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1 Origen del Cristianismo

El cristianismo (del griego Χριστός, Christós, Cristo; literalmente, ‘Ungido’) es una religión abrahámica monoteísta
basada en la vida y enseñanzas atribuidas a Jesús de Nazaret, presentadas en el canon bíblico y otras escrituras del
Nuevo Testamento. Los cristianos creen que Jesús es el hijo de Dios, así como el Mesías (o Cristo) profetizado en el
Antiguo Testamento, que murió para la redención de los pecados del género humano, y que resucitó tres días después
de su muerte.

Algunos de los escritos sagrados cristianos son compartidos con el judaísmo. El Tanaj constituye, junto con la Biblia
Septuaginta (más antigua que el Tanaj en su forma actual), la base y la fuente para el Antiguo Testamento de las
diferentes Biblias cristianas. Por este motivo, el cristianismo es considerado una religión abrahámica, junto con el
judaísmo y con el islam.

Historiográficamente, sus inicios se ubican en la primera mitad del siglo I de la Era Cristiana, en tiempos de Jesús de
Nazaret. No obstante, la fe cristiana considera ese tiempo como la llegada del Mesías anunciado en profecías judías del
Antiguo Testamento.

El cristianismo tiene su origen histórico en el judaísmo de comienzos de la era actual. Si bien Jesús de Nazaret se
autoidentificó siempre como un judío devoto, en su doctrina y sus enseñanzas, Él mismo se identificó como el camino al
Padre Celestial:6

No se conoce con precisión el número de seguidores que pudo alcanzar el cristianismo en vida de Jesús de Nazaret, ni
cuántos seguían dentro de la comunidad cristiana por él fundada tras su muerte, ajusticiado por las autoridades
seculares. Pocos años después de su muerte, Pablo de Tarso, un judío que —en el decir de los Hechos de los Apóstoles—
poseía la ciudadanía romana, tuvo un papel destacado predicando y poniendo en contacto a diversos grupos cristianos
del Oriente Próximo.9 El carácter misionero de Pablo de Tarso y otras figuras del cristianismo primitivo influyó de forma
decisiva en toda la historia posterior del cristianismo.10

Al final del siglo I, ya se habían constituido las cuatro corrientes básicas del cristianismo primitivo que terminaron por
integrar el canon bíblico, y que podrían esquematizarse escriturísticamente en: (1) el cristianismo paulino, integrado por
el corpus de cartas escritas por Pablo de Tarso y su escuela;el judeo-cristianismo, representado por los escritos
derivados de las posturas de Santiago el Justo y de Simón Pedro; (3) el complejo cristianismo sinóptico (que abarca
desde el judeo-cristianismo del Evangelio de Mateo hasta el pagano-cristianismo del Evangelio de Lucas y de los Hechos
de los Apóstoles), y (4) el cristianismo joánico.12

2 mensaje

Consiste en el anuncio de Jesucristo. Él es la buena noticia (evangelio) que proclamaban desde el principio los apóstoles,
como escribe San Pablo: Os recuerdo, hermanos, el evangelio que os prediqué, que recibisteis, en el que os mantenéis
firmes, y por el cual sois salvados... Porque os transmití en primer lugar lo mismo que yo recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se
apareció a Cefas, y después a los doce” (1 Cor 15,1-5). Ese mensaje se refiere directamente a la muerte y resurrección
de Jesús por nuestra salvación e incluye que Jesús es el Mesías (Cristo) enviado por Dios tal como había sido prometido a
Israel. El anuncio de Jesucristo abarca por tanto la fe en Dios único, creador del mundo y del hombre, y protagonista
principal de la historia de la salvación

El mensaje cristiano anuncia que con Jesucristo se ha realizado en plenitud la revelación de Dios al hombre: “al llegar la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la
Ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos” (Gal 4,4-5). Jesús revela quien es Dios de una manera nueva y más
profunda que la que tenía el pueblo de Israel; revela a Dios como su Padre de forma única hasta llegar a decir: “El Padre
y yo somos uno” (Jn 10,30). Apoyándose en las enseñanzas de los Apóstoles la Iglesia anuncia a Jesucristo como Hijo de
Dios y verdadero Dios de la misma naturaleza que el Padre.

3 dialogo interreligiosos

El diálogo interreligioso es la interacción positiva, cooperativa y constructiva entre personas de diferentes tradiciones o
creencias religiosas o espirituales, tanto a nivel individual como institucional. Se diferencia del sincretismo en que el
diálogo interreligioso no busca una fusión o asimilación de doctrinas distintas sin coherencia sustancial, sino más bien la
promoción del entendimiento entre las diferentes religiones para aumentar la aceptación de los demás. A diferencia del
ecumenismo, que fomenta la unidad entre los cristianos, el diálogo interreligioso busca el trato recíproco constructivo
entre las religiones o movimientos espirituales que no tienen una raíz cristiana común.

Existen iniciativas interreligiosas locales, regionales, nacionales e internacionales, ya sea informal o formalmente
establecidas a través de grandes redes o federaciones. Se acredita a Hans Küng, profesor de Teología ecuménica y
presidente de la Fundación por una Ética Global, la formulación de un pensamiento citado con frecuencia como lema del
diálogo interreligioso:

Si bien siempre existió diálogo entre hombres de distintas creencias religiosas, el establecimiento de foros de diálogo
formal entre los líderes de las religiones que presentan adhesión de fieles en mayor número es un hecho propio del siglo
XX. Entre los factores que se estima influyeron en la formulación efectiva de ese diálogo se cuentan la creación del
Parlamento Mundial de Religiones (1893), un informe titulado Reconsiderando las misiones (1932) redactado por laicos
protestantes norteamericanos, el resurgimiento del budismo, y la migración creciente de fieles no cristianos ni judíos
hacia naciones de Occidente. Entre los cristianos protestantes, el diálogo se desarrolló principalmente a través del
Consejo Mundial de Iglesias.2

Por su parte, los cristianos católicos tuvieron en la declaración del Concilio Vaticano II titulada Nostra aetate, sobre las
relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, uno de los hitos más destacados en la propiciación del diálogo
interreligioso, que se extendió a través del Secretariado para los no Cristianos, instituido por Pablo VI en 1964, y
continuado con el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso,3 creado por Juan Pablo II en 1988 con la constitución
apostólica Pastor Bonus.4

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