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Los sofistas

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Los presocráticos, de los que hemos visto algunas de sus ideas y teorías en anteriores
notas, representan uno de los primeros intentos del pensamiento por entender y dar luz al
mundo y a la situación del hombre en él. Platón y Aristóteles (de los que, por el contrario,
apenas hemos visto nada aún...) simbolizan, a su vez, la evolución y el desarrollo más
perfeccionado de dichos intentos; entre ambos grupos aparecen los sofistas y Sócrates
(de éste último, inevitablemente, también deberemos comentar algo). Los sofistas,
arraigados a Atenas (si bien son, o extranjeros afincados allí, o residentes temporales),
florecieron en las décadas finales del siglo V antes de Cristo. Su principal característica es,
además de las que veremos a continuación, el trascendental tránsito que supuso desplazar
el interés filosófico, centrado en el caso de los presocráticos en la naturaleza y el origen
del Cosmos, hasta los problemas más humanos: la religión, la educación, la ética, la
política, el arte, el conocimiento, etc.
Este cambio se debió a que, pese a las variadas y originales propuestas de los
presocráticos para llegar a conclusiones sobre el mundo o el ser humano, en realidad no
fueron capaces de hacerlo, y sus planteamientos proporcionaron quizá aún más preguntas
que respuestas. Los sofistas, desencantados ante esta aparente imposibilidad de un
conocimiento objetivo y seguro sobre el universo, dieron un giro a la dirección reflexiva
dominante e intentaron, centrándose en aspectos más directos y menos abstractos, más
humanísticos, por así decir, conseguir algún tipo de resultado específico.

Se suelen presentar a los sofistas como equivocados y desatinados en sus juicios, porque
Sócrates y Platón los rebatieron con contundencia; sin embargo, éstos no podrían
comprenderse sin la aportación de aquéllos, y si nos centramos en el hecho de que fueron
los sofistas quienes permitieron la evolución hacia una filosofía amplia y heterogénea en
intereses, entenderemos que, para el concepto de humanismo y cultura, quizá hicieron
más los sofistas que los grandes, como Platón o Aristóteles. Así, el término sofista, pese al
sentido peyorativo que hoy en día posee, designa un conjunto de filósofos y pensadores
revolucionarios, vanguardistas, un movimiento intelectual clave para entender Occidente.

Hay, fundamentalmente, dos generaciones distintas de sofistas: en primer lugar, los


sofistas mayores, contemporáneos de Sócrates, que florecieron con anterioridad a la
guerra del Peloponeso (431-404 antes de Cristo, la cual cristalizó con la rendición de
Atenas ante Esparta): Protágoras, Gorgias, Hipias, Pródico. Los sofistas menores son
discípulos de los anteriores, y destacan por la radicalidad de sus concepciones y sus
enseñanzas, en armonía quizá con el ambiente de decandencia impuesto tras la caída de
Atenas.

Una forma de entender la sofística es echar un vistazo a las modificaciones sociales,


económicas y políticas que sufrió Grecia en tiempos de los sofistas (nos guiamos, en lo
sucesivo, por la obra monumental de W.C. Guthrie Historia de la Filosofía Griega).

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Tengamos en cuenta que en esta época el comercio experimenta un auge importante, y
los griegos empiezan a tener relaciones con otros pueblos, cuyas costumbres y leyes
difieren de las suyas. Además, las creencias, la religión, y los valores que hasta entonces
se consideraban universales e irrefutables empiezan a ser discutibles; el intercambio
cultural conlleva, por lo tanto, la crítica a los preceptos tradicionales, a las instituciones y
las formas de gobierno dominantes. Nace entonces el relativismo, la percepción de que lo
nuestro, lo que nos identifica como pueblo no es necesariamente lo mejor, sino que se
integra como parte del entramado cultural humano, en el que pueden haber otras formas
de vivir y entender el mundo completamente diferentes (y, quizá, más provechosas y útiles
para nosotros mismos). Ligado al relativismo toma cuerpo también la idea del
cosmopolitismo, forjado por el aprecio de los sofistas y los intelectuales a otras formas de
vida y el desapego a sus propias raíces. El cosmopolitismo es la certeza de pertenecer a
un orden más amplio y trascendente, no cercado por los chovinismos provinciales,
sintiéndonos ciudadanos del kosmos y percibiéndonos como seres sin patria más que la
cósmica.

Una característica curiosa de los sofistas era la de exigir una retribución por sus
enseñanzas. Hasta entonces, los filósofos eran aristócratas con un alto nivel de vida,
cuyas libertades profesionales les dejaban tiempo más que suficiente para dedicarse a la
reflexión; la plebe, por el contrario, tenía que trabajar duro para su subsistencia, y no se
dedicaba a tales menesteres intelectuales. Así, la filosofía estaba ligada al poder
aristócrata, pero gracias a la irrupción de la democracia se inició una etapa nueva, en la
que las gentes menos instruidas podían, a cambio de una compensación económica, ser
instruidas y formadas por los educadores. Éstos fueron los sofistas, por supuesto, quienes,
al carecer de las ventajas de la vida aristócrata, necesitaban ver retribuidas sus
enseñanzas. De este modo, el papel del sofista es doblemente importante: por un lado,
transforma el ideal de filósofo y, por otro, permite que las clases menos pudientes puedan
tener acceso a la sabiduría y lograr así una cualificación intelectual que, hasta su época,
estaba sido reservada a las famílias griegas ilustres. Para Platón los sofistas no eran más
que "cazadores de jóvenes ricos", pero Platón era un aristócrata, y poseía de todos los
recursos posibles para su formación. Parece como si Platón no fuera capaz de ver que
quienes no poseían su fortuna podían, sin embargo, tener sus mismas ansias de
conocimiento y sabiduría.

Otras importantes cualidades de los sofistas eran el empleo de la retórica y su ateísmo.


Los sofistas eran maestros en retórica porque se juzgaba (tanto entonces como ahora)
que, en política, era absolutamente fundamental saber hablar con elocuencia y persuadir a
las gentes. Quienes dominaran la palabra dominarían al pueblo. El ateísmo sofista, por su
parte, ejemplificado en figuras como Protágoras, Critias o Diágoras de Melos, fue peligroso
porque relativizaba creencias tradicionales muy arraigadas, lo que implicaba poder ser
acusado, con bastante facilidad, de impiedad, con el consiguiente destierro o, incluso, una
condena a muerte. Diágoras resumía sucintamente el punto de vista sofista sobre la
divinidad de la forma siguiente: "si la inmoralidad puede permanecer impune, ¿para qué
creer en dioses que velan la virtud humana?".
Los sofistas, al estrenar de manera racional el análisis de asuntos políticos y éticos,
creyeron necesario establecer una neta separación entre las normas que son producto de
la naturaleza, de las leyes naturales -la physis, en definitiva- y las establecidas por el ser
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humano, convencionales y arbitrarias -nomos-. Aquéllas eran, digámoslo así, absolutas;
éstas, relativas. ¿De qué sirven los pactos éticos, las leyes políticas, si no están orientadas
hacia la justicia y el respeto por los seres humanos? Por muy provechosa que pueda ser la
convención de la esclavitud para algunos, es una convención contraria a la naturaleza
(como sostenía Hipias, otro importante sofista), no sólo por su carácter inhumano, sino
también porque establece diferencias inaceptables entre los propios hombres.

Cabe mencionar también el hecho de que la guerra del Peloponeso supuso una
confrontación tan terrible que esquilmó el antiguo carácter abierto de la cultura griega,
cercenando todo principio ético en el que basar las acciones humanas. La moral ya no
servía ni era útil en un mundo que carecía de toda moral. Prevalecía, en cambio, la ley del
más fuerte; quienes poseyeran la fuerza para actuar no necesitaban ninguna justificación,
puesto que si no había justificación alguna que orientase éticamente nuestras vidas, al ser
las leyes éticas puras convenciones, ¿con qué objeto justificar entonces nuestro
comportamiento? Pese a que los sofistas pensaban que los seres humanos eran iguales
por naturaleza, algunos de ellos, como Gorgias, encontraron en la ley del más fuerte una
justificación por la cual el más fuerte podía someter al más débil. El fin, para ellos,
justificaba los medios.

Los sofistas sufrieron fuertes críticas por sus posturas intelectuales. Algunas de ellas
resultaron bastante pertinentes (por ejemplo, las de Platón ante sus concepciones éticas y
políticas y el relativismo epistemológico). Pero pese a estas coherentes objecciones ante
las escépticas y no siempre convincentes asunciones de los sofistas (aunque podemos
comprenderlas mejor si las asociamos al ambiente político-social de la época), cabe
defenderlos por muchos motivos: porque fueron los primeros profesores de Occidente,
abriendo así el saber a otras clases sociales, porque tuvieron la osadía y el valor de criticar
la esclavitud y apoyar la libertad de expresión y porque expandieron enormemente el
horizonte de la filosofía. El término sofista, denigrado hasta equivaler a "embaucador" ya
en tiempos de Sócrates, esconde el verdadero significado original de la palabra: un sofista
es todo aquél capaz de hacer profesión de la enseñanza de la sabiduría.

No parece una tarea destinada a cualquiera.

3/3

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