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Psicoanálisis del duelo - Carlos Mario Aslan

Dr. Carlos Mario Aslan – Octubre de 2005

Introducción
“Y espero que pronto se consolará usted de mi muerte y que me permitirá seguir viviendo en su recuerdo amistoso – la única clase de inmortalidad
limitada que reconozco-.”

Carta de Freud a Marie Bonaparte (1937)

El duelo es un fenómeno que forma parte habitual de la vida cotidiana. Todos


hemos tomado contacto, tanto vivencial como observacional, con pérdidas
propias y ajenas, cercanas y lejanas y sus duelos consiguientes. Es decir que
el duelo forma parte integral del vivir.

Con todo, es un aspecto displacentero y penoso de la vida, y quizá debido a


esto su estudio y consideración psicoanalíticos no ha tenido, a mi juicio, una
atención acorde a su importancia. “Duelo y melancolía” es una obra
relativamente corta en la producción de Freud, ubicada por una parte casi
como ilustración del narcisismo – obra escrita sólo un año antes -, y por otra
parte dentro de un contexto social de guerra y muerte, con los tres hijos
varones de Freud movilizados en el ejército por la guerra de 1914, y su otro
“hijo” intelectual, S. Ferenczi, también movilizado.

Si bien “Duelo y melancolía” ha introducido nociones importantes en la teoría


psicoanalítica, tales como el comienzo de la noción de superyó y de formas de
internalización estructurante como la introyección del objeto y la identificación
secundaria. Freud nunca corrigió “Duelo y melancolía” a la luz de sus hallazgos
teóricos posteriores pertinentes, como por ejemplo, y principalmente, la pulsión
de muerte y la teoría estructural. Contrasta esto con las continuas revisiones y
agregados a otras obras suyas, como Tres ensayos de teoría sexual, La
interpretación de los sueños y otras. Existen muchos ejemplos de esta
evitación en los escritos psicoanalíticos. Un ejemplo contemporáneo es el
Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, en el cual no figura el
ítem Duelo.

Creo que hay una evitación inconsciente de un tema penoso y angustiante.


Una evitación social más aparente se observa en la contemporánea atenuación
(o a veces total desaparición) de ritos y costumbres concernientes al duelo, que
en muchos casos responden a una tentativa de desmentida (Verleugnung)
social y colectiva de la angustia frente a la muerte futura, propia y de seres
queridos.

El duelo es el conjunto de sucesos y aconteceres psíquicos que configuran un


proceso que se produce como consecuencia de la pérdida de un objeto
importante y significativo para una persona. Por objeto entiendo tanto una
persona como un ideal; un algo concreto o una abstracción; un valor intrínseco
o simbólico; en fin, un “algo” que tenga importancia y significación para un
sujeto dado.

Mientras la lista de objetos pasibles de pérdida es infinita, el ejemplo


princeps es la pérdida por muerte súbita de un ser querido. Desde este
prototipo se pueden deducir las diferentes variedades y formas de los duelos.

Por pérdida entiendo su realidad psíquica, que puede referirse a un suceso


real, o simbólico, o fantaseado, o a una amenaza de pérdida.

El proceso de duelo no es voluntario y requiere un tiempo; por ejemplo, Freud


habla de uno a dos años y Engel de seis a dieciocho meses, el “Shuljan Aruj”
(“Manual de prácticas rituales y leyes judías”), publicado en 1488, establece
“doce meses y un día”. Este tiempo no puede ser acelerado, aunque sí
entorpecido, lentificado o detenido por diversas causas. En este último caso
nos encontramos con duelos patológicos.

El proceso de duelo es un proceso automático, tal como Freud designaba a


ciertos procesos psíquicos, como la angustia automática.

Acaso se deba a que la tramitación de un conflicto mediante la formación


de síntomas es un proceso automático que no puede estar a la altura de
las exigencias de la vida, y en el cual el hombre ha renunciado al empleo
de sus mejores y más elevadas fuerzas. De existir una opción debería
preferirse sucumbir en una honrosa lucha con el destino (Freud, 1917).

Es claro que el proceso de cada caso individual se nos presenta a través de los
múltiples y diversos “ropajes psíquicos” (psychische Umkleidungen) de cada
uno en su vida y en su contexto psicosocial en ese momento determinado. Con
esto quiero decir que interpretaciones del tipo “se identifica con el objeto a fin
de mantenerlo vivo” son atribuciones de sentido a posteriori.

Como he dicho, el duelo es parte constitutiva del vivir; no hay quien no tenga
pérdidas y duelos. De no ser por su habitualidad, el duelo podría ser
considerado una enfermedad. Así lo hace notar Freud (1917, pag. 242): “En
verdad, si esta conducta [la del sujeto en duelo] no nos parece patológica, ellos
se debe a que sabemos explicarla muy bien”. Más allá ha ido Engel. En un
trabajo titulado “¿Es el duelo una enfermedad?”, argumenta que existe un
factor etiológico conocido, una evolución “normal” también conocida, que se
manifiesta por síntomas psíquicos dolorosos, a veces incluso tiene
manifestaciones orgánicas, trastornos en la capacidad de funcionar – a veces
por días, semanas o meses -, un curso relativamente acotado en el tiempo,
posibilidad de complicaciones, y finalmente una “curación” o “cicatrización” más
o menos lograda.
El duelo, siendo un fenómeno individual, trasciende esos límites; es también un
fenómeno social y cultural. Diferentes culturas tienen normas de
comportamiento aparentemente diversas, pues en el fondo son similares.
Básicamente apoyan al sujeto en duelo, lo “obligan” a meterse en él, a
transcurrirlo y a salir. Aquí hay, a mi juicio, un proceso de realimentación
positiva: a través de la exteriorización de los procesos psíquicos del duelo, se
crean normas sociales, religiosas, etcétera, que a su vez refuerzan y
devuelven, con la fuerza de lo colectivo, los sucesos y procesos intrapsíquicos.
En el caso princeps de la muerte de seres significativos, nos ha permitido
ponernos en contacto con civilizaciones primitivas (Freud, 1913; Roheim, 1945)
y civilizaciones adelantadas ya extinguidas.

Lo que venimos observando en nuestra cultura actual es una tendencia a la


marcada disminución de los ritos mortuorios, generales e individuales
(Colonna, 2001). Si bien este fenómeno puede indicar una propensión
desmelancolizadora, una desgraciada consecuencia de esto, traspasados
ciertos límites, sería la negación y/o la banalización de la muerte.

Sentido de duelo

El sentido del duelo indaga en los desarrollos profundos e inconscientes del


proceso y su caracterización metapsicológica. Según diferentes autores,
podemos distinguir dos sentidos principales. Éstos no son excluyentes entre sí,
pero varía el monto de su proporción en los duelos.

a) El duelo como el desprendimiento de un objeto de amor, sobre el cual ya


no se pueden efectuar los actos amorosos. Es en esta línea que Freud
desarrolla “Duelo y melancolía”, y el Apéndice C de Inhibición, síntoma y
angustia, donde intenta explicar el dolor psíquico del duelo por una
acumulación de cargas eróticas no descargables o satisfacibles por la
desaparición del objeto amoroso correspondiente. Pollock también lo
considera en este sentido. Machado lo ha descripto poéticamente: “Y no
es verdad Dolor, yo te conozco/ Tú eres nostalgia de la vida buena”.

b) El duelo como los esfuerzos por desprenderse de una estructura psíquica


persecutoria antihedónica, antierótica, antivida. Por ejemplo, Lagache
(1956 dice: “El sentido del ‘trabajo de duelo’ [...] es la destrucción de una
autoridad moral que no permite vivir”. Y Engel (1962): “Durante este
período [el proceso de duelo] el sujeto se impone a sí mismo un decreto
contra el placer y el goce”. Es decir, dos psicoanalistas contemporáneos,
provenientes uno de la escuela francesa y otro de la americana,
coinciden en otorgar este sentido al duelo. Es el sentido que Freud había
anticipado en Tótem y tabú (1913), en el capítulo “El tabú de los
muertos”: “Esta teoría [la del tabú de los muertos] se basa en una
suposición tan extraordinaria que parece a primera vista increíble: la
suposición de que un paciente amorosamente querido se transforma en
el momento de su muerte en un demonio, del cual sus sobrevivientes no
pueden esperar nada como no sea hostilidad, y contra cuyos malignos
deseos tienen que protegerse por todos los medios posibles”. Y más
adelante insiste: “Pero originariamente, dice Kleinpaul, todos los muertos
eran vampiros, todos ellos tenían rencor contra los vivos y trataban de
herirlos y robarles la vida” (pag. 53)

La palabra duelo ha sido considerada etimológicamente a partir de dos


orígenes distintos: en primer lugar como derivada de dolus, “dolor”; en segundo
lugar de duellm “combate de a dos” (due, “dos”, y llum – proveniente de
bellum-, “guerra”). Como se ve, en la etimología misma se refleja la dualidad de
sentidos.

Ambas variantes de sentido se encuentran en todo duelo; sin embargo la


segunda variante, la más persecutoria, me parece que ha sido menos
destacada en general. La experiencia clínica y la vivencial apoyan con la fuerza
de la evidencia el predominio de la segunda postura descripta. Uno de los
objetivos principales de este trabajo es darle sustento metapsicológico a esta
hipótesis.

“Duelo y melancolía”

No voy a intentar aquí ni una exégesis ni una revisión crítica de esta


trascendental obra. Ya he enunciado algunos de los conceptos del mismo
Freud que hubiera sido pertinente aplicar al duelo y por lo tanto a la melancolía.

Hay otros conceptos posfreudianos que también son importantes para la mejor
comprensión del duelo, por ejemplo: la distinción clara entre introyección e
identificación, entre identificación primaria y secundaria, entre identificaciones
pasajeras e identificaciones estructurantes, la teoría de las relaciones de objeto
internas, etc. Sólo me quiero ocupar en este lugar de una idea central en
“Duelo y melancolía” que a mi juicio no se puede seguir sosteniendo
actualmente, una diferencia básica entre los mecanismos del duelo y los de la
melancolía. Freud postulaba que en el duelo, una vez producida la
desaparición del objeto externo, el yo procedía a retirar paulatinamente sus
investiduras del objeto. Pienso que aquí Freud se refiere al objeto externo y
quiero hacer una reflexión acerca de su ambigüedad respecto a ese “objeto”.
No resulta claro si se trata del objeto externo o de su representación psíquica.
tanto es así que Strachey (1953), comentando otro texto de Freud, de 1905, se
ha visto obligado a señalar: “Es escasamente necesario explicar que aquí,
como en toda otra parte, al hablar de libido que se concentra en ‘objetos’, se
retira de ‘objetos’, etc.

Freud tenía en mente supuesto las representaciones mentales (Vorstellungen)


de los objetos, y no, por supuesto, objetos del mundo externo”. Es
“escasamente” necesario, pero finalmente “es necesario”. Por otra parte,
Strachey ya conocía la evolución posterior del pensamiento de Freud. Por
ejemplo, en el Esquema del psicoanálisis (1940) Freud escribe: “[...] Llamamos
narcisismo primario absoluto a este estado. Dura hasta que el yo comienza a
investir con libido las representaciones de objeto, a trasponer libido narcisista
en libido de objeto”.

Pero todavía en 1915, Freud distingue a la melancolía del duelo, porque cree
que en la primera se introyecta el objeto y en el duelo no. De ahí que Fenichel
hable de la “introyección patgnomónica” del objeto externo en la melancolía.

Del destino ulterior de las investiduras retiradas del objeto (¿externo?) Freud
no dice nada en ese texto. Como ya lo he señalado, en el Apéndice C de
Inhibición, síntoma y angustia estas investiduras acumuladas (¿en el yo?),
llamadas por Freud “cargas de nostalgia”, producirían dolor (psíquico) por
efecto de la mera cantidad.

Freud no distinguió introyección (término introducido por Ferenczi en 1909) de


identificación y usó estos términos indistintamente. Yo considero la introyección
como una de las diversas formas de internalización, por la cual se produce el
establecimiento de una representación del objeto dentro del yo, pero donde el
objeto mantiene su identidad de objeto. La identificación implica, a mi juicio, un
grado mayor de internalización por la cual el objeto interno o representación del
objeto desaparecido total o parcialmente y sus atributos, o alguno de ellos,
pasan a ser un atributo, una cualidad del yo. Es decir, el yo cambia y se agrega
algo que antes era patrimonio del objeto.

En “Duelo y melancolía” se describe por primera vez el mecanismo de


identificación secundaria (secundaria respecto de la primaria, y en este caso
secundaria a una relación objetal), aunque con cierto grado de confusión con la
introyección ya que Freud usaba indistintamente ambos términos.

Para Freud, a diferencia de lo que sucedería en el duelo, en la melancolía, el


retiro libidinal del objeto al yo “arrastraría” al objeto al interior del yo,
produciendo una identificación del objeto en el yo. Esto, en palabras de Freud,
sería “la sombra del objeto ha caído sobre el yo”. Para mí, “la sombra del objeto
ha caído sobre el yo” designa el proceso que va de la relación del yo (como
mismidad, sujeto, self) con un objeto interno a la identificación con él. Luego se
diferenciaría otra parte del yo que, en función de la parte agresiva de la
ambivalencia previa hacia el objeto externo, atacaría con reproches a la parte
del yo identificada con el objeto. Visto “desde afuera”, éstos son los
autorreproches. Freud dice: “Klagen sind Anklagen” (“los lamentos son
acusaciones”: los autorreproches son reproches)

Pienso que en este planteo de internalización del objeto externo Freud tenía
muy presente la casi contemporáneamente escrita (1914) teoría del narcisismo,
y más precisamente la “ameba narcisista”, con su extensión pseudopódica
englobando un objeto extraño exterior para luego retrotraer el pseudopodio,
con lo cual el objeto exterior devenía interior al cuerpo celular.

Como ya he dicho, no se podría sostener actualmente la hipótesis freudiana de


la introyección del objeto en “Duelo y melancolía”. Lo que se pierde y provoca
el duelo es un objeto externo significativo para el sujeto; por eso mismo tiene
una existencia psíquica frente para el yo, y ésta, insisto, es previa a su pérdida.

[...]la muerte o el peligro de muerte de seres queridos, un padre o un cónyuge,


un hermano, un hijo o un amigo entrañable. Estos seres queridos son, por un
lado, una prioridad interior; componentes de nuestro propio yo [...] (las
bastardillas son mías).

Sólo se puede perder lo que se tiene.

Es cierto que luego de sucedida la pérdida hay cambios en la representación


de objeto correspondiente, pero estos cambios tienen, a mi juicio, otras causas
que intentaré explicitar más adelante.

En algunos escritos (Aslan, 1999) he tratado de demostrar que no hay


diferencia en lo que designan los términos “representación de objeto” y “objeto
interno”, es decir que serían sinónimos, términos intercambiables.
Personalmente, prefiero “objeto interno”, pues me parece que refleja mejor el
carácter vivo, relacional con el self y dinámico del objeto interno. El término
“representación” parece algo estático, como un retrato o una fotografía. El
término “objeto” parece más una película cinematográfica, con movilidad,
hablada y en colores. La palabra alemana Vorstellung se traduce como
representación o como idea, pero abarca también, al igual que en español, el
concepto de representación teatral o cinematográfica. En este último sentido
dinámico se acercaría a lo que acabo de atribuir al término objeto.

Finalmente, llamar a estas estructuras psíquicas objetos internos o


representaciones de objeto, me parece una cuestión de gustos, costumbres o
preferencias.
Nosotros, desde nuestro yo mismo, desde nuestra mismidad, desde nuestro
self, desde nosotros como sujetos, nos relacionamos con nuestros objetos
internos, conversamos con ellos (Sandler, 1998), recibimos sus comentarios,
apoyos, críticas, censuras, etcétera, según estén funcionando como yo, como
ideal, o como superyó.

De lo que acabo de describir se deduce también una importante característica:


la relación, la interrelación del yo (self, sujeto) con sus objetos, y de éstos entre
sí. Es decir que lo que se internaliza (y se puede perder luego) es en realidad
una relación de objeto, con sus afectos, pensamientos, acciones, o sea que,
nuevamente, son estructuras psíquicas extremadamente complejas. Esto, que
a menudo se nos pasa por alto, ha estado a nuestra disposición desde El yo y
el ello, donde se describe a la estructura del yo (de identificaciones) como un
precipitado de investiduras pulsionales, lo que actualmente podríamos, sin
forzar las cosas, especificar como relaciones objetales. Por supuesto, no son
un reflejo exacto, objetivo, del objeto externo, ya que suponemos que es un
reflejo más o menos moldeado, o deformado por nuestras pulsiones, afectos,
contextos, por nuestros patrones estructurales, en fin, por nuestra subjetividad.

Pero, ¿quién tiene una imagen absolutamente objetiva como para establecer
un parámetro de comparación?. Claro que hay un consenso mayoritario, pero
ése se aproxima, como la normalidad, a una apreciación estadística.

Volviendo al duelo, creo que estas consideraciones llevan a pensar que no hay
diferencias en los mecanismos psíquicos del duelo y de la melancolía. Freud
(1917, pag. 254) dice: “[...] en efecto no tardamos en discernir una analogía
esencial entre el trabajo de la melancolía y el del duelo”.

Sí hay diferencias respecto a otros factores intervinientes, que procuraré


describir más adelante, y, por supuesto, diferencias de grado y de evolución.

El escenario psíquico previo a la pérdida

La idea del escenario surge de varias fuentes: de la ya mencionada variante de


significado de la palabra representación; del trabajo de Sandler y Rosenblatt,
“El concepto de mundo representacional”; y del libro de McDougall, Teatros de
la mente. Yo quiero referirme a este escenario desde el punto de vista de mi
esquema referencial, el cual toma como base la segunda tópica o teoría
estructural, y se desarrolla con conceptos posfreudianos.

No me puedo extender mucho aquí, por lo que definiré brevemente mis


términos. En primer lugar considero el término “estructura” en su versión
psicoanalítica contemporánea, es decir, un concepto funcional, que define a las
estructuras psíquicas por sus funciones y no por su lugar (topos) o sustancia.
Así, considero al yo como aquella estructura definible por sensopercepción,
pensamiento, afectos, control de la motilidad, juicio de realidad, etcétera; al
superyó como una parte de l yo que se diferencia del resto del yo y que lo
observa, lo juzga, lo critica. La característica que además defina la estructura
es una cierta fijeza, una muy menor tasa de cambio y movilidad que la de otros
procesos mentales. Es decir que como psicoanalistas observamos
funcionamientos, modos de funcionar; de percibir, procesar y devolver los
estímulos internos y externos. Y de este modo, y no por ocupar un topos, un
sitio, podemos definir y reconocer estructuras normales y patológicas y sus
partes en conflictos característicos.

Lo que más me interesa destacar aquí es que las diferentes formas de


internalización no producen identificaciones e introyecciones que van al yo, al
superyó, o al ideal, sino que funcionan como yo, superyó, o ideal. Es decir, un
objeto interno o una identificación pueden funcionar como yo, como superyó o
como ideal.

Entonces, en el escenario previo a la pérdida encontramos las grandes


estructuras yo, superyó, ideal, con sus relaciones y conflictos ínter e
intraestructurales y con sus objetos internos. Todo este conjunto investido por
las pulsiones de vida y de muerte, siempre en un determinado grado de
intrincación o mezcla cuantitativa y cualitativa.

De este mundo interno, en su interacción consigo mismo y con su mundo


externo, va surgiendo, desde épocas tempranas, la noción y el sentimiento de
uno mismo, de sí mismo. este conjunto de infinitas vivencias va adquiriendo
representación psíquica y constituye la representación de uno mismo, la
representación del self, de yo como sujeto. Esto que los autores anglosajones
llaman self y los alemanes Selbst. Sabemos que Freud siempre utilizó una sola
palabra, Ich (yo), para designar a lo que implícita y explícitamente en diversos
contextos podemos distinguir como yo de funciones, yo de identificaciones y
yo-self. Nosotros nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestros objetos
internos y con el mundo exterior desde nuestro self. Así también con el objeto
significativo que perdemos y que va a iniciar de este modo el proceso de duelo.

Argumento. El proceso de duelo

El duelo comienza con la renegación, desmentida (Verleugnung) del hecho:


“¡No!”, “¡No puede ser!”, “¡No lo creo!”, etc. Este estadio puede ser más o
menos largo, con períodos fugaces de renegación, y de aceptación más
prolongados, coexistiendo a veces en alternancia rápida. Finalmente el criterio
de realidad se impone y el sujeto acepta la pérdida.

Freud (1917) dice:


[...] El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe
más y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces
con ese objeto. A ello se opone una comprensible renuencia; universalmente se
observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni
aun cuando su sustituto ya asoma. [...] Lo normal es que prevalezca el
acatamiento a la realidad. Pero la orden que ésta imparte no puede cumplirse
enseguida [...] y entretanto la existencia del objeto perdido continúa en lo
psíquico (las bastardillas son mías).

Por mi parte hago notar que “una comprensible renuencia; universalmente se


observa que el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal, ni
aun cuando un sustituto asoma” y “Pero la orden que ésta imparte no puede
cumplirse enseguida”, no son explicaciones psicoanalíticas de procesos
inconscientes, sino descripciones fenoménicas.

Creo que el proceso es diferente y más complejo que lo que dice Freud, y
puedo dar una descripción metapsicológica más precisa – a la luz de los
desarrollos actuales – y más adecuada a los hechos clínicos y fenoménicos.

He aquí mi hipótesis: el yo, acatando su juicio, que deriva de examen de la


realidad, retira sus investiduras libidinales del objeto interno que representa al
objeto externo perdido. Este retiro comienza de inmediato y tiende rápidamente
a hacerse masivo.

Se produciría entonces una defusión, una desintrincación de la libido retirada


de su misión con la pulsión de muerte, que llevaría a la desneutralización de la
pulsión de muerte en el objeto interno representante del objeto perdido. Aquí
conceptualizo a la pulsión de muerte como tendencia a deshacer las
estructuras complejas y llevarlas a un estado estructural más simple, a la
inercia, a lo inorgánico: “[...] suponemos una pulsión de muerte, encargada de
reconducir al ser vivo orgánico al estado inerte [...]” (Freud 1923). Esto se
referiría al nivel más primitivo, diría orgánico. Y en el ámbito clínico sus efectos
se observan en las estructuras investidas de pulsión de vida, y se manifiestan
como conductas autodestructivas y heterodesctructivas.

El objeto interno en cuestión no permanecería meramente “sin vida” al serle


retiradas las investiduras libidinales, sino que, efecto de la pulsión de muerte,
sufriría un rápido proceso de deterioro, desorganización y autodestructividad.
Esta hipótesis, que planteé por primera vez en 1978, parecería similar a la de
Green, según la cual, la función de la pulsion de muerte sería el retiro de la
investidura libidinal significación, objetalizante de un objeto interno, pero a mi
juicio no lo es.

Creo que este retiro libidinal debe completarse con las nociones de
desneutralización o desintrincación de la pulsión de vida respecto de la pulsión
de muerte, liberando el accionar más o menos puro de la auto y
heterodestructividad de la pulsión de muerte. Así también opina Roheim (1945,
pag. 69): “La presencia de la muerte y la disrupción de un lazo libidinal libera a
Tánatos en su forma original, que entonces se manifiesta en la
automortificación de los sobrevivientes”. De no ser así, no veríamos las
intensas manifestaciones persecutorias observadas comúnmente en los duelos
ni aquellas que, según Green, están “más allá del displacer: el desvalimiento, la
desdicha, etc.”. En mi opinión, si el proceso sólo consiste en que a un objeto se
le retira su investidura significativa, entonces, dejaría de existir psíquicamente,
se borraría del psiquismo.

Los procesos que estoy describiendo representan una situación de peligro para
el yo que contiene este objeto en proceso de morir/vivir, activamente
destructivo y amenazador. El yo produce ante esta situación de peligro intenso
su angustia señal y moviliza sus defensas. Creo que la defensa más importante
es la recarga erótica, libidinal, masiva del representante interno del objeto
externo desaparecido, en una tentativa de volver a investir libidinalmente el
objeto interno “muerto” y neutralizar la pulsión de muerte en él. Esta defensa es
del tipo que Freud (1920) describe en Más allá del principio del placer cuando
se produce una ruptura en el aparato amortiguador de estímulos: “De todas
partes es movilizada la energía de investiduras a fin de crear, en el entorno del
punto de intrusión, una investidura energética de nivel correspondiente. Se
produce una enorme ‘contrainvestidura’ [...]”.

Dado que todos estos procesos no ocurren sucesivamente ordenados, es difícil


describir con exactitud su correspondencia con estados anímicos del sujeto.
Pero diré que a la defensa de renegación (Verleugnung) inicial corresponderían
los “¡No1”, “¡No lo creo!”, etc. Al retiro masivo de las investiduras libidinales,
con la liberación de la pulsión de muerte, concierne el estado de estupor,
shock, inmovilidad y desconexión. Postulo que atañe a una transitoria
identificación con el muerto, también expresada por los deseos y/o ideas de
morir con o como él. También puede presentarse en esta etapa una aguda
sensación de dolor psíquico y angustia y/o una sensación de vacío doloroso.

Con el comienzo de las defensas contra este peligro interno (verdadero


“agujero negro” del yo) aparece el temor a la muerte (el temor a la identificación
excesiva). Y el importante aporte libidinal defensivo, sobre el objeto interno que
ha sufrido previamente el retiro libidinal, la liberación tanática, lleva a que el
sujeto tenga presente en su mente, en sus pensamientos y sentimientos, al
objeto desaparecido, de un modo predominante: “No puedo pensar en otra
cosa”; “No me lo puedo sacar de la cabeza”, etc.

Esta situación había sido descripta de un modo parecido en “Duelo y


melancolía”; aunque allí Freud pretendía que eso sucediera solamente en la
melancolía y no en el duelo normal, lo que es, obviamente, erróneo.

Freud (1917) dice:

El complejo melancólico se comporta como una herida abierta, atrae


hacia sí desde todas partes energía de investidura (que en las neurosis
de transferencia hemos llamado “contrainvestiduras”) y vacía al yo hasta
su empobrecimiento total.

Percibimos una sutil diferencia: en esta formulación es el complejo melancólico”


que “se comporta como una herida abierta” que atrae hacía sí energías de
investidura. En la hipótesis que he planteado, es el yo (o el self) quien envía
contrainvestiduras defensivas. Creo que la diferencia proviene de si se atiende
en primer término la experiencia subjetiva o la descripción metapsicológica.
Considero que desde la metapsicología las cosas son tal como las he
descripto, tanto en el duelo como en la melancolía. Desde la experiencia del
sujeto en duelo se tiende a experimentar las cosas tales como las describe
Freud (es el “complejo melancólico” que atrae hacia sí, etc). Eso me ha llevado
a describir la sensación subjetiva del sujeto en duelo como si el “objeto interno
muerto” se comportara como un “agujero negro”, tal como lo describen los
astrónomos, y fuerza al comienzo a identificaciones con el muerto. Esto se ve
con mayor claridad cuando ya ha empezado la defensa por contrainvestiduras
eróticas y, por lo tanto, una defensa contra esa tendencia a la identificación.

Algunos ejemplos de cómo se manifiesta el objeto interno persecutorio en la


clínica

Todos ellos podrían delinearse con las palabras de M. Klein, que coinciden con
mis descripciones: “En mi experiencia la concepción paranoica de un objeto
muerto en el interior del cuerpo es el de un perseguidor secreto y siniestro. Se
lo siente como si no estuviera totalmente muerto y pudiera reaparecer en
cualquier momento de un modo astuto e intrigante”.

O también con la detallada descripción de algunas variedades de este objeto


por parte de W. Baranger (1961): el muerto-vivo, objeto moribundo u objeto
muerto, también dentro de una conceptualización predominantemente
kleiniana.

La expresión “objeto muerto-vivo” supone que parte de él está muerto. Esto es


una realidad a medias. El problema es que el objeto se vivencia como vivo en
la realidad psíquica, vivo con malignidad, y presenta alguno de sus rasgos
estructurales anteriores en su peor versión. El objetivo del duelo, como dice
Lagache (1956), es matar al muerto. Yo agregaría: el problema es cómo
hacerlo sin “morir en el intento”. Esto es lo que requiere tanto tiempo.

Ejemplo 1: Una paciente en duelo agudo por la muerte reciente de una figura
paterna muy querida sueña: “Iba por un pasillo en un hospital. Sergio estaba
enfermo, internado. De una habitación a oscuras se oía un timbre, como un
llamado. Me dio miedo, y por eso seguí de largo”. Posteriormente asocia:
“Tengo aquí en el pecho un hoyo grandote por donde se van las cosas”:

Ejemplo 2: En el filme Gritos y susurros, dirigido por Ingmar Bergman, una


mujer está velando a su patrona-madre-hermana, recién fallecida. En un
momento la muerta se incorpora y agarra a la viva, como queriendo arrastrarla.
La hermana viva, horrorizada, logra escapar luego de breve lucha.

Ideas de apaciguamiento por temor a la persecución son típicas. “De mortuis


nil nisi bonum” (“de los muertos nada que no sea bueno”) es la regla habitual
en los obituarios y discursos fúnebres. Los piadosos rituales de montar guardia
junto al féretro, de colocar pesadas lápidas de mármol y erigir monumentos de
piedra sobre las tumbas pueden ser retraídos a muy antiguas medidas
destinadas a impedir el retorno del muerto.

Este aspecto de desmentida de los aspectos negativos y elogios hacia los


positivos llevan a una idealización más o menos importante del objeto. La
idealización, con todo, produce un efecto de lejanía entre el objeto perdido y el
sujeto, que en cierto modo facilita el desprendimiento y, por lo tanto, el trabajo
de duelo.

No se debe descuidar el cambio/neutralización de aspectos destructivos y


negativos a nivel del objeto por la constante reinvestidura libidinal, que al
principio puede llevar a la idealización como recién he señalado, pero que la
mayoría de las veces llevan al progresivo cambio del objeto en un sentido
libidinal. A continuación, dos ejemplos:

El primer ejemplo es el de una paciente que fracasó en sus sucesivos intentos


de fecundación artificial, comenzó su análisis a fin de elaborar este duelo. Al
mismo tiempo, el duelo actual reaviva un duelo no terminado de elaborar por la
muerte de su padre, ocurrida cuando ella tenía 11 años. Cuenta que llevó a una
sobrinita a ver una película para niños, Monster. A la noche soñó: “Es de día,
hay mucho sol, el cielo se ve de un azul intenso. Estoy contenta, hay mucha
gente caminando. Veo un puente pintado de color ocre, parece el Pontevecchio
(viejo=el padre). Veo agua, es verde, parece un río o un lago. En la orilla,
mucha gente camina. De pronto, un enorme monstruo, especie de dragón,
color celeste grisáceo, surge de la profundidad del agua. Avanza sobre la
costa. La gente huye en medio de una situación de pánico. Cuando despierto
estoy angustiada”.

De entre sus asociaciones destaco: “Recuerdo que este monstruo se parece a


un personaje (el malo) de una película para chicos Monster Inc que vi con X...
su nombre es Randall, nombre de vaquero malo. El film ronda sobre los miedos
infantiles. La empresa se encarga a través de los monstruos de provocar gritos
de niños para luego aspirar los gritos. Estos gritos se transforman en energía
que sirve para iluminar la ciudad donde habitan los monsters.
Los monstruos entran en el cuarto de los niños. Cuando éstos duermen los
asustan para que griten. Los monstruos no deben llevarse nada del cuarto de
los niños, ni los niños deben pasar la puerta. Pero sucede un error. El mejor de
los monstruos asustadores, Sullivan, comienza a proteger a una niña a quien
llama Buu, por los llantos que ella emite. Sullivan, al ver el daño que causa a
los niños, y al darse cuenta que obtenía más energía con la risa que con el
llanto, cambia su actitud y la de la corporación. Randall, el malo, es derrotado
por Sullivan con ayuda de Buu y otro de sus amigos”.

Del análisis de este sueño selecciono lo pertinente al punto de este trabajo.

Garma describió a los sueños por colores, como significado contenidos de


muerte y excrementicios. Los monstruos aspiran el aliento de los niños ya sea
que griten de miedo o se rían. Encuentro una similitud con lo descripto como
“agujero negro”.

El agua es un símbolo universal de embarazo y nacimiento. Es claro que en el


sueño surge el monstruo enorme, especie de dragón, color celeste grisáceo,
que simboliza los embriones fecundados que no pudieron prosperar. Con su
carácter sorpresivo, que surge de la profundidad de un paisaje-psiquismo
aparentemente apacible, aunque en realidad cargado de muerte. Pero en las
asociaciones hay una doble mutación: de maldad a bondad (Randall a Sullivan)
y de espanto a risa. Su esperanza/deseo es que con mi ayuda (Sullivan) ella
(Buu) y su marido (el amigo de Buu) podrán derrotar a Randall, es decir
avanzar en la elaboración de su duelo y cambiar el cariz de su objeto interno.

El segundo ejemplo es más corto. Un viudo joven, cuya esposa había fallecido
en un accidente de auto en el que él manejaba, estuvo largo tiempo sin poder
relacionarse con mujeres. Luego pasó un tiempo en que no podía establecer
contacto amoroso con las mujeres con las que salía, hasta que finalmente se
enamoró y decidió casarse. Pero no pudo hacerlo hasta que fue a la tumba de
su esposa y le “pidió permiso” para casarse. Sólo así pudo hacerlo. la muerta
actuaba como objeto sueryoico que por efecto del análisis fue mutando,
haciéndose más permisivo.

Breve resumen de la cronología del origen de la agresividad del objeto interno


persecutorio

Freud postuló que la agresividad del objeto dependía de la porción de odio de


la ambivalencia previa hacia el objeto exterior, ahora internalizado. Por lo tanto,
como ya he señalado antes, los autorreproches aparentes, en realidad, son
reproches al objeto ahora muerto afuera y vivo, internalizado, dentro del sujeto.
Luego, Abraham describió que esta internalización sucedía también en el
Superyó (yo diría como superyó). Es decir que no sólo el sujeto reprocha al
objeto (internalizado), sino que el objeto (internalizado) reprocha al yo del
sujeto.

Finalmente me parece que, si tomamos en cuenta la pulsión de muerte, la


hipótesis que aquí he presentado como productora de la persecución (o de su
incremento) por parte del objeto interno es debida a la desneutralización de la
pulsión de muerte en él. Y repito, este objeto puede actuar como yo o como
superyó, y eventualmente, al fin de un duelo normal, como ideal.

Identificaciones

La teoría clásica señala que el duelo termina con identificaciones con el


objeto perdido. Postulo que existen identificaciones tempranas. En grado
variable se van produciendo identificaciones parciales – algunas transitorias y
otras más perdurables – con el objeto perdido, pero con la característica de ser
identificaciones con aspectos negativos del objeto: con sus falencias, sus
defectos, sus síntomas (o l oque el sujeto supone que fueron los síntomas del
objeto). A estas identificaciones, parciales y precoces, junto a las más masivas
descriptas anteriormente, las he denominado identificaciones tanáticas (Aslan,
1978 a). Otra manifestación observable de estas identificaciones tanáticas son
las vestimentas de luto. El blanco, el morado, el negro son colores de duelo en
diversas culturas y reflejan la identificación con la palidez, la cianosis, la
corrupción corporal del muerto.

Hasta ahora he reseñado situaciones, ideas y aspectos


predominantemente persecutorios. Debo nombrar también las muy importantes
reacciones realistas y racionales frente a la pérdida: tristeza, dolor, angustia,
desamparo, soledad . El llanto es típico de estos estados e implica el alivio de
una necesidad interna, un cierto grado de regresión y también una
comunicación hacia los demás (Engel, 1962). La mezcla de estas dos
tendencias (eróticas y tanáticas) producen a veces identificaciones como las
siguientes.

Se trata de un hombre de 39 años, casado, con cuatro hijos. Su esposa


muere a causa de un accidente. Se trataba de una familia católica, muy
religiosa, integrantes de grupos de catequesis. Me consulta a la semana de
ocurrido el fallecimiento. En la entrevista, el paciente relata que había estado
separado por un tiempo de la esposa, “un amigo con el que no había pasado
nada”. Todo eso había terminado unos meses atrás y reanudaron “una relación
matrimonial feliz”. De os primeros días de duelo relata que en un momento
sintió como una luz y vio a su esposa, que le decía: “¿Por qué a mí?”, y se
desvanecía. El paciente continúa con su relato y dice que eso lo interpretó
como que la mujer lo exculpaba a él, que ella estaba feliz con Dios y se
preguntaba por qué la había elegido a ella para ese feliz destino.
Luego de esta obvia defensa maníaca contra la culpa y la angustia persecutoria
relata que, aunque siempre ha sido muy creyente, recién comprendió el
verdadero significado del a Eucaristía después de la muerte de su esposa. En
la primera misa después del fallecimiento sintió que la esposa estaba en la
hostia, y que la consubstancialización con la mujer, y que entonces ahora ella
era parte de él. Uniendo estos pensamientos con la “aparición” de la esposa
pudimos construir su pensamiento: la esposa, al estar con Dios , formaba parte
de él, y ahora, por vía de la Eucaristía, también formaba parte del paciente.
Esta racionalización placentera de su identificación con la muerta respondía, al
menos, a las siguientes razones: 1) al estado hipomaníaco en que se
encontraba el paciente; 2) a la disociación mente/cuerpo que decía tener, el
dolor estaba en el cuerpo (se señalaba el tórax a la altura del corazón) y su
cabeza era capaz de pensar y ordenar todo fríamente, 3) a sus convicciones
religiosas, y 4) a la renegación parcial de la muerte de su esposa. Unas
semanas después el paciente relata una conversación con su hijo menor, de 8
años. El chiquito le dice muy compungido que no va a poder ver más a su
madre, que no va a poder tocarla. El paciente le contesta que se mire al espejo
porque su madre está dentro de él, que se toque el corazón que ella está ahí.
El hijo le dice que no va a poder besarla más, el paciente le contesta que se
ponga la punta de los dedos sobre el corazón y luego se los bese, estará
besando a la madre.

No todas las identificaciones son tan dramáticas ni tan graves. Por


ejemplo, una paciente joven se enteró de la muerte de una tía muy allegada. A
pesar de que había dejado de fumar años antes, la paciente compró un
paquete de cigarrillos para fumar y “calmar la angustia”. Sólo días después se
dio cuenta de que había comprado la misma marca de cigarrillos que fumaba la
tía, fumadora empedernida.

Un corte sincrónico del proceso

Si ahora volvemos a nuestra indagación metapsicológica, e imaginamos


el estado en un corte sincrónico del objeto interno sede del proceso de duelo,
nos encontraremos con un aspecto heterogéneo. Para hacer una descripción
esquemática, mencionaré:

1) Partes del objeto han sufrido un proceso de mayor internalización


transformándose en identificaciones (mayormente “tanátias”). Quizá esto sería
lo que actualmente se podría conceptualizar como “la sombra del objeto
ha caído sobre el yo”, como dijera Freud.

2) Otras partes del objeto, como consecuencia tanto de la sobreinvestidura


libidinal como de la represión de ideas acerca de aspectos negativos o
indeseables del objeto ahora desaparecido, se idealizan. La idealización lleva a
la creación de una cierta “distancia” respecto del objeto que facilitará en un
primer momento el desprendimiento de él.

Estos aspectos idealizados actuarían también como contracarga a la acción de:

3) Las partes más destruidas y destructivas cargadas de agresión hacia el


sujeto en duelo. Recordemos a Freud (1913) en Tótem y tabú: “Sabemos que
los muertos son poderosos gobernantes; pero quizá nos sorprenda saber que
son tratados como enemigos”.

4) Ya han sido mencionados aspectos como la tristeza, la angustia, la añoranza


y otras variedades de dolor psíquico provocadas por el reconocimiento racional
y la conciencia del significado de la pérdida, efectuados por la parte más
madura del yo. También es lícito comparar la brecha abierta en el alma por este
complejo proceso que hemos descripto con una herida en el cuerpo. Y así
como éste reacciona con dolor (físico), aquella reacciona con dolor (psíquico).
Creo que esta hipótesis suplanta con ventajas matapsicológicas, o por lo
menos complementa, la hipótesis de Freud antes mencionada.

5) La preexistencia y permanencia en la literatura psicoanalítica de una


concepción topográfica, en vez de estructural, ha dado origen a innumerables
discusiones sin fin ni solución sobre qué objetos introyectados “iban” al yo o al
superyó, en qué condiciones, etc. La concepción que he planteado al principio
sobre el carácter funcional de las estructuras psíquicas termina con ese falso
problema. Un objeto interno o una identificación pueden funcionar como (y no
está en el) yo o como superyó. Un ejemplo banal y esquemático podrá aclarar
la cuestión: si un viudo intenta tener una relación sexual y reacciona con
impotencia, podemos suponer:

a. La identificación de la esposa como superyó le hace sentir culpa y dolor;


por ejemplo, se acusa de infiel o le presenta a su recuero escenas de
sexo con la esposa, todo lo cual lleva a que al paciente se le impida el
acto sexual.

b. Si la mujer muerta está identificada como yo, puede ser que ni siquiera
sienta deseos: “está muerto”, para la sexualidad y el deseo, y/o también
lo están sus genitales.

c. Lo que es más frecuente, una combinación de ambos.

Diacronía. Evolución el duelo


En una evolución favorable del duelo, i.e, hasta su resolución, la presunción
básica es que el continuado aporte de investiduras libidinales va produciendo
tal evolución. ¿De qué modo íntimo se produce esto? No lo sabemos.

No tenemos ninguna comprensión fisiológica de los modos y medios con


los que puede realizarse esta doma (Bändigung) del instinto de muerte
por la libido. En lo que al campo psicoanalítico de ideas se refiere, sólo
podemos asumir que tiene lugar una muy extensa fusión y amalgama,
en varias proporciones, de las dos clases de instintos [...] (Freud, 1924).

En una evolución favorable del duelo, en general, pasa lo siguiente:

1) Las identificaciones “tanáticas” van cambiando hacia identificaciones más


eróticas, esto es, con rasgos más positivos, con los logros y con los
ideales del objeto perdido. (“Voy a estudiar medicina, como quería
papá”)

2) Las partes más persecutorias del objeto (objetos internos persecutorios:


“objeto muerto-vivo”) van disminuyendo y/o perdiendo ese carácter.

3) Los afectos dolorosos evolucionan desde una preocupación


predominante por el sujeto en duelo (dolor psíquico, angustias, miedo)
hacia una preocupación predominante por el objeto perdido (tristeza,
aflicción, pena, nostalgia), y luego se atenúan o desaparecen.

4) Un paciente relata que se puso a llora durante el velatorio de un tío muy


querido. Una persona allegada se acercó a consolarlo: “Si no sufrió, si
ya era muy mayor”. El paciente comentó: “Yo no lloraba por él, lloraba
por mí”.

5) Los recuerdos se hacen más realistas, totales y adecuados. Tiende a


desaparecer la idealización y aparece el ser humano.

6) El yo, al final del proceso de duelo, queda enriquecido con


identificaciones positivas, y su libido está disponible para nuevos
objetos. Cuando la dependencia (¿sometimiento?) con el objeto perdido
desaparece, el sujeto deviene capaz de continuar su vida, con nuevas
relaciones, a menudo enriquecido por las identificaciones “eróticas” con
el objeto perdido, siendo capaz de recordar, de modo confortable y
realista, tanto los placeres como los sinsabores de la relación perdida.
Duelo patológico

Cualquier duelo que se detenga – por razones internas o externas diversas –


en cualquier punto de su desarrollo, se constituye en un duelo patológico. Se
entiende que cuanto más precoz es el estadio en que el proceso se detiene,
más grave será el cuadro resultante. Así, los cuadros clínicos pueden ir desde
la renegación psicótica, la melancolía estuporosa, variedades de melancolías,
pasando por la depresión neurótica crónica, etc., hasta la “infelicidad común”
que ha mencionado Freud, dependiendo de las series complementarias de
cada uno. Todo duelo patológico es una variedad de depresión, aunque no toda
depresión responde a un duelo patológico.

Otras formas de duelo patológico pueden ser del tipo de la aparente “ausencia
de duelo” o “duelo detenido”, por una especial escisión y encapsulamiento de
parte del yo y el superyó que contienen el objeto “muerto”, como uno de los
casos que he descripto. O bien el duelo prolongado, por diversos factores. Hay
una rara especie llamada “duelo por testaferro”, estudiada por W. Green, en la
que el sujeto desplaza todas sus investiduras del objeto perdido hacia otro
objeto, y el duelo queda suspendido hasta la pérdida del nuevo objeto. Hay
también duelos “desplazados” o vividos a través de enfermedades orgánicas.

Factores que complican y/o entorpecen la evolución de un duelo

Freud, siguiendo a Rank, señaló la dificultad que tiene la elaboración de la


pérdida de un objeto que ha sido elegido sobre a una base narcisista, y, por
consiguiente, su transformación en un duelo melancólico. Yo agregaría que en
una personalidad narcisista, con una mala diferenciación sujeto/objeto, el duelo
se complica justamente por ello.

Otros factores que contribuyen al desenlace en un duelo patológico son la


intensa ambivalencia previa (por los factores ya señalados), una extrema
severidad superyoica anterior, la coincidencia con varias pérdidas, pérdidas
muy traumáticas. Generalmente, hay varios de estos factores combinadas.

Un caso especial son las personalidades culposas y/o depresivas “heredadas”,


producidas por identificaciones estructurantes (es decir, sin conflictos propios)
con madres deprimidas. Una pérdida objetal en estas personalidades
predispuestas puede conducir directamente a una mala elaboración de una
pérdida.
Resumen

Escrito en 1915, Freud nunca actualizó “Duelo y melancolía” a la luz de sus


ulteriores teorías, tales como la pulsión de muerte, la hipótesis estructural del
alma, la angustia señal, etc. En este trabajo, utilizando dichas teorías, y otros
conceptos actuales derivados de ellas, el autor propone una descripción
metapsicológica que se correlaciona mejor y más adecuadamente con los
hechos clínicos observables, tanto en el duelo normal como en el duelo
patológico. Sostiene que la representación psíquica del objeto externo perdido
es anterior a la pérdida de dicho objeto; por lo tanto, no existe la “introyección
patognomónica”. La libido no se retira del objeto externo sino de su
representante psíquico, al que también se denomina objeto interno.

Contrariamente a lo descripto por Freud, el autor postula que el yo (yo, sí


mismo, self, según el esquema referencial), una vez aceptado su juicio de
realidad que le indica que el objeto se ha perdido, tiende a retirar masivamente
la libido del representante psíquico de dicho objeto. Esto produciría una
defusión instintiva, con una liberación importante del efecto destructivo de la
pulsión de muerte así desneutralizada, lo que constituiría una situación de
peligro para el yo. Frente a esta situación, el yo movilizaría sus defensas,
especialmente la recarga libidinal masiva del objeto interno en cuestión, y de
ahí en más, la desinvestidura se haría más lenta y discriminadamente como la
describió Freud.

Todos estos movimientos descriptos metapsicológicamente se infieren de su


correlato clínico. El proceso de duelo se jugaría entonces centralmente en el
representante psíquico del objeto perdido, compleja estructura yoica,
superyoica e ideal, con cualidades preconscientes e inconscientes. El proceso
de duelo es abordado de un modo prototípico: a partir de la pérdida súbita de
un objeto significativo, pasa por diversas vicisitudes y alternativas hasta su
finalización. Las diversas modalidades del duelo patológico consistirían en la
detención del proceso en algunas de sus etapas o menos frecuentemente por
otros mecanismos. Se ilustra con material clínico.

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