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Vea, dijo, los políticos les creen a los científicos (Perón – Richter) y los científicos les creen a los
novelistas (Russo- Macedonio Fernandez). Los científicos son grandes lectores de novelas (…) los
únicos que se toman en serio la incertidumbre de la realidad y la forma de un relato. (…) El resto
del mundo se dedica a creer en las supersticiones de la televisión.
(…) Habia que influir sobre la realidad y usar los métodos de la ciencia para inventar un mundo
donde un soldado que se pasa treinta años metido en la selva obedeciendo ordenes sea imposible o
al menos deje de ser un ejemplo de convicción y de sentido del deber reproducido, en otra escala,
por los ejecutivos y obreros y los técnicos japoneses que viven esa misma ficción y a quienes todos
presentan como los representantes ejemplares del hombre moderno. (…)
Tienen todo controlado y han fundado el Estado mental, dijo Russo, que es una nueva etapa en la
historia de las instituciones. El Estado mental, la realidad imaginaria, todos pensamos como ellos
piensan y nos imaginamos lo que ellos quieren que nos imaginemos. Por eso me gusta el modo en
que Ritcher se infiltro en el Estado argentino, infiltro su propia imaginación paranoica en la
imaginación paranoica de Perón y le vendió el secreto de la bomba atómica. Solo el secreto porque
la bomba jamás existió…
(…)
La narración,me decía él, es un arte de vigilantes, siempre están queriendo que la gente cuente sus
secretos, cante a los sospechosos, cuente de sus amigos, de sus hermanos. Entonces, decía él, la
policía y la denominada justicia han hecho más por el avance del arte del relato que todos los
escritores a lo largo de la historia.
(L. C. A,