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1. Vida
-‐ Atanasio
nació
o
el
295
ó
el
300
en
Egipto,
tal
vez
en
Alejandría,
como
hijo
de
padres
paganos.
-‐ Hacia
el
319
fue
nombrado
secretario
y
diácono
de
Alejandro,
obispo
de
esa
ciudad,
a
quien
acompañó
al
concilio
de
Nicea,
donde
ya
tomó
posición
contra
Arrio.
-‐ En
el
328
fue
elegido
obispo
de
Alejandría.
Durante
los
primeros
años
de
su
episcopado
(330-‐334)
emprendió
viajes
de
visita
por
su
circunscripción
para
fortalecer
su
apoyo
entre
el
clero
y
para
integrar
el
monacato
en
las
estructuras
eclesiásticas.
-‐ Se
opuso
a
los
intentos
de
Constantino
de
reconciliar
a
Arrio
con
la
Iglesia,
y,
por
ello,
el
emperador,
aceptando
la
resolución
del
sínodo
de
Tiro
(335),
lo
desterró
a
Tréveris.
Constantino
ordenó
que
el
obispo
de
Constantinopla
reconciliara
a
Arrio
solemnemente,
pero
murió
de
repente
el
día
anterior
(336).
-‐ Tras
la
muerte
de
Constantino
(337),
su
hijo
Constantino
II
decretó
una
amnistía
que
permitió
a
Atanasio
retornar
a
Alejandría.
Pero
Eusebio
de
Nicomedia
llevó
al
ánimo
del
emperador
la
idea
de
una
política
práctica
en
relación
con
la
crisis
arriana,
consistente
en
proponer,
en
vez
de
una
definición
conciliar
clara
e
inequívoca
como
en
Nicea,
nuevas
fórmulas
intencionadamente
vagas
y
ampliamente
comprehensivas,
que
los
católicos
pudiesen
interpretar
en
un
sentido
tradicional
y
los
arrianos
en
un
sentido
arriano.
Rápidamente
los
principales
obispos
nicenos
de
Oriente
fueron
privados
de
sus
sedes,
y
Atanasio,
que
era
el
principal
defensor
de
la
ortodoxia
lograron
expulsarlo
a
Roma
en
marzo
del
339.
‣ El
papa
Julio
convocó
un
sínodo
romano
en
el
año
341
para
proclamar
la
ortodoxia
de
Atanasio
y
de
Marcelo
de
Ancira.
‣ También
el
sínodo
de
Sárdica
(343)
reconoció
a
Atanasio
como
el
único
obispo
legítimo
de
Alejandría.
-‐ Pasado
un
tiempo,
el
emperador
Constante
-‐católico-‐
impuso
el
retorno
de
los
obispos
exilados,
y
así
Atanasio
regresó
a
su
sede
en
octubre
del
346
tras
más
de
1 Tema extraído de Albert VICIANO, Patrología [Col. Manuales de Teología Católica, Supplementa], Edicep
(Valencia
2001)
pp.
135-‐139
y
de
Domingo
RAMOS-‐LISSÓN,
Patrología,
Eunsa
[Manuales
de
Teología
35]
(Navarra
22008)
pp.
232-‐240
1
siete
años
de
ausencia.
-‐ Los
conflictos
rebrotaron
cuando
el
emperador
Constancio
-‐arriano-‐
consiguió
que
los
sínodos
de
Arlés
(353)
y
Milán
(355)
que
se
extendiera
todo
el
arrianismo
hacia
la
parte
occidental
del
Imperio
y
condenaran
a
este
obispo,
que
se
refugió
con
monjes
del
desierto
egipcio
entre
el
356
y
el
362.
A
esta
situación
es
a
lo
que
se
refiere
la
famosa
frase
de
San
Jerónimo:
“La
tierra
entera
gimió
y
descubrió
con
sorpresa
que
se
había
vuelto
arriana”2.
-‐ La
muerte
de
Constancio
y
el
mandato
de
Juliano
el
Apóstata
posibilitaron
de
nuevo
su
regreso
a
Alejandría.
-‐ En
el
362
convocó
un
importante
sínodo
alejandrino
que
fue
decisivo
para
la
recepción
y
el
desarrollo
de
la
fe
nicena.
El
emperador
Juliano
reaccionó
a
la
exitosa
actividad
de
Atanasio
con
un
otro
breve
destierro
que
terminó
con
la
muerte
de
Juliano
en
el
363.
-‐ Pero,
bajo
el
emperador
arriano
Valente,
Atanasio
tuvo
que
abandonar
por
quinta
y
última
vez
Alejandría
desde
octubre
del
365
hasta
febrero
del
366.
-‐ Finalmente
vivió
en
paz
los
últimos
siete
años
de
su
vida
al
frente
de
su
diócesis.
Mantuvo
entonces
muchos
contactos
con
Roma
y,
a
partir
del
371,
con
Basilio
de
Cesarea,
que
estaba
llamado
a
recoger
de
él
el
testigo
de
líder
del
partido
niceno.
-‐ Atanasio
murió
el
2
de
mayo
del
373.
-‐ La
Iglesia
griega
le
llamó
“Padre
de
la
Ortodoxia”
y
la
Iglesia
romana
le
cuenta
entre
los
cuatro
grandes
padres
de
Oriente.
San
Gregorio
Nacianceno
le
llamó
“Columna
de
la
Iglesia”3.
2. Obras
Son
de
carácter
ocasional,
compuestas
a
tenor
de
la
polémica
con
los
arrianos
o
bien
a
petición
de
algún
interesado.
Escritas
en
griego,
fueron
traducidas
después
al
copto,
siriaco
y
otras
lenguas.
2.a.
Carácter
apologético:
• Contra
gentes
• De
incarnatione
Verbi;
no
se
sabe
si
hay
que
datarla
en
los
primeros
años
de
su
pontificado
(328-‐333)
o
durante
su
exilio
en
Tréveris
(335-‐337).
• Las
tres
Orationes
contra
Arianos
pertenecen
al
tiempo
de
su
exilio
en
Roma
2 Dial. adv. Lucif. 19: “ingemuit totus orbis et arianum se esse miratus est”.
3 Or. 21,26
2
(340-‐341)
y
se
ocupan
del
pasaje
bíblico
Pr
8,22,
muy
citado
por
los
arrianos
a
favor
de
sus
enseñanzas:
«El
Señor
me
creó,
primicia
de
su
camino,
antes
que
sus
obras
más
antiguas».
• De
decretis
Nicaeni
synodi,
una
de
las
fuentes
más
importantes
para
la
historia
del
Concilio,
cuyas
actas
no
se
conservaron;
en
ella
defiende
las
expresiones
evk th/j
ouvsi,aj tou/ patro,j
y
o`moou,sion tw|/ patri,.
4I.
ORTIZ
DE
URBINA,
Nicea
y
Constantinopla,
[Historia
de
los
Concilios
Ecuménicos
1],
Ed.
Eset
(Vitoria
1969)
p.
271ss.
(texto)
p.
145ss.
(comentario).
3
como
verdaderos
tratados
teológicos”.
Queda
claro
que
el
epistolario
de
Atanasio
en
nada
se
parece
a
los
epistolarios
de
autores
clásicos
y
cristianos
que
éstos
revisaban
con
intenciones
literarias
de
cara
a
su
publicación.
Las
cartas
de
Atanasio
abordan
temas
teológicos
y
éticos,
no
están
reunidas
en
una
colección
y
su
finalidad
es
exclusivamente
didáctica
y
práctica.
2.d.
Escritos
ascéticos
De
sus
obras
ascéticas,
además
de
algunos
sermones
y
epístolas
dirigidas
a
monjes
y
a
vírgenes,
sobresale
la
Vita
Antonii,
merecedora
de
un
estudio
más
detallado,
pues
con
ella
comienza
el
género
literario
más
genuinamente
cristiano,
el
de
la
vida
de
los
santos.
La
primera
Vita
de
la
literatura
cristiana
relata
la
vida
de
un
asceta,
del
anacoreta
Antonio,
padre
del
monacato
egipcio,
que
murió
en
el
355-‐356
con
más
de
cien
años
de
edad.
Poco
después
del
fallecimiento
de
Antonio,
Atanasio
escribió
la
Vita
Antonii
hacia
el
357-‐358
durante
su
tercer
exilio
(356-‐362)
cuando
convivió
entre
monjes
egipcios.
Esta
biografía
muestra
la
veneración
de
Atanasio
por
el
eremitismo,
recién
originado.
Su
autor
tuvo
por
modelo
literario
no
sólo
las
vidas
de
los
filósofos
(como
la
Vita
Plotini
de
Porfirio
o
la
Vita
Pythagorae,
hoy
perdida),
que
describían
el
camino
espiritual
de
los
hombres
sabios,
impregnado
de
ascetismo,
sino
también
la
vida
y
la
pasión
de
Jesús
relatadas
por
los
Evangelios.
La
Vita
Antonii
sigue
el
esquema
del
ascenso
sobrenatural,
en
el
que
la
lucha
contra
los
demonios
ocupa
un
papel
fundamental
en
la
vida
del
anacoreta
porque
éste
imita
así
la
conducta
de
los
mártires
(la
ascética
de
los
monjes
pasa
a
ser
un
martirio
espiritual).
Son
frecuentes
las
referencias
a
la
Biblia,
en
concreto
a
los
relatos
del
profeta
Elías,
o
a
la
cristología
y
soteriología
que
enmarcan
la
imagen
del
santo
cristiano.
Para
conferir
vitalidad
a
la
enseñanza
de
Antonio,
Atanasio
utiliza
el
artificio
literario
de
discursos
pronunciados
por
el
anacoreta,
que
presentan
a
éste
como
modelo
del
monacato
eclesiástico.
Este
elemento
propagandístico
no
suprime
el
valor
histórico
de
la
Vita
Antonii,
que
conoció
un
éxito
arrollador.
En
efecto,
se
tradujo
a
todas
las
lenguas
del
oriente
cristiano;
además,
se
convirtió
en
arquetipo
de
todas
las
posteriores
«Vidas
de
santos».
El
prestigio
de
Atanasio
impulsó
a
que
se
le
atribuyeran
pseudoepigráficamente
29
obras
compuestas
con
posterioridad
a
él.
A
este
corpus
pseudo-‐atanasiano
pertenece
el
famoso
Symbolum
Athanasianum,
llamado
más
correctamente
Symbolum
Quicumque
por
la
palabra
con
que
comienza.
Se
trata
de
una
explicación
detallada
del
símbolo
de
la
fe.
El
texto
original
es
latino
y
se
debió
de
componer
en
el
sur
de
las
Galias
durante
la
segunda
mitad
del
siglo
V.
4
3. Teología
Las
aportaciones
más
importantes
de
la
teología
de
Atanasio
se
circunscriben
a
la
doctrina
sobre
Dios
y
a
la
cristología.
Basándose
en
la
tradición
platónica
y
alejandrina,
que
excluye
de
Dios
categorías
antropomórficas
y
que
tiende
a
describirlo
con
conceptos
negativos
(«inmaterial»,
«incorpóreo»,
«inefable»),
su
actitud
básica
fue
la
defensa
del
símbolo
de
Nicea.
El
punto
central
de
la
teología
de
Atanasio
se
halla
en
la
soteriología:
el
plan
creador
de
Dios
encuentra
su
plenitud
en
la
encarnación
de
su
Hijo,
ya
que
sólo
él
puede
como
mediador
reconciliar
a
Dios
con
sus
criaturas.
Que
Cristo
sea
mediador
significa
que,
además
de
ser
hombre
por
la
encarnación
en
el
seno
de
María,
sea
plenamente
Dios
como
el
Padre,
eterno
y
consubstancial
con
él
-‐o`moou,sioj tw|/ patri,-‐,
y
María
es
llamada
«Madre
de
Dios»
-‐qeoto,koj5-‐
en
virtud
de
la
unidad
personal
que
existe
entre
la
naturaleza
divina
y
la
humana
de
Cristo.
En
cambio,
el
punto
central
de
Arrio,
el
gran
rival
de
Atanasio,
no
es
la
soteriología,
sino
la
cosmología.
Arrio
enfatiza
el
monoteísmo
de
Dios
creador
y
propone
una
jerarquía
de
seres,
según
la
cual
el
Hijo
es
un
ser
dotado
de
divinidad,
pero
creado,
que
tuvo
principio
y
que
no
era
de
la
misma
substancia
que
el
Padre.
El
Logos
sería
así
un
ser
creado
e
intermedio
entre
Dios
y
el
mundo.
Esta
tesis
no
sólo
seguía
las
pautas
del
neoplatonismo
contemporáneo,
que
sostenía
una
ontología
jerarquizada
de
seres
gradualmente
intermedios
entre
el
primer
principio
(Dios)
y
el
cosmos
material,
sino
que,
además,
encajaba
muy
bien
en
la
jerarquía
del
Imperio
romano
cristianizado,
lo
que
podría
explicar
el
éxito
del
arrianismo
en
la
corte
imperial
del
siglo
IV.
De
este
modo,
Atanasio
ha
dejado
claro
que
no
se
debe
hacer
una
síntesis
entre
filosofía
helenística
y
cristianismo
a
costa
de
una
pérdida
de
la
experiencia
salvífica,
para
la
que
es
indispensable
reconocer
con
el
Evangelio
que
Cristo
es
el
Señor,
lo
cual
se
traduce
en
categorías
filosóficas
griegas
diciendo
que
el
Logos
es
Dios
y,
por
tanto,
de
la
misma
naturaleza
del
Padre.
La
soteriología
de
Atanasio
es
denominada
física
(fusikh,)
o
soteriología
de
la
encamación.
Al
asumir
la
naturaleza
(fu,sij)
humana,
el
Hijo
de
Dios
divinizó
a
la
humanidad
y,
por
tanto,
además
de
vencer
a
la
muerte
por
su
resurrección,
formó
en
el
género
humano
la
semejanza
con
Dios
haciéndolo
partícipe
de
la
naturaleza
5
(fu,sij)
divina:
«Porque
el
Hijo
de
Dios
se
hizo
hombre
para
hacernos
Dios»
(De
incarnatione
Verbi
54,
3).
El
gran
mérito
de
san
Atanasio
consiste
en
la
exposición
de
una
doctrina
trinitaria
ortodoxa,
que
ha
permanecido
como
la
base
doctrinal
común
de
todas
las
Iglesias
cristianas.
4. Los
sínodos
entre
los
Concilios
de
Nicea
-‐325-‐
y
Constan>nopla
-‐381-‐.
Un
ejemplo:
el
Sínodo
de
Alejandría
-‐362-‐
Los
progresos
capitales
en
lo
tocante
a
la
teología
y
a
la
política
eclesiástica
se
produjeron
en
el
siglo
IV
en
los
numerosos
sínodos.
Por
su
importancia
los
podemos
dividir
en:
1. Los
que
tomaron
importantes
decisiones
teológicas:
• Antioquía
341
• Sirmio
351
y
357
• Rímini/Seleucia
359
• Sárdica
343
• Ancira
358
• Alejandría
362
Las
dos
piedras
angulares
fueron
Nicea,
que
contrapuso
a
Arrio
el
o`moou,sioj,
concluyendo
así
más
de
medio
siglo
de
lucha
sobre
la
recepción
de
dicho
término;
y
Constantinopla,
bajo
la
dirección
de
Teodosio,
que
fijó
la
obligatoriedad
del
símbolo
niceno.
Se
llegaron
a
presentar
hasta
12
profesiones
de
fe
distintas
para
desbancar
al
símbolo
niceno.
El
sínodo
de
Alejandría
(362)
es
importante
porque:
1. en
vista
de
la
grave
situación
reinante
y
quizá
barruntando
nuevas
6
persecuciones
quisieron
formar
un
frente
único
de
todos
los
que
aceptaban
la
fe
de
Nicea
y
la
divinidad
del
Espíritu
Santo
así
como
la
perfecta
humanidad
de
Jesucristo.
De
esta
forma
se
tendía
la
mano
a
muchos
semiarrianos
que
en
el
fondo
confesaban
que
el
Verbo
no
era
una
criatura
y
tendía
a
eliminar
de
las
disputas
dogmáticas
intereses
y
rivalidades
personales
que
se
habían
mezclado
con
ellas
e
impedían
la
buena
inteligencia
entre
todos
los
ortodoxos.
2. Hay
incertidumbres
en
cuanto
a
la
terminología,
pues
mientras
unos
concebían
el
término
hipóstasis
como
sinónimo
de
esencia,
otros
lo
identificaban
con
persona,
de
modo
que
era
lícito,
según
el
sentido,
hablar
de
una
o
tres
hipóstasis
en
la
Trinidad.
En
materia
trinitaria,
Basilio
se
atrevió
a
clarificar
la
ambigüedad
en
que
había
quedado
la
doctrina
trinitaria
con
el
Tomus
ad
Antiochenos.
Por
un
lado,
en
línea
con
Atanasio
y
los
viejonicenos,
no
sólo
defenderá
el
o`moou,sioj
del
Hijo
asegurando
la
perfecta
divinidad,
sino
que
lo
explicitarán
en
términos:
• una
única
ousía
común
al
Padre,
Hijo
y
Espíritu
Santo,
alejando
de
intento
cualquier
comprensión
filoarriana
• tres
hipóstasis
del
Padre,
Hijo
y
Espíritu
Santo,
distanciándose
abiertamente
del
pensamiento
monarquiano,
no
del
todo
extraño
en
algunos
obispos
occidentales
y
alguno
oriental,
como
Marcelo
o
Fotino.
Se
presagia
lo
que
será
la
fórmula
constantinopolitana
(381)
de
una
única
ousía,
tres
hipóstasis
(mi,a ousi,a kai. trei/j uposta,seij)
equidistante
tanto
de
la
heterogeneidad
de
las
hipóstasis
según
los
arrianos
como
del
unitarismo
de
Dios
según
los
monarquianos.
La
posición
de
Basilio
logra
distinguir
netamente
entre
ousía
e
hipóstasis
en
el
ámbito
de
la
Trinidad,
superando
la
ambigüedad
de
los
anatemas
de
Nicea,
que
parecían
identificar
ambos
conceptos.
Tal
doctrina
de
Basilio
será
posteriormente
desarrollada
por
Gregorio
de
Nacianzo
y
Gregorio
de
Nisa,
quien,
sobre
todo,
clarificará
el
origen
del
Espíritu
Santo
como
procesión
que
tiene
su
origen
en
el
Padre
y
que
es
mediada
por
el
Hijo.
7
Tomus
ad
Antiochenos6
(año
362)
A
los
amados
y
muy
deseados
colegas
Eusebio,
Lucifer,
Asterio,
Kimacio
y
Anatolio:
Atanasio
y
los
obispos
de
Italia,
de
Arabia,
de
Egipto
y
de
Libia
presentes
en
Alejandría:
Eusebio,
Asterio,
Gayo,
Agato,
Ammonio,
Agatodemon,
Draconcio,
AdelOio,
Hermeón,
Marcos,
Teodoro,
Andrés,
Pfanucio,
otro
Marcos,
Zoilo,
Menas,
Jorge,
Lucio,
Macario
y
los
demás,
salud
en
Cristo.
Estamos
convencidos
de
que
siendo
vosotros
ministros
de
Dios
y
buenos
administradores,
sois
capaces
de
poner
orden
en
todos
los
asuntos
de
la
Iglesia.
Pero
como
hemos
oído
que
muchos
que
antes
se
separaron
de
nosotros
por
espíritu
de
contradicción
quieren
ahora
hacer
las
paces,
y
que
muchos
también
dejan
la
secta
de
los
arriomaníacos
y
desean
la
comunión
con
nosotros,
nos
ha
parecido
necesario
escribir
a
vuestra
piedad
lo
que
nosotros
y
nuestros
amados
Eusebio
y
Asterio
hemos
determinado,
a
vosotros
que
también
sois
queridos
y
verdaderamente
deseados
colegas.
Mucho
nos
alegramos
de
esas
noticias
y
oramos
para
que
si
alguno
dista
aún
mucho
de
nosotros
y
si
alguno
aparece
aún
como
incorporado
a
los
arrianos,
ese
tal
abandone
su
desvarío,
de
suerte
que
todos
puedan
decir
por
doquiera:
"Un
Señor,
una
fe"
(Ef
4,5).
¿Qué
cosa
más
hermosa,
como
dice
el
salmista,
y
qué
más
grata
que
los
hermanos
habiten
juntos?
(Sal
133,1).
Porque
nuestra
casa
es
la
Iglesia,
y
nuestra
manera
de
sentir
debe
ser
la
misma.
Porque
así
creemos
que
también
el
Señor
habitará
con
nosotros,
pues
dice:
"Moraré
con
ellos
y
estaré
entre
ellos.
Allí
moraré
porque
lo
he
escogido"
(Ez
43,9).
Pero
¿
dónde
es
este
"allí"
sino
allí
donde
son
predicadas
una
sola
fe
y
una
sola
religión?
Nosotros
los
egipcios
desearíamos
mucho
ir
a
vosotros
con
nuestros
amados
hermanos
Eusebio
y
Asterio
por
muchas
razones,
pero
sobre
todo
para
gozar
de
esa
paz
y
esa
concordia.
Pero
como
os
lo
hemos
expuesto
en
otras
cartas
y
podréis
oír
de
labios
de
nuestros
mismos
colegas,
las
necesidades
de
la
Iglesia
nos
atan.
Lo
sentimos,
pero
al
mismo
tiempo
hemos
querido
que
nuestros
colegas
Asterio
y
Eusebio
vayan
a
visitaros
de
nuestra
parte.
Damos
gracias
a
su
piedad
porque
aunque
hubieran
podido
apresurarse
a
volver
a
sus
diócesis,
han
preferido
a
todo
el
ir
a
vosotros
en
atención
a
la
urgente
necesidad
de
la
Iglesia.
Al
ponerse
ellos
a
nuestra
disposición
hemos
sentido
consuelo,
porque
al
estar
ellos
presentes
ahí,
nos
hace
el
efecto
de
que
todos
estamos
con
vosotros.
Así,
pues,
a
todos
los
que
quieran
hacer
las
paces
con
nosotros,
y
sobre
todo
a
los
reunidos
en
la
Vieja
(Ciudad)
y
a
los
que
se
apartan
de
los
arrianos
invitadlos
con
vosotros
y
acogedlos
como
los
padres
a
los
hijos,
abridles
los
brazos
como
los
6PG
26,796-‐807.
Traducción
tomada
de
I.
ORTIZ
DE
URBINA,
Nicea
y
Constantinopla,
[Historia
de
los
Concilios
Ecuménicos
1],
Ed.
Eset
(Vitoria
1969)
pp.
271-‐276
8
maestros
y
tutores,
y
asociándoos
a
nuestros
queridos
seguidores
de
Paulino,
no
exijáis
de
ellos
sino
que
condenen
la
herejía
de
los
arrianos
y
contiesen
la
fe
de
los
santos
Padres
promulgada
en
Nicea.
Que
también
condenen
a
los
que
dicen
que
el
Espíritu
Santo
es
una
criatura
y
dividido
de
la
esencia
de
Cristo.
Porque
para
separarse
verdaderamente
de
la
facción
impía
de
los
arrianos
no
hay
que
dividir
la
Santa
Trinidad
ni
decir
que
en
ella
hay
algo
creado.
En
efecto,
los
que
aparentan
profesar
la
fe
de
Nicea
y
osan
al
mismo
tiempo
blasfemar
contra
el
Espíritu
Santo
no
hacen
más
que
negar
con
palabras
la
herejía
arriana
pero
reteniéndola
en
la
manera
de
sentir.
Que
sean
también
anatematizadas
la
herejía
de
Sabelio
y
de
Pablo
de
Samosata,
el
desvarío
de
Valentín
y
de
Basílides
y
la
demencia
de
los
maniqueos.
Si
se
hace
así,
ya
no
quedará
sospecha
y
quedará
pura
la
única
fe
de
la
Iglesia
católica.
Que
mantenemos
esta
fe
nosotros
y
cuantos
quedan
en
constante
comunión
con
nosotros,
creemos
que
no
lo
ignoráis
ni
vosotros
ni
ningún
otro.
Y
como
nos
congratulamos
con
los
que
se
nos
quieren
reunir
y
sobre
todo
con
los
reunidos
en
la
Vieja,
y
como
ante
todo
damos
gloria
al
Señor
por
todo
y
por
la
buena
intención
de
ellos,
así
os
exhortamos
a
fundar
sobre
esas
cosas
la
concordia
y
a
no
exigir,
como
hemos
dicho,
de
los
que
están
reunidos
en
la
Vieja
ni
de
los
que
están
con
Paulino
nada
más
que
lo
que
esté
promulgado
en
Nicea.
Y
esa
fórmula
de
fe
que
algunos
propalan
como
si
hubiera
sido
compuesta
en
el
sínodo
de
Sárdica
impedid
de
todas
maneras
que
se
lea
y
que
se
publique
ya
que
el
sínodo
no
ha
detinido
cosa
semejante.
Algunos
efectivamente
han
pretendido
una
fórmula
de
fe,
como
si
la
del
concilio
de
Nicea
fuera
incompleta
y
se
han
dado
prisa
a
hacerla.
Pero
el
santo
sínodo
que
se
reunió
en
Sárdica
se
indignó
y
decretó
que
no
se
escribiera
nada
sobre
la
fe
contentándose
con
la
fe
promulgada
por
los
padres
en
Nicea,
a
la
que
no
falta
nada
y
está
llena
de
ortodoxia,
y
que
no
hay
que
formular
un
segundo
Credo,
para
que
el
redactado
en
Nicea
no
apareciera
como
incompleto
y
para
no
dar
ningún
pretexto
a
los
que
una
y
otra
vez
quieren
escribir
y
detinir
acerca
de
la
fe.
Por
eso
si
alguno
vuelve
a
proponer
esa
fórmula
u
otra
cualquiera,
haced
que
desista
y
convencedle
más
bien
que
guarde
la
paz;
porque
no
reconocemos
en
ellos
más
que
el
espíritu
de
contradicción.
Cuanto
a
que
a
algunos
se
les
acusaba
de
hablar
de
tres
hipóstasis
por
no
ser
esos
términos
bíblicos
y
por
lo
mismo
sospechosos,
hemos
juzgado
justo
no
exigirles
más
que
la
confesión
de
Nicea.
Pero
como
se
trataba
de
discusión
les
hemos
preguntado
si
con
ello
entendían,
como
los
arriomaníacos,
que
las
hipóstasis
eran
diferenciadas,
ajenas
y
diversas
las
unas
de
las
otras;
y
si
cada
hipóstasis
estaba
ipso
facto
dividida
de
las
otras,
como
es
el
caso
de
las
criaturas
y
de
las
que
nacen
del
hombre,
o
como
lo
son
esencias
diferentes
cual
el
oro,
la
plata
o
el
bronce;
o
si,
al
igual
de
otro
hereje,
querían
atirmar
tres
principios
y
tres
dioses
al
hablar
de
tres
hipóstasis.
Ellos
nos
han
asegurado
-‐que
nunca
habían
pensado
o
dicho
tal
9
cosa.
Y
al
preguntarles
nosotros:
"¿Qué
entendéis
pues
con
ello
y
por
qué
usáis
esos
términos?"
nos
contestaron
que
porque
creían
en
una
Santa
Trinidad,
no
una
Trinidad
puramente
nominal
sino
que
verdaderamente
lo
es
y
subsiste,
el
Padre
que
verdaderamente
es
y
subsiste,
y
el
Hijo
que
verdaderamente
está
en
él
y
subsiste
y
el
Espíritu
Santo
que
verdaderamente
subsiste
y
existe,
sin
que
por
eso
se
diga
que
hay
tres
dioses
o
tres
principios
y
que
de
ningún
modo
consentían
con
quienes
tal
dijeran
o
sintieran,
y
que
en
cambio
sabían
que
la
Santa
Trinidad
era
una
sola
divinidad
y
un
solo
principio
y
que
el
Hijo
es
consubstancial
al
Padre,
como
dijeron
los
Padres,
y
que
el
Espíritu
Santo
no
es
criatura,
ni
diverso,
sino
propio
inseparable
de
la
esencia
del
Hijo
y
del
Padre.
Aceptada
la
interpretación
de
los
términos
de
éstos,
examinamos
también
a
los
acusados
por
ellos,
a
los
que
dicen
una
hipóstasis,
si
era
como
piensa
Sabelio
negando
al
Hijo
y
al
Espíritu
Santo
o
como
si
el
Hijo
no
fuera
sustancial
ni
el
Espíritu
Santo
subsistente.
Pero
ellos
nos
aseguraron
que
ni
habían
dicho
tal
cosa
ni
la
habían
pensado
jamás.
Decimos
"hipóstasis"
pensando
que
es
lo
mismo
que
decir
"esencia";
y
pensamos
que
es
una
porque
el
Hijo
es
de
la
esencia
del
Padre
y
por
la
identidad
de
la
naturaleza,
porque
creemos
que
es
una
la
deidad
e
idéntica
su
naturaleza,
y
no
sólo
la
del
Padre,
como
si
fueran
diversas
las
del
Hijo
y
del
Espíritu
Santo.
Entonces
los
que
habían
sido
acusados
por
atirmar
que
había
tres
hipóstasis
estuvieron
de
acuerdo
con
los
otros,
mientras
que
los
que
habían
hablado
de
una
esencia
aceptaron
también
la
doctrina
de
los
primeros
tal
como
ellos
la
interpretaban.
Por
ambas
partes
fueron
anatematizados
Arrio
como
anticristiano,
Sabelio
y
Pablo
Samosateno
como
impíos
y
Valentín
y
Basílides
como
ajenos
a
la
verdad,
el
Maniqueo
como
inventor
de
maldades.
Y
todos,
por
la
gracia
de
Dios,
después
de
estas
explicaciones
estuvieron
de
acuerdo
en
que
la
fe
expuesta
por
los
santos
Padres
en
Nicea
era
mejor
y
más
exacta
y
que
lo
mejor
era
contentarse
con
emplear
los
términos
de
esta
fe.
Pero
como
algunos
parecían
disputar
entre
sí
también
acerca
de
la
Encarnación
del
Salvador,
preguntamos
a
unos
y
otros.
Lo
que
los
unos
confesaban
los
otros
lo
admitieron,
diciendo
que
el
Verbo
del
Señor
no
había
morado
en
un
hombre
santo
al
tinal
de
los
siglos
como
cuando
se
hacía
el
Verbo
a
los
profetas,
sino
que
el
mismo
Verbo
se
había
hecho
carne
(Jn
1,14)
y
estando
en
la
forma
de
Dios,
tomó
la
forma
de
siervo,
y
de
María
se
hizo
hombre
cuanto
a
la
carne
por
nosotros,
y
así
de
modo
perfecto
y
total
el
género
humano
había
sido
librado
del
pecado
por
él,
y
viviticado
de
entre
los
muertos
fue
introducido
en
el
reino
de
los
cielos.
Contiesan
también
que
el
Salvador
no
tenía
un
cuerpo
sin
alma,
insensible
o
irracional,
porque
cuando
el
Señor
se
hizo
hombre
no
pudo
ser
que
su
cuerpo
estuviera
sin
razón
ya
que
en
el
mismo
Verbo
se
obró
la
salud
no
sólo
del
cuerpo
sino
también
del
alma.
Y
siendo
verdadero
Hijo
de
Dios
fue
verdadero
hijo
del
hombre;
y
siendo
Hijo
unigénito
de
Dios,
se
hizo
el
mismo
primogénito
entre
10
muchos
hermanos.
Por
eso
no
era
otro
el
Hijo
de
Dios
antes
de
Abrahán
y
el
de
después
de
Abrahán,
ni
el
que
despertó
a
Lázaro
era
distinto
del
que
preguntó
sobre
él,
sino
que
el
mismo
que
dijo
a
lo
humano:
“¿Dónde
han
puesto
a
Lázaro?"
a
lo
Dios
le
resucitó.
Era
el
mismo
el
que
como
hombre
escupió
a
la
manera
humana
y
el
que
a
lo
divino
como
Hijo
de
Dios
abrió
los
ojos
del
ciego
de
nacimiento.
Y
mientras
sufría
en
la
carne,
como
dice
Pedro
(1P
4,1),
como
Dios
abrió
las
tumbas
y
resucitó
a
los
muertos.
Por
esas
razones
entendiendo
ya
del
mismo
modo
lo
que
está
dicho
en
el
evangelio,
atirmaron
que
lo
mismo
pensaban
sobre
la
encarnación
e
inhumanación
del
Verbo.
Ahora,
una
vez
que
han
sido
reconocidas
esas
cosas,
os
exhortamos
a
que
a
los
que
así
han
confesado
y
así
han
interpretado
los
términos
que
emplean,
no
los
condenéis
precipitadamente
ni
los
rechacéis,
antes
acoged
a
los
que
quieren
hacer
la
paz
y
han
confesado.
Y
a
los
que
no
quieran
hacer
esas
admisiones
y
justiticar
sus
términos,
a
esos
rechazadlos
y
alejadlos
como
a
sospechosos
en
su
modo
de
pensar.
A
estos
no
los
toleréis
y
a
aquellos
a
los
que
interpretan
y
sienten
rectamente
que
no
sigan
investigándose
mutuamente
ni
disputando
sin
fruto
ni
discutan
sobre
esos
términos,
sino
que
se
pongan
de
acuerdo
en
el
sentir
de
la
ortodoxia.
Porque
los
que
no
tienen
esa
idea
sino
que
sólo
quieren
pleitear
sobre
palabritas
buscando
más
allá
de
lo
que
se
escribió
en
Nicea,
no
hacen
nada
más
que
dar
de
beber
a
sus
vecinos
el
veneno
que
les
atosiga
(Ha
2,15),
como
hombres
enemigos
de
la
paz
y
fautores
de
cismas.
Pero
vosotros,
como
hombres
buenos
y
tieles
siervos
y
administradores
del
Señor,
haced
cesar
e
impedir
a
esos
que
provocan
escándalos
y
hacen
obra
de
dispersión;
antes
al
contrario
preferid
una
tal
paz
compañera
de
una
fe
sana.
Así
también
el
Señor
se
apiadará
de
nosotros
y
reunirá
lo
dividido
habiendo
un
solo
rebaño,
de
nuevo
todos
tendremos
un
guía,
a
nuestro
Señor
Jesucristo
(Jn
10,16).
Todo
esto,
de
que
no
hay
que
exigir
nada
más
que
lo
del
sínodo
de
Nicea,
que
no
hay
que
consentir
las
palabras
por
espíritu
de
contradicción
sino
que
por
amor
de
paz
no
hay
que
rechazar
a
los
que
quieren
creer
rectamente,
lo
hemos
tratado,
y
lo
que
ha
sido
reconocido
lo
hemos
redactado
brevemente
los
que
nos
quedamos
en
Alejandría
junto
con
nuestros
colegas
Asterio
y
Eusebio.
La
mayor
parte
de
nosotros
han
vuelto
ya
a
sus
diócesis.
Vosotros
pues
leed
esto
en
común
allí
donde
soléis
reuniros
y
haced
el
favor
de
invitar
a
todos.
Porque
es
justo
que
ante
todo
se
lea
la
carta
y
que
los
que
desean
y
pretieren
la
paz
se
pongan
de
acuerdo,
y
así
luego
que
se
congreguen
en
el
lugar
que
el
pueblo
pretiera
en
presencia
de
vuestras
mercedes,
celébrense
las
asambleas
y
sea
gloriticado
por
todos
el
Señor.
Los
hermanos
que
están
conmigo
os
saludan.
Estad
bien
y
recordadnos
ante
el
Señor.
Yo
Atanasio,
así
como
los
demás
obispos
reunidos,
tirmamos
y
también
Lucifer,
obispo
de
la
isla
de
Cerdeña,
dos
diáconos,
Helenio
y
Agapito,
y
del
grupo
11
de
Paulino,
Máximo
y
Calemero,
igualmente
diáconos.
Estaban
presentes
algunos
monjes
de
Apolinar
obispo,
enviados
por
él
para
el
caso.
Los
nombres
de
los
diferentes
obispos
a
los
que
se
ha
enviado
la
carta
son:
Eusebio
de
Verceli
en
las
Galias,
Lucifer
de
la
isla
de
Cerdeña,
Asterio
de
Petra
en
Arabia,
Kimacio
de
Palco
en
Celesiria,
Anatalio
de
Eubea.
Remiten:
el
papa
Atanasio
y
los
que
estaban
junto
a
él
en
Alejandría,
es
decir:
Eusebio,
Asterio
y
los
demás,
Gayo
de
Paratonio
junto
a
Libia,
Agatón
de
Fragonia
y
una
parte
de
la
Elearquía
de
Egipto,
Amonio
de
Pacnemunis
y
el
resto
de
la
Elexarquía:
Agatodemon,
Schedia
y
Menelaitis,
Draconcio
de
Hermópolis
inferior,
Adeltio
de
Onutis
en
los
Licneanos,
Hermión
de
Tanis,
Marcos
de
Zigris
junto
a
la
Libia,
Teodoro
de
Atribis,
Andrés
de
Arsinoe,
Pafnucio
de
Sais,
Marcos
de
Filae,
Zoilo
de
Andros,
Menos
de
Antipra.
12