pero es preciso no alarmarlos
sin conseguir el objeto. Si usted quiere un servicio
a la sociedad y al gobierno, espíe usted sus
movimientos y en segura ocasión deme aviso y
recibirá quinientos pesos de gratificación.

-No, señor, no lo hago por interés de dinero.

Convinieron aquellos dos hombres en el pronto


exterminio de Salomé. El uno obedecía al deber,
sin rencores ni pasiones. El otro era impulsado por
los sentimientos más viles de los cobardes.

Aunque Salomé pasaba el día fuera de la


Hacienda de Atlihuayan en sus correrías, cuando
dormía ahí siempre lo hacía en su cuarto, dentro
del casco de la hacienda, pues el dueño de la finca
había ordenado se le diera habitación y cuanto
pidiese, con el fin de tener sus intereses seguros de
todo peligro, como realmente lo estaban.

No habían pasado ocho días desde el


ofrecimiento que hizo D. Eufemio al comandante
militar en Yautepec, cuando una noche en
que dormía tranquilo Salomé en compañía de
Homobona, en su cuarto de la hacienda, ésta fue
circunvalada por la infantería y caballería del
gobierno reaccionario. Se abrieron los portones y
penetraron dos compañías, que se distribuyeron

79
por todas partes, dirigiéndose diez soldados
y el jefe a la puerta del cuarto donde dormía
Salomé, golpeando fuertemente y ordenando
imperiosamente que abrieran la puerta: “A la
autoridad”.

Despertose Salomé vistiéndose de prisa, pero


sin sobresaltarse. Homobona se levantó también y
se vistió asustada. El primero le dijo: -Son soldados
del gobierno, y esto es la venganza del cobarde de
D. Eufemio. Tal vez me maten; pues es difícil que
me escape. Mira- le dijo señalándole una cajita-
llévatela, que no te la roben, tiene quinientos pesos
en oro y no tengo aquí otra cosa que dejarte, si me
escapo te veré allá fuera en la casa que conoces.
Ahora párate, aquí junto a la puerta para que no
te toque un balazo-, y la colocó en el rincón del
cuarto del lado de la puerta.

Se puso las pistolas en la cintura, cogió su


mosquete en una mano y en otra su machete y se
dispuso a abrir la puerta.

Durante estos rápidos preparativos de Salomé,


habían seguido los golpes a la puerta furiosamente; y
como la noche estaba completamente oscura tenían
varias linternas diseminadas por el patio. El cuarto
estaba más oscuro aún que afuera, pues a la indecisa
luz de las estrellas, siempre se veía un poco.

-¡Allá voy!- Les gritó Salomé y a este grito, los


soldados que apuntaban con bayoneta calada, se
hicieron a un lado, como si esperasen la salida de

80
una fiera. Abrió la puerta y les dijo con entereza:
“¡Entren!”

Nadie se movió y el jefe ordenó que saliera


pronto. Pudo Salomé desde el fondo oscuro del
cuarto, distinguir en la penumbra del exterior, los
bustos de varios hombres a tres o cuatro pasos de la
puerta. Hizo fuego con su mosquete sobre uno de
ellos, quien rodó por el suelo, e instantáneamente
hicieron fuego sobre la puerta todos los demás; pero
en el momento que disparó se había arrastrado por
el suelo como una serpiente, y había hecho girar
su machete por los pies de los soldados hiriendo
a varios.

Corrió velozmente por un lado, le dispararon


por otro y se armó una gran confusión entre los
soldados, que corrían de acá para allá, siguiéndole
la pista y disparándole sus armas sin precisar la
puntería, pues apenas vagamente se distinguían los
bultos a diez pasos de distancia.

Trataría de salir por un caño, pero distinguió la


caballería en el exterior y se regresa, encontrándose
que corrían soldados hacia ese lugar; se arroja
sobre el que va más cerca de él y lo deja tendido
de un machetazo en la cabeza. Gana la huerta que
está por el lado del cerro, sus tapias no son muy
altas, las escala con el machete en los dientes y sus
pistolas en la cintura, las que no ha disparado para
no indicar su pista y, por fin se arroja al campo,
perdiéndose luego en el monte del cerro, cuyos
breñales llegan hasta las tapias de la hacienda.

81
¡Salomé se había salvado milagrosamente!

Los soldados siguieron sus pesquisas dentro


de la hacienda, hasta ya muy claro el día. Todo lo
registraron inútilmente, pues al perderse Salomé
en la huerta, no supieron más de él.

Se llevaron presa a Homobona, quien no olvidó


su dinero y a quien puso en libertad el comandante
militar después de informarse de su vida y los
motivos por los que vivía con Salomé.

Don Eufemio huyó del rumbo de Yautepec,


yéndose a Cuernavaca y colocándose otra vez de
dependiente en la Hacienda de Treinta.

Un mes después de los acontecimientos que


acabamos de referir, se verifica el rapto de una
joven en dicha hacienda, por cuatro “plateados”.Los
vecinos y dependientes de la mencionada hacienda,
unidos y armados en número de cuarenta, salieron
persiguiendo a los raptores con intención de darles
alcance y matar a los cuatro atrevidos bandidos
que en tan corto número se habían arrojado
en pleno día y en finca tan poblada a cometer
dicho rapto.

Entre los perseguidores iba D. Eufemio Ávalos,


sediento de matar “plateados”. Los raptores no se
daban mucha prisa por huir y los llevaban siempre
a la vista y no muy lejos. Intempestivamente se
vieron rodeados y atacados por un gran número de
bandidos (cerca de cien), quienes les habían puesto

82
una emboscada a los de treinta. Éstos se devuelven
en precipitada fuga, mueren como quince de ellos y
varios quedan heridos; D. Eufemio queda también
muerto a machetazos, por el mismo Salomé
Plascencia, promotor de aquel plan de venganza.

Tras de los fugitivos vienen de nuevo los cuatro


“plateados” con la joven raptada. Llegan con ella
hasta las primeras casas de la hacienda, la bajan del
caballo, le dan “las gracias”, y uno de ellos le arroja
un cartucho con dinero, diciéndole: -Vaya chata,
tenga para que se le quite el susto-, y regresan a
galope a unirse con sus compañeros.

Este fue el sangriento epílogo con que


terminaron las consecuencias de los arranques
pasionales de D. Eufemio Ávalos por la hermosa
virgen de Oacalco.

Lo llevaron sus violencias a un fin desastroso,


y más que sus violencias, sus traiciones y vilezas.

83
Hacienda de Atlihuayán.1990.
Archivo fotográfico Valentín López González.
CAPÍTULO
3
Los imitadores de Luigi Vampa
en México, y sus Maestros.

A
l terminar el primer tercio del siglo
pasado, radicaban en el estado de
Morelos dos terribles bandidos que
cometieron un sinnúmero de depredaciones,
Fidemio “El Zarco” y Blas Guadarrama, este
último avecinado en el pueblo de Jantetelco del hoy
Distrito de Jonacatepec.

Con halagadoras promesas reclutaban gente


en dicho estado, principalmente jóvenes y con el
pretexto de comerciantes contrabandistas, hacían
grandes correrías por los estados de Puebla y de
Veracruz, cometiendo asaltos y asesinatos en el
camino Nacional de México al puerto.

Robaban cuanto encontraban a su paso;


dinero, mercancías, mulada y caballada, etc. Y
aun compraban con valiosos obsequios a los jefes
de los resguardos del contrabando del tabaco,
engañándolos como comerciantes honrados.

85
Vendían, distribuyendo sus cuantiosos robos
por todas las poblaciones de alguna importancia,
en los que hoy son los estados de Morelos
y Guerrero.

En los viajes en que el tabaco y los robos


en despoblado no daban las utilidades que se
proponían sacar, se robaban a los hombres ricos
con el pretexto de que eran sus denunciantes, y
sin atender a sus protestas de que los cargos que
les hacían eran falsos, les exigían cantidades de
dinero “por vía de indemnización de los perjuicios
que habían sufrido con el denuncio”, bajo pena de
perder la vida.

Los discípulos de aquellos dos viejos maestros


del bandidaje se quitaron la máscara veinte años
después y sin preámbulos se limitaban a decir
lacónicamente: “la bolsa o la vida”.

Era entonces una disyuntiva que indicaba a las


víctimas las condiciones para seguir viviendo en
este pícaro mundo, en la lucha por la existencia.

Cincuenta años más tarde, es decir, en nuestra


época de progreso, saltan de las matas los
degenerados, ¿qué digo?....refinados engendros de
aquellos primeros discípulos y gritan al mismo
tiempo que disparan: “¡La bolsa y la vida!” ¡Ya
sobra la disyuntiva posible!

Los primeros maestros obraban con el “fusil


de chispa”; los discípulos de aquellos maestros,

86
con el mosquete; y los descendientes actuales de
éstos, con el Wínchester. Cada día más violento,
más rápido, más lacónico el despojo de la vida y de
la propiedad.

A la vida que se deslizaba suavemente sobre la


carabela, o se arrastraba trabajosamente sobre un
carromato, substituyó la vida sin freno del vapor y
la vida desenfrenada actual de la electricidad. ¡Oh,
los eléctricos..!

Los hombres de antaño eran inocentes a los


veinte años; los de hogaño (contrario a antaño)
están carcomidos a los veinticinco por el asqueroso
microbio de la muerte que viaja en los eléctricos.

¡En todo el divino Progreso! ¡Bendito sea el


Progreso y el Adelanto!

Pero, basta la pequeña digresión y sigamos con


los discípulos de Fidemio y de Guadarrama.

Fidemio el Zarco fue el padre y el maestro de


dos de aquellos terribles plateados de 1860, Felipe
“El Zarco” y Severo “El Zarco;” siendo este último,
fusilado en la Alameda de Cuernavaca, después de
tantos asaltos, raptos y asesinatos que cometió.

Felipe “El Zarco”, era el Dandy de los Plateados,


un “Chucho el Roto”. Vestía decentemente, tenía
un trato caballeroso, se sabía captar las simpatías
de personas acomodadas de las capitales, se
relacionaba con personajes de altas alcurnias;

87
y cuando no los llevaba a caer en manos de sus
compañeros para plagiarlos los explotaba con sus
caballerosas industrias de hombre rico “empresario
de Minas”, “corte de maderas”, etc.

Casi todos aquellos bandidos practicaban la


compra-venta del hombre adinerado y de la mujer
bonita, pues para éstos, favorecidos de la suerte o
de la naturaleza, tenían precio contribucional, la
vida y la honra.

Los nombres de Pablo Amado, en primer término


y otros como Juan Perna, (a) “El Chintete”, Manuel
Michaca, José Cortés “El Coyote”, Zacacoaxtle y
“Cara de Pana” o Tomás Valladares, han llegado
a nosotros como de hombres que compraban a
sus compañeros, a los plagiados o a las raptadas,
para ofrecerlos a los demás por mayor precio y
tener utilidades.

A los plagiados les aumentaban de precio su


salvación al pasar de unas manos a otras entre
los bandidos. Con las mujeres raptadas sucedía
lo contrario, iban disminuyendo de valor de uno
a otro, hasta que el último la ponía en completa
libertad.

Pero, había entre aquellos desalmados unos


pocos, y como principal Salomé Plascencia, que
en medio de su vida de bandolerismo conservaban
cierta dignidad caballerosa, ciertos escrúpulos de
carácter “de hombres”, decían ellos y nunca llegaban
a las bajezas ni a las vilezas de sus subalternos.

88
Ya veremos en el curso de esta obrita cómo Salomé
Plascencia llegó a castigar con la muerte a varios de
los suyos que cometieron vilezas e infamias.

Narremos dos hechos propios de Salomé,


respecto a la manera de cometer sus plagios, y la
astucia y valor que desplegaba en ellos.

Don Cipriano del Moral, administrador general


de las haciendas de San Vicente y Chiconcuac en
el Distrito de Cuernavaca, era hombre que dados
los peligrosos tiempos que corrían, se rodeaba
de todas las seguridades posibles; tomaba toda
clase de precauciones cuando salía a revisar los
campos de caña; haciéndose acompañar de veinte
mozos bien armados, para el caso de un ataque
imprevisto.

Hay que advertir que cuando visitaba los


campos, primero exploraba con un anteojo de
larga vista todos los sembrados y lugares que tenía
que recorrer, y era por esto que se habían estrellado
varias tentativas de plagio de su persona, por
muchos de los cabecillas de los plateados.

Constantemente tenía vigilantes en las azoteas


más altas de la Hacienda de San Vicente, donde él
habitaba, y de noche entre mozos, dependientes
y algunos peones, reunía cincuenta hombres
armados y se fortificaba en la finca.

Una mañana se le presentó el Mayordomo


diciéndole que en determinado campo, y muy

89
cerca de la hacienda, habían despuntado la caña
en un gran pedazo de terreno, llevándose el zacate.

No se había oído decir que anduvieran cerca los


plateados y el Mayordomo culpaba a los vecinos
del Real que tenían bestias.

La caña de dicho campo estaba muy crecida casi


a punto “de corte” y no sufría mucho la planta con
el “desmoche”. Don Cipriano quiso desengañarse
y ver el perjuicio, de modo que se dispuso a salir
con sus veinte mozos y el Mayordomo. Estaba tan
cerca de la hacienda el campo aquel, que no quiso
detenerse en explorar con su anteojo.

Estaba dicho campo en el centro de otros y se


llegaba a él por largos y angostos “carriles” que
formaban escuadras ligadas, hasta terminar en un
ancho apantle transversal que dividía las suertes de
caña y limitaba por ese lado, el campo perjudicado.

Don Cipriano examinaba el perjuicio causado


cuando aparecen por la retaguardia y por los
flancos un gran número de bandidos lanzando
imprecaciones y gritos horrorosos, con las armas
en las manos, pero sin disparar un tiro.

Saltan de los cañaverales, abriendo carriles o


veredas al empuje de sus caballos. Se establece la
confusión entre los mozos y se atropellan para huir
por la única salida que tienen libre, que es saltando
el ancho apantle que tiene de frente y sobre el cual
se precipitan, sin acordarse de sus armas.

90
Aquellos bandidos de caras feroces y de aspecto
espantable, imponían desde luego verdadero
terror, y tanto más en sus asaltos por sorpresa. Así
pues, D. Cipriano y sus mozos se lanzaron sobre el
“apantle” para saltarlo y escaparse.

Se apelotonan, muchos caen en el agua de aquella


ancha y profunda zanja y otros son despedidos de
los caballos al dar estos el gran salto. Se hace la fuga
cómico-trágica, los bandidos llegan sobre ellos,
pero ahora los atacan a cintarazos y a silbidos.

D. Cipriano el Administrador General ha


sido de los primeros caídos; ha recibido “sendos”
pisotones de los caballos de sus mozos, que corrían
detrás y maltrecho y enlodado, yace a orillas de la
zanja sin poderse poner en pie.

Había previsto este lance cómico, Salomé


Plascencia, organizador de aquel plan para plagiar
a D. Cipriano del Moral, pues se llegó a éste
sonriendo, y tendiéndole la mano desde a caballo
para levantarlo le dijo: -Levántese D. Cipriano ya le
curaremos alguna torcedura. No tema. Somos gente
buena. ¡Muchachos!—dijo a los suyos –móntenlo
en un caballo manso, y en marcha cuídenmelo.

Entre dos hombres lo montaron en un caballo y


lo ataron fuertemente a la silla diciéndole: -Usted
es mal jinete, señor, así va bien para que no se caiga.

El dueño del caballo montó a la grupa del otro


compañero, y un tercero estirando el de D. Cipriano

91
que estaba atado, emprendieron al trote rumbo a
los cerros cercanos. Faldearon éstos rumbo al sur y
llegaron al pueblo de Tetecalita, donde quitaron las
ligaduras a D Cipriano para que comiera algo. Los
bandidos se proveyeron de muchos comestibles, de
aguardiente y de tabaco y volvieron a emprender la
marcha por la vereda que sube al cerro llevando a
D. Cipriano atado y vendado.

Al caer la tarde llegaron a un rancho llamado


“El Cerrado”, escondido en la cima de aquellas
escabrosidades; poblado por algunas familias
de indígenas y uno de los puntos en mejores
condiciones estratégicas para la defensa, que
más tarde sería el Cuartel General de Salomé
Plascencia. Como la madera y la palma abundan
en aquellos cerros había ahí construidas extensas
galeras abiertas a los cuatro vientos, amplias y
bajas quizá para dormitorios libres de aquellos
hombres.

En las cumbres de aquellos cerros que vienen


a formar la cordillera de “Las Tetillas”, la vista
domina por todos los rumbos la mayor parte
del estado. Al Poniente y Sur todo lo que llaman
Cañada de Cuernavaca, desde los montes de
Huitzilac hasta Puente de Ixtla con todos sus
poblados.

Al Norte y Oriente la mayor parte del Distrito


de Yautepec hasta el Mal País y Nepantla, y toda
la estrecha cuenca del río de Yautepec hasta
Tlaltizapán y Jojutla.

92
No sin razón eligieron los plateados aquellas
altas cimas para formar su guarida.

Cuando llegaron con D. Cipriano del Moral


al mencionado rancho, lo metieron en la mejor
casucha de paredes de piedra y lodo, y en la
cual había abiertas por los cuatro costados unas
pequeñas ventanillas, y a manera de troneras por
las que apenas cabía el brazo de un hombre.

Le quitaron la venda y le dijeron: -Señor, está


usted en su casa, ya vendrá a visitar a usted nuestro
jefe “descanse”-, D. Cipriano respiró sin que el
miedo le saliera fuera del cuerpo.

Dos hombres se sentaron en la puerta por la


parte de afuera, sobre unas anchas piedras y con el
mosquete sobre las piernas.

No cabía duda -pensaba D. Cipriano- aquella


casucha era su prisión. Dio una ojeada por el
interior y la encontró vacía; una mesita, una silla y
un petate eran todos sus muebles.

Llegó la noche, los dos individuos que vigilaban


la puerta encendieron una fogata frente a ellos
que alumbraba plenamente la casucha hasta en su
interior. Esta luz hacía más eficaz la vigilancia.

Como a las ocho se presentó Salomé en la


puerta, entró en la casucha y dijo a D. Cipriano:
-Buenas noches D. Cipriano, ¿quiere usted cenar o
tomar chocolate?

93
Creyó D. Cipriano que aquel hombre se burlaba
de él. Sin contestar a su pregunta interrogó a su
vez: -¿Usted es el jefe?

-Sí, señor, Salomé Plascencia, por la gracia de


dios y para servirlo.

-Pues antes de todo- agregó D. Cipriano- deseo


saber ¿qué cosa quiere usted de mí al traerme aquí?

-Allá vamos D. Cipriano, pero cene usted antes


y hablaremos con calma, no corre prisa-, contestó
Salomé.

-Si usted me hace favor, deseo cuanto antes


saber a qué atenerme-, agregó D. Cipriano.

-Pues mire usted D. Cipriano, no queremos


nada de usted, creo que todavía no es usted dueño
de las haciendas que administra, y de los señores
dueños es de quienes queremos un auxilio que
usted nos conseguirá como principal dependiente
de ellos-, dijo Salomé.

-¿Y qué caso me van a hacer los dueños?—refirió


D. Cipriano– poco les importará que ustedes me
maten, vendrá otro administrador. Pídanme a mí
lo que pueda yo darles y estoy pronto.

-Don Cipriano, si a usted no le hacen caso los


dueños de esas haciendas, a nosotros sí; escríbales
una carta y dígales que si dentro de ocho días no
tenemos aquí diez mil pesos, quemaremos todos los

94
campos de caña que van a cortar para la próxima
molienda.

-¿Diez mil pesos?—dijo asombrado D. Cipriano-


¡Diez mil pesos! –repitió- ¡Es mucho!

-Aún es poco nuestro pedido. Bien sabe usted


que la molienda de las dos haciendas puede
producirles unos cincuenta mil pesos o más de
utilidades, y pedirles diez mil, no es ambición. Con
la garantía de que durante un año no volvemos a
molestarlos.

-Si nos niegan ese dinero, ya le repito a usted,


les declaramos la guerra quemándoles los campos
y destruyéndoles todo; y del ganado y mulada
de las dos haciendas sacamos los diez mil pesos.
Escríbales usted todo eso D Cipriano y hemos
concluido-, terminó diciendo Salomé.

-¡Ah! ¿Cena usted?

-Deme usted lo que guste D. Salomé, pero


óigame dos palabras más sobre el asunto. ¿Cuándo
y dónde escribo esas cartas? Y en caso de que los
dueños den el dinero, ¿dónde lo recibe usted?

-Eso es muy sencillo D. Cipriano, aquí le traerán


a usted papel y tinta para que escriba después de
cenar. El dinero aquí también se me traerá por los
veinte mozos que tiene usted. Le advierto a usted
y a los dueños una cosa: que si en México hacen
escándalo y nos echan encima fuerzas del gobierno,

95
será peor para todos. Las traiciones cuestan la vida,
D. Cipriano.

Este comprendió todo lo razonable de los


argumentos y condiciones del bandido y terminó:
-Acepto por mí y escribiré D. Salomé.

Le trajeron una buena cena, que le llamó la


atención, y después se puso a escribir varias cartas,
pues le trajeron todos los útiles de escritorio y
además dos zarapes nuevos y una almohada.

“Ya veo que este hombre, para ser bandido es


bueno -decía D. Cipriano al acostarse a dormir en
su petate- otro me hace dormir amarrado al aire
libre y sobre las piedras. Ya he oído decir que así
lo hacen”.

Casi durmió contento D. Cipriano del Moral, en


su petate nuevo.

Al día siguiente, como a las seis de la mañana le


trajeron una buena taza de chocolate y una jícara
de leche, como desayuno. Poco después se presentó
Salomé preguntándole: -¿Ya están las cartas
D. Cipriano?

-Sí, señor- respondió éste- aquí están, véalas


usted y dígame si están como se necesitan. Una
es para el Administrador de San Vicente para
que mande luego las otras a México. Que las lleve
alguno a San Vicente.

96
-Usted mismo las llevará D. Cipriano, tiene
usted trazas de ser hombre formal y a mí me gusta
tratar con hombres serios. Sé que hará usted todo lo
que hemos convenido y hoy mismo lo irán a dejar
a usted diez hombres, hasta donde usted les diga.
Dentro de ocho días o antes, que traigan el dinero
a Tetecalita y lo entreguen al Juez, he pensado no
darle tantas molestias.

Don Cipriano quedó asombrado de aquel


proceder, se desprendió la cadena y un reloj de oro
que portaba y le dijo: -Gracias D. Salomé, es usted
un buen hombre, le regalo este reloj como prueba
de estimación.

-Vaya D. Cipriano, gracias también, será un


bonito juguete para mi mujer.

Lo sacaron vendado los diez hombres hasta


llegar al pie del cerro y D. Cipriano los llevó hasta
Chiconcuac, donde les regaló cinco pesos a cada
uno y le mandó a Salomé varios paquetes del mejor
chocolate, sardinas, un gran queso, puros y algunas
botellas de vino Jerez y de Catalán.

Ocho días después, todos aquellos plateados


estaban de fiesta en sus guaridas de “El Cerrado”;
Salomé le había pasado revista a más de sesenta,
entregándoles a cada uno cien pesos del dinero que
les había mandado la Hacienda de San Vicente; y
los mandaba libres por tres días a fin de que fueran
a ver a sus familias. Esa noche debían dispersarse.

97
Así obraba Salomé Plascencia con sus plagiados
y con sus hombres. Jamás maltrataba, ni befaba
(Hacer befa o burla de algo o alguien) a los
primeros, y severo con los segundos, les daba gusto
y los consideraba.

Otro plagiado que se hace rico

Vivía en la plaza principal de Cuautla de


Morelos, un español. D. José María Atolaguirre,
comercialmente de posición mediana, quien
emprendedor y listo tenía establecidas dos tiendas
en dicha plaza, hacía sus viajes a México, y se le
creía adinerado.

Esta creencia hacía que los plateados hubieran


puesto ya los ojos en él, y más de una vez el astuto
D. José les había burlado los planes que le ponían
para apoderarse de él, pues siempre cambiaba de
caminos en sus viajes, y pagaba bien a guías para
que lo llevaran por veredas extraviadas.

Salomé lo hacía vigilar por los suyos, pero


Atolaguirre los burlaba y les hacía comunicar
noticias falsas; haciendo con ellas que lo esperaran
en sus emboscadas cuando ya él había pasado,
o que fueran a buscarlo por rumbo distinto del
que llevaba.

Esto ponía a Salomé de muy mal humor


y excitaba en él los deseos de apoderarse del
comerciante resolviéndolo a un acto inaudito.

98
Don José tenía sus tiendas en la plaza, una frente
a otra y un día de “tianguis” se suscitó un escándalo
en la tienda en que no estaba él, promovido por
dos encamisados con uno de los dependientes.
Atolaguirre salió de la otra tienda para ir a informarse
del escándalo aquél, atravesando la pequeña plaza.

Iba a la mitad de dicha plaza cuando un hombre


le dice al oído al mismo tiempo que lo cogía
fuertemente por un brazo: -Si se resiste a ir conmigo
lo mato- y le deja ver una agudísima daga que
ocultaba en la otra mano, bajo la ancha manga de
la camisa.

Don José sintió escalofrío pero contestó


con humor: -Vamos donde quiera, hombre. No
faltaba más.

Llegaron cogidos del brazo a un cercano Mesón.


Le obligaron a que se pusiera en calzoncillos, y
dándole un sombrero ancho de palma lo hicieron
montar en un caballo ya listo, montaron otros
cinco, saliendo uno por delante y diciéndole: -Me
sigue usted- y emprendieron ligero galope rodeados
de los otros cuatro que le azotaban su caballo.

Comprendió luego D. José Atolaguirre quiénes


podían ser aquellos hombres que lo llevaban y
ante lo irremediable procuró no perder su habitual
buen humor, así es que dijo: -No hay que correr
compañeros, dirán que llevamos miedo. Nadie
nos sigue.

99
Salomé Plascencia, pues éste era el que se había
atrevido a sacarlo de la plaza principal, se sintió
“picado” en la observación de D. José, detuvo
bruscamente se caballo y gritó: -¡Alto!

Todos se detuvieron siguiendo al paso y dijo a D.


José: -¿Qué usted no lleva miedo D. José?

-¡Qué miedo voy a llevar yo hombre! No sean


ustedes tan tontos para hacer conmigo como con la
gallina de los huevos de oro, ¡hombre!

-¿Cómo hicieron con esa gallina D. José?-, le


preguntó el bandido.

-¡Oh! pues, erase que se era una gallina que ponía


un huevo de oro cada día y quiso el dueño coger de
una vez toda la mina; mata a la gallina para sacársela
y va viendo que no tiene dentro ni huevera.

Aquellos hombres nunca habían oído el viejo


cuento y rieron de buena gana: comprendiéndolo
mejor cuando D. José agregó:

-Por eso digo que ustedes no harán conmigo una


tontería igual. Yo estando con vida, les puedo dar y
servir; si me mataran perderían ustedes más que yo.

-¿Y si es cierto que nos puede usted dar algo


y servirnos, por qué entonces se ha burlado
usted tantas veces de nosotros, escapándose?—,
le reprochó Salomé.

100
-Hombre—dijo D. José—a usted no debe
molestar ese jueguito de “vivos”, ¿cuándo ha visto
usted a un cordero que se vaya a meter en la boca
del lobo? Hoy ya usted me sacó del redil, dígame lo
que quiere y en cuanto pueda yo servirles.

-Pues queremos- volvió a decir Salomé- que


nos pague usted las escapadas que se ha dado de
nosotros a mil pesos cada una. Han sido seis o siete.

-Que sean siete -interrumpió el español- ¡siete


mil pesos, José! -murmuraba entre dientes.

-Miren ustedes- añadió -si aceptan mis


condiciones les daré doble cantidad sin más trabajo
que de ir a traerlos y dejarme mi parte como buenos
compañeros.

Este ofrecimiento tan espontáneo y tan singular


le llamó la atención a Salomé Plascencia, y quiso una
explicación a solas con aquel gachupín hablador, se
decía, así que procuró abreviar la jornada.

-Bueno, ya vamos a llegar para que me diga


usted sus condiciones-, le contestó.

-Pues echaremos un galope, porque con el


solecillo que hace se siente bonito fresco, correr
vestidos en calzoncillos y camisa como vamos.
¡Buen gusto tienen ustedes!- decía D. José.

-¿Y si dicen que llevamos miedo?- repuso Salomé.

101
-¡Oh!, ya por aquí sólo las lagartijas nos ven
hombre- contestó D. José.

Le iba gustando a Salomé el carácter de aquel


español, y no pensaba en la proposición hecha de
ir a traer catorce mil pesos, dejarle su parte. Así
es que por todos motivos y para llegar a cualquier
rancho comenzaron a galopar.

Habían salido de Cuautla como a las once del día


y apenas eran las doce. A la una de la tarde llegaron
a un rancho situado en una cañada, que contaba
con seis u ocho casitas, cerca de unos manantiales.
Allí estaban en espera como otros diez hombres,
compañeros de los que llegaban, a quienes
saludaron con grandes risotadas por el ligero traje
que portaban. Ridículo para un plateado.

Desmontaron de sus caballos los que conducían


a D. José, le arrojaron a éste las prendas de vestir
que le quitaron en el mesón, en Cuautla, diciéndole:

-Unifórmese. Y ellos también entraron en


distintas casitas para ponerse sus habituales trajes
de “Plateados”.

Nadie se ocupó de cuidar a D. José Atolaguirre,


pues estaba entre ellos.

Éste comenzó á ponerse su pantalón de campana,


su chaleco y su chaqueta, diciendo: -Por la madre
de Dios, ¡qué nunca he estado más bonito! Si me
ponen unas polainas y una ancha banda roja a la

102
cintura, me hubiera parecido y mi tocayo, Pepe, “el
rey de Andalucía”.

Salió a poco rato Salomé Plascencia de una casita


cercana dirigiéndose a donde estaba D. José, y éste le
dijo al verlo: -Ahora si es usted D. Salomé y yo soy D.
José, podemos tratar seriamente el asunto.

Véngase usted por aquí, hablaremos debajo de


ese árbol frondoso mientras arreglan algo de comer,
pues ya es la hora. Efectivamente, a unos pocos
pasos estaba un frondoso amate, en cuyas salientes
y nudosa raíces se sentaron aquellos dos hombres.

-Vamos a ver D. José, explíqueme usted lo que


nos ofrece-, le dijo Salomé.

-¡Muy sencillo, hombre! Que si usted en vez de


exigirme siete mil pesos, que no los tengo en dinero,
hace conmigo pacto de amigos, mañana en la noche
puede usted tener catorce mil pesos y en mis viajes a
México puedo traerles todo lo que quieran: pólvora
fina, cápsulas, armas de todas clases, y cuantos más
encargos que me hagan.

-¿Catorce mil pesos? Hagamos pacto de amigos.


D. José. Acepto como los hombres desde luego, pues
me gusta su modo y lo demás que nos ofrece de
México.

-Bueno -se apresuró a decir D. José-, la condición


es que vayan ustedes por el dinero, está un
poquito lejos.

103
-Explíquese usted pues, y diga todo lo que se
ha de hacer- repuso Salomé.

-Óigame bien D. Salomé, le explicaré- agrego


D. José.

-Como ya usted ha visto que también sé poner


mis planes y debido a ellos, ni usted ni nadie de
los suyos habían podido sorprenderme en los
caminos, me suplicaron los Administradores de
Santa Inés, Coahuixtla, Buena Vista y Casasano,
que les conduzca la introducción de dinero
para rayas, desde esta semana, desde México,
pagándome algo. Ya mandé decir en la forma que
vendrán esas rayas, que salieron ayer de México.
Vienen veinte mil pesos, cinco mil para cada
hacienda dentro de unos barriles, aparentando
que es Vino Jerez. Hoy debía yo haber salido en
la noche, pues mañana llegan a Tepetlixpa donde
debía encontrarlos y de allí conducirlos a Cuautla.

Y continuó: -Así pues, ustedes irán a encontrar


ese dinero, y a traérselo. Yo me quedaré aquí o
donde ustedes me dejen, pues sabiendo que estoy
plagiado, no me culparán en nada las haciendas.
Seguiré después con la confianza de ellos, y
entonces con la protección de ustedes, para que no
me perjudiquen otros, principalmente Antonio
Ramírez, el terror del rumbo de Ozumba,
continuaré trayéndoles sus rayas de México,
cobrándoles cien pesos por cada mil, y partiendo
con usted las utilidades.

104
-Esto es lo que hay que hacer, yo le describiré en
un papel el punto exacto donde llegará el dinero
mañana en la noche, y vamos ¡D. Salomé de los
veinte mil ya no quiero los siete, pues me conformo
con cinco mil. Si a usted. le parecen todos mis
planes hay que apresurarse, por la madre de Dios!
¡Yo también soy D. José!

Salomé había oído atentamente sin perder


detalles, y sonreía de la astucia de aquel gachupín,
quien tanto le estaba simpatizando. Al concluir
aquel de hablar, éste por toda respuesta le tendió la
mano, se la estrechó y le dijo: -Acepto todo, D. José,
vamos a comer y esta noche la emprenderemos, si
hay base cuente con su parte.

Se metieron en una casita, tomaron un buen


caldo de gallina, huevos fritos, queso, picante,
frijoles y tortillas calientes, y al terminar, dijo
D. José alegremente: –Todo muy bueno- y a ustedes
que les gusta el atole, ¡les voy a mandar regalar dos
huacales de panela!

Todos se rieron del ofrecimiento, y desde esa


vez, se hizo popular en aquel rumbo, cuando se
trataba de tomar parte en algún negocio ventajoso,
decían: “Yo también soy D. José”.

En la tarde se pusieron en camino para


Atlihuayán, donde se quedó D. José escondido. Allí
se reunieron como cien plateados, y salieron en la
noche rumbo a Nepantla y Tepetlixpa al mando

105
de Salomé Plascencia, y siguiendo el itinerario
marcado por D. José.

Éste llegó a su casa en la noche del tercero día,


quejándose amargamente del plagio con todo el
mundo, pero con sus cinco mil pesos guardados.

Las haciendas lamentaron el gran robo que


habían sufrido de veinte mil pesos en los límites
de México con Morelos, sintiendo la coincidencia
desgraciada del robo con el plagio que sufrió
D. José.

Pudo notarse, no obstante, un mes después,


que Atolaguirre recibía de los plateados extrañas
consideraciones, hasta llegó a saberse que los proveía
de armas, parque, etcétera, pero esta circunstancia
la volvieron a aprovechar en sus remesas y cambio
de letras, las haciendas del rumbo y sin darse otro
caso de robo de rayas, le abonaban un buen tanto
por ciento a D. José, por los cambios que él iba a
cobrar a México, y que con esto y su comercio llegó
a formar una fortuna envidiable.

D. José bendecía el paseo a caballo en calzoncillo


blanco, con Salomé Plascencia, pues de ese paseo
vino su fortuna.

106
CAPÍTULO
4
Bandidos y Sátiro
Su comercio

E
ntre aquella plaga de bandidos, que
antes como ahora, se levantara asoladora
y terrible en el estado de Morelos,
descuellan nombres execrables, como Juan
Meneses de Tepeojuma, que mataba por gusto,
y otros como Juan Perna (a) ”El Chintete,” Pablo
Amado, Silvestre Rojas, Manuel Michada, Vicente
Zacacuaxtle, Tomás Valladanes (a) “Cara de pana”,
y otros muchos que además de plagiaros, ladrones
y asesinos, vendían indignamente al mejor postor
a las pobres jóvenes raptadas.

Diremos a nuestros lectores algunos de aquellos


sucesos reprochables por la humanidad y por
la civilización, ya que sería preciso escribir una
obra voluminosa para consignar todos aquellos
crímenes, de tan feroces sátiros y bandidos.

Corridas las amonestaciones matrimoniales en


la parroquia del pueblo de Jantetelco, de los jóvenes
Juan Reyes y María Cerezo, y cumplidos los demás

107
requisitos del rito católico, se dispusieron a unir sus
destinos con los indisolubles lazos del Himeneo.

No pertenecían estos jóvenes a la clase


acomodada de la sociedad, tampoco eran de las
últimas, pero arreglaron sus preparativos con
el entusiasmo y bullicio propio de los pueblos
acostumbrados en aquel rumbo. Degüello de
cerdos y de guajolotes desde la víspera, para el
clásico mole, invitación de una música de viento
y el instrumento favorito de David para los
alegres zapateados.

Amaneció por fin el hermoso día para la


realización de los sueños de felicidad de aquella
pareja. La novia, bonita muchacha, gallarda y
gentil con su traje de fiesta y el endomingado novio,
se encaminaron a la iglesia a la hora conveniente,
en unión de sus padrinos y seguidos de numeroso
acompañamiento de curiosos, para recibir la
bendición nupcial.

Faltaba ya corta distancia para llegar al templo


cuando es alcanzado aquel grupo en que van
los novios por gentes que corren, gritando: “Los
Plateados”, y al mismo tiempo desembocan en
aquella calle muchos hombres a caballo, también
corriendo. Es Manuel Michaca con una partida de
aquellos facinerosos.

El numeroso grupo en que van los novios se


dispersa en todos sentidos, atropellándose por el
susto. Novios y padrinos tratan de ganar la iglesia,

108
y los bandidos que se han dado cuenta de que
se trata de un casamiento, cargan sobre aquella
gente; uno de ellos, Manuel Michaca, arrebata a
la novia, la atraviesa sobre su caballo, diciendo:
“Buena prenda”, y siguen a galope por toda la calle,
saliendo del pueblo.

El novio ha recibido un caballazo y ha quedado


tirado en medio de la calle, sin sentido, manándole
la sangre de un golpe en la cabeza.

Aquella iniciaba fiesta de un casamiento, terminó


en sus principios con el fatal acontecimiento antes
dicho; y aunque la indignación de aquella gente
fue grande, nadie se atrevió a perseguir a tan
feroces bandoleros.

Durante tres o cuatro días suplió al novio de


María Cerezo, el raptor Manuel Michaca; otro
bandido le ofreció cincuenta pesos por ella y tuvo
que deshacerse de “la prenda”. El nuevo poseedor
la volvió a vender en cuarenta, después de quince
días, y el tercer dueño la remató en veinticinco; a
los ocho días. La habían llevado por Yecapixtla,
Ocuituco y Totolapan, donde la dejaron libre, pero
enferma.

Jamás volvió á saber de su novio, ni quiso


regresar a su pueblo ¡Los bandidos habían
impedido que se formara un hogar honrado!

Josefa Casarrubias, de la Hacienda de Casasano,


era una preciosa morena, que tenía toda la sal

109
y garbo de las majas andaluzas. Ojos grandes,
negros, con pestañas también grandes y rizadas;
frescos y carnosos labios, fino talle, pie pequeño y
andar menudo y cimbreador.

Tuvo la desgracia de que la conociera uno de


aquellos plateados, y desde luego pensó en sacar
provecho de su hallazgo. Como se ayudaban unos
a otros para cometer sus crímenes, convidó a diez
de los suyos para robar a la joven Casarrubias, al
mismo tiempo que citaba a otros diez más para
una noche determinada a fin de presentarle a
todos a la bella muchacha, para adjudicársela al
mejor postor.

Vicente Zacacuaxtle, pues era este el bandido


que había propuesto a sus compañeros, semejante
indignidad, se encaminaron una noche con sus
diez compañeros a la mencionada hacienda.
Llegan a esa hora en que las luces de las casitas de
los pueblos cortos y haciendas se van extinguiendo
poco a poco para entregarse al descanso, después
de un rudo trabajo en el campo. A esa hora en que
el silencio comienza a reinar en aquellos lugares,
interrumpido solamente de cuando en cuando, por
los perros vigilantes de esos hogares desamparados.

Los bandidos procuran hacer el menor ruido


posible. Entran muy despacio, sigilosamente, como
una manada de feroces lobos que llega acechando
cautelosamente a su presa, alargando el pescuezo y
con las terribles fauces abiertas para caer sobre ella.

110
Aquellos hombres se acercan a la casa de
la simpática Josefa, se bajan dos de ellos de sus
caballos y saltando la cerca baja “tecorral,” de
un corral contiguo a la casa donde vive la joven,
prenden fuego a un gran montón de zacate seco
de maíz, hacinada cuidadosamente en un ángulo
del corral. Los dos incendiarios corren a unirse
con sus compañeros, montan nuevamente en
sus caballos y se retiran todos de aquel lugar,
escondiéndose, pero sin perder de vista la casa
que acechan.

Cunde rápidamente el incendio del zacate con


grave peligro de las casas próximas. Algunos
vecinos, que no se habían acostado todavía a
dormir, que oyen el chisporroteo de la lumbre y
ven la rojiza claridad del incendio, alarman con
sus gritos de “quemazón”, y sale espantada la
gente de las cercanas casas. Los hombres corren
a tratar de extinguir el fuego, a contenerlo, y
las mujeres lloran y gritan llamando a todos los
santos del cielo en auxilio de su desgracia, como
tienen costumbre.

La joven Josefa Casarrubias es de las tímidas


espectadoras de la “quemazón” y como en su
casa no dormían aún, han sido de los primeros
que salieron a los gritos de alarma. Su padre y
sus hermanos se unen a los demás vecinos para
procurar apagar el incendio y ella, la madre y
otras mujeres, contemplan a distancia el zacate
que se consume por el fuego.

111
Intempestivamente se siente sujeta por un
hombre que la levanta con la ligereza de una
pluma, sus gritos son sofocados por los demás
gritos de las gentes con el susto del incendio, pero
la madre y las demás mujeres que se han dado
cuenta de que se roban a dicha joven, procuran en
vano advertirlo a los vecinos con la prontitud que
quisieran, y los bandidos tienen tiempo de huir a
galope, llevándose a la desdichada Josefa.

En una amplia y ruinosa casa del pueblo de


Oaxtepec se hallaban reunidos en la noche de
los sucesos anteriores, diez o quince hombres de
aspecto patibulario por su desaseo. Sus rostros
denegridos por la tierra y el polvo, más que por el
sol la barba crecida e hirsuto el lacio cabello, cuyos
mechones salen bajo los anchos y galoneados
sombreros que tienen puestos.

Tienen cerrada la puerta que comunica con


la calle, sus caballos ensillados están en el gran
patio o corral de dicha casa, y se ocupan unos
en jugar baraja, y otros en pasarse de mano en
mano una botella de Catalán, de la que beben
con avidez, gesticulando después horriblemente.
Sobre la mesa en que juegan a la baraja, hay varias
botellas llenas de licores, un gran trozo de queso,
sardinas y pan.

Parece que esperan a alguien, pues uno de ellos


dijo: -Si nos engaña ése y no trae “la prenda”-
palabra entre ellos para designar a las mujeres-
debemos aplicarle un buen castigo.

112
-Lo merece -añadió un segundo- pues no
estamos para perder el tiempo de balde. Yo tenía
“un bolado” de importancia.

-Sí….sí… -dijeron todos-, le aplicaremos


un buen castigo si no trae a la buena moza, y
le cambiaremos el nombre de Zacacuaxtle por
Saca…-, y completaron la frase con aquella
palabra de Cambrone en Waterloo.

Oyen como a las diez de la noche un


violento tropel de caballos que se acerca y todos
prorrumpen en gritos: ¡Es él! ¡Es Zacacuaxtle!
¡Si viene sin la prenda, cintarazo con él!– Y otro
agregó —Y si no nos gusta cintarazo con él.

-Y si quiere muy caro, ¡cintarazo con él!—


concluyó otro, quizá el más avaro de aquellos
hombres.

Llegó el tropel de caballos a la puerta de la casa,


se detuvieron, y unos fuertes manazos llamaron
diciendo ¡Abran, que aquí está la niña!

Todos los bandidos que esperaban


emborrachándose en el interior de la casa aquella,
se precipitan a la puerta y abren violentamente.
Buscan en la sombra con ojos felinos a la joven,
al mismo tiempo que gritan: “¿Dónde está esa
niña, Zacacuaxtle?”. Éste ha desmontado ya de su
caballo, ha bajado a la joven, a quien sostiene en
sus brazos y les contesta: -Aquí está, vamos pronto
para dentro.

113
Entran todos en la casa, pasan los caballos de los
recién llegados hacia al patio y forman un círculo
alrededor de Zacacuaxtle y la joven, quienes ha
quedado en el centro. “¡Viva Josefita! ¡Viva¡”,
gritan aquellos bandidos que la devoran con sus
miradas lujuriosas.

Ésta recorre con mirada rápida el círculo de


facinerosos que la rodea. Está pálida, asombrada,
llorosa, no revela abatimiento y hace un gesto
de asco y de desdén hacia aquellos hombres. Le
acercan una silla en la que se deja caer, cubriéndose
el rostro con las manos.

-Hermosa, linda, preciosa es la morenita-


dijeron varios.

-¡Al negocio!—interrumpió otro–, ¡Yo doy


cincuenta pesos por ella!

-Yo doy sesenta, y dos pesos a cada uno de los


que fueron a traerla- dijo otro.

-Yo doy cincuenta pesos y mi caballo que vale


cien- repuso otro.

-A ver, Zacacuaxtle -gritó un tercero- ¿Cuánto


quieres por ella? ¡Dilo pronto!

-Doscientos pesos, ahora mismo-contestó


el interpelado– mañana se las daré por ciento
cincuenta.

114
-¡No! ¡No! ¡No! –Gritaron todos- ¡Ahora que
se arregle!

-Propongo una cosa -gritó uno de ellos-


estamos aquí veinte, saque cada uno diez pesos
juntamos los doscientos entre todos, la rifamos
en albures y el que les gane a todos, ése le da los
doscientos pesos a Zacacuaxtle y se queda con la
niña.

-Bueno! Bueno! Acepto! – dijeron todos.

-Yo también entro en la rifa –se apresuró a


decir Zacacuaxtle; si les gano a todos, me quedo
con los doscientos pesos y la joven, y si gana otro
me da el dinero y le doy a la Josefita.

-Sí…sí-, dijeron los bandidos- pero sólo recibirás


los doscientos.

Todos se dirigen alrededor de la mesa, incluso


Zacacuaxtle, sacando sus diez pesos cada de ellos.
Josefa se descubre la cara, lanzándoles miradas de
coraje y de odio.

Los bandidos se aperciben del pan, el queso


y las sardinas, y alguien dice: “Mientras que se
alimente la niña”, y le llevan de todo esto, que le
ponen enfrente sobre otra silla, diciéndole: “Coma
chulita, y no esté triste, con nosotros se ha de dar
mucho gusto”, y comienza su juego criminal,
vaciando a sorbos botellas de Catalán.

115
Comienzan las disputas sobre las apuestas. No
quedan conformes los que pierden, y todos quieren
barajar. ¡Ya están borrachos! Continúa el juego, y
cada vez se acaloran más las disputas; ya lanzan
gritos y palabras descompuestas. Suenan por fin
las bofetadas, se produce una confusión, sacan
sus armas y ruedan las botellas por el suelo a los
empellones y golpes que se dan unos con otros.
Poco les importa perder el dinero, pues lo tienen
cuando quieren; pero nadie se conforma con
perder a la bella Josefina.

Se multiplican los golpes, y algunos ya heridos


van a hacer uso de sus mosquetes, cuando uno
grita: “¡Traición, se han llevado a la muchacha!”

Todos suspenden azorados su rabiosa pelea


y buscan á la joven por el cuarto con los ojos
desmesuradamente abiertos. Efectivamente, la
joven Josefa había desaparecido del cuarto, antes
de que se decidiese la partida.

-Contémonos -dijo Zacacuaxtle- éramos veinte


y debe faltar el traidor.

-Sí, ¡cuéntenos!- Agregó otro.

Se contaron aquellos hombres y resultaron


veinticinco, en vez de veinte.

-¡No puede ser esto!-Repuso otro- A ver, yo los


conozco a todos, fórmense.

116
Se formaron aquellos bandidos (a quienes hasta
la borrachera se les había quitado), y el que los
contaba agregó: -Quedamos aquí en espera catorce,
¡a ver! Tú, y tú, y tú -y contó hasta catorce, con él.

-Yo llevé diez a traer a la muchacha -dijo


Zacacuaxtle.

- A ver tú, y tú, y tú -y contó diez, y él, once.

-¡Somos veinticinco, y nadie falta!

-¡Imposible que haya huido sola! –decían- aquí


está el pan y el queso, no comió nada, y alguno nos
la vino a sacar por el patio pues dejamos abierta
esa puerta.

Todos se lanzaron al patio con las armas


en la mano, lanzando terribles imprecaciones
y amenazas, pero la noche estaba oscura y no
pudieron descubrir nada. Sacaron y encendieron
ceras enrolladas, que siempre cargaban, y lo
registraron todo sin encontrar ni las huellas
de la joven.

El patio se limitaba por un lado por grandes


platanares que se sucedían interminables y en
ligero descenso hasta el río. No, era imposible que
aquella muchacha se hubiera atrevido a fugarse
sola por entre las sombras pavorosas de aquel
boscaje. La cerca del patio era baja por ese lado,
saltaron algunos hombres al platanar y con la luz

117
de las ceras hicieron sus pesquisas por todos lados,
en un gran trecho de aquella huerta, sin resultado
favorable.

Volvieron al cuarto. Llenos de furia indignación


resolvieron dividirse y apostarse en la misma noche
en todas las salidas del pueblo, y matar sin piedad a la
muchacha y a sus acompañantes si pasaban antes del
amanecer, pues de lo contrario la buscarían a la luz de
día por todas partes, jurando que no se les escaparía.

La hermosa morena de Casasano, la Barbosa maja


andaluza, de talle cimbreador, había retado a muerte
a la cuadrilla de feroces sátiros, que se la disputaban
cínicamente en un albur.

Un corazoncito bien puesto, palpitaba en su


pecho; no tuvo miedo de aquellos bandidos que le
parecieron repugnantes, y al ver que comenzaron
a jugar su desgracia, todo el fuego de su sangre
morena subióle a la cabeza decidiendo morir antes
que ser el escarnio de aquellos hombres.

Formada esta enérgica resolución, todos los demás


peligros le parecieron insignificantes y pensó en la
fuga, luego que se vio sola en el rincón del cuarto,
y que los bandidos tenían, todos, fija su atención en
la baraja. Se deslizó alargándose fuera de la puerta
del patio: -Si me ven –pensó- diré que salgo a una
necesidad.

Siguió de frente hasta encontrar la cerca baja que


limitaba al patio con la huerta, subió ágilmente y se

118
lanzó al otro lado sin pensar en el peligro. Una vez
en la huerta, avanza en un sentido pegada a la cerca;
llega a la esquina o ángulo saliente del patio que acaba
de abandonar y sigue en toda su dirección por el lado
exterior; toca otra esquina y continúa alejándose
ahora de la casa en que están los bandidos.

Tropieza, cae algunas veces, pero camina


resuelta rozándose siempre a las cercas y paredes
que toca, y que son para ella el camino que se ha
propuesto seguir. Encuentra por fin una abertura
en una cerca, después de haber andado como una
hora. Es una entrada estrecha que da a un patio.

Entra en él la joven, sigue la dirección interior


y llega junto a una casita donde oye una voz de
anciana que reza. Si le grito a esta señora -pensó–
se asustará y puede descubrirme; esperaré aquí
hasta mañana.

Se envolvió la cabeza con su rebozo, y se acurrucó


en el suelo en donde al fin se quedó dormida. Se
encontraba a gran distancia de la casa en que dejó
a los bandidos, pues por ese lado del río se unen las
huertas sin más calles que la pedregosa salida para
Yautepec, única que divide al pueblo de Oaxtepec
por ese lado.

Tuvo temores de que la viera a otro día la


señora de aquella casa, y luego que amaneció se
dirigió de nuevo a las huertas; encontró un ancho
pozo, especie de zanja, se metió y se tendió dentro
cubriéndose con las anchas hojas secas de los

119
plátanos que había por el suelo. Sentía más miedo
que en la noche.

Como a las doce del día oyó rumores de


voces que pasaron cerca y se alejaron: pero ella
permaneció inmóvil. En la tarde sintió hambre y
sed, mas no hizo caso de ello. Volvió a oscurecerse,
vino la noche y salió de su escondite procurando
deshacer su camino de en la mañana. Con mucha
dificultad, pudo por fin hallar la entrada del patio
de la casa donde durmió en la noche anterior. Se
acostó en el mismo lugar.

Sola despertó al siguiente día cuando la sacudían


y le gritaban: -¿Quién es usted señora? ¿Qué está
haciendo aquí?

Abrió los ojos espantada, se descubrió la cara y


vio el rostro de una anciana, que era tal vez la que
habitaba aquella casita.

-Señora-balbuceó Josefa- deme usted agua, me


muero de sed y de hambre.

La buena mujer procura levantarla, diciéndole:


-¡Oh, niña! Pero, ¿de dónde viene usted aquí?
Levántese, vamos dentro y le daré todo.

Con gran trabajo se puso en pie la joven, la llevó


la anciana para el interior de la casita y le dio un
poco de café y pan. Después, le contó que habían
estado los plateados en el pueblo todo el día; que
quién sabe a quién buscaron en todas las casas y

120
en las huertas, y que se habían ido, diciendo que
volverían a quemar al pueblo.

-¿Y vinieron aquí? -preguntó la joven


estremeciéndose.

-¡Cómo no niña! Vinieron, pero luego se fueron.


Tal vez la buscaron a usted y María Santísima la
hizo invisible.

Josefa le refirió los sucesos a aquella buena


anciana, quien la animó a tener fe en Dios, y que
nada le sucedería. Ocho días la tuvo en su casa; los
bandidos no volvieron, y la joven se fue al curato
recomendada por la anciana.

Los bandidos no volvieron a saber de ella.


Alguien inventó que aquella joven tenía pacto con
el diablo, y que él se las había quitado. Su familia
la iba a ver a Oaxtepec con infinitas precauciones.

…………………………………………………………
…………………………………………………………

Hacía más de un año que estaban casados


Anselmo Orozco y Agustina Rodríguez, contando
ésta, apenas dieciocho años de edad.

Se habían radicado en Yautepec y vivían felices,


sin tener todavía familia. Anselmo se dedicaba a
la panadería, que trabajaba por cuenta propia en
algunas tiendas y se ponía en la plaza con una
mesa a expender el sobrante.

121
Como el pan que elaboraban era grande y
bueno, vendían mucho, y corría la voz de que
tenían guardado algún dinero. Sea la codicia del
dinero, sea la codicia de la mujer, pues Agustina era
una muchacha muy bien parecida, llegó una noche
en que el bandido Juan Perna (a) el “Chintete”, se
presentó en la casa de Anselmo y con amenazas y
promesas, logró que éste le abriera la puerta. Juan
Perna iba con otros cuatro a pie, y le dijo a Anselmo
que llevaba recado de Salomé Plascencia, de que le
mandara el dinero que tenía guardado.

Hacía más de un año que estaban casados


Anselmo Orozco y Agustina Rodríguez, contando
ésta, apenas dieciocho años de edad.

Se habían radicado en Yautepec y vivían felices,


sin tener todavía familia. Anselmo se dedicaba a
la panadería, que trabajaba por cuenta propia en
algunas tiendas y se ponía en la plaza con una
mesa a expender el sobrante.

Como el pan que elaboraban era grande y


bueno, vendían mucho, y corría la voz de que
tenían guardado algún dinero. Sea la codicia del
dinero, sea la codicia de la mujer, pues Agustina era
una muchacha muy bien parecida, llegó una noche
en que el bandido Juan Perna (a) el “Chintete”, se
presentó en la casa de Anselmo y con amenazas y
promesas, logró que éste le abriera la puerta. Juan
Perna iba con otros cuatro a pie, y le dijo a Anselmo
que llevaba recado de Salomé Plascencia, de que le
mandara el dinero que tenía guardado.

122
-Yo no tengo nada guardado de D. Salomé
-contestó Anselmo-, pero ni mío tampoco.

-Pues entonces me llevo a usted y a su mujer, esa


es la orden.

-No creo—volvió a decir Anselmo- que D.


Salomé, que es un hombre bueno, quiera perjudicar
a un pobre, cuando él sólo se entiende con los ricos.
-Usted me da el dinero, y es cuanto, no vengo a
sufrir negativas.

-Pues búsquelo usted- a ver si lo haya, no lo


tenemos- repitió Anselmo.

El “Chintete,” por toda respuesta le dispara un


balazo en la frente al infeliz panadero, quien cayó
muerto y bañado en sangre.

Agustina dio un grito de espanto, pero el


bandido se arrojó sobre ella, diciéndole:

-Cállese porque la mato también, véngase


conmigo; y ustedes busquen el dinero- dijo y al
mismo tiempo arrastraba para la calle a la pobre
mujer.

Aquel asesino tuvo a la joven Agustina


Rodríguez, unos cuantos días, la vendió por diez
pesos a otro desalmado.

Salomé Plascencia, que supo lo sucedido y que


el “Chintete” había dicho que él ordenaba aquel

123
miserable robo, lo condenó a muerte por asesino y
cobarde, y el feroz Juan Perna (a) el “Chintete,” tuvo
que alejarse, y hacer sus correrías como cabecilla
de unos pocos bandidos, tan viles como él.

Este asesino sobrevivió, sin embargo, a casi


todos aquellos bandidos.

Diez años más tarde cayó en poder de la justicia,


y como gritara como un cobarde cuando lo iban
a fusilar, se le amordazó y se le metió en un saco,
llegando ya muerto al lugar de la ejecución.

124
SEGUNDA
PARTE
Hacendado mexicano.
Dibujo de Claudio Linati (segunda mitad del siglo XIX).
CAPÍTULO
5
Los Plateados como auxiliares
en la Guerra con Francia.

L
a Constitución de 1857, y las sabias leyes
de Reforma expedidas por el Gran Juárez
habían por fin obtenido el triunfo sobre el
Gobierno Conservador, de añejas preocupaciones;
fresca estaba todavía la sangre derramada en los
campos de batalla por los patriotas liberales que
ayudaron a las victorias del Derecho, y las cenizas
del vivac del soldado que se iba a descansar,
calientes estaban aún, cuando unos cuantos malos
mexicanos traen de nuevo sobre la Patria la injusta
guerra de la Intervención francesa, que plúgole
concederles el ambicioso déspota de Las Tullerías.

El Gobierno de D. Benito Juárez tuvo necesidad


de ir reconcentrando las fuerzas federales para
oponerse a la invasión extranjera, y esto dio lugar
a que varias poblaciones del Estado de Morelos
quedaran guarnecidas solamente por soldados de
guardia nacional.

Los Plateados ocuparon entonces la plaza de


Yautepec, y se nombró Prefecto Político al jefe
respetado de todos ellos: Salomé Plascencia.

127
Éste ya hemos dicho que tenía actos de nobleza,
su carácter era generoso, era valiente hasta la
temeridad; a veces obrada con justicia, pero era un
bandido, y no podía ajustarse a la ley, ni ser una
garantía del derecho de la vida y de la propiedad,
entre tantos facinerosos y asesinos que vivían de
la rapiña.

Salomé Plascencia, en otro ambiente de vida,


y rodeado de otros hombres, hubiera descollado
entre los grandes Generales que se batieron contra
el Imperio de Maximiliano. Su vestir, su aspecto,
su arrojo y valentía eran iguales a los del inmortal
Galeana.

Así pues, la sociedad de Yautepec no podía vivir


conforme con Salomé Plascencia como Prefecto, y
siempre en constante alarma por los desmanes de
los suyos. Elevó sus ruegos al Gobierno para ver
si era posible remediar aquella situación, y éste
nombró Prefecto a D. José María Lara, persona
honorable del pueblo de Tepoztlán, y el cual estaba
en armas para defenderse del bandidaje, que
merodeaba por doquier.

Para darle posesión a dicho Prefecto, nombrado


por el Gobierno, ocupó la plaza de Yautepec el
General D. Eutimio Pinzón, con una columna de
setecientos hombres, el día 17 de Mayo de 1862, a
las nueve de la mañana.

En este mismo día llegó a las tres de la tarde,


procedente de Tepoztlán, el Sr. D. José María Lara,

128
acompañado de sesenta hombres de infantería y
cuarenta de caballería, quienes se formaron en la
plaza frente a la Prefectura política.

Desde que llegó el General Pinzón en la mañana,


con sus setecientos hombres del Sur, comunicaron
a Salomé Plascencia los suyos, que llegaría en la
tarde el Prefecto nombrado señor Lara, y que era
preciso salir a encontrarlo y batirlo.

-¿Para qué hemos de salir?-contestó Salomé-


aquí nos veremos yo y él. No puede haber dos
Prefectos y alguno de los dos se ha de morir.

En efecto, y en los momentos que formaron


frente a la Prefectura los soldados de Lara, se
presentó en la plaza Salomé Plascencia a caballo
con cinco de los suyos y preguntó por él.

Se le acercó un hombre también a caballo y le


contestó:

-“Yo soy José María Lara, ¿qué se le ofrece a Ud?”

-Yo soy Salomé Plascencia y vengo a que nos


matemos, pues no puede haber dos Prefectos-
añadió Salomé.

-¿Que nos matemos? ¡Bah!...¡preso este hombre—


dijo Lara a sus soldados.

Rápidamente le dispara Salomé un balazo en el


pecho, a quema-ropa, que lo hace caer del caballo

129
mortalmente herido, y lo remata atravesándolo
con su machete.

Los cinco que acompañan a Salomé, también


han disparado sobre los soldados. Algunos
contestan el fuego, otros se dispersan y la mayor
parte se posesiona de la Prefectura, sobre los que
cargan los cinco temerarios.

Cuéntase entre ellos Eugenio Plascencia,


hermano de Salomé, quien entra al patio de la
Jefatura atacando a los soldados de Lara. Allí
dentro le matan el caballo y recibe varias heridas,
y no hubiera salido ya si no entra a sacarlo Salomé
entre el fuego nutrido de la fusilería, montándolo a
la grupa de su caballo.

Las fuerzas del General Pinzón, que estaban


acuarteladas, se acercan a toda prisa en auxilio
de Lara a quien encuentran muerto, y persiguen a
Salomé y a los suyos por las calles de Yautepec.

Los soldados de D. José María Lara, que se unen


a los de Pinzón ven al herido Eugenio Plascencia
en una Botica, donde lo ha dejado su hermano
Salomé para que le curen la gran hemorragia de
sus heridas, y lo arrastran a la calle acribillándole
el cuerpo con más de cincuenta balazos. Dos
horas después de estos sucesos, ocupan el cerro
de San Juan—que está casi dentro de Yautepec—
más de trescientos plateados, amenazando de
nuevo la plaza.

130
El cadáver del infortunado Lara -quien ni
siquiera tomó posesión de su cargo de Prefecto—
fue sepultado en la misma noche por orden del
General Pinzón, y éste salió con sus fuerzas a la
madrugada del siguiente día, para el rumbo de
Cuernavaca. Al evacuarse la plaza de Yautepec
por dichas fuerzas volvió a ser ocupada por
Salomé Plascencia y los suyos, quien dispuso unas
solemnes honras fúnebres al cadáver de su hermano
Eugenio, haciéndole los honores a caballo como
cuatrocientos plateados que se reunieron, llevando
moños negros en el brazo.

Aquellos hombres siguieron adueñados del


poder autoritario por algún tiempo en el Distrito
de Yautepec, pues aunque recorrían de paso por
el estado de Morelos, algunas fuerzas federales de
caballería se reconcentraban en México y Puebla
para repeler la intervención, y no podían ocuparse
de batir a tan gran número de bandidos.

Los traidores levantaron un trono en su Patria


para Maximiliano de Habsburgo, y a quien
después la Patria le levanta un cadalso. Las fuerzas
imperialistas, ayudadas de las huestes de Napoleón
III, van invadiendo el país de Hidalgo y de Morelos,
sin conseguir dominarlo, y es entonces cuando
aquellos hombres, llamados “Plateados,” se unen
a la buena causa defendiendo a la República, y se
incorporan a las fuerzas del Gobierno y a las de
voluntarios patriotas para combatir en defensa de
los santos Derechos de la Nación.

131
Concurren a las batallas de la “Calavera”, y
del “Mal País”, pero no son soldados, no conocen
la táctica y disciplina militar; se arrojan sobre el
enemigo como una avalancha y la lluvia de metralla
que vomitan los cañones invasores los destroza
y dispersa.

No, no saben los bandidos batirse militarmente,


y optan por el “albazo”, “la emboscada”, el ataque
nocturno, el asalto imprevisto y la retirada de los
guerrilleros, que han sido sus modos de pelear,
y aquí y allá, separados de las fuerzas regulares,
hostigan constantemente como feroces mastines al
lobo hambriento de la invasión, a quien hieren por
todas partes en los estados de Puebla y de Morelos.

132
CAPÍTULO
6
Los Plateados matan cien soldados
en dos emboscadas.

S
on por fin tomadas las principales plazas
del estado de Morelos por las fuerzas
imperialistas y los plateados que dominaban
en Yautepec, recorren en todos sentidos aquellas
comarcas, cometiendo con más ahínco sus plagios,
raptos y toda clase de depredaciones, burlando a
sus perseguidores y derrotándolos distintas veces
en encuentros inesperados para éstos.

Establecen sus cuarteles en las cumbres de los


cerros más inexpugnables, como en “El Cerrado”, del
que ya hemos hecho mención, y en otros. Son guaridas
de tigres a las que no se atreven a seguirlos, que sólo
ocupan algunas horas del día y que abandonan por la
noche para ir en pos de sus rapiñas.

La guerra contra los imperialistas, los hechos más


feroces y más sanguinarios que antes. Se han vuelto
enemigos de los curas que predican que el Imperio
es la salvación de México, porque es el Gobierno de
Dios; y roban, plagian y asesinan a un fraile lo mismo
que a un comerciante. ¡Desgraciado del imperialista
que caía en sus manos!

133
Salomé Plascencia merodea y domina en
el centro y sur del estado; Epifanio Portillo,
Pantaleón Cerezo y Epitacio Rivas por el norte;
Silvestre Rojas, Tomás Valladares y Juan Meneses
por el oriente, y todos ellos cabecillas principales,
al mando de sesenta o más bandidos, se unen
y pelean juntos cuando las circunstancias lo
requieren contra fuerzas respetables y se separan en
seguida para continuar por sus rumbos asaltando
comerciantes ricos y a hombres de fortuna. Los de
mediana posición les son indiferentes. Los pobres,
los infelices, los desheredados, son muchas veces
sus protegidos.

¡Cuántos de éstos formaron una fortuna con la


protección de aquellos bandidos! Fortuna que aún
existe y que disfrutan hoy los herederos.

Se sabe un día en Yautepec que han cometido


un cuantioso robo en el camino de Tlaltizapán,
asaltando a veinte comerciantes que procedentes
de Acapulco, llegaban con un cargamento de
mercancías; y se decía también que ese cargamento
había sido oculto cerca de Atlihuayán.

Todo el mundo pensó que el autor del robo


había sido Salomé Plascencia y los suyos.

El jefe militar de dicha población dispone que


se persiga a los bandidos y se rescate el cargamento
robado, ordenando que ciento cincuenta hombres
del Resguardo marchen desde luego contra los
asaltantes, donde quiera que se encuentren.

134
Es de tarde y pronto va a ser de noche. El
Comandante de dicho resguardo ha formado
ya sus ciento cincuenta soldados y se dispone a
marchar, cuando llega un Ayudante del Jefe Militar
conduciendo a un hombre ligeramente herido y
con las ropas desgarradas. Es uno de los veinte
comerciantes asaltados que mal atado de manos a
un árbol, como quedaron sus demás compañeros
en el monte, y a la orilla del camino, pudo soltarse y
seguir de lejos sin ser visto, la pista de los bandidos
hasta el lugar en que han descargado el cargamento,
huyendo entonces a dar parte. Este comerciante
hace una relación de los sucesos y precisa el lugar
cercano de Atlihuayán donde están los bandidos,
ofreciéndose a ser guía de aquella tropa.

Mientras ha estado hablando este hombre,


permanece acurrucado muy cerca un infeliz
mendigo, con la mano extendida y los ojos fijos
en el suelo. Nadie se da cuenta de él.

-Entonces -dijo el Comandante- y para que el


golpe a esos bandidos sea más seguro, hay que
dejarlos que duerman y a las dos de la mañana
emprendemos la marcha, al fin está cerca el
lugar. Quédese aquí -agregó dirigiéndose al
comerciante—todo se le proporcionará, y mañana
será nuestro guía.

Ordenó que desensillara la fuerza y pudo


entonces notar al pobre mendigo.

-¿Y este pobre diablo, por qué entra hasta aquí?

135
-Señor -le contestaron- es un infeliz sordomudo
a quien se le permite la entrada para recibir sus
limosnas.

-¡Vaya hombre! Toma- y le largó una moneda


de plata, haciéndole señas que saliera.

El mendigo se dirigió a otros, siempre con la


mano extendida; recibió otras monedas de cobre
y salió a la calle comenzando a caminar de prisa.

………………………………………………………
………………………………………………………

Salomé Plascencia y sus compañeros, después


de que escondieron el cargamento robado,
pues efectivamente, él era el asaltante de los
comerciantes del sur, se dirigió a dormir a su casa
de Altihuayán, distribuyendo antes a sus hombres
para la vigilancia que siempre hacían por turno
donde quiera que pernoctaban o descansaban,
fuese de día o de noche.

Serían las once de la noche cuando por el


camino de Yautepec viene un hombre a caballo y
a todo galope, aproximándose ya a las primeras
casas del Real de la Hacienda.

Dos hombres, también a caballo, saltan en


medio del camino para detener el paso que llega,
gritándole: -¡Alto! -aquel se detiene y por toda
respuesta, lanza un silbido agudo y penetrante con
modulaciones características.

136
-¡Ah! -dijeron aquellos hombres que le
interceptaban el paso- ¿Usted es tío Juan? Malas
nuevas tenemos, siga adelante. Sin contestar palabra,
emprendió de nuevo la carrera el hombre que venía
de Yautepec. A doscientos pasos se repite el caso
anterior y aquel hombre sigue hasta llegar cerca de
la casa en que duerme Salomé Plascencia, donde
lo reciben los últimos centinelas que lo llevan a la
puerta de dicha casa.

Llaman apresuradamente, y el hombre aquel,


repite el silbido agudo y penetrante.

Lo oye Salomé y se levanta apresuradamente,


coge sus armas y abre la puerta, diciendo al mismo
tiempo: -Pase, tío Juan, algo grave ocurre, donde
viene usted a esta horas. Entra aquel hombre, quien
no es otro, que el mendigo que vimos acurrucado
con la mano extendida y los ojos bajos ante el
Comandante del Resguardo en Yautepec, y que se
hace pasar por sordomudo, pero que es un espía
muy listo de Salomé, que donde quiera entra, en
las oficinas, en los cuarteles, en las casas y en los
mesones, dando o enviando aviso a Salomé para
sus planes y sus robos. Tiene otros dos compañeros,
espías como él, uno simula ser arriero y el
otro comerciante.

Nuestro sordomudo, que no lo es refiere a Salomé


detalladamente cuanto se dijo en el Cuartel y el plan
del Comandante para atacarlo. Recibe un puñado
de pesos, vuelve a montar a caballo y se regresa a
escape a Yautepec.

137
Salomé da sus órdenes, manda reunir a todos
sus hombres, aun los que quedaron al cuidado del
cargamento a una legua de distancia, y a la una de la
mañana se dirigen al camino de Yautepec, tomando
sus posiciones para una emboscada, y quedando
Salomé con veinte hombres para atacar de frente a
los del Resguardo, quienes no tardarán en llegar.

Hacía media hora que estaban los bandidos


silenciosamente ocultos, cuando se percibe a lo lejos
el sordo tropel de caballos.

Son los del Resguardo de Yautepec que ya vienen


en persecución de los plateados; la mañana es
casi clara y se ven perfectamente los bultos de los
hombres. Llegan por fin al centro de la emboscada.
Suena un tiro por la retaguardia que es la señal del
ataque, y suena al mismo tiempo un estruendo
simultáneo de mosquetería que hace caer por tierra
a muchos soldados.

Repuestos de la sorpresa, los demás disparan


también sus armas sobre los ocultos enemigos,
quienes repiten una segunda descarga que causa
más víctimas. Salomé con los veinte hombres que
se reservó, y que no han disparado un solo tiro,
cargan sobre la fuerza del Gobierno con una tercera
descarga, la que huye en completa derrota, siendo
alcanzados muchos y muertos a machetazos.

Sesenta hombres del Resguardo quedaron


muertos en aquella emboscada, y ni uno solo de los
bandidos.

138
La sorpresa fue grande; los soldados iban
confiados pues era imposible que supieran que a
esa hora se les perseguiría. ¡El mendigo sordomudo
había hecho el milagro!

Silvestre Rojas hace lo mismo en el Rancho de


San José en los suburbios de Cuautla.

Llega con sus hombres a dicho Rancho, y


destaca diez o doce sobre Cuautla, quienes entran
hasta el centro de la ciudad a disparar sus armas
sobre la Guardia Nacional, que para la defensa de
la población ha formado de artesanos el General
D. Ignacio de la Peña.

Salen sobre ellos a perseguirlos como sesenta


individuos de dicha Guardia, los llevan muy cerca
y al llegar al mencionado Rancho de San José,
reciben los soldados una terrible y nutrida descarga
de los bandidos, que están emboscados, y a la vez
los acometen a machetazos, quedando muertos
más de cuarenta vecinos de Cuautla que formaban
la expresada Guardia Nacional, y escapando el jefe
Arcadio Enciso a todo escape con pocos de los
soldados aquellos.

Estos hechos causaban asombro en la sociedad


temerosa de tan inauditos atrevimientos, y todos los
hombres de regular fortuna se propusieron gastar
una parte de ella y unidos, pagar fuerzas respetables
y buscar un hombre capaz que pudiera competir
con astucia y arrojo a tan terribles bandidos, y se
dedicara a perseguirlos hasta su exterminio.

139
Los jefes que hasta entonces los habían
perseguido, D. Martín Sánchez (a) “Chagollán”,
D. Aniceto López y D. Arcadio Enciso, poco o
ningún éxito tenían en dicha persecución, eran
derrotados con frecuencia; y estas derrotas a los
jefes, que eran los únicos que podían dar garantías
a la sociedad, traían el desaliento a los temores de la
inseguridad, con la impotencia de los mencionados
jefes.

Así pues, todos los capitalistas de Cuautla de


Morelos, los hacendados del rumbo y la sociedad
entera, se fijaron en el Coronel D. Rafael Sánchez,
como su salvador y el único que podía competir
en arrojo y astucia con el temible y temerario jefe
principal de todos ellos: Salomé Plascencia.

Solicitaron a dicho Coronel Sánchez para que


se pusiera al frente de todas las fuerzas para la
persecución de los plateados, y dirigiera la campaña
contra semejantes bandidos hasta su exterminio,
pero se negó a ello contestando: “No puedo
perseguir a hombres que en los mayores peligros
me han acompañado a la defensa de la República y
de los principios liberales; procuraré contener sus
depredaciones, pero jamás destruirlos.”

Don Rafael Sánchez era un Coronel de renombre


en el estado de Morelos, quien había combatido por
los principios liberales en toda la guerra de “tres
años”; era muy querido de sus jefes principales
y vivía retirado en su pueblo de Mapaxtlán, hoy
“Villa Ayala” ocupado en las labores del campo,

140
pues aunque había luchado contra la intervención
francesa, en sus comienzos no pudo seguir a las
fuerzas de la República rumbo al norte del país.

Era alto, color blanco, usaba piocha y bigote y


vestía de charro con pantalonera sencilla de dos
“vistas”; hábil jinete, valiente y astuto, montaba
siempre muy buenos caballos y manejaba las
armas con mucha destreza, a la vez que la reata.
Él y Salomé Plascencia se estimaban mutuamente
con sinceridad y eran buenos amigos.

Veremos en otro capítulo los motivos que


inclinaron a D. Rafael Sánchez a perseguir a
Salomé Plascencia, y cuál fue la verdadera causa de
la destrucción de los famosos “Plateados.”

141
Manera de viajar las damas en México.
Dibujo de Claudio Linati (segunda mitad del siglo XIX).
CAPÍTULO
7
Un adulterio origina la destrucción
de los Plateados.

Se dividen en dos bandos: Charros y Catrines.

Y
a hemos dicho que merodeaban por
rumbos distintos los jefes principales de
los Plateados, acompañados por cabecillas
secundarios, llevando cada uno su correspondiente
cuadrilla de bandidos. Pantaleón Cerezo, aunque
jefe principal, se unía con frecuencia a Silvestre
Rojas, temporalmente, y hacía sus correrías
abandonándolo después.

Conoció en una de estas veces a la esposa


de Silvestre Rojas. Bonita mujer del rumbo de
Ozumba; blanca, bajita de cuerpo y de color
encendido, de la que se enamoró perdidamente
Pantaleón Cerezo, declarándole su pasión en la
primera oportunidad que tuvo de hablarle.

La esposa de Silvestre Rojas se espantó de


semejante declaración, y lo rechazó desde luego.
Conocía la ferocidad de aquellos hombres en
quienes bastaba la sospecha de una ofensa, en

143
asuntos de amores, para castigar con terrible
muerte a la infiel y asesinar al seductor.

Hemos visto como vendían a las mujeres,


comerciaban con ellas, las cambiaban como lo
hicieran con un caballo, pero mientras las tenían
en su poder, y no iniciaban venta o cambio de ellas,
eran sagradas y respetadas de los demás bandidos.
Los que tenían mancebas, además de sus esposas
legítimas, como Silvestres Rojas, comerciaban con
las primeras y eran para las segundas, apasionados
y feroces como el amor de un turco.

Eran espantosos los castigos que daban a las


mujeres infieles aquellos bandidos, castigos que
adoptaron los hombres del pueblo y que aún después
de la extinción de los plateados, persistieron por
varios años, sin embargo del rigor de la ley para
reprimir ese salvajismo.

Nos abstenemos en describir la manera en que


consistía ese castigo que daban a las mujeres; esa
muerte horrible quizá invención de algún infernal
inquisidor, porque hay crímenes cuyos detalles
deben suprimirse en bien de las inteligencias
perversas.

La esposa de Silvestre Rojas pensó en aquellos


castigos y tembló ante las declaraciones amorosas
de Pantaleón Cerezo. Pasó el tiempo y este seductor
asiduo, tantas promesas le hizo, tantos obsequios y
tantos ofrecimientos, que como todo desliz en las
mujeres, la ocasión triunfó del beber. Pantaleón

144
Cerezo logró sus deseos con aquella mujer y ambos
rodaron por la pendiente del vicio, ofuscados con
su amor criminal que no pudieron ver que se hacía
pública la infidelidad de una esposa.

Silvestre Rojas tuvo por fin conocimiento de la


grave ofensa que le infiriera su mujer con Pantaleón
Cerezo, buscó a este, ciego de cólera le encontró, y
sin decirle una sola palabra le disparó de balazos
dejándolo muerto en el acto.

Varios de los jefes y plateados juzgaron este


hecho como un asesinato cometido vilmente.
¡Exigían la hidalguía para matarse entre ellos!

Se encolerizaron muchos en contra de Silvestre,


reprocháronle su conducta, por más que le
concedían el derecho de venganza, y Salomé
Plascencia, quien más lamentó el asesinato, le
mandó decir que odiaba a los cobardes y que se
cuidara, porque lo mataría “como los hombres”, en
la primera oportunidad.

Este aviso preparó a Silvestre Rojas para el


ataque, y convocó a sus más adictos partidarios para
que lo acompañaran, poniéndose en guardia, pero
rehuyendo un encuentro con Salomé Plascencia.

Epitacio Vivas, jefe también y amigo de


Silvestre, contestó a Salomé en defensa de su amigo,
desafiándolo para un encuentro en el pueblo de
Ocuituco. Salomé se dirigió a dicho pueblo con
solo dieciséis de los suyos, teniendo allí Epitacio

145
Vivas sesenta hombres; pero éste era un valiente
y tuvo la osadía de retar a Salomé a un combate
singular, a caballo y en presencia de todos aquellos
bandidos, quienes les formaron una gran valla.

Ya hemos dicho que Salomé tenía un valor


temerario, como lo comprueban todos sus hechos,
era un gran jinete y hábil tirador, así es que el
resultado de aquel combate fue la muerte de
Epitacio Vivas. Plascencia les arengó a los hombres
de Epitacio “que los que quisieran continuaran
con el cobarde Silvestre, pero que en lo sucesivo se
llamarían los “catrines” y no los “charros plateados”
como los suyos.

Todos se ofrecieron pasarse a sus filas desde


luego, pues nunca aceptarían el título de “catrines.”
Sólo Joaquín Sánchez, amigo de Epitacio, se dirigió
a Salomé con las armas en la mano resuelto a
vengarlo, y tuvo en el acto el mismo fin que su
amigo, muriendo también a manos de Salomé.

Era Joaquín Sánchez oriundo de Mapaxtlán y


sobrino del Coronel D. Rafael Sánchez, a quien
dimos a conocer en el capítulo anterior. La muerte
de su sobrino por Salomé, a quien consideraba
como su amigo, lo decidieron a pelear contra
de éste, y perseguirlo, reprochándole la muerte
de Joaquín.

Desde los acontecimientos que tuvieron


lugar en Ocuituco, los “charros plateados” y los
“catrines” se hicieron una guerra sangrienta y sin

146
cuartel. Los vencedores daban muerte inmediata
a los prisioneros. Los asaltos, las sorpresas y las
emboscadas de unos y otros eran frecuentes y se
diezmaban mutuamente todos aquellos bandidos,
con una saña y fiera “de moros y cristianos”.

Debilitados entre sí, divididos y destruyéndose


recíprocamente, pudieron entonces los Jefes
perseguidores del Gobierno, ir teniendo éxito
y ventajas sobre los bandidos “Plateados” y
“Catrines,” que caminando unidos, habían sido
la poderosa avalancha destructora que ninguna
fuerza osaba contener.

¡Un adulterio fue el principio de la salvación de


un Estado!

147
Detalle. Asaltantes emboscados, 1873, Acuarela/papel. 25.5 x 40 cm.
Óscar Laballe. Museo Nacional de Historia.
CAPÍTULO
8
Entra en campaña el Coronel
D. Rafael Sánchez.

D
espués de la toma de la capital de la
República por las huestes invasoras y las
tropas reaccionarias, una vez establecido
el provisional Gobierno Militar que esperaba la
llegada del Archiduque, los hacendados del estado de
Morelos pidieron ayuda en México para perseguir al
bandidaje y contener sus depredaciones.

Mandó dicho Gobierno establecer de pronto


resguardos en las principales ciudades del estado,
y ya hemos visto que eran destrozados esos
resguardos, y no se atrevían a emprender una
formal persecución contra los plateados.

Volvieron a insistir los capitalistas de Morelos


ante el Gobierno Militar, y entonces mandó
tropas regulares de caballería y de infantería a que
recorrieran el estado y persiguieran con tenacidad
a todos aquellos bandidos que asolaban la comarca.

Entre los jefes de aquellas tropas vienen


algunos contra quienes había combatido D. Rafael

149
Sánchez, a quienes no hacía dos años les habían
causado serias derrotas, cuando con el auxilio de
todos los plateados, hasta en número de mil, había
combatido por la Constitución y la Reforma.

Temiendo Sánchez, en aquellos tiempos de


venganzas y represalias que pudiera ser perjudicado
en su persona, reúne a unos cuantos de sus amigos
y partidarios del pueblo de Mapaxtlán, y con su
grupo de sesenta hombres se lanza a los cerros,
preparando a los acontecimientos y en espera de
que Salomé Plascencia, a quien había retado a la
pelea por la muerte de su sobrino, fuera el primero
en atacarlo.

Lo acompañan hombres resueltos y valientes


como segundos jefes Atanasio Sánchez, Guillermo
Gutiérrez, Efrén Ortiz, Mateo Cázares, Cristino
Zapata, y otros varios.

No pasaron mucho tiempo en ser atacados por


Salomé Plascencia, con esa astucia y fiereza que
acostumbra en sus asaltos, pues luego que supo
que D. Rafael Sánchez se había alzado en armas
con sesenta de su pueblo, determinó caer sobre
él y exterminarlo, pensando que Sánchez era el
único enemigo peligroso que podía tener. Fracasó
Salomé en su primer ataque, siendo rechazado con
pérdidas de hombres, sin embargo, de la sorpresa
con que lo hizo.

Otro sangriento encuentro se registró en


Juatelco, después en el cerro del “Ahuacate” donde

150
se le desbanda la caballada a D. Rafael y él y todos
los suyos están a punto de perecer. Reúnen a los
caballos cuando ya se han retirado los bandidos,
y creyendo estos haberlos dejado destrozados,
se alejan a descansar al Rancho de San Vicente,
próximo a Moyotepec. Allí los ataca Sánchez de
una manera súbita; quedan muertos numerosos
bandidos, entre ellos un hermano de Silvestre
Rojas, y huyen los demás en completa derrota.

Las fuerzas expedicionarias del Gobierno


atacan a los plateados, a la vez que a D. Rafael
Sánchez, y éste con sus pocos hombres y sin
ningunos elementos, se defiende de todos y lucha
desesperadamente contra todos. Ora se bate con
los valientes “charros” de Salomé Plascencia, ora
con los famosos “catrines” de Silvestre Rojas, y
tiene mañana un encuentro con las fuerzas del
usurpador Gobierno.

Su situación es crítica y no se da tregua ni


reposo para atacar también y defenderse de todos
-bandidos y soldados- que lo persiguen por todas
partes como rabiosas jaurías.

Un día se presenta en Cuautla al Jefe Militar


de las fuerzas expedicionarias del Distrito. Se
pide explicaciones de la persecución que le hacen
las fuerzas del Gobierno, cuando él se ha armado
solamente para perseguir a los bandidos ofreciendo
continuar contra ellos, siempre que no lo molesten
las fuerzas regulares, para lo cual no pide ayuda, ni
elementos ningunos.

151
El Jefe Militar le ofrece que no volverá a ser
molestado por ninguna fuerza del Gobierno y que
pueda organizar la persecución de los bandidos, de
la manera que lo crea conveniente.

Don Rafael Sánchez después de esta atrevida


entrevista con el Jefe Militar de Cuautla, se une a
los suyos, quienes lo esperaban llenos de zozobra en
un cerro próximo; se dirigen a Mapaxtlán, donde
son recibidos con júbilo por todos los del pueblo y
se procede a preparar lo necesario para la defensa y
ataque de los bandidos.

Mientras pasaba esto, se decía que Salomé


Plascencia había perecido en un asalto que le dio la
“Comisión” de Tlaltizapán, al mando de D. Manuel
Tagle. Otros contaban que las fuerzas del Gobierno
lo habían encontrado solo, en su milpa, y que allí
había sido muerto.

Efectivamente, el asalto y el encuentro habían


sido ciertos; pero siempre con la temeridad y arrojo
que lo caracterizaban había escapado ileso de las
manos de sus perseguidores.

El asalto había tenido lugar en la Hacienda de


Atlihuayán, donde había una fiestecita en ese día.
Dejó a los suyos en el cerro, y se bajó solo a la
hacienda; llegó a su casa, montó en la cabeza de la
silla a un pequeño hijito que tenía, y se encaminó
a la plaza a darle nieve. Allí se encontró con su
compadre D. Tomás Peralta, quien se alarmó
al verlo rogándole que se fuera. No hizo caso

152
Salomé, pidió la nieve y comenzaron a tomarla, y
a darle al pequeño, a quien se había sentado sobre
la pierna cruzada sobre la silla, para tenerla más
cómodamente.

No habían terminado de beberla cuando


desembocan en la plaza los rurales de la “Comisión”
de Tlaltizapán, lanzándose sobre Salomé.

Éste, arroja a su hijito en los brazos de su


compadre, diciéndole: “Tenga compadre y pague la
nieve”, y desprende su caballo al encuentro de los
Rurales, disparando sobre ellos por ser ese lado el
rumbo de su salida. Le disparan también, pero ha
matado ya a un soldado del primer balazo, han caído
otros dos, heridos gravemente a machetazos, y sin
dejar de dispararle le abren paso como a una fiesta
que se escapa velozmente, internándose en el monte
del cerro.

Tres días después, estaba en su milpa, también


solo, dando instrucciones a su “gañán”—pues
hay que decir, que poseía terrenos y los mandaba
sembrar—cuando se avista muy cerca un escuadrón
de caballería del Gobierno, Salomé comienza a
alejarse poco a poco hacía el cerro más próximo.

Los soldados emprenden la carrera en su


seguimiento mientras él faldea el cerro, y sigue
por la vereda angosta de una cañada boscosa, por
la que sólo pueden caminar a caballo, uno tras de
otro. Cargan sobre él a todo galope y comienzan a
dispararle una lluvia de balas; llegan los soldados

153
a la vereda angosta y se arremolinan y se detienen
los caballos enredados entre los espinos y los
bejucales; pero siguen a escape de uno en uno al
alcance de Salomé.

Este se detiene, dispara sobre el primero


quien cae del caballo, interceptando la vereda.
Saltan sobre él los que vienen detrás, y repite el
disparo Salomé, cayendo muerto otro soldado.
Más adelante caen otros dos más, y llegan por fin
los perseguidores a un amplio cruzamiento de
veredas que se internan en el bosque, sin saber
por cual deben seguir a Salomé. Se regresan de
allí, recogiendo a sus muertos o heridos, pues ha
fracasado otra vez el centésimo intento de acabar
con el famoso Jefe de los plateados.

Estos dos casos, que acabamos de relatar, fueron


aquellos en que se dijo que Salomé había muerto
cuando D. Rafael Sánchez entrevistaba al Jefe
Militar de Cuautla, y preparaba en su pueblo la
organización respectiva para la persecución de los
bandidos y defensa de la población.

154
CAPÍTULO
9
Un pueblo pequeño, que es grande
y fuerte defendiéndose.

E
l pueblo de Mapaxtlán, hoy Villa de Ayala,
era entonces un pequeño poblado en el que
apenas podían contarse unos trescientos
hombres útiles para el servicio de las armas. Al día
siguiente de la llegada de D. Rafael Sánchez y los
pocos que lo acompañaban al pueblo, convocó a
una junta general a todos los vecinos sin excepción,
para que reunidos todos, en la plaza, deliberaran y
acordaran la manera como debían organizar y hacer
la defensa de sus vidas y propiedades, amagadas
constantemente por los plateados.

Todos concurrieron con gusto al llamado de


su querido paisano y antiguo Jefe. Les arengó
exponiéndoles la peligrosa situación en que vivían
todos los del pueblo con las rapiñas y ferocidades de
los bandidos, y convenciéndolos sobre lo fuerte que
es un pueblo unido cuando defiende sus derechos
más santos: la propiedad y la familia.

Les habló también Efrén Ortiz, y con aquel


carácter fogoso de su temperamento les dijo:

155
-Muchachos, hemos retado a muerte a todos los
plateados, principalmente a Salomé; si somos
cobardes vendrán a degollarnos, y a llevarse a
nuestras muchachas. Probemos a esos hombres que
los de Mapaxtlán somos tan valientes como ellos,
y si vienen aquí recibámoslos a balazos y luchemos
mientras quede vivo uno de nosotros.

-Sí…sí… Los batiremos-, contestaron todos


aquellos hombres reunidos.

Se procedió entonces a dividir la población


en cinco manzanas o cuarteles, correspondiendo
cuatro a los puntos cardinales y una al centro.
Los vecinos cubrirían respectivamente el rumbo
en que vivieran levantando las trincheras que
fueran necesarias en las entradas del pueblo, y los
domiciliados en el centro formarían en la plaza
la reserva que debía auxiliar a los puntos más
seriamente comprometidos en los momentos que
fuera atacado el pueblo.

La vigilancia de día se haría por turnos en los


cerros de la población y en la torre, y al toque de
“arrebato” todos los vecinos ocurrirían armados a
sus respectivos puestos. De noche se establecerían
“rondas” y sólo los del centro formarían la
Caballería.

Convenidos y conformes con este medio de


defensa establecido por D. Rafael, levantaron las
trincheras necesarias, y desde luego quedó en
vigor el servicio de todos los vecinos, altamente

156
entusiasmados e impacientes por batirse con los
plateados.

No se limita D. Rafael Sánchez a esperar


tranquilo que vayan al pueblo los bandidos. Ha
ofrecido al Jefe Militar de Cuautla perseguirlos y
se lanza con sus sesenta antiguos compañeros a
excursiones diarias por los lugares que merodean,
según noticias de los correos o espías que manda
por todas partes.

Se pone de acuerdo con los anteriores jefes


perseguidores Martín Sánchez (a) “Chagollán”,
Aniceto López y Arcadio Enciso, para combinar
asaltos y batidas a los bandidos en un radio que se
señalan; pero sin abandonar a su pueblo, regresa
siempre por la noche.

Silvestre Rojas se atreve a atacar a Mapaxtlán con


cerca de trescientos bandidos, pero es rechazado
con grandes pérdidas de hombres y huyen dispersos
y acosados por los vecinos del pueblo que salen a
perseguirlos hasta muy lejos del poblado.

En las excursiones que hace D. Rafael Sánchez,


ha tenido tres encuentros con Salomé Plascencia
y los suyos y en las tres veces los ha derrotado,
haciéndoles numerosos muertos, entre ellos José
María Rojas, hermano de Salomé, Antonio Michaca,
y otros varios cabecillas.

Comprendió Plascencia que era preciso, para


seguridad de todos ellos, acabar con Rafael Sánchez,

157
único hombre que por su astucia y arrojo era
una constante amenaza de sus vidas. Todos los
demás perseguidores, sin ese Jefe -decía Salomé-
que sólo servían para divertirlo.

Así pues, dispuso Salomé dar un asalto


decisivo al pueblo de Mapaxtlán, comenzando
por asesinar a Sánchez en su misma casa. La
desconfianza y el temor que a éste tenía, le hizo
olvidar aquella hidalguía que le era habitual en
sus luchas personales y se resolvió llevar a efecto
un cobarde asesinato.

Reunió más de quinientos hombres y se


acercaron al pueblo “al paso de lobo,” en una
noche oscura y lluviosa, poniéndole sitio. Él y
cuarenta de los suyos dejaron sus caballos por el
lado de Anenecuilco, al cuidado de otros, y a pie,
descalzos, y con solo sus mosquetes, se metieron
en el río que atraviesa al pueblo, siguieron
corriente abajo y así llegaron a las huertas,
a espaldas de la casa de D. Rafael Sánchez. Se
detuvieron un instante a escuchar, y como no
observaran ruido alguno que infundiese alarma
se dirige aquel numeroso grupo a la puerta de
la casa de D. Rafael y llaman violentamente con
fuertes golpes.

Serían apenas las ocho de la noche, D. Rafael


acababa de cenar y se disponía a salir a recorrer
la vigilancia de las trincheras del pueblo, para
lo cual tiene su caballo ensillado en un oscuro
rincón de la caballeriza.

158
Llámale la atención el modo con que han llamado
a su puerta, pues aun para estos casos ha establecido
entre los suyos un modo especial y contraseña.
Luego se supone que son los plateados, que han
podido entrar por el río a pie y que viene con ellos
Salomé Plascencia, único quien puede atreverse
a tanto.

Apaga la luz que ilumina la casa interiormente


para acostumbrar a sus ojos a ver en la sombra, y
con sus pistolas al cinto y el machete en la mano
se dispone a saltar por una pequeña ventana de la
casa, que da a la huerta, por el lado opuesto de la
puerta. En ese momento llaman más bruscamente
y se oye ese ruido seco que producen al prepararse
las armas de gran calibre. Vacila un instante, pero
salta por fin fuera de la ventana, y quedan dentro
arrodillados, rezando y asustados sus pequeños
hijos, su esposa y la madre.

Aquel hombre pudo haber huido entre la densa


oscuridad de los árboles de la huerta, pero la mayor
parte de los hombres de aquellos tiempos, y con
especialidad los de Mapaxtlán, no conocían el
miedo y se complacían con jugar con el peligro.

Don Rafael Sánchez dio vuelta a la casa


buscándolos, y su grito de “¡aquí estoy bandidos!”,
los hizo estremecer de espanto, pues era creencia
general entre los plateados que D. Rafael Sánchez
tenía “pacto con el diablo” y su aparición repentina
fuera de la casa, que ninguno de aquellos conocía,
los hizo temblar.

159
Don Rafael dispara una de sus pistolas y
rueda un hombre por el suelo. Todos le disparan
simultáneamente sus mosquetes sin tocarle una
bala y él acomete sobre ellos con la velocidad del
relámpago repartiendo machetazos a diestra y a
siniestra a fin de no dejarlos cargar nuevamente
sus mosquetes. Son ya varios los heridos y vacilan
en la pelea los asaltantes, en vista de no haberlo
tocado ninguno de los cuarenta balazos que le
han disparado, Salomé grita: “¿Dónde está ése?”, y
con aquel nombre cariñoso que D. Rafael le daba
cuando eran amigos, le contesta:

“¡Aquí estoy, Chonene¡”

Se arroja Salomé sobre él, pero recibe luego un


puntazo en la mano en que sostiene el machete, y
otro más en el pecho.

La población se ha alarmado con la descarga


hecha sobre D. Rafael; el vigilante nocturno de la
torre toca a arrebato y huyen aquellos facinerosos
dejando un hombre muerto y yendo heridos varios
de ellos, incluso Salomé Plascencia.

Don Rafael, quien ha salido ileso, monta a caballo


y se lanza a la calle donde ya se encuentra con varios
amigos que se dirigían a su casa. Se oye entonces el
fuego nutrido en las trincheras causado por el asalto
que dan los sitiadores con sus caballerías.

Se encarniza el combate por todas partes y en


todos los puntos son rechazados los bandidos,

160
quedando muertos muchos de ellos sobre las
trincheras. La lucha se prolonga y manda D. Rafael
saltar los parapetos, abrir las trincheras y cargar
rudamente sobre ellos a machetazos. Los plateados
huyen dispersos dejando de sus compañeros más
de veinte muertos en las trincheras, y muriendo
también diez o doce vecinos del pueblo.

Pocos días después se cantaban unos versos en


Maxpatlán, cuyo pie decía:

“¡Qué milagro tan patente!”—“Hizo mi Padre


Jesús”—“Que para matar a Sánchez”—“Trajeron
balas con cruz”.

Efectivamente, algunos sacaron al siguiente día


del asalto a la casa de D. Rafael, varias balas que se
habían incrustado en la pared y en los árboles, y se
les encontró a todas una cruz vaciada en el plomo.

161
Caricatura de la época.
CAPÍTULO
10
Mueren los temibles jefes de los Plateados.

M
arcos Reza, hombre acomodado del
pueblo de Jonacatepec, era el jefe
intelectual de todos los bandidos de
ese rumbo, llamados los “catrines”, encabezados
por el famoso Silvestre Rojas. Ejercía el comercio, y
esta circunstancia lo ponía en condiciones de estar
al corriente de los asuntos mercantiles de los demás,
de sus viajes a México; de sus compras y ventas y de
la carga que les venía que casi siempre era robada
en el camino por los bandidos, para comprársela a
éstos, Marcos Reza, a menos de la mitad de su precio.

Por las influencias que le daban su aparente


posición de hombre honrado, llegó a conseguir que
se le nombrara Prefecto Político de Jonacatepec, con
cuyo cargo pudo dar a los “bandidos” “Catrines,”
más consideraciones y garantías que a los hombres
honrados, a cambio de recibir constantemente toda
clase de mercancías, que aquellos ladrones robaban
por distintos rumbos.

Como hemos visto que hacía D. José María


Atolaguirre, de Cuautla, con Salomé Plascencia, así

163
también lo hacía Marcos Reza con los de Silvestre
Rojas; con la circunstancia, de que siendo Reza
Prefecto del Distrito y quien dirigía muchas veces la
manera de hacer los asaltos, era todavía más nocivo
y peligroso para los comerciantes que el español
Atolaguirre.

Se fue descubriendo poco a poco su conducta,


manejos y relaciones íntimas con los bandidos a
quienes proveía de todo, que llegó a hacerse público
su traidor comportamiento con los comerciantes
honrados.

Emprendió, por fin, un viaje a México; uno de


esos viajes en que necesitaba ir personalmente
para la compra de armas y municiones para sus
compañeros, los bandidos.

Al pasar por el pueblo de Yecapixtla se encontró


con D. Martín Sánchez (a) “Chagollán”, quien sin
tener en cuenta su carácter de Prefecto Político de
Jonacatepec, ni su posición acomodada, le reprochó
su conducta y lo mandó fusilar inmediatamente.

La muerte de este hombre “Presidente Honorario”,


como se diría ahora del “Círculo amigos de lo ajeno”,
capitaneados por Silvestre Rojas, asombró a éstos y
se desconcertaron por completo.

La situación de todos ellos vino a agravarse con


la muerte de Salomé Plascencia, a consecuencias
de una herida que recibió en el pecho en la última
persecución que le hizo D. Rafael Sánchez.

164
Desde el asalto que dieron a Mapaxtlán e
intentaron asesinar a D. Rafael en su casa, dejaron
pasar cerca de un mes sin que se presentaran por
ninguna parte, Salomé y los suyos.

Quizá cuidaban a sus heridos en dicho asalto,


lamentaban a sus muertos y descansaban un poco
de sus fatigas.

Volvieron por fin un día al pueblo de


Anenecuilco, muy próximo a Mapaxtlán a robarse
caballos.

Avisáronle a D. Rafael Sánchez, y ocurrió desde


luego con sus sesenta veteranos a darles el ataque.
Eran muy pocos los hombres que robaban dichos
caballos, y no venía entre ellos Salomé Plascencia.
Huyeron al ver la tropa de D. Rafael, pero ésta los
persigue tenazmente siguiéndolos por la empinada
vereda que atraviesa el cerro de Anenecuilco.

Muchos de los hombres de D. Rafael se van


quedando atrás poco a poco en la pedregosa subida
de dicho cerro y sólo unos cuantos, que montan
mejores caballos, forman la vanguardia que
persigue de cerca a los ladrones. Llegan al Rancho
de Huajoyuca donde los que huyen se incorporan
con Salomé, quien está allí con unos diez o quince
de los suyos; y como ven que los perseguidores son
ya un reducido número de siete, precisamente los
principales de D. Rafael, resuelve Salomé acabar
con todos ellos, les dispara unos cuantos balazos
y haciendo una falsa huída los va llamando

165
bruscamente con ese grito agudo y prolongado
que tienen los vaqueros del rumbo, para llamar
al ganado a comer sal: “chito….chito…chito”, a
fin de herirles su amor propio y los siguieran más
de prisa.

Así fue, en efecto, aquellos siete valientes de


D. Rafael Sánchez cargan furiosamente tras ellos
hasta llegar al Rancho de San Felipe donde los
bandidos ganan una “tranca” y se hacen fuertes,
disparando una lluvia de balas. Se empeña el
combate y los de Sánchez que comprenden el grave
peligro que tienen si aquellos hombres les cargan
un ataque “al machete”; procuran hacer blanco en el
temible Salomé.

Logran herirlo en un brazo y ordena el ataque


a machetazos sobre aquellos pocos atrevidos que
tanto se habían adelantado a batirlos, pero en ese
momento recibe un segundo balazo en el pecho—
pues lo cazan— a la vez que vienen ya acercándose
los demás hombres de D. Rafael, a toda carrera.
Salomé al sentir el segundo balazo se dobla sobre
el caballo abrazándose al cuello y emprende veloz
fuga, seguido de sus compañeros.

Aquellos siete arrojados campeones, quedaron


allí inmóviles, admirados de haber escapado de una
muerte segura. Cuando llegó D. Rafael Sánchez,
con todos los demás, felicitó calurosamente a
sus amigos diciéndoles: -Muy bien muchachos,
muy bien, el león va herido y quizá no escape! ¡Se
salvaron ustedes!

166
Todos se regresaron de aquel rancho llevándose
el cadáver de Mateo Cáceres, que había sucumbido
de los siete, en aquella lucha desigual y que no
eran otros que Atanasio Sánchez, Efrén Ortiz,
Guillermo Gutiérrez, Cristino Zapata y la persona
superviviente que nos ha proporcionado los datos
de los sucesos de que trata este libro.

Tres semanas después murió Salomé Plascencia


a consecuencia de la herida en el pecho; en su
Cuartel General en el cerro de “El Cerrado.” Se dijo
que ya estaba de alivio, cuando la bella Homobona
quiso ir a prodigarle sus cuidados causándole la
muerte con sus ternuras, pues se decía también que
comenzaba a serle infiel.

Con la muerte de este terrible y temerario jefe


principal de todos los plateados se fue acabando
rápidamente aquella plaga de hombres famosos que
asoló al estado de Morelos y cuyos hechos heroicos
en su mismo vandalismo, hemos consignado en
esta páginas.

Silvestre Rojas fue entregado por su amasia en


un rancho situado en el cerro de “La Vaquería” y
fusilado por Aniceto López.

Los que no murieron se dispersaron en pequeñas


partidas, saliendo algunas fuera del estado hasta
ser extinguidas por completo.

Estos fueron “Los Plateados.” ¿Cómo son los


llamados “Zapatistas”? ¿Qué diferencia existe

167
entre los bandidos de hace cincuenta años, y los
bandidos actuales? ¿Por qué esa diferencia? ¿Por
qué un Gobierno fuerte no puede acabar con
tal situación?

Estas preguntas nos sugieren algunas


consideraciones, que, para terminar esta obrita,
consignamos en nuestro último capítulo, como el
epílogo del vandalismo en el estado de Morelos.

168
CAPÍTULO
11
¡Cincuenta años después!.

H
an pasado cincuenta años desde los
acontecimientos que dejamos narrados
en los capítulos precedentes. Se ha
extinguido casi la generación que viera los hechos
sangrientos de aquella época nefasta para México,
en que bajo el nombre “mochos” y “liberales”,
“imperialistas” y “republicanos” tiñeron nuestros
campos de púrpura al encontrado choque de la
confusión de “principios”.

¡Tantos años de guerras fratricidas! En que los


niños se dormían al estruendo de los cañones y
al choque de los sables, con que se despedazaban
“azules” y “rojos,” que debieron amamantarse
hombres sin miedo, sin más educación que la
guerra y sin otra manera de vivir que los latrocinios
revolucionarios. ¡Era lógica la profesión de aquellos
hijos de las campañas y de las revueltas!

Y cuando el Gobierno del Gran Juárez ha


creído definitivo su triunfo en 1861, y manda a
los escuadrones de voluntarios que vayan a vivir
del rudo trabajo de los hombres, se revelan en el

169
estado de Morelos los hijos de las campañas y de
las revueltas, y hacen la guerra a los hombres ricos
para saciar sus ambiciones y halagar sus vanidades
de charros cubiertos de plata.

Los plateados tuvieron un pretexto: ¡la costumbre!


Costumbre de la guerra; costumbre de charros bien
montados y costumbre de no trabajar, como todo
soldado sin cultura.

Hemos visto ya sus principales hechos de bandidos.

Han pasado cincuenta años, repetimos, y gérmenes


morbosos de aquellos hombres; idiosincrasia
pervertida de aquellos bandidos; revuelto fango de
las enterradas cloacas de aquellos facinerosos han
surgido rabiosos con los semblantes descompuestos
de caínes y ¡la ferocidad salvaje de chacales!

En el mismo infortunado estado de Morelos.

No parece sino que la presión ejercida sobre


el vandalismo durante treinta años por la mano
de hierro de un hombre de acero, sólo consiguió
contener la explosión de esos fermentos del crimen,
que maduraban en las negras conciencias de esas
almas negras.

¿Por qué motivo los defensores de una idea


política se han cambiado en bandidos? ¿Qué causas
han tenido los que se llamaron salvadores de pueblos
oprimidos para que sean ahora los destructores de
esos mismos pueblos?

170
¿Tienen como los “Plateados” de antaño la
costumbre de la guerra o la costumbre de ser
charros bien montados?

¿Y son verdaderamente bandidos que sólo


hacen la guerra a los ricos para saciar ambiciones
de dinero? ¡Desgraciadamente son peores que los
bandidos, pues son salvajes!

Todo mundo sabe los acontecimientos terribles


de Cuautla Morelos por esas hordas de cafres.
Robaron, asesinaron hasta a los soldados heridos
que se curaban en el hospital, y destruyeron e
incendiaron cincuenta y dos casas de comerciantes
y vecinos de mediana posición.

¿Así se salva a los pueblos oprimidos? Incendiar y


destruir las habitaciones donde se albergan familias
inocentes, tiernos niños o decrépitos ancianos, son
¿hechos de “bandidos”? ¡No! Sería esa palabra un
calificativo galante para quienes cometen tales actos.

Ahí está también Jojutla de Juárez hablando


elocuentemente de los instintos de esos hombres, y
que la prensa publicó con detalles que espeluznan,
al referirse a la casa de comercio de D. Pedro A.
Lamadrid.

¿Cuántos hombres de trabajo víctimas de la


ferocidad de esos chacales?

¿Cuántos años de duras economías, de trabajo


ímprobo y rudo, para formar esos comerciantes una

171
posición mediana para sus hijos, y viene el saqueo, el
asesinato y el incendio, por demonios con figuras de
hombres, para no dejarles en pie ni el triste albergue
donde lloren a sus desdichados padres? La dinamita
arrojada por infernales manos, ha completado
los cuadros sangrientos, destruyendo tranquilos
hogares, que en vano han clamado misericordia las
lágrimas de inocentes víctimas.

¡Ahí está Covadonga en el estado de Puebla!


¡Oh, Covadonga! Donde se viola a la esposa y se
les asesina, y se les asesina y se les roba después.

¿Qué clase de enemigos terribles de esos


facinerosos monstruos, son esas pobres víctimas,
que dentro de sus hogares sólo se ocupan del
descanso de sus rudas faenas de trabajadores?

Si la guerra se hace en el campo, en las plazas


o en las calles, donde se encuentran y chocan los
hombres armados que se buscan para destruirse,
¿por qué se asesina a los indefensos que se ocupan
del trabajo honrado, y por qué se destruyen las
habitaciones de los pueblos que labran por el
bienestar y progreso del país?

Los bandidos de antaño, los famosos plateados


del estado de Morelos, ¡no! ¡Jamás! Nunca llegaron
a cometer hechos tan salvajes y, sin embargo, se
les persiguió con tenacidad hasta destruirlos y se
les trató con todo el rigor de la ley, es decir, se les
fusilaba previa identificación o desde luego, al ser
aprehendidos en delito infraganti.

172
Se ha dicho de suspensión de garantías, ¿para
qué? Para dar lugar al abuso. El salteador de
caminos, el incendiario, el que mata con alevosía,
ventaja y premeditación los mismos códigos les
señalan pena de muerte y están fuera de la ley,
desde el momento en que delinquen.

Quiere el actual Gobierno tener misericordias


de Dios-Padre con los réprobos, que no conocen
un sentimiento de piedad para sus indefensas
víctimas.

La sociedad honrada del estado de Morelos


necesita buscar, no un perseguidor de bandidos
como el valiente D. Rafael Sánchez, sino un D.
Rafael Ortega Arenas, (a) el “Charro Arenas”,
que hace muchos años acabó también con los
bandidos de Huamantla, quienes muchos de ellos
portaban salvo-conducto.

El “Charro Arenas” no dejaba escapar al


bandido que caía en sus manos, a pesar del salvo-
conducto. “Híncate y después representas”, les
decía y los pasaba por las armas, y los colgaba
poniéndoles el salvo conducto en los pies.

¿Y por qué esos feroces asesinos del estado


de Morelos se han hecho llamar zapatistas? Es,
sin duda, porque cuando entran a un pueblo
cometen sus iniquidades al grito de “Viva
Zapata”, y a ese grito comienzan el saqueo y el
incendio de las fincas, y los cobardes asesinatos de
gente indefensa.

173
Y, ¿por qué, Emiliano Zapata, si al principio de la
pasada revolución se lanzó a la lucha por defender
el establecimiento de un Gobierno democrático,
para qué permite, por qué acepta que hordas
desenfrenadas de salvajes, tomen su nombre para
mancharlo con las más viles infamias de cafres?
Si necesita gente que le ayude en sus proyectos
de revuelta, ¿por qué no exige con el rigor de las
armas, que sus compañeros respeten las leyes de la
humanidad, ya que no las de la guerra?

Si el presidente Madero no le ha cumplido


ofrecimientos que le hiciera, y el Plan de San Luis
ha sido un engaño para quienes lo ayudaron, ¿qué
culpa tienen tantas pobres víctimas, que dedicados
al trabajo honrado no pueden ser responsables de
las mentiras de la política, ni de las falsedades de
sus hombres?

¡No! Debe D. Emiliano Zapata volver sobre sus


pasos y reparar en lo posible tanta injusticia, tanto
mal, tanta iniquidad cometida por los suyos, o por
los que han tomado su nombre para las infamias.

Debe D. Emiliano Zapata recordar a los


valientes de Mapaxtlán del año de 1860, quienes
tuvieron como digno jefe a D. Rafael Sánchez.
Debe recordar que su tío D. Cristino Zapata, fue
uno de aquellos hombres en quienes la cobardía de
matar indefensos no fue conocida.

Debe saber que en aquellos tiempos y aquellos


hombres, sólo se batían personalmente cuando

174
el enemigo tenía iguales armas; “cara a cara” y
“frente a frente”; y como revolucionarios sólo
mataban a los enemigos en el combate, y se
perseguían y se exterminaban los que formaban
en las tropas de unos y otros; pero jamás nunca
asesinaron indefensos, ni pacíficos ciudadanos, ni
los incendios de las casas y propiedades fueron las
represalias contra de los pueblos, o contra de los
individuos, ni por los mismos bandidos.

Guillermo Prieto no había dicho aún sus


inmortales palabras: “Los valientes no asesinan”,
y aquellos hombres de gran corazón, aquellos
valientes tenían asco a la cobardía y a la vileza,
exceptuando aquellos pocos como Silvestre Rojas,
Juan Perna (a) “El Chintete” y Juan Meneses,
quienes tuvieron hechos de cobardes asesinos y
fueron la vergüenza de los suyos.

Era fama en aquella época que no nacían


hombres cobardes en Mapaxtlán, hoy “Villa
Ayala”; pero como la naturaleza tiene sus caprichos
y de un sabio nace un tonto, y viceversa; y de un
hombre honrado un ladrón, es muy posible que
después de cincuenta años degeneren las razas por
el medio ambiente y la falta de ejemplos dignos
qué imitar.

De todos modos, no puede ser buena la causa


que se defiende, cuando para ganarse prosélitos
se ofrecen cosas imposibles y se permite como
recompensa o estímulo, el saqueo, el incendio y el
asesinato. Una causa defendida así, será digna de

175
bandidos, porque sólo tendrá por correligionarios
a los criminales.

Ahí está como ejemplo la causa del Anarquismo


y del Socialismo, con sus impracticables principios;
ideas que sólo acarician y defienden los locos…
¡y los locos son cerebros degenerados! ¡Y los
degenerados son los criminales! Por eso son sus
armas las bombas de dinamita, con las que cometen
los asesinatos más cobardes y las destrucciones
más infames.

Los hombres honrados, los cerebros bien puestos,


luchan y perecen heroicamente defendiendo la
justicia, el progreso y el bienestar de los pueblos.
Los hombres criminales, los cerebros degenerados,
luchan desesperadamente en pro de sus ambiciones
personales, teniendo por ideal la rapiña del botín
en cualquiera de sus formas.

¿A cuál de estas dos clases de luchadores


pertenecen los llamados zapatistas? Indudablemente
que a la segunda clase, pues los hechos que ejecutan,
elocuentemente lo comprueban. Y, ¿quién sabe
hasta dónde se haya comprometido D. Emiliano
Zapata con sus hordas, por lo pródigo en sus
ofrecimientos hechos a tantos excarcelados.

La vida costó a “Ché Gómez” de Juchitán no


poder cumplir a los suyos, promesas que no estaban
en su mano, y quién sabe si el pobre de Emiliano
Zapata tenga pronto el mismo fin, por serle
imposible repartir a sus hombres los terrenos de

176
propiedad ajena en el estado de Morelos. Mientras
tanto, allá va arrastrado por una avalancha de
forajidos que quieren la destrucción del mundo y
que se entretienen con el saqueo, con el asesinato y
el incendio, en espera de la realización de aquello
que le tiene ofrecido.

¿Y el Gobierno, qué hace para exterminar o


contener la situación aflictiva de esos pueblos
que claman justicia y piden garantías? Ha hecho
mucho: ha mandado miles y miles de hombres
de todas las armas habidas y por haber, pero sin
ningún resultado práctico y estable en favor de
esas desoladas comarcas, que no pueden ver
aún el deseado momento de estar a salvo de las
depredaciones.

¿Y qué diremos de los incendios de las oficinas


públicas y la destrucción de sus archivos, cometidos
primero por analfabetas maderistas, o más bien,
por presidiarios maderistas, y después del triunfo,
por criminales zapatistas?

En esos empolvados libros de las oficinas


públicas, en esos voluminosos expedientes,
en esos legajos que llenan los estantes como
testigos sin tacha de las gestiones del derecho y
del cumplimiento de las leyes, ¡cuántas honras
se han inmaculado ahí de los atentados de los
perversos! ¡Cuántas fortunas; grandes o pequeñas
viven aseguradas del pillaje, y cuántos niños
tienen legalizado su derecho al pan del porvenir!
Y también…¡cuántas historias negras de esos

177
vampiros de la vida y de la propiedad, para ser
siempre conocidos de la sociedad honrada! ¿Y
destruir esas constancias públicas, quemar esos
expedientes donde el bienestar social, de acuerdo
con la ley, tiene garantizados los derechos del
individuo y de los pueblos, ¿no son hechos, dignos
solamente de los salvajes más salvajes?

Donde se han cometido esos actos tan punibles


han sido inmensos e irreparables los perjuicios
causados a todo el mundo; creando grandes
dificultades a la justicia y administración públicas.

Por honra del Gobierno del señor Madero,


debía éste ordenar se hiciesen averiguaciones para
descubrir a esos incendiarios de las oficinas públicas,
y aplicarles el severo castigo que merecieren.

…………………………………………………………
…………………………………………………………

El ejército libertador que siguió al señor Madero


en sus luchas por la democracia, y que en menos
de cuatro meses de campañas (¿) por toda la
República, libertó al país de una dictadura de
treinta años, no puede en seis meses libertar al
pequeñísimo estado de Morelos, de un puñado de
rebeldes, horda de forajidos, asesinos e incendiarios,
que tan inmensos perjuicios han causado a tantos
pacíficos ciudadanos.

No debe prolongarse más una situación tan


desastrosa para la industria, para el comercio y

178
para la tranquilidad general de dicho estado. Si el
Gobierno es impotente para remediar tantos males
y dar garantías en esa entidad, ármense todos
los vecinos del estado con acuerdo del Gobierno;
ayuden los hacendados con todos los elementos
que puedan y buscando jefes como D. Rafael
Sánchez, Aniceto López, “Chagollán” y el “Charro
Arenas” (de aquellos tiempos); emprendan tenaz
persecución contra los bandidos hasta exterminarlo,
e imiten los pueblos en su defensa, al pueblo de
Mapaxtlán de 1860, grande y fuerte, defendiendo
sus vidas e intereses de aquellos terribles y valientes
“plateados” encabezados por el noble bandido,
Salomé Plascencia.

Lamberto Popoca y Palacios.

179
Asalto de zapatistas al tren de Cuernavaca.
Grabado de José Guadalupe Posada (1852-1913)
NOTA DEL
EDITOR

L
a presente obra fue escrita por Lamberto
Popoca y Palacios, quien diciéndose
testigo presencial de los hechos y episodios
protagonizados por los Plateados desde el año de
1860, describe el arquetipo del bandido generoso
respetado entre los más pobres, tal como se va
delineando en las páginas de este relato, con la
destreza y el conocimiento de un hombre de letras.

Sin embargo, para fines de la comprensión


de su lectura, sobre todo entre los jóvenes que
hayan de leer este texto, se dispuso actualizar las
formas gramaticales usadas por el autor en 1912 y
sustituirlas por las reglas ortográficas y de estilo
comunes en este 2014; de modo que las palabras
acentuadas, como el caso de las vocales: á, ó, é,
así como la sustitución de “g” por “j”, entre otros
casos, se hicieron respetando el sentido y la manera
de nombrar de la época en la medida de lo posible,
ya que también se consideró importante conservar
el sabor de un idioma español que dejaba atrás la
Época Victoriana del siglo XIX, para entrar de
lleno al siglo XX y una Era Moderna, hacia la que
se dirigían México y el Mundo.

181
Impreso en Sun Arrow, S. A. de C. V.
Gutenberg 25 –I. Centro. C.P. 62000.
Cuernavaca, Morelos.
Captura hecha por Marcos Rodríguez Pretel.
Consta la presente edición de 1,000 ejemplares.

También podría gustarte