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y
“Berlín: sinfonía de una gran ciudad” de Walter Ruttman”
Las dos sinfonías comienzan al amanecer. En Berlín nos aproximamos en tren a la gran ciudad.
Pero esto no supone una transición de la naturaleza idílica al caos y desorden de la gran ciudad.
El poema visual comienza ya con puro movimiento, y a pesar de encontrarnos en la naturaleza,
lo que destaca en este paisaje natural es el tren que lo atraviesa y quiebra: la modernidad
invadiendo el mundo; las vías creando geometrías sobre lo natural.
Cuando llega el tren Berlín está desierta, es una ciudad dormida y no hay nadie en el mundo. Se
nos presenta como una ciudad fragmentada, que se va construyendo en imágenes inconexas que
dialogan entre sí. No hay presencia humana, solo ojos fríos de maniquíes en los escaparates. En
la ciudad dormida destacan los edificios silenciosos y la geometría; y de esos mismos “edificios
altos, disparados al cielo en línea recta” nos habla Ayala. El juego visual de persianas, ventanas,
puertas, relojes… nos muestra el despertar de la ciudad hacia el frenesí de la vida cotidiana.
Incluso en la quietud de este mundo deshabitado los objetos de la ciudad, las persianas, la
arquitectura… parecen cobrar vida en el juego dialéctico que se crea entre ellos.
Aparece el primer ciudadano y tras de él un gato. Otro trabajador coloca carteles en las calles;
la ciudad se está poblando de signos. Vibran también esos carteles en las retinas de Ayala y este
los describe como “las nuevas sábanas de las ciudades”.
Vehículos y ciudadanos comienzan a invadir las calles de Berlín. La ciudad va adquiriendo
velocidad y cada vez hay más gente: individuos no ociosos que se dirigen mecánicamente al
trabajo. El tren les lleva a la zona industrial, a las fábricas, y nos olvidamos de las gentes para
centrarnos en las máquinas. Es la máquina la que adquiere total protagonismo. Se aprecia una
profunda fascinación hacia el ritmo industrial y el movimiento constante y mecánico. La
industrialización se presenta como un juego de ruido y movimiento.
En Hora muerta también se habla de “las fábricas que respiran con dificultad”, de sus
chimeneas, de las exhalaciones, del ruido y del trabajo del mecánico.
Nos alejamos de las fábricas en Berlín y regresamos a la ciudad, en la que vemos el despertar de
la vida cotidiana: comerciantes, mujeres que extienden sus sábanas, “los chicos que van en
grupos a la escuela” de Hora muerta, vendedores de periódicos, limpiabotas…
En el texto de Ayala la noche llega pronto, y es entonces cuando se nos presentan distintos
ciudadanos. En cambio, le cuesta más irse al día en Berlín, a pesar de que transcurre sin
lentitud, constante y veloz. Vemos personas que preparan la comida y a otras que se la comen,
barcos en el río, gente descansando… Las imágenes se difuminan desde la montaña rusa, una
mujer se suicida, y llegan el viento y la lluvia; una lluvia que se interna en todas las geografías
de la ciudad.
La gente regresa de las fábricas, termina la jornada laboral y a la luz le queda menos para
cerrarse. Se nos muestran entonces las carreras, la velocidad, el deporte como novedad y toda su
intensidad de movimiento. Es patente la importancia que se le daba a la máquina y al
movimiento en las primeras décadas de siglo. Se pausa el ritmo y la luz del día escapa distinto
en los diversos lugares de la ciudad.
Con el V acto de Berlín llega la noche a la ciudad, pero la noche en la ciudad moderna no
significa sueño y descanso: la metrópolis nunca duerme. Con la oscuridad despiertan las luces
de la ciudad. En Hora muerta incluso “la luna quieta – es también- anuncio luminoso”. Surge
el ritmo en los teatros, los bares, los espectáculos de variedades… y en el cine. Ayala escribe
“cine” en una nueva línea, como queriendo afirmar la importancia que tiene como invento
propio de la modernidad urbana: el cine pertenece al ámbito de la ciudad.
Así como Berlín muestra mediante sus imágenes distintos espacios geográficos que componen
la ciudad , Ayala los sintetiza en los siguientes: estación, pista, velódromo, universidad, circo,
gimnasio y cine.
En Hora muerta con la llegada de la noche comienzan a mostrársenos los individuos que
pueblan la ciudad nocturna. El tratamiento del ser humano en la película y el texto de Ayala es
muy similar. En el poema visual, las gentes importan como masa, como gran concentración
humana que habita la metrópolis. Los individuos se mantienen en la anonimidad, y todo lo que
sabemos de ello lo recibimos desde un punto de vista externo: podemos saber a qué se dedican
por como visten, la actividad que realizan… Pero además, si la cámara se centra en alguno de
ellos en un momento dado, lo abandonará en seguida para seguir mostrando al resto de los
ciudadanos de la urbe. Son por tanto una colectividad, almas anónimas que al moverse dan
movimiento a la ciudad.
En el texto de Ayala las personas son también anónimas y están reducidas a lo externo o visual;
son arquetipos o tipos sociales: el negro, el boxeador de “dientes blancos” y “frente enjuta”; la
niña “de blanco” con “calcetines a rayas”… En Berlín también tenemos imágenes de boxeo y
de boxeadores, señalando que este deporte forma parte del entretenimiento habitual de la ciudad
moderna.
Cuando en Hora muerta se habla del negro (figura que también vemos en Berlín), se nos ofrece
una bella síntesis del ritmo y ajetreo de la ciudad: “gritos, cláxons, timbrazos de tranvía, y
parpadeo de los escaparates”.
Hemos visto así como con palabras o imágenes y con un énfasis especial en el ritmo y la
geometría se van creando dos ciudades distintas, que son sin embargo la misma: la metrópoli
moderna. Esto no resulta sorprendente, ya que ambos textos pertenecen al momento en el que la
literatura, el cine, y todas las artes estaban centradas en la muestra y elogio de la velocidad, la
máquina, la ciudad y la modernidad.