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LA EUROPA SUICIDA

1870-1933
LEÓN POL1AKOV

Historia del antisemitismo


LA EUROPA SUICIDA
1870-1933
Prefacio de
J o r g e Se m p r ú n

Traducción del francés de


J o s e p E lia s

Muchnik Editores
Título original:
Hístoire de rantisémitisme
L’EUROPE SUICIDAIRE 1870-1933

© 1977 Calmann-Lévy, París


© 1981 pata España y América
Muchnik Editores. S.A., Balines 357, Barcelona-6

ISBN: 84-85501-36-5
Depósito legal: B. 31.474-1981

Impreso en España - Printed in Spain


PREFACIO

de Jorge Semprún

Con este volumen llega la obra monumental de León Po-


liakov hasta las fronteras de nuestra propia historia. O sea,
de nuestra propia memoria, la de una generación hecha — ¿o
deshecha, más bien?— en el fragor de la Segunda Guerra mun­
dial. Para nosotros, el antisemitismo no es una mera aberra­
ción intelectual, sin duda abyecta, pero que pueda ponerse en­
tre paréntesis, considerarse como un fenómeno histórico se­
cundario. Para nosotros, el antisemitismo es el síntoma esen­
cial del Mal absoluto y como tal hay que tratarlo, extirpán­
dolo de la sociedad sin miramientos, radicalmente, y cualquie­
ra que sea el ropaje ideológico que lo encubra. Para nosotros.
Auschwitz no es sólo el nombre de un campo de exterminio
masivo del pueblo judío, sino también un hito de la historia
universal. No por casualidad terminaba Tbeodor Adorno su
Dialéctica Negativa, libro clave y cumbre de su pensamiento,
con una reflexión filosófica sobre la posibilidad de existir «des­
pués de Auschwitz».

No por casualidad, tampoco, se esfuerza el antisemitismo


actual, miserablemente disfrazado de «objetividad» histórica,
en negar la realidad del genocidio, la realidad de las cámaras
de gas en las que perecieron atrozmente millones de judíos eu­
6 La Europa suicida

ropeos. No es el momento, ahora, en el breve espacio de este


prólogo, de desmontar el mecanismo de sofismas, de falseda­
des y de razonamientos esquizofrénicos que los llamados «his­
toriadores revisionistas» utilizan para intentar demostrar que
las cámaras de gas son un invento de la propaganda (sionista,
claro está). Diré sencillamente que con los mismos artilugios
lógicos podría demostrarse que la muerte no existe, que es
un puro mito, tal vez un invento de las religiones para ame­
drentar a los hombres. Y es que, en efecto, de la muerte no
hay testimonio directo. Nadie podrá nunca contarnos qué es
la muerte, decirnos cómo la ha vivido. Nadie tampoco podrá
contarnos cómo es la muerte en una cámara de gas, porque
los que vivieron, segundo por segundo, aquel horrendo morir
de angustia y de asfixia sólo son hoy tenue recuerdo de ceniza
y de humo sobre las llanuras desoladas de Polonia.
Sin embargo, y por delirante que sea, el intento una y otra
vez repetido estos últimos años de negar la existencia de las
cámaras de gas, a pesar de los vestigios materiales, de los tes­
timonios indirectos — ya que directos no puede haber, acabo
de recordarlo—- y de los mismos documentos nazis, clarísimos
y contundentes, dicho intento es significativo. Demuestra que
está acercándose el tiempo — ¡y ojalá me equivoque!— de
una nueva explosión de antisemitismo. Sin duda no se utili­
zarán esta vez los mismos argumentos que en la época que
con tanta minucia y erudición analiza en este ensayo León Po­
liakov. Uno de los rasgos específicos del antisemitismo es, en
efecto, su carácter proteico, su multiforme adecuación a las
cambiantes coyunturas históricas. Así, no se nos hablará ahora
de los Protocolos de los Sabios de Sión, ni se invocarán teo­
rías raciales desprestigiadas y hasta irrisorias. Probablemente
él antisemitismo de hoy se nos presentará como mero antisio­
nismo, como mera defensa, pongamos por caso, de los dere­
chos del pueblo palestino a poseer su propio Estado. Para
decirlo con otras palabras: es muy posible que el antisemi­
tismo de hoy se disfrace de vestiduras ideológicas «de izquier­
da». No es casual, a este respecto, que las tesis de Robert
Faurisson, prototipo francés de la escuela revisionista ya men­
cionada, sean divulgadas y sostenidas por los residuos del gru­
po ultra-izquierdista de La Vieille Taupe.
Prefacio 7

Hacer frente a esta campaña es tan urgente como ineludi­


ble. Ello exige ser capaces de comprender el nexo ideológico
y político que une la defensa del Estado de Israel con la lucha
permanente contra el antisemitismo. Hoy por hoy, y aunque
no nos gustaran los dirigentes de dicho Estado (¡cuántos di­
rigentes de tantos Estados nos disgustan, sin que pongamos
por ello en entredicho el derecho de estos últimos a coexistir
con nosotros!), aunque criticáramos tal o cual aspecto de su
política, la afirmación del derecho de Israel a mantenerse en
paz en un territorio garantizado por la comunidad de tas na­
ciones es el punto primero de cualquier toma de posición so­
bre la cuestión judía. Quien no entienda esto, y en nuestro
país son muchos los que parecen no entenderlo, podrá procla­
mar con cuánta fuerza quiera sus opiniones de izquierda, pero
no dejará por ello de ser juguete de la forma actual y solapa­
da del ancestral antisemitismo.

En realidad, y la obra de León Poliakov lo ha ido demos­


trando a lo largo de los siglos que su visión histórica abarca,
d problema radical que él ser judio nos plantea — a todos
nosotros; a los hombres, genéricamente, tanto a los que no
somos judíos como a los que lo son— es el problema del Otro.
El problema de la Alteridad. El judío es, en efecto, el Otro,
por definición y antonomasia, al menos en el universo cul­
tural de lo que viene llamándose Occidente. Hay que enten­
der ese destino histórico de la alteridad u otredad judia. En­
tenderlo y respetarlo. Entender y respetar la fabulosa historia
de un pueblo que, incluso en las teóricamente mejores condi­
ciones de asimilación, o acaso de fusión secular con la. comu­
nidad nacional en que se desenvuelve su vida, sigue siendo
Otro, y tiene que seguir siéndolo para ser lo que es, lo que
nunca llegará, sin embargo, a ser plenamente, porque esa des­
garradura del ser Otro no le separa sólo de los demás pueblos,
de las demás naciones, sino que también le separa de sí mismo,
imprime su alteridad en lo más profundo de sti propia mismi-
dad. Pero esa dteridad es, a la vez, lo que hace del pueblo
I # Europa suicida

judía* un fermento universal, capaz de fecundar culturas y mo-


dps ñe vida muy diversos, de expresar de la forma más sutil
$ refinada los matices de muy diferentes tradiciones nacionales.

Por ello es el antisemitismo la forma más acabada del anti-


bumanismo. Por ello es necesario meditar en la experiencia
histórica que León Poliakov desmenuza aquí, para todos no­
sotros. Nunca mejor dicho aquello de De te fabula narratur...
La historia del antisemitismo es, en efecto, la historia de nues­
tros fracasos, de nuestros errores, de nuestros crímenes. En­
tenderlo cabalmente, y fundar en esa comprensión una práctica
social, no es tarea de un día, sin duda. Pero ninguna otra tarea
puede pretender ser más necesaria ni más radical, hoy por hoy.

Barcelona, julio 1981


LA EUROPA SUICIDA
1870-1933
INTRODUCCION

Hubo un tiempo — que suele recibir el nombre de La Belle


Époque— en que las altas esferas europeas apuntaban la gran
probabilidad, tardía o temprana, de un reinado judío en Occi­
dente. No me refiero a la corte de San Petersburgo, ni al ce­
náculo de Bayreuth, sino a hombres tan diversos, y tan hos­
tiles al antisemitismo, como Georges Clemenceau, Friedrich
Nietzsche o el conde León Tolstoi. Es difícil clarificar los da­
tos reales que originaban esta creencia apocalíptica, sobre todo
por lo que atañe al dominio que mayor impacto causaba en­
tre los más contemporáneos, es decir el dominio financiero y
económico.
La presente obra ofrece indicaciones relativamente concre­
tas sobre la actuación de los judíos en el asentamiento y con­
solidación del régimen comunista soviético: una evaluación de
esta índole, ya intentada por Wilhelm Sombart en el caso
de la Alemania wilhelmiana, suscita aún mayores dificultades
cuando se trata de una economía capitalista.1 Dicho sea, por
lo demás, con todas las reservas que caben a propósito de esa
trampa elemental, aunque de constante eficacia, que consiste
en atribuir fundamentalmente a determinados banqueros ju­
díos (o a bolcheviques judíos) unas conductas de judíos ban­
queros (o de judíos bolcheviques), es decir la trampa de de­
jarse engañar por las leyendas antisemitas.
Me parece que el estudio de esta obsesión cultivada al me­
nos por una parte de las élites europeas — obsesión que sus
nietos ignoran o sepultan en las honduras del inconsciente—
12 La Europa suicida

presenta un interés real y múltiple. Y me parece asimismo que


no menos ha de enriquecernos el estudio de la popularización
de estas creencias, con relación al progreso de las técnicas de
influencia o embrutecimiento de las masas, y al socaire de las
angustias que se propagaron en ambos lados del Atlántico du­
rante y después del sangriento conflicto de 1914-1918. ¿Acier­
to al pensar que, visto desde este enfoque, el antisemitismo se
establece a la vez como un símbolo y un agente del desasosie­
go o de la decadencia de Europa? ¿Y que esta maraña socio-
política, cuyas directas secuelas —problema de los judíos y «di­
sidentes» soviéticos, caldera del Cercano Oriente, rango inter­
nacional de Alemania, y no sigo— mantienen una multiplici­
dad y una imbricación entre sí, merece que la conozcamos y
la meditemos ampliamente, en este último cuarto del siglo xx?
Sea el lector quien opine cuando el libro toque a su fin.
Espero que al mismo tiempo comprenda que sus lagunas y
omisiones merecen circunstancias atenuantes. La elaboración de
los tres volúmenes precedentes se atuvo a la regla común en
temas de gran dimensión histórica, fiándose sobre todo de
otros libros. Pensé que con éste habría de suceder lo mismo.
Para mi asombro, tuve que admitir, durante mi trabajo, que
las pasiones desencadenadas en agosto de 1914 siguen falsean­
do la historiografía en su sentido más específico. Así es como,
sin abandonar el surco trazado por los mandamientos de unión
patriótica de la Primera Guerra mundial, los temores judeó-
fobos imperantes en los países de la victoriosa Entente conti­
núan sometidos al silencio, tras haber pasado ya medio siglo,
muy al contrario de lo que ocurre con el caso germánico, cui­
dadosamente estudiado en cantidad de países. Los mismos his­
toriadores sionistas o israelitas suelen plegarse a esta rutina his-
toriográfica, tan cómoda para aquéllos de obediencia comunis­
ta o marxista. Con objeto de ver claro, no tuve más remedio
que partir prácticamente de cero (exceptuando el caso de Ale­
mania), y escrutar entonces la prensa francesa, inglesa y rusa
de esos años, o recurrir a fuentes ocasionales de toda índole,
incluidos algunos testimonios orales. A fin de cuentas, creo
que esta imprevista sobrecarga ha sido la causa de que omi­
tiera el estudio de ciertas importantes cuestiones, sin que por
ello renuncie a plantearlas más adelante.
Introducción 13

No obstante, no me parece vital que una obra titulada La


Europa suicida prescinda de estudiar la evolución de las men­
talidades árabes o el desamparo de los judíos polacos y ruma*
nos del primer tercio de este siglo, pues la suerte se decidía en
otras tierras. Además, en mi intento de comprender su desarro­
llo, ¿cómo podía dejar de tener en cuenta las enseñanzas deri­
vadas de mis investigaciones precedentes? Tanto en la España
católica del siglo xvi como en la Europa laica del xrx, la pro­
fusión de ghettos («emancipación», entendida en un amplio
sentido de la palabra) planteaba a cristianos y judíos por igual
unos problemas angustiosos que sólo podían resolverse de uno
u otro modo con el correr de las generaciones. A finales del
siglo xrx, es decir, durante la era del sufragio universal, aquel
enfrentamiento ya olvidado desde tiempo atrás en la península
ibérica parecía alcanzar su apogeo en Europa occidental, ins­
tilando en las mentes la perspectiva de un reinado judío y
hastiando a los «ciudadanos de confesión israelita» hasta el
punto de reavivarles la chispa sionista. Las esperanzas de una
reconciliación inmediata quedaban desmentidas por el espectácu­
lo de la Rusia imperial, donde parecía esbozarse un proceso de
orden similar, dado que la inepcia de los últimos zares conde­
naba a cinco millones de judíos a portarse como súbditos des­
leales, sembrando así entre los demás una confusión que mez­
claba la adhesión al orden establecido y la judeofobia.
Vemos entonces, tanto antes como después de 1917, que
hay aficionados y profesionales que exportan a Occidente la
mentalidad de la policía rusa y sus falsedades; y que el Times
y el Intelligence Service las aprovechan para sabotear la polí­
tica de posguerra de Lloyd George; y que la Iglesia católica
reactiva el tema de los judíos deicidas para contrarrestar el pro­
yecto sionista. Si todas estas propagandas se sostenían y enla­
zaban entre sí, ¿en qué medida contribuyeron a la desmorali­
zación general y, específicamente, a la subida hitleriana?
Preguntas de este tipo encierran, por encima de las difi­
cultades que provoque su desmesura, un escollo específico. Por
mucho que el antisemitismo recurra, cuando se vuelve homi­
cida, al argumento de la conspiración mundial de los judíos,
argumento político-policial y originado como tal por la com­
petencia de los servicios especializados que también poseen a
14 La Europa suicida

su vez un cariz conspirador y unos archivos inaccesibles,2 ¿hasta


qué punto el investigador, con sus propósitos de aclarar el
rastro dejado en la historia mundial por las confabulaciones
policiales que explotan la «teoría del complot», no corre el
riesgo, obligado a barajar por lo demás las seducciones de una
lógica maniquea, de sucumbir igualmente a un delirio inter­
pretativo? En el caso de las primeras fuentes de la visión hit­
leriana, por ejemplo, este riesgo es patente, pues las gnosis
ultrasecretas y otras afiliaciones cuyos orígenes se remontan a
la India o a la Atlántida, siguen teniendo adeptos que, sin
ser necesariamente unos farsantes, no cesan de embaucar al pú­
blico. Hay que reconocer que la teoría del complot, como es­
quema explicativo y por mucho que moleste, es aún hoy mu­
cho más satisfactoria para la mente que cualquier otra: desde
una óptica transcendente, hasta resulta inevitable como modo
de lectura de los padecimientos del mundo en que vivimos,
pues todas las culturas abundan en divinidades malignas (la
suposición de que creer en demonios valió como raíz para el
concepto de causalidad se remonta a Lévy-Bruhl y a Albert
Einstein...).3 Y dicha teoría también se hace omnipresente, al
menos como germen, en sus versiones inmanentes: pensemos
por ejemplo en los «Ellos», en ese poder misterioso que con
tanta habilidad saca a relucir, en el momento oportuno, los
grandes crímenes o las guerras lejanas y otras catástrofes para
distraernos de las prevaricaciones y flaquezas de los regímenes
establecidos. Bajo esta forma laicizada o moderna, no cabía por
menos que explotar ampliamente semejante tendencia, y debe­
mos creer en la existencia de un trazado directo que lleva de
los primeros grandes mistificadores mistificados del siglo xvm ,
Adam Weishaupt y el abate Barruel — a través de las alterna­
tivas y emulaciones entre Policía y Conspiración, de Fouché a
Lenin— a los maniqueísmos totalitarios del siglo xx, que aca­
baron restaurando a los judíos, plenamente o no, en su inicial
función teológica de negación y destrucción. Sin embargo, ape­
nas existe un esbozo del estudio de esta teología.4 Por lo que
atañe a su articulación esencial, la de la reducción a los asun­
tos sublunares del principio del Mal, añadiré que, relacionada
como está a las grandes corrientes del pensamiento occiden­
tal, exige que la estudien desde la perspectiva más general de
Introducción 15

la revolución mental, cuando en el período de la ciencia, «Lu­


cha de clases» o «Lucha de razas» sustituyeron a la Providen­
cia divina en su función histórica clave.5 El modo que luego
adoptaron los mass media transnacionales para acabar vulgari­
zando o traicionando estas historiografías concurrentes, exal­
tándolas como Santas Escrituras, o al contrario, percibidos ellos
mismos a la larga como si sólo fueran ruido y furia, desacredi­
tándolos hasta el nihilismo, constituye otro tema de reflexión.*
Volviendo a lo que decía: si, como supongo, he podido en
lo esencial respetar las proporciones, por lo que se refiere a la
función histórica de las obsesiones antisemitas, tal vez se deba
a que desde hace algunos lustros he comenzado mi investiga­
ción mediante el estudio de las auténticas fuentes primeras del
mito de la conspiración judía, contemporáneas del cisma intra-
judío con que se inició nuestra era, cuando se denominaron y
distribuyeron sus valores supremos. Lo cual a su vez permite
que comprendamos mejor por qué, entre la cohorte de enemi­
gos designados, asociados o no a la estirpe fundadora —tem­
plarios o cátaros, brujas, magos, y otros acólitos del Maligno,
herejes o papistas, jesuítas o francmasones, peligro amarillo o
pangermanismo, Moscú o Wall Street— , los judíos (bien sea
en lo que fueron, o bien transmutados por el implacable me­
canismo de las profecías cumplidas por sí solas) conservan aún
en el siglo xx, semánticamente disfrazados si hace falta, su te­
mible prioridad.

Muchos han sido los apoyos y sugerencias de que he go­


zado durante la redacción de la presente obra. Vaya ante todo
mi gratitud a Roger Errera y a Patrick Girard, que leyeron y
comentaron el manuscrito por entero, y luego a Arthur Gold-
schmidt, Michel Heller, Pierre Nora y Jean-Pierre Peter, que
examinaron y criticaron diversos capítulos. Gracias a su cor­
dial atención, pude eliminar numerosos errores. Además, Ser-
ge Moscovici fue tan amable que leyó, y aprobó, la digresión
epistemológica de la Conclusión. De manera más general, el
seminario y los coloquiqs de nuestro «Grupo de estudio del
racismo» del C.N.R.S. me estimularon de formas diversas: que­
rría destacar muy particularmente los intercambios, de viva
16 La Europa suicida

voz o epistolares, con mis generosos amigos Colette Gillaumin


(C.N.R.S.) y Gavin Langmuir (Stanford University). Por lo
demás, tampoco estoy seguro de haber sido capaz de concluir
el presente volumen sin los estímulos que en 1973 me prodi­
gó L. T. S. Littman.

París, diciembre de 1976


L P.
C.N.R.S.
PRIMERA PARTE
1870-1914
I. LOS PAÍSES GERMANICOS
LA IM AG EN DEL JUDIO

En mi anterior volumen, hacía constar (en 1968) que, «con­


trariamente a lo que sucede con el tema del judío en la litera­
tura francesa o inglesa, el del judío en la literatura alemana
del siglo xix nunca ha inspirado ninguna tesis universitaria, se­
guramente poTque los resultados de semejante tarea hubiesen
sido tan penosos como monótonos». Tiempo después, en 1973,
apareció un trabajo de esta índole, obra sin embargo de un
universitario francés, Pierre Angel.7 En la misma Alemania,
pese a la abundancia de brillantes estudios publicados entre­
tanto sobre la historia de los judíos, sigue faltando una inves­
tigación que les aluda como imagen literaria. De modo que así
parece confirmarse mi suposición. Lo que ocurre es que una
historia social o política trata de situaciones en donde el judío
suele presentarse a la sociedad como banquero, político o ideó­
logo antes que como judío, mientras que una historia literaria
tiene la obligación de asumir sus propios deseos o fantasmas,
especialmente a través de «tipos» perfilados que pueden no te­
ner más que una lejana relación con la realidad (y este fue pre­
cisamente el caso de los judíos) pero que prevalecen como mo­
delos, Nathan el Sabio por ejemplo, o como antimodelos, por
ejemplo Shylock. No obstante, es curioso que las letras y las
ideas alemanas, tras la aparición del personaje de «Nathan»,
óbra del viejo Lessing, se limitaran preferentemente a la contra­
imagen, a la descripción malévola o hasta amenazadora.
Y así se explica que la imagen del judío conserve en cier­
20 La Europa suicida

to modo visos de maldición, tanto para los universitarios como


para los ensayistas, tanto en la penitente Alemania de Ade-
nauer como veinte años después.*
Por lo que atañe a la edad de oro de la literatura alemana,
y también al discurso filosófico, de Kant a Hegel y a Marx,
me basta con citar en este aspecto mis anteriores trabajos. Si
nos ceñimos a la segunda mitad del siglo xix, la actitud de sus
principales autores, es decir de aquéllos cuyo recuerdo se ha
insertado en la posteridad, podría resumirse mediante la frase
«aut mde, aut nihil». «No conocí nunca a un alemán que
quisiera a los judíos», comentaba Nietzsche, quien por su par­
te constituía una brillante excepción a la regla; si pretende­
mos saber por qué esto era así, Nietzsche ya aventuraba en el
mismo contexto un inicio de respuesta, denunciando la inma­
durez o la fragilidad política y cultural de los alemanes de su
tiempo.

«Son de antes de ayer y de pasado mañana — Aún


no son de hoy (...) El alemán no es, deviene, “evo­
luciona” (...) No sabe digerir sus vivencias, nunca
lleva totalmente a cabo sus propósitos. La profun­
didad alemana no pasa de ser, con excesiva frecuen­
cia, más que una “digestión” penosa y diferida.»

Sin duda, podríamos añadir que esta digestión funcionaba


además con lentitud porque había más judíos en Alemania
que en Italia o en Francia; no obstante, hay que tener en
cuenta que, cuando rige un proceso asimilador, los factores es­
tadísticos sólo desempeñan un papel de subordinación, si se
trata en cualquier caso de una minoría ínfima; lo que impor­
ta son los complejos de persecución y la megalomanía compen­
sadora que acarrean inmadurez y fragilidad. Ya he comentado,
en otro texto, las racionalizaciones misticopolíticas de tales
complejos: a nivel literario y filosófico, se manifestaban, según
cánones, por el miedo y el odio a los judíos.
Cojamos pues al autor más leído de la Alemania imperial,
Gustav Freytag, cuya obra maestra, Solí und Haben (1855), al­
canzó una tirada de 500 ediciones sucesivas y figuró en todas
las bibliotecas familiares. Sus dos protagonistas, el alemán An-
Los países germánicos. La imagen del judío 21

ton Wohlfart y el judío Veitel Itzig, cuyos nombres ya poseen


una resonancia simbólica, encaman respectivamente la virtud
y el vicio; con objeto de exponer mejor sus intenciones, Freytag
rodea a su «Itzig» de otros seis judíos que, salvo una excep­
ción, son casi tan repugnantes como él, mientras que en la mul­
titud de personajes alemanes que pululan por la obra, sólo hay
un único ser de esa calaña. Tal como apunta Pierre Angel,
cuyo análisis acabamos de resumir, la inserción del alemán malo,
Hippus, y la del judío bueno, Bernhard, responden al esfuer­
zo de «garantizar la buena fe y la imparcialidad del autor», ase­
gurándose así la convicción de los lectores.9
Una pedagogía simplista de índole similar caracteriza el best-
seller n.° 2 de la novela burguesa alemana, el Hungerpastor
(1864) de Wilhelm Raabe. Aquí, Veitel Itzig se llama Moses
Freudenstein; tan ambicioso y codicioso como él, se convierte,
cambia de nombre y se mofa de su amigo de infancia, el bon­
dadoso pastor Hans Unwirrsch: «Tengo derecho a ser alemán
donde se me antoje y tengo derecho a privarme de este honor
cuando me convenga... ¡Desde que ya no nos condenan a muer­
te por envenenar pozos y degollar niños cristianos, nuestra po­
sición es mejor que la vuestra, arios de pacotilla!» Podemos
añadir que la tipificación de los demás personajes de la no­
vela resulta menos maniquea que en Freytag. A tal fin, Pierre
Angel emite la suposición de que «la gran novela de Wilhelm
Raabe ejerce una acción al menos tan nefasta como la de Gus-
tav Freytag, aunque o precisamente porque está mucho más
matizada».10
Tras este vistazo a los escritores que poblaron de judíos su
escenario, examinemos ahora a quienes no los tuvieron en cuen­
ta, al menos como creadores. En la obra del delicado narrador
Theodor Fontane, aparece episódicamente un profesor de di­
bujo judío, descrito con simpatía; y en un poema, evocaba con
amable condescendencia a los Abraham, a los Isaac y a otros
Isrád, flor de una «nobleza prehistórica», que le visitaron para
tributarle pleitesía, a raíz de su 75° aniversario: «Todos me han
leído. Todos me conocen desde hace mucho tiempo, y esto es
lo esencial. — Venga pues, Cohn.» Pero, al mismo tiempo, le
escribía a su mujer: «A medida que pasan los años, me vuelvo
más partidario de una clara separación... Los judíos en su casa,
22 La Europa suicida

los cristianos en la suya... Lessing causó un daño enorme con


su historia de los tres anillos».11 En los cuentos «nórdicos» de
su contemporáneo Storm, no aparece ningún personaje judío;
pero en la correspondencia que entabla con su amigo suizo
Gottfried Keller, descubrimos un párrafo característico: Storm
se enfurecía con el «impúdico judío» Eber, que había cali­
ficado al cuento como género literario menor, y el ciudadano
de la libre Helvecia tuvo que objetarle:

«La judeidad de Eber, que yo ignoraba, no tiene


nada que ver con este asunto. También Von Got-
tschall, cristiano de pura cepa germánica, no cesa
de clamar que cuento y novela son géneros infe­
riores... Mi experiencia me ha probado que por
cada judío mal educado y vociferante hay dos cris­
tianos que lo son tanto o más, hayan nacido en
Francia o en Alemania, sin hacer excepción de los
suizos.» 12
A nivel filosófico, existían si cabe opiniones aún más ta­
jantes. Ya sabemos cómo Kant, Fichte o Hegel criticaban a los
judíos y el judaismo dentro del marco de sistemas metafísicos
que todavía se aferraban a la teología luterana, pese a que
progresivamente se fueran distanciando de ella.13 Veamos aho­
ra cómo se las arreglaba Schopenhauer quien, tras romper las
últimas amarras, afiliaba el mensaje evangélico al budismo, con­
siderando que Moisés no era más que un legislador o «rodri­
gón» extranjero y bárbaro:
«Como una hiedra que, buscando apoyo, se enla­
za en torno a un rodrigón de tosca talla, se adapta
a su deformidad, la reproduce exactamente, aunque
sin privarse del adorno de su propia vitalidad y de
su encanto, ofreciéndonos un aspecto de lo más
grato, asi la doctrina cristiana surgida de la sabi­
duría de la India ha envuelto el viejo tronco, tan
heterogéneo para ella, del tosco judaismo; lo que
hemos debido conservar de la forma fundamental
de dicho tronco es algo muy distinto, algo vivo y
verdadero, por ella transformado...»
Los países germánicos. La imagen del judío 23

Lacontinuación del párrafo sugiere que el temperamento


atrabiliario de Schopenhauer no podía soportar la idea de un
Creador satisfecho con su Creación:

«[En el cristianismo] el Creador separado del mun­


do, mundo que él ha sacado de la nada, se identi­
fica con el Salvador y, a través de él, con la huma­
nidad; es el representante de la humanidad y la
redime, por cuanto ésta había incurrido en falta
con Adán, hallándose desde entonces apresada por
los lazos del pecado, de la corrupción, del dolor y
de la muerte. Esta es la visión que poseen tanto
el cristianismo como el budismo: el mundo ya no
puede presentarse bajo la luz del optimismo judío,
que consideraba que “todo está bien” ; no, se trata
más bien del diablo que ahora se llama “príncipe de
este mundo” . . . » 14

El furor que embargaba a Schopenhauer cuando irrum­


pía contra el omnipresente «hedor judío» (foetor judaicus),
expresión que le servía para interpretar la creencia en la bon­
dad del Creador y en el libre albedrío, sugiere que para este
denigrador de la filosofía clásica no era cuestión de ideas pu­
ras, sino que «los judíos» designaban en su opinión, como en
la de los teólogos medievales, a todos aquéllos que discrepa­
ran de su pensamiento. En efecto, proponía que la metafísica
tradicional se limitara «a las sinagogas y a las tertulias filosó­
ficas, que en el fondo no difieren tanto entre sí»; pero los ju­
díos, aseguraba, eran mucho peor que los hegelianos.ls Por eso,
usaba de todos los medios para aumentar las diferencias exis­
tentes entre los defensores de la Antigua Ley y la Nueva Ley:
«Los judíos son el pueblo elegido por su Dios, que es el Dios
elegido por su pueblo, y esto es una cosa que sólo afecta a él
y a ellos.» Y más lapidario todavía: «La patria del judío son
los demás judíos.» 16
En realidad, Schopenhauer vituperaba a los judíos adoptan­
do una óptica metafísica y espiritualista. Pero, ¿qué decir de
su adepto «neovitalista» Eduard von Hartmann, también lia-
24 La Europa suicida

mado «el amalgamista»,17 ese filósofo del inconsciente, citado


con tanta frecuencia, aunque erróneamente como ahora vere­
mos, en calidad de precursor de Freud? Tras elaborar hacia
1875-1880 el programa de una religión científica del futuro,1*
Hartmann se empeñó en publicar su opinión filosófica sobre las
campañas antisemitas, que por esa época causaban furor en Ale­
mania.19 Comenzó observando que dichas campañas contrarres­
taban de modo enojoso una asimilación completa, dicho de otra
forma una desaparición de los judíos, y la descripción que lue­
go ofrece de los odios populares enfrentados con «esa ralea pa­
rasitaria» (Schmartzerbrut) no carece de interés; sin duda, no
se equivocaba cuando exclamaba que era aparentemente imposi­
ble lograr que los hijos de Israel comprendieran la precariedad
de su situación en los países germánicos. Por lo demás, de­
sarrollaba largamente las habituales trivialidades sobre su «ne-
gatividad», sobre su falta de espíritu creador y sobre su acción
insidiosamente corruptora, citando como ejemplo a Heine; me­
nos trivial era apenas la comparación con las mujeres: «Esta
literatura judía no puede tener más continuidad que una lite­
ratura femenina, pues cuando se trata de trocar tesoros espi­
rituales contra un plato de lentejas, las mujeres aún superan a
lps judíos.»20 A decir verdad, cuesta entender que Hartmann
pudiera agitar en tales condiciones el espectro del peligro ju­
dío, llegando a escribir: «Aunque los judíos dispersos se apo­
deraran de la dominación mundial, seguirían dependiendo de
los pueblos subyugados en los dominios del arte y de la cien­
cia, así como en los del lenguaje y de la técnica.» 21 Más nota­
ble es aún el capítulo que dedicaba a la «raza». Se las arregla­
ba para plantear la cuestión de saber si los judíos eran racial­
mente superiores, o inferiores, a los alemanes; la respuesta, es­
cribía, dependía del comportamiento sexual de las mujeres
(dado que los hombres eran «naturalmente polígamos»): si las
judías se sentían atraídas por la virilidad germánica, significa­
ba entonces que su razá era inferior —y viceversa— ; no obs­
tante, evitaba sacar conclusiones, sin duda por no disponer de
la información que el tema requería. Con todo, si resultaba
que los alemanes satisfacían a las muchachas judías, concluía
Hartmann, «lo único que se deduce es que el tipo actual del
judaismo denota una inferioridad por obra del instinto sexual.
Los países germánicos. La imagen del judío 25

Ahora bien, nadie podrá dudar de que este tipo ha decaído y


degenerado a raíz de las circunstancias históricas...».22
Cabe suponer que Nietzsche se refería a Hartmann cuando
exclamó: «¡Qué alivio encontrar un judío entre los alemanes!
Cuánto embrutecimiento, qué rubiales, qué ojos azules; qué
estulticia...».23 Dan ganas de parafrasear: ¡qué alivio encon­
trar un Nietzsche entre los filósofos alemanes! Ciertamente,
también él, metido en el tema de la «raza semita», pagaba
tributo a las divagaciones científicas de su tiempo, pero lo ha­
cía para sacar en seguida unas conclusiones que sólo admiten
la calificación de paradójicas porque iban a contracorriente de
la opinión común: algunas citas provocadoras alcanzan, a un si­
glo de distancia, un sonido casi profético:

«¿Qué debe Europa a los judíos? Mucho bien, mu­


cho mal, y sobre todo esto, que procede de lo me­
jor y de lo peor, el gran estilo en moral, la temi­
ble majestuosidad de las exigencias infinitas, de los
símbolos infinitos, el sublime romanticismo de los
problemas morales, es decir el elemento más atrac­
tivo, más tentador, más exquisito en esos juegos
de color y esas seducciones cuyo reflejo abarca hoy
día el cielo de nuestra civilización europea, un cie­
lo vespertino quizás a punto de extinguirse. Nos­
otros que, entre los espectadores, somos artistas y
filósofos, sentimos un agradecimiento con respecto
a los judíos.» {Más allá del bien y del mal, §250.)

En Aurora, Nietzsche, culminando un extraordinario des­


arrollo que aludía tanto a las virtudes de los judíos, «superio­
res a las virtudes de todos los santos», como a sus malos mo­
dales e inextinguibles rencores de esclavos insurgentes,24 acá-
baba centrando en ellos todas sus esperanzas con vistas a una
regeneración del género humano. De tal modo, coincidía inopi­
nadamente con los visionarios católicos de su tiempo, con Gou-
genot des Mousseaux y con Léon Bloy:

«Entonces, cuando los judíos puedan enseñar como


obra suya gemas y copas de oro de una calidad tal
26 La Europa suicida

que los pueblos europeos, con su experiencia más


breve y menos profunda, no saben ni jamás supie­
ron producirlas, cuando Israel haya transformado
su eterna venganza en una eterna bendición de Eu­
ropa: vendrá entonces ese séptimo día para que el
viejo dios de los judíos pueda regocijarse de sí mis­
mo, de su creación y de su pueblo elegido — ¡y to­
dos, todos nosotros queremos regocijarnos con él!»
(Aurora, §205, «Del pueblo de Israel».)

Ocurre que al evocar de este modo al viejo Jehová y no


a Cristo, Nietzsche se abstenía de dar el último paso, es de­
cir de recuperar un cristianismo frente a los judíos, a la mane­
ra de Voltaire y de tantas otras grandes inteligencias, que su­
pieron reservarse este aspecto de la caída.25 Nietzsche, no obs­
tante, hubiera traicionado su propia personalidad si, también
en esta cuestión, no hubiera invertido el signo.
En Humano, demasiado humano¿ Nietzsche justificaba, con
palabras más meditadas y más precisas, el agradecimiento que
Europa debía a los judíos:

«...hubo librepensadores, sabios y médicos judíos


que mantuvieron en alto la bandera de las luces y
de la independencia intelectual bajo las más du­
ras presiones personales; gracias a sus esfuerzos,
hemos conseguido en gran parte que haya triun­
fado una explicación del mundo más natural, más
razonable y en todo caso libre de mitos; hemos
conseguido que no se cortaran los nexos civiliza­
dores que hoy nos unen a las luces de la civiliza­
ción grecorromana. Mientras el cristianismo ha he­
cho todo lo posible por orientalizar a Occidente, el
judaismo en cambio ha contribuido sobre todo a
que se occidentalizara de nuevo; y esto significa en
cierto modo que ha logrado que la misión y la his­
toria de Europa fueran una continuación de la
historia griega.» (Humano, demasiado humano,
§475, conclusión.)
Los países germánicos. La imagen del judío 27

Cuando se planteaba el presente, Nietzsche se entregaba a


«jocundas divagaciones» imaginando apareamientos entre ofi­
ciales prusianos y muchachas de Israel que dotaran al Branden-
burgo «de una dosis de intelectualidad cuya ausencia tan cruel­
mente se nota en esta provincia». Percibía con excelente agu­
deza que, en su mayoría, los judíos alemanes sólo pretendían
fundirse en el seno de las poblaciones cristianas, sin duda, so­
breestimaba sus posibilidades, y ante todo, su cohesión interna.

«Es evidente que los judíos, si quisieran o si les


obligaran, y eso parecen buscar los antisemitas, po­
drían alcanzar desde ahora la preponderancia y li­
teralmente el dominio sobre Europa entera; tam­
bién está claro que ni lo pretenden ni hacen pro­
yectos en este sentido. De momento, lo que quie­
ren y ansian, y hasta con cierta insistencia, es de­
jarse absorber y disolver en Europa y por Europa ;
aspiran a encontrar un lugar donde puedan esta­
blecerse, un lugar que los admita y los respete,
para poner término al fin a su vida nómada de ju­
dío errante. Convendría tener en cuenta esta as­
piración, esta tendencia, que acaso revela una cierta
atenuación de los instintos; convendría favorecerla.
Por eso, quizás fuera útil y legítimo expulsar del
país a esos antisemitas vocingleros...» 24

No existía tal vez categoría humana que Nietzsche des­


preciara y detestara tanto como la de los «antisemitas vocin­
gleros» (entre los que destacaba su cuñado Bemhard Forster).
Aun así, Nietzsche caía en una doble trampa, pues también él
era de los que atribuía a los judíos unos poderes casi sobre­
humanos, al tiempo que relacionaba dichos poderes con la cons­
titución hereditaria del pueblo judío, con su «sangre». Seme­
jante actitud le situaba como hijo de su época y también de
su país. Estas obsesiones germánicas que, tal como ahora ve­
remos, adquirieron formas políticamente virulentas cuando sé
fundó el Reich unificado alemán y que por lo tanto corres­
pondían, al menos en parte, a una proyección sobre los judíos
•de los nuevos apetitos y sueños imperialistas, quedan muy
28 La Europa suicida

bien ilustradas por dos o tres escritos fechados en vísperas de


la Primera Guerra mundial.
En 1911, el economista Werner Sombart publicaba su cé­
lebre tratado sobre Los judíos y la vida económica. Por consi­
guiente, enfocaba un área en donde teóricamente los juegos ima­
ginativos debían ceñirse aunque fuera mínimamente a unas ci­
fras. De hecho, no pasó de repetir la fantástica tesis, que se
remonta a los jóvenes hegelíanos Bruno Bauer y Karl Marx,27
de una identidad entre «capitalismo» y «judaismo», una tesis,
dicho sea de paso, cuya pervivencia tropezó con extrañas di­
ficultades.24 Un breve arrebato poético de Sombart nos resume
la quintaesencia de su obra: «Como un sol, Israel se alza sobre
Europa; dondequiera que aparezca, surge una vida nueva, mien­
tras que en las tierras que abandona, todo lo florecido hasta
ahora desfallece y se marchita».29 Las refutaciones que cun­
dieron de inmediato no menoscababan la autoridad de la te­
sis.30 Al año siguiente, Sombart completaba su escrito mediante
un folleto sobre El porvenir de los judíos, en donde los pro­
blemas de la economía capitalista daban paso a los de la cul­
tura alemana. El texto afirmaba que los judíos controlaban, o
al menos condicionaban de forma decisiva, toda la vida de la
cultura nacional: el arte, la literatura, la música, el teatro y
sobre todo la prensa importante; circunstancia debida, según el
folleto, al hecho de que eran, en promedio, mucho más inte­
ligentes y más industriosos que los alemanes.31 Superioridad,
seguía diciendo Sombart, que se hallaba arraigada en la «san­
gre» judía y que planteaba un problema cuyas dimensiones re­
sultaba falaz omitir, puesto que se trataba del «mayor proble­
ma del género humano».32
¿Cómo resolverlo? A su juicio, una expulsión general ame­
nazaba con provocar una catástrofe indecible para la vida eco­
nómica nacional: «Demasiado sabemos cómo acabaron España
y Portugal, después de echar a los judíos», y también la propia
Francia sufría aún las consecuencias de la revocación del edicto
de Nantes, en 1685.33 Por lo que respecta a una asimilación
y una fusión progresivas, pensaba que éstas se oponían a «las
leyes de la naturaleza»; ¿no solían ser estériles los «matrimo­
nios mixtos»? Y cuando no lo eran, ¿no corrían el riesgo los
hijos de sufrir ataques de neurosis o de locura?, «un mal agüe­
Los países germánicos: La imagen del judío 29

ro parece flotar sobre las mezclas sanguíneas entre la raza judía


y los pueblos nórdicos».34 Esta advertencia se incrementaba a
base de consideraciones de orden estético. En un mundo lla­
mado a uniformizarse, a «americanizarse», capaz de lograr que
Alemania «reventara a fin de cuentas por su pureza y su ru-
biez», ¿cómo prescindir de ese ingrediente irreemplazable cons­
tituido por los judíos? «Qué pobreza envolvería al mundo si
éste sólo constara de americanos burlones; o incluso, si sólo
constara de griegos risueños. Nunca querremos separamos de
estas tristes y profundas miradas judías.»35 Así pues, los hi­
jos de Israel debían seguir enriqueciendo a Alemania con su
precioso toque de exotismo, pero a condición de saber mante­
nerse en su sitio, y también de velar ellos mismos por la pu­
reza de su raza: «No nos tienta una papilla medio blanca, me­
dio negra.» Sombart, de este modo, acababa preconizando una
política de apartheid al pie de la letra, impuesta por una ma­
yoría «inferior» a la minoría «superior» judía.
Quizás el lector del_ último cuarto del siglo xx no acierte a
entender por qué motivo el brillante erudito Werner Sombart,
que fue uno de los fundadores de la historia económica, y
cuya amplitud de miras y sonriente ironía se pueden apreciar
en los diversos comentarios ya citados, llegaba a fijar en su pró­
jimo esta mirada de zootécnico. Pero así se demuestra hasta
qué punto la «filosofía veterinaria», que con el tiempo se con­
vertiría en doctrina oficial del I II er Reich, ya había adquirido
derecho de ciudadanía entre las élites de la Alemania wilhelmia-
na. Como la mayoría de autores aceptaba a fortiori una dife­
renciación psicofisiológica entre «semitas» y «arios», sus dis­
cusiones se centraban sobre todo en la calidad racial de las
respectivas entidades, y hubo muchos judíos alemanes que se
relegaron a sí mismos a un rango de raza inferior. Con fre­
cuencia, el fenómeno se explicaba por un trágico desdobla­
miento del patriotismo, que por entonces se definió mediante
la frase «El patriotismo de los judíos consiste en el odio de sí
mismos» (frase que completaba, sin contradecirla, la de Scho-
penhauer, antes citada). Ya hemos comentado en otros textos36
varios casos de este género; limitémonos a resumir aquí el más
interesante de todos ellos.
Vale la pena saber que Otto Weininger había nacido en
JO La Europa suicida

Viena, el núcleo germánico más ardiente de la agitación anti-


judía, y la única ciudad europea que vio, en 1897, cómo su­
bía al poder una candidatura municipal antisemita, elegida por
sufragio universal. Weininger tenía entonces diecisiete años;
poco después, se entregó a la composición de un tratado psico-
filosófico que le hizo célebre, aunque no feliz; tras haber bus­
cado inútilmente un consuelo en el bautismo, se suicidaba a
la edad de veinticuatro años. Su obra se titulaba El sexo y el
carácter (hay una traducción francesa fechada en 1975). Sus
quinientas páginas trataban de la inferioridad moral e intelec­
tual de la mujer; en su conclusión, condenaba aún con mayor
crueldad al judío, diferente de la mujer por cuanto ésta, al
menos, creía en algo, a saber en el hombre, mientras que el
judío se hallaba desprovisto de creencia de forma absoluta.
Aunque Weininger precisara claramente que el judaismo no era
a sus ojos más «que una orientación de la mente, una consti­
tución psíquica, que podía manifestarse en cualquier individuo,
pero que había encontrado en el judaismo histórico su mani­
festación más grandiosa», no por ello se alteraba el principio
de contraste que él mismo señalaba entre el infinito de los
germanos y el cero de Israel. Su libro finalizaba con una in­
vocación apocalíptica:

«El género humano espera un nuevo fundador de


religión, y la pugna se acerca a su fase decisiva,
como en el año Uno de nuestra era. De nuevo,
la humanidad puede elegir entre el judaismo y el
cristianismo, entre el comercio y la cultura, entre
. la mujer y el hombre, entre la especie y el indivi­
duo, entre la nulidad y el valor, entre la nada y
la divinidad; no existe un tercer reinado...»

El Mesías que él anunciara en estos términos le demostró


su gratitud. «Fue el único judío que mereció vivir», decía H it­
ler al citarle, en tiempos de la «solución final».
Podemos citar asimismo al joven germanista Moritz Gold-
stein, que también repitió por cuenta propia estas concepcio­
nes corrientes de un conflicto germano-judío, aunque reaccio­
nara de otra forma, que casi le llevó igualmente al suicidio.
Los países germánicos. La imagen del judío 31

«Cada vez está más daro, escribía en 1912 en un


artículo de mucho impacto, que la vida cultural
alemana está pasando a manos de los judíos. No
es esto lo que esperaban y lo que querían los cris­
tianos, cuando permitieron que los parias de su am­
biente participaran en la cultura... Por lo tanto, de­
bemos enfrentarnos a un problema: nosotros ju­
díos, nos hemos convertido en los administradores
de los bienes espirituales de un pueblo que nos
niega los derechos y las capacidades requeridas para
tal fin.»

Seguía la descripción de una empresa, rama por rama o


musa por musa, descripción similar a las que practicaban Som-
bart, Hartmann y otros tantos, es decir hinchada hasta unas
dimensiones difíciles de precisar, a un nivel determinado abso­
lutamente por el subjetivismo y además exasperado por los
juegos de la pasión contradictoria, por esa Hassliebe u odio
amoroso que encuentra su mejor ejemplo en las rdaciones en­
tre Richard Wagner y sus intérpretes o admiradores judíos.*7
Por su parte, Moritz Goldstein también sucumbía ante los
miasmas wagnerianos, sobre todo en su conclusión, al empon­
zoñar un problema muy real desafiando a unos y a otros, tan­
to a los alemanes, fueran anti o pro judíos, como a los judíos
integrados que «se tapaban los oídos»:

«Estamos combatiendo en dos frentes. De un lado


tenemos como enemigos a los imbéciles y envidio­
sos germanocristianos, que han convertido la pala­
bra “judío” en una injuria, para calificar de “judío”
a todo lo que viene de los judíos, y de este modo
mancillarlos y desacreditarlos. No menospreciamos
estas directrices ni sus consecuencias; están más
extendidas de lo que ellos mismos se figuran, y
todo alemán que no quiera tener nada en común
con ellas debería, por una cuestión de defensa pro­
pia, examinar atentamente la posibilidad de guar­
dar afinidades.
El otro lado lo ocupan nuestros peores enemigos,
32 La Europa suicida

los judíos que no quieren darse cuenta... A ésos,


hay que desalojarlos de sus posiciones demasiado
ostensibles, que les permiten representar un falso
tipo de judío, a ésos hay que acallarlos y extermi­
narlos poco a poco, para que nosotros judíos po­
damos gozar de la existencia de una sola manera,
la que consigue que un hombre pueda sentirse or­
gulloso y libre: librando un combate abierto con
un adversario de su misma condición.»

Comentando casi medio siglo después su provocador ar­


tículo, Goldstein escribió que se había inspirado en las cos­
tumbres universitarias germánicas, y sobre todo en la negati­
vafrecuente de batirse a duelo con judíos. «La negativa im­
plicaba, y debía implicar, que el judío era un ser sin “honor” .
Dada mi condición de estudiante alemán, no le veíá la gracia
a esta concepción infantil del honor. Me hería profundamente.
Sentía que había que hacer algo para cambiar nuestra situación,
pero no sabía q u é ...» 38
Ya vemos que, por lo que se refiere a la inspiración del
artículo todo se limitaba a un duelo imaginario, a un suicidio'.
Goldstein también relataba que después de su publicación,39
que suscitó violentas y diversas reacciones, se interesó primero
por el sionismo, aunque sin poder decidirse a llegar hasta el
fondo intentando la difícil experiencia del retorno a la tierra.
Asi pues, se resignó a dirigir en Berlín una colección de autores
clásicos, como eminente germanista que era, hasta que la his­
toria decidiera otra cosa. Poco después de que le licenciaran,
recibió la desagradable sorpresa de ver que su ensayo apare­
cía íntegramente reproducido en una de las primeras obras
oficialmente antisemitas del I II er Reich, Die Juden in Deutsch-
land (1935), bajo el título de Los judíos en calidad de adminis­
tradores de la cultura alemana...

Campañas antisemitas y neopaganas

Dos obras, publicadas respectivamente en 1871 y en 1873,


preceden los inicios de la agitación antisemita en Alemania y
Los países germánicos. La imagen del judío 33

¿n Austria; uno y otro utilizaban argumentos ya sabidos, pero


que, recogidos por la prensa y discutidos en las reuniones públi­
cas, pudieron disponer esta vez de una audiencia mucho más
amplia que la que obtuvieron todas las publicaciones anteriores
del siglo xx.
El «Judío del Talmud» (Talmudjuden) del canónigo Au-
guste Rohling, basado especialmente en el tema del crimen ri­
tual, no era más que un plagio del clásico «Judaismo desen­
mascarado» (1700) de Eisenmenger.40 Sin embargo, los títulos
que poseía Rohling, catedrático de la universidad imperial de
ftaga, conferían a su escrito una autoridad superior. La igno­
rancia que tenía del Talmud redundó en su favor, pues sus
falsedades o sus toscos errores, denunciados por teólogos más
serios, multiplicaban las polémicas y aseguraron una gran pu­
blicidad al libro. En 1885, perdió un proceso por difamación
de forma tan escandalosa que tuvo que abandonar su cátedra
universitaria; tal circunstancia no obsta para que conservara
adeptos a través de toda la Europa católica, hasta el punto de
que, en 1889, se publicaban en Francia tres traducciones de su
«Judío del Talmud», debidas a tres traductores distintos.41 Los
doce procesos por crimen ritual que, entre 1867 y 1914, se
abrieron contra judíos en el área germánica (y que, a excepción
de uno,® terminaron con absoluciones) pueden atribuirse en
gran parte a su agitación, certificada en Roma por el órgano
oficioso Civiltá Cattolica *
: Mientras que el católico Rohling, epígono del antijudaísmo
¡Cristiano bajo su forma más sanguinaria, representa el pasado,
€n cambio el ex socialista ’Wilbelm Marr, que trasladó el de­
bate al terreno racial, anuncia el futuro. Se le atribuye la in­
tención del término «antisemitismo», que no tardó muchos
ifios en alcanzar una difusión internacional; también supo ha-
jbjer vibrar la nota apocalíptica, que ya percibimos en Gobineau
O en Wagner; su propio texto, sin embargo, aparecía en mo­
mentos más propicios. Para entenderlo, conviene que demos
pjü repaso a la situación de los judíos en la naciente Alemania
Seilhelmiana.
Las victorias militares, seguidas de la unificación del país,
tóauguraban una era imperial que también prometía ser una
jpá de prosperidad. Las nuevas esperanzas o los apetitos de la
34 La Europa suicida

burguesía alemana se dejaban ilustrar por una cifra: el número


de sociedades por acciones de toda índole fundadas en el trans­
curso de un solo año, 1872, era dos veces más elevado que el
número de sociedades fundadas entre 1790 y 1867. Los judíos,
que sólo constituían el 1 % de la población, participaban de
forma notable (aunque difícil de evaluar con precisión) en este
movimiento especulativo, y además participaban con mayor al­
borozo por cuanto alcanzaban una emancipación definitiva, al
menos en teoría, gracias al mismo acto de fundación del Reich
alemán. Bien es verdad que su situación material gozaba de un
promedio de mayor prosperidad que la de los cristianos, faci­
litando a sus hijos unos estudios universitarios que éstos em­
prendían con el habitual ardor de los liberados; si nos atene­
mos a las cifras (proporcionalmente, se entiende), los judíos
tenían diez veces más estudiantes que los protestantes y quince
más que los católicos; en las universidades alemanas, de cada
ocho estudiantes uno era judío, hacia 1885. Más sorprendente
resulta aún el caso de las universidades de Viena o de Praga,
pobladas por un tercio de estudiantes judíos. No obstante, el
gran tema de la «invasión» se nutría además en otra fuente,
pues hay un nuevo dato que parece aún más significativo: en
Berlín, las familias cristianas mandaban al colegio a una can­
tidad de chicos que duplicaba la de chicas, mientras que entre
los judíos esta diferencia apenas se hacía perceptible — como
aún hoy suele ocurrir, en los países llamados industrializados.
Desde esta óptica, podemos entrever un estilo de vida distinto
al de los cristianos, como anticipo de un futuro que aún tar­
daría mucho en llegar; como el desprecio por la mujer suele ir
emparejado con el que inspira el judío, captamos así uno de
los resortes característicos de un antagonismo que difícilmente
se dejaba inscribir a cargo exclusivo de la diferencia religiosa
(máxime teniendo en cuenta que por lo que se refiere a la
condición femenina, protestantes y católicos casi adoptaban la
misma actitud).44 De ahí se desprende el recurso a otros es­
quemas explicativos. «El judío se convirtió en el símbolo de
la modernización y de la sociedad moderna, y si le odiaban era
por esta condición.» Así resume el problema el historiador
Dírk van Arkel.4S La idea de «progreso» que pese a todo nos
sugiere el siglo pasado, podía parecer entonces obra del Dia­
Los países germánicos. La imagen del judío 35

blo, o el mismo Diablo ocultándose bajo el antifaz del progre­


so, para el inconsciente de los cristianos o de los ex cristianos.
Por lo demás, volviendo a Wilhelm Marr, ya se encarga­
ba éste de adelantarse a estas cuestiones, tildando de idiotas
(blodsinnig) las polémicas religiosas. Se presentan argumentos
de esta índole, escribía, «cada vez que la gente quiere cometer
estupideces o infamias»; y proclamaba su intención de defen­
der a los judíos contra toda persecución religiosa.
Su librito, titulado La victoria del judaismo sobre el ger­
manismoZ6 resultó aún más oportuno por cuanto el boom de
1871-1872 tuvo una continuidad desastrosa en 1873, que arrui­
nó a muchos pequeños especuladores. Por consiguiente, las nue­
vas costumbres financieras no impugnaban en absoluto las cos­
tumbres judías; y los judíos, explicaba Marr, acababan de ga­
nar la partida, gracias a sus «cualidades raciales», que les ha­
bía permitido resistir todas las persecuciones. «No merccen
ningún reproche. Han luchado contra el mundo occidental du­
rante dieciocho siglos. Han vencido a este mundo, lo han so­
metido. Somos los perdedores, y es natural que el vencedor
¡Exclame Vae victis... Estamos tan ajudiados que ya no hay nada
qüe pueda salvarnos, y una brutal explosión antijudía sólo lo­
grará retrasar el hundimiento de la sociedad ajudiada, sin que
$é pueda impedir.» 47 (No ha habido ningún antisemita que se
haya preocupado de explicar por qué los arios se dejaban aju-
diar tan fácilmente, mientras que los judíos eran incapaces de
arianizarse.)48 «Ya no detendréis la mayor misión del semitis­
mo. El cesarismo judío — lo repito con mi más íntima convic­
ción-— no es más que una cuestión de tiempo, y sólo cuando
éste cesarismo haya alcanzado su punto culminante surgirá qui­
zás un “dios desconocido” que venga a ayudarnos...»
• Semejante visión encierra a la vez algo de Gobineau y de
Marx (recordemos que también este último anunciaba en 1844
(pie el judaismo, que él identificaba con la burguesía, había
alcanzado «la dominación universal»).49 «Las angustias de un
piiéblo subyugado hablan por mi pluma, concluía Wilhelm
Marr fingiendo que se dirigía a los judíos; de un pueblo que
hoy gime bajo vuestro yugo, igual que vosotros gemísteis bajo
el nuestro, ese yugo que no obstante con el paso del tiempo
[jabéis conseguido implantar en nuestros hombros. Ha empeza­
36 La Europa suicida

do para nosotros el “crepúsculo de los dioses”. Vosotros sois


los dueños, nosotros los siervos... Finis Germaniae.» 50 En po­
cos años, el fúnebre escrito conoció una docena de ediciones;
a nivel práctico, su autor hizo gala de cierto optimismo/pues­
to que en 1879 fundaba una «Liga antisemita».
En 1874, el periodista Otto Glagau desarrollaba una ar­
gumentación análoga, aunque de acentos menos revoluciona­
rios, o menos apocalípticos, en una serie de artículos publica­
dos por la revista popular Die Garteniaube, que tenía una ti­
rada aproximada de 400.000 ejemplares. «La judería, escribía,
no trabaja, explota la producción manual o intelectual del pró­
jimo... Esta tribu extranjera ha sometido al pueblo alemán
y le está chupando hasta la médula. El problema social es esen­
cialmente el problema judío; todo lo demás no es más que un
engañabobos.»51
En 1875, dos grandes periódicos de influencia, que se opo­
nían a la política interior de Bismarck, siguieron una línea pa­
recida: el protestante Kreuzzeitung y el católico Germania. Uno
y otro utilizaban conceptos raciales, sin que les pareciera nada
reprensible; de este modo, el Germania no tenía reparos en afir­
mar que la persecución de los judíos nunca se había debido
a motivos religiosos, sino que representaba la protesta de la
raza germánica contra la intrusión de una tribu extranjera.52
Hay que decir que el órgano católico no tardó en bajar el tono,
y que acabó renunciando a toda agitación antijudía, mientras
que la prensa protestante en conjunto mantuvo su tono hos­
til hasta la llegada del I II er Reich. Cabe añadir asimismo que
un colaborador del Kreuzzeitung, Hermann Goedsche, alias «Sir
John Retcliffe», fue el autor de la novela fantástica Biarritz,
que proporcionó un primer cañamázo de los Protocolos de
SiónP En Alemania, el antisemitismo corrió a cargo sobre
todo de los luteranos, de igual modo que en Austria y en Fran­
cia fue asumido por los católicos; siguiendo esta línea, llegó a
convertirse, durante el siglo del sufragio universal, en una ac­
titud típica del «grupo de consulta» mayoritario y de un cier­
to estilo anónimo, el que nombra o define a los demás, y con­
sidera su propia primacía como un hecho obvio.5*
Vemos por lo tanto que en Alemania el signo de Lutero
preside la agitación de la prensa hasta prolongarla a la agita­
Los países germánicos. La imagen del judío 37

ción callejera. El pastor Adolf Stoecker, capellán de la corte


imperial, surgido él mismo de un medio obrero, procuraba
combatir la influencia de la socialdemocracia atea sobre las ma­
sas obreras, o, como decía él mismo, «deshacer la Internacio­
nal del odio mediante una Internacional del amor».55 Con tal
objeto, fundó en Berlín, en 1878, su «partido cristiano social
de los trabajadores». Una considerable multitud de obreros asis­
tió al mitin contradictorio de la inauguración, pero fue un ora­
dor socialdemócrata quien se ganó los votos; la moción adop­
tada declaraba que el cristianismo se había manifestado como
un mal remedio para los agobios del género humano, y cifra­
ba sus esperanzas en el socialismo. Aun así, Stoecker perseveró
en su agitación, sin gran éxito, hasta que se le ocurrió actuali­
zar el tema: «Las exigencias que dirigimos al judaismo.» Esta
vez pudo comprobar que había acertado y descubrió una exce­
lente plataforma de unión; conque cada vez centró más su agi­
tación en los temas antisemitas, aunque éstos, de cara al par­
tido, ocasionaran una afluencia de artesanos, pequeños tende­
ros y funcionarios cuyo número era muy superior al de obre­
ros propiamente dichos.
Por consiguiente, en 1880-1881, Berlín llegó a ser teatro
de escenas de violencia, máxime teniendo en cuenta la interven­
ción de agitadores nada cristianos como Bernhard Forster, el
cuñado de Nietzsche, o el joven maestro Ernst Henrici. Bandas
organizadas asaltaban a los judíos en las calles, los echaban de
los cafés, les rompían los cristales de las tiendas. En provincias,
ardieron algunas sinagogas. El número de agitadores iba en
aumento, y el historiador Paul Massing, que ha estudiado sus
carreras, ha podido esbozar una especie de retrato-robot del
activista antisemita de aquella época: era «más urbano que al­
deano; indiferente, si no hostil a la Iglesia antes que partidario
de la devoción cristiana; y con más frecuencia miembro de una
clase “instruida" que no de una clase “ignorante”. Las más vi­
rulentas formas de antisemitismo se difundían a través del país
entero por obra de maestros, estudiantes, oficinistas, pequeños
funcionarios y secretarios de toda índole; miembros de los mo­
vimientos de “reforma de la vida", vegetarianos, adversarios de
la vivisección y adeptos de los cultos “naturistas”. De estos am­
bientes, ajenos al campesinado, de la nobleza rural o del clero
38 La Europa suicida

reaccionario, tan obtuso y cerril como jamás pueda haberlo sido,


procedían los fanáticos enemigos de los judíos».56
Este retrato valora claramente la correlación entre el anti­
semitismo radical o pasional y determinadas chifladuras que de­
mostraban una inadaptación a la vida moderna, e incluso la
dificultad de existir. Sin embargo, Massing se ha olvidado de
mencionar el culto más temible, el del Walhalla o del apoca­
lipsis germánico, que encontró en Richard Wagner, sumo sacer­
dote, con sus rencores y sus fobias, a un representante apo-
teósico.57 Debemos añadir que este retrato, establecido para la
Alemania sobre todo protestante, exigiría varios retoques en
el caso de Francia, y resultaría totalmente falso atribuido al
imperio ruso. En efecto, el antisemitismo racista hallaba en el
área germánica un terreno especialmente abonado, pues por
ciertas razones históricas, había arraigado ?hí mucho mejor
que en otros sitios una interpretación racial de la historia58
hasta el punto de que los mismos defensores de los judíos veían
en el conflicto un enfrentamiento entre «sangre extranjera»
y «sangre semita», y preconizaban los matrimonios mixtos como
remedio, con vistas a una fusión de estas «sangres».59 Así se ex­
plica igualmente que el movimiento sionista, que (salvo raras
excepciones) dejaba indiferentes a los judíos franceses, o has­
ta les asustaba, encontrara abundancia de partidarios en Aus­
tria, donde nació, o en Alemania.
En 1880, Bernhard Forster, inspirado por unos días pasa­
dos en el Bayreuth wagneriano,60 lanzaba la idea de elevar una
instancia antisemita que reclamaba un censo especia] para los
judíos que vivían en Alemania y su total exclusión de las fun­
ciones públicas y de la enseñanza; al cabo de unas semanas,
se habían recogido 225.000 firmas; pero, aunque los estudian­
tes respaldaron la instancia en gran número, sólo hubo un pro­
fesor universitario, el astrónomo Johann Zollner, que corriera
el riesgo de firmarla. Aun así, poco tardó en verse involucrado
el orgulloso cuerpo profesoral alemán, empeñado hasta enton­
ces en mantenerse al margen de cualquier barullo. La primera
intervención partió de uno de los catedráticos que regían el
pensamiento de la juventud nacionalista alemana, el historia­
dor Heinrich Treitschke.
Según una línea que no era muy excepcional en su país y en
Los países germánicos. La imagen del judío 39

¿u siglo, Treitschke combinaba una viva fe luterana con ¿1


culto a la guerra fresca y alegre.41 El incremento de los judíos
le tenía preocupado, al menos desde 1871: «El enojo contra
la colosal pujanza de los judíos aumenta en todas partes, le
escribía a su mujer, y me estoy temiendo una reacción, un mo­
vimiento antijudío de la plebe».62 En una carta posterior, elo­
giaba la belleza de la raza germánica con estos términos: «La
diferencia decisiva reside en los ojos y en las caderas: siguen
siendo el privilegio de los pueblos germánicos, privilegio que
,nb poseen en cambio los eslavos y los latinos».63 Cuando la agi­
tación antisemita bajó a la calle, multiplicando escándalos e in­
cidentes, se decidió a dar su opinión sobre el tema.
En noviembre de 1879, Treitschke publicaba un breve tex-
jtó que trataba de las relaciones judeocristianas, titulado «Nues­
tras perspectivas».64 Estas no le parecían brillantes; también él
evocaba'cl espectro de la dominación judía y acribillaba de sar-
casmos a la «joven tropa de vendedores de pantalones nacidos
en Polonia», cuyos hijos no desaprovecharían la ocasión de con-
ífcéítirse en los dueños de la bolsa y de la prensa alemanas.
Ahora bien, a su juicio, un abismo imposible de cubrir se abría
entre el «Ser germánico» y el «Ser oriental». «¡Los judíos son
nuestra perdición!», exclamaba, y luego aseguraba que los me­
jores alemanes, «los más cultivados, los más tolerantes», com­
partían esta idea en el fondo de sus corazones. Por consiguien­
te, la agitación antisemita no era a sus ojos más que una «reac­
ción brutal y odiosa, aunque natural, del sentir popular germá­
nico contra un elemento extranjero».
El texto de Treitschke suscitó un sinfín de polémicas uni­
versitarias; sobre todo, como hizo constar su principal refuta-
dor, el gran latinista Theodor Mommsen, esta intervención ha­
lla otorgado una «respetabilidad» (anstándig) al antisemitis-
Éoo, le había «quitado los calzoncillos del pudor». Ahora bien,
creciente agitación, advertía Mommsen, amenazaba con des­
encadenar «una guerra de todos contra todos», y calificaba las
campañas de los antisemitas como un «aborto del sentimiento
nacional».65 Hasta el fin de sus días, Mommsen no cejó de lu­
char contra el patrioterismo y el racismo germánicos, contra
'«los locos nacionales que quieren sustituir el Adán universal
por un Adán germánico, cargándolo con todos los esplendores
40 La Europa suicida

de la mente humana».66 Pero en su réplica a Treitschke, tam­


bién él hablaba de «la desigualdad que subsiste entre el occi­
dental alemán y la sangre semítica»; y también él proponía con
cierta insistencia que los judíos se convirtieran, para pagar ple­
namente el «precio de ingreso en una gran nación». El cris­
tianismo, explicaba, era el único nexo que subsistía entre los
hombres civilizados, «dentro de la mezcolanza de los pueblos
de la tierra. Quedarse al margen de este circuito cerrado, in­
sertándose no obstante en el seno de una nación, es posible
pero difícil y peligroso». Tal vez su actitud no hiciera más
que reflejar la intolerancia cultural que caracterizaba por en­
tonces a las grandes naciones europeas. Podemos añadir que,
a excepción del historiador Heinrich Gratz, los refutadores ju­
díos de Treitschke se sintieron patrióticamente obligados a afir­
mar la perfecta asimilación de sus correligionarios, y el filósofo
Hermann Cohén confesó incluso sin pestañear que todos hu­
bieran deseado tener el mismo aspecto físico que los alemanes.67
Veamos cuál podía ser este aspecto a ojos de un joven univer­
sitario judío: «No, el hombre no pertenece a nuestra raza. Es
un hombre de los bosques germánicos. Cabellos muy rubios, ca­
beza, mejillas, cuello y cejas cubiertas de pelo, y casi ninguna
diferencia de color entre la piel y los cabellos»; esta es la des­
cripción que en una carta de 1882, dirigida a su novia, hacía
Sigmund Freud de un director de clínica al que había sido re­
comendado.6*
De modo que, una vez instaurada esta respetabilidad cul­
tural del antisemitismo, los movimientos y partidos antisemitas
se multiplicaron; se celebraron congresos internacionales (Dres-
de 1882; Chemnitz 1883); muchas corporaciones de estudian­
tes decidieron excluir a los judíos de su círculo; para colmo,
una usanza que pasa por ser específicamente germánica (pues
sólo existió en Austria y Alemania) prohibía que los estudian­
tes se batieran a duelo con los judíos. Para el teutón, el due­
lo es una acción moral,, para el judío, es una mentira conven­
cional, escribía en 1896 un comentarista;69 por consiguiente,
ni siquiera aquellas actitudes judías dispuestas a dejarse matar
eran dignas de crédito.
Un universitario que se había dado a conocer por sus tra­
bajos filosóficos y su crítica de la religión, Eugen Dühring, muí-
Los países germánicos. La imagen del judío 41

tiplicó a partir de 1880 sus tratados antisemitas, de títulos


pretenciosos e interminables (Die Judenfrage ais Rassen—> Sit­
ien— und Kulturfrage, 1881; Der Ersatz der Religión durch
Vollkommeneres und die Ausscheidung des Judentums durch
den modernen Volkergeist, 1885; y otros por el estilo). Este
sodaldemócrata privado de sus derechos civiles aseguraba que
sólo un régimen socialista sería capaz de meter en cintura a los
judíos; Friedrich Engels, alarmado por la influencia que Dühr-
íng ejercía en las masas, le dedicó especialmente una volumi­
nosa defensa e ilustración del materialismo dialéctico («El Anti-
Düfaring», 1878).70 También podríamos citar al orientalista
Adolf Wahrmund, que ponía a los alemanes en guardia contra
el «nomadismo dominador» y la «madurez racial» de los ju­
díos.71 Sin embargo, todos los escritos pseudocientíficos de esta
índole quedaron eclipsados en 1900 por la Génesis del si­
glo X IX , del wagneriano angloalemán Houston Stewart Cham-
berlain. Esta Biblia racista de altos vuelos, que incluye un ca­
pítulo de más de cien páginas dedicado a la organidad de Je­
sús, alcanzó una gran influencia en su época, con admiradores
tan diversos como el emperador Guillermo II, el presidente
Theodore Roosevelt, Bernard Shaw y León Tolstoi.72
En Austria, la prédica del antisemitismo a gran escala co­
rrió primeramente a cargo de Georg von Schonerer, un agita­
dor que reivindicaba el socialismo anticlerical y el nacionalismo
germánico, y que sobre todo se apoyaba en los estudiantes. Por
más que la situación en el multinacional imperio de los Habs-
burgo pareciera más propicia a la exaltación antijudía, aunque
fuera porque la dominación cultural y económica de los judíos
fuera menos ilusoria que en Alemania, la verdad es que el anti­
semitismo activo tardó bastante en desarrollarse. El historia­
dor Dirk van Arkel, que ha consagrado un notable estudio al
antisemitismo austríaco, prueba que éste logró adquirir una ver­
dadera consistencia únicamente después de que se modificara
la ley electoral, que era censual: sólo la capa superior, 3 % de
la población, tenía derecho a votar, hasta que una ley de 1882
extendió este derecho a la burguesía media e inferior, a los ar­
tesanos y pequeños propietarios.73 No hay nada que evidencie
mejor la unívoca relación entre el sufragio universal y las cam­
pañas antisemitas que ya hemos mencionado en la introducción.
42 La Europa suicida

Hacía tiempo que preexistían en Austria las supersticiones anti­


judías y hasta su forma de expresión «racial»; la novedad con­
sistió en su ruidosa explotación política; por si fuera poco, di­
chas campañas reunían en tropel a militantes convencidos y
antisemitas por conformismo, o por oportunismo.
Pronto se hizo evidente que, sobre todo en Viena, una for­
mación política que quisiera atraerse a los artesanos no tenía
ninguna posibilidad de éxito sin una plataforma antisemita;
también los propios obreros, al revés de los obreros alemanes,
se mostraban receptivos (de Viena surgió en esa época ía co­
nocida frase: «El antisemitismo es el socialismo de !os imbé­
ciles».) 74 Karl Lueger, político católico, supo explotar la co­
yuntura. Lueger era el líder del «partido cristiano social aus­
tríaco», que seguía el mismo programa que el homónimo par­
tido berlinés del pastor Stoecker. En 1887, inscribió el anti­
semitismo en sus banderas; combatido por la gran burguesía
y el alto clero austríacos, aunque muy estimulado por el papa
León X III y el cardenal Rampolla, atentos a las aspiraciones
del proletariado urbano, condujo a su partido de victoria en
victoria y logró al fin que le eligieran alcalde de Viena casi
por unanimidad. No parece, sin embargo, que esto justifique
el entusiasta tributo que Hitler le rendía en «.Mein Kampf» ”
pues los judíos no tuvieron que padecer su gestión; «A mí me
toca decidir quién es judío», le gustaba decir; y en más de
una ocasión, asistió a los oficios de la sinagoga, luciendo los
atributos de su función.76
En Alemania, fue menor el éxito obtenido por los parti­
dos antisemitas. Las diversas ligas y asociaciones rivalizaban
con acritud, y no hubo ninguna que alcanzara la preponderan­
cia; debieron esperar a 1887 para que un solo militante anti­
semita, el joven folklorista Boeckel, consiguiera ingresar en el
Reichstag. En las elecciones de 1890, su partido, el Antisemi-
tische Volkspartei, lograba cuatro escaños gracias a los 48.000
votos que recogió (sobre siete millones de electores). Pero en
1893, el número de votos fue de 260.000, y el número de es­
caños se elevó a dieciséis.77 Llegados a esta fase, los antisemitas
«puros» comenzaron a preocuparse por la magnitud de sus em­
bustes (aunque tales invenciones jamás igualaron, como ya ve­
remos, la exorbitancia de las de ciertos autores franceses) y,
Los países germánicos. La imagen del judío 4}

aobre todo, por su desdén de la legalidad. Tomemos como ejem­


plo al maestro de escuela Hermann Ahlwardt, condenado por
malversación de fondos y otros delitos de derecho común que,
en consecuencia, le privaron de su cargo. Emulando a Wilhelm
Marr, había titulado su escrito más notorio: «El desesperado
combate entablado por los pueblos arios contra la judería»,78 y
'algunas de sus acusaciones eran muy concretas. Reprochaba al
fabricante de armas Lowe que hubiese suministrado 425.000 fu­
ciles defectuosos al ejército alemán, por orden de la Alianza
Isfaelita universal, fusiles «menos peligrosos para el enemigo
que para nuestros soldados». Sus críticas encontraron un eco,
•¿J. menos entre sus electores: «Cuanto más monstruosas son
Jas acusaciones de Ahlwardt, más aclamaciones recibe», comen­
taba un contemporáneo.79 Todo ello motivó que, en 1891, se
¡constituyera una «Asociación de defensa contra el Antisemitis­
mo», con la participación de gente tan notable como el alcalde
'de Berlín Funk von Dessau, Theodor Mommsen, el biólogo
Rudolf Virchow y hasta Gustav Freytag (el autor del pérfido
Solí und Haben). Dicha Asociación declaraba que su principal
¡objetivo consistía en el saneamiento de las costumbres políti­
cas nacionales, y no en defender a los judíos.80
El éxito electoral de 1893 marca el cénit de la agitación
¿antisemita en Alemania (y, en rigor, el de toda la relativa a Eu­
ropa occidental). Luego, comenzó a menguar, y el grupo anti­
semita del Reichstag se fue disgregando poco a poco (seis es­
caños en 1907, tres en 1912). Es posible que algo tuviera que
ver con todo ello la «Asociación de defensa», aunque los ver-
'daderos motivos de este aparente declive responden a procesos
jnuy distintos. En realidad, se nota el inicio de una evolución
dicotómica: por un lado, disolución del antisemitismo que im­
pregna a gran parte del cuerpo social alemán; por el otro, con­
centración casi esotérica.
No es difícil comprender la disolución. Durante la última
década del siglo xix, Europa entraba en la era de las grandes
rivalidades imperialistas, y de este modo los rencores y los
miedos arcaicos que constituyen la base del antisemitismo en­
contraron, en parte al menos, nuevos cauces.
Esto no quiere decir que las ambiciones coloniales o el im­
perialismo económico fueran exclusivos del antisemitismo; y,
44 La Europa suicida

de hecho, los ambientes nacionalistas, o sea la mayor parte de


la burguesía y de la aristocracia, manifestaban por regla gene­
ral una hostilidad más o menos pronunciada con respecto a
los judíos, aunque sólo fuera a título subsidiario. Las polémicas
cubrieron incluso un terreno a la vez muy nuevo y muy anti­
guo, el de la Biblia.
Si bien desde el siglo x v i i i ciertos teólogos ponían en en­
tredicho la ética del Antiguo Testamento, desvalorizándola con
relación al Nuevo, ahora la arqueología y sus disciplinas aso­
ciadas permitían lanzar un ataque contra un frente mucho más
amplio. Dicho ataque corrió bajo la dirección del asiriólogo
Friedrich Delitzsch quien, en 1902, se propuso demostrar, si­
guiendo el lema Babel oder Bibel?, que las grandes tradiciones
mosaicas se inspiraban en la cultura mesopotámica y que ade­
más esta última era éticamente superior a la cultura hebraica
(visión forzosamente amparada por la ética burguesa de la
Belle Époque). El emperador Guillermo II honró con su pre­
sencia las conferencias de Delitzsch, cuya tesis causó sensación.
Protestaron los teólogos ortodoxos, mientras que por su parte
los rabinos hablaron de ese «elevado antisemitismo» de la ele­
vada crítica bíblica. No se equivocaban sin duda; los grandes
eruditos luteranos, como Wellhausen, Harnack o Schürer, no
sólo menospreciaban sistemáticamente el judaismo postexilió
sino que, llegado el caso, cuando en sus bibliografías citaban
las obras de sus colegas judíos, las marcaban con un signo con­
vencional que el rabino Félix Perles comparaba amargamente
con la estrella amarilla.11
A nivel general, en vísperas de la Primera Guerra mundial,
todos los partidos y movimientos nacionalistas o conservadores
se hallan imbuidos de antisemitismo con mayor o menor fuer­
za, de tal modo que sólo había dos grandes formaciones polí­
ticas, la socialdemocracia y el «Zentrum» católico, que no mani­
festaran una hostilidad por los judíos. Leyes no escritas les
prohibían las carreras militares y administrativas, y hay prue-
bas múltiples de que su aislamiento social iba en aumento.82
Ni siquiera la guerra de 1914-1918 y la sagrada unión de rigor
remediaron la situación; sin embargo, los judíos hicieron gala
de la misma embriaguez patriótica que sus compatriotas, y
hasta se excedieron; mientras que Walter Rathenau enderezaba
Los países germánicos. La imagen del judío 45
P*?'" ■
;J# economía de guerra alemana, el poeta Emst Lissauer compo-
su popular Canto de odio contra Inglaterra (Hassgesang
gegen England) y Hermana Cohén se esforzaba en demostrar
que los judíos de todos los países estaban éticamente obliga­
dos a tomar partido por Alemania,33 hasta los mismos dirigen,
te» sionistas austroalemanes proclamaban que Alemania com­
batía por la verdad, el derecho, la libertad y la civilización,
mundial.84 Es evidente que los judíos movilizados combatían
y morían del mismo modo que los demás soldados, pero a
ciertos niveles militares y civiles cundió la sospecha de que
no lo hacían en cantidad suficiente. Esta sospecha dio pie
a que el alto mando prescribiera, en octubre en 1916, un censo
sistemático de los militares judíos, cuyos pormenores ya leere­
mos más adelante; de esta manera, se cumplía uno de los pri­
meros deseos de los activistas de finales del siglo xix.
A partir de los primeros años del siglo xx, ya se había
constituido en las esferas dirigentes un virulento núcleo anti­
semita, como lo demuestran sobre todo las reacciones ante los
disturbios revolucionarios que se iban extendiendo por toda
Rusia, disturbios comúnmente atribuidos a la acción subversiva
de los judíos. Guillermo I I en persona apuntaba en el margen
de un informe consular sobre las manifestaciones de enero de
1905 en Riga; «¡Los judíos, como siempre!» y «Aquí sucederá
lo mismo»; no obstante, en lugar de preocuparse por el futuro,
intentaba pescar en río revuelto y agravar los problemas de
su imperial primo, el zar de todas las Rusias. De este modo,
cuando un día después del pogrom de Kichinev, se enteró de
que el gobierno ruso había dictado nuevas restricciones anti­
judías, daba orden «de comunicar todo esto a los Rothschild y
a sus consortes, para que cortaran los víveres [al gobierno
ruso]», y no sabemos si disfrutaba más con el fallecimiento
del régimen zarista o con los apuros de los judíos. (A propósito
«le la repugnancia que sentían las tropas rusas en disparar con­
tra los pogromistas cristianos, comentaba: «Todos los hombres
alemanes y principalmente todas las mujeres alemanas piensan
igual»; y enterado de que algunos judíos rusos se habían refu­
giado en Alemania, exclamó: «¡Echad fuera a esos cerdos!».)
Por lo demás, las fantasmagorías antijudías de las autori­
dades rusas acababan contaminando a los mismos diplomáticos
46 La Europa suicida

con sede en San Petersburgo: para el embajador alemán Alven-


sleben, cabía la posibilidad de «utilizar razonablemente la pala­
bra judío como sinónimo de revolucionario»-, para su colega
austríaco Aehrental, el manifiesto constitucional promulgado
en defensa propia por el zar en octubre de 1905 estaba casi
redactado «en jerga» (o sea en yiddish), y el conde W itté, que
lo había escrito, pretendía convertir a los judíos en dueños de
toda Rusia. Tal como observa el historiador Hans Helbron-
tier, de quien sacamos estos datos, «desde antes de 1914, y en
ambientes eminentemente respetables, se asentaron los cimien­
tos de la transformación de un antisemitismo de salón en formas
virulentas de odio que luego caracterizaron el período de entre-
guerras».85
Aún así, parecía que las organizaciones de antisemitas «pu­
ros» se hubiesen hundido en la impotencia, por esa época. Ha­
bían acabado desmenuzadas en una multitud de grupúsculos y
sectas con nombres esotéricos o neopaganos: el Hammerbund,
animado por el «gran maestro» (Altmeister) Theodor Fritisch, el
Urdabund, el Walsungenorden, Artamanen, Oslara, y cuántos
más. Como se suponía que los judíos manipulaban a los arios
gracias a sus conocimientos del camuflaje y del secreto, los adep­
tos de Fritsch quisieron hacer lo mismo, actitud que además
venía estimulada, de diversas maneras, por una tradición euro­
pea ya venerable (insistiremos sobre ello en los siguientes
capítulos). En 1912, fundaron una logia antisemita secreta, la
Qermanenorden, que a su vez dio origen a la «sociedad de Thu-
lé», clandestinamente relacionada con los inicios del partido
nazi».86 Fue empero la revista austríaca Ostara la que, ya a
partir de 1905, exhortó públicamente a los arios para que
exterminaran a los subhombres simios, por medio de sus ra­
diaciones eléctricas «corporales» o de cualquier otra forma:
se ha comprobado que ciertos adolescentes que luego, en la ma­
durez, utilizaron con esta intención otros procedimientos más
realistas, y sobre todo Adolf Hitler y Heinrich Himmler,
prestaban oído atento a tales incitaciones.87
Es evidente que nada informaban de los judíos todos estos
escritos y toda esta verborrea, y mucho en cambio de sus
autores y organizadores; éstos, con sus visiones, expresaban sus
propios sueños, proyecciones y fantasías megalómanas. Hubo
Los países germánicos. La imagen del judío 47

además algunos antisemitas aislados que publicaban por cuen­


ca propia miles de libros y folletos cuyos títulos y temáticas
alcanzaban niveles igualmente delirantes.88 Vale la pena rete­
ner dos nombres. Nuestros volúmenes precedentes ya han exa­
minado largamente el caso de la Génesis del siglo xix y de
Su autor, Houston Stewart Chamberlain, yerno de Richard
Wagner y guía espiritual de Guillermo II. Arthur Dinter no
Atenía tantas pretensiones, y así se explica que su novela racista
El pecado contra la sangre no llamara la atención de las élites;
en cambio, entre 1911 y 1931, sus ventas rozaron la cifra de
600.000 ejemplares. Lo que la «Génesis» y el «Pecado» tenían
en común eran sus aspiraciones a una cientificidad, su invoca­
ción de las leyes inexorables de la naturaleza que rigen la
eterna lucha del judío contra el ario.
De hecho, también este era el denominador común de
todas las formas y variantes de la ideología racista o antisemi­
ta, que consistía, como muy bien ha visto Peter G. Pulzer, en
ana «anticiencia» en sumo grado, copiando los métodos aje­
nos y recurriendo a su aplastante autoridad, «manejando con
,im eclecticismo terrorífico la biología, la teología y la psicolo­
gía para construir su teoría de la raza».89 Después de todo, no
ha de extrañarnos que la época del Kulturpessimismus, con
lás culminaciones germánicas de la ciencia occidental, origine
su propia imitación repelente y fraudulenta.
■ También serán las frustraciones de la civilización cientí­
fica e industrial las que, hacia 1900, provoquen en Alemania y
en Austria la aparición de auténticas contrasociedades, precur­
soras, bajo la forma de movimientos juveniles organizados, los
Wandervógel, «aves migradoras», y la Freideutsche Jugend,
o las asociaciones más tradicionales de gimnastas, alpinistas y
ciclistas. Estos jóvenes de ambos sexos aspiraban a una vida
comunitaria y «natural», alejada de las ciudades y de las arti­
ficiales convenciones de la sociedad de adultos. También querían
dar la espalda, al menos al principio, a las estúpidas querellas
y componendas políticas de dichos adultos; pero, dado el clima
intelectual de la época, su sed de pureza no podía dejar de
Exponerlos al contagio del racismo, y su búsqueda terminó tra­
duciéndose por el adjetivo judenrein («depurado» o «puro de
judíos»).90
48 La Europa suicida

En Austria, los Wandervogel, el movimiento más impor­


tante, pretendió una pureza de judíos desde que se fundara en
1901; en vísperas de la Primera Guerra mundial, la exclusión
se extendió a los eslavos y a los «latinos». En Alemania, el
problema suscitó largas discusiones; finalmente, se decidió que
cada sección podía resolverlo a su manera (siguiendo la pauta
marcada por las corporaciones estudiantiles de comienzos del
siglo x ix )91 La Freideutsche Jugend admitía a los judíos, aun­
que con tendencia a agruparlos por secciones o grupos parti­
culares. En las asociaciones gimnásticas y deportivas, la exclu­
sión de los judíos se sitúa asimismo a principios del siglo xx
y, también aquí, las primeras iniciativas parten de Austria:
por lo demás, en provincias, no había a veces posibilidad de
excluir a nadie, aunque ello no era óbice, al parecer, para que
se proclamara el principio de pureza todavía con mayor firmeza.
Frente a este ostracismo, hubo muchos jóvenes judíos que,
a imagen de las asociaciones germánicas, formaron asociacio­
nes judías, llamadas a ser el vivero de los futuros cuadros sio­
nistas. A tanto llegó el contagio del ejemplo que el célebre
pensador religioso Martin Buber (1878-1969) también acabó
considerando la «comunidad de sangre» como el substrato in­
dispensable de la «identidad espiritual».92 ¿Debe extrañarnos
entonces que los movimientos juveniles germánicos se convir­
tieran en cantera de los activistas del nacionalsocialismo?

II. FRANCIA

Con anterioridad al «Caso»

Si quisiéramos medir la fuerza del antisemitismo en un país


por la cantidad de tinta vertida a propósito de los judíos, no
cabe duda de que la Francia de finales del siglo xix se llevaría
la palma. En efecto, el caso Dreyfus sigue siendo el proceso más
clamoroso de todos los tiempos; pero, entre otras consecuen­
cias, logró que el antisemitismo francés alcanzara una resonan­
cia que puede parecer artificial. Da igual que unos consideren
Francia 49

este caso como una vergüenza nacional y otros como una gloria
nacional — sin duda, fue las dos cosas a la vez— , la cuestión
es que, a partir de 1894, reavivó decuplicándola una agitación
que, como ya ocuría en los países germánicos, comenzaba a di­
luirse. Durante algunos años, Francia llegó a ser prácticamente
la segunda patria de todas aquellas personas que de uno u otro
modo se sentían afectadas por el debate internacional en tomo
a los judíos. Sus perspectivas históricas han quedado falseadas,
hasta tal punto que un brillante autor ha querido considerar
el Caso como un ensayo general (felizmente abortado) del na­
zismo.93 Lo que pasa es que, aun antes de su estallido, Francia
fue, en el mundo occidental, el segundo centro de las campañas
antisemitas de tipo moderno, y que asimismo no hubo tercer
centro; a tal fin, por lo tanto, se entabló una especie de diá­
logo franco-alemán, que provoca la tentación de preguntarnos
si no fue indicio de una cierta afinidad, remontándonos qui­
zás a épocas muy lejanas, cuando los descendientes de Carlo-
tnagno reinaban en las dos márgenes del Rín y la futura Ale­
mania se llamaba «Francia oriental»...94 Pero, sea como fuera, si
por un lado el antisemitismo francés copió el antisemitismo ger­
mánico por el otro correspondía a una tradición diferente y pro­
cedía de fuentes autóctonas.
De uno u otro modo, influían en Francia ciertas secuelas
de la Revolución. Prolongaciones ideológicas directas, ante
todo: ya hemos visto hasta qué punto los movimientos socia­
listas, fueran «utópicos» o «científicos», con la sola excepción
del saint-simonismo, estaban manchados de antisemitismo.95
Durante la década de 1880, sin embargo, tomaron el relevo
los militantes del campo adverso, católicos sobre todo para quie-
nes la Revolución era la encarnación del Mal, un Mal atribuido
i un complot tramado por fuerzas anticristianas y antifrancesas
¡ocultas.
; Fue en Francia precisamente donde, al cristalizar el drama
revolucionario, se formó esa escuela de pensamiento según la
cual los complots montados por enemigos del género humano
constituyen la máxima clave de la historia universal. Esta es­
cuela, que durante el siglo xx ha tenido en los nazis a sus
principales aunque no únicos adeptos, posee la enojosa tenden­
cia de basar sus pruebas más perentorias en la ausencia de
50 La Europa suicida

pruebas, puesto que la eficacia de una sociedad secreta se mide


mejor, por definición, en base al secreto con que sabe cubrir
sus actividades. ¿Acaso la mayor astucia del Diablo no es la
dé hacer creer que no existe? Convicciones de esta índole per­
miten que el denunciante gane en todo momento.96 Por lo que
atañe a la Revolución de 1789, el enemigo invisible quedó per­
sonificado al principio por los protestantes, pero desde 1807
se habla ya de una conspiración judía; los protestantes pasa­
ron entonces a un segundo plano, mientras que judíos y franc­
masones se convertían en protagonistas, alterna o conjunta­
mente.57 A fin de cuentas, se suponía que los conspiradores
actuaban casi siempre en nombre del Diablo o del Anticristo,
que (según revelaciones de Léo Taxil, aclamadas por todo el
episcopado francés) les daba sus instrucciones por telégrafo o
por teléfono: cuando leemos estas hazañas de «Satanás Franc­
masón» 98 pensamos que fue en la Francia de Louis Pasteur y
de Ernest Renán donde se batieron los máximos records de
la credulidad humana.
Por lo que respecta al «complot judío» en su versión mo­
dernizada, con la subsiguiente postergación del Diablo, crece
la intriga en Francia bajo el Segundo Imperio, a raíz de una
última y escandalosa historia de niño judío raptado por las auto­
ridades pontificias para bautizarlo sin permiso (el caso Morta-
ra, 1858). Napoleón III, que se disponía a liberar Italia, mandó
sin ningún éxito representantes a Pío IX. El conflicto envenenó
la «cuestión romana» y sin duda contribuyó de muchas mane­
ras a apresurar el desmántelamiento del Estado eclesiástico. Por
su parte, un grupo de judíos franceses adoptó la resolución de
crear un órgano internacional para la defensa de los derechos
de sus correligionarios, la «Alianza israelita universal». Está
claro que también sus dirigentes anhelaban la desaparición del
poder temporal de la Iglesia, y hasta «la próxima caída del
papa».99 Incurrieron entonces en las iras de Louis Veuillot, el
auténtico jefe del catolicismo francés, mientras que otros auto­
res de menor cuantía les imputaban la responsabilidad de las
desgracias del Estado pontificio o incluso las de todo el mundo
católico.100 Rápidamente, los antisemitas de muchos países con­
sideraron que la «Alianza», con sede en París, era el órgano
supremo de la conspiración mundial judía: hubo que esperar
Francia 51

p que concluyera la Primera Guerra mundial para que esta ver­


sión quedara definitivamente suplantada por la de los Sabios
de Sión, también elaborada en París, como ahora veremos.
Bien es verdad que bajo el largo pontificado de Pío IX
(1848-1876), los católicos franceses u otros aún no desatan
una guerra abierta en contra de los judíos, y esta moderación
quizá responda al temperamento proverbialmente conserva­
dor del papa, dado que es tradición venerable de la Santa Sede
mostrar cierta solicitud por el «pueblo testigo». En Italia, la
oficiosa Civilta Cattolica lanza invectivas contra los judíos sola­
mente en nombre de Cristo; en Francia, el jesuita Nicolás Des-
champs, el gran experto en la «teoría del complot», se abstiene
de citarlos cuando escribe su obra sobre las «sociedades
secretas».101 Muy otra es la situación bajo el pontificado de
León X III, y sin duda se trata de algo más que de una coin­
cidencia, pues está claro que un simple cambio de pontificado
tto origina trastornos de tanta gravedad como los que se re­
querían para que la sensibilidad de aquellos cristianos militan­
tes acabara aficionándose a las campañas antisemitas.
¡j Así pues, bajo la I II República, la agitación antijudía sigue
oliendo obra inicialmente, como en el pasado, de la «izquier­
da» anticlerical, pero dicha agitación no llega muy lejos, sobre
lodo si tenemos en cuenta que al fracasar la Comuna los prin­
cipales jefes socialistas huyen o van a la cárcel. Posee un cariz
en parte anticapitalista y en parte racial o racista; será Ernest
Renán,102 bajo este último prisma, quien actúe como autori­
dad principal, aunque tampoco faltan referencias a Voltaire o
a Jules Michelet. Figuran además Gustave Tridon (Da Mdo-
pbisme juif, compuesto en la cárcel, entre 1886 y 1888), Augus-
te Chirac, que no sin razón podía escribir a Drumont en 1887:
«He abierto todas las puertas que tú derribaste»,103 y el blan-
quista Eugéne Gellion-Danglar ,104 Veamos unas breves mues­
tras del estilo de este último, calcado en parte del de Renán:

«... Michelet, en su hermoso libro La Bible de


l’humanité... estableció una nítida y luminosa opo­
sición entre los pueblos del día y los pueblos de
la noche (...) Está muy claro que la rama aria o
indoeuropea es la única que ha producido gran­
52 La Europa suicida

des civilizaciones y la única que posee una noción


de justicia y un concepto de belleza (...) Todo nos
demuestra la degeneración y creciente decaden­
cia de la raza semítica... Pet0 &ún podemos temer
cualquier resultado ante la infiltración de su sangre
y de sus doctrinas en las poblaciones y civilizaciones
de esencia aria. Por consiguiente, hay que velar y
combatir, y repetir el grito cje Catón el Viejo: «Et
insuper cernea delendam esse Carthaginem», que
puede traducirse por este otro grito de Voltaire:
«¡Aplastemos al infame!» (...) La gran fortaleza
del semitismo es la Iglesia católica, apostólica y ro­
mana, tal como actualmente está constituida, ver­
dadero Estado dentro del listado... único peligro
social, azote internacional de los más temibles...»
Eugéne O e l l i o n -D anglar ,
Les Sémites et le sémitisme.

Por lo que atañe al bando católico, antes de la década de


1880, se limitó a publicar una sola obra antijudía, obra que
además reserva varias sorpresas al lector, pues sus páginas osci­
lan abiertamente entre el odio y un ai*i0r ferviente. Se trata,
en 1869, de Le Juif, le judáisme et la judáisation des peuples
chrétiens del caballero Gougenot des Mousseaux, que por
esta obra recibió la bendición de Pío IX. Es en efecto un
revoltijo de todas las acusaciones antijudías antiguas y mo­
dernas; alude largamente a los venenos destilados por el
Talmud y la Cabala, a los daños causados por la Alianza israe­
lita universal y a los crímenes rituales, sin olvidar una última
conjuración anticristiana, urdida en I t al¡a p0r el francmasón
judío «Piccola Tigre».105 Sin embargo, pese a deplorar estos
errores y crímenes de los judíos, Gougenot les manifiesta un
respeto y una admiración infinitos, ha$ta el punto de descri­
bir en estos términos a sus contemporáneos emancipados:

«El judío es un señor que cayó agobiado y envi­


lecido por la miseria, que s^ rebajó de mil maneras
y que se fabricó una máscala Con su propia mugre,
pero que conoce el valor de sangre y que se yer-
Francia 53

gue al menor soplo. Mirad, pues, cómo recupera hoy


los atributos de su nobleza con la misma soltura
y displicencia de un hombre que, tras aceptar la as­
querosa manta de una posada para cubrirse durante
una noche glacial, lava su cuerpo al amanecer y
viste otra vez sus ropas de la víspera.» 106

Gougenot des Mousseaux se merece un sitio entre Alfred


de Vigny 107 y Léon Bloy, en calidad de portavoz de una cier­
ta idea francesa del «pueblo elegido»; mayor es su represen-
tatividad por ser lo contrario de un genio. Cree que la triun­
fal entrada de los judíos en la sociedad se explica no sólo
por su superior inteligencia sino también por una vitalidad
•¡misteriosa, por «una extraña superioridad física, sin que hasta
el momento haya razón alguna sacada del orden natural que
ía explique de manera aceptable».108 En este aspecto, Gouge­
not serefería a los trabajos de su amigo Jean Boudin, el fun­
dador de la «estadística médica».109
: Sucede sin embargo que los judíos no cesan de tramar com­
plots anticristianos y de fomentar revoluciones, -tal como las
prescribe el Talmud, «ese código salvaje, cuyos preceptos de
odio y rapiña se mezclan con las doctrinas de la magia caba­
lista, que profesa la más alta idolatría»; «por eso, mientras
«ó llegue el día de la destrucción del Talmud, el judío será un
Sér insociable».110 Este día, que ya se acerca, irá precedido de
Crudelísimos sacrificios, pues el judío es «un personaje alta-
¡jBiente profetizado por la Iglesia, terrible, lúgubre»; no ha de
tardar en venir este día, sin embargo, y el judío se reintegra­
rá entonces a «la casa de su padre». Por fin, «para asombro
^ Salvación del mundo», asumirá sus verdaderas funciones «el
pueblo siempre elegido, el más noble y el más augusto de los
^iteblos, el pueblo surgido de la sangre de Abraham, a quien
debemos la madre sin mácula, el Salvador, Hijo de Dios hecho
ihombre, y el colegio íntegro de los apóstoles, colmado enton­
ces por las bendiciones del Cielo, que se mezclarán sin tregua
É los gritos de reconocimiento y a las bendiciones de los hom-
Iftes».111
|/|í De este modo, lo que más nos interesa de Gougenot des
Mousseaux, cuyo libro por lo demás pasó desapercibido en su
54 La Europa suicida

época, es que expone sin tapujos las contradicciones o la am­


bivalencia del «antisemitismo cristiano», de una forma que en
su caso parece rozar la herejía. Nos interesa luego por ver que
se anticipa a Léon Bloy, el pensador católico que ha sabido
expresar estas antinomias con un fervor y un descaro sin igual,
creemos, en la historia cristiana. Quizás nos convenza el testi­
monio de los siguientes párrafos:
«La historia de los judíos intercepta la historia del género
humano del mismo modo que un dique intercepta un río para
elevar su nivel.» ¿Para elevar esta historia hasta dónde? Apa­
rentemente, para lograr que se aproxime al Absoluto, gracias
a la concordancia misteriosa que existe entre la abyección más
perfecta y las glorias divinas. Los judíos son «un puñado de
barro maravilloso»... La perspectiva así adoptada es, como
escribe Jacques Petit,112 audazmente la de Dios, siempre inase­
quible para la razón humana. Y sin embargo, Bloy intenta al­
canzarla, por medio de vertiginosas alternancias.
Así pues, ¿qué son los judíos? Son, como dice Gougenot
des Mousseaux,

«... un pueblo de donde salieron los Patriarcas,


los Profetas, los Evangelistas, los Apóstoles, los
Amigos fieles y todos los primeros Mártires; sin que
me atreva a mencionar a la Virgen Madre y a nues­
tro Propio Salvador, que fue el León de Judá, el
judío indecible, capaz sin duda alguna de pasarse
toda una eternidad previa ansiando este linaje».
Pero también son el pueblo

«encajonado por la sensatez de la Edad Media en


pocilgas reservadas y obligado a cubrirse con unos
pingos especiales para que los demás pudieran re­
huirlo. Cuando no había más remedio que tratar a
estos hediondos, la gente lo disimulaba como si se
cometiera una infamia y después se purificaba de
cualquier manera. El oprobio y el peligro de su con­
tacto eran el antídoto cristiano para librarse de su
pestilencia, pues Dios mantenía en un perpetuo
apartamiento a semejante gentuza.» 113
Francia 55

Volvamos ahora a los antisemitas integrales y, en cierto


modo, positivistas de este siglo temiblemente ingenuo.
Después de Gougenot, y a excepción de un fragmento de
Jas profecías milenaristas de un tal abate Chabauty,114 hay que
esperar a los años 1880-1881 para que renazca el tema del
complot judío. Por esta época, los católicos franceses, diez
años después del desastre colectivo de 1871, empezaban a acu­
mular sus derrotas particulares (separación de la Iglesia y del
Estado, leyes escolares, ley sobre el divorcio, debida esta últi­
ma al judío Alfred Naquet) que les predisponían a descargar
sus acusaciones sobre el tradicional chivo emisario. Sin em­
bargo, en Francia, no sería lícito hablar de un antisemitismo
¡plenamente autóctono, pues las primeras campanadas de esta
índole se refieren a las campañas emprendidas en el extranjero.
Y así, en julio de 1881, la revista católica Le Contemporain,
¡(conmovida al principio, indaga sobre los pogroms rusos: «La
¡actual persecución de los judíos en Rusia y las escenas más
turbadoras de los crímenes y saqueos que están sufriendo las
familias israelitas en este país nos inducen forzosamente a
preguntarnos por qué este pueblo ha de ser objeto de un odio
tan violento...» 115 Las campañas antijudías, sigue diciendo la
revista, también causan estragos en Alemania y en Rumania;
luego declara que no acierta a comprender el motivo de todos
estos fenómenos, a falta de otros datos, sólo puede publicar
fiel trabajo que un tal Calixto de Wolski acaba de presentarle.
Ahora bien, este autor, visiblemente enviado por el gobierno
ruso, explica que los judíos son los únicos culpables de sus
propias desgracias, puesto que «persiguen desde tiempo inme-
morial y por todos los medios la idea de reinar en la tierra».
demostración se apoya en los escritos del converso ruso Jacob
Brafman 116 y en una falsedad aún más transparente, el Discur­
r o del rabino, sacado de una novela publicada en Berlín, en
1868, por Hermán Goedsche y luego incorporado en ciertas
versiones de los Protocolos de los sabios de Sión.117
Por el contrario, la Revue des questions historiques se ba­
ilaba en una fuente romana para declarar en abril de 1882: «El
judaismo gobierna al mundo, y hay que sacar la conclusión
¡Inevitable de que o la masonería se ha vuelto judía o el judaismo
•fce ha vuelto francmasón».118 Este fuente era la bimensual Civil-
56 La Europa suicida

t i Cattolica, que en 1880 había empezado a atacar a los judíos


respaldando las últimas violencias, desde su sección «Crónica
contemporánea». Sus campañas se prosiguieron de forma casi
ininterrumpida hasta los últimos años del siglo xix, para con­
tinuar esporádicamente hasta mediados del xx, aprovechando
cualquier circunstancia, escándalos financieros, caso Dreyfus,
o hasta el primer congreso sionista de Basilea,119 y sobre todo
explotando el viejo reproche de crimen ritual, cuya inanidad ya
habían querido proclamar muchos soberanos pontífices del
pasado.120 Dado que la Civilta Cattolica era, desde su funda­
ción en 1880, el órgano oficioso de la Santa Sede, no parece
ilícito admitir una relación entre la llegada del papa reforma­
dor León X III, en 1878, y la nueva línea emprendida por la
revista. Más peliagudo resulta juzgar la influencia que pudieran
ejercer sus denuncias sobre la actitud de los católicos france­
ses; habida cuenta de que hay que esperar hasta 1886-1887
para presenciar el inicio en Francia de campañas antisemitas
a gran escala, nos contentaremos con citar una especie de «nihil
obstat», al menos para empezar. Así se explica que el decano
de los sacerdotes antisemitas franceses, el abate Chabauty, que
en 1880 ya había lanzado su obra Ftanc-Magons et Juifs bajo
el pseudónimo de «San Andrés», pudiera publicar en 1882
bajo su verdadero nombre de eclesiástico otra obra titulada
Les Juifs, nos maitres. De igual modo cabe entender los pego­
tes antijudíos que aparecen a partir de 1881 en las reediciones
de la obra del Padre Nicolás Deschamps, los furores antisemi­
tas del ultramontano Louis Veuillot y otras hostilidades de índo­
le similar.121
Mayor repercusión obtuvo sin duda en 1882 la bancarro­
ta de Eugéne Bontoux, fundador de la banca l'Union genérale,
destinada a manejar los capitales de la burguesía católica y a
servir los intereses de los legitimistas y de la Iglesia. Bontoux
no vaciló en atribuir su hundimiento, que causó la ruina de
muchos pequeños ahorradores, a las intrigas de los Rothschild;
la gente le creyó fácilmente, y la enorme impresión que pro­
dujo el escándalo encontró su reflejo en las obras que inspiró
a los tres novelistas más importantes de la época: Mont-Oriol
de Maupassant (1887), L ’Argent de Zola (1891) y Cosmopo-
Francia 57

lis de Paul Bourget (1893), así como una treintena de obras


menores.122
De forma general, va en aumento la producción de obras
antisemitas, y hacen su primera aparición algunos periódicos
especializados: el VAntijuif en París, 1881, y el VAntisémi-
fique m en Montdidier, 1883, por más que su existenda es
efímera y desaparecen al cabo de pocos números. El l’Antisé-
mitique ya se distingue por una mala fe delirante que arremete
contra «la alianza jesuítico-judaica, o Alianza israelita universal»
(pero el l’Univers de Louis Veuillot no le va a la zaga ,24) y se
inventa un discurso de Adolphe Crémieux, que promete a los
judíos «todas las riquezas de la tierra», discurso que, recogido
primeramente en Alemania, se difundió luego por toda Rusia
(sobre todo gracias a los desvelos del célebre eslavófilo Iván
Aksakov).125 Lamentablemente, la proyección francesa también
se ejercía de esta manera.
Aun así, visto desde París, el antisemitismo demagógico y
febril, el antisemitismo de la calle, sigue siendo todavía una
desconcertante manía extranjera. A finales de 1882, Le Fígaro
escribe: «Un movimiento antisemítico, tal como hoy se está
produdendo en algunos puntos del globo, sería objeto en Fran­
cia de pública chacota».126 Datos más concretos nos proporciona
el minucioso estudio del historiador Pierre Sorlin sobre el caso
del diario La Croix y otras publicaciones editadas por La Bonne
Presse. «Hasta el verano de 1886», concluye, «La Bonne Presse
parece ajena al antisemitismo».127 Por lo que se refiere a la socie­
dad católica bien pensante, según testimonio de Marcel Proust,
ésta reservó una acogida favorable a los judíos durante la déca­
da de 1880, y sólo con el caso Dreyfus «todo lo que era judío
pasó a un nivel inferior, tratárase incluso de la dama elegante,
y oscuros nacionalistas subieron a ocupar su sitio».12® Por su
parte, en 1890, el nacionalista Maurice Barres escribía: «El
antisemitismo no era más que una tradidón un poco vergon­
zosa de la antigua Francia, cuando, en primavera de 1886,
Drumont lo rejuvenedó mediante una fórmula que causó escán­
dalo».129 Pensándolo bien, creemos lícito afirmar que, en conjun­
to, e incluyendo al sector católico, la estructura social francesa
tardó bastante en seguir la pauta extranjera, bien fuera la de
Berlín, San Petersburgo o Roma.
58 La Europa suicida

En efecto, hubo que esperar a la primavera de 1886 para


que el éxito fulgurante de La France juive de Édouard Drumont
creara un nuevo clima y allanara el camino de la agitación anti­
semita a gran escala. Con la Vie de Jésus de Ernest Renán,
La France juive fue el best-seller francés de la segunda mitad
del siglo xix: 114 ediciones en un año, 200 ediciones en total,
sin contar una edición popular abreviada, y varias «continua­
ciones». (La France juive devant Vopinion, La fin d’un monde,
La demiére bataille, Le testament d’un antisémite — obsérvese
el tono desesperado de todos estos títulos.)
¿Cuál fue la razón de este triunfo repentino? Drumont era
un buen periodista, y su enorme volumen, cuyo índice contenía
más de tres mil nombres, era una crónica escandalosa que de­
nunciaba no sólo a los inevitables Rothschild y otros «hijos de
Abraham», sino también todo lo que en Francia llevara ape­
llido, por poco que sus poseedores hubieran mantenido relacio­
nes con los judíos. Está claro que el libro ofrecía así motivos
de interés, aunque no tanto como para que Drumont luciera
una aureola de profeta, «revelador de la Raza» (Alphonse Dau-
det), «el mayor historiador del siglo xix» (Jules Lemaitre),
«observador visionario» (Georges Bernanos).130
Quizás sea Bernanos quien nos descubra una primera clave
del éxito de La France juive, cuando él mismo describe los
tiempos presentes como «una época en que todo parece desli­
zarse por un plano inclinado a una velocidad que cada día se
acrecienta», y cuando añade que la «obra de Drumont respira
una especie de terror físico, carnal».131 Independientemente del
temaj no cabe duda de que este pesimismo visceral suscitaba
ecos fácilmente en el bando antilaico y antirrevolucionario, nos­
tálgico de aquellos buenos tiempos que para este bando se con­
fundían con el Ancien Régime. Además, existía una manera de
enfocar el asunto. Cuando Drumont escribía ya en la primera
página, confrontando dos entidades odiosas: «El único que se
ha beneficiado con la Revolución es el judío. Todo viene del
judío; todo regresa al judío», mataba dos pájaros de un tiro.
Más adelante, la gloriosa Francia de antaño, «la Francia de las
Cruzadas, de Bouvines, de Mariñano, de Fontenoy, de San Luis,
de Enrique IV y de Luis XIV», prestaba declaración contra el
judío, puesto que «se ha obstinado en cerrarle las puertas, ha
franela 59

convertido su nombre en la más cruel de las injurias».132 Así


pues, la Francia «judía» de Drumont era simplemente la
Francia 133 moderna, republicana y laica (asimismo, La Croix
opinaba que «cualquiera que pretenda ignorar a Jesús ya es
judío por una faceta principal»); sólo después de más de mil
páginas que describen el ajudiamiento de Francia, y en conse­
cuencia la emancipación de los judíos, Drumont reconocía la
simplicidad de sus propósitos:

«¿Y qué veis al terminar este libro de historia? Yo


sólo distingo una figura y es la única que os he
intentado mostrar: la figura de Jesucristo insultado,
cubierto de oprobios, lacerado por las espinas, cru­
cificado. Nada ha cambiado desde hace mil ocho­
cientos años... Sigue en todas partes, colgado de
los escaparates populares, expuesto a los abucheos
de los suburbios, ultrajado por la caricatura y por la
pluma de este París infestado de judíos tan obstina­
dos en el deicidio como en tiempos de Caifás...» 134

¿Debe extrañarnos que La France juive encontrara a sus


más entusiastas lectores entre esos «bondadosos sacerdotes»
incitados por Drumont a «explicar que la persecución religiosa
no es más que el prólogo de la conspiración organizada para
arruinar a Francia»? 135 Pero, sin duda, su mayor habilidad
consistió en «rejuvenecer la fórmula» (Barres), supeditando
parte de su argumentación a los prestigios de la ciencia. Todo
su primer libro, que citaba el respaldo de lumbreras tan poco
clericales como Littré y Renán, exploraba el contraste existen­
te entre «el semita mercantil, codicioso, intrigante, sutil, astu­
to» y «el ario entusiasta, heroico, caballeresco, desinteresado,
franco, confiado hasta la candidez. El semita es terrícola... el
ario es hijo del cielo (...) [el semita] vende gafas o fabrica
lentes de anteojos como Spinoza, pero no descubre ninguna
estrella en la inmensidad de los cielos como Leverrier»,134 y
así por el estilo. Tras ajustarse a la ciencia de su siglo, Dru­
mont, unas cien páginas más lejos, iniciaba a su modo la rees­
critura de la historia de Francia y, evocando a los judíos a tra­
vés de los actos o las palabras de San Luis y de Bossuet, enla­
60 La Europa suicida

zaba con los tradicionales yerros del antijudaísmo cristiano.


«Como un falso católico de los de verdad, parece usted poseer
mucha indulgencia por los judíos conversos», ironizaba Ale-
xandre Weill.137 Y, en un suplemento, Drumont efectivamen­
te llegaba a escribir: «La conversión de un judío constituye el
mayor alborozo que pueda experimentar la Iglesia de Jesucristo,
y conozco al respecto algunos hechos verdaderamente enteroe­
cedores».138
A fin de cuentas, la importancia de los triunfos de Dru­
mont puede atribuirse a este sincretismo teológicorracista; sin­
cretismo que, dado el ámbito que ha propiciado, resalta en
múltiples publicaciones oficialmente católicas, por ejemplo en
las «Semanas religiosas» diocesanas. La de Reims, 1892, lo
demuestra: «La familia Rothschild no es una familia france­
sa, es de raza judía, ¡es de nacionalidad alemana!» O, el mismo
año, la de Clermont: «Alemanes y judíos, que no tienen ni
la sangre de nuestra raza, ni la fe de nuestros padres, ni siquie­
ra el instinto de nuestra hermosa familia francesa, nos han
tratado como si fuéramos vencidos y esclavos, y están dispues­
tos a echarnos de nuestra propia casa a puntapiés en el trase­
ro».139 También La Croix, ya abiertamente antisemita, opo­
nía a la «raza judía» no una raza cristiana, sino la «raza fran­
ca»,140 y en otra ocasión escribía que «al margen de toda idea
religiosa», sería absurdo pensar que un judío pudiera volverse
francés.141 Recíprocamente, el abate Lémann, un judío converso,
pretendía asumir, con una humildad más que cristiana, su
responsabilidad de judío por el crimen de la Crucifixión.142
Es obvio que, a partir de 1886, el tema judío se convirtió
en un tema de moda, un auténtico filón tanto para novelis­
tas como para periodistas. De forma característica, el mismo
título de la obra de Drumont fue utilizado en seguida por
Calixte de Wolski (La Russie juive, 1887) y por Georges Mey-
nié (L ’Algérie juive, 1887); en 1900, aparecía una Autriche
juive (de Fr. Trocase), en 1913 una Angleterre juive (de «Doe-
dalus»), y el propio Drumont prometía estudiar el azote semita
a escala internacional en una Europe juive que nunca se publi­
có.143 Dicho esto, la literatura antisemita francesa de la Belle
Époque se cuenta por cientos, incluso por miles de títulos.144
No es fácil dar una idea de la riqueza de variantes de la «teo­
Francia 61

ría del complot» elaborada a la sombra de la France juive; el


caso tuvo una secuela quizás inevitable, debida al abate Renaut,
doctor en derecho canónico, cuando éste se propuso desen­
mascarar al mismo Drumont, tildándole de conspirador judío:
«Drumont sabe y anuncia casi siempre lo mismo: “Somos la
raza superior, el mundo nos pertenece y somos los dueños del
mundo” (...) El carro de la revolución avanza triunfal llevando
& Roma al jefe israelita de la francmasonería, para que ocupe
el trono del Papa, vicario de Jesucristo.» (L ’Israélite Édouard
Drumont et les sociétés secretes actuellement, París, 1896,
pp. 641-643.)
En el caso de obras que no perseguían miras tan altas, sobre
todo novelas, descubrimos tendencias eróticas que rara vez se
insertaban en la gazmoñería alemana o rusa. Tal como apunta
Jeannine Verdés-Leroux, «se percibe una atracción, una fasci­
nación en el sitio que esta literatura concede a la mujer, pero
también en el hecho de que globalmente se le atribuye una
belleza. La mujer judía es asimismo motivo de repulsión: es
impúdica, lasciva y fría a la vez, venal; posee una belleza tur­
bia e inquietante».145 De manera más general, el antisemitismo
francés, si lo comparamos sobre todo con el de los alemanes, se
caracterizaba por un toque de frivolidad cuyos efectos leniti­
vos resultan innegables.
Diversos escritos de la época pueden dar la impresión de
que el antisemitismo pasaba a ser en Francia, hacia 1890, una
lespecie de monopolio católico. En septiembre de 1890, La
Croix se proclamaba con orgullo «el periódico más antijudío
de Francia»; 146 en marzo de 1891, el primer número de una hoja
efímera que se tituló L’anti-Youtre, deploraba que «hasta hoy,
los clericales han sido los únicos que han atacado a la jude­
ría»,147 y en pleno apogeo del caso Dreyfus, Georges Clemen­
ceau no decía otra cosa, haciendo constar que «el antisemi­
tismo sólo es un nuevo clericalismo que está cogiendo ven­
taja».14* Más o menos por la misma época, un redactor de La
Croix escribía a su director, el P. Vincent de Bailly: «El caso
de la judería vuelve a apasionar a todos los cristianos... Un
buen número de semincrédulos comienzan a pensar que en Fran­
cia los católicos son los únicos franceses de verdad»,149 consti­
tuyendo así el antisemitismo en atributo exclusivo de la catoli-
62 La Europa suicida

ddad. Pero no todos los católicos opinaban igual,150 ni tampoco,


por su parte, el antisemitismo laico, cientista e íntegramente
racista carecía de paladines.
La imperecedera inspiradón voltairiana,151 por ejemplo, se
manifiesta en los popularísimos escritos, tan ponderados por
S. Freud, del ensayista y psicólogo Gustave Le Bon: «Los ju­
díos no poseen ni artes, ni ciencias, ni industria, ni nada de lo
que constituye una civilización... No hay ningún pueblo, ade­
más, que haya dejado libro tan cargado de relatos obscenos
como los que a cada instante contiene la Biblia.» 152 Por su
parte, el filósofo materialista Jules Soury, amigo y valedor
científico de Maurice Barres, se expresaba en términos de crian­
za animal o de avicultura:

«El producto fecundado del huevo de un ario o dé


un semita deberá reproducir los rasgos biológicos
de la raza o de la especie, cuerpo y alma, con la
misma seguridad que el embrión, el feto, el joven y
el adulto de cualquier otro mamífero. Criad un
judío en una familia aria desde su nacimiento (...)
ni la nacionalidad ni el lenguaje habrán modificado
ni un átomo de las células germinales de este judío,
ni por consiguiente de la estructura y de la textura
hereditarias de sus tejidos y sus órganos.» 153

No en vano Soury creía haber descubierto «el substrato


cerebral de las operaciones racionales».154 También podemos
dtar al antropólogo iluminado Georges Vacher de Lapouge
quien, temiendo la extinción de los arios, consignaba en 1887
esta visión efectivamente profética: «Estoy convencido de que,
durante el siglo que viene, habrá matanzas por uno o dos
grados de más o de menos en el índice cefálico... los últimos
sentimentales podrán presenciar copiosos exterminios de pue­
blos».155 Y otros muchos,' capaces de manejar «las inexorables
leyes de la naturaleza» a su antojo.156
En la vida política, el campo socialista, pese a que inicia­
ra un tardío distanciamiento de una ideología que se estaba
convirtiendo en el patrimonio de la burguesía católica, aún con­
taba en sus filas, hacia 1900, es decir recién concluido el caso
Francia 63

Dreyfus, a varios antisemitas convencidos como el médico


Albert Régnard o el célebre abogado belga Edmond Picard,
mientras que René Viviani o Alexandre Millerand, por ejem­
plo, adoptaban una actitud ambigua.157 Dicha ambigüedad, sin
Embargo — o lo que tendamos a calificar retrospectivamente
con esta palabra— , parecía reinar a todos los niveles: en 1892,
¡durante una reunión muy contradictoria, los mismos Guesde
j Lafargue no dudaron en rivali2ar con dos colaboradores de
Drumont,158 y todavía en enero de 1898, el partido socialista,
según texto que firmaban Jaurés, Sembat y Guesde, no daba
Ja razón ni a los partidarios ni a los enemigos de Dreyfus, por
Considerarlos respectivamente oportunistas y clericales: «¡Pro­
letarios, no os alistéis en ninguno de los clanes de esta guerra
civil burguesa!» 159 Había otros ideólogos que querían com­
binar, como en Alemania, socialismo y antisemitismo. A prin­
cipios de 1890, se había creado en París, bajo la presidencia
tte Drumont, una «Liga antisemítica nacional de Francia», cuyo
vicepresidente Jacques de Biez, se calificaba de «nacionalsocia­
lista». Este movimiento bajó a la calle e intentó proletarizarse,
teniendo como animador al azaroso marqués de Mores, jefe de
lina pandilla de descargadores de les Halles y de carniceros de
fe Villette.160 También como en Alemania, se constituyó enton­
ces un grupo antisemita en la Cámara de diputados: en noviem­
bre de 1891, alcanzó 32 votos favorables un proyecto de ley
que pedía la expulsión general de los judíos.161 También como
lin Alemania, surgieron autores que pretendían demostrar la
arianidad de Jesús, patrióticamente afiliado por Jacques de
Biez a la raza celta.162 Y no obstante, el antisemitismo francés
|iíO admite una comparación correcta con el antisemitismo ger-
mánico.
? A tal fin, conviene que recordemos algunos puntos ya evo­
cados, una laxitud de los principios, que no dejaba de relado-
Oarse con la afición a la farsa e incluso con el arte de la misti­
ficación. Observamos la diferencia de las respectivas concep­
ciones si, por ejemplo, nos atenemos a las circunstandas que,
jfea abril de 1892, presidieron la fundación de La Libre Parole,
P célebre órgano de Drumont, este periódico estaba financiado
[jpor un tal Gérin, un especulador que, dos años antes, había
l«cho un llamamiento a los judíos para costear la lucha contra
64 La Europa suicida

el antisemitismo; y como administrador-gerente figuraba Gas­


tón Cremieux llamado Wiallard, un judío converso.163 Esta
tolerancia sui generis imperaba no sólo en los asuntos financie­
ros sino también en las cuestiones de honor; los antisemitas,
en contra de lo que sucedía en Alemania, no se negaban a
batirse con los judíos. Después del memorable duelo Drumont-
Arthur Meyer, y pese a su escandaloso desenlace,164 hubo otros
muchos, entre los que destacó el duelo Morés-Armand Mayer,
de trágico final; al día siguiente de la muerte del oficial judío,
Drumont, en La Libre Parole, lamentaba que una sangre tan
valerosa no se hubiera derramado al servicio de la patria, en
un campo de batalla,165 y por toda Francia cundió una intensa
emoción (un periódico de provincias de escasas simpatías por
Israel comentaba: «Quienquiera que lleve espada no tiene el
alma judía»).166 Desde esta óptica, el «bautismo de sangre» puri­
ficaba las tareas de los judíos a título postumo, y un judío
muerto se convertía en un judío bueno; semejante concepto del
honor militar, patéticamente compartido por algunos comba­
tientes judíos de la Primera Guerra mundial,167 habrá de repe­
tirse más tarde entre los antisemitas del «Estado francés» de
Vichy y ante todo, según documentos que lo certifican, en el
propio mariscal Pétain.168 En contrapartida, podemos situar las
deudas que los grandes tenores del antisemitismo contraían
fácilmente con los judíos (por ejemplo, el marqués de Mores con
el aventurero Cornelius Herz, por mediación de Drumont,
o el traidor Ferdinand Esterhazy, que solía asistir a oficiales
judíos, con el barón de Rothschild);165 no cabe duda de que
ambos bandos creían imponer su astucia, pero juegos de esta
índole no acostumbran a encerrar convicciones muy profundas.

Los historiadores de la economía nos dicen que, a partir


de 1882, Francia conoció un prolongado receso que duró hasta
1890 aproximadamente. Estas fechas límite se hallan indica­
das respectivamente por el crac de la «Unión générale» y por
las dificultades del «Banco de crédito»; se extendió la opinión
de que ambos casos eran imputables a los judíos, y especial­
mente a los Rothschild.170 Sin embargo, otra quiebra mucho
más estridente se grabó infinitamente mejor en la memoria
Francia 65

Colectiva: alcanza un nivel internacional, hasta el punto de


que aún hoy, en Moscú o en Leningrado, se utiliza la palabra
Panamá para denominar un timo de suma envergadura, como
se hacía en la Francia de la Belle Époque (en tal sentido gené­
rico, ya asoma algún «panamá» en los Protocolos de los sabios
de Sión, por ejemplo).171 El mecanismo del «Panamá» original
era muy sencillo: como resultaba imposible abrir el canal por
medio de las técnicas empleadas, los fondos recogidos servían
«n creciente proporción para comprar el silencio o las compli­
cidades de los políticos y de la prensa. Por citar la concisa ex­
plicación de Drumont, «la fórmula consistía (...) en recurrir
a la prensa para que afluyera el dinero de los suscriptores, para
¡mantener siempre en vilo el entusiasmo de la prensa; así
transcurrieron ocho años...».172 Figuraba en el centro del escán­
dalo un vejete tozudo y megalómano, el «héroe de Suez» Fer-
dinand de Lesseps, secundado por su hijo; luego, se escalo­
naban en círculos concéntricos un puñado de corruptores, varias
adecenas de parlamentarios y centenares de periodistas corrom­
pidos, y decenas de miles, si no más, de pequeños ahorradores
arruinados.173 Ahora bien, como los principales corruptores eran
Judíos (Lévy-Crémieux, Jacques de Reinach, Cornelius Herz,
Arton), dan ganas de dedr que por una vez la propaganda anti­
semita no era arbitraria. Basta remitirse entonces a los escritos
de la época para comprobar que, de todos modos, los judíos
hubieran cargado con las culpas.
En efecto, mucho antes de que no se hicieran públicos
íos nombres de los principales instigadores Cornelius Herz y
el barón de Reinach, La Croix, tomando postura en favor de
los Lesseps, ya lanzaba acusaciones contra judíos imaginarios:
«Dejan que Panamá perezca, porque esta sociedad quiso actuar
sin acogerse a la tutela de los financieros judíos»; más aún,
este periódico, por razones políticas que Pierre Sorlin resume
muy bien, se abstuvo de vituperar a Herz y a Reinach incluso
cuando sus nombres ya corrían de boca en boca.174 Igual ocu­
rrió con Drumont, que sin embargo dedicó casi doscientas
páginas al escándalo, en La demiére bataille (1890); aún así,
Sus críticas no pasaron de meterse con Lesseps, ese «bellaco
que ha sido el causante de que tantos infelices se suicidaran»,175
y con las costumbres de su tiempo. Si en otro capítulo acu­
66 La Europa suicida

saba a Cornelius Herz y más generalmente a los judíos, ¡lo


haría porque los consideraba como los malos consejeros del gene­
ral Boulanger! Y por una vez comparaba positivamente, en
una nota, a los judíos Rothschild con los cristianos Lesseps.176
No obstante, conviene añadir que al cabo de poco tiempo, en
otoño de 1892, fue La Libre Parole de Drumont, recién fun­
dada, la que provoca el escándalo político y se asegura de golpe
su propio lanzamiento, gracias a los informes sobre los parla­
mentarios implicados que le suministraba el propio Reinach, con
la esperanza de salir a cambio bien librado...177
Una vez dicho esto, ¿hay que añadir que el papel de insti­
gador, tan en consonancia aquí con una milenaria demonología
cristiana, desempeñado por los intermediarios que rodeaban a
los Lesseps, contribuyó a la magnitud del escándalo? Tal como
en 1897 escribía Émile Zola, «debemos al antisemitismo la
peligrosa virulencia que entre nosotros han adquirido los escán­
dalos de Panamá»;178 en 1907, el historiógrafo judío Isaic
Levaillant creía poder precisar: «Durante esta campaña, anti­
semitas y socialistas se han puesto de acuerdo, unos para desa­
creditar el régimen republicano y parlamentario, otros para
herir al capitalismo».179 En tal aspecto, también podemos recor­
dar todos aquellos «chistes judíos» que pierden buena parte
de su sal o de su gracia con sólo substituir a Leví por Martín,
al judío bueno por el cristiano bueno. Está claro que no hacía
falta ser un antisemita militante ni un ahorrador arruinado para
reaccionar ante las «disertaciones sobre Cornelius Herz y las
prosopopeyas sobre el barón de Reinach» que llenaban las co­
lumnas de la prensa,180 ni para aguzar el oído por el mero
hecho de que alguien pronunciara apellidos «semíticos» que
al mismo tiempo eran nombres casi siempre de resonancia ger­
mánica, con mucho impacto por esa época. Así se explica que
los judíos pasasen no sólo por judíos sino también por alema­
nes a ojos de sus adversarios, que sin embargo se veían devol­
ver la pelota cuando los primeros, de común acuerdo con sus
amigos, afirmaban haciendo gala de la mejor exactitud que lo
que sí procedía de Alemania era el antisemitismo.181 Quizás
haya llegado el momento de describir en pocas palabras lo que
de verdad representaban los judíos en Francia, a finales del si­
glo XIX.
Francia 67

Su cifra total no sobrepasaba los ochenta mil (0,02 % de


la población francesa), y más de la mitad vivían instalados en
París. Rara vez, acaso nunca, una cantidad tan pequeña ha hecho
hablar tanto de sí; lo que ocurre es que habían alcanzado efec­
tivamente, según la predicción de Alfred de Vigny, «la cum­
bre de todo en los negocios, las letras y sobre todo las artes
y la música...».182 A tal fin, cabe señalar que por regla general
son los nietos del ghetto quienes, a la «tercera generación»,
hacen acopio de los más espectaculares éxitos, y esto en todos
I q s dominios de la existencia. De este modo, los financieros
pueden entrar en oposición con los sabios, y los advenedizos
<5on los fieles defensores de Francia (dado que los unos no ex­
cluyen forzosamente a los otros, tal como sugieren los casos
de Cornelius Herz y de la familia Reinach).183 Una obra recien­
te nos describe, no sin una pizca de ironía, a los ideólogos de
|a integración, a los historiadores consistoriales para quienes
jfd momento del Mesías ya había llegado con la Revolución
¡francesa», a los rabinos que, durante el período de la alianza
^anco-tusa, se creían obligados a hacer elogios del zar anti-
iilpnita Alejandro III, a los autores que, por considerarse «hijos
adoptivos de Francia, declaraban su voluntad de ser dos veces
<]|iás franceses que los cristianos», y en fin a los pensadores que,
|jomo el célebre filósofo James Darmesteter, esperaban que la
«apital de Francia se convirtiera en «la capital del mundo y la
píz de los corazones... la ciudad santa».184 Predominaba sin
||uda la tendencia a un afrancesamiento total, a una fusión que
p re c ia inevitable — y deseable— tanto en opinión de los libre­
pensadores «pro judíos», de Renán, de Zola, como de un Alfred
Pjaquet o de los hermanos Reinach (para el menor, Theodore,
P ita r de una Histoire des Israélites, el judaismo «ya podía dar
n t cumplida su “misión” y morir sin lamentarlo, sepultado
jjfn, su triunfo»).185 Mejor aún, los actos se iban adecuando cada
|fas más a las palabras, hasta tal punto que los recuerdos de
P »dré Maurois, de Joseph Kessel, de Emmanuel Berl y de
pMchos otros nos cuentan que sus padres no les descubrían su
Condición de judíos, hasta que ellos mismos lo averiguaban en
P escuela de forma más o menos traumática.186 Fijémonos igual-
mente, al respecto,. en una reflexión de Théodore Herzl, en
||898: «No se puede sacar ningún provecho de los judíos fran­
68 La Europa suicida

ceses. La verdad es que ya no son judíos» y el profeta del


sionismo añadía: «Tampoco son franceses, desde luego».187 Pero,
precisamente, esto es lo que creían ser esos hombres y muje­
res con todo su afán de un perfeccionamiento sucesivo.
Mucho desgarro y muchos conflictos pesan sobre una contra­
dicción de esta índole, cuyos múltiples desenlaces nos ha descri­
to admirable e implacablemente el talento de Marcel Proust
(no se ha comentado aún lo bastante el hecho de que, con el
correr de los años, la vana evolución existente entre el aris­
tócrata Swann, que «llegado ya a una edad de profeta»,18® se
solidariza con los judíos, y el nuevo rico Bloch, que conver­
tido en Jacques du Rozier, logra desjudaizarse, es uno de los
temas primordiales de la obra proustiana). Veamos por qué
Bloch aspiraba a convertirse en un Rozier:

«Bloch era mal educado, neurópata, snob, y, por


pertenecer a una familia poco apreciada, soportaba
como un ente submarino las incalculables presiones
que sobre él ejercían no sólo los cristianos de la su­
perficie, sino las capas superpuestas de las castas
judías superiores a la suya, empeñada cada una de
ellas en abrumar con desdenes a la que le venía
inmediatamente detrás. Abrirse paso hasta el aire
libre, encaramándose de familia judía en familia ju­
día, hubiese requerido para Bloch varios miles de
años. Más valía buscar la salida a base de abrirse
un camino del otro lado.»

Y Bloch lo consiguió después de veinte años, cambiando


de n om bre—y de cara: «En efecto, una elegancia inglesa le
había transformado totalmente el rostro tras aplicar la gar­
lopa en todo aquello que pudiera borrarse (...) desapareció esa
nariz judía en la medida en que una joroba bien compuesta
parece casi erguida...» Poco después, leemos en ese párrafo de
Le Temps retrouvé: «Bloch había entrado saltando como una
hiena» }n
Aun admitiendo esa capacidad de Proust en descubrir
cruelmente la psicología de ciertos «israelitas», debemos indicar
que quien mejor reflejó la percepción antisemita de los judíos,
Francia 69

durante el asunto de Panamá, fue otro artista de su misma


talla, Maurice Barrés, d primer maestro espiritual del general
de Gaulle y de muchos franceses ilustres.199
Leyendo a Barrés, se pone de manifiesto la ambivalencia
de los antisemitas franceses, cuyo odio delata claramente un
trasfondo de atracción o hasta de admiración. Ya en 1890,
Barrés se preguntaba sobre «el carácter común de las inteli­
gencias judías»: «El judío es un lógico incomparable. Posee
unos razonamientos netos e impersonales, como una cuenta
bancaria (...) Así eluden casi todos nuestros motivos de error.
De ahí nace su maravillosa pericia en dirigir su vida...» 191 Den­
tro del mismo contexto, Barrés no disimulaba su admiración
por Disraeli, y Léon Blum, que le conoció entonces, evocaba
en 1935 «la gracia ufana y donosa de su acogida, esa nobleza
natural que le permitía tratar llanamente a cualquier tímido
debutante que le visitara. Estoy seguro de que sintió por mí una
verdadera amistad...» 192 El caso Dreyfus fue el único momento
en que Barrés se vio asaltado por esa manía de persecución
antisemita, que impregna del principio al fin su gran «Novela
de la Energía nacional» (1897-1902). Reunidos en el salón del
barón de Reinach, los financieros judíos «constituyen el go­
bierno de nuestro país, y nuestros ministros les piden que diri­
jan en la sombra y sin responsabilidades las finanzas del Esta­
do»; no por ello dejan de ser unos «lacayos alemanes», pero
dichos lacayos «metidos a negociar la misma Francia».193 (Ya
veremos algo más lejos mejores palabras, o de mayor estriden­
cia: el antisemitismo elevado a una especie de arte divinatoria.)
Con respecto a los entretelones del «Panamá», el talento de
Barrés le sugería síntesis sorprendentes: «Cada vez que
Reinach se atiborra, aparece un Comelius Herz que lo estruja
hasta hacerle vomitar».194 «No obstante, comprobamos que el
¡personaje de aventurero de grandes dimensiones como fuera el
propio Herz (de quien Jean Bouvier dice que «desafía todo
análisis»)195 parece dejarle un tanto cohibido; vemos cómo des­
carga sus furores contra Reinach, cómo le trata de «cerdo del
bulevar», de «rata envenenada detrás de los tabiques», de «ca­
dáver que farfulla», mientras que en cambio, cuando se refiere
a Herz, se contenta con escribir que «Sturel [es decir él mismo,
Barrés] le contempla con esa fría indiferencia, muy fácil de
70 La Europa suicida

transformarse en odio, que separa a los representantes de dos


especies naturales».196
En este aspecto, un vistazo a la polémica anti-Dreyfus de
Barres nos revela hasta qué punto éste se hallaba obnubilado
por las perspectivas cientistas o científicorraciales de su época.
«Que Dreyfus es capaz de traicionar, lo deduzco por su raza.»
«Sí, Jules Soury ha sabido usar la expresión acertada: “Un
hombre que ladra” .» «A este solitario, sólo le quedaba su raza,
y eso es algo que no hay ni voluntad ni circunstancia que pue­
dan suprimirlo tanto en un semita como en un ario.» 197
Debemos añadir que estas exageraciones se remontan al caso
Dreyfus. En cuanto al escándalo de Panamá, por desmesurado
que fuera, dejó paso a otras sensaciones políticas que, sobre
todo desde el atentado de Vaillant al de Caserío, y en medio
del sangriento pavor sembrado por los anarquistas, le apar­
taron de la actualidad durante 1893. De forma más general,
él antisemitismo parecía menguar a escala europea; desde otoño
de 1893, en Francia al menos, se hacía evidente su decaimiento;
hasta tal punto que Drumont, tras la necesidad de reducir el
tamaño de La Ubre Parole, entabló conversaciones en verano
de 1894 con intención de venderla.198

El «Caso»

Desde muy temprano, abundaron los hijos de familia judíos


que se lanzaban al asalto de la carrera militar, dado que en
Francia no tenían vedado el acceso a las armas: ya en 1880,
asistían a la Escuela politécnica más judíos que cristianos, con
una superioridad proporcional de diez a uno; 199 por lo que
atañe al conjunto del cuerpo de oficiales, éste contaba, en 1894,
con casi un 1 % de judíos (más de 300 sobre 40.000), y Dru-
motít se indignaba cuando veía que los Lévy superaban a los
Martin. Por eso, en mayo de 1892, el primer ataque de La
libre Parole se dirigía contra estos traidores en potencia, ya
que un oficial judío era por definición «el oficial que trafica
sin pudor con los secretos de la defensa nacional» (así se ex­
plica la serie de duelos que hemos mencionado). Es un hecho
que muchos oficiales católicos compartían esta opinión, como
Francia 71

también lo es que el periódico de Drumont no se equivocaba


del todo cuando añadía que «la inmensa mayoría de militares
experimentaban un sentimiento de repulsión instintiva contra
los hijos de Israel».200 Esta es la óptica necesaria para compren­
der la mediocre simpatía que inspiraba a sus compañeros de
armas el capitán Alfred Dreyfus, sin que pudiera evitarlo
cuando hablaba de su «corazón alsaciano» (y nunca de su «co­
razón judío»).201
Bien es verdad que, por lo que respecta a la génesis policía­
ca del drama, «no se podría determinar, sin incurrir en riesgos,
hasta qué punto el hecho de que Dreyfus fuera judío pesó des-
favorablemente a la hora de juzgarle», según escribe Marcel
Thomas, el historiador más seguro del «Caso».202 Sí que po­
dríamos determinarlo, no obstante, desde que, en noviembre,
de 1894, se convierte en la comidilla de todos los periódicos,
hasta el momento en que se cierra el caso, suponiendo que
éste se haya cerrado ya definitivamente.203 Lo esencial ha que­
dado resumido por Theodore Herzl que, en su calidad de perio­
dista, había asistido al proceso y a la degradación: «No grita­
ban “ ¡Abajo Dreyfus!” sino “«¡Abajo los judíos”».204 Empero,
si los franceses, por una vez casi unánimes, vociferaban de tal
modo, se debía a que estaban patrióticamente excitados por la
prensa en general, que a su vez actuaba en tal sentido espolea­
da por el estado mayor. Cabe decir además que la prensa, al
adoptar esta actitud, pretendía que la perdonaran por haber
aceptado tiempo atrás la ayuda pecuniaria de los corruptores
judíos Reinach, Cornélius Herz y Arton. Sólo así podemos en­
tender «el extraordinario interés pasional» (Herzl) que mere­
ció el juicio. No abundaban los contemporáneos que supieran
resistirse al frenesí antisemita de aquellas semanas. Citemos
entre ellos a Saint-Genest (Emmanuel Bücheron), el cronista
militar de Le Fígaro (cuyas páginas, desde el primer día, ya
aludían a esa «nariz ganchuda que por sí sola es una partida
de nacimiento», etc...):

«Hay cuarenta mil oficiales en Francia: este capitán


es simplemente uno de los cuarenta mil... Si hubie­
se sido católico o librepensador, todo se reduciría a
uno de esos casos aislados, monstruosos, que siem­
72 La Europa suicida

pre se repiten en el transcurso de la historia, y al


día siguiente la gente habría hablado de otra cosa...
en cambio, si los franceses se han fijado en un hom­
bre, en la traición de un hombre, lo han hecho por­
que este hombre era judío.
jPues bien! Antes de que lo juzguen, declaro una
vez más que todo esto es una locura. Dreyfus no es
nada, este proceso no es nada. Lo grave es el es­
pectáculo que hemos ofrecido a toda Europa...»215

El futuro 'mariscal Lyautey, que también hablaba «de una


vergonzosa exhibición ante el extranjero», se expresaba aún
con mayor dureza: i

«Creemos distinguir en todo esto una presión de la


mal llamada opinión pública o mejor dicho de la
calle, de la turba, de esas gentes que suelen unirse
a cualquier exaltación. Sin enterarse de nada, be­
rrean pidiendo la muerte de este judío, porque es
judío y porque hoy se impone el antisemitismo,
igual que cien años antes berreaban para que mata­
ran a los aristócratas.»206

Más tarde, Émile Durckheim vio en tales berridos una


vieja y amarga moraleja:

«Son los parias que sirven de víctimas expiatorias.


Lo que me ratifica en esta interpretación, es la for­
ma que tuvo la gente, en 1894, de acoger el resul­
tado del juicio Dreyfus. Se desbordó la alegría por
todos los bulevares. Se celebró como un éxito lo
que hubiera debido ser luto nacional...» 207 (Por
su parte, Léon Blum hablará de «ese tono propio
de danza de arrancar cabelleras, ese júbilo feroz
de la represalia».)208

Veamos el ejemplo de Léon Daudet, a quien Le Fígaro


encargó que informara sobre la ceremonia de la degradación.
Se trata, como ha escrito Jean-Pierre Peter, «de una obra
Francia 73

maestra de estilo y de acrimonia, espléndido fragmento que


no hay que olvidar en cualquier antología de la infamia».209
Daudet exultaba de alegría: «Dreyfus ha conspirado para hun­
dirnos, pero su crimen nos ha exaltado». Por lo demás, confe­
saba patéticamente que en esta ocasión ya no creía en nada,
como no fuera en «nuestra raza, nuestra lengua, la sangre de
nuestra sangre...»2,0 Ahora bien, años antes, el futuro ani­
mador de L'Action Franqaise había recibido de la compañía de
Panamá una gratificación de diez mil francos (en concepto de
la Revue des Deux Mondes)?11 ¿Cómo no relacionar este hecho
pasado y la ferocidad nihilista de su prosa? Podemos suponer
que existe una relación aún más estrecha en el caso de Ernest
Judet, el director de Le Petit Journal, que en 1914-1918 se
vendería a los alemanes. A juicio de la familia Dreyfus, fue
uno de los que la persiguió con más saña.212 No podemos
situar en el mismo plano a Jean Jaurés, por supuesto. Duran­
te esas semanas, Jaurés, sucumbiendo también a la psicosis
colectiva, insinuaba que el oro judío había podido descarriar...
a los jueces militares de Dreyfus: «[Judíos] cosmopolitas sin
patria, conservadores sin conciencia (...) La verdad es que si
no lo han condenado a muerte, se debe a que el inmenso
esfuerzo de la judería no tiene nada de estéril».213
Tales fueron las reacciones que originó el juicio de Alfred
Dreyfus. Su traslado primero a la penitenciaría de la isla de
Ré y luego al penal de la isla del Diablo aún suscitó algún
revuelo y diversas manifestaciones de alborozo, pero a partir
del verano de 1895, su nombre comenzó a caer en el olvido,
hasta el punto que su hermano Mathieu, que nunca desesperó,
propagó en otoño de 1896 la falsa noticia de su evasión, a fin
de subsanar el desinterés general.
Por lo que atañe al caso Dreyfus propiamente dicho, no se
inició hasta tres años después del juicio, en noviembre de 1897.
De cara al mundo entero, Francia dio entonces el espectáculo
de una guerra civil fría en torno al destino de un judío, guerra
que en opinión de la mayoría, contraria a Dreyfus, estaba deter­
minada por «el placer de tener razón contra todos»,214 es decir
de desafiar la opinión pública extranjera. Con anterioridad, el
proceso, que había dejado a los judíos franceses tan inactivos
como aterrados 215 aunque suscitara la acción de sus hermanos
74 La Europa suicida

de otros países, dio pie para que Herzl escribiera L ’État juif
y convocara el primer Congreso sionista.216 Este congreso, reuni­
do en Basilea en verano de 1897, inspiraría a su vez el mito
terrorífico de los «Sabios de Sión», también forjado en París, el
gran laboratorio de modas e ideas de toda índole.
Así pues, el Caso estallaba en noviembre de 1897, cuando
se produjo el primer golpe de teatro que consistió en identificar
ai traidor verdadero, el comandante Esterhazy; dos semanas des­
pués, Le Fígaro publicaba las famosas cartas en donde dicho ofi­
cial manifestaba el odio patológico que sentía por Francia.217
Como Esterhazy no era judío, sólo hubo un grupo de «intelec­
tuales» que creyera en su culpabilidad. El mundo político sobre
todo, para quien la traición de Dreyfus se había convertido en
dogma, seguía atacando a los judíos, «esa oculta y misteriosa
potencia lo bastante fuerte como para cubrir de sospechas a
aquellos que, llegado el día en que el ejército tuviera que cum­
plir con su deber, se hallarían presentes para dirigirlo» (interpe­
lación de Albert de Mun, el 4 de diciembre de 1897); poco
después, el ministro de Justicia, Georges Lebret, aconsejaba a
los pocos diputados disidentes o confusos que «vigilaran sus
propias circunscripciones»).218 La fábula del «sindicato judío»
dueño de todo el oro del mundo había arraigado con fuerza.
Vinieron a continuación otros golpes de teatro, el Yo acuso de
fimile Zola y su condena por los tribunales, ía absolución de
Esterhazy, el arresto de su acusador, el coronel Picquart. No
había modo de quebrantar la fe de quienes se oponían a Dreyfus,
que eran casi todos los franceses. Manifestaciones y disturbios
antijudíos2,9 exteriorizaron esta fe a partir de enero de 1898,
mientras que la buena sociedad imponía la destitución del direc­
tor de Le Fígaro (Fernand de Rodays), defensor de Dreyfus. Así
nos describe Proust los sentimientos y argumentos de dicha
sociedad:

«Por lo que réspecta a Swann [son palabras del


duque de Guermantes], puedo decir francamente
que se ha portado con nosotros de un modo incali­
ficable. En cualquier ambiente, contó antaño con
nuestro respaldo, con el del duque de Chames,
y hoy me dicen que es un abierto partidario de
Francia 75

Dreyfus. Nunca me lo hubiera esperado de él (...)


Bien es verdad que Swann es judío... Están todos
unidos en secreto... Constituyen un peligro pú­
blico.»
«Todos los extranjeros son partidarios de Dreyfus,
prosiguió el duque de Guermantes (salvo excep­
ciones, naturalmente). No tiene importancia. Pero
cuando se trata de franceses, ya es otra cosa.»220

De este modo, Proust nos sugiere una cierta manera de ser


francés, por esa época, poseer algo más que los extranjeros,
una cierta propiedad, en las dos grandes acepciones del térmi­
no, habida cuenta que esta propiedad era precisamente el anti­
semitismo, formulada por el rencor a Dreyfus como símbolo
o consigna. En el extranjero en cambio, siempre según Proust,
hasta el «príncipe Von» — «el antisemitismo personificado»—
era defensor de Dreyfus.121
Citemos de paso la grandilocuencia de Drumont: «¿Por
qué un snob, por qué un alemán, un inglés, un italiano, un
extranjero, un mestizo, están a favor de Dreyfus? ¿Por qué
quienquiera que sea antifrancés, o que tenga una mancha, una
deshonra, una deformidad intelectual, una supuración moral
cualquiera, está a favor de Dreyfus? ¿Por qué todo lo vendi­
do, pagado, sucio, contaminado y tarado está a favor de Drey­
fus?» 222 Dicho de otro modo, todo lo que es íntegro o integral
(cf. «La France intégrale» de Charles Maurras) sólo puede estar
en contra de Dreyfus.
Las disposiciones contrarias de la opinión extranjera se de­
bían en gran parte a la influencia de dos potencias internaciona­
les, partidarias de Dreyfus desde el primer momento con igual
convicción, por no decir igual pasión: la de los reyes, bien in­
formada sobre la inocencia de Dreyfus a través de las cortes de
Berlín y Roma,223 y la de los judíos, que tomaban partido por
motivos más emocionales. No es fácil dar idea de la fuerza sen­
timental que se volcó en el Caso, a escala del «mundo civili­
zado». Por lo que respecta a Francia, «donde, de otoño de
1898 a verano de 1899, todas las conversaciones aludían al
tema»,22* Léon Blum comparaba el caso Dreyfus con la Revo­
lución francesa, o con la guerra de 1914-1918.225
76 La Europa suicida

El golpe de teatro decisivo y d gran giro del caso Dreyfus


proceden del verano de 1898, cuando se descubrieron los frau­
des fabricados para sostener la acusación: el principal falsario,
el coronel Henry, confesó y selló su confesión con el suicidio.
«No creo que, en toda mi vida, haya habido algo que me impre­
sionara tanto», escribía Blum treinta y cinco años después.™
Gran parte de las élites francesas, escritores, universitarios, saca­
ron sus conclusiones y se unieron a los gloriosos combatientes
del primer momento, los Scheurer-Kestner, los Bernard Lazare,
los Luden Herr; también, en el mundo político, hubo muchos
diputados que «cambiaron de cobardía», como acertó a decir
Anatole France con bastante grada; los sodalistas, sobre todo,
respaldaron la causa del judío. Los partidarios de Dreyfus «te­
nían en su escaso número una preciosa ventaja y prindpalmente
contaban en sus filas con menos imbéciles que sus adversarios,
que en cambio los poseían en abundanda», por d ta r de nuevo
a A. France.227 (Sin embargo, también los partidarios de Drey­
fus andaban obsesionados por la idea de un complot secular, a
saber, el complot jesuíta.) 228 La revisión del proceso Dreyfus
llegó a ser inevitable. N o por ello se dieron por vencidos los
enemigos de Dreyfus; si había existido fraude, era un fraude
patriótico, y Henry era un mártir, proclamaron Maurras y
Drumont; la suscripdón abierta para levantarle un monumento
recogió más de quince mil adhesiones. Entre los suscriptores
figuraban sesenta y nueve diputados y cuatro senadores, y ade­
más Maurice Barrés y Jean Lorrain, Gyp y Pierre Louys, Fran-
$ois Coppée y Paul Valéry (3 frs. — «no sin reflexión»).
Las pasiones subían al rojo vivo, se multiplicaban los iod-
dentes violentos, y cuanto más inminente pareda el triunfo de
los partidarios de Dreyfus, mayor era la impresión de que
crecían los riesgos de un golpe de Estado o de una guerra
dvil. Al final, si Franda recobró la calma, al menos en aparien-
da, fue gradas a una componenda única en su género: condenar
por segunda vez al oficial inocente, para luego indultarlo de
inmediato.
Los manuales de historia nos suministran algunos datos
sobre las secuelas del Caso, fundadón de L ’Action ¡rangaise o
separadón de las Iglesias y el Estado; y además, derta división
secular de Franda, que, acentuada en consecuenda, se ha per­
Francia 77

petuado hasta nuestros días. No se ha prestado suficiente aten­


ción hasta ahora a sus repercusiones antisemitas y mundiales.
También se aplacó rápidamente la indignación internacio­
nal, y fracasó por completo el proyecto de boicotear la Expo­
sición de 1900. Aun así, el ambiente febril de 1897-1899 dio
pie a que se elaboraran en París esos Protocolos de los Sabios
de Sión que tanto éxito alcanzan cada vez que la turbación y
el trastorno se instalan en alguna parte del mundo, por ejem­
plo en la Europa de 1918-1921, frente al peligro comunista, o
en el agitado Oriente medio, sobre todo a partir de 1967.a9
Este texto, como hoy sabemos,230 es obra de un falsario
genial cuya identidad sigue desconocida y le fue encargado pot
un político zarista de alto rango, el general Rachkovsky., que
deseaba complacer a Nicolás II. Evidentemente, lleva un tí­
tulo inspirado por el primer congreso sionista. Pero no sólo
se trata del título. Conviene saber en principio que, por esa
¿poca, la iniciativa de Théodore Herzl suscitó cierta sensación,
a escala europea: concedió una entrevista a un corresponsal del
Journal de París, y el propio Drumont le dedicó un artículo
elogioso.231 En cambio, en ciertos medios de la Santa Sede cun­
dió la sospecha, y la oficiosa Civilth Cattolica escribía el 8 de
febrero de 1898:

«...La condena de Dreyfus ha supuesto un golpe


terrible para Israel; ha grabado su estigma en to­
dos los judíos cosmopolitas que recorren el mundo,
y sobre todo en aquéllos que se relacionan con las
colonias gobernadas por Francia. Los judíos se han
propuesto borrar esta deshonra. Con su habitual
sutileza, se les ha ocurrido alegar un error judi­
cial. El complot se tramó en Basilea, durante el
Congreso sionista, reunido en apariencia para dis­
cutir sobre la liberación de Jerusalén. Los protes­
tantes han hecho causa común con los judíos para
lograr la constitución de un sindicato. El dinero
procede sobre todo de Alemania...»252

Recordemos que d Caso propiamente dicho estallaba en


noviembre de 1897; ya vemos cómo encajaba esta cronología.
78 La Europa suicida

En Francia, trascendió una interpretación similar del sionismo,


propuesta por el ideólogo del «catolicismo social» René de la
fo u r du Pin («En primer plano: el caso Dreyfus; en segundo
plano: el congreso sionista de Basilea») y por Joseph Hum-
bert, director de La France chrétienne.m En Rusia, el primer
editor de los Protocolos insistía en 1903 sobre los peligros del
sionismo, «que desarrolla la tarea de unir a los judíos del mun­
do entero en una sola organización, más compacta y más ame­
nazadora que los jesuítas».234
Así, gracias a ía noticia de un congreso internacional de ju­
díos, resurgían angustias milenarias, que tenían su portavoz
en la figura del falsario desconocido. Si hace más de medio
siglo que las formas patológicas y homicidas del antisemitis­
mo recurren buscándose una justificación, a este texto, tan in­
coherente a primera vista, con preferencia a cualquier otro,
ello significa que su intención debe concordar especialmente
cón las aspiraciones de una mentalidad muy extendida. Por lo
tanto, merece que lo examinemos con mayor atención.
En el fondo, la imaginación maniquea de Maurice Bartés le
permitió anticipar en tres líneas la trama de los Protocolos,
cuando hacia 1897 describía a un grupo de banqueros judíos
acompañados de sus criaturas cristianas, que se habían reunido
en casa del barón de Reinach:

«En ellos se prolonga un estado de ánimo que ya


expresó sus ideales durante el segundo Imperio: ad­
hesión a la idea de progreso y de suavizadón gene­
ral de las costumbres, carencia absoluta de morali­
dad y de dignidad personal, certeza de que el reba­
ño gozará de buenos cuidados si cada uno cuida de
sus propios intereses.»155

Sabemos que los Protocolos tienen su fuente prinripal en


un panfleto dirigido predsamente contra el gobierno de Napo­
león I I I (el Diálogo en los infiernos entre Maquiavelo y Mon-
tesquieu de Maurice Joly). El mundo maquiavélico que pre­
tenden instaurar y regir los «Sabios» judíos es un mundo sa­
ciado, sensato y satisfecho:
Francia 79

«Nuestro poder será árbitro del orden que crea la


felicidad humana (...). Según apariencias severa­
mente observadas, nuestro gobierno sólo utilizará
su poder para bien del pueblo, y nunca en benefi­
cio propio (...) tendremos unas leyes breves, cla­
ras, inquebrantables, desaparecerán todos los abu­
sos (...). Un impuesto progresivo... destruirá el
odio del pobre hacia el rico.»236

No hay ninguna exageración en decir que este texto nos


describe una sociedad de la abundancia ideal, según las nor­
mas contemporáneas; pero, acaso no es también la sociedad
mantenida bajo tutela y plagada de mentiras por el Gran In­
quisidor de Dostoievski, que busca asentar la felicidad entre
los hombres —una felicidad «suave y humilde», y que no va­
cila en pactar con el Maligno para lograr su propósito— «No
estamos contigo, estamos con él, desde hace tiempo, le dijo a
Cristo, pues te juro que el hombre es más débil y más vil de
lo que te creías.» 237 Igual opinan los judíos de los Protocolos,
que declaran de entrada: «Hay más hombres con malos ins­
tintos que con buenos».234 No cabe duda de que actúan mo­
vidos por una voluntad de poder, pero si hurgamos a fondo
la «infinita piedad» del Inquisidor, ¿no ha de descubrirnos una
inspiración peligrosamente similar? 239
Así pues, los Sabios de Sión quieren reinar como déspotas
bienhechores. Sin embargo, la gran paradoja de los Protocolos
radica en el hecho de que es su propia absurdidad la que, tal
como lo ha revelado la historia, les confiere su fuerza de per­
suasión; el problema, planteado en estos términos, es sin duda
el del credo quia absurdum, elevado a la última potencia.
En efecto, tenemos a un grupo de conspiradores que quie­
ren sojuzgar al mundo entero, que quieren que todos los pue­
blos de la tierra acaten «el sistema estoico de Moisés».240 No
obstante, ¿lo hacen en nombre de algún bien o valor supremos
que poseen, tal como suelen hacer casi por definición todos
los conspiradores políticos? De ningún modo. Al contrario: en
reiteradas ocasiones, ellos mismos se consideran malos, viles, cí­
nicos; de sus debates se desprende que el Bien es la religión
de Jesucristo, son los valores cristianos, cuya superioridad re­
80 La Europa suicida

conocen, al tiempo que procuran desarraigarlos. «Las grandes


cualidades populares — la franqueza y la honradez— son vicios
en política. Tales cualidades deben ser atributos de los reinos
cristianos, no nos conviene en absoluto adoptarlas como
guías.»241 A fin de arruinar el orden de cosas cristiano, dicen
confiar sobre todo en «las influencias deletéreas» de la ciencia
y de la filosofía: «fijaos en los éxitos que hemos proporcionado
al darwinismo, al marxismo, al nietzscheismo».242 Los Sabios
de Sión actúan «en provecho del rey-déspota de la sangre de
Sión», y con la intención de convertirlo en «el auténtico papa
del universo, el patriarca de la Iglesia universal», se han in­
ventado el lema de Libertad, Igualdad, Fraternidad, aparte de
provocar la Revolución francesa.243 Son ellos los lobos, mien­
tras que los cristianos son las ovejas:244

«Los cristianos son un rebaño de ovejas, nosotros


somos los lobos. ¿Y sabéis lo que les pasa a las ove­
jas cuando los lobos invaden el redil? (■■■). En
toda Europa, al igual que en los demás continentes,
debemos promover la agitación, la discordia y el
odio (...). Tenemos que arruinar la fe, tenemos
que extirpar de la mente de los cristianos el prin­
cipio mismo de Divinidad y de Espíritu, para sus­
tituirlos por cálculos y necesidades materiales...» 245

Pero veamos indicaciones aún más concretas que, para


muchos lectores, casi equivaldrán a confesiones:

«Nuestro gobierno tendrá apariencias de tutela pa­


triarcal encamada por nuestro gobernante. Nuestro
pueblo y nuestros súbditos le tratarán como a un
padre, que se preocupa de todas las necesidades (...).
Se sentirán muy contentos de que les hayamos re­
suelto cualquier problema, como si fuéramos unos
padres juiciosos, que intentan educar a sus hijos en
el marco del deber y de la obediencia. Pues los
pueblos, con relación a los secretos de nuestra po­
lítica, son hijos eternamente menores, igud que sus
gobiernos (...) convertiremos a la juventud en hi­
Francia 81

jos que obedecen a las autoridades, que aman a


quien les gobierna, como un apoyo y una esperan­
za de paz y de calma.» 244

Esta es aparentemente la última clave del enigma, pues


nos hallamos en presencia (al mismo tiempo que de la varsión
definitiva, canonizada por los ideólogos del nazismo, de la
«teoría del complot») de las máximas obsesiones antisemitas,
enfrentadas a los judíos, esos «padres» dotados de facultades
sobrehumanas, esos «sabios» que dictan sus leyes a los cris­
tianos, esos «tutores» insoportables por el mero hecho de
existir. Sin duda, el principal atractivo de los Protocolos, ca­
paz de difuminar todas sus inverosimilitudes, se debía a que
procuraban la ilusión de haber pillado in fraganti a esos ma­
nipuladores, responsables de todas las imperfecciones y de to­
das las opresiones que sufre la condición humana. Está claro
que una actitud odiosamente paternal de esta índole, que a fin
de cuentas cristaliza en la del chivo expiatorio o la del demo­
nio Azazel, siempre resulta intercambiable. El jesuíta, por ejem­
plo, era un sucedáneo típico, y otro tanto ocurría con el pa­
pel que desempeñaba el francmasón durante el siglo xix. Dos­
toievski, cuando escribe el diálogo entre Iván y Aliocha al fi­
nal de su relato, los menciona a los dos,247 pero nadie como el
judío para satisfacer los requisitos exigidos por la imaginación
ais ti ana, nadie que con tanta fuerza evoque el dilema cen­
tral del relato, un dilema que, según parece, se plantea a cada
persona, al menos una vez en k vida.

Tras estas digresiones, queda por decir que, en contra de


lo que bastante gente supone, la agitación antisemita en Fran­
cia no finalizó ni de lejos en el verano de 1898, al mismo tiem­
po que los tumultos del Caso. Desde esta óptica, el año 1898
se presenta incluso como punto de partida y a la vez como
punto de llegada. Bien es verdad que el caso Dreyfus originó
d nacimiento de una nueva generación de testigos cristianos,
lie escritores y pensadores cuya obra se inició ya determinada
por la justicia restituida a los judíos; Charles Péguy ante todo,
si profeta, el primero que, enfrentándose muchas veces con los
82 La Europa suicida

propios judíos franceses, defendió «el derecho de Israel a la


diferencia» (como se diría actualmente).244 No obstante, también
este año de 1898 asistió a la creación de varias organizaciones
antisemitas nuevas, como la Ligue de la patrie frangaise, pre­
sidida por el poeta Fran?ois Coppée, la Jeunesse nationale et
antisémite, presidida por Drumont, y sobre todo L ’Action fran-
$aise de Charles Mautras y Léon Daudet.249 Si el primero de
los citados se convirtió en el teórico más escuchado de un na­
cionalismo «íntegro», que utilizaría el antisemitismo como pie­
dra de toque hasta la invasión nazi, el segundo fue un pole­
mista particularmente eficaz, de «estilo carnal y olfativo», que
no salvó ni siquiera a su amigo Marcel Schwob, describiendo
«su gran fealdad étnica, abotargada, sus gruesos labios de ja­
món», ni a los judíos acusados de crimen ritual en Rusia, «ani­
males de rostro humano que oscilan monótonamente del oro
a la obscenidad», y que distinguía la mano de Israel hasta en
las mismas alteraciones de la naturaleza, como fueron las inun­
daciones de París en 1910.250 Sobre esta última cuestión, sus
argumentos reflejan sobradamente la diferencia que existía en­
tre el estilo antisemita moderno y el estilo medieval. Para el
fanático de la Edad Media, el judío, por ejemplo, propagaba
la peste a conciencia; para su émulo moderno, en cambio, el
judío, al especular con los bosques, provocaba talas dt árbo­
les que acarrearon las inundaciones. Así pues, en el primer
caso, el judío era deliberadamente nocivo y en virtud de su
ideología, mientras que en el segundo caso, podía serlo sin
darse cuenta y en razón de su propia naturaleza, circunstancia
que, desde un punto de vista racional, no supone apenas nin­
gún progreso.
Por si fuera poco, también persistían algunas supersticio­
nes medievales, y es obvio que Léon Daudet no fue el único
francés que se hizo portavoz de la administración zarista; en
1913-1914, recién iniciado el proceso Beiüis (que ya comen­
taremos más adelante), aparecieron varios libros que trataban
de crímenes de sangre judíos, al tiempo que La Croix se mo­
faba de aquellos teólogos católicos que se empeñaron en de­
nunciar esta absurda fábula. Fundada en 1912, la Revue inter-
nationale des sociétés secréfes de Mñr. Ernest Jouin, antes de
especializarse en los Protocolos, traducía los escritos de los ex­
Francia 83

pertos rusos en crimen ritual. Pero antes que insistir sobre


los profesionales o semiprofesionales del antisemitismo, evoca­
remos, para terminar, a ciertos autores de principios de este
siglo en quienes quizás no esperábamos hallar esta actitud
hostil.
Citaremos primero al publicista Gustave Téry, conocido so­
bre todo por su periódico L’CEuvre, respetable órgano de iz­
quierdas del período de entreguerras, que lucía en su portada
el lema «Los imbéciles no leen L’CEuvre». Sin embargo, se
trataba de una versión modificada: el lema original, de 1911,
era «No hay ningún judío que se suscriba a L ’CEuvre». Du­
rante toda su vida, el brillante universitario Téry adoptó es­
tos métodos para distinguirse; antes de 1914-1918 abierta­
mente; después, con cazurrería, como ya veremos. Sus talen­
tos maravillaban sobre todo por lo que se refiere a lemas y ti­
tulares, alcanzando algunos de ellos cierta notoriedad: así por
ejemplo, El judío, ahí está el enemigo. El peligro judío, La in­
vasión judía organizada por los poderes públicos. Y más aún,
al parecer, El judío en todas partes, que nos sugiere (a riesgo
¿le equivocarnos) la forma primera de un titular muy conocido
que apareció en 1934, a saber Yo ando por todas partes: re­
cordemos, en efecto, al inquilino judío que con tanta fre-
cuencia reside en el «Yo» antisemita (ya lo hemos observado
en el caso de Voltaire igual que en el d e Richard Wagner).251
Mucho más notable es el caso de Georges Clemenceau, so­
bre quien ya nos detendremos de forma más prolija. Pocos
franceses ilustres parecen haber mostrado tan buena disposi-
tíón en favor de Israel, desde el caso Dreyfus, cuando publicó
el Y o acuso de Zola y fue uno de los principales estrategas del
bando favorable a Dreyfus, hasta sus últimos días de gloria,
cuando tuvo a Georges Mandel como brazo derecho y a Geor­
ges Worsmer como confidente. Pero precisamente por esto,
fes sentimientos y opiniones íntimas de este republicano sin
miedo y sin mácula, de este anticlerical convencido, pueden
aclaramos muchas cosas del clima de aquella época.
Clemenceau reaccionó de diversas maneras. Una primera
fez en 1898 volviéndose ensayista para publicar Au pied du
Sinái libro de relatos sobre los judíos de Galitzia (que había
tenido ocasión de conocer a raíz de sus curas en Carlsbad).
84 La Europa suicida

Desde luego no están exentos de vulgaridades: «Lo que más


predomina en Busk, después de patos y ocas, son judíos mu­
grientos (...) narices ganchudas, manos como zarpas que se
aferran a cosas oscuras y que sólo las sueltan a cambio de mo­
neda contante y sonante». De todos modos, se deja llevar sin
reparos por la admiración que le inspira «esta raza enérgica,
difundida por toda la tierra, siempre combatida y siempre
viva (...) que posee el tesoro más preciado, el don de querer
y de hacer». Aun así, ¿cómo utilizaban los judíos este capi­
tal? Según Clemenceau, lo manejaban en espera de llegar a ser
los dueños del universo: «Despreciado, odiado, perseguido por
habernos impuesto unos dioses de su sangre, tel semita] ha
querido recuperarse y completarse mediante el dominio de la
tierra». Semita, aquí, es sinónimo de judío; en otros textos de
Clemenceau, como también ocurre en Karl Marx y en muchos
más, semitismo o judaismo designan el reino del dinero en ge­
neral: «El semitismo, tal como hoy nos lo manifiestan tantos
hijos de Sem y de Jafet...». Posee además otros escritos que
reivindican su idealismo ario para entonces deplorar la prepon­
derancia de esa sufrida raza. Aunque, a su manera, termina con
palabras de esperanza: «Bastará con que se enmienden los cris­
tianos, todavía hoy dueños del mundo, para que no haga falta
exterminar a los judíos con vistas a robarles ese trono de opu­
lencia hasta ahora tan codiciado por hombres de cualquier
época y de cualquier lugar». Este comentario conciliador cie­
rra las páginas de Au pied du Sinai.Jn
Así pues, siguiendo el tono de un Wagner o de un Dos­
toievski, aunque con propósitos muy distintos, Clemenceau ad­
mitía la proximidad del «reino judío». La calidad del testigo in­
vita a reflexionar... Por esa época, el número de judíos fran­
ceses no llegaba a cien mil. Cuarenta años antes, otro testigo
ilustre, Alfred de Vigny, anunciaba el advenimiento de una
generación excepcional, dotada de «aptitudes que la llevan a la
cumbre de todo».

«(...) Apenas serán cien mil los israelitas que se


han establecido en medio de treinta y seis millones
de franceses, pero no cesan de obtener los prime­
ros premios en los colegios. Catorce de ellos, alum­
Francia 85

nos de la Escuela Normal de Magisterio, han copa­


do las primeras plazas. No ha habido más remedio
que reducir el número de los que podían presentarse
a las oposiciones.»253

Parece ser que en efecto los judíos del siglo pasado lo­
graban superar a los cristianos de una forma hoy inconcebible,
sencillamente porque ya habían experimentado desde mucho
antes, y a su modo, las alteraciones, desarraigos, urbanizaciones
y revoluciones que las poblaciones cristianas, en cambio, sólo
iban a conocer masivamente durante la primera mitad del si­
glo xx.254 Deberemos tener muy presente esta cuestión.
Dicho esto, volvamos a Clemenceau. Veinte años después,
en otoño de 1917, tuvo palabras muy duras contra los judíos,
demostrando nuevamente el poder que les atribuía, pues acu­
saba a estos apátridas (ese «pueblo que alcanzó una grandeza*
pero que precisamente manifestó su incapacidad de constituir
una patria por sí solo») de ser los promotores de la Revolu­
ción y la defección rusas. Podemos creer que acaso se trataba
de una intoxicación del 2 ° Buró o de cualquier otro servido
secreto. Más adelante ya examinaremos detalladamente estos
nuevos resortes d d hundimiento de Ocddente, intentando des­
montar sus mecanismos.
¿Qué condusiones podemos sacar? Una primera, que re­
sultaría trivial: a saber, que cuando un gran hombre comenta
un gran tema (gran raza trágica, escribía aún Clemenceau), tien-
de a contradedrse más que cualquier otro. Una segunda con­
sistiría en afirmar que antaño antisemitismo y sionismo no eran
jnuy incompatibles, tal como lo demuestran las palabras o los
escritos de Martín Lutero, de Fichte, de H. Stewart Chamber-
lain o de Drumont, por no dtar más que a unos cuantos anti-
semitas de importanda. Pensándolo bien, este planteamiento
podría extenderse a Clemenceau, que no tituló su libro de re­
batos A l pie de los Cárpatos, tal como aconsejaba la geografía,
a Por consiguiente, a ojos de los europeos del pasado, y sin-
ígularmente a los de los antisemitas, Palestina era el lugar na-
líural de los judíos; sucede sin embargo que bastó que los ju­
díos ocuparan nuevamente dichas tierras para que algunos de
86 La Europa suicida

sus adversarios, con su encono habitual, impugnaran esta rein­


corporación.
Tras destacar esta contradicción como se debe, por qué no
añadir que fueron ante todo los judíos los grandes virtuosos
de las oscilaciones y contragolpes de esta índole, practicándo­
los o soportándolos con una gran dosis de fervor. Nadie como
Charles Péguy ha evocado tan poéticamente esta dialéctica del
aquí y fuera de casa, cuya asimilación tal vez sea imposible:

«Tantas veces han huido, tantas y tales han sido


sus huidas, que ya saben lo que cuesta no huir.
Instalados, entrados en los pueblos modernos, su
máximo deseo sería sentirse a gusto. Toda la polí­
tica de Israel se limita a no hacer ruido, en el mun­
do (mucho ha sido el que ya se ha hecho) (...)
Residir fuera de casa, el gran vicio de esta raza, su
gran virtud secreta; la gran vocación de este pue­
blo... Toda travesía es para ellos la travesía del
desierto. Las casas más confortables, las mejor em­
plazadas... nunca van más allá de una tienda en el
desierto. El granito sustituyó la tienda de paredes
de lona. (...) Así nacieron disensiones increíbles,
dolorosos antagonismos internos, los mayores que
puedan darse quizás entre un místico y un políti­
c o ...» 255

El regreso, con su oscilación «sionista» entre el núcleo de


Israel y una periferia diaspórica, dividida a su vez, país por
país, o régimen por régimen, parece todavía muy incapaz de
poner fin a estas disensiones y resolver estos problemas...

III. RUSIA

Al hablar de Rusia, convendría no perder nunca de vista


que, por lo que se refiere al menos a sus tradiciones guberna­
mentales, este inmenso país fue y sigue riendo más asiático
Rusia 87

que europeo. Poco novedosa resulta esta observación pues, ya


en el siglo xix, la sostenían bien sea los rusófobos europeos o
bien los nacionalistas rusos: como es Habitual, los extremistas
de ambos bandos sólo se diferenciaban por unos criterios de
valor, y si el implacable marqués de Custín decía «escarba en
el ruso, que te saldrá el tártaro», Dostoievski replicaba escri­
biendo que «Rusia comete un error al avergonzarse de Asia...
Para Europa, sólo somos unos tártaros; para Asia, somos se­
res civilizados; dejemos de portarnos como caricaturas de Euro­
pa».256 Al estallar la Revolución de Octubre, un grupo de emi­
grados jóvenes y brillantes, los «Eurasianos», se propuso desa­
rrollar estas ideas, aptas para una mejor comprensión de su
propio destino, por medio de una serie de consideraciones his­
tóricas, lingüísticas y geográficas. Así fue como, a nivel histó­
rico, el genial lingüista Nicolás Trubetskoi escribió La sucesión
de Gengis Kan, título sugerente de un ensayo que afirmaba que
el imperio moscovita se había constituido al recoger la heren­
cia del imperio mogol ya en declive, prolongando sus ambi­
ciones imperiales y conservando las costumbres y estructuras
gubernamentales. Dicho estudio 257 incluía una feroz descon­
fianza ante las usanzas y hábitos occidentales, y en tal aspecto
más significativa resulta aún una comparación con los princi­
pios estatales chinos; hoy por hoy, los regímenes comunistas
establecidos en Pekín y en Moscú, con su defensa del mar­
xismo, logran disimular fácilmente que, en muchos aspectos, no
hacen más que prolongar una tradición secular de estatalismo
nacional. En la Rusia del siglo xvn, igual que luego en la Chi­
na del xix, los extranjeros sólo gozaban de una admisión si
residían en un barrio especial, evitando el trato con la pobla­
ción autóctona. (¿Vale la pena añadir que, durante la segunda
mitad del siglo xx, esta segregación alcanzó sus formas más
perfectas?) Así no obstante, aunque todo extranjero pasara
por ser un fermento de ideas peligrosas, e incluso un espía,
los judíos, en un país cristiano, representaban una amenaza muy
particular: por eso, desde comienzos del siglo xvi, les fue ve­
dado el acceso a la Santa Rusia.
Gran atención merece este fenómeno, y por más de un
motivo. En primer lugar, delata la falsedad de toda tentativa
que pretenda interpretar la historia de los judíos en términos
88 La Europa suicida

sistemáticamente económicosociales, o marxistas: pues si fue­


ra cierto que se propagan y se multiplican, dada su condición
de «pioneros de la economía», en los países nuevos o atrasa­
dos, y si dicha coyuntura bastara para explicar su prodigioso
auge en Polonia, está claro que también en Rusia se hubiera
constituido luego una «clase judía»; y precisamente no fue
esto lo que ocurrió. Más aún, la historia de la relación multi-
socular entre los judíos y quienes ocupaban el poder en Ru­
sia, y sobre todo las circunstancias que vetaron el permiso de
residencia para los primeros, ilustran otra de sus funciones,
propiamente grandiosa, y ejercida en virtud del mero hecho de
que existían, a saber, la de críticos de las creencias estableci­
das o, como se decía antaño, de «doctores de lo incrédulo». En
dicho caso, además, la situación de los judíos rusos confirma de
manera especial una regla que nadie discute en la totalidad
del área cristiana.
Recordemos los hechos.25* En 1478, el gran duque Iván III,
príncipe que definitivamente había logrado quebrar la soberanía
mongol, conquistaba la ciudad libre de Novgorod, la única
ventana abierta de par en par a las tierras europeas que se ha­
llaban en poder de la Rusia medieval. Poco más o menos por
la misma época, aparecía una herejía en la ciudad, similar a
las que se extendían por Occidente en aquellos tiempos, que
denunciaba como ellas las costumbres y poderes de la Iglesia
establecida, y que sólo admitía las Santas Escrituras como úni­
ca fuente de autoridad y de fe. El gran duque, ávido de los
bienes eclesiásticos, manifestó al principio una cierta inclina­
ción en favor de los herejes, que llegaron a crearse influyentes
adeptos en los medios de la corte moscovita. No obstante, ha­
d a 1495, cambió de opinión y mandó perseguir a esos «judai­
zantes» cuyo movimiento concluyó bañado en sangre.
Basándose en las crónicas ortodoxas de la época, los histo­
riadores suelen estar de acuerdo en dedr que fue un tal Sjaria,
mercader judío de Lituania, quien introdujo la herejía en Nov­
gorod, circunstanda que al parecer le valió el nombre bajo el
que dicha herejía ha perdurado. Empero, al margen de este
apellido, las fuentes no proporcionan el menor detalle sobre
esta figura legendaria, claramente fictida.259 Bien es verdad que
la herejía novgorodiana poseía dertos rasgos que la aproxima­
Rusia 89

ban al judaismo, pero éstos no exigían para nada la presencia


efectiva de un judío: a saber, el retorno a las fuentes bíblicas,
la crítica del lujo eclesiástico así como la del culto de imágenes
y reliquias, y la negación de la divinidad de Jesús. Por otra
parte, en la Rusia de aquellos tiempos, los «judaizantes» fue­
ron los únicos que demostraron un interés por las dendas y la
filosofía (entre los escritos que tradujeron, figuran obras grie­
gas y árabes de cosmogonía, y asimismo el Tratado de lógica
de Moisés Maimónides),260 de modo que la herejía judaizante
también se presenta como esbozo de un Renadmiento típica­
mente ruso, que por desgracia caredó de continuidad. Desde
esta perspectiva, cabe decir que su fracaso ya presagia la into-
leranda que por toda hegemonía sentían los rusos representan­
tes del poder, así como su fobia específica contra los judíos.
El segundo gran artesano del imperialismo moscovita, Iván
el Terrible, se expresaba del siguiente modo para explicarle al
rey de Polonia los motivos según los cuales los judíos le pare­
cían unos indeseables:

«A propósito de lo que nos escribes para que per*


mitamos que tus judíos entren en nuestras tierras,
ya te hemos escrito en varias ocasiones, hablándote
de los daños causados por los judíos, que apartaban
a nuestras gentes de Cristo, introducían en nuestro
Estado drogas envenenadas y perjudicaban grande­
mente a nuestro pueblo. Deberías avergonzarte, her­
mano, de escribirnos sobre ellos, sabiendo como sa­
bes sus maldades. También en otros Estados han
hedió mucho daño, y por eso los han expulsado o
condenado a muerte. No podemos permitir que los
judíos vengan a nuestro Estado, pues no queremos
que se propague el mal; queremos que Dios per­
mita que nuestro pueblo lleve una vida sosegada,
sin perturbadón alguna. Y más vale, hermano, que
no vuelvas a escribirnos sobre los judíos.» 261

Todos los autócratas rusos se mantuvieron fieles a estos


prindpios, indusive Pedro d Grande, pese a que éste, cuan­
do «europeizó» su país, se mofó de las tradiciones nadonales
90 La Europa suicida

más sagradas. A raíz de las conquistas o anexiones de una par­


te de Ucrania y de los países bálticos, varias decenas de miles
de judíos se convirtieron en súbditos rusos, de tal manera
que los consejeros de la emperatriz Isabel, la hija de Pedro
el Grande, le demostraron lo mucho que le convenía auto­
rizar el asentamiento de los comerciantes judíos en el interior
de la Rusia propiamente dicha. La emperatriz, no obstante,
se negó y trazó de su puño y letra esta lacónica resolución:
«De los enemigos de Cristo, no quiero ni interés ni beneficio».
Esta piadosa princesa soñó incluso con expulsar de su impe­
rio a todos los judíos, a menos que no abrazaran la religión
griega ortodoxa. El proyecto no llegó a realizarse, y por consi­
guiente podemos fijar este reinado como origen de la costum­
bre que exige que los judíos, a falta de poder ser expulsados,
deben permanecer concentrados en su «zona de residencia»,
sometidos a una legislación excepcional, susceptible de acelerar
su desaparición (por vía de conversión o de rusificación).262
Bajo el reinado de Catalina la Grande, las divisiones de
Polonia transformaron en súbditos rusos la concentración más
importante de judíos que existía en Europa. Bajo el de su hijo
Pablo, vemos que un señor cultivado, el poeta Gabriel Derja-
vin, encargado de investigar la función social y económica de
los judíos ex polacos, los describe en estos términos:

«Habida cuenta de los comentarios antiguos y mo­


dernos sobre los judíos, esta es mi opinión: las si­
nagogas no son otra cosa que nidos de superstición
y de odio anticristiano; (...) los “Kahals” (comu­
nidades) constituyen un Estado en el Estado, que
un cuerpo político sanamenté organizado no debe
tolerar; los arriendos, las factorías, el comercio, las
posadas y todas las instituciones!y actividades de
los judíos sólo son estratagemas sutiles, destinadas
a apoderarse de los bienes y fortunas de los parti­
culares, so pretexto de ganarse el pan rindiéndoles
unos servicios...»

Para reeducar a los judíos, «burladores burlados», Derja-


vin aconsejaba que se les obligara a ejercer oficios honrados
Rusia 91

y útiles, aunque sobre todo cifraba sus esperanzas en una trans­


formación moral, tal como creía que había ocurrido en Ale­
mania, gracias al apostolado del filósofo Moisés Mendelssohn
y de otros judíos ilustrados: «...el reinado de los Talmuds ha
concluido. Ahora, sabios judíos, que en nada ceden a los hom­
bres más eruditos de Europa, se han multiplicado en las tie­
rras alemanas...».263
En suma, Derjavin pretendía reformar a los judíos me­
diante persuasión y dulzura, mediante una difusión razonada
de las luces, y la misma intención llevaban los proyectos idea­
listas de Alejandro I. Su ministro e inspirador Speranski es­
cribía que «era preferible y más seguro orientar a los judíos
hacia la perfección abriéndoles nuevas perspectivas para la con­
secución de la felicidad, vigilando de lejos sus actividades y
barriendo los obstáculos de su camino, aunque sin recurrir a
la fuerza».264 Por lo demás, hasta el fin de sus días, el místico
zar Alejandro manifestó una particular solicitud por los judíos:
proyectaba su emancipación a escala europea, esperando que
así se acelerara su conversión, e intervenía en su favor duran­
te el congreso de la Santa Alianza.265 Sin embargo, el insólito
espectáculo de un zar filosemita no iba a durar mucho.
No significa esto que su hermano y sucesor Nicolás olvi­
dara este afán por abrir los ojos de los judíos a la verdad cris­
tiana. De acuerdo con la opinión vigente, achacaba al Talmud
la culpa de tanta rigidez; un orientalista francés, que trabaja­
ba para él, preconizaba incluso, con objeto de ilustrarlos, «dos
medios distintos, aunque casi igualmente nuevos y seguros: a
saber, mediante el hebreo aprendido siguiendo unos principios
y mediante la versión del Talmud, a fin de que estallara públi­
camente este caos informe, este receptáculo de errores y prejui­
cios donde se acumulan todas las quimeras de un fanatismo de­
lirante».266 Pero Nicolás I optó por otro método, propuesto
por su ministro de Instrucción pública, el conde Uvarov, que
quería presionar para que los judíos o bien matricularan a sus
hijos en las escuelas y colegios rusos, o bien abrieran, por su
cuenta y riesgo, centros especiales cuyas enseñanzas se imparti­
rían en ruso. De este modo, escribía Uvarov, «este pueblo que
lleva sufriendo tantos siglos de opresión, distinguiría el res­
plandor de las Luces (...) aunque en estas escuelas, al dirigir
92 La Europa suicida

la instrucción contra el Talmud, no hace falta proclamar abier­


tamente dicho propósito».257
Sin fiarse ni un ápice, los dirigentes de las comunidades
judías sabotearon el proyecto como mejor pudieron, de ma­
nera que a finales del reinado de Nicolás I, las «escuelas ju­
días de la corona» sólo acogían a unos pocos miles de alum­
nos. Haciendo gala de una desconfianza no menor, el zar de­
claró que mientras él viviera, se mantendrían las leyes anti­
judías. De hecho, cada año se dedicaba a endurecerlas. En su
«zona de residencia», los judíos, acusados de contrabando o de
espionaje, tuvieron que evacuar las localidades situadas a me­
nos de 50 km de las fronteras; en 1844, se disolvieron los
«Kahals» y se creó una censura especial para los libros ju­
díos.268 Para colmo, Nicolás I planeaba imponer a los judíos
(quizás a ejemplo de la predica coattiva pontificia) m la obli­
gación de asistir a oficios divinos, celebrados en yiddish en una
iglesia ortodoxa, con intenciones edificantes.25® Aun así, si los
judíos llegaron a odiar para siempre el nombre de los Roma-
nov, fue por culpa de una nueva medida seudomisionera del
«gendarme de Europa».
A partir de su transformación en súbditos rusos, los ju­
díos lograban librarse del servicio militar mediante una tasa
o impuesto especial, de conformidad con las leyes sobre el
alistamiento en vigor. Nicolás I decidió que debían cumplir esta
obligación como los demás súbditos; más aún, se le ocurrió
tneter a los niños judíos de sexo varón entre los «cantonistas»,
es decir, entre los hijos de los soldados rusos que, tal como
había dispuesto ya Pedro el Grande, se educaban en pritaneos,
y luego debían servir veinticinco años bajo las armas.271 Para
los jóvenes judíos, la edad del reclutamiento se fijó a los doce
afíos aunque, de hecho, bajaba fácilmente a siete años, dado
que esta era la edad reglamentaria instituida por la ley de Pe­
dro el Grande. En tales condiciones, la conversión resultaba
Casi inevitable. No obstante, <¡a quién le iba a tocar la suerte?
La selección de víctimas incumbía a los dirigentes de la comu­
nidad, y tal circunstancia suscitaba, en ghettos y arrabales,
unas intrigas y unas maniobras indescriptibles. Para completar
el cupo necesario, los responsables judíos recurrían a «khap-
pers» o secuestradores semioficiales, auténticos precursores de
Rusia 93

aquellos policías judíos que actuaron en tiempos de las exter­


minaciones hitlerianas. Posteriormente, los niños tomaban d
camino de los cuarteles, con mucha más frecuencia que el de
los pritañeos o las escuelas.
En sus memorias, el escritor Alejandro Herzen evocaba su
encuentrocon una tropa de cantonistas judíos, que en 1835 se
dirigían a su centro de destierro, situado al norte de Rusia:

«Los niños fueron llevados al lugar de las prácticas


y tuvieron que colocarse en filas de a cuatro; —nun­
ca había visto espectáculo tan penoso— ¡pobres,
pobres crios! Los niños de doce a trece años aún
se sostenían con firmeza; pero los pequeños de
ocho a diez... Era un espectáculo indescriptible.
Pálidos, extenuados, encogidos bajo el peso de sus
toscos chaquetones militares, miraban aterrados a
los brutales soldados que les obligaban a maniobrar.
Sus ojeras y sus labios blanquecinos delataban el
cansancio y la fiebre que sufrían. Esos niños en­
fermos, privados de atenciones y caricias, expuestos
al viento glacial del Gran Norte, se encaminaban
así hacia sus tum bas...»272

Se calcula en más de sesenta mil el número de cantonis­


tas que pasaron por este reclutamiento y esta formación. Para
la memoria colectiva judía, se convirtieron en émulos de las
víctimas de las Cruzadas, que prefirieron la muerte al bautis­
mo; según cuenta una leyenda popular, hubo algunos centena­
res que, ante la perspectiva de que los bautizaran en Kazán,
en presencia de Nicolás I, acordaron un pacto de suicidio co­
lectivo, y se zambulleron en el Volga.273
Desde que subiera al trono en 1885, Alejandro II mandó
suprimir esta forma de reclutar judíos, y durante la primera
mitad de su reinado, dio la impresión de que lo que el padre
no había logrado imponer por la fuerza, el hijo lo conseguiría
con dulzura. Dentro del marco del programa general de re­
formas, se procedió a autorizar que los artesanos y comercian­
tes «de primera guilda» 274 se instalaran en el interior de Ru­
sia; los colegios, por su parte, permitieron que la instrucción
94 La Europa suicida

religiosa cristiana se volviera facultativa, resultando entonces


que en veinte años se decuplicó el número de alumnos judíos.215
Lo más importante es que nuevos vientos soplaban por todo
el país y que, al igual que Rusia entera, los judíos cifraban
grandes esperanzas en este «zar liberador» que había abolido
el vasallaje. León Lavanda, el primer escritor judío en lengua
rusa de cierta envergadura, comparaba a Alejandro II con Ma-
caulay... y con Disraeli.276 La rusificación progresaba a gran
velocidad, sobre todo en las clases adineradas; comenzaron a
publicarse en ruso varias revistas y periódicos judíos, mientras
que alcanzaba un hondo impacto una «Sociedad de propagación
de la instrucción entre los judíos», que se proponía familiari­
zar a las masas judías con la lengua y la cultura rusas, y de
paso disuadirlas de la «jerga», denominación que por esta épo­
ca recibía el idioma ancestral. Por su parte, parecía que la so­
ciedad rusa cultivada ya tendía la mano y que (de forma si­
milar a la de los círculos «ilustrados» franceses de finales del
siglo xvm ) 277 por fin asumía las responsabilidades históricas
que exigía la mísera situación de los judíos. En 1858, un ar­
tículo hostil a los «Jids»,278 publicado por la revista Ilustra­
ción, suscitaba la protesta colectiva de la flor y nata de la in­
telectualidad rusa, desde Turgueniev y Nekrassov hasta los fu­
turos reaccionarios Katkov y Aksakov.

La imagen del judío en las letras rasas

Aproximadamente hasta mediados del siglo xix, la socie­


dad culta, al igual que la mayoría del pueblo ruso, solía cono­
cer a los judíos únicamente de oídas. Algunos oficiales en cam­
paña los habían podido divisar de lejos, sobre todo en 1800-
1815, o habían recibido aviso de que los evitaran; por lo de­
más, la idea que los rusos tenían de los judíos sólo podía ba­
sarse, de un lado, en la enseñanza tradicional cristiana y, del
otro, en los autores occidentales, sobre todo los románticos;
lo menos que se puede decir es que ninguna de las dos fuen­
tes resultaba muy halagüeña. Pablo Pestel, uno de los jefes de
los revolucionarios «decembristas» de 1825, planeaba en su
programa político o bien la asimilación forzosa de los judíos,
Rusia 95

tal como pretendía imponerla Nicolás I (que lo mandó ahor­


car), o bien su expulsión con rumbo a Palestina: «Si reunimos
a todos los judíos rusos y polacos en un solo sitio, escribía, su
cantidad sobrepasará los dos millones. Semejante cifra de per­
sonas en pos de una patria no tendría mucha dificultad en su­
perar todos los obstáculos que pudieran presentarles los tur­
cos».779 Esta hostilidad también se transparenta en una reflexión
contemporánea de Alejandro Puchkin, cuando habla «de las
nociones indisociables de judío y de espía».280 Los judíos que
aparecen en diversos momentos de sus obras son judíos con­
vencionalmente traidores; en El caballero avaro, su arte de la
concisión le lleva a apostrofar al «usurero» (por «el caballe­
ro») en estos términos: «Maldito judío, honorable Salomón»,
y a expresar así, en cuatro palabritas, toda la ambivalencia
cristiana; y por supuesto, sus mujeres judías resultan de muy
buen ver. Usando de un romanticismo igualmente convencio­
nal en este aspecto, Lermontov se distinguía por la atenta sim­
patía con que observaba la causa de los hijos de Israel, y hay
quien ha comentado que su primer drama en verso Los espa­
ñoles debiera haberse titulado en realidad Los judíos (o Los
marranos), pues este es el conflicto que elige a sus dieciséis
años para expresar su protesta juvenil y su sentido de la justi­
cia.2*1 En las postrimerías de su breve existencia, una de sus
poesías más populares, La rama de Palestina, aún evocaba la
dramática suerte de los «pobres hijos de Jerusalén». Junto a
Puchkin y a Lermontov, podemos citar a su olvidado contem­
poráneo Kukolnik quien, seguido de otros autores, Leskov en­
tre ellos, exhumaba del pasado moscovita, sin duda a falta de
un modelo auténticamente nacional, el espectro de «Sjaria», el
legendario sobornador del siglo xv.282
Será otro ucraniano, Nicolás Gogol, quien introduzca en las
letras rusas a unos judíos por así decir ya autóctonos. Ocupan
el segundo plano de sus relatos realistas o fantásticos que se
desarrollan en la «Pequeña Rusia», mientras que en Taras
Bulba cumplen una función de protagonistas.
«Todos procedemos de El capote de Gogol», comentaba
Dostoievski. En efecto, el «Yankel» de Tarass Bulba llega a ser
el judío arquetípico de la literatura rusa, Gogol quiso presen­
tarlo como una persona abusiva, cobarde y repugnante según
96 La Europa suicida

los cánones, pese a que nos lo describe capaz de agradecimien­


tos; no obstante, el hecho de que los «señores cosacos» lo aho­
guen en el Dnieper, a él y a sus congéneres, queda como algo
obvio. Yankel es primordialmente un ser ridículo, y la imagen
que Gogol utiliza de «pollo desplumado» ha circulado por toda
la gran literatura rusa: la encontramos en los Recuerdos de la
casa de los muertos de Dostoievski, aplicada al presidiario Issaí
Bumstein,283 ese judío que «hada reír a todo el mundo sin ex­
cepción»; se repite en el Diario de un provinciano en Peters-
burgo de Saltikov y, levemente modificada, en La estepa de
Chejov (la «caricaturesca nariz y la carita de pájaro despluma­
do» de Salomón, el hermano del posadero judío); sobrevivien­
do a la Revolución, los «judíos, pájaros con plumas» también
surgen en Caballería roja de Isaac Babel.28* No menos ridículo
es el Hirschel descrito en el Jid (1846) de Turgueniev, aun­
que esta vez la risa se salpica de angustia, pues la escena des­
cribe la ejecución capital de un espía (uno más):

«La verdad es que el infeliz Jid ofrecía un aspec­


to ridículo, a pesar del horror de su situación; la
horrible certeza de que iba a perder la vida, su hija,
su familia, se pintaba en su rostro mediante unos
gestos tan extraños, unos gritos y sobresaltos tan
absurdos, que no podíamos evitar una sonrisa, a
pesar de que la escena resultara algo penosa...»

¿Por qué ver a un judío en la horca, por muy espantoso


que sea,285 se presta a sonrisas (también en Gogol, cuando se
ahogan los judíos, los cosacos «no hacían más que reírse ante
el espectáculo de esas piernas que se agitaban hacia arriba con
sus sandalias y sus. calcetines»)? ¿No será que esta risa encu­
bre un sentimiento distinto, quizás un miedo latente, suscep­
tible de asomar en coyunturas de otra índole? Por lo que res­
pecta a Turgueniev, durante la segunda mitad dexsu vida cos­
mopolita, demostró en cambio una actitud penetrante y huma­
na hacia sus episódicos personajes judíos.286 Aun así, en líneas
generales, la benevolencia con que la sociedad rusa trató a los
judíos durante unos años no encontró un verdadero parangón
literario. El ingreso judío en dicha sociedad trajo consigo la
Rusia 97

ocasión de renovar la forma de «tratar el tema», pero aun así


las descripciones tienden entonces a realzar el poderío o hasta
el peligro judíos, y la reacción común equivale a un rechazo.
Esta reacción se concreta, con mucha rapidez, en el transcurso
de la década de 1870. Adoptando una postura distanciadota,
el crítico Nicolás Mijailoiviski resumía así la situación: «Al
comparar las figuras de Potiemkin, el magnífico príncipe de
fáuride, y de Samuel Solomonovich Poliakov, podemos lamen­
tar que éste matara a aquél, o podemos alegramos... pero no
se puede negar que éste matara a aquél».
En efecto, todo permite creer que durante estos años de
una industrialización incipiente, el espectáculo de los primeros
millonarios judíos, los Guinzburg o los Poliakov, hería k sen­
sibilidad nacional con mucha más fuerza que los nuevos ricos
autóctonos. Así se explica que Nicolás Nekrassov, cantor del
sufrimiento del pueblo ruso, buscara en un poema el contras­
te entre el gran mercader eslavo, dado a arrepentimientos y
despilfarros, y el Jid financiero, que explota y saquea sin es­
crúpulos, para luego invertir en el extranjero el fruto de sus
extorsiones. Sin embargo, para comprender mejor los nuevos
acentos de la década de 1870-1880, conviene que no perda­
mos de vista otros factores, como los que ejemplariza Occidente,
concretamente Alemania donde se inician las primeras campa­
ñas antisemitas con argumentación racial, una argumentación
que en Rusia (según comprobaba un avispado observador) 287 pa­
saba fácilmente por ser «la última palabra de la ciencia». Sin
duda, todavía debemos tener más en cuenta la exaltación pa­
triótica de la guerra ruso-turca de 1877, cuando Disraeli, ese
símbolo o ese selecto punto de mira, se encargó de frenar en
seco la invasión de Constantinopla por parte del ejército ru­
so. A juicio del conde Iván Tolstoi, privilegiado observador
del antisemitismo ruso y ex ministro de Instrucción pública,
esta guerra supone ante todo el comienzo de un virulento senti­
miento antijudío que cada día ha de ir aumentando, tanto en
las altas esferas como en las masas populares.288 Varios son los
elementos que respaldan esta idea, según nos sugiere la obra de
Dostoievski y también la del gran León Tolstoi, cuyos contra­
dictorios escritos, desde esta perspectiva como de otras mu­
chas, merecen que les prestemos toda nuestra atención.
98 La Europa suicida

En 1861, Dostoievski, polemizando con el eslavófilo extre­


mista Iván Aksakov, preconizaba la abrogación de las leyes
de excepción antijudías; en 1873, por vez primera, atacaba a
los Jids con gran violencia. En 1876, volvía a la carga en re­
petidas ocasiones, bien sea denunciando a los Jids financieros
que, según él, estaban a punto de restablecer el vasallaje rural
en beneficio propio, o bien metiéndose con Disraeli (lord Bea-
consfield, né Israel,a9 escribía), la piccola bestia, la tarántula,
que se sirve de los turcos para crucificar a los hermanos eslavos
de los Balcanes.290
En marzo de 1877, reflejando la exaltación patriótica rusa,
y estimulado además por una carta llena de reproches que des­
de su cárcel le había mandado una especie de «Raskolnikov
judío», Albert Kovner,291 Dostoievski desarrollaba sus concep­
ciones de forma más prolija. En la segunda parte del mismo
fascículo del Diario de un escritor, alentaba la idea de una
cruzada que conquistara Constantinopla y liberara a la Iglesia
de Cristo. Esta es, así pues, la imagen dostoievskiana de la
misión del pueblo ruso, pueblo redentor del género humano.
Cabe admitir que la coincidencia de ambos temas bajo el mismo
techo evidenciaba su contigüidad interna, con el subsiguiente
choque entre un impulso profético y la primogenitura espiri­
tual del “pueblo elegido” ; de ahí nace ese furor que, de Ma-
homa a Lutero y de Voltaire a Marx, tantos ejemplos ha dado,
ya mencionados en nuestros volúmenes precedentes. Pero exa­
minemos más de cerca la cuestión.
El texto lleva por título El problema judío; Dostoievski,
sin embargo, en seguida protesta afirmando que semejante tí­
tulo sólo puede ser una broma, pues él no posee talla suficien­
te para enfrentarse con un problema de tanta envergadura. No
obstante, se siente capaz de emitir una opinión; no ignora que
ésta afecta a los judíos (cita extensamente la «admirable» car­
ta de Kovner). En la continuación de su texto, podemos dis­
tinguir tres grandes temas.
En primer lugar, Dostoievski declara que, dada su genero­
sidad, los rusos (empezando por él mismo) no desprecian en
absoluto a los judíos y que, por ejemplo, no es cierto que el
pueblo ruso en general sienta por ellos un odio religioso, tipo
«es porque Judas mató a Cristo»; los niños y los borrachos
Rusia 99

son los únicos que a veces razonan así, prosigue, cometiendo


un error de talla.®2 Según Dostoievski, son los judíos quienes
en realidad miran con desdén al pueblo ruso, y lo menospre­
cian, lo odian; «tales sentimientos no dejan de ser naturales»,
comenta (la «proyección» aquí es evidente). Sin embargo, no
cesan de quejarse de su envilecimiento y de sus quebrantos:
«podría parecer que no gobiernan Europa, que no regentean,
al menos allí, las Bolsas, y por consiguiente la política, los
asuntos internos, la vida moral de los Estados». Este es, por
lo tanto, el segundo tema, tan trivial en aquella época, que no
obstante se consagrará definitivamente a partir de los Protoco­
los de los Sabios de Sión: «¡cercano está su reinado, su reina­
do absoluto!». Hay párrafos en que la visión dostoievskiana
de un mundo ajudiado recuerda esa otra del joven Marx de
1844, al exclamar «estamos hablando de la judería que domina
al mundo, en lugar del cristianismo “abortado”».293
Queda el tercer tema, y aquí es donde se manifiesta la po­
tente originalidad de Dostoievski. En efecto, no hay ningún
otro gran religionario del antisemitismo, antes o después de
él, que no haya indagado, como él, sobre la legitimidad de su
escatología antijudía. Reconoce sus incertidumbres en diver­
sas ocasiones: al tiempo que afirma la existencia de «leyes eso­
téricas, y acaso ocultas, que protegen la idea judía», declara
que no hay manera de pronunciarse sobre la auténtica natura­
leza de esta idea, «dado que los tiempos y los plazos estable­
cidos aún no han periclitado, a pesar de que ya hayan trans­
currido cuarenta siglos, y que la humanidad todavía no haya
dicho su última palabra sobre este gran pueblo». Más adelan­
te habla, siempre a propósito de la «idea judía», de «algo uni­
versal y profundo cuyo significado la humanidad aún no tiene
decidido». Recordemos igualmente su advertencia, medio en
serio, medio en broma: «no poseo talla suficiente». Y acaba
exhortando a esos «señores judíos tan superiores» para que no
se aparten de «su Jehová cuarenta veces secular... No sólo se
equivocan desde un punto de vista nacional, sino que además
.influyen en ello otras causas de primordial importancia» (ob­
servemos a tal fin que el único personaje judío que merece
«na cierta atención por parte de Dostoievski en su propia obra
de novelista, el lamentable y blasfemo «nihilista» Liamchin,
100 La Europa suicida

es un judío converso). Y prosigue: «Y además, qué extraño:


unos judíos sin Dios, ¿a quién se le ocurre? No hay modo si­
quiera de imaginar lo que deba de ser un judío sin Dios». (Aquí,
podemos pensar en la problemática dostoievskiana del suicidio,
y en el misterioso centinela judío de Crimen y castigo, que pro­
híbe a Svidrigailov que se suicide: «¡Esto aquí no se permite,
aquí es mal sitio!»)
Añadamos que la fecha de este texto, marzo de 1877, pre­
senta un doble interés. En efecto, poco después, Dostoievski
empezaba a frecuentar la corte imperial, dando la impresión
de que lo hubiesen ascendido al cargo de pensador oficial del
régimen zarista.294 En consecuencia él, que en enero de 1877,295
soñaba con una fusión de las «razas de Jafet, de Sem y de
Cam», ¡acabó enalteciendo en agosto de 1880,296 poco antes de
su muerte, la «gran raza aria»! Por otra parte, entre 1878
y 1879, el periódico que le publicaba sus colaboraciones (el
Grajdanin) se obstinaba en propagar la leyenda del crimen ri­
tual. Al instante, el Dostoievski novelista se apropió del tema,
para introducirlo en Los hermanos Karamazov. La adolescente
Lisa, fascinada por el sufrimiento y la sangre, tras leer un li­
bro sobre los crímenes rituales de los judíos, imagina y des­
cribe a su amigo Aliocha los infinitos placeres que aquéllos lle­
gan a obtener, y le pregunta si es verdad que matan a los ni­
ños cristianos. «No lo sé», contesta Aliocha. Por sádica que
sea la evocación, anticipándose a los delirios de su intérprete
Rosanov,297 observaremos que Dostoievski, por medio de Alio-
cha, nos dice una vez más: «No lo sé».
Tolstoi, en cambio, nos parece muy convencido de sus ver­
dades, tanto en lo que se refiere al problema de los judíos como
en lo demás. Es frecuente, aunque episódica, la aparición de
Jids en su obra, representando a modestos traficantes, usureros
o buhoneros, tanto en Sebastopol como en Guerra y Paz. En
Ana Karenina, el judío «Bolgarinov» también se limita a ocu­
par unas pocas líneas, pero se trata de un judío de temple muy
distinto. Recordemos que esta novela se concluyó en 1878 (el
epílogo comenta largo rato la guerra ruso-turca), y que aludía
a la sociedad rusa contemporánea. Hacia las postrimerías del
libro, el hermano de Ana, el amable «Stiva» Oblonski, intenta
aumentar su fortuna por medio de una sinecura, y se compro­
Rusia 101

mete en varias gestiones. La sinecura «dependía de dos minis­


terios, de una señora y de dos judíos».29* Uno de ellos, llama­
do «Bolgarin-ov» por Tolstoi, es evidentemente «Poliak-ov»
(el «polaco» se ha vuelto «búlgaro»). Este judío le impone a
Oblonski dos horas de antesala, para recibirlo al fin «con ex­
quisita cortesía, visiblemente dichoso de haberlo humillado, casi
como si se tratara de un chasco». Nada más se nos dice de
Bolgarinov-Poliakov. Podemos advertir al respecto que si un
aristócrata ruso (será en este momento cuando nos enteremos
de que Oblonski desciende de Rurik) podía imputar tales sen­
timientos a un nuevo rico judío, el júbilo de este último de­
bía expresar una vanidad recién satisfecha antes que la ven­
ganza secular por fin cumplida. No obstante, el hecho de que
los judíos constituyeron un escollo para el arte de Tolstoi des­
taca aún más en Resurrección, su tercera gran novela.
En efecto, dicha obra se remonta a los años 1895-1900,
cuando acababa de producirse un nuevo giro en la visión socio-
literaria rusa del judío. Durante esta era de persecuciones y
pogroms, Tolstoi, tal como lo demuestran unas cuantas va­
riantes inéditas, quiso esbozar un judío ejemplar, un deportado
político, con objeto de casarlo en Siberia con Katiucha Mas-
lova, la protagonista de la novela. Este deportado, «Wilhelm-
son», se nos aparece como «un judío enérgico, inteligente y hu­
raño»; también se nos cuenta que lleva una vida de solitario
entre los exiliados, que rechaza la violencia y que se opone al
asesinato incluso político; en suma, es un auténtico tolstoia-
no.299 Sin embargo, en la versión definitiva, Wilhelmson se con­
vierte en Simonson, un revolucionario que conserva y hasta
desarrolla todas las cualidades del esbozo — salvo la de ser
hijo de Israel. Al parecer Tolstoi, que con tanto acierto supo
ser la exuberante Natacha Rostova, o el moribundo Iván Ilich,
o incluso el caballo Jolstomier, no lograba identificarse con un
judío.
Por lo que atañe a Tolstoi el hombre, pasó su vejez ro­
deado por igual de judíos, como el pianista Goldenweiser, y de
antisemitas, como su médico particular Makovitsky (su ilustre
cliente sólo le conocía «este defecto»).300 Aun así, parece que
el hombre sufría los mismos contratiempos que el novelista
por hablar públicamente de los judíos. El mismo lo admitió:
102 La Europa suicida

al firmar, en 1890, una protesta colectiva, escribió a su amigo


el filósofo Vladimir Soloviev para decirle que no tenía ganas de
tratar este tema, y a su profesor de hebreo Goetz, declarando
que había otras cuestiones que le interesaban más, y que se
veía incapaz de comentar ésta de forma que lograra conmover
al.público.301 Asimismo, en 1903, recién estallado el gran po­
grom de Kichinev, escribía que lo que él pudiera decir de esa
abominación era impublicable 302 — como si no contaran para
nada los múltiples desafíos que había lanzado al zarismo con
sus mensajes en favor de los sectarios rusos o de los revolu­
cionarios, como si no fuera el autor del célebre No puedo se­
guir callando, reproducido por los periódicos del mundo ente­
ro. Dos años después, la derrota rusa frente al Japón le lleva­
ba a rememorar los pogroms, pero para relacionar a los ju­
díos con los japoneses, en su condición de no cristianos:

«Este desastre, comentaba en su Diario, no incum­


be únicamente al ejército ruso, a la armada rusa, al
Estado tuso, sino que es el de la civilización seudo-
cristiana... La disgregación se inició mucho tiempo
atrás con la lucba por el dinero y por el éxito a ni­
vel de unas llamadas actividades artísticas y cientí­
ficas, en las que los judíos superaron a todos los
cristianos, en todos los países, atrayéndose. así la
envidia de todos. Hoy, los japoneses han actuado
igual a nivel de actividades militares, demostrando
claramente, por la fuerza bruta, que existe un ob­
jetivo que los cristianos deben rehuir, pues por más
que lo persigan siempre fracasarán, condenados a
salir vencidos por los no cristianos.»303

Más curiosa era aún la carta que dirigió a su apóstol Chert-


kov, el 18 de noviembre de 1906. Le escribía que acababa de
leer tres libros sobre Jesucristo, entre ellos «el libro del ale­
mán Chamberlain [que demuestra] que Cristo no era judío»,304
y aparentemente hacía suya la idea de este racista iluminado
según la cual el drama de la humanidad procedía de una anti­
nomia racial entre Cristo y San Pablo: «me gustaría escribir
algo para demostrar de qué manera las enseñanzas de Cristo,
Rusia 103

que no era judío, se han visto sustituidas por otras enseñanzas


muy distintas pertenecientes al apóstol Pablo quien, en cam­
bio, sí que era judío; pero dudo que llegue a hacerlo. Me falta
tiempo y, además, me apremian otras tareas. Sin embargo, es
un tema admirable e importante».305 Chamberlain nunca supo
que había logrado captar a un prosélito tan ilustre; la falta de
tiempo evitó que Tolstoi mancillara su obra con un tratado
de teología racista.
De este modo, al igual que Dostoievski, el patriarca de
lasnaia Poliana se dejaba contaminar en las postrimerías de su
vida por la mitología aria; y ambos lo hicieron basándose en la
autoridad de una ciencia occidental que sin embargo veían,
cada uno a su manera, como un valor falso, quizás incluso como
la última treta del Maligno.
No obstante, a finales del siglo xix, vuelve a cambiar la
actitud de los intelectuales rusos: comienza a ser molesto, casi
indecente, atacar a los judíos. No es que los éxitos financieros,
que en 1870-1880 parecían tan amenazadores, se hayan vuelto
excepcionales; al contrario, Rusia se convierte en «el país de
unas posibilidades ilimitadas», y los judíos aprovechan la cir­
cunstancia al igual que los alemanes, los griegos, los arme­
nios y, también, los comerciantes autóctonos. Pero resulta que
los saqueos y asesinatos que sufren los primeros van en au­
mento: la realidad es que los pogroms sólo se abaten sobre los
proletarios judíos, y sin embargo todo ocurre como si los
Rothschild o los Poliakov de golpe se hubieran vuelto inofen­
sivos, tanto es así que el disperso pueblo de Israel no forma
más que un solo cuerpo a ojos de las naciones. No habrá ape­
nas exageración en decir que a partir de entonces los escritores
rusos (al menos, aquéllos cuyos nombres ha retenido la poste­
ridad) aplican en la materia el principio de aut bene, aut nihil.
Y así es como los dos grandes pintores costumbristas Saltikov
y Leskov, que antes de los pogroms parecían rivalizar en fero­
cidad,306 se transmutan en apasionados defensores. El primero
escribe desde el verano de 1882: «No existe crónica más la­
cerante que la crónica de este tormento sin fin infligido al hom­
bre por el hombre»; el segundo publica en 1884 Los judíos en
Rusia, quizás la apología más ferviente debida a un autor cris­
tiano del siglo xix.307 Por su parte, Chejov fue el único de ÍQs
104 La Europa suicida

grandes escritores rusos de la nueva generación que, en mu­


chos de sus cuentos, se permitió burlarse de los judíos, sin nin­
gún encono, aunque también sin ningún reparo. Otros habrá,
como por ejemplo Máximo Gorki, que confiesen que la sim­
ple idea del judío les llena «de confusión y de vergüenza»: en
consecuencia, sigue siendo «bueno» entre ellos.308 Esta evolu­
ción nos permite comprender la elevada idea que los escritores
rusos tenían de su misión.
Trataremos ahora de lo esencial, es decir de las técnicas po­
lítico-policíacas de difamación y persecución de los judíos ela­
boradas por el régimen zarista desde 1881 hasta 1914-1918.

El camino de los pogroms

Cuando la mayor parte de Polonia quedó anexada a Rusia,


las nuevas autoridades tuvieron que enfrentarse, entre otros
muchos problemas, con el de los «crímenes rituales judíos»
,
que, a mediados del siglo x v i i i había agitado muchísimo a la
opinión pública polaca: «¡la sangre de los niños cristianos,
vertida por los infieles y pérfidos judíos, clama al cielo!», ha­
bía declarado entonces el rey Augusto II.309 En su notable es­
tudio de 1799-1800, Gabriel Derjavin opinaba, como hombre
de las Luces, que por más que la ley de Moisés no prescribie­
ra nada semejante, era muy probable que algunos judíos fa­
náticos, esos «burladores burlados», cometieran de vez en cuan­
do crímenes de esta índole.310 Treinta años después, Nicolás I
razonaba en términos muy similares: «Sin pensar que este há­
bito pueda ser común a todos los judíos, no me atrevería a re­
chazar la idea de que entre ellos existen algunos fanáticos tan
horribles como los que surgen entre nosotros los cristianos».311
En 1840, «el caso de Damasco» reavivó por toda Europa la vie­
ja sospecha.312 Con objeto de saber a qué atenerse, el zar en­
cargó a sus funcionarios, y sobre todo al célebre folklorista y
lexicógrafo Vladimir Dahl, que investigaran de nuevo. Dahl,
en un trabajo de más de cien páginas,313 secundó prácticamente
la opinión de Nicolás I, llegando a la conclusión de que los
crímenes rituales no figuraban entre las prácticas habituales de
los judíos, que ni siquiera los conocían, pero que no obstante
Rusia 105

dichos crímenes mantenían plena vigencia dentro de «la faná­


tica secta de los Hassids» (también acusada por sus adversarios
judíos de desarrollar «espantosos usos secretos»).314 En 1844
se imprimió el trabajo de Dahl, con una tirada de diez ejem­
plares que, obviamente por una cuestión de orden público, pa­
saron a manos de unos pocos altos cargos solamente, sin que
el público, judíos inclusive, llegara nunca a conocerlos.315 Aun
así, de vez en cuando se celebraban juicios por crimen ritual:
por ejemplo, en 1879, en Kutais, población del Cáucaso (este
fue el juicio que despertó las sospechas de Dostoievski). Por esta
misma época, el ex sacerdote polaco, Hipólito Lutostanski, que
se había convertido a la ortodoxia, redactaba un extenso tratado
sobre los crímenes rituales; ofreció un ejemplar al príncipe
heredero, el futuro Alejandro III, quien, como recompensa, le
regaló una sortija engastada en diamantes; esta anécdota de­
muestra hasta qué punto, desde la era de su abuelo Nicolás, se
habían incrementado en el seno de la familia Romanov las su­
persticiones antijudías.314 Simultáneamente, se abría una dis­
cusión pública con respecto al tema, y el semioficial Novoia
Vremia, el periódico ruso más importante, publicaba un estudio
del historiador Nicolás Kostomarov sobre los crímenes rituales
que supuestamente hubieran perpetrado los judíos antaño en
Ucrania.317
No obstante, está claro que, siguiendo el ejemplo occiden­
tal, los rusos cultos de la época sentían mayor afición por los
espectros político-económicos de la actualidad que por delirios
antiguos. Ya en 1862, el ideólogo eslavófilo Iván Aksakov se
había alzado en contra de la emancipación de los judíos y, en
1867, volvía a la carga, parafraseando, vale la pena fijarse en
el detalle, la famosa frase de Karl M arx:318 «La verdadera cues­
tión, escribía, no consiste en emancipar a los judíos, sino en
emancipar a toda la población rusa de los judíos, en liberar
a los hombres rusos del Sudoeste del yugo judío.»319 Al poco
tiempo, Aksakov encontraba un aliado eficaz en la persona de
Jacob Brafman.
Este converso, catedrático de hebreo en el seminario orto­
doxo de Minsk, era el experto del Santo Sínodo para problemas
de la misión introducida entre los judíos. A partir de 1867, co­
menzó a publicar en el Correo de Vilna varios artículos sobre
106 La Europa suicida

la vida y las costumbres de las comunidades judías, que luego


le proporcionaron el material de dos grandes obras, respaldadas
por un apéndice documental, El libro del Kahal y Las cofradías
judias locales y universales, publicados ambos en 1869. Su
difusión por los servicios administrativos corrió a cargo del
gobierno, y permitieron que Brafman ingresara como miembro
activo en la Sociedad imperial de Geografía.320 En El Libro del
Kahal, pretendía desvelar «los procedimientos y los medios
que utilizan los judíos, a pesar de las leyes que limitan sus
derechos civiles en los países donde residen, para conseguir eli­
minar del comercio y de la industria a todos los particulares de
las demás religiones, y concentrar en sus manos todos los ca­
pitales y todos los bienes inmuebles».321 Pero, ¿cómo se las
arreglaban los judíos? Este es el resumen que daba Aksakov
del Libro del Kahal:

«Resulta que cada cristiano propietario de bienes


inmuebles queda vendido por el Kahal a un judío.
Sí, vendido, como un objeto de explotación, tanto
por lo que atañe a su persona como a sus bienes:
no hablo por hablar, sino que estoy empleando tér­
minos jurídicos, pues la transacción queda sellada
por un acta de venta especial. De igual manera, al­
deas, localidades enteras, con todos sus habitantes
(cristianos, naturalmente) se constituyen en objetos
de compra y venta. Al amparo de nuestro derecho
civil, un «orden jurídico» muy distinto, orden se­
creto y negador, rige y somete a la jurisdicción judía
no sólo a los judíos, sino también a los rusos, in­
cluso sin que éstos se enteren...322

Revelaciones aún más pasmosas hacía Brafman en Las cofra­


días judías locales y universales. «Las cofradías, anunciaba, son
por así decir las arterias esenciales de la sociedad judía (...)
unen en un solo cuerpo a todos los judíos que andan disper­
sos por el mundo, un cuerpo potente e invencible.» 323 De esta
manera, los «Kahals» del mundo entero quedaban sometidos
a su vez a una dirección única, y esta dirección, instalada en
Francia, país de la Revolución, no era otra que la Alianza is­
Rusia 107

raelita universal. (Según un émulo de Brafman, esta Alianza,


«más vieja que el mundo», fue el «motor real del cataclismo
de 1789».)324 Ya en 1871, el gobernador general de Kiev, el
príncipe Dondukov-Korsakov, se apoyaba en esta revelación
para llamar la atención de Alejandro II sobre el peligro que re­
presentaba la Alianza, y para reclamar un fortalecimiento de la
legislación antijudía.323 A medida que se desarrollaba el movi­
miento revolucionario y que se multiplicaban los atentados
terroristas, la inquietud que cundía en las esferas dirigentes les
inducía a considerar todos estos delirios con ojos cada vez
más atentos.
Por otra parte, también hay que tener en cuenta esos hábi­
tos mentales inveterados que, al igual que en tiempos de Iván
el Terrible —o como en tiempos de Hitler— predisponían a
tildar de «judío» todo lo que fuera nuevo o molesto, todo lo
que resultara hostil o foráneo, por tratarse de algo «no cris­
tiano» (o «no ario»). Este clásico mecanismo, más refinado
en unos, más primario o más tosco en otros, destaca con toda
su crudeza en las cartas que intercambiaron Dostoievski y su
amigo y protector Pobiedonostsev, procurador del Santo Sínodo
y preceptor primero de Alejandro I II y luego de Nicolás II.
En verano de 1879, Dostoievski que padecía un enfisema,
pasaba su cura anual en Ems. Escribió a Pobiedonostsev, que­
jándose de su estado de salud, de los efectos deprimentes del
paisaje y de la multitud de turistas llegados de todas partes de
Europa: «Todo resulta ajeno, totalmente ajeno — qué inso­
portable. He de aguantar cinco semanas así. Y fíjate: la mitad
literalmente son jids. También al pasar por Berlín, he notado
que Alemania, o al menos Berlín, se está ajudiando.»
Observaremos que Dostoievski no afirmaba que los comer­
ciantes alemanes fueran judíos: se contentaba con decir que se
habían vuelto deshonestos, en un mundo que se había ajudia­
do. Pobiedonostsev todavía iba más lejos:

«Lo que me cuentas sobre los jids es muy exacto, le


contestaba a Dostoievski. Lo han invadido todo, lo
han minado todo, pero es que la mentalidad de este
siglo 326 trabaja en favor de ellos. Figuran en la
base del movimiento socialdemócrata y del zariddio.
108 La Europa suicida

son los dueños de la prensa y controlan el merca­


do de las finanzas, imponen a esclavitud financiera
a las masas populares, determinan los principios
de la ciencia contemporánea, que tiende a situarse al
margen del cristianismo. Y para colmo, sólo con
mencionarlos, se alza un coro de voces en favor de
los judíos, so pretexto de la civilización y de la to­
lerancia, es decir de la indiferencia por la fe. Y en
nuestro país, nadie se atreve a decir que los judíos lo
controlan todo. Si hasta resulta que nuestra prensa
se está volviendo judía. La Ruskaia Pravda, la
Moskva y, si quieres, el Goíoss, son órganos judíos,
aparte de los periódicos especiales que acaban de
aparecer: El judío, el Correo judío y la Biblioteca
judía.
Recuerdos...»327

No se podía manifestar de forma más precisa que todo lo


que no era o dejaba de ser «cristiano» a gusto de Pobiedo-
nostsev era «judío» en su opinión, empezando por los tres perió­
dicos liberales cuyos nombres mencionaba su ataque. Frente a
los trastornos sociales y mentales de la época, que incluían el
aumento de indiferencia religiosa, abundaban cada vez más
los celadores que, tanto en Rusia como en Occidente, imputa­
ban el fenómeno al judaismo, sin que ello les eximiera en igual
medida de recurrir a la implacable «mentalidad de este siglo»,
pues tarde o temprano acababan reivindicando un antisemi­
tismo moderno y científico. Rusia, desde luego, tardó un tiem­
po en ponerse a tono con el ritmo occidental; los zares y su
áinbiente coincidían con las masas populares en su despreocu­
pación por las doctrinas raciales. No obstante, todavía durante
este mismo 1879, el oficioso Novoie Vremia publicaba largos
párrafos del célebre panfleto de Wilhelm Marr, La victoria del
semitismo sobre el germanismo, y prometía a los eslavos la
perspectiva de un desastre similar.328 Al año siguiente, bajo el
sugestivo título de El jid está en marcha, el Novoie Vremia
concretaba estos inquietantes augurios, apoyándolos con ciertos
datos estadísticos que por lo demás eran exactos: los judíos,
que sólo constituían el 3 % de la población rusa, proporcio­
Rusia 109

naban por un lado el 7 % de presos políticos y por el otro


más del 10 % de colegiales; este último porcentaje pasó del
9’9 % en 1876 al 10’7 % en 1877. ¿Dónde se detendrá este
ritmo? exclamaba el periódico; ¿qué va a ocurrir dentro de
unas décadas? 129 La rusificación de los judíos, antaño piedra
angular de la política de los zares, parecía hoy cargada de ame­
nazas, a ojos de los más fieles partidarios del régimen.
Podemos decir que, en cierto modo, las consecuencias del
asesinato de Alejandro II, el 1 de marzo de 1881, consolida­
ron todos estos temores.

El terrorista que lanzara la bomba, Ignacio Grinevitzki,


salía descrito en el informe oficial como un ruso bastante típico,
«de rostro ovalado y lleno, y nariz larga», pero un día des­
pués del atentado, el Novoie Vremia hablaba de «un individuo
de tipo oriental y nariz ganchuda».330 Más abiertamente, el
«Correo de Vilna», órgano que había propagado los escritos
de Jacob Brafman, acusaba a «los judíos».331 Veamos sin em­
bargo cuál era la situación en Rusia, al día siguiente del zari-
cidio.
El atentado realizado no era más que la culminación de
toda una serie de atentados fallidos, preparados por la Narod-
naia Volia, una organización pequeña en número, aunque de ex­
traordinaria eficacia, compuesta casi únicamente, quizá valga la
pena mencionarlo, por rusos auténticos.332 El gran duque Cons­
tantino, uno de los hermanos de Alejandro III, describe así
el pánico que cundió en los círculos cortesanos y en las esferas
dirigentes:

«Estamos pasando por la época del Terror, con la


diferencia de que no obstante los parisinos veían en­
tonces de cara a sus enemigos, mientras que noso­
tros no los vem os >.noierS conocemos y no tenemos
ni la más mínima idea de qué cifra alcanzan... Hay
un pánico general: la gente definitivamente ha
perdido la cabeza y da crédito a los rumores más
absurdos.»333
110 La Europa suicida

Más tarde, entraron en circulación otros rumores, o «con-


trarrumores», recogidos por las páginas de varios periódicos
de la Rusia meridional: la indignación popular, creciente a
diario, apuntaba hacia una explosión, cuyos efectos irían en
detrimento de los judíos culpables, o de los judíos explota­
dores.334
En efecto, durante la Semana Santa de 1881, una semana
siempre propicia a excesos antijudíos, se desencadenó un po­
grom en Elisavetgrado (el actual Kirovoogrado), seguido de
otros, más importantes, en Kiev, en Odessa y en varias dece­
nas más de localidades medias o pequeñas. Anatole Leroy-
Beaulieu, el mejor conocedor francés de los asuntos rusos, nos
describe así el desarrollo bastante estereotipado de dichos po­
groms:

«Los disturbios antisemitas estallaron el mismo día,


casi por doquier, siguiendo unos procedimientos
idénticos, por no decir que seguían el mismo pro­
grama. Comenzaban con la llegada de grupos de
agitadores que bajaban del tren. Era frecuente que
ya en la víspera, se hubieran pegado carteles que
acusaban a los judíos de ser los autores del nihi­
lismo y los asesinos del emperador Alejandro II.
Con objeto de sublevar a las masas, los instigado­
res iban por calles y cabarets, leyendo periódicos
antisemitas cuyos artículos se presentaban como
ucases que ordenaban pegar y saquear a los judíos.
Tenían mucho cuidado de añadir que, si aún no se
habían promulgado las ucases, era por culpa de las
mismas autoridades, compradas por Israel... Y de
hecho, corrió el rumor por todas partes de que exis­
tía una orden del zar que daba tres días para sa­
quear a los judíos. En muchas localidades, la incu­
ria de la policía y la indiferencia de la administra­
ción, incluso a veces la pasividad de las tropas en
actitud contemplativa, sujetando el arma mientras
las hordas saqueaban el barrio israelita, parecían
confirmar esta leyenda. Más de una vez, los judíos
que intentaron defenderse fueron detenidos y desar­
111

mados: los que se atrevieron a montar guardia ante


la puerta de su casa, empuñando el revólver, su­
frieron persecución...» 335

Si algo hay en esta descripción que no destaca lo bastante,


es la absoluta buena fe de la mayoría de pogromistas que,
desde luego alegremente, creían estar cumpliendo con su deber:
«lo quiere el zar». Si había gente que dudaba, los agitadores
exhibían textos supuestamente oficiales (por ejemplo, en Pol-
tava, una proclama antisemita alemana, traducida y publicada
en el periódico local). También se dieron casos de aldeanos
que se hacían certificar por escrito que tenían derecho a no
meterse con los judíos; 336 por otra parte, la noción de «judais­
mo» y sus límites no constituían problema alguno, para el
pueblo; en Kiev, la muchedumbre se abalanzaba sobre aque­
llos transeúntes que iban «vestidos a la europea» y sólo los
soltaba después de ver cómo se santiguaban.337
Pero, ¿quiénes eran esos misteriosos «agitadores» o «insti­
gadores» llegados de las grandes ciudades, quién les había alec­
cionado, cómo se explicaba la tolerancia de las autoridades
militares y civiles? Alejandro III, por visceralmente antisemita
que fuera, se hallaba aterrado por los pogroms, y durante unas
semanas creyó que estaban fomentados por los revoluciona­
rios.338 Esta versión se extendió a Occidente, tal como indican
los órganos judíos publicados en París.339 De hecho, hubo algu­
nos miembros de la Narodnaia Volia que efectivamente se en­
tregaron a una propaganda antijudía, con la esperanza de que
los desórdenes llevaran paulatinamente a un levantamiento ge­
neral. «¡Ayudadnos! ¡Rebelaos! decía una de estas octavillas,
destinada a los campesinos ucranianos: ¡vengaos de los seño­
res, saquead a los judíos, matad a los funcionarios!» 340 Aun
así, en lo esencial, la provocación venía de los círculos monár­
quicos más relacionados con la corte imperial.
En efecto, al día siguiente del 1 de marzo, unos cuantos
grandes duques y oficiales de la guardia habían creado, a espal­
das del nuevo zar, una organización contra terrorista, la «Santa
Legión», basada en el principio de ramificaciones estrictas y do­
tada de considerables fondos. Algunas de sus células se compo­
nían de voluntarios; otras, de policías profesionales. La meta
112 La Europa suicida

principal de esta «Legión» o «Drujina» era la infiltración en las


organizaciones revolucionarias. Fracasó casi por completo, y no
tuvo más remedio que disolverse en otoño de 1882. No obstan­
te, parece probado que, entretanto, algunas de sus células se
habían especializado en la provocación de pogroms, aunque
sólo fuera para proporcionar una salida a las emociones popu­
lares.341 Pero para Alejandro III y sus nuevos ministros, los
judíos, una vez pasados los primeros trastornos, adquirían un
cómodo sentido de cabezas de turco, que precisamente ser­
vían para encajar los golpes que les lanzaba el pueblo cristiano.
En tales condiciones, por vez primera en la historia moderna,
el antisemitismo llegaría a ser, a partir de 1881, un método de
gobierno.
El 11 de mayo de 1881, el zar aseguraba a una delegación
de notables judíos que los disturbios eran obra de los «anar­
quistas» y que ya se encargaría él de darles fin; pero tam­
bién mencionó la explotación que los judíos imponían a las
clases populares, explotación que a su juicio era la causa pro­
funda de los pogroms.342 Al mismo tiempo, mandó que se ace­
lerara el curso de las investigaciones. A medida que éstas esta­
blecían el escaso papel desempeñado por los revolucionarios en
el estallido de los pogroms, fue imputando a los judíos una parte
de responsabilidad cada vez mayor y, tras la última algarada,
en mayo de 1883, trazó con su propia mano la resolución final:
«Es muy triste decirlo, pero no sé cómo va a acabar todo esto,
pues estos jids inspiran demasiado odio a los rusos, y mientras
sigan explotando a los cristianos, el odio no menguará».343
O sea que las víctimas se convertían en culpables. Con
anterioridad, el zar ya había tomado dos decisiones. En mayo
de 1882, había promulgado unos decretos o «regulaciones pro­
visionales» destinadas en su intención a acabar con la explota­
ción judía de los cristianos. En febrero de 1883, había insti­
tuido una «Comisión suprema para la revisión de las leyes en
vigor sobre los judíos». Esta comisión, presidida por el ex
ministro de Justicia Pahlen y compuesta de altos funcionarios,
llegó a la conclusión, tras cinco años de trabajo, de que la raíz
del mal se encontraba en la discriminación antijudía. Por consi­
guiente, preconizaba la abolición de las leyes de excepción:
Rusia 113

«¿Ha de asombrarnos el hecho de que los judíos,


sometidos a una legislación represiva secular, cons­
tituyan una categoría de súbditos poco respetuosa
del orden establecido, que elude el cumplimiento
de sus deberes para con el Estado y que no se ha in-
tegrado totalmente a la vida rusa? En nuestro Có­
digo, el número de leyes de excepción que afectan
a los judíos ronda por el 650, y las trabas y limita­
ciones que imponen hacen muy penosa la existencia
de la enorme mayoría de judíos (...) No podemos
dejar de admitir que los judíos tienen derecho a
quejarse de su situación. Los judíos no son una gen­
te extranjera, forman parte de Rusia desde hace
más de un siglo... La principal tarea del legislador
consiste en una fusión lo más íntima posible de
los judíos con la población cristiana general. El
sistema de medidas represivas y excepcionales ha
de dar paso a un sistema de leyes que supongan
una liberación igualitaria y progresiva. Conviene ob­
servar la mayor prudencia a la hora de solucionar el
problema judío».344

Sin embargo, de nada sirvieron estas recomendaciones,


como tampoco otras muchas de la misma índole que luego se
fueron sucediendo, inspiradas a veces por los más leales servi­
dores de la autocracia o por los más acérrimos defensores del
orden establecido. Bajo los dos últimos Romanov, bajo el débil
y supersticioso Nicolás II más aún que bajo su padre, la con­
dición de los judíos se convirtió en materia de orden reserva­
do para el emperador de todas las Rusias, regida en conse­
cuencia mediante «regulaciones provisionales» y no por leyes,345
de modo que el deliberado empeoramiento de esta condición
originó una situación explosiva a escala mundial, con múlti­
ples y lejanas repercusiones, algunas de las cuales persisten
aún hoy.
Para empezar, las primeras «regulaciones provisionales»
de 1882 restringieron la zona de residencia, prohibiendo que
los judíos se instalaran libremente en el campo, porque se
suponía que entonces explotaban al campesinado; tampoco
114 La Europa suicida

podían vivir en ciertas ciudades (Kiev entre ellas, la «madre


de lasciudades rusas», y Yalta, la residencia imperial en
Crimea), y por lo demás se procedió a recaliíicar muchos «ca­
seríos» (Miestetchki) convirtiéndolos en «aldeas».346 El concep­
to de explotación gozaba de una interpretación muy amplia: así
fue como en 1884, el general Drentein, gobernador general de
la región del Suroeste, ordenaba el cierre de una escuela arte­
sanal que funcionaba en Jitomir desde 1861, por el motivo
siguiente:

«Habida cuenta de que en las ciudades y localida­


des de la región del Suroeste, los judíos constituyen
la mayoría de los artesanos y así impiden el des­
arrollo del artesanado en la población autóctona ex­
plotada por ellos, una escuela artesanal, sin que los
cristianos posean otra equivalente, constituye en
manos de los judíos un arma suplementaria para la
explotación de la población autóctona.» 347

Desde semejante óptica, todo judío, y fuera cual fuese su


oficio, pasaba a ser un explotador, al darse por sentado que
impedía que un cristiano se ganara el pan. Es cierto que, &
juicio del general Drentein, la «superioridad intelectual de
los judíos» los convertía en unos rivales invencibles en todos
los niveles; por eso aconsejaba que se estimulara en lo posi­
ble su emigración.348 También las autoridades de San Peters-
burgo acabaron por creerlo preferible, aunque se guardaron
mucho de proclamarlo oficialmente y, según una célebre fra­
se atribuida a Pobiedonostsev, el problema judío terminaría
resolviéndose por sí solo: «Un tercio de los judíos emigrará,
otro tercio se convertirá y el último tercio perecerá.» A la espe­
ra de esta solución final, el guía espiritual de los dos últimos
zares repetía machaconamente las clásicas fórmulas del antise­
mitismo internacional. Así fue como le explicó al parlamenta­
rio británico White: «El judío es un parásito: sáquelo del or­
ganismo vivo que le acoge y lo alimenta, póngalo en una roca,
y morirá».349
No obstante, lo absurdo de la tesis oficial sobre la explo­
tación judía se notaba más en Rusia que en cualquier otro
Rusta 115

país, precisamente a causa de la existencia de la zona de resi­


dencia. En este aspecto, el conde Iván Tolstoi, que siempre
fue testigo privilegiado, ironizaba usando de un tono algo
farragoso pero profético:

«¿Contra quién quiere proteger el gobierno a la


población cristiana? Si es verdad que la presencia
de los judíos supone un peligro y una ruina, ¿por
qué deja en manos de la suerte a todos los habitan­
tes cristianos de la zona, que cubre quince provin­
cias, sin contar las diez provincias polacas? Y si en
estas veinticinco provincias pueden subsistir los cris­
tianos y ganarse la vida a pesar de la presencia de
los judíos, ¿qué autoriza al gobierno a pensar que
la población de las demás provincias rusas podría su­
frir por esta vecindad? ¿No es un insulto para esta
población, es decir, para todos los demás rusos, el
suponer que son menos capaces de llevar una vida
económica independiente que los habitantes cristia­
nos de la zona? ¿Acaso en ésta es más elevada la
criminalidad, acaso son más pobres sus habitantes,
acaso manifiestan algún rasgo distinto que permita
deducir una influencia perniciosa de los judíos? ¿Es
más feliz la provincia de Astrakán que la provin­
cia de Jerson? ¿La región de los cosacos del Don lo
es más que la provincia de Ekaterinoslav, Smolensk
más que Grodno? Al buscar la protección de las
provincias de Yaroslav, de Kostroma y otras para
preservarlas de un mal imaginario, nuestra legisla­
ción ha difundido un mal real y tangible: ha exas­
perado y sublevado contra el orden establecido a
siete millones de seres humanos, y sólo ella tiene
la culpa de que esta masa ingente se haya organiza­
do para conquistar mejores condiciones de existen­
cia, y de que haya iniciado una lucha que no cono­
cerá tregua ni cuartel hasta que no haya realizado
sus propósitos.»350

Mientras tanto, acantonados en su zona de residencia, los


116 La Europa suicida

judíos aumentaban su concentración en las ciudades, donde


a veces abundaban más que los cristianos; no sólo ya no
podían elegir domicilio en el campo sino que se vieron prohi­
bir la adquisición de tierras y bienes inmuebles. Fuera de la
zona, y sobre todo en las dos capitales, con sus pocas decenas
de judíos privilegiados que habían podido instalarse durante
el reinado de Alejandro II, se producían redadas especiales
(ioblavas) destinadas a disminuir el número de judíos por todos
los medios y bajo cualquier pretexto. Si algún alto funcionario
le describía las brutalidades de su policía, Alejandro III con­
testaba: «Nunca debemos olvidar que los judíos crucificaron
a Nuestro Señor, derramando su preciosa sangre».351 Estas pala­
bras nos recuerdan que los sufrimientos de los judíos solían
achacarse al legendario deicidio, de acuerdo con las concepcio­
nes medievales. Sin embargo, las técnicas que se aplicaban
después de las redadas eran técnicas muy modernas. Se crea­
ron ficheros especiales en las comisarías de policía; entre otras
medidas que ya auguraban los futuros procedimientos nazis
de control e identificación de los «no arios», citemos la prohibi­
ción de modificar los apellidos (sobre todo a base de rusificar­
los) y la obligación impuesta a los comerciantes judíos de San
Petersburgo de exponer claramente sus nombres y apellidos
en sus tiendas; los pasaportes solían indicar la confesionalidad
«judío» en tinta roja.352 En la práctica, los efectos de todas
estas medidas quedaban atenuados por la proverbial venalidad
de la policía rusa, circunstancia que a su vez no poseía un
cariz que fortaleciera en los súbditos judíos del zar un respeto
por la legalidad y el orden establecido. Sin embargo, la medi­
da que acarreaba consecuencias más graves, la que literalmente
condenó a la juventud judía, o al menos a su parte ya rusifica­
da, a militar en el bando de la revolución, se dictó en verano de
1887, dentro del marco de una revisión general de la política
educativa, destinada a yugular el reclutamiento revolucionario.
En junio de 1887, para gran indignación dé toda la inte­
lectualidad, el ministerio de Educación publicaba su célebre
«circular de los cocineros», ordenando que «colegios y acade­
mias se desprendieran de los hijos de cocheros, criados, cocine­
ros, lavanderas, pequeños tenderos y de otros niños de esa
índole. Pues, a excepción de quienes poseen unas dotes extraor-
Rusia 117

diñarías, no conviene que los hijos de estas gentes cambien de


posición en la existencia».353 Por lo tanto, se trataba de frenar
la afluencia de chicos salidos de las capas populares que des­
embocaba en las universidades, chicos que por lo demás casi
nunca lograban finalizar sus estudios, lanzándose entonces aún
con mayor ardor al activismo político.354
En julio del mismo año, esta disposición se completó por
una medida especial que apuntaba a los judíos, quienes desde
ahora sólo podrían ingresar en los centros de enseñanza secunda­
ria a razón de un 10 % del número global de alumnos en la
«zona», de un 3 % en las dos capitales y de un 5 % en los
demás sitios; en 1901, estos cupos se redujeron al 7 % , 2 %
y 3 % respectivamente, aunque en 1909 subieron al 15 % ,
5 96 y 10 % únicamente en la enseñanza secundaria.355 Este
«numerus clausus» tendía en la práctica hacia un numerus
nullus, puesto que si los judíos no constituían más que el 3 %
de la población del imperio, formaban en cambio el 25 % de
las clases urbanas, de donde surgía la casi totalidad de colegia­
les.356 Por lo que se refiere a las universidades, la admisión de­
bía efectuarse en teoría siguiendo el mismo cupo, pero en la
práctica se originaba un tapón después de los exámenes finales
de los colegios, pues una considerable proporción de alumnos
no judíos abandonaba los estudios a mitad de camino o fraca­
saba en el examen,357 cosa que rara vez solía ocurrir con los
alumnos judíos. Dicho tapón se encogió aún más en 1909, evi­
dentemente. Se había procedido a una nueva selección en el
ingreso a establecimientos de enseñanza superior, con priori­
dad para aquellos colegiales que fueran los mejores (ganado­
res de una «medalla de oro»); pero en febrero de 1914, se esti­
puló que esta selección se decidiría por sorteo, medida que, bajo
unas apariencias de equidad, permitiría eliminar a los judíos
más brillantes.358 Por lo demás, hasta los pocos elegidos que
llegaban a obtener un título universitario tropezaban con la
dificultad de aprovecharlo, dado que la función pública, la ju­
risprudencia, la enseñanza secundaria y muchas carreras más se
iban volviendo cada vez más inaccesibles para los judíos.359 «Un
judío no puede llegar a juez de un tribunal ruso, ¡como tampo­
co puede llegar a sacerdote de una iglesia rusa!» exclamaba el
ministro de Justicia en 1912...340 cabe añadir que todas estas
118 La Europa suicida

exclusiones sólo afectaban a los hijos de Israel de sexo mascu­


lino; sus compañeras, que desde siempre gozaban del favor de
la imaginación cristiana, quedaban en principio exentas.361
La irresistible ascensión de los «jids», que en 1877 sem­
braba el pánico entre los publicistas del Novoie Vremia, quedó
frenada de esta manera a partir de 1887, e igual suerte corrió
al mismo tiempo el pueblo llano de las aldeas. Así se cimentó
una alianza que, por ambigua que fuera en muchos aspectos,362
resultó de una eficacia ejemplar, manteniéndose hasta la Revo­
lución de 1917, o incluso algo más. Está claro que con la «cir­
cular de los cocineros» (inmortalizada por Lenin en su slogan
sobre «las cocineras que, entre nosotros, sabrán dirigir el Esta­
do»), el régimen zarista había cavado su propia tumba.

La rebelión

La oleada de pogroms, y sobre todo las conclusiones que


sacó el régimen, dolorosamente experimentadas por todos los
súbditos judíos del zar, suscitó un viraje inmediato y especta­
cular en el sector ya rusificado o en vías de rusificación. A par­
tir del verano de 1881, las grandes comunidades judías pre­
sentan a las autoridades varias solicitudes salpicadas de acerbos
comentarios. Los judíos de Kiev comparaban irónicamente el
judaismo con una enfermedad incurable, contra la que sólo
existía un remedio, de índole milagrosa: la conversión.363 Con
un ápice de ironía más discreta, los judíos de Odessa suplicaban,
«si no hubiera más solución, que se legalizara la emigración»;364
frente a esta actitud, el nuevo ministro del Interior, el conde
Iñaciev, replicaba que tenían la frontera occidental abierta de
par en par.365 Aun antes de que se promulgaran las primeras
regulaciones provisionales, los órganos de prensa judíos reci­
bían cartas o publicaban artículos lacerantes:

«Cuando pienso de qué modo nos han tratado, de


qué modo nos han enseñado a querer a Rusia y las
letras rusas, de qué modo se las han arreglado para
introducir en nuestros hogares la lengua rusa, a
fin de que nuestros hijos no conocieran ninguna
Rusia 119

más; y de qué modo hoy nos acosan y nos persi­


guen mi corazón se llena de una desesperación que
corroe más que nada...»

No obstante, esta demostracoón de identidad, que además


pretendía ser una identidad recuperada, ya no se contentaban
con los consuelos y promesas que desde hacía dos milenios
los rabinos solían prodigar a los hijos de Israel. Una vez más en
la historia de la dispersión, unos judíos asimilados, unos neo
marranos arrepentidos, concebían su problemática a imitación
de los cristianos, dentro de las categorías del pensamiento polí­
tico occidental; dicho de otro modo, la noción de un pueblo, por
eterno que fuera, les parecía prácticamente indisociable de una
base geográfica e incluso de un Estado. Ya en 1882, el médico
León Pinsker, tras describir la trágica condición del «pueblo
fantasma», un pueblo de «aparecidos» temidos y odiados en
todos los países del mundo moderno, concluía su Autoeman-
cipación al grito de: «¡Debemos poseer al fin nuestro propio
país, si no nuestra propia patria!» Al mismo tiempo, un con­
cepto y un vocablo nuevos, la «palestinofilia», que luego Theo-
dor Herzl rebautizó con el término de «sionismo», enardecía
a un gran número de mentes juveniles. Se constituyeron dece­
nas de asociaciones «palestinófilas», como los Bilú 366 o los
Amantes de Sión (Hovevei Tsion), cuyos miembros más auda­
ces partían dispuestos a que floreciera de nuevo la Tierra
Prometida, «para vivir en ella, y no para morir». Por esa época,
los idealistas de tal índole se limitaban a unos pocos centenares
que, sin embargo, contaban con la aprobación y la admiración
de decenas de miles de personas, más serenas y más prudentes
aunque todavía indecisos en el gesto de seguirles a una región
semidesértica y malsana. No por ello dejaban de militar con
mayor ardor en su ambiente, publicando boletines o libros, pro­
digando discursos y recogiendo fondos. Según una célebre frase
de entonces, «un sionista era un judío que, a costa de un segun­
do judío, mandaba a un tercero a Palestina». Alcanzado este
nivel, el sionismo era en principio la expresión de un hondo
sentimiento de alienación, y sus adeptos, a juicio de un testigo,
«se hallaban animados sobre todo por la idea de la lucha en pro
de la igualdad, y en pro de los derechos civiles y nacionales de
120 La Europa suicida

la colectividad judía rusa».367 Nada de esto ignoraban las auto­


ridades; considerado como movimiento subversivo, prohibieron
el sionismo en 1903. Este mismo año, un gran administrador
liberal, el príncipe Sviatopolk-Mirski, criticando en un infor­
me 368 la segregación administrativa de los judíos, adelantaba el
siguiente argumento:

«Debemos considerar hoy esta diferencia [entre ju­


díos y cristianos] con particular atención, a causa
de las nuevas corrientes que, bajo el nombre de sio­
nismo, han aparecido en la población judía. El sio­
nismo, en sentido propio, es decir en su propósito
de instalarse en Palestina, ha perdido, como ya
cabía esperar, toda seriedad de significado. El cariz
general de la actual corriente sionista es el nacio­
nalismo. Dicha corriente resulta muy grave y merece
por parte del gobierno la mayor atención. Como aún
no ha adoptado unas formas definidas, el nacionalis­
mo judío cobrará en el futuro una orientación origi­
nal. Todo aislamiento de los judíos sólo servirá para
potenciar esas concepciones llamadas sionistas...»

A título de remedio, el príncipe Sviatopolk-Mirski preco­


nizaba una atenuación de determinadas restricciones y, sobre
todo, una ampliación del numerus clausus. Fue muy poco el
caso que le hicieron, como ya había ocurrido antes con los
juristas de la comisión Pahlen y con tantas otras mentes clari­
videntes, liberales o reaccionarias; al contrario, el año 1903 se
caracterizó, tras una tregua de veinte años, por el comienzo
de una nueva oleada de pogroms, mejor planeados, más exten­
sos y más sangrientos que los de 1881-1883, según veremos
más adelante.
Paralelamente a la dialéctica pogroms-sionismo, no tardó en
establecerse una relación más elemental entre la persecución
administrativa y la emigración efectiva, que acarreó consecuen­
cias aún más onerosas, al menos desde una perspectiva humana.
Amparándose en una industrialización incipiente, que ya de por
sí perjudicaba al artesanado y a ciertas ramas del pequeño comer­
cio judío, las «regulaciones provisionales», restricciones e in­
Rusia 121

cordios de todo tipo, las expulsiones y los pánicos, los consi­


derables impuestos en dinero o en especies que imponían los
miembros de la policía y otros funcionarios, llevaban a una rápi­
da depauperación de las masas judías (como lo demuestran mu­
chos documentos administrativos de esa época);369 y, en con­
secuencia, a una brutal aceleración de la emigración. Sus impul­
sos principales fluían hacia Estados Unidos. Por muy hospita­
larias que fueran en el siglo xix, las autoridades norteamericanas
acabaron preguntándose sobre los motivos de este espectacular
crecimiento. Al socaire de un estudio general sobre la inmigra­
ción, dos altos funcionarios recibieron el encargo de examinar
el caso de los judíos del imperio ruso. Su llegada coincidió
con la gran expulsión de Moscú en 1891, y así se convirtie­
ron en testigos casi oculares de cazas al hombre que resulta­
ban increíbles para la mentalidad occidental de su tiempo: reda­
das y detenciones nocturnas de familias enteras, huidas a casas
públicas y cementerios que sirvieran de cobijo, deportaciones
masivas hacia las zonas de residencia. Los investigadores pu­
dieron comprobar sobre todo que, a pesar de las desmentidas de
la administración imperial, se practicaba el uso de deportar
judíos en convoyes penitenciarios, donde se mezclaban con
reos de delitos comunes, yendo igualmente encadenados.370 (Por
esos tiempos, Pobiedonostsev actuaba como mediador servicial,
y acaso desinteresado, entre el zar y Samuel Poliakov, autor
de un proyecto que pretendía la compra de una línea de ferro­
carril balcánico a cargo de Rusia:371 buena prueba de la distan­
cia entre judío rico y judío pobre.) En la conclusión de su
informe, los investigadores norteamericanos sugerían a su go­
bierno una protesta diplomática, pues «no podemos conside­
rar como acto amistoso para con Estados Unidos el hecho de
que haya tantos individuos privados de sus medios de existencia
y obligados a instalarse en nuestro país, pobres y desmorali­
zados». También insistían acerca de la excepcionalidad que
poseía el caso de los judíos rusos:

«Habida cuenta de que las medidas restrictivas


adoptadas contra los judíos rusos afectan a una cifra
que va de 5 a 7 millones de personas, las cuales,
posteriormente, no tienen más remedio que emigrar
122 La Europa suicida

y que por diversas razones (entre las que destacan la


libertad individual y la libertad religiosa) suelen di­
rigirse a nuestro país, hemos dedicado más tiempo
al estudio de la emigración judía que a cualquier
otro. En todos los países que hemos visitado, con
excepción de Rusia, este movimiento responde a
causas normales. En Rusia, la emigración se debe
a causas que dependen de las autoridades. Puede
atajarse mediante un decreto imperial u ordenan­
do, desde las altas esferas, que cesen las persecu­
ciones.» 372

No obstante, pese a la indignación internacional, pese a


que los Rothschild franceses se negaron a conceder préstamos,
o pese a la baja de los valores rusos en Alemania, no cesaron
de agravarse las persecuciones. Por eso, sólo en lo que se
refiere a Estados Unidos, progresaba la emigración, siguiendo
una curva exponencial que se centuplicó entre 1860-1870 y
1900-1910, hasta alcanzar una cifra total lindante con el millón
y medio (aun así, el crecimiento natural de los judíos compen­
saba globalmente esta mengua demográfica).373
Otro remedio para la condición de judío en Rusia: la con­
versión (a una religión bien pensante, circunstancia en la que
no entraba ni el Islam ni algunas sectas cismáticas rusas),374
que garantizaba «una cura milagrosa e instantánea»,375 nunca se
asentó como costumbre. Fue siempre una actitud aislada; no
hubo afluencias colectivas de bautizos, sin duda no eran única­
mente los judíos quienes desaprobaban este procedimiento, sino
también todos los sectores de la sociedad rusa y sobre todo la
intelectualidad. El número total de conversiones realizadas du­
rante el siglo xix se calcula en 85.000.376
En cambio, bajo el reinado de los dos últimos zares, hubo
una dfra creciente de jóvenes de ambos sexos que, antes que
convertirse o emigrar decidían luchar en su propio ambiente
contra el odiado régimen. A tal fin, el historiador Simón Dub­
nov escribía, no sin lirismo, que en 1905 «los judíos se en­
frentaban a los pogroms mediante la intensificación de la lucha
revolucionaria; el elemento judío desplegó una gran activi­
dad en todos los destacamentos del ejército de liberación:
Rusia 123

tanto en los demócratas constitucionales, como en los socialde-


mócratas y los socialrevolucionarios».377
En este aspecto, conviene citar sobre todo al partido obre­
ro judío «Bund», constituido en 1897 (el mismo año que la
organización sionista de Herzl). Al año siguiente, este partido
actuaba como célula embrionaria del partido socialdemócrata
ruso, fundado bajo su impulso;378 con todo los ideólogos marxis-
tas del Bund eran estudiantes que seguían el camino inverso,
iniciado en los medios intelectuales rusos hasta llegar a las
masas obreras judías, y el más escuchado de todos ellos, Vladi-
mir Medem, se forzó incluso a aprender el yiddish, para mayor
eficacia de su agitación revolucionaria.379 Por lo demás, bajo la
presión de su base popular, el Bund acentuaba progresivamente
su carácter de partido específicamente judío, completando su
programa socialista mediante la reivindicación exorbitante des­
de el punto de vista marxista, de una autonomía nacional judía;
así se explica que ya entonces cayeran sobre él todos los denues­
tos de Lenin y Stalin.380
Quizás haya llegado el momento de decir unas palabras
sobre las abundantes contradicciones específicas u oposiciones
en el seno del judaismo en sí: las que existían entre una masa
más o menos proletarizada, supeditada a la cultura yiddish, y
una intelectualidad más bien aburguesada y asimilada, subdi-
vidida además en dos sectores culturales, la mayoría rusifi­
cada y rusófila, y una minoría polonizada, a veces desde tiempo
atrás; la oposición entre socialistas y sionistas, para colmo am­
pliamente mediatizada por los socialistas-sionistas; la oposición,
ya borrada hasta el punto de limitarse al folklorismo, entre
los hassidim extáticos y sus adversarios (mitnagdim) talmúdi­
cos,381 y sobre todo la que parcialmente se había ido insertando
durante el siglo xix entre los defensores de la religión tradicio­
nal y los judíos «ilustrados» de cualquier obediencia, dado que
estos últimos o bien habían conservado cierta ternura por las
creencias ancestrales, o bien habían optado por el más intran­
sigente de los anticlericalismos. Todas estas tensiones se incre­
mentan evidentemente con la contradicción inevitable entre el
proletariado y la burguesía, entre pobres y ricos, hasta obtener
también unos rasgos distintivos y acaso una intensidad suple-
124 La Europa suicida

mentaría, cuya condición confería a los ricos los privilegios


que ya hemos visto.
Todas estas especificidades o singularidades se iban juntan­
do sin embargo, para cimentar el frente único que se oponía
al régimen, y no es probable que el rabino que salmodiaba la
plegaria oficial por el zar sintiera hacia éste, en el fondo de
su corazón, un odio menor que el que alimentaban el que lan­
zaba bombas o el propagandista más radical. En todo caso,
raros eran los judíos que dudasen de las ventajas que pudiera
traerles (al mismo tiempo que a toda Rusia) un cambio político,
de la índole que fuera. «¿Qué quiere usted? De hecho, todos
somos bundistas», le decía al bundista Abramovich, en 1904,
Máximo Vinaver, el vicepresidente judío de la fracción mode­
rada («constitucional») de la primera Duma.332
Así se alzaba una generación militante entre todas, cuya
fermentación se intensificaba aún más por obra de los miles de
jóvenes que, sin posibilidad de acceder a las universidades
rusas, se iban a estudiar al extranjero, donde fácilmente acep­
taban la prospección de los emigrados políticos; por lo demás,
una temporada en Occidente siempre ha tenido para los súb­
ditos del zar, sea cual fuera su origen, consecuencias política­
mente explosivas. Dentro del imperio ruso, los judíos no tar­
daron en llegar a ser la etnia subversiva por excelencia, sobre­
pasando con mucho a los irreductibles polacos: 383 su propor­
ción entre los condenados políticos iba doblando de década
en década, hasta alcanzar un 29 % en 1902-1904,384 y un re­
dactor del Novoia Vrentia, evocando el yugo de los tártaros,
predecía en 1904 una catástrofe nacional aún peor.385 Esta
proporción aún resultaba más elevada en los comités centrales
y otros puestos de mando de las organizaciones antigubernamen­
tales, donde los jóvenes judíos desempeñaban una función mo­
triz o hasta iniciadora que en general no ofrecía duda alguna
para sus contemporáneos; y así, el lúcido monárquico Chulguin
vituperaba la columna vertebral o el cuerpo de oficiales de la
Revolución,386 mientras que el «padre del marxismo ruso»,
Plejanov, saludaba a la vanguardia del ejército de los trabaja­
dores en Rusia,3*7 y Lenin celebraba los rasgos grandiosos, um­
versalmente progresistas, de la cultura judía,388 Iván Tolstoi,
Rusia 125

que fue testigo privilegiado, explicaba así esta función de los


judíos:

«La juventud judía que, al finalizar sus estudios


secundarios, ha adquirido legalmente el derecho a
una instrucción superior, pero que se ve en la impo­
sibilidad de ejercerlo por culpa de las disposiciones
administrativas, entra en la vida práctica con pro­
fundo dolor, bajo el peso de un odio y de unos re­
sentimientos contra un poder que la despoja de sus
derechos. Estos agrios elementos son los que for­
man y luego completan los partidos revolucionarios,
y las universidades, por muchas precauciones que
tomen contra su profusión no pueden evitar su
propaganda.»389

Así, de diversas maneras, como actores aunque también


como manzanas de la discordia, los judíos se hallaban en el cen­
tro de una pira que no tardaría en arder. Esto explica que,
bajo el reinado de Nicolás II, los círculos dirigentes, y singu­
larmente el propio zar, acabaran identificándolos totalmente
con la revolución; más aún, dichos círculos adoptaron una ver­
sión rusa de la «teoría del complot», pretendiendo la exis­
tencia de un ilocalizable comité judío que dirigía esta revolu­
ción e intentando dar con él para destruirlo sin que no obstante
se pusieran de acuerdo sobre qué táctica seguir. El zar, empero,
siempre optaba por la línea más dura. Así se aceleraba inexo­
rablemente el clásico mecanismo de la retrorreacción política,
de «la profecía que se cumplía por sí sola». Y este fue el mo­
tivo, en definitiva, de que la generación de judíos que alcan­
zaron la mayoría de edad bajo los dos últimos Romanov,
ejercieran una influencia tan notable en nuestro mundo ac­
tual a través de los artesanos judíos de la revolución o a través
de los creadores del Estado de Israel, de León Trotski a Haim
Weitzmann o de Rosa Luxemburgo a Golda Meir.
126 La Europa suicida

Los precursores

En 1879, Pedro Rachkvosky, un modesto funcionario que


se había comprometido con varios estudiantes subversivos,
temió la perspectiva de acabar en Siberia y prefirió trabajar
para la famosa Okrana. Un año después, pasó a ser editor ge­
rente, o sea ojo del gobierno, de la revista Russky levnei, una
de las primeras publicaciones judías autorizadas en lengua
rusa; 390 fue sin duda este cargo el que le descubrió las diver­
sas ventajas que se podían sacar de la obsesión antisemita que
comenzaba a propagarse por toda Rusia. Fuera como fuese, sus
patrones debieron de quedar satisfechos de su labor pues, en
1884, corre por París en calidad de jefe de los servicios extran­
jeros de la Okrana. Desde su nuevo cargo, demostró una gran
capacidad de provocación, organizando complots tanto en Rusia
como en el extranjero, complots que luego desenmascaraba
triunfalmente, perfeccionando así los métodos de trabajo de sus
sucesores zaristas o soviéticos. Con objeto de desacreditar a los
revolucionarios rusos ante la opinión pública occidental, utilizó
al mismo tiempo la tesis del «complot judío», que por entonces
gozaba de muchos adeptos en Francia: al evidenciar que la
Francia católica y la Rusia ortodoxa debían luchar contra el
mismo enemigo judío, Rachkovsky contribuyó quizás a su ma­
nera al acercamiento franco-ruso. En 1891, escribía a sus supe­
riores que tenía el propósito de lanzar una campaña antise­
mita y en consecuencia así se concebirían los Protocolos de los
Sabios d t Sión, aunque ignoremos los detalles de la maquina­
ción: tal como escribe Norman Cohn, de quien sacamos lo
esencial de los detalles que mencionamos, «el intento de poner
en claro la prehistoria de los Protocolos siempre tropieza con
ambigüedades, incertidumbres y enigmas».391
Al parecer, el célebre texto no fue de ninguna utilidad para
la carrera de Rachkovsky pues Nicolás II, por muy antisemita
que fuera, acabó convenciéndose de que se trataba de una
superchería. Disponemos al respecto del sabroso testimonio
del okrannik Globachev. Según su informe,392 los ministros o
funcionarios competentes se negaban primero a comunicar los
Protocolos al zar. Hubo que esperar a 1905, año revoluciona­
rio, para que el zar los conociera:
Rusta 127

«Esta lectura, prosigue Globachev, produjo en el


zar una impresión muy honda, y adoptó los Proto­
colos como manual político. Desde este punto de
vista, típicas son las notas manuscritas de Nico­
lás II, escritas en el mismo ejemplar que le habían
entregado: «¡Qué pensamientos tan profundos!»
«¡Qué profecía!» «¡Qué precisión en la realización
del programa!» «Parece que sean los Sabios quie­
nes dirijan este nuestro año 1905.» «No pueden
existir dudas sobre su autenticidad.» «Se advierte
la mano dirigente y destructora del judaismo.» Y
así por el estilo. Vivamente interesado por el «des­
cubrimiento» de los Protocolos, Nicolás II dedicó
su atención al servicio extranjero de la policía polí­
tica rusa y distribuyó gran número de recompensas,
gratificaciones y medallas (...) Sin embargo a ins­
tancias de Lopujin [el director del departamento
de seguridad], el ministro Stolypin encargó que
dos oficiales de la gendarmería, Martynov y Vassi-
liev, abrieran una investigación sobre los orígenes
de los Protocolos. Esta investigación reveló sin
ambages el fraude que suponían. Stolypin presentó a
Nicolás II los resultados de las pesquisas y el zar
quedó totalmente anonadado. Y esta fue la resolu­
ción que adoptó, por lo que se refiere al uso de
los Protocolos para la propaganda antisemita: «Hay
que retirar los Protocolos de la circulación. No se
puede defender una causa pura con métodos su­
cios.»

Es un hecho que ni los órganos gubernamentales, ni las


organizaciones protofascistas rusas subvencionadas por dichos
órganos, confiaron en los Protocolos, que antes de 1917 sólo
se difundieron por cuenta de algunos iluminados. En cuanto
a Rachkovsky, a partir de 1905 participó de otro modo en la
agitación antisemita: tras una pasajera fase de desgracia, ocu­
pó el cargo de vicedirector del departamento de seguridad y
desempeñó una cierta labor en la formación de la Unión del
pueblo ruso, la primera y más notable organización de los
128 La Europa suicida

«Gen Negros», a la vez que propulsó un servido de impre­


sión de octavillas antijudías e incitación a pogroms.393 Los re­
cuerdos y memorias de los actores de los últimos años del
zarismo suelen citar a este intrigante, que a su manera influyó
en su época.
Los Protocolos no eran el único escrito de esta índole. Al
estudiar los datos, necesariamente fragmentarios, que existen
sobre este género de provocaciones, tenemos la impresión de
que ciertos okranniks, al estilo de los proverbiales augures ro­
manos manipulaban el mito de la conspiración judía, aún con
mayor ligereza por cuanto eran los hombres mejor informados
de Rusia sobre la verdadera vidj interna de los judíos, desde el
punto de vista político. Con este fin, aprovechaban ampliamen­
te la vasta producción místicocultista de su época, acomo­
dándola a su guisa.
Así apareció una nota de treinta páginas, titulada El secre­
to del judaismo, en los archivos del departamento de seguri­
dad de 1895, recién coronado Nicolás II. Atribuía a los judíos
una actuación aún más grandiosa, si cabe, que la referida por
los Protocolos. En definitiva, dicho secreto podría resumir­
se así:
El texto 394 empezaba revelando que el sublime misterio
del monoteísmo ya era conocido desde la más remota antigüe­
dad por un breve número de iniciados egipcios o caldeos, quie­
nes sabiamente se abstenían de divulgarlo a poblaciones aún
demasiado primitivas. Moisés, no obstante, aquel judío exalta­
do, transgredió este principio, con objeto de lograr que su
pueblo alcanzara una posición exclusiva y superior. En su mo­
mento, Jesucristo quiso que toda la humanidad se beneficiara
de la verdad revelada, pero los judíos celosos de su privilegio,
lo crucificaron y por lo tanto merecieron escarmiento. Fue
entonces cuando, por lo visto, se urdió la gran conspiración
judía. En efecto:

«El único medio que, dentro de los límites de las


posibilidades humanas, parecía capaz de cambiar la
trágica suerte del pueblo judío castigado por Dios,
consistía en acelerar lo más posible la evolución
Rusia 129

espiritual del resto del género humano. Esta pre­


misa exigía dos géneros de actividad:
a) creadora: contribuir a la rápida difusión del
cristianismo por todo el mundo, y
b) destructora: minar por todos los medios los ci­
mientos éticos del cristianismo en aquella parte de
la humanidad que ya lo profesara (...)
Este programa llegó a ser la piedra angular de
toda la vida posterior del pueblo judío (...) ¿Cómo
no inclinarse involuntariamente ante un pueblo que
supo subordinar todos sus pensamientos, pasiones,
entusiasmos y hasta todos los detalles de su vida
cotidiana, a un programa general minuciosamente
regulado que, inspirándose en su grandiosa misión
de expiación religiosa, supo tener la paciencia de
soportar sus tormentos durante milenios?...»

De este modo, el documento incluía gritos de admiración,


similares a los proferidos por Gougenot des Mousseaux y por
León Bloy.395 Es posible que el desconocido autor se inspi­
rara algo en ellos. A continuación, multiplicaba las pruebas his­
tóricas que secundaran su tesis. Según éstas, los judíos dieron
sus primeros pasos «en el escenario de la política mundial»
logrando que Carlomagno se hiciera con la corona imperial y,
sobre todo, influyendo en Gregorio V II y Urbano II para
que propulsaran las Cruzadas. Una vez asegurada la difusión
planetaria del cristianismo, intensificarían las actividades des­
tructoras. Desde la orden de los Templarios hasta los revolu­
cionarios americanos y franceses, pasando por las sociedades se­
cretas gnósticas, martinistas o francmasonas, cabe süponer que
los judíos fueron los instigadores de todas las conmociones de
la historia occidental. «Cualquier movimiento ideológico con
porvenir quedaba de inmediato asumido por el judaismo e, in­
sensiblemente, adaptado por él a sus particulares fines hasta que
lo coronara el éxito.» Durante el siglo xrx, los judíos actuaron
sobre todo al amparo de las logias francmasonas, con el pro­
pósito de multiplicar las revoluciones políticas, dado que enton­
ces su mejor arma era «el nuevo factor del capitalismo, hábil­
mente dominado por la judería». En Rusia, utilizaban además
130 La Europa suicida

a «la inquieta intelectualidad rusa, sutilmente impulsada [para


sembrar confusión] por los jefes judíos de la masonería mun­
dial a fin de que se mezclara con el pueblo», y a fin de «des­
cristianizar sistemáticamente a los fieles de la Iglesia griega
ortodoxa». Sin embargo, pese a su prodigiosa acción subversiva,
los judíos no olvidaban la conveniencia de terminar la parte
creadora de su obra: así se explica que, por ejemplo, la misión
católica en China se desarrollara sobre todo gracias a las dádivas
de los Rothschild y del barón de Hirsch. Pero también en Ru­
sia, donde el fermento revolucionario adquiría un cariz cada
vez más amenazador, convenía tomar urgentes medidas para
luchar contra la descristianización. Así pues, El secreto del
judaismo proponía como conclusión:
«que los ojos de los elementos bien pensantes de
la sociedad rusa se abrieran sin tardanza sobre la
perniciosa influencia secreta del judaismo y sobre
su función dirigente en el movimiento revolucio­
nario ruso. Para conseguirlo, lo más sencillo sería
que la gente se enterara, mediante un informe po­
pular, de las recónditas aspiraciones de los judíos
contra el mundo cristiano en general y contra Rusia
en particular.»
Este fárrago seudomístico (aunque no menos absurdo ape­
nas que los fárragos seudocientíficos de los antisemitas occiden­
tales contemporáneos) debía llegar a manos del nuevo zar, de
quien se sospechaba por entonces que albergara intenciones
liberales. No obstante, no hubo quien se lo entregara, a causa
«del pesimismo excesivo e injustificado del escrito», según indi­
caba una nota marginal del ministro del Interior. Diez años
después, cuando la revolución de 1905 parecía cimentar di­
chos temores, El secreto del judaismo volvió nuevamente a
escena; esta vez, fue el hombre fuerte del régimen, Pedro
Stolypin, el que le cerró el paso, como lo demuestran sus dos
anotaciones: «lógico pero tendencioso» (en cuanto al estilo), y
«este procedimiento de contra-acción resulta absolutamente in­
admisible para el gobierno» (en cuanto a la difusión).396 Tanto
en 1895 como en 1905, los ministros responsables no parecían
considerar que este «secreto», por sí solo, encerrara ninguna
Rusia 131

inverosimilitud. Por lo que respecta al zar, poseía sobre los


judíos unas opiniones muy definidas, dado que éstos le desper­
taban unos sentimientos firmes y sencillos: acercándose ya
mucho a Hitler, establecía una oposición entre el ttarod, su
buen pueblo cristiano, y los jids corruptores y perversos. Lo
único que le diferencia del Führer es que creía, o simulaba
creer, que también existían judíos inocentes.357
Los historiadores nos describen con creces la debilidad de
carácter de este infeliz autócrata, fascinado durante toda su
vida por la obsesiva imagen de su padre, y fiel a toda costa
a los principios de gobierno que éste y su maestro común
Pobiedonostsev le habían inculcado. También es frecuente que
se citen sus cualidades de padre de familia y de cristiano escru­
puloso en contraste con su total incapacidad de enfrentarse a
los deberes que le exigía su cargo. No menor parece el contraste
entre su sujeción a influencias de toda índole — en primer lu­
gar, a las de aquella pareja fatídica que formaban su mujer y
Rasputín— y la inquebrantable firmeza con que se negaba a
alterar ni un ápice la condición de los judíos. Seguía creyendo
que eran los grandes responsables de todos los disturbios que
agitaban el imperio ruso, y en su opinión los pogroms no eran
más que la reacción natural de un pueblo cristiano, convencido
de que éste le guardaba una adhesión indefectible. A tal fin,
la revolución de 1905 le inspiró el siguiente comentario, poco
después de que se promulgara el «Manifiesto constitucional»
del 17 de octubre:

«Al dictarse el Manifiesto, le escribía a su madre,


los malos elementos alzaron la cabeza, pero en se­
guida se produjo una gran reacción y la masa de
hombres fieles se puso en pie. El resultado fue,
por supuesto, el mismo que aquí suele darse: el
pueblo se exasperó ante la audacia y la insolencia
de los revolucionarios y de los socialistas, y como
las nueve décimas partes de todos ellos son jids, el
furor se volvió contra ellos — y de ahí, los pogroms
antijudíos. Causa asombro comprobar con qué una­
nimidad estallaron de inmediato en todas las ciu­
dades de R usia...»3*
132 La Europa suicida

Dos meses después, Nicolás II daba su asentimiento al


proyecto de una «acción común internacional» contra los ju­
díos, quizás elaborada a tenor de sus indicaciones, y en todo
caso en función de sus deseos por el ministro de Asuntos ex­
tranjeros, el conde Lamsdorf. En el fondo, dicho proyecto no
pasaba de ser más que la traducción en el lenguaje de canci­
llerías de la historiografía de los Protocolos o del Secreto del
judaismo. Llegaba a decir que Karl Marx y Ferdinand Lassalle
eran «de claro origen judío», que no estaba menos claro que
los movimientos revolucionarios rusos estaban formados y fi­
nanciados por «los círculos capitalistas judíos», y que el sumo
«órgano potenciador de la lucha» era «la célebre liga fundada
en 1860 bajo el nombre de Alianza israelita universal, con
sede en París, que posee colosales recursos pecuniarios». Por
consiguiente, para contrarrestar el peligro de forma oportuna,
había que ponerse de acuerdo con las otras dos grandes poten­
cias amenazadas por la subversión judía, que eran el Reich
alemán y la Iglesia católica:

«No cabe duda de que es altamente necesario un


cambio de impresiones confiado y cordial por nues­
tra parte con las esferas dirigentes tanto de Berlín
como de Roma. Podría ser el punto de partida de
una acción común internacional sumamente venta­
josa, primero por lo que se refiere a la organización
de un control vigilante, y segundo en lo que atañe a
una lucha común y activa contra el enemigo general
del orden cristiano y monárquico en Europa. Como
gestión inicial en la dirección apuntada, parece re­
comendable que nos limitemos provisionalmente a
un cambio de impresiones sin reservas con el go­
bierno alemán.»

Al margen de este proyecto, Nicolás II anotaba: «Hay que


entrar en contacto sin mayor dilación. Comparto plenamente
la opinión aquí expresada.» Sin embargo, ignoramos cómo se
iniciaron tales conversaciones y qué continuidad tuvo este pro­
yecto de un Triplo o de un primer «eje» antisemita.3”
Para descargo intelectual del conde Lamsdorf y del zar,
Rusia 133

cabría invocar la general conmoción de los rusos cultos du­


rante aquellas semanas sangrientas. De Polonia al océano Pací­
fico, estallaban revueltas, ciudad tras ciudad, empezando por
Moscú; grupos de campesinos recorrían el campo saqueando y
asesinando a propietarios y funcionarios; la idea de que exis­
tía un invisible director de orquesta judío penetraba en cere­
bros más sólidos que el de Nicolás II. Ya hemos visto que
Stolypin creía en la «lógica» de esta idea; igual opinaba su ri­
val Witte si nos fiamos del testimonio de Lopujin.
El ex jefe de policía cuenta que Witte, vuelto al poder des­
pués del Manifiesto de Octubre, lo convocó en enero de 1906
para pedirle que le indicara con qué organización judía había
que tratar, a fin de «lograr que influyera sobre las masas judías
para que desistieran de participar en el movimiento revolu­
cionario»:

«Me asombró muchísimo, prosigue Lopujin, des­


cubrir que W itte, una persona tan inteligente y tan
versada en la vida de los negocios y en la vida po­
lítica, acogiera esas representaciones típicamente
triviales sobre la existencia de un centro político
judío, de un “Kahal” mundial que supuestamente
dirigía a los judíos del mundo entero por medio de
misteriosos hilos, que orientaba su “empresa” en tal
o cual país, y que era capaz de ordenarles que se lan­
zaran a la revolución o que se abstuvieran de par­
ticipar en ella. Contesté a Witte que semejante
organización sólo existía en las leyendas antisemitas
y que en realidad el judaismo, supeditado a las
leyes sociales generales, sufre aún mayor desunión
que el mundo cristiano.»400

Tenemos motivos para preguntarnos si estas observaciones


de Lopujin han perdido actualidad, durante este último cuarto
del siglo xx (a lo sumo, Tel Aviv ha suplantado a París, a ojos
de algunos, en calidad de supuesta sede del gobierno secreto
de los judíos). Por lo que respecta a los comienzos de nuestro
siglo todavía podemos aludir a un tercer hombre de Estado
juicioso, el ministro de Finanzas Kokovtzov que, a pesar de
134 La Europa suicida

sus prevenciones contra los judíos,401 parece haber tenido menos


propensión que Stolypin o Witte a compartir la creencia do­
minante. En abril de 1906, Kokovtzov salva tal vez al régi­
men moribundo, al negociar en París un préstamo de una
cantidad hasta entonces sin igual (más de dos mil millones
de francos oro). A tal fin, el jefe del sindicato bancario fran­
cés, Édouard Noetzlin, le preguntó si, con objeto de mejorar
la situación política en Rusia, no convendría otorgar la igual­
dad de derechos a los judíos. (La sugerencia se ajustó a una
cláusula de estilo, muy corriente por aquellos tiempos: «No
ignora Su Excelencia que no siento ninguna ternura por los
judíos y que en modo alguno me gustaría verlos en su casa...»)
Kokovtzov replicó que no era tan sencillo el asunto, dado su
enraizamiento profundo dentro de lo posible, pues «desde
luego, sería difícil explicar, en base únicamente a la excepcio­
nal condición de los judíos, su papel preponderante en el mo­
vimiento revolucionario y su presencia a la cabeza de todas
las organizaciones revolucionarias y actividades antiguberna­
mentales»; añadió que sin embargo, de acuerdo con la gran
mayoría de sus colegas, creía que la abolición de una legisla­
ción vetusta y especialmente de la zona de residencia se im­
ponía desde tiempo atrás; pero que resultaba vital mantener
la prohibición del acceso a los bienes raíces, con objeto de
proteger al campesinado contra la explotación judía. «La igual­
dad de derechos a nivel de posesión de tierras provocaría en­
tre los aldeanos indigentes un levantamiento contra los judíos
y, habida cuenta de la arraigada animosidad y de la tendencia
explotadora, dicha igualdad ocasionaría choques inevitables con
el campesinado, que serían nefastos para los judíos agricul­
tores.» 402
En efecto, el ministerio Stolypin, que en la primavera de
1906 había reemplazado al ministerio Witte, estaba firmemen­
te decidido a «contemporizar con los judíos», pero una refor­
ma planeada al principio bajo la radical apariencia que descri­
bía Kokovtzov, se fue reduciendo mes tras mes como piel de
zapa, sobre todo a consecuencia de la mala voluntad de Nico­
lás II y de quienes le rodeaban. En última instancia, Stolypin
intentó conceder en diciembre de 1906 algunas satisfacciones
a «la parte no revolucionaria del judaismo», amparándose en
Rusia 135

la excusa de una ley relativa a la libertad religiosa. También


esta modesta concesión tropezó inopinadamente con un veto,
motivado por una objeción de la conciencia imperial:

«No puedo aprobar las ideas que me ha expuesto


usted sobre el problema judío, le escribía el zar a
Stolypin. Puedo decir que llevo mucho tiempo me­
ditando día y noche acerca de dicho problema. A
pesar de los argumentos más convincentes en fa­
vor de una decisión positiva en este asunto, hay
una voz interna que con creciente insistencia me
dicta la orden de no asumir esta decisión. Hasta
hoy, mi conciencia no me ha engañado jamás. Por
eso, nuevamente en esta ocasión pienso acatar su
mandato. Ya sé que también usted cree que “el co­
razón del zar se halla en manos de Dios” . Que así
sea. Soy responsable ante Dios y ante el país, y en
cualquier momento estoy dispuesto a rendir cuen­
tas. Sólo lamento una cosa: que usted mismo y sus
colaboradores hayan pasado tanto tiempo en exa­
minar un problema, cuya solución rechazo.
Por lo que atañe a la ayuda que merecen las víc­
timas del hambre y a la coordinación de estos pro­
blemas, he hablado con Su Majestad [la empera­
triz Alejandra]. Su noble mano no dudará en acep­
tar la dirección suprema de esta ayuda, e tc ...» 405

Poco después, la «voz interna» de Nicolás II logró des­


baratar una influencia mucho más insidiosa que la de Stolypin,
pues también Grigori Rasputin, como mujik cargado de sen­
satez, quiso abolir la zona de residencia.404 Tampoco lo con­
siguió, y todavía en 1915, en plena guerra mundial, el últi­
mo de los Romanov declaraba que, por lo que se refería a los
judíos, le resultaba imposible «asumir cualquier decisión».405
Dos policías de alto rango nos ofrecen un último dato. El
general Guerassimov, que a principios de 1905 había recibido
de Lopujin la sección del Okrana de Petersburgo, describía
en sus memorias la audiencia que le concedió el zar en otoño
136 La Europa suicida

de 1908. El zar, tras felicitarle por sus capturas, le interro­


gó sobre «el problema de la logia judeomasónica»:

«Había oído decir que existían estrechos vínculos


entre los revolucionarios y los francmasones, y que­
ría que yo se lo confirmara. Le dije que no estaba
al corriente de cómo se presentaba el asunto en el
extranjero, pero que no me parecía que en Rusia
* hubiera logia judeomasónica y que en general los
francmasones no desempeñaban papel alguno. Aun
así, mi respuesta distó mucho de convencer al Em­
perador, pues me encargó de decirle a Stolypin
que quería que se le presentara un informe muy
completo sobre los francmasones de Rusia y del
extranjero. No sé si el informe en cuestión llegó
a manos del Emperador, pero en el departamento
de seguridad se instituyó una comisión para que
se ocupara de la francmasonería, comisión que aún
no había terminado sus indagaciones cuando esta­
lló la revolución de febrero de 1917.»406

Noparece que el viejo okrannik supiera más cosas. Su


superior,Beletsky, un sucesor de Lopujin a la cabeza del de­
partamento de seguridad, sabía algo más. Al declarar ante una
comisión investigadora, días después de la revolución de fe­
brero de 1917, contó que a petición del gran duque Nicolás
(el futuro generalísimo ruso de 1914), que en vísperas de la
guerra ya sospechaba la existencia de ciertos oficiales pertene­
cientes a logias masónicas, había tenido que estudiar el pro­
blema de la francmasonería en Rusia. Por consiguiente, había
reclamado los expedientes, que le descubrieron, entre un mon­
tón de materiales diversos, la existencia de una nota destina­
da a la supervisión del zar: en dicha nota, Witte y el metro­
politano Antonio aparecían acusados de ser los instrumentos
de las logias. Por lo demás, «según los rumores que circula­
ban entre los funcionarios de la policía, también Stolypin per­
tenecía a una de las organizaciones masónicas».407
Así pues, la pista apuntaba a esas camarillas seudomísticas
que, bajo el reinado de Nicolás II, ejercían una influencia no­
Rusia 137

toria, sobre todo a través de la emperatriz Alejandra, cuando


se trataba de nombrar altos cargos de funcionarios y minis­
tros, y también con relación a otras decisiones que incumbían
al monarca. El círculo se cerraba; o, si se prefiere, la serpien­
te se mordía su propia cola.

El caso de Adolf Hitler permite que reflexionemos sobre


la función del individuo en la historia, especialmente por lo
que se refiere a la suerte de los judíos. La incapacidad que
tenía el último zar de «asumir», como él mismo decía, cual­
quier decisión que les fuera favorable, también parece haber
afectado de varias maneras el curso que tomaron los aconteci­
mientos, según hemos comentado. Por otra parte, es evidente
que, por encima de su sujeción a los dictados paternos o has­
ta dinásticos, Nicolás II, en su fervor antisemita, debía comul­
gar con un estrato de correligionarios; dicho de otro modo,
y además igual que en el caso del I I P r Reich, su caso indivi­
dual se incrementaba con un problema de mentalidades colec­
tivas, que ahora revisaremos.
Bajo esta relación, los judíos padecían en primer lugar un
cierto afán burocrático. Cuando se trataba de ellos, la admi­
nistración zarista, igual que la hitleriana, parecía querer an­
ticiparse a los deseos del hombre providencial, jefe o monar­
ca, y fueran cuales fuesen las íntimas conviciones de los fun­
cionarios, solían manifestar actitudes hostiles, con la salvedad
de apaños y mitigaciones obtenidos gracias a la corrupción, en
el caso ruso. En una de las conferencias ministeriales dedica­
das a la supresión de las restricciones antijudías, el interventor
del Estado bromeaba cruelmente al pretender que no habría
modo de evitar una huelga general de la policía;408 en efec­
to, los ingresos anuales que ésta sacaba de los judíos se cifra­
ban en decenas de millones de rublos oro: se calculaban en seis
millones de rublos por lo que respecta a la ciudad de Peters-
burgo, y a un millón de rublos para la región de Besarabia.409
Los judíos rusos, según demuestran todas las obras históricas
o memorias, no han guardado un buen recuerdo de la policía
y de la administración zaristas. Antes que examinar sus re­
quisitorias, citaremos a un alto funcionario ruso, el príncipe
138 La Europa miada

Urussov, gran señor que en muchas ocasiones se identifica con


el conde Iván Tolstoi.
Al día siguiente del pogrom de Kichinev (Pascua de 1903),
el primero y el más memorable de los pogroms de principios
del siglo xx, Urussov fue designado como nuevo gobernador
de la provincia de Besarabia. La experiencia que adquirió, le
llevó más tarde a denunciar, desde lo alto de la tribuna de la
«Duma», las prácticas administrativas, y a redactar memoria­
les que por entonces se tradujeron a todas las grandes lenguas
europeas. Según cuenta, las discriminaciones y vejaciones anti­
judías eran casi de rigor en el servicio público ruso. «La men­
talidad de nuestro funcionariado medio adopta casi inconscien­
temente el hábito de aplicar al judío desprovisto de derechos
un código moral especial.»410 En ello, distinguía dos grandes
razones.
Por una parte, «el odio procedía hasta cierto punto de las
ansias, quejas, vituperios, explicaciones, errores y de la respon­
sabilidad que constantemente recaía sobre los funcionarios por
culpa de una legislación estúpida e inútil (...). La tendencia
general de la administración consistía en incordiar a los ju­
díos a toda costa, aunque por ello hubiera que burlar la ley»,
circunstancia que evidentemente permitía estrujar aún más a
los judíos «tolerados» por la policía.411
Pero el motivo principal era la necesidad de hacerse valer,
y destacar. [La policía] «consideraba que al maltratar a los
judíos, seguía las consignas del gobierno, y que éste no sólo
admitía que los persiguieran, sino que lo deseaba». De forma
más general, «el furor antisemita... resultaba por así decir
obligatorio para todos los funcionarios del imperio».412 Por
conciencia profesional, estaba claro que convenía maltratar a
los judíos: clásico mecanismo, llevado a su máximo grado de
perfección en el I I I er Reich. «La agitación antisemita, preci­
saba además Urussov, va de arriba abajo, de los palacios a
las chozas.»413
Las memorias de Alexis Lopujin describen sugestivamen­
te esta forma jerárquica de transmisión.414 Poco después de
la gran oleada de pogroms del otoño de 1905, Nicolás II re­
cibía al general Drachevsky, gobernador de Rostov. En el trans­
curso de la audiencia, le dijo que el número de víctimas judías
Rusia 139

había sido inferior al que cabía esperar. «Tales indicaciones


venidas de tan alto lugar, explicaba Lopujin a Witte, Dra-
chevsky las transmitirá oralmente al jefe de policía de Ros­
tov, y paso a paso repercutirán en los cabos y simples agen­
tes, los cuales, seguros de obrar rectamente, comentarán en
calles y mercados que hay que apalear a los jids, y que se
puede probar sin ningún temor.» El I II " Reich conoció pro­
cesos semejantes, pero los rusos, por instinto, supieron desco­
llar en estos juegos de palabras a medias y sobreentendidos,
al revés que los alemanes.
No hubo cuerpo del ejército ruso que no cultivara un anti­
semitismo aún más virulento que la policía, según certificaba
un autor en 1908.415 Sus palabras, por lo demás, tienen un al­
cance general, y podemos remitirnos en tal caso a los capítu­
los precedentes: durante la «Belle Époque» europea, la male­
volencia con respecto al pueblo cosmopolita se elevaba a la
dignidad de virtud militar en casi todos los países. En el caso
ruso, el deber de reprimir desórdenes engendraba, tanto en
generales como en soldados rasos, un conflicto específico, cán­
didamente evocado en 1903 por el viceministro del Interior,
que decía que «era imposible permitir que los soldados dis­
parasen sobre cristianos, a fin de proteger a los judíos».416 Com­
prenderemos aún mejor el dilema si sabemos que la fiesta de
reconciliación cristiana de Pascua también era el gran perío­
do de los pogroms; así se ilustra con mayor nitidez la impu­
nidad de que gozaron los de 1881-1883. Pero fue sobre todo
durante la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 cuando el ejér­
cito se convirtió en un hervidero de antisemitismo, con el re­
parto de proclamas y octavillas antijudías entre los jóvenes
reclutas, inaugurándose así la moderna costumbre de presen­
tar a los jids como chivos expiatorios de las derrotas.417 Todo
ello no fue óbice para que algunos generales elogiaran en sus
órdenes del día el valor de los soldados judíos, cuyas proezas
acababan glorificadas por los corresponsales militares de los pe­
riódicos antisemitas: 418 ética fraternal de los combates, aun­
que también Rusia, país de los grandes contrastes.
Se agravaron las suspicacias en el transcurso del año re­
volucionario de 1905; dentro del ambiente del gran duque
Nicolás que, por su rango de asesor militar de la familia Ro-
140 La Europa suicida

manov, se encargaba de reprimir las sublevaciones campesi­


nas, dichas suspicacias degeneraron en manía persecutoria, y
el conde W itte se vio acusado de formar parte de la conjura­
ción judeomasónica que pretendía arruinar y despedazar la
Santa Rusia. Rumores demenciales circulaban en el seno del
estado mayor: el ayuda de campo del gran duque, el general
Rauch, comentaba en su diario:

«...W itte teme ahora que hayan ido demasiado


lejos, y los jids intentan sofocar la sublevación ar­
mada, pero luego volverán a empezar. Es una de­
cisión significativa. Me ha contado [Dubrovin, el
jefe de la Unión del pueblo ruso] que han enviado
a Petersburgo, desmontada, la guillotina que servi­
rá para ejecutar al z a r...» 419

Mayor dificultad supone emitir un juicio sobre el otro pun­


tal tradicional de la autocracia como era el clero ruso. Bien
es verdad que de su seno no salieron grandes paladines del
antisemitismo, similares al pastor Stocker en Alemania o los
jesuítas de la Civilta Cattólica en Roma. De forma general, el
clero ortodoxo no conoció polemistas belicosos de esa índole,
y tanto su sujeción jerárquica al zar como su limitada cultura
y su falta de prestigio lo mantenían al margen de la agitación
política. La ingenuidad de ciertos religiosos llegaba a desar­
mar.420 Pero vale la pena hacer constar que no hubo sacerdote
o teólogo de la Iglesia ortodoxa que secundara con su testi­
monio la furiosa propaganda de los crímenes rituales, de modo
que los antisemitas rusos no tuvieron más remedio que recu­
rrir a expertos católicos, sobre todo a raíz del proceso Beilis.
A un nivel superior, los dos grandes representantes de la
espiritualidad rusa, Vladimir Soloviev y Basilio Rosanov, se
hallaban ambos fascinados por el judaismo: pero, en el caso
del primero, fue con el propósito de escribir sobre él acaso
las páginas más hermosas o más profundas que jamás hayan
surgido de la pluma de un cristiano de nuestro tiempo; y por
lo que atañe al segundo, su intención, sólo revolcarse literal­
mente en un amasijo de elucubraciones sobre los esplendores
del alma de los arios y sobre la concupiscencia de los judíos
Rusia 141

por la sangre cristiana. Arriesguémonos a decir, pese a la pru­


dencia de rigor en lo referente al tema de los «caracteres na­
cionales», que las dimensiones del espacio mental ruso tam­
bién se redujeron a esto.
Si ahora probamos a lanzar un vistazo sobre los círculos
políticos, conviene que recordemos que, en la medida en que
pretendían llevar una existencia propia, tales círculos sólo po­
dían ser críticamente de oposición, o «de izquierdas», puesto
que para los súbditos bien pensantes del zar, lo más adecua­
do consistía en abstenerse de toda iniciativa política.421 Hubo
que esperar a los acontecimientos de 1905, reveladores de la
fragilidad del régimen autocrático, para que bajo el impulso
precisamente de Rachkovsky y de otros okranniksm surgieran
integristas del trono y del altar, procedentes de todas las ca­
pas sociales, que formaron movimientos o partidos fácilmente
calificables como «de derechas». En tales condiciones o bajo
estos auspicios, su actitud sólo podía ser violentamente anti­
semita, y su actividad más rotunda consistía en una propagan­
da correspondiente (financiada por Nicolás II, como era pú­
blico y notorio) y en la participación en los pogroms. Por lo
demás, el mismo nombre de «Cien Negros» (Chernaia Sotnia)
con que han perdurado ya refleja su propio lenguaje, pues el
vocablo ruso que designa a la «chusma» se deriva de la raíz
«negrura» (chern). El gran duque Constantino, el intelectual
de la familia Romanov y además poeta apreciable, resumía este
problema a la vez semántico, político y familiar cuando en
otoño de 1905 escribía en su diario que el conde Witte se
equivocaba sin duda «al relacionar las masas populares, indig­
nadas por la secesión de la intelectualidad, con los Cien Ne­
gros, es decir con una chusma supuestamente azuzada por el
gobierno y por su policía contra los rebeldes».423 (En conjun­
to, los historiadores han dado la razón a Witte.) Por esa mis­
ma fecha, el comentarista político de una revista liberal, me­
diante un artículo redactado en función de los hechos y vi­
brante de pánico, establecía un análisis quizás más exacto.424
Demostraba primero que la inmensa mayoría de las masas ru­
sas, obreros urbanos no cualificados o campesinos de subsis­
tencia precaria, se veían gravemente afectados por las huelgas
y disturbios revolucionarios, a veces hasta el punto de sufrir
142 La Europa suicida

hambre. Describía luego las violencias y los crímenes cometi­


dos por los «Cien Negros», a instigación de la administración
y de la policía, tal como revelaban los periódicos no censura­
dos.425 Sin embargo, concluía exclamando:

«¿Serán estos los horrores de una puggachevchina


(rebelión campesina)? La prensa afirma con insis­
tencia que todos los pogroms y violencias infames
son obra de los “Cien Negros”, organizados y sos­
tenidos por la administración. Hechos que no se
han podido hacer públicos hasta ahora (lo) de­
muestran claramente (...). Pero pese a todo, hay
una duda que persiste: ¿cómo han surgido los Gen
Negros, no será por causas más profundas? Diga­
mos: pluguiera al Cielo que la violenta reacción
contra el movimiento de liberación sólo deba im­
putarse a la policía... Esperemos que la prensa
haya acertado al emitir su diagnóstico, por repug­
nante y escandaloso que pueda ser.»

Es evidente que el incremento de una «derecha» temible,


cuyo contraterrorismo atacaba electivamente a los judíos, no
podía tener más efecto que el de consolidar la tendencia pre­
existente en los círculos políticos de oposición o revoluciona­
rios, a saber la de una defensa y una alianza con los judíos;
ya hemos evocado esta tradición, tan característica en la inte­
lectualidad rusa. ¿Debemos añadir que esta atracción, a modo
de negativo de la malevolencia, no se producía aún con mayor
fuerza? Así lo sugería con su habitual franqueza Iván Tolstoi:

«Se suele suponer que el antisemitismo va estre­


chamente unido a una mentalidad reaccionaria, al
oscurantismo. Pero hay que reconocer que existen
muchas personas de convicciones progresistas que
no se distinguen tanto de sus adversarios en lo que
se refiere a los sentimientos que muestran por los
judíos. Si muy a menudo se abstienen de manifes­
tar abiertamente su antisemitismo, se debe al he­
cho de que creen que los judíos les son indispen­
Rusia 143

sables para la lucha que han entablado contra el


régimen establecido, y también a razones “tácticas”,
dado que la persistencia del descontento judío les
favorece su propio movimiento liberador: pues, en
su opinión, los judíos constituyen un contingente
abundante, si bien de segunda clase, de enérgicos
luchadores por la “libertad” .» 426

No se puede decir que las vicisitudes de la condición de


los judíos rusos, después de la revolución de Octubre, hayan
desmentido este análisis.
Finalmente, podemos enfocar la cuestión desde el ángulo
de las pertenencias nacionales o sociales. Desde una perspec­
tiva inicial, no parece que haya posibilidad de percibir una di­
ferencia real entre los ucranianos y los polacos, acostumbrados
a codearse con los judíos, y los habitantes de la Gran Rusia,
que en cambio sólo los trataban a distancia; bien es verdad
que los antagonismos internos en el seno de la «cárcel de las
naciones» zarista, las tácitas alianzas entre oprimidos, o al
contrario los contagios de animosidad, complican la cuestión
en grado sumo. Por lo que respecta a las categorías sociales,
los memorialistas suelen insistir sobre la judeofobia de los co­
merciantes, fenómeno primario que se evidenciaba en cual­
quier época y lugar; sea como fuera, en la era moderna, los co­
merciantes rusos eran los únicos que gozaban de una protec­
ción legislativa sui generis, por su condición de cristianos. A
tal fin, el ministro de Finanzas Kokovtzov declaraba en 1906
que el remedio se había vuelto peor que la enfermedad:

«Los judíos son tan ladinos, opinaba ante el Con­


sejo de ministros, que no hay modo de recurrir a
ninguna ley que los contenga. De nada vale echar
el cerrojo a las puertas para protegerse: siempre en­
contrarán una ganzúa que las abra. Para colmo, una
política represiva no hace más que irritarles, y fa­
vorece los abusos y las arbitrariedades administra­
tivas; las leyes antijudías sólo sirven para que toda
clase de funcionarios aumenten sus ingresos.»
144 La Europa suicida

(El ministro que refiere estas palabras, V. I. Gurko, aña­


de que él hubiera objetado a Kokovtzov: «Por vez primera
en mi vida, oigo decir que cuando un cerrojo no cumple su
función, porque alguien utiliza una ganzúa, hay que quitar el
cerrojo».)427
Examinemos ahora esa inmensa categoría conocida bajo el
nombre de «pueblo», que memorialistas, y luego historiado­
res, suelen tratar con simpatía.
En sus recuerdos, el príncipe Urussov negaba rotundamen­
te la existencia de un antisemitismo popular ruso. «El inme­
morial reproche que el pueblo dirige a los judíos: “Crucifi­
casteis a Jesucristo”, demuestra que la conciencia religiosa rusa
ha condenado esta circunstancia histórica, pero ello no autori­
za a creer en la intolerancia del pueblo.» En su apoyo, invo­
caba las múltiples conversaciones que, de cristiano a cristiano,
había mantenido con sus administrados:

«Sin ninguna excepción, sus respuestas manifesta­


ban una ausencia total de hostilidad por parte cris­
tiana hacia ellos [los judíos]... nunca llegué a des­
cubrir en las aldeas de Besarabia el menor asomo
de ese sentimiento de odio hacia los judíos que a
veces estalla bruscamente y sin causa evidente en
los salones mundanos y otros lugares alejados de la
vida natural.»428

No menos sugestivo resulta Urussov cuando evoca su vi­


sita a la cárcel de Kichinev, donde acaban de ingresar varias
decenas de pogromistas:
«Los presos hacían gala de una alegría y una dul­
zura cómicas; bromeaban entre sí y reconocían que,
si bien no estaban exentos de culpa, eran inocentes
de cualquier asesinato, ¡Dios nos libre! Asegura­
ron que los judíos eran buena gente, que vivían
todos juntos en buena armonía y que había cris­
tianos peores que los judíos. Añadieron que los ju­
díos se habían sentido muy ofendidos por el sa­
queo y que ahora se ensañaban con los presos acu­
sándoles erróneamente de tales delitos.» 429
Rusia 145

Pasemos ahora a la historia de los pogroms, que ya vere­


mos cómo todas estas buenas disposiciones de ánimo podían
coexistir con explosiones de ferocidad, y hasta con la sangui­
naria creencia en los crímenes rituales judíos, perpetrados, se
decía a veces, con el consentimiento de un «poder» pagado por
el pueblo deicida.430 Sin duda, nos hallamos en presencia de
la inestabilidad supuestamente típica de las «poblaciones sin
escritura». Recordemos también que en Rusia, los judíos dis­
taban mucho de ser una minoría numéricamente insignifican­
te y en vías de asimilación, constituían por el contrario un
pueblo, frente a otros pueblos, y sin embargo radicalmente dis­
tinto. Las perplejas impresiones de un viajero francés esta­
blecen claramente este contraste:

«Para quien viene de un país donde, gracias a la


prolongada labor de las instituciones democráticas,
parece que hasta la inteligencia funcione equitati­
vamente repartida entre todas las categorías de la
nación, es> aún mayor sorpresa comprobar que, a
igualdad social, existen diferencias tan extrañas
como la inercia intelectual del ruso pobre, cuya
mirada zanganea sin luz ni vida, y la ardiente cu­
riosidad del adolescente judío. Los hemos estado
observando, durante treinta y seis horas seguidas,
en el entrepuente del barco que nos llevaba de
Kiev a Gomel —por un lado, mújiks miserables
que soltaban raras interjecciones y se palmeaban
con frecuencia; por el otro, judíos harapientos, que
conversaban, discutían, leían...»431

Al respecto, también podemos citar la opinión de un di­


plomático inglés, de quien más adelante volveremos a hablar,
sir Cecil Spring Rice, que aseguraba que la superioridad inte­
lectual de los judíos sobre los rusos justificaba el manteni­
miento de la legislación artti judía:

«Toda presión extranjera en pro de la abolición


de las restricciones existentes hará más mal que
bien. Si se cumplieran tales exigencias, se alzaría
146 La Europa suicida

un movimiento popular cuyo control escaparía al


gobierno. No sería un movimiento racial o religio­
so (en sentido estricto), sino el esfuerzo natural de
autodefensa, necesaria consecuencia del sentimiento
que una clase particular de la población posee, ins­
pirado por las cualidades que le dan inevitable­
mente la victoria en la lucha por la existencia. La
solución de las dificultades actuales consiste en la
educación del pueblo ruso. Cuando los rusos se
vuelvan tan inteligentes y tan trabajadores [como
los judíos], el antagonismo presente se extinguirá
de muerte natural.
Pero aún falta mucho para que todo esto suceda, y
más vale mirar las cosas de cara.
Resumamos esta larga historia. Aunque exista en
el seno de una nación una raza poseedora de las par­
ticulares cualidades que han de conferirle mayor
poder que al resto de esa nación, aunque pueda
ejercerlas libremente —jamás le permitirán que las
ejerza libremente. Si esta raza tiene amigos en el
extranjero se verá tratar no sólo como un Estado
dentro del Estado, sino también como un Estado ex­
tranjero ayudado desde fuera por otros Estados
extranjeros, y entonces la odiarán el doble. Si la
odian, odiará; si la persiguen, hará todo lo posi­
ble por vengarse; y si es más inteligente y más
enérgica que el resto de la nación, será capaz de
vengarse con eficiencia dedicando sus cualidades
superiores a la causa de la venganza...» (20 de
enero de 1906).

Esta carta de Spring Rice iba destinada a un amigo ju­


dío, Oswald Simón, que por aquellos tiempos procuraba aler­
tar a la opinión pública inglesa sobre la ola de pogroms que
se extendía en Rusia. Y el diplomático concluía:

«Como ves, soy el advocatus diaboli, pero me pa­


rece que algunos de los tuyos comparten aquí las
ideas que te expongo, ideas que además tienen im­
Rusia 147

portantes adeptos. Ya ves qué carta más larga, y


con qué recompensa más ingrata pago tus amables
recuerdos. Para colmo, ¿a quién le estoy predican­
do que [los judíos] deberían ser más cristianos
que los cristianos? Me permito creer que Claude
M[ontefiore] me comprenderá.»432

No es fácil detallar la anatomía de un pogrom, por más


que dispongamos, como ocurre con el de Kichinev, de una in­
formación muy completa (información que incidentalmente nos
descubre la elevada dignidad y la independencia de la admi­
nistración judicial, en la Rusia de los contrastes). En 1903,
Kichinev, capital de Besarabia y ciudad con un 45 % de ju­
díos, parecía vivir al margen de las perturbaciones políticas;
sin embargo, el propietario del único diario local, Pablo Kra-
chevane, no cesaba de manejar, tanto en su gaceta como en la
que publicaba en Petersburgo, toda la gama de sentimientos
antisemitas (fue también el primer editor de los Protocolos).
Así se explica que el rumor de la calle atribuyera a los judíos
la muerte de un adolescente, en febrero de 1903, y algo pare­
cido ocurrió con otros fallecimientos que inspiraron recelos
por toda Ucrania.433
Al acercarse la Pascua, invadió las tabernas de Kichinev
un reparto de pasquines que clamaban venganza, firmados por
un «Partido de trabajadores cristianos verdaderos». Dichos pas­
quines acusaban a los judíos asesinos del Señor de chupar la
sangre cristiana y de excitar a la población contra «nuestro pa­
dre el zar, que ya sabe qué gente innoble, pérfida y codiciosa
son los jids, y que se niega a emanciparlos»:

«Así pues, hermanos, en nombre de nuestro Salva­


dor, que derramó su sangre por nosotros, y en nom­
bre de nuestro piadosísimo batiuchka zar, lleno de
solicitud por su pueblo, gritemos el día de nues­
tra gran fiesta “ ¡Abajo los jids!” , ¡Mueran esos
abortos infames, esos bebedores de sangre, ávidos
de sangre rusa! Acordémonos del pogrom de Odes-
sa, cuando las tropas ayudaban al pueblo; también
148 La Europa suicida

lo harán ahora, pues nuestro cristianísimo ejército


todavía no se ha ajudiado. Venid en nuestro auxi­
lio, precipitaos sobre los sucios jids. Ya somos mu­
chos.
Encárgate de que tus clientes lean este pasquín, de
lo contrario te destrozaremos el local; ya nos en­
teraremos, los nuestros frecuentan tu taberna.» 434

En vísperas de la fiesta, toda la ciudad sabía a ciencia cier­


ta que algo grave iba a ocurrir, pero las autoridades civiles y
militares mantenían una inacción que aparentemente ya esta­
ba pactada. Cuando el domingo de Pascua (6 de abril) co­
menzó el pogrom, nada alteró los festejos y recepciones pro­
tocolarias, el gobernador permaneció en su casa, el jefe de
policía visitaba al obispo por la tarde, la banda militar de mú­
sica seguía tocando en la plaza y mientras tanto, en los con­
tornos, la muchedumbre asaltaba a los judíos y empezaba a
incendiar sus casas.435 El ejército no entró en acción hasta el
lunes por la noche, detuvo a unos cientos de pogromistas y en
breves minutos restableció el orden, sin haber disparado ni
un solo tiro. No llegó a esclarecerse el nivel de responsabili­
dades, tanto en Kichinev como en Petersburgo. La prensa ex­
tranjera acusó al ministro del Interior, Plehve, aunque, según
parece, el documento que publicó The Times era un infun­
dio.436 El 14 de abril, el general Kuropatkin, namiestnik (vi­
rrey) de Extremo Oriente, de paso por la capital, escribía en
su diario: «Al igual que el emperador, Plehve me ha dicho
que había que dar una lección a los jids, que se permiten de­
masiadas licencias y que encabezan el movimiento revolucio­
nario»,437 tales frases, sin embargo, podían haberse pronuncia­
do tanto antes como después del pogrom.
Es más fácil saber cómo se podía evitar un pogrom, y lo
que podía costar. Cuando en 1911 el judío Bogrov asesinó en
Kiev al ministro Stolypin, en presencia del zar, parecía que
fuera inminente el estallido de un pogrom grandioso: los ju­
díos, llevados por el pánico, abandonaban la dudad, pero Ko-
kovtzov, a quien incumbía la sucesión, ordenó la intervención
de tres regimientos de cosacos, y lo dio a saber. Entonces, la
prensa bien pensante clamó traición; el corresponsal del Novie
Rusia 149

Vretnia escribía: «...la orden de proteger a los judíos, dictada


por N. V. Kokovtzov, ha consternado a todos aquéllos a quie­
nes he tenido ocasión de ver. ¿Acaso esa muerte fatal debida
a una bala traidora supone una rendición a manos de los ju­
díos?».438
Lo que no parecieron prever las autoridades de Kichinev
fue la envergadura que en pocas horas alcanzó el pogrom. El
primer día, hubo dos muertos, pero como la pasividad de las
autoridades confirmó a la población que «así lo deseaba el
zar», el segundo, hubo cuarenta y siete (dos de ellos cristia­
nos). El número de heridos se elevaba al medio millar, y casi
una tercera parte de los edificios urbanos se hallaba destruida
o deteriorada. La comisión judicial encargada de establecer el
balance del pogrom declaró: «Las calles abundan en restos de
muebles, de espejos, de samovares y de lámparas torcidas, ade­
más de sábanas y ropa, colchones y edredones despanzurrados.
Parece que haya nevado por calles y árboles, pues todos ellos
están cubiertos de plumas» (14 de abril).435
Menos previsores aún de la inmensidad del escándalo ha­
bían sido las autoridades rusas. Todos los periódicos respeta­
bles de Europa y de América clamaban su indignación y fus­
tigaban la barbarie rusa; no cabe duda de que los periodistas
judíos y sus amigos echaban toda la carne en el asador, pero
distaban mucho de ser los únicos que protestaran por la ma­
tanza. De este modo, Guillermo II, pese a que aprobara el
vapuleo infligido a los hijos de Israel, no desaprovechó la oca­
sión de gastar una jugarreta a su «querido primo Nicky» y
mandó que se difundiera la noticia de que el zar había felicita­
do a los pogromistas. El canciller Bülow explicó que convenía
reaccionar «de manera que no puedan remontarse hasta nos­
otros; es muy importante que todo esto se publique en la
prensa inglesa, francesa, americana e italiana».440 Una vez más,
los antisemitas rusos podían maldecir el poderío y la perfidia
de la judería internacional. Al mismo tiempo, los periódicos
del mundo entero441 difundían una violenta protesta contra «las
bestialidades cometidas por hombres rusos», que firmaban 317
escritores y artistas, entre ellos León Tolstoi. Por consiguien­
te, el asunto acabó siendo un desastre para la buena reputa­
150 La Europa suicida

ción de Rusia, naturalizando en todas las lenguas el vocablo


pogrom.
En 1904, no hubo ningún pogrom importante, ni siquie­
ra por Pascua, pues ya en mayo de 1903 Plehve había tele­
grafiado órdenes muy estrictas a los gobernadores: «Dispo­
niendo de policía y ejército, es inadmisible tolerar desórdenes.
Se responsabiliza usted personalmente de prevenirlos». El es­
tallido de los pogroms de 1905 tuvieron como fondo otros
disturbios: ese año se inició con el «domingo sangriento» del
9 d e enero, cuando el ejército ametralló y cargó contra una
manifestación de más de cien mil obreros que habían venido
para someterle al batiuchka zar sus quejas por la conducta de
un sacerdote. El suceso originó entonces una profusión de
huelgas de protesta, atentados y revueltas campesinas, y du­
rante el verano hubo pogroms en Bialystok, en Brest-Litovsk,
en Minsk y en Kerch (Crimea), que acaso sirvieron de «ensa­
yo general» para la policía, como ha escrito el historiador
S. Dubnov.442
Cuando en octubre de 1905 una huelga general que pa­
ralizaba todo el país obligó a que Nicolás II promulgara el
«Manifiesto constitucional», abundaron las manifestaciones de
júbilo en todas las ciudades. No obstante, al día siguiente, se
vieron seguidas por contramanifestaciones pro zaristas, que a
veces ocasionaron salvajes excesos; por ejemplo, en la ciudad
siberiana de Tomsk, dos o tres mil huelguistas reunidos en un
teatro, fueron quemados vivos.443 En la zona de residencia, los
contramanifestantes cogían el camino del barrio judío y así
fue como, en cientos de localidades, estallaron pogroms, bajo
la consigna general de ¡contra los judíos y los revolucionarios!
Tal como después se supo, las proclamas pertinentes, ordena­
das por Rachkovsky, se imprimían en Petersburgo, en la mis­
ma sede del departamento de seguridad, aprovechando una
habitación muy aislada llamada el «cuarto de corcho», y de
ello se cuidaba el coronel de gendarmería Kommissarov (que,
por su apellido, parecía predestinado, pues más tarde conti­
nuó su servicio en la GPU).444 Este okramik, verdadero ogro
de leyenda,445 se afanaba en organizar pogroms a la medida:
«Podemos preparar cualquier pogrom: si quieren, de diez per­
sonas, y si quieren, de diez mil».446 De este modo, y como de
Rusia 151

costumbre, el ejército se negaba a intervenir: en Kiev, el ge­


neral Bezsonov decía a los actores: «Podéis destruir, pero no
tenéis que saquear»; en Odessa, el gobernador Neidgart decía
a las víctimas: «¿No queríais libertad? ¡Pues aquí tenéis vues­
tra libertad judía!».447 En total, durante la última década de
octubre de 1905, hubo unos cincuenta pogroms «grandes» y
casi seiscientos «pequeños».
Estableciendo una especie de análisis sociológico, la Enci­
clopedia judía rusa escribía hacia 1910 (dentro de los límites
de lo que entonces podía publicarse):

«Todas las clases sociales de la población han par­


ticipado en pogroms, a saber: 1.° los ferroviarios
y los empleados de correos han desempeñado un
papel primordial (...). 2 ° En el transcurso de es­
tos días tan terribles, la pequeña burguesía desple­
gó una actividad importantísima, a través de sus
dos ramas características, tenderos y artesanos; no
sólo actuaron los hombres, sino también las muje­
res (...). 3.° En muchos sitios, la clase obrera fue
la única, por así decir, que protagonizó los po­
groms (...)• 4.° El campesinado participó en los
pogroms exclusivamente para enriquecerse a costa
de los bienes judíos. Los campesinos se limitaban a
apoderarse de todo lo que hallaban en las calles y
en casas y tiendas destruidas. En realidad, no había
ni odio racial ni antisemitismo económico. Más de
una vez, los mismos aldeanos que arramblaban
bienes judíos ocultaban en sus casas a judíos en
fuga. 5.° También las profesiones liberales tenían
su representación en las filas de los pogromistas;
muchos de estos representantes se negaban a cobi­
jar y proteger a los judíos en fuga. Es obvio que
esta circunstancia no refuta otro fenómeno: du­
rante estos penosos momentos, los principales de­
fensores de los judíos surgieron de las filas de la
intelectualidad rusa, quien en diversas ocasiones
manifestó un heroísmo auténtico. Resulta caracte­
rístico que a veces, los mismos pogromistas oculta­
152 La Europa suicida

ran en sus pisos a los judíos, sin que por ello inte­
rrumpieran su obra de destrucción. Por lo que ata­
ñe a la pertenencia étnica de los pogromistas, las
nacionalidades que se sienten oprimidas no han
participado en los pogroms, mientras que las na­
cionalidades dominantes y las que las secundan
desempeñaban un papel activo en estos aconteci­
mientos. Armenios y polacos por un lado, rusos,
moldavos y griegos por el otro, demuestran plena­
mente la exactitud de esta generalización...» 448

El balance de pérdidas en vidas humanas fue el que da


a entender la anterior descripción, es decir relativamente mo­
derado: en total, 810 muertos y 1.770 heridos. Las pérdidas
en bienes fueron inmensas. Podemos añadir que, por razones
evidentes, el artículo de la Enciclopedia no podía incriminar
ni al zar ni a la Unión del pueblo ruso, de la que era miem­
bro honorífico.
A partir de 1906, y con excepción de las dos grandes ma­
tanzas de Bialystok y de Siedlce (110 muertos en total),449 se
abandonó la táctica pogromista en favor de una guerra fría de
agitación. La cifra global de folletos y libros antisemitas pu­
blicados durante la década de 1906-1916 fue de 2.837; la con­
tribución financiera de Nicolás II sobrepasó los doce millones
de rublos.450 Toda esta producción se modernizó paso a paso,
recurriendo desde entonces a los temas raciales elaborados en
Occidente; aun así, no por ello caían en desuso los argumentos
más clásicos, y el del crimen ritual conservaba su preponde­
rancia. A juicio de un psiquiatra, el doctor Sikorsky, se trata­
ba «de venganza racial o de la vendetta de los hijos de Jacob,
aunque al elegir víctimas jóvenes y recoger su sangre, estos
homicidas demuestran que obedecen a otras consideraciones y
que su acto posee para ellos, sin duda, una significación reli­
giosa».451
Por su parte, el Znamia de Kruchevane cargaba el acento
sobre la raza: «El problema judío no se centra de ningún modo
en la religión, por muy hostil que pueda ser al cristianismo...
Lo importante es que conozcamos el peligro que este tipo an­
tropológico y social representa, con sus instintos parasitarios
Rusia 153

y rapaces. Los judíos sólo son temibles porque constituyen


una especie excepcionalmente criminal, que trae consigo la
muerte a toda sociedad sana que tolere su invasión».452 En
cambio, desde la tribuna de la Duma, con sus peroratas so­
bre los crímenes rituales, el demagogo Nicolás Markov anun­
ciaba que el día en que el pueblo ruso por fin viera claro, lle­
garía el pogrom universal y final:

«...E l día en que con su complicidad, señores de


la izquierda, el pueblo ruso se convenza definiti­
vamente de que todo está trucado, de que ya no
hay justicia, de que resulta imposible desenmasca­
rar ante un tribunal a ese judeo que degüella niños
rusos, para luego beberse su sangre, y de que ni la
policía, ni los gobernadores, ni los ministros, ni
los legisladores supremos son de ninguna utilidad,
ese día, señores, habrá pogroms de judíos. No seré
yo quien lo haya querido, señores, ni tampoco la
Unión del pueblo ruso: son ustedes los creadores
de pogroms, y esos pogroms no se parecerán a los
que hasta ahora ha habido, no serán pogroms de
edredones de jids, ¡sino que todos los jids perece­
rán degollados tal cual hasta que no quede ni uno
solo!»453

Durante los últimos años del régimen zarista, el conjun­


to de la sociedad culta rusa, poniéndose tardíamente a ritmo
occidental, empezaba a considerar el antisemitismo como un
caso particular de los «conflictos raciales». Varios autores de
buena voluntad publicaban folletos antirracistas: el que tene­
mos a nuestra vista, titulado Razas nocivas y razas nobles,
conminaba en su conclusión a los antropólogos para que aban­
donaran todo esfuerzo por establecer «nexos inexistentes entre
tipos somáticos y tipos psíquicos».454 El conde Iván Tolstoi
nos cuenta que los escritos antisemitas de Eugen Dühring ob­
tuvieron, al aparecer en Rusia, el mismo éxito escandaloso que
lograron en Alemania durante el decenio de 1880. El mismo
dedicó un capítulo de su libro a la polémica antirracista, aun­
que admitiendo pbr supuesto el postulado antropológico de la
154 La Europa suicida

época, que afirmaba la existencia de razas bien definidas, tan­


to «indogermánicas» como «semitas».455
También la legislación zarista comenzaba a apartarse del
principio según el cual un judío converso se volvía tan «cris­
tiano como los demás». Ya en 1906, se hablaba de que los hi­
jos de los conversos tuvieran prohibido el acceso a las acade­
mias militares; una ley promulgada en 1912 prohibía de for­
ma general que tanto los hijos como los nietos ascendieran a
la categoría de oficial.456 Por su parte, el clero acabó poniendo
en entredicho la validez del bautismo, en el caso de conver­
siones meramente formales, y un abogado miembro de la
Duma, que se había especializado en la defensa de sus ex co­
rreligionarios, sufrió la prohibición de que lo enterraran en
un cementerio cristiano.457
Sin embargo, la última gran batalla que libró el régimen
contra los judíos fue a propósito del crimen ritual. A menudo
se ha comparado el caso Beilis con el caso Dreyfus, y es un he­
cho que el proceso de Kiev de 1913 hizo correr casi tanta tin­
ta y casi duró tanto como el proceso de Rennes de 1898. En
tanto que proceso con pretensiones edificantes, cabría situarlo
al mismo nivel que los «grandes procesos de Moscú», aunque
por descontado la puesta en escena zarista no admitiría nin­
guna comparación con el planteamiento staliniano. Sucede que
los asuntos de crimen ritual pertenecían a una categoría muy
distinta, sobre todo desde la perspectiva judía: tal como por
entonces escribía el pensador Ahad H a’am, «esta acusación
constituye el caso solitario en donde la adhesión general a una
idea [que el mundo mantiene] .con respecto a nosotros no
nos lleva a preguntarnos si el mundo no tendrá razón y si no
estaremos equivocados, pues dicha acusación se basa en un
embuste absoluto, y ni siquiera puede sostenerse mediante
una falsa inferencia de lo particular a lo general».458
El 20 de marzo de 1911, se descubrió en las afueras de
Kiev el cadáver exsangüe de Andrés Yuchtchinsky, un chiqui­
llo de 13 años. De inmediato, la prensa antisemita denunció
airada el crimen ritual, y tanto en Kiev como en Petersbur-
go la Unión del pueblo ruso procuró que las investigaciones
se orientaran en tal sentido, mientras que en la Duma, su
portavoz, Zamyslovsky, interpelaba al gobierno, el 18 de abril,
Rusia 155

sobre las demoras de la investigación. Sucede que, durante las


primeras semanas, no había modo de encontrar al culpable ju­
dío, debido a la conciencia profesional de la magistratura y de
la brigada criminal de Kiev.459 Por consiguiente, hubo que em­
pezar por destituir o desplazar a un juez de instrucción y a
dos o tres policías, decisión que el ministro de Justicia, Scheg-
lovitov, aceptó sin reparos. Al analizar los móviles de este
dignatario, que así se convertía en el principal animador del
caso, el historiador Hans Rogger ha supuesto recientemente
que él y sus cómplices ministeriales actuaron movidos por una
especie de idealismo desesperado y por la búsqueda de una
base coherente en un mundo en descomposición:

«Se trataba de conseguir un principio y una fe co­


mún que reintegraran y reagruparan las descora­
zonadas fuerzas de un monarquismo privado de
mentalidad dirigente. Al revés que los liberales y
los socialistas, estos hombres apenas tenían espe­
ranzas en el futuro, no disponían de ninguna visión
del mundo y de la historia que les tranquilizara. A
falta de un monarca que pudiera encarnar el princi­
pio autocrático con vigor y con una persuasión
contagiosa, sólo podían recurrir al antisemitismo y
a la noción de un mal universal, representado por
los judíos, para orientarse en un mundo que esca­
paba a su control y a sus planteamientos intelec­
tuales. La demostración de que efectivamente se
había cometido un crimen ritual les permitiría con­
firmar esta versión de los acontecimientos, para
transformarla entonces en una realidad concre­
t a ...» 460

Tal vez este enfoque de la situación resulte demasiado


elevado: en todo caso no excluye el deseo más elemental de
complacer al zar; éste, a intervalos regulares, recibía los in­
formes que le presentaba Scheglovitov sobre el estado de las
pesquisas. A su vez, el embajador americano George Kennan
escribía en esa época que «la actitud del gobierno estaba de­
156 La Europa suicida

terminada en parte por el odio que Nicolás II sentía hacia


los judíos y en parte por consideraciones políticas».461
En julio de 1911, se consiguió dar al fin con el judío
asesino,462 personificado por Mendel Beilis, un capataz del la­
drillar cercano al sitio donde había aparecido el cadáver. Si
se ha podido comparar a este humilde destajista con Dreyfus,
ha sido por el hecho de que también el primero tenía tan
poca visión de los valores en juego como el célebre capitán,
durante el debate centrado sobre su persona (para colmo, este
supuesto sacrificador no era ni siquiera un judío practicante).
Sin embargo, poco a poco fue haciéndose evidente que el
caso se presentaba de forma desfavorable. La prensa liberal
no permanecía inactiva. Un redactor del periódico Kievskaya
Mysi se puso a investigar por cuenta propia y descubrió la
*'"sta de los verdaderos asesinos, una pandilla de ladrones que
habían matado al niño por miedo a que les delatara, y que
luego habían disfrazado el crimen de modo que pudiera atri­
buirse a un judío. Otra fuente de problemas eran las relaciones
internacionales: «La prensa extranjera hostiga al gobierno ruso
de manera insólita y salvaje», se quejaba Beletsky, el director
del departamento de seguridad. En diciembre de 1911, Esta­
dos Unidos denunciaron el tratado de comercio ruso-ameri­
cano. Con objeto de complacer a su gobierno, el embajador
ruso comentaba: «Este incidente certifica sobre todo que los
americanos aún se encuentran en una fase muy primitiva de
desarrollo social». (Adoptando el mismo estilo, el embajador
nazi en Sofía criticó treinta años después a los búlgaros, que
protegían a los judíos, «por estar totalmente desprovistos de
la comprensión ideológica alemana».)463
Pero también en Rusia el clima resultaba decepcionante,
incluso en el bando monárquico. En efecto, Chulguin, su ideó­
logo de mayor prestigio, denunciaba la patraña en su periódi­
co, atacaba al gobierno y proclamaba si no la inocencia de los
judíos, al menos la inocencia de Beilis:

«No podemos evitar la vergüenza que nos inspira


el fiscal de Kiev y la justicia rusa por entero, que se
ha arriesgado a presentarse ante el mundo con unas
pruebas tan míseras (...). No nos cansaremos de
Rusia 157

repetir que este caso inicuo no traerá los frutos de­


seados (...)• Razonando de esta forma, vosotros
que no cesáis de denunciar crímenes rituales, os
disponéis a consumar un sacrificio humano.»

Más grave aún que este impresionante ataque era la po­


sición adoptada por la Iglesia ortodoxa, que (sin duda cum­
pliendo órdenes del príncipe Obolensky, procurador general
del Santo Sínodo) se negó a participar en la farsa judicial. No
hubo ningún sacerdote ruso ni ningún experto en la Biblia
que quisiera intervenir como testigo de la acusación, mientras
que dos grandes teólogos, los catedráticos Kokovtseff y Trotsky,
se dejaban citar por la defensa. El Znamia vociferaba: «¿Por
qué calla nuestro clero? ¿Por qué no reacciona ante el bestia]
asesinato del pequeño Andrés por los jids? ¿Cómo lo puede
omitir? Pero calla. Tanta es la influencia de los jids sobre la
prensa...»
En tales condiciones, cundió el pánico entre los instigado­
res durante la primavera de 1912, y Makarov, el ministro del
Interior, proponía que cesaran las diligencias. Scheglovitov pre­
firió contemporizar y mandó que se elaborara una nueva acta
de acusación. Por lo que respecta a los peritos teológicos, hubo
que echar mano de un sacerdote católico autor de un folleto
sobre el crimen ritual, traído por Beletsky con gran dispendio
desde su parroquia de Tachkent, en Asia central (todos los
gastos extraordinarios del proceso corrían a cargo del depar­
tamento de seguridad). Destaca el hecho de que el estudio
previo de los jurados contara con la cooperación de veintitrés
sabuesos; se prescindió cuidadosamente de los inteligentes, y
la selección definitiva sólo incluía a aldeanos y empleadillos,
que gozaran de una buena reputación moral.
El 25 de septiembre de 1913 se abría el proceso. Be­
letsky situó a dos agentes secretos disfrazados de gendarmes
en la sala de deliberaciones del jurado, con objeto de infor­
mar a las autoridades sobre sus reacciones y por lo tanto de
orientar al fiscal. Uno de ellos, el joven jurista Liubimov, a
quien Beletsky tenía en gran estima, se dejó vencer por el
desánimo desde un principio:
158 La Europa suicida

«...N o se trata del proceso de un judío desconocido


hasta hoy, sino de una batalla general entre la ju­
dería mundial y el gobierno ruso. Hoy se nota cla­
ramente de qué modo esa judería omnipotente sabe
organizar sus fuerzas y hasta qué punto el poder
ruso anda mal pertrechado para luchar contra los
judíos. Todas las lumbreras de la jurisprudencia,
de la literatura, de la medicina y de la ciencia, están
a favor de los judíos.»

Aun así, la acusación disponía de otras lumbreras. El ex­


perto católico, el padre Pranaitis, ese fabuloso personaje que
Scheglovitov había arrancado del Asia central, se mostró a la
altura de la situación. Liubimov nos lo describe así:

«Lituano de origen, polaco de formación, crecido


en plena zona de residencia y conocedor de los ju­
díos, es, por lo que atañe a su alma y a su carác­
ter, más ruso que Krassovsky y que los profesores
Pavlov y Bejterev [los principales testigos de la
defensa] y que todos los demás lacayos rusos de
los judíos...»

¡La verdad es que el antisemitismo, a juicio de los últi­


mos servidores del régimen, se estaba convirtiendo en el prin­
cipal signo de identificación del ruso auténtico!
El padre Pranaitis comenzó su declaración interpretando
a su manera las leyendas medievales sobre el castigo de los
judíos:

«El pueblo judío recibió la maldición de Moisés,


que dijo: Dios os castigará con todas las plagas de
Egipto. Está claro que tamaña maldición llegó a
cumplirse, puesto que todos los judíos europeos
tienen eczemas en las nalgas, todos los judíos asiá­
ticos sarna en la cabeza, todos los judíos africanos
forúnculos en las piernas, mientras que los judíos
americanos sufren una afección en los ojos que les
vuelve idiotas. Los rabinos perversos han encon­
Rusia 159

trado'un remedio contra tales enfermedades: untan


las partes enfermas con sangre cristiana. Cuando
los judíos matan a un cristiano, obedecen a un tri­
ple motivo. Primero, satisfacen el odio que sien­
ten por los cristianos y piensan que su crimen es
un sacrificio agradable a Dios. Segundo, así con­
siguen dedicarse a actos mágicos. Tercero, como
los rabinos no están nada seguros de que el hijo
de María no sea el Mesías, creen que rociándose
con sangre cristiana acaso puedan salvarse...»

De este modo, el padre Pranaitis se pasó discurriendo


once horas seguidas, llegando a afirmar incluso que la Biblia
exigía de los judíos que sacrificaran a Jehová personas incir­
cuncisas, o sea cristianos: «La enseñanza judía relaciona la no­
ción de chivo expiatorio con la de pueblo cristiano, que debe
ser ofrecido en sacrificio». La Santa Sede no le censuró (mé­
rito que corresponde al embajador ruso en Roma, que saboteó
la comunicación de las copias conformes de las bulas, median­
te las cuales los papas del pasado ya condenaban la leyenda
del crimen ritual). Pranaitis fue, a juicio del corresponsal del
Times, «uno de los personajes más interesantes del proceso;
un hombre de iglesia enjuto, con unas cejas enormes». Liubi-
mov no ocultaba su satisfacción: «Este sacerdote sabe cómo
hablar y convencer a los aldeanos». El abogado general, Vip-
per, llegado especialmente de Petersburgo, le causaba menos
placer: «Habla demasiado aprisa, y no resulta muy claro».
La tesis antisemita moderna desarrollada por Vipper a propó­
sito de los judíos era sin duda excesivamente compleja para
el entendimiento de la gente simple:

«La condición de los judíos en Rusia es muy dura,


nadie lo va a negar, y sin embargo diré abiertamen­
te, aunque sobre mí caigan críticas —no las de
este tribunal, desde luego, sino las de la sociedad— ,
que me siento sometido al poder de los judíos, al
poder del pensamiento judío, al poder de la pren­
sa judía. Pues la prensa rusa sólo es rusa en apa­
riencia; la verdad es que casi todas nuestras publi­
160 La Europa suicida

caciones se hallan en manos de los judíos (...). Ju­


rídicamente, los judíos viven bajo leyes de excep­
ción, pero de hecho son los dueños de nuestro mun­
do, y desde esta óptica, las promesas bíblicas se van
cumpliendo como podemos ver; tienen una situa­
ción difícil, pero al mismo tiempo estamos bajo su
yugo...»

Resumiendo: todos los que no estén de acuerdo con nos­


otros son unos ajudiados.
El agente secreto Liubimov opinaba que lo peor que po­
día ocurrirles a los judíos sería que se reconociera el carácter
ritual del crimen, y que absolvieran a Beilis, pues por una
parte el caso no podría presentar recurso, y por otra la san­
grienta leyenda recibiría así una sanción jurídica y en cierto
modo oficial. Tomó cuerpo esta idea, y el presidente del tri­
bunal, Boldyrev, compensaba todas las flaquezas de la acusa­
ción, con ayuda de una astuta fórmula que permitía ganar en
todos los frentes.
En efecto, hizo dos preguntas al jurado: ¿habían asesina­
do al pequeño Andrés en un ladrillar propiedad de judíos, «de
tal manera que le produjeran sufrimientos atroces y una hemo­
rragia total que le ocasionó la muerte»?; y, ¿era culpable Bei­
lis por haber cometido este asesinato, de acuerdo con unos
desconocidos y «por motivos de fanatismo religioso»? Tal como
se habían redactado estas preguntas, el jurado, aunque respon­
diera que no a la segunda pregunta, no podía por menos que
responder que sí, dada su simplicidad, a la primera, que pa­
recía privada de toda referencia explícita a un crimen ritual.
Pero, tal como cabía esperar, las agencias telegráficas y buena
parte de la prensa no observó la cosa de cerca; el sí del jura­
do y la mención del ladrillar daban la impresión de indicar
que respaldaba la tesis antisemita.
En consecuencia, ambos bandos cantaron victoria. A pri­
mera vista, parecía que hubiera triunfado la acusación, tal como
afirmaban La Croix en París o la Reichspost en Viena: con
mayores matices, un redactor del Daily News de Londres co­
mentaba irónicamente: «El caso de Kiev me ha minado el in­
terés que sentía por el poderío cosmopolita, financiero y poli-
Rusia 161

tico del judaismo. ¿Cuál es el resultado de esta fuerza inter­


nacional? Un veredicto que confirma la antigua leyenda de los
sacrificios sangrientos». En Rusia el zar, que cumplimentó al
juez Boldyrev regalándole un reloj de oro, se dio por satis­
fecho en todos los aspectos: «Es cierto que hubo crimen ri­
tual, pero me alegra que hayan absuelto a Beilis, pues es
inocente». Scheglovitov y otras personalidades felicitaban tele­
gráficamente a «los héroes del proceso de Kiev» por su con­
dición «de hombres rusos independientes e incorruptibles». El
abogado de la parte civil, el diputado Zamyslovsky, recibió el
encargo (pagado a 25.000 rublos) de escribir una obra conme­
morativa. Irónicamente, la aparición de dicho libro, el asesi­
nato de Andrés Yuchtchinsky, coincidió con la caída del zaris­
mo: «El caso Beilis, se leía en la conclusión, es una página
brillante e imborrable de la historia mundial, una página que
certifica que el judaismo, desde que dispone de medios, enta­
bla una lucha a muerte contra los Estados cristianos». Por su
parte, ya en 1914, el popular autor místico Basilio Rosanov
había publicado un folleto curiosamente titulado La relación
olfativa y táctil de los judíos con la sangre, en donde creía po­
der producir el versículo bíblico, inadvertido por todos sus
predecesores, que prescribía a los judíos los crímenes rituales,
es decir, un párrafo del Levítico referente al chivo emisario
(X, 16-18): 464 «¿No resulta asombroso que nadie se haya fi­
jado en este fragmento?... Todo queda claro, demasiado cla­
ro. ¿Tan ciegos son que no ven? En mi opinión, el pequeño
Andrés es un mártir cristiano. Que nuestros hijos nieguen por
él como por un justo martirizado...».4® En efecto, se habló
de erigir una capilla lindante con el famoso ladrillar; al parecer,
se frustró el proyecto gracias a que Rasputín intervino ante el
zar.466

Globalmente, sin embargo, la absolución de Beilis supuso


una carga mucho más pesada que la aparente condena de los
judíos, por cuanto no cabe duda de que un proceso se encarna
en un hombre, cuya suerte se convierte en símbolo. Así fue
como, por lo general, se entendió este resultado en Rusia, abun­
daron las explosiones de júbilo en las calles; así es como lúe-
162 La Europa suicida

go lo han interpretado los historiadores judíos (por ejemplo,


S. Dubnov: «El tribunal refutó la culpabilidad de los judíos,
y Beilis fue absuelto»);467 y es un hecho que, salvo dos oscu­
ras tentativas de los nazis, los procesos de crimen ritual, des­
de 1913, ya no forman parte del arsenal antisemita occidental.468
SEGUNDA PARTE
1914-1933
IV. LA PRIM ERA GUERRA M UNDIAL

Los países germánicos

En agosto, Europa se adentraba por la senda de su declive


en un clima de belicosos entusiasmos, y pocos fueron los con­
temporáneos que supieron evitarlos. Así nos lo confirma una
literatura extensa, de Péguy a Soljenitsin, o de Martin du Gard
a Kipling. Para los alemanes, tal como entonces escribía Tho­
mas Mann, se trataba de luchar «por sus derechos de domina­
ción, y de participación en la administración del planeta»;469
con mayores reservas, el judío Jacob Wassermann comentaba
en su diario: «Preveo una gran victoria de Alemania y del
germanismo; Alemania se está convirtiendo en una potencia
mundial; ¡pero ojalá Dios nos guarde del orgullo!», y algo
más adelante: «No cabe ninguna duda, un espíritu sublime
sopla a través de Alemania».470 Por su parte, en Viena, Robert
Musil exclamaba: «¡Qué bonita y qué fraterna es la guerra!»,471
y el mismo padre del psicoanálisis se dejaba sumergir por esa
oleada de pasiones tribales, declarando que daba «toda su li­
bido a Austria-Hungría»; apoyaría de todo corazón a Alema­
nia, añadía, si lograba admitir al menos que Inglaterra se ali­
neaba «en el lado malo».472
Aunque, de promedio, los entusiasmos de los judíos ger­
mánicos eran más comedidos que los de sus conciudadanos,
no por ello dejaban de actuar a escala internacional pues, tan­
to en Estados Unidos como en el imperio zarista, gran parte, y
166 La Europa suicida

quizás la mayoría de sus correligionarios, había abrazado enton­


ces la causa alemana. El filósofo Hermann Cohén anexionaba los
judíos al germanismo pura y simplemente por su lejana condi­
ción de germanófobos, «pues del lenguaje, por mutilado que
esté, saca el hombre los poderes originales de la razón y de la in­
teligencia»; así se establece el deber, para todos los judíos, «de
respetar piadosamente a Alemania, su morada espiritual».473
Otro autor, Karl Hilmar Berlin, aseguraba que de hecho Ale­
mania contaba con un cuerpo supletorio de diez millones de
partidarios, y describía cómo el psicólogo judío Hugo Müns-
terberg, convertido por amor a su país de origen, en el «Führer
de los alemanes» que residían en Estados Unidos, había su­
cumbido heroicamente bajo el peso de su tarea.474 No cabe
duda de que el odio hacia el zarismo suponía un estímulo to­
davía más virulento: el poeta judío Morris Rosenfeld, el ído­
lo de las masas judías de Nueva York, componía un himno anti-
rruso que concluía con los gritos: «¡Hurra por Alemania! ¡Viva
el Kaiser!».475
Dentro de este género, el poeta judío Ernst Líssauer aún
Je superaba, en la misma Alemania, improvisando, la noche del
4 de agosto cuando el gobierno de Londres abandonaba su
neutralidad, su célebre Canto de odio contra Inglaterra, que
de inmediato corrió de boca en boca:

...Y algún día concluiremos la paz


Pero a ti, te odiaremos por mucho tiempo
Nunca disminuirá nuestro odio
Odio en el mar, odio en la tierra
Odio mental, odio manual
Odio del herrero, odio del príncipe
Odio feroz de setenta millones
Unidos para amar, unidos para odiar
Todos tienen un solo enemigo
Inglaterra476

Un organista luterano de Chemnitz puso música al cán­


tico, Guillermo II condecoró personalmente al autor, y los
recursos de su inspiración poética fueron objeto de notables
discusiones. Los judíos alemanes se congratulaban de ver que
La primera guerra mundial 167

uno de los suyos alcanzaba un renombre como portavoz de la


justa ira alemana o del alma alemana. En efecto, según un co­
mentarista nacionalista, el poema reflejaba la sensibilidad más
profunda del Volk alemán, y según un otro, «el Canto de odio
expresa admirablemente nuestro estado de ánimo, recogiendo
las honduras del Volk»,m aunque ni uno ni otro sabían que
Lissauer era judío. Más enterado, Houston Stewart Chamber-
lain, pese a admitir cierto mérito en el poema, reprochaba al
autor que perteneciera a un pueblo «que, al revés del pueblo
alemán, siempre ha cultivado el odio en base a una cualidad
fundamental»; 478 y en la prensa judía, el órgano sionista Der
Jude constituía la única excepción, al criticar la violencia ren­
corosa de la obra; por supuesto, atribuía esta circunstancia a
las disonancias de la asimilación.479
Si lo examinamos más cerca, sólo se trataba de un caso
particular de confusión mucho más generalizada basada en un
hipotético vínculo de parentesco entre «el espíritu alemán» y
«el espíritu judío». Será nuevamente Hermann Cohén, funda­
dor de la escuela neokantiana, quien escriba al respecto las más
conmovedoras necedades, que llegan incluso a hablar de «una
profunda fraternidad entre el judaismo y el germanismo», fra­
ternidad que sería «una característica fundamental del espíritu
alemán»; 440 pero dada la atmósfera exaltada de esa época,
no hacía más que sacar conclusiones extremas de una opinión
muy extendida, y los antijudíos más convencidos tendían la
mano a los judíos más ortodoxos para convenir que, en efec­
to, existían curiosas analogías entre las respectivas condicio­
nes: ¿acaso los alemanes no se habían atraído el odio univer­
sal igual que los judíos, y no se les acusaba también injusta­
mente de querer subyugar al mundo entero? Por ejemplo el
antisemita Eugen Zimmermann: «La imagen del alemán en el
extranjero es casi la misma que la del judío moderno», o el
rabino Wohlgemuth: «No es culpa mía el hecho de que el
cuadro del odio antialemán se parezca como dos gotas de agua
al de] odio antijudío».481 A tal fin, podemos cotejar de nuevo
los escritos de Th. Mann y de Wassertnann, los dos novelistas
más importantes de su época,482 o citar al sociólogo Alfred We-
ber (todo lleva a creer que su más ilustre hermano cultivaba
ideas parecidas):
168 La Europa suicida

«En el mundo entero, los alemanes —y quizás los


judíos— son los únicos que saben ser objetivos.
¿Se deberá acaso a un destino similar? Hoy en día,
no hay manera de rehuir este paralelismo.»483

Sobre este punto, el sionista Arnold Zweig484 hada ran­


cho aparte y, en nombre del «tacto de los malqueridos», se
alzaba contra todas las «tentativas más o menos profundas que
pretendían demostrar que existían concordancias metafísicas o
psicológicas entre el judaismo milenario y el joven germanis­
mo». Sin embargo, otro sionista de categoría, Nahum Gold-
mann, afirmaba una «identidad fundamental» en la forma de
«considerar la existencia como una vocación y una misión».
Por si fuera poco, Goldmann no dudaba en titular su escrito
El espíritu del militarismo; y, medio siglo después, pese a que
eligiera un título distinto, seguía defendiendo «que existe una
cierta comunidad entre el espíritu judío y el espíritu ale­
mán».485
No tengo ninguna intención de sostener aquí la tesis opues­
ta, que resultaría igual de gratuita, por cuanto los pro y los
contra son en este caso indemostrables; aun así, sin compla­
cernos en especulaciones metafísicas, podemos establecer una
relación legítima entre alemanes y judíos desde una perspec­
tiva de dinamismo intelectual y de eficiencia práctica; pero
sobre todo, podemos afirmar que, en la era moderna, «la apor­
tación judía a la cultura» ha sido esencialmente una aporta­
ción de los judíos austroalemanes, por más que éstos sólo
constituyeran una décima parte apenas de la población judía
mundial. Además, la tríada Marx-Freud-Einstein, que todavía
hoy preside nuestra cultura contemporánea, forma un nivel
que el lector fácilmente puede enriquecer mediante otros nom­
bres a su antojo, y en efecto cabe suponer que una cierta ten­
sión o un nexo esperífico, de oscuro proceder, tuvo algo que
ver con esta floración de genios. Por lo que se refiere a la Ale­
mania imperial de 1914-1918, arruinada por los cálculos erró­
neos de sus héroes nacionales Ludendorff y Tirpitz, logró man­
tenerse gracias a la economía de guerra que en 1914 organi­
zaron Rathenau y Ballin, ambos fíeles a su patria hasta la
muerte 486 (quizás haya que acompañarles de Fritz Haber, que
La primera guerra mundial 169

realizó la síntesis del amoníaco). Pero en su mayor parte, sus


compatriotas no sintieron ningún agradecimiento por estos ju­
díos; muy al contrario, a ojos de los antisemitas, eran símbo­
los del «emboscado», mientras que los hermanos Warburg y
otros judíos pro alemanes de Estados Unidos encarnaban la
«judería internacional» mucho antes de que finalizaran las hos­
tilidades. En efecto, en contra de lo que suele creerse, el in­
cremento del antisemitismo precedió en Alemania a la derrota
y a disturbios de toda índole, cuya responsabilidad recayó so­
bre los judíos, como ya sabemos. Ahora, debemos referir esta
historia con todos sus pormenores.
En Alemania, la «Unión sagrada» llevó el nombre medie­
val de Burgfriede ( = tregua de Dios): tan pronto se iniciaron
las hostilidades, Guillermo II declaró que ya no reconocía par­
tidos, sino únicamente alemanes. Los judíos exultaron cre­
yendo que por fin podrían «sumergirse en el ancho río del des­
tino nacional» (Ernst Simón, el futuro decano de los filósofos
israelíes); «un sorprendente sentimiento de pertenencia nos
arrancaba el corazón de las manos», decía el austríaco Robert
Musil, descollando por encima de todos.487 Poco duró la tre­
gua, sin embargo. Desde las primeras semanas, el Hammerbund
de Theodor Fritsch se preocupaba de las ventajas que los ju­
díos no podían dejar de obtener, especialmente en lo que se
refiere a sus ascensos al rango de oficiales, y prometió que es­
tudiaría con lupa su comportamiento en el frente.48*
Los antisemitas más respetables, como los Alldeutsche de
Heinrich Class, pasaron más tiempo sin incordiar. Cabe su­
poner que las esperanzas que la diplomacia alemana deposita­
ba en la ayuda internacional judía determinaron de algún modo
esta contención (según el secretario de legación Prittwitz, se
confiaba en Ja posibilidad de sabotear los abastecimientos del
ejército ruso gracias a la ayuda de los proveedores e interme­
diarios judíos; desde una perspectiva análoga, Ludendorff pu­
blicaba su famoso llamamiento en yiddish: «A mis apreciados
judíos polacos»).4® Sea como fuera, el programa político elabo­
rado en diciembre de 1914 por Class en nombre del Mldeuts-
cher Verband ya no reclamaba la eliminación de los judíos de
la vía alemana; y Chamberlain llegó a escribir en otoño de
1914 que se habían vuelto irreconocibles, «al cumplir con su
170 La Europa suicida

deber de alemanes tanto en vanguardia como en retaguardia».490


Pero el mismo Chamberlain, en marzo de 1915, escribía a un
amigo diciendo que el nuevo estado de cosas, «la baza de ser
judío», era «un síntoma inquietante»491 A partir de otoño de
1915, esta inquietud perdía su razón de ser.
A tal fin, conviene que observemos primero que aunque
todos los países beligerantes, una vez desvanecido el sueño de
una guerra fresca y alegre, sufrieron las atroces realidades de
la guerra de trincheras, fueron las masas populares alemanas
las primeras en conocer restricciones de todo tipo: ersatz más
o menos adulterados, racionamiento y subalimentación. Da la
impresión de que, ya en invierno de 1915-1916, estos pade­
cimientos de la población civil buscaran un cierto consuelo en
elegir a «los judíos» como cabezas de turco, y dicho fenó­
meno se notó más en Alemania que en otros países, sin exclu­
sión alguna de Rusia. Sólo se trata de una impresión,492 pues
no es fácil hacerse una idea del estado de ánimo de la mayoría
silenciosa, en una época en que la censura imperaba con tanta
fuerza como las mismas autocensuras patrióticas. Sin embargo,
a ese nivel articulado o ideológico, que crea nombres para
designar el odio por determinadas entidades, entrevemos una
coyuntura paralela, específicamente alemana esta vez, resulta­
do de la cual fue que los odios sagrados del tiempo recayeran
preferentemente sobre los judíos.
En efecto, como no había modo de señalar un causante de
la catástrofe general, el Boche desempeñaba esta función para
los franceses, de igual manera que lo hacía el Huno para los
británicos, mientras que a su vez las masas rusas querían ajus­
tar viejas cuentas con el Niemetz■En el caso alemán, la situa­
ción aparecía más confusa: tras disiparse la explosión de furor
antínglés, ¿quién podía ser objeto de reproche, a menos que
se quisiera acusar a todos los enemigos de Alemania, o sea a la
mayor parte de naciones supuestamente civilizadas? Una de
las salidas consistía en admitir la existencia de un enemigo
«supranacional», cuyo espectro adquiría aún mayor consisten­
cia por cuanto, en cierto modo, la propia Alemania tendía a
considerarse como tal. Una tradición europea que se remon­
taba al menos al Renacimiento, y cuyas vicisitudes ya he tra­
zado otrora 493 — tradición que originaba que un Michelet, por
La primera guerra mundial 171

ejemplo, escribiera que «Alemania ha designado y renovado


todas las poblaciones de Europa»— ,494 le concedía el status
de nación casi paneuropea. En 1916, un autor tan refinado
como Thomas Mann calificaba al pueblo alemán de überna-
tionales Vólk, al que incumbía una responsabilidad igualmen­
te «supranacional», y que, frente a un universo de enemigos,
encarnaba la conciencia europea; y argüía Mann, mediante ejem­
plos bastante convincentes, que los rencorosos excesos de la
propaganda francesa, los textos empeñados en vilipendiar a
los boches como si fueran «infrahombres», no encontraban re­
ciprocidad semejante en Alemania.495 En tales condiciones, es
evidente que también el adversario de los alemanes se dejaba
concebir como interno y a la vez «supranacional», como una
potencia invisible y secreta. El sociólogo judío Franz Oppen-
heimer comentaba esta situación al escribir, ya antes de 1914,
que «el antisemitismo era el rostro, vuelto hacia el interior,
del nacionalismo patriotero y agresivo».496 Por múltiples ra­
zones, derivadas algunas de la Edad Media, el patrioterismo
germánico mantuvo, incluso durante esta guerra, la vista fija
en esta dirección.
La coyuntura se dejaba ilustrar por una polémica que se
inició en las columnas del Preussische Jahrbücher, órgano con­
servador que antaño había publicado el célebre artículo anti­
judío del historiador Treitschke;497 dicha polémica se cerraría
a través de las páginas de la revista sionista Der Jude. A prin­
cipios de 1917, el filósofo Max Hildebert Boehm establecía en
los Jahrbücher una acta de acusación contra la «judería asimi­
ladora», saludando de paso al naciente movimiento sionista.
En Der Jude, Arnold Zweig aprobaba a Boehm en lo que se
refiere al sionismo, pero le reprochaba que insistiera acerca de
los lazos comunes antisemitas sobre las aspiraciones al domi­
nio mundial del «genio nacional de los judíos»; concluía ex-
presando la esperanza de que algún día coincidieran el naciona­
lismo alemán y el nacionalismo judío, «en la encrucijada del
destino común de los hombres». Boehm, entonces, mandó di­
rectamente a la revista sionista un escrito titulado «Emanci­
pación y voluntad de poder en la judería moderna». Felid- ,
taba a Zweig por su pensamiento elevado, se distanciaba de
todo «patrioterismo estrecho y estúpido», esbozaba un para­
172 La Europa suicida

lelismo desdeñoso entre «el tosco e inepto estudiante alboro­


tador» y el «infeliz bolsista internacional judío» y, volviendo
a la carga, declaraba la guerra a la internacional de los «judíos
mundiales», en nombre de todas las patrias europeas, incluso
en nombre de todo el género humano:

«Actualmente, ésos, los judíos mundiales, tienen


en sus manos el mundo entero, y no piensan sol­
tarlo. El ojo visionario de Dostoievski ya preveía
que aprovecharían una gran catástrofe europea para
aumentar su poderío. Como una ancha red que se
va cerrando, este poder de la judería asimilada se
extiende por todo el mundo, y allí donde ponga­
mos el pie, sus mallas nos aprisionan. Querer ig­
norarlo es una insensatez. Saberlo, sin embargo, no
ha de paralizar nuestras fuerzas, ha de decuplicar­
las. No nos espera un combate contra el judaismo,
pues con él podemos rivalizar igual que con la cul­
tura francesa, inglesa o rusa; la lucha que nos re­
clama hasta la última gota de sangre, debe enta­
blarse más bien con el insensible ajudiamiento de
Europa y sobre todo del germanismo (...). Esa ac­
titud de la judería asimilada es precisamente la que
supone para nosotros la mayor provocación que po­
damos imaginar. A partir de ahí, el sionista, cree­
mos, debería poder comprendernos y también de­
bería comprender ciertas manifestaciones del anti­
semitismo vulgar, por muy repugnantes que le pa­
rezcan, que igualmente lo son para nosotros.»

Los párrafos finales se intensificaban aún más. Como si el


alemán no tuviera suficientes enemigos, el profesor Boehm
lanzaba el guante a los judíos, esta vez a todos los judíos, tan­
to a los «buenos» como a los «málos»:

«En el transcurso de estos últimos decenios, la ju­


dería era una nación en las naciones de la tierra:
ahora resulta que pretende convertirse, personifica­
da por sus jefes más nobles y más calificados, en
La primera guerra mundial 173

una nación entre las naciones. Se ha depurado la


atmósfera. Que choquen las espadas de los caba­
lleros. Ya sabéis qué significa para nosotros la idea
de caballería: la alegría del combate, como asimis­
mo la del espíritu, y la paz de Dios sobre todos
los hombres de buena voluntad.»458

Por esa época, eran muy diversas las posturas que con
relación a los judíos adoptaban los filósofos y otros intelec­
tuales germanos. La menos original no era la de Oswald Spen-
gler, que trabajó durante la guerra en su célebre ensayo sobre
La decadencia de Occidente. Inspirándose sobremanera en la
Génesis del siglo X IX de Chamberlain, aunque aparentemente
intentara disimular esta fuente de inspiración, refutaba «los ri­
dículos clichés de semita y ario»; en su lugar, establecía una
dicotomía entre «naciones faustianas» — en primer lugar, por
supuesto, los germanos— y «naciones mágicas», que incluía
a los judíos, que también eran, junto a los árabes, un «pueblo
fellah». Así cabía explicarse el pensamiento de san Agustín,
«el último gran pensador de la escolástica árabe», como asimis­
mo el de Spinoza, «en [quien] aparecen todos los elementos
de la metafísica mágica». Según Spengler, entre los hombres
mágicos y los hombres fáusticos reinaba una incomprensión
total:

«Incluso cuando [el judío] se considera como un


miembro del pueblo anfitrión y participa en sus
destinos, como ocurrió en 1914 en la mayoría de
países, no siente de hecho este acontecimiento
como si se tratara de su propio destino, aunque
tome partido por él, sino que lo juzga desde una
óptica interesada, y así, el postrer significado de
las causas del combate ha de escapar, por tal mo­
tivo, a su criterio (...). La sensación de que este
mutuo desacuerdo resulta inevitable, origina un
odio espantoso, hondamente concentrado en la san­
gre, que se aferra a signos simbólicos, como la raza,
el tipo de vida, la profesión, el lenguaje, y que...
provoca en ambos bandos sangrientas explosiones.»
174 La Europa suicida

Para Spengler, los judíos, al menos los de Alemania, se


habían convertido en la exacta referencia del odio así descri­
to, puesto que «el odio racial no es menos intenso entre fran­
ceses y alemanes que entre alemanes y judíos» (y proseguía:
«de esta misma pulsación nace, por otra parte, el amor real
entre hombre y mujer, amor emparentado con el odio. Quien
no pertenezca a una raza, desconoce este amor tan peligro­
so»).499
Hasta aquí, nos hemos limitado a ver un sistema biome-
tafísico, uno más, como tantos otros que no dejaron de suce-
detse, desde Schelling y Hegel, «nieblas pasajeras que oscu­
recían la mente y la conciencia de los alemanes» (Nietzsche);500
y que casi inevitablemente suscitaban digresiones más o menos
antisemitas. La originalidad de Spengler aparece en el quinto
y último capítulo de su obra, capítulo titulado «El mundo
formal de la vida económica». Ahí encontramos, entre otras
cosas, algunas fórmulas nazis anticipadas sobre «la tradición
racial arraigada en el suelo, que pugna desesperadamente con­
tra el espíritu del dinero», o sobre la superación tanto del so­
cialismo como del capitalismo.501 Más sorprendente resulta aún,
en este capítulo, la ausencia de toda mención de los judíos,
de todo comentario, desmedido o no, sobre «la finanza ju­
día», materias que, sobre todo en esa época, eran de ley. Esta
singularidad sólo parece tener una explicación: al igual que
Boehm, Spengler no quería llevar agua al molino del «antise­
mitismo vulgar», como si, presintiendo oscuramente las conse­
cuencias, intentara distanciarse de la demagogia y de los mo­
vimientos callejeros.
Por lo que atañe a los futuros protagonistas de dichos mo­
vimientos, la carta de un soldado alistado en Flandes para lu­
char contra los ingleses, puede dar idea de su estado de áni­
mo: «Cada uno de nosotros, escribía, sólo tiene un deseo:
ajustar cuentas lo antes posible con la banda, definitivamente».
¿Qué banda?’, la de los «extranjeros», en general:

«[Esperamos] que aquellos de nosotros que ten­


gan la dicha de volver a ver la madre patria, la en­
cuentren limpia de advenedizos (Fremdlanderei),
y que gracias a nuestros sacrificios y a nuestros su­
La primera guerra mundial 175

frimientos, gracias a los chorros de sangre que cada


día derramamos frente a un mundo internacional de
enemigos, no sólo se consiga despedazar a los ene­
migos externos de Alemania, sino que además se
produzca la aniquilación de nuestro internaciona­
lismo interno. Sería más importante que cualquier
anexión.»

Con fecha del 5 de febrero de 1915, esta carta llevaba la


firma de Adolf Hitler.502
Durante aquel invierno de 1915, los profesionales del anti­
semitismo organizado no permanecieron ociosos. A medida
que el entusiasmo de agosto de 1914 se apagaba en la pobla­
ción civil para dejar paso a una espera taciturna, y que se es­
bozaba un estado de opinión contrario a los «emboscados» y
a los «ventajistas de la guerra», estos profesionales iban for­
mando planes que encauzaran el descontento contra los judíos,
con ansias de matar dos pájaros de un tiro, pues semejante
diversión resultaría «más popular», al decir de uno de ellos.505
A finales de 1915, se celebró una discreta conferencia entre
los principales agitadores, algunos de los cuales, como el con­
de Reventlow o el crítico Adolf Bartels, destacarían más tarde
en las filas del movimiento nazi. Se tomó la decisión de reunir
materiales para una obra que, bajo el título de Los judíos en el
ejército, debería difundirse gratuitamente entre oficiales y es­
tudiantes, dándose por supuesto que dicha obra sólo podría
publicarse después de la guerra, con la abolición de la censu­
ra.504 Al mismo tiempo, el profesor Hans von Liebig se encar­
gaba de que circulara un informe que criticaba la política de
Bethmann Hollweg, calificando por vez primera a este último
de «canciller de los judíos alemanes», partidario «de una paz
de compromiso podrida» 505 (esta prioridad no fue óbice para
que, en 1919, el Alldeutscher Verband lo descalificara por su
condición de «no ario»).506 Poco después, en marzo de 1916,
Theodor Fritsch y su apoderado Alfred Roth dirigían a Gui­
llermo II y a las principales personalidades políticas una me­
moria que describía con vivos colores la vida disoluta de los
ventajistas de la guerra, el mercado negro y las demás injusti­
cias, «la danza alrededor del ternero de oro, que aniquila todos
176 La Europa suicida

los sentimientos nobles y elevados nacidos a raíz de los prime­


ros entusiasmos patrióticos (...). La plutocracia cosmopolita,
que sólo piensa en el lucro, y antinacional si hace falta, no
tiene más deseo que el de secundar los intereses de la finanza
internacional; así se van tejiendo, por ambos lados, unos hilos
que, como los de la araña, ya envuelve a príncipes, países y
pueblos». En Alemania, las posiciones económicas de Ballin,
de Rathenau y de otros judíos dan por sentado un poder de
«instaurar un sistema de interpenetración de sociedades múlti­
ples dirigido por el espíritu judío».507 Todo lleva a creer que,
por esa época, abundaron los memoriales o mensajes simila­
res, inspirados u orientados por los instigadores de otras orga­
nizaciones semisecretas, que los mandaban a los mismos desti­
natarios u a otros, tanto de retaguardia como del frente. En
verano de 1916, el ministerio de la guerra se hallaba «literal­
mente sumergido» por las denuncias contra judíos embosca­
dos. En agosto de 1916, Walther Rathenau, que por su prema­
tura comprensión de muchos problemas 508 consiguió que le
odiaran como judío derrotista, y luego como «Sabio de Sión»,
confesaba ya con lúcida desesperación:

«No pretendas, escribía a su amigo nacionalista


Wilhelm Schwaner, disuadir a las gentes: su creen­
cia en la corrupción ajena les ayuda a vivir... Si
les suprimes esta creencia, les quitas algo irreem­
plazable; aun cuando sea el odio, es algo que ca­
lienta casi tanto como, el amor. Cuanto mayor sea
la cantidad de judíos muertos en el frente, más se
las arreglarán sus enemigos para demostrar que
todos se quedaron en retaguardia, enriqueciéndo­
se como usureros que son. El odio aumentará el do­
ble y el triple...»

No tardó en confirmarse el pesimismo de Rathenau. Cuan­


do Schwaner enseñó su carta a un oficial antisemita, el tenien­
te Graff, éste replicó: «Aunque Rathenau fuera nuestro salva­
dor, sería una deshonra para el pueblo alemán verse salvado
por un semita. Creo en lo que dice Friedrich Ludwig Jahn».509
«Sólo los alemanes pueden salvar a Tos alemanes, los salvado­
La primera guerra mundial 177

res extranjeros no conseguirán otra cosa que llevarlos a la per­


dición.» 510
Pero lo peor aún estaba por llegar.

Podemos considerar como giro decisivo de la Primera Gue­


rra Mundial este mismo mes de agosto de 1916, cuando el
mando supremo pasó de manos del general Falkenhayn a las
del duunvirato Hindenburg-Ludendorff, aprovechando el pri­
mero su autoridad de héroe nacional de Tannenberg para cu­
brir las decisiones del segundo, brillante estratega y organiza­
dor, «amo y señor del cuartel general».511 De inmediato, la
política militar alemana cambió de dirección y adquirió más
dureza, augurando ya ciertas medidas nazis. En octubre, el alto
mando aprobaba el proyecto de Tirpitz, consistente en una
guerra submarina a ultranza, y ordenaba la deportación de
400.000 trabajadores civiles belgas;512 una tercera medida, pro­
mulgada el 11 de octubre por el ministerio de la Guerra, pres­
cribía el censo de judíos movilizados en el frente y en reta­
guardia. Al parecer, esta «Judenstatistik» fue una orden del
teniente coronel Max Bauer, oficial de estado mayor muy dado
a intrigas políticas, que fue el principal artífice del nombra­
miento de Ludendorff y que se convirtió en el hombre de con­
fianza del Alldeutscher Verband de Class dentro del mando su­
premo.513 Más tarde, Ludendorff aseguró que sólo fue duran­
te la guerra cuando aprendió a conocer el «problema judío»,
especialmente gracias a Muller von Hausen, el editor alemán
de los Protocolos, que le había sido presentado por Bauer.514
La cuestión es que a medida que el conflicto mundial tocaba
a su fin, los dirigentes alemanes sucumbían en número cre­
ciente a la obsesión de una Internacional judía que determi­
naba el rumbo de los acontecimientos.
Observémoslo de aquí en adelante (ya insistiremos sobre
el hecho): en su calidad de fantasma, el judío internacional pa­
recía querer el degüello de la madre patria en todos los países
beligerantes; ¡no había pueblo cristiano donde pudiera pre­
sentarse como aliado!
Una vez dicho esto, está claro que el hecho de que los
censaran no aumentó las simpatías de los judíos, por muy pa­
178 La Europa suicida

triotas que fueran, hacia los señores de guerra alemanes. Es


cierto que el ministerio justificaba esta medida por la nece­
sidad de desmentir estadísticamente los rumores según los cua­
les los soldados judíos solían encontrar destino en oficinas o
en retaguardia. Sin embargo, nunca se hicieron públicos los
resultados del censo, por convincentes que fueran515 y, en
ciertas circunscripciones se ordenó una nueva revisión de to­
dos los judíos dados por inútiles, o bien se cambió el destino
de muchos soldados de retaguardia, de forma que el ministe­
rio tuvo que precisar que no se trataba en absoluto «de sacar
a los judíos de las posiciones que ocupaban», sino solamente
de censarlos.516 De golpe, el foso tradicional entre «ejército» y
«judíos» se transformaba en abismo. Para colmo, la idea de
los militares despertó imitaciones: el 19 de octubre, Erzber-
ger, el líder del Zentrum católico, reclamaba al Reichstag una
investigación sobre los judíos empleados en los despachos y
órganos de la economía de guerra. Durante la discusión sub­
siguiente, justificó así su propuesta: «Como se ha dicho que
judíos y socialdemócratas controlan el Reich alemán, debemos
planteamos el problema de la confesionalidad»; por su parte,
otro diputado católico ironizaba diciendo que debía declarar
incluso su religión al hospedarse en un hotel.517 En retaguardia,
el patético anciano Hermann Cohén hablaba «de una puñala­
da al corazón... Existe la diabólica sospecha de una tentativa
de quebrantar el patriotismo de los judíos, porque comprome­
ten la idea que de su odio se hacen los alemanes».518 En el
frente, el diputado Haas, ascendido a teniente en 1914, resu­
mía la reacción general de sus correligionarios: «Ya nos han
marcado, ya somos soldados de segunda zona»,519 mientras que
algunos suboficiales judíos se extrañaban al ver que sus hom­
bres les seguían obedeciendo.520 El joven voluntario Ernst Si­
men, que en 1914 se regocijaba de poder «sumergirse en el
ancho río del destino nacional», consideraba en 1916 que el
censo era «algo muy popular, la expresión real de un senti­
miento real», y se adhería al movimiento sionista; 521 pero era
Rathenau sin duda quien mejor reflejaba la posición mayori-
taria al exclamar: «Que sean otros los que se vayan a Asia
a fundar un reino; Palestina no nos atrae para nada».522 Tal
como observa el historiador W. Jochmann, «la mayoría de ju-
La primera guerra mundial 179

dios decidía luchar por un orden mejor y más justo, y dado


el estado de cosas, este orden sólo podía ser la democracia
parlamentaria».523 La inmediata disminución de sus donativos
en favor de las obras de guerra era algo más expresivo aún que
sus sentimientos.524
La revolución rusa de 1917 creará una situación nueva
y todavía más explosiva, que entenderemos mejor si recor­
damos que ya la de 1905 fue considerada en los círculos del
Kaiser como una «revolución judía».525
Desde el principio de las hostilidades, el gobierno de Gui­
llermo II había intentado paralizar o debilitar a Rusia acti­
vando los movimientos revolucionarios y las tendencias alóge­
nas. Sus dos principales agentes eran Alejandro Helphand Par-
vus y el estoniano Keskula: el primero, ex menchevique, pre­
conizaba una actividad a través de los mencheviques, mientras
que el segundo, mejor informado, apostaba por Lenin, con
quien ya había elaborado en Suiza en septiembre de 1915 un
programa de paz por separado; 526 no obstante, será el nombre
del primero el que se inserte en la historia mundial, por obra
de las pasiones antisemitas. La revolución «burguesa» de febre­
ro de 1917 permitió que se concretaran esas aspiraciones. Una
vez decidida la ejecución del proyecto Keskula de 1915, un
tren «extraterritorial» quedó a disposición de Lenin y sus ami­
gos; pero, por otra parte, la resonancia europea que alcanzó
el llamamiento del soviet de Petrogrado en pro de «una pa2
sin anexiones ni contribuciones» (27 de marzo) suscitó una viva
inquietud entre los dirigentes alemanes. En efecto, desde el 6
de abril, el partido socialdemócrata, tras haberse separado de
su «ala izquierda» (que incluía a Rosa Luxemburgo y a Liebk-
necht), adoptaba la idea de una paz sin anexiones; siguieron
varias huelgas, y hasta un primer motín de marineros en Kiel,
«según el modelo ruso» (junio-julio de 1917).527 Paulatina­
mente, la mayoría del Reichstag fue contagiándose de este cli­
ma contestatario y, el 19 de julio, votaba su famosa «resolu­
ción de paz» antianexionista.
No tardó en producirse una furiosa reacción por parte del
bando belicista, que agrupaba, al amparo del mando supremo,
a la industria pesada, a los pangermanistas de Class y a mu­
chas otras asociaciones patrióticas y «volkistas». Ludendorff
ISO La Europa suicida

mandó que se distribuyera a las tropas, unidad por unidad,


un folleto sobre El porvenir de Alemania en ocasión de una
buena y en ocasión de una mda paz, folleto que venía a de-
cir que en caso de una mala paz de compromiso, Alemania,
doblegada por el peso de 170 mil millones de deudas, caería
en una sumisión económica, mientras que en caso contrario,
«¡elenemigo pagará!».523 Hubo abundancia de escritos de esta
índole, y no podía faltar la variante antisemita, así descrita más
tarde por un órgano judío;

«Eí Reichstag vota una resolución de paz que no


conviene a los pangermanistas: es una resolución
judía; el Reichstag en conjunto no tiene el honor
de gustar a los antisemitas; es un Reichstag judío;
una paz de compromiso les repugna; es una paz
ju d ía...» 529

Previa amenaza de dimisión, Ludendorff y Hindenburg ob­


tuvieron entonces la cabeza del «canciller judío» Bethmann
Holhveg. En el transcurso de ese verano de 1917, los «judíos
emboscados» pasaron a ser además «judíos revolucionarios»,
y ya no importaba su postura personal; los ataques embestían
por igual al antianexionista Theodor Wolff del «Berliner Ta-
geblatt» o al belicoso Georg Memhard de la «Vossische Zeí-
tung» (apodada después de la guerra «Gaceta de Foch»).530
Sin duda, cierto número de judíos alemanes eran revoluciona­
rios; como se pretendía que globalmente los revolucionarios
eran judíos, había muchos otros que llegaban a serlo en can­
tidad creciente, de acuerdo con la dialéctica de bronce que an­
teriormente había funcionado en la Rusia zarista... y que,
desde 1967-1968, y sobre todo en Francia, ha logrado que
muchos judíos se volvieran «sionistas».
Cundían las publicaciones abiertamente antisemitas. A fina­
les de 1916, Muller von Hausen, fundador de La asociación
contra la arrogancia del judaismo;531 pudo reanudar la publi­
cación de su revista A uf Votfosten («En primera línea»); en
enero de 1917, los Deutschvólkische Bldtter de Hamburgo
exhibieron en su portada uil*urruz gamada; en abril, Class y
Chamberlain lanzaban la revifta Deutsche Emeuerung.512 En
La primera guerra mundial 181

octubre, el primero de ellos aprovechaba una reunión del co­


mité de su asociación para anunciar «un estimulante aumento
de los sentimientos antisemitas, que ya han alcalizado enormes
proporciones», y aseguraba que «ahora empieza para los ju­
díos la lucha por la vida».513 Por su parte, el diputado judío
Georg Davidson escribía que «los antisemitas saben muy bien
que después de una guerra, sobre todo cuando adquiere las di­
mensiones de esta guerra mundial, resulta considerable la de­
manda de pararrayos... ¿Para cuándo el primer pogrom en
Berlín o en cualquier punto de Alemania?».534 En Copenhague,
el viejo archiasimilador Georg Brandes (el crítico que antaño
descubriera a Nietzsche y a Strindberg) lanzaba un grito de
alarma: «El odio a los judíos crece con vigor por todas par­
tes. En todos los países, se les explica que no forman parte de
la población propiamente dicha».535
Tras el estallido de la revolución de Octubre, las frases
de algunos responsables de los destinos alemanes rozaron el de­
lirio. Observemos, coincidiendo con Georg Brandes, que este
delirio se propagaba durante esas semanas a escala intereuro­
pea: configurándose de distinto modo según los países, siem­
pre reflejaba la negativa a admitir que una conmoción tan to­
tal y tan escandalosa del orden establecido pudiera producirse
sin la intervención de fuerzas ocultas — y dado que una cifra
incierta de bolcheviques eran de origen judío, tales fuerzas sólo
podían ser judías. Podemos citar un memorándum redactado en
la primavera de 1918 por el coronel Bauer, que entonces era
el representante de Ludendorff en Berlín: «Las negociaciones
con los judíos de Brest-Litovsk, escribía, han supuesto la gran
ventaja de que el jactancioso judío Trotski nos descubriera los
propósitos de las sociedades secretas internacionales... [dichas
sociedades] se arrogan el derecho de intervenir en los desti­
nos de los pueblos, fomentando trastornos políticos. En con­
secuencia, los Estados monárquicos tienen el sagrado deber de
luchar por los principios monárquicos incluso más allá de sus
fronteras».536 Así pues, la idea era la misma que la del minis­
tro ruso Lamsdorf en 1906: ¡monarcas de todos los países,
unios!
Esta delirante tendencia se acentuó cuando resultó eviden­
te que Alemania había perdido la guerra. Unos, sobre todo
182 La Europa suicida

Class y sus pangermanistas, pensaron entonces en preparar sis­


temáticamente el futuro. Hacia el 15 de septiembre de 1918,
se creó un «comité judía» bajo la presidencia del general von
Gebsattel, con la misión «de aprovechar la situación para que
sonaran los clarines contra el judaismo y se utilizara a los ju­
díos como pararrayos ante cualquier injusticia». Class añadía:
«No renunciaré a ningún medio y mantendré el lema de Hein-
rich von Kleist, cuando aludía a los franceses [en 1813]: “ ¡Ma­
tadlos, el tribunal mundial no os pregunta cuáles son vues­
tros motivos!”».517 También hubo ciertos miembros del Ger-
manenorden, agrupados en Munich en agosto de 1918 bajo el
nombre de Thulegesellschaft, que tomaban disposiciones con
vistas a una campaña antisemita.538
Para otros, a saber para los máximos responsables milita­
res y civiles, se trataba de negociar con los aliados, después
que en septiembre Ludendorff había exigido la firma inme­
diata de un armisticio. A tal fin, se pidió al príncipe Max de
Bade que constituyera un gobierno democrático, tal como re­
clamaba el presidente Wilson, con la participación de sodalde-
mócratas. Según el coronel Bauer, este gobierno «se hallaba
totalmente supeditado a los dirigentes judíos que actuaban en­
tre bastidores»; también los consejos de soldados que enton­
ces se constituyeron en el ejército alemán estaban plagados de
«judíos emboscados».53’
En realidad, fue el judío Albert Ballin el que, a instancias
de Bauer, Ludendorff y el gran industrial Hugo Stinnes, se
encargó de que el Kaiser reconociera la verdadera situación
de Alemania; y fue él asimismo quien, ante el total desastre
de los últimos días, se vio apremiado por Stinnes, en nombre
del Zentrum y de la socialdemocracia, para que presentara a
los aliados la capitulación alemana.540 Ballin prefirió el sui­
cidio.

La locura ejemplar de Erich Ludendorff

Terminaremos este capítulo examinando más de cerca el


caso del general Ludendorff, cuya vida activa se cerró coa dos
actitudes, silenciada en general la segunda, que es la que aquí
La primera guerra mundial 183

nos afecta. En efecto, tras haber sido el estratega que en 1916-


1918 dirigiera la coalición de las potencias centrales, cayó
preso de la locura antijudía más tota1, según parece, que ja­
más haya aquejado a un hombre del siglo xx. ¿Será quizás esta
la causa de que un señor de la guerra como Ludendorff, cuyo
apellido conserva un eco en el hombre de la calle, se borre
tan a menudo de esa memoria colectiva que hoy suponen las
enciclopedias y las bibliografías? 541 Sucede, en todo caso, que
los historiadores no hacen más que fiarse de los memorialistas,
quienes, a su vez, evitaban a Ludendorff, ya en vida de éste.
Finalizada la guerra, cualquier relación con el general resul­
taba tan comprometida que encerraba el riesgo de escándalos,
tanto para sus iguales, primero, como luego para los nazis; y
sin embargo, en cierto modo, unos y otros compartían las de-
menciales visiones que con una lógica soberana desarrollaba
Ludendorff sobre el mundo que le rodeaba.
Erich Ludendorff nació en Posnania, en 1865; su padre
era oficial de caballería; la familia era luterana por tradición,
y él mismo conoció la influencia de la secta de los Hermanos
Moravos, cuyo calendario consultaba en vísperas de alguna de­
cisión importante, para saber si el día sería propicio o nefas­
to.542 Tras abrazar la carrera de las armas, su poderosa perso­
nalidad y su gran capacidad de trabajo llamó la atención de
sus jefes. Ascendió a oficial de estado mayor y participó en
la elaboración del «plan Schlieffen». En el verano de 1914, fue
el artífice de la toma de Lieja en el oeste y de la victoria de
Tannenberg en el este. A partir de 1916, se convertía en el
hombre más poderoso de Alemania, «dictador sin saberlo», tal
como lo denominaba Rathenau, que admitía su talento; 543 la
otra gran figura de la república de Weimar, Gustav Strese-
mann, lo consideraba por entonces como «el Cromwell ale­
mán».544 Entre las decisiones políticas que le incumbieron fi­
gura el envío a Rusia de Lenin, el 4 de abril de 1917 (no
sabemos si en esta ocasión consultó el calendario de los Her­
manos Moravos). Desde el punto de vista de las operaciones
militares, perdió la iniciativa entre el 15 (un «mal» día) y el
18 de julio de 1918, cuando un ataque alemán condenado al
fracaso tropezó con la réplica de la contraofensiva francesa de
Villers-Cottérets. Sufrió entonces un período de trastornos psí­
184 La Europa suicida

quicos: las crisis de llanto alternaban con crisis de rabia, sus


frases resultaban a veces incoherentes, y algunos testigos men­
cionan incluso un ataque de parálisis histérica.545 El médico
militar que lo cuidó durante esas semanas confesaba su asom­
bro ante la falta de vida afectiva que padecía este titán inte­
lectual.546 A veces, Ludendorff recuperaba esperanzas: por
ejemplo, el 14 de agosto, en una conferencia militar en Spa,
delante del Kaiser: tras soltar una larga diatriba contra el re­
lajamiento de la disciplina en retaguardia y contra la holga­
zanería de los jóvenes judíos, afirmando que había que man­
darlos en seguida al frente, se remozó y corrigió de su propia
mano el acta de la conferencia, sustituyendo las palabras «Lu­
dendorff espera poder imponer nuestra voluntad al enemigo»
por «Ludendorff podrá imponer...».547
Al firmarse el armisticio, huyó a Suecia con un nombre fal­
so y desde allí escribió varias veces a su mujer, quejándose
de su estado nervioso, sin que ello le impidiera preocuparse de
su gloria postuma: «...N o dejes de decir a todos hasta qué
punto mi destino se parece al de Aníbal. Así podrán compren­
der. Cariño, guarda mis cartas...».548 Al mismo tiempo, redac­
taba sus «Recuerdos de guerra», que aún no aludían a ninguna
conspiración de los judíos; por el contrario, los citaba con
frases muy elogiosas, sobre todo a propósito del «intenso sen­
timiento de solidaridad de este pueblo».549
Ludendorff regresó a Alemania en la primavera de 1919 y
se instaló en Munich, ciudad que acababa de presenciar la caí­
da de la efímera «República revolucionaria de Baviera» y que
casi al instante se convirtió en el principal centro alemán de
las intrigas reaccionarias y antisemitas. Fue entonces cuando,
aparentemente, se le abrieron los ojos y, siguiendo el ejemplo
de muchos de sus compañeros de armas y ex subordinados, co­
menzó a denunciar la gran traición de los judíos.550 Militaba al
mismo tiempo en los movimientos vólkistas, y terminó por afi­
liarse al partido nazi (según J. Fest, el biógrafo de Hitler, éste
se resignó inicialmente a no ser más que «el heraldo» del
«salvador» Ludendorff)551 Por consiguiente, participó en el
putsch del 9 de noviembre de 1923 y tuvo que ocupar el ban­
quillo de los acusados, en compañía de Hitler y de sus lugar­
tenientes; mereció la absolución, al estimar el tribunal que Lu-
La primera guerra mundial 185

dendorff, intelectualmente agotado, no había actuado en pose­


sión de todas sus facultades. Todo ello no fue óbice para que
llegara a ocupar un escaño de diputado (nazi) en el Reichstag,
de 1924 a 1928, y tampoco le impidió presentar su candida­
tura para la presidencia de la república de Weimar, en 1925.552
Sin embargo, sobre todo desde que se casara en segundas nup­
cias con la mística germanómana Mathilde Kemnitz, era cada
vez mayor su interés por el estudio de la filosofía de la histo­
ria, y su paranoia se iba tiñendo de un hiperdeterminismo ani-
mista o mágico.

«La clave de la historia mundial, escribía en 1933,


radicaba antes en la imperfección de los hombres,
deseada por Dios, y en la ignorancia de las leyes
del alma humana y del alma del Volk... Hemos
descubierto esta clave al estudiar la acción de las
potencias secretas supranacionales: el judío, con
sus falaces doctrinas, del cristianismo al comunismo
y al bolchevismo, y Roma, con su doctrina errónea,
arraigada, tal como le ocurre al judío, en la Biblia
y en el ocultismo.» 553

Por «ocultismo», Ludendorff entendía en primer lugar la


francmasonería cuyos ritos, que eran «una circuncisión sim­
bólica», transformaban a los cristianos en «judíos artificiales»
(Künstliche Juden), obligándolos de ahora en adelante a tra­
bajar en pro del triunfo mundial de Judá, con redoblados es­
fuerzos. No por ello dejaba de admitir una divergencia de in­
tereses y hasta una rivalidad entre Judá y Roma: el asesinato
de Walther Rathenau, por ejemplo, suponía a su juicio una de­
rrota judía, pues «con Rathenau, se extinguía una esperanza de
Judá y un peligroso adversario del papa de Roma en sus pre­
tensiones de dominio mundial».554
Podemos decir que la visión de Ludendorff sólo contenía
un racismo accesorio: al tiempo que, bajo las influencias de su
mujer, cultivaba la idea de un alma o sustancia racial germá­
nica, reprochaba a Theodor Fritsch y a sus adeptos que desco­
nocieran el carácter hondamente religioso de la lucha milenaria
que constituía la clave de la historia mundial.555 Así pues, si
186 La Europa suicida

los judíos eran dañinos, no era en virtud de su naturaleza, sino


porque habían sucumbido a la nefasta superstición de Javé.
Sobre esta cuestión, sus delirantes mecanismos se deshacían
con una simplicidad conmovedora: «los supersticiosos no so­
mos ni mi mujer ni yo, escribía, son los adoradores de Javé
que, por culpa de su estúpida superstición (blóder Aberglaube),
llegan incluso a revelar furtivamente algunas verdades, como
si quisieran comprobar hasta dónde alcanzará la estupidez de
los goyirn para no entender lo que se les acaba de revelar. Al
denunciar la superstición judía, nos exponíamos a que tam­
bién nos tildaran a nosotros de supersticiosos. Dura batalla la
que hay que entablar con los alemanes para que consigan esa
verdad a la que aspiran.» 556 En otra ocasión, en una reunión pú­
blica, exhortaba a sus auditores a que leyeran en Henri Heine
«las claras y acaso imprudentes revelaciones de un iniciado».
El mismo les leía este párrafo memorable:

«Henri Heine ha escrito:


El cristianismo ha suavizado, hasta cierto punto, el
belicoso ardor de los germanos; pero no ha podido
destruirlo, y cuando se quiebre la cruz, talismán
que lo encadena, volverá a desbordarse entonces
la ferocidad de aquellos antiguos combatientes, la
frenética exaltación de los Bersekers que aún hoy
inspiran a los poetas del Norte. Entonces, y por
desgracia este día ha de venir, las viejas divinida­
des guerreras saldrán de sus fabulosos sepulcros y
se limpiarán los ojos del polvo secular: Thor se
erguirá con su gigantesco martillo y destruirá las
catedrales...»557

Ludendorff, llegado a este instante, exclamaba: «¡Seño­


res, el alemán nunca destruirá obras de arte!». Durante la mis­
ma reunión pública, también comentó la historia precristiana
de los germanos: pretendió que unas investigaciones recientes
habían revelado su elevada cultura pero que, al parecer, Car-
lomagno, a instancias de la Iglesia, se había empeñado en bo­
rrar todas las huellas de este glorioso pasado; y así por el es­
tilo.558
La primera guerra mundial 187

Un mecanismo igualmente simplista — «No soy yo, son


ellos»— determinaba sus declaraciones durante el proceso de
Hitler, en la primavera de 1924: «No fui yo quien atacó a
Roma y los judíos, son ellos los que empezaron su ofensiva
contra el pueblo alemán, hace más de mil años; nosotros, los
alemanes, nos limitamos a defendernos...».559 Argumento que
no deja de recordarnos las palabras que los dirigentes alema­
nes, y mucha otra gente, dedicaban a sus pueblos en 1914-
1918. Por lo que se refiere a Ludendorff, sin embargo, ya no
podía poner en marcha divisiones ni mandar ejércitos; y aun­
que este antiguo exégeta del calendario moravo siguiera pres­
tando un significado a fechas y cronologías, en realidad ya no
era él sino los judíos quienes ahora podían ajustar sus deci­
siones en consecuencia, por superstición, o por ridiculizar a
los germanos. De este modo, como según sus cálculos 1923
era un año fasto para Javé, el judío Helpband Parvus podía
decretar la estabilización del marco el 9 del 11 de 1923 (ani­
versario de la huida del Kaiser a Holanda);560 cabe suponer
que la misma «guematriah» cabalística presidiría la firma del
tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919 (¡aniversario de
Sarajevo!);561 el 11 de agosto de 1919, fecha en que se pro­
mulgara la constitución de Weimar, era otro «número de Javé»
(es decir: 30, tal como indicaba el resultado de ir sumando
todas las cifras de esa fecha).562
Con el correr de los años, estos delirios le impulsaron a la
acción y, para una mayor eficacia en la lucha contra las po­
tencias supranacionales, creó el Tannenbergbund en 1926. Al
año siguiente, provocaba un escándalo memorable con su ata­
que a Hindenburg, aprovechando la inauguración del memorial
de Tannenberg, en Prusia oriental. Sucede, de hecho, que este
edificio, cubierto de emblemas cabalísticos que Ludendorff
supo descifrar, era un monumento a Javé, «destinado a inju­
riar el vigor alemán y la voluntad de vivir de los alemanes»;
por añadidura, el presidente Hindenburg había hecho un lla­
mamiento a la unión, «o sea preconizando una sumisión a la
colectivización deseada por Judá y por Roma».563 Después de
esta explosión, no se le ocurrió nada mejor que denunciar la
existencia de un segundo traidor del pueblo alemán, más pe­
ligroso todavía, pues tenía el futuro a su favor; en 1931, pu­
188 La Europa suicida

blicaba un folleto titulado «Hitler ha traicionado a los alema­


nes en provecho del papa de Roma» (Hitlers Verrat der
Deutschen an den rómischen Papst).5M
Ya no podía alcanzar mayor claridad el síndrome de ma­
nía persecutoria del «revolucionario mundial», figura que aho­
ra pretendía encarnar Ludendorff; pero como ya sabemos, se
trata de una psicosis localizada, que no altera una perfecta lu­
cidez a otros niveles. Su inmensa capacidad de trabajo le per­
mitía ir publicando libro tras libro sobre los judíos o sobre
Roma y dirigir (conjuntamente con su mujer) una revista se­
manal, la «Ludendorffs Volkswarte», con tiempo además para
redactar obras sobre la guerra total que aún despiertan la ad­
miración de ciertos expertos,565 y en donde adaptaba el pensa­
miento de Clausewitz a las feroces realidades del siglo xx (la
política llegaba a ser la continuidad de la guerra, aunque por
otros medios). Había fundado una editorial que llevaba un
ritmo floreciente, hasta el punto de sobrevivir a la Segunda
Guerra mundial; 566 un folleto que publicó en 1932 alcanzó la
tirada dé 800.000 ejemplares; 567 en parte, esta expansión era
internacional (en 1927, la cadena de prensa Hearst le había en­
cargado una serie de artículos).568 Pero, por supuesto, Luden­
dorff se había peleado sucesivamente con todos sus ex compa­
ñeros de armas y había acabado expulsado de todas las aso­
ciaciones de oficiales y de ex combatientes; es igualmente natu­
ral que Hitler, tan pronto como subió al poder, ordenara la
disolución de su Tannenbergbund («después de la toma del po­
der, nuestra lucha y nuestra vida tropezaron con muchas difi­
cultades», se quejaba).569 Sin embargo, no por ello dejó de com­
batir hasta su muerte, acaecida en diciembre de 1937, engá»
ñando si hacía falta a la censura del I I I er Reich, que en este
aspecto era bastante liberal. Su último texto, titulado «El gran
temor. La Biblia no es la palabra de Dios»,570 terminaba con
una protesta contra el apoyo que la legislación nazi había pres­
tado a las «doctrinas de propaganda de los judíos, de Roma y
de la teocracia, doctrinas que repugnan al sentimiento moral
de nuestra raza nórdica».570

Mirándolo bien, ¿tan nuevas eran las claves de la historia


La primera guerra mundial 189

mundial descubiertas por los esposos Ludendorff? Más vale


recordar las declaraciones que, ante el aerópago más respeta­
ble y más conservador que existir pueda, hizo un hombre mu­
cho más ilustre aún que el «revolucionario mundial»:

«Todos los primeros cristianos fueron judíos. Al


principio, quienes predicaban la religión cristiana
eran hombres que habían sido judíos, antes de con­
vertirse; durante la primera fase de la Iglesia, Cada
una de las personas cuyo celo, poderío o genialidad
propagaron la fe cristiana, era judía... Pero vo­
sotros seguís influidos por esas oscuras supersti­
ciones...»

Así hablaba Benjamín Disraeli en la Cámara de los Co­


munes, cuando en 1847 pronunciaba su primer discurso. Poco
antes, había puesto en boca de «Sidonia», su portavoz de fic­
ción, palabras mucho más contundentes:

«En este mismo momento, a pesar de siglos y si­


glos de persecución, el espíritu judío ejerce una
amplia influencia sobre los asuntos europeos. No
me refiero a sus leyes, que aún seguís cumpliendo,
ni a su literatura, que os tiene saturados, sino al in­
telecto hebraico vigente. No existe en Europa nin­
gún movimiento intelectual en el que no partici­
pen los judíos. Los primeros jesuítas fueron judíos;
la misteriosa diplomacia rusa que tanto trastorna a
Europa occidental, actúa dirigida principalmente
por judíos; esa poderosa revolución que se está
preparando en Alemania y que, sin que apenas la
conozcamos en Inglaterra, ha de llegar a ser una
Reforma nueva y más extensa, se desarrolla bajo
los auspicios de los judíos, que casi monopolizan
las cátedras universitarias en Alemania...»571

Si bien no ha existido ningún otro autor de extracción ju­


día que haya llevado hasta tan lejos unas pretensiones de esta
índole, tal como lo hizo el futuro lord Beaconsfield, siempre
190 La Europa suicida

han abundado quienes intentan obtener una cierta gloria de «la


aportación judía a la civilización». Algunos judíos alemanes,
molestos por unos orígenes que a sus ojos sólo representaban
un fastidioso accidente de nacimiento, se complacían entonces
en enumerar apellidos-faro a título de último consuelo. Con­
tentémonos con citar por vez postrera a Walther Rathenau,
filósofo místico a ratos:

«La noción de genios históricamente decisivos no


me sugiere una cifra cualquiera de personas muy
eminentes, sino únicamente las encarnaciones hu­
manas que han influido sobre el curso de la his­
toria durante siglos y milenios. Podemos enume­
rar a una docena, compuesta no por algunos de los
apellidos más ilustres, sino por otros que no siem­
pre tiene en cuenta la conciencia europea, como
Confucio, Lao Tse y Mahoma. Esta breve serie in-'
cluye la contribución del judaismo, mediante el
personaje sin duda histórico de Moisés, seguido
luego por Jesucristo, Pablo, Spinoza y, a conside­
rable distancia, Marx. No hay ningún otro pueblo
que presente una serie de esta clase...»572

Ahora bien, si, por hipótesis, decidimos que la influen­


cia ejercida por Moisés o por Karl Marx (o por Jesús o por
Einstein) es nefasta, ¿no adquiere entonces un valor heurís­
tico el delirio de Ludendorff, que al fin y al cabo había «ob­
servado correctamente» que la Biblia, escrita por y para judíos,
seguía siendo el libro clave de la historia occidental, o que la
Masonería mantenía el deseo ideal de reconstruir el templo de
Salomón? En efecto, la coincidentia oppositorum nos descri­
be de qué modo, a raíz de toda toma de posición con relación
al pueblo judío, lo primario es la fascinación por medi
poder invisible o la inmortalidad que se le concede, mientras
que lo secundario es el signo de valor adoptado: debemos aña­
dir a esto que si bien los judíos, como todo grupo humano,
tienden a apreciarse positivamente (identificación positiva), y
en cambio fuera de su grupo la identificación resulta fácilmen­
te negativa, matices y combinaciones de toda índole poseen
El imperio ruso 191

una variedad y una complejidad muy singulares. Sobre todo


por lo que se refiere a los mascarones de proa occidentales, las
excepciones son casi tan abundantes como la regla. Así nos lo
demuestran los que despreciaron el judaismo, Marx o Spinoza,
y los que lo admiraron, J.-J. Rousseau o Nietzsche; sobre esta
cuestión, nos remitimos a lo que ya hemos escrito en páginas
anteriores, y también a nuestro volumen precedente.

V. EL IMPERIO RUSO

Rusia no se libró de la extraña explosión de júbilo que,


en el verano de 1914, marcó el principio de las hostilidades; y
los judíos a su vez, ál menos los que pertenecían a la parte ru­
sificada o asimilada, compartieron los sentimientos ambienta­
les. El 26 de julio de 1914, el diputado judío Friedmann de­
claraba en la Duma:

«A pesar de las leyes de excepción que nos con­


trolan, nosotros, judíos, siempre nos hemos senti­
do ciudadanos de Rusia y somos hijos fieles de
nuestra patria... No hay fuerza en el mundo que
pueda separar a los judíos de esta patria, de la tie­
rra a la que están unidos por lazos seculares. Los
judíos piensan defenderla no sólo por deber de
conciencia, sino también porque Ies inspira un afec­
to profundo...» 573

Los periódicos judíos hacían alarde de su patriotismo en


cualquier tono. Por ejemplo, el Novy Vosjod, publicado en Vil-
na, la «Jerusalén de Lituania»:

«Nuestro querido país, la gran Rusia, ha sufrido la


provocación de un reto formidable y sangriento.
Será una lucha sin tregua para la integridad y la
grandeza de Rusia. Todos los hijos de la patria se
han alzado como un solo hombre para construir
192 La Europa suicida

con sus pechos una muralla contra el ataque ene­


migo. En todo el Imperio ruso, nuestros hermanos
en religión, los judíos, se han apresurado a cum­
plir con su deber; muchos han llegado incluso a
alistarse como voluntarios...»574

En la Duma se planeó una «Unión sagrada» que reuniera


todas las tendencias, a excepción de los extremistas de ambos
bandos, Cien Negros o bolcheviques. Poco después, el antise­
mita moderado Chulguin dio la siguiente explicación:

«El judaismo ha dado el primer paso “de fiar”, sin


poner condiciones, secundando (al empezar la gue­
rra) el poder histórico ruso (...) Los judíos rusos,
que de hecho dirigían la prensa rusa, adoptaron una
postura patriótica y lanzaron el lema: “Hacer la
guerra hasta la victoria final’’. Al obrar de esta
manera negaban la revolución. Conque me he
vuelto “filosemita” . Me sentía dispuesto a seguir
este camino hasta el fin con objeto de atenuar así
la terrible presión que la guerra ejercía sobre el
Estado ruso.»575

No todos los antisemitas, sin embargo, opinaban igual, y


en ningún momento la prensa de los Cien Negros, subvencio­
nada por Nicolás II y liberalmente repartida entre las tropas
del frente, cesó su agitación antijudía. Para comprender el curso
de los acontecimientos, hay que tener en cuenta la ola de es-
pionitis, preludio de la descomposición general, que se desen­
cadenó en Rusia, desde los primeros desastres militares, y que
culminó con la caída del zarismo.
Así pues, ¿quién estaba traicionando a Rusia? Dos tesis
se erguían frente a frente. Según la primera, los culpables serían
la emperatriz Alejandra, su ídolo Rasputín y los ministros (en
especial Boris Stürmer) elegidos por esta trágica pareja. Dicha
versión era con mucho la más difundida, y sin ella la pacífica
revolución «burguesa» de febrero de 1917 resultaría incom­
prensible. Entre la intelectualidad y la buena sociedad, la ho­
rrible sospecha circulaba primero de boca en boca, hasta adqui­
El imperio ruso 193

rir visos de certeza y sembrar la desesperación o el cinismo. No


obstante, hubo que esperar al otoño de 1916 para que alguien,
el dirigente «segundón» Miliukov, se atreviera a mencionarla
desde lo alto de la tribuna de la Duma.576 Aun así, tampoco
entre las masas populares había nadie que ignorara en 1916
que Rusia soportaba un gobierno muy extraño, y los soldados
solían afirmar que el «staretz» era el amante de «la alemana».577
La otra versión, la de los Cien Negros, aceptada por una
parte de los cuadros del ejército, acusaba a los judíos de espías,
aludiendo con mayor vaguedad a su deliberado afán de aprove­
char la coyuntura para vengarse como fuera de los cristianos.
Una orden del día puso en guardia a los soldados contra las golo­
sinas que vendían los judíos, «nefastas para la salud»; 578 un,
artículo periodístico describía, «según fuentes oficiales», el mar­
tirio que imponían los prisioneros de guerra judíos a sus
compañeros de infortunio cristianos, en los campos de concen­
tración alemanes. «En cautiverio, los judíos consiguen erigirse
en intérpretes o responsables; todos los prisioneros evadidos
mencionan furiosos la actitud de los judíos para con sus propios
compañeros, prisioneros de guerra rusos. Tras coserse galones
de suboficial en las mangas, se proveen de cachiporras que
usan para pegar a nuestros prisioneros. Los prisioneros judíos
circulan libremente por la ciudad...» 579 Obsérvese de paso la
dicotomía entre «prisioneros judíos» y «nuestros prisioneros»,
aunque estos últimos sean ortodoxos, católicos o musulmanes.
Inaugurando una práctica que luego se repetiría bajo Stalin, la
censura prohibía que se diera publicidad a las hazañas de los
combatientes judíos: controlaba las listas de soldados conde­
corados y suprimía aquellos nombres o apellidos que fueran
típicamente judíos.580 Con todo —y también sobre esta cues­
tión la paradoja de 1914-1918 habrá de reproducirse en 1939-
1945— , los judíos que vestían de uniforme fueron los que
menos padecieron por su condición.581 En efecto, desde los
primeros desastres del otoño de 1914, los civiles judíos situa­
dos en las áreas de retaguardia del frente —un frente que al
retroceder barrió la mayor parte de la «zona de residencia»—
sufrieron una evacuación sistemática, o mejor dicho una depor­
tación.
En el transcurso del primer año de la guerra, el alto mando
194 La Europa suicida

se hallaba bajo la responsabilidad del gran duque Nicolás, asis­


tido por el general Yanuchkevich, y en su estado mayor abun­
daban esos extremistas cuya acción ya hemos visto durante
1905-1906. Cuando empezó la retirada de las tropas rusas, se
esbozó la tendencia de aplicar el recurso «moscovita» de 1812,
es decir la estrategia de la tierra quemada, y en consecuencia
evacuar a toda la población, pero no tardó en hacerse evidente
que dicho procedimiento perjudicaba más a los rusos que a los
alemanes. Se decidió entonces que había que limitar las eva­
cuaciones a los «judíos y otras gentes sospechosas de espiona­
je», según manifestaba una circular del 16 de enero de 1915.582
Durante este primer año, se produjo por lo tanto la deportación
de más de medio millón de judíos al interior de Rusia; un
método más somero, preconizado por el mando del xvm cuer­
po de ejército, consistía en expulsar a los judíos hacia las líneas
enemigas, sin dejar que uno solo interfiriera el radio de las
tropas.583 Así fue como, en estas dramáticas condiciones, las
masas judías, hambrientas y privadas de todo, pudieron hollar
al fin el suelo de la Rusia tradicional, selecto vivero para el
reclutamiento revolucionario.
En otoño de 1915, Nicolás II tomó la decisión de asumir
personalmente el mando supremo, y eligió al general Alexeev
como jefe de estado mayor. Cesaron entonces las deportaciones,
por considerarse más oportuno coger rehenes, y así empeza­
ron a multiplicarse los arrestos y los procesos. En ciertos casos,
se celebraba un juicio sumarísimo, seguido de horca; en otros,
cuando entraban en funciones los tribunales regulares del ejér­
cito, los debates, cerrados casi siempre con la absolución, con­
firmaban el papel del chivo expiatorio que claramente se asig­
naba a los judíos.584 Estos, según rumores, ocultaban aparatos de
telegrafía sin hilos en sus tradicionales luengas barbas; tam­
bién existía otra antigua costumbre que se prestaba a sospechas,
descrita de este modo por un contemporáneo:

«Es costumbre judía muy antigua guardar en las


sinagogas de las pequeñas comunidades un alam­
bre o una cuerda lo bastante largos para circundar
todo el villorrio, el sábado. Cuando un espacio es
objeto de esta clase de cerca, todo el mundo tiene
El imperio ruso 195

autorización para llevar consigo sus pertenencias


habituales, el sábado, es decir el día de descanso.
Se trata de una ficción de la ley judía que pretende
que la ciudad rodeada de una cuerda es como una
corte. Los soldados, perplejos ante el uso de estas
cuerdas, creyeron que servían para telefonear al
enemigo. M. Z, Frenkel, miembro de la primera
Duma, presenció por casualidad un asunto de esta
índole. Su enérgica intervención evitó que ejecu­
taran a un viejo guardián judío. Sus acusadores,
que declaraban haber descubierto al judío con la
cuerda culpable y haber traído a la policía local
como testigo, sólo cedieron a los argumentos de
M. Frenkel cuando éste logró demostrar que el ob­
jeto en cuestión era una cuerda muy larga y muy
gruesa que cada viernes ponía el viejo alrededor del
villorrio. El viejo no acertó a comprender por qué
le habían detenido y condenado a muerte; por lo
demás, era incapaz de explicar en ruso el empleo
de esta cuerda. En aquellos casos en que no hubo
ocasión de que nadie interviniera, los acusados
murieron ahorcados, y su ejecución consolidó la
idea de que los judíos son unos traidores y que los
desdichados alambres que se guardan en las sina­
gogas tenían una finalidad criminal.»S8S

De este modo el ejército, si no por entero al menos buena


parte del cuerpo de oficiales, andaba cada vez más persuadido
de que los judíos eran espías casi por definición, y no nos
costará recordar que esta creencia,, antes de respaldar las
provocaciones antisemitas, ya había encontrado un eco en los
autores más gloriosos de la literatura rusa.586 También pode­
mos preguntarnos qué ocurría en realidad: ¿acaso el conoci­
miento del alemán, o la viveza de espírftu o más sencillamente
la exasperación, no incitaban en muchos casos a que los judíos
colaboraran con el enemigo? Sin que podamos excluirlo total­
mente, observemos a tal fin que, por regla general, los espías
trabajan para el mejor postor; como el dinero ruso posee la
misma falta de olor que el dinero alemán, guardémonos de atri­
196 La Europa suicida

buir a los traidores judíos una excesiva dosis de idealismo.


Podemos añadir asimismo que si bien es un error consi­
derar a la emperatriz y a Rasputín como agentes de Alemania,
no cabe igual afirmación con respecto a quienes les rodeaban,
y del bando de los Cien Negros surgían a veces propuestas
muy' francas en favor de un cambio de alianzas. En el «Graj-
danin» del príncipe Mechtchersky, el consejero predilecto de
Nicolás II, se solía atacar a su primo el rey Jorge V, acusán­
dolo fríamente en 1916 de ser un fracmasón y un revolucio­
nario; 587 la «Zemchtchina» escribía en 1915 que «no fue Ale­
mania quien declaró la guerra, sino los judíos, que eligieron a
Alemania como instrumento de sus designios; les interesaba
un enfrentamiento entre las dos potencias que con más fuerza
sostienen el principio de la monarquía, para debilitarlas a
ambas».588
Había oficiales rusos que manifestaban una rara habilidad
para sembrar el odio entre los judíos y los soldados de otras
nacionalidades, globalmente calificados de «soldados rusos».
Ya podemos figurarnos qué efecto produciría en unos y otros
la lectura del siguiente comunicado, cuyo autor era el teniente
general Jdanovich, comandante de la primera brigada de in­
fantería:

«En el transcurso de la actual guerra patriótica,


todas las múltiples nacionalidades que constituyen
el país ruso, con excepción de los jids, han logrado
una fusión tan perfecta, por obra de la acción co­
mún, que han quedado olvidadas todas las disensio­
nes nacionales. Los jids hubiesen podido aprovechar
este momento histórico, hubiesen podido demos­
trar su dignidad humana y obtener una igualdad de
derechos, ellos que precisamente se quejan de un.
trato injusto. Así pues, esperemos que no pierdan la
ocasión de manifestar su adhesión y su amor a la
patria; ya verán cómo conducta semejante no ha
de pasar desapercibida. Esperemos que adquieran,
no por argucias, sino por medio de actos ejempla­
res, el derecho a decir: “Derramamos nuestra san­
gre por la patria”, y la patria no los olvidará. Los
El imperio ruso 197

oficiales deben explicar imperiosamente a los sol­


dados judíos que la guerra se terminará algún día,
y que el soldado ruso, de vuelta a su hogar, no
dejará de contar cómo los jids rusos multiplicaban
los subterfugios para no participar en la defensa
de la patria. Odio y furor encontrarán entonces
una salida que ha de ser para los judíos infinita­
mente más peligrosa que los riesgos que hoy corren
cumpliendo con sus obligaciones militares, pues la
venganza popular no caerá únicamente sobre quie­
nes por sus criminales artimañas hayan ayudado
al enemigo, sino que también afectará a familiares
y niños inocentes.» (8 de julio de 1915.)589

Por supuesto, no cabe decir que este pérfido mensaje


reflejaba el estado de ánimo de todos los oficiales rusos (aun­
que más tarde llegará a reflejarlo, como ya veremos, a medida
que se extienda la guerra civil, como tampoco lo representa­
ban las provocaciones de la prensa de los Cien Negros, por
lo que serefería a la opinión pública. Esta, cada vez más hostil
a lapareja imperial y a su séquito, iba aumentando su pre­
disposición en favor de los judíos. La mayor parte de los escri­
tores rusos entonces en auge, Gorki o Korolenko, Merejkovski
o Leónidas Andreiev, elevaban protestas, firmaban manifies­
tos pro judíos y denunciaban en sus artículos las acusaciones
inicuas y los procesos. Por ejemplo, Máximo Gorki:

«Nuestro pueblo, irritado por las derrotas y con


tanta frecuencia inducido a error, quiere saber a
quién incumbe la responsabilidad de nuestras des­
gracias militares. Le presentan al judío y le dicen:
¡Este es el culpable! Nuestro pueblo lleva mucho
tiempo oyendo que los judíos son un pueblo malo,
que crucificó a Cristo. Se olvidan de recordarle que
el propio Cristo era judío, que todos los profetas
eran judíos, al igual que los apóstoles, aquellos
pobres pescadores judíos que crearon el Evange­
lio. Si Cristo fue condenado a muerte, se debe al
amor que por él sentían los pobres (...) La exaspe­
198 La Europa suicida

ración suscitada a causa de la guerra exige una víc­


tima, y hay ciertas personalidades rusas que, en su
intento de descargar su culpabilidad sobre cabezas
ajenas, señalan al judío como autor de todos nues­
tros males. Esos clamores contra los judíos han lo­
grado que la conciencia del pueblo ruso acabara
sorda y ciega, impidiendo que se fije en su autén­
tico enemigo. Dicha ceguera ha resultado muy ven­
tajosa para este enemigo y en cambio ha perjudi­
cado al pueblo.»

No deja de tener interés la insistencia con que Gorki, a


través de este escrito, destinado evidentemente a las masas
más amplias (y confiscado por la censura), pretendía refutar
la secular acusación de deicidio.590
Mientras tanto, el espectro del judío internacional, y sobre
todo del judío revolucionario, seguía obsesionando al gobierno
y a la administración. Vale la pena conocer las opiniones de
los ministros en ejercicio, cuyas deliberaciones se hicieron pú­
blicas durante los meses de verano de 1915, en vísperas de la
decisión de Nicolás II de presidir el alto mando, para tomar
la responsabilidad personal de las operaciones militares, y
dejar a Rusia en manos endebles; por esa época, dicha, tarea
aún correspondía a viejos servidores de la corona, y no a pro­
tegidos de la emperatriz y de Rasputín.
Así pues, recordemos aquel mes de agosto de 1915, cuando
los alemanes, tras haber conquistado toda la Polonia rusa, se
dirigen hacia Riga, mientras que el estado mayor ruso, presa
del pánico, ya planea la evacuación de Petrogrado. Así habló
el ministro del Interior, el príncipe Chterbatov:

«Será en vano, dijo, que intentemos discutir con


el alto mando. Todos nosotros ya hemos interveni­
do, bien sea colectiva o individualmente. Pero el
omnipotente Yanuchkevich no hace ningún caso de
los intereses de Estado. Lo que quiere es utilizar los
, prejuicios que rigen contra los judíos para presentar
a éstos como responsables de todos nuestros fra­
casos. Es una política que trae sus frutos, y así se
El imperio ruso 199

van consolidando las tendencias pogromistas en el


ejército. Me sabe mal decirlo, pero estamos aquí
entre nosotros, y sospecho que Yanuchkevich pre­
tende aprovecharse de los judíos como coartada. Por
lo demás, aunque el alto mando diera la orden de
poner fin a los excesos antijudíos, el mal ya se ha­
bría consumado. Actualmente, hay cientos de miles
de judíos de toda edad, sexo y condición que se en­
caminan hacia el este. Las autoridades locales nos
comunican que no se hallan capacitadas para ga­
rantizar la seguridad de los deportados, habida
cuenta de la excitación de la gente y de la agita­
ción pogromista, alimentadas sobre todo por los
soldados que regresan del frente. Por consiguiente,
estamos obligados a autorizar la instalación de los
judíos en zonas ajenas a su residencia habitual. Las
leyes en vigor preveían unas condiciones normales;
sin embargo, se nos echa encima una catástrofe, y
debemos tenerlo en cuenta.
Los dirigentes del judaismo ruso insisten sobre la
necesidad de medidas de orden general con vistas a
aliviar la situación de sus compatriotas. En el calor
de la conversación, me han comentado abiertamente
la intensificación de los sentimientos revoluciona­
rios entre las masas judías, los proyectos de una
autodefensa activa, la amenaza de grandes distur­
bios y otras cosas por el estilo. Me han dicho que
también en el extranjero están empezando a per­
der la paciencia y que Rusia corre el peligro de que
le corten los créditos. Dicho de otro modo, los
requerimientos apuntan al ultimátum: si queréis
dinero para hacer la guerra, entonces... Tales re­
querimientos se centran en la promulgación de una
ley que, al tiempo que alivie^ la situación de los
refugiados, también tenga el significado de una
rehabilitación de las masas judías, estigmatizadas
por los rumores que aluden a su traición.»591

La mayoría de los ministros allí reunidos aprobó la suge-


200 La Europa suicida

renda del príncipe Chterbatov, y se dispuso a presentar un


«contraultimátum» que el ministro de Agricultura Krivocheine
formuló así: «Vamos a cambiar las leyes: faciliten ustedes,
por su parte, nuestros préstamos para los mercados ruso y
extranjero y detengan la agitación revolucionaria de la pren­
sa.» Además, el Consejo de ministros decidió que los judíos
no podían ocupar los territorios cosacos del Sudeste: tal como
dijo el ministro de la Guerra, Polivanov:

«Históricamente hablando, cosacos y judíos nunca


lograron entenderse. Sus contactos siempre aca­
baban mal. Para colmo, hoy en día, los destacamen­
tos cosacos son los principales ejecutores de las ór­
denes del general Yanuchkevích en lo que atañe a
preservar al ejército de las intrigas judías.»

Só’o hubo dos ministros que expresaran reservas sobre el


fondo del problema. El procurador del Santo Sínodo, Samarin,
aunque dio su acuerdo, habló del «dolor que le producía tener
que aceptar una medida cuyas consecuencias serán incalcula­
bles». Yendo aún más lejos, Rujlov, ministro de Comunica­
ciones, pronunció una vigorosa diatriba antisemita y, al agitar
el espectro de la revolución, perturbó con toda evidencia a sus
colegas:

Rujlov. «Mis sentimientos y mi condencia se su­


blevan contra las ventajas que van a sacar los judíos
de nuestras derrotas militares. Los rusos viven en
plena indigencia y padecen sufrimientos sin nombre
tanto en el frente como en la retaguardia, mientras
que los banqueros judíos compran para sus congé­
neres el derecho a aprovecharse de las desgracias
de Rusia con objeto de explotar aún más a nuestro
pueblo (...) Acabamos de hablar de las considera­
ciones económicas, políticas o militares que reco­
miendan un gesto pro judío, pero nadie se ha re­
ferido todavía al peligro de una diseminadón de
los judíos por toda Rusia desde el punto de vista
de un contagio revolucionario. Basta con recordar
El imperio ruso 201

el papel que desempeñó esta raza en los aconteci­


mientos de 1905; por lo que respecta al presente,
supongo que el ministro del Interior no ignora la
proporción de judíos existente entre esos individuos
que se dedican a la propaganda revolucionaria y
que forman parte de las diversas organizaciones
clandestinas.»
Príncipe Chterbatov. «Desde luego, Rujlov tiene
mucha razón cuando menciona la acción destruc­
tora de los judíos. Pero qué podemos hacer, si esta­
mos entre la espada y la pared. Aunque la nocivi­
dad de los judíos sea innegable, más lo son todavía
nuestras necesidades de dinero. Y resulta que el di­
nero se halla en manos de los judíos.»
Krivocheine: «También a mi juicio la revolución
se identifica con los judíos, pero creo que unas
concesiones en su favor son inevitables. Como ya he
tenido oportunidad de decir, no podemos hacer
la guerra a los alemanes y a los judíos a la vez.
Ni siquiera un país tan poderoso como Rusia está
en situación de hacerlo.»

Como vemos, volvía a insinuarse el espectro perdurable de


una junta de mandos o gobierno secreto judío; una junta hostil
por definición, dispuesta a pactar con cualquier tipo de enemi­
go, según la imagen que nunca dejará de creer el antisemi­
tismo: más adelante examinaremos, bajo esta óptica, el caso
de Francia, y singularmente el de Gran Bretaña. Por lo que
atañe a la situación de los judíos en Rusia, las concesiones
previstas tropezaron de nuevo con el veto de Nicolás II, tal
como dos semanas después anunciaba Goremykin, el presiden­
te del Consejo de ministros: «Señores, debo comunicarles que
el emperador me ha declarado su imposibilidad de considerar
el problema judío. Sólo queda una salida posible; la que se
disponga por mediación de la Duma. Así pues, si la Duma es
capaz, que se ocupe del problema de la igualdad de derechos.
No será mucho lo que consiga.»
De hecho, poco después quedó suprimida administrativa­
mente la zona de residencia, sin bombos ni platillos, por un
■202 La Europa suicida

simple decreto ministerial, decisión que el ministro del Inte-


rior podía adoptar en caso de «circunstancias excepcionales»,
de acuerdo con el artículo 158 del Código de Leyes.592
Cuando, después de la dimisión del ministro Goremykin,
comenzó el «baile ministerial» dictado por la emperatriz y Ras-
putin, hubo ministros o altos funcionarios que se pusieron a
rivalizar con el alto mando promulgando disposiciones anti­
semitas de su propio caletre. Una circular del ministro de Fi­
nanzas anunciaba que los alemanes habían inventado unos apa­
ratos destinados a la destrucción de las cosechas y que habían
reclutado traidores judíos para ponerlos en marcha; 593 el de­
partamento de seguridad relacionaba a los alemanes y los judíos
de forma muy distinta:

«Habida cuenta que ni las derrotas militares ni la


agitación revolucionaria ejercen una notable influen­
cia sobre las masas populares, resulta que los revo­
lucionarios y sus dirigentes judíos, además de los
partidarios secretos de Alemania, tienen el propó­
sito de sembrar el descontento y el derrotismo a
base de encarecer los precios y extender el ham­
bre. Hay comerciantes malévolos que ocultan sus
mercancías, entorpecen su transporte y frenan en lo
posible su distribución y entrega (...) Los judíos
propalan el rumor de que el gobierno ruso se ha
arruinado, hasta el punto de carecer de metal para
acuñar moneda; al mismo tiempo, pagan altos pre­
cios con objeto de acumular las monedas de plata
y cobre. La activa participación de los judíos en
estas maniobras arteras se explica sin duda por su
intención de lograr que se suprima su zona de resi­
dencia, y la situación actual parece prestarse a la
consecución de este objetivo, gracias a los distur­
bios y el caos que se van generalizando por todo
el país.» 594

Ya veremos cómo el tema de una conspiración judeo-


alemana hará fortuna urbi et orbi, durante los años que si­
guieron. Entre sus primeros adeptos, cabe citar al príncipe
El imperio ruso 203

Yussupoff, el patriótico asesino de Rasputín, que afirmaba


haber presenciado con sus propios ojos ciertos acuerdos entre
espías «nórdicos» y espías «semíticos» en la antecámara del
omnipotente favorito.595
Poco después estallaba la revolución de febrero de 1917;
una revolución popular rusa totalmente espontánea, en donde
la preponderancia de los judíos fue tan escasa como la de los
revolucionarios profesionales. Aun así, unos y otros fueron
los que más salieron ganando, pues si por un lado se decre­
taba la abolición de las inicuas leyes antijudías, por el otro
regresaban de presidio o del exilio todos los condenados polí­
ticos. A lo largo de las semanas que siguieron, semanas de
grandes esperanzas, hubo muchos judíos que manifestaron su
voluntad de rusificación íntegra: como sus reivindicaciones
particulares ya no tenían razón de ser, sólo aspiraban a «fun­
dirse en la nueva masa de ciudadanos» (Marc Ferro).596 Esta
reciente opinión del historiador francés de la revolución rusa
coincide con el que rabiosamente emitía en aquella época uno
de sus protagonistas, Simón Dimanchtein, jefe de la «secdón
judía» en la Comisaría de Nacionalidades de Stalin.

«Los partidos pequefioburgueses judíos daban prio­


ridad entonces a la solución del problema nacional
y a la lucha contra el desarrollo de la revolución y
contra el bolchevismo. La burguesía judía de cual­
quier matiz se adhirió de inmediato al Gobierno
provisional y se impregnó de un hondo patriotis­
mo, hasta militar en favor de una guerra que cul­
minara con el triunfo final y de una ofensiva en
toda línea; muchos fueron los tenientes judíos re­
cién ascendidos, hijos de papá burgués, que se des­
taparon como patrioteros auténticos, visitando el
frente para exhortar a los soldados a que comba­
tieran.» 597

Dimanchtein sólo exceptuaba al proletariado industrial ju­


dío (inexistente en Petrogrado, donde se decidía la suerte, y de
forma más amplia en la Rusia propiamente dicha). Su furor
retrospectivo se explica por la hostilidad que la gran mayoría
204 La Europa suicida

de judíos rusos manifestaba hacia el golpe de Estado de Lenin:


si ya llevaban dos generaciones, casi como un solo hombre,
secundando la causa antigubernamental, deseando un cambio
de régimen y militando eficazmente a tal fin, no lo hacían
sin duda en nombre del régimen bolchevique. Hay que admi­
tir, no obstante, que también hubo judíos que desempeñaron
funciones de primer plano, tanto desde los inicios como afi­
liándose después: funciones lo bastante amplias como para
que la gran masa de antibolcheviques de cualquier matiz y ex­
tracción, y ante todo el cuerpo de oficiales, ratificara el viejo
mito de la «revolución judía». Por lo tanto, los Cien Negros
y otros pregoneros del peligro, los Pobiedonostsev y los Rosa-
nov, habían acabado teniendo razón, a fin de cuentas... Antes
de ver cómo entre 1917 y 1921 se propagaba esta interpreta­
ción de la historia universal, primero a escala rusa y luego
mundial, hasta el punto de que retuvo la atención de Henry
Ford en Estados Unidos, o de Winston Churchill en Gran
Bretaña, o de Georges Clemenceau en Francia, intentaremos
delimitar, en la medida de lo posible, los hechos reales que
posteriormente rodearon al mito de vina aureola profética.
Una paradoja de esta historia es que los revolucionarios
judíos que a fines del siglo xix colaboraron en el nacimiento
del partido sodaldemócrata ruso,598 ingresaron casi todos en la
facción menchevique, a raíz del famoso cisma de 1903: nadie
ignoraba sus reticencias ante las tendencias centralizadoras, y
hasta dictatoriales, de Lenin, y ya en 1907 José Stalin, ni más
ni menos, comentaba los equívocos chistes sobre un «pequeño
pogrom» en el seno de la socialdemocracia rusa.599 Entre los
«bolcheviques veteranos», los que habían apoyado a Lenin
antes de 1917, parece ser que la proporción de judíos se
limitó al 10 % ,6C0 aunque las afiliaciones de los años 1917-
1918 la aumentaron a más del 16 % , cifra aparentemente exce­
siva, habida cuenta de su proporción en el seno de la pobla­
ción, pero que no resulta desmedida si únicamente nos ceñimos
a la población urbana (así surge la cuestión de los viveros revo­
lucionarios que se crearon en colegios y universidades).601 Ade­
más, por regla general, las diversas etnias alógenas, más o me­
nos oprimidas, proporcionaban un porcentaje de «elementos
antigubernamentales» mayol que el de los rusos; desde esta
El imperio ruso 205

óptica, los judíos encabezaban la lista, seguidos de los alemanes,


los armenios y los georgianos. A nivel estadístico, dispone­
mos hoy en día de ciertos datos serios y precisos. Tanto es
así que el historiador americano W. E. Mosse, que se había
dedicado a analizar la extracción étnica y social de los 246 mi­
litantes cuyos nombres figuraban en un diccionario enciclopé­
dico publicado en la U.R.S.S. antes de las Grandes Purgas,
llegaba a las siguientes conclusiones, presentadas por él a un
histórico congreso celebrado en Moscú en 1968:402

«Los rusos, más del 65 % de la población total,


sólo proporcionaban un 55 % (127 de 246) de los
revolucionarios que cita [el diccionario] Granat.
Por consiguiente, los “no rusos” suministraban el
45 % (119 de 246), con menos del 35 % proceden­
te de la población total. (De haberse distinguido las
cifras correspondientes a los ucranianos, se hubiera
acentuado la desproporción.) El grupo minoritario
más importante era el de los revolucionarios de ori­
gen judío. Con menos del 4 % de la población to­
tal, los judíos proporcionaban el 16’6 % (41) de
la lista revolucionaria. Les iban detrás los revolu­
cionarios de origen alemán (15), algo más del 6 % ,
procedente del 1’6 % de la población. Entre am­
bos, los grupos judío y alemán, aunque sólo corres­
pondieran a un 5’5 % de la población, proporcio­
naban una quinta parte de revolucionarios... La
cifra de armenios y georgianos también resultaba
desproporcionada, pero en menor grado (...)
Cabía suponer que una élite revolucionaria sur­
giría sobre todo de grupos relativamente cultivados,
con serios motivos de agravio. Dentro de las con­
diciones de la Rusia zarista, existía este tipo de
yuxtaposición entre las minorías nacionales y reli­
giosas, sobre todo aquellas que presentaban una
clase media relativamente desarrollada. Así se ex­
plica k participación desproporcionada — aunque
no preponderante— del elemento judío, eviden­
ciando además la relativa preeminencia de los mili­
206 La Europa suicida

tantes de origen alemán y, a un nivel menos espec­


tacular, armenio...»

Análisis cuantitativo de gran rigor, que sin embargo no


tenía prácticamente en cuenta el factor cualitativo, sobre el
que hacía mayor hincapié otro sovietólogo americano, Leonard
Schapiro, el factor del poder movilizador de los nombres, o
de los seudónimos, que propagaban el terro r:603

«[Tras el estallido de la revolución de Octubre]


hubo miles de judíos que se unieron a los bolchevi­
ques, por considerarlos como los paladines más
determinados de la revolución y los mejores inter­
nacionalistas. En el mismo momento de la toma
del poder, la participación judía distaba mucho de
ser insignificante, y hasta figuraba en los órganos
supremos del partido. Cinco de los veintiún miem­
bros titulares del Comité central eran judíos, entre
ellos Trotski, al igual que Sverdlov, el auténtico
cerebro del aparato del secretariado (...)
Muchos enemigos del bolchevismo que tendían
a equiparar antisemitismo y antibolchevismo, opi­
naban que el bolchevismo era un movimiento ajeno
a los sentimientos del ruso verdadero, un movi­
miento ante todo judío. Este razonamiento era
habitual entre el ruso medio, sobre todo durante
los primeros años de la revolución. En efecto, des­
pués de Lenin, el personaje más eminente y más
espectacular era Trotski; en Petrogrado, la figura
más importante y más odiada era Zinoviev; y
quien tuviera la mala suerte de caer en manos
de la Checa, ya podía estar seguro de que iba a
ser un judío-el que le interrogara y acaso le fu­
silara.»

También da que pensar la clasificación que en vísperas


del golpe de Estado de 1917 propuso Anatol Lunacharsky,
futuro comisario de Instrucción pública: 1.° Lenin, 2.° Trotski,
3 ° Sverdlov, 4.° Stalin, 5.° Dzerjinsky, 6.° Zinoviev, 7.° Kame-
El imperio ruso 207

nev, o sea cuatro judíos (así como un georgiano y un polaco).604


Un historiador de los pogroms perpetrados por el ejército
blanco limitaba sus reflexiones al «catalizador excepcionalmen­
te peligroso» constituido desde esta óptica por el personaje
de Trotski — ¡al fin y al cabo, otro adicto al bolchevismo!— )605
que sin embargo por esa época «encarnaba por sí solo el poder
soviético»,606 hasta convertirse en el protagonista, mefistofé-
lico según algunos, de los carteles de la propaganda antibol­
chevique, igual que el tema de una de tantas coplas populares
de la Rusia meridional de 1918-1920:

«El azúcar es de Brodsky


El té es de Vissotsky
Y toda Rusia es de Trotski.» 607

A nadie se le ocurría poner en duda los monopolios comer­


ciales concedidos a las empresas Brodsky y Vissotsky; ni, apa­
rentemente, indignarse por la violación que Lenin había come­
tido con Rusia.

Volvamos ahora a 1917.


Ya en otoño de 1916, los agentes de la Okrana señalaban
la inminencia de disturbios populares en Petrogrado, distur­
bios que, a su juicio, culminarían con un pogrom de judíos
(¡o de alemanes!).608 Nadie sospechaba, no obstante, que la
guarnición de la capital iba a hacer causa común con los obre­
ros hambrientos, ni que el régimen zarista caería barrido en
tres días; y menos que nadie, los círculos revolucionarios o de
oposición activa. Cuando se consumó el hecho, el conjunto de
la población lo acogió satisfecha. Al principio, la efusión de
sangre se limitó a unas cuantas decenas de agentes de la poli­
cía, y, pese a los reparos de ciertos generales, el cuerpo de ofi­
ciales manifestó su adhesión al nuevo régimen, acatando las
órdenes que dictara Nicolás II en su acta de abdicación. El
«Gobierno provisional» no tardó en proclamar que todos los
ciudadanos eran iguales ante la ley, con gran júbilo por parte
de los judíos, que tanto le secundaban en la lucha, hasta el
punto de que desde las primeras semanas de la revolución una
2&8 La Europa suicida

propaganda de susurros difundida por los Cien Negros y los


antiguos okranniks les acusara, como de costumbre, de ser los
causantes de todos los males, viejos y nuevos: encarecimiento
de la vida o desorganización de los servicios públicos, continui­
dad de la guerra, descomposición mercantilizada del ejército.
Durante los meses de marzo y abril, estallaron pogroms en
algunas ciudades de provincias, cuyos principales artífices fueron
al parecer los desertores que por decenas de miles afluían
hacia la retaguardia. Se cometieron otros excesos: «En Moscú,
un regimiento se negaba a tener oficiales judíos y no dejaba
hablar a los oradores enviados por el Soviet, porque está en
.manos de lós judíos; en Ekaterinodar, los alumnos de las es­
cuelas habían formado un «grupo eslavo» destinado a repartir
propaganda antisemita en las aldeas».609 Como de costumbre,
fue en Ucrania donde las manifestaciones antijudías de toda
índole revistieron una mayor amplitud, esta vez enmarcadas
por un irredentismo reciente orientado contra todos los «ex­
plotadores históricos».610 Tampoco la Rusia del norte escapó
a estos sucesos, de modo que en junio de 1917 el fiscal gene­
ral de Petrogrado reclamaba la promulgación de una ley anti-
pogromista, cuyas necesidades explicaba en los siguientes tér­
minos:

«Según mis informes, crece la agitación pogrom nía


en mercados y otros centros de reunión pública.
Vitbesk y Petrogrado son los puntos que mayor
tendencia muestran a.un pogrom antijudío. Los
pogromistas insisten sobre la autoridad de los ju­
díos en la milicia, en los soviets y en las dumas de
distrito, y amenazan con el asesinato de determina­
dos políticos...» 6,1

Por su parte, el «poder paralelo» de los Soviets adoptaba


una resolución que acusaba a los contrarrevolucionarios de
utilizar «los prejuicios oscurantistas» de las masas para fines
diversificadores, habida cuenta de la crisis general por que
atraviesa el país. «Esta agitación antijudía, que se caracteriza
a menudo por unas consignas radicales, constituye un riesgo
enorme tanto para el pueblo judío como para todo el moví-
El imperio ruso 209

miento revolucionario, pues amenaza con ahogar en sangre


fraterna la causa entera de la liberación del pueblo, y lograr
que el movimiento revolucionario se cubra de un oprobio
imborrable...»612
No cabe duda de que la propaganda antisemita procedía
sobre todo de elementos reaccionarios o pro zaristas, pero tam­
bién es cierto que a menudo se producían sorprendentes cam­
bios o renuncias, todo ello al socaire de un caos que iba en
aumento. Un ex dirigente revolucionario de 1905, el abogado
Krustalev-Nossar, intentó organizar en su ciudad natal ucra­
niana una «república antisemita».613 Un ex órgano de los Cien
Negros, la Groza,m que ahora preconizaba una paz inmediata,
acusaba a los judíos de la siguiente forma:

«Trabajadores y soldados de la capital han desfi­


lado con todos sus efectivos en el transcurso de la
manifestación [bolchevique] anticapitalista del 18
de junio, expresando sus deseos de finalizar la
guerra y de sustituir a los ministros de origen bur­
gués y mercantil por otros que procedan de su pro­
pio ambiente. Los judíos intentaron oponer resis­
tencia sosteniendo a los capitalistas y reclamando la
continuidad de la guerra. Obreros y soldados se
abalanzaron sobre los judíos, los molieron a golpes
y rasgaron sus banderas.»

El prudente Novoié Vremia describía de modo muy dis­


tinto esta manifestación del 18 de junio, que se caracterizó por
el apoyo popular al programa bolchevique:615 los humillados
portaestandartes eran aquí oficiales rusos, patéticamente de­
fendidos por el periódico, mientras que quienes les agredían
eran judíos; el Novoié Vremia denunciaba a estos últimos con
frases aún muy tímidas, pero llamadas a mejor suerte.616 ¿De
qué lado estaban los Cien Negros? Al cabo de un mes, un
comunicado del gobierno Kerenski anunciaba que durante un
registro en la sede central de los bolcheviques (casa Kchessins-
ki), se habían descubierto varios documentos comprometedores,
entre los que destacaba un montón de literatura antisemita y
postales que representaban crímenes rituales. Análogo material
210 La Europa suicida

había aparecido en la «quinta Durnovo», donde se habían ins­


talado los anarquistas.617 De todas las provincias llegaban in­
formaciones del mismo género: la siguiente carta, fechada en
abril, evoca a la perfección el clima confuso que por entonces
reinaba en las aldeas de la Rusia eterna:

«En el pueblo de Dubovo, gobierno de Tiraspol,


varias mujeres de soldados invadieron la tienda lo­
cal y comenzaron a saquearla, exigiendo que se re­
partieran las mercancías. Justificaban su acción di­
ciendo que «ciertas personas bien informadas» Ies
habían explicado que se había concedido la liber­
tad para que todo se repartiera a partes iguales, y
para despojar a los ricos de sus bienes. En el
mismo Tiraspol, el comisario de policía Sergueiev,
que hablaba mucho de su lealtad al nuevo régimen,
había salido elegido como jefe de la milicia. A la
pregunta de si poseía armas, contestó dando su
palabra de honor de que no tenía ninguna. Sin
embargo, se le encontraron en casa 80 fusiles y
50 revólveres; además, había escondido las muni­
ciones en una caja que llevaba la etiqueta de “ma­
carrones”. Un agente de policía, expulsado del cuer­
po, había intentado simular dos crímenes ritua­
les.» 614

En julio, el Novoié Vremia, bajo el título de «Fechorías


bolcheviques», describía las actividades de un grupo pogro-
mista formado en Moscú por varios ex policías.619 En tales
condiciones, comprenderemos mejor la guerra sin cuartel que
Lenin se aprestaba a declarar al antisemitismo. Por ambos
lados eran constantes los estragos de la provocación, y así re­
sultó que el gobierno Kerenski, en sus intentos de despresti­
giar al partido bolchevique, no dudó en propagar la versión
internacional más común acerca de una conspiración judía o
judeo-alemana.
Sin embargo, cuando en abril de 1917 Lenin llegó a Petro­
grado, vía Alemania, para imponer a su partido el programa
de una paz inmediata, el Gobierno provisional, secundado por
El imperio ruso 211

los aliados occidentales, intentó primero poner al mal tiempo


buena cara (en París, Georges Clemenceau recriminaba enton­
ces a los bolcheviques que fueran «inconscientes defensores
del militarismo alemán»).420 Hubo que esperar a que sucediera
el fallido golpe de Estado del mes de julio para que el minis­
terio Kerenski decidiera inculpar a Lenin y a otros diez diri­
gentes o militantes bolcheviques por complicidad con el ene­
migo, en base a ciertos documentos, falsos por lo demás,621 que
habían sido comunicados y acaso elaborados por agentes del
contraespionaje francés; 622 al mismo tiempo, Kerenski recurría
a la prensa para difamarlos, por su supuesta condición de agen­
tes de Alemania. El furor de las protestas bolcheviques 623 su­
giere que la acusación era certera. Poco después (el 22 de julio),
el gobierno consideró oportuna la publicación de ciertos deta­
lles, y sobre todo de algunos nombres: por complicidad con
el enemigo y sedición armada, se ordenaba la detención de los
ciudadanos Ulianov, Apfelbaum, Helfand, Fürstenberg y Kos-
lovsky, de las señoras Kollontai y Surenson, y de cuatro mili­
tares de oscuro apellido.624 Cabe preguntarse sobre los criterios
que presidieron en la elección de estos nombres, revelados para
comidilla del pueblo ruso. Esta pregunta cobra aún mayor fun­
damento si advertimos que al final del comunicado oficial de
las autoridades judiciales, surgía un nombre suplementario, pe­
gado al de Ulianov-Lenin, a saber: «Ovsei Hersch Aronov»;
sólo podía tratarse de VI. Antonov Ovssenko, el experto mili­
tar de los bolcheviques, cuyo nombre había sufrido esta clase
de deformación o de «judaización». Al cabo de tres días, el
gobierno anunciaba la detención de otros dos dirigentes, Bron-
n stein (Trotski) y Rosenfeld (Kamenev). Ya veremos cómo a
\ escala del mundo civilizado, la conclusión fue la que tenía
\ que ser: Rusia estaba a punto de caer bajo la traición o el
yugo de una pandilla de judíos alemanes.
p\f/ Con ganas de excederse, ciertos propagandistas quisieron
|f hacer creer que el verdadero nombre de Lenin era Zederbaum
| < o Zedelbaum, explotando una confusión entre el líder bolche-
1* vique y un líder menchevique (Zederbaum Martov), pero no
L se vieron respaldados, y sin duda con razón: a fin de cuentas,
g el ruso acompañado de una decena de judíos, excepción que
E, confirmaba la regla, no hacía más que dar mayor verosimili-
212 La Europa suiáda

tud a la tesis de una conspiración judía. Debemos añadir que,


cuando se notificó al público la acusación y la detención, el
Soviet de Petrogrado (por esa época, con mayoría menchevique)
decidió instituir una comisión con vistas a la rehabilitación
de Lenin, pero por una cierta ironía del destino, resultó que
la «comisión de los cinco» elegida a tal efecto, se hallaba com­
puesta por cinco judíos, de modo que se consideró más opor­
tuno designar otra distinta...625 Asimismo, el primer gobierno
constituido por los bolcheviques en noviembre de 1917 incluía
únicamente a un solo judío (Trotski) sobre quince miembros;
sin embargo, a esas alturas, se podía dudar de la utilidad de la
precaución: 626 ¿acaso los últimos periódicos «burgueses» no
afirmaban que el comisario para la guerra, Nicolás Krylenko, se
llamaba en realidad Abraham? (aunque cuando el río suena...
Durante un período de su vida clandestina, es cierto que Kry­
lenko había empleado este seudónimo).
Por consiguiente, la suerte ya estaba echada; la cuestión es
que, a ojos de una fracción imprecisa pero considerable del
público ruso, se trataba de una «revolución judía», y esta opi­
nión se notaba sobre todo en los postreros gritos de angustia que
lanzaba la prensa no bolchevique de cualquier matiz. Dicha
prensa, durante algunas semanas, aún pudo aparecer, cambian­
do de imprenta o hasta de título, y la «Malenkaya Gazeta»,
algo así como el «Petit Journal» ruso, reclamaba abiertamente
un pogrom general contra bolcheviques y judíos.627 Ya veremos
cómo esta tesis se repetía de inmediato en el bando aliado, a
ambos lados del Atlántico: el Times de Londres la resumía en
breves palabras a partir del 23 de noviembre de 1917, escri­
biendo que «Lenin y varios de sus confederados son aventu­
reros de sangre germano-judía, a sueldo de los alemanes».
No obstante, aún faltaba una pieza para completar el rom­
pecabezas. Revolución judía o judeo-alemana, de acuerdo: pero,
¿qué papel desempeñaban en todo eso los capitalistas interna­
cionales judíos? La respuesta llegó a través de una nueva retahi­
la de falsedades que el periodista Eugenio Semionov vendió
al diplomático americano Edgar Sisson durante el trágico in­
vernó de 1917-1918 en Petrogrado: los bolcheviques, es decir
en primer lugar Trotski, actuaban financiados y teledirigidos
por un «sindicato renanowestfaliano», que recurría a la me­
El impeño ruso 213

diación del banquero judío Max Warburg y del bolchevique


judío Fürstenberg. La afinidad de miras existente entre judíos
revolucionarios y judíos financieros no podía alcanzar grado de
perfección, puesto que todos eran alemanes. Así lo garantizó
el mismo gobierno americano, tras requerir los consejos de
dos historiadores especializados,®28 pues publicó sus documen­
tos en septiembre de 1918, bajo el título de The German-
Bdshevik Conspiracy. Vale la pena que nos fijemos en la fecha,
ya que supone la primera publicación oficial de un falso anti­
semitismo por obra de un gobierno que no era ni zarista ni
nazi, precisamente el gobierno de los Estados Unidos de Amé­
rica. De este modo, el sistema estaba ya listo para actuar y,
como veremos, las democracias occidentales experimentarán
una obsesión por el judeo-germanismo que luego sabrán explo­
tar las dictaduras, suprimiendo todo término medio.

Si bien los bolcheviques habían podido apoderarse de las


dos capitales y de la Rusia europea, prácticamente sin esfuerzo
alguno, en cambio las regiones periféricas, principalmente el
sur ucraniano y la inmensa frontera de Siberia, escapaban casi
a su hegemonía. Sus más decididos adversarios, sobre todo las
decenas de miles de oficiales, se iban encaminando hada esas
regiones «blancas»: el desarrollo de los acontecimientos sugie­
re la existencia de una correlación entre su combatividad y su
judeofobia. La correlación aumentó sin opción cuando llegó
la noticia de que habían matado al zar y a su familia en
Ekaterinburgo (Sverdlovsk) por orden, se dijo, del judío Jacob
Sverdlov y bajo la dirección personal, también se dijo, de los
judíos Yurovski y Golochtchekin. No tardó en enriquecerse el
drama mediante detalles tan impresionantes como fantasiosos:
citemos la versión que, en febrero de 1919, cablegrafió a su
gobierno el agregado militar inglés, general Alfred Knox:
«Había dos bandos en el Soviet local: uno quería
salvar a la familia imperial, otro estaba dirigido por
cinco judíos, dos de ellos partidarios obstinados
del asesinato. Estos dos judíos, Vainen y Safarov,
ya habían acompañado a Lenin en su viaje a través
de Alemania.»*29
214 La Europa suicida

La ejecución, sin embargo, que aún hoy conmueve a mu­


cha gente, incluía más síntomas providencialmente antijudíos.
¿Acaso la cruz gamada no era el emblema personal de la empe­
ratriz Alejandra? ¿Y no aparecieron, entre los libros que había
leído durante su cautiverio, los Protocolos de los Sabios de
Sión? 630 Al menos, esto es lo que dijeron los investigadores
delejército blanco siberiano de Koltchak, el «regente supre­
mo» de las fuerzas antibolcheviques. Es de suponer que aque­
lla misma gente que antaño sospechaba de la «alemana», se
excitaría ahora con la idea de vengar a la mártir.
Disponemos de un notable testimonio sobre la impresión
que produjo en el mismo Koltchak la lectura de los «Proto­
colos», que comenzó a estudiar poco después de la matanza de
Ekaterinburgo, durante un viaje de inspección. Nos lo cuenta
uno de sus compañeros:

«¿Y qué leía el amirante? Se había llevado muchos


libros. Leía con interés El mensajero histórico.
Pero, a lo largo de nuestro viaje, lo que más le ab­
sorbió fueron los «Protocolos de los Sabios de
Sión», y no llegaba a soltarlo. Lo mencionaba de
continuo cuando hablábamos, y tenía la cabeza re­
pleta de imágenes antimasónicas. Desde ese momen­
to, andaba al acecho de un posible encuentro con
francmasones, tanto en su séquito o en el seno de
su directorio como entre los miembros de las mi­
siones extranjeras...» 631

A falda de judíos autóctonos en Siberia, las sospechas del


«regente supremo» se limitaban aparentemente a los franc­
masones. No obstante, había judíos en el cuerpo expedicio­
nario americano; por eso, dicho cuerpo estaba enteramente in­
festado de bolcheviques,432 al decir de un informador de Kolt­
chak. Un parlamentario británico de misión en Siberia, el
coronel Ward, desarrollaba esta idea y proporcionaba algunas
precisiones, en una obra destinada al público angloamericano.633
También podemos citar una proclama de Koltchak, dedicada
a los soldados del ejército rojo:
El imperio ruso 215

«Despierta, pueblo ruso, coge tu bastón y persigue


a esa chusma de jids, que están arruinando a Ru­
sia. .. En Alemania, en toda Polonia, en Galitzia, en
Kiev, en Berdichev, la gente acosa y expulsa a esa
chusma. Con toda vuestra necedad y simplicidad,
sois los únicos que seguís obedeciendo las órdenes
de Trotski, Najamkess, Zederbaum y Cía.» (15 de
febrero de 1919.)

Según otra proclama, lo que necesitaba la tierra rusa no


eran pogroms, sino una Cruzada antijudía.634 Un tono similar
adoptaba la propaganda de los ejércitos blancos de la Rusia
del sur, los de Denikin, que, no lo olvidemos, a principios
del otoño de 1919 avanzaron hasta Tula, a 200 kilómetros
de Moscú, y que por consiguiente recorrían parte de las pro­
vincias de la otrora «zona de residencia» de los judíos. Así
pues, los voluntarios blancos podían satisfacer a su antojo toda
su sed de venganza, una sed que jamás se extinguía, dado que
asesinatos, violaciones y saqueos no hacían más que exaspe­
rar el furor antijudío, a través del fatal engranaje del remordi­
miento y del crimen.635 Por lo demás, los pogroms sólo eran
uno de los síntomas de esa depravación general de los otrora
«voluntarios», referida con tanta frecuencia por los recuerdos
y las crónicas de sus generales. «Tenemos unas costumbres bes­
tiales; la venganza y un odio mortal nos invade el corazón;
nuestra justicia somera resulta atroz, al igual que las voluptuo­
sas matanzas con que disfrutan muchos de nuestros volunta­
rios.» 636 «Un ejército acostumbrado a arbitrariedades, saqueos
y borracheras, y dirigido por jefes que le daban el ejemplo
de tales prácticas; semejante ejército no podía salvar a Rusia»
(general Wrangel).637 Más impresionantes son aún las palabras
con que el propio Denikin censuraba a sus tropas: «El pueblo
las recibía alegremente y con genuflexiones, y las despedía pro­
firiendo maldiciones.» 638 De todo ello podemos inferir por qué
trances debían de pasar los judíos; los que se libraban, es decir
los residentes de las grandes ciudades, no dejaban de sufrir,
cuando entraban los «blancos», los horrores de una «tortura
del miedo», según la cruda expresión de Chulguin.639
Como en tiempos del batiuchka-zar, los pogroms solían du­
216 La Europa suicida

rar tres días francos, durante los cuales el código militar queda­
ba suspendido de jacto, y es obvio que degeneraban en violen­
cias muy diversas. Añadamos que los «verdes» y otras pandi­
llas ucranianas rivalizaban en crueldad con el llamado ejército
regular; una proclama colectiva de los principales jefes de
banda («atamanes») invocaba incluso el recuerdo de los grandes
santos nacionales, exhortando en su nombre a los cristianos
para que de una vez por todas acabaran con la diabólica ralea
judía.6* Se calcula que la cifra total de judíos asesinados en
, Ucrania entre 1918 y 1920 superaba los 60.000.641 Por lo que
atañe a las tropas blancas, el general Denikin condenaba los
pogroms y otros excesos, pero era incapaz de impedirlos: por
lo demás, solían acusarle de «haberse vendido a los judíos».6®
Así pues, aún se hallaba menos capacitado para frenar la propa­
ganda antisemita o para evitar la publicación de embustes que,
en algún caso, darían la vuelta al mundo, durante los años
inquietos de la primera posguerra.
Esto es lo que sucedió con un supuesto informe secreto
del gobierno francés, elaborado en Nueva York por un emi­
grado ruso643 que daba la lista de los principales dirigentes
comunistas, todos judíos con excepción de Lenin, y que des­
cribía sus ansias de un dominio universal sionista: «Los judíos
ya han obtenido el reconocimiento formal de un Estado formal
en Palestina; asimismo, han logrado constituir una república
judía en Alemania y en Austria-Hungría; han dado los prime-
tos pasos para llegar a dominar el mundo, y seguirán.» Este
documento, que se hizo público en Rostov el 23 de septiembre
de 1919, apareció reproducido en 1920 por La Vieille France
de París y por The Mortiing Post de Londres; 644 a su lado, po­
demos situar el «informe del camarada Rappoport» (reprodu­
cido por L ’Intransigeant en mayo de 1920, para luego servir
de fuente a una compilación americana).645 Por muy sionista
que fuera, el camarada Rappoport ponía sus miras en Ucrania,
y no en Palestina:

«(...) Después del desastre de las cooperaciones na­


cionales, el nacionalismo ucraniano perdió su base
económica. Entraron en juego los créditos banca-
ríos, dirigidos por nuestros camaradas Nazert,
El imperio ruso 217

Gloss, Fischer, Krauss y Spindler, que son los


que aquí desempeñan el papel principal. La clase
de los propietarios rusos, frívolos y estúpidos, nos
seguirá como ovejas camino del matadero. En mi
calidad de representante del Poalé-Sión, debo hacer
constar para mi satisfacción que nuestro partido y
el del Bund se han convertido en centros de acti- ’
vidad que manejan al gran rebaño de ovejas rusas.»

Resulta característico que el general Denikin, que no ig­


noraba que se trataba de un fraude, lo viera como una misti­
ficación poseedora de una total apariencia de verdad, redac­
tada con mano maestra.646 Por consiguiente, este soldado hones­
to, firme adversario de los pogroms, creía plausible la publi­
cación de un boletín de victoria redactado en un lenguaje cuya
inverosimilitud era escandalosa: este es un ejemplo más de
las quimeras que obsesionan a las imaginaciones cristianas
cuando se alude a tales cuestiones, obsesión que quizás ya ha
alcanzado un estilo crónico (hoy en día, ¿acaso la prensa so­
viética no atribuye a los «sionistas» unos propósitos análo­
gos?). El mismo Denikin imputaba a los militantes judíos la
persecución de la Iglesia rusa,647 como si esos «bolcheviques
no bautizados» se dedicaran a la propaganda antirreligiosa en
tanto que judíos, y no en tanto que bolcheviques (visión de
la que se apropiará Soljenitsyn en El primer círculo).648
Un tercer bulo, el «documento Zunder», tuvo el honor en
1922 de ser íntegramente leído en la tribuna del joven parla­
mento checoslovaco.649 Según un cuarto, difundido en Estados
Unidos, en 1922, por el rey del automóvil Henry Ford, los ju­
díos del East Side en Nueva York ya habían designado al susti­
tuto del último zar.650 De este modo, las fábulas tramadas en las
oficinas de Rostov o de Kiev alertaban a todos los pueblos de
la tierra, o poco faltaba, sobre la existencia de una conspira­
ción mundial de los judíos. No olvidemos que los Protocolos
de los Sabios de Sión, el mito históricamente más dinámico de
todos, gozó de una edición de cientos de miles en los territo­
rios controlados por los blancos. El espanto que inspiraba
quedó evocado en 1924 por el general Nechvolodov en estos
términos:
218 La Europa suicida

«En 1919, el autor de la presente obra vio en


Ekaterinodar a tres rusos de simple extracción que
llegaban de Kiev, ocupado entonces por los bolche­
viques, tras haber cruzado las líneas de los rojos.
Traían un ejemplar de 1917, dividido en tres par­
tes que se habían cosido a sus ropas, y decían que
si los bolcheviques se hubieran enterado, los ha­
brían fusilado al instante.» 651

En sus recuerdos, publicados en 1926, Denikin evocaba


con horror los pogroms y matanzas de judíos, llegando incluso
a considerar que en parte se debían a la indisciplina y la des­
moralización de sus tropas, originarias finalmente del rápido
desastre del invierno de 1919-1920. Al mismo tiempo, asegu­
raba que la buena voluntad de sus generales más fieles era
incapaz de frenar tales excesos: «La saña antijudía de las tropas
había alcanzado una jespecie de furia rabiosa contra la que
nada se podía hacer».652 Denikin cita un detalle que, superior
a todos estos superlativos, nos da una medida de ese odio es­
pontáneo quizá sin parangón en la larga historia del antise­
mitismo. En efecto, Denikin cuenta cómo tuvo que tomar la
decisión de crear destacamentos especiales o «aislados» de sol­
dados judíos, para evitarles los malos tratos que les infligían
los soldados cristianos; y cómo varias decenas de oficiales de
origen judío, que habían participado en la «larga marcha» 653
de los primeros voluntarios blancos, acabaron literalmente ex­
pulsados del ejército por sus compañeros de armas.654
A fin de cuentas, si bien podría' asombramos la lealtad revo­
lucionaria de los judíos, mayor extrañeza causa la persistencia
de una animosidad antibolchevique en muchos de ellos, hasta
el punto de que hubo una delegación de notables judíos ciue se
presentó ante Denikin para suplicarle que aceptara de nuevo
en su ejército a los oficiales judíos.655 De todos modos, desde
una óptica global, la mejor moraleja que de esta historia pueda
darse aparece en una obra reciente del historiador ruso-britá­
nico George Kathov:

«El temor de que algún día, al despertar, pudieran


asistir a la restauración del antiguo régimen no
Gran Bretaña 219

dejaba de obsesionar naturalmente a muchos ju­


díos (...) Esta actitud explica el entusiasmo con
que la intelectualidad y la semintelectualidad judías
saludaban a la revolución y se adherían a los movi­
mientos de izquierdas que pretendían defender las
“conquistas revolucionarias”. Así se explica que mu­
chos judíos ofrecieran al régimen bolchevique sus
leales servicios de “empleados soviéticos” duran­
te los años de guerra civil y de reconstrucción. Los
mismos fundamentos complejos de la cooperación
judeo-bolchevique clarificarán después la disolu­
ción y el regreso, bajo el régimen stalinista, a las
prácticas antisemitas, que desde entonces no han
dejado de manifestarse. «El partido y el gobierno»
nunca demostraron una gran confianza en la fideli­
dad política de los judíos, que se derivaba no de
una cierta afinidad innata con el bolchevismo, sino
de un instinto colectivo de conservación por el que
la ideología comunista no sentía ni simpatía ni in­
terés.» 656

VI. G RAN BRETAÑA

Si nos remontamos a las primeras campañas antisemitas


que azotaron el continente, recordaremos que por esa época
William Gladstone declaraba que en Gran Bretaña una agita­
ción contra los judíos era tan improbable como una agitación
contra la gravitación universal.657 No significa ello que los
súbditos judíos de la reina Victoria fueran súbditos como
los demás, ni los niños judíos, niños como los demás. Cuando
Lewis Carroll decidió ofrecer su «Alicia» a los hospitales in­
fantiles, un notable le preguntó si había que incluir un hospi­
tal judío, pues, refería Carroll, con una pizca de ironía indig­
nada, «el hombre temía que me pudieran venir ganas de darles
libros...» 658
Se trataba de una prevención muy inglesa. Podemos añadir
220 La Europa suicida

que ya durante los primeros años del siglo xx William Glad-


stone hubiese tenido motivos más que suficientes para corregir
su diagnóstico.
Ante todo, se había producido el caso Dreyfus, con sus
múltiples facetas, expresando una de ellas la secular desavenen­
cia entre católicos y protestantes. Mientras que en conjunto,
la prensa británica despotricaba contra las iniquidades de la
justicia francesa, la minoría católica simpatizaba con los correli­
gionarios del otro lado de la Mancha, y ya en 1898-1900 apa­
recieron algunos artículos antijudíos, firmados por jesuítas in­
gleses.659 Habrá que esperar, sin embargo, a la coronación de
Eduardo V II en 1901 para que el clima empiece a deteriorar­
se seriamente.
Como ya sabemos, el alegre hijo de la reina Victoria pre­
fería la compañía de actrices y judíos a la de aristócratas y
prelados. Su banquero, el judío alemán Ernst Cassel, era al mis­
mo tiempo uno de sus íntimos, amistad que le valió un sinfín
de títulos y distinciones. Hacia 1907, sir Ernst Cassel entró en
contacto con Albert Ballin, el cortesano de Guillermo II, y al
parecer ambos judíos esbozaron el proyecto de un «teléfono
rojo» de buen augurio entre los dos monarcas, entre Londres
y Berlín. Poco nos cuesta imaginar los furores que se suscita­
ron en buena parte de la alta sociedad y del cuerpo diplomá­
tico. Así se explica que ciertos agentes y administradores bri­
tánicos procuraran contrarrestar los planes financieros de Cas-
sel, sobre todo cuando éste, al consumarse la revolución de
los Jóvenes Turcos, fue invitado a Constantinopla para reorga­
nizar las finanzas otomanas.660 A la postre, estas intrigas origi­
naron en 1911-1912 una campaña de prensa, que atribuía la
revolución turca a una conspiración judeosionista según el
Times, y judeomasónica según el Morning Post,661 ¿Pensaban
los die-hards ingleses seguir las enseñanzas de los Cien Negros
rusos? En 1918, el embajador británico en Washington, sir
Cecil Spring Rice, daba la cosa por hecha y, desde esta pers­
pectiva, comparaba la revolución de Octubre con la de los
Jóvenes Turcos (hasta en vacaciones, Spring Rice cultivaba esta
clase de desahogos, asegurando que sólo había dos cosas capaces
de turbar el sosiego de su espíritu: «los judíos» y «la pren­
sa»).*62
Gran Bretaña 221

Pero más exasperante aún que la creciente pujanza de los


financieros judíos era para algunos la de los políticos. En 1909,
Rufus Isaacs, el futuro lord Reading, obtenía el nombramien­
to de fiscal general del Reino Unido; en 1910, Herbert Samuel
se convertía en el primer miembro no cristiano663 de un Gabi­
nete británico (el gabinete liberal Asquith). En 1912, estalla­
ba un escándalo financiero, «el caso Marconi», en el que se
vieron implicados Lloyd George y otros liberales. La joven
revista The Eye-Witness resumía el conflicto en estos tér­
minos:

«El hermano de Isaacs es el presidente de la socie­


dad Marconi. Por consiguiente, Isaacs y Samuel se
las han arreglado en secreto para que el pueblo bri­
tánico invierta en la sociedad Marconi una enorme
suma de dinero, por mediación del susodicho Sa­
muel, y en beneficio del susodicho Isaacs...»

Una comisión parlamentaria examinó el asunto y eximió de


toda sospecha a los dos judíos, pero la gente no olvidó el
escándalo. Rudyard Kipling le dedicó un poema en 1913,
Gehazi («Un juez en Israel, un leproso blanco como la nieve»),
que todavía hoy sigue siendo una obra maestra del rencor; y,
aún en 1936, el antisemita católico G. K. Chesterton asegura­
ba que el caso Marconi suponía una línea divisoria de la his­
toria inglesa, que sólo podía compararse con la Primera Guerra
mundial.664
Tal crecimiento de las pasiones se veía favorecido por un
factor de muy distinta índole. Por esa época, acababa de cons­
tituirse en Londres, en los barrios de Whitechapel y de Sterney,
una colonia de más de 100.000 judíos procedentes de Europa
del Este, y los aborígenes no veían con buenos ojos la existencia
de esta mano de obra sujeta a tributos y prestaciones personales
sin posibilidad de defensa. En 1902, el obispo de Stepney com­
paraba a estos menesterosos con un ejército conquistador «que
se come el pan de los cristianos y los expulsa de sus hogares».645
Algunas ofertas de empleo especificaban que el trabajo se reser­
varía para los ingleses de origen, y en vísperas de la guerra el
Times publicaba un artículo, bajo el título de «London Ghet-
222 La Europa suicida

toes», que reprochaba a los judíos extranjeros que formasen un


estado dentro del Estado.666 Bien es verdad que en regla gene­
ral la prensa y los políticos británicos, con sus habituales perí­
frasis cargadas de paliativos, no hablaban de una «Jewish
question», sino de una «Alien question», y también es cierto
que Londres albergaba a muchos otros proletarios extranjeros,
sobre todo alemanes; aun así, las masas populares no estable­
cían mucha distinción entre las dos categorías de «germanó-
fonos». En todo caso, una apología de la «raza judía» que
Francis Galton, el fundador del eugenismo, se creyó obligado
a publicar en 1910,667 sugiere que los judíos eran un objetivo
de primer orden; la raza germánica no necesitaba defensores
de esa clase.
El inicio de las hostilidades envenenó brutalmente todas
estas cuestiones. Obviamente, los judíos ingleses se apresura­
ron a exhibir su patriotismo con el mismo ardor que los de los
demás países, y obviamente asimismo las primeras suspicacias
recayeron sobre los judíos originarios de los países germáni­
cos. Plaza aparte merece Cecil Spring Rice quien, desde Was­
hington, no cesaba de avisar a su gobierno y a sus amigos bien
situados sobre «la influencia de los alemanes, y sobre todo de
los judíos alemanes, influencia que aquí hubiese sido enorme y
en ciertos sitios decisiva».668 Ya hemos hablado bastante de los
sentimientos pro alemanes (o antizaristas) de los judíos ameri­
canos para que ahora el lector aprecie la parce de realidad que
contenían los informes de Spring Rice; por lo que respecta
a la parte de delirio, baste con indicar que Spring Rice esta­
blecía una relación entre judíos y jesuítas, afirmando no obs­
tante, en general, que los católicos habían tomado partido en
favor de los aliados. El 13 de noviembre de 1914, dirigió dos
mensajes a Londres. La carta a su ministro, sir Edward Grey,
decía:

«En conjunto, los católicos no nos son desfavora­


bles, aunque los jesuítas se hayan alineado como un
solo hombre al lado de Prusia, y por tal motivo
hayan perdido parte de su influencia... Los judíos
prefieren al Káiser, y hará falta proceder a ciertos
trapícheos. Desde la muerte de Morgan, quienes
Gran Bretaña 223

dictan aquí las reglas del juego son los judíos, y


hasta se han apoderado del Departamento del Te­
soro... consiguiendo el nombramiento del alemán
Warburg en el Federal Reserve Board, donde hace
lo que le da la gana. El mismo gobierno no deja
de sentirse incómodo, y el Presidente me ha citado
el versículo “el guardián de Israel no debe ni dor­
mir ni amodorrarse” . Los judíos se han apoderado
de los periódicos principales y los han inclinado en
favor del bando alemán, uno tras otro.»669

Más alarmante era aún la carta que ese mismo día mandaba
a su amigo Valentine Chirol, ex jefe de los servicios extran­
jeros del Times:

«Dernburg 670 y su grupo son incansables, y los ban­


queros judeoalemanes han constituido una poderosa
falange que trabaja con afán de perdernos. Se están
quedando con los periódicos más importantes de
Nueva York, uno tras otro, y hoy me he enterado
de que el New York Times, dirigido por un intré­
pido judío que defendía valerosamente la causa
aliada, ha pasado prácticamente a manos de Kuhn,
Loeb y Cía y Schiff, el archijudío y protegido espe­
cial del Káiser. Warburg, que mantiene estrechas
relaciones con Kuhn, Loeb y Schiff, y que es her­
mano del famoso Warburg de Hamburgo, el socio
de Ballin, es un miembro del Federal Reserve
Board, o mejor dicho el miembro. De hecho, con­
trola la política financiera de la Administración, y
es la persona con quien tienen que negociar Paish
y Blackett. Esto equivale, por descontado, a nego­
ciar con Alemania. En consecuencia, todos los acuer­
dos favorecen a los bancos alemanes, para gran
irritación de los bancos cristianos.»671

Según Spring Rice, como los «bancos cristianos» se habían


aliado con la administración republicana del período preceden­
te, ahora que gobernaba la demócrata de Woodrow Wilson, el
224 La Europa suicida

turco correspondía naturalmente a los «bancos alemanes», alias


bancos judíos. Podemos creer que existe una parte de verdad
en esta interpretación. Pero también es cierto que, con el correr
de los años, las obsesiones del embajador británico fueron
en aumento. En enero de 1917, a punto ya de entrar en
guerra Estados Unidos, Spring Rice aludía a las «misteriosas
relaciones entre la Casa Blanca, Alemania y ciertos financieros
judeoalemanes»,672 A finales de 1917, durante una entrevista
con el líder sionista Louis Brandéis, amigo del presidente
Wilson y fiel partidario de la causa aliada, no dudó en repro­
charle las intrigas revolucionarias del judaismo internacional.673
Poco después, repentinamente le apartaban de su cargo y moría
de pena; así evitó quizá llegar a convertirse en un émulo in­
glés del general Ludendorff.

En mayo de 1915, el hundimiento del Lusitania, un suce­


so que conmovió más que cualquier otro, y con mucho, el
sentir de los ingleses, logró que convergieran la xenofobia de
las masas populares y el antisemitismo distinguido de las éli­
tes. En el Times, Valentine Chirol imputaba este crimen de
guerra a Albert Ballin en persona,674 al tiempo que estallaba
una campaña para conseguir que sir Ernest Cassel se viera des­
pojado de sus títulos o incluso de su nacionalidad británica 675
(¿no habrían cometido un doble error estos dos judíos alema­
nes, por haberse mezclado en los asuntos cristianos con el
propósito de impedir la guerra, y por no haberlo conseguido?).
Otro artículo del Times aseguraba que los círculos judíos de
Hamburgo se habían regocijado sobre todo por la pérdida del
paquebote.676 Los periódicos judíos de Londres censuraban amar­
gamente al Times «que calificara de alemanes a todos los ju­
díos», o que «día tras día, incitara al pueblo a identificar
judíos con alemanes».677 Fuera o no el auténtico responsable,
lo cierto es que en todas las grandes ciudades inglesas, las
masas reaccionaron con la misma actitud, asaltando y saquean­
do las tiendas llevadas por extranjeros sin reparar en sus
orígenes. Para comprender mejor la situación, hay que tener
en cuenta que hasta la primavera de 1916 no se introdujo
en Gran Bretaña el servicio militar obligatorio, de modo que
Gran Bretaña 225

los súbditos extranjeros tropezaban al principio con grandes


dificultades si querían alistarse y, por consiguiente, la gente
los tildaba de enchufados. Tal circunstancia permitía que los
grandes periódicos «amarillos» explotaran toda la gama de
las pasiones que se desatan en época de guerra, y así fue como
el Daily Mail de lord Northcliffe, bajo el título de Miens
Eating Us Out, trataba de enchufados a «los jóvenes judíos
rusos que se burlan de todo, viviendo a costa de nuestro
país».678
Hubo algunos semanarios que aún llegaron más lejos. En
The New Witness, G. K. Chesterton evocaba los crímenes ri­
tuales cometidos por los judíos; en The Clarion, un tal
M. Thompson informaba a sus lectores sobre las fuentes que
inspiraban el militarismo prusiano: «Los prusianos, igual que
los judíos, eran originarios de un territorio exiguo, rocoso y
estéril, y también ellos conquistaron un lugar bajo el sol dedi­
cándose al bandidaje. Los prusianos, igual que los judíos,
poseen un dios tribal cuyos principios de combate se basan en
el pánico que inspira», etc... En The National Review, el par­
lamentario Leo Maxse que, en 1912, había sido uno de los
principales perseguidores de Rufus Isaacs y de Herbert Sa­
muel, elevaba en marzo de 1917 una acusación mucho más
grave, aunque anónima: como el «judío internacional» se
había enterado del viaje de lord Kitchener a Rusia, había comu­
nicado la noticia al alto mando alemán, para que éste torpe­
deara la nave que transportaba al héroe nacional.679 Era fre­
cuente que dicho judío (aludido más en singular que en plural)
sufriera este tipo de acusaciones, por su condición de «misera­
ble criatura calculadora, sin rey ni patria» 680 y ya vemos que
en Gran Bretaña la guerra alentaba la subida del antisemitis­
mo de muy diversas maneras, a la espera de que la revolución
de Octubre aportara nuevas armas de similar eficacia. Antes de
comprobarlo, citaremos algunos hechos y frases que, en 1914-
1918, ilustran la persistencia de una tradición opuesta, tradi­
ción que, al decir del panfletista católico (de origen francés)
Hilaire Belloc, presentaba a los judíos como «héroes de una
epopeya, altares de una religión»: actitud, añadía, que perdu­
raba sobre todo entre ciertos ingleses provincianos, educados
por el Antiguo Testamento.681
226 La Europa suicida

La historia de la declaración Balfour nos proporciona una


visión notable de este estado de ánimo. El Primer ministro
durante esa época, el «brujo galés» David Lloyd George, por
muy cínico que fuera en su política, aseguraba que la conquista
de Palestina por los ingleses era a su juicio «lo único que de
verdad le apasionaba de la guerra». Ocurre que entraban en
juego unos lugares y unos nombres, decía, que le resultaban
más familiares que los del frente del Oeste o que los de su
país natal: «En mi juventud, me enseñaron la historia de los
judíos mucho mejor que la de mi propio pueblo».682 En efecto,
la educación de Lloyd George había corrido a cargo de un tío
suyo, predicador baptista; y al justificar su pasado, Lloyd
George describía en 1938 la conquista de Palestina con una
profusión abigarrada de imágenes bíblicas:

«En 1915-1916, Gran Bretaña había concentrado


abundantes tropas para proteger el canal de Suez,
amenazado por los turcos. Al principio, las tropas
avanzaban lentamente por el desierto, sin propósito
aparente, dirigiéndose al país de los filisteos. Pero
en 1917, las montañas de Judea, que se alzaban en
el horizonte, llamaron la atención de los guerreros.
En sus espíritus se reavivó el afán de las Cruzadas.
La redención de Palestina llegó a enardecerles como
único objetivo. En este ardor perecieron los acuer­
dos Sykes-Picot. No valía la pena combatir por Ca-
naán si había que condenarla al destino de Agag y
despedazarla ante el Señor. Palestina reconquista­
da tenía que seguir siendo una e indivisa, para
que recobrara su grandeza en tanto que entidad
vital.
El otro factor de este cambio espectacular fue la
decisión de entenderse con los judíos, que reclama­
ban el país de Canaán para convertirlo de nuevo
en el núcleo de su raza. Hay más irlandeses que
viven fuera de su isla que dentro; sin embargo, Ir­
landa sigue siendo la patria del pueblo irlandés.
Nadie se figuraba que los catorce millones de judíos
dispersos por todo el mundo fueran a encontrar
Gran Bretaña 227

sitio en Palestina; no obstante, esta raza errante


buscaba un hogar nacional y un refugio para los
acosados hijos de Israel, y lo buscaban en las tie­
rras que el esplendor de su genio nacional ha vuel­
to gloriosas para siem pre...»683

Lo que en Lloyd George no pasaba de ser quizás una


exaltación retórica, era en cambio una convicción profunda para
el aristócrata escocés James Arthur Balfour. Según atestigua
su sobrina (que fue su primer biógrafo), «durante toda su vida,
no cesó de interesarse por los judíos y por su historia: este
interés sedebía a su familiaridad con el Antiguo Testamento,
inculcado por su madre, y a su educación escocesa (...)»

«Concedía gran importanca al problema de los ju­


díos en el mundo moderno. Le gustaba discutirlo
y, ya en mi niñez, me inculcó la idea de que la
religión y la civilización cristianas han contraído
con el judaismo una deuda única en su género,
vergonzosamente mal pagada. En 1902, su interés
se vio estimulado cuando supo que los judíos sio­
nistas se habían negado a aceptar un territorio en el
este de Africa, según la oferta que les habían hecho
sus dirigentes por mediación de Chamberlain, se­
cretario de las colonias...»684

Un biógrafo más reciente ha resumido esta actitud escri­


biendo que «para Balfour, el problema judío no era ni un
asunto político entre otros, ni siquiera un caso de especial inte­
rés: era una faceta de su carácter».685 Algunas de sus frases
contrastaban con el clima mental de su tiempo, anticipando
el de la era posthitleriana. Por ejemplo, este discurso pronun­
ciado en la Cámara de los lores en 1922:

«Pensad en el trato deparado a los judíos durante


tantos siglos, durante siglos que en algunas partes
del mundo se extienden aún hasta este mismo mo­
mento. Pensad en la tiranía y en las persecuciones
que han sufrido; reconoced que toda la cultura
228 La Europa suicida

europea, toda la organización religiosa de Europa


han sido a veces culpables de grandes crímenes con­
tra esta raza. No ignoro que algunos de sus miem­
bros han podido dar pie, y sin duda lo han dado, a
una mala voluntad en muchos casos. Tampoco veo,
sin embargo, alternativa; pero puestos a insistir,
no os olvidéis de la función que han cumplido en
los dominios intelectual, artístico, filosófico y cien­
tífico. Nada diré sobre el aspecto económico de sus
actividades, pues la atención cristiana ya se ha fija­
do desde siempre en este aspecto.»

Balfour comentaba luego la aportación de los judíos a la


filosofía y a las ciencias, enumerando los autores de las tres
grandes teorías que dominaban el pensamiento de su tiempo:
sus amigos personales Bergson y Freud, así como «Einstein,
un genio matemático y científico de primer orden, que tam­
bién es judío».686
Sin embargo, el mismo lord Balfour llegaba en ocasiones
a sublevarse contra una cierta invasión judía, según certifica
una carta de ironía muy proustiana, enviada a lady Elcho, su
amante:

«En Brighton, en casa de los Sassoon, me encontré


con Roseberry, Devonshire y H. Farquhar. Descubri­
mos indignados que nos habían invitado bajo un
falso pertexto. ¡Esa mañana, el Príncipe [de Ga­
les] había inaugurado un hospital y se quedaba en
casa de los Reuben Sassoon hasta el lunes! Tuvimos
que asistir las dos noches a una larga cena, cálida
y pomposa, nutrida por el sinfín de señoritas Sas­
soon... Creo que efectivamente los hebreos se cons­
tituían en mayoría ¡y aunque no tengo ningún pre­
juicio contra la raza (muy al contrario), comencé a
entender el punto de vista de los que se oponen
a la inmigración de extranjeros!» 687

Más acerbos eran los comentarios y los actos de otros


ingleses ilustres, y así recordamos una ponzoñosa observación
Gran Bretaña 229

dé Belloc, que decía que dos cristianos, tras despedirse de


un judío, le critican casi inevitablemente con frases malévo­
las.688 Asimismo, el estadista Herbert Asquith, antisionista, se
anticipa al futuro cuando calificaba de «racistas» a los sio­
nistas, e ironizaba sobre «la atractiva comunidad» que iban
a crear los judíos en Palestina (1915).689 Lord Robert Cecil,
convertido por Weizmann al sionismo, escribía que el conta­
gioso entusiasmo de este judío «hacía olvidar su físico más
bien repugnante y hasta sórdido (1916)».69° También podemos
citar la pifia casi histórica cometida por Joseph Chamberlain
(el hombre que ofreció a la organización sionista un territorio
en Africa), cuando declaró ante el ministro italiano de Asuntos
Extranjeros Sonnino, hijo de judío, que sólo despreciaba a
una raza, a saber la judía: «Físicamente, son todos unos co­
bardes».691
Peores eran las ideas y comentarios de sir Mark Sykes,
hombre clave de la política británica en el Cercano Oriente,
que disfrutaba con las caricaturas habituales, hasta que se dejó
convencer por el proyecto sionista. Veamos qué significaba el
proyecto para este ardiente católico, que lo describía así a las
autoridades pontificias:

«El principal objetivo del sionismo consiste en


formar una comunidad judía autónoma que no sólo
desarrollaría el respeto a los judíos por sí mismos,
sino que demostraría a los pueblos del mundo en­
tero que los judíos son capaces de producir una po­
blación agraria sencilla y virtuosa; y que, gracias
a estos dos resultados, suprimiría de cuajo las difi­
cultades que tanto infortunio han causado en el
pasado.»652

Desde este momento, el odio de Sykes se concentró en «los


aiitisionistas semíticos», al sospechar que trabajaban como un
solo hombre en favor de Alemania. Aunque, como a veces
ocurre, su antisemitismo inicial fue uno de los resortes de
sus entusiasmos sionistas, el lugar que ahora designaba a los
judíos era excepcional, sobre todo para un católico. Incluso
escribió a un colaborador de Weizmann: «Vuestra causa po­
230 La Europa suicida

see una perennidad que desafía al tiempo. Cuando todos los


problemas temporales que inquietan a nuestro mundo estén
tan muertos y olvidados como los perfumados y rizados reyes
de Babilonia que impusieron el cautiverio a vuestros antepa­
sados, aún habrá judíos, y mientras haya judíos, el sionismo
ha de existir».®3
Está claro que a veces los ataques de Hilaire Belloc con­
tra sus compatriotas daban en el blanco.

Obviamente, la declaración Balfour, al margen de los sen­


timientos que ocultara, nació dictada ante todo por el interés
nacional y más particularmente por la esperanza de conseguir
que los judíos americanos y rusos secundaran la causa aliada..
La historia no justificó este cálculo, por la simple razón de
que cuando se promulgó, el 9 de noviembre de 1917 (fecha
varias semanas diferida por la tenaz oposición de Edwin Mon-
tagu, el único ministro judío del gabinete Lloyd George), Es­
tados Unidos ya había entrado en guerra, mientras que en Pe-
trogrado el golpe de Estado de Lenin ratificaba la defección
rusa. No por ello Lloyd George deja de afirmar que los ju­
díos se dedicaron entonces a sabotear las entregas de trigo
ucraniano a los alemanes,694 y también podemos destacar la
reflexión de un alto funcionario británico: «Qué lástima que
nuestra Declaración no se haya promulgado cuatro meses an­
tes. Todo sería distinto en Rusia». Otro experto aseguraba que
«si se hubiese publicado antes la Declaración, se hubiera po­
dido influir en el rumbo de la Revolución rusa».495
Por gratuitos que fueran, tales comentarios indican clara­
mente cuál era el poder que por entonces se atribuía a los ju­
díos; un poder maléfico desde el primer día, si nos atenemos
a lo que contaba Robert Wilton, el corresponsal ruso del Ti­
mes. Tras la abdicación de Nicolás II, este periodista descri­
bía el estado de ánimo de las tropas bajo el dictado, por de­
cirlo así, de los generales antisemitas rusos. En efecto, parece
ser que mantenían una moral por encima de todo encomio y
que incluso hubo un batallón letón que se comprometió en
Riga a guardar fidelidad a la bandera rusa hasta la muerte. El
cuadro sólo quedaba empañado por la conducta de los judíos:
Gran Bretaña 231

«Las noticias de Yurieff (Dorpat) son menos sa­


tisfactorias. En la universidad, los estudiantes ju­
díos han formado su propia milicia y se mofan Je
la autoridad de la milicia local y del gobierno pro­
visional. Bajo la influencia de la anarquía resul­
tante, se han destruido muchos bienes y ha corrido
la sangre.
»Lamento tener que declarar que los judíos no se
están portando bien. Han llegado a ser libres ciu­
dadanos rusos, pero no manifiestan el sentido de
la responsabilidad que corresponde a su nueva po­
sición.»

De este modo, ya en la primavera de 1917, el Times ha­


cía de puente entre los Cien Negros y las élites británicas.
Dos años después, Robert Wilton rebasaría sus propios lími­
tes al anunciar que los bolcheviques habían inaugurado en Mos­
cú un monumento a Judas Iscariote.696 Por su parte, el Moming
Post, decano de la prensa inglesa, se especializaba en la agita­
ción contra los ministros o altos funcionarios judíos de la mis­
ma Gran Bretaña, mientras que su corresponsal en Rusia, Víc­
tor Marsden, destacaba tanto o más que Robert Wilton, invo­
cando sus experiencias personales:

«Si asediábamos a preguntas al sr. Marsden para


que nos dijera quiénes habían sido los autores de
los acosos que había sufrido y quiénes los destruc­
tores de Rusia, nos contestaba con dos palabras:
Los judíos. Si le pedíamos que nos diera pruebas
que justificaran sus afirmaciones, contestaba que
sus verdugos y carceleros habían sido los judíos,
que encabezaban cualquier organización del terror,
ese terror que él ya había padecido hasta la sacie­
dad; demasiado sabía lo que él mismo había pa­
decido. Como prueba evidente, tenía lo que habían
visto sus ojos. Y además, tenía un documento: los
Protocolos.» 697

Por supuesto, los dos venerables órganos de los conser­


232 La Europa suicida

vadores no eran los únicos que compartían estas ideas en Gran


Bretaña. Recordemos que aquel «año confuso» de 1917 tam­
bién presenció sondeos o negociaciones indirectas entre los be­
ligerantes, así como una agitación en favor de una paz «sin
anexiones ni indemnizaciones» o «sin vencedores ni vencidos»
que no se limitaba exclusivamente a Rusia, en absoluto. En
tal aspecto, aunque sea por motivos más prosaicos, parece cier­
to que los capitalistas judíos tuvieron en común con los socia­
listas judíos un cierto antibelicismo de principio (fieles a la an­
tigua tradición familiar,698 los Rothschild también habían in­
tentado in extremis salvar la paz, durante los últimos días de
julio de 1914).699 En estas condiciones, abundaron los casos de
posturas dispuestas a llegar hasta el fin, que lógicamente ence­
rraban un asomo de antisemitismo, mientras que el Evening
Standard clamaba por su derecho a difamar como judío a León
Bronstein alias Trotski, librando en cambio de tal epíteto al
general australiano John Monash o al sindicalista americano Sa­
muel Gompers,700 en razón de sus méritos (incurriendo así, sin
saberlo, en esos extravíos que se remontan al Evangelio según
Juan).
Está claro que el comunicado que en julio de 1917 publicó
el gobierno Kerenski,701 encontró amplio eco en las páginas de
todos los periódicos ingleses. Cabe señalar de entrada que al­
gunos autores o informadores nada hostiles a los judíos (como
E. H. Wilcox, corresponsal en Rusia del Daily Telegrapb)702
solían admitir la judeidad de los dirigentes bolcheviques. Sin
duda, había que ser simpatizante para ver con distinta ópti­
ca a los nuevos dueños de Rusia, o para asegurar por ejemplo,
como hizo H. G. Wells al regresar de su viaje de 1920, que
«varios de los bolcheviques más interesantes» que había co­
nocido eran unos «nórdicos de pelo rubio».703 En cambio, el
Times del 11 de septiembre de 1917 opinaba que no sólo los
jefes, sino además las tropas, pertenecían en su mayoría al
pueblo de Moisés:

«...E l Soviet de Petrogrado es un organismo que


únicamente goza de credibilidad ante sí mismo,
compuesto de idealistas, teóricos y anarquistas...
casi siempre, típicos judíos internacionales, que
Gran Bretaña 233

apenas cuentan con algún trabajador o soldado; se


sabe de algunos que están a sueldo de Alemania...»

Mucho más pérfidos eran los consejos que en octubre de


1918 prodigaba G. K. Chesterton a los judíos británicos:

«Querría añadir unas palabras con respecto a los


judíos... Como sigan extendiéndose en frases estú­
pidas sobre el pacifismo, azuzando a la gente con­
tra los soldados y sus mujeres o viudas, van a sa­
ber por vez primera cuál es el significado de la pa­
labra antisemitismo. En suma, toleramos que co­
metan un error, pero no toleraremos desde luego
que lo impongan. Si intentan educar a Londres
como ya educaron a Petrogrado, provocarán algo
que ha de confundirles y aterrarles mucho más
que una simple guerra.»

Y como conclusión a estas amenazadoras palabras (o, si se


prefiere, a esta profecía que terminaría cumpliéndose por sí
sola), el ilustre ensayista recomendaba a los judíos que deja­
ran de meterse en los asuntos cristianos:

«Que digan lo que tengan que decir en nombre de


Israel, y podremos comprender el aspecto trágico
e incluso simpático de su excepcional situación.
Pero como se atrevan a decir una sola frase en
nombre de la humanidad, van a perder hasta al úl­
timo amigo.»704

En el Jewish Chronicle del 9 de noviembre, junto a la


Declaración Balfour (o sea, la famosa carta dirigida a lord
Walter Rothschild), un rabino se quejaba de los «periódicos
reaccionarios que cada día cubren de ultrajes a los fieles de
la religión judía, ultrajes que hubiesen sido imposibles en un
tiempo normal».705 Por esta misma fecha, bajo el título «Se ha
hecho la Revolución en Alemania», el Morning Post daba su
interpretación de los acontecimientos históricos que acababan
de suceder en Rusia:
234 La Europa suicida

«...Desde buen principio, apenas se disimuló la


influencia alemana en el Soviet. Hace algún tiempo,
publicamos una lista de aquellos de los miembros
de este notable Consejo que habían considerado
oportuno cambiarse el nombre, y la cifra era abun­
dante. Evidentemente, estos conspiradores eran ju­
díos rusos de extracción alemana, y mucho nos te­
memos que ahora se diga que los judíos rusos han
traicionado a Rusia. Antaño se decía que los judíos
españoles habían acabado expulsados de España por
haber abierto las puertas a los moros; la verdad es
que sería una desgracia para los judíos del mundo
entero si de hoy en adelante se pudiera decir que
los judíos rusos han abierto las puertas de Rusia
a los alemanes.»

Tres días después, Víctor Marsden proporcionaba detalles:

«Los extremistas, dirigidos por personajes con do­


ble nombre de origen germanojudío que se hacían
pasar por rusos, Lenin-Ulianov-Zederblum, Trotski-
Bronstein y otros personajes de la misma calaña,
se apoderaron de todo Petrogrado y proclamaron
su propio gobierno. En su mayor parte, los minis­
tros dejaron de trabajar... La prensa desarrolla
una gran actividad y publica muchas proclamas que
denuncian al gobierno judío. (...) La segunda eta.
pa de este gran juego que ahí se está desarrollan­
do es el derrocamiento del gobierno judío, seguido
probablemente de una nueva tentativa que asuma la
ingrata tarea de “salvar la revolución”, tentativa
destinada sin duda a realizarse en Moscú...»

Esta clase de escritos no podía quedar sin efectos, aun-,


que los grandes periódicos populares prefirieran centrar sus
ataques en los judíos (o «extranjeros») del mismo Londres,
en una época en que las incursiones de los zepelines alemanes
ya empezaban a sembrar un cierto pánico en la capital. El ma­
yor reproche que recibían los judíos era que superpoblasen los
Gran Bretaña 235

puntos de refugio, Maidenhead, Reading o Brighton, y asimis­


mo aparecieron octavillas anónimas o firmadas que insinuaban
que los judíos orientaban las incursiones enemigas.706 Un vo­
luminoso folleto titulado Inglaterra bajo la bota del judío les
acusaba «de comerse el pan inglés, de apoderarse del comercio
inglés y de contaminar la vida inglesa por orden de los agen­
tes [del Kaiser] Bronstein-Trotski y Zederblum-Lenin, que
acababan de traicionar a Rusia y Rumania».707
A finales de julio de 1918, el periódico The Herald resu­
mía las consecuencias de esta agitación bajo el ítulo «Perse­
cución de los judíos»;

«Tenemos puesta la atención en el terrorismo que


ciertos barrios de Londres practican contra judíos y
extranjeros. Se nos indica que se ejerce una vil
persecución en todas sus formas: los hombres con
barba reciben insultos en plena calle y tirones a
la barba; los propietarios de comercios tienen que
someterse a un auténtico chantaje organizado. En
Hyde Park, un soldado judío de nacionalidad bri­
tánica, herido e intoxicado de gas en combate por
Gran Bretaña, ha sufrido una agresión porque ha­
bía hecho un comentario favorable a Mr. Asquith.
Existe una relación directa entre tales actitudes y
esas incitaciones que campean a sus anchas sin que
las desautorice la policía, además de los venenosos
ataques contra los extranjeros que publica la Pren­
sa Amarilla.» 708

Según Hilaire Belloc, cuyas opiniones vale la pena tener en


cuenta, este antisemitismo franco y abierto estalla en Gran
Bretaña a partir de la revolución rusa. «El bolchevismo, es­
cribía en 1922, planteó el problema judío con tal virulencia y
tal insistencia que ya no había quien pudiera negarlo, ni el
fanático- más obcecado ni el más descarado embustero (...).
Pues el movimiento bolchevique, o mejor dicho la explosión
bolchevique, eran judíos (...) Las tradiciones nacionales y la
ética cristiana de la propiedad sufrían una amenaza inmedia­
ta.» 709 Y más adelante, Belloc escribe que con anterioridad a
236 La Europa suicida

1917, los círculos de negocios, sobre todo, veían a los judíos


únicamente como financieros, y creían que el antisemitismo
constituía un peligro para el orden establecido, pero que al
producirse «la explosión bolchevique», esos círculos, y la opi­
nión por entero, reaccionó despavorida ante los judíos revo­
lucionarios. «Las minorías dirigentes del capitalismo occiden­
tal, que hasta entonces guardaban silencio por las razones que
acabo de señalar sobre el problema judío, recobraron el uso
de la palabra; ya eran libres de decir lo que llevaban dentro,
y empezaron a decirlo... llamando al pan pan y al vino vino.» no
Más adelante aún, Belloc predecía que «el problema antise­
mita» amenazaba con crear problemas más arduos que «el
problema judío».711
Criticaba por otra parte a los judíos que disimulaban sus
orígenes y enumeraba los daños que unas prácticas equívocas
de esta índole infligían a su propia causa: «Para colmo, dicha
forma de proceder hace que la gente atribuya un cariz judío a
todo lo que les desagrada... un movimiento extranjero dirigi­
do contra la nación, un hombre público impopular, una doc­
trina detestada son etiquetas judías».712 Sobre esta cuestión al
menos, los periódicos judíos de la época hacían un comentario
idéntico. «[Las campañas antisemitas del Evening Standard]
responden por un lado al deseo de halagar los prejuicios su­
persticiosos de ciertos lectores y, por el otro, al propósito de
desprestigiar enojosos disturbios designándolos como judíos»
(The Jewish Chronicle, 14 de febrero de 1919); «el Times
considera que no hay mejor medio de excitar la indignación
del público contra el bolchevismo que tildándolo de judío»
(idem, 21 de noviembre de 1919). Pero en realidad, las cosas
ya habían sobrepasado esta fase, en 1919: escapando, en par­
te al menos, de los directores de periódicos, la orquestación
antisemita se introducía entre las manos de los servicios de in­
formación y de la guerra psicológica, y se convertía así en un
asunto de Estado.
En efecto, el éxito de la revolución comunista había crea­
do una situación cargada de amenazas. Con toda evidencia, se
preveía un refuerzo inminente de las tropas alemanas en el
oeste, y no tardarían en llegar las bruscas acometidas de Lu­
dendorff. Pero desde el punto de vista de los dirigentes del
Gran Bretaña 237

Imperio británico, un peligro todavía más apremiante se cer­


nía sobre sus posesiones mundiales, en primer lugar sobre la
India. Ya el 3 de diciembre de 1917, Lenin y Stalin habían lan­
zado un llamamiento a los pueblos orientales, y más especial­
mente a los pueblos de la India, exhortándolos a que se al­
zaran contra los «ladrones y esclavistas» europeos. Las auto­
ridades británicas recurrieron a todos los medios para impe­
dir la difusión de este texto explosivo.713 El mismo Winston
Churchill admitía a continuación la oportunidad, en tal coyun­
tura, de una paz de compromiso con Alemania y con Turquía.714
En verano de 1918, el gran estado mayor imperial ya pensa­
ba muy seriamente que, con el tiempo, la mayor parte de Asia
se iba a convertir en una colonia alemana, salvo que se pro­
dujera la reconstitución de una «Rusia democrática» indepen­
diente.715 Finalmente —y sobre todo— , existía la «amenaza
para las tradiciones nacionales y la ética cristiana de la propie­
dad», tal como decía Belloc, una amenaza que el agregado mi­
litar en Rusia, el general Knox, describía con mayor sencillez
en estos términos: «Distribución hoy de las tierras en Rusia,
y dentro de dos años tendremos que distribuirlas en Ingla­
terra».716
Desde este momento, el derrocamiento de la dictadura del
proletariado que imperaba en Moscú, se volvía un objetivo tan
primordial como la derrota de los Imperios centrales, e indiso-
ciable de ésta. Londres se puso entonces a la cabeza de la cru­
zada antibolchevique.717 Naturalmente, los militares o agentes
británicos intentaron apoyarse en sus antiguos compañeros de
armas rusos, movilizarlos al servicio de la causa común, y tam­
bién naturalmente, los primeros se dejaron inspirar por las
opiniones y métodos de los segundos. En verano de 1918, las
fuerzas británicas que habían desembarcado al norte de Rusia,
utilizaron aviones para distribuir octavillas antisemitas entre
la población; la maniobra, más tarde, quedó prohibida.718 Aun
así, hubo un informe oficial que recogía por entero la visión
que del régimen comunista posfeía el reverendo B. S. Lombard,
capellán de la marina británica en Rusia; dicho informe se pu­
blicó en seguida a ambos lados del Atlántico.719 Este testimo­
nio de un sacerdote, testigo ocular, mencionaba tanto la «na­
238 La Europa suicida

cionalización de las mujeres» instituida por el nuevo régimen


como su esencia judeoalemana:

«[El bolchevismo] es un producto de la propagan­


da alemana, y está dirigido por los judíos interna­
cionales. Los alemanes han provocado trastornos, a
fin de sembrar el caos en Rusia (...) Se paralizó el
comercio, se cerraron las tiendas, los judíos entra­
ron en poder de la mayoría de empresas, y hubo
horribles escenas de hambre que se volvieron co­
tidianas (...) Cuando me fui, en octubre [de 1918],
se consideraba que la nacionalización de las gran­
jas ya era un hecho consumado.»

Según un artículo sensacionalista del Chicago Tribune (19


de junio de 1920), que ya comentaremos, los servicios secre­
tos de la Entente habían avisado a sus gobiernos desde el ve­
rano de 1918 sobre la existencia de un movimiento revolu­
cionario «muy distinto del bolchevismo», que no cesaba de in­
trigar para que los judíos impusieran «el dominio racial» en
el mundo entero; al parecer, Trotski sería el jefe supremo de
esta conspiración.720 En 1921, un historiador judío serio y pru­
dente, Lucien Wolf, recogía un rumor que pretendía que los
Protocolos de los Sabios de Sión se habían traducido y publi­
cado en Gran Bretaña por cuenta del «Intelligence Depart­
ment» del ministerio de la Guerra.721 Lo cierto es que tuvieron
el privilegio de ser impresos por «los impresores oficiales de
Su Majestad», Eyre & Spottiswoode. Recordemos que el texto
se había redactado en los antros de la policía política rusa y
que su primera edición se publicó al amparo de la guardia im­
perial.722 Por consiguiente, da la impresión de que el Intelli-
gence Service tomara el relevo de la Okrana, recurriendo igual­
mente a la argucia de fingir una garantía egregia. Sin duda,
nunca conoceremos los entresijos de todas estas intoxicaciones:
sus autores sabían enterrar sus secretos.

Al principio, la capitulación de Alemania no supuso un


gran cambio de situación, más bien pareció dar un mayor tono
Gran Bretaña 239

de apremio al riesgo de que en Europa se alterara el orden


establecido, pues pronto estallaron manifestaciones revolucio­
narias y tumultos no sólo en los países vencidos, sino también
en Suiza, en Francia, y hasta en Gran Bretaña, sobre todo en
Belfast y en Glasgow, mientras que, suceso hasta entonces in­
sólito, en Calais se amotinaban los soldados ingleses. Dada la
coyuntura, dos políticas se enfrentaron: la «línea dura» pre­
conizada por Winston Churchill (ministro de la Guerra) y por
lord Northcliffe (propietario del Daily Mail y del Times), que
también era la de Francia, se oponía a las tendencias conci­
liadoras del presidente Wilson y de Lloyd George. En la Con­
ferencia de París, a comienzos de 1919, los dos estadistas con­
sideraron la posibilidad de reconocer al régimen bolchevique,
después de una conferencia previa que debía celebrarse en las
islas Prinkipo, y a la que debían asistir invitados tanto los ru­
sos blancos como los rojos. El Times echaba pestes diciendo
que la idea estaba inspirada «por los grandes financieros judíos
de Nueva York, que ya llevaban mucho tiempo interesados en
Trotski», y que era capaz de «cubrir de fetidez el nombre bri­
tánico ante el olfato de todos los patriotas rusos».723 El general
Knoxtelegrafió desde Siberia para expresar su horror de ver
que «los bolcheviques tintos en sangre y dirigidos por los ju­
díos (blood-stained, Jetu-led Bolshepiks) terminan equiparados
a los valientes que aquí defienden la civilización».724 Wickham
Steed, redactor en jefe del Times, describe en sus memorias
como por esa época torpedeó el proyecto:

«La tarde del 22 de marzo, un amigo americano


me reveló por inadvertencia que el proyecto Prin­
kipo, en una u otra forma, volvía a estar en el
aire. Por la noche, escribí a lord Northcliffe:
»Ya están hablando otra vez los americanos de re­
conocer a los bolcheviques. Si quieren destruir to­
dos los cimientos morales de la Paz y de la Socie­
dad de Naciones, que lo hagan.
»Y en el Daily Mail de París, me opuse enérgica­
mente a todo proyecto que quisiera reconocer a
esos desesperados que ya han confesado su inten­
240 La Europa suicida

ción de alterar todos los cimientos de la civiliza­


ción occidental.
»Ese mismo día, el coronel House [el confidente
de Wilson] me pidió que le hiciera una visita. Le
hallé preocupado por mis críticas (...) Le demostré
que no sólo Wilson quedaría radicalmente despres­
tigiado, sino que la Sociedad de Naciones sufriría
un revolcón, pues todos los pueblos pequeños de
Europa y algunos de los grandes se sentirían in­
capaces de oponer resistencia a los bolcheviques si
éstos contaban con el respaldo del presidente Wil­
son. Insistí sobre el hecho, que él ignoraba, de
que los promotores del plan eran Jacob Schiff,
Warburg y otros financieros internacionales, empe­
ñados sobre todo en consolidar a los bolcheviques
judíos con objeto de abrir un cauce de acción que
permitiera la explotación judeogermánica de toda
Rusia.» 725

Estos conceptos y escritos son los que, al parecer, hicie­


ron cambiar de opinión a los dos estadistas anglosajones.726
Podemos añadir que Wickham Steed y lord Northcliffe tenían
cada uno motivos para proscribir el reconocimiento de los
bolcheviques: seguramente Steed se creía lo que decía y es­
cribía sobre los nexos entre comunismo, judaismo y germa­
nismo,727 mientras que el «Napoleón de Fleet Street» hostiga­
ba a Lloyd George con un odio maníaco.728 Hubo otros adver­
sarios que, en esa época, criticaron, al «brujo galés» por envi­
lecerse con los judíos, por recibir al presidente Millerand en
la residencia veraniega de los Sassoon y por atender a los con­
sejos de Alfred Mond (el futuro lord Melchett). De modo
general, y dñéndonos a una interioridad inglesa, este enfren­
tamiento correspondía a la división entre «derecha» e «iz­
quierda», y tanto la opinión como la prensa judía se incli­
naban naturalmente en favor del segundo bando. Las polémi­
cas que siguieron nos descubren incidentalmente que los anti­
semitas ingleses continuaron respetando ciertos límites. Arre­
metiendo contra el Jewish World a causa de su indulgencia
por el comunismo, el Morning Post exigía que los judíos bri­
Gran Bretaña 241

tánicos se distanciaran de él públicamente, y así obraron va­


rias personalidades, en especial el general Monash y Lionel
de Rothschild, quienes condenaron sin reservas tanto el co­
munismo como el sionismo.
A lo largo de 1919, siguió discutiéndose en Gran Breta­
ña el problema de los judíos extranjeros, bajo su convenida
denominación de «Alien question»; sin embargo, dicho pro­
blema se hallaba mediatizado por la alta política, es decir por
las relaciones con Alemania y sobre todo con la Rusia sovié­
tica. Resulta muy característico que uno de los mejores ami­
gos que tuvieron los judíos en el mundo político, a saber
Winston Churchill, fuera en cambio, dada su irreductible ten­
dencia a la «intervención», el que primero pronunciara frases
ambiguas o hasta amenazadoras en la Cámara de los Comunes.
El 5 de noviembre de 1919, la Cámara tuvo que debatir
el problema de los créditos militares, especialmente de aque­
llos que se traducían por una ayuda material a los diversos
ejércitos blancos. La discusión demostró que había división
de opiniones: aunque no surgió ningún parlamentario dis­
puesto a sostener incondicionalmente la causa de Moscú, hubo
unos cuantos que ya manifestaron su indiferencia por los dos
bandos rusos en pugna. Tocaba a Churchill sacar una conclu­
sión, yéste no vaciló en justificar la cruzada antibolchevique
mediante una perorata que evocaba el viejo espectro de Lenin
como agente de los alemanes:

«Lenin fue enviado a Rusia por los alemanes, del


mismo modo que podrían enviar ustedes un fras­
co con algún cultivo de tifus o de cólera a los
depósitos de agua de una gran ciudad: el efecto
tuvo una precisión asombrosa. Poco después de su
llegada, Lenin comenzó a lanzar señales con el
dedo, destinadas a oscuros personajes metidos en
sus retiros de Nueva York, de Glasgow, de Berna
y de otros países, y así logró reunir a las mentes
dirigentes de una secta formidable, la secta más
formidable del mundo, erigiéndose él como su jefe
y su sumo sacerdote. Rodeado de esas mentes, y
utilizando su diabólica habilidad, empezó a cuar-
|
242 h a E m o p a suicida

s, \- tear todas las instituciones que cimentaban el Es-


¡; tado y la nación rusas. Rusia yacía, etí el polvo » 729

¿Cuál era sin embargo esta secta y quiénes eran esas men­
tes? Al cabo de dos meses* Churchill parecía concretar esta
eáestióo, valiéndose de útidiscurso en dondeatacaba a los de­
rrotistas, pacifistas y socialistas: «...Pretenden destruir todas
las creencias religiosas; que dan consuelo e inspiración al alma
humana. Creen en el Soviet internacional de los judíos rusos
y polacos. Nosotros, en cambio, seguimos confiandoen el Im­
perio británicó.»'.».™ Cabe .suponer: que sus amigos judíos o
judeoaristócratas le apremiaron para: que concretara aún mejor
sus conceptos; en tpdo caso, el 8 de febrero de 1920, publi­
caba un extenso, artículo que dividía al judío en tres categorías:
por uti lado, los que se portan como leales ciudadanos de sus
países respectivos y los que aspiran a reconstruir su propia pa­
tria, «templo de la gloria judía»; por el otro, los judíos inter­
nacionales, "fes decir «judíos :terpo*istas»>73f i
La descripción que Churchill hacía de esta tercera catego­
,
ría alcanzaba límites .deíiraotes, cofi gran satisfacción; de los
antisemitas más frenéticos. En efecto, acusaba a dicha catego­
ría ,de que -.tramara! •v m ctínjura iroiviérsaiL desde el siglo xvux;
«mt-¿^ij^ y Q >-€it4.Ja;-objai.qiíft-.tósilwba-^e'.|i0l»íi<» y«a tal Ne$-
tá' WiebsterT sobre las;fu6ntesi; ocaltas de, la Revolución france­
sa.732 También aseguraba que en Rusia «la hostilidad universal
de los bolcheviques no vulnera los intereses judíos ni los cen­
tros de culto judío»; Haciéndo excepción; de :esos judíos gri­
ses,-, integrados y leales, que según él sólo podían ofrecer una
«resistencia negativa» al bolchevismo, realzó sobre todo la opo-
sición éxistenfce entre el iDr. WeizroaDn, con todos sus parti­
darios y León Trotski, «¿suyos ptioyfectos .de un, ¿Estado comu­
nista bajo dominio judie? sés ve»! contrariados y^-comprometidos
por te l lluevo ¡ideal ¡i sionista^ »^, AsíigueSv los-.proyectos de
Trotski; "eran merámetiteijwdíos» vernos^ la?: conclusiones
del;;ministfo d e h :Gúeita Segundaban una;tesis!que, según tu-
m otea se había, eWbórado y.^opagadobdesde^sú propio minis­
terio^ ; OÍj;s :rra ■;;)?:
, E l título idei artículo WMomstno, .contra el bólcbevts-
trn, ha íMchA por S alma ,d^y^u^blo< su exordio,
Gran Bretaña 243

Churchill hablaba de este pueblo con ¡reverencia, casi a la hku


■oérá de Disraeli:

«Hay gente que quiere a los judíos, hay geníé


que no los quiere, pero nadie datado de; raciocinio
podrá negar que se presentan sin duda como la
raza más notable de todas las que hasta hoy se co->
nocen (...) En ningún sitio se expresa la dualidad
•del alma humana con mayor fuerza y de modo inás
terrible. A los judíos debemos la revelación cris­
tiana y el sistema de moral que, aunque ya 'despro­
visto' 'dd' elemento maravilloso, sigue siendo; ek
más preciado tesoro de la humanidad, más valioso
por sí solo que todos los conocimientos y todas
las doctrinas. Y hoy resulta que esta raza sorpren­
dente ha creado otro sistema de moral y de filoso­
fía, tan saturado éste de odio como el cristianismo
lo estaba de amor.»

■•Han de ser únicamente personas que descuellen muy por


¿adma de :la inmensa mayoría, las que acostumbren a hablar
así del «pueblo de élite, tan seguro de sí mismo v tan dado a
dominar» (imaginemos 'las conversaciones ¡querpudieron tener
dé Gaulle y Churchill sobre este pueblo, en 1940-1945).
Hubo otros partidarios de la chuzada antibolchevique que
fto •anduvieron con tantos remilgos a, h hora de arremeter
efcntra «los judíos». Pasado el 5 de noviembre, cuando el últi­
mo ejército blanco, el de Denikinf ya em pezaba ¡a batirse en
tetirada y a disgregarse, Lloyd George anunció,:sin disimular
apenas sus palabras, durante el banquete anual del lord mayor
áfc Londres,™ que Había tomado la-decisión irrevocable de tra­
tar Con Moscú. Mientras que al día siguiente el¡ Morning Post,
tras cíiticar los recientes comentarios de'Churchill sobre la
«secta»* estimaba qué el bolchevísiao'era una conspiración ju­
día al 100 % , el ÍTirWej en camfeáo adoptaba un; estilo más in­
sidioso y de parecida eficacia. Para empezar, publicaba la car-
¿8'de un bficial británico deSti&ádo1al Servicio de Denikiri: la
efofcabézaba él-título1Los bórromp'dd' bdchévistttú e iba^dirí-5
|p a ':ár sb! mujer. El oficial5, que; fumaba -«X», rio'perdía ocá-
244 La Europa suicida

sión de aludir al papel dirigente de los comisarios judíos; aña­


día, además, al final de la carta: «No sé por qué he perdido
tanto tiempo dedicándome al problema secundario de los ju­
díos».735 Varios lectores judíos criticaron los asertos de «X»,
y a su vez recibieron críticas por parte de lectores cristianos.
En consecuencia, el Times pudo inaugurar en la página de
cartas de los lectores la sección cotidiana «Los judíos y el bol­
chevismo»; de este modo, pudo expresar su propia opinión,
de la forma más sorprendente que imaginar podamos. El 27
de noviembre, el periódico, desde su augusta página editorial
y en gruesos caracteres, publicaba una profesión de fe, firma­
da por «Verax» y redactada en estos términos:

«...En primer lugar, los judíos son una raza, cuya


religión se adapta a su temperamento racial. Tem­
peramento y religión se han influido y replicado
mutuamente durante milenios, hasta producir un
tipo que, ya al primer vistazo, se distingue de cual­
quier otro tipo racial.
»La esencia de la judería no se limita a una reli­
giosidad. Constituye, por encima de todo, un orgu­
llo racial, la creencia en una superioridad, la fe en
el triunfo final, la convicción de que el cerebro ju­
dío es superior al cerebro cristiano, en resumen,
una actitud que responde a la persuasión innata
de que los judíos son el pueblo elegido, destinados
a convertirse algún día en regentes y legisladores
del género humano (...).
»E1 rasgo más típico de la mentalidad judía es su
incapacidad de perdonar o, dicho en otros térmi­
nos, su fidelidad a la Ley de Moisés en lo que ésta
difiere de la Ley de Cristo. La verdad es que ven­
garse de Rusia ha de ser una exquisitez para los
judíos, y seguramente han sentido que siempre val­
drá la pena pagarse esta satisfacción...»

Deeste modo, el Times, para desprestigiar mejor a Lloyd


George o intimidar a sus amigos judíos, hacía gala de un ra­
cismo virulento y elemental. El gran rabino, el Dr. Hertz, in­
Gran Bretaña 245

tentó protestar y tomar la defensa de la antigua Ley hoy ex­


puesta a vejámenes; «el ataque de “Verax” iguala en intole­
rancia a todos los demás que yo recuerde haber leído en la
prensa continental. Si yo le contara a “Verax” cómo, del prin­
cipio al fin, la doctrina judía enseña a mostrarse considerado
y benévolo con todos, incluso con los enemigos (...) ¿de qué
serviría? Como máximo, “Verax” se limitaría a buscar nuevos
pretextos que respaldaran su prejuicio. Por consiguiente, debo
dirigirme a usted, en su condición de redactor jefe del perió­
dico más influyente del mundo...» (29 de febrero de 1920).
Tal como ya cabía esperar, esta carta, que no obtuvo los ho­
nores de la página editorial, iba seguida de otra, firmada «Pro-
Denikin», que repetía los principales argumentos de «Verax».
Dos días después, el Jewish World comentaba: «La carta de Ve­
rax marca el inicio de una era nueva y malsana... Ya nadie
podrá decir que no hay antisemitismo en este país que ama­
ba a su Biblia por encima de todo...».
En vísperas de la Navidad de 1919, la sección «Los ju­
díos y el bolchevismo» desaparecía de las columnas del Times.
Por su parte, Lloyd George mantenía sus propósitos: «No he­
mos podido sanear Rusia por medio de la fuerza, pero creo
que podremos hacerlo por medio de negociaciones», procla­
maba en febrero de 1920; llegado abril, se establecían contac­
tos en Copenhague, acordándose que Leónidas Krassin viajara
a Londres, en calidad de negociador oficioso.730
El 8 de mayo, el Times intentaba una última maniobra pu­
blicando un artículo, titulado «El peligro judío», que insinua­
ba que el Premier británico estaba a punto de entablar nego­
ciaciones con un grupo de conspiradores dispuestos a instau­
rar el Imperio mundial de David. La demostración se basaba
en los Protocolos de los Sabios de Sión que habían aparecido
unos meses antes, sin que hasta entonces hubieran obtenido
ningún eco en la prensa inglesa. Bien es verdad que el perió­
dico los citaba en un tono más interrogativo que afirmativo,
y que exigía una «investigación imparcial», pero su actitud
ao pasaba de ser un efectismo retórico. Tal como de inmedia­
to hizo constar un especialista en la materia, se trataba «de un
hecho nuevo y muy grave»: «cada línea del artículo delata
la decidida intención de sugerir al lector que los Protocolos
246 La Europa- Suicida

son auténticos y que ekiste una organización secreta de los ju*


dios»*737
En efecto, veamós Ja demostración utilizada por el Times:

«...N o cabe duda de que el libro se publicó en


1905. Ahora bien, hay algunos párrafos que pare­
cen profecías debidamente cumplidas, ármenos que
atribuyafflés la preciencia de los Sabios de Sión al
-hecho dé qué ellos •"son •efectivamente los instiga,
dores secretos de. tales ■acontecimientos. Cuando
leemos que es indispensable para nuestros planes
que las guerras no acarreen modificaciones territo­
riales, cómo no pensar ¡en el grito de Paz sin ane-
xiónes que lanzaron todos los partidos radicales
del mundo, especialmente en Rusia. Y asimismo,
provocaremos una-crisis económica universal por
todos los medios!; posibles, con ayuda del oro cuya
totalidad se halla en nuestras manos. (...)» *

Nó /podemos; dejar de: identificar a la Rusia soviética; en el


siguiente; párrafo -

«En el gobierno del mundb; los mejores resulta?


dos sé obtienen por inedio de la< violencia y .la in­
timidación;»;: «Eii política, debemos i aprender la
maneta de*'confiscar bienes* á n la medoí itácila-
ción :(„ ¡.) ¿Qiué significado tienen ésos Protocolo*?
¿Soti: auténticos? ¿Será verdad ¡que úné pandilla
de criminales áia elaborado tacaños .proyectos: y
que en estos momentos se regocija al vei ¡dÓÉJO se
:cukiplen? ¿Sé tráta d é un fraude? ¿Pero, cómo ex*
rplicsu?. entonces; e l terrible: don profético que dio en
pífedfecir todo "áÉto? :¿Nos habretóos pasado . años
luchando contra el; dominio mundial!dé Alemaoia
para teherno^aque; enfrentar ;ahora c o á u n eoemi-
!go ;much<) más peligroso?; Acaso nos hetnós tóbra-.
do de Já> rPm: Gexmamcs, a costa de muchos'es*
fuerfcds, únlcankente para, sucumbir a k . PajC! jf«<-
d¿icar,(. ky)o¿Eó¡¡ (jij^vcñxnsíistwniáasi^ hah eíabor
•GraH-Brétaña 247

rado los. Protocolos, y como respuesta a qué ur­


gente necesidad interjudía? ¿Liquidaremos el asun­
to sin proceder a una investigación?»

... No ' se equivocaron los agitadores antisemitas de la era


prehitlériana cuando determinaroií que este artículo suponía
el; punto de partida de su hégira; «Cuando el Times, en 1920;
propició él lanzamiento mundial de los Protocolos y .los de­
nunció. ..» escribía en La Vieille Trance Urbáín Gohier.738
de) esta óptica, la- campaña flrontamente iniciada en Estados
tünicfos por Henry Eor4, el rey del automóvil, emplea elm isi
mo tono que la vertiginosa y triunfal difusión de la edición ale­
mana <le los Protocolos, desapercibida■■■al principio/39 Sin em*
hargoy por lo que respecta a Lloyd George, la última ma­
niobra del Times, seguida; de ¡una salva de editoriales que le
aludían por su nombre740 no obtuvo más éxito que las prece­
dentes: el 31 de mayo, Krassin se presentaba ante el Premier
británico («Llóyd George se ha entrevistado con él, y ha so­
brevivido» , ironizaba e l Munchester Guardian al día siguien­
te')- El Times, como si acabara de quemar sus últimos cartú-
ehos, cesó entonces de hablar de la conspiración judía salvo
para: disculparse hábil y espectacularmente dieciséis meses: más
tarde.741 Aun así, otras manos hubo en Gran Bretaña que se
apresuraron a reavivar el fuego. Por lo que se refiere al sector
lunático, podemos citar a lord Alfred Douglas {amigo de Os­
car Wilde), que acusó a Winston Churchill de ser un agente
de los Sabios de ¡Sión; l^.ó- al Dr. Oscar-Levy (él traductor jrij
glés de Niétzsche), que 'se declaró culpable en nombre dé to­
dos los judíos:

í «Nosotros, ¡tras haber adoptado una postura de


salvadores del ¡mundo, tras habernos* jactado inclu­
so de haberle dado “al” Salvador, no somos hoy
más que los seductoíes del mundo, sus destructo­
res, sus incendiarios, sus verdugos 4...). Nosotros
que os prometimos guiaros &>un nuevo edén, he­
mos . acabado hundiéndonos en un ¡nuevo infier-
248 La Europa suicida

No mucho menos desmedidas fueron las nuevas revela­


ciones del Morning Post, cuyos redactores se apresuraron a
repasar todo el material internacional de la antisemítica para
desarrollar la tesis de la conspiración judía o judeo-germano-
bolchevique. Los dieciocho artículos publicados en 1920 vie­
ron luego su inmediata reedición en forma de libro.744 Por esa
época, parece ser que hubo muchos ingleses de la buena socie­
dad que, como fue el caso de aquel gentleman entrevistado por
un redactor de L ’CEuvre de París, atribuían todas sus desgra­
cias, y sobre todo el aumento del impuesto sobre la renta, a los
«Elders of Zion».745 Por su parte, los portavoces judíos se es­
meraban en la imposible tarea de aportar una prueba negati­
va — «¿cómo puede demostrar alguien que algo no existe?»
se lamentaba el Jewish Chronicle— o replicaban lanzando acu­
saciones contra los «alemanes reaccionarios», presumibles au­
tores del escrito.™ En plan chistoso, un periodista judío se in­
ventó la ficción de un «peligro inglés», de una «conspiración
de los normandos de Cliff» —pero no hubo nadie que celebra­
ra el chiste—747 (que evidentemente aludía a lord Northcliffe).
Meses después, el «Jewish Board of Deputies» publicaba una
condena colectiva del antisemitismo que incluía una serie de
nombres familiares a todo el planeta, nombres americanos sin
embargo.748
Para una mejor comprensión de los efectos que causó el
artículo del Times, citaremos como último ejemplo un sema­
nario que gozaba de similar respetabilidad, el Spectator. Este
órgano dedicaba a los Protocolos buena parte de su número
del 15 de mayo, y llegaba a las conclusiones siguientes:
En primer lugar, cabe suponer que el autor del escrito era
judío, aunque sólo se trataba de «fantasías de un conspirador
demente que había urdido un plan para destruir el cristianis­
mo (...). No es nada improbable que tales propósitos encuen­
tren un eco secreto en otros doctores judíos medio locos, o se
reflejen en otros textos». Todos ellos solían caracterizarse por
el desenfreno en la especulación política: «Aquí se manifiesta
el aspecto oriental del judío».
Por otra parte, los Protocolos, pese a su falta de realidad,
eran un documento muy peligroso, dado su poder casi hipnó­
tico. «...poseen una gran habilidad y ejercen una fascinación
Gran Bretaña 249

intelectual que subyuga y a la vez repugna». Así se explica


que fueran capaces de sembrar el pánico y el caos, durante
esos años turbios: «Su principal peligro... es que excitan y
perturban la opinión pública, por el cariz abominable de los
planes elaborados para destruir el cristianismo y la civilización.
Nada hay que altere más la opinión pública, ni que propicie
tanto la revolución y las locuras políticas de toda índole, como
el sentimiento de un terror general». Así pues, la misma de­
mencia del proyecto del judío desconocido podía ocasionar su
realización; así se explica también que, con objeto de una ge­
neral pacificación de la opinión, sus correligionarios británicos
recibieran la propuesta de prestarse a la investigación preconi­
zada por el Times, y hasta de exigirla ellos mismos, «para de­
mostrar que no intentaban derribar la religión cristiana ni es­
tablecer un dominio judío universal».
De este modo, la bomba del Times servía para que su co­
lega manifestara unos sentimientos no confesados hasta en­
tonces o, por hablar como Belloc, para que «dijera lo que
llevaba dentro». En consecuencia, terminaba anunciando la
existencia de otro peligro judío, esta vez de lo más real y
concreto que imaginar quepa, peligro que el Spectator prome­
tía especificar más adelante. Así se iniciaba una campaña que,
a diferencia de las del Times y del Morning Post, se centra­
ba principalmente en los judíos británicos, sin que por ello
desdeñara a los demás. Vamos a examinar algunas muestras
de dicha campaña:
«El verdadero peligro judío no tiene nada en común con
una conspiración que busque el asentamiento de una monar­
quía judía universal (...). Estamos convencidos de que, dadas
las actuales circunstancias, la presencia de un judío medio y
normal en el Gabinete de ministros se opone a los principios
de buen gobierno... sean cuales fueren nuestros anteriores pe­
cados, en el problema de la persecución de los judíos, tene­
mos a muchos más de los que nos merecemos, y pertenecen
todos a la mala especie» (17 de julio de 1920). O, a propósito
de los excesos del Dr. Oscar Levy: «Está claro que el judío
constituye un gran peligro, una fuente de trastornos interna­
cionales y universales... (pero) cometeríamos un error si lo
viéramos como un monstruo, un demonio que no retrocede
2£0 La, Europa suicida

Sáie nada, pues esto es lo que pretende aparentar... Lo que


en;realidad nos conviene es entender al judío y batirlo con sus
propias armas» (9 de octubre de 1920). O también basán­
dose en algunas declaraciones de Disraeli: 749 «la incógnita de
itjué acaSo existan en el continente.o induso aquí varias socie­
dades secretas ultrarrevolucionarias inspiradas y controladas
por los judíos, y cuáles serían sus objetivos, sigue susdtando un
gían interés, y hasta ansiedad...» (5 de junio de 1920).
, : Por consiguiente, el Spectator, haciendo gala de una cre­
ciente energía, reclamaba que se constituyera una Comisión
tealr que investigara, para poner en claro este angustioso dile­
ma, Llegado e l, caso, «debemos observar la mayor prudenda
al conceder a los judíos Ja plena-ciudadanía... Debemos seña­
lar públicamente, a esos conspiradores • arrancarles sus fétidas
máscaras y mostrarle al mundo hasta dónde llega la ridiculez de
esa peste social, ridiculez que además engloba malevolencia y
amenaza» (16 de octubre de 1920).
, i? Decididamente, durante esos meses,. el antisemitismo >se
convertía en Inglaterra, al menos por. lo que respecta a las cla­
ses superiores, en una especie de moda política o intelectual,
que sin duda procuraba agradables escalofríos a sus: muchos
adeptos, De esta moda., subsiste un notable testimonio'literario:
a principios de 1922, John Galsworthy estrenaba su obra «Lo-
yalties», dedicada a la lucha y sinsabores de un judío rico y
orgulloso, boicoteado por la sita sociedad.750 Gracias a este,cli­
ma, Hilaire Belloc, que estaba componiendo su libro sobre lps
judíos, podía anunciar una catástrofe inminente de .sangrien­
tas-¡persecuciones.: Hablaba de; un .eidó permanente: y . trágico*
que iba de una acogida generosa al malestar, y del malestar a
las,matanzas: «Acabamos de pasar de la acogida al malestar;
este tránsito ya anuncia la llegada de otro, de . la segunda
[fase]: a la tercera, y de la tercera a la terrible conclusión (...)
Los, judíos cometerían una locura si menospreciaran este fe­
nómeno. Se ha vuelto ¡tan: poderoso én. número, convicción y
pasión, que supone una amenaza para todo el futuro inmedia­
to dé ftuestja civilizítoión» 7—salvo que a títujp preventivo; Io§
jjjdfe®;: por las ,buenas o por las malas,, aceptaran sij segre^J-
dóá> e l itetorno:al ghetto, y en t»I¡ caso«reinará;.la paz sobre
Israel».751
Gran Bretaña 251

O sea que todo ocurría como si e l Times hubiese impues^


tó ra Inglaterra! los resultados logrados por Treitschke en lá
Alemania de la década de 1880: a saber, conferir una respeta­
bilidad al antisemitismo.752 Tal magnitud había alcanzado la ie-
percusión del debate que, desde el extranjero, ya se daba a ¿a
vieja vAlbión por perdida, bien fuera por vetla irremisiblemente
ajudiada'(como afirmaban Le: Matin y otros muchos periódi­
cos franceses) j ^ o bien por creer que había caído en manos
de los demonios antisemitas (según pensaba el periodista ame­
ricano John Spargo).754 Así pues, ¿quién se iba a figurar entoti-
ces que «Times el tenante», siempre él, mudara radicalmente
su actitud? V no obstante, esto es lo que sucedió, cuando ®d
corresponsal eri Constantinopla, Philip Graves, dem ostróen
agosto de 1921 que los Protocolos sólo eran un tosco plagio.
• . Para esta demostración, Graves escribió tres largos artícu­
los,, respaldados por un editorial que les daba aún mayor im­
pacto.755 En su conclusión, reprochaba a los Protocolos que hu­
bieran «inculcado en toda clase de gente, casi siempre acomo­
dada, la idea de que toda manifestación de los pobres era un
fenómeno artificial, una agitación falsa provocada por una so-
.dedad secreta judía». Cabe suponer que la mutadón del Times
fue oportuna, y que disminuyó el público receptivo a la tesis
de la conspiradón, a medida que iba aceptando el ambiente
de posguerra, el resquebrajamiento de sus privilegios, las huel­
gas y amenazas de nadonalización y, asimismo, las grietas que
minaban el Imperio británico por todas partes. Además, retro­
cedía de año en año la amenaza de una revolución mundial,
circunstancia cuyo peso tuvo una influencia creciente. En cual­
quier caso, cuando en primavera de 1922 Belloc publicaba su
otara* lésta, pese a qué causó sensación, fue acogida con reser­
vas, incluso en los órganos que acabamos de citar. Por con­
siguiente^ ya empezaba a desvanecerse la moda antijudía. Bien
es verdad que el Spectator coincidía con Belloc cuando escri­
bió «que la ¿niarea de: antisemitismo sigue en aumento, y que
la menor provocación o supuesta provocación puede desenca­
denar u n a , acción antijudía por parte del pueblo británico», y
también cuando prodamó que este fenómeno se debía esen-
rialmentev al exclusivismo racial de lós judíos. Discrepaba ep
cambio con Belloc' por; lo que atañe al remedio, pues no re*-
252 La Europa suicida

clamaba ninguna comisión investigadora ni desfavor del pú­


blico, y, olvidando totalmente la teoría del complot, centraba
sus esperanzas en una progresiva «absorción» de los judíos.
También el Times, aunque calificaba la obra como «uno de los
libros más sugestivos que jamás se hayan publicado en Ingla­
terra», no excluía la posibilidad de una asimilación íntegra y,
refiriéndose a la obra de Galsworthy, ponía en duda «tanto
el fanatismo racial del judío... como el supuesto antisemitismo
de la sociedad», al menos en la vida real. En cuanto al Morning
Post, sin abandonar la tesis del bolchevismo judío, encargado
de «abrir brecha al capital industrial judeogermánico», critica­
ba igualmente al pueblo británico, cuyas flaquezas hubieran per­
mitido el ascenso de los judíos en la misma Gran Bretaña.756
Sin embargo, los mayores anatemas que recibió el libro de
Belloc procedieron de la Iglesia anglicana, que en esta ocasión
consideró oportuno intervenir a través de su teólogo más ilus­
tre, el deán Ralph William Inge.
¿Qué andaba buscando ese católico romano, ese francés
de Belloc, cuyo libro había suscitado tantas discusiones? «No­
sotros no tenemos noticia de que en Inglaterra haya problema
judío. Creemos que cada país tiene los judíos que se merece,
y que nosotros que tratamos decentemente a nuestros conciu­
dadanos judíos, hemos merecido y obtenido los mejores ju­
díos.» Y, a su manera, el prelado evocaba el derecho británico
a la diferencia:

«Nosotros, los ingleses, aceptamos a un hombre


por lo que vale, y no lo penalizamos porque sea
un inmigrado. En conclusión, somos sin duda la
única raza realmente oprimida de toda Europa; te­
nemos un Primer ministro galés, dos arzobispos es­
coceses y un considerable número de judíos, esco­
ceses e irlandeses [situados] en cargos eminentes.
De este modo,.vivimos mejor servidos...»

Así pues, la vieja Inglaterra ignoraba los estúpidos miedos


continentales. ¿Orgullo racial? «Dudo much® que un inglés
que coincida en sociedad con un judío se pregunte ni siquiera
en sueños si su vecino pertenece a una raza superior o infe­
Gran Bretaña 25)

rior. La mayoría de nosotros encontraría absurda la pregunta.»


Por supuesto, convenía tener en cuenta la situación y admitir
que, en el continente, el oro de los judíos alemanes era el
causante de la revolución rusa; pero el deán Inge se apresu­
raba a cambiar de tema, enfocando hechos más graves:

«Deberíamos avergonzamos seriamente de ese pre­


juicio antijudío. No aceptamos la teoría de Hous-
ton Chamberlain, según la cual Jesucristo (al igual
que Agamenón, Dante, Shakespeare y otros grandes
hombres) era alemán. Nos han enseñado a creer
que El era judío. Y en todo caso, si hemos inclui­
do los libros sagrados de los hebreos para utilizar­
los cada día en nuestras devociones, resultaría in­
consistente que ahora tuviéramos prevenciones con­
tra la raza que los ha producido.
»Ante todo, la conciencia de raza es algo más bien
estúpido. El hombre razonable toma a sus vecinos
como son, y no se siente muy acuciado por la ne­
cesidad de creer en oscuras conspiraciones.» (The
Evening Standard, 27 de abril de 1922.)

Cabe añadir que el deán Inge, siguiendo el estilo de


C. P. Scott y de tantos otros, practicaba la dicotomía entre
«nosotros» (los ingleses) y «ellos» (los judíos, relacionados en
este caso con todos los demás «no ingleses»). También debe­
mos apreciar correctamente todas las implicaciones de este dis-
tanciamiento (por esa época, un folletinista del Times que se
dedicaba a la tradicional comparación financiera entre judíos
y escoceses, destacaba, a título de «curiosa distinción», el he­
cho de que los primeros querían considerarse ingleses a toda
costa, mientras que los segundos, escoceses).757
En 1922, se desvanecía totalmente el pánico de la oligar­
quía británica, máxime teniendo en cuenta que a fines de año
salía derrotado Lloyd George, sucediéndole en el cargo Stan­
ley Baldwin con su gabinete de marcado carácter tradiciona-
lista. Los hijos de Israel recuperaron la paz, turbada, bien es
verdad, a partir de 1933, por Hitler en el exterior y por su
émulo inglés Mosley en el interior. Pero, a pesar de estas pe-
254 ha Etirops suicida

tipeaas qae cubren el período de fintreguerra&¿: no. parece que


hoy se haya producido algún cambio en Inglaterra por lo que
respecta a Jo s judíosj aunque en principio se les «acepta por
lo ip e valen,» (Irigé), asimismo se les considera, tácita pero
resueltamente, cómo séres distintos de los injglesés y, en con­
secuencia, reciben un trato menos expuesto a evasivas y ta­
láis, que d que s ^ o rta n en otros países >resos mismos países
que ¿ságüen ;arrastrando las secuelas de sus frenesís antisemi­
tas de antaño. No pensemos que todo eso es tan sencillo. En
ofrecien te libro titulado Jews in btismessf ¡su autor, que no
es judío, óbservaba a título preliminar:

«Tanta carga emocional lleva el tema, tanto para


los judíos como para los no judíos, que el simple
hedió de singularizar a los hombres de negocios
judíos, de describir sus carreras, coma yo hago en
los diez capítulos que siguen, y de entregarse a es­
peculaciones sobre-los'motivos de sus éxitos, corre
el riesgo de recibir la etiqueta de antisemitismo.
Las neurosis de los judíos a propósito de sus triun­
fos soh tan intensas, y tan pronunciada su com­
prensible aversión a que los singularicen de este
modo, que difícilmente podemos dejar de sentirnos
afectados; Tal como ya observa Paul Ferris en su
libro sobre fe City, al tratar de los judíos, es muy
difícil mantener una postara neutral: se impone la
tentación de tomar partido, a favor o en contra.»758

Sin embargo este libro,; inimaginable, en cualquier, otro


país íeuropeo, eiripezarido por; Francia, tuvo la posibilidad de
Éteribirse y publicarse (y, dichdisea de paso>:es. una obifa no­
table). Podemos sostener legítimamente, como ya » ha hecho,
que el derfecho a sér distinto im pli^ :el permiío; dé ¡sdguir
siendo. uno •mismo ^ e incluso ía ¡expresa recomendación de
serié; así se) explica qué en otros, tiefidpos lbá rabinos fraóée-
ses<mandaran, a -Ingláterran a Sus jiwfíós; «El judío tftgíés «9
se sonfoja aáte» sus orígenes, como porv ¿ e sc a ria , m ucW idé
sos correligionarios franceáesife, dedal* én -J'92Qr los •Arcftims
istpélites.w?í: En todo, casó, y /.sin-: especificar, Iftí. eífe«K)ci<i>ees
Estadm Umd&s 25%

que hayan podido aquejar a nuestra época, ni analizar la deca­


dencia política y económica de Gran Bretaña, los ingleses, sfc
güiendo el ejemplo de su reina, han sabido conservar el arte
de dejar que cada uno viva a su manera; aunque, eso sí, guar­
dando las distancias. Y como tantás otras creaciótíés inglesas,
la moda antisemita de los años 1917-1922 ha dejado su estela,
á través de los siete mares, como artículo dé exportación;

VII. ESTADOS UNIDOS

En mi anterior volumen, dediqué solamente unas páginas


a la gran democracia americana: suficientes para decir/simplifi­
cando quizás las cosas, que esta nación desconocía prácticamen­
te el antisemitismo. Desde esté punto de vista, la coloración pu­
ritana de la tradición nacional resultó beneficiosa para los hrjcfé
de Israel, al igual que la presencia en suelo americahodevarios
millones de negros, sin hablar de los indios o de los inmigra*
dos asiáticos, expuestos a que un blanco de cualquier origen
pudiera despreciarlos de todo corazón. Durante el siglo XIX,
los odios sagrados encontraron una nueva salida al producirse
la inmigración de los «papistas», irlandeses católicos en su
mayoría. De hecho, los irlandeses, inucho más qtíe los judíos,
son los que reciben la acusación, por parte de los' Knotb
Nothing, el Ku Klux Klan y otras organizaciones de esa índo­
le, de querer subyugar o destruir Estados Unidos. '
De manera general, la población airiericanasiempré vivió
estructurada en una compleja jerarquía; definida por dos limitéis
inamovibles: arriba, el grupo fundador de los WASP, o sea
anglosajones protestantes (y blancos); abajo, el grupo de los
esclavos o ex esclavos negros, cuyo asentamiento también éis
muy antiguo. Entre ambos jalones, solía ocupar la cota más
baja aquella etnia que hubiese sido la ultima éñ Uegaí, pesé-a
que dicha posición tuviera que ver asimí’síhó con él mafgéií
cultural que la separaba de los WASP. Para ascender en la esca­
la social, cada grupo, dé buenas a primeras, tenía que «ameri­
canizarse», es decir, pasar por un procesé’ de atültürizácfeSft
256 La Europa suicida

análogo al que en Europa conocieron los judíos emancipados:


pero lo que para el Viejo continente fue un caso singular o ex­
cepcional, para el Nuevo en cambio constituía una regla. Esta
diferencia alcanzaba límites insospechados, sobre todo si tene­
mos en cuenta que la americanización era un objetivo deseado
de antemano por casi todos los inmigrados, muy al revés que
la feroz «rusificación» intentada por Nicolás II, o incluso que
la «regeneración» preconizada por el abate Grégoire y por
Napoleón.761 Lo que ocurre es que la americanización no impli­
ca en absoluto la apostasía, o cualquier otra abjuración; la liber­
tad de conciencia era una piedra angular de la ideología ame­
ricana, inscrita en la Constitución. Aun así, se daba por sen­
tado que exigía un cierto tiempo: el tiempo necesario para que
las tradiciones del país de origen desaparecieran de la sangre
de los inmigrados gracias al espíritu que insuflaban las institu­
ciones americanas, tal como un día declaró, sin molestarse por
las antinomias, con toda seriedad, el secretario de Estado Elibu
Root.762
Por lo que atañe a la cota que los judíos habían obtenido
a i el país del tío Sam, cabe situarla aproximadamente entre
los irlandeses y los italianos, clasificación que por otra parte
respondía a las exigencias de la cronología. Como ya acabamos
de decir, en el siglo xix, los odios mitológicos de los ameri­
canos apuntaban sobre todo a los católicos: preferentemente, a
los llegados en último lugar. Este fue el caso de los irlandeses,
a mediados de siglo; no satisfechos con acusarles de sucios,
borrachos y pendencieros, hubo muchos patriotas que les echa­
ron en cara un pacto con Roma para tramar un complot que
minara las instituciones nacionales; el mismo Samuel Morse, el
inventor del telégrafo, relacionaba en 1834 la Santa Alianza
con dicho complot.763 El celibato de los sacerdotes o la vida
conventual sugerían otras tantas inculpaciones: un libro que
describía las disolutas costumbres del clero católico, The atvful
disclosures of María Monk (1838), alcanzó una tirada de tres­
cientos mil ejemplares.764 Esta agitación culminó con la crea­
ción del partido Knotv nothing, específicamente anticatólico,
que en 1854 estuvo a punto de ganar las elecciones en el Esta­
do de Nueva York: no cabe duda de que, vistas las cosas
desde una cierta óptica de demagogia clerical, las actitudes del
Estados Unidos 257

pastor Stoecker o del burgomaestre Karl Lueger no aportaban


ninguna novedad.765
Dos o tres generaciones después, los católicos italianos, los
«Dago», pasaron por tribulaciones similares, por no decir peo­
res. Es posible que su caso se agravara por culpa del color
oscuro de su piel; la cuestión es que, según sus detractores,
estos italianos eran unos criminales natos, «que llevaban la mar­
ca de Caín», y poco les faltó durante la década de 1890 para
que no corrieran la misma suerte que los negros, como vícti­
mas propicias de la ley de Lynch. Esta oleada de sangrientas
persecuciones provocó que el embajador italiano se viera llama­
do a su país, y hasta hubo algunos periódicos que comentaron
la inminencia de una guerra italo-americana.765 Obviamente, esta
crisis repercutió en la endémica tensión entre protestantes y ca­
tólicos hasta el punto que fue un rabino el encargado de pro­
nunciar la plegaria con que se inauguró la convención republi­
cana de 1896.767 En vano buscaríamos en Europa el ejemplo
de un compromiso parecido, que implicara la equivalencia reli­
giosa de los judíos, a menos que nos remontáramos a la medie­
val «España de las Tres Religiones»; 768 sucede que Estados
Unidos era, y sigue siendo, un país triconfesional, de forma
casi oficial.769
Todo ello no obsta para que, aún hoy, tal como ha demos­
trado una encuesta reciente, hay millones de americanos que
todavía viven obsesionados por el espectro del bueno deicida y
criminalmente culpable.770 No tenemos más remedio que dedu­
cir que esa condición necesaria, inicial y perversamente típica
del antisemitismo no supone una condición suficiente para
que adquiera su habitual virulencia. Por eso, en el caso de
los Estados Unidos del siglo xix, caben ciertos reparos al hablar
de antisemitismo, si por dicho término entendemos la singula­
ridad de los odios que sufrieron los judíos en el Viejo conti­
nente. No obstante, según veremos dentro de poco, su condL
dón de americanos se hallaba determinada por su forma de
comportarse, y en última instanda por el antisemitismo euro­
peo, a través de las últimas mediadones que ya he comentado
en los anteriores volúmenes. Pese a todo, este mismo término
no tardó en cobrar una odiosa resonancia a oídos de los ameri­
canos, por cuanto lo reladonaban con los regímenes autócra­
258 La Europa suicida

tas, el lado malo por excelencia de la vieja Europa.771 De este


modo, volvemos a centramos en los principios fundamentales
de la democracia americana.
Setá sobre todo a mediados del siglo xrx cuando se concreta
la doctrina de Estados Unidos, crisol de naciones, esa doctrina
que, a juicio de autores como Ralph Emerson o Hermán Mel-
ville, poseía la ventaja de una mezcolanza que, sin excluir for­
zosamente a las llamadas razas de color, tenía que acabar
creando una especie humana nueva y mejor. Por esa época,
dicho argumento ya contaba con el respaldo de una visión cien­
tífica, dado que los inmigrados aparecían como una «selec­
ción natural» de todos los países europeos (según observaba
el propio Charles Darwin).772 Por otra parte, estas posturas
ideológicas encajaban con preocupaciones de orden político,
pues toda discriminación ejercida sobre un grupo étnico cual­
quiera amenazaba con sentar un precedente para la segregación
de otro grupo; desde esta óptica, los católicos, sobre todo, que
se encontraban en la misma situación minoritaria que los judíos,
manifestaban una insólita generosidad en favor de Estados Uni­
dos, y esta tolerancia recíproca parecía inscribirse en la reali­
dad, bajo el signo común del americanismo.
G. K. Chesterton, tras visitar a Henry Ford, que acababa
de promover una campaña antijudía, describía o mejor dicho
concretaba así estos hábitos:

«[Los americanos] se han acostumbrado a una ciu­


dadanía cosmopolita, en donde cunden las mezclas
de personas de sangre varía, y en donde un ser de
cualquier religión goza de la misma igualdad que los
demás. Su mayor orgullo moral es el humanitaris­
mo; su mayor orgullo intelectual son las Luces. En
una palabra, los americanos son la última gente en
el mundo capaz de envanecerse por el prejuicio an­
tijudío. No poseen religión alguna en particular, a
excepción de un sentimiento sincero que ellos cali­
fican de “cristianismo auténtico” , y que prohíbe
especialmente cualquier ataque contra los judíos. Su
patriotismo consiste en enorgullecerse de la asimila­
Estados Unidos 259

ción de todos los tipos humanos, judíos inclu­


sive.» 773

Si leemos las declaraciones de muchos hombres públicos


americanos, comprobamos que para ellos apenas se trataba de
una carga. Acaso no decía el presidente Eisenhower, en 1954,
que el régimen americano le hubiera parecido insensato, «si no
se hallara basado en una fe religiosa hondamente sentida — sin
que me importe saber cuál».774 Otros políticos ha habido, du­
rante la segunda mitad del siglo xx, que invocaban la existen­
cia de un Ser supremo «llámese Buda, Alá o Dios».775
Pero por otra parte, también hubo una cierta imagen me­
dieval de los judíos que precedió su llegada a Estados Unidos,
incluso al margen del tradicional cliché teológico. De este
modo, en 1832, una descripción de las costumbres y modales
americanos aludía a los buhoneros en estos términos: «La raza
de buhoneros yanquis posee una deshonestidad proverbial. Son
miles los que mienten, timan y engañan a la gente... Desde
esta óptica, se parecen a los judíos, una raza que, por lo que
me cuentan, no tiene ni un solo representante en Nueva Ingla­
terra».776 Como vemos, el estereotipo europeo del judío tai­
mado y marrullero también se había extendido allende el Atlán­
tico, sin que tal circunstancia nos autorice a hablar «de anti­
semitismo sin judíos».777
A partir de mediados del siglo xix, este estereotipo pudo
aspirar a ilustraciones cada vez más abundantes, sacadas de la
vida real. El número de judíos en Estados Unidos, que sólo
era de 15.000 en 1840, se decuplicó a lo largo de los veinte
años siguientes, hasta alcanzar la cifra de 300.000 en 1880: 778
esta primera gran oleada de inmigración estaba formada pri­
mordialmente por judíos alemanes, y efectivamente algunos de
ellos comenzaron a abrirse paso en el Nuevo Mundo ejercien­
do el oficio de buhonero. Su capacidad de iniciativa destaca
asimismo durante su importante participación en la gran «riada
hacia el oro» californiana, más a menudo como comerciantes
o artesanos que como buscadores de oro propiamente dichos:
« l 1848-1850, hubo cientos de judíos que partieron a hacer
fortuna de este modo, y algunos la encontraron (por ejemplo
Levi Strauss, el creador de los famosos pantalones «téjanos»).779
260 La Europa suicida

Y así prosperaron más rápidamente o en mayor número que


los irlandeses o los italianos; o, como escribe John Higham,
«es muy inverosímil, proporcionalmente hablando, que exista
cualquier otro grupo inmigrado donde sus miembros hayan
pasado en tal cantidad y tan rápidamente de la indigencia a la
riqueza».780 Por consiguiente, podemos pensar que no fue el
estereotipo medieval sino más bien una figura ya familiar, el
nuevo rico judío, la que durante la década de 1870 suscitó una
voluntad de distandamiento por parte de aquellos americanos
cuya riqueza se remontaba a fechas más antiguas. Quizá no
todo era falso en los reproches que criticaban los malos modales
y la ostentadón, reproches pronunciados por los millonarios
cristianos de la costa cuando aludían a los millonarios judíos.
En 1889, el autor de un libro sobre los judíos modernos, que
por lo demás los trataba con auténtica simpatía, se expresaba
de este modo:

«El judío alemán se caracteriza por una falta de


educadón y de cultura propia de tenderos. A ello se
atañe la astuda de su nadón y la vanidad engen­
drada por la secular certeza de sufrir desdenes.
Cuando un hombre así se vuelve muy rico en un
país donde la fortuna ha llegado a ser el becerro
de oro, y por lo tanto digna de adoración, adopta
lógicamente los modales de un pavo real y susdta
los mismos resentimientos que esta ave entre sus
semejantes.»781

Podemos añadir que unos cuarenta años después, un judío


de origen alemán criticaba aún con mayor vigor, desde esta
perspectiva, a sus congéneres polacorrusos: «Las leyes no prevén
castigo para la vulgaridad de los nuevos ricos, ni pena de
reclusión para una agresividad desenfrenada, ni multa para la
ostentación de un lujo de mal gusto. Abundan los judíos que
pierden el sentido de la propordón... Resultado, los no judíos
suden acabar hartándose...»112 No alude, sin embargo, a la
probabilidad de que irlandeses o italianos enriquecidos dbten-
gan una reputación mejor, aunque bien es verdad que hubo
Estados Unidas *

que espetar a la segunda o tercera generación para que algunos


de ellos lograran franquear el muro de dinero que los separa­
ba de los millonarios americanos. Tales fueron las condicio­
nes que establecieron una discriminación al principio puramen­
te mundana, instituida únicamente con respecto a los judíos.
La ironía de la situación, observa John Higham, radica en el
hecho de que se debía a la aceleración de un venerable y clá­
sico proceso americano.
De entrada, esta discriminación se ejerció en ambientes
dados a la diversión y el derroche.783 En 1876, un hotel de
la costa de Jersey anunciaba en los periódicos de Nueva York
que no admitía judíos. Al año siguiente, en la estación bal­
nearia de Saratoga, un hotelero cuyo nombre estaba destinado
a adquirir celebridad en su sector, John Hilton, prohibía que
el multimillonario Joseph Seligman entrara en su estableci­
miento. El incidente causó sensación. Los millonarios judíos
de Nueva York reaccionaron comprando varios hoteles de Sara­
toga, y la rivalidad mundana que dicho gesto originó, dio pie
a que las zonas veraniegas de la región neoyorquina acabaran
dividiéndose en «zonas cristianas» y «zonas judías». A finales
de siglo, esta discriminación se extendió a los clubs de moda,
a los grados superiores de las logias masónicas y, lo que es
peor, a algunos centros de enseñanza, que introdujeron cuo­
tas para los alumnos o estudiantes judíos. Sin duda, la situación
se complicó por la afluencia, literalmente a millones, de una
categoría muy distinta de judíos, los míseros emigrantes de
la Europa del Este, que no se preocupaban precisamente de
si los admitirían en los balnearios de moda o en las logias
masónicas, pero cuya indumentaria y modales exóticos parecían
confirmar y perpetuar las estampas relativas a un inmutable
«tipo judío», con quien ya poco tenían en común los judíos
alemanes de la segunda o tercera generación. Fue en Nueva
York sobre todo, que a fines del siglo xix se había convertido
en la mayor ciudad judía del mundo, donde esta gente llama­
ba la atención, como si fuera omnipresente hasta el punto que
Mark Twain, tras leer en la Encydopaedia Britannica que al­
canzaban la cifra de 250.000, declaraba a quien quisiera oírle
que él conocía personalmente una cantidad más elevada.’®4
Hubo autores más distinguidos, como Henry James, que se
262 La Europa suicida

apartaban de esos judíos míseros y prolíficos manifestando una


cierta horripilación.785
La función del snobismo en todos estos problemas destaca
con mayor nitidez si recordamos el caso de un famoso colegio,
cuyo director se negaba a introducir una cuota para los judíos.
En estas condiciones, como cada vez había más judíos, los
padres de los alumnos cristianos decidieron sacar a sus hijos;
pero, a medida que el colegio se iba volviendo «judío», fueron
los padres de los alumnos judíos quienes empezaron a retirar­
los a su vez, hasta que finalmente el colegio tuvo que cerrar.786
En suma, y por lo que atañe a esta cuestión, de una forma
que nos hace pensar en las tragicomedias mundanas tan bien
descritas por Marcel Proust, este castigo recaía, de entrada,
sobre los judíos pudibundos, y hasta sobre los mismos judíos
antisemitas. Aun así, las instituciones y usanzas americanas
ofrecían a los hijos de Israel unos medios de lucha que no exis­
tían en la vieja Europa, y que habían sido utilizados al princi­
pio por los irlandeses. Organizándose más como minoría étnica
que como minoría religiosa, los judíos, en nombre de los prin­
cipios constitucionales, intentaron combatir esta segregación
naciente. Aun antes de que se crearan organizaciones como el
American Jewish Committee (1906) y la Anii-Defamation
League (1912), el caso de Melville Dewey, el bibliotecario jefe
del Estado de Nueva York, sirvió de prueba inicial.
Este alto funcionario, famoso por ser el autor del método
de clasificación llamado decimal, había creado en 1905 un
club cuyos estatutos excluían a «los enfermos contagiosos, los
inválidos y los judíos». Por iniciativa del abogado Louis Mar-
shall, varios notables judíos, todos de origen judeoalemán, y
entre ellos el banquero Jacob Schiff y Adolph Ochs, propietario
del New York Times, dirigieron a las autoridades del Estado
una protesta, que recogía su expresión de ciudadanos america­
nos ultrajados:

«Hay casi 750.000 judíos que residen en este Esta­


do. La mayor parte son contribuyentes, que abonan
lo que les corresponde para mantener las institu­
ciones estatales y el pago de salarios de los funcio­
narios, incluido el que percibe el señor Melville
Estados Unidos 263

Dewey, en su calidad de bibliotecario jefe. Todos


se sienten orgullosos de este Estado y de su admi­
nistración. Procuran elevar el nivel de la cultura
pública, favorecer el estudio y promover las artes,
las ciencias y la literatura. Han intentado que pro­
gresara la causa de la educación, al menos en la mis­
ma medida que cualquier otro grupo de ciudadanos
de esta Comunidad. Por consiguiente, se creen con
derecho a exigir una disposición sobre un hombre
que, dada su condición de funcionario, representa a
toda la población del Estado; una disposición, dada
esta condición de asalariado retribuido por el Esta­
do, que le impida manifestar el prejuicio más vil
de que sea capaz persona alguna.» 787

Esta enérgica protesta provocó un cierto alboroto y, al cabo


de pocos meses, Dewey tuvo que dimitir de sus funciones.
Tiempo después, sus firmantes, que luego contaron con el apo­
yo de otras personalidades, constituyeron una asociación, el
American Jewisb Committee, con vistas a «prevenir las in­
fracciones de los derechos civiles y religiosos de los judíos en
todas las partes del mundo». De inmediato, Louis Marshall y
Jacob Schiff, en razón de su alto crédito, pasaron a ser los
verdaderos dirigentes del Comité y acordaron su táctica, deli­
beradamente discreta y exenta de toda demagogia.
A nivel interno americano, el Comité conseguía en 1907
que se prohibiera cualquier tipo de publicidad o propaganda
sobre la no admisión de los judíos en hoteles y lugares de pla­
cer,788 por considerarla ofensiva. Luchó sobre todo con éxito,
al menos antes de la Primera Guerra mundial, contra los diver­
sos proyectos encaminados a limitar la inmigración (mientras
ésta siguiera siendo «blanca»). Dicho problema, desde 1880,
era objeto de campañas que unían en extraña aunque inevitable
alianza a los sindicatos, que temían la invasión de una mano
de obra mal pagada, y a los patricios WASP, que temían la
«bastardización de la raza». A principios del siglo xx, estas
campañas comenzaron a agrupar a una mayoría en la Cámara
de representantes y en el Senado, pero los vetos presidenciales
bloqueaban cualquier decisión, gracias sobre todo a las Ínter-
264 La Europa suicida

venciones entre bastidores de Marshall y sus amigos.789 De este


modo, los judíos figuraban en cabeza del combate por el mante­
nimiento de las antiguas tradiciones americanas, combate que
a veces se caldeaba en extremo. Así ocurrió que un miembro
del Congreso, John E. Burnett, que en 1912 había logrado
imponer un proyecto de ley tendente a prohibir la inmigración
de analfabetos, proyecto que no obstante tropezó con el
veto del presidente Taft, escribió a Marshall: «Cuanto antes
comprendan algunos de ustedes que, salvo la posibilidad de
promulgar una legislación conservadora, vamos a reclamar una
legislación más radical, mejor será para ustedes y para el
país».790 Reaparece la dicotomía entre el «vosotros» y el «noso­
tros», entre los judíos y los cristianos, que ya hemos destacado
al hablar del caso británico;791 en esta ocasión, una apasionada
réplica de Marshall contribuyó quizás a quitar hierro al inci­
dente.752
Por lo que atañe a los asuntos internacionales, los hombres
del «A.J.C.» abandonaron su reserva y plantearon abiertamen­
te un problema que ya se había discutido un cuarto de siglo
antes, cuando estallaron los pogroms rusos de 1881: a saber,
la negativa del gobierno zarista a entregar visados de entrada
en Rusia a los americanos de origen judío, una negativa incom­
patible con el texto del tratado rusoamericano de 1832. En
contra de lo que solía ocurrir con los problemas de la inmigra­
ción, esta vez la opinión pública se mostraba favorable a una
medida de represalia, mientras que la Administración dudaba
sobre la conveniencia de entablar una querella diplomática. La
lucha duró seis años, y se vio salpicada de episodios vehemen­
tes, como fue el caso del impulsivo Schiff que se negó a estre­
char la mano del presidente Taft, tras una audiencia que le
dejó insatisfecho.793 El ardor de los militantes del A.J.C. se
basaba en el convencimiento de que la abrogación del tratado
llevaría consigo que el gobierno ruso atenuara o hasta supri­
miera la legislación antijudíá.794 Por fin, en diciembre de 1912,
el Senado y la Cámara de representantes votaron por unani­
midad en favor de la abrogación. Los judíos exultaron dé jú­
bilo. «Tengo la sensación de haber ganado el proceso más am-
portante de mi vida», escribió Marshall. «No puedo dejar de
pensar que este acto ha de tener unas consecuencias valiosas
Estados Unidos 265

para la historia de la civilización», remachaba Schiff.7*5 Grave


error el que cometía el combativfc banquero al decir estas
palabras, pues si el acto tuvo unas secuelas históricas, no fueron
precisamente las que él esperaba: no sólo nada cambió en la
condición de los judíos rusos, sino que para colmo él mismo
y su banca (Kuhn, Loeb and Co.) pasaron a ser prontamente,
junto a «Warburg», los símbolos por excelencia de las malé­
ficas finanzas judías; función que aún hoy asumen, según cier­
tas publicaciones tanto soviéticas como americanas.7”6
Mayor fortuna alcanzaron los resultados de las gestiones del
A.J.C. a propósito del insoluble problema de la «definición
racial» de los judíos. Sobre este punto, Marshall daba en 1913
libre curso a su ironía:

«En cierto sentido, soy caucásico y, en otro, soy


semita. Durante varias generaciones, mis antepasa,
dos vivieron en Alemania. En este aspecto, quizás
me he impregnado de algunas características de la
raza teutona. Nací en este país. No sé si esto me
convierte en un miembro de la raza americana,
pese al significado que ello pueda ten er...» 197

A este nivel, el A.J.C. debía luchar no sólo contra los agi­


tadores convencidos de que los judíos eran orientales o asiá­
ticos, sino además contra ciertos sionistas militantes, que pre­
tendían vanagloriarse de su raza, «hebraica» o similar. No
obstante, en 1909, quizás por suerte para el porvenir de los
judíos americanos, un colega de Marshall, el juez Julián W.
Mack, había logrado convencer a la Comisión competente (Co­
misión Dillingham) de que no existía una verdadera raza judía,
por consiguiente la «Hebrew race» quedó incluida administra­
tivamente en la «subdivisión eslava de la familia aria», clasifi­
cación que conservó hasta 1943.798
No es que estas fueran las amenazas más graves. Aun así,
cabe señalar como un hecho real que los últimos años de paz
presenciaron el aumento de una agitación partidaria de mante­
ner o, mejor dicho, de reconstituir el tipo «nórdico» de los ame­
ricanos. En vísperas de la entrada en guerra de los Estados
Unidos, aparecía el libro de Madison Grant, El declive de la
266 La Europa suicida

gran raza, que inspiró la leyes «restricrionistas» de 1921 y


1924.™ No cabe duda de que, para Grant, los judíos eran el
enemigo público n.° 1:

«Hay muchos extranjeros, escribía, que ya han sus­


tituido al individuo de vieja cepa en bastantes dis­
tritos rurales, y del mismo modo hoy dicho indivi­
duo se ve literalmente expulsado de las calles de
Nueva York por varios enjambres de judíos polacos.
Estos inmigrantes adoptan el lenguaje del america­
no de origen, visten sus ropas, le roban el apelli­
do y ya empiezan a quitarle sus mujeres (...) Nueva
York se está convirtiendo en una gloaca gentium,
que producirá abundantes híbridos de un género
asombroso y horrores étnicos que los futuros an­
tropólogos no acertarán a desenredar.» 800

Por supuesto, Grant, como racista consecuente, juzgaba


los acontecimientos de su tiempo en función de sus ideas.
Así se explica que sintiera hostilidad por las guerras, pues­
to que los nórdicos, dado su carácter de héroes despreocupa­
dos, aprovechaban cualquier conflicto bélico para lanzarse a
un suicidio racial:

«Como ocurre en todas las guerras desde el tiem­


po de los romanos, y considerando la situación
bajo un enfoque racial, la victoria corresponderá
finalmente, al hombrecito de tez morena. Todos
aquellos que presenciaron la marcha de nuestros re­
gimientos para guerrear contra los españoles queda­
ron impresionados por el contraste entre la talla de
los hombres rubios que formaban las filas y la de]
orondo ciudadano que, tan tranquilo en la acera,
aplaudía a los combatientes y se quedaba en reta­
guardia perpetuando su tez morena.» 801

Siguiendo con su óptica protectora de los arios, Madison


Grant analizaba la revolución de Octubre:
Estados Unidos 267

«Cuando en Rusia caiga el régimen bolchevique,


que sólo es cuestión de tiempo, habrá una gran ma­
tanza de judíos, y supongo que entonces nos lle­
garán las sobras, hasta que digamos basta802 (21
de octubre de 1918).»

La América que entró en guerra durante la primavera de


1917 ya era la América de Edison y de Ford, el país más po­
blado y más poderoso de Occidente. Aunque nunca hubiera
puesto en juego su integridad, excluida toda posibilidad de
invasión enemiga, demostró un fervor patriótico que no cedía
al de los países europeos, y se plegó a una autocensura que, más
escrupulosa sin duda que la de los ingleses o hasta que la de
los alemanes, sólo admitía una comparación con la de la «sagra­
da unión» francesa (al coincidir la decisión americana con la
caída del régimen zarista, ya nada impedía que los judíos asi­
milaran el entusiasmo general). El específico conformismo que
así se manifestaba era muy a las claras el que ya anunciara
Tocqueville proféticamente («En Estados Unidos, la mayoría
se encarga de proporcionar a las personas opiniones consuma­
das. .. Cabe prever que la fe en la opinión común llegará a ser
una especie de religión que tendrá en la mayoría a su pro­
feta»).803 Un periódico de Iowa resumía así los tres deberes
del buen americano en tiempo de guerra: «Adherirse a una so­
ciedad patriótica; predicar la inconveniencia de planear condi­
ciones de paz; descubrir lo que piensan los vecinos».804 Y tam­
bién los raudales de odio que de inmediato brotaron contra los
alemanes, la intensidad de las patrañas o la enormidad de
ciertos chismorreos sólo admitían una comparación con las
extravagancias francesas en este aspecto. Según ciertos rumo­
res, los agentes alemanes se las arreglaban para que Estados
Unidos sufriera una penuria de sal, de cerillas y de azulete;805
según otros, dichos agentes propagaban los gérmenes de la gripe
o introducían en submarino una variedad especial, alemana, de
palomas mensajeras que conectaban con los espías.806 En mu­
chos Estados se prohibió la enseñanza del alemán; la cbou-
croute, el sauerkraut alemán mudó de nombre para llamarse
ahora liberty cabbage; la multitud exigía que todo sospechoso
de origen alemán besara la bandera americana; si desobedecía,
268 La Europa suicida

lo rebozaba de plumas y alquitrán, al estilo del Ku Klux Klan,


o se limitaba a lincharlo.8®7
Nada tiene de extraño que, cuando se firmó el Armisti­
cio, estos furores patrióticos, en lugar de calmarse en una Amé­
rica superpertrechada para la guerra, se enardecieran contra los
bolcheviques. Y así fue como la Comisión senatorial encargada
de juzgar a los cerveceros y destiladores, sobre quienes recaía
la sospecha de servir de agentes a la Alemania imperial, aca­
bara investigando el peligro comunista.808 En este caso, hay que
tener en cuenta cierta candidez de los políticos americanos y,
sobre todo, la inmadurez que reinaba en los servicios de infor­
mación, presa fácil para los curtidos manipuladores del Intelli-
gence Service y de la difunta Okrana.
Ya en febrero de 1918, Edgar Sisson, representante en
Petrogrado del Committee on Public Information, había con­
seguido que le vendieran un lote de documentos fabricados
para demostrar que los bolcheviques obedecían ciegamente las
directrices del alto mando alemán. El gobierno americano tuvo
tan pocas dudas sobre su autenticidad que los hizo públicos;809
vale la pena advertir que semejante acusación, de fuente britá­
nica, ya había surgido en octubre de 1917 contra Kerenski.810
¿Cómo no relacionar a los judíos con una conspiración inter­
nacional? En setiembre de 1918, aparecía en Nueva York un
órgano llamado The Anti-Bdchevist, que combinaba el tema
ya clásico de la empresa judeoalemana con un tema nuevo:
eran los judíos los culpables de que Estados Unidos hubiera
entrado en guerra: eran ellos los que se las ingeniaban para
que la guerra se prolongara indefinidamente811 Podemos aña­
dir que, a partir del 19 de agosto de 1918, Marshall llamaba
la atención de Jacob Schiff sobre los rumores que atribuían la
revolución de Octubre a los judíos, y que Schiff, en una carta
al State Department, se apresuraba a distanciarse de los «ro­
jos».812 Aun así, no cesaban de afluir a este departamento in­
formaciones cada vez más alarmistas. Merece particular impor­
tancia un informe titulado «Bolshevism and Judaism», con
fecha del 30 de noviembre de 1918, pues estaba llamado a al­
canzar una notoriedad internacional que sólo se ha visto supe­
rada por la de los Protocolos.
Los archivos del State Department (que sobre esta cues­
Estados Unidos 269

tión no se abrieron hasta 1960) 813 indican el nombre de su


autor, el refugiado ruso Boris Brasol, ex funcionario del minis­
terio de Justicia que había participado en el proceso Beilis.
Conviene observar que, un año después, dicho informe hacía
nuevo acto de presencia, sometido esta vez al secretario de
Estado Lansing, tras haber recorrido el siguiente trayecto:
transferencia, sin duda por parte del mismo Brasol, al príncipe
Yussupov (el asesino de Rasputín), quien a su vez lo entregó
a sir Basil Thompson, el jefe del Intelligence Service, que en­
tonces lo pasó a la embajada americana, de donde salió con
rumbo a las manos de Lansing, que no se fio en absoluto de
su credibilidad. ¡Este era el procedimiento que utilizaban los
rusos blancos para alimentar el circuito de informaciones an­
glosajonas!
También figuran en los archivos del State Department di­
versos documentos elaborados (no se sabe por quién) para dar
mayor garantía al informe: uno de ellos aseguraba que el In-
telligence Service había logrado interceptar una serie de men­
sajes que los conspiradores judíos intercambiaban entre sí.
Por lo que atañe al informe, hay tres puntos que merecen
una atención especial:
De entrada, indicaba con precisión cuándo, cómo y dónde
se tomó la decisión de derrocar el régimen zarista: a saber, el
14 de febrero de 1916, en el barrio judío de Nueva York, por
un grupo de revolucionarios que operaba bajo la dirección
de Jacob Schifif.
A modo de conclusión, este informe citaba un párrafo de
los Protocolos que, curiosamente, era un fraude en segundo
grado, pues su redacción se había elaborado especialmente para
tal coyuntura: en ella, los Sabios judíos aseguraban hallarse en
condiciones de frenar cualquier rebelión de los Goyitn «con
ayuda de los cañones americanos, chinos y japoneses».814
Finalmente, el informe establecía la lista de los treinta y
un dirigentes, todos ellos judíos con excepción de Lenin, que
gobernaban Rusia. Esta lista no tardó en dar la vuelta al mun­
do: en septiembre de 1919, aparece en el primer número del
boletín del ejército blanco ¡A Moscú! (Rostov, a orillas del
Don); en marzo de 1920, en La Documentation catholique
(París); en julio de 1920, en el Morning Post; a su vez, el
270 La Europa suicida

órgano de Henry Ford, el Dearbom Independettt, reproducirá


varios de sus fragmentos. Por vez primera, la lista se hizo pú­
blica en febrero de 1919, ante la Comisión senatorial denomi­
nada «de los cerveceros y destiladores», precisamente cuando
el inconmensurable «Pánico rojo» (Big Red Scare) de la pos­
guerra comenzaba a ejercer sus estragos en Estados Unidos.
Efectivamente, a principios de 1919, América se sentía in­
quieta. Lo mismo que ocurriera en Europa, vina ola de huel­
gas se extendió tras el fin de las hostilidades (una de las más
espectaculares, y la primera registrada, fue la de los obreros
de la industria de la confección,815 casi todos ellos judíos). Había
además otros trabajadores que reclamaban la nacionalización de
los ferrocarriles y de las minas de carbón. En marzo, una de­
claración sensacionalista publicada por el New Yórk Times
anunciaba que los «rojos» proyectaban ocupar el poder en fecha
próxima."6 Aumentó el desasosiego tras una serie de atentados
con bombas y cartas explosivas.*17 En 1919-1920, millones de
americanos vivían con el corazón oprimido por un terror im­
preciso; se crearon cientos de comités ciudadanos y asociacio­
nes patrióticas, y el Ku Klux Klan resucitaba de sus cenizas.
Por si fuera poco, la caza de brujas podía sacar partido de cual­
quier actitud a ultranza nacida de las simpatías que muchos
liberales y radicales manifestaban, sobre todo al principio, por
la grandiosa experiencia social iniciada en Rusia; circunstan­
cia agravante, casi todos los primeros militantes pro comunis­
tas se reclutaban entre los inmigrados, antaño súbditos del
zar (proporcionalmente, los finlandeses encabezaban la lista,
muy por encima de los judíos).81* No obstante, también hubo
unos cuantos banqueros y empresarios de pura cepa anglosa­
jona que opinaban que convenía dar una oportunidad a los «so­
viets», e incluso una ayuda para que se mantuvieran en el
poder y luego comerciar fructíferamente con ellos.819
Sentadas estas bases, hubo gente, entre la treintena de
testigos interrogados por la Comisión senatorial, que alababa
las virtudes casi evangélicas del nuevo sistema ruso, «más hu­
mano, aseguraba el cuáquero escocés Frank Keddie, de lo que
jamás llegó a ser la cristiandad»:

«Creo, proseguía, que gracias al éxito de las leccio-


Estados Unidos 271

nes de Tolstoi en Rusia, ha y una gran proporción


de personas que, por lo que se refiere a la paz y a
la guerra, son mejores pacifistas y mejores cristia­
nos que los de todos los demás países.»820

El periodista Albert Rhys Williams hablaba de una espe­


ranza inmensa:

«Fijémonos en lo que allí ha sucedido: un pueblo


ingente, de 150.000.000 de hombres, ha roto sus
cadenas y se ha asomado a la luz. Esta, de entrada,
los ha cegado, pero luego, se han entregado a la
tarea de reorganizar la vida humana basándose en
la justicia, inspirados por el ideal de una nueva fra­
ternidad humana.» 821

Estos testigos de una revolución auténticamente rusa no


mencionaban para nada a los judíos, pero otros, que la aborre­
cían, hablaban largo y tendido, y hasta sabían indicar la pro­
porción que aquéllos alcanzaban entre los nuevos dueños de
Rusia: 2 /3 , según el cónsul William Huntigton, el primer
testigo; 3/4, según William W. Welsch, el ex director de las
sucursales rusas de la National City Bank; 19/20, según el
pastor George A. Simons, delegado de la Iglesia metodista en
Rusia.822 Pero, ¿de dónde sacaba esta cifra el pastor? Durante
su declaración, reveló que, el día antes, había recibido la visita
del Dr. Harris A. Houghton, el director de los servicios de
información militar para el Estado de Nueva York, y que éste
le había enseñado un ejemplar de los Protocolos, así como la
famosa lista de dirigentes judíos. El pastor dio lectura a la lista
delante de la Comisión, y al día siguiente todos los grandes pe­
riódicos americanos la publicaban. El pastor Simons refirió un
descubrimiento aún más sensacional: ¡los autores de la revolu­
ción no eran unos judíos cualesquiera, eran casi todos ellos
judíos americanos, procedentes del East Side de Nueva York!
Estas palabras, corroboradas parcialmente días después por
las de otro miembro del servicio consular, el Dr. Dennis, tuvie­
ron sin duda una repercusión considerable. Veamos algunos
de los párrafos del texto:
272 La Europa suicida

Simons: ... nos decían que cientos de agitadores


que habían seguido a Trotski-Bronstein procedían
del East Side de Nueva York. Me extrañó encon­
trar a tantos de ellos subiendo y bajando por el
Nevski. Hubo algunos que, al enterarse de que yo
era el pastor americano de Petrogrado, me paraban
y parecían muy contentos de ver a alguien hablan­
do inglés, pero su mal inglés demostraba que no
eran americanos de verdad; algunos me visitaron;
nos impresionó que, desde el principio, hubiera
tanto elemento yiddish en este asunto, y no tardó
en descubrirse que más de la mitad de los agitado­
res eran yiddishs...
Senador Nelson: ¿Hebreos?
Simons-. Hebreos, judíos apóstatas. No quiero ha­
blar mal de los judíos como tales. No siento ningu­
na simpatía por el movimiento antisemita, nunca la
he tenido, y nunca la tendré; cualquier clase de
pogrom me causa horror, Pero estoy firmemente
convencido de que todo este asunto es yiddish (...)
Senador Overman-, ¿No sería muy importante que
se descubriera que el movimiento bolchevique na­
ció en nuestro país, financiado por los alemanes?
Simons-. No creo que el movimiento bolchevique
triunfara en Rusia, sin el apoyo que le ofrecieron
ciertos elementos neoyorquinos, eso que se llama
el East Side...»

El pastor Simons afirmaba a continuación que el hombre


de la calle, en Petrogrado, decía: «Este no es un gobierno
ruso, es un gobierno alemán y hebreo», y que, según fuentes
dignas de todo crédito, de los 388 miembros del Soviet de
Petrogrado, sólo 16 eran rusos auténticos, y que los demás
eran judíos y de éstos 265, además de un negro, «el profesor
Gordon», procedían de Nueva York. Confesó sus fuentes:

«Simons: Ayer noche, un gentleman americano, el


Dr. Harris A. Houghton, vino a verme. Es capitán
del ejército americano. Yo llevaba seis años sin
Estados Unidos 273

verle. Me preguntó si sabía algo sobre los elemen­


tos anticristianos del movimiento bolchevique. Le
contesté: “Sí, sobre este tema lo sé todo.” Y él
dijo: “¿Está al corriente de eso que lleva el nombre
de los Protocolos?” Le contesté que ya los cono­
cía. “Tengo aquí un memorándum, me dijo, y el
invierno pasado, después de ímprobos esfuerzos,
conseguí hacerme con un libro titulado Redusti,
A n te c h r is t823 El Dr. Houghton se ha pasado todo
este tiempo estudiando el asunto. Posee ese libro,
que hoy no hay modo de encontrar, pues cuando
se publicó, los judíos de Petrogrado y de Moscú
compraron la edición entera. Este libro establece
la existencia de una verdadera organización. Pero
al hombre medio, en nuestra vida oficial, tanto en
Washington como en otros sitios, le da miedo abor­
dar el tema. Houghton me dijo que hasta sus pro­
pios servicios de información tenían miedo de ese
libro.
Senador King: Hábleme de ese libro. ¿Por qué es
tan peligroso? ¿Es anticristiano?
Simons: Es anticristiano, y revela las actuaciones
de esa sociedad secreta judía en su afán de conquis­
tar el mundo, y de paralizar las fuerzas cristia­
nas...»

El pastor Simons enseñó luego la lista de dirigentes judíos,


añadiendo que desde agosto de 1917 circulaban por Petrogra­
do listas de esa índole, y que por su parte conocía cuatro va­
riantes. Concluyó pidiendo que no se tergiversaran sus in­
tenciones: «Algunos de mis mejores amigos son judíos.»
El pastor Simons contaba además que «cuando los bolche­
viques tomaron el poder, apareció en Petrogrado una gran
cantidad de proclamas yiddish, y carteles enormes, todos en
yiddish. Era evidente que esa lengua iba a convertirse en una
de las lenguas importantes de Rusia». Por lo demás, al igual
que su homónimo británico, el reverendo B. S. Lombard,820
Simons no desaprovechaba la oportunidad de describir la «na­
cionalización de las mujeres» y los estragos del amor libre:
274 La Europa suicida

en conjunto, el americano se sentía aún más traumatizado o,


mejor dicho, intoxicado que el inglés. Sin embargo, también
su informador, el Dr. Houghton, un médico militar que a fina­
les de 1917 ingresó en el «Army Intelligence Service», da la
impresión de haberse vuelto un juguete en manos de los agentes
o empleados rusos que frecuentaban su despacho. Visiblemente
fascinado por los Protocolos, afirmaba que había pagado de
su propio bolsillo para que los tradujeran al inglés: según su
descripción, constituían «el programa anticristiano del movi­
miento nacionalista judío, o movimiento palestino».825 Debemos
añadir que, tras abandonar el ejército, este curioso médico ter­
minó sus días en plena miseria, como uno de los varios investi­
gadores antijudíos a sueldo de Henry Ford.82*
Al día siguiente, la prensa americana concedía amplio espa­
cio al pastor Simons. El New York Times titulaba en primera
página: Los agitadores rojos de esta ciudad ocupan el poder
en Rusia; los antiguos residentes del East Side son en gran
parte responsables del bolchevismo, dice el Dr. Simons. El
New York Tribune exhibía unos titulares aún más incendia­
rios. El East Side de Nueva York es la cuna del bolchevismo.
La dirección del terrorismo ruso sale de América, dice el Dr. Si­
mons ante el Senado. Tales titulares dejan rastro: el mito pasó
a la posteridad por obra del filósofo inglés Bertrand Russell
que, al regresar de un viaje a la Unión Soviética, desagradable
viaje, escribió que la insolente aristocracia bolchevique «esta­
ba compuesta por judíos americanizados».827
También sabemos que el Dr. Houghton repartía los Proto­
colos por los despachos ministeriales, y que daba conferen­
cias sobre tema tan excitante en los salones mundanos.828 Sabe­
mos asimismo que no fue el único provocador, o «burlador
burlado» de esa especie. Junto a él, podemos citar al oficial
de información John B. Trevor, abogado en la vida civil, que
después de la guerra se dedicó al estudio de los círculos «radi­
cales» judíos de Nueva York, y que en consecuencia cuidaba
de la instrucción de aquellos políticos hostiles a la inmigra­
ción; 829 más tarde, llegó a ser presidente de la Coalition of
American Patriotic Societies, es decir, unas organizaciones que,
a partir de 1933, secundaron la causa hitleriana en Estados
Unidos.830 Ya hablaremos más adelante de su colega, el perío-
Estados Unidos 275

dista Kenneth Roberts. A la sombra de estos hombres, distin­


guimos la silueta de sus confidentes, refugiados rusos casi todos
ellos (Natalia de Bogory, el general Cherep-Spiridovich, el con­
de Sosnovski y, sobre todo, el publicista Boris Brasol, que se
jactaba de haber escrito «dos libros que perjudicarán a los
judíos más que diez pogroms»),831 así como la de los profesio­
nales del Intelligence Service británico; como hemos visto,
unos y otros, fuera cual fuese la causa que defendieran, actua­
ban sobre todo movidos por el afán de derribar el régimen so­
viético. ¿Acaso encontraron imprevistos aliados de algún otro
bando? ¿Será verdad que varios magnates americanos, que gra­
das a los bolcheviques confiaban en penetrar el inmenso mer­
cado ruso, se las ingeniaron para que los judíos cargaran con
el oprobio de la operación? Esta es la hipótesis propuesta
por el historiador inglés A. Sutton, en su reciente obra Wall
Street and the Bolshevik Revolution (1974). Examinemos su
argumentación, basada en ciertos documentos del State Depart­
ment que hasta hace poco no eran accesibles:

«La persistencia con que se ha propagado el mito


de la conspiración judía sugiere que podía tratarse
de una estratagema para desviar la atención de los
verdaderos problemas y de las verdaderas causas.
Los documentos citados en este libro sugieren que
los banqueros neoyorquinos judíos desempeñaban
un papel relativamente menor en la ayuda prestada
a los bolcheviques, mientras que los banqueros no
judíos (Morgan, Rockefeller, Thompson) tuvieron
una actuación más importante. ¿Qué mejor forma
de camuflar el protagonismo de los verdaderos ma­
nipuladores que la de agitar el espantajo medieval
del antisemitismo?»832

Por admisible que sea, semejante hipótesis sigue siendo


aún hoy indemostrable: como la intoxicación reinaba en todas
partes, los documentos citados permiten varias lecturas. De
este modo, según una nota conservada en los archivos del
American Jewish Committee, parece ser que el propio presiden­
te Wilson, tras leer los Protocolos, censuró a su amigo
276 La Europa suicida

judío, el juez Brandéis, por haberlo traicionado. Pero, ¿quién


nos dice que este supuesto pavor de Wilson no se inventó de
pies a cabeza en la oficina del Dr. Houghton, para sembrar más
fácilmente el pánico entre los judíos?

Inmediatamente, las revelaciones del pastor Simons y del


cónsul Dennis se vieron refutadas por diversas altas personali­
dades americanas, y también por ciertos testigos, de modo que
al fin la Comisión no las tuvo en mucha consideración.833 Una
suerte muy distinta corrieron los dirigentes y militantes de las
principales «asociaciones patrióticas» y muchos otros ameri­
canos, empezando por Henry Ford, sobre todo teniendo en
cuenta que el pastor Simons se ratificaba en sus declaraciones
delante de los periodistas, y que hasta las enriquecía.834 Así
fue como cobró un nuevo impulso el problema de limitar la
inmigración, que desde hacía tiempo se hallaba a la orden del
día. Las campañas iniciadas a tal fin culminaron en mayo de
1921 con la promulgación de una ley que instituía un cupo
anual del 3 % por cada nacionalidad:833 según varios testimo­
nios, el objetivo principal de dicha ley pretendía obstruir la
inmigración judía, cumpliéndose así sobre todo los deseos del
anciano patricio Henry Cabot Lodge, el líder de los Republi­
canos en el Senado.836 En todo caso, a nivel interno americano,
los judíos eran los únicos que se veían afectados por las ofer­
tas de empleo que, en número creciente, pedían a los postu­
lantes que declararan su religión, o se limitaban a especificar
abiertamente: «Sólo para cristianos».837 Las discriminaciones de
esta índole estaban ya a punto de alcanzar su máxima cota (hoy
en día, algo queda aún de todo esto).838 En 1922, tras un viaje
a Estados Unidos, nuestro viejo conocido Hilaire Belloc elogia­
ba a los americanos por haberse sabido organizar la defensa:

«... incluso en Nueva York, la organización defen­


siva no ha hecho más que empezar... [En Gran
Bretaña] la clase dirigente inglesa en conjunto ya
no puede prescindir de cierta proporción de ju­
díos (...) Nada de eso ocurre en Estados Unidos.
No es fácil que admitan a un judío en los grandes
Estados Unidos 277

clubs, y casi siempre le cierran el paso; rara vez


utilizan su talento los estados mayores del ejército;
carece totalmente de auténtica posición dvil (...)
Hay no sé cuántos hoteles que se niegan a recibir
judíos. Como acabo de dedr, los prindpales clubs
se niegan a admitirlos; las universidades, Harvard
sobre todo, han organizado abiertamente su defen­
sa contra la invasión de nuevos estudiantes ju­
díos...» 839

Se explica la satisfacción de Belloc: en junio de 1922, James


Russel Lowell, presidente de Harvard, daba publicidad al pro­
yecto de un numerus clausus ofidal del 10 % para los estudian­
tes judíos. Por el hecho de surgir de la universidad america­
na más antigua y más prestigiosa, semejante medida hubiera
constituido un precedente muy temible, y Louis Marshall
opinaba que el caso era mucho más grave que las provoca­
ciones de los monárquicos rusos o que la propaganda de
Henry Ford. Al fin, el proyecto no prosperó, y Harvard rea­
nudó sus ocultos e hipócritas métodos de obstrucción, pared-
dos a los que por esa época aplicaban casi todas las universida­
des de la costa este. Debemos añadir que, a prindpios de la
década de 1920, y por las más diversas razones — excesiva
«celeridad ascensional» a juicio de unos, amenaza del orden es­
tablecido a juicio de otros, y de ahí ya pasados al clásico anti­
semitismo cristianoburgués— , los judíos de Estados Unidos
parecían destinados a polarizar todos los odios igual que en
Europa. Tras esbozar entonces un curioso balance, el filósofo
Horace Kallen se creyó autorizado a erigir el antisemitismo
como regla universal, valedera para todos los países de la cris­
tiandad.840 Perspectivas tan sombrías hicieron que el orienta­
lista Cyrus Adler, uno de los miembros fundadores del Ameri­
can Jewish Committee, formulara una autocrítica:

«En el mundo de estos últimos años, hemos cau­


sado un alboroto totalmente despropordonado para
el número que somos. Hemos hecho manifestacio­
nes, lanzado gritos, organizado desfiles, celebrado
congresos y ondeado banderas de un modo que no
278 La Europa suicida

podía por menos que llamar la atención mundial


sobre los judíos. Tras conseguir esta atención, no
podíamos esperar que ésta sólo nos fuera favo­
rable...» 841

También en el ambiente literario, los judíos comenzaban


a encajar duros golpes. Putnam y Doubleday, los dos grandes
editores de Nueva York, publicaban o proyectaban la publi­
cación de obras antisemitas, y el mayor Putnam, en privado,
prorrumpía en comentarios sobre los horrores del sionismo y
del bolchevismo. En 1920, el brillante crítico anticonformista
Henry Mencken escribía: «Abundan las quejas contra los ju­
díos, y su causa es execrable: justificaría diez mil veces más
pogroms que todo lo que hoy ocurre por el mundo»; y adapta­
ba al inglés un antiguo argumento germánico: «Piensan en
yiddish y escriben en inglés».842 Fitzgerald Scott describía «Jew
York» a través de su alter ego ficticio Anthony Patch:

«Más abajo, siguiendo una calle comercial de altos


edificios, leyó una docena de nombres judíos en
una hilera de tiendas. En el umbral de cada una
había un hombrecillo moreno que observaba a los
transeúntes con penetrante mirada; una mirada
que brillaba de sospecha, de orgullo, de lucidez, de
codicia, de comprensión. En Nueva York — ahora
ya no podía disociar la ciudad de la lenta y ras­
trera ascensión de esas gentes— , los tenderetes,
creciendo, extendiéndose, consolidándose, agitán­
dose, vigilados por ojos de buitre y por toda la
minuciosa aplicación de una abeja en los menores
detalles —pululaban por todas partes. Impresio­
nante espectáculo —y como perspectiva, formida­
ble» (The Beauíiful and the Damned, 1922).843

Quedaban ya lejos aquellos tiempos cuando el americano


se bañaba en su esplendor de blanco, sin más imagen contra­
puesta que la del negro; ahora, el secular privilegio de la piel
blanca se resquebrajaba por la presencia de una inmigración
«no nórdica», supuestamente de mala calidad. Las revistas
Estados Unidos 279

más populares difundían el tema, utilizando los términos de


raza «alpina» o «mediterránea» o «hebraica» 844 u «oriental»
para camuflar las habituales denominaciones insultantes que
que recibían alemanes, italianos y judíos, aunque de hecho se­
guía reinando una imprecisión a la hora de clasificar a los
j.udíos. Podemos dar por sentado que el clima de pánico rojo
mantenía y agravaba esta inseguridad típicamente racista. Publi­
cado en 1915, The Passing of the Great Race de Madison
Grant sólo había conocido un éxito aceptable; en 1920, The
Rising Tide of the Peoples of Color de su discípulo Lothrop
Stoddard se convirtió en un best-seller y mereció grandes en­
comios por parte del presidente Harding, clara encarnación del
americano medio: «Quienquiera que se dedique a leer atenta­
mente el libro de Stoddard... se dará cuenta de que el proble­
ma racial que se plantea en Estados Unidos sólo es un aspecto
del conflicto de razas que hoy acosa al mundo entero».845
Hay algo de Gobineau en Stoddard, cuando escribe: «Un
millón de años de evolución humana podrían no alcanzar el
objetivo, y el sumo producto de la vida terrestre, el hombre,
podría no realizar jamás el destino que tenía prometido.» Al
igual que Gobineau, no atacaba a los judíos (a quienes no
incluía entre los pueblos de color), ni siquiera cuando se ensa­
ñaba con «Lenin, rodeado de sus verdugos chinos»:

«Los puntos cardinales del bolchevismo... son


francamente repugnantes. Basta imaginar el efecto
que producirían semejantes ideas si lograran arrai­
gar, no sólo en nuestra civilización, sino además
en la misma fibra de la raza. La muerte, o la degra­
dación de casi todos los individuos que eviden­
cian facultades creadoras, y la tiranía de unos ele­
mentos ignorantes y antisociales constituirían el
mayor triunfo disgénico que jamás se ha visto, Al
lado de esto, los males engendrados por la guerra
parecían de una palidez insignificante...»

Por lo demás, la «fibra de la raza» americana ya estaba


gravemente dañada, a juicio de Stoddard, por la afluencia
«de las hordas verdaderamente extranjeras del sur y este de
280 La Europa suicida

Europa» (alusión, parece ser, que englobaba por igual a judíos,


eslavos y latinos). «Todo nuestro equilibrio, que tanto nos
ha costado adquirir — físico, intelectual y espiritual— , está por
los suelos y hoy nos debatimos en una auténtica ciénaga.. . » 844
Aunque Stoddard era el apóstol más ilustre de la raza nór­
dica, distaba mucho de ser el único, y había otros autores que
le superaban. Baste con dos rápidos ejemplos. Clinton S. Burr
opinaba que «el americano era el pensamiento radical de la raza
nórdica, desarrollado después de mil años de experiencias»,
inientras que las demás razas europeas se hallaban «impregna­
das de radicalismo, de bolchevismo y de anarquía»: este era el
caso sobre todo de la raza eslava, de origen parcialmente asiáti­
co.®47 Distinto era el enfoque de Alfred E. Wiggam; que invo­
caba la religión establecida en estos términos:

«Si Jesús se encontrara presente entre nosotros,


hubiera presidido el Primer Congreso eugénico.
Hubiera sido el primero en comprender la gran
significación idealista y espiritual de las generali­
zaciones de Darwin, del microscopio de Weismann,
de los guisantes de Mande! (...) La primera adver­
tencia dada por la biología a la política es que las
razas humanas avanzadas sufren una regresión; que
las razas civilizadas se precipitan al abismo, bioló­
gicamente hablando. m

De cara al público americano, los trabajos de Wiggam


tuvieron mucho más éxito que los de Burr.*49
Dedicaremos mayor espacio a Kenneth Roberts, colabora­
dor del Saturday Evening Post, el mayor semanario americano.
También este periodista había pasado por el servicio de infor­
mación (y en consecuencia, como es de suponer, había desarro­
llado su imaginación), dada su calidad de oficial destinado en
1918 al cuerpo expedicionario americano apostado en Siberia.850
Cuando lo licenciaron, recibió el encargo de efectuar un repor­
taje sobre la Europa de posguerra, sobre todo desde la perspec­
tiva de una emigración que volvía a emprender el camino de
Estados Unidos. En 1922, Roberts publicaba sus reportajes
en dos volúmenes; uno de ellos, titulado «W hy Europe leaves
Estados Unidos 281

borne», contenía los artículos referentes a la emigración. Esta


obra se componía de diversas partes muy distintas entre sí:
120 páginas antijudías por excelencia iban seguidas de 100 pá­
ginas benévolas sobre los refugiados rusos; a continuación,
40 páginas antigriegas que luego dejaban paso a un centenar
de conmovidas páginas sobre los ingleses y los escoceses. Gimo
la obra llevaba ilustraciones, la selección de documentos reve­
laba una de las fuentes de inspiración utilizada por Roberts,
pues las repugnantes caras de judíos alternaban con las atrac­
tivas «jóvenes de la vieja aristocracia rusa» o con «una dase
de costura para chicas rusas». El texto correspondía a la per-
fecdón:
«Qué excitante resulta enterarse de que hay una princesa
rusa sirviendo en un restaurant.» Más adelante venía la des­
cripción: «Una de las chicas más guapas que jamás he visto
en mi vida servía la sopa de coles. Tenía veintidós años, su
cabellera poseía el color de las panochas en setiembre, sus
ojos eran azules...» Esta «princesa Vododskaya» había nacido
en Tartaria; por consiguiente, cabe suponer que su prindpesco
origen mejoraba la extracción eslavoasiática. En efecto, Roberts
aseguraba que por norma general los refugiados rusos sólo va­
lían la pena cuando procedían del norte:

«Si tuviera que elegir a 500 rusos para confiarles


cualquier clase de trabajo: excavaciones o carreras
de automóviles, agricultura o contabilidad, siem­
pre los buscaría entre los aristócratas. Y esto, por
un buen motivo: la aristocracia rusa acostumbra a
engrosar sus filas con miembros de raza nórdica
—hombres muy altos, rubios, de cráneo alarga­
do— , mientras que la mayoría de la pobladón per­
tenece a la raza alpina (...) ese estúpido y obtuso
temperamento eslavo, deteriorado por siglos de ser­
vidumbre bajo sus amos severos que ya pensaban
por ellos.»

Aun así, Roberts parecía mostrar una buena disposición


hacia todos los refugiados rusos, independientemente de su
origen, y no disimulaba su indignadón: «La hez de la tierra
282 La Europa suicida

desembarca en América con relativa facilidad, pero los rusos


tienen que remover tierra, cielo y el State Department antes
de poder zarpar».851
La hez de la tierra eran en primer lugar los judíos, que
ni siquiera servían para las rudas tareas: éstas corrían a cargo
de italianos, polacos y eslovacos,852 si aceptaban el debido
control y una residencia asignada que evitara las aglomeracio­
nes urbanas.
Por eso Roberts preconizaba que el criterio de raza sus­
tituyera al de nacionalidad en vigor, con objeto de frenar la
afluencia de judíos, disfrazados de polaco o de rumano, «inasi­
milables, improductivos y económica y socialmente indesea­
bles». Para colmo, ¿no eran unos asiáticos? Invocaba en su
apoyo un artículo de la Jewish Encyclopaedia, interpretándo­
lo así:

«Además, no hay que olvidar que los judíos de


Rusia, de Polonia y de casi todo el sudeste de
Europa no son europeos: son asiáticos y, al menos
en parte, mongoloides. Ya hace tiempo que Califor­
nia comprendió la importancia de evitar que los
mongoloides entraran en territorio blanco: pero
aunque encuentren cerrado el Oeste, se lanzan a
millones sobre el Este. Claro, mucha gente bien
intencionada negará que los judíos rusos y polacos
tengan sangre mongoloide. Pero este hecho nos lo
confirma el artículo de la Jewish Encyclopaedia
que trata de los kazares. Dice el artículo que los
kazares eran «un pueblo de origen turco cuya his­
toria se entremezcla desde el principio con la his­
toria de los judíos rusos.»853

Podemos ver que acerca de la cuestión del «origen kazar»


de los judíos, Arthur Koestler no aporta ninguna invención.854
Por lo demás, Roberts llegaba al resumen más coherente
de su antropología cuando hablaba de Grecia:

«Todo cruce de orígenes produce inevitablemente


híbridos, y da igual que el cruce se efectúe con
Estados Unidos 283

perros o con hombres, y que suceda en el valle


del Nilo o en la llanura ática o a la sombra de las
siete colinas romanas o en las rocosas costas de
Nueva Inglaterra (...) Las páginas de la historia
están llenas de ejemplos de grandes civilizaciones
que han periclitado por culpa de una inmigración
incontrolada y de las hibridaciones resultantes.
A consecuencia de una inmigración incontrolada, ya
no queda nada de la raza griega, del genio griego
y de la nación griega. Desde hace dos mil años,
Grecia no ha producido ni la literatura, ni arqui­
tectura, ni filosofía, ni artes, ni ciencias... Los grie­
gos modernos quieren hacer creer a sus visitantes
que descienden en línea directa de los auténticos
griegos de la época de Pericles; pero si esto es así,
entonces cualquier limpiabotas griego de Nueva
Inglaterra desciende directamente de los primeros
colonos de Massachusetts. Los actuales griegos des­
cienden de esclavos asiáticos y africanos, de italia­
nos, de antiguos búlgaros, de eslavos, de hunos, de
hétulos, de avaros, de egipcios, de judíos...» 855

Es evidente que las diatribas que durante 1920-1921 ocu­


paban las columnas del Saturday Evening Post no cedían en
virulencia a las de los racistas alemanes. Y no se trataba en
absoluto de un caso aislado: otra revista popular e instructiva,
Good House-Keeping, llegaba casi a decir lo mismo en febrero
de 1921, con la publicación de un artículo del vicepresidente
Calvin Coolidge, titulado «¡De quién es este país?» 856 De los
americanos nórdicos, explicaba este importante personaje, y la
conclusión era obvia: para conservarlo, tenían que seguir de­
bidamente las leyes de la biología, evitando cualquier «mis-
cegenación», que era la expresión de rigor.
Queda por añadir que ni Coolidge ni Roberts se intere­
saban por el tema de los «bolcheviques judíos». Ni siquiera
cuando hablaba de «esa pandilla de granujas envilecidos que
han causado como nadie la ruina de una nación», Roberts alu­
día a sus orígenes; y en otro momento, manifestaba un cierto
orgullo por no haber creído nunca en el mito «de un movi­
284 La Europa suicida

miento sionista que quiera controlar y subyugar el mundo».


Tras realizar una investigación, se había convencido de que
todo eso no era más que «un chismorreo de lo más rancio»,
según su propio dictamen.*57
Había otros investigadores que llegaban a conclusiones
opuestas: el 19 de junio de 1920, seis semanas después del
incendiario artículo del Times de Londres, el Chicago Tribune
publicaba unas informaciones aún más sensacionales. El artícu­
lo, enviado desde París por su corresponsal europeo John Clay-
ton, llevaba este título: «Trotski conduce a los radicales judíos
en pos de lo dominación mundial; el bolchevismo no es más
que un instrumento de sus designios.» Destacamos el siguien­
te párrafo:

«Desde hace dos años, los oficiales de información


de los diversos servicios secretos de la Entente van
acumulando informes relativos a un movimiento
revolucionario mundial que nada tiene que ver con
el bolchevismo. Al principio, estos informes con­
fundían a los dos pero, últimamente, las líneas
generales comienzan a adquirir una mayor clari­
dad (...) La mente directora que da las órdenes a
los jefes menores y que financia la preparación de
la revuelta reside en la capital de Alemania. El jefe
ejecutivo no es otro que Trotski (...) Los objeti­
vos del partido radical judío no persiguen más al­
truismo que la liberación de su propia raza. Prescin­
diendo de esta circunstancia, dichos objetivos son
meramente comerciales. Quieren controlar las ricas
áreas comerciales y los centros de producción del
Este, los fundamentos del Imperio británico...
Creen que Europa se halla demasiado cansada y
que Inglaterra está muy débil para reprimir orga­
nizada en sus posesiones orientales...»

En este caso, parece evidente una intoxicación de fuente


británica.
Y luego vino el americano más popular y más destacado
del primer cuarto del siglo xx, Henry Ford.
Estados Unidos 285

Los contemporáneos comparaban a Ford con Abraham Lin­


coln, o con Karl Marx, o con Jesucristo.858 Poco faltó para que
no le eligieran presidente de Estados Unidos, en lugar de
Coolidge. Tanta popularidad, que alcanzaba un amplio eco
internacional, se justificaba por sus dos innovaciones funda­
mentales y complementarias: vulgarización del automóvil y
política de salarios altos. No obstante, pese a que se presentara
como un benefactor o un héroe de la era moderna, Ford, naci­
do en una granja de Michigan, siempre conservó la nostalgia
de esa vida rural sencilla que él, más que cualquiera en el
mundo, contribuyó a hundir en el abandono o en el despres­
tigio. Muchos han querido usar el enfoque de esta paradoja
para explicar la judeofobia del rey del automóvil, defensor de
los tiempos pasados.859 Sin embargo, hay otras singularidades,
y en primer lugar el vegetarianismo y otras abstinencias o
fobias (ni bebidas fuertes, ni café o té, ni tabaco) que aún
lo identifican mejor con Richard Wagner, Houston Chamber-
lain o Hitler.860 En semejante caso, el miedo al envenenamiento
se extiende fácilmente a otros dominios, habida cuenta de
sus inconscientes raíces arcaicas, y la compulsión del «rechazo
del cuerpo extraño», transferida a las relaciones interhumanas,
se inclina electivamente en contra de los judíos por evidentes
razones sociohistóricas. (Podemos añadir que cuando los judíos
culturalmente integrados se vuelven irreconocibles en tanto que
judíos y se prestan a confusión, estos supersticiosos temores no
hacen más que ir en aumento: sobre este punto, la teoría psico-
analítica sobre «el narcisismo de las pequeñas diferencias»
queda confirmada por diversos escritos y sucesos históricos).861
Sin duda, hay algunos caracteres excepcionales que poseen una
predisposición hacia las obsesiones de esta índole, superior a
la que posee la mayoría de los mortales.
En 1921, G. K. Chesterton, tras una vista a Henry Ford,
describía entusiasmado este encuentro, con un estilo muy
propio:

«Hay que admitir que es un multimillonario; pero


nadie podrá acusarlo de filántropo. No es un hom­
bre que se limite a querer dirigir; más bien actúa
dirigido por sus opiniones, que quizás se alzan con
286 La Europa suicida

él. Posee un rostro distinguido y sensible; por lo


que a él se refiere, ha inventado cosas de verdad,
al revés de tanta gente que sólo sabe aprovechar los
inventos; tiene algo de artista, y es luchador (...)
Si un hombre así ha descubierto que existe un
problema judío, es que existe un problema judío.
No será, desde luego, porque exista un prejuicio
antijudío...»862

Es fácil imaginar al ensayista inglés con su nostalgia de


las certezas medievales y al empresario americano aferrado a
ios valores rústicos de la época colonial, coincidiendo ambos
en su desconfianza por ese incomprensible pueblo ubicuo e in­
temporal. En semejante caso, los antisemitas procuran subrayar
«la diferencia». En su autobiografía, Ford hablaba del con­
traste que existe entre «la robusta grosería del hombre blan­
co, la ruda indelicadeza, por ejemplo, de los personajes de
Shakespeare, y el nauseabundo orientalismo que ha afectado
insidiosamente a todos los medios de expresión».863 En Francia,
un escritor de mejor calidad, Georges Bernanos, también esta­
blecía una oposición, al describir a su maestro Drumont, «el
chucho parisino, callejero y quimérico, tan cordial con sus
compañeros, [pero que] odia al gato sigiloso, calculador, cuyas
formas de vida se le antojan incomprensibles».864 ¡El perro y
el gato! A este nivel epidérmico o psicológico (en tanto que dis­
tinto del plano sociopolítico), no hay, al parecer, dos maneras
de ser antisemita a ambos lados del Atlántico.
Dicho esto, consideremos las inevitables determinaciones
accidentales. En el caso de Ford, influyó el papel desempeñado
por la pacifista Rosika Sdrwimmer en la mayor derrota de su
vida; en efecto, esta judía húngara fue la principal animadora
del «Crucero de la Paz» iniciado por el millonario a finales de
1915, con objeto de convencer a los europeos sobre la nece­
sidad de interrumpir la sangrienta contienda. El publicista
Hermán Bernstein también formaba parte de esta expedición,
que se cubrió de ridículo. Seis años después, durante una entre­
vista, Ford desahogó su rencor, ajustando sus reminiscencias
tal como sigue:
Estados Unidos 287

«A bordo del barco, había dos judíos muy promi­


nentes. No llevábamos siquiera 200 millas de viaje
cuando estos judíos empezaron a hablarme del pc^
der de la raza judía y de cómo controlaban el
mundo gracias al control que ejercían sobre el oro:
el judío, y sólo él, podía detener la guerra. Me
negué a creerlos y se lo dije: entraron entonces en
detalles para describirme de qué forma los judíos
controlaban la prensa y cómo tenían el dinero. Ter­
minaron convenciéndome. Me sentí tan asqueado
que me dieron ganas de ordenar el regreso del
barco...»
Ford explicaba luego que, tras averiguar así la causa de
las guerras y las revoluciones, quiso que sus conciudadanos se
enteraran.865 De hecho, fue lógicamente el clima americano de
1920, y bajo el efecto inmediato del provocador artículo del
Times, lo que le indujo a desarrollar su cruzada antisemita, en
mayo de ese mismo año. Podemos añadir que el portavoz que
se buscó, el periodista canadiense William Cameron, pertenecía
a la extraña secta cristiana de los «British Israelites», indis­
puesta al máximo con los hijos de Israel.866 (Más adelante,
Cameron se convertiría en el presidente de la pro nazi «Anglo-
Saxon Federation of America».)867
El 22 de mayo de 1920, el Dearborn Independent, sema­
nario adquirido por Ford en noviembre de 1918, publicaba un
primer artículo que denunciaba el poder económico de los ju­
díos. El artículo siguiente denunciaba el poderío político con­
seguido por una entidad curiosamente denominada «All-
Judaan». La descripción finalizaba con un comentario muy
sombrío:
«All-Judaan tiene sus vicegobiemos en Londres y
en Nueva York. Tras vengarse de Alemania, está
a punto de conquistar otras naciones. Ya posee
Gran Bretaña. Rusia continúa resistiéndose, pero
sus posibilidades son mínimas. Estados Unidos,
dada su tolerancia, presentan un campo promete­
dor. Cambia el teatro de operaciones, pero el judío
sigue siendo el mismo siglo tras siglo.»868
288 La Europa suicida

Llegó un furioso telegrama de protesta enviado por Louis


Marshall, y Ford replicó expresando sus dudas sobre el equi­
librio mental del otro.869 Por una vez, los judíos desistieron:
«Si entablamos una controversia, provocaremos un incendio
cuya extinción nadie puede predecir», escribió Jacob Schiff a
finales de junio.8™ Ese mismo día, el Dearbom Independent
comenzó a citar los Protocolos, que de ahora en adelante le
servirían de principal argumento. Al mismo tiempo, la so­
ciedad Ford entraba en contacto con una agencia privada de
detectives y organizaba una red de informaciones, de la que
formaban parte, bajo nombres cifrados, el Dr. Houghton, Nata­
lia de Bogory y otros varios refugiados rusos; uno de ellos,
Sergio Rodionov, salía de viaje para localizar en Mongolia el
original hebreo de los Protocolos.m Otros detectives se lan­
zaban a la búsqueda del hilo secreto que utilizaba Louis Bran­
déis para dictar sus órdenes a la Casa Blanca.852 Netamente su­
perados quedaban ya los excesos imaginativos del pastor Si-
mons; hay que reconocer, no obstante, que la credibilidad de
estas nuevas versiones gozaba de la confianza incomparable
que merecía el apellido de Ford. En agosto de 1921, apare­
cía la edición americana de los Protocolos: «Incluye una
segunda parte, escribió Louis Marshall, destinada a probar la
realización del complot que pretenden revelar los Protocolos...
Es peor que dinamita» (10-9-1921). Y al cabo de diez días:

«Los acontecimientos han demostrado que la po­


lítica del silencio fue un error. No sólo los artícu­
los de Ford aparecen cada semana sin disminuir
su violencia sino que, lo que es peor, los Proto­
colos circulan en cada club, en cada periódico, han
llegado a todos los miembros del Congreso y pa­
san por las manos de miles de personalidades. Son
motivo de discusión en todos los salones y todos
los círculos sociales...»873

SÍ nos fiamos de la revista America, estas discusiones se


prolongaban hasta las plazas públicas de Nueva York, aunque
la descripción que presentaba este órgano católico sugería que
los judíos habían recobrado rápidamente la iniciativa en su
Estados Unidos 289

propio feudo: «...N o habían transcurrido ni tres semanas cuan­


do ya resonaban por todas las esquinas de Broadway los gri­
tos estridentes de los vendedores de periódicos: “ ¡Léanlo todo
sobre el traidor Henry Ford! ¡Léanlo todo sobre el embustero
Henry Ford!” . Pronto se puso de manifiesto que, al menos en
Nueva York, el señor Ford no iba a monopolizar el paciente
oído del público». Y America ofrecía como ejemplo a sus lec­
tores la combatividad de los judíos: «No siempre es recomen­
dable imitar sus modales, pero su rapidez y su eficacia a la
hora de reaccionar contra cualquier insulto hecho a su reli­
gión son admirables».874
Sin embargo, hacen su aparición otras supercherías, éstas
convenientemente aderezadas de americanismo: que si Geor-
ges Washington ya había escrito que los judíos eran enemi­
gos más peligrosos que el ejército inglés; que si Benjamín
Franklin lo había ratificado anunciando para la segunda mitad
del siglo xx la dominación mundial de esos vampiros (tam­
bién hoy estos textos gozan de difusión).875 Pero por razones
que sin duda traen mucha cola,876 fue el libelo antibonapartis-
ta del menesteroso abogado Maurice Joly, disfrazado de Pro­
tocolos judíos y comentado por el «israelita» William Came-
ron, el que más mella hizo en los corazones americanos. Ford,
que vendía más autos que todos sus rivales juntos, y que en
1919 había vendido más de un millón, se hallaba entonces en
el cénit de su popularidad y de su poder. Sus agentes y con­
cesionarios tenían la obligación de reclutar un cierto número
de suscripciones (288, en un caso determinado) al Dearborn
Independent; asimismo, los artículos antijudíos se vendían
como folletos, en Estados Unidos y en el extranjero.®77 Las
principales «sociedades patrióticas» de Nueva York siguieron
el ritmo de Ford; en el caso de la «National Civic Federation»,
los judíos consiguieron que se censurara la propaganda anti­
semita, pero la «American Defense Society» continuó reco­
mendando por toda América la lectura de los Protocolos, «sean
verdad o mentira».878
En otoño de 1920, el giro alcanzado por las campañas anti­
semitas motivó que las grandes organizaciones judías, laicas o
religiosas, neutras o sionistas, hicieran por una vez causa co­
mún a fin de enfrentarse de la mejor manera al «problema más
290 La Europa suicida

serio que jamás se ha planteado al judaismo americano».879 El


1 de diciembre, hacían público un «Llamamiento a sus con­
ciudadanos», titulado Los Protocolos, el bolchevismo y los ju­
díos. Una vez más dentro de la larga historia de la dispersión,
surgían unos judíos que procuraban explicar el absurdo y la
falsedad de las acusaciones lanzadas contra ellos; pero en Es­
tados Unidos, podían enarbolar un nuevo argumento:

«Haciendo abstracción de un relato salpicado de


inverosimilitudes, el análisis de los Protocolos de­
muestra... que han de emanar de los más febriles
enemigos de la democracia. Abundan en cínicas
referencias a la Revolución francesa y a las nocio­
nes de libertad, igualdad y fraternidad. Glorifican
los privilegios y la autocracia. Se mofan de la edu­
cación. Condenan la libertad de conciencia. Afir­
man que las libertades políticas son una idea, no
un hecho, y que la doctrina según la cual un go­
bierno debe servir a su pueblo no es más que una
frase hueca.»

Como conclusión, este largo llamamiento expresaba su es­


peranza de que los «americanos auténticos» no dejaran de cen­
surar las calumnias y difamaciones antijudías.®80 La primera
reacción no se hizo esperar; el 4 de diciembre, el Consejo de
Iglesias protestantes decidía «lamentar los crueles e infunda­
dos ataques dirigidos contra nuestros hermanos judíos, y ex­
presar una total confianza en su patriotismo y su civismo».881
El 24 de diciembre, aparecía otro manifiesto «triconfesional»,
típicamente americano: firmado por los representantes más
eminentes de las tres religiones, condenaba las persecuciones
de minorías en todos los países del mundo, y luego conside­
raba el caso de la propaganda antisemita en Estados Unidos,
Al final, vale la pena advertir el detalle, dicho manifiesto ad­
mitía que los judíos se excedían un poco en su afán de noto­
riedad, a la cabeza de los movimientos revolucionarios:

«Reconocemos libremente que hay judíos promi­


nentes en algunos movimientos peligrosos para la
Estados Unidos 291

sociedad y el gobierno, pero también debemos re­


conocer que los judíos son prominentes en la ma­
yoría de movimientos filantrópicos, que algunos
de los ciudadanos más patrióticos y más inteligen­
tes de este país son judíos, y que todos los movi­
mientos peligrosos incluyen a no judíos. Los judíos
pueden ser buenos, malos o indiferentes, como ocu­
rre con todos los demás pueblos. Los americanos
podrían avergonzarse al recordar que algunos de
los bolcheviques residieron durante cierto tiempo
en Estados Unidos, y que la imagen que habrán
conservado de los tugurios de Nueva York, de las
minas de Pensilvania y de los mataderos de Chica­
go no es la más apropiada para atenuar su odio».882

Aparentemente, las opiniones alarmistas del pastor Geor-


ge Simons no habían caído del todo en el olvido.
Un tercer texto publicado el 16 de enero de 1921 reunía
a casi todas las personalidades que influían en la vida pública
americana, a excepción esta vez de los judíos. Tres presiden­
tes (Taft, Wilson y Harding), nueve secretarios de Estado, un
cardenal y muchos otros dignatarios eclesiásticos, rectores de
universidades, hombres de negocios y escritores —un cente­
nar de firmas en total— protestaban de la siguiente forma:

«Los ciudadanos abajo firmantes de origen gentil


y de fe cristiana reprueban y lamentan hondamen­
te la aparición en este país de una campaña orga­
nizada de antisemitismo dirigida con arreglo a (y
en cooperación con) otras campañas parecidas en
Europa... La ciudadanía americana y la democra­
cia americana sufren de este modo una provocación
y una amenaza. Protestamos contra esta campaña
orquestada de prejuicios y de odio, no sólo por­
que es manifiestamente injusta con aquéllos a quie­
nes ataca, sino también, y sobre todo, porque es­
tamos convencidos de que es absolutamente in­
compatible con una ciudadanía americana leal e in­
teligente (...) Creemos que no hay que apoyarse
292 La Europa suicida

en los hombres y mujeres de confesión judía para


luchar contra este mal, sino que, en un sentido
muy especial, este es el deber de aquellos ciuda­
danos que no son judíos ni por su origen ni por
su confesionalidad.. .» 883

En sus conclusiones, este manifiesto hacía un llamamiento


a los «modeladores de la opinión pública», exhortándolos para
que combatieran por todos los medios «esta agitación anti­
americana y anticristiana». Con todo, los apellidos america­
nos más influyentes o más notorios ya figuraban al pie del
texto: el célebre abogado Clarence Darrow, ateo militante,
lindaba con Evangeline Booth, el comandante del Ejército de
Salvación, y David Jordán, presidente de la Universidad de
Stanford, que antaño denunciara la hegemonía financiera de
los judíos, al lado de W. R. P. Faunce, presidente de la Uni­
versidad de Brown, que no toleraba ninguna discriminación
con respecto a ellos.884 Hubo algunos firmantes que manda­
ron cartas, para así expresar mejor su solidaridad; de este
modo, el ex secretario de Estado Robert Lansing revelaba que
el año antes, los Protocolos habían circulado por sus depen­
dencias y que habían llegado hasta su mesa, donde al fin se
interrumpió su difusión. También podemos citar la carta del
cardenal O ’Connel, que proclamaba que toda discriminación
religiosa o racial es antiamericana 885 (al parecer, este prelado
se había olvidado totalmente de que en Estados Unidos tam­
bién existían unos diez millones de ciudadanos negros...).
Dado su carácter, este gran manifiesto cristiano encontró
en la prensa y en la opinión pública una acogida tan unáni­
me y tan favorable que al cabo de pocas semanas resultó
que Henry Ford sólo era un caso aislado en Estados Unidos:
el 26 de abril de 1921, Marshall escribía que la agitación anti­
semita se hallaba «prácticamente agotada», y que «el movi­
miento Ford agonizaba lentamente».886 Aun así, el rey del au­
tomóvil, en lugar de capitular, anunciaba a los periodistas, a
finales de 1.921, que no tardaría en dar a sus compatriotas
«una lección de historia» a su manera: demostrar que en Es­
tados Unidos, los judíos habían provocado la guerra de Sece­
sión y el asesinato del presidente Lincoln, «y aún muchas
Estados Unidos 293

otras cosas, algo de historia americana que no se enseña en


las escuelas».887
Cumplió su promesa sólo de forma imperfecta pues, en
realidad, los artículos antijudíos del Dearborn Independent
comenzaron a espaciarse en 1922, y ya nadie mencionó nue­
vamente la guerra de Secesión o el asesinato de Lincoln. Por
otra parte, el periódico, que hasta entonces se había conten­
tado con atacar a «los judíos» de forma imprecisa, cometió
el error de criticar a algunos por su nombre. El abogado de
las cooperativas Aaron Sapiro, acusado de querer apoderar­
se del mercado del trigo, presentó denuncia, y las perspecti­
vas del juicio se presentaron muy sombrías para Ford. Ade­
más, como la General Motors le había arrebatado el primer
puesto, preparaba para 1928 el lanzamiento de un novísimo
modelo «A», con el que se jugaba el porvenir de la empre­
sa.848 De modo que, en verano de 1927, dada la situación,
decidió de súbito hacer la paz con los judíos. Rogó incluso
a Louis Marshall que redactara él mismo el texto de sus re­
tractaciones, y éstas, sin dejar de pretextar la ignorancia como
excusa, fueron todo lo completas y humildes que pudiera de­
searse:

«...Confieso que me he quedado muy escandali­


zado después de mi reciente repaso a la colección
del Dearborn Independent y al The International
Jew. Considero que es mi deber de hombre hon­
rado un desagravio por los daños ocasionados a los
judíos, compatriotas y hermanos míos, pidiéndoles
perdón por el mal que les he hecho, retirando, en
cuanto sea de mi alcance, las acusaciones proferidas
por estas publicaciones, y asegurándoles que a par­
tir de hoy pueden contar con mi amistad y mi bue­
na voluntad. Es inútil decir que los textos repar­
tidos por todo el país y por el extranjero serán
retirados de la circulación, que haré constar en la
medida de lo posible la desaprobación que me ins­
piran, y que de hoy en adelante la redacción del
Dearborn Independent se cumplirá de modo que
294 La Europa suicida

no pueda aparecer en sus columnas ninguna refle­


xión sobre los judíos...»889

No obstante, estas declaraciones, que los judíos acogie­


ron con entusiasmo, dejaron indiferente a la totalidad del pú­
blico americano. Está claro que la noticia resultaba demasiado
trivial, al carecer de cualquier relieve: lo que al gran público
le interesaba era que los judíos, por su singularidad, fueran
unos seres ajenos a las normas comunes y unos conspiradores
internacionales. Esto es lo que expresa en otros términos uno
de los biógrafos de Ford, tal como sigue:

«Como los errores de Ford se debían a esa mis­


ma ignorancia y simplicidad tan características de
mucha gente corriente, las masas no quisieron ad­
mitir que Ford se había equivocado, o bien, aun
admitiéndolo, no prestaron atención a sus tras­
piés.»890

Podemos añadir que aunque Ford reavivó por cuenta pro­


pia la tesis del complot judío, tal como ésta se desarrollaba
en los Protocolos, ya no lanzaba una acusación global contra
todos los judíos, sino que establecía una distinción entre la
oligarquía financiera, iniciada a los secretos de All-Judaatt, y
una mayoría de judíos inocentes que, por culpa de las ma­
niobras de los «controladores mundiales», quedaban «en si­
tuación desventurada».891 Por otra parte, se percibía la influen­
cia del «israelita» William Cameron en diversos fragmentos
del escrito, por ejemplo, cuando se aludía a la función de los
judíos en la economía de la salvación, o a Palestina, centro
del mundo: ea esta última cuestión, Cameron no perdía oca­
sión de recordar que Judá no representaba a todo el pueblo
de Israel, sino que sólo era una de las doce tribus, la que pre­
cisamente desde los tiempos bíblicos sembraba la discordia.852
Por consiguiente, más que incurrir en un antisemitismo mo­
derno, se trataba preferentemente de una forma original de
antijudaísmo cristiano.
En todo caso, los americanos no tardaron en olvidarse de
lo sucedido, mientras que Ford, efectivamente, mandaba que­
Estados Unidos 295

mar las colecciones de su periódico y todas las existencias de


The International Jew. Muy distinta fue la situación en Ale­
mania, donde Theodor Fritsch, «el gran maestre del antise­
mitismo alemán», se encargaba de difundir El judío internacio­
nal. Intimado por Ford para que lo retirara de la circulación
en su versión traducida, Fritsch reclamó una indemnización
por daños y perjuicios; siguiendo el consejo de Marshall, que
temía nuevos chantajes, Ford no insistió.893
Esta traducción alemana merece nuestra atención por di­
versos motivos. Si la hojeamos, lo que ante todo salta a la
vista, es la abundancia de notas a pie de página, insertas por
el traductor para mostrar su desacuerdo con el autor. A veces,
el antisemita alemán se enfurece: sobre todo, cuando su co­
rreligionario americano manifiesta su adhesión al Antiguo Tes­
tamento; y más aún cuando expresa el deseo de que algún
día se abran los ojos de los judíos y se conviertan. En tal
ocasión, Theodor Fritsch critica a Henry Ford de una mane­
ra que nos recuerda a Voltaire: «casi cada página del Antiguo
Testamento es inmoral».894 Otra peligrosa flaqueza del rey del
automóvil consistía en querer distinguir entre judíos «buenos»
y «malos»: no, exclama el traductor, eso supone una ilusión
muy temible, todos los judíos desprecian como un solo hom­
bre al género humano.895 Igualmente, cuando el autor, citan­
do Los judíos y la vida económica de Sombart, escribía que
el pueblo disperso, fueran cuales fuesen sus defectos, conseguía
un florecimiento del comercio, también el traductor, entonces,
se enojaba diciendo que de los judíos no podía venir nada
bueno. Y así continuamente. La verdad es que los americanos,
cagados por su humanitarismo o por cualquier otra razón —y
esta idea se repetía varias veces en las notas— , eran incapa­
ces de apreciar correctamente el problema judío.896
Pero en estas condiciones, ¿por qué los especialistas ale­
manes se obstinaban en promover una literatura tan dudosa?
Sin duda porque al prestigio mundial de Ford se unía su
desinteresada afición, su pertenencia a un mundo muy distin­
to, que no tenía nada que ganar denunciando judíos, y acaso
ipucho que perder: ¿no fueron sus mismas retractaciones una
oportunidad para que el Volkischer Beobachter nazi clamara
que los banqueros judíos al fin habían conseguido acabar con
296 La Europa suicida

el heroico y viejo luchador? 897 En suma, pabellón tan glorio­


so podía amparar casi cualquier mercancía.
Por lo demás, tampoco los adversarios de Ford prestaban
mucha atención a las divergencias existentes entre él y sus ad­
miradores alemanes. En esa época, hubo algunos órganos tan
serios como el Berliner Tagebdatt y el New York Times que
acusaron a Ford de financiar el incipiente movimiento nazi.89*
La circunstancia parece poco probable, y en general las sim­
patías que sentían los nazis por el millonario americano pa­
rece que no se vieron correspondidas. Hitler le cubría de elo­
gios y, una vez llegado al poder, lo condecoró; Himmler de­
claraba que la lectura de su libro le había abierto los ojos so­
bre el peligro judío.899 Por más que Ford se esforzara en sacar
de la circulación la obra que había creado, el veneno seguía
produciendo su efecto: el ejemplar de The International Jew
que he consultado en una biblioteca de París lleva estampado
el siguiente sello: «Crucero acorazado Jeanne d ’Arc, el cape­
llán».

V III. FRANCIA

No es fácil decir quiénes llegaron más lejos, en 1871-1914,


a la hora de hinchar el patriotismo, si los judíos franceses o
los judíos alemanes. Ya hemos evocado en diversas ocasiones
los entusiasmos germanómanos de los segundos, que culmina­
ron con el culto a Richard Wagner; 900 en Francia, los «israe­
litas» acentuaron el patriotismo hasta comulgar con la glori­
ficación de Alejandro III, el zar de los pogroms. Un drama­
turgo que por entonces estaba muy en boga, Albin Valabré-
gue, justificaba así el deber de felicitar a la flota del zar, días
después de que se firmará la alianza francorrusa:

«No somos hijos legítimos de Francia, sólo somos


sus hijos adoptivos, y esta condición nos obliga a
ser dos veces más franceses que los demás.» 901
Francia 297

Habrá quien diga que estas palabras no pasan de ser las


típicas de un hombre de teatro; pero en las sinagogas parisi­
nas se elevaban plegarias por la salud de Alejandro I II, co­
mentadas por el gran rabino Israel Levi en estos términos:
«Ante todo, debemos recordar que era un amigo d é Francia
y que, en interés de nuestra patria, su vida poseía un gran va­
lor». Hasta el antisemitismo del zar gozaba de un cierto fa­
vor a sus ojos: «Era un hombre convencido, incluso un faná­
tico, y actuaba de acuerdo con su conciencia al herirnos con
tanto rigor; por consiguiente, nada debemos reprochar de su
carácter».902 Así pues, ¿cuál era la actitud más oportuna que
conciliara honorablemente el patriotismo francés, tal como por
esa época se imponía, y la dignidad judía? Ya a principios de
la guerra, el poeta André Spire, uno de los pocos sionistas
franceses, no veía más salida que la de un heroísmo sobrehu­
mano:

«5.000 soldados judíos en Bulgaria, 170.000 en


Austria y más de 60.000 en Alemania demuestran
el mismo espíritu de sacrificio (...) ¿Por qué hay
tantos, sin embargo, que ponen en el combate un
ardor tan singular, hasta jactarse de desafiar a la
muerte? Sucede que el judío ha de asumir la de­
fensa de dos honras: primero la de su patria y
luego la otra, esa honra que le falta, según dicen
muchos, tan a menudo y tan injustamente. Así,
en una época en que el judaismo universal sufre
las mismas discordias que la Iglesia católica, que
el protestantismo universal y que la Internacional
obrera, subsiste entre estos judíos que se destru­
yen mutuamente una especie de lazo sublime: “To­
dos, ha dicho un periodista yiddish, quieren morir
por el honor del nombre judío”.» 903

Resurge de este modo ese principio que tanto conoce­


mos, según el cual sólo los judíos muertos llegaban a ser ju­
díos sin mácula,90* principio que, para colmo, algunos de ellos
mismos admitían: «Cuando usted lea estas líneas, que sólo
han de llegarle si perezco, habré adquirido definitivamente la
298 La Europa suicida

nacionalidad que reivindico, mezclando mi sangre con la de


las familias más antiguas de Francia, escribió a Charles Mau­
ras el sargento Pierre David. Gracias a usted, habré compren­
dido la necesidad y la belleza de este bautismo».9® Después
de la guerra, hubo algunos jóvenes judíos que invocaron pro­
fusamente el nombre de «este héroe judío de Action fran-
qaise».
Los Archives israélites, el órgano del Consistorio, actua­
ban con mayor discreción. Durante la fiesta de Hanouca, «la
del patriotismo judío en su expresión más sublime», citaban
a los judíos combatientes de todos los países, sin omitir «a los
israelitas alemanes, soldados del Káiser», para terminar con
una nota de esperanza:

«El patriotismo de los judíos de todos los países


se graba hoy con letras de sangre, y entre los re­
sultados positivos que compensa esta sanguinaria
contienda, figura la licitud de hacer constar la des­
aparición de todas las prevenciones antijudías...
Hay que conseguir que la fraternidad de los cam­
pos de batalla, sellada con sangre, sobreviva a la
guerra.»906

Pero precisamente, la causa de los combatientes cristia­


nos de todos los países no necesitaba en absoluto que la de­
fendieran de este modo, al margen de la indiferencia que di­
chos combatientes sintieran por los «resultados positivos» así
compensados. Aunque tales resultados se adecuaran a la moral
universal y a las intenciones bélicas proclamadas con tanto
énfasis, ¿acaso no se interfería también, por obra de una co­
yuntura bastante frecuente, la defensa de los intereses parti­
culares de los judíos?
Así se explica la necesidad de otras plétoras patrióticas,,
Los rabinos no rehuían la tarea: su manera de bendecir las
armas francesas mereció más tarde la siguiente descripción, tra­
zada con chirriante humor:

«La tora bajó del Sinaí... No obstante, ya hacía


tiempo que los rabinos le habían concedido la na­
Francia 299

cionalidad de los francos y la habían convertido


en una Lorena intrépida, en una hermana de la
Cruz de esta piadosa provincia de caballeros pia­
dosos. Antaño, la tora imponía a los hombres la
orden de no matar, los preservaba de la codicia
y la lujuria. Hoy, sus letras cuneiformes cantan La
Marsellesa y Vous ríaurez pas 1’Ais ace et la Lorrai-
ne, y profieren santamente el dicho de Cambronne
cuando se encuentran con los boches.» 907

¿Guasa? Pero acaso el excelente historiador Simón Schwarz-


fuchs, que además es rabino, no viene a decir casi lo mismo,
en otro tono, cuando escribe:

«Es... impresionante comprobar que, tanto en 1914


como en 1870, muchos soldados judíos alemanes y
muchos soldados judíos franceses no se preocupa­
ron por el aspecto fratricida que podían adquirir
las batallas; las reacciones políticas habían preva­
lecido por encima de cualquier afinidad basada en
una religión compartida.»908

Por lo demás, basta remitirse a ciertos textos de primera


mano de esa época: «Judío o cristiano, el boche nos inspira
siempre el mismo odio» (Archives israélites, 10 de junio de
1915), o, aún con mayor vigor, «el Dios de los franceses,
que no tiene nada en común con el Dios de los boches...»
{ibid., 19 de agosto de 1915); ¿cabría imaginar, en un ór­
gano católico, semejante herejía?
Desde óptica muy distinta, Thomas Mann inmortalizó,
como típica necedad francesa de 1914, «firmada Lévy, por
añadidura», estas altisonantes palabras del general de infan­
tería Camille Lévy: «Si por desgracia me viera en situación
de estrechar la mano de un boche, sumergiría la mía al ins­
tante en un orinal lleno de mierda para purificarla».909
Sin llegar a citar el ejemplo de este guerrero, L ’Univers
israélite atribuía a los judíos «un grado superior de amor a la
patria» (6 de julio de 1917). Hay que decir que en el bando
opuesto se alcanzaban casi los mismos extremos, invocando a
300 La Europa suicida

la tora en nombre de la razón que asistía a los alemanes; y,


por supuesto, para bendecir el ataque contra la tiranía zarista.
En verano de 1915, un centenar de rabinos austro-alemanes
lanzaba un llamamiento en tal sentido dirigido a los judíos
de los países neutrales (y, más específicamente, a los judíos
americanos). El Consistorio central replicaba en los siguientes
términos:

«Israelitas de los países neutrales (...) acordaos del


precio que tuvo que pagar el judaismo durante
1870. La Alemania victoriosa pretendió imponer
una doctrina de odio y brutalidad que sustituye­
ra las doctrinas de emancipación y de fraternidad
propagadas por la Revolución francesa; en nom­
bre de una ciencia adulterada, sus universidades
elaboraron una teoría de las razas que culminó con
el antisemitismo: el alemán, único heredero autén­
tico de la sangre aria, tenía que salvaguardar a
toda costa su pureza; el judío era el intruso se­
cular y había que excluirlo como fuera. Desde su
tierra natal, el antisemitismo invadió el mun­
do...»910

Evidentemente, mucha era la verdad que encerraba este


diagnóstico, y la Segunda Guerra mundial acabó por confir­
marlo como ya sabemos; no obstante, esta trágica aseveración
no hace más que dar mayor realce a la frivolidad de otras
plétoras consistoriales. «¡Viva el zar!», proclamaban el 17
de septiembre de 1914 los Archives israélites, asegurando que
el señor de todas las Rusias había prometido rectificar la le­
gislación antijudía; mes tras mes, los órganos judíos se sus­
tentaban en esta esperanza, y de vez en cuando se dedicaban
a citar las cruces de San Jorge y otras medallas otorgadas por
los generales rusos a sus soldados judíos. En cambio, dichos
órganos evitaban al máximo todo comentario sobre los ma­
los tratos antisemitas que abundaban en la retaguardia del
frente ruso, o hasta ponían en entredicho la propaganda de
guerra alemana.911 Cándidamente, Émile Cahen, el director de
los Archives israélites, escribía en la primavera de 1915:
Fronda 301

«Nuestro valeroso colega Gustavo Hervé sigue ocu­


pándose del problema judío en Rusia, desde las pá­
ginas de la Guerre sacíale. Lo que no presenta di­
ficultad alguna para un escritor de origen cristia­
no en un periódico de interés general, me parece
infinitamente delicado para un israelita... Por con­
siguiente, dejaremos que la prensa antijudía pole­
mice, si le conviene, con Gustave Hervé, que,
mientras dure la guerra, está muy decidido a no
participar en discusiones de esta índole.» 912

Así pues, el director del órgano consistorial, no contento


con dar prioridad a su deber patriótico de francés por enci­
ma de su deber religioso de judío, incitaba a los antisemitas
a que refutaran la verdad en su lugar. Sin embargo, este pro­
cedimiento suscitó una crítica indignada salida de sectores muy
distintos: en septiembre de 1915, el socialista Georges Pioch,
tras evocar el horror de los pogroms zaristas, condenaba a
Émile Cahen y a sus semejantes:

«Hay que explicar a estos colegas más serviles que


prudentes, y a tantos judíos ricos que se les ase­
mejan, que su pusilanimidad, su inhibición ante el
antisemitismo, como si éste fuera una fuerza e in­
cluso a veces una verdad, han servido para que
dicha corriente creciera tanto en adeptos como en
crímenes...» 513

Y Pioch criticaba a esos judíos nuevos ricos, tipo herma­


nos Reinach, que «cuando algún pobre judío ruso o polaco
solicita su ayuda, le contestan serenamente: “Todos vosotros,
judíos rusos o polacos, no paráis de fastidiarnos...”. O asi­
mismo: “No soy judío, que soy francés”».514
De este modo, la «izquierda» francesa tampoco desapro­
vechaba la oportunidad de recordar a los judíos su ingrata
postura, sobre todo cuando éstos, los Reinach por ejemplo,
sólo ansiaban suprimir sus últimos lazos con la ley de Moisés,
y hasta con la solidaridad judía. ¿Acaso no había escrito Théo-
dore Reinach un artículo muy notable para la Grande Ency-
302 La Europa suicida

clopédie, en donde decía que el judaismo, tras haber cumplido


con su gestión histórica y dictado su mensaje, ya «podía mo­
rir sin pesadumbre, bajo la losa de su triunfo»? 915 Sin duda,
a principios del siglo xx, la mayor parte de judíos franceses
compartían esta opinión, o esta esperanza, que se explicaba
sobre todo por la existencia, bajo la I I I . República, de un
sector de laicidad militante poderoso y muy oficial, sector
que además ellos consideraban como natural. En todo caso,
se trataba de una coyuntura específicamente francesa, tan pro­
picia a la total integración, culturalmente hablando, como rica
en ambigüedades, desde el punto de vista psicológico. A tal
fin, podemos recordar el tipo sartriano del «judío inauténtico»
Birnenschatz, el ex combatiente del Chemin des Dames, que
proclamaba que «los judíos no existían»,916 aunque Théodore
Herzl ya comentaba que los israelitas franceses no eran ni ju­
díos ni franceses.917
No por ello deja de ser cierto que, dado el mismo hecho
de su posición, el hiperpatriotismo de los judíos franceses les
aportaba muchos consuelos o gratificaciones psicológicas, pues­
to que algunos de sus más notorios detractores, como Mauri-
ce Barres e incluso Charles Maurras, otorgaban ahora certifi­
cados de buena conducta a los combatientes judíos. En efec­
to, en una Francia que antes de que se iniciaran las hostili­
dades parecía sufrir profundas disensiones, fresco aún el re­
cuerdo del caso Dreyfus y de la ley Combes cuyas consecuen­
cias parecían haber recluido definitivamente a Ejército e Igle­
sia en el bando de la reacción antisemita, hay que reconocer
que no hubo país beligerante que, como éste, observara de
mejor forma la unión sagrada que se proclamó en agosto de
1914. Ya hemos visto cómo en Rusia, en Alemania y hasta en
Gran Bretaña, las tensiones y sufrimientos engendrados por
la guerra degeneraban tarde o temprano en acusación del vie­
jo chivo expiatorio de los cristianos. En Francia, por el con­
trario, casi todos los acusadores callaron.
Y sin embargo, los principales pensadores de la derecha
se habían limitado a «postergar» 918 su antisemitismo mientras
duraran las hostilidades. Si examinamos esta actitud más de
cerca, comprenderemos que adoptaban esa postura tan fre­
cuente que dice «Yo no soy antisemita, pero...». Y además,
Francia 303

convendría distinguir entre la actitud ostentada en nombre


de la unidad nacional y las convicciones arraigadas, es decir,
entre las palabras y los sentimientos de esta derecha. «En
nuestros círculos, creíamos que los judíos sólo morían en los
artículos de Barrés...», comentó más tarde Henry de Monther-
lant, con cierta crueldad.919
Fuera cual fuese, la aceptación condicional y verbal de
que eran objeto los judíos franceses satisfacía a sus portavo­
ces. En octubre de 1914, Émile Cahen establecía un primer
balance triunfal: «Desde hace setenta y cinco días... no se
oye ninguna nota discordante, no se alza voz alguna [contra
los judíos]...». Su entusiasmo le llevaba a confundirse en agra­
decimientos, sin advertir que su pleitesía se deformaba de tal
modo que situaba dentro del bando antisemita al conjunto de
la prensa francesa:

«Para terminar, sólo me queda cumplir con un


grato deber. Quiero agradecer a todos nuestros co­
legas de la prensa francesa de París y de provin­
cias por su excelente proceder con respecto a los
israelitas. Ninguno de ellos desaprovechará la oca­
sión de rendir homenaje a quienes otrora conside­
ró como adversarios, pero que hoy ya sólo son
miembros de una misma familia.»920

Hubo que esperar hasta abril de 1915 para que Émile


Cahen, mediante un artículo titulado Lo que no cambia, re­
plicara a los ataques que se proferían en la Cámara de dipu­
tados contra esos «extranjeros indeseables». En septiembre
del mismo año, cuando dos judíos nacionalizados de origen
alsaciano,921 Émile Ullmann y Lucien Baumann, vieron vitupe­
rados sus propios apellidos, Cahen intensificó su emoción: «La
verdad es que no parece que la guerra actual haya modificado
mucho la mentalidad de la inmensa mayoría de nuestros com­
patriotas».922 Aun así, pocas semanas después, renacía su entu­
siasmo: «A pesar de ciertas desavenencias, la unión patrióti­
ca adquiere cada vez mayor entereza entre los hijos de nues­
tra querida patria» (9 de diciembre de 1915). «La fusión de
los diversos elementos que componen Francia se ha ido reali­
304 La Europa suicida

zando en razón de la sangre derramada y de una forma tan


absoluta que no existe potencia humana que pueda atentar con­
tra ella en lo más mínimo» (30 de diciembre de 1915).
Estas contradicciones se explican, parcialmente, por las
particulares suspicacias que recaían sobre los judíos de origen
germánico —aunque, en cierto modo, los demás también ex­
perimentaran esta tara. Efectivamente, podemos decir que tan­
to en tiempo de guerra como en tiempo de paz, toda esta pro­
blemática se hallaba dominada por la germanidad que la gran
masa de franceses atribuía espontáneamente a los hijos de Is­
rael: ¿acaso el barrio «judío» de Aubervilliers, donde des­
pués de 1871 se habían instalado muchos alsacianos y lorene-
ses, que habían optado por Francia, no se conocía, todavía en
pleno siglo xx, bajo el nombre de «la pequeña Prusia»? 923
Como de costumbre, hubo judíos que no dejaron de identifi­
carse con el retrato que se les achacaba y compartieron la sos­
pecha. Así fue como el subteniente Robert Hertz, estudiante,
escribía en 1915 a su mujer: «Había algo en la situación de
los judíos, sobre todo de los judíos alemanes recién inmigra­
dos, algo raro e irregular, algo clandestino y bastardo. Creo
que esta guerra es una buena ocasión de «regularizar la situa­
ción” para nosotros y para nuestros hijos».924 Si, desde la Edad
Media, los judíos siempre simbolizaban el Otro, el Extranje­
ro, ahora, dentro, del marco del extraño diálogo franco-prusia­
no, adquirieron una mayor tipicidad de «prusianos» o «alema­
nes», a un lado del Rin, mientras que al otro merecían los
epítetos de «welches» o «franceses»; dada la situación, lo sor­
prendente es que optaran patrióticamente por la Francia de
1914-1918. Sobre todo si tenemos en cuenta que sus apelli­
dos no hacían más que complicar las cosas: ¿cómo no iba a
provocar respingos, en esta Francia, un joven funcionario,
agregado al ministerio de la Marina mercante, que tenía la
desgracia de llamarse Grunebaum-Ballin? 915 La lógica infantil
sacaba de tales coyunturas unas conclusiones muy someras,
según nos cuenta, por ejemplo, el joven americano Julien
Green, alumno del lycée Janson de Sailly: «Comprendí que
había que odiar al judío igual que al alemán, de lo contrario
uno no era francés, y yo quería ser francés».926
Además, para opinar sobre la forma que tuvo de funcio-
Francia 305

nar la unión sagrada en el caso de los judíos, conviene saber


que la censura militar, por implacable que fuera entonces, no
manifestaba la menor propensión a frenar los ataques antise­
mitas. (Cómo no mencionar al respecto que el despacho de
la censura militar pasó sucesivamente por la dirección del ca­
pitán Joseph Reinach y del comandante Lucien Klotz, y que
también intervinieron otros oficiales judíos: azar o maquiave­
lismo del alto mando,927 la cuestión es que obviamente no
cabría imaginar la existencia de censores más indulgentes, en
materia de antisemitismo.) Los dos órganos que tenían la de­
nuncia de judíos como tema principal, y que siguieron apare­
ciendo durante las hostilidades, La Libre parole de Drumont
y L ’CEuvre frangaise de Urbain Gohier, conservaron su estilo,
y es evidente que el veneno que ambas destilaban llegaba a
ser más nocivo en tiempo de guerra. Así se explica que La
Libre parole denunciara en noviembre de 1915 la presencia
en París, amparados «por un firmán del gran rabino (...) de
cien mil individuos de dudosa nacionalidad, que, carentes de
toda documentación, presumían de rusos, rumanos o griegos,
y que, sin embargo, hablaban todos alemán, o una jerga yid­
dish»; 928 o bien denunciaba, en enero de 1915, a Émile Durk-
heim (cuyo único hijo acababa de morir en el frente), tildán­
dolo de «boche con la nariz falsa».929 No obstante, de forma
general, el periódico de Drumont había desarrollado sus cam­
pañas con cierta sordina o, mejor dicho, éstas habían adquirido
un tono más específicamente xenófobo (o antigermánico); a
base de meterse con los Rothschild y con otros judíos ricos,
no dejaban de recordar que sus apellidos «sonaban mal a los
oídos franceses».
No cabría decir lo mismo de Urbain Gohier, frenético «an­
tisemita dreyfusista» de antaño.930 L ’CEuvre frangaise le permi­
tía sobrepasar sus propios límites impunemente, recomendar
la lectura del libro «de Isaac Blümchen, Le Droit de la Race su-
périeure» (edición aumentada con el capítulo principal: ¡Fran­
cia, ayúdanos!);o denunciar, mediante otros embustes de cir­
cunstancia, al «rabino Víctor Basch», que sin embargo había
viajado a Estados Unidos en misión oficial, para recabar las
simpatías de los judíos americanos en favor de Francia.931
Así pues, la contención que ahora observaban la prensa
306 La Europa suicida

nacionalista y la prensa católica se debía únicamente a una


autocensura libremente tolerada, que adoptaba formas diver­
sas.
Por lo que se refiere a L ’Action franqaise, ésta ya decla­
raba el 2 de agosto de 1914, con palabras de Charles Maur-
ras: «Hoy, tenemos aquí al enemigo; pensemos sólo en ven­
cerlo... Lo que importa es la unión civil». «Respetaré la sa­
grada unión», decía por su parte Léon Daudet, en junio de
1915. De todas estas actitudes, destaca una interesante toma
de posición, con fecha del 26 de diciembre de 1915, cuando
Maurras publicó una larga y ferviente necrología del filólogo
Michel Bréal, ¡del dreyfusista Michel Bréal!

«...Bréal, aunque de origen judío, defendía a Fran­


cia con todos sus recursos: por lo esencial de sus
ideas, por sus gustos, por la claridad analítica de
su estilo y de su lenguaje. Formado con algunas
influencias de la escuela alemana, daba la impresión
de que, por reacción, hubiera llegado al encuentro
y al descubrimiento de nuestra patria en lo que
ésta guarda más celosamente: su genio, su tradi­
ción, sus humanidades...»

Más adelante, Maurras se preguntaba si Bréal «no poseía


un carácter francés algo excesivo para su mundo». Veamos
qué quería decir con esto:

«...N o se nos oculta el justificado horror que el


renacimiento provinciano y la lengua de oc suelen
inspirar a los israelitas. Michel Bréal se ocupó con
simpatía y admiración no sólo de la lengua y de las
obras maestras de Mistral, sino además, en cierto
grado, de que las escuelas de las regiones de oc
mantuvieran estos dialectos. No conozco a ningún
otro judío que haya evitado tan a fondo una acti­
tud centralizadora.»

Poco después, tras recibir la carta de un lector sorpren­


dido, Maurras puntualizaba sus afirmaciones: «Nuestro antise­
Francia 307

mitismo consiste en no admitir que Francia viva gobernada


por los judíos. Este firme afán puede coexistir con todos los
justos homenajes que se deben al mérito, sin que nadie pue­
da negarle la licitud de residir en donde sea» (5 de diciembre
de 1915).
Finalmente, al plantearse la sagrada unión, el 20 de junio
de 1916, Maurras precisaba su opinión:

«Henri Casewitz, que acaba de morir en el cam­


po del honor, era uno de los diez capitalistas ju­
díos que fundaron L ’Humanité. Lo decimos al igual
que en otras ocasiones hemos referido rasgos de
índole similar, justo cuando acabamos de enterar,
nos, sin que nos pese en absoluto inclinarnos ante
la grandeza de tales sacrificios (...) UAction fran-
qaise respeta a los héroes judíos... Nuestro antise­
mitismo ya planteó sus principios con anterioridad
a esta guerra; se confundía con nuestro naciona­
lismo que no ha variado. Nos hemos quejado de
ver que los judíos gobernaban Francia; nunca nos
disgustó que otros judíos la sirvieran. No hemos
esperado a la muerte de Henri Casewitz para de­
cirlo...»

En definitiva, está claro que L ’Action frangaise se con­


tentaba con aplicar la regla correcta: un judío muerto puede
llegar a ser un buen judío. Como si quisiera disipar cualquier
equívoco, Léon Daudet, lugarteniente de Maurras, mandaba
(o dejaba) reeditar en 1915, bajo el título L'avant-guerre, su
obra de 1912 sobre L ’espionnage juif-allemand en France. Su
contenido justificaba ampliamente el subtítulo:

«Vamos a demostrar de qué manera, al socaire del


régimen republicano, el alemán, guiado por su fu­
rriel judío, llámese Weyl, Dreyfus, Ullmo o Jac­
ques Grumbach, ha sabido encontrar en Francia
todas las facilidades, todas las complicidades y has­
ta todas las traiciones (...) Advertirá el lector que
la traición de Alfred Dreyfus, puesta en práctica
308 La Europa suicida

por Jacques Reinach, perseguía ulteriores fines que


nadie imaginaba, pues fue la señal para que una
horda oriental pusiera a nuestro país en manos
del alem án...»932

Y Daudet terminaba revelando el propósito de sus ideas:


«Este libro... enlaza a su manera con La Trance juive del gran
Drumont». Es evidente que no se equivocaba el rabino Mau-
ríce Liber cuando escribía que a pesar de las protestas de
Charles Maurras, L'Action franqahe, observando más de cer­
ca el caso, no se había desviado ni un ápice de su línea anti­
judía.933
Muy distinta fue la postura del antisemitismo militante
constituido hasta entonces por Maurice Barres, y esta postura
alcanzó mayor representatividad para el conjunto del bando
nacionalista o «anti-Dreyfus». Salvo apenas una singular ex­
cepción, fechada muy precisamente en noviembre de 1917, y
que ya comentaremos, Barres respetó escrupulosamente «la
sagrada unión», y hasta acabó revisando su antropología po­
lítica de forma muy consecuente, purgándola de su fatalismo
biológico; 934 forjó sobre todo el concepto de las «familias es­
pirituales de Francia» que, fueran socialistas o monárquicas,
creyentes o laicas, hacían gala de una adhesión similar, inde­
finiblemente mística, a la madre patria: se trataba, escribía,
de «algo más profundo que la fe religiosa»; desde esta nueva
perspectiva, el judaismo se convertía en una de las formas
de la «religión francesa», una religión abierta a todos los hom­
bres de buena voluntad.935
En sus artículos de L ’Écho de París, Barres, a finales de
1916, examinaba la «familia espiritual israelita» y pasaba re­
vista a los gloriosos hechos de armas de los combatientes ju­
díos, fueran éstos practicantes o ateos, franceses o extranje­
ros. Quizás valga la pena apuntar que esta lista honorífica se
iniciaba con el sacrificio de aquel personaje fuera de serie que
fue el sionista ruso Amadeo Rothstein, muerto «al servicio
de quienes más quería, pese a que él se sintiera distinto. Es
uno de los múltiples padecimientos de una Israel errante».936
El matiz sin embargo, por penetrante que fuera, perduraba
Franaa 309

como una excepción: veamos cómo a partir de entonces enten­


día Barrés la regla:

«Cada uno de nosotros, en nuestra aldea, en nues­


tro mundillo, no cesa de clasificarse como católico,
o protestante, o socialista, o judío. De repente,
aparece algo esencial que nos es común a todos.
¡Ser francés! Somos el río de Francia dispuesto a
precipitarse en el interior de un largo túnel de es­
fuerzos, de sufrimientos (...) Se ha reconstituido
el honor nacional. Lo que acaba de ocurrir ya na­
die podrá decir que no ha ocurrido.»

«Siempre se dirá que el rabino trajo el crucifijo, y que


a su vez contó con el apoyo del cura», proseguía el apóstol
del nacionalismo francés.917 Evocaba así un episodio que, des­
de agosto de 1914, se convirtió en el mejor símbolo de la
sagrada unión: el capellán Abraham Bloch, en su intento de
aliviar la agonía de un soldado católico, le presentó un cru­
cifijo y, al instante, también cayó mortalmente herido. Ya po­
demos suponer el eco inmenso que obtuvo semejante gesto,
relatado no sólo por la prensa francesa, sino además por pe­
riódicos de Suiza, Canadá y Méjico.938 Poco después, el bom­
bardeo de la catedral de Reims proporcionaba a la Sinagoga
la ocasión de sellar un pacto patriótico con la Iglesia, y las
cartas que se cruzaron entre el gran rabino de Francia y el
arzobispo de Reims alcanzaron una gran publicidad, menor
apenas que el sacrificio del rabino Bloch.939 De todas partes
afluían más testimonios de esta alianza interconfesional: desde
predicadores en boga hasta humildes curas rurales y capella­
nes militares. Salvo escasas excepciones, el clero francés mul­
tiplicó entonces sus pruebas de simpatía hacia Israel.940 Ha­
bían transcurrido veinte años desde las querellas del caso Drey­
fus y Francia, obsesionada, cabe suponer, por la pesadilla de
una reincidencia, se convertía en el único de los grandes paí­
ses beligerantes que, a nivel de vida pública, respetaba casi ín­
tegramente la sagrada unión.
310 La Europa suicida

Veamos ahora cómo observaron la tregua los mismos com­


batientes, que como ya sabemos vivían separados por un abis­
mo del resto de la nación: ¿esa «fraternidad de las trinche­
ras» se cumplía en la práctica a un 100 % ? La pregunta nos
exige que recordemos aquella clásica distinción entre judíos
«indígenas» y judíos foráneos, distinción que se acentuaba so­
bre todo en el caso de Francia.941 Durante la guerra, quedó ló­
gicamente consolidada por un factor institucional: los judíos
franceses, como es natural, pasaban a una movilización auto­
mática, mientras que la mayoría de judíos foráneos, en cam­
bio, se alistaron como voluntarios; esto no obsta para que,
de hecho, la minoría (menos del 30 %) que no se presentó
en las oficinas de enganche fuera la que acabó encarnando por
excelencia la figura de «el judío» 942 desde la óptica de la po­
blación de la capital. El diputado de París Joseph Denais,
usando de una cierta sutileza semántica, describió así a esta
«cosmopolita turba»:

«Corren por ahí miles de mozos apuestos, seudo-


rrusos, seudogriegos, seudorrumanos, seudopolacos,
seudoitalianos o también españoles, armenios, etc...,
cuyo mayor temor es el reclutamiento. Gente así
invade nuestras casas sin pagar alquiler, cobra sub­
sidios de paro, come en cantinas populares e in­
sulta a las mujeres que tienen marido e hijos com­
batiendo en nuestras fronteras. ¿Ha de durar mu­
cho este escándalo?» 943

A resultas de estas denuncias, las comisarías de policía


convocaron en julio de 1915 a los «nacionales rusos», es de­
cir la categoría con mucho la más nutrida de todos estos seu-
dos que, por ser «de religión judía», tenían vetado el acceso
normal a sus respectivas embajadas.944 La orden respondía al
deseo de verificar en qué situación se encontraban, y el control
subsiguiente (recordemos al respecto que, en Alemania, la
Judenzablung de 1916 afectaba globalmente a todos los ju­
díos) 945 provocó un pánico entre los judíos foráneos, hasta el
punto de que muchos decidieron marcharse de Francia. La
agitación antifrancesa que muchos de ellos practicaron luego
fronda 311

en los países neutrales (sobre todo en Estados Unidos) fue fi­


nalmente el motivo de que las autoridades militares examina­
ran en serio la dramática suerte de los judíos que se habían
alistado como voluntarios.
En efecto, éstos habían quedado integrados en la Legión
extranjera, donde soportaron tantos atropellos y vejámenes
que, en 1916, un informe de la Comisión de extranjeros del
ministerio del Interior describía así la situación:

«Algunos suboficiales no se dieron cuenta de algu­


na de las especialísimas condiciones en que se ha­
llaban estos voluntarios; los trataban como a le­
gionarios comunes, quizás con mayor dureza; los
acusaban diariamente de haberse alistado sólo por
el rancho que les tocaba. “Es un infierno”, le es­
cribía a su padre uno de ellos, joven muy cultiva­
do. Fue en vano que solicitaran el derecho a un
traslado a regimientos populares: sus solicitudes
se vieron rechazadas. Se fue creando entonces un
clima de amotinamiento que al fin estalló, tras un
incidente trivial. 27 soldados judíos rusos, que no
obstante declaraban sus deseos de servir en un re­
gimiento francés, se negaron a obedecer las órde­
nes de sus superiores, con objeto de llamar la aten­
ción del alto mando. Siete fueron condenados a
muerte y ejecutados. Murieron como valientes gri­
tando: ¡Viva Francia! ¡Viva el ejército! ¡Abajo la
Legión!»

Es evidente que, en estas condiciones, los voluntarios ju­


díos (y más generalmente, foráneos) pasaban a ojos de sus
hermanos de armas franceses por soldados que «no son como
los demás», máxime teniendo en cuenta que la Legión extran­
jera no gozaba de buena reputación entre el resto de la tropa.
Días después de una cruenta batalla, un voluntario judío es­
cribía » su familia:

«A lo mejor os preguntáis cuál es la causa de tan­


ta valentía. ¡Pues bien! Vivir ya nos resulta inso­
312 La Europa suicida

portable. Seis meses de sufrimientos físicos en las


trincheras, sin más consuelo moral por parte de los
soldados franceses que el de decirnos: ¡Habéis ve­
nido por el rancho! ¡Bueno, pues el rancho ya lo
hemos pagado de sobra y hasta le hemos puesto
un precio! Sostenedme con vuestras cartas, hoy
me siento tan solo...»946

Finalmente, gracias al efecto conjunto de las campañas


de prensa americanas y francesas («¡Por ese capricho de sa­
tisfacer a unos cuantos tenderos del distrito IV, vais a gana­
ros la enemistad de tres millones de judíos americanos!», es­
cribía La Guerre sociale en noviembre de 1915),947 los volun­
tarios obtuvieron el derecho a traslado para ingresar en el ejér­
cito regular, derecho que aprovecharon rápidamente.
Por otra parte, parece que el antisemitismo, según su gra­
do de vigencia en el ejército francés de 1914-1918, era una
actitud más propia de suboficiales que de tropa. Existen al
respecto dos notables testimonios, los de Henry de Monther-
lant y de Pierre Drieu La Rochelle, que por su contraste se
complementan a la perfección desde cualquier perspectiva.
En 1927, Montherlant, tras decidirse a escribir un recuer­
do singular, redactó su ensayo Un petit juif á la guerre. El
texto relataba sus relaciones con Maurice Leipziger (Maurice
Danziger, en realidad), un recluta voluntario de 1918, dos años
más joven que él y que, durante un bombardeo, le había sa­
cado de apuros. Desde aquel momento, Montherlant y «Leip­
ziger» fueron amigos inseparables: según la descripción del
primero, este intrépido judío, servicial y culto, estaba dotado
de las mejores cualidades, si exceptuamos los buenos moda­
les. Sus dos hermanos mayores habían perecido en la contien­
da, y él mismo debería correr igual suerte: aun así, seguía
siendo «Leipziger, habitante de Leipzig, y por lo tanto judío
alemán».948 Y a pesar de la intimidad de sus relaciones, el
soldado Montherlant no lograba desprenderse aparentemente
de unas sospechas sobre su casta:

«En nuestros círculos, creíamos que los judíos sólo


morían en los artículos de Barrés, y hasta criti­
Francia 313

cábamos a Barres por haberle consagrado un ar­


tículo a los judíos combatientes: seguro que ha­
bían abusado de su buena fe (...) en 1918, yo adop­
taba las ideas que me llegaban, y más bien tenía
tendencia a creer que el arrojo no era una virtud
judía.»

La actitud de los suboficiales mantenía estas sospechas.


Por lo que atañe a la actitud de los soldados rasos, vea­
mos cómo la describe Montherlant:

«Aquella noche, pregunté a algunos compañeros


de Leipziger que cómo se había portado éste du­
rante el tiroteo. Me dijeron que el poco tiempo
que llevaba en el regimiento aún no le había dado
ocasión de entrar en fuego, pero que a juzgar por
lo que le habían visto, era como los demás. Elo­
gio que de inmediato atenuaron para insinuar que
nadie se fiaba de él. — Pero, ¿por qué? — ¿No te
das cuenta de que es un enchufado? Creo que pen­
saban confusamente que no era legal que un ju­
dío se hallara en la trinchera con ellos. ¿Cómo ha­
bía ido a parar ahí? Seguro que por error. Seguro
que cualquier día de estos, les daba esquinazo. Y
no parece que les extrañara, sin duda porque nun­
ca lo habían considerado como uno de los suyos.
La idea de que Leipziger se volviera a la retaguar­
dia o a la semirretaguardia era tan lícita como el
pato que regresa al lago, como el pájaro que alza
el vuelo.
»Poco después, Leipziger me recibió con expre­
sión sonriente, afable, la misma que usaba con
todo el mundo, y a veces me pregunté si, sim­
plemente, no se trataba de la típica sonrisa pro­
fesional del tendero: ¿Qué desea la señora?...»

Así veía las cosas el Montherlant de 1918. Sin embargo,


el de 1927, que ya podía «charlar de Leipziger con algunos
amigos judíos, preguntarles sobre Israel y, si hace falta, ense­
314 La Europa suicida

ñarles estas páginas, cuando se hayan escrito», no demuestta


apenas mayor comprensión por este compañero que recitaba
Verlaine a los soldados o que «durante una crisis típicamente
judía, delira sobre Wilson: «No es un hombre, es un Dios
(sic)». Por eso, antes de visitar a la madre del «pequeño ju­
dío», repasa mentalmente las preguntas que hubiera debido
hacerle cuando él aún vivía:

«Todo lo que ni siquiera insinué durante mis


charlas con Leipziger, pensé que hoy lo hubiera
planteado abiertamente. Le hubiera dicho: Yo sé
por qué lucho: por una vida más fuerte y más ele­
vada. Pero tú, ¿cómo puedes combatir por una
nación que no es la tuya, por una raza que no es
la tuya? ¿Qué sentimiento te inspiran a ti, hom­
bre de Leizpig, los alemanes? En fin, ¿qué es lo
que llevas dentro?»

Un petit juif a la guerre se publicó en 1932. En cambio,


mediante La comedie de Charleroi, publicada en 1934, y que
parece ser la réplica burlona de la primera,949 Drieu La Ro-
chelle proponía una interpretación opuesta: el afán de demos­
trar que era totalmente francés será la causa de que Claude
Pragen, cuya madre, «al hacerse católica, había soñado con
que vivía en Francia desde quince siglos atrás», combate y en^
cuentra la muerte:

«A propósito, ¿por qué ha muerto Claude? Qué


sé yo. Por Francia. Quizás él luchó por Francia
porque era judío. ¿Pero yo? (...) Tardaría años
en entender...»

Sin embargo, al cultivar así la paradoja, acaso con la in­


tención de humillar a Móntherlant humillándose a sí mismo
(«Se me ha roto el orgullo. Ya no hay lustre que valga»), ¿no
coincidía Drieu con las verdades subjetivas de un André Spi-
re,950 yhasta de un René Groos y de tantos otros judíos des­
trozados?
Claude Pragen es, fisiológicamente, un mal combatiente:
Francia 315

«Días antes de la batalla, le vi, menudo, pálido, pese a su tez


morena, con los quevedos en precario equilibrio, encorvado y
tenso, pegada la mano a la costura del pantalón, suplicando
al coronel que no lo evacuara». En cambio, el judío argelino
Élie Bensimon, que salva a un Drieu herido, es soldado nato,
capaz de aprovechar «su larga experiencia de infortunios» para
lograr los reflejos necesarios, en momentos de peligro:

«Contemplaba mis muecas de comediante ensan­


grentado presa de un sollozo inexpresivo; pensaba
que me habían tocado bien (...) De repente, Fran­
cia y los franceses me inspiraban una rabia horri­
ble. Quería alejarme de ellos. Los aborrecía (...)
Cállate, me dijo Bensimon, estás loco. Te han dado
en la cabeza.
—Ya lo arreglaremos — me repetía.
— ¿Qué es lo que vamos a arreglar? ¿Mi herida o
la guerra? Te aseguro que esta guerra no hay
quien la arregle. Francia es un pueblo jodido, sin
dignidad ni presencia.
— Cállate. Estás sangrando, hablas demasiado...»

Un tercer soldado judío, Joseph Jacob, también da mues­


tras de heroísmo. Gracias a él, cabe decir que La comédie de
Charleroi alcanza sus puntos culminantes:

«...Nos zurraban por todas partes. Ya era impo­


sible defender la cresta.
»En ese hoyo no había ni muertos ni heridos, por­
que nadie se exponía apenas. Pero Jacob se ex­
ponía.
»Joseph Jacob. Era un judío. Uno de esos judíos
que dice la gente. ¿Qué es un judío? Todos lo ig­
noran. Pero, bueno, lo dicen. Personalmente, era
muy pacífico, poco intrigante, bastante buen mozo,
muy vulgar, nada fino, ni intelectual. Un agente
de bolsa, de escasa envergadura. Tenía una nariz
fina y bonita, llena de pecas.
»Le dieron en el vientre. Cayó del talud. El capi­
316 La Europa suicida

tán Étienne, como si el talud no fuera lo bastante


alto, gateó hasta acercarse a Jacob.
»E1 capitán de la 10.a compañía, que se llamaba
Étienne, era cristiano. ¿Qué es un cristiano? Un
hombre que cree en los judíos. Tenía un Dios, creía
que este Dios era judío y, por eso, dedicaba a los
judíos un odio lleno de admiración. Se había pasa­
do el año entero vejando a nuestro camarada en el
cuartel de la Pepiniére; no quería que fuera capi­
tán de reserva.
»E1 capitán Étienne llevaba un buen rato mirando
a Jacob. Era tremendo lo francés que podía llegar
a ser Jacob, aspiraba a hacerse matar por Francia.
Lo que han tenido que aguantar los judíos por las
Patrias, en esta guerra...»

Los judíos, ¿los únicos patriotas de verdad, o los únicos


patriotas de los países cristianos que sentían una motivación
auténtica? Da la impresión de que las paradojas del ex com­
batiente Drieu escondan ese rechazo de los valores tradicio­
nales y ese derrotismo pacifista que con tanta frecuencia pre­
ludiaron «el compromiso fascista», que había de suponer el
triste fin de sus días. En 1928, Drieu sugería a los franceses
que se convirtieran en «los judíos de los Estados Unidos de
Europa»;951 en 1941, reprochaba a estos últimos que se hu­
bieran dejado perder Europa en Ginebra: «Qué mal me caen
los judíos por haberse amoldado a nuestra pequeñez».952 Ade­
más, ciertas razones biográficas le permitían conocer a fondo
la mentalidad de los combatientes judíos y, más comúnmente,
la de los ambientes judíos en Francia.953 Aunque también cabe
preguntarse si todas esas «reflexiones sobre el problema judío»
no mantienen un vínculo con cierta tradición'literaria y moral
específicamente francesa. Ya insistiremos sobre la cuestión.

Pasados ya los «corruptores judíos» de Panamá,954 el tur­


no de erigirse en filón de los periódicos franceses de cualquier
matiz correspondió al gobierno zarista; quizás no constituya
sorpresa alguna saber que esa corrupción, destinada a sostener
Francia 317

d curso de los valores rusos, no dispuso de ningún Barrés


(nadie la denunció hasta que cayó el zarismo).955 A raíz de los
disturbios rusos de 1905-1906, hubo más de dos millones
de francos oro que se repartieron con ese propósito, y La Li­
bre Parole, mediante artículos de Léon Daudet, no hacía más
que aumentar su alborozo estigmatizando a los judíos por con­
siderarlos autores de dichos disturbios; 956 no obstante, en ge­
neral, no parece que el tema, por esa época, suscitara mucho
interés en Francia.
Durante la guerra, Charles Maurras, al comentar las in­
fluencias alemanas que se ejercían sobre la pareja imperial
rusa, fue posiblemente el primero, por no decir el único, que
se preguntó lo que ocurriría en caso de estallar una revolu­
ción, y entonces evocaba «el peligro judío alemán» (mayo de
1916).957 Como ya sabemos, la revolución de febrero de 1917
fue una sorpresa absoluta para todos los observadores; al
principio, mereció elogios, incluso por parte de L ’Action fran-
qaise y La Libre Parole; 958 en otros sectores, cabe hablar de
un entusiasmo general (por ejemplo, en Clemenceau: «Formi­
dable cohesión de todo el pueblo —burgueses, obreros, mu-
jiks de todas clases— , de la aristocracia y hasta de la fami­
lia imperial, al renunciar a cualquier consideración que no
fuera el interés de la gran patria rusa»).959 La excepción que­
dó limitada a su ex compañero, el delirante Urbain Gohier
que, precursor a su manera, ya proponía a comienzos de abril
de 1917 una interpretación de la revolución que luego, en
1920, recogería el Times para darle un eco universal (la se­
mejanza es tan asombrosa que dudamos de que sea fortui­
ta...). «La revolución rusa entrega Rusia, pero a quién. ¿Al
pueblo ruso? ¿A los seis millones de judíos?, exclamaba el
antisemita francés. ¿Acaso, entre Francia sometida a los he­
breos y Rusia al poder de los hebreos, no se habrá librado
Europa del yugo alemán sólo para caer en una servidumbre
aún más degradante?»960
También el Times, por su parte, llegaría a comparar la «pax
germanica» con la «pax judaica».
De todos modos, no hubo nadie entonces que se toma­
ra a Gohier en serio. Aun así, a finales de marzo, la prensa,
y por supuesto primero la de «derechas», comenzó a sentir
318 La Europa suicida

cierta curiosidad por las incidencias políticas y sobre todo mi­


litares de la caída del zarismo, sin involucrar esta vez a los
judíos (salvo La Libre Parole, al recordar que ya en 1905 los
judíos habían fomentado la revolución, circunstancia que le
parecía de mal agüero).961 Se propaga la inquietud en abril,
máxime cuando los llamamientos de Lenin en pro de una
paz inmediata coinciden con la ola de motines que estallan
en el ejército francés (a menos que no la motiven); en junio,
según comprobaba Fierre Renouvin, «la curva de la opinión
pública alcanza sus cotas más bajas».962 En julio, cuando por
vez primera los bolcheviques intentan coger el poder, los ju­
díos empiezan a verse implicados en el desastre ruso. De in­
mediato, La Libre Parole reaviva los viejos fantasmas: «No
hay modo de comprender nada de las grandes conmociones
que desquician a los pueblos... si menospreciamos el factor
judío...». Sigue una lista de los ocho «nombres verdaderos de
los principales dirigentes», y la conclusión: «judíos austro-¿o-
ches o judíos franco-alemanes enarbolarán el pabellón de Is­
rael sobre las ruinas del vencido».963 Otra alusión que implica
a los judíos es la que hace el académico Journal des débats,
que denuncia a «esos grupos de individuos equívocos, cuya
acción y hasta verdadero nombre no son rusos»; pero la in­
tervención más sorprendente, por su energía además, es la de
Georges Qemenceau, que, tíes días antes que La Libre Paro­
le, publicaba en su Homme enchainé la misma lista de ocho
nombres, refiriéndose al Novoié Vremia del 3 (16) de julio;
lo bueno del caso es que este ex periódico oficioso de los za­
res no podía contener nada semejante, por la sencilla razón
de que en ese momento tenía prohibida su aparición.964
¿De dónde sacaba Clemenceau estos datos? ¿No sería qui- ,
zas, dada su condición de presidente de la Comisión senato­
rial del ejército, de aquellos agentes franceses del contraes­
pionaje que, al mismo tiempo, informaban (¿o intoxicaban?)
a Kerensky, por mediación del coronel Nikitin y de Albert
Thomas? 965 Podemos admitir que actuara convencido; pero,
por otra parte, ¿no sería también que el ex dirigente dreyfu-
sista, sabedor de que se acercaba su hora, pretendía desmar­
carse un poco con respecto a los judíos? En todo caso, su ini­
ciativa resulta todavía más sorprendente por cuanto en julio,
Francia 319

ni L'Action frangaise ni La Croix, sin habiar ya de los gran­


des órganos informativos, publicaban noticias de ese género.
Ahora bien, el problema distaba mucho de ser secundario.
«Los sucesos de Rusia poseen una gravedad que aún impre­
siona mayormente por el hecho de que hasta hoy reinaba
una confianza ilimitada en la apisonadora... mucha gente su­
fre el ansia de temer que los rusos se retiren de la guerra,
circunstancia que ocasionaría un masivo retroceso de alema­
nes hacia el frente occidental.» 966 Estas desazones patrióticas,
cuya descripción alude aquí al caso del Vivarais, se incremen­
taban en París con motivos más prosaicos: «los portadores de
valores rusos están muy preocupados por la suerte reservada
a sus inversiones».967 No se nos oculta la fuerza de las emo­
ciones que entraban en juego, y que apuntaban a los judíos.
El fracaso del putsch bolchevique de julio permitió que
tanto patriotas como rentistas recuperaran la esperanza. Ello
no es óbice para que, un mes antes del triunfo definitivo de la
revolución, fuera esta vez L’heure del socialista Marcel Sembat,
cuyas informaciones procedían del archiconservador Morning
Post, la que criticara a los judíos (el antisemitismo no conoce
fronteras). El título, «Aprietan demasiado», además del ata­
que y la caída, eran los únicos elementos dé fabricación fran­
cesa:

«Por más que estemos en contra del antisemitis­


mo, no podemos evitar la tentación de hacer un
breve comentario sobre la composición del Soviet
de Petrogrado, y sobre los orígenes de quienes
lo componen. El nombre verdadero de Chernoff,
ex ministro de Agricultura, y hoy en día encarni­
zado enemigo de Kerenski, es Feldmann. El nom­
bre verdadero de Steklov, autor notorio de la Or­
den n.° 1 al ejército ruso (la que suprimió la dis­
ciplina) es Nahinkes, judío de Alemania. ..»

Seguía la habitual amalgama de nombres auténticos y nom­


bres inventados — unos veinte en total— , que se remataban
con la siguiente conclusión: «En cuanto a Lenin, todo el mun­
320 La Europa suicida

do sabe que se llama Zederblum. Dejad que se os metan en


casa, que no tardarán en apropiársela...».968
Al cabo de un mes, la toma de poder bolchevique incita
a que buena parte de los rotativos franceses se meta con los
judíos. Esta toma del poder produjo en la opinión pública una
conmoción enorme, como lo prueba la reacción de los Cahiers
de Barrés: él, que desde que comenzaran las hostilidades se
había abstenido escrupulosamente de toda reflexión antisemi­
ta, ni tampoco sus Cahiers, que no estaban destinados a la pu­
blicación, dice en este momento, sin más comentario: «Rusia
desaparece porque la infestaron los judíos, Rumania desapare­
ce por igual motivo, Israel en Jerusalén, los judíos se han
enseñoreado de Estados Unidos y de Inglaterra» 969 (la men­
ción «Israel en Jerusalén» nos recuerda que la declaración
Balfour coincidió, a escasos días de margen, con la revolución
de Octubre; en Francia, no mereció apenas alusiones por par­
te de la prensa).
La inmediata reacción de Clemenceau también supone
otro síntoma; una reacción que se extiende a Le Pelit Journal
que, dirigido por su fiel discípulo Stephen Pichón, fue el úni­
co de los cuatro «grandes» de la prensa cotidiana que publi­
có «los nombres de origen de los maximalistas». Ese mismo
día (10 de noviembre), el propio Clemenceau, mediante un
artículo titulado «Toma y daca», comentaba la tragedia rusa y
denunciaba a sus autores:

«...¿Cómo puede haber hogar sin patriotismo?


¿Qué significa un pueblo que carece de hogar?
^Desgraciadamente, eso es lo que nos enseña esa
turba de judíos alemanes que, si no haber sabido ,
conservar la tierra de sus ilustres antepasados, se
presentan ahora bajo nombres falsos, instados por
sus hermanos alemanes, para desrusificar Rusia
— cuya reacción inicial fue organizar feroces po­
groms, suma agravación de todas las barbaries— .
No hay que matar, pues matar no constituye nin­
guna respuesta. Así lo demostró el Nazareno, como
tantos otros anteriores y posteriores a él. Basta
con no dejarse guiar — es decir extraviarse— por
Francia 321

las sugestiones de un pueblo que tuvo sus gran­


dezas, pero que precisamente resultó incapaz de
crear por sí solo esa patria que sus atávicas con­
cepciones le presentaban como algo secundario, a
la manera de la zorra de la fábula que desdeña en
otros el apéndice que a ella le fa lta ...» 970

Por lo que a Clemenceau se refiere, no podemos por me­


nos que recordar que apenas unos días después de haber pro­
cedido a esta agresión, recibía el encargo de formar su famo­
so ministerio de la victoria, en donde contaba con la colabo­
ración de Georges Mandel, Georges Wormser, Ignace, Abra-
mi y Luden Klotz.
No vayamos a pensar que su gran víctima del momento,
es decir Joseph Caillaux, mantenía juicios distintos. En dos
frases cuidadosamente sopesadas de sus memorias, éste decía
aún mucho más:

«Difícilmente se podrá negar que los protagonis­


tas de la convulsión rusa han sido los judíos quie­
nes, tras haber ejercido su influencia sobre unas
gentes tan orientales como ellos mismos, sobre los
escitas de ojos turbios, tras haberlos soliviantado
contra Occidente, contra las leyes que rigen nues­
tra civilización, han intentado minar la fortaleza
europea con ataques desde dentro a cargo de otros
israelitas qué también vivían obsesionados por sue­
ños milenarios, herenda de la antigüedad asiática.
Dicho en términos más amplios, hay que ser poco
observador para no advertir que el judío, sea cual
fuera su esfera de trabajo, lleva consigo el gusto de
la destrucción, la sed de dominio, el anhelo de un
ideal preciso o confuso...» 571

Una vez más, Le Journal des débats y Le Tetnps sostenían


tesis opuestas. Las perfidias casi cotidianas de Le Journal des
débats, que acusaban no sólo a «los energúmenos cosmopo­
litas y los traidores que se han apoderado del poder», sino
además a «La Gazette de Francfort, ese órgano judeoliberal
322 La Europa suicida

(que) aspira a la restauración del zarismo»,972 encontraban su


réplica en la publicación de Adrián Hébrard cuyos minuciosos
análisis nunca se vieron desmentidos, al contrario, por toda la
historia posterior de Rusia en el siglo xx:

«Desde hace algún tiempo, parece que el judío se


ha convertido, para la masa ignorante, en la cabeza
de turco, en el gran responsable de todos los males
que aquejan a la nueva Rusia, bien sea la prolonga­
ción de la guerra como las epidemias de hambre.
Manifiestamente, estamos asistiendo al desarrollo
de un plan de acción hábilmente urdido y ejecu­
tado. Por sus efectos, por sus orígenes, puede tener
una considerable influencia en la marcha de los
acontecimientos.
No es difícil señalar a los instigadores de este
movimiento, que encuentra terreno abonado en las
capas ignorantes de la población, cuya desconfianza
hacia los judíos se ha visto alimentada por el go­
bierno zarista durante años y años: son los parti­
darios del antiguo régimen y los agentes del enemi­
go: fácilmente podemos adivinar los móviles que
les guían (...) A base de halagar los bajos instintos
de las masas y de herir al elemento judío, esas gen­
tes creen perjudicar al nuevo régimen en sus fuerzas
más vivas, y si lograran sus propósitos, eliminarían
de cuajo un factor esencial de la evolución de Rusia
hacia una situación estable y democrática.» 973

Por lo que respecta a L ‘Action frangaise, en esos días fatí-,


dicos, ni una sola vez mencionaron sus columnas la palabra
«judío». Igualmente notable fue la actitud de La Croix, que
por su parte cada día denunciaba a los Zederblum, a los
Bronstein y a los Rosenfeld, sin meterse no obstante con los
judíos o con el judaismo: así pues, las maniobras denunciadas
por el órgano católico se limitaban siempre a maniobras mera­
mente alemanas.
Creemos lícito decir que este mes de noviembre de 1917 fue
un momento de la verdad, y durante su transcurso — al igual
Francia. 323

que en 1940-1944— hubo pasiones partidistas que desafiaron


las convicciones patrióticas, con el caso judío sirviendo de piedra.
Sin embargo, qué poco iba a durar este momento en 1917, fue
más bien una conmoción fugaz: ya a finales de año, la prensa
dejó de blandir el espantajo judío o judeogermánico, mientras
que el rencor de la colectividad francesa cambiaba espontánea­
mente contra los rusos. Hay informes de procedencia varia
civiles o militares, que describen la irritación creciente: «De
entre todos los acontecimientos que han llenado los periódi­
cos, la defección de los bolcheviques es lo único que merece
muy amargos comentarios. La gente mira con malos ojos a los
soldados rusos que están en Marsella» (general Legrand, Infor­
me sobre la opinión en diciembre).974 En París, un informe de
los servicios generales de Información destaca la frecuencia de
frases de este género: «Después de la guerra, procuraremos que
esa gente pague por su traición y su cobardía»,975 y el Comité
general de la colonia rusa proclama su angustia: «Hay muchos
obreros y empleados rusos despedidos por sus patronos que se
apoyan en la opinión pública, hostil a los rusos, para justificar
esta medida (...) Hay comercios que incluso se niegan a vender­
les productos de primera necesidad, por ejemplo leche para
sus niños».976
No por ello el germen antisemita sembrado en Francia,
en otoño de 1917, iba a dejar de brotar tan pronto como se
firmara el Armisticio, en este y en los demás países.

Libremente consentida, la autocensura inspirada por la sa­


grada unión no estaba hecha para sobrevir a las hostilidades.
Desde diciembre en 1918, resurgen los primeros ataques anti­
judíos, que recrudecen velozmente cuando los comunistas toman
el poder en Baviera y en Hungría, y cuando estallan varias
huelgas tormentosas en la misma Francia. El temor a un cambio
social, que, durante algunas semanas de 1919-1920, parecía
inminente, favorecía las variaciones sobre el tema del bolchevis­
mo judío, que en Francia, por una cuestión de tradición nacio­
nal, recibía más fácilmente que en otros sitios el calificativo de
judeo-germánico, o hasta (Charles Maurras) de «judeo-germá-
nicó-wilsoniano».977 Francia, no obstante, conservaba un gobier­
324 La Europa suicida

no fuerte, el de Clemenceau o de Clemenceau-Mandel, que,


aunque ahora concediera una absoluta prioridad a la cruzada
antibolchevique, prefería aparentemente no cargarla de anti­
semitismo. Por lo que tañe a L'Action frangaise y a los grandes
órganos católicos, si bien es verdad que reanudan sus antiguas
costumbres, no alcanzan éstas, a lo largo de 1919, el violento
diapasón de preguerra: con gesto característico, los Archives
israélites siguen celebrando cada mes el mantenimiento de la
sagrada unión. Así, el 1 de enero de 1920 (explotando el re­
gistro germanófobo): «Gracias a la sanguinaria locura de un
emperador boche degenerado, se ha logrado una fusión com­
pleta y ya no habrá nada que pueda separar a los israelitas de
la patria francesa.» Y todavía en marzo en 1920:

«Y no hay nada en la prensa que refleje unas malas


disposiciones contra los israelitas. Hacerlo constar
es un alivio para nosotros. El definitivo asenta­
miento de la forma republicana de gobierno, tras el
triunfo de nuestros ejércitos, conseguirá por lo de­
más dificultar cualquier recrudescencia del antise­
mitismo en tiempos venideros» (11 de marzo de
1920).

Sin embargo, cinco días antes, La Documentation catho-


lique, un nuevo semanario publicado para uso de las élites
militantes por la misma Maison de la Bonne Presse que La
Croix, había sido el primero de toda Europa occidental en
publicar un extracto de los Protocolos, añadiendo que había
obtenido plena garantía sobre «la autenticidad de esta obra».”8
Los órganos judíos sólo reaccionaban con blandura ante estos
ataques de la «prensa buena», como si aparentemente cre­
yeran que las cosas no podían ir de otro modo. La cuestión es
que, en la Francia de esa época, los hijos de Israel no se preo­
cupaban apenas, confiados como estaban por «la forma repu­
blicana de gobierno»: ¿acaso la separación de Iglesia y Esta­
do no había sumido definitivamente al bando clerical en las
tinieblas exteriores? Ya hemos hablado de esta mentalidad,
debida sobre todo a la inmersión de los judíos en las anchas
aguas laicas, y abundaban aquellos que deseaban acabar tra­
Francia 325

gados por dichas aguas. Hubo épocas y lugares — por ejemplo,


en París a principios de este siglo, al mismo pie de la basílica
del Sacré-Coeur— en que, los domingos, ya no sonaba el grito
de ¡Abafo los judíos! sino el de ¡Abajo el garrete!, pese a que
los gritones volterianos o ateos no sintieran ninguna simpatía
por los seguidores de Moisés.979 Así se explica que una estabi­
lidad psicológica, conseguida a alto precio, acarreara de paso
un «integracionismo», y hasta una superchería que no tenían
parangón en toda Europa; ver el inolvidable Bloch du Rozier
de Marcel Proust.
El poeta André Spire, uno de los escasos franceses pro­
sionistas, se mofaba de este estado de ánimo bajo el título
de Asimilación-.

¡Qué contento esás, qué contento estás!


¡Tienes la nariz casi recta, palabra!
Y además hay tantos cristianos con la nariz algo curva.
Qué contento estás, qué contento estás.
Tienes el cabello casi sin rizos, palabra.
Y además hay tantos cristianos que no tienen cabellos
[lacios...»980

¿Eran de verdad ganchudas las narices judías? — esta ya


es otra historia, sobre la que diremos unas palabras al final
dél capítulo. Por supuesto, los periódicos más o menos de­
pendientes de las sinagogas se guardaban muy mucho de aludir
a estas cuestiones. Por otra parte, estos órganos no tenían
apenas representatividad, pues la mayoría de «israelitas fran­
ceses» no los leían, dada su pretención de ser totalmente lai­
cos, «franceses no creyentes como los demás». Al terminar la
guerra, solían tener la impresión de haberlo conseguido, al
menos esto es lo que sugieren sus sentimientos o sus recuerdos.
En efecto, aún nos hallamos lo bastante cercanos a la pri­
mera posguerra para, dejando eventualmente de lado cualquier
documento, poder recurrir a la memoria de los contemporáneos.
Comenzaré interrogando a la mía.
Alumno del lycée Janson de Sailly, entre 1927 y 1928, no
creo acordarme del menor incidente antisemita, aunque también
recuerdo (cabe suponer de inmediato la probabilidad de una
326 La Europa suicida

contradicción) cómo, hacia 1924, acuciaba con preguntas a mi


propio cuñado Boris Mirkine-Guetzevitch9,1 para saber si los
Protocolos eran auténticos, y cómo me aseguraba mi interlo­
cutor, sin pestañear, que lo eran de cabo a rabo; afirmación que
no obstante no disipaba mis dudas...
Pero no soy buen testigo, al haber nacido en Rusia, y por
consiguiente al lucir francamente mi silueta de adolescente
extranjero, sin pretensión alguna de pasar por francés, cosa que
en lo esencial disimulaba mi condición de judío, ya de por sí
muy compleja. O sea que recurriré a algunos franceses de
origen.
De los cuatro testigos nacidos entre 1890 y 1910 y elegi­
dos para mi encuesta,982 había tres que no recordaban ninguna
manifestación de antisemitismo que les agrediera personal­
mente, ni en el colegio ni en la universidad. Sólo el cuarto, que
también había estudiado en el lycée Janson, rememoró algunas
peleas sostenidas por él y su hermano contra sus condiscípulos
de la «clase Gerson», un internado católico cuyos pensionistas
seguían estudios en Janson. Pero su hermano, que un día
salió de esas reyertas con la nariz rota, las había olvidado, al
menos por lo que se refiere al cariz antijudío.
En los casos de esta índole (¡y ante todo, en el mío!),
creo verosímil suponer una scotomización; aun así, ¿conviene
precisar que de todos modos semejante mecanismo de defensa
sólo puede funcionar en ausencia de incidentes muy especta­
culares? Digamos en seguida que advertimos una disparidad
entre el benigno clima que parecen reflejar los anteriores testi­
monios y la violencia de los escritos antisemitas que ahora nos
servían para presentar algunos ejemplos. Añadamos previamen­
te que el problema resulta aún más intrincado por el hecho de
que desde 1917 había surgido un frente nuevo que, después del
Armisticio, inspiró sobremanera la actividad de las operacio­
nes antijudías, sin que por ello podamos llegar a hablar de
serias desavenencias entre judíos y católicos franceses, a saber:
el conflicto internacional suscitado por la autoridad que Gran
Bretaña se arrogaba sobre Palestina, en oposición al «Hogar na­
cional judío». En este asunto, el Vaticano tuvo a Francia como
virtual aliado, dado su carácter de gran potencia católica vic­
toriosa y su tradicional protección de los cristianos en el Cer­
Francia 327

cano Oriente. Por lo que atañe a los judíos franceses represen­


tativos, hay que reconocer que salvo la única excepción del
poeta André Spire, acogieron la declaración Balfour con reser­
vas, por no decir con evidente hostilidad. Así por ejemplo,
Joseph Reinach, uno de los grandes actores del caso Dreyfus,
insistió sobre los derechos históricos de Francia cuando los
ingleses tomaron Gaza (abril de 1917) y calificó el sionismo
de «fantasía arqueológica»... proponiendo la internacionali-
zación de Jerusalén».983 También Sylvain Lévi, presidente de
la Alianza israelita universal, después de que, dos años más
tarde, enarbolara ante la Conferencia de Paz las amenazas de
una anarquía bolchevizante en el Cercano Oriente y de un
doble vasallaje judío, «a la alemana» 984 en los países occiden­
tales declaraba: «Me parece un escándalo, racional y sentimen­
talmente hablando, que recién salidos de una fase de espera
destinada a obtener la igualdad de derechos, solicitemos para
los judíos de Palestina unos privilegios y una situación excep­
cional.»
Nuevamente tropezamos con la hiperlealtad de los judíos
franceses. La Iglesia católica, por descontado, se basaba en
argumentos muy distintos. Al tiempo que Sylvain Lévi pro­
nunciaba las frases que acabamos de leer, el papa Benedicto XV
quería expresar su indignación ante la perspectiva de un re­
greso de los judíos a aquellos lugares que, en el transcurso de
los siglos, «nuestros predecesores y los cristianos de Occidente
intentaron arrancar del yugo de los infieles, ya sabemos a
costa de cuántos sacrificios múltiples y tenaces».985 Atenién­
dose al presente, el papa establecía una distinción muy carac­
terística entre dos especies de infieles, ambos odiosos aunque
no por igual: los ingleses protestantes y los judíos sionistas.1184
Esta alocución se profería ante un consistorio secreto, el 10
de marzo de 1919, pero poco después aparecía repetida y am­
pliada, con inclusión del tema del pueblo deicida, en las pági­
nas de la oficiosa Civiltá Cattolica, que opinaba que los Santos
Lugares estaban a punto de caer en manos «de los enemigos de
la civilización cristiana», dispuestos a destruir el cristianismo
«en su misma cuna».987 El órgano de los jesuítas italianos aña­
día un argumento de su propia cosecha: ¿no se daban cuenta
los judíos de que la formación de un Estado judío los transfor­
328 La Europa suicida

maría en extranjeros en todos los países donde residieran?


Así se iniciaba una campaña antisionista que, con el correr de
los años, no repararía en ningún argumento: abundancia de
burdeles judíos en Jerusalén (1922), naturaleza parasitaria de
los judíos (1936) o incluso diseminación del tifus (¡1948!).
Y así fue cómo, refiriéndonos nuevamente a Francia, los
expertos católicos del antisemitismo consideraron que el peligro
sionista llegaba a tener más importancia que el peligro bolche­
vique. Mejor dicho, y dando por supuesto que sionismo y bol­
chevismo eran las dos facetas del mismo proyecto diabólico,
será el nombrado en primer lugar el que exprese su quintaesen­
cia. De este modo, a juicio de Mñr. Jouin (cuya Revue interna-
tionale des sociétés secretes se había especializado sin embargo
en la denuncia del complot de los Sabios de Sión), la finalidad
recóndita del proyecto judío consistía en apoderarse de Pales­
tina. Proyecto aún más repugnante, escribía con toda su llaneza,
por cuanto las Cruzadas ya habían demostrado que «Palestina
es de los franceses, mientras que el dominio que sobre ella se
atribuye Inglaterra no es más que una villanía (...) Por esen­
cia, el sionismo ya no puede ser judío, es católico».988 No hay
más remedio que citar otras frases contundentes de este sacer­
dote, que mereció los elogios del cardenal Gasparri y del propio
Benedicto XV por el valor y la constancia de su combate contra
«las sectas enemigas»:

«De la misma manera que Satanás es el mono de


Dios, podemos decir que la masonería es la orden
tercera de la judería.
El judío, lepra y sanguijuela de los pueblos, se al­
zará orgulloso como una boa gigantesca cúyos ani­
llos constrictores ciñen, aprietan y trituran el mun­
do agonizante.» 989

Su colaborador Martial-Auricoste atinaba o desatinaba de


igual manera en una obra titulada L'an prochain... Jérusalem?
(1922), en donde precisaba: «En 1903, los jefes judíos ya
sabían que habría una guerra mundial, una conferencia mun­
dial, con un solo resultado: el Estado judío de Palestina (...)
Francia 329

Terusalén será la ciudadela y el eje de la conquista judía del


mundo».990
Siguiendo el mismo orden de ideas, también podemos citar
un silogismo tal como sólo Maurras sabía construirlos: en
realidad, quien ha entregado Palestina a los judíos no es Lloyd
George, es Aristide Briand; sucede, sin embargo, que tamaño
regalo ha provocado la revolución de Octubre; por lo tanto,
Briand es el auténtico promotor de esta revolución. «¡Ah, qué
gran diplomático es el señor Briand!...991 (enero de 1921).
Desde sus primeros números, La Documentatipn catholique
abundó en frases semejantes. Su número 3 reproducía párra­
fos de La Libre Parole, bajo un título común,992 y del Bayrischer
Kurier. «¿Quiénes son los auténticos vencedores de Alemania?
preguntaba patéticamente el periódico bávaro; ¿son los fran­
ceses, los ingleses, los americanos? ¡No! Los dueños innegables
de los “Estados libres” alemanes son los judíos.» Este artículo
llevaba fecha del 27 de noviembre de 1918; así pues, no bien
acababa de firmarse el Armisticio cuando el antisemitismo ya
se erigía en nexo entre franceses católicos y alemanes católicos.
El n.° 8 (29 de marzo de 1919) de La Documentaron catho­
lique estaba dedicado más especialmente a los «judíos en Euro­
pa». «La pretensión de un dominio universal, decía, no im­
pide que los judíos sigan estructurando su reino particular...»
También publicaba un nuevo expediente sobre El sionismo
(31 de enero de 1920), firmado por un tal «Christianus» que
enumeraba los siguientes remedios:

«Hay que crear una “opinión pública” en los países


cristianos (...) Convendría que diéramos eco a la
conmovedora queja del soberano pontífice, conven­
dría que habláramos a estas naciones cristianas del
ideal cristiano, de lo vergonzoso que sería abando­
nar la cuna de su religión a manos del judaismo,
con todo su dominio político, disimulado o no...
»Otro remedio... persuadir a los aldeanos de que
no deben vender sus tierras a los judíos, demos­
trando que más adelante dichas tierras valdrán
mucho más. Un banco que prestara sobre hipo­
tecas... rendiría servicios preciosos.
330 La Europa suicida

»Finalmente (y debería decir por encima de todo),


la unión entre cristianos y entre cristianos y mu­
sulmanes se impone como una necesidad de sal­
vación...»

Reconocemos aquí los principales ingredientes de una ideo­


logía antisionista, intemporales en realidad aunque un tenaz
error los sitúe como nacidos en 1948-1949, y con más frecuen­
cia aún en 1967 (o sea, durante la «guerra de los Seis días»).
Dicho error todavía resulta más tosco 993 por cuanto, en este
aspecto, había diversas personalidades, cuya influencia era supe­
rior a la de los «antisionistas semíticos», que compartían la
opinión católica. Pudo comprobarse en febrero de 1920, cuan­
do la primera conferencia de Londres examinó el problema del
mandato británico. Se vio entonces que el delegado francés,
Philippe Berthelot, la bestia negra de Maurras, se eclipsaba
explicando que, dada su condición de protestante, prefería
dejar que fuera su colega Jules Cambon. quien hablara sobre
el problema de los Santos Lugares. Cambon se expresó enton­
ces como sigue:

«Los Santos Lugares se hallaban en manos de Fran­


cia desde el siglo xv. El Vaticano siempre había
reconocido esta realidad, y todos los gobiernos
franceses, incluso aquellos que habían roto con
Roma, habían aceptado esta responsabilidad. Inclu­
so durante la guerra, el Vaticano había reconocido
el derecho de Francia a ejercer su protectorado
sobre los Santos Lugares. Era un asunto de capi­
tal importancia para los católicos franceses.»994

Tres días después, Philippe Berthelot no encontraba mo­


tivo alguno en su religión que le impidiera intervenir para ri­
diculizar a los sionistas cuya actuación cobraba visos de gran
potencia. Les achacó unas pretensiones doblemente grotescas
(conviene prestar atención al giro racista del argumento) por
cuanto «era probable que la inmensa mayoría de esos supues­
tos judíos tuviera muy poca sangre judía en sus venas».995
Pero en fin, prescindamos ya de estas anécdotas y pasemos
Francia 331

a examinar la segunda fase de las campañas antisemitas en


la Francia de la primera posguerra. Podemos fijar claramente
la fecha inicial de esta fase en mayo de 1920.
Visto desde Inglaterra, el provocador artículo publicado
por el Times el 8 de mayo de 1920, constituye al parecer el ori­
gen del cataclismo antisemita que se desencadenó por todo
Occidente. Visto desde Francia sin embargo —una Francia que
aún vivía cerrada sobre sí misma, y que al principio apenas
se fijó en ese artículo— querremos dar preponderancia a un
factor muy distinto, que fue «la huelga general revoluciona­
ria» del 1 de mayo, punto culminante de la agitación social de
la posguerra (en París, un enfrentamiento entre obreros y poli­
cías dio el saldo final de 3 muertos para los primeros y 122 he­
ridos para los segundos). Por lo demás, este mismo mes, Mille-
rand, presidente del Consejo, viajaba a Londres para conferen­
ciar con Lloyd George, y para explicarle por qué Francia no
quería prestarse a ninguna negociación con Moscú. ¿Fue esta
la coyuntura elegida por algún distribuidor de fondos,996 por
algún «orquestador invisible», para decidir una ofensiva gene­
ral antijudía? ¿O tal vez resultaría más juicioso hacer caso
omiso de la posible existencia de causas concretas y especí­
ficas en un fenómeno que, por lo que parece, puede mani­
festarse cualquier día, por ejemplo bajo forma de «rumor» cuyo
origen se sitúa (a falta de algo mejor) en «los entresijos del
alma colectiva»?
Sea como fuera, en materia de esta índole, la prensa judía se
alza como el mejor testigo, el guía más seguro. Nuevamente
el 27 de mayo, Émile Cahen, cuya simplicidad podría rivali­
zar en cierto modo con la de Mñr. Jouin, se regocijaba al ver
que L ’Action frangaise hablaba bien de un astrónomo judío
(Charles Nordmann) y de un economista judío (Raphael-Geor-
ges Lévy). «Si hace seis años nos hubieran dicho que el crítico
literario del periódico L ’Action frangaise iba a publicar estas
líneas...», etc... (Ayer y hoy).997
No obstante, ya a la semana siguiente, su colega H. Pra-
gue, bajo el título Semilla de antisemitismo, da la alarma, ci-
tanto un pérfido artículo de La Liberté.998 El 15 de julio, los
Archives israélites afirman que «muchos oficiales judíos de
grado superior están presentando su dimisión o pidiendo la
332 La Europa suicida

liquidación anticipada de su retiro», a causa del clima que


reina «en nuestras altas esferas militares». Y el 22, le llega
el turno a Émile Cahen que, olvidándose de su anterior opti­
mismo, concluye con voz desengañada: «Viendo el odio tan
agudo de nuestros detractores, dan ganas de sonreír ante la
ingenuidad de aquellos conciudadanos que pretenden que el
antisemitismo ya sólo es un mal recuerdo».999
Si nos remitimos directamente a la gran prensa de 1920,
empezaremos por descubrir la publicación de sensacionales re­
portajes sobre la Rusia de los soviets. Por ejemplo, Le Petit
Parisién, mediante una serie titulada «Diecisiete días en la
Rusia bolchevique», firmada por Ch. Petit. El 20 de mayo,
dice:

«... No nos extrañaría asistir a la organización de


la gran cruzada asiática contra los ingleses. El is­
raelita Braunstein alias Trotski, rodeado de su ca­
marilla semita u oriental, aspira a convertirse en el
Napoleón del Este. Es el jefe ejecutivo de la in­
mensa sociedad secreta internacional que pretende
derrocar la civilización europea y que sueña con
expulsar a los ingleses de sus posesiones asiáticas...»

La tesis, cuya versión americana ya hemos comentado


páginas atrás (Chicago Tribune del 15 de junio),1000 parece que
efectivamente procede de fuente británica, en este caso el In-
telligence Service. La hipótesis, en cambio, resulta incorrecta
si la aplicamos al Excelsior, desde cuyas páginas uno de los
mejores reporteros de todos los tiempos, Albert Londres, iro­
nizaba el 17 de mayo sobre los nuevos dueños de Moscú:

«Los proletarios bailan el son que les tocan (...)


Pero entonces, ¿quién manda aquí? Manda todo el
personal que pulula en los congresos socialistas.
Mandan todos los exiliados mugrientos, ratas de las
bibliotecas internacionales, que quemaron su ju­
ventud en los libros sobre pauperismo, con objeto
de averiguar si podían vivir de algún modo. Man­
dan: el siberiano, el mongol, el armenio, el asiá­
Francia 333

tico y, emboscado en los pasillos y comisarías, de­


trás de los biombos, entre dos secantes, debajo de
la papelera, manda el rey: el judío. ¡Ah, qué ma­
tanza tan fantástica se cierne en el horizonte!...»

El texto sugiere, como máximo, un tópico del momento,


teniendo en cuenta sobre todo que, días antes, Albert Lon­
dres no dudaba en ironizar de forma muy distinta, cuando
describía las especulaciones a que se entregaban los soldados
de Petrogrado: «... soldados, apiñados en las esquinas, especu­
lando, vendiendo y revendiendo. Por más que Trotski apli­
que el látigo, en recuerdo de su ilustre correligionario, no
hace más que dispersarlos para volver a juntarlos en otro
sitio» (12 de mayo).
Por lo que respecta a los ataques antisemitas, que con
esta intención surgieron en mayo, y bien planeados sin duda,
cabe señalar de nuevo el artículo ya citado de La Liberté (23
de mayo: «Israelitas, pueblo aparte, que odia a quienes le
rodean», etc...), la publicación, en L ’lntranúgeant, del «docu­
mento Zunder» 1001 (27 de mayo), y un artículo que Le Corres­
pondan dedicaba a los Protocolos (25 de mayo); textos to­
dos ellos que, sin embargo, tardaron en llamar la atención de
los franceses. L ’Action frangaise, que ignoraba la lectura del
Times, sólo mencionaba el escrito en su panorama de prensa
el 19 de mayo, fiándose de un artículo de La Libre Belgique.
Le Correspondant era un órgano católico de poca enjundia.
El auténtico lanzamiento correspondió a Gustave Téry, que le
consagró la primera página de L’CEuvre del 2 de julio, bajo el
título de «Jewry über alies, Los allegados judíos de Lloyd
George», consiguiendo así que L ’Action frangaise volviera a
interesarse por el tema. El mismo Charles Maurras le prestó
entonces una creciente atención, y durante el segundo semestre
de 1920 escribió una docena de artículos que examinaban la
omnipotencia de los judíos. El 27 de septiembre, por ejemplo,
bajo el título El problema judío, un esquema, procuró demos­
trar que todos los acontecimientos mayores de los últimos
años encontraban en este fenómeno su mejor explicación, y
concluía: «No cabe duda de que también otras causas han
influido en todos estos acontecimientos, pero ¿acaso este es­
334 La Europa suicida

quema no incluye una parte de verdad confirmado por los mag­


níficos resultados, por los privilegios insólitos que han obtenido
los judíos?» 1002 Más adelante, en el mismo artículo, bajo el
subtítulo «Novedades y una voz de la razón», citaba y apro­
baba la carta de un lector judío que le proponía una especie
de plan de desjudaización. No obstante, antes de considerar
estas «novedades», que se presentaban como la «fase III» de
las campañas antisemitas de la época, señalemos también la
entrada en liza de la Revue des Deux Mondes, bastión del
civismo francés. Su última entrega de 1920 contenía dos lar­
gas inculpaciones: la primera, firmada por Maurice Pernot,
aludía a los judíos polacos; la segunda, obra de los herma­
nos Tharaud (bajo el título de Cuando Israel es rey), conde­
naba a los judíos de Hungría. Así encarrilada, la Revue difun­
dirá luego otras críticas muy en boga: hablará del judío Aarón
Kerenski, o de los odios anticristianos de los judeobolcheviques,
y los hermanos Tharaud seguirán describiendo hasta la prima­
vera de 1924 las atrocidades o locuras judías (bajo el nuevo
título de El año que viene en Jerusalén).1003 No sabríamos des­
mentir totalmente a Jean Drault, ex lugarteniente de Drumont,
cuando en 1934 escribe: «Los hermanos Tharaud, sin darse
cuenta, han establecido un nexo entre lo que Drumont pro­
clamó y lo que Hitler consumó».1004
Finalmente, debemos decir unas palabras sobre un rumor
que los órganos «israelitas» no se atrevían a mencionar: el
hecho de que los judíos propagaban una enfermedad tan terri­
ble que ni siquiera los Servicios de Auxilio Social se atrevían
a citarla por su nombre... En diciembre de 1920, La Tribune
juive, un semanario nuevo publicado por judíos rusos, des­
conocedores de las inhibiciones que afectaban a sus correligio­
narios franceses, contaba como sigue esta peripecia:
En verano de 1920, se habían descubierto en París algu­
nos casos de peste. Para evitar que cundiera el pánico, sobre
todo después de la reciente epidemia de gripe, las autoridades
internaron a los apestados en el pabellón n.° 9 de un hospital
de las afueras y aludieron a la «enfermedad n.° 9». Casi de in­
mediato corrieron rumores, cada vez más nutridos, que atri­
buían esa enfermedad a los judíos inmigrados de Rusia o de
Polonia. Algunos periódicos se hicieron eco; en noviembre, la
Francia 335

polémica llegaba al Consejo municipal; peto dejemos que sea La


Tribune juive quien lo cuente:

«... Hasta L ’Humanité del 3 de diciembre afirma­


ba que los judíos que se salvan de los pogroms
padecen más o menos una infección especial que
los científicos han calificado de “enfermedad n.° 9” .
[En el Senado] Gaudin de Vilaine interpeló al
gobierno sobre el n.° 9, insistiendo para que “se
cerraran las puertas” a ese “pueblo miserable” ...
El Senado escuchaba; el representante del gobierno
contestaba, los periodistas tomaban nota y el públi­
co leía todo lo dicho.» (24 de diciembre de 1920).

También Le Rappel, órgano de la izquierda radical, daba


la alarma: «Suelen ser los judíos de Oriente quienes nos
traen toda clase de enfermedades, sobre todo la lepra y ese mal
n.° 9 (...) Como ya hemos dicho, hay que prohibir esos barra­
cones con un montón de judíos dentro que no hacen más que
intercambiarse piojos y taras. Hay que establecer un sólido
control en las fronteras» (15 de noviembre de 1920). (Apa­
rentemente, la gente de provincias sabía mantener mejor la
calma: ya el 8 de agosto, Le Journal de Coutances anunciaba:
«La peste en París — Que nadie se excite», y atribuía la epi­
demia a los «viajeros asiáticos, de Oriente y de Levante, que
tanto abundan en París»). Finalmente, el gobierno tuvo que
recurrir al Instituto Pasteur para desmentir los rumores y apa­
ciguar los ánimos. El Instituto ha tenido la amabilidad de co­
municarnos el expediente médico del caso.1005 A tal fin, quizá
convenga reiterar la observación hecha con anterioridad, refe­
rente a las inundaciones parisinas; en la era de la ciencia,
es muy fácil acusar a los judíos de daños involuntarios, por
el mero hecho de su naturaleza judía — o si no, como apunta
Sartre muy sutilmente «[el judío] goza de libertad para hacer
el mal, pero no el bien»— 1006 y por consiguiente es irrecupe­
rable.
El término Fase I I I engloba los augurios de un pogrom
mundial inminente y la adhesión de ciertos israelitas al pro­
grama antisemita (esas eran, por lo tanto, las novedades anun­
j136 La Europa suicida

ciadas por Maurras). Esta fase se derivaba de las dos primeras


por la misma naturaleza de las cosas: dado que los judíos esta­
ban a punto de triunfar en su gran complot, ¿cómo no iban
las naciones arias a realizar un esfuerzo desesperado para sus­
traerse a su yugo? En este aspecto, y haciendo abstracción de
los ultras profesionales del antisemitismo, debemos citar ante
todo, una vez más, a Charles Mauras que, incluso cuando aún
no había blandido su «cuchillo de cocina» contra Léon Blum
y Abraham Schrameck,1007 ya lanzaba un «llamamiento a todas
las fuerzas antijudías del universo» con el propósito «de una
política antijudía universal» (12 de mayo de 1921). Citemos
luego a su adepto y colaborador judío René Groos, que le imi­
taba en su Enquéte sur le próbleme juif — 1922— , situada
«bajo el signo de nuestros muertos... bajo el signo del noble
y gran Pierre David»: «Estamos asistiendo, paralelamente a la
progresión de esa conspiración judía universal, a un renacer
del antisemitismo. Más exactamente, quizás a su extensión. En
otros tiempos, el antisemitismo se manifestaba por asaltos loca­
les, sin repercusiones ni continuidad. Hoy se ha vuelto univer­
sal, latente, permanente» (p. 19). Y para evitar lo peor, pro­
ponía que se dictara una legislación especial («Doble servicio
es el que debemos a esta casa, pues la ocupamos como huéspe­
des y no la hemos construido»). Dos publicistas interrogados
por Gross se mostraban aún más pesimistas. Un colaborador
de La Croix, René Johannet, impugnaba el sionismo: «Esta
situación está haciendo cada vez más insostenible la situación
política y moral de los israelitas én el interior de los otros
Estados, y el carácter equívoco de su estatuto puede llevar a
que el antisemitismo avance un buen trecho por caminos aún
insospechados» (p. 167). En cambio, el poeta Fagus no veía
más salvación que el sionismo: «El antisemitismo... se anun­
cia como una reacción universal. Todo indica que allí donde
estalle un pogrom, será suficiente para que se propague a todo
el universo. Por consiguiente, los judíos sólo podrán salvarse
si se anticipan: que abandonen las tierras cristianas y las ri­
quezas que han adquirido, y que busquen algún sitio donde
fundar un Estado judío, por ejemplo, en su patria de origen»
(p. 128). Paul Lévy, futuro editor del semanario Aux écoutes,
también pedía a sus congéneres que se anticiparan, pero de
Francia 337

otro modo: «repudien los judíos franceses las abominables ma­


niobras de los financieros que, en tomo a Lloyd George o a la
Casa Blanca, organizan esas trampas sucesivas, destinadas a los
estadistas franceses» («Carta a los judíos patriotas», L ’Édair,
21 de mayo de 1921).
Así resurgen los problemas de la alta política. El hecho de
que Francia se viera abandonada por sus aliados anglosajones
encontraba aún mayor explicación en una intriga judeogermáni-
ca por cuanto el tema de la Inglaterra ajudiada, que se remon­
taba a Toussenel y a Drumont, acababa de recibir nuevos im­
pulsos gracias a las campañas de L ’Action frangaise y de
L ’CEuvre. El maurrasiano Roger Lambelin, uno de los traduc­
tores franceses de los Protocolos, lo propagaba en 1921
bajo el título de Le régne d ’Israel chez les Anglo-Saxons. El
prólogo de su libro lo resumía en estos términos:

«Los documentos consultados, las detenidas com­


probaciones realizadas en diarios y periódicos ingle­
ses, americanos y judíos, las observaciones verifi­
cadas y los testimonios recogidos en Egipto y Pa­
lestina, los datos suministrados por corresponsales
bien situados para disponer de una información
exacta sobre las maniobras de Israel, me han per­
mitido seguir muy de cerca las etapas del asenta­
miento del reinado judío en tierras anglosajonas»
(PP- 8-9).

Tan hondamente había arraigado en estos ambientes d


esquema de la conspiración judeogermánica que Georges Ber-
nanos, a pesar de su célebre cambio de posición, aún lo
repetía, en Brasil, en enero de 1944.1006 No creo que deba ex­
trañarnos la actitud de algunos periódicos importantes que,
aunque fuera en nombre de la «sagrada unión», se habían abs­
tenido de hablar de «los allegados judíos de Clemenceau», pero
que ahora criticaban a «los allegados judíos de Lloyd George».
Así, el 1 de mayo de 1921, Le Matin acusaba a «ciertos ban­
queros de la capital cuyas relaciones con las empresas alema­
nas nadie ignora». Dos días después, ponía los puntos sobre
las íes: «Ya va siendo hora de que avisemos a Lloyd George
338 La Europa suicida

sobre la existencia de banqueros ingleses en la ciudad de Lon­


dres.»
Prosiguió la campaña a través de periódicos de menor im­
portancia, que hasta ahora se habían abstenido de cualquier
agitación antijudía. Al cabo de un año, un famoso publicista,
André Chéradame, resumía la situación en términos que ni
Maurras ni los hermanos Tharaud hubiesen desaprobado:

«Los pueblos del Pacto han quedado apresados en


el interior de unas potentes tenazas manejadas por
los dirigentes pangermanistas. Los dos brazos de
estas tenazas se hallan representados, el primero,
por la acción financiera internacional del sindicato
judeoalemán que actúa sobre las capas sociales su­
puestamente cultas de los países del Pacto, con
objeto de reclutar cómplices mediante la corrup­
ción; el segundo brazo está representado por la
acción de los bolcheviques y socialistas bolchevizan-
tes que actúan sobre las clases populares de los
países aliados.» 1009

Aún así, no cabe duda de que los hombres de L'Action


frangaise y otros extremistas se hubieran distanciado del diag­
nóstico de Chéradame:

«Hay muchos que llegan a esta conclusión: existe


un complot de todos los judíos para conseguir el
dominio universal. Quiero exponer muy claramente
la causa de que yo no figure en este bando (...)
Dado el actual estado de cosas, no creo que se pue­
da afirmar la existencia de un complot judío uni­
versal sin cometer un error y una injusticia.»

En consecuencia, preconizaba «la creación del grupo de


judíos antipangermanistas, súbditos leales de los países del
Pacto (...) ¿No es evidente que si los judíos antipangermanis­
tas no tardaran en manifestarse mediante una acción firme y
enérgica, pronto se propagaría en todas partes la noción de un
complot judío orientado hacia el dominio universal? En tal
Francia 339

caso, los años venideros asistirían al desarollo de un potente


movimiento antisemita...» 1010
Retrospectivamente, esta predicción parece risible (quÍ2á no
lo parecería tanto si no se hubiera cumplido, antes que cum­
plirse al revés). Queda por ver el motivo de que en Francia no
se diera una Fase IV, y asimismo el motivo, muy opuesto, de
que el antisemitismo alcanzara sus cotas más bajas hacia 1925-
1930, para luego remontar, bajo la influencia común de la cri­
sis económica y de los estímulos procedentes del otro lado
del Rin.
Pues hay que decirlo: en muchos aspectos, la carnicería del
14-18 tuvo en Francia efectos no menos desastrosos que en
Alemania. Especialmente, su perversión se infiltró aún más
en las costumbres de la prensa (desde entonces, los grandes
corruptores se situarían uniformemente «a la derecha»); difí­
cilmente ésta logró prescindir de los nuevos procedimientos de
«lavado de cerebros» y de otras técnicas inspiradas por un
odio embratecedor, que encontrarán su postrer desarrollo bajo
los regímenes totalitarios.1011 Esta coyuntura será la que permi­
ta que la divergencia antisemita o racista adquiera nuevos
rumbos, y esto por cuanto suponía una sorda espera del público,
según reflejó en 1923 la cantidad de respuestas a una encuesta
sobre la súbita fama de Gobineau y del «gobinismo».1012 Perdu­
rarán los macabros vaticinios de Vacher de Lapouge, anticipán­
dose ya a Céline,1013 y sobre todo el vaticinio de Romain Rol-
land: «Esta obra halaga en secreto ciertas disposiciones actua­
les (...) La juventud de hoy descubrirá sin esfuerzo, en Gobi­
neau, la misma reconocida aversión al progreso, al liberalismo,
al opio humanitario, a las ideas democráticas; la misma visión
altanera y trágica de la batalla de las razas...» Y en efecto, «la
filosofía del semental» 1014 podía detectarse entonces en los luga­
res más insólitos. Por ejemplo, en la argumentación elaborada
por Paul Claudel para Le Pére humillé (1916): «Se necesita
tnucha agua para bautizar a un judío...», y así se explica que
Pensée de Coüfontaine, una cristiana rebelde de origen parcial­
mente judío, pueda encarnar el judaismo ciego.ms También en
ésta zona climática se iban acumulando nubarrones que amena­
zaban con descargar su peso sobre los judíos. ¿Por qué pasó de
largo la tormenta? ¿Por qué los antisemitas franceses no avan­
340 La Europa suicida

zaron — al menos no todavía— «un buen trecho por caminos


aún insospechados», tal como ya profetizaba el publicista cató­
lico Rene Johannet? 1016
A tal fin, conviene tener en cuenta ante todo esa otra
secuela de la guerra que fue el debilitamiento de la influencia
política de los periódicos, objeto de un desprecio que, desde
los tiempos de Panamá, no había cesado de aumentar; rn
y a la postre, también tuvo que ver ese margen creciente entre
la opinión real de los franceses y la que sugieren los análisis
de la prensa. En 1936, ¿no fue el triunfo del Frente popular
una victoria sobre la totalidad, o en todo caso sobre la aplas­
tante mayoría de periódicos, a pesar de la hostilidad que éstos
le habían declarado? 1018 Comprobamos así una desigualdad que
quizás no carezca de relación con la que evidencian los relatos
de algunos testigos vivos de la época.1019 Hay además muchos
más indicios que parecen corroborar sus testimonios: en primer
lugar, durante el transcurso de la década de 1920, la ausencia
de organizaciones militantes o «ligas» antisemitas,1020 así como
de incidentes notables y de manifestaciones callejeras. En suma,
nada similar a lo que describíamos cuando tratábamos del caso
Dreyfus, o a lo que deberemos describir cuando hablemos de
la Alemania prenazi.
Signo más sutil es la evolución, al principio casi imper­
ceptible, de la actitud de los jesuítas. Ya hemos visto el pro­
tagonismo desempeñado por los jesuitas italianos en el respal­
do que la Iglesia católica otorgó a la propaganda típicamente
antisemita, y de qué modo, a fines del siglo xix, las campañas
de la Civilta Cattolica parecen inspirar o sugerir el mito de los
Sabios de Sión}m En cambio, da la impresión de que los jesui­
tas franceses o francófonos fueran los primeros en percibir,
desde 1922, que nada bueno podía suponer para la Iglesia el
despliegue de toda esa mitología. Poco después de la espectacu­
lar mutación del Times, el Padre Pierre Charles logró poner el
cascabel al gato desde las páginas de la revista belga La Terre
wallonne: procuró demostrar entonces, de una vez por todas
y con una minuciosidad todavía hoy inigualada, que los «Pro­
tocolos» eran la copia de un panfleto antibonapartista de Mau-
rice Joly. Vale la pena citar su conclusión:
Francia 341

«Para honra del nombre cristiano, tenemos derecho


a decir que esos ciegos resentimientos son semillas
de maldición (...) Y nos avergüenza un poco com­
probar que un fraude, que un plagio, tan grotesco,
tan barroco, tan ridículo como los Protocolos; que
la obra atropellada, pérfida y estúpida de un vulgar
guripa de la Okrana, destinada a embaucar mujiks,
haya podido pasar, a ojos de los occidentales serios
y de los hombres de letras, por una conspiración
astuta, por un plan satánico y genial de destruc­
ción de las sociedades. ¡Si sal infatuatum fuerit...!
¡Hay aquí materia para morosas reflexiones...!» 1022

Así se iniciaba la carrera de un gran erudito y gran pre­


cursor (que, por lo que yo sé, aún no ha encontrado biógrafo
alguno).1®23 Aprovechando este impulso, el Padre du Passage
publicaba en Les Études un largo artículo muy inferior al
del Padre Charles, aunque lo bastante crítico como para pro­
vocar los delirios de Urbain Gohier sobre una colusión entre
jesuitas, judíos y Moscú.1024 Hacia 1927, los jesuítas franceses
desertaron definitivamente del bando antisemita.1025 Por lo que
respecta a los «Protocolos», cabe observar que, a fin de cuen­
tas, no obtuvieron en Francia una audiencia tan amplia como
en Alemania o en los países anglosajones. Los grandes órganos
de información los omitieron totalmente (decisión que más
bien sugiere una medida de prudencia antes que de probidad
o de virtud). Y pocos fueron los autores — al menos entre
aquellos cuyo nombre ha perdurado hasta hoy— que de uno
u otro modo se inspiraron en el tema de la gran conspiración
judía. Fueron, por orden cronológico:
En 1925, Paul Morand, que en Je br&le Moscou ponía
estas divagaciones en boca de los «Ben Moissevitch», «Vassi-
lissa Abramovna», «Israiloff» y otros judíos de nombre extra­
vagante: «Los grandes depósitos de judíos del mundo entero
han reventado al fin. Nos hemos derramado por todas partes,
ardientes, intolerantes, talmúdicos. Ezequiel dijo: «jViviréis en
casas que no construisteis, beberéis en cisternas que no cavas­
teis!» Estas casas y cisternas, aquí están. Sólo hay un continente
342 La Europa suicida

de más, el mayor laboratorio del mundo, que es la tierra pro­


metida; que es Eurasia».im
Y ese mismo año, sin alcanzar tanto nivel de bobería, Pierre
Benoit, que en Le Puits de Jacob y en nombre propio llegaba
a la siguiente conclusión: «Raza terrible y admirable, la que,
con la victoria, indudable agente de disolución, no afloja ni un
instante, no cede en absoluto, no concede ni un ápice al ene­
migo vencido.» 1027
En 1931, será Georges Bernanos, con su suntuoso estilo
preceliniano:

«Han caducado ya aquellos tiempos heroicos de la


conquista, que tenían a Drumont como heraldo:
(...) el botín de títulos y blasones, y luego esas
grandes orgías rituales cuando la raza profética
augural, arroja todas sus ganancias al tapiz, tienta
de nuevo la suerte, a quita o pon, en un auténtico
espasmo colectivo — Panamá, el Caso— , pálidas
imágenes de futuras panzadas: Bela Kun en Hun­
gría, Bronstein en Moscú... La guerra que acabamos
de sufrir ha sido sólo un juego de niños. Vamos a
ver algo muy distinto cuando la sabandija judía,
después de roer el bulbo del gigante americano,
monstruo inconsciente se abalance sobre el coloso
ruso para sorberle igualmente el cerebro.» 1028

Esta exaltación bemanosiana, que va más allá del gesto


temperamental, ¿no refleja acaso una tradición panfletaria y,
más concretamente, la impronta de sus directos inspiradores,
Bloy y Léon Daudet? Obtendríamos así un nuevo elemento
de respuesta: un estilo polémico sui generis, sustentado por
la retórica nacional, llevaba finalmente a la tendencia de culti­
var la invectiva por la invectiva. Juego que en ciertas ocasiones
resulta peligroso...
Un último ejemplo podría corroborar aún mejor el poder
contagioso, casi hipnótico, de estas visiones antisemitas. En
un excelente trabajo de 1973 sobre L’image du Juif dans le
román frangais, su autora, una judía, pone en boca de un per­
sonaje de Georges Duhamel un párrafo sobre «una “Interna­
Francia 343

cional judía” que se propusiera la destrucción total de los cris­


tianos», ¡párrafo que no aparece ni por asomo en todo el li­
bro! 1029 Mediante este rodeo, sin embargo, llegamos a lo esen­
cial: pues será la producción literaria francesa de entreguerras
la que nos permita comprender el sentido de disimilitud entre
la condición de hecho de los judíos y las suspicacias cada vez
más graves y abundantes que padecieron, al acabar las hosti­
lidades.

Bien es verdad que no se agotó la vena de la novela anti­


judía durante este período tan fecundo. Junto a los hermanos
Tharaud, que resurgen en 1933 con su }ument errante,1030 po­
demos situar a Marcel Jouhandeau, también panfletario (Le
péril juif, 1934) y a la vez novelista. En Chatninadour (1934),
los judíos venden vino de misa adulterado al cura:
— ¿De quién es la culpa? —pregunta alguien.
—De los judíos que me lo han vendido —contesta el cura.
—Del cura que nos lo ha comprado —replican los judíos.
Y así, en base a los mismos cómplices, Judas sigue especu­
lando con la sangre de Cristo.1031
Mucho podríamos decir asimismo sobre las inmemoriales
sombras que salpican un sinfín de novelas de Georges Sime-
non.1032 Pero antes de continuar por esta dirección, examine­
mos a los más importantes, especialmente a los premios Nobel,
cuya actitud casi siempre se ha mostrado favorable a los hijos
de Israel. Comencemos por Romain Rolland («postdatándolo»
de una década, y sin olvidar que ésta, 1908-1918, resultó ca­
pital desde todos los puntos de vista). Es un autor que ha
hablado bastante de los judíos, más veces bien que mal; pero
no nos limitaremos a mencionar Dans la maison (1908) que
trata de Tadée Moch, el judío autodidacta, cuya sencillez va
pareja a su bondad, pero que es horriblemente feo «¡más judío
de lo normal»! 1033
Conviene retener esta ecuación entre judaismo y fealdad.
No es que sea inevitable. En Fran^ois Mauriac, el judío borde-
lés Jean Azévedo de Thérése Desqueyroux (1927) no es feo,
ni por lo demás especialmente «bueno» o «malo», pero todos
344 La Europa suicida

le pueden identificar gracias a «los aterciopelados ojos de su


raza... su hermosa mirada ardía.» 1054
En cambio, un tercer premio Nobel, Roger Martin du Gard,
se sentía literalmente fascinado por la fealdad de los judíos,
tanto física como, sublimándola, moral. Esta visión ya se anun­
cia en Jean Barois (1914), que abunda en alusiones a los atrac­
tivos irresistibles atractivos de Julia Woldsmuth — «tipo orien­
tal (...), algo sensual, espantosamente sensual»— subrayado
por «unas manos extranjeras, más claras por dentro, de simies­
ca agilidad».1035 Pasemos a los hombres. En la obra maestra Les
Thibault (1922-1940), los dos protagonistas, Jacques y Antoine,
llegados ya a su mayoría de edad, coinciden cada uno por su
lado en buscarse un amigo, un judío «más maduro», aunque
quizá sea mejor presentarlo como un «doble», una «concien­
cia». Para Jacques el revolucionario, se trata de Skada, ásiata
meditativo:

«Introducir siempre más justicia alrededor de uno


mismo —preconizaba con su insinuante dulzura (...)
El desmoronamiento del mundo burgués se realiza­
rá por sí solo...
»Sfcada era un israelita del Asia menor, tenía unos
cincuenta años. Muy miope, cabalgaban sobre su
nariz ganchuda y olivácea unos lentes de gruesos
cristales como lentillas de telescopio. Era feo: cabe­
llos crespos, cortos y aplastados sobre un cráneo
ovoide; unas orejas enormes; no obstante, una mira­
da cálida, pensativa y de inagotable ternura. Lleva­
ba una existencia de asceta.» 1036

La fealdad no resulta tan triunfal, por más que se note un


distanciamiento biológico igualmente acusado, en el caso del
Dr. Isaac Studler, israelita francés que también desempeña un
papel parecido al del ásiata, pues le apodan el califa. Antoine
Thibault, el médico sigue sus consejos, sueña con él antes de
morir y, a la chita callando, lo explota. ¿Hace falta añadir
que Studler es tan sublime como Skada, aunque en su cora­
zón se oponga el patriotismo (francés) al pacifismo (judío)?
Por lo que respecta a su físico:
Francia 345

«Studler... parecía hermano mayor de Antoine.


El nombre de Isaac se adecuaba perfectamente a
su perfil, a su barba de emir, a sus ojos febriles
de mago oriental (...) Cuando se animaba... el
blanco de sus pupilas caballunas se inyectaba algo
en sangre...»

Más adelante, hay una referencia a sus «ojazos húmedos»,


o hasta a su «mirada de profeta».1037
El hechizo ejercido por tanto exotismo, o por tanta fealdad
(casi siempre masculina, como se debe), y fácilmente manifes­
tada a través de copiosos ejemplos, con una mención especial
para Pierre Benoit,1®38 fue suficiente para que el mismo Jean-
Paul Sartre se dejara arrastrar por ella, incluso en su magis­
tral ensayo, escrito a los pocos días de la gran persecución nazi,
que denunciaba los mitos seculares, puesto que, en las Refle-
xions, habla de un «tipo semita acentuado... nariz curva...
orejas despegadas... labios gruesos»,1039 y más adelante, de los
«rasgos típicos del israelita francés: nariz ganchuda, separación
de orejas, etc...».1040 Por el contrario, a nivel moral, este párra­
fo sólo se resiste, en mi opinión, de su fecha, dado que la
primera frase ya expresa una verdad que yo calificaría de per­
manente:

«Los judíos son la gente más dulce que existe. Son


enemigos apasionados de la violencia. Y esta obs­
tinada dulzura que conserva en medio de las más
atroces persecuciones, este sentido de la justicia y
de la razón que ellos oponen como su única defen­
sa ante una sociedad hostil, brutal e injusta, es
quizás la parte mejor del mensaje que nos comuni­
can y el auténtico signo de su grandeza.» 1041

Sea como fuera, en 1946, resultaba doblemente difícil no


forzar la nota. Caso más extremo aún que el de Martin du
Gard fue el de Georges Duhamel, en cuya saga-río de los
Pasquier sus personajes Laurent Pasquier y Justin [ = ¡el Jus­
to!] Weill cumplen la función de Orestes y Pilades. No es que
este Justin sea un personaje desencarnado (ni especialmente
346 La Europa suicida

feo); el autor usa de un mismo naturalismo para describir


tanto los pueriles caprichos de este idealismo como sus con­
flictos de judío. Aun así, a partir de 1914, después de alistar­
se, deja de intervenir en el relato y, en 1925, Laurent Pas-
quier escribe a su hermana: «Piensa, Cécile, que el mes que
viene, el 15 de julio, hará ya siete años que murió Justin, en
Champagne, durante la segunda batalla del Marne, murió por
la salvación de todos nosotros.» No obstante, en vísperas de su
alistamiento, ese Salvador «tiene toda la pinta del viejo judío
que cuenta sus perras...»*1042
De este modo, todo sucede como si tantos méritos, tanta
perfección reclamaran, a la espera quizá de acabar siendo inso­
portables, un contrapeso que los novelistas buscarán por lo
común en el área del mito ario, corriendo el riesgo de que el
arte llegara a ser más verdadero que la propia naturaleza. No
obstante, aun en aquellos casos en que esto no ocurría, o cuando
la aparición del judío sólo era episódica (como en Mauriac), su
presencia resulta identificable por sus ojos o su mirada, signos
residuales pero infalibles de su dteridad. Tal circunstancia
constituye, dicho sea de paso, una admirable ilustración de los
efectos de este narcisismo de las pequeñas diferencias meditadas
por Freud en el último período de su vida.1043
A tal fin, también podemos citar a Drieu La Rochelle, uno
de los pocos autores que (como novelista) demostró mayor
discernimiento al hablar del «terror infantil de los cristianos
ante los judíos».1044 A su lado, podemos colocar a Jules Romains,
cuyo Les Hommes de bonne volonté abundan en judíos ficti­
cios (Germaine Baader, Lucien Worsmer, llamado Mareil) y
reales (Blum, Mandel, Jean Zay), descritos deliberadamente
como seres humanos similares a los demás. Lo más que llega
a ocurrir es que «Mareil» indague sobre su judeidad; aquí,
si bien la inclinación experimenta igualmente un falseamiento,
éste se orienta hacia el sentido opuesto. Conviene advertir que
Drieu y Romains estaban casados con judías; este detalle sugie­
re una mayor sobriedad o mayor lucidez en sus actitudes pues,
gracias a esta clase de relación familiar, se inspiraban en lo
que observaban o veían, más que en lo que imaginaban o
leían. Un tercer caso muy notorio de «matrimonio mixto», el
de André Malraux, provoca que a éste se le atribuyan tenden-
Francia 347

das que completan a tope las de Jules Romains, puesto que


ningún judío aparece en su obra, salvo el aventurero que sirve
de prototipo al inimitable barón Clapplique de La Condition
humaine, siempre «con su facha de ir disfrazado».1045 Sea cual
fuera el resultado, a raíz de esta transmutación literaria, no hay
nada tan propicio para la desmitificación como el conocimiento
directo, sobre todo cuando éste se ejerce en el sentido bíbli­
co de la palabra.
Vamos a concluir este repaso con tres grandes artistas
que hicieron gala de un antisemitismo virulento, aunque
subrepticio. Se trata de tres autores para minorías, dos pro­
testantes y una judía, los tres muy al margen del sistema esta­
blecido.
André Gide era muy parco en su uso de personajes judíos,
aunque cuando los describe resultan bastante desagradables,
tanto el Dhurmer de Les Faux-Monnayeurs como el Lévichon
de Les Caves du Vadean. En 1911, proyectaba construir una
novela centrada en un judío, «generoso y hasta caballeresco,
algo utópico (que) rivaliza con los sentimientos cristianos»,
pero (al igual que Tolstoi)1046 no llegó a hacerlo.1047 En un sen­
tido inverso, si cabe, la doctora Sophie Morgenstern, que duran­
te la década de 1930 practicaba en París el psicoanálisis freu-
diano, inspira la creación de un personaje de Les Faux-Monna­
yeurs, la admirable «doctora polaca» Sophroniska, de apellido
muy católico.1044 Por añadidura, mientras el Gide novelista y
cuentista parecía inhibirse de los judíos, en cambio el teórico
y el purista les prohibía que desempeñaran una función en el
seno de las letras francesas. Efectivamente, en vísperas de la
Primera Guerra mundial, Gide estableció una cuestión de prin­
cipio, que de Francia pasó a América en 1920, recogida por el
«irreverente» Mencken mediante una fórmula elíptica: 1049
«Piensan en yiddish y escriben en inglés», fórmula que obten­
dría su expresión definitiva con Goebbels: «Cuando un judío
habla en alemán, ¡está mintiendo!» André Gide utilizaba un
lenguaje más elaborado:

«... Me basta con que las cualidades de la raza


judía no sean cualidades francesas; y aunque éstos
(los franceses) fueran menos inteligentes, menos
348 La Europa suicida

pacientes, menos valerosos desde todos los puntos


de vista que los judíos, ello no obsta para que lo
que tengan que decir, sólo sean ellos quienes pue­
dan decirlo, y para que la aportación de las cuali­
dades judías a la literatura, donde sólo vale lo per­
sonal, presente unos elementos cuya novedad, es
decir el enriquecimento, será menor que el enmude-
cimento que ésta [¿la literatura judía? — L. P.] 1050
suponga para la lenta explicación de una raza, fal­
seando grave e intolerablemente su significación.»
(Journal, 24 de enero de 1914.)1051

En enero de 1948, tras efectuar una lectura muy crítica


de las Reflexiones sartrianas, Gide exponía las conclusiones que
le merecían el párrafo que acabamos de citar y su contexto: «No
puedo renegar (de ellas), pues sigo creyendo que son muy
exactas».1052
Jacques de Lacretelle, en cambio, dedicó su más célebre
novela Silbermann (1922) a la condición de los judíos. No falta
en ella el cliché bioestético, puesto que la descripción del in­
grato físico y de la inquietante «cara algo asiática» de su amigo
de colegio y protegido termina con esta frase: «En conjunto,
despertaba la idea de una precocidad extraña: me hizo pensar
en esos niños prodigio que exhiben sus piruetas en los ó r ­
eos».1053 A nivel moral, el niño judío, sin que sea particular­
mente simpático, suscita nuestra piedad, y a la vez sale ganando
por la descripción de que es objeto, al tener como fondo la
crueldad de sus condiscípulos católicos y la hipocresía de los pa­
dres protestantes del narrador, atento a su pasado. Aun así, el
esfuerzo de Lacretelle había sido excesivo, y su condición de
patprio hugonote se tomó el desquite en le Retour de Silber-
mdMt (1930), que ya adulto se vuelve un personaje diabólico,
y más concretamente un poseso del Diablo. Gravemente en­
fermo y muy deprimido, sólo acepta la muerte después de vo­
mitar simbólicamente sobre esa cultura francesa que tanto le
había gustado: «Mientras contemplaba ese rostro de índole tan
extraña, me puse a pensar que los diablos que habían sorbido el
cerebro de Silbermann en el minuto supremo eran nuestras
Francia 349

princesas racinianas y todo un cortejo de héroes legendarios


vestidos a la francesa».1054
Estas princesas, estos héroes eran en cambio motivo de
predilección para la talentosa Irene Némirovsky, nacida en
Kiev, hasta el punto de hacerse cristiana cuando fue mayor de
edad. En su obra maestra, David Golder (1929), aparece un
tiburón de las finanzas judeorruso, y su ambiente, evocados to­
dos ellos sin piedad, aunque no sin una considerable dosis de
exactitud. A finales de la novela, la autora recurría a un amigo
de Golder para trazar una rápida generalización:

«Con el tiempo, Soifer moriría solo como un pe­


rro, sin un amigo, sin una cotona de flores sobre
su tumba, enterrado en el cementerio más barato
de París, por encargo de sus familiares, que le odia­
ban, igual que él les había odiado, pese a que les
dejaba una fortuna de treinta millones, cumplién­
dose así hasta el final el incomprensible destino de
todo judío bueno en esta tierra.» 1055

El destino de Irene Némirovsky fue morir en Auschwitz


(1942).
Así iban las cosas durante los años en que los judíos des­
empeñaron un papel de primer plano en todos los dominios
de la existencia: mientras la sociedad francesa de esa época,
siguiendo unas convenciones que se remontaban, más allá de
Panamá y el Caso, hasta la monarquía de julio, procuraba no
fijarse en las particularidades de aquéllos, «no ver a los judíos
como tales»,1056 una parte de la prensa y la literatura casi uná­
nime desarrollaban una variada gama de procedimientos para
cultivar, trasponer e hinchar los mitos inmortales.1057
En la práctica, se iba esfumando poco a poco la silueta del
judío bolchevique entendida como amenaza de la propiedad
y del orden establecido, y esto fue posible sobre todo por la
normalización general y la reanudación de relaciones diplomá­
ticas con Moscú; sin embargo, en 1935-36, renació la amena­
za con mayor premura en la persona de Blum el expropiador,
Blum, Blumel, Moch y consortes. La denuncia onom ástica,
arma tan simple como segura,1058 disponía entonces de exce­
350 La Europa suicida

lentes municiones. Otras más existían. «¡Lo que sea menos


Blum!», un hombre que con tanta intensidad representa a un
pueblo condenado por la maldición divina a llevar siempre vida
de apátrida, recordaba ante la Cámara el diputado Xavier Va-
lk t.1059 Fue sobre todo con posterioridad a 1933 cuando la
imagen del perseguidor-verdugo de Moscú comenzó a difumi-
narse en favor de la del mártir-perseguido llegado del otro
lado del Rin, abriendo así perspectivas aún más terribles.
«¡Todo antes que la guerra!» Ahora bien, ¿cómo creerse que
el judío internacional, dada la amenaza que sufría por parte
de Hitler, no fuera a intentar una movilización general? Con­
que: ¡sus y al judío! Así se comprende, entre otras muchas co­
sas, que Céline se convirtiera públicamente al antisemitismo,
después de 1933. Céline, por supuesto, no desaprovechó nin­
guna ocasión de difamar a los judíos mediante argumentos que
a veces eran clásicos — «Cuando ya no les cabe la menor duda
de que os tienen cogidos hasta el último leucoblasto, entonces
se transforman en déspotas, con la peor ostentación de arro­
gancia que jamás se haya visto en la Historia»— y a veces
modernos — «Mucho ojo con nuestros chuetas, que ahora su
Buda Freud les ha descubierto las llaves del alma».1060 Este ex
combatiente y émulo de Vacher de Lapouge 1061 sentía sin em­
bargo unos terrores más hondos y acabó aullándolos en estos
términos:

«El gran peligro racial, biológico, en plena anar­


quía, inmunda cancerización que nos invade a ojos
vistas, estancados como estamos, ha llegado a unos
extremos que lo que perdura, lo que subsiste de
la población francesa debería tener para todo pa­
triota auténtico un valor infinitamente precioso,
intangible, sagrado. Un valor que hay que preser­
var, que mantener a costa de cualquier bajeza, com­
promiso, astucia, maquinación, bluff, pacto o cri­
men. Sólo importa el resultado. ¡Lo demás nos la
remanfínfla! ¡Razón de Estado! La más ladina, la
más artera, la menos gloriosa, la menos atractiva,
pero que nos evite otra guerra. Cualquier precio
es bueno si se trata de durar, de mantener. Evitar
franela 351

la guerra por encima de todo. La guerra para nos­


otros, tal como somos, sólo significa una cosa: que
se acabó la música y que saltaremos definitivamen­
te al osario judío.
»Esta obstinación en rechazar la gueri^ es la mis­
ma que despliegan los judíos para que carguemos
con ella. Los judíos actúan movidos por una tena­
cidad atroz, talmúdica, unánime, por un espíritu
de continuidad infernal, mientras que nosotros sólo
sabemos oponerles mugidos dispersos.
»Iremos a la guerra. Sólo servimos para morir...» 1062

Este estilo demencial expresa aquí unos terrores igual­


mente'desequilibrados, y sin embargo no hacía falta ser anti­
semita para compartirlos. ¡Pero qué coyuntura más favorable
encontraron los alistamientos! Una coyuntura en donde «el an­
tisemita corre el riesgo de imponerse a todo el mundo. Si hago
la guerra a Hitler, actúo en favor de los judíos; si pacto con
él, traiciono la causa judía; de todos modos, los singularizo»:

«Los judíos así definidos reaccionan tarde o tem­


prano como judíos, y reanudan sus viejos la20S,
ni que sea en defensa propia (...) Semejante alian­
za, que trasciende todas las fronteras, siembra des­
confianzas que se vuelven ‘“ arias” , en virtud del
contraste, y que aíslan nuevamente a los judíos; así
funciona el círculo vicioso hitleriano.» 1(163

Aparte de estas conexiones psicohistóricas, la burguesía y


las gentes acomodadas tenían otras motivaciones, otros mie­
dos que ya hemos evocado. Tal como escribía Fran?ois Mau-
riac poco antes de morir, «la actual generación no puede lle­
gar a figurarse lo que representaban para la burguesía france­
sa la Rusia soviética de esos años y el Frente Popular de Ma­
drid».
Estas eran las condiciones que permitían que se fuera col­
mando la zanja existente entre lo imaginario y lo real. La «di­
similitud» que hemos examinado tocaba a su fin. La agita­
ción antijudía invadía el ámbito de las calles, organizándose
352 La Europa suicida

mítines antisemitas como réplica a los mitines antihitíerianos.


Por segunda vez, la sociedad francesa salió de su reserva y,
sobre todo cuando empezó a correr sangre del otro lado de los
Pirineos, olvidó sus convenciones relativas a los judíos.
Se vio entonces la actitud de La Croix que, pese a que en
1927 había abjurado del antisemitismo, presentaba ahora por
obra de su cronista Pierre l’Ermite una explicación muy sim­
plista de la guerra de España:

«Los españoles lo tenían todo para ser felices. Ba­


ñados por su cielo azul, sin grandes necesidades,
podían soñar bajo el sol, vivir de su industria,
aprovechar la tierra para alimentarse y tocar la
mandolina...
»Un día, llegan de Moscú sesenta judíos. Traen
por misión demostrar al pueblo que la vida que
lleva es muy desgraciada: “ Si supierais lo bien que
estamos en nuestro país” . Y ya tenemos a esta ca­
balleresca nación entregada de pies y manos a la
domesticidad de la lejana Rusia, que nada tiene
que ver con su raz a ...» 1064

Se vio entonces la actitud del semanario Je suis partout,


que en 1930-1935 se había mantenido dentro de los límites
de la decencia, pero que ahora cultivaba con suma efectividad
el latiguillo de «judíos en todas partes»,1065 y que publicaba
dos números especiales sobre los judíos que hubo que reim­
primir, y que citaba ampliamente a Céline — «Lo recitamos,
lo clamamos, lo hemos convertido en nuestro nuevo Baruch»— ,
y que trataba a Jacques Maritain de «contaminador de raza»,
y que incluso concedía cierto mérito a Stalin, en ocasión de
las grandes purgas: «Este hombre de pueblo, zafio y brutal,
sabe que la patria tiene un sentido, un sentido que nunca tuvo
y que nunca podrá tener para los Trotski, los Radek y los
Yagoda».1066
Se vio entonces la actitud de Georges Bonnet, ministro de
Asuntos extranjeros, que se anticipó a las discriminaciones ra­
ciales infligiendo una afrenta a sus colegas judíos Georges Man-
del y Jean Zay, para mejor honra de Joachim von Ribben-
Francia 353

trop.1067 Así consumado el suicidio de la I II República, se vio


finalmente la actitud de otro de sus colegas, más conocido como
gloria de las letras francesas, que reclamó la institución de un
ministerio de la Raza. Jean Giraudoux, pues a él nos estamos
refiriendo, exponía las siguientes consideraciones:

«[Los judíos extranjeros] aportan por dondequie­


ra que pasen la ambigüedad, la acción clandestina,
la concusión, la corrupción, y son unas constantes
amenazas para el espíritu de precisión, de buena
fe y de perfección tan característico en el artesano
francés. Horda que se las arregla para que la des­
pojen de sus derechos nacionales y para desafiar
entonces todas las expulsiones, horda que acaba
ingresando a miles en los hospitales, hasta satu­
rarlos, por culpa de su constitución física, precaria
y anormal...» 1068

Como vemos, el argumento biológico de rigor no había


caído en el olvido.
CONCLUSION

Por el hecho de escribir en Francia, me parece muy natu­


ral haber dedicado tanto espacio a este país: creo que ocupa
Casi una cuarta parte del libro. Esta minuciosidad me ha per­
mitido poner en evidencia, no sólo el hecho en sí, por lo co­
mún ignorado, de la violenta oleada de antisemitismo duran­
te la primera posguerra, sino además varios puntos todavía
peor conocidos, sobre todo el nexo que existe entre esta olea­
da y la exacerbación simultánea de las angustias racistas en
general. Por otra parte, los datos que he reunido al hablar
de Estados Unidos demuestran la universalidad de este fenó­
meno. Se explica en principio por la habitual diferencia, de]
orden de dos generaciones, que existe entre unos especialistas
que aceptan una teoría nueva y unas masas que asimilan la
difusión de dicha teoría, especialmente cuando ésta afecta de
rualquier modo a la vida política. Dado que la teoría aria
irraiga en el mundo erudito hacia 1860-1880, era natural que
:ausara sus verdaderos estragos a principios del siglo xx, y
sobre todo después de 1918. Obviamente, también hubo en­
tonces otros muchos factores que entraron en juego, y el pri-
nero fue comprobar que la supremacía europea acababa de to­
356 La Europa suicida

car a su fin: así se comprende que, en vísperas de la evacua­


ción de las posiciones mundiales adquiridas, se produjera un
alza súbita de apetencias racistas, caracterizada por la moda
de las visiones apocalípticas tales como El declive de la gran
raza de Madison Grant o La decadencia de Occidente de Os-
wald Spengler, y hasta cabría añadir Los escitas de Alejandro
Blok, proclamación de que Europa había perdido para siem­
pre el bastión de los pechos rusos, en su flanco este. ¿Debe­
mos decir asimismo que las nuevas realidades mundiales, y en
primer lugar una propaganda comunista ejercida desde Mos­
cú a escala planetaria, determinaban entonces con todo su peso
el curso de las políticas occidentales?
Todo ello nos remite por lo tanto al espectro del «bolche­
vismo judío», y a las oleadas de antisemitismo en cuya des­
cripción nos hemos extendido más ampliamente al hablar de
los países anglosajones y de Francia. Hoy, dichas oleadas cons­
tituyen una página de las mentalidades occidentales no sólo
pasada sino disimulada, podríamos decir, por el fenómeno
nazi, que llega incluso a permitir que las naciones enemigas
del I I I er Reich, a costa de su sangre o de su libertad, presu­
man retroactivamente de buena conciencia (al menos por lo
que se refiere al período de entreguerras). Lo cierto, sin embar­
go fue que Hitler explotó la baza del antisemitismo, conjun­
tamente con la del chantaje de la guerra, para reducir toda
veleidad de resistencia. «Si los judíos no existieran, habría ha­
bido que inventarlos», afinando así el propósito de dominar
Europa, por no decir todo el mundo. Llegado el caso, ¿hubie­
ra hecho falta inventar un Hitler, dado que, por lo que res­
pecta al antisemitismo, cumple hoy la función de chivo emi­
sario de los pecados, cegueras o debilidades que posibilitaron
el cataclismo mundial? La observación vale para las democra­
cias del Oeste, sobre todo para aquellas que acabo de citar;
pero también vale para los países del Este europeo, sean cua­
les fueren sus variantes. Singularmente para Polonia, cuya po­
lítica exterior fue tributaria del «problema judío» en igual me­
dida que su política interior. Y asimismo para la Unión So­
viética, donde siguió imperando la judeofobia, de forma clan­
destina aunque apenas menos omnipresente que en la actuali­
dad, entronizados ya sus portadores; y desde luego para una
Conclusión 357

Alemania cuya vida pública quedó impregnada del problema


ya antes de 1933, que fue cuando la obsesión se extendió a la
vida cotidiana, en las formas que ya sabemos. Será un retor­
no a estos dos epicentros del antisemitismo en la era moderna
el que estructura la conclusión de la presente obra, a la espe­
ra de poder insistir sobre estos años cruciales, si dispongo de
medios, durante las primeras páginas de un quinto y último
volumen de esta Historia del antisemitismo.
Rusia, me decía un día mi llorado amigo Alexandre Ko-
jéve, al regresar de nuestra común tierra de origen, es un país
con un pie en el siglo xrx y otro en el xxi. Creo que podemos
extender este juicio al pasado, en la medida en que la Rusia
de los zares, por muy grande que fuera su retraso desde la
óptica del desarrollo económico y de la cultura científica, ya
anticipaba las revolucionarias innovaciones políticas e institu­
cionales surgidas de la Primera Guerra mundial, que tanto han
influido para que el mundo sea lo que es. Aludo sobre todo
al régimen triangular formado por el jefe autocrático, la poli­
cía inquisitorial y el partido monolítico, régimen que ya se es­
bozaba en la Rusia de los dos últimos zares, para luego obte­
ner en Occidente su forma culminante, bajo la denominación
genérica de fascismo. La historiografía ha comenzado a ad­
vertir esta prioridad institucional.1069 Por supuesto, hay que va­
lorar las disimilitudes, sobre todo por lo que respecta al pri­
mer lado del triángulo, habida cuenta de los contrastes exis­
tentes entre los zares autocráticos y los jefes carismáticos. En
cuanto a las técnicas políticopolicíacas de provocación, de in­
filtración y de intoxicación, que hoy reciben un uso mundial,
ya habían alcanzado un alto grado de perfección con los gran­
des cerebros de la Okrana, el general Rachkovsky, inventor de
Jos «Protocolos», o el coronel Zubatov, creador del «socialis­
mo policial». Algunos de los discípulos y de los miles de agen­
tes que pasaron por sus manos actuaron luego de inspirado­
res o de informadores tanto para sus ex colegas de la Entente
como para sus émulos alemanes, y sus embustes o fantasías se
abrieron paso hasta el gran público, como ya hemos visto. Po­
demos agruparlos junto a toda la tropa que constituye la base
del triángulo, los cientos de miles de militantes de la Unión
del pueblo ruso y de las organizaciones rivales, los activistas
358 La Europa suicida

de las Santas Legiones, de las Centurias negras, de las Cami­


sas amarillas de Odessa, los pogromistas, los componentes de
expediciones punitivas y los autores de asesinatos políticos,
precursores todos ellos, mientras vivieron, de las Camisas ne­
gras o pardas. ¿Qué se hizo de esta gente, tras la caída del za­
rismo?
También a este respecto, he podido proporcionar unos
cuantos datos, que se esparcen por diversos capítulos: desde
un punto de vista más sistemático, y a pesar de todas las in-
certidumbres que aún subsisten (¿no se ha llegado a calcular
que la suma de miembros de la Unión del pueblo ruso alcan­
zaba unas cifras qpe oscilaban 'entre los diez mil y los tres mi­
llones?),1970 conviene que distingamos dos grandes casos:

I. Una actividad antirrevolucionaria e ipso fado antisemita,


abiertamente desarrollada tanto en la misma Rusia, mientras se
prolongaban las guerras civiles, como en la emigración. Sobre
este último punto, me ha interesado demostrar sobre todo
hasta qué punto ciertos emigrados desorientados, desprovistos
y a menudo desesperados, acabaron ejerciendo, en favor de los
acontecimientos, una considerable influencia sobre la opinión
pública de los Estados vencedores. Quiero añadir algunas apre­
ciaciones, que creo instructivas, sobre su mentalidad.
En Estados Unidos, también Boris Brasol, en uno de sus
libros que a su juicio «causarán más daño a los judíos que diez
pogroms», achacaba el despedazamiento de su patria a una
alianza contranatural entre el pangermanismo, el «panbritanis-
mo» y el panjudaísmo. Señalaba el año 1906 como una gran
ocasión perdida: si Guillermo II y el papa Pío X hubiesen
desarrollado el proyecto de alianza antijudía aprobado por
Nicolás I I, se hubiera producido un cambio en la trayectoria
histórica de la humanidad.
¿Se creía Brasol lo que escribía? En París, el activista
Nicolás Markov observaba para su propio uso que Les Der-
niéres nouvelles, el gran periódico liberal de la emigración
rusa, se elaboraba en la sinagoga portuguesa de la calle Buf-
fault,1071 a cuenta de los Sabios de Sión.
Son para mí casi recuerdos de juventud, pues la comuni­
Conclusión 359

dad de destino de la emigración unía y mezclaba entre sí a


rusos blancos y «judeorrusos», incluso en lo que atañe a la
activa minoría de militantes de toda índole, fuera cual fuese
la amargura de los recuerdos o el arraigo de las incompren­
siones. Escuchemos a Vladimir Chulguin, antisemita caballe­
resco, o razonable, aquél que tomó partido en favor de Bei-
lis: veamos cómo apostrofa a sus interlocutores (y quizás a
sus amigos); observemos cómo en él los judíos comparsas lle­
gan a ser en breves líneas los judíos autores de la revolución,
para terminar como judíos regentes del mundo, como «judíos,
nuestros amos»:

«Nos preguntan: “ ¿Qué es lo que no os gusta de


nosotros?” . Voy a permitirme una respuesta en re­
presentación de los neoantisemitas nacidos con la
revolución, y también en nombre de los once años
que lleva el poder soviético dirigiendo la adminis­
tración:
»— Lo que no nos gusta de vosotros es vuestra
excesiva participación en la revolución, que ha re­
sultado ser una mentira y una impostura enormes.
No nos gusta que os hayáis convertido en la co­
lumna vertebral y en el armazón del partido comu­
nista. No nos gusta que gracias a vuestra organi­
zación y a vuestra cohesión, gracias a vuestra tena­
cidad y a vuestra voluntad, hayáis consolidado y
reforzado para muchos años la empresa más de-
mencial y más sanguinaria que haya llegado a co­
nocer el género humano desde que se creara el
mundo. No nos gusta que esta experiencia se haya
realizado ajustándose a la doctrina del judío Karl
Marx. No nos gusta que sean las espaldas rusas
las que han tenido que cargar con esta historia ho­
rrible, ni que dicha historia nos haya ocasionado,
a nosotros los rusos, colectiva o individualmente,
unas pérdidas indecibles. No nos gusta que vos­
otros, los judíos, un grupo relativamente poco nu­
trido de la población rusa, haya desempeñado en
este asunto innoble un papel absolutamente des­
360 La Europa suicida

proporcionado. No nos gusta que de hecho os ha­


yáis vuelto nuestros amos. No nos gusta que, amos
al fin, os hayáis portado como señores de muy es­
casa amenidad...
»¡Y aún nos preguntáis qué es lo que no nos gusta
de vosotros!» l<m

A continuación, Chulguin describía la judeofobia de las


masas en la Unión soviética, ese «veredicto del pueblo» que,
decía, amenazaba con traer «terribles desastres» tanto al pue­
blo ruso como al pueblo judío. Por consiguiente, tendía a este
último una mano que pretendía ser conciliadora.1073 No obs­
tante, es casi evidente que al margen del ghetto de los emi­
grados, los extremistas del antisemitismo eran los únicos que
sabían hacerse escuchar cuando convenía influir en el curso
mundial de las cosas, sobre todo dentro del privilegiado cam­
po de acción que ahora les ofrecía Alemania.
Mención especial merecen en principio los rusos de origen
alemán, que como ya hemos visto 1074 cumplieron en el parti­
do bolchevique una tarea cuya importancia sólo cedía relati­
vamente a la de los judíos. Mucho mayor aún, cualitativamen­
te hablando, fue su contribución al partido nazi, sobre todo
durante sus comienzos. En este caso, se trataba de bálticos,
que asistieron a Munich en tan gran número que, según pa­
labras del propio Hitler, el Volkischer Beobachter hubiera
debido llamarse «Münchener Beobachter — edición báltica».1075
Junto a Alfred Rosenberg, ideólogo del partido, figuraba Max
von Scheubner-Richter, su postulante más eficaz, que le ase­
guraba, entre otras ayudas financieras, las del «pretendiente»
ruso Cirilo Romanov y de su mujer Victoria von Coburg.
Scheubner-Richter fue uno de los grandes organizadores del
putsch nazi de noviembre de 1923, que sin embargo le costó
la vida; pero Amo Schickedanz, Otto von Kursell y Georg
von Manteuffel, nacidos como él en Riga, militaron hasta el
final bajo la férula de Rosenberg.1TOS
En su gran biografía de Hitler, Joacbim Fest habla de
«esos germanobálticos que, en gran número y relacionados con
algunos emigrados rusos de extrema derecha, ejercieron una
acción nada desdeñable sobre el N.S.D.A.P. durante sus ini-
Conclusión 361

dos».1®77 No parece tener en cuenta que esa gente, antes de


1917, fue súbdito leal al zar. Creo que es más adecuada la
descripción de Henri Rollin, contemporáneo del I II er Reich:

«Desde buen principio, el Führer se halló en deu­


da con los rusos emigrados a Alemania, no sólo
porque éstos le proporcionaran unas teorías políti­
cas o místicas, capaces de impresionar la imagina­
ción de las masas: también les debía el indispen­
sable trampolín de toda propaganda: el dinero.»

Rollin describía luego de qué modo la abnegación de la


rusa Gertrude von Seidlitz permitió, entre otras cosas, que el
Vólkischer Beobachter se convirtiera en un periódico de dia­
ria aparidón. Sin mayores alusiones al espinoso asunto de las
primeras fuentes financieras de Hitler, apresurémonos a aña­
dir que los «bálticos» no fueron seguramente los únicos que
actuaron como ideólogos o iniciadores de los activistas alema­
nes. En marzo de 1922, y dentro del campo de la acdón di­
recta, la obsesión de los Sabios de Sión tampoco fue ajena al
crimen de Chabelski-Bork y Taboritski (el asesinato de Vladi-
mir Nabokov), seguido en junio de 1922 por el de Kern y Te-
chow (el asesinato de Walter Rathenau). A nivel doctrinario,
el coronel Fiodor Vinberg, maestro de Chabelski, desarrolló
por entonces una ideología simplista, sacada sobre todo de H.
St. Chamberlain; podemos retener su distinción entre el ele­
vado antisemitismo de los zares, humanitario e ineficaz, y un
antisemitismo práctico que debía borrar a los judíos del mapa
del globo, si Dios se dignaba apiadarse de los pobres cristianos.
El historiador W. Laqueur, que nos suministra lo esencial de
estos datos, opina que Vinberg utilizaba la mediación de Ro-
senberg para transmitir sus ideas a Hitler.1078 Podríamos men-
donar asimismo al ucraniano Grigori Schwarz-Bostunich, el
experto científico de las SS en el área del «problema judío».
Pero ya es hora de que nos ocupemos de la fermentación anti­
semita en la Unión soviética, es decir de una cuestión mucho
más amplia, cuya clarificación presenta además grandes difi­
cultades. En esta conclusión, deberemos limitarnos a unas cuan­
tas apredadones.
362 La Europa suicida

II. Por lo que se refiere a los sentimientos de las masas po­


pulares rusas y de los combatientes rojos en el transcurso de
la guerra civil, el arte de Isaac Bebel ha dejado en Caballería
roja un cuadro implacable, velado apenas por un chirriante hu­
mor negro. Vale la pena advertir que la acción de los relatos
se sitúa en Ucrania o en Polonia, pero que los personajes aquí
evocados son todos rusos.1079 Por ejemplo, la buena mujer que
intenta pasar sal de matute y que, interceptada por el solda­
do Balmachev, le reprocha que no piense en Rusia, y que sólo
piense en «salvar a los jids Lenin y Trotski» (Sal: no nos pro­
duce ninguna extrañeza saber que en las nuevas ediciones so­
viéticas de este relato, la censura suprima los nombres de
Lenin y Trotski, de modo que la réplica de la especuladora
se reduzca a «salvar a los jids».) Por ejemplo, asimismo, el ya
mencionado soldado Balmachev que denuncia al juez de ins­
trucción militar la traición del presidente de distrito Bojder-
mann y del doctor Jawein, «judíos por nacionalidad», culpa­
bles de haber privado de sus armas a los heridos que se ha­
llan en el hospital de Kozin (Traición). Paralelamente, el sol­
dado Kurdiukov denuncia a los judíos de Maikop, los cuales,
arguyendo una orden de Trotski, habían intentado impedir el
linchamiento inmediato de un prisionero blanco: «¿Y qué es
lo que vimos en el pueblo de Maikop? Vimos que la retaguar­
dia no comparte en absoluto los sentimientos del frente, y que
no hay más que traición y abundancia de Jids, como bajo el
Antiguo Régimen» (Carta) }m
Por ejemplo, y sobre todo, el apocalíptico combatiente
mujik de Zamostié:

«Y en pleno silencio, percibí una lejana irrupción


de gemidos. Flotaba en torno nuestro una oculta
vaharada de asesinos.
—Están matando —dije entonces.
— ¿A quién matan?
—El polaco anda inquieto — dijo el mujik— , el
polaco apiola a los jids...
Se pasó el fusil de derecha a izquierda. Su barba
apareció por entero, me miró con una expresión
afectuosa y añadió:
Conclusión 363

—Qué largas se hacen las noches en el frente, son


noches que nunca terminan... Y ya ves, te entran
ganas de hablar con alguien, y dónde encuentro a
ese alguien.
El mujik me obligó a que aceptara su lumbre para
mi cigarrillo.
— Los jids —dijo— son culpables a ojos de todos,
a ojos míos y a ojos tuyos... Después de la gue­
rra, serán muy pocos los que queden... ¿Cuántos
jids habrá en el mundo?
—Diez millones — contesté, mientras ponía nueva­
mente en su sitio el bocado de mi caballo.
— Quedarán doscientos mil — exclamó el mujik, y
me tocó el brazo por miedo a que me fuera. Mon­
té sin embargo y galopé hacia el punto donde se
hallaba el estado mayor.»

En Ghedali, Babel llega incluso a un rechazo de revolu­


ciones y contrarrevoluciones, por medio de este talmudista.
Ghedali razona así:

«La revolución es la obra buena de la gente bue­


na. Pero la gente buena no mata a nadie. O sea que
la revolución es obra de gente mala. Pero los po­
lacos también son malos. Por lo tanto, qué es lo
que Ghedali debe decidir: ¿dónde está la revolu­
ción y dónde la contrarrevolución?»

En los relatos de Babel, los combatientes y jefes de gue­


rra judíos son los únicos que logran granjearse el afecto de
los rusos, como el moribundo comandante Ilya, que guardab
en sumochila el retrato de Maimónides junto al de Lenin
(Ilya, hijo del rabino), o el endeble talmudista anónimo con­
vertido en «atamán de mujiks, elegido por ellos y al que to­
dos quieren» .(Afonka Bida).
No cabe ninguna duda de que Babel captaba una reali­
dad profunda, aumentada con lupa, máxime habida cuenta que
la sangre y los pogroms estimulaban las supersticiones judeó-
fobas, y que normalmente la población sentía una ternura es­
364 La Europa suicida

casa por la nueva raza de los jefes de guerra judíos y por la de


los nuevos burócratas. De todos modos, llama la atención el
hecho de que la vasta producción occidental — cientos de obras
y estudios, y hasta revistas especializadas— , que desde me­
diados de siglo analiza la condición de los judíos soviéticos,
no se detenga en esos miedos supersticiosos ni en esos furo­
res antisemitas, suponiendo que llegue a mencionarlos siquie­
ra. Lo más frecuente es que aparezcan filtrados por una visión
convencional, siguiendo la óptica de las medidas educativas o
coercitivas del nuevo poder, de la guerra implacable que Le-
nin declaró al antisemitismo; más comúnmente, esta literatura
histórica suele dedicarse al prodigioso cambio, jamás alcanzado
por ningún otro grupo nacional o étnico, que un régimen co­
munista entendido como tal imponía a los judíos.
De poco vale recurrir a otras fuentes, todo lo más nos en­
teramos, gracias a un estudio sobre la Iglesia ortodoxa, de que
en el «Sobor» (concilio) reunido en Moscú en enero de 1918,
d archimandrita Vostokov podía declarar impunemente, bajo
los aplausos de la concurrencia: «Hemos derribado al zar y
nos hallamos sometidos a los judíos».1061 En el bando opuesto,
será un periódico yiddish quien nos diga cómo, en 1919, un
ferroviario objetaba al presidente Kalinin: «Sólo cuando ya no
queden judíos en las filas del partido bolchevique, todos nos­
otros nos volveremos partidarios del poder soviético».1082 Hay
que consultar el órgano publicado por los judíos rusos emigra­
dos a París, para comprobar no sin cierto asombro que este
estado de ánimo aún se manifestaba abiertamente en Moscú,
en 1921-1922. Una ilustre marxista rusa, Catalina Kuskova,
expulsada por Lenin de la Unión soviética, aludía a los «nue­
vos» antisemitas, bajo el título de ¿Quiénes son y cómo obrar?
Explicaba sus recuerdos más recientes:

«...Una maestra, por ejemplo: “A ver si lo en­


tienden, los niños me odian, gritan en voz alta que
enseño en una escuela judía. ¿Por qué judía? Por­
que han prohibido la enseñanza del catecismo y
han echado al pope. — ¿Qué culpa tengo yo? ¿No
procede esta orden de la Comisaría de Instrucción?
Conclusión 365

— ¡Allí todos son judíos, y son ellos los que te


nombran!” .
»Colegiales y colegialas, por ejemplo. De origen
“radical” . Un círculo de estudios. ¿De qué hablan?
De la opresión judía. En general, los jóvenes son
mucho más antisemitas que sus mayores. En las
escuelas, abundan las peleas con alumnos judíos.
Ni siquiera me referiré a esos adultos que no pa­
ran de decir: “ ¡Basta, basta! Se han portado como
lo que son, ¡ya nos han torturado bastante!”.»

Kuskova citaba luego un párrafo de una circular de


los nuevos poderes, destinada a explicar la inevitabilidad de
una plétora de funcionarios judíos, habida cuenta de las reti­
cencias que sentía la mayor parte de la intelectualidad rusa:
«Si hay algunos que se disgustan, conviene “curarlos” de es­
tos sentimientos de disgusto». Como conclusión, escribía:

«Así pues, a la pregunta: ¿quiénes son esos anti­


semitas? Yo contesto: se trata de amplias capas de
la población, que también incluyen a varios intelec­
tuales de tipo cultivado, y hasta a ciertos intelec­
tuales judíos... Es un mal endémico de la Rusia
soviética...» 1083

Pero entonces, en tal coyuntura, ¿dónde estaban y cómo


operaban aquellas cuadrillas «cien-negras» que, por breve tiem­
po, durante la primavera de 1917, se habían infiltrado en el
partido bolchevique con armas y bagajes? 1084 Actualmente, go­
zan de una posteridad ideológica muy dispar, que publica re­
vistas «samizdat» semiclandestinas y que a veces ostenta un
racismo primario que llega incluso al elogio de Hitler.1085 Pero
está claro que este resurgir ya nada tiene que ver con los
«adictos» de 1917-1920. He buscado el rastro de estos proto-
fascistas, sin mucho éxito hasta hoy, sondeando fuentes que
se han vuelto de difícil acceso, a saber: los cientos de libros y
artículos que utilizó el régimen comunista, entre 1918 y 1931,
para luchar contra el antisemitismo. La profusión de folletos
de 1917-1921, que sobre todo reproducían textos y apasiona­
366 La Europa suicida

dos llamamientos de Lenin, se convirtió desde 1926 en un cho­


rro de obras más ambiciosas, destinadas casi siempre a los
cuadros o «agitadores» encargados de la educación de las ma­
sas populares. En uno de ellos, El antisemitismo y los anti­
semitas, Preguntas y respuestas, de G. Ledatt, con una tira­
da de 50.000 ejemplares y ya influido por la fraseología sta-
linista — lleva fecha de 1929— , las diversas categorías de pro­
pagadores eran objeto de la descripción siguiente:

«Hoy en día, comprobamos un nuevo avance del


antisemitismo en nuestro país... El microbio del
antisemitismo ha penetrado incluso en ciertos esla­
bones atrasados o descompuestos del partido y del
Komsomol... El incremento del antisemitismo va
directamente unido a la intensificación de la lucha
de clases en nuestro país... Los elementos capita­
listas van perdiendo posiciones en la economía.
Pero conservan aún mucha fuerza, y sobre todo
mucha influencia, en las capaá intermedias.»

Ledatt denunciaba luego a los lichentsy, los soviéticos pri­


vados de sus derechos electorales, que casi alcanzaban la cifra
de tres millones. Atacaba especialmente a los pequeños co­
merciantes, al clero (en número de 35.000) y a otros «ex pri­
vilegiados»: «En una fábrica de Gomel, y a raíz de un juicio
entablado contra varios antisemitas, se descubrió que el edi­
ficio había servido de cobijo a ex agentes de policía y gendar­
mes, y hasta a monjes. Estos elementos habían subyugado a
un grupo de obreros retrasados...». En Leningrado, al parecer,
se dieron casos de príncipes y coroneles que habían logrado in­
filtrarse no sólo en las fábricas, sino incluso en el secretariado
del Partido. Y así por el estilo. No obstante, la nota más in­
teresante de este catecismo antiantisemita figuraba al final,
bajo el título: ¿Es verdad■que los judíos gobiernan la Unión
soviética? «Antaño se pretendía que todos los comunistas eran
judíos», decía este apartado; pero como la cifra de miembros
del partido ya ha rebasado el millón y medio, «hoy se limi­
tan a decir que más de la mitad lo son». Contra este infundio,
Ledatt presentaba unos datos que Ordjonikidzé acababa de
Conclusión 367

publicar: 11 judíos (sobre 104 miembros) en el Comité cen­


tral, 12 % de funcionarios judíos en Moscú, 9 % en Lenin-
grado, etc...
Lo malo es que estos judíos, en cierto modo, seguían va­
liendo el doble, el triple o más. Conviene que ahora digamos
unas palabras para describir la gran metamorfosis del judais­
mo ruso. En el plano económico, dada la imposibilidad de
ejercer los seculares oficios de comerciante o de intermediario,
había por lo menos decenas de miles de padres de familia
obligados a ganarse el sustento de forma inmediata. En el
plano cultural, aunque la desjudaización se acelerara hasta el
punto de que, en 1926, el presidente Kalinin exhortaba a los
dudadanos judíos a «salvaguardar su nacionalidad»,1086 también
es cierto que el retorno a los orígenes bajo sus dos formas «he­
braicas» de la religión o del sionismo sufría una violenta y
creciente oposición, sobre todo por cuanto esta pugna adqui­
ría unos tintes cada vez más políticos; en efecto, no sólo se
trataba de la vieja contienda intrajudía entre «Bundismo» y
«Sionismo», sino además del temor de facilitar tropas suple­
mentarias al imperialismo británico, que acechaba desde su
dudadela de Palestina.1087 Otro aspecto de la cuestión político-
cultural reflejaba el afán de impartir justida a la «nacionali­
dad judía», considerándola como una más de las nadonalida-
des, así se explica la promoción del yiddish, la creación de es­
cuelas y de tribunales judíos, y el proyecto de un «territorio
judío» (colonias agrícolas en Crimea o región autónoma de Bi-
robidjan, en Extremo Oriente). Este trasplante geográfico así
esbozado se desarrollaba de forma espontánea a una escala mu­
cho más amplia: necesitados de unos medios de existencia, ha­
bía cientos de miles de judíos que emigraban a la Rusia propia­
mente dicha y, sobre todo, a sus dos capitales. Por eso Mos­
cú contaba en 1926 con más de 150.000 judíos (cifra cinco
veces superior a la de miembros judíos en el partido bolche­
vique en toda la U.R.S.S.!) ¿Cómo se ganaban la vida? Las
estadísticas nos informan 1088 que casi la mitad de padres de
familia habían decidido trabajar al servicio del Estado sovié­
tico (no vemos qué otra cosa hubieran podido encontrar). Por
consiguiente, este es el 12 % estableado por Ordjonikidzé;
como lo relativo se convierte fácilmente en absoluto, cuando
368 La Europa suicida

se trata de judíos, había millones de rusos que veían en estas


condiciones la prueba manifiesta del poderío de los Sabios de
Sión — encarnado además por Trotski en Moscú y por Zino-
viev en Leningrado, sobre todo después de la muerte de Lenin.
De modo que por fin había llegado el reinado judío, tal como
lo profetizaran Dostoievski y otros más, tal como lo descri­
bía Chulguin desde París, o tal como lo experimentaban por
cuenta propia millones de alemanes bajo la Judenrepublik de
Weimar, según veremos dentro de poco.
Sin embargo, en tal coyuntura, ¿sería un gran error supo­
ner que durante aquellos años de industrialización forzada y
de colectivización, el nuevo homo sovieticus pensaba que las
conductas o las expresiones antijudías eran tan peligrosas como
las actividades tenidas por antirrevolucionarias? Los especialis­
tas occidentales han procedido a un recuento de los síntomas
de la nueva judeofobia rusa: injurias, malos tratos, procesos
públicos «educativos» (por ejemplo, entre enero y septiembre
de 1928, 38 juicios por antisemitismo en Moscú); 1089 también
podemos citar los escándalos descritos por Ledatt y por otros
autores soviéticos, principalmente en las escuelas, donde hubo
niños judíos martirizados o hasta crucificados, con objeto de
representar al revés el drama del Gólgota.1090 ¿Sería un gran
error suponer que sólo se trataba de la punta visible del iceberg,
y que por el contrario este hervidero de pasiones antisemitas
cobraba aún mayor intensidad por cuanto solía mantenerse en
secreto; y que en suma las vejaciones y persecuciones de sen­
tido opuesto, la angustia de los colegiales rusos para quienes
Jesucristo seguía siendo el auténtico Salvador, esos mismos
colegiales reflejados por Soljenitsyn en el capítulo «El cosmo­
polita sin casa ni hogar» de El primer círculo,1091 expresaban
una verdad distinta y complementaria?
En todo caso, sin olvidarnos del nuevo fenómeno consti­
tuido por la afluencia de judíos a la Rusia interior, podemos
concluir con certeza que se fortaleció el sentimiento de una
otredad recíproca y que se vulgarizó la dicotomía del vosotros
y nosotros, paralelamente al proceso de desjudaizadón y en
parte como continuidad; aparente paradoja que encuentra mu­
chos ejemplos en la historia de la emandpación de los judíos.1092
¿Debemos añadir que hay pocas cuestiones tan difíciles
Conclusión 369

de explorar como los sentimientos de una mayoría silenciosa,


sobre todo cuando ésta se convierte en mayoría amordazada?
Más factible resulta, en cambio, documentarnos sobre la evo­
lución del problema en el seno de los medios dirigentes. En
1931, la súbita y casi total desaparición de la literatura pro
judía bien pensante coincide con el advenimiento de la era ya
totalmente stalinista: ese mismo año, el dictador establecía una
pausa de diez años de duración, al declarar que el antisemitis­
mo era un vestigio del canibalismo.1093 Más tarde, ambientadas
por las tragedias y matanzas en frío de la década de 1930, las
Grandes Purgas comportaron su parte incierta de antisemitis­
mo, preludiando la paranoia racista o, según cuenta su hija,
«aversión jamás equiparable»,1094 característica de un Stalin que
envejecía, mientras las masas populares aterradas y sumisas
callaban como antes.
En verano de 1941, la embestida germánica les permitió
por fin señalar en voz alta al chivo emisario: los supervivientes
coinciden en decimos que tras las primeras derrotas y evacua­
ciones se desataron las lenguas y que el antisemitismo comenzó
a manifestarse sin trabas ni reparos. ¿Pagaron con la misma
moneda? (Recordemos la función de los «bálticos» rusos en
Alemania.) Pero no pretendamos desmontar aquí los mecanis­
mos liberadores o compensadores subyacentes; mejor será que
escuchemos las palabras de un testigo desjudaizado al 100 % ,
hijo de un coronel del ejército rojo:

«Enviaron a mi padre a la Academia militar de


Moscú. No había hecho apenas más que terminar
sus estudios cuando estalló la guerra, y tuvo que
salir hacia el frente, mientras evacuaban a mi fami­
lia. Acababa de empezar una nueva etapa en nues­
tra vida.
»Y fue durante la guerra, en el Ural, cuando oí
por vez primera la palabra Jid, en boca de unos
críos de la calle. “ ¿Eres un jid?” , me preguntaron
mis compañeros de juegos. En seguida conteste
que no porque, primero, no sabía qué quería de­
cir eso y, segundo, el tono en que me habían hecho
370 La Europa suicida

la pregunta, ya indicaba que se trataba de algo


malo...
»Recuerdo que en Tachkent, que acabó siendo
para los antisemitas el lugar donde “ se embosca­
ban los judíos durante la guerra”, teníamos por
vecino a un policía del N.K.V.D., que cobijaba a
su hermano, un desertor. Como le daba miedo sa­
lir a la calle, se pasaba el día con nosotros, tra­
zando dibujos pornográficos y contando chistes obs­
cenos. Usaba de un tono tranquilo y pausado para
explicarnos por qué eran malos los judíos: eran
perezosos y cobardes, no querían ni trabajar ni com­
batir, se buscaban ventajosos empleos y robaban
todo lo que podían. Yo no acertaba a decirle que
mi madre trabajaba el día entero, que mi padre
estaba en el frente y que llevábamos una vida de
privaciones, mientras que él holgazaneaba en una
lejana retaguardia, bien alimentado por las racio­
nes especiales del N.K.V.D. Pero un buen día, su
ociosa existencia se vio turbada inesperadamente
por la aparición de mi padre, herido en línea de
fuego, que volvía para sanar en un hospital de
Tachkent. ¡Qué metamorfosis!, el infeliz desertor
no salía de su habitación, corría como una rata al
interior del lavabo común y, si nos lo encontrá­
bamos, se deshacía en lisonjas y reverencias. Lue­
go, no obstante, pudo vengarse. Cuando mi padre
regresó de nuevo al frente, robó las conservas ame­
ricanas que aquél nos había dejado y, ante los re­
proches de mi madre, le enseñó un hacha: “ ¡Cie­
rra el pico, jidovka, o te mato!” .» 1095

Y así es como, entre este desertor y Stalin, la Unión so­


viética se iba adentrando por un camino que llevaba a la caza
de brujas judías, camino enmarcado por una concepción mís-
ticopolicial del mundo elevada a la enésima potencia.

Erich María Remarque, el célebre autor de Sin novedad


Conclusión 371

en el frente, encarnaba el mensaje pacifista de su Camino de


regreso en la confrontación entre el capitán Heel y el enfer­
mero Max Weil. Heel es un combatiente heroico, apreciado
por sus hombres: en 1.919, se pone al servicio de las nuevas
autoridades para mantener el orden; al final del relato, du-
jrante una manifestación, mata al revolucionario judío que
siempre le había inspirado encono, aunque lo cierto es que
lo mata sin querer y sin ni siquiera saberlo; El libro se inicia
en noviembre de 1918, cuando el ejército alemán toma «el
camino de regreso». Un diálogo enfrenta ya a Heel y a Weil:

«Heel recorre nuestro grupo y nos va estrechando


la mano a cada uno. Cuando se para ante Weil,
dice:
—Ya comienza su era, W eil...
— Será menos sangrienta —contesta Max muy tran­
quilo.
— Y menos heroica —replica Heel.
— No veo que eso sea lo más importante de la
vida — dice Weil.
—Pero es lo mejor — contesta Heel— . Si no,
¿qué?
Weil duda un momento. Luego dice:
—Hay algo que hoy suena mal, señor capitán: la
bondad y el amor. También en eso hay heroísmo.
—No —contesta Heel al instante, como si ya se lo
hubiera pensado mucho— . En eso, sólo hay mar­
tirio (...).
»Habla con violencia, como si quisiera convencer­
se a sí mismo. En pocos días, se ha vuelto una per­
sona amarga y ha envejecido unos años. Weil, en
cambio, se ha transformado con igual celeridad.
Siempre había sido un hombre borroso, y nadie
sabía lo que llevaba dentro. Ahora, de repente, re­
salta su figura, cada vez más decidida. No se podía
prever que lograra discurrir de ese modo. Cuanto
más nervioso se pone Heel, mayor es la serenidad
de Max. Con voz suave y firme, dice:
—Por el heroísmo de un puñado, la miseria de
372 La Europa suicida

-millones de hombres es un predo demasiado


caro.» 1096

Estampa de Épinal que sin embargo refleja muy fielmen­


te, en más de un grado, las realidades alemanas de las últi­
mas semanas de 1918. Y ante todo, la de los efímeros Con­
sejos de soldados, área natural de los Max Weil (¿por con­
vicciones antimilitaristas o por las vejaciones que les infligen
los Heel?). Luego, y en esencia, la de los medios a quienes
corresponde tomar de inmediato grandes decisiones políticas,
cuando se fuga Guillermo I I y se amotinan los marinos, mien­
tras el ejército amenaza con descomponerse y los inermes apa­
ratos del Estado y del alto mando no piden nada mejor que
ceder sus poderes a quien quiera cogerlos, respetando el or­
den público. Pero como muy bien dice el historiador contem­
poráneo Helmut Heiber, «los partidos carecían de voluntad
de poder»; también la socialdemocracia se hallaba inhibida
por culpa de la mentalidad prusiana de sujeción, por la ünter-
tanenmentalitat}'m Será entonces cuando unos judíos de la
burguesía y a la vez de la oposición, los Paul Cassirer, los Hugo
Haase, los Leo Kestenberg, los Otto Landsberg y tantos otros,
cuyos nombres quedaron totalmente olvidados, se metan en la
brecha y se erijan como salvadores de los muebles alemanes,1098
suscitando rencores implacables entre sus propietarios 1099 los
cuales, una vez disipado su espanto, a comienzos de 1919, pu­
dieron recobrar las riendas de la administración y de la eco­
nomía, o reintegrarse a sus fortalezas universitarias, justifican­
do por si acaso su pasajero eclipse mediante la tesis de la cons­
piración judía.
A tal fin, otro historiador alemán, Werner Kienitz, pone
de manifiesto el contraste existente entre esas semanas caóti­
cas, cuando, como prudentemente escribe, «parece considera­
ble el número de políticos judíos que hacen su aparición en
las altas esferas del Estado», y los catorce años propiamente
weimarianos, cuando casi todos se esfumaron de la superficie,
al menos por lo que se refiere a posturas expuestas parlamen­
tarias y gubernamentales. De los 387 ministros sucesivos de
una república que, entre 1919 y 1933, contó con diecinueve
ministerios, ¡sólo hubo en total cinco ministros de origen ju­
Conclusión 373

dio! 1100 Encontramos una descripción aún mejor del clima de


los días de derrota en el diario del conde Harry Kessler, «el
aristócrata rojo», un gran señor para quien no existen proble­
mas ni de raza ni de clase. El 20 y el 21 de noviembre de
1918, escribía:

«Da la sensación de que lo que se deshilaclia no


sea la gente sino un sistema, un sistema acostum­
brado únicamente a métodos de violencia pura y
simple, y que ahora naufraga cuando esos métodos
se le escapan (...) En resumen, la guerra fue una
especulación colosal cuyo fracaso provocó el de
todo lo demás; el mayor crac de todos los tiem­
pos.»

Así pues, los judíos fueron en efecto los que liquidaron


este crac imperial. Ya hemos visto que varios generales e in­
dustriales del acero pretendieron que Albert Ballin se encar­
gara de presentar la capitulación, pero éste optó por suicidar­
se.1101 Durante esos días inciertos, en Berlín, según nos cuenta
el conde Kessler, existía la esperanza de poder reanudar los
antiguos contactos francoalemanes entre socialistas: se pensó
primero en Hugo Haase (asesinado en octubre de 1919); final­
mente, el alsaciano René Schickelé y Paul Cassirer (que se sui­
cidó en 1926) partieron rumbo a Suiza...11® ¿No se daba por
supuesto que todos los judíos «se apoyan entre sí», y no des­
puntaba ya la fábula francoinglesa de una conspiración judeo-
pangermanista como desquite? 1103 En efecto, los judíos ale­
manes de cualquier convicción abrigaban unas apetencias que,
por honrosas que fueran, constituían un respaldo evidente, y
lo que el socialista Eduard Bernstein escribía en 1916, lo re­
petía el sionista Nahum Goldmann en febrero de 1919, a sa­
ber: que correspondía a los judíos actuar como intermediarios
de buena voluntad entre las naciones.1104
Añadamos algunos comentarios provocadores, como los que
profirió el pintor dadaísta Herzfelde, «pisotear en el fango
todo lo que hasta hoy habían albergado los corazones alema­
nes», o los del panfletario Kurt Tucholsky, ex combatiente cu­
yas sátiras apuntaban a los ex combatientes; 1105 y sobre todo,
374 La Europa suicida

el ímpetu de una segunda oleada, la de los judíos que encabe­


zaron la revolución en Baviera, los Axelrod, Eisner, Landauer,
Leviné, Muhsam, Toller, otros tantos Max Weil de imitación,
asesinados después en tanto que revolucionarios y difamados
en tanto que judíos. Mientras la calumnia se esparcía como una
mancha de aceite a escala europea, su principal objetivo, el fo-
lletinista muniqués, Kurt Eisner era víctima de esta descrip­
ción en Le Temps: «Un vejete enteco y ruin, un Shylock de
levita usada... Judío galiciano... tocado de un gorrete mugrien­
to».1106 Cuando las tropas de Noske y Groener barrieron la re­
volución, el 1 de mayo de 1919, Munich se convirtió natu­
ralmente en la capital de la reacción, y Ludendorff primero
y Hitler después pudieron castigar a su antojo.
También valdría la pena evocar la histórica confrontación
del 18 de noviembre de 1919 entre el diputado socialista Os-
kar Cohn y el mariscal Paul von Hindenburg, cuando este úl­
timo se sacó literalmente del bolsillo la Dolchstosslegende, la
leyenda de la puñalada (en la espada de ejército invencibe),1107
que confluyó tumultuosamente con la de la Judenrepublik. Ob­
servemos por lo tanto que, en contra del antisemitismo sovié­
tico, clandestino, que correspondía a una sorda protesta de
las masas, el de los alemanes, ahora, venía inculcado desde
arriba y se integraba a un código de valores que encontraba
Sus avales en el ejército y las universidades. En tales condi­
ciones, sin embargo, la imagen de los judíos derrocando mo­
narcas, mofándose del sacrosanto ejército y ocupando el si­
llón de Bismarck como lo hizo Hugo Haase,1108 queda razona­
blemente circunscrita al ámbito de lo secundario. Ya hemos
descrito la gestación de lo primario, ya hemos visto cómo, des­
de el verano de 1918, pangermanistas y generales decidían
que Israel cargara con el mochuelo del infortunio alemán.1109
La forma que tuvieron más tarde de urdir sus campañas pue­
de calificarse de obra maestra de la organización alemana.
Y ante todo, fenómeno sin precedente en los anales de la
agitación antijudía, todos los partidos, ligas o grupúsculos im­
plicados supieron coordinar patrióticamente sus actividades. La
«Convención antirrevolucionaria» celebrada en Bamberg, en fe­
brero de 1919, culminó con la fundación del Deutschvolkiscber
Schutz-und Trutzbund (¿cómo traducirlo?... quizás sencilla-
Conclusión 375

mente por La Liga),1110 que debía realizar todas las operaciones


por encargo del frente principal. A lo largo de los meses que
siguieron, esta Liga sirvió de núcleo de la «Comunidad de
uniones alemanas-racistas», Gemeinschaft deutschvolkischer
Bünde que a partir de entonces actuarían de común acuerdo,
para despertar a las masas populares. Disponemos de algunas
cifras: en 1920, la «comunidad» contaba con casi 300.000
miembros activos y repartió 7’6 millones de octavillas, 4 7 mi­
llones de prospectos y 7’8 millones de pegatinas.1111 Y por su­
puesto, gracias a ella, aunque también espontáneamente al mar­
gen de ella, los alemanes consumieron una inmensa literatura
que los iniciaba en los misterios judíos de su destino. Conviene
advertir que un primer escrito, con fecha de marzo de 1919
y considerado como «texto-programa»,1112 El libro de las deu­
das de Judá, ya arrancó vibraciones de la cuerda sado-maso-
quista, describiendo los artificios que usaban los judíos para
seducir o hipnotizar a la mujer aria. Ese mismo año, el tema
del «pecado contra la sangre» mereció una continuidad y un
desarrollo más amplio por obra del viejo '«gran maestre»
Fritsch, el mismo en persona, bajo el título de El enigma de
los caudales judíos. Firmó su tratado con seudónimo; 1113 una
cita acaso nos permita comprender la causa:

«Una chica de buena familia, recién salida de la


adolescencia, baja a la calle; un judío la mira fija­
mente o le murmura algo; la chica se queda cohi­
bida, se detiene y no logra apartar la vista de los
ojos del judío. Poco después, lo sigue al interior
de su tienda...
»Así surge la cuestión: ¿se trata de artes secretas
talmúdicas? (...) ¿Quién resolverá el enigma? ¿Será
la mirada (quizás eso que los italianos llaman jet-
tatura), o es que acaso la extraordinaria inteligen­
cia y experiencia talmúdicas conocen reciprocida­
des secretas, dicho de algún modo misteriosas fuer­
zas de simpatía? O es que hay que tener en cuen­
ta la energía de los judíos...»

Seguramente se trataba de una propaganda eficaz; añada-


376 La Europa suicida

mos que esta dase de violación psicológica para uso de gen­


tecilla, que causó las delicias de Julius Streicher y de Adolf
Hitler, posee actualmente varios adeptos en la Unión sovié­
tica, bajo la égida de las autoridades militares.1114 Tema muy
distinto que destaca en la Alemania de 1919 era el del cani­
balismo judío: un pasquín «educativo» 1115 describía las salchi­
chas fabricadas con carne de niño y, por consiguiente, explo­
taba el desconcierto de las masas populares; sobre todo, el
hambre que sentían; en efecto, con el tiempo, la propaganda
del I I I " Reich se abstuvo de repetir este tema.
El desasosiego de esta época también encuentra su reflejo
en la propaganda de altos vuelos dedicada a los círculos culti­
vados: los desesperados intelectuales alemanes de la primera
posguerra ya se hallaban familiarizados con las filosofías pa­
risinas del absurdo que florecerían durante la segunda. Coja­
mos un texto de Hans Blüher, guía espiritual de los movi­
mientos juveniles, autor en 1912 de un tratado sobre estos
movimientos «en calidad de fenómeno erótico».1116 Su largo
título, Secessio judaica, Fundamentos filosóficos de la situa­
ción histórica del judaismo y el movimiento antisemita (1922),
se ajustaba a las estudiosas tradiciones universitarias. Pero vea­
mos lo que decía:

«Ya no sirve de nada “refutar” la "fábula de la


puñalada en la espalda”. Todo admite una refuta­
ción y todo admite una demostración. Pero no hay
alemán que no lleve en la sangre este hecho expe­
rimental: prusianismo y heroísmo corren parejos,
judaismo y derrotismo corren parejos. No hay ale­
mán que no sepa que la mentalidad que más des­
precio nos merece es la mentalidad judía... Ante
esto, no habrá ninguna prueba “en favor” o “en
contra” que altere la situación, aunque fueran cien
mil los judíos muertos por la patria. El alemán no
tardará en saber que el problema judío constituye
el núcleo de todos los problemas políticos...»

Así encuentra su réplica el apólogo del Camino de regre­


so de Remarque. Se acentúa trágicamente el sabor de esta in­
Conclusión 377

versión con las palabras de Blüher cuando dice que un judío,


en rigor, puede ser un buen alemán, pero nunca un alemán.
Recordemos de paso la célebre frase de la Segunda Guerra
mundial referente a la inexistencia de alemanes buenos, salvo
que hayan muerto... Añadamos que Blüher hablaba con mu­
cho respeto del sionismo y de los filósofos Martin Buber y
Gustav Landauer, y que Secessio Judaica ya explicaba la ne­
cesidad que sentían los pueblos anfitriones de expulsar a los
judíos, pese al fatal amor que aquéllos manifestaban por és­
tos. Está claro que este ideólogo de las fratrías germánicas
pretendía una ecuanimidad, y que su pronóstico sólo pecaba
por defecto.
Mucho más podríamos decir sobre el sinfín de pastores lute­
ranos que, dentro de un proceso de germinación del cristianis­
mo, se adhirieron al Schutz-und Trutzbund, proclamando que
«el alma alemana ha sido violada por el Antiguo Testamento»
(pastor Andersen, de Flensburgo), que «el pensamiento racista
es la gran esperanza» (pastor Johnsen, de Berlín), o translite-
rando Christ en Krist (artículo anónimo de «Hammer»).1117
Pero, en la presente conclusión, me costaría dar un trato ade­
cuado a este neognosticismo forrado de patriotismo, cuestión
inmensa que a mi juicio constituye el nudo del problema alemán
durante la primera mitad del siglo xx, y a la que ya he aludido
someramente en otras obras.1118 Espero poder considerarla en
una nueva ocasión.
Todas estas contradicciones germánicas de los años prehit-
lerianos se ilustran además mediante una referencia al imposible
terrorismo alemán, que (medio siglo antes que «la banda de
Baader»...) sólo supo ser nihilista, tal como sobre todo sugieren
Los réprobos de Ernst von Salomon: quien lea atentamente
este libro famoso no tiene más remedio que concluir que el autor
y sus amigos Kern y Techow asesinaron a Rathenau por un exce­
so de admiración, y más concretamente por su interés en evitar
que fuera un médico semita el que lograra curar a Alemania...1119
¿Cuáles fueron los resultados de todas estas propagandas?
A nivel político inmediato, hubo uno que consistió en extender
la influencia hitleriana por toda Alemania. En efecto, «casi
todos los grupos del partido nacionalsocialista que se crearon
fuera de Baviera antes del putsch de 1923 fueron fundados
378 La Europa suicida

por miembros del Schutz-und Trutzbund» (Werner Joch­


mann).1120 Devolución de favores, seguramente, pues Hítler co­
menzó su carrera política en verano de 1919, como informador
del comandante Mayr, oficial encargado de depurar la recon­
quistada Baviera, siguiendo el espíritu-«Schutz-und Trutz» de
rigor.1121 En cuanto a los efectos ejercidos por la propaganda
antisemita sobre el pueblo alemán en conjunto, sus autores los
comentan en términos tan impresionantes como ambiguos. El
testigo Ernst von Salomon escribía en 1951 que «todo el mo­
vimiento nacionalista era antisemita a diversos grados»; el his­
toriador francés Fierre Sorlin habla de «la masa del público»
(1969); el historiador alemán Werner Jochmann, de «gran par­
te de la población» (1971); Golo Mann (el hijo de Thomas
Mann), de «muchos millones» (1962).im (Sin embargo, no ol­
videmos que también hubo muchos millones alérgicos al mito
de la raza: la casi totalidad de la clase obrera, los cientos de
miles de berlineses que siguieron el féretro de Walther Ra-
thenau.)
Por otra parte, Golo Mann hace vigoroso hincapié sobre
los primeros años de la república de Weimar: «La terrible
confusión moral y el salvajismo determinado por la derrota, la
miseria absoluta y el desclasamiento social de millones de per­
sonas a causa de la inflación son elementos que, tras rebasar
totalmente el entendimiento del ciudadano medio, obtuvieron
por vez primera un poderoso eco al grito de «los judíos son
nuestra desgracia». No dudo en ^ afirmado: nunca se había
visto que las pasiones antisemitas despertaran tanto frenesí en
Alemania como a lo largo de los años 1919-1923. Fueron en­
tonces mucho más furiosas que de 1930 a 1933 o que de
1933 a 1945»}m
Muy lejos nos lleva este diagnóstico, y sobre todo da qué
pensar si consideramos estas cosas desde la óptica subjetiva de
los judíos, en tiempos de la república estatutariamente liberal
de Weimar. Tanto es así que cometeríamos un error radical si
creyéramos que sus vidas, al nivel de ciertas categorías o pro­
fesiones, eran entonces psicológicamente insoportables o peno­
sas. Se me antoja que mi testimonio personal — pues de 1921
a 1923 fui colegial en Berlín— resulta en este aspecto paradó­
jicamente significativo.
Conclusión 379

En efecto, mi colegio (gimnasio), en el barrio burgués del


Kurfürstendamm, contaba con una cuarta parte de alumnos que
eran judíos: no se hallaban repartidos en las tres clases parale­
las, sino concentrados (junto a una decena de cristianos) en
una sola: «ghetto» que nos parecía obvio. Por lo demás, el
profesor más torpedeado era el rabino que nos enseñaba la ley
de Moisés, materia obligatoria; y nuestras convicciones infan­
tiles eran patrióticamente alemanas a un nivel que hoy me
parece confuso. Pero este era el clima que reinaba en la clase,
en nuestra «Quarta», con gran espanto, todo hay que decirlo,
de mis padres, refugiados rusos. Las novelas históricas de
Félix Dahn eran mi lectura predilecta, la película Fredericus
Rex me causó una honda impresión, y el grotesco «padre gim­
nasta» Jahn se convirtió en mi héroe.1124 Cuando el gobierno
Poincaré ordenó la ocupación de la cuenca del Ruhr, a princi­
pios de 1923, soñé con llegar a ser aviador y bombardear el
palacio del Elíseo. ¿Era nuestro profesor principal, «Oberstu-
dienrat» Hoffmann, o eran nuestros manuales quienes nos con­
tagiaban este fervor? En cualquier caso, lo compartíamos de
un modo que me parece representativo para buena parte de los
judíos de Alemania. Este clima tiene un claro exponente en el
entusiasmo de mi mejor amigo, judío de origen ruso como yo,
después de una visita que hicimos al domicilio de Hoffmann:
«¡Su mujer es una germana de verdad! ¡Es alta y rubia!»
Salvo una confusa pelea (éramos niños belicosos al estilo
alemán), no recuerdo que en el colegio se produjera ningún
incidente antisemita. En cambio, abundaban en la calle. Había
niños que trazaban en el asfalto gran profusión de cruces gama-
das, tímidamente contrarrestadas por unas pocas estrellas de
David. Varias veces me empujaron otros chicos: «Oye, tío,
¿eres judío?», y a mí me parecía muy hábil contestarles que
eso no les importaba. Las cosas no pasaban de ahí. Sin embargo,
¿es ya otra historia el hecho de que 1923 fuera el año en que se
inició una epidemia de profanaciones de sinagogas y cemente­
rios, tres en 1923, diecisiete en 1924, ciento setenta y tres
en total entre 1923-1932? 1125
Cuando quiero interpretar estos recuerdos extraños, me
digo que el antisemitismo alemán de esa época era el compo­
nente antitético, manifiesto o latente según las coyunturas,
380 La Europa suicida

dé una exaltación germanómana que también embargaba a los


niños judíos de las clases pequeñas, a semejanza de Walther
Rathenau (me costaría hablar aquí de las contradicciones de
los adultos; pero, como ya sabemos, sólo hubo una reducida
minoría que supiera leer los signos de las paredes), Ignoro si
el profesor Hoffmann, a quien debo mi iniciación a los juegos
al aire libre y a los placeres de la naturaleza, durante las excur­
siones que nos organizaba, militaba por su parte en un Bund
cualquiera. La cuestión es, sin embargo, que los círculos do­
centes y más comúnmente intelectuales funcionaban esos años
como vivero de los seguidores del antisemitismo. Cándidamen­
te, un autor judío atribuía entonces la moda de los «Protoco­
los» y la creencia en una conspiración judía a un desfallecimien­
to de la ciencia alemana: «No hay ningún sabio alemán (a ex­
cepción del difunto Strack) que se haya alzado para denunciar
tanto embuste...» 1136 No obstante, esta inhibición de los sabios
se debía a un clima general y, sobre todo, al clima universitario:
qué lejos quedaba ya la época de los grandes liberales, de los
Mommsen y de los Virchow...1127
Citemos al respecto la notable tesis (inédita) de Gabrielle
Michalski, presentada en París en 1975.1128 Incluye datos socio­
lógicos muy sugestivos: en Munich, en 1922, el 51 % de los
estudiantes procedían de la «clase media proletarizada», y el
25 % eran hijos (o hijas) de «jubilados»; quedaba un 21 %
perteneciente a la «clase media elevada» y un 3 % hijos de
obreros. Pero es evidente que estas cifras, ya elocuentes de por
sí, sólo tienen una relación lejana con una gran pretensión que
Gabrielle Michalski resume en estos términos: «Después de
la Primera Guerra mundial, se celebran verdaderas orgías anti­
semitas, que también predominan en las universidades. Obje­
tivo: que la juventud se someta a las directrices políticas de
la clase dirigente. El odio a los judíos se convierte en «un
deber de conciencia». Entre los textos evocadores que cita la
autora en abundancia para respaldar su tesis, elegimos uno,
aún más lapidario, debido a un catedrático de filosofía de la
Universidad de Greifswald: «El antisemitismo forma parte de
la conciencia alemana.»
Este es, por lo tanto, el super ego colectivo antisemita, diez
años antes del I I I er Reich, y qué lejos parecen a esas alturas las
Conclusión 381

maquinaciones de la Okrana o las paranoias de los barones


de guerra alemanes. Sin embargo, todo encaja: el artículo pro­
vocador del Times, en mayo de 1920, sin el cual los «Proto­
colos» seguramente hubiesen sido letra muerta tanto en Ale­
mania como en otras partes, la educación políticopolicial de
Hitler, prolongada por las lecciones de sus «bálticos»; y sobre
todo, el maniqueísmo o la causalidad lineal comunes a una con­
cepción policíaca del universo y a la manía persecutoria que por
entonces aquejó a los germanómanos.
Aunque bajo Weimar los judíos sólo sufrieron en general
problemas psicológicos, también es verdad que se vieron obliga­
dos a desaparecer muy pronto del escenario político, como ya
hemos visto. Al mismo tiempo, el ejército y la universidad, dos
plazas fuertes dé larga tradición, reforzaron sus defensas. Aun
así, si bien en 1919 los judíos ya no aspiraban a seguir vistien­
do el uniforme, en cambio continuaban interesados en ocupar
cátedras y otras posiciones universitarias. Empresa desespe­
rada, como nos cuenta Max Weber, que al finalizar la guerra
escribía, a propósito de las ambiciones científicas de esta índole:
«Cuando se trata de un judío, le dicen sin tapujos: lasciate ogni
speranza.» 1129 Estos estudiantes tenían otros motivos para de­
sesperarse; citemos al hijo de Thoman Mann:

«Cuando aún era niño, descubrí la existencia del fe­


nómeno antisemita a través del caso de un estu­
diante judío que, al volver de la guerra, se vio ex­
cluido de la asociación patriótica, pese a que era
uno de sus fundadores. El estudiante a raíz de una
fiesta conmemorativa, se suicidó en una habitación
contigua.» 1130

La pasión por el desquite que sentían los estudiantes ale­


manes encontraba diversas expresiones. En Berlín, sus protes­
tas o amenazas impidieron que las autoridades universitarias
organizaran una ceremonia en recuerdo de Rathenau, al dia
siguiente de su asesinato. Meses después, decretaban por una
mayoría de dos tercios que un republicano alemán nunca po­
dría ser un alemán leal.1131 En las universidades de Munich (no­
viembre de 1921) y dé Leipzig (septiembre de 1922), por culpa
382 La Europa suicida

de procedimientos similares, Albert Einstein se vio obligado a


anular sus conferencias sobre la teoría de la relatividad. Es
curioso observar cómo también este genio, hombre libre si
los hubo, sucumbió a las representaciones ambientales: «Des­
pués de todo, le escribió a su amigo Max Born, hay que enten­
der el antisemitismo como algo real, que se basa en auténticas
cualidades hereditarias, por desagradable que suela ser esta cir­
cunstancia para nosotros los judíos»; y entonces preconizaba
la organización de colectas que permitieran a los sabios judíos
proseguir sus investigaciones al margen de las universidades.
Por su parte, Max Born le contaba cómo el director de su
■instituto de física había rechazado la candidatura de un tercer
futuro premio Nobel, que Born había solicitado como asistente:
«Aprecio mucho a Otto Stern, ¡pero su intelecto judío resulta
tan destructivo!» 1132 Recordemos que, en 1919, «el nivel de
conocimientos» en biología no permitía refutar «objetivamen­
te» estas ideas, para denunciar científicamente la naciente pros­
titución de la ciencia. No obstante, en seguida la física, ciencia
piloto knperial, suministraba al debate elementos de aprecia­
ción objetivos.
El caso trae cola: en efecto, por vez primera en la his­
toria moderna, una facción política apelaría a la ciencia para
codificar a su modo la verdad científica; más aún, medio siglo
después, el debate se habría encarnado paulatinamente en los
dos mayores exponentes de la física contemporánea, Albert
Einstein y Werner Heisenberg. Este simbolismo se ha intensifi­
cado por el hecho de que si bien moral o humanamente la
posteridad tiende a dar la razón a Einstein el pacifista y el
intemacionalista, en cambio dentro del plano científico el con­
senso de sabios se inclina por la laxitud de Heisenberg, autor
de las «relaciones de incertidumbre». De este modo, recurriendo
a una óptica inesperada y por así decir desde sus últimos re­
ductos, abordamos por vez postrera los problemas de la causali­
dad que constituyen el marco fundamental de todo conoci­
miento, problemas de donde parte el antisemitismo bajo sus
formas delirantes o fuertes, y que Einstein supo tratar con una
penetración y un rigor sin igual hasta hoy.
A decir verdad, históricamente hablando, iba a ser un com­
bate triangular. Sólo al principio, en el Berlín de 1920, fueron
Conclusión 383

dos los campos opuestos: de un lado, el triunfador de la rela­


tividad, apoyado por la vieja guardia de los físicos alemanes,
Planck, von Laue, Sommerfeld, y del otro, un oscuro especu­
lador que disponía de importantes recursos, Paul Weyland,
capaz de reclutar a otros sabios ilustres, en especial los pre­
mios Nobel Philipp Lenard y Johannes Stark, para combatir
la teoría de la relatividad considerada como un bluff judío.
Doctrinalmente, la campaña antirrelativista reiviñdicaba una
epistemología «trinitaria» que tuvo a su principal codificador
en la figura de Houston Stewart Chamberlain:

«Todo conocimiento humano reposa en tres for­


mas fundamentales — el Tiempo, el Espacio y la
Causalidad (...); en suma, un trío que unificado nos
rodea por todas partes, constituye un fenómeno pri­
mordial y se refleja en todos sus detalles (...) Aquel
que interprete mecánicamente la naturaleza em­
pírica percibida por los sentidos, poseerá una reli­
gión idealista, o al contrario carecerá de toda reli­
gión... El judío no concebía ninguna clase de me­
canismo; desde la creación ex nihilo hasta el porve­
nir mesiánico soñado, sólo percibía la arbitrarie­
dad, dedicándose libremente al ejercicio de una
omnipotencia absoluta. Así se explica que nunca
haya descubierto nada.»

Por eso, concluía Chamberlain con orgullo, «hemos ad­


quirido una suma de conocimientos y una soberanía sobre la
naturaleza que jamás estuvo al alcance de ninguna otra raza».1133
Sin duda, mi último volumen ha de recoger nuevamente
esta polémica rica en escándalos y repercusiones, durante la
cual se profirieron amenazas de muerte contra Einstein, y
tanto es así que su más reciente biógrafo, el inglés Ronald
Clark, escribe: «El constante aumento del antisemitismo [ger­
mánico] acaecido entre ambas guerras se debía, al menos en
parte, a la facilidad que tenían sus partidarios para poder con­
centrar sus ataques contra Einstein y contra la «nueva física».1134
A pesar de la riqueza de datos que presenta con objeto de
sostener su enfoque, creo que en este caso Clark confunde
384 La Europa suicida

un signo con una causa (además, que si durante la primera


mitad del siglo xx existió un área explorada preferentemente
por judíos, de Minkowsky y "Weyl a Oppenheimer y Teller,
ésta fue claramente la de la nueva física). En 1933, cuando los
nazis subieron al poder, el combate cobró toda su extensión
y se volvió efectivamente triangular. Frente a los fáciles triun­
fos de Lenard, Stark y otros paladines de la «física germánica»,
apareció entonces el nuevo grupo del relevo, es decir los jóve­
nes físicos alemanes debidamente arios, formados durante los
turbios años de la guerra y de Weimar, y casi todos ellos parti­
darios de Hitler, aunque dispuestos a librar batalla en nombre
de una mejor comprensión de los intereses científicos y patrió­
ticos; en suma, opinaban que la relatividad era como el niño
que había que conservar y sus autores judíos, agua del baño
para tirar...1135 El ardiente Wemer Heisenberg, que antes de
suscribirse a la filosofía y a las ciencias, había hecho sus pini­
tos contrarrevolucionarios en Munich, se erigió como portavoz
de este tercer clan. Guardaba oculta, además, una baza de en­
vergadura: su familia mantenía una amistad con la de Hein-
rich Himmler.1136
Frente a la prosa «antirrelativista» que ahora inundaba
las revistas alemanas, Heisenberg, tras desarrollar una campaña
en los medios científicos, intentó una finta a base de publicar
en el Volkischer Beobachter, el 28 de febrero de 1936, un
artículo sobre la inexorabilidad de las brechas abiertas por la
física del siglo xx. Sufrió el chasco de ver que, en el mismo
número, la oficiosidad nazi se distanciaba de este artículo; más
aún, el artículo en cuestión iba seguido de otro de Johannes
Stark. Al año siguiente, fue el brazo secular, es decir las SS,
quien intervino en el debate: su órgano dedicaba una página
entera a los «judíos blancos en la física», comparando a Heisen­
berg con el intratable pacifista Cari von Ossietzky; no podía
esgrimirse más claramente la amenaza del campo de concen­
tración.1137 De modo que el paladín de la «física judía» no
tuvo más remedio que escribir a Himmler, logrando una entre­
vista entre su madre y la del nazi. Sin manifestar mucho in­
terés, el «Reichsführer - SS» ordenó una investigación cuyo
resultado fue decidir que el atrevido sabio era recuperable.
Por consiguiente, lo ponía bajo su proteción y proponía un en­
Conclusión 385

cuentro «de hombre a hombre», aunque recomendándole en un


post scriptum que de ahora en adelante procurara distinguir cla­
ramente la diferencia que había entre unos «resultados cientí­
ficos» y «la indumentaria política» de los físicos.1138
Y así funcionó el engranaje — ese viejo engranaje que
atrapa a los filósofos, cuando éstos pretenden pasarse de listos
con los tiranos. Obviamente, la fidelidad de Heisenberg con­
cedía prioridad a la ciencia; o, tal como lo ha resumido su
colega y ex amigo holandés Samuel Goudsmit, «no luchaba
contra los nazis porque fueran malos, sino porque eran malos
para Alemania, o al menos para la ciencia alemana».1139 Así
pues, intentó un doble juego, difundió consideraciones pro
nazis, sobre todo en el extranjero, y, durante las hostilidades,
dirigió diligentemente uno de los dos equipos alemanes encar­
gados de perfeccionar los explosivos atómicos, estimulado sin
duda, como gran animal científico que era, por el deseo de
«ver» y de... acertar, deseo que no consiguió, como todos sa­
bemos.1140
Vino después la derrota, el cautiverio, la reflexión, y el re­
surgir. En abril de 1957, Heisenberg fue el iniciador de un
llamamiento de los físicos alemanes contra la bomba atómica.
En septiembre de 1958, dominó con toda su envergadura de
sabio-filósofo a la moda de las Luces los «Coloquios interna­
cionales de Ginebra» sobre El hombre y el átomo.1141 Este
mismo año, publicaba en Nueva York un ensayo, Physics and
Pbilosopby, donde el historiador cree descubrir un rastro de
las antiguas concepciones «trinitarias», puesto que ante las dos
constantes ya notorias de Planck (quantum de acción) y de
Einstein (velocidad de la luz), propone añadir una tercera cons­
tante desconocida (longitud, o masa). El debate sigue abierto.1142
Por lo demás, ha ocupado en parte el sitio que Einstein dejó
vacante, con la diferencia de que sus frases y actos no irritan
a sus compatriotas, cuyas penas y aspiraciones por el contrario
comparte, como antaño, mientras que éstos coinciden en cali­
ficarle de gloria internacional; por lo tanto, también difiere
de Einstein cuando actúa en pro de la paz y de la armonía entre
los hombres, sin que esta actitud le valga amenazas de muerte,
o cuando suscita comunidades de lucha contra «las relaciones
de incertidumbre».
386 La Europa suicida

No obstante, lo que en tales condiciones resulta tan sor­


prendente como revelador son los diálogos platónicos de La
Parte y el Todo (1969), la obra magistral escrita por Heisen-
berg como una recapitulación de toda su vida, sus combates
y sus dudas científicas y políticas, reconstituyendo las con­
versaciones mantenidas con amigos de juventud y de madurez,
con sus maestros, sus pares y sus alumnos. Así desfilan ante
nosotros veinticinco interlocutores, amigos y estudiantes des­
conocidos, media docena de premios Nobel, una decena de
otros sabios y hasta Konrad Adenauer. Pero, si examinamos
el libro con atención, veremos que le falta algo, pues todo ocu­
rre como si Heisenberg se hubiera aprendido muy bien la lec­
ción del I I I er Reich: «Hay que evitar cualquier compromiso
con los judíos.» En todo caso, no vemos que dirija la palabra
ni a su maestro Max Born, que tanto hizo por él y que en 1954
regresó a Alemania para fallecer allí, ni a sus alumnos Félix
Bioch o Rudolf Peierls, pese a que asegure que lamentó amarga­
mente su marcha, en 1933. Por consiguiente, todo transcurre
como si para platicar de física o de filosofía, los judíos, mar­
cados sin duda por su destino ignominioso, hubieran dejado
de ser unos interlocutores válidos. Mediante un último escarnio,
Einstein el inconformista, cuya pertenencia a este club exclusivo
era imposible de negar, aparece en el libro como «ario de ho­
nor». Podemos añadir que las palabras que Heisenberg le
atribuye parecen auténticas: el autor de la relatividad se perfila
en el libro, siguiendo la línea de toda su vida, como un fideís-
ta, como un defensor del determinismo más estricto, de una ley
suprema, si cabe: «Dios no juega a los dados con el mundo» (y
por eso, según la generalizada opinión de los jóvenes físicos
nucleares, podemos suponer que Einstein estropeó la segunda
parte de su vida, al dedicarla a una búsqueda de la fórmula
del «campo unificado»).
«Judíos y alemanes, ¿un problema insoluble? 1143 «La frase
es de Golo Mann; en otra ocasión, este historiador llegó aún
más lejos. Deseoso de que los nuevos barones del Ruhr com­
prendieran la naturaleza profunda del antisemitismo, aventuró
una conclusión como sólo se podía permitir, en Alemania, el
hijo de Thomas Mann:
Conclusión 387

«Similar a la influencia económica y cultural, la


influencia política de los judíos fue un tema de re­
criminaciones, ya bajo Bismark o bajo Guillermo II,
pero sobre todo en la república de Weimar. Para
millones de burgueses alemanes, fue la Judenrepu-
blik, un caso no alemán, un asunto extranjero. Si
hoy la Bundesrepublik tiene más suerte, si en este
edificio, y a pesar de su carácter muy fragmentario,
una mayoría de alemanes se sienten mejor de lo que
jamás estuvieron durante la república weimariana,
es algo que sin duda depende de que prácticamente
ya no haya judíos en la Bundesrepublik. Lo que
acabo de decir suena como un cinismo, y represen­
ta en efecto una observación sumamente peligrosa
y grave. Pero debemos hacer esta observación. Los
asombrosos éxitos internos de la república de Bonn
y los aciertos externos que de ahí se derivan, la re­
lativa tranquilidad que hoy caracteriza la vida pú­
blica alemana, todo esto tiene algo que ver con el
hecho de que los judíos alemanes huyeron o mu­
rieron asesinados. En tal medida, podemos consi­
derar los actos de expulsión y de genocidio como
actos muy logrados. Pero, ¿qué se demuestra con
eso?...» v

Esta osada pedagogía procede de 1960.1144 Suponiendo que


sea cierto que la desaparición de los judíos asegura el equili­
brio de la Bundesrepublik, entonces este remedio caballar
no ha cesado de dispensar sus ventajas, puesto que en 1977
se nos aparece como «el hombre sano de Europa». No es que
la sombra de Israel haya dejado de cernerse sobre Alemania.
La memoria selectiva de Werner Heisenberg puede servir de
ilustración: y si hace falta otra, a nivel de los mass media,
cojamos la encuestra de la revista Quick, realizada en noviem­
bre de 1976, sobre el tema: «Treinta años después, ¿cuán­
to tiempo ha de durar todavía nuestra expiación por Hitler?»
El sondeo nos descubre que los alemanes, 93 % contra 3 % ,
opinan que ya es hora de hacer borrón y cuenta nueva. Por lo
que respecta al texto de la encuesta, alude mucho a los fran­
388 La Europa suicida

ceses, a los italianos, a los holandeses y hasta a los ingleses,


pero los redactores de Quick, igual que Heisenberg, prefieren
no hablar de los judíos,1145 y sería inútil que buscáramos en sus
textos las palabras antisemitismo, genocidio o Auschwitz. Suce­
de, por lo tanto, que todavía no han hecho borrón y cuenta
nueva por lo que se refiere a esta clase de pasado; y que la
ausencia de judíos supondrá un alivio en la medida en que
su recuerdo siga pesando sobre Alemania.
N O TAS

Introducción sons in Europe, 1723-1939,


Cambridge Mass., 1970 (obra
traducida del hebreo); y fi­
1. Cf. el volumen precedente, nalmente Johannes R ogalla
De Voltaire a Wagner, edi­ von Bieberstein, Die These
ción francesa, pp. 404-410 van der V erschw'órung, 1776-
«Le détour de I’antísémitís- 1845, Berna, 1976. No creo
me économique». haber incurrido en ninguna
2. Estados Unidos fue el único omisión fundamental.
país que, cincuenta años des­ Así pues, podrían contarse
pués, «desclasificó» los docu­ con los dedos de la mano los
mentos pertinentes, como ya libros serios dedicados al es­
se verá en este libro. tudio de las teorías del com­
3. Cf, las palabras de Einstein, plot; no hay duda de que
a raíz de una discusión sobre aquellos otros que, desde que
astrología, en Berlín, 1927, se inventara la imprenta, han
referidas por su amigo el sostenido teorías de este gé­
conde Kessler. (Harry Graf nero, incluida la literatura de
Kessler, Tagebücber 1918- inspiración religiosa, se cuen­
1937, Frankfort M., 1961, tan por decenas de miles.
pp. 520-582.) Einstein, que 5. A tal fin, me remito a
acababa de leer La mentali­ la larga digresión referente
dad primitiva, definía en bre­ a los «Constructores de Sis­
ves frases su quintaesencia. temas» de mi volumen pre­
4 Conviene citar la obra ya cedente, De Voltaire a Wag­
olvidada, por haberse publi­ ner, París, 1968, pp. 143-160.
cado poco antes de la in­ Cf. también «La Croisade
vasión nazi, de Henri Rol- des Athées», ibid., pp. 421-
lin , L ’Apocalypse de notre 440.
temps, París, 1939; las obras 6 Esta reflexión engloba implí­
clásicas de mi amigo Norman citamente las ricas entrevistas
C ohn , En pos del Milenio, sobre historia occidental de
Barcelona, 1973; Warrant fot Pierre Chaunu y Georges
Genocide, Londres, 1967; Ja­ Suffert, La Peste Blanche,
cob Katz, Jews and Freemas- París, 1976.
390 La Europa suiáda

PRIMERA PARTE De Voltaire ¿ Wagner, Pa-


rís, 1968, pp. 195-203.
1870-1914 14. Para las referencias, ver L.
P o l i a k o v , Le mythe aryen,
París, 1971, pp. 254-256.
Los países germánicos 15. Ibid.
16. Cf. De Voltaire a Wagner,
La imagen del judío op. cit., p. 204 y p. 275.
17. N i e t z s c h e , Más allá del
bien y del mal, § 204, y Di­
7. Pierre Angel, Le personnage vagaciones de un «inactual»,
juif dans le román allemand § 16.
(1855-1915), La racine lit- 18. Die Selbstzersetzung des
téraire de l’antisémitisme Christentums und die Reli-
Outre-Rhin, París, 1973. gionder Zukunft, 1874 y
8 . Sobre un tema afín —el fan­ Die Religión des Geistes,
tasma de la conspiración ma­ 1882.
sónica— una tesis doctoral 19. Das Judenlum in Gegenwart
sostenida en 1972 en la Uni­ und Zukunft, Leipzig, 1885.
versidad del Ruhr por un 20. Ibid., p. 168.
joven investigador no mere­ 21. Ibid., p. 164.
ció la aprobación de los edi­ 22. Ibid., p. 10.
tores universitarios alemanes, 23. Cf. La voluntad de poder,
porque ponía de manifiesto, trad. franc. París, 1937, t. II,
en la conclusión, los plagios p. 32.
que sobre este aspecto deter­ 24. En la postura de Nietzsche,
minado habían hecho los doc­ cabe destacar un matiz entre
trinarios del nazismo inspi­ sus juicios sobre el pueblo in­
rándose en una polémica ya dio de la dispersión (los que
antigua. A la postre, esta afectan más que a nada a
obra excelente tuvo que pu­ una Historia del antisemitis­
blicarse en Suiza (Johannes mo), y sus ideas sobre «el
Rogalla von Bieberstein, pueblo sacerdotal» de la An­
Die tbese von der Versch- tigüedad. Por lo que se re­
worung 1776-1845, H. Lang, fiere al segundo punto, su
Berna, 1976). concepción, cuyos gérmenes
9. Cf. Pierre Angel, op. cit., se encuentran en La Gaya
p. 22. Ciencia, 1882, III, 135 y
1Ü Ibid., p. 207. 136, trad. franc., ha quedado
11. Ibid., p. 171. condensada en Más allá del
12. Cf. Der Brieftvecbsel zwi- bien y del mal, 1886, § 195,
schen Tbeodor Storm ' und como sigue:
Gottfried Keller, Berlín, “Los judíos —«pueblo naci­
1900, pp. 94-98. Agradezco do para la esclavitud», como
a Georges-Arthur Goldsch- dice Tácito secundado ade­
midt que me haya enseñado más por toda la antigüedad
esta correspondencia. —«pueblo elegido entre to­
13. Cf. él volumen precedente, dos los pueblos», como ellos
Notas 391

mismos dicen y creen—, los la nietzscheanica sólo con­


judíos han conseguido esa tiene una única monografía
milagrosa mutación de los sobre el tema «Nietzsche y
valores que ha proporciona­ los judíos», fechada en...
do a la vida terrena durante 1939, R. M. Lonsbach ,
milenios un nuevo y peli­ Nietzsche und die Juden,
groso atractivo. Sus profetas Estocolmo, 1939; cf. el ar­
fundieron en una sola defini­ tículo «Nietzsche» de la
ción al «rico», al «impío», al Encyclopaedia Judaica, Jeru-
«violento» y por vez primera salén, 1972.
cubrieron de infamia la pa­ Espero que la gran tesis so­
labra «mundo». La impor­ bre Nietzsche que en estos
tancia del pueblo judío se momentos prepara mi amigo
basa en esta mutación de Pierre Boudot llegue a col­
valores (que además convier­ mar esta laguna.
te la palabra «pobre» en 25. Cf. mis volúmenes preceden­
sinónimo de «santo» y de tes y sobre todo el t. III,
«amigo»); gracias a ella, la De Volt aire a Wagner, pá­
insurrección de los esclavos gina 437.
posee un comienzo moral.” 26. Más allá del bien y del mal,
Al año siguiente, Nietzsche § 251.
desarrollaba más ampliamente ?/. Cf. el volumen precedente,
esta tesis de los «esclavos re­ De Voltaire a Wagner, pá­
beldes» en La Genealogía de ginas 429-440.
la moral (7, 8 y 9), para 2S. Esta tesis aún se incluye en
enfocarla desde una perspec­ la obra de Hannah Arendt,
tiva antijudía en su Anticris­ De Vantisémitisme, París,
to una imprecación contra el 1973. La versión inglesa de
cristianismo, septiembre de «Die Juden und das Wirt-
1888, marcado ya por la lo­ schaftsleben» se reeditó en
cura («Los judíos son... el 1965.
pueblo más fatal de la huma­ 29. Cf. W. Sombart, Les Juifs
nidad: a través de las secue­ et la vie économique, París,
las de su influencia, han con­ 1923, p. 33.
vertido al hombre en un ser 30. Cf. al respecto mi obra Les
tan falso que hoy un cristia­ banquiers juifs et le Saint-
no puede tener sentimientos Siige, París, 1923, p. 33.
antijudíos sin comprender Conclusión.
que no es más que la últi­ 31. Die Zukunft der Juden,
ma consecuencia del judais­ Leipzig, 1912, p. 83.
mo-i», etc...). 32. Ibid., p. 6 .
Así pues, podemos observar ?3. Ibid., pp. 67-68.
que la última y «negativa» 34. Ibid., p. 43.
parte de su obra contiene 35. Ibid., p. 57 y p. 71.
por entero esta crítica a los 36. Cf. Le mythe aryen, op. cit.,
hebreos antiguos. Por lo de­ pp. 340-345.
más resulta extraordinario 37 . Cf. De Voltaire a Wagner,
comprobar que el océano de op. cit., pp. 451-455.
392 La Europa suicida

38. Cf. Moritz G oldstein, Ger­ 47. Der Sieg..., ed. Berna, 1879,
mán Jetory's Düemma, The p. 30, p. 46.
Story of a Provocative Es- 48. El racista francés Vacher de
soy, «Leo Baeck Institute Lapouge había intentado in­
Yearbook», II (1957), pá­ vocar al respecto la ley mo­
ginas 236-254. netaria de Gresham, según la
39. Bajo el título de Deutsch- cual la mala moneda ahuyen­
jüdischer Parnass, en la re­ ta la buena. Cf. Le mythe
vista Der Kunstwart, III, aryen, p. 282.
1912. 49. Sobre El problema judio de
40. Johann Andreas Eisenmen- Marx, así como sobre su
ger, Entdecktes Judentum... actitud en general, cf. nues­
{cf. al respecto nuestro vol. tro volumen III, pp. 432-
I, p. 263). 440.
41 Las traducciones de Víctor 50. Der Sieg..., op. cit., p. 50.
Palmé, París, de Albert Sa- 51 Cf. Paul Massing, Rehearsal
vine, París, y del Padre for destruction. A study of
Maximilien de Lamarque, political Anti-Semitism in
Bruselas; cf. R. F. Byrnes, Imperial Germany, Nueva
Antisemitism in modern York, 1949, pp. 10-12.
France, New Jersey, 1950, 52. Ibid., p. 15.
p. 91. 53. Cf. Norman C oh n , His-
42. La excepción fue la condena toire d’un mythe..., París,
de Leopold Hilsner, Bohe­ 1967, p. 38.
mia, 1899. No obstante, el 54. Cf. Colette Guillaumin,
jurado sólo retuvo la acusa­ L’idéologie raciste, Genése
ción de asesinato, y no la et langage actuel, París,
de crimen ritual. 1972, XIV, pp. 213-221 «El
43. Cf. Dra. Charlotte Klein, categorizante».
Damascus to Kier, Civilta 55. Cf. P. Massing, op. cit.,
Caltolica on Ritual Murder, pp. 22-31.
«The Wiener Library Bulle- 56. P. Massing, op. cit., p. 75.
tin», XXVII, 1974, pp. 18- 57. Sobre R. Wagner, ver nues­
25. tra Histoire de Vantisémhis-
44. Los datos estadísticos aquí me, t. III, De Voltaire a
referidos proceden del exce­ Wagner, pp. 440-467.
lente estudio de P. G. J. 58. Sobre la influencia de las
Pulzer, The rise of political doctrinas raciales en Alema­
antisemitism in Germany nia, ver Le mythe aryen,
and Austria, Nueva York, pp. 85-122 y passim.
1964, pp. 11 y ss. 59. Cf. I. S c h o r s c h , Jewish
45 Dirk Van Arkel, Antise­ reactions to Germán antise­
mitism in Austria, tesis uni­ mitism, Nueva York, 1972,
versitaria, Leyde, 1966, pá­ pp. 238-239.
gina 46. 60. Cf. P. G. J. Pulzer, The
46. Der Sieg des Judentums über rise of political antisemit­
das Germanentum. ism..., op. cit., p. 96.
Notas 393

61. Cf. L. Poliakov, Le mythe «filósofo de la realidad» que


aryeti, París, 1971, p. 318. lanza una mirada de sobera­
62. Cf. Walter B o e h lic h , no desprecio sobre todos los
Der Berliner Antisemitismus- prejuicios y supersticiones,
strelt, Frankfort/M., 1965, está tan imbuido de las ex­
p. 262. travagancias personales, que
63. Ibid., p. 242. hace del prejuicio popular
64. Unsere Aussichten, en Preus- contra los judíos, heredado
siscbe Jahrbücher, 44/45, de la beatería medieval, «un
1879; cf. B o e h l ic h , pá­ juicio natural» «fundado en
ginas 7-14. la naturaleza» y llega hasta
65. Th. Mommsen, Auch eiti emitir esta afirmación pira­
Wort über unser Judentum, midal: «El socialismo es el
cf. B o e h l ic h , pp. 212- único poder capaz de opo­
227. nerse a situaciones en que
66. Mommsen, Ninive und Se­ la población está grande­
dan, «Die Nation», 25 de mente mezclada de judíos»”,
agosto de 1900, y Deutsch- F. Engels, Anti-Dühring o
land und England, ibid., 10 la revolución de Eugenio
de agosto de 1903. Dühring (introducción al es­
67. Sobre la germanomanía de tudio del socialismo), Ma­
Hermann Cohén, ver L. drid, 1968, p. 125.
Poliakov, Le mythe aryen, 71. Cf. Le mythe aryen, pp. 297-
op. cit., p. 342. 298.
68 . Carta a Marthe Bernays, Vie- 72. Ibid., pp. 332-339; por 3o
na, 5 de octubre de 1882. que se refiere especialmente
Se trataba del doctor Her­ a la aprobación de Tolstoi,
mann Nothnagel. ver más adelante pp. 101-
£9. El antisemita austríaco Flo- 103.
rian A lb r e c h t, en el pe­ 73. Cf. la tesis ya citada Anti-
riódico Unverfalsche deutsche semitism in Austria, pp. 34-
Worte; cf. Pulzer, op. cit., 35.
p. 253. 74 Esta frase suele atribuirse a
70. Conviene observar que esta Bebel, ¡e incluso a veces a
obra de Engels sólo denun­ Lenin! En realidad, la pro­
cia el antisemitismo de nunció el socialista vienés
Dühring en raras ocasiones. Kronawetter; cf. Pulzer,
Veamos el párrafo princi­ op. cit., p. 269.
pal: 75. «Burgomaestre verdadera­
“ ...aún esa judeofobia lleva- mente genial... El último gran
vada hasta el ridículo y de alemán surgido de las filas
que hace gala en toda oca­ del pueblo», y más adelante:
sión el señor Dühring, es «Sus cualidades de táctico
una cualidad que, si no ex­ hábil se enriquecían con la
clusivamente prusiana, al me­ de reformador de talento...
nos es del gusto propio del su obra como burgomaestre
terruño, de los países situa­ de Viena es inmortal», etc...
dos al este del Elba. Y el Cf. Mein Kampf, cap. III
394 La Europa suicida

«Consideraciones... referen­ mánica de la primavera) ha­


tes a mi estancia en Viena». bían sido fundadas por un
76. Pulzer, pp. 202-204. En el aventurero austríaco de ori­
IIIer Reich, la frase: «Wer gen desconocido, que se ha­
Jude ist, bestimme ich» so­ cía llamar Joerg Lanz von
lía atribuirse a Hermann Liebenfels. El título de su
Goering. Con respecto a la obra principal manifiesta de
compleja personalidad de sobras cuáles eran las aspi­
Lueger, ver también la larga raciones de sus discípulos, y
discusión en Van Arkel, cuáles las pretensiones de
op. cit., pp. 67-80. sus proveedores de fondos:
77 Cf. Paul Massing, op. cit., Theozoologie oder die Kunde
p. 91. von den Sodom-Áfflingen
78. Der Verzweijlungskampf der und dem Gótter-Elektron,
arischen Volker gegen das Eine Einfübrung in die
Judentum, 1891. alteste und neueste Weltan-
79. El historiador socialdemó- schauung und eine Rechtfer-
crata Franz Mehring. Sobre tigung des Fürstentums und
Ahlwardt, ver Massing, pp. des Adels. Este título *e tra­
91-96. duce así: «Teozoología o la
80. Cf. I. S c h o r s c h , Jewish ciencia de los simios de So-
reactioMs to Germán anti- doma y del electrón de los
semitism, op. cit., pp. 79- dioses. Una introducción a
101, y especialmente 90. la visión más antigua y más
81. Cf. S c h o r s c h , op. cit., nueva del mundo, y una jus­
p. 257 y pp. 169-177. tificación de los príncipes y
82. Ibid., pp. 137-139. de la nobleza». Cf. al res­
83. Sobre W. R athenau y el pecto Joachim Fest, Hitler,
' filósofo H. C ohén, cf. Le t. I, París, 1973, pp. 31-33
mytbe aryen, pp. 341-344. y p. 465.
84. Cf. Walter Laqueur, His- 88 . Para algunos títulos caracte­
toire du sionisme, París, rísticos, ver L. Poliakov,
1973, p. 197. Le mythe aryen, París, 1971,
85. Cf. H. Helbronner, Count , pp. 327-329.
Aehrental and Russian Jew- 89. Pulzer, op. cit., p. 295.
ry, 1903-1907, Journal of 90. Lo que sigue, según Pulzer,
Modern History, 38/4, 1966, op. cit., passim y Walter
pp. 394-406. Laqueur, The Germán
P6 . Ver Pulzer, op. cit., pp. Youth Movement and the
315-316, y Reginald H. ’Jewish Question, Leo Baeck
P h elp s, «Before Hitler Institute Year Book, VI,
came: Thule Society and 1961, pp. 193-205.
Germanenorden», The Jour­ 91. Cf. Histoire de l'antisémitis-
nal of Modern History, me, t. III, p. 402.
XXXV, 1 (marzo de 1963), 92. Cf. Martin Buber, Drei
pp. 245-260. Reden üher das Judentum,
87. La orden y la revista Ostara Frankfort a/M, 1920, pp. 11-
(del nombre de la diosa ger­ 31.
Notas 395

Francia et les Juifs (1882-1899), Pa­


rís, 1967, p. 192.
102. Sobre el racismo (y el anti­
9\ Cf. Hannah Arendt, Sur semitismo) de R e n á n , ver
l’antisémitisme, París, 1973, Le mythe aryen, op. cit.,
passim, y sobre todo p. 227. pp. 208-211.
94. Cf. L. Poliakov, Le mythe 103. A. C hirac, «Carta a Dru­
aryen, París, 1971, p. 90. mont», Revue socialiste, ene­
95. Cf. Histoire de l’antisémitis­ ro de 1887, V, n.° 25, pp.
me, t. III, París, 1968, pp. 84-85.
377-391. 104. Cf. E. Silberner, Sozialisten
96 Véase, por ejemplo, la ar­ zur Judenfrage, Berlín, 1962,
gumentación de Adolf Hit- pp. 65-70.
ler: “«Los Protocolos de los 105. Cf. J. Crétineau - Joly,
Sabios de Sión», oficialmen­ L’Église romaine en face de
te repudiados por los judíos la Révolution, París, 1859,
con tanto ardor, han demos­ t. II, pp. 119-124.
trado de forma incompara­ 106. Le Juif, le juddisme et la
ble hasta qué punto toda la juda'isation des peuples chré-
existencia de este pueblo se tiens, París, 1869, p. 386.
basa en una mentira per­ Conviene observar que la ma­
manente; «Constituyen un yoría de autores que han
fraude», repite quejándose tratado de Gougenot des
la Gaceta de Francfort; esa Mousseaux sólo lo han visto
es la mejor prueba de' como un antisemita frenético
que son auténticos”. Mein (por ejemplo J. Byrnes, An-
Kampf, trad. franc. Nou- tisemitism in modern France,
velles éditions latines, Pa­ New Brunswick, 1950, y
rís, s. {., p. 307. más recientemente Norman
97. Cf. Histoire de Vantisémitis- C ohn, Warrant for geno-
me, vol. III, p. 289-296. cide, Londres-Nueva York,
98. Cf. Satan Franc-Maqon, pre­ 1966; Pierre Pierrard, Juifs
sentado por Eugen W e b e r , et catholiques franjáis, Pa­
col. «Archives», París, 1964, rís, 1970, así como L‘histoire
99. Cf. los documentos (cartas des Juifs en France, publi­
dirigidas en 1860 por la cada bajo la dirección de
Alianza a Cavour y a la fa­ B. Blumenkranz, Toulouse,
milia Mortara) publicados 1972). Los únicos que han
por G. V o l u , Alcune con- acertado a ver la gran ambi­
seguenze benefiche delt’af- valencia de Gougenot des
fare Mortara, Scritt in Me­ Mousseaux son P. Sorlin,
moria di Federico Luzzato, «La Croix» et les Juifs, op.
Roma, 1962,.pp. 309-320. cit., y J. Verdés-Leroux,
100. Cf. Pierre Pierrard, Juifs Scandale financier et antisé-
et catholiques franfais. De mitisme catholique, París,
Drumont ¿ Jules Isaac, Pa­ 1969.
rís, 1970, pp. 21-22. 107. Sobre la visión de Alfred de
J01. Cf. Pierre Sorlin, La Croix V ig n y , cf. Histoire de l’anti-
396 La Europa suicida

sémitisme, vol. III, pp. 372- historiques, 62.* entrega, 1


377. de abril de 1882.
108. Le Juif, le judatsme et la 119. Ver más adelante, p. 77
judaisation..., op, cit., pp. y sig.
394 ss. 120. Cf. Histoire de Vantisémitis-
109. Según el Dr. Boudin, «no me, t. I, París, 1955, pp.
hay sitio alguno donde el 77-78 y 293-294.
judío nazca, ni viva, ni mue­ 121 . Sólo puede tratarse de una
ra como la demás gente entre suposición. No obstante, vale
la que reside. Es una cues­ la pena advertir que en su
tión de antropología compa­ minucioso estudio sobre «La
rada que consideramos ajena Croix» et les Juifs, op. cit.,
a toda refutación». Cf. Le Pierre S orlin formulaba una
mythe arfen, op. cit., pp. suposición parecida. Escribe
291-292. sobre todo: «Y así, la con­
110. Le Juif..., op. cit., p. 459 vergencia de las ideas de
y P- 99. Chabauty, de Jannet y del
111. Ibid., p. 509. P. d’AIzon nos hace suponer
112. Cf. J. P etit, Bernanos, que hacia 1879-1881 se desa­
Jiloy, Claudel, Péguy: qua- rrolla entre los ultramonta­
tre écrivains catholiques face nos una doble corriente anti­
i Israel, París, 1972, p. 38. masónica y antisemita.» En
113. Cf. Le S d u t par les Juifs, una nota, concreta: «Quizá
en «L’CEuvre complete de habría que buscar su origen
Léon Bloy», París, 1948- en Roma. En una carta al
1949, t. I, p. 28, p. 11, y P. Pícard, el P. d’Alzon su­
Jeantte d'Arc et l'Allemagne giere la conveniencia de es­
(1915). tudiar con atención las reve­
laciones sobre la Masonería
114. Les prophéties modernes
publicadas en Italia...» Cf.
vengées, ou défense de la
concordance de toutes les p. 193 y p. 320.
122. Cf. J. Byrnes, Antisemitism
prophéties, por el abate
in modern Trance, op. cit.,
C habauty, Poitiers, 1974,
p. 108, y el excelente estu­
pp. 73-75. dio de Jeannine Verdés-Le-
115. Le Contempormn, t. XXII roux, Scandale financier et
(1881), p. 110, Les Juifs en antisémitisme catholique, Le
Orient. krach de lUtiion Générale,
116. Ver más adelante, pp. 105- París, 1969, pp. 68-73.
106. 123. Cf. L'Antisémitique, n." 8 ,
117. Ver con anterioridad pp. 36- 20 de julio de 1883.
37 y Norman C ohn , War- 124. «Desde hace unas semanas,
rrant for genocide, trad. fr. escribía el Univers, se publi­
Histoire d’un mythe, La ca en Montdidier un sema­
«Conspiration» juive et les nario, L’Antisémitique, que
protocoles des sages de Ston, ha asumido la tarea de com­
París, 1967, p. 43. batir a ultranza los deplora­
118. Cf. La rem e des questions bles progresos de la judería
Notas 397

en Francia. Entabla este 1893; cf. P. Sorlin, op. cit-,


combate con sumo ardor, y p. 144.
queremos dedicar nuestro 134. La France juive, ed. cit.,
aplauso al aspecto típicamen­ t. II, pp. 568-569.
te francés de su proyecto. 135 La France juive, «edición po­
Sin embargo, no podemos pular» abreviada, París, 1888,
por menos que lamentar, al pp. LIII-LIV.
margen de esta campaña, la 136. La France juive, ed. París,
enojosa inspiración que pare­ 1943, t. I, p. 9, p. 32.
cen seguir sus autores cuan­ 137. Citado por Pierre P ie rra rd ,
do también arremeten contra op. cit., p. 59. Sobre Alexan-
(...) el texto de la Revela­ dre Weill, ver nuestro volu­
ción (...) Al carecer de res­ men III, De Voltaire a Wag­
peto, los redactores de L'Att- ner, pp. 276, 283, 284, 316,
lisémitique comprometen 351, 354.
enojosamente el éxito de la 138. La France juive devant l’opi-
causa que pretende servir...» nion, 1886, p. 31.
Cf. ibid., n.° 9, 27 de julio 139. Cf. Verdés-Leroux, op. cit.
de 1883. 140. Cf. Sorlin, op. cit., p. 162,
125. Cf. I. S. A k sak o v , Obras, y todo el capítulo «El pro­
t. III, Moscú, 1886, pp, 819- blema racial», pp. 158-164.
830. 141 Cf. La Croix del 6 de no­
126. Citado por J. Verdés-Le- viembre de 1894.
roux, op. cit., p. 120, 142. Como en 1789 la Asamblea
127. P. Sorlin, op. cit., p. 82. constituyente había emanci­
128. A la rechercbe du temps pado a comediantes y verdu­
perdu, Ed. La Pléiade, t. I, gos antes que a los judíos,
p. 517. A l’ombre des jeunes el abate Lémann escribía en
filies en fleurs. Cf. asimismo 1889: «El 23 de diciembre
t. II, p. 190: «Es cierto que de 1789 fue un día pro­
el caleidoscopio social se ha­ fundamente humillante para
llaba en plena rotación y que nuestra raza, ¡aunque alcan­
el caso Dreyfus arrojaría al zó una justicia sublime! Sí,
judío al último renglón de la el verdugo merecía que le
escala social». (Le cóté de rehabilitaran antes que a nos­
Guermanies.) otros; pues el Verdugo sólo
129. Barres, «La fórmula anti­ mata a hombres, los culpa­
judía», Le Fígaro, 22 de fe­ bles, mientras que nosotros
brero de 1890. matamos al Hijo de Dios, ¡al
130. P. Pierrard, op. cit., p. 37. inocente!» La Préponderance
y passim. juive, París, 1889, p. 131.
131. G. Bernanos, La grande 143. La France juive, ed. cit., 1.1,
peur des bien-pensants, Pa­ pp. 424-425 y p. 455.
rís, 1931, p. 45, p. 48. 144. Y por decenas de miles, si
132. La Franee juive, relato, 201.* tenemos en cuenta los artícu­
edición, París, 1943, Intro­ los de periódicos y revistas.
ducción, p. 11 y p. 61. 145. Op. cit., pp. 131-132.
133. La Croix, 12 de enero de 146. P. Sorlin, op. cit., p. 95.
3 98 La Europa suicida

147. J. Verdes-Leroux, p. 144. 162 Cf. los recuerdos del «viejo


148. Cf. el artículo «El sable y antisemita», Jean D rault,
el hisopo», en La Dépéche Drumont, La Frunce juive et
de Toulouse, 18 de enero de la Ubre Parole, París, 1935,
1898. pp. 41-44.
149 P. Sorun , p. 218. 163 Cf. los documentos publica­
150- Ver al respecto el capítulo dos por Jules Guérin (ex
«A contracorriente» en P. colaborador de Drumont) en
Pierrar», op. cit., pp. 185- Les trafiquants de l’antisé-
228. mitisme. La maison Drumont
151 Sobre el antisemitismo de and C°, París, 1905, pp. 19-
Voltaire, cf. Histoire de l’an- 29.
tisémitisme, t. III, pp. 103- 164. Arthur Meyer, director del
117. periódico monárquico Le
152. «Sobre el papel que desem­ Gaulois, había sido objeto
peñaron los judíos en la his­ de violentos ataques por par­
toria de la civilización», te de Drumont en La France
Revue identifique, 1886, p. juive. De modo que tuvo
386 y sigs. que desafiarle a duelo; du­
15?. «La raza: judíos y arios», en rante el choque, apartó con
Campagne nationdiste 1899- la mano la espada de Dru­
1901, París, 1902, p. 138. mont y al mismo tiempo le
154 Cf. La correspondencia Bar- hería en el muslo con la
rÍs-Maurras, La république suya. Ya podemos figurar­
ou le roí..., París, 1970, p. nos la magnitud del escánda­
269, p. 350. lo: «Hace falta una guerra
155. Cf. G. V a ch er de Lapouge, para borrar todo esto», excla­
«La antropología y la cien­ mó al parecer el propio Me­
cia política», Revue d'anthro- yer.
pologie, 15 de mayo de 1887, 165 Cf. Byrnes, op. cit., p. 330.
p. 15. 166 «A propósito del duelo de
156. Por ejemplo, Alfred Fouil- Mores», en France de Bor-
lé e , René Verneau, Jean- deaux et du Sud-Ouest, 31
Marie C h a rco t; cf. Le de julio de 1892.
rnythe aryen, pp. 280-297. 167. Antes de caer en el campo
157. Cf. E. Silberner, Sozialism del honor, durante la Prime­
zur Judenfrage, Berlín, 1962, ra Guerra mundial, el sar­
pp. 65-72. gento Pierre David escribió
15fi Cf. R. Byrnes, Anthemitism a Charles Maurras: «Nacido
i» Modern Frunce, op. cit., en una familia judía, acabé
p. 177. sintiéndome totalmente ajeno
159. Citado por J.-J. F ie c h te r , a ella y totalmente francés
Le socidisme frangais: de (...) Cuando usted lea estas
Vaffaire Dreyfus i la Grande líneas, que sólo han de lle­
Guerre, Ginebra, 1965, pp. garle si perezco, habré ad­
49-50. quirido la nacionalidad que
160. Ibid., pp. 242 y sigs. reivindico, mezclando mi san­
161. Ibid. gre con la de las familias
Notas 399

más antiguas de Francia. régimen republicano. «La


Gracias a usted, habré com­ Croix, que está preparando
prendido la necesidad y la su adhesión, no se atreve a
belleza de este bautizo...». acusar a la República de
Esta carta, seguida de algu­ seguir el juego de los ju­
nos textos siinilares, aparece díos. Resulta notable, por
citada por Guy Dupré, bajo ejemplo, que no aproveche
el título «Todos somos ju­ el escándalo d^ Panamá pa­
díos maurrasianos», en Mau- ra poner en entredicho a
rice BARRES-Charles M a u r- aquellos parlamentarios que
ra s , La République ou le han tenido relaciones con
roi, Correspondance inédite, el barón de Reinach...» Op.
París, 1970, pp. 682-685. cit., p. 102; cf. también 58,
168. Cf. Léon Poliakov, Le Bré- p. 90, y las notas correspon­
viaire de la haine, le I I I ’ dientes.
Reicb et les Juifs, Ed. Livre 175. La derniire bataille, ed. cit.,
de Poche, París, 1974. p. 325.
169. Cf. Byrnes, op. cit., p. 246, 176 Ibid., pp. 393-394, nota:
p. 264, y Marcel Thomas, «La casa del Louvre gastó
L’affaire sans Dreyfus, París, en publicidad no mucho más
1961, pp. 55-56. de un millón al año. Todos
170. Véase más arriba, y también en París conocen al judío C.
Sorlin, op. cit., p. 90, y encargado de la publicidad
Drumont, La derniere ba- de la casa Rothschild y muy
taille, 1890, p. 191. apreciado en el bulevar; gas­
P l. Cf. el Protocolo 10. ta 4 millones al año». Por el
172. La derniere bataille, op. cit., contrario, la Compañía de
p. 337. Panamá gastó presumible­
173. Por esa época, solía hablarse mente un total de ciento
de cientos de miles de sus- ocho millones.
criptores: por ejemplo Dru­ 177. Cf. B t r n e s , op. cit., p. 332
mont, op. cit., p. 324: «El y, por supuesto, Leurs figu­
total de las sumas engullidas res de Maurice B a rr e s .
se elevaba el 14 de diciem­ 178. Cf. el artículo «Atestado»
bre de 1888 a 1.335.532.749 en Le Fígaro del 5 de di­
francos con 97 céntimos. ciembre de 1897, en Émile
870.000 suscriptores habían Z o la , L’affaire Dreyfus, la
invertido estas sumas». La vérité en marche, París,
primera al menos de estas ci­ 1969, p. 85.
fras era bastante exacta: ver 179. L e v a i l l a n t no dejaba de
el admirable trabajo de Jean añadir: «Los socialistas rom­
Bouvieb., Les deux sconda­ perán esta alianza dentro de
les de Panama, col. «Archi­ un tiempo, cuando, avisados
ves», París, 1964. por los acontecimientos, se
174. Tal como lo demuestra P. den cuenta de que... están
S o r l i n , el «Panamá» coin­ siguiendo el juego de los
cidía con la adhesión de enemigos eternos de la Revo­
la mayoría de católicos al lución», etc.... La genése de
400 La Europa suicida

Vantisémitisme sous la Troi- no del barón de Reinach, so­


siéme République, París, lía pasar entre la gente como
1907, pp. 25-26. el heredero espiritual de
180. Cf. Bemard L a z a re , «con­ Gambetta, de quien había
tra el antisemitismo», Le sido jefe de gabinete, mien­
Voltaire, 20 de mayo de tras que sus hermanos Salo-
1896. mon y Théodore obtuvieron
181. Así por ejemplo, Anatole celebridad por su condición
Leroy-Beaulieu: «El anti­ de arqueólogos e historiado­
semitismo. .. nos ha llegado res.
del otro lado del Rin, de 184. Cf. Michael R. Marrus, Les
la vieja Alemania, siempre Juifs de France a l'époque
dispuesta a querellas confe­ de l’affaire Dreyfus, París,
sionales, siempre imbuida de 1972, pp. 107 y sigs. «La
un espíritu de casta; y tam­ teoría política de la asimi­
bién de la nueva Alemania, lación».
tan hinchada de un orgullo 185. Conclusión del artículo «Ju­
de raza...». (Israel cbez les díos» de la Grande Encyclo-
nations, París, 1893, p. 111); pédie, t. XXI, p. 279.
o Célestin Bouglé: «Devol­ 186. Cf. Pierre Aubéry, Milieux
ved a Alemania las ideas im­ juifs de la France ccmtem-
portadas de Alemania.. poraine ¿ travers leurs écri-
Philosophie de Vantisémitis- vains, París, 1962, p. 30, p.
me, impreso a partir del 1 26, p. 32, y passim.
de enero de 1899, p. 158. 187. Cf. The complete diairies of
La lista podría prolongarse Theodor Hoerzl, ed. by R.
hasta el infinito. Patai, vol. II, Nueva York,
182. Cf. Histoire de Vantisémitis­ 1960, p. 673, 30 de septiem­
me, vol. III, p. 375. bre de 1898. 4
183. Sin que haga falta detener­ 188. A la recherche du temps per-
nos en la desconcertante fi­ du, ed. cit., t. II, p. 690,
gura de Comélius Herz, se­ «Sodome et Gomorrhe». Se-
ñalemos esta frase de Mau- mijudío como el propio
rice Barres, tan significativa Proust, Swann es sin duda
a su modo: «Lamentable en su dter ego: cf. G. D. Pain-
sus embustes para parecer t e r , Marcel Proust, París,
buen francés, este Herz se .1966, t. I, p. 140.
había pasado varias horas 189. A la recherche..., op cit.,
desarrollando al menos una t. I, p. 744, «A l’ombre...»,
concepción de la política in­ y t. III, p. 952 y p. 966.
finitamente más verdadera 190. Sobre todo de Fransois Mau-
que la que se impartía- a los riac, pero también de Léon
estudiantes en la Facultad de Blum, «...no sólo maestro,
la calle Saint-Guillaume», sino guía...» — Souvenirs
Leurs figures, ed. «Le Livre sur l’affaire, París, 1935, p.
de Poche», p. 258. Por lo 86 ; y de Aragón «Me cuesta
que atañe a la familia Rei- olvidarlo, y no veo que de­
nach, Joseph, sobrino y yer­ cirlo sea ninguna audacia:
Notas 401
ni, lo cual es cierto, que esta Afínales E.S.C., n." 6 (XVI),
función, Barrés la desempe­ noviembre-diciembre de 1961,
ñó para muchos otros niños, pp. 1141-1167}.
para muchos otros adolescen­ 204. Cf. Th. H erzl, L'affaire
tes». Dreyfus, ed. federación sio­
191. «A guisa de prólogo», L'oeu- nista de Francia, París, 1958,
vre de Mauríce Barrés, t. II, p. 24.
París, 1965, p. XII. 205. Le Fígaro, 19 de diciembre
192. «El enemigo de las leyes», de 1894, Al día siguiente, Al-
L'oeuvre de Maurice Barrés, bert B a ta ille describía la fi­
ed. cit., t. II, pp. 255-257. sonomía «judía» de Dreyfus,
Souvenirs sur l'affaire, op. informando sobre el juicio,
cit., pp. 85-86. cf. P. Boussel, L'affaire
193. «Novela de la Energía...», Dreyfus et la presse, París,
Les déracinés, ed. «Poche», 1960, pp. 62-63, p. 64.
p. 292, y Leurs figures, ed. 206. Lyautey, Lettres du Tonkin-,
«Poche», pp. 58-59. por esa época, Lyautey for­
194. Leurs figures, loe. cit. maba parte del cuerpo expe­
i 195. J. Bouvier, Les deux ¡can­ dicionario francés en Indo­
dóles de Panamo, col. «Ar­ china, cf. R. G au th ier,
chives», París, 1964, p. 126. Dreyfusards!, col. «Archi­
1%. Leurs figures, p. 242. ves», París, 1965, pp. 4647.
197. Scénfs et doctrines du natio- 207. Cf. Henri Dagan, Etiqué te
ndisme, París, 1902, pp. 150- sur l'mtisémitisme, París,
154. 1899, pp. 59-63.
198. Cf. R. Byrnes, Antisemitism 208. Léon Blum, Souvenirs sur
in modern France, op. cit., VAffaire, París, 1935, p. 67.
p. 349, p. 351 y pp. 320-339. 209. «Dimensiones del caso Drey­
.199 Cf. Histoire de l'antisémitis- fus», op. cit., p. 1155.
me, vol. III, p. 351. 210. Citado por Patrice Boussel,
200. Cf. I . L evaillant, La genise L ’affaire Dreyfus et la pres­
de l'mtisémitisme sous la IIP se, París, 1960, pp. 70-75.
Kípublique, París, 1907, pp. 211. Cf. Jean Bouvier, Les deux
20-23. scanddes de Panama, op.
201 Cf. Alfred Dreyfus, Scmve- cit., p. 116.
ttirs et correspondance..., Pa­ 212. Cf. Souvenirs et correspon-
rís, 1936, p. 268 y p. 283. dance, op. cit., p. 215.
202. Marcel Thom as, L'affaire 213. La Petite République, 21 y
sans Dreyfus, París, 1961, 28 de diciembre de 1894.
p. 128. ¡Aparentemente, Jaurés igno­
203 Estas son las penetrantes raba que el consejo de guerra
opiniones desarrolladas a tal había infligido a Dreyfus la
fin por mi amigo Jean-Pierre máxima pena que podía apli­
Peter, que ha tenido la ama­ carle!
bilidad de leer y criticar mis 214. La frase, que pertenece a
páginas sobre el Caso, que Pierre Sorlin, constituye ori­
vienen a continuación {«Di­ ginariamente una referencia
mensiones del caso Dreyfus», a la guerra de Argelia:
402 La Europa suicida

«Francia asume muy conven­ creado por el caso Dreyfus.


cida una guerra que no de­ 217. Cartas llamadas «del ulano»:
seaba y, criticada por la casi «...si esta noche alguien me
unanimidad de países extran­ dijera que mañana moriría
jeros, recobra, como en tiem­ como capitán de ulanos en­
pos del caso Dreyfus, el pla­ sartando franceses, me sen­
cer de tener tazón contra to­ tiría muy feliz» (...) «Soy in­
dos». La société frangaise, capaz de maltratar a un
t. II, 1914-1968, París, 1971, perrito, pero tne gastaría mu­
p. 48. cho matar a cien mil france-
215. Véase el testimonio de Léon ceses» (...) «Una de mis me­
Blum: «A modo de tesis ge­ jores juergas sería ver París
neral, los judíos habían acep­ tomado al asalto y entregado
tado la condena de Dreyfus al saqueo de cien mil solda­
como algo definitivo y justo. dos borrachos...»
Preferían no hablar del 218. Cf. R . G a u t h i e r , Dreyfus-
caso; evitaban el tema, en ards!, op. cit., p. 190.
lugar de plantearlo. Una 219. Véase a tal fin P. Pierrard,
gran desgracia se había aba­ op. cit., cap. «Una vuelta a
tido sobre Israel. Había que Francia del odio», pp. 92-
soportarla sin rechistar...». 102.
Souvenirs sur l’Affaire, op. 220. A la recherche..., op. cit.,
cit., p. 25. Sodome et Gomorrhe, pp.
216. Para la historiografía sionis­ 678-680, p. 1181.
ta, el proceso Dreyfus no 221. Ibid., t. II, p. 678, y t. II,
hizo más que catalizar las Le cóté de Guermantes, p.
aspiraciones sionistas de 256.
Herzl —quien, por su par­ 222. Citado por Jacques Kayser,
te, declaraba formalmente: L’affaire Dreyfus, París,
«Me he vuelto sionista a 1946, p. 143.
consecuencia del proceso, 223 No hay que olvidar que, se­
que presencié en 1894 (...) gún sus acusadores, Dreyfus
Aún resuenan en mis oídos actuaba no sólo al servicio
los furiosos aullidos de la del agregado militar alemán
multitud en la calle, junto Schwarzkoppen, sino tam­
al edificio de la Escuela mi­ bién al servicio del agregado
litar donde tuvo lugar la de­ italiano Penizzardi. Véase al
gradación...», etc.... {cf. S. S. respecto L. Blum, Souvenirs
D o u b n o v , Historia moderna sur l’Affaire, op. cit., pp.
del pueblo judío (en ruso), 114-115.
t. III, Berlín, 1923, p. 293). 224 Tal como lo escribe Pierre
Si en este caso Herzl forjaba Sorlin, La société fratn;aise,
una estampa popular para las 1.1 (1840-1914), París, 1969,
necesidades de la causa, no p. 247.
por ello dichas necesidades 225. Souvenirs sur VAffaire, op.
dejan de utilizar un lenguaje cit., p. 14.
más elocuente aún, con res­ 226. Op. cit., p. 163.
pecto al clima internacional 227. Cf. L'ile des pingouins, ed.
Notas 403
«Iivre de Poche», p. 306 y 1906), París, 1906-1909, t.
p. 322. II, p. 190.
228. También esta fantasmagoría 233. Cf. P. P ie rra rd , op. cit.,
acarreó diversas vejaciones. p. 119 y pp. 153-154.
En una obra publicada en 234. Qtado por Norman C o h n ,
1946, Jacques Kayser aún op. cit., p. 72.
hablaba de la «gangrena je­ 235. Les Déracinés, ed. cit., p.
suíta (...) cómo en cada in­ 276.
triga, surgía la sombra de los 236 Protocoles, XXII, XVIII,
jesuítas...», L'affaire Drey- XV, XX; pp. 145, 120, 99 y
fus, París, 1946, pp. 268- 125 de la traducción de Ro-
269. ger Lambelin, París, 1921 (la
229. En otoño de 1967, las «Pren­ edición de Beirut anterior­
sas islámicas» de Beirut pu­ mente citada de 1967 sigue
blicaban una nueva edición el texto y tiene la misma
de los Protocolos, prologada compaginación).
por Faez Ajjaz. «El año 237. Cf. Los hermanos Karama-
1967, escribía, marcará un zov, pp. 267-286 de la trad.
hito —sin duda— en la his­ fran. editada por La Pléiade.
toria del Oriente medio en Podemos observar que en su
particular y en la historia de «relato del gran inquisidor»,
la humanidad en general. Dostoievski recoge un tema
Pues a lo largo de este año, romántico que figura sobre
y más precisamente el 5 de todo en Don Carlos de
S c h ille r y en Les mysté-
junio, el pueblo de Sión con­
firmó, por vez primera en su res du monde de Eugéne
Sue —y que probablemente
historia, la autenticidad de
también aprovecharía Mau-
un documento publicado en
rice Joly.
1905 (...) los hijos de Sión
238 I, 2.
han demostrado de forma
239. Ibid.
tangible que jamás olvidaron 240 Ibid.
los Protocolos de sus Sa­
241. XIV, 88 .
bios...», etc....
242. I, 5-6.
230. Cf. en especial Henri Rol- 243. II, 17.
lin , L’apocdypse de notre 244. I, 11-12 y III, 27.
temps, París, 1939, y Nor­ 245. XI, 71, VII, 45 y IV, 31,
man C ohn, Histoire d’un subrayado en el original.
mythe, la «Conspiraron» 246. XV, 103-104 y XVI, 108,
fuive et les Protocoles des subrayado en el original.
Sages, París, 1967. ?47. Cf. Los hermanos Karama-
?31. Cf. The complete diairies o) zov, p. 284 de la trad. franc.
Theodor Herrf, Nueva York, publicada por La Pléiade,
1960, 27 de agosto de 1897 Aliocha: «Quizás eres franc­
y 18 de enero de 1897. masón». Y p. 285, Iván:
?32. Cf. A. Debidour, L’Église «¿Crees que quiero unirme
cathdique et l’État sous la a los jesuítas, a los que han
troisiéme République (1870- corregido su obra?».
, 4Q4 La Europa suicida

»248o?!$E>tite Chalíes Péguy, 1873- corno una desgracia. Sobre


1914, que desde este punto todo porque, dado que cada
de visu sólo podría compa­ pueblo tiene sus caracterís-
rarse con el gran teólogo . ticas buenas y malas, toda
ruso Vladimir Soloviev, represión racial me parece
1853-1900, véase Jules contraria a los intereses pro­
; Isaac, Expériences de nta fundos de la humanidad...»
vie, París, 1900; Rabí, en 2*>3. : C/. el vol. precedente, De
' «Esprit», agosto-septiembre Voltaire á Wagner, op. cit.,
de 1964, pp. 331-342, y G. p. ,375.
j S ch olem , en Les Temps 254. Ibid., Conclusión, que anali­
modefnes, agosto de 1966, za más extensamente esta co­
p. 588. yuntura sociológica.
Doy las gracias a mi amigo 255. C. Péguy, Notre jeunesse,
Alex Dercansky, por haber­ cf. ed. de La Pléiade, «Obras
me recordado la importancia en prosa», II, p. 549 y pp.
de Péguy, en su calidad de 576-577.
■ genial precursor de la evolu-
<ciófl del pensamiento cris­
tiano, sobre el capitulo de]
RUSIA
,. pueblo judío.
2 4 9 Cf. P. P z b x j u r b , J u ifs et
, catkúliques..., op. cit., cap, 256 Diario de un escritor.
3, «Tiempo de ligas». 257 Nassledié Cbinguiss - Jana,
210 - Ibid., y Jean-Noel M a rq u e , Berlín, 1925.
Léon Daudet, París, 1971, 258. Para una descripción menos
í>. 288. acelerada, ver el t. I de la
2,53 Cf. Máxime Bmenne, G us- presente historia, «Du Christ
tave Téry et son oeuvre, aux Juifs de Cour», pp. 297-
París, 1919, pp. 27-30; René 304.
de Lrvois, Histoire de la 259. Tal es la prudente opinión
presse franqaise, t. II, París, de los historiadores Kasako-
1965, p. 404; Claude Bel- VA y Lurié; cf. Los movi­
l a n g e r , e d ., Histoire géni- mientos heréticos antifeuda­
rde de la presse franqaise, les en la Rusia de los si-
t. III, París, 1972, p. 393 gfoíXIV-XVl, Moscú, 1955,
<! y p. 438. pp. 109-110.
252- A m pied da SituH, París, 260. Cf. D. Qzevskij, History of
1898, pp. 125-126, p. 149 Russian literature from the
y pp. 171-177, y en especial eleventh century to the end
p. 173: «Como todo sigue of the Baroque, La Haya,
siendo idéntico, la acción de 1960, pp. 171-172.
la sufrida: raza, tan maravi­ 261. Cf. nuestro vol. I, Du Christ
llosa en su producción de aux Juifs de Cour, p. 301.
energía» no parece que pue­ ?62 Cf. Salo W. Barón, The
da hacer más que ir en Russian Jew under Tsars and
aumento. Por mi idealismo Soviets, Nueva York, 1964,
ario, consideraré este hecho pp. 13-14.
Notas 4Ú5

26% Cf. Nuestro vol. III, De ruso (en ruso), Nueva York,
w ’ Volt aire ¿ Wagner, pp. 263- 1960, p. 353.
' L 264.' 271 Cf. el artículo «Cantonistas*
264. Cf. S. W. Barón, op. cit., de la Gran Enciclopedia so­
’ ■ p. 17. viética, 2 .* ed., Moscú, 1953,
?65. Cf. De Vdtaire á Wagner, t. XX, p. 33.
pp. 266-270. 272. A. Herzen, Byloie i dumy,
266. Théorte du judáisme appli- ed. Londres, 1861, t. I, pp.
quée ¿ la réforme des Is- 308-309.
raélites..., por el abate 273. Cf. Louis Greenberg, The
C h i a r i n i , catedrático de an­ Jetos in Russia, t. I, Nueva
tigüedades orientales en la York, 1955, p. 51.
Universidad de Varsovia, Pa­ 274. En la Rusia zarista, se clasi­
rís, 1829, cf. De Vdtaire a ficaban en la «primera guil-
Wagner, pp. 377-378. Por da» aquellos comerciantes
«versión del Talmud», el que pagaban más dé 500 ru­
.abate Chiarini entendía pro­ blos de impuestos al año.
bablemente su traducción en 275. Cf. Barón, op. cit:, p. 48.
■ yiddish. En 1853, el porcentaje de
alumnos judíos en las es­
Cf. Barón, op. cit., p. 44.
cuelas imperiales era del
268. La censura, bajo Nicolás I,
i ’25 96; en 1873,1alcanzaba
era capítulo aparte. En este
el 13’2%. -
caso la ignorancia de dertos
276. Cf. L. GReénbbrg, óp. citíf-
censores era tanta que en p. 79. Macaulay y Disraeli
1844, el ministro del Interior habían militado ambos, y
ordenó el secuestro del «li- activamente, entre 1830 y
. bro secreto Rambam» (Ram- 1850; en favor de la total
bam era el signo usual de emancipación de los judíos
Moisés Maimónides), por ingleses.
suponerse que prescribía el 2~n. Cf. al respecto nuestro vol.
crimen ritual de los niños III, pp. 163 y sigs.
icristianos. Hubo otros cen­ 278. En ruso, el término fid te­
sores de Nicolás I que recu­ nía (y sigue teniendo) una
saron el título Las almas tonalidad espedal, interme­
muertas de la obra maestra dia en cierto modo entre
de Gogol, por considerar que «chueta» y «judío», y es de
un alma cristiana sólo podía difícil traducción. Lo más
ser inmortal, o asimismo un sencillo parece ser que se
manual de física que aludía escriba jid, cuando esta pa­
a las «fuerzas de la natura­ labra salé así en el original,
leza», sin ninguna referencia y esto es lo que haremos de
a la omnipotencia divina. aquí en adelante. El artículo
269. A propósito de la «predica en cuestión se titulaba: Los
coattiva» en Roma, ver nues- jids de las provincias occi­
- tro vol. II, De Mahotna a los dentales rusas y su estado
marranos, p. 323. actual.
?^D. Cf. El libro del judaismo 279. Cf. S. W. B arón, The Rus-
406 La Europa suicida

sian Jeui under Tsars and Los cosacos registraban pa­


Soviets, op. cit., p. 32. tios y casas...», Caballería
280. Cf. D. Z a s ia v sk i, Los judíos roja, trad. fr., París, 1959,
en la literatura rusa (en pp. 222-223.
ruso), «Ievreiskaya Lietopis», 285. Este fragmento procede de
Petrogrado-Moscú, 1923, p. la traducción del propio Tur-
63. gueniev, cf. Cuentos mosco­
281. Cf. Leónidas Grossmann, vitas, París, 1969. El texto
«Lermontov y las culturas original ruso posee una ex­
orientales» (en ruso), Utero- presividad distinta, pues no
turnoié Nassltedstvo, n.° 43, habla de una «escena peno­
Moscú, 1941, pp. 673-744. sa», sino de una angustia
Grossmann supone que el indecible que sin embargo
poeta pudo conocer, desde su no podía reprimir la sonrisa:
adolescencia, un caso de cri­ «Nam bylo jutko, strachno
men ritual, el caso de Velish, jutko».
que suscitó una cierta emo­ 286. Por ejemplo, en El fin de
ción en Rusia, a principios Chertopjanov y sobre todo
del remado de Nicolás I. en La joven desgraciada,
Agradezco a Alejandro Zvi- obra en la que mi erudito
guilsky las indicaciones que amigo Alejandro Zviguilsky
me ha suministrado al res­ cree poder identificar a Ri­
pecto. chard Wagner en el perso-,
282. Cf. J . K u n itz , Russian lite- naje del pretencioso músico
rature and the Jetos, Nueva alemán, (Estos dos cuentos
York, 1929, pp. 28-31, Ku- llevan fecha de 1865-1870.)
kolnik, pp. 31-35, Lajechni- 287. Elias DE CYON, agente del
kov, p. 56, Leskov. gobierno ruso en París, a
283. Dostoievski solía citar a Go- finales del siglo xrx. Este
gol: «No podía dejar de acor­ publicista, judío converso,
darme del judío Yankel en criticaba las campañas anti­
Tarass Bulba que, cuando se semitas, cf. su libro La Rus-
desnudaba para subir a la sie contemporaine, París,
alacena donde dormía con su 1892, p. 319.
mujer, parecía un pollo. Issai 288. El conde Iván Tolstoi era un
Formieh, nuestro jid, era la gran señor liberal, famoso
misma imagen de un pollo sobre todo por su condición
desplumado». de numismático y de ar­
284. Cf. «Los dos Iván: «...Aque­ queólogo. Había participado
lla mafiana, se había acumu­ en el gabinete «constitucio­
lado en la localidad un sin­ nal» formado por Witte des­
fín de convoys. Corrían por pués de los disturbios revo­
allí la 11.*, la 14.* y la 4* lucionarios de 1905, en ca­
división. Había judíos, en lidad de ministro de Instruc­
mangas de camisa, de eleva­ ción, entre octubre de 1905
dos hombros, que se man­ y abril de 1906. Tras presen­
tenían en sus umbrales tar su dimisión, publicó un
como pájaros desplumados. penetrante estudio sobre el
Notas 407
antisemitismo ruso: Hechos versos periódicos rusos; al
y reflexiones, La vida de los mismo tiempo, era redactor
judíos en Rusia, San Peters- en un gran banco. Problemas
burgo, 1907. Destaca el si­ familiares así como conside­
guiente párrafo: raciones «de principio» le
«Como ya sabemos, bajo el impulsaron a cometer una
emperador Alejandro III, las estafa de más de 150.000 ru­
tendencias antisemitas se afir­ blos; no obstante, lo detu­
maron no sólo en las altas vieron en seguida. Desde la
esferas, sino también, de cárcel, y luego desde el exi­
modo general, en el pueblo lio, mantuvo una correspon­
ruso, que aportaba a la polí­ dencia con Dostoievski y con
tica nacionalista de la «Gran otros escritores rusos.
Rusia» de este príncipe su 292. En efecto, ¡los que, prover-
apoyo moral, y que la acogía bidmente, dicen la verdad
con calurosa simpatía. Este son los niños y los borrar
auge del patriotismo ruso, chosl Vale la pena obser­
con anterioridad tan estre­ var que en la traducción ya
cho, se debía en parte al citada de Jean Chuzeville
final feliz de la guerra ini­ (donde «El problema judio»
ciada con el propósito de aparece en las pp. 487-502),
que los hermanos eslavos de se lee, p. 493: «crios y no­
los Balcanes se liberaran del drizas». Pero el texto origi­
yugo turco. Ahora bien, la nal de Dostoievski habla
juventud estudiantil, y muy claramente de niSos (o crios)
particularmente la juventud y borrachos.
judía, no participó en este 293. Marx escribía en su 'Proble­
empuje del nacionalismo, ma judío de 1844: «Los ju­
sino que más bien lo re­ díos se emanciparon en la
chazó, dedicándose incluso a misma medida en que los
intrigas antigubernamentales cristianos se volvieron ju­
que fueron en aumento». díos (...) El cristianismo
(Cito siguiendo la traducción surgió del judaismo, y aca­
alemana: Graf I. T o l s t o i , bó por regresar al judais­
Der Ántisemitismus in Russ- mo». Cf. nuestro volumen
land, Frankfurt amb Main, III, pp. 432440.
1909, pp. 72-73.) 294. Cf. L. G rossmann , D os-
289. En francés en el texto. toievski y los círculos gu­
290 Diario de un escritor, abril bernamentales rusos de los
de 1876 y septiembre de años 1870 (en ruso), «lite-
1876, cf. trad. fr. Jean Chu- raturnoié Nassliedstvo», n.°
zeville, París, 1951, p. 333 y 15, Moscú, 1934, pp. 83-
passitn. 492.
291 Alberto (o Uria) Kovner era 295. En Diario de un escritor.
un judío de Vilno, educado 296. Ibid. «Discurso sobre Puch-
dentro de la más estricta or­ kin».
todoxia. Tras superarla en 297. Cf. más adelante, p. 160.
edad adulta, colaboró en di­ 298. Séptima parte, cap. XVII.
408 La Europa suicida

299. Cf. Obras, t. XXXIII, Mos­ ruso), Berlín 1923, t. III,


cú, 1935, «quinta variante», p. 164 y H. Mac Lean,
pp. 217-261, y especialmen­ Tbeodore the Cbristian looks
te p. 240 y p. 243. y Abraham the ]eu>; Leskov
Más adelante, «Wilhelmson» and tbe Jews, «California
cuenta que su madre le man­ Slavic Studies», n.° 7. Este
dó, cuando estaba en la cár­ excelente estudio me ha sido
cel, una Biblia «de texto comunicado por Anne-Marie
ruso-judio». Diversos deta­ Rosenthal.
lles, pero sobre todo el mis­ 308. Cf. J. Kunitz, Rüssian lite-
mo nombre de Wilhelmson, rature and the ]ew, op. cit.,
ya demuestran la ignorancia pp. 140 y sigs.
que tenía Tolstoi del mundo 309 Cf. «Du Christ aux Juifs de
judío. Cour», pp. 293-296.
300 Cf. Hertri T r o y a t , Tolstoi, *10. Cf. Derjavin, Obras, San
París, 1965, p. 733. Petersburgo, 1878, t. VII,
301. Cf. La correspondencia Tols- Estudio sobre los judíos.
toi-Soloviev, «Literaturnoié 311. Cf. S. Dubnov, Historia mo­
Nassliedstvo», n* 37-38, derna del pueblo judío, op.
Moscú, 1939, pp. 268-276. cit., t. II, pp. 190-191.
302. Cf. La carta del 6 de mayo 312 Sobre el caso de Damasco,
de 1903 al «Redactor del li­ ver De Vóltaire a Wagner,
bro en favor de los judíos pp. 359-363.
siniestrados». 313. Dahl, «Investigación sobre el
503. Otras, t. LV, Moscú, 1937, asesinato de niños cristianos
pp. 148-149; cf. asimismo H. por obra de los judíos y la
T royat , Tolstoi, op. cit., utilización de su sangre».
p. 711. Este texto se reimprimió a
304 Se trataba de Grundlagett raíz del famoso proceso Bei-
des X lX -ten Jahrhunderts, ■ lis, bajo el título de Nota
«La génesis del siglo xix». sobre los crímenes rituales,
Sobre Houston Stewart San Petersburgo, 1914 (sin
C h a m b e r l a in , véase L. mención del autor).
P o l i a k o v , Le mythe aryen, 314 Sobre estas acusaciones, ele­
París 1971, pp. 332-339. vadas sobre todo por los
305. Obras, t. LXXXIX, Moscú, judíos tradicionalistas («mit-
ed. del Centenario, pp. 50- nagdim»), véase S. Dubnov,
52. Geschichte des Hassidismus,
306. S a l t y k o v , en E l año difícil, Berlín, 1931, vol. II, pp. 197
El diario de un provinciano y sig.
en Petersburgo y Un, idilio 315. Simón Dubnov, en su Histo­
contemporáneo; Leskov, en ria moderna del pueblo ju­
El melamed austríaco y Ji- dío, publicada en 1923, ig­
dovskaya kuvyrk-koleguia nora aún la investigación
(este título resulta intradu­ de Dahl y su publicación se­
cibie). creta.
307 Cf. S. D u b n o v , Historia mo­ 316. La obra de Lutostanski lle­
derna del pueblo judío (en vaba el título de La utiliza­
Notas 409

ción de la sangre cristiana 3?5. Cf. Dubnov, op. cit., vol.


por parte de los judíos. Cf. II, pp. 374-375.
S. Dubnov, op. cit., t. III, 326. Subrayado en el texto de la
p. 100 . carta.
317. Ibid., t. II, p. 381. 327. Carta del 31 de agosto de
318. «La emancipación social del 1879; cf. Dostoievski y los
judío es la emancipación de círculos gubernamentales...
la sociedad del judaismo». op. cit., «Literatumoié Nas-
Con esta frase terminaba El sliedstvo» n.° 15, 1934.
problema judío de Marx. 328. Cf. Dubnov, op. cit., t. III,
319. Aksakov titulaba su artículo p. 98.
de 1867: «Dé lo que hay 329. Ibid.; cf. asimismo J. Ku-
que hablar no es de la eman­ n itz , Rassian literature and
cipación de los judíos, sino the Jews, op. cit., p. 186.
de que los cristianos se 330. Cf. Novoie Vremia, 4 de
emancipen del judaismo». marzo de 1881 (informe ofi­
Cf. Obras, Moscú, 1886, t. cial), y 3 de marzo «indi­
III, p. 768. viduo de tipo oriental».
320. Véase d artículo «Brafman» 331. Cf. Materiales sobre la his­
- de la Enciclopedia judía (en toria de los progroms anti­
ruso), San Petersburgo 1912, judíos en Rusia (en ruso),
t. II, pp. 917-999. 1928, p. XXXI.
323. Cf. La traducción francesa, 132. El único miembro judío de
L h re du Kahal, matériaux la organización era una mu­
pour étudier le judátsme en jer, Hessia Guelfman. En­
Russie et son influence sur cinta en época del atentado,
les poptdations parmi les- escapó por tal motivo de
quelles il existe, de J. Braf­ morir en la horca, aunque
man, Odessa, 1873. Intro­ poco después falleció en la
ducción, pp. III-IV. cárcel.
322. «A propósito de los artícu­ 333. Citado por Constantin de
los de Brafman sobre el G runwald , Le tsar Alexan-
«Kahal»; Obras, t. III, p. dre I I et son tetnps, París,
747. 1963, p. 334.
323. Livre du Kahal..., op. cit., 334. Cf. Materiales sobre la his­
cap. III, pp. 15-16, Sobre toria de los pogroms..., loe.
las cofradías judías... cit.
324. Cf. Révélations sur l’assas- Í35. A. L eroy -Be a u u e u , L’empi-
sinat d'Mexandre II, por el re des tsars et les Russes,
mayor Osman-Bey, Ginebra, París, 1898, t. III, pp. 614-
1886, pp. 4647. Sobre «Os­ 619.
man-Bey», cuyo verdadero 336. Dubnov, op. cit., t. III, p.
nombre era Millinger, véase 108.
Norman C oh n , Histoire 337 El relato de estos hechos
d’un mythe. La «Conspira- apareció en el Novoie Vremia
tion» juive et les Protocoles del 30 de abril de 1881.
des Sages de Sion, París, 338. Cf. R. Kantor, Alejandró­
1967, pp. 61-63. l a y los pogroms judíos de
410 La Europa suicida

1881-1883, Nuevos materia­ 353. Cf. Patrick L. A lston, Edu-


les, «Ievreiskaya lietopis», cation and the State in Tsar-
Petrogrado-Mo&cú, 1923, pp. ist Russia, Stanford, 1969,
149-158. p. 129.
339. Véanse Archives israélites 354. Ibid., p. 124; durante el pe­
del 19 de mayo de 1881 y ríodo 1872-1904, solamente
Univers israélite del 1 de el 33 % de estudiantes pu­
junio, artículos señalados dieron concluir sus estudios.
por mi amigo Patrick Girard. 355. Dubnov, p. 155, p. 354; A.
340. Cf. D ubnov , Historia mo­ B. Goldenweiser, «La si­
derna..., op. cit., pp. 122- tuación jurídica de los ju­
123. díos en Rusia», Kniga..., op.
341. Ibid., pp. 102-103; cf. asi­ cit., p. 149.
mismo A. Sadikov , La so­ 356. A lston, op. cit., p. 122.
ciedad «.Santa Drujina», ?s7. Especialmente, los niños po­
«Krassni Arjiv», 2(21) 1927, bres cuyos estudios corrían a
pp. 200-217. Apenas existen cuenta de judíos ricos, a fin
materiales referentes a esta de que las escuelas admi­
singular organización, aun­ tieran a sus propios hijos
que difícilmente puede po­ (¡teóricamente, la inscrip­
nerse en duda que haya des­ ción, en la zona de residen­
empeñado un papel de pri­ cia, de 10 cristianos, supo­
mer plano en la preparación nía el permiso de inscrip­
de los pogroms. ción de 1 judío!). Cf. I. M.
342. D ubnov , pp. 110-111. Trotski, «Los judíos en la
343. K anT o r , Alejandro I I I y los escuela rusa», en Kniga o
pogroms..., op. cit., p. 156. russkom ievreistvié, Nueva
344. Otado p o r D ubnov , pp. York, 1960, p. 357, y sobre
160-161. todo I. I. T o lsto i, Hechos
345. Las leyes que promulgaba el y reflexiones, la vida de los
zar debían someterse con judíos en Rusia, San Peters-
anterioridad al Consejo de burgo 1907 (he recurrido a
Estado para que se discu­ la traducción alemana de
tieran; por consiguiente, con­ este notable estudio: Der
venía evitar cualquier obje­ Antisemitismus in Russland,
ción y adoptar posturas aná­ Frankfort a/M, 1909, en
logas a la de la comisión donde se analiza el proble­
Pahlen. ma del «numeres clausus»,
346. D ubnov , p. 161, y passim. pp. 65-83).
347. Citado ibid., pp. 153-164. 358. Cf. A. A. G o ld ew e ise r,
348. Cf. ibid., pp. 120-121. «La situación jurídica de los
349. Ibid., p. 197 y p. 345. judíos en Rusia», Kniga...,
350. Cf. Ver Antisemitismus in op. cit., pp. 127-128.
Russland, op. cit., pp. 99- 359 Ibid., pp. 130-133.
100. 360. Ibid., p. 151.
351. Ibid., p. 177. 361. Cf. Historia del antisemi­
352. Ibid., p. 151, p. 186, p. 205 tismo, t. III, pp. 337-339,
y p. 204. ed. fr.
Notas 411

362. Véase más adelante, p. 142. ción judía en las aldeas hizo
363. Cf. Materiales históricos so­ que bajara tanto el valor
bre los pogroms antijudíos como la calidad del trabajo
en Rusia, t. II, «Año 1880», judío. El resultado fue una
Petrogrado, 1928, pp. 425- indigencia de la población
429. judía rayana en una miseria
364. Ibid., pp. 232-241. total.»
365. D ubnov , op. cit., pp. 126- 370. Cf. La situación de los ju­
127. díos en Rusia, informe diri­
366. Acróstico hebraico del ver­ gido al gobierno de Estados
sículo II, 5 de Isaías: «Casa Unidos por sus delegados
de Jacob, venid, y vayámo­ J.-B. Weber y el Dr. W.
nos [¡a la luz del Eterno!]». Kempster, s.l.ni., pp. 33-34.
367. Cf. G. A ro nso n , «La lu­ 371. Cf. Constantino Pobiedo-
cha por los derechos», Kni- nostsev, procurador general
ga..., op. cit., p, 218. del Santo Sínodo, Mímoires
368. «Informe del príncipe Svia- pditiques, Correspondance
topolk-Mirski, gobernador officielle et documents iní-
general de Vilna, sobre la dits... (1881-1894), París,
situación de la región del 1927, pp. 364-369 y 428429.
Nordeste durante los años 17?. Cf. El informe ya citado de
1902-1903, dirigido al zar Ni­ los investigadores Weber y
colás II»; cf. Pawel K or - Kempster, pp. 136-137.
je c . Un documento inédito 373. Cf. Jacob L ech tch in sk i,
sobre el problema judío en «La población judía de Ru­
Rusia, «Cuadernos del mun­ sia y el trabajo judío», Kni-
do ruso y soviético», XI ga..., op. cit., pp. 189-190,
(1970), pp. 278-291. y Salo W. Barón, The Rus-
369 Por ejemplo, las conclusio­ sian Jeto under Tsars and
nes de la «comisión Pahlen» Soviets, Nueva York, 1964,
de 1888: «...Casi el 90% p. 87. Conviene observar
de la población judía consti­ que existe una cierta diver­
tuye una masa de gente sin gencia entre estos dos auto­
recursos seguros, que, por res: las cifras que da el se­
una parte, recuerda al prole­ gundo son ligeramente más
tariado, una masa que vive altas que las del primero.
al día, en plena miseria, en 374. Cf. Iván T o l s t o i , Der An-
las más penosas condiciones tisemitismus in Russland,
higiénicas y sociales.» O op. cit., pp. 93-94.
también el informe ya citado 375 Tal como se expresaban los
del príncipe Sviatopolk-Mirs- judíos de Kiev, en su peti­
ki: «Tras haber perdido la ción ya citada.
posibilidad de instalarse en 376. Cf. S. W. Barón, The Rus-
la aldea, los judíos, a partir sian Jeu> under Tsars and
de 1887, perdían asimismo Soviets, op. cit., p. 81.
el derecho de trasladarse de 377 Op. cit., p. 394. En este
una aldea a otra (...) La fragmento, Dubnov describ
gran densidad de la pobla­ los «pogroms militares» que
412 La Europa suicida

preludiaron la revolución ru­ polacos una actitud antigu­


sa de 1905. bernamental y en particular
378. Cf. Leonard Schapiro, The una actividad de carácter re­
Communist Party o f the So­ volucionario, la intensidad
viet Union, Nueva York, de esta actividad parece dé­
¡ 1 9 6 0 , p. 23. Para más deta­ bil en comparación con la
lles, ver Henry J: Tomas, del ambiente judío».
The Jewisb Bund in Russia 384. Este porcentaje, que se sitúa
7 frota its Origins to 1905, durante el ministerio Plehve,
pp. 72-80. nos llega indicado por M. I.
379. Vladimir Medem (1879- Ussov, La tradición y los
1923), el mejor del Bund, hechos, a propósito del pro­
había nacido en la familia blema judío, San Petersbur-
de un médico militar, rusifi-, go, 198, p. 72. Con anterio­
eado hasta el punto dé bau­ ridad, había sido del 7 96
tizar a su hijo cuando nació. en 1877, del 13 % en 1884-
Expulsado de la Universidad 1890, del 19% en 1897 y
de Kiev en 1899 a raíz de ■ del 25 % en 1898; cf. B.
una huelga estudiantil, Me- D in u r , «El perfil del ju­
dem, al tiempo que se adhe­ daismo ruso», Rniga... op.
ría al marxismo revoluciona­ cit., p. 320.
rio, inició' la búsqueda de 385. M. O. M en ch ik off, «The
una «identidad judía» que Yewish Peril in Russia»,
le incitó a afiliarse al Bund, Monthly Review, Londres,
hasta convertirse en su lider febrero de 1904.
más indiscutido. 386. V. V. C hulguin, L o que
*80. Ya en 1903, Lenin criticaba no nos gusta de dios, Sobre
la posición «reaccionaria» del el antisemitismo en Rusia
Bund; cf. al respecto Léon (en ruso), París, 1929, p.
Púuakov, De Vantisionisme 60, p. 62.
¿ l’antisémitisme, París, 387. Informe presentado por Ple-
1969, pp. 23-32. janov al -Congreso de 1896
381. Cf. Historia del antisemitis­ de la Internacional socialis­
mo, t. I, pp. 287-289, ed. ta, citado por H. J. Tobías,
fr. The Jewish Bund in Rus-
382. Cf: Henry J. Tobías, The sian, op. c it, p. 61.
Jewisb Bund in Russia..., 388. Lenin precisaba los siguien­
op. cit., p. 242. tes rasgos de la cultura ju­
383. Respecto a esta cuestión, día: «su internacionalismo,
Sviatopolk-Mirski hacía cons­ su sensibilidad hacia los mo­
tar en su informe: «A par­ vimientos de vanguardia de
tir de los años sesenta del la época (por doquier, la pro­
siglo pasado, nuestro go­ porción de judíos en los mo­
bierno se dedicó a luchar vimientos democráticos y
sin descanso contra las proletarios rebasa la propor­
Corrientes políticas polacas ción de judíos en el seno de
(...) Aunque, actualmente, la población en general)».
no haya cesado entre los Cf. P o lia ko v , De l'anti-
Notas 413

sionisme i Vantisémitisme, rís, 1933, t. I, p. 481. Dos


op. cit., pp. 27-28. años después, al enterarse
389 Der Antisemitismus in Rus- del resultado del proceso
sland, op. cit., p. 83. Beilis, dijo al parecer: «Es­
390. Cf. G. Aronson, «La prensa tá claro que hubo crimen
judía en ruso», Kniga..., op. ritual; peto me alegra que
cit., p. 560. hayan absuelto a Beilis, pues
391. Norman C oh n , Histoire es inocente». A. Sp ir id o -
d’un mytbe..., op. cit., p. v i c h , Les derniéres années
110. de la cour de Tsarskoie-Selo,
392 Este informe fue obtenido París, 1928, t. II, p. 447.
en 1935 por Vladimir Burt- 398. Carta de Nicolás II a su ma­
sev, conocedor incompara- dre, citada por C h u l g u in ,
' ble de los métodos y del op. cit-, p- 233.
personal de la policía polí­ 399. Cf. Mercure de Franee, 1 de
tica rusa, que destacó espe­ octubre de 1918, pp. 546-
cialmente, hacia 1910, por 551.
su lucha contra el famoso 400. Cf. A. A. L o pu jin , Otryvki
agente doble Evno Azeff. iz vospominanii, op. cit., pp.
Cf. V, Burtsev, Protokoly 81-82.
Sionskikh Mudretsov, París, 401. Cf. V. I. G urko , Fentures
1938, pp. 105-106. and figures of the past...
393. Cf. A. A. Lopojin, Otryvki Stanford, 1939, p. 504.
iz vospominanii, «Fragmen­ 402. Cf. «La correspondencia ¡en­
tos de recuerdos», Moscú, tre V. N. Kokovtzov y Ed.
1923, p. 88 , y sobre todo los N o etz lin », Krassny Arkhiv,
recuerdos del general G ue - IV /1923, pp. 132-134.
rassimov, Tsarisme et ter- 403. Cf. «Correspondencia eijtre
rorisme, París, 1934, passim. N. A. Romanov y P. A.
394. Cf. el texto íntegro en Y. Stolypin», Krassny Arkhiv
D elevsky , Protokoly Sions­ V (1924), pp. 105-106.
kikh Mudretsov, Berlín, 404. Cf. G. B. S liosberg , Biela
1923, pp. 138-158. minuvchij dnei (memorias),
395. Cf. más arriba, p. 53. París, 1934, t. III, pp. 347-
396. Cf. D elevsky , Protokoly 352. «¡Dejo de ser Raspu-
Sionskikh Mudretsov, op. tín si no logro daros la resi­
cit., pp. 127-128. dencia!», declaraba el favo­
397. En septiembre de 1911, rito imperial al intercesor
cuando al producirse el ase­ oficioso Sliosberg, durante el
sinato de Stolypin, cabía es­ invierno de 1913-1914.
perar el estallido de un po­ 405. Cf. G o ld en w eiser , «la si­
grom en Kiev, Nicolás II le tuación jurídica de los judíos
decía al ministro sucesor, en Rusia», Kniga..., op. cit.,
Kokovtsev: «Qué horror p. 137.
vengarse en una masa ino­ 406. Cf. G uerassim ov , Tsarisme
cente del crimen de un ju­ et terrorisme, París, 1934,
dío». V. N. Kokovtsev, p. 158.
Iz prochlago (memorias), Pa­ 407. Cf. Padenie tsarskogo regfna,
414 La Europa suicida

la caída del régimen zarista, descritos en Usov, op. cit.,


informe de los interrogato­ pp. 62-71.
rios de la comisión extraor­ 418. Ibid.
dinaria de investigación del 419. Cf. «Diario de G. O.
gobierno provisional, en Rauch», Krassny Archiv VI
1917, Leningrado, 1925, t. (1926) 9, V I/9 (1926), p. 89.
III, pp. 333-334 (interroga­ 420. Según el embajador alemán
torio de S. P. Beletsky, 15 Alvensleben, la «segunda
de mayo de 1917). epístola» del padre Juan de
408. Cf. Goldenweiser, «La si­ Cronstadt pretendía provocar
tuación jurídica de los ju­ una persecución general de
díos en Rusia», Kn'tga..., op. los judíos, cf. H. H elbron­
cit., p. 142, citando las pa­ ner, op. cit., p. 396. Sobre
labras del interventor del las condiciones en que se
Estado Jaritonov, en julio obtuvo, véase ÜRUSSOV, op.
de 1915. cit., p. 126.
J09. Cf. S. D. Urussov, Mémoi- 421. La inexistencia de partidos
res d’un gouverneur, París, de derechas, en la Rusia an­
1907, p. 51. terior a la revolución de
410. Ibid., p. 259. 1905, ha quedado claramen­
411. Ibid., p. 59, p.31. te plasmada por Hans Rog-
412. Ibid., p. 134, p. 74. ger; cf. «The Formation of
113. Ibid., p. 257. the Russian Right», Califor­
114. Otryvky..., op. cit., p. 86 . nia Slavic Studies, III, 1964,
Lopujin tenía la reputación pp. 66-94.
de ser muy honrado. Des­ 422. Ibid., p. 85, así como las
tacó en 1910 revelando al fuerzas citadas en nota, al
partido socialdemócrata (de respecto.
una manera quizá «muy
423. Cf. «Los párrafos del diario
rusa») las maniobras del fa­
de Constantino Romanov»,
moso agente doble Evno
Krassny Arkhiv VII/44
Azeff; en consecuencia, fue
(1930), p. 144.
condenado a trabajos forza­
424 Viestnik Evropy (El mensa­
dos, pero luego indultado.
jero europeo), VI (1905),
415. Cf. M. L. Ussov, La tradi­
pp. 443-450, Crónica social,
ción y los hechos, op. cit.,
p. 62: «No hay sitio donde 1 de noviembre de 1905 (sin
la propaganda antisemita nombre de autor).
goce de tanta protección co­ 425 Por esa época, es decir, en
mo en el ejército», etc.... el transcurso de las semanas
416. Cf. Hans Helbronner, que siguieron a la promul­
«Count Aehrenthal and Rus- gación del «Manifiesto cons­
sian Jewry», Journd of Mo­ titucional», los periódicos y
dera History XXXVIII, otras publicaciones no su­
1966, p. 396; palabras refe­ frían censura en Rusia.
ridas por el embajador ale­ 426. Cf. Der Antisemitismus in
mán Alvensleben. Russland, p. 144.
417. Todos estos hechos aparecen 427. Cf. V. I. Gurko, Features
and figures of the past..., ria de IdZ&itarafm. Z fb p .
op. cit., pp. 504-505. cit.
428. Urussov, op. cit., pp. 250- 435 Ibid., pp. 136-140, informe
251. del fiscal imperial Pollan.
429. Urussov, op. cit., pp. 76- 436 Ver L o pu jin , Otryvki..., op.
77. cit., p. 14.
430. En el caso del crimen ritual 437 Cf. «El diario de A. A. Ku-
de Dubossaty (1903), la in­ ropatkin», Krassny Arkhiv,
vestigación, al decir de la II, 1923, pp. 4243.
policía, quedó paralizada por 438. Artículo citado por A. S.
un auténtico muro de silen­ T aguer , Tsarskaya Rossia i
cio: «La población cristiana dielo Beilissa, Moscú, 1933,
se halla inquebrantablemente p. 122 .
convencida de que se ha 439. El impresionante atestado,
producido un soborno de to­ que describía las depredacio­
das las autoridades; según nes, los incendios y los ase­
rumores que circulan, tam­ sinatos calle por calle, apa­
bién ha habido corrupción rece. reproducido en Mate­
entre las altas esferas del riales..., op. cit., pp. 151-
poder.»Por eso, la gente 166.
opina que debía ser ella mis­ 440. El embajador alemán había
ma quien se encargara del comunicado a su gobierno
caso, para «dar una lección que el zar había felicitado
a los judíos», y existían a Kruchevane, el instigador
«ganas de matar judíos». Cf. de la propaganda pogromista
Materiales sobre la historia en Kichinev; cf. Hans H e l-
de los pogroms antijudíos en bronner , «Count Aehren-
Rusia (en ruso), Petrogrado, thal and Russian Jewry», op.
1919, t.I, pp. 69-69, p. 129. cit., p. 396.
431. Cahiers de la quinzaine, 441. Con excepción de los pe­
1904, op. cit., pp. 113-114, riódicos rusos, que sufrían
«Un viaje de estudios», por del gobierno la prohibición
Georges Delahache. de publicar esta protesta; cf.
432. «Besides, to whom am I Materiales..., op. cit., p. 235.
preaching that they should 442. D ubnov , op. cit., t. III,
be ipsis Christianis Chris- p- 395.
tianores?-» Cf. The letters 443 Cf. L opujtn , O tryvki..., op.
and friendships of Sir Cecil cit., p. 88 , y Padenié..., op.
Spring Rice, Ed. by Stephen cit., t. III, pp. 371-393 (in­
Gwynn, Londres, 1929, vol. terrogatorio de S. P. Belets-
II, pp. 27-29. «¿laude M.», ky, 15 de mayo de 1917).
nieto del ilustre Moisés Mon- 444. Ver las precisiones suminis­
tefiore, era un amigo de in­ tradas al respecto por Vladi-
fancia de Spring Rice. mir Burtsev, Protokoly sions-
433. Cf. Norman C o h n , Histoire kikh mudretsov, op. cit., p.
d’un mythe..., op. cit., p. 70 88 .
y pp. 113-115. 445. Ver la descripción de Kom-
434. Cf. Materiales sobre la histo­ missarov trazada por su ex
416 La Europa suicida

colega el general Spiridovich, crueldad característica, y que


Rasputín 1863-1916, París, otros indogermanos, germa­
1935, pp. 263-266 (en el nos, germanos o eslavos
— transcurso de los últimos adoptaban contramedidas no
años del zarismo, Kommis- menos crueles. Aún así, los
sarov pasó a formar parte antisemitas no sienten nin­
• de la escolta de Rasputín). gún reparo en atribuir a los
Cf. asimismo Pódente..., t. judíos el privilegio casi ex­
III, pp. 139-178. clusivo de una fría crueldad
446. Dubnov, t. III, p. 404, ci­ (...) no pretendo alabar a los
tando las revelaciones hechas judíos o glorificar a la raza
por el príncipe Urussov a la semita...», etc...., Der A nti­
Duma en 1906, semitismus in Russland, p.
447- Cf. J. G. F ru m k in , «A pro- 116 y p. 126.
, pósito de la historia de los 456. Diario del gran duque Cons­
judíos rusos», Kniga..., op. tantino, Krassny Arkhiv,
cit., p. 73. V I/43 (1930), p. 100; Gold-
44S. Artículo «Pogroms», levreis- enweiser, «La situación ju­
kaya Entsiklopedia, Peters- rídica de los judíos en Ru­
burgo, 1908-1913, t. XII, sia», Kniga..., p. 143.
pp. 611-622. 457. Suosberg, op. cit., t. III,
449. Cf. Dubnov, t. III, p. 403 p. 239.
y p. 405. 458. Cf. Ahad Ha’am, Selected
450 Cifras dadas por Salo Barón, Essays, Londres, 1962, pp.
The Russian ]ew Under 203-204.
Tsars and Soviets, Nueva 459. El siguiente resumen se basa
York, 1964, p. 74. en A. S. T aguer , op. cit.,
451. Citado por Maurice Sa m u el , Maurice Samuel, op. cit., y
L’étrange affaire 3 eilis, París, el interrogatorio de Scheg-
1967, p. 95. lovitov, en mayo de 1917,
452. Citado por A. S. Taguer, Padenie..., t. II, pp. 383-
; Tsarskaya Rossia i dielo Bei- 398.
lissa, op. cit., p. 51. 460. Cf. Hans Rogger, The Bei-
453 Ibid., p. 77, Nicolás Markov, lis Case: Anti-Semitism and
más conocido como «Markov Politics in the Reign of Ni-
II», era uno de los dirigen­ cholas II, «The Slavic Re-
tes de la Unión del pueblo view XXV/4 (1966), p. 626
ruso. 461 G. Kennan, «The ritual
¿14 M. A. E n g e l c a k d t , Vrednya Murder Case in Kiev», The
i blagorodnya rassy, Peters- Outlook, 8 de noviembre de
burgo, 1908. 1913.
455. Tolstoi escribía sobre todo: 462. Gracias a los falsos testi­
«Muy recientemente, a raíz monios de un farolero y de
de los disturbios revolucio­ su mujer (por lo que res­
narios en las provincias bál­ pecta al montaje policíaco
ticas, hemos visto que los le­ del caso, conviene remitirse
tones, auténticos indogerma- a la obra ya citada de Mau­
nos, se manifestaban con una rice Samuel).
Notas 417

463. Informe dirigido por el em­ SEGUNDA PARTE


bajador Beckerle al ministe­
1914-1933
rio de Asuntos extranjeros
del IIIer Reich, el 7 de ju­
nio de 1942, cf. L. P olia -
k o v , Le Bréviaire de la La Primera Guerra Mundial
haine, ed. «Livre de Poche»,
París, 1974, p. 252.
464 Veamos el texto: «Moisés 469. Thomas M ann , Betrachtun-
buscó el chivo expiatorio; y gen eines Unpolitischen, Ber­
resulta que lo habían que­ lín 1922, «Gegen Recht
mado. Entonces se irritó con­ und Wahrheit», p. 176 (la
tra Eleazar e Ithamar, los obra reunía los escritos po­
hijos que le quedaban a líticos de Mann de 1915-
Aarón, y dijo: ¿Por qué no 1917).
os habéis comido la víctima 470. Notas del 9 de agosto y del
expiatoria en el lugar santo? 1 de septiembre de 1914,
Es cosa muy santa; y el cf. M. Katlweiss, Jakob
Eterno os la ha dado, para Wassermann, Amsterdam,
que llevéis la iniquidad de 1935, p. 241.
la asamblea, para que hagáis 471. Citado por Egmont Z e c h -
por ella la expiación ante l i n , «Die deutsche Politik
El Eterno. Mirad, nadie ha und die Juden im ersten
llevado la sangre de la vícti­ Weltkrieg», Gottingen 1969,
ma al interior del santuario; p. 87. Musil también habla­
debíais comerla en el san­ ba «de un sorprendente sen­
tuario, como se me había or­ timiento de pertenencia».
denado». 472. Cf. Emest J ones , Sigmund
465. Cf. «La relación olfativa y Freud, U fe and Work, Lon­
táctil...» (en ruso), San Pe- dres, 1958, t. II, p. 192.
tersburgo, 1914, p. 297, p. 65. 473. Hermann C oh én , Deutscht-
466. Cf. Sliosberg , op. cit., t. um und Judentum, Giessen,
III, p. 47. 1916, pp. 37-38.'
•167. D ubnov , op. cit., t. III, p. 474. Cf. KarI H ilm a r -Be r l in ,
437. Die deutschen Juden im
468. Estas tentativas que, por fi­ Weltkriege, Berlín 1918, p.
gurar en posición secunda­ 39 y pp. 4041.
ria de las «leyes de Nurem- 175. Cf. «Jüdische Rundschau»,
berg» y otras medidas anti­ XIV, 49 (1914), p. 444.
semitas espectaculares, pasa­ 476. La traducción francesa de
ron prácticamente desaperci­ este poema apareció en La
bidas por esa época, incluso Revue historique, 1915, p.
en Alemania, se produjeron 119.
en Memel, 1936, y en Bam- 477 Cf. Z e c h u n , op. cit., p. 98
berg, 1937, cf. el artículo (citando «Die Neue Wacht»),
«Blood libel» de la Encyclo- y H ilm a r -Be r l in , op. cit.,
paedia judaica, Jerusalén, p. 36, citando «Die Kreuz-
1971, t. IV, XX col. 1.128. zeitung».
418 La Europa sukida

478. loe. cit.


Ze c h l in , 484. Cf. Arnold Z w e ig , Juden
479 Cf. «Der Jude», Zweiter und Deutsche, «Der Jude»,
Jahrgang (1917/1918), p. 26, II (1917/1918), pp. 204-205.
Arnold Z w e ig , citando I. 485. L’esprit du militarisme de
Schwadron. N. G oldmann está resumi­
480. Deutschtum und Judentum, do y citado por E. Z e c h l i n ,
loe. cit. op. cit., pp. 99-100; véase
481. H ilm a r -Be r l in , op. cit., p. por otra parte su Autobio-
44; Dr. J. W o h l g e m u t h , graphie, trad. fr., París 1971,
Der Weltkrieg im Ucbte des p. 64.
Judentums, Berlín 1915, p. 486. Albert Ballin se suicidaba el
102. 9 de noviembre de 1918,
482. En su autobiografía Mein mientras que Guillermo II
Weg ais Deutscber und ais huía a Holanda y Ludendorff
Jude, publicada al estallar la a Suecia; Walther Rathenau
Primera» Guerra mundial, aceptaba convertirse en mi­
Wassermann se quejaba de nistro de Asuntos extranje­
que no podía «apropiarse ros de la república de Wei-
del mundo, tal como pueden mar, pese a las advertencias
hacerlo un francés, un inglés y amenazas que se le prodi­
o un ruso», dada su condi­ garon reiteradamente (murió
ción de judío alemán. «Esta asesinado el 24 de junio de
imposibilidad es su estigma 1922).
de alemán y de judío, dos 487. Cf. Z e c h l i n , p. 89 y p. 87.
clases de espíritu y de alma 488. Cf. Werner J o c h m a n n ,
estrechamente emparentados «Die Ausbreitung des Anti-
y en mutua discordia desde semitismus», en Deutsches
que se conocen.» Thomas Judentum in Krieg und Re-
Mann expresaba la misma volution, 1916-1923, Tübin-
idea en una carta del 21 de gen 1977, p. 411.
enero de 1942: «Siempre he 489. Z e c h l i n , p. 120 , y Robert
sentido una gran distracción W e l t s c h , en Leo Baeck
cíe polemista muy particu­ Yearbook IX (1964), p.
lar cuando me dedico a con­ XXII, Appel «Zi meine libe
frontar el destino alemán con Jidden in Poiln».
el destino judío. Los ale­ 490. Z e c h l i n , p. 517 y p. 93.
manes sufren admiración y 491. Cf. Z e c h l i n , p. 520, citan­
odio casi por los mismos mo­ do una carta de Chamberlain
tivos que los judíos, y está al príncipe Max de Bade.
claro que el antisemitismo 492. Cf. L. P oliakov , Le Mythe
alemán responde en gran aryen, París 1971, pp. 85-
parte al sentimiento de una 122.
afinidad de situación». 493 Ibid.
483. Cf. Gedanken zur deutschen 494. Ibid., p. 45, Introducción de
Sendung, «Pensamientos con Michelet a la primera edi­
respecto a la misión de Ale­ ción (1831) de su Histoire
mania»; citado por H ilm ar - de France.
B er l in , op. cit., p. 46. 495. Thomas M ann, Betrachtung-
Notas 419

en eines Unpolitischen, op. 504. Z e c h u n , p. 521.


cit., pp. 178-179, pp. 464- 505. Ibid., pp. 518-519.
465. 506. Ibid., p. 558, nota 200. El
496. Cf. Z e c h u n , p. 47. almanaque antisemita «Semi-
497. Cf. más arriba, p. 38. Gotha» había revelado en
498. M. H. B o e h m , «Geistiger 1914 que Hans von Liebig
Zionismus und jüdische As- era bisnieto de una judía
similation», Preussische Jahr- convertida en el siglo xvm,
bücher, febrero de 1917; y por tal razón quedó ex­
Arnold Z w e ig , «Jude und cluido de la «comisión ju­
Europaer», Der Jude, II día» del Alldeutscher Ver-
(1917-1918), pp. 21-28, y band.
«Juden und Deutsche», ibid., 507. Z e c h l i n , pp. 521-523.
pp. 204-207; M. H. B o e h m , 508. Podemos citar una carta-de
«Emanzipation und Macht- Rathenau del 14 de octubre
wille im modern Judentum», d e 1914, en la que predecía
ibid., pp. 371-378. una guerra horrible y acaso
499. O . S pen gler , Le Déclin de interminable: «¿Quién de
VOccident, Esquisse d’une nosotros sabe si verá la
morphologie de l’histoire paz? Conoceremos experien­
universelle, 2* parte, «Pers­ cias más penosas que todas
pectivas de la historia uni­ las que ya hemos visto. Ha
versal», trad. fr., París, 1948, de crecer una generación
p. 293, p. 221, pp. 294-295, llena de dureza, que quizá
p. 151 y passim. nos destrozará el corazón...».
500. Cf. M is allá del bien y del (Carta al Dr. van Edén, ci­
mal, «Pueblos y . patrias», tada por James J o l l , Wal-
§ 251. tber Rathenau, Prophet wit-
501. Spen gler , trad. cit., p. 477 hout a Cause, Londres 1960.)
y p. 432, en donde aún en­ 509. Sobre el inquietante perso­
contramos esta «nota del tra­ naje de Jahn, véase nuestro
ductor»: «Esta frase es el vol. III, De Voltaire a Wag­
mismo credo del programa ner, pp. 396-401.
hitleriano, que debe toda su 510. Cf. W . J o c h m a n n , op. cit.,
ideología a Spengler, sin p. 427 (carta de Rathenau
nombrarlo». del 4 de agosto de 1976) y
302. La carta iba dirigida a uno pp. 435-436. (Carta de Gráff
de sus protectores munique- del 8 de agosto de 1916.)
ses, el asesor Ernst Hepp; 511. Erster Generalquartiermeis-
cf. Werner M aser , Hitlers ter.
Briefe und Notizen, Düssel- 512. Cf. F ritz F is c h e r , Griff
dorf 1973, pp. 78-100. nach der Weltmacht, Die
TO3. Cf. 'W. J o c h m a n n , estudio Kriegspolitik des kaiserlichen
dtado, Deutsebes Judentum Deutschland 1914-1918, D us­
in Krieg und Revolution, op. seldorf 1961, p. 369 y so-
cit., p. 412, nota 7 (el nom­ b*e to d o p. 339.
bre del agitador no aparece 513. Z e c h l i n , pp. 530-531.
indicado). 514. L u dendorff , Vom Feldherrn
420 La Europa suicida

zum W eltrevolutionár und 525. Cf. más arriba, p. 45.


Wegbereiter Deutscher Volks- 526. Cf. F ritz F i s c h e r , Griff
schopfung, Meine Lebenser- nach der Weltmacht, op. cit.,
innerungen..., t. I, Munich, pl 138, pp. 172-177, pp.
1941, p. 42, p. 61, p. 68 . 420-424, pp. 472-484, pp.
515. Indicaciones estadísticas y 506-523, y Z. A. Z em an ,
bibliográficas en Zechlin, p. Germany and tbe Revolu­
538. De hecho, la propor­ tion in Russia, Documents
ción de judíos alemanes caí­ from tbe Archives of the
dos en el campo del honor Germán foreign Ministry,
era ligeramente inferior a la L ondres 1958, pp. 2-6 y
del conjunto de la población, passim.
pero era la misma que la de 527 Cf. Fierre B r o u é , «La revo­
la población alemana urbana lución rusa y el movimiento
(2’4 % aproximadamente). obrero alemán», en La ré-
516. Z e c h l i n , p . 534. volution d'Octobre et le
517. Z e c h l i n , p. 526. mouvement ouvrier euro-
518. Otado por Eva R eic h mann , péen, París 1967, pp. 51-74.
«Der Bewusstseinswandel der 528. Cf. Fritz F i s c h e r , op. cit.,
deutschen Juden», Deutsches pp. 428-429.
Judentum in Krieg und 529. Im deutschen Reich, octu­
Revolution, op. cit., p. 606. bre de 1917 (citado por
519. Z e c h l i n , p. 533. E. R e i c h mann , op. cit., p.
520. Cf. Eva R e ic h mann , op. 519).
cit., p. 518. 530. Cf. Wemer B eck er , «Die
J21. Z e c h lin , pp. 532-533. Des­ Rolle der liberalen Presse»,
pués de la guerra, Emst Si­ en Deutsches Judentum...,
món se instaló en Jerusalén, op. cit., p. 101.
para dedicarse a la enseñan­
531. ¡Sic! «Verband gegen die
za de la historia de la filo­
Uberhebung der Juden-
sofía; en el momento de es­
tums.»
cribir estas líneas, aún sigue
532 Cf. W . J o c h m a n n , op. cit.,
allí, como director del Ins­
tituto de la Educación. p. 429, nota 67; S. F r ied -
lander , «Die politischen
522. Carta al Dr. Apfel, citada
por J. J oll , Walther Ra- Veranderungen der Kriegs-
tbenaUj Prophet witbout a zeit», en Deutsches Juden­
Cause, op. cit. tum..., p. 46; Fritz F i s c h e r ,
523. Wemer J o c h m a n n , «Die op. cit., p. 429.
Ausbreitung des Antisemitis- 533. Z e c h l i n , p. 549 (reunión
mus», estudio citado, Deut- ejecutiva del Alldeutscher
- - sebes Judentum..., pp. 427- Verband del 6 de octubre
428. de 1917).
524. En Francfort, estos donati­ 534. Z e c h l i n , p. 550.
vos disminuyeron en otoño 535 G. B randes, «Meine Stellung
de 1916, pasando de 90.000 zum nationalen Judentum»,
marcos por mes a 30.000; Der Jude, 1917-1918, pp.
cf. Z e c h l i n , p. 536. 592-595.
Notas 421

536 Z ech lin , pp. 530-531, nota 544. Cf. D. J. G oodspeed , Lu-
74. dendoff, Genius of World
537. Zechlin , pp. 558-559. War I, Boston 1966, pp.
53P. Z ech lin , p. 564, y S. Fried- 212-213.
lander, «Die politischen 545 Aunque de forma distinta,
Veranderungen der Kriegs- todos los abundantes recuer­
zeit», en Deutsches Juden- dos de los generales alema­
tum ... p. 46. nes evocan estos trastornos
539. Cf. B auer , Der grosse Krieg psíquicos; por lo que res­
in Feld und Heimat, Tubin- pecta al ataque de parálisis
gen, 1921 p. 265 y p. 260. histérica, cf. C. Ba rnett ,
540. Cf. B. H uldermann , La vie op. cit., p. 355.
d’Albert Ballin d’aprés ses *>46 Cf. W . G o r l it z , Hinden-
notes et sa correspondance, burg, op. cit., p. 172 (citan­
trad. fr., París 1923. El dia­ do el diagnóstico del Dr.
rio que llevaba Ballin, con­ Hochheimer).
cluye le 2 de noviembre de 547. Cf. D. J. G oodspeed , Lu­
1918, con la siguiente nota: dendorff, op. cit., p. 262.
«Stinnes me manda decir 548. Ibid., p. 277.
que tanto el Centro como 549. Cf. Erich L u dendorff , Sou-
los socialistas creen que yo venirs de guerre, trad. fr.,
debería dirigir las negocia­ París 1920, p. 207, pp. 217-
ciones de paz. Le he enviado 218. Al comentar el abaste­
respuesta diciendo que no cimiento de la Polonia ocu­
era mi intención escurrir el pada, Ludendorff escribía es­
bulto, pero que preferiría pecialmente: «Los comités
dejar que fuera otro quien judíos que disponían de los
se encargara de esta tarea», mayores recursos proceden­
p. 291. tes de América, realizaron
'<41. La Encyclopaedia JJniversa­ una obra considerable y muy
lís no incluye ningún artícu­ útil. Su actividad es digna
lo «Ludendorff»; en el fi­ de elogios y sirve para de­
chero de materias de la Bi­ mostrar el intenso sentimien­
blioteca nacional, sólo apa­ to de solidaridad de este
rece una obra, posterior a pueblo. La primera cocina
1945. popular judía que se orga­
542 Cf. Corelli Ba rnett , The nizó en Kovno, llevó mi
Swordbearers, Londres 1963, nombre», (p. 217).
p. 304 y p. 344. 550. Cf. Kriegsführung und Poli-
M3. Cf. W. R athenau, Tage- tik, Berlín 1923, en espe­
buch 1907-1922, Dusseldorf cial p. 126, p. 133, p. 141:
1967, p. 211; M. von - «Los que se aprovechaban
Eynern, Walther Rathenau y sacaban ventajas de la
in Brief und Bild, Frank- guerra eran judíos sobre
furt/M 1967, p. 13 y pp. todo... Los ambientes pa­
444-445; W. GÓrlitz, Hin- trióticos («deutsch empfin-
denburg, Ein Lebensbild, denden Kreise») advertían
Bonn, 1953, p. 137. que el pueblo alemán, que
422 La Europa suttída

empuñando las armas lucha­ desde el 9 de noviembre, en


ba por su libertad, había la propiedad que Helphand
sido traicionado y vendido Parvus poseía en Schwanen-
por el pueblo judío», p. 141. werder, afueras de Berlín,
551. Cf. Joachim F est , Hitler, ibid., t. I, p. 261.
trad. fr., París 1973, t. I, 561 Ibid., t. I, p. 61.
p. 181. 562. Ibid., t. I, p. 88 .
552. Su rival principal no era 563. Ibid., t. II, pp. 103-110.
otro que el mariscal Hin- 564. Cf. D. J. G oodspeed , Lu­
denburg, que salió elegido; dendorff..., op. cit., p. 304.
él mismo recogió unos cuan­ 565. Cf. el artículo «Ludendorff»
tos cientos de miles de vo­ en The New Encyclopaedia
tos. Britannica, vol. XI, 1974.
55’ Cf. Vom Feldherrtt zum 566 El «Ludencíorff Verlag» de
Weltrevolutionar..., op. cit., Munich, que publicaba, ade­
t. II, p. 16. más de la produción luden-
554. Ibid., t. I, p. 208. dorffiana, los escritos anti­
555 Reprochaba incluso a Fritsch judíos de Martín Lutero. La
que hubiera sucumbido a las empresa subsistió hasta 1961.
ideas judeo-masónicas: «Ich 567. Genug der Verelendung
habe erfahren, dass Herr «Alto a la miseria»; cf. Vom
Theodor Fritsch Grossmeis- Feldherrtt..., t. II, p. 333.
ter eines Geheimordens, 568. Ibid., t. II, p. 116.
wenn ich mich nicht irre, 569. Ibid., t. II, p. 376.
des Germanenordens war, 570 Das grosse Entsetzen — die
der von dem Freimaurer Bibelist nicht Gottes Wort!,
Guido von List, der vollig Munich, 1937. En la conclu­
in kabbalistischen Anschau- sión de este folleto, Luden­
ungen lebte, gegriindet war», dorff protestaba contra una
etc., ibid., t. I, p. 249, nota. ley reciente, conocida bajo el
55£. Ibid., t. II, pp. 71-72. nombre de «Ketzerpara-
557. Ludendorff citaba así la con­ graph» (parágrafo de los
clusión d e la Histoire de la herejes), que dictaba penas
religión et de la philosophie contra las injurias y difama­
en Mlemagne d e H e in e ; cf. ciones que se dirigieran a
nuestro volumen III, De los miembros del clero ca­
Vdtaire a Wagner, pp. 413- tólico y protestante.
414. 571. Cf. el volumen precedente,
558. Cf. Vom Feldherrn..., t. II, De Voltaire a Wagner, pp.
pp. 62-63. Ernst Jünger tam­ 339-349.
bién participaba en esta re­ 572. Carta a Paul Bemhard, 28
unión, celebrada en Munich de julio de 1920; cf. M.
el 17 de enero de 19271 v o n E y n e r n , Walthér Rathe-
559. Ibid., t. I, p. 316. nau in Brief und Bild, op.
560 De hecho, la estabilización cit., pp. 369-370.
se decretó el 15 de noviem­
bre de 1923, pero según Lu­
dendorff ya estaba tomada
Notas 423
El imperio ruso 584 Cf. M. V in av er , ex dipu­
tado de la Duma, Rappel
sur la question juive, París,
573. Cf. J.-G. F ru m k in , «A pro­ s. f., pp. 14-15.
pósito de la historia de los 585. Ibid., pp. 27-28.
judíos rusos», Kniga..., op. 586. Cf. más arriba, p. 94.
cit., p. 85. 587. Cf. Bernard P ares , The Fall
574. Cf. M. V in av er , Rapport of the Russian Mcmarchy,
sur la question juive..., Pa­ op. cit., p. 345.
rís, 1916, p. 7. 588. Citado por André Sp ir e , Les
575. Cf. V.-V. C h u l g u i n , Lo Juifs et la guerre, París,
que no nos gusta de ellos, 1917, anexo XXVIII, pp.
Sobre el antisemitismo en 246-247.
Rusia, en ruso, París 1929, 589. Documentos sobre la perse­
p. 61, p. 79. cución de tos judíos, op.
576. Memorable discurso del 14 cit. pp. 258-259.
de noviembre de 1916, con ‘'90. El artículo de Gorki se pu­
el estribillo «¿Estupidez o blicó primero en la revista
traición?». Cf. Bernard P a­ rusa Novyi Koloss, n.” 11,
res , The Fall of the Rus- pero de inmediato la censura
sian Monarchy, Londres, procedió al secuestro de este
1939, p. 391. número. Se publicó entonces
577. Ibid., p. 280. en Ginebra, junto á un ar­
578. Orden del día del 25 de tículo de VI. K o r o len k o ,
agosto de 1915, firmada por bajo el título ó navietié pro-
el coronel Godlevski; cf. Do­ tiv ievreev, «Sobre las ca­
cumentos sobre la persecu­ lumnias antijudías».
ción de los judíos, «Arkhiv 591. Cf. A. N. Y a jo n to v , Los
russkoi revolutzii», t. XIX, tiempos difíciles, Las re­
Berlín, 1928, p. 262. uniones secretas del Consejo
579. Zemcbtchina (Organo de los de ministros, 16 de julio -
Cien Negros) del 14 de sep­ 2 de septiembre de 1915,
tiembre de 1916, artículo «Arkhiv Russkoi Revolut­
«Los judíos en cautiverio». zii», t. XVIII, Berlín, 1926,
f80. Cf. el estudio ya citado de pp. 5-130.
J. G. F r u m k in , Kniga..., p, 592. Cf. S lio sberg , Dieta minuv-
84. chik dnei, op. cit., t. III,
581. Durante la Segunda Guerra pp. 335-341. Sliosberg, que
mundial, los prisioneros de era uno de los interlocutores
guerra judíos, reagrupados a o informadores judíos Chter-
veces en campos de concen­ batov, escribe que ya le ha­
tración especiales, escapaban bía indicado a este último la
de la deportación a los cam­ posibilidad de recurrir en
pos de exterminio. tiempo de guerra al artículo
Í82. Documentos sobre la perse­ 158, posibilidad que al pare­
cución de los judíos, op. cit., cer Chterbatov ignoró.
p. 250. T93. Qtado por F rumkin , «A
583. Ibid., p. 258. propósito de la historia de
424 La Europa suicida

los judíos rusos», Kniga..., 602. Cf. W. E. M osse, Makers of


op. cit., pp. 104-105. the Soviet Union, «The Sla-
594. Ibid., pp. 103-104. vonic and East European Re-
595. Cf. Félix Y u ssu poff , Avant view», XLVI, 1968, pp. 141-
l’exil, 1887-1919, París, 1952. 153.
596. Cf. M. F e r r o , La Révolu- 603. Cf. L. Se H a p ir o , The role
tion de 1917, t. I, París, of the ]ews in the Russian
1967, p. 209, bajo el título Revolutionary Movement,
«La Nación judía se desin­ «The Slavonic and East Eu­
tegra»: «El éxito de la re­ ropean Review», XI, 1962,
volución en Rusia modificó pp. 148-167.
el comportamiento de los 604 Cf. Jean M arabini, La vie
judíos rusos y transformó quotidienne sous la révolu-
sus puntos de vista (...) A tion d’Octobre.
partir de ese momento, hubo 60''. Al consumarse la escisión de
muchos judíos que ignora­ 1903, Trotski se había unido
ron sus reivindicaciones para a los mencheviques. Fundó
fundirse en la nueva masa luego su propio grupo de
de ciudadanos...» «intemacionalistas unifica­
597 Cf. S. D im a n c h t e in , Ar­ dos», que no se fusionó con
tículo «Judíos» de la Gran el partido bolchevique hasta
Enciclopedia soviética, 1 .* agosto de 1917.
edición, Moscú, 1932, t. 606. Prólogo de I. C h ir ik o v e r
XXIV, p. 115. a M. Chekhtman, Los po­
598. Cf. más arriba, p. 122.
groms del ejército de volun­
599. El informe de Stalin sobre
tarios en Ucrania, en ruso,
el V* Congreso del partido
Berlín, 1932, p. 15.
socialdemócrata ruso conte­
607. Recuerdo de infancia del
nía el siguiente párrafo: «Un
autor.
bolchevique (creo que el ca­
608. Es decir de súbditos rusos
marada Alexinsky) ha dicho
de extracción germánica,
chanceándose que los men­
cf. B. G ravé , La bour-
cheviques eran una facción
judía, mientras que los bol­ geoisie i la veille de la ré-
cheviques eran rusos autén­ volution de Février, en
ticos, y que estaría muy bien ruso, Moscú, 1927, p. 188.
la idea de que nosotros, bol­ 609. Cf. Marc F e r r o , La Révo-
cheviques, organizáramos un lution de 1917, op. cit., pp.
pequeño pogrom en el seno 444-445.
del partido». Cf. Obras, ed. 610. Cf. K. O b e r u c h e v , Vdni
rusa, Moscú, 1946, t. III, revolutzii, Nueva York,
pp. 50-51. 1919, pp. 97-99. Según este
600. Cf. D im a n c h t e in , La re­ autor, que había ejercido
gión autónoma judía, un las funciones de comisario
hijo de la revolución de Oc­ militar de Kiev en represen­
tubre, en ruso, Moscú, 1936, tación del Gobierno provi­
p. 8 . sional, ciertas banderas ucra­
601. Cf. más arriba, p. 124. nianas llevaban la inscrip­
Notas 425

ción: «¡Viva Ucrania libre, «...Madre patria, durante


sin judíos ni polacos!». tres largos años tus hijos te
611 Cf. «Retch» o «Novoié Vre- han protegido del enemigo.
mia» del 5 de julio (18 de Y tú, en lugar de prodigar­
julio) de 1917. les tu afecto materno, les
612. Citado por I. C h e r ik o v e r , has contestado como contes­
El antisemitismo y los po­ tó Judas. Del mismo modo
groms en Ucrania, en ruso, como Judas vendió a Cristo,
Berlín, 1923, pp. 28-209. Re­ tú vendes a tus defensores,
solución adoptada en junio por tu silencio...». Al día
de 1917 por el 1er congreso siguiente, el Novoié Vremia
panruso de los Soviets. comentaba estas protestas,
613. Cf. C h e r ik o v e r , El anti­ en un editorial titulado «La
semitismo y los pogroms en voz de la verdad». Dicho
Ucrania, op. cit., p. 32. editorial decía que la verdad
614. Groxa, 25 de junio (18 de era que, en febrero-marzo de
julio) de 1917. 1917, los oficiales habían
615. “La influencia de los bol­ proporcionado a las masas
cheviques crecía con una ra­ rusas los cuadros necesarios,
pidez insólita. En verano de cuya ausencia hubiera su­
1917, casi todos los proleta­ puesto un fracaso indudable
rios de Petrogrado habían para la revolución. Y, por
adoptado el lema: «¡Todo el vez primera, acusaba a los
poder a los Soviets!». El «judeo-bolcheviques» de la
18 de junio (1 de julio), más siguiente forma:
de 400.000 obreros y solda­ «...Esos hombres silenciosos
dos se manifestaron a los y modestos ni siquiera pre­
gritos de «¡Todo el poder a tendían que les recordára­
los Soviets!», «¡Abajo la mos. Y ahora resulta que
guerra!», «¡Abajo los diez su sitio ha sido ocupado por
ministros capitalistas!»”, cf. los Najamkess-Steklov, por
Gran Enciclopedia soviética, los Bemstein-Zinoviev (sic)
2* ed., t. 50, Moscú, 1957, y por los Rosenfeld-Kame-
p. 206. nev.»
616. El 24 de junio (7 de julio), 617 Cf. Novoié Vremia del 22 de
el Novoié Vremia, que desde julio (4 de agosto) de 1917,
la caída del zarismo había «Documentos sobre Lenin y
adoptado una posición con­ Cía.».
formista y republicana, pu­ 618. Cf. Utro Rossii, «La mañana
blicaba una protesta de la de Rusia», 5 de abril de
Unión de Oficiales contra la 1917.
condición que le habían im­ 619. Cf. Novoié Vremia del 5 de
puesto, contra los ultrajes y julio de 1917.
malos tratos que ahora su­ 620 Cf. L’hcmme enchainé del
frían. En el mismo número, 26 de abril de 1917, «La
el periódico publicaba la nueva Rusia», así como un
«Carta de una mujer de ofi­ artículo anterior del 17 de
cial», de gran virulencia: abril, «Los leninistas se con­
426 '*■ La Europa suicida

fiesan amigos y aliados de Cito de acuerdo con un texto


Alemania». que se publicó en el Vremia
621. Pero que correspondían a un del 22 de julio (4 de agosto),
estado de cosas real, puesto bajo el título Documentos
que antes de que tomaran el sobre Lenin y Cía., Los da­
poder, los bolcheviques ac­ tos de la investigación, co­
tuaban financiados efectiva­ municados por el fiscal ante
mente por el gobierno impe­ el Tribunal de Apelación de
rial alemán, según se des­ Petrogrado.
prende de diversos docu­ 625. Cf. N. Sujanov , La révolu­
mentos de archivos que se tion russe de 1917, ed. Pa­
hicieron públicos después de rís, 1965, p. 233.
1945. 626. Ibid., p. 348.
622. Cf. las memorias del coronel 627 Cf. J. M a rabini, La vie quo-
N xkitin , The fatal years, tidienne en Russie sous la
Londres, 1938, pp. 118-119; révolution d’Octobre, pp.
los documentos en cuestión cit., p. 114.
le habían sido entregados, en 628. Cf. Robert D. W a r t h , The
su calidad de director de la Allies and the Russian Revo-
seguridad militar bajo el lution, Durham N. C., 1954,
gobierno Kerenski, por el p. 203.
capitán francés Pierre Lau- 629. Cf. «Bolshevism in Russia»
rent. Véanse también las (A Collection of Reports pre-
memorias de K erensk i, The sented to the Parliament of
crucifixión of Liberty (Lon­ Great Britain by Command
dres, 1934, p. 285), que re­ of His Majesty...), Canadá,
cibió las mismas informa­ abril de 1919, p. 29.
ciones por mediación de Al- 630. Cf. Norman C o h n , Histoire
bert Thomas, durante su vi­ d’un mytbe, La «Conspira­
sita a Rusia. ron» juive, op. cit., pp. 120-
623. Cf. el discurso de Zinoviev 121 .
en el Soviet de Petrogrado, 631 Cf. G. E. G uinss , Siberia,
tal como lo cuenta Nicolás los diados y Koltchak, en
S ujanov , La révolution rus- ruso, Pekín, 1921, p. 368.
se de 1917, ed. París, 1965, 632. Cf. William S. G raves ,
p. 233: «¡Camaradas, se America’s Siberian Adven-
acaba de cometer un acto in­ ture 1918-1920, Nueva York,
noble! La prensa ha publi­ 1931, p. 110.
cado una monstruosa calum­ 633. Cf. Coronel John W ard,
nia, que ya ha producido su W itb the «Die-Hards» in
efecto en las capas más ig­ Siberia, Nueva York, 1920,
norantes de las masas popu­ pp. 276-277.
lares...», etc.... 634. Cf. I . C h e k h t m a n , Los
624. Los oficiales Semachko, Sa- pogroms del ejérctio de vo­
jarov, Ili’in y Rochal. Por luntarios en Ucrania, en ru­
lo demás, está muy claro so, Berlín, 1932, p. 22.
que ni Koslovsky ni Alejan­ 635 Este círculo vicioso del odio
dra Kollontai eran judíos. supersticioso se manifestó
Notas 427
por vez primera en Europa 244-247, y B rasol , The
al concluir la primera Cru­ World at the Cross Roads,
zada (1096); cf. mi vol. I Nueva York, s. f., pp. 267-
«Du Christ aux Juifs de 271.
Cour», pp. 69 y sg. 646. Cf. A. D en ik in , Ocherky...,
636. Diario del general Drosdovs- op. cit., t. V, p. 148.
ki, en ruso, Berlín, 1923, p. 647. Ibid., p. 147.
71. 648. Cf. el capítulo en donde el
637. Citado por el general Deni- mayor del NKVD evoca sus
kin en süs memorias Ocher- recuerdos de infancia.
ki russkoi smuty, t. V, Ber­ 649. Cf. A. N echvolodov,
lín, 1926, p. 338. L’Empereur Nicolás I I et les
638. Ibid., p. 270. Juifs, op. cit., pp. 241-243.
639 Cf. C h u l g u i n , L o que no £59. Ibid., p. 109, citando el
nos gusta de ellos..., op. cit., vol. II de The internationd
p. 69. Jeto de Henry F ord , p. 145.
640. «Trotski-Bronstein atrasará 651 A. N e c h v o l o d o v , op. cit.,
las iglesias ortodoxas, y nos p. 252.
reducirá a la esclavitud 652. A. D e n ik in , Ocherky..., op.
(...) Todos los santos inter­ cit., t. V, p. 149.
cesores os piden que ingre­ 653. «Pervopojodniki», o super­
séis en nuestras filas, para vivientes de una época en
acabar de una vez por todas que el ejército blanco del
con esa diabólica chusma», sur se hallaba verdadera­
etc.... Cf. C h e k h t m a n , mente compuesto de oficia­
Los pogroms..., op. cit., pp. les voluntarios.
182-183. 654. D en ik in , loe.cit., p. 145.
641. Cf. el artículo «Pogroms» 655. D en ik in , op.cit., p. 150.
en la Jewisb Encyclopaedia, 656. Cf. George K atkov , Rusia
Jerusalén, 1972, t. XIII, p. 1917, The February Revolu-
701. tion, Londres, 1967, p. 61.
642 Cf. C h e k h t m a n , op. cit.,
p. 20 y anexos.
643. Cf. más adelante pp. 268-
Gran Bretaña
269.
644 Cf. A. N echvolodov,
L’Empereur Nicolás I I et les 657. Cf. Historia del antisemitis­
Juifs, París, 1924, pp. 96- mo, t. III, De Voltaire a
102, y los artículos de The Wagner, p. 336.
Morning Post, publicados en 658. Cf. L. C arro l l , Lettres
volumen bajo el título de adressées a Alice et a quel-
The Cause of the World Un- ques autres, París, s. f., p.
rest, Londres, 1920, pp. 131- 102. Doy las gracias a mi
132. La fuente primera era amigo Maurice Olender por
el periódico «¡A Moscú!». su amabilidad en comunicar­
645 Cf. André C h erada me , La me este párrafo.
Mystification des peuples 659. Así por ejemplo, S. F.
alliés, Evreux, 1922, pp. S m i t h , S. J., The Jesuits
428 La Europa suicida

and the Dreyfus case, «The 664. Cf. Francis D onaldson , The
Month», enero de 1899; y Marconi Scandal, Londres,
R. F. G larke , S. J., en The 1962.
Nineteenth Century, febrero 665. Cf. St. Aris, Jews in Busi­
de 1900, cf. Malcolm Hay, ness, Londres, 1971, p, 32.
The Foot of Pride, pp. 191- 666. Cf. The Jewish World, 15
192 y p. 131. de julio de 1914, p. 6.
660. Cf. Kurt G runwald , «Wind- 667. F. G a lto n , Eugenics and
sor-Cassel», The Last Court the Jeto, «The Jewish Chro-
Jeui, «Yearbook of the Leo nícle», 30 de julio de 1910.
Baeck Institute», XVI 668 . Cf. The letters and friend-
(1969), p. 120-121; y Philip ships of sir Cecil Spring
G raves , Britons and Turks, Rice, op. cit., vol. II, pp.
Londres, 1941, pp. 145-156. 218-219 (informe del 25 de
661. Sobre estas interpretaciones agosto de 1914).
de la revolución tutea, ver 669. Ibid., p. 245.
el estudio ya citado de K. 670. Ex ministro alemán de las
Grunwald, así como Leo- Colonias, encargado en 1914
nard Stein , The Balfour De­ de dirigir y coordinar la pro­
clararon, Londres, 1961, pp. paganda alemana en Estados
37-40; sobre los demencia- Unidos.
les artículos del «Morning
671. Ibid., pp. 242-243.
Post», ver la obra antisemita
672. Ibid., p. 373.
The Cause of the World Un-
673. Ibid., p. 422.
rest, Londres, 1920, pp. 144-
150. Los adversarios musul­ 674. Cf. The Times, 11 de mayo
manes de los jóvenes Turcos de 1915. Valentine Chirol
adoptaba la forma de una
fueron quienes primero pro­
pagaron rumores de esta ín­ «carta de lector», que le ser­
dole. En efecto, la secta vía para asegurar que la in­
criptojudia de los Doenmeh fluencia de Albert Ballin ha­
. desempeñó un cierto papel bía superado «la repugnan­
en su revolución; podemos cia natural que persistía en
consultar al respecto los ar­ los círculos marítimos profe­
tículos «Imperio otomano» sionales contra la adopción
(de B. Lewis) y «Doenmeh» de métodos de guerra tan
(de G. Schoíem) de la ]e- descarados» por parte de la
uñsh Encyclopaedia. marina alemana.
662. Cf. The letters and friend- 675. Cf. K. G runwald , Windsor-
ships of sirCecil Spring Cassel..., op. cit.
Rice, ed. by St. Gwynne, 676. Cf. The Times, 12 de mayo
Londres, 1929, vol. II, pp. de 1915, bajo el título
422423 (entrevista con Louis «Through Germán eyes».
Brandéis) y vol. I, pp. 342- 677. Cf. The Jewish World, 19
343. de mayo de 1915 y The Je­
663. ¿Hace falta decir que Ben­ wish Chronide, 14 de mayo
jamín Disraeli era un judío de 1915.
converso? 678. Cf. The Jewish Chronicle, 11
Notas 429

de mayo de 1917, «A mis- Chaim Weizmann, Londres,


chievous atticle». 1975, vol. VII, p. 232.
679. Cf. The Jewish World, 3 de 691. Cf. Henry Wickham Steed ,
mayo de 1916, 1 de diciem­ Through Thirty Years, op.
bre de 1915, y The Jnvish cit., vol. I, p. 163.
Chronicle, 16 de marzo de 692. Cf. Leonatd Ste in , The Bal­
1917. four Déclaration, Londres,
680. Cf. The Jewish World, 22 1961, pp. 275-276.
de septiembre de 1915, ci­ 693. Ibid., p. 281 (carta del 27
tando (bajo el título The de mayo de 1918 a Nahum
«International» Jew) un ar­ Sokolov).
tículo de The Globe. 694. Cf. The Truth about the
681. Véase H. B ello c, The Peace Treaties, op. cit.,
]ews, Londres, 1922, p. 221 . vol. II, pp. 1.139-1.140.
682. Cf. Renée N e h e r -Bern - 695. Cf. D ugdale, Balfour, op.
h e i m , La déclaration Bal-
cit., t. II, p. 234; no se in­
four, col. «Archives», París, dica el nombre del funcio­
1969, p. 242, p. 219, p. 218. nario.
683. Cf. D. Lloyd G eo r g e , The 696. Cf. Robert W il t o n , The
Truth about the Peace Trea- Last Days of the Romanovs,
ties, Londres, 1938, vol. II, Londres, 1920, p. 148.
pp. 115-116. 697. Cf. la traducción francesa
que se da en N e c h v o l o -
684. Cf. Blanche D ugdale, Ar-
d o v , L ’Empereur Nicolás I I
thur James Balfour, Lon­
et les Juifs, op. cit,, p. 258,
dres, 1936, vol. I, p. 436.
refiriéndose a The Morning
685. Cf. Kenneth Y oung, Arthur
Post de los días 24-26 de
James Balfour, The happy
octubre de 1921.
Ufe of the politician, states-
698. Cf. a propósito de esta tra­
man and philosopher, Lon­ dición el tomo precedente,
dres, 1963, p. 258. De Voltaire á Wagner, pp.
686 . Discurso del 21 de junio de 355-356.
1922, cf. Opinions and Ar- 699. Wickham Steed relataba
guments from Speeches and este episodio con indigna­
Adresses of the Earl of Bal­ ción, en sus memorias: se­
four, Londres, 1927, pp. gún parece, «el jefe de una
245-254. de las principales empresas
687. Citado por K. Young, op. financieras de la City» con­
cit., p. 139 (esta carta debe vocó al redactor financiero
de remontarse a 1900 apro­ del Times, le enseñó una
ximadamente). carta que acababa de man­
688 . Cf. H. B e l l o c , The Jews, dar al «jefe de la casa pari­
op. cit., p. 217. sina de su familia» y exigió
689. Cf. Memories and Reflec- que el periódico adoptara
tions, Londres, 1928, vol. II, un tono más pacífico, cf.
p. 59. Through Thirty Years, op.
690. Nota para el Foreign Office, cit., vol. II, pp. 8-9. Es muy
cf. The letters and papers of característico que al escri­
430 La Europa suicida

bir en 1924, Steed no se 708. Cf. The Jewish World, 31


atreviera a citar a los Roth- de julio de 1918, p. 6 .
schild por su nombre; no 709. Cf. H. B e l lo c , The Jews,
obstante, sobre este tema op. cit., p. 46, p. 55, p. 57.
ver The History of The Ti­ 710. Ibid., p. 64, «The cat... is
mes, vol. IV 1, Londres, out of the bag».
1952, p. 208. 711. Ibid., p. 146.
700. Cf. el artículo «The Jew», 712. Ibid., pp. 99-107, «The Je­
The Jewish Chrotiide, 27 wish Reliance upon Secrecy».
de septiembre de 1918, p. 6 . 713. Cf. Richard H. U llmann ,
701. Ver más arriba, p. 211. Angfo-Soviet R e la tio n s
702. Cf. E. H. W ilc o x , Russia's (1917-1921), vol. I, Prince-
Ruin, 1919, pp. 246-247, ton, 1961, pp. 28-29 (Lon­
«Lenin... is almost the only dres intervino sobre todo en
prominent Bolschevik leader Washington, para impedir
•who is not a Jew». Por lo que se difundiera este llama­
demás, Wilcox criticaba la miento).
propaganda aliada que con­ 714. Cf. W. C h u r c h i i x , The
sistía en denunciar a los World Crisis, 1916-1918,
bolcheviques como agentes Londres, 1927.
alemanes y/o judíos, sin 715. Cf. U llman , op. cit., pp.
comprender que se trataba 304-305, citando un informe
de adeptos convencidos del del general Henry Wilson,
socialismo marxista. G.I.G.S., del 25 de agosto
703. Cf. «The quintessence of de 1918, así como un infor­
Bolshevism», el tercer artícu­ me del general H. W. Studd
lo publicado por W ells en del 25 de marzo de 1918.
The New York Times, des­ 716. Estas palabras se pronuncia­
pués de su vfaje. ron en una reunión de agen­
704. Cito de acuerdo con The tes ingleses y americanos
Jewish Chronicle, 2 de no­ que operaban en Moscú; cf.
viembre de 1917. Debe de Robert D. W a r t h , The
tratarse de un artículo publi­ Allies and the Russian Revo-
cado por Chesterton en The lution, Durham N. C., 1954,
New Wilness. p. 148.
705. Cf. St e in , op. cit., p. 562. 717. Cf. U llman , op. cit., p. VII
706. Cf. The Jewish Chronicle o (y asimismo vol. II, Prince-
The Jewish World de los ton, 1968, p. VTI).
años 1917 y 1918, passim. 718. Cf. Luden W o lf , The Myth
707. England under the Heel of of the Jewish Menace in
the Jew, A Tale of two World Affaires, Nueva York,
Books, Londres, 1918, p. 61. 1921, p. 37.
Conviene observar que el 719. Bolshevism in Russia, A Col-
primero de estos «dos li­ lection of Reports presented
bros» consistía únicamente to the Varliament of Great
en citas sacadas de Die Ju­ Britain by Command of His
de» und das Wirtschaftsle- Majesty... Cito de acuerdo
ben de Wemer S ombart . con la edidón fechada, Ca­
Notas 431
nadá, 29 de abril de 1919. Soul of the Jewish People.
720. Artículo en primera página 732. Nesta H. W ebster , The
de John Q a y to n , titulado: French Revolution, Londres,
«Trotsky Leads Jew-Radicals 1919.
to World Rule, Bolshevism 733. Cf. ver más arriba, pp. 237,
only a Tool for His Sche- 238.
me.» Cf. N. C oh n , Warrant 734. «Guildhall speech», 3 de no­
for Genocide..., p, 156, Lon­ viembre de 1919.
dres, 1967. 735. The Times, 14 de noviembre
721. L. W olf, op. cit., p. 2. de 1919.
722. Cf. Norman C o h n , Histoire 736. Cf. U ix m a n n , op. cit., t. II,
d’un mythe..., op. cit., pp. p. 42 y p. 96.
70, 154. 737. Ver el artículo de Salomon
723. Cf. U llman , op. cit., vol. II, P o lia k o f f , en La Tribune
p. 306, citando The Times juive, n.° 21 del 21 de mayo
del 10 de noviembre de de 1920. Este semanario, pu­
1919. blicado en París, era el ór­
724. Ibid., pp. 114-115, citando gano de los judíos rusos
un telegrama de Knox con emigrados.
fecha del 29 de enero de 738. Cf. La Vieille Franee, 6 de
1919. abril de 1922, p. 17, «La
725. Wickham Steed , Through extraña historia de los Pro­
Thirty Years, op. cit., vol. tocolos y de Le Matin». Asi­
II, pp. 301-307. mismo, un periódico belga,
726. Ibid. Le Rappel de Charleroi: «El
727. Cf. las consideraciones des­ Times, que tanto se había
arrolladas por Steed en su esforzado por garantizar la
conclusión general, vol. II, obra ante el gran público...»
pp. 380 y sgs. Por lo que se (25 de febrero de 1922).
refería a los judíos, hacía Conviene advertir que por
una excepción con los sio­ mediación de La Ubre Bel-
nistas. gique del 12 de mayo de
728. Cf. The History of The Ti­ 1920, pudo enterarse L'Ac-
mes, op. cit., passim, y sobre tion Franqaise del artículo
todo pp. 678-679. del Times y de los Proto­
729. O fficid Report, Parliamen- colos (21 de mayo de 1920,
tary Debates: HouseofCom- en Revue de la Presse).
tnons, col. 1633, 5 de no­ 739. Por lo que respecta a Henry
viembre de 1919. Ford, véase más adelante,
730. Discurso pronunciado por 284, 285 y sigs. Por lo que
Churchill el 3 de enero de atañe a la explotación del
1920 en Sutherland; cf. The artículo del Times en Ale­
Times del 5 de enero de mania, véase Jacob K atz ,
1920. Jews and Freemasons in
731. Cf. The IUustrated Sunday Europe, Cambridge, Mass.,
Herald del 8 de febrero de 1970.
1920, Zionism versus Bol­ 740. Editoriales del 24, 26, 28
shevism, A Struggle for tbe de mayo y 3, 4, 5, 7 y 9 de
432 La Europa suidda

junio; de paso, el Times vol­ luticm, Londres, 1920, pp.


vía a afirmar que la mayoría X-XI.
de los bolcheviques eran ju­ 744. The Cause of the World Un-
díos, Cf. U ix m a n , op. cit., rest (with an introduction
t. III, p. 96 y p. 111. by the Editor of the Mar-
741. Los días 16, 17 y 18 de ning Post), Londres, 1920.
agosto de 1921, el Times pu­ 745. L’CEuvre, 2 de julio de
blicaba tres largos artículos 1920; ver más adelante, pp.
de su corresponsal en Cons- 331, 332.
tantinopla, Philip Graves, se­ 746. The Jewish Cbronicle, 14 de
guidos de un editorial titu­ mayo de 1920, «How can
lado «El final de los Pro­ anyone prove that a thing
tocolos». El editorial reivin­ is not?», y 18 de junio de
dicaba la causa de la verdad 1920.
objetiva; no se mencionaba 747. Cf. The Jewish Chronicle,
el papel del Times en el lan­ 14 de mayo de 1920, y L’U-
zamiento de los 'Protocolos. nivers israélite, 21 de mayo
A través de sus artículos, de 1920.
Graves contaba cómo un re­ 748. Los presidentes Wilson, Har-
fugiado ruso, que acababa de ding, Roosevelt y Taft, el
adquirir un lote de libros banquero Morgan, etc....,
viejos, comprados a un com­ cf. más adelante pp. 290-291.
patriota ex agente de la 749. Con respecto a los escritos
Okrana, había reconocido en de Disraeli sobre el papel
el Diálogo en los infiernos de los judíos en las revolu­
entre Maquiavelo y Montes- ciones, etc..., cf. mi vol. III,
quieu de Maurice Joly la De Volt aire a Wagner, París,
fuente primera de los Proto­ 1968, pp. 342-344,
colos. La historia casi re­ 750. Cf. Charlotte Lea K l e in ,
sulta demasiado bonita para English antisemitism in the
ser yerdad; pero, habida 1920 s, «Patterns of Preju-
cuenta de las cualidades pro­ dice» VI ( 2 ), marzo-abril de
fesionales de Philip Graves, 1972, pp. 23-28. Doy las gra­
autor de obras notables sobre cias a la profesora Klein por
Turquía y Oriente Medio, haberme indicado y comuni­
podemos fiarnos de su vera­ cado este notable estudio. .
cidad. Cf. al respecto, Nor­ 751. H. B el lo c , The Jews, op.
man C oh n , Histoire d’un cit., p. 141, p. 163 y pp.
mythe..., op. cit., pp. 76-77. 301-308, cap. XV, «Habit or
742. Cf. la edición original in­ Law?».
glesa de la obra ya citada de 752. Cf. más arriba, pp. 38, 39.
N. C o h n , Warrant for Ge- 753. Cf. más adelante, pp. 337-
nocide, Londres, 1967, p. 338. Ya en 1921, el maurra-
155. siano Roger Lambelin pu­
743. Cf. el prólogo del Dr. Levy blicaba una obra sobre Le
al libro de George Pirr- régne d’lsrael chez les
R ivers , The World Signi- Anglo-Saxons.
ficance of the Russian Revo- 754. Cf. J. Spargo , The ]ew
Notas 433

and American ideáis, Nueva precedente, De Volitare ¿


York, 1921, p. 6. Wagner, pp. 169-173 y pp.
755. The Times, 16, 17, 18 de 231-249.
agosto y editorial del 18 de 762. En enero de 1916, durante
agosto de 1921. el banquete anual de los
756. Por lo que respecta a las abogados del Estado de Nue­
reacciones de la prensa britá­ va York, Cf. Louis Marshall,
nica tanto ante el libro de Selected papers and adres-
Belloc como ante la obra de ses, Filadelfia, 1957, vol. I,
Galsworthy, ver el artículo p. 274.
ya citado de Charlotte Lea 763. En su libro Foreign Cons-
Klein. piracy Against the Liberties
757. Cf. Chalmers M i t c h e l l , of the United States; cf.
«Jews and Scots», The Ti­ Nathan G l a z e r y Daniel
mes, 2 de diciembre de P. M o y r i h a n , Beyond the
1920. Melting Pot, Nueva York,
758. Stephen A ris , Jewes in bu- 1964, p. 240.
siness, Londres, 1970, pp. 764. Cf. R. E r t e l , G . F a b r e y
14-15. E . M a r ie n st r a s , En marge,
759. «He vivido tres años en Les minoritís aux États-
Gran Bretaña y al principio Unis, París, 1971, p. 49.
me sentí más extranjero que 765. Cf. más arriba, p. 36 y sig
un chino. Pero no tardé en 766. Cf. John H i g h a m , Stran-
comprender que los ingleses gers in the Land, Patterns
no me pedían que los imi­ of American Nativism, New
tara (¡no lo hubiera conse­ Jersey, 1955, pp. 90-92.
guido!) ni siquiera que 767. Cf. Charles Herbert Stem -
adoptara sus costumbres: b e r , Jetas in the Mind of
sólo me pedían que respe­ America, Nueva York, 1966,
tara las suyas. Un país que p. 241.
permite ser distinto, es de­ 768. Sobre las relaciones judeo-
cir seguir siendo uno mis­ islamo-cristianas en la «Es­
mo, es algo precioso, y no paña de las Tres Religiones»,
abunda.» (Pierre de Bois- véase mi vol. II De Maho-
deffre, «Esta vieja y querida ma a los marranos, Libro II,
Inglaterra», Le Monde, 14 Primera parte.
de septiembre de 1975.) 769. Sobre las relaciones «inter­
760. H. P rague , «El israelita de confesionales» americanas,
Inglaterra y el israelita de véase en especial la obra ya
Francia», Archives israélites, clásica de Will H e r b e r g ,
5 de agosto de 1920. Protestant - Catholic - Jew,
An Essay in American Reli-
gious Sociology, Nueva York,
1960.
Estados Unidos
770. Cf. Ch. Y. G l o o k & Rod-
ney S t a r x , Christian Beliefs
761. Véase más arriba, pp. 91, and Anti-Semitism, Nueva
92, así como el volumen York, 1966.
434 La Europa suiáda

771. Hasta el propagador de los cyclopaedia, Nueva York,


Protocolos de los Sabios de 1971, t. XV, col. 1596.
Sión que fue Henry Ford 779. Ibid.
rechazaba la acusación de 780. John H i g h a m , ed. cit., p. 8.
antisemita; véase más ade­ 781. Cf. Anna Laurens L a w e s ,
lante. The Modern Jew: His Pre­
772. Ch. D a r w in , The Descent sent and Vuture, Boston,
of Man, ed. «The Modern 1884, pp. 29-30.
Library», Nueva York, s, f., 782. R. B o a s , Jerw-Bailing in
p. 508. Demostrando un America, «Atlantic Mont-
optimismo aún mejor, Her- bly», mayo 1921, p. 661.
bert Spencer, durante una 783. Las líneas siguientes, saca­
entrevista concedida en 1882 das de S. W. B a r ó n , Stee-
cuando llegó a Estados Uni­ led by Adversity, Essays on
dos, afirmaba, a título de American Jewis Life, Fila­
«verdad biológica», que la delfia, 1971, pp. 269414,
inmigración y la mezcla pro­ «Climax of Immigration», y
ducirían una raza superior a John H i g h a m , op. cit.
todas las demás, cf. J. H ig- 784. Cf. el artículo «United Sta­
h a m , op. cit., p. 2 2 . tes Literature» en Encyclo-
773. Cf. G. K. C h e s t e r t o n , paedia Judaica, t. XV, col.
Wbat 1 sato in America, 1570. Conviene observar que,
Londres, 1922, pp. 48 y sg. por lo que se refiere a Mark
774. Gtado por W. H e r b e r g , Twain, éste no tenía nada
Protestant, Catholic, Jew, de antisemita.
op. cit., p. 84. 785. Así leemos en The American
775. Palabras pronunciadas por el Scene de H . J a m e s , a pro­
republicano Louis Wyman, pósito de los judíos de
cf. Ch. Y. G lock & R. Nueva York: «A Jewry that
Sta r k , Christian Beliefs and has burst all bonds... The
Anti-Semitism, op. cit., p. children swarmed above all
83. —here was multiplication
776. Men and Manners in Ame­ with a vengeance... There is
rica, Filadelfia, 1833; cf. no swarming like that of
The Jews of the United Israel Avhen once Israel has
States (1790-1840), Ed. by got a start», cf, el artículo
Joseph L. Blau and Salo W. ya citado de la Encyclopaedia
Barón, vol. I, Nueva York, Judaica.
1963, p. 56. 786. Cf. J. H i g h a m , ed. cit., p.
777. A propósito del fenómeno 15, y S. W. B a r ó n , Steeled
1 del «antisemitismo sin ju­ by Adversity, op. cit., p.
díos», véase mi vol. I.-.. Du 324.
Christ aux Juifs de Cour, 787. Cf. Louis Marshdl, Selected
pp. 193-228: Así como, re­ papers and adresses, ed. C.
cientemente, la Polonia de Reznikoff, Filadelfia, 1957,
1968... vol. pp. 12-18, «This De-
778. Cf. el artículo «United Sta­ wey matter».
tes of America», Jewish En- 788. Ibid., pp. 249-250, carta al
Notas 435
senador Sexe, pp. 245-246, tados Unidos, se trata segu­
a S. O. Levinson, y p. 253, ramente de publicaciones
a Hugo S. Mack. marginales, pero que abun­
789. A tal fin, ver Naomi W. dan; podemos citar: A. K.
C ohén, N ot free to desist, C h e s t e r t o n , The neto un-
A Históry of the American happy Lords, An Exposure
Jewish committe, Filadelfia, of Power Politics, Haw-
1972, pp. 37-53, «In defen- thorne, 1970, pp. 180-185, y
se of the immigrant». Gary A l l e n , Nonedare cali
790. Las palabras en cursiva per­ it Conspiracy, Rossmoor,
tenecen a Marshall, que ci­ 1971, p. 69.
taba en su réplica este párra­ 797. L. M a r s h a l l , Selected pa­
fo de la carta que le había pers..., p. 276 (respuesta a
dirigido Burnett. Cf. Louis un cuestionario de la «Bar
Marshall, Selected papers..., Association» de Nueva
op. cit., p. 119. York, es decir, del Colegio
791. Cf. más arriba. de abogados).
792. Según parece desprenderse 798. N. C ohén, op. cit., p. 47,
de la correspondencia poste­ y The classification of Je­
rior entre Marshall y Bur­ wisb immigrants, «Yivo
nett, cf. op. cit., p. 156. Scientific Institute», Nueva
793. Cf. Naomi C ohén, Not York, 1945.
free to desist, op. cit., 799. Cf. John H i g h a m , Stran­
p. 69. gers in the Land..., op. cit.,
|9 4 . Este razonamiento que hoy pp. 300-330, y especialmen­
resulta ingenuo, tenía su ló­ te p. 307.
gica, cf. al respecto, N. 800. The Passing of the great
C ohén, pp. 58-59. 'Race, 1916, trad. fr., Le
795. Cf. Louis Marshall, Selected déclin de la grande race,
papers..., p. 103, y N. C o­ París, 1926, pp. 111-112.
h é n , p. 79. 801. Ibid., p. 96.
796. Estos apellidos, populariza­ 802. Carta de Madison Grant ci­
dos al principio por la pro­ tada por John H ig h a m ,
paganda antisemita de los Strangers in the Land, op.
«rusos blancos», sufrieron cit., p. 306.
luego una divulgación simi­ 803. De la démocratie en Amé-
lar por parte de la propa­ rique, Libro II, cap. I, «Las
ganda nazi, antes de que la ideas y los hombres».
propaganda staliniana tam­ 804. Gtado por John H i g h a m ,
bién hiciera lo mismo. Final­ Strangers in the Land..., op.
mente, los he encontrado en cit., p. 206.
los libros (en ruso) de Yuri 805. Ibid., p. 208.
Ivanov, ¡Prudencia, Sionis­ 806. Cf. Paul C o o d m a n & Frank
mo!, Moscú, 1969, pp. 91- G a t t e l, America in the
92, y Evgueni Evseev, El Twenties..., New York, 1972,
fascismo bajo la estrella p. 114.
azul, Moscú, 1971, p. 75. 807. H i g h a m , p. 209.
Por lo que respecta a Es­ 806. Brewing and licuor inter-
436 La Europa suicida

ests and Germán and Bol- Archivos nacionales de Es­


sbevik propaganda, «Reports tados Unidos.
and hearings of the sub- 814. Cf. expediente ya citado,
committee on the judiciary, «Memorándum re Protocols
United States Sonate», Was­ of the Meetings of the Wise
hington, 1919, 3 vol. Men of Zion».
809. Cf. más arriba, p. 213. 815. H i g h a m , op. cit., p. 225.
810. Antony G. Su t t o n , Wall 816. Declaración de la sociedad
Street and the Bolsbevik Re- patriótica «United Ameri-
vólution, New Rochelle, cans»; cf. S u t t o n , op. cit.,
1974, p. 193. p. 165.
811. Cf. H ig h a m , Strangers in 817. ¡Las cartas explosivas no
the Land, op. cit., p. 387, son un invento de hoy! y
nota 3. en Nueva York, el 28 de
812. Ibid., y Sutton, Wall Street abril de 1919, se acertó a
and the Bolsbevik Revolu- cortar un envío masivo de
tion, op. cit., p. 196. dichas cartas dirigidas a una
veintena de personalidades
813. Estos documentos aparecen
americanas... gracias a que
citados por Sutton, pp. 187-
las cartas llevaban un fran­
188. Proceden del expedien­
queo insuficiente, cf. F. L.
te «State Department Deci­
A l l e n , Only Yesterday, ed.
mal Fde 861.00/5399* que
Nueva York, 1964; pp. 41-
contiene el informe «Bolshe-
42.
vism and Judaism» y diver­ 818. Cf. Theodore D r a p e k , The
sas piezas anejas. La conclu­ Roots of American Com-
sión principal es que sir Ba- munism, Nueva York, 1957,
sil Thompson pedía que se p. 392; ¡en 1923, el 45 %
verificara en Estados Uni­ de los miembros del partido
dos la veracidad de las acu­ comunista americano eran de
saciones de Brasol. Lansing origen finlandés!
le mandaba esta respuesta: 819. Cf. S u t t o n , Wall Street and
«The author of the state- the Bolsbevik Revolution,
ment has been interviewed passtm.
since the receipt of your 820. Cf. Brewing and liquor in-
letter, and he is unable to terests..., «Reports and hea-
add anything to the state- rings...», Washington, 1919,
ments contained in the do- vol. II, p. 579, p. 743.
cument itself. It is obvious 821. Ibid., p. 684.
that the document has no 822. Ibid., p. 69, p. 269, p. 115.
special valicity...», 28 de 823. Ibid., p. 135. El título, al­
noviembre de 1919.’ terado sin duda por alguna
Doy las gracias a Antony taquígrafa, podría haber si­
Sutton por haberme llama­ do griaducbti Antikrist (el
do la atención sobre el ex­ Anticristo que ha de venir).
pediente 861.00/5399, cuya 824. Cf. más arriba, p. 237.
amable comunicación debo a 825. Statement by Dr. Harris A.
Ronald E. Swerczek, de los Houghton, 9 de febrero de
Notas 437
1919; A. J. C. Archives, decesor Mac Adoo, por el
Box 132. gobernador del Estado de
826. Cf. Norman H a p g o o d , The Nueva York y por el alcal­
Inside of Hetiry Ford's Jew- de Hylan. En lo que atañe
Mania, «Hearst’s Internatio­ a la Comisión senatorial, de­
nal», junio-noviembre de bemos destacar el testimo­
1922. nio firme y bien documen­
827. Cf. Sidney H o o k , Bertrand tado del periodista Hermán
Russeíl the Man, «Commen- Bernstein que, al parecer,
tary», julio de 1976, p. 52. logró invalidar la idea de
828. Cf. N. C ohén, N ot free to un «complot de los judíos
desist, op. cit., pp. 128-129. del East Side».
829. Sobre este rico patricio 834. Cf. El New York Times del
W a s p , ver H i g h a m , op. 17 de febrero de 1919: «El
cit., pp. 314-324. Dr. Simons persiste en sus
830. Sobre este aspecto de las palabras; el pastor metodis­
actividades de Trevor des­ ta afirma que su testimonio
pués de 1933, ver John Roy sobre judíos y bolcheviques
C a r l so n , Under Cover. My representa la pura verdad;
Four Years in the Nazi Un- las conversaciones anarquis­
derworld of America, 1943, tas son cosa corriente en los
p. 149, pp. 217-222, p. 228. restaurants del East Side»,
831. Carta al general Cherop- 835. Este cupo se calculaba en
Spiridovich, citada por N. función del número de in­
Hapgood, The Inside Story migrantes de cada naciona­
of Henry Ford's few-Mania, lidad, tal como la indicaban
«Hearst’s International», ju­ sus pasaportes y referida a
nio de 1922. B r a s o l , ex los inmigrantes que ocupa­
funcionario del ministerio ban suelo americano en
ruso de Justicia, había des­ 1910. En 1924, esta ley dejó
empeñado un cierto papel paso al «Johnson Act» que
en la preparación del pro­ suponía un regreso a 1890,
ceso Beilis: en Estados Uni­ reduciendo prácticamente a
dos, destaca su publicación cero las posibilidades de los
The World at the Cross tránsfugas de la Europa me­
Roads, que interpreta la his­ ridional y oriental, máxime
toria universal a la luz del teniendo en cuenta que el
«drama mundial Jesús vs. cupo bajó del 3 % al 2 96.
Judas», etc.... 836. Cf. H i g h a m , p. 310, p. 99,
832. Op. cit., p. 189. p. 279. Ya en 1897, Lodge
833. Entre el 13 y el 16 de fe­ había intentado imponer a
brero de 1919, salieron a la todos los inmigrados un «li-
luz varias declaraciones que teracy test», que, en el caso
glorificaban el patriotismo y de los judíos, debía reali­
las virtudes cívicas de los zarse en la lengua de su na­
judíos. Fueron hechas por el cionalidad de origen, deci­
secretario de Estado Charles sión que hubiera eliminado
Evans Hughes, por su pre­ de oficio a un buen número
438 La Europa suicida

de «yiddisífonos» (cf. H ig - k e n publicaba un brillante


ham , «American Anti-Se- reportaje pro sionista sobre
mitism...», en C. H. S te m - la colonización judía e n Pa­
b e r , Jews in The M ind of lestina (Pilgrimage).
America, Nueva York, 1966, 843. Les beaux et les damnés,
p. 252). trad. fr., París, 1964, pp.
837. Cf. Louis M a r s h a l l , Selec- 271-272.
ted papers..., op. cit., pp. 844. Cf. Preston W. S l o s s o n ,
256-294. The Great Crusade and af-
838. Cf. Nathan G l a z e r y Da­ ter, Nueva York, 1930, p.
niel P . M o y n i h a n , Beyond 305.
the Melting Pot... Cambrid­ 845. Cf. New York Times, 27 de
ge, Mass., 1970, pp. 147- octubre de 1921, p. 11.
155. Hay algunas cifras sor­ 846. Cf. L. Sto d d a r d , Le flot
prendentes: resulta que los montcmt des peuples de coa-
judíos, que forman el 3 96 leur contre la suprématie
de la población de Estados mondide des Blancs, trad.
Unidos, poseen el 8 % de fr., París, 1925, p. 265, p.
títulos universitarios, pero 192, pp. 230-231.
sólo ocupan el 0’5 96 de los 847. Clinton Stoddard Burr,
cargos de responsabilidad America’s Race Heritage,
(«ejecutivos») en la vida Nueva York, 1922, p. 208,
económica (industrial o fi­ p. 3.
nanciera). Asimismo, su con­ 848. Alfred E. W ig g a m , The
centración en determinados New Decdogue of Science,
sectores (vestir, cine, etc....) Indianapolis, 1923, pp. 44-
contrasta con su exclusión a 45, pp. 17-18.
veces total de varios otros 849. Cf. ITi. F. G ossett , Race:
(seguros, ferrocarriles, com­ The History of an Idea in
pañías de gas y electrici­ America, ed. Nueva York,
dad). 1965, p. 404.
839. Cf. Hilaire B e l l o c , The 850. Ibid., p. 402.
Contrast, Londres, 1923, pp. 851. Robert L. K e n n e t h , Why
196-199. Europe leaves home. A true
840. H. M. K a l l e n , The Roots account of the reasons whtcb
of Anti-Semitism, «The Na- cause Centrd Europeans to
tion», 28 de febrero de overrun America..., s. 1.,
1923. 1922, p. 147, p. 198, p. 145
841. C ita d o p o r N. C o h é n , Not y p. 168.
free to desist, op. cit., p. 852. Ibid., pp. 109-110.
132. 853. Ibid., p. 36, pp. 117-118.
842. Cf. Jewish Encyclopaedia, 854. Cf. A. K o e s t l e r , la Trei-
art. «United States Litera- ziéme tribu, París, 1976.
ture», t. XV, col. 1571, y 855. Ibid., pp. 230-232.
Edgar Kemler, The Irreve- 856. «Whose Country Is This?»
rent M. Mencken, Boston, Oto según Th. F. G o s s e t t ,
1950, p. 127. Conviene ad­ Race: The History of an
vertir que, en 1934, Menc­ Idea..., op. cit., p. 405. No
Notas 439
he podido consultar, en ler, etc...., en Histoire de
Francia, este artículo de VAntisémitisme, t. III, pp.
«Good House-Keeping». 310-312.
857. W by Europe leaves home, Por lo que respecta al «nar­
p. 49. En nota, Roberts se cisismo de las pequeñas di­
felicitaba por haber visto ferencias», Freud introdujo
claro ya varios meses antes este concepto en 1918: lo
de que el Times publicara, comenta en Psicología colec­
en agosto de 1921, los ar­ tiva y análisis del yo, cap.
tículos desmistificadores de VI, en El malestar en la ci­
Philip Graves. (Se refería a vilización, cap. V, y lo apli­
su propio artículo «Ports of ca al antisemitismo en Moi­
Embarkation», publicado en sés y el monoteísmo, cap.
el Saturday Evening Post el III, I (D). En un artículo
7 de mayo de 1921.) sobre «Las aproximaciones
858. Cf. Edmund W ilso n , The psicoanalíticas al problema
American Earthquake, Nue­ del racismo» (1975), el Dr,
va York, 1958, p. 233. Jacques Hassoun ha inten­
859. Como muy bien ha hecho tado profundizar la cuestión,
Norman C oh n , Histoire demostrando hasta qué pun­
d’un mythe..., op. cit., pp. to el antisemitismo racista se
156>-161; y antes que él, va­ intensifica con la asimilación
rios biógrafos de Ford; cf. de los judíos: «Cuanto más
especialmente Alian N e v in s alemán sea el judío, más
y F. E. H i l l , Ford: Expan­ abundarán las racionalizacio­
sión and Challenge 1915- nes racistas (...) Cuanto ma­
1933, Nueva York, 1957, yor sea la presencia de este
pp. 311-323. signo diferenciador, cuanto
860. Cf. N e v in s and H i l l , op. más se parezca a un herreri­
cit., p. 430 y p. 489. Por lo llo, más equivaldrá al herre­
que respecta a las manías rillo, repitiendo la imagen
análogas de Richard Wag­ de Adolf Hftler, y más pe­
ner y de H. Chamberlain, ligroso se volverá. Peligro­
ver Histoire de l’antisémitis- sidad mítica, irreductible,
me, t. III De Voltaire a por interpelar al otro en su
Wagner, pp. 440467, y le fragilidad...».
Mythe aryen, pp. 332-339. 862. Cf. G. K. C h e s t e r t o n ,
861. «Todo judío visible, todo Wbat I saw in America,
judío que se presente como Londres, 1922, pp. 139-140.
tal es relativamente poco pe­ 863. Cf. Henry Ford (en colabo­
ligroso, escribía Edmond ración con Samuel Crow-
Drumont. El judío peligro­ ther), M y Ufe and work,
so es el judío ambiguo...» Nueva York, 1922, p. 250.
Véanse, en igual sentido, 864. G. B er n a n o s , La grande
los textos o comentarios de peur des bien-pensants,
Wilhelm von Humboldt, de Édouard Drumont, París,
Bismarck, de Federico Gui­ 1931, p. 213.
llermo IV de Prusia, de Hit- 865. Cf. N e v in s and H i l l ,
440 La Europa suióida

Ford..., op. cit., pp. 26-54, periodistas franceses por las


y el New York Times, 5 de autoridades de Arabia Sau­
diciembre de 1921, p. 33. dita, n.“ 1, p. 3, y n.° 40,
866. Sobre los «British Israeli- pp. 16-17.
tes», que se atribuyen una 876. Cf. más arriba, pp. 78-80.
filiación hebraica más pura 877. Cf. N ev in s and H i l l ,
a sus ojos que la de los ju­ Ford..., op. cit., p. 264, p.
díos declarados, ver le My- 685 y p. 316.
tbe aryen, pp. 57-58. La in­ 878. Ver H ig h a m , Strangers in
fluencia de esta teoría se the Land, op. cit., pp. 280,
manifestaba en el artículo 387 y nota 37.
Will Jewish Zionism bring 879. Cf. Naomi C o h é n , Not
Armaggedon?, Dearborn In- free to desist..., op. cit.,
dep., 28 de mayo de 1921. pp. 132-133. Estas organiza­
867. Cf. John Roy C a r l so n , Un­ ciones eran el American Je­
der Cover. M y Four Years wish Committee, la Zionist
in the Nazi Underworld of Organization of America, la
America, Nueva York, 1943, Central Conference of Ame­
pp. 204-210. rican Rabbis y la United
868. Dearborn Independent, 29 Synagogue.
de mayo de 1921. Cf. The 880. Cf. Selected papers..., pp.
International Jew, vol. I, p. 343-350 (el autor de este
31. llamamiento fue Louis Mar-
869. Cf. Selected papers..., op. shall).
cit., p. 329. 881. Cf. American Jewish Year
870. Cf. N. H a p g o o d , ’ The Insi- Book, vol. 24 (1922-1923),
de Story..., «Hearst’s Inter­ pp. 331-332 (Federal Coun-
national», 1922. cil of the Churches of Christ
871. Ibid. in America).
872. Cf. N. C oh n , Histoire d’un 882. Ibid., p. 332; texto repro­
mythe..., op. cit., p. 161, ducido por The Jewish Guar­
nota 1, y el artículo del 26 dian de Londres, 14 de ene­
de febrero de 1921 Rule of ro de 1921.
the Jewish Kehiüah Grips 883. Texto difundido por «The
New York (The Internatio­ Jewish Board of Deputies»,
nal Jew, vol. II, pp. 137- America and the Jews, Lon­
148). dres, 1921, pp. 7-127.
873. Selected papers..., p. 334 y 884. En una obra publicada en
pp. 335-336. vísperas de la guerra (Un-
874. America, 7 de mayo de 1921, seen Empire, Boston, 1912),
Jews, Fliwers and Catho- Jordán afirmaba que los
lics» (Judíos, Fords y Cató­ banqueros judíos eran los
licos). verdaderos dueños de Euro­
875. Cf. la compilación de citas pa (pero no extendía este
titulada Les Juifs, traduit de reproche a los banqueros,
l'anglais par S. D. Michael judíos o no, de Estados Uni­
(s.l. 1972), difundida en dos). Por lo que se refiere
1973-1974 y distribuida a los a W . H. P. F a u n c e , cf. Se-
Notas 441
lected papers, op. cit., p. Francia
270, nota.
885. Cf. America and the Jews,
op. cit., p. 5. 900. Cf. más arriba, p.31, y mi
686. Selected papers, pp. 351, anterior volumen, De Vol-
358. taire i Wagner, pp. 451-
887. Cf. New York Times, 5 de 455.
diciembre de 1921, p. 33. 901. Citado por M . R. M a r r u s ,
888. Cf. N e v in s and H i l l , Ford, Les Juifs de France h l'épo-
op. cit., pp. 317-320. que de l’affaire Dreyfus,
889. Cf. Selected papers, pp. 376- París, 1971, p. 182.
379. 902. Ibid., p. 183.
890. N ev in s a n d H i l l , p . 323. 903. Cf. André S p i r e , Les Juifs
891. The International Jew, vol. et la Guerre, París, 1917, pp.
I, Dearbom 1920, p. 46. 31-32.
892. The International Jew, vol. 904. Cf. más arriba, p. 64.
III, Dearbom 1921, pp. 114- 905. L'Action franjease, 28 de
127. octubre de 1918, «Un héroe
893. Cf. Selected papers... pp. judío de Action franjaise».
. 386-387 (Carta de Louis Mi amiga Anne-Marie Ro-
Marshall a Henry Ford, 21 senthal, al transcribirme
de diciembre de 1927). los términos de esta carta,
894. Henry F o r d , Der Interna­ emitió la suposición de que
tionale Jude, Leipzig, 1934, podía haberse redactado tras
notas de las pp. 45, 46, 47, un acuerdo previo, «por en­
58-59, 261. cargo» en cierto modo, y de
895. Ibid., nota de la página 243. cara a su publicación. La
896. Ibid., notas de las pp. 19, fecha da que pensar...
33, 100, 187 y 299. 906. Cf. H . P r a g l e , « L os judíos
897. Selected papers... pp. 386- en los ejércitos», Archives
387 (Vólkischer Beobachter israélites, 3 de diciembre de
del 7 de diciembre de 1927). 1914.
898. Cf. Berliner Tageblatt del 907. Arnold M a n d e l , Les temps
10 de diciembre de 1922 y incertains, París, 1950, p.
New York Times del 20 de 112 .
diciembre de 1922. 908. Cf. S . S c h w a r f u c h s , Les
899. Cf. John Roy C a r l s o n , Un- Juifs de France, París, 1975,
der Cover..., op. cit., p. 210 p. 283.
y el testimonio de Félix 909. Th. M a n n , Betrachtungen
Kersten, el masajista finlan­ eines Vnpolitischen, Berlín,
dés de Himmler (nota del 1922, «Einiges über Mensch-
22 de diciembre de 1940, lichkeit», este artículo debe
«Das Buch von Henry de estar fechado entre 1915
Ford»; archivos del Centro y 1917.
de Documentación judía 910. «Llamamiento de los israe­
contemporánea n.° CCX-31). litas franceses a los israeli­
tas de los países neutrales»,
Univers israélite, 1915.
442 La Europa suicida

911. Por ejemplo, ver el artículo Archives israélites, 15 de oc­


«En Rusia», Archives israé- tubre de 1914.
lites, 15 de abril de 1915, 921. Es decir, que habían nacido
p. 59: «Con propósitos fá­ en la Alsacia francesa (an­
ciles de adivinar, la prensa tes de 1871), y cuyos pa­
austro-alemana ha difundido dres no optaron por la na­
la noticia de unos pogroms cionalidad francesa, en 1871;
en Polonia, Sasonov los ha pero que, como luego ellos
desmentido desde la tribuna mismos se instalaron en
de la Duina (...) Por lo de­ Francia, decidieron nacionali­
más, los mismos judíos con­ zarse.
sideran que esas opiniones 922. Cf. «Lo que no cambia»,
de los austro-alemanes son Archives israélites, 8 de
una calumnia...», etc.... abril de 1914, y France-Rus-
912. Archives israélites, 15 de sie Archives israélites, 16 de
abril de 1915, p. 61. noviembre de 1916.
913. G. P i o c h , «Los judíos y 923. Este curioso detalle, del que
a mi juicio ya nadie se
la guerra», Les hotnmes du
jour, 25 de septiembre de acuerda, me ha sido indica­
do por Emmanuel Berl. Se­
1915.
gún parece, no lo ignoraba
914. Ibid.
Pierre Laval, que fue, no
'915. Cf. Grande Encyclopédie, t.
lo olvidemos, alcalde de Au-
¿ X I, Art. Juif, p. 279.
bervilliers, durante el perío­
916. Cf. J.-P. Sa rtre , Le Sursis, do de entreguerras. Así se
ed. «Livre de Poche», pp. plantea un interesante aspec­
102-117 y p. 371. to de historia judía, puesto
917. Cf. más arriba, p. 67. que el primer cementerio ju­
918. Esta expresión pertenece a dío de París se instaló en
Gustave Téry, director de 1780 junto a la porte de la
L'CEuvre antisemita de pre­ Villette: ¿se tratará acaso
guerra: «He diferido mi an­ de una continuidad?
tisemitismo desde el día de 924. Esta carta se publicó en
la movilización; he llegado 1916, a título póstumo, por
incluso a lamentarlo amar­ Maurice Barres, en L ’Echo
gamente al ver tantos apelli­ de París; cf. B a r e í s , Les
dos judíos entre los que fa­ diverses familles spirituelles
llecieron en el campo del ho­ de la Trance, les Israélites,
nor». Aún así, se trataba de ed. Nueva York, 1943, pp.
un artículo mordaz irónica­ 9-10.
mente antijudío; cf. L ’Utti- 925. Comunicación personal del
vers israélite, 18 de diciem­ deplorado consejero de Esta­
bre de 1914. do, Paul Grunebaum-Ballin.
919. H. de M o n t h e r l a n t , U» 926. Cf. Julián G r e e n , Partir
petit Juif ¿ la guerre, cf. avant le jour, ed. «Le Li­
«Essais», ed. La Pléiade, p. vre de Poche», p. 97.
475. 927. La cuestión es que no sólo
920. Cf. «Arriba los corazones», no hubo censura de artícu­
Notas 443

los antisemitas (cf. al respec­ 935. Cf. M. B a r r é s , Mes Ca-


to B e r g e r y A ll a r d , Les hiers„ t. XI, París, 1938,
secrets de la censure pendent p. 264; cf. asimismo la anto­
la guerre, París, 1932, pp. logía publicada en 1963,
129-139) sino que varios pe­ Mes Cahiers, 1896-1923, tex­
riódicos, entre ellos L ’CEuwe tos escogidos por Guy Du-
de T é r y y L ’Homme en- pré, p. 755.
chainé de C l e m e n c e a u , pro­ 936. Cf. M. B a r r e s , Les diver-
testaron en diciembre de ses familles spirituelles de
1914 contra la elevada pro­ la France, les Israélites, ed.
porción de oficiales judíos Nueva York, 1943, p. 8.
en el departamento de cen­ Sobre Amédée Rothstein, ver
sura. Así, si manejos hubo, también L. T c h e r n o f f ,
su o sus autores mataron Dans le creuset des civili-
dos pájaros de un tiro. sations, t. IV, «Los pródro­
928. Cf. Joseph D en a is , «¿No mos del bolchevismo a la
se va a hacer nada con los Sociedad de Naciones», Pa­
indeseables?», La Libre Pa­ rís, 1938, pp. 319-321.
role, 20 de noviembre de 937. B a r r e s , Mes Cahiers 1896-
1915. 1923, op. cit., p. 755 y
929. Cf. Albert M o n n io t , «Aa- p. 766.
ren, Haíem y Cía», La Li­ 938. Cf. «Homenaje al rabino
bre Parole, 9 de noviembre (de Lyon) Abraham Bloch»,
de 1915. Univers israélite, 25 de di­
930. En 1897-1898, Gohier ha­ ciembre de 1914, pp. 159 y
bía colaborado en L’Aurore sigs.
de Clemenceau; su «drey- 939. Cf. Archives israélites, 15
fusismo» se derivaba en­ de octubre de 1914, «Ecos
tonces de su antimilitaris­ israelitas de la guerra» y 3
mo. Así lo explicó él mismo de diciembre de 1914, Car­
en La vraie figure de Cle­ dinal et Grand Rabbin.
menceau. 940. Cf. Pierre P ie r r a r d , Juifs
931. Cf. L'CEuvre frangaise, n.° et catholiques franfats, P a ­
17, pp. 6-7, 5 de abril de rís, 1970, pp. 229-232, «La
1917. breve pausa de la Gran
932. Léon Daudet, L'Avant-Gue- Guerra», y Archives israéli­
rre, Études et documents tes o Univers israélite, pas-
sur l’espionnage juif-alle- sim.
mand en Trance, nueva edi­ 941. Ver al respecto, por lo que
ción (34 mil), París, 1915, atañe al siglo xvm , mi vol.
p. VIII, p. 308. III De Voltaire a Wagner,
933. J udaeus [Maurice Liber], pp. 18-19, y sobre todo, por
«L’Action fran?aise antisé- lo que atañe al xx, Le Bré-
mite», Univers israélite, 20 viaire de la haine, París,
de octubre de 1916. 1951; ed. «Le Livre de Po-
934. Sobre las antiguas concep­ che», en 1974. Veremos de
ciones antológicas de Barrés, qué modo la legislación an­
ver más arriba, p. 69. tijudía del «Estado francés»
444 La Europa suicida

de Vichy se centraba en la israélites, 24 de junio de


discriminación entre judíos 1915.
extranjeros y judíos france­ 947. La Guerre sodale, 26 de no­
ses; y de qué modo, frente viembre de 1915.
a las autoridades de ocupa­ 948. «Un petit juif á la guerre»,
ción nazis, su política con­ en H. de M o n t h e r l a n t ,
sistía en querer deshacerse 'Mors et Vita, París, 1932,
de «nos, pero protegiendo a p. 75.
los otros. 949. En 1929, Drieu escribía a
942. Los datos que siguen, sobre Benjamín Crémieux: «Mont-
los voluntarios judíos, se ba­ herlant y yo éramos unos
san ante todo en los docu­ voluntarios y unos aficionu
mentos reunidos por Anne dos en infantería-, sólidamen­
Kriegel, que me los ha co­ te respaldados por una reta­
municado amablemente, así guardia, dispuesta a facilitar­
como sobre su informe Les nos retirada y protección..».
Cf. Pierre A n d r e u , Drieu,
Jttifs, la paix et les guerres
tétnoin et visionnaire, París,
au X X ‘ siécle, presentado
1952, p. 40.
por ella en el XVIo Coloquio
de Intelectuales judíos de 950. Véase más arriba, p. 297.
951. Cf. «El programa de la jo­
lengua francesa, 9 de no­
ven derecha», en Genéve ou
viembre de 1975. Aprovecho
Moscou, 1928: Este naciona­
la ocasión de darle las gra­
lismo escindido del milita­
cias.
rismo ha de inventar moder­
)43. La Libre Parole, 20 de no­
nos medios de eficacia. Los
viembre de 1915, «¿No se
encontraremos estudiando el
va a hacer nada con los in­
modelo de las comunidades
deseables?». religiosas y mercantiles que
?44. Cf. J . T c h e r n o f f , Darts le vivieron sin el auxilio de la
creuset des dvilisations, op. espada. Los franceses tienen
cit., t. IV, p. 313, citando que ser los judíos de los
un documento sobre los vo­ Estados Unidos de Europa»,
luntarios de nacionalidad cf. Jean M a b ir e , Drieu par-
rusa publicado en Ginebra mi nous, París, 1963, p. 59.
en 1915: «La emigración no 952. Cf. A algunos, Nouvelle Re-
política se dirigió primero a vue frangaise, agosto de
la embajada rusa. En la 1941.
puerta había la siguiente 953. Durante la guerra, Drieu La
inscripción: sólo se permite Rochelle había trabado amis­
la entrada a personas que tad con el soldado judío
no pertenezcan a la religión Jeramec. Prometió casarse
judía. Las de religión judía con su hermana Colette, si
deben dirigirse a otra sec­ mataban a Jeramec. Efectiva­
ción». mente, en octubre de 1917,
945. Cf. más arriba, pp. 176-178. se casaba con Colette Jera­
946. La Guerre sotiale, 20 de ju­ mec. Se divorció en 1922,
nio de 1915, cf. Archives pero mantuvieron excelentes
Notas 445

relaciones, y fue precisamen­ Alemania ha colonizado par­


te su primera mujer la que te de Rusia. Pero aunque
cobijó a Drieu cuando sobre haya una fracción de las
éste recayó una orden de autoridades rusas que poseen
busca y captura por su con­ o poseyeron un espíritu y
dición de publicista «cola­ una formación alemanas,
borador», militante del P. también existe una fracción
P. F. de Jacques Doriot, mayor, más importante, más
etc.... (Estos datos me han influyente aún de la Rusia
sido comunicados por Clara socialista, anarquista o revo­
Malraux.) lucionaria que se halla do­
Como ya sabemos, Drieu se minada por un espíritu y un
suicidó en su refugio, el 15 personal alemanes, digamos
de marzo de 1945. judíos alemanes. Asi pues,
954. Cf. más arriba, p. 69. suponiendo (¡no lo quiera
955. Cf. Histoire générale de la Dios!) la existencia de una
presse frangaise; t. III, p. República en Rusia, su di­
270, París, 1972: «Gracias a rección sería infinitamente
la publicación de los docu­ más germanizadora que la
mentos de los archivos za­ dirección monárquica.» «Un
ristas, realizada por los so­ diplomático improvisado»,
viéticos después de la guerra Action frangaise, 1 de mayo
de 1914-1918, podemos re­ de 1916.
constituir detalladamente e) 958. Ver los artículos de Jacques
mecanismo de esta publici­ Bainville en L ’Action fran-
dad, sobre todo por la gaise, «En la revolución ru­
correspondencia de Arturo sa, todo se va cumpliendo
Raffalovich, economista ruso hasta ahora con simplicidad,
muy distinguido, instalado y hasta diría que con faci­
en París (miembro del Ins lidad. Por consiguiente, esta
titut, gran oficial de la Le­ clase de operaciones, que no
gión de honor, colaborado! suponen ninguna novedad
de Débats...), con el minis­ ni en Rusia ni en parte al­
terio de Finanzas de Rusia, guna, se realizará con más
que apreciaban en mucho sus holgura de la prevista», 18
consejos. Dicha correspon­ de marzo de 1917. Por su
dencia se publicó parcial­ parte, La Libre Parole anun­
mente del 5 de diciembre ciaba: «Grave derrota de
de 1923 al 30 de marzo de Alemania. Los partidos pa­
1924 en las páginas de triotas triunfan en Rusia. Se
L’Humanité y enteramente procede a la detención de
en 1931 bajo el título... ex ministros y germanófi-
L’abominable vénalité de la los», 17 de marzo de 1917.
presse...». 959. Cf. «La unidad rusa, La re­
956. Cf. J.-N. M ar q u e , Léon volución triunfa en Rusia»,
Daudet, París, 1971, pp. L’Homme encbatné, 18 de
227-229. marzo de 1917.
957. «...Nadie puede ignorar que 960. L ’CEuvre franjase, 5 de
446 La Europa sufrida

abril de 1917, p. 7. Para el Morning Post del 8 de oc­


Times de Londres, véase tubre de 1917, aunque dán­
más arriba, p. 246. dole un tono más antise­
961. Cf. A M o n n io t , «Ln mejor mita.
parte, La punta de la oreja 969. Maurice B a r r e s , Mes Ca-
judía», La Libre Parole, 24 hiers, t. XI, París, 1938, p.
de marzo de 1917. 290.
962. «La opinión pública y 1 a 970. Sobre las contradicciones de
guerra en 1917», Revue Georges Qemenceau en la
d’histoire moderne et con­ materia, cf. más arriba.
temporaine, XV, 1968. 971. Joseph C a il l a u x , Mes mé-
963. M o n n io t , «¡Siempre ven­ moires, t. I, París, 1942, p.
cen! — Los saboteadores 130. Doy las gracias a mi
del poderío ruso», La Libre amigo Roger Errera por ha­
Parole, 20 de julio de 1917. berme señalado este párrafo;
964. Débats, 25 de julio de 1917; por mi parte, creo oportuno
L’Homme enchiúné, 17 de añadir que seguramente se
julio de 1917. Los días 3 redactó en 1928-1929.
(16) y 4 (17) de julio, no Asimismo, recordemos que
apareció el Novoié Vremia uno de los primeros actos
a causa de los disturbios de del gobierno Qemenceau
Petrogrado. También me he consistió en abrir un juicio
preocupado de consultar este a Caillaux por «connivencia
periódico para la semana an­ con el enemigo».
terior; cf. al respecto más 972. Journal des débats, 10 y 12
arriba, p. 210. de noviembre de 1917.
965. Véase más arriba, p. 211. 973. Le Temps, 9 de noviembre
966. Cf. Georges R u f f i n , «La de 1917.
opinión pública en 1917 en 974. Cf. Georges L ie n s , «La opi­
el distrito de Tournon», nión pública en Marsella en
Revue d’histoire moderne et 1917», Revue d’histoire mo­
contemporaine, XV, 1968, derne et contemporaine, XV
p. 94. 1968, p. 75.
967. Citado por Annie Kriegel, 975. Cf. Ajnnie K r i e g e l , «Las
«Las reacciones de la opi­ reacciones de la opinión pú­
nión pública francesa ante blica ante la revolución ru­
la revolución rusa», en sa», op. cit., p. 108.
l’Opinion publique euro- 976. «Memorándum del Comité
péenne devant la révolution general de la colonia rusa
russe de 1917, París, 1968, de París», 15 de febrero de
p. 108, la cita está sacada de 1918; debo la noticia de
un informe de la prefectura este documento a la amabi­
de policía. lidad de Annie Kriegel.
968. Cf. L’Heure, 15 de octubre 977. Cf. L'Action franfaise del 5
de 1917. El periódico no de mayo de 1919.
indicaba sus fuentes. De 978. Cf. Documentation catholi-
hecho, reproducía una infor­ que, n.° 57, 6 de marzo de
mación publicada por el 1920; dossier publicado bajo
Notas 447

el título «Los judíos son garo, 8 de abril de 1917 (ar­


los promotores principales tículo firmado por «Poly-
del bolchevismo universal». be»),
979. Cf. Los recuerdos de infan­ 984. Sylvain Lévi formaba parte
cia (inéditos) de Franijois de la delegación invitada a
Musard, cuando describen participar en la Conferencia
las comitivas anticlericales de la Paz para exponer la
que, cada domingo, subían opinión de los judíos a pro­
hacia la iglesia del Sacré- pósito del «Hogar nacional
Coeur: «En cabeza, varios judío» en Palestina. Después
hombres barbudos (...) lan­ de su declaración, C. Weiz-
zaban acusaciones contra el mann se negó a estrecharle
Vaticano, contra sus pompas la mano. Con respecto a la
y sus obras y, para concluir, idea de un «Consejo inter­
reclamaban la expulsión de nacional», decía primordial­
todas las congregaciones. La mente: «Me parece que, des­
muchedumbre aplaudía y de el punto de vista jurí­
aullaba a coro: «¡Abajo el dico, se crea un precedente
gorrete!» Después, los asis­ temible al permitir que unas
tentes se desparramaban por personas que, en sus países,
el barrio, cantando el mismo ejercen sus derechos de ciu­
estribillo...» dadano con toda plenitud,
Doy las gradas a Fran?ois puedan ejercer además polí­
Musard por su amabilidad ticamente estos mismos de­
en comunicarme este capí­ rechos en otro país. Ello sig­
tulo de sus recuerdos. nifica ratificar, con respecto
980. Citado por Pierre P i e r r a r d , a los judíos que tantas sos­
Juifs et catholtques fran^ais, pechas levantan en todas
op. cit., p. 227. partes, la famosa ley Del-
98 L El profesor Boris Mirkine- brück, que confería la doble
Guetzevitch (1893-1955) fue nacionalidad. Resultaría sin­
uno de los grandes juristas gular y lamentable haber re­
internacionales de derecho cogido esta herencia del Im­
constitucional, como ya re­ perio alemán...» cf. André
cordarán los muchos discí­ C h o u r a q u i , L’Alliance is-
pulos que recibieron sus en­ raélite universelle et la re-
señanzas en París y en Nue­ naissance juive contemporai-
va York entre 1936 y 1955. tie, París, 1965, pp. 478-479.
982. El lamentado Emmanuel 985. La alocución de Benedic­
Berl (fallecido en 1976), el to XV sigue así:
profesor Bernard Dreyfus, el «... Hoy, cuando los aplau­
matrimonio Eisenmann y sos entusiastas de todos los
Frangois Musard, a quienes fieles saludan el regreso (de
deseo dar las gracias aquí los Santos Lugares) a manos
por la buena voluntad que cristianas, nos preguntamos
pusieron en responder a mis con la más viva ansiedad
preguntas. qué decisión tomará al res­
983. Les Portes de Gaza, Le Fí­ pecto, dentro de unos días,
448 La Europa suicida

la Conferencia de la Paz. La 993. En el que sin embargo tam­


creación en Palestina de una bién incurre Wl. R a bí, cuan­
situación privilegiada para do escribe, en su estudio ya
1c» infieles sería, sin duda, citado de l’Histoire des juifs
asestarnos un golpe muy en France: «Leyendo la lite­
cruel, tanto a nosotros como ratura antisemita entre 1918
a todos los fieles, y aún su­ y 1940, asombra comprobar
friríamos más si quienes van hasta qué punto se mantie­
a recibir la entrega de los ne en segundo plano el tema
augustos monumentos de la específico del sionismo», p.
religión cristiana no fueran 380.
cristianos...» Cf. Documen­ 994. Documents on British Fo-
tarían catbolique, n.° 8, 29 reign Policy 1919-1939, ed.
de marzo de 1919. Buder-Bury, vol. VII, The
986. Ibid. first conterence of London,
987. Cf. Charlotte K l e in , «Vad­ Londres, 1958, p. 109.
ean and Zionism (1897- 995. Ibid., p. 184.
1967) en Christian A ltitu­ 996. Por ejemplo, Emest Billiet,
des and Judaism, núms. 36- el animador de la «Unión
37, junio-agosto de 1974, de los intereses económi­
pp. 11-16. cos», cf. Histoire genérale
988. La Revue internationale des de la presse frangaise, op.
sociétés secrétes, I, 1921, cit., t. III, p. 493.
p. 40. 997. Cf. «Ayer y hoy», Archives
989. Ibid., p. 7 y p. 45. Por lo israélites, 27 de mayo de
que respecta a las congratu­ 1920.
laciones del cardenal Gas- 998. Archives israélites, 3 de ju­
parri, cf. ibid. (solapa del nio de 1920.
libro). Y por lo que respecta 999. Ibid., 15 de julio de 1920,
a las de Benedicto XV, cf. A propos d’une réception
P i e r r a m , ]uifs et catholi- britannique, y 22 de julio,
ques franfais, op. cit., p. De Jérusalet» ¿ Orléans.
242, pastoral privada del 1000. Cf. más arriba, p. 284.
papa, del 23 de febrero de 1001. Sobre el «documento Zun-
1918. der», ver más arriba, p. 217.
990. J. M a r t ia l -Au r ic o s t e , L'an 1002. El artículo ilustraba lo me­
prochain... Jérusalet», L’an- jor posible el estilo de
tijudáisme et le grand pro- Maurras. Como de costum­
bléme, París, 1922, p. 137, bre, aprovechando la carta
p. 248. de un admirador, se basaba
991. Cf. UAction frangaise, 21 en este «esquema»:
de enero de 1921, «Briand «La carta que me escribe
entregó Palestina a los ju­ coincide tanto con el des­
díos». arrollo de nuestros propios
992. «La función de los judíos en pensamientos que no exis­
la reconstrucción de Euro­ ten otros caracteres de im­
pa», D. C., 2 de noviembre prenta que puedan compo­
de 1919. nerla. Por supuesto, resulta
Notas 449

un poco esquemático resu­ 1005. Henri P e r r ie r , del Institu­


mir así la guerra, o al menos to Pasteur, nos escribía el
algunas de sus fases: 16 de febrero; «De mayo a
Intervención de Rusia fre­ diciembre de 1920, se seña­
nada por el triunfo de los laron efectivamente unos
judíos. cien casos de peste bubóni­
Intervención de América por ca entre los núcleos de tra­
influencia de los judíos has­ peros que vivían en las cha­
ta que Alemania, so pretex­ bolas de Levallois, Saint-
to de democracia, adopte un Ouen... infestadas de ratas
gobierno judío. (...) Véase lista adjunta de
Intervención de los judíos publicaciones. Demuestran
wilsonianos para que se res­ muy claramente que las ra­
pete la unidad y la fuerza de tas fueron la causa (...) Ya,
una Alemania supeditada a durante los siglos preceden­
los judíos. tes, las sospechas de propa­
Cambio de actitud de Ingla­ gar la peste o el cólera ha­
terra con respecto a Alema­ bían recaído casi siempre
nia bajo la misma influen­ sobre los “judíos” (sobre,
cia. todo del siglo xiv al xvn,
Sin duda, hay otras causas y en Oporto incluso en
que también han influido en 1899), sobre los “médicos"’
el transcurso de todos es­ (peste en Marsella en 1720)
tos acontecimientos, pero...», y a veces sobre el “Gobier­
etc... no” (cólera en 1832).»
1003. Cf. Revue des Deux Mon­ 1006. Réflexions sur la question
des de noviembre-diciembre juive, p. 46, col. «Idées».
de 1920, pp. 171-187, «El 1007. Cf. el artículo del 22 de
problema judío en Polonia» septiembre de 1935 que alu­
y pp. 809-846, «Bolchevis­ día a Léon Blum: «¿Tiene
tas de Hungría». En la pu­ usted en algún sitio una pis­
blicación de noviembre-di­ tola, un revólver, un cuchi­
ciembre de 1921, p. 243, se llo de cocina?» Con ante­
alude a «Aaron Kerenski, rioridad, el 9 de junio de
que, con el particular olfa­ 1925, Maurras ya expresaba
to de su raza, había toma­ el deseo de «derramar la
do precauciones...» En la sangre de perro» de Abra-
de julio-agosto de 1922, una ham Schrameck, ministro
tal Émilie Vernaux asegu­ del Interior.
raba que «casi todos los je­ 1008. Bernanos replicaba a un ar­
fes del movimiento bolche­ tículo del Reader’s Digest,
vique son judíos; por eso, proponiendo que se favore­
todas sus acciones están te­ ciera, en la vencida Alema­
ñidas de un odio religioso...» nia, el asentamiento de una
(p. 671). democracia auténticamente
1004. Cf. Jean D r a u l t , Drumont. independiente. Y argumen­
' La France juive et La Libre taba de este modo:
Parole, París, 1934, p. 328, «Después de 1918, Alema-
450 Lia Europa suidida

nía ha podido recuperarse 1011. Cf. Histoire générale de la


gracias al capitalismo inter­ presse... op. cit., p. 271:
nacional. Hoy, el capitalis­ «Con objeto de que el país
mo internacional teme la tuviera motivos de espera,
quiebra del poderío econó­ la prensa, impulsada por la
mico alemán, pues poco ha censura y el talento de los
de faltar para que también periodistas, descubrió las re­
él se vea implicado por di­ glas de la propaganda mo­
cha quiebra. El poderío eco­ derna: los regímenes totali­
nómico alemán es la piedra tarios de posguerra se limi­
angular del régimen capita­ taron, casi siempre, a siste­
lista. Si este régimen sobre­ matizar el uso de técnicas
vive a la crisis actual, pue­ que entonces ya habían en­
do predecir algunas sorpre­ contrado su mayor eficacia,
sas a quienes me hacen el casi inconscientemente, en
honor de leerme, y de todas los periódicos franceses y
ellas la menor no será ver alemanes.»
que, en fecha próxima, la 1012. En octubre de 1923, la re­
gran banca israelita extien­ vista Europe dedicaba un
de por todo el universo sus número especial a Arthur de
colosales medios de acción Gobineau. Algunos de los
al servicio del pueblo cuyos autores que colaboraron, y
intereses siguen estrechamen­ en especial Paul Bourget,
te relacionados con los su­ Élie Faure, Clément Serpei-
yos, a pesar de los millones lle de Gobineau y Vacher
de inocentes mártires judíos de Lapouge, declaraban su
sacrificados...» cf. Le Che- acuerdo con la antropología
min de la Croix-des-Ames, gobiniana. Más libremente,
París, 1948, pp. 398-399. Jacques de Lacretelle co­
1009. Cf. La Mystificatíon des mentaba la influencia ejer­
peuples alliés, Evreux, 1922. cida por el «teórico de la
André Chéradame ya des­ raza» sobre Maurice Barres
arrollaba una campaña con­ y Marcel Proust. Romain
tra el pangermanismo desde Rolland fue el único que
abtes de la guerra. Su co­ se distanció deliberadamente
rrespondencia con Raymond del gobinismo.
Poincaré y con Theodore 1013. Cf. más adelante, p. 349.
Roosevelt pone de manifies­ 1014. La expresión pertenece a
to el aprecio que le tenían Tocqueville, amigo y crítico
estos dos «pangermanistas» de Gobineau. En la Alema­
1010. La Mystificatíon..., p. 406, nia post-hitleriana, se habla­
pp. 43-45. A juicio de Ché­ rá espontáneamente de «Ve-
radame, la tesis de la «cons­ terinarphilosophie».
piración judía» quedaba des­ 1015. Claudel llega incluso a po­
mentida por la patriótica ner en boca de Pensée de
actitud de muchos dirigen­ Coüfontaine la exclamación:
tes judíos, sobre todo en Es­ «¡A un alma como la mía,
tados Unidos. no la bautizan con agua,
Ñolas 451
sino con sangre!» Véase por tolica tardó un tiempo —ca­
entero el primer acto de la si un cuarto de siglo— en
obra, así como los análisis adherirse a la nueva línea
de Jacques P e t i t , Berna- adoptada por los jesuítas
nos, Bloy, Claudel, Péguy, franceses.
quatre écrivains catholiques 1022. P. S. J. C h a r l e s , «El ju­
face ¿ Israel, París, 1972, dío inmundo», crónica reli­
pp. 48-59, p. 109 y pp. 118- giosa de La Terre wallonne,
121. abril de 1922, pp. 54-62,
1016. Cf. más arriba, p. 336. 1023. Fue a partir de este artículo
1017. Cf. Histoire générale de la cuando el Padre Charles se
presse..., op. cit., pp. 143- consagró a la tarea, por en­
144, p. 254, y sobre todo tonces ingrata, de denunciar
pp. 484-494. el antisemitismo y el racis­
1018. Los únicos que llevaron una mo. Sobre sus trabajos, cen­
campaña abierta en favor del trados en la imagen de los
Frente Popular fueron Le negros y «la maldición de
Populaire y L ’Humanité, pe­ Cam», cf. le Mythe aryen,
riódicos de tirada relativa­ op. cit., pp. 321-322. Duran­
mente modesta, así como los te la Segunda Guerra mun­
semanarios Vendredi y Ma- dial, prosiguió su apostola­
rianne; cf. Henri G u il l e - do en Latinoamérica, cf.
m in , Nationalistes et «natio- P ie r r a r d , Juifs et catholi­
naux» (1$70-1940), col. ques, op. cit., p. 309. Mi
«Idées», 1974, pp. 255-257. amigo Maurice Olender, de
1019. Cf. más arriba, p. 325. Bruselas-, proyecta dedicarle
1020. Con la salvedad, por su­ un estudio.
puesto, de los «Camelots du 1024. Cf. Le Mouvement religieux
Roi», de obediencia maurra- hors de la ¥ ranee, Henry
siana. Pero, a lo largo de la Ford et les Juifs, «Études»,
década de 1920, no organi­ t. 171, 1922, pp. 728-744,
zarán ningún escándalo anti­ y Les JésuiteS et les Proto­
judío de consideración; y coles, «La Vieille France»,
más generalmente, el progra­ 20-27 de julio de 1922,
ma político de L’Action fran- p. 9.
Caise era monárquico antes 1025. Cf. P ie r r a r d , op. cit., p.
que antisemita, al menos en 252.
teoría. 1026. Cf. Paul M o r a n d , L ’Europe
1021. Véase más arriba, p. 77. Por galante, París, 1925, p. 193.
lo demás, en esta materia, Un judío ruso hubiera lle­
que merece ulteriores explo­ vado el nombre de Venia-
raciones, convendría adver­ min (o Benjamín) Moisse-
tir la considerable autono­ vitch; una judía rusa nunca
mía de que disfrutaron las hubiese llevado el nombre
diversas provincias o «asis­ de Vassilissa, nombre rústi­
tencias» de la Sociedad de co por excelencia. Vassilis­
Jesús. La cuestión es que sa Abramovna jura más que
el equipo de la Civilt<¡ Cat- Eulalie Lévy, por ejemplo.
452 La Europa suicida

1027. Cf. Pierre B e n o it , Le Puits ta a su manía de transfor­


de Jacob, París, 1925, p. mar el mundo! ¡Ah! ¡Esta
287. vez, se sentían como pez en
1028. La Grande Peur des bien- el agua! (...) Otro milagro.
pensants, Conclusión, p. 329, Un judío reinando en Hun­
en la ed. de La Pléiade. gría (...) Más milagros, Kurt
1029. Charlotte W a r d i , L ’image Eisner, que en ese mismo
du Juif dans le román fran- momento hacía la revolución
qais, París, 1973, p. 97, ci­ en Munich (...) ¡Milagro
tando Le Désert de Biévres asimismo, esos judíos de Vie-
de G. D u h a m e l . N o obs­ na que, sin tambores ni
tante, en este libro, el per­ trompetas, expulsaron a los
sonaje en cuestión, «Sénac», Habsburgo, igual que ellos
denigra claramente a los ju­ nos expulsaron tantas veces
díos, aunque su incrimina­ de las ciudades de Austria
ción se limita a la solidari­ y de Bohemia!»
dad judía, «se apoyan todos Tras esta descripción de la
entre sí». Me he preocupa­ instauración del reino judío
do de verificar este punto en Europa, con la llegada
tanto en la edición de 1955 del IIIer Reich, los futuros
indicada por Charlotte War­ académicos llegaban a la si­
di como en la edición ori­ guiente conclusión: «¡Casi
ginal de 1937. me olvido de otro milagro!
Creo que un error de ficha [La creación de un hogar
es la hipótesis más verosí­ judío en Palestina.] Sí, me
mil, una ficha relativa, «co­ gustaría asistir nuevamente
mo por casualidad», a los a todo esto, pero ya se me
Sabios de Sión. han quitado las ganas de se­
1030. Señalemos que en enero de guir vivendo». Cf. Jean y
1940, Jéróme Tharaud, que Jéróme Tharaud, Le Chemin
con anterioridad se había d'Israel, 3.* parte, París,
visto superado por Charles 1948.
Maurras, ingresaba en la 1031. Citado por Charlotte W a r d i ,
Academia francesa. Le Juif dans le román fran­
La Jument errante cuenta, g ís, op. cit., p. 184.
en un tono que pretende ser 1032. Por ejemplo, Le Fou de Ber-
ameno, la historia de los gerac, Le Pendu de Saint-
judíos. En 1917, esta his­ Pollien, Les fian$ailles de
toria entra en un período M. Hire, cf. ibid., p. 13 y
de milagros: «...¡Milagro p. 209, Treize mystéres y
también que estos zares que otras muchas obras. Habi­
tanto nos habían humillado tualmente, la aparición más
fueran a parar al seno de o menos fugaz de un judío
Abraham, junto a las cosas es un recurso utilizado por
ya muertas para siempre! Simenon para dar mayor
¡Milagro ver que los judíos densidad a la atmósfera de
ocupaban el sitio de los an­ inquietud.
teriores, dando rienda suel­ 1033. La descripción de las cuali-
Notas 453
dades de Mooch y de la ed. «Le Livre de Poche»,
discreta ayuda que aporta a p. 84.
Jean Christophe ocupa dos 1035. Cf. Jean Barots, ed. París,
páginas; la descripción de 1963 (edición llamada «No­
su fealdad, siete líneas. El bel»), p. 209, p. 239, p.
párrafo termina con este 211 .
diálogo: (Jean Christophe) 1036. Cf. Les Tbibault, 7.a parte,
dice: «El verano de 1914», París,
— ¡Qué desgracia!... ¡Qué 1936, t. I, p. 56 y p. 49.
desgracia que seas judío! 1037. Ibid., t. I, p. 158, p. 155;
Mooch sonrió, con triste t. II, p. 125; t. III, p. 40,
ironía, y replicó muy tran­ p. 238, y passim.
quilo: 1038. En efecto, este académico
—Mayor desgracia es ser describía así al principal
hombre. personaje masculino, Isaac
Hablan luego de un amigo C o c h b a s , en Le Puits de
fallecido: «Era uno de esos Jacob:
judíos jóvenes, consumidos «Al faltarle el prestigio de
por una inteligencia y un su espléndida mirada, su
ardor generosos, que se re­ apariencia quedaba reducida
sienten ante la dureza que a la de un pobre aborto pa­
les rodea, que asumen la tizambo que vestía un ri­
tarea de enderezar su raza dículo traje gris donde flo­
y a través de su raza, el taban sus escuchimizadas
mundo, que se devoran a piernas, sus brazos remata­
sí mismos, que se abrasan dos por unas manos huesu­
por todas partes y que se das de tísico, manchadas de
inflaman, en breves horas, pecas.» Por lo que atañe a
como una tea resinosa». Y la «espléndida mirada», lee­
en este contexto, un comen­ mos un poco antes: «Mien­
tario de autor: «El privile­ tras así hablaba, se quitó
gio de ser una raza tan an­ las gafas. Agar parecía cohi­
tigua exige un precio muy bida. Se le acababan de apa­
alto. Hay que cargar con un recer los ojos de Isaac Coch­
haz aplastante de pasado, de bas. Ojos de miope, aunque
sacrificios, de momentos ex­ aterciopelados y oscuros, ad­
tenuantes (...) El Hastío, el mirables de tristeza y de pe­
inmenso hastío semita, sin netración. Difundían por el
relación alguna con nuestro infortunado rostro una fuer­
hastío ario...», Dans la mai- za luminosa». Le Puits de
son, ed. «Obras completas», Jacob, París, 1925, pp. 59-
París, 1932, pp. 95-99. No 60, p. 46.
debemos olvidar que el gran La lectura de esta novela,
auge literario de R. Rolland, sin embargo, nos llevaría a
nacido en 1866, se produjo calificarla de breve enciclo­
poco antes de la guerra. pedia de los tópicos de la
1034. Cf. Tbérése Desqueyroux, primera posguerra por lo
454 La Europa suicida

que respecta a las imágenes caballería, o el del médico,


de la judía y del judío. etc....
1039. Réflexions sur la question 1041. Réflexions..., pp. 142-143.
juive, col. «Idées», París, 1042. Cf. Chronique des Pasquier,
1954, p. 74. t. X, «La Pasión de Joseph
1040. Ibid., p. 123. Sartre añade Pasquier», París, 1949, p.
que cuando el personaje así 401, y t. V, «El desierto de
descrito tiene que viajar a la Biévres», París, 1955, p. 230.
Alemania nazi, hacia 1934, 1043. En Psicología colectiva y
por negocios, su madre se análisis del Yo, 1921, cap.
nutre de ilusiones: «Oh! Es­ VI; El malestar en la civi­
toy muy tranquila, nadie di­ lización, 1929, cap. V; y
ría que es judío». Moisés y el monoteísmo,
1934-1938, primera parte,
El problema en sí no tiene
nada de sencillo, sobre todo cap. «D», en donde Freud
visto desde nuestra perspec­ recuerda que los judíos no
son asiáticos de raza extran­
tiva del último cuarto del
siglo xx. En Francia, el «ti­ jera, tal como afirman sus
enemigos».
po semita» parece al menos
1044. En Gilíes, e d . P a rís, 1965,
una noción ya vacía de con­
p . 26; c ita d o p o r W a r d i , Le
tenido, sobre todo después
Juif dans le román frangais,
de la afluencia de judíos
op. cit., p . 163.
norteafricanos, cuyo estilo 1045. Estas indicaciones me han
mediterráneo es muy dis­ sido proporcionadas amable­
tinto del de sus congéneres mente por Clara Malraux.
de origen alsaciano o polaco. 1046. Cf. más arriba, pp. 100-101.
Además, podemos argüir ra­ 1047. Cf. Charlotte W a r d i , op.
zonablemente que la actual cit., p. 151.
generación se ha alejado del 1048. Datos amablemente confir­
«tipo» de estos últimos; si mados por el profesor Serge
es que alguna vez hubo tipo. Lebovici; Sophie Morgens-
A tal fin, recuerdo una dis­ tern, que trabajaba con el
cusión que sostuve en su profesor Heuyer, se suicidó
momento con un amigo psi­ en junio de 1940.
coanalista, después de que 1049. Cf. más arriba, p. 277.
aparecieran las Kéflexions. 1050. A estas alturas del texto,
Coincidimos en acordar que impresionan la incorrección
lo que se entendía bajo ese sintáctica o el lapso. Dado
«tipo», en la especie, era que el substantivo femenino
fundamentalrnente una con­ era «literatura», he creído
ducta y una mímica, simila­ que así se completaba la fra­
res a las que evoca Sartre se en consecuencia, tras ha­
cuando habla de «la danza berla discutido con mi amiga
de los camareros». Sólo ca­ Lucette Finas.
bría admitir un tipo de ju­ 1051. Cf. Journal 1889-1939, ed.
dío dentro de esta valora­ La Pléiade, p. 397. La larga
ción —cf. el del oficial de diatriba en cuestión cogía a
Notas 455
Léon Blum (por su condi­ los pómulos salientes y un
ción de literato) como punto mentón agudo. Tenía la tez
de arranque. pálida, tirando a amarilla...»,
1052. Cf. Journal 1939-1949, op. etc....
cit., p. 320. Gide también 1054. Le Retour de Silbermann,
hablaba de Blum, esta vez ed. cit., p. 255.
con elogios, pues éste le aca­ 1055. David Golder, ed. París,
baba de mandar una carta 1963, p. 187.
amistosa. Por lo que atañe 1056. Cf. al respecto el tomo pre­
a las Réflexions de Sartre, cedente de esta Historia,
las consideraba arbitrarias y De Voltaire a Wagner, op.
confusas, a excepción del cit., p. 279.
párrafo que he citado poco 1057. Cf. Ibid., pp. 363-364. Re­
antes, «Los judíos son la leyendo el artículo en cues­
gente más dulce que existe», tión, que examina a los auto­
etc.... Comentaba este párra­ res románticos de primera
fo de la siguiente manera: y segunda fila, creemos ad­
« ¡Bravo, Sartre! Coincido vertir la continuidad de una
contigo de todo corazón. tradición, o más bien de
Aún así, hay un “problema una práctica: «Cuando se
judio”, angustioso, obsesivo, les agota la imaginación, cha­
y que tardará en resolver­ pucean una historia de ju­
se.» díos. No existe aprendiz de
1053. Cf. Silbermann, seguido de narrador, ni el peor fabri­
Le retour de Silbermann, cante de folletones, que no
París, 1946, p. 12. Más ade­ lleve urdida la pintura fan­
lante, p. 152, se alude al tástica del judío de anta­
«rostro algo asiático» de Sil­ ño...», etc....
bermann, y a los inquietan­ 1058. Hoy en día, los racistas
tes pensamientos que des­ franceses aprovechan esta
pierta en el narrador. En arma como principal signo
efecto, cree que su amiguito de identificación, sobre todo
judío, despedido por la Sra. desde las columnas del pe­
Lacretelle, la va a apuñalar riódico Le Parisién libéré,
de inmediato. Resurge aquí que en cualquier ocasión in­
claramente ese «terror in­ dica que el constructor de
fantil de los cristianos», que aviones Marcel Dassault se
comentaba Drieu La Rochel- llamaba Bloch antes de 1939,
le. que la madre de Simone
Más arriba, en la p. 12, la Veil, ministro de Sanidad,
descripción de la fealdad ca­ se llamaba Jacob, etc.... Ob­
racterística del niño ocupa viamente, la aplicación del
unas doce líneas; «Era baji­ arma funcionó a una escala
to y de aspecto enclenque. mucho más amplia durante
Como se volvía y hablaba el gobierno Blum, en tiem­
con sus vednos, pude verle pos del Frente Popular. Es
bien la cara, muy formada obvio asimismo que, en prin­
ya, aunque bastante fea, con cipio, se remonta a la difa-
456 La Europa suicida

marión del apellido judío, base a la de la raza aria:


desde los primeros siglos «en una población mezclada,
cristianos. Véase también, la raza inferior expulsa a la
por lo que atañe a 1914- otra», etc.... Véase sobre este
1918, más arriba, pp. 303- autor más arriba, p. 62 y
305. Le Mythe aryen, pp. 279-
1059. Cf. Heiiri G u il l e m in , Na- 280.
tionalistes et «nationaux» 1062. Cf. L ’Éole des cadavres,
(1870-1940), op. cit., pp. 1938, ed. París, 1942, p. 65.
295-297. Doy las gracias a mi amigo
1060. Cf. Bagaíelles pour un mas- Pierre Freidenberg por ha­
sacre, París, 1937, p. 73 y berme comunicado los párra­
p. 306. fos pertinentes del antise­
1061. Bajo el título Dies irae — mitismo celiniano.
La fin du monde civilisé, el 1063. Cf. L. P o liakov , De l'anti-
iluminado antropólogo Geor- sionisme ¿t l’antisémitisme,
ges Vacher de Lapouge es­ P arís, 1969, p . 57.
cribía en 1923: 1064. C itado por Je a n C h a v a n -
«...Esos malos descendientes d és , Éíé 1936, La victoire
del mono, que aún se en­ du Front populaire, P arís,
cuentran en los prelimina­ 1966, p p . 339-340.
res de la vida espiritual, 1065. Cf. más arriba, p. 82.
constituyen la gran masa de 1066. Cf. Pierre-Marie D io u d o n -
la humanidad. Tienen dere­ NAT, Je suis partout (1930-
cho al fusil y a la papeleta 1944), Les maurrassiens de-
de voto. Varias son las ne­ vant la tentation fasciste,
cesidades de su vientre, París, 1973, pp. 251-252,
pero nulas las de su cere­ pp. 224-225, p. 252 y p.
bro (...) La Europa senil 255.
no ha aprendido nada ni Los números especiales lle­
nada ha olvidado. Perduran vaban el título de «Los ju­
los tiempos de antaño. Ro­ díos», 1938, y «Los judíos y
bos y matanzas todavía, en Francia», 1939, cf. ibid., p.
pequeñas o grandes cantida­ 251.
des. Y farsas. Y peregrina­ 1067. También se trataba de una
ciones, y el sustento a base infracción al protocolo di­
de jesuíta en conserva. Y plomático. Cuando el minis­
las lecciones sobre Cicerón. tro nazi de Asuntos extran­
Reina la sífilis y gobiernan jeros visitó París, Mandel y
las tabernas.» («Europe», Zay fueron los únicos minis­
octubre de 1923, pp. 59-67.) tros franceses no invitados
Vale la pena leer todo el a la cena usual en el Quai
artículo, para convencerse d’Orsáy. «Al día siguiente,
de una filiación que crío 7 de diciembre de 1938,
ignorada. Georges Bonnet confía a su
Para Vacher de Lapouge, homólogo alemán el gran in­
esta decadencia del género terés que siente Francia por
humano se explicaba en solucionar el problema ju­
Notas 457
dio»; cf. B . B l u m e n k r a n z 1077. Fest, Hitler..., op. cit, t. I,
y al., Histoire des Juifs en p. 160. Henri R o l l i n , L’A-
France, Toulouse, 1972, p. pocalypse de notre temps,
374. Les dessous de la propagan-
1068. Cf. Jean G ir a u d o u x , Pleins de allemande... París, 1939,
pouvoirs, París, 1939, pp. 76 p. 159.
y sgs. Por esa época, Girau­ 1078. Cf. L a q ueur , op. cit., pp.
doux era comisario de pro­ 109-118, y también H. Roi.-
paganda del gobierno Dala- lin , op. cit., pp. 154-157.
dier. 1079. He seguido aquí la traduc­
ción de M. P a r ija n in e , Ca-
vderie rouge, París, 1959,
orientado por la hermosa y
CONCLUSION escrupulosa tesis de Marc
R ix t e l , Thémes et milieux
juifs dans l’oeuvre d'Isaac
1069. Cf. G. Brun y V. M a m a t e y , Babel, Universidad de París,
The world in the 20th cen- III, 1971. Doy las gracias a
tury, Boston, 1962, p. 894. Marc Rittel por haberme co­
1070. Cf. los trabajos de Hans municado este trabajo inédi­
R o g g er , y en especial The to.
Formation of the Russian 1080. La macabra comicidad del
Right, «California Slavic relato destaca aún más por
Studies», III, 1964, p. 86. el hecho de que el «blanco»
1071. La sinagoga se encuentra en que se expone a la justicia
la calle Buffault, n.° 28-30; militar, tal como regularmen­
la redacción de las Dernié- te desean los judíos, es el
res Nouvelles tenía su sede propio padre de Vassili Kur-
en el n.° 9 de la misma diukov, autor de la carta.
calle. Cf. «Mis notas» de 1081. Cf. Jo h n S. C urtiss , «C hurh
M a r k o v , manuscrito comu­ a n d State», en The Trans­
nicado por la «Wiener Li- formaron of Russian Society,
brary» de Londres. Sobre C yril E . Black, ed. Cam-
Nicolás Markov, llamado bridge-M ass. 1960, p. 414.
«Markov II», fundador de 1082. S. A gu rsky , Un voyage sur
la «Unión de Miguel el Ar­ «la révolution d’Octobre»,
cángel», véase también más «Die Kommunistische Welt»,
arriba, p. 152. n.° 5, agosto de 1919. Este
1072. Cf. Lo que no nos gusta artículo me ha sido señalado
de ellos..., op. cit., pp. 47- por M. Agursky.
49. 1083. Cf. La tribune juive, n * 140,
1073. Ver p. 192. 1922.
1074. Ver p. 204. 1084. Ver más arriba, p. 209.
1075. Cf. Walter L a q u eu r , Russia 1085. Estos «disidentes nacionalis­
and Germany, A Century of tas», protegidos, al parecer,
Conflict, Londres, 1962, p. por los círculos militares,
51. suelen recibir el calificativo
1076. Ibid., pp. 50-78 y passim. de «Cien Negros», como an­
458 La Europa suicida

taño. Cf. al respecto D. M. un rato después, cambiaron


Nationalism
P o s p ie l o v s k y , de opinión y desataron a la
as a Factor of Dissent in the víctima, evitando probable­
Contemporary Soviet Union, mente su muerta lenta. Tam­
«Canadian Review of Stu- bién se supo que de estos
dies in Nationalism», vol. II, cinco aprendices de verdugo,
n.° 1, y Russian Nationalist uno era hijo de sacerdote y
Thought and the Jewish otro hijo de un ex oficial.
Question, «Soviet Jewish Descubrí este suceso en la
Affairs», VI, 1976, n.° 1, «Carta 16» de las «Instruc­
pp. 3-17. ciones a las escuelas» titula­
1086. Discurso citado por el Prav- das Sobre la lucha contra el
da del 26 de noviembre de antisemitismo en las escue­
1926; cf. L. P o l ia k o v , De las, Moscú 1929.
Vantisionisme á Vantisémitis- 1091. En este capítulo, Soljenit-
me, París, 1969, p. 44; los syn, tras evocar indignado
datos aquí mencionados son las campañas antisemitas sta-
objeto en esta obra de una linistas, pone en boca del
amplia documentación. mayor Adán Roitman, un po­
1087. En 1918-192Ó, hubo muchos licía relativamente humano,
escritos y discursos que re­ esta recapitulación de su pa­
cogían este temor; cf. Ran sado: «Un episodio de su
Marom, The Bolsheviks and
infancia, profundamente hun­
the Balfour Declaration 1917-
dido en su memoria y olvi­
1920, The Wiener Library
dado durante largos años,
Bulletin», N. S„ XXIX,
emergió con implacable niti­
1976, n.° 37/38 pp. 20-29.
dez a la superficie de su nu­
1088. Cf. los datos del censo de
blada mente, en plena no­
1926, comentados en el fo­
lleto Los judíos en la URSS che. A los doce años, Adán,
(en ruso), Moscú, 1929. luciendo la corbata roja de
' 1089. Cf. De l’antisionisme ¿ l'an- los pioneros, temblándole la
tisémitisme, op. cit., p. 47. voz de dignidad herida, pe­
1090. En 1928, un periódico de día que un agente de los
Moscú aireó el «caso del enemigos de clase fuera ex­
lago», pese a que inicialmen­ pulsado de los jóvenes pio­
te las autoridades escolares neros y del sistema escolar
locales habían querido echar soviético. Mitka Chtitelman
tierra al asunto. En la pe­ había hablado antes que él
queña ciudad de Ostachkov, y Michka Luksemburg, des­
cinco alumnos arrastraron a pués. Todos habían denun­
un condiscípulo judío hasta ciado a su compañero Oleg
las orillas del lago Seliguer, Rojdestenski como culpable
que estaba helado, y lo ata­ de antisemitismo, de frecuen­
ron a un árbol, diciendo: tar la iglesia y de tener un
«Jid, vosotros crucificasteis origen de dase extranjero...
a Cristo. Ahora nos toca a mientras hablaban, lanzaban
nosotros crucificarte». Pero miradas de exterminio al
Notas 459

amedrentado chico sometido 1096. Erich María R e m a r q u e , Der


a juicio. Weg zurück, ed. Francfort/
(...) Adán Roitman no era M, 1975, p. 29.
el instigador. Lo habían me­ 1097. Cf. Weltgescbicbte des 20
tido en el caso, pero, aún Jahrhunderts, t. 3, «Die Re-
después de muchos años, tan­ publik von Weimar», Mu­
ta ruindad le hacía sonro­ nich, 1976, pp. 8-9.
jarse de vergüenza. 1098. Cf. Harry K e s s l e r , Tagebü-
¡El círculo del mal! ¡El cher 1918-1937, Frankfurt/
círculo del mal! Y no había M. 1961, p. 29.
modo de romperlo...» El 1099. Los sentimientos del tenien­
primer círculo, en la trad. te Graf, cf. más arriba, p.
fr., París, 1958, p. 425. 176: «Sería una deshonra
Creo que esta clase de epi­ para el pueblo alemán verse
sodios son menos típicos en salvado por un semita», te­
el pasado soviético que «el nían precedentes . que como
caso del lago» antes citado, mínimo se remontaban a la
aunque quizá sería empresa guerra de los Treinta Años:
sobrehumana querer medir «Antes seguir enfermo si tal
exactamente los segmentos es la voluntad divina, que
de este «círculo del mal» de sanar con la ayuda del dia­
los niños. blo», exclamaba el clero de
1092. Cf. más arriba, p. 285 y Francfort en 1652; y el de
sobre todo mi volumen pre­ Halle, por esa misma época:
cedente, De Volt (áre a Wag- «Antes morir en Cristo que
ner, pp. 271-317. curarse por obra de un mé­
1093. Entrevista que Stalin conce­ dico judío y de Satanás.» Cf.
de en noviembre de 1931 al mi texto «El diablo y los
corresponsal de la Agencia judíos», en Entretiens sur
telegráfica judía. Pravda la l’Hotnme et le Diable, bajo
publicó más tarde, en Mos­ la dirección de Max Milner,
cú, el 30 de noviembre de París, La Haya 1965, p. 192.
1936; la única obra «anti­ 1100. Cf. «Die Zeit der Weimarer
antisemita» que después se Republik» en Monumenta
publicó durante la guerra, Judaica, Beitrage zu einer
debida al académico V. V. Gescbicbte dér Juden in
Struvé, llevaba el adecuado Deutschland, Colonia 1963,
título de El antisemitismo pp. 403-404.
fascista — un vestigio del 1101. Cf. más arriba, p. 182.
canibalismo, Moscú 1941. 1102. Cf. Tagebücber, 13 de no­
1094. Cf. Svetlana A l l il u y e v a , viembre de 1919, p. 26.
Only One Year, Londres 1103. Cf. más arriba, p. 336.
1969, p. 162. 1104. Cf. Werner J o c h m a n n ,
1095. Cf. íly a Z il b e r b e r g , From «Die Ausbreitung des Anti-
Russia to Israel. A Personal semitismus», en Deutsches
Case-History, «Soviet Jewish Judentum in Krieg und Re-
Aífairs», n.° 3, mayo de volution, 1916-1923, Tubin-
1972, pp. 44-45. gen, 1971, p. 446, nota 128
460 La Europa suicida

1105. Kessler, Tagebücber, 28 de teraria soviética, este libro


noviembre de 1919, p. 114, está considerado como suma­
y Saúl Friedlander, «Die mente pornográfico. Cf. W.
politischen Veránderungen B er g m a n , Soviet antisemi-
der Kriegszeit», en Deutscbes tic pornography, «Soviet
Judentum..., p. 37. Jewish Affairs», n.° 2, 1971,
1106. Otado por S. F r ie d l Xn d e r , pp. 119-125.
ibid., p. 51. 1115. Octavilla n.° 14 del «Aus-
1107. Integrado por O. Cohn, en schuss für Volksaufklarung»;
su condición de miembro de cf. H. P r o ss , Die Zerstórung
una comisión investigadora, der deutscben Politik, Do-
Hindenburg se sacó del bol­ kumente 1871-1933, Franc-
sillo y leyó una nota prepa­ fort/M, 1959, p. 254.
rada de antemano, que des­ 1116. Hans B l ü h e r , Die deutsche
cribió cómo al ejército im­ Wandervogelbewegung ais
perial le habían asestado erotiscbes Phanomen. Cf.
«una puñalada en la espal­ asimismo Die Rolle der
da*. Cf, Helmut H e i b e r , Erotik in der mannlicben
«Die Republik von Wei- Gesellscbaft, 1917.
mar», op. cit., pp. 65-66. 1117. Ver la perspicaz obra del pe­
1108. K e s s t e r , Tagebücber, 13 de riodista católico Raoul Pa-
noviembre de 1919, p. 29. t r y , La religión dans l'Alle-
1109. Cf. más arriba, p. 192. magne d’aujourd'bui, París,
1110. En el sentido particular del 1926, p. 138, p. 163 y p.
siglo xvi francés. 167.
1111. Cf. W. J o c h m a n n , estudio 1118. Cf. De Voltaire ¿ Wagner,
citado, pp. 456-460. pp. 393-440, y Le Mytbe
1112. W. J o c h m a n n , califica a aryen, especialmente pp. 224-
este Judas Scbuldbuch de 262 y 321-345.
«Programmschrift», ibid., p. 1119. Estas son las palabras que
459. von Salomon pone en boca
1113. Cf. F. R o d e m c h -St o l t - de Kern, el jefe: «Me sería
h e i m , Das Ratsel des jü- insoportable que de las mal­
discben Erfolges, Leipzig ditas ruinas de hoy saliera
1919, y el análisis a que otra vez cierta grandeza. Que
procede S aü l Friedlander en Rathenau haga lo que los
Deutscbes Judentum..., pp. charlatanes llaman política
63-64. de ejecución. Qué nos im­
1114. En 1970, las ediciones mili­ porta a nosotros, que lucha­
tares de Moscú (Voienisdat) mos por objetivos más eleva­
publicaban la larga novela dos. No luchamos para que
de Iván C h e v t s o v , Liubov el pueblo llegue a ser feliz.
i nenavist, «Amor y odio», Luchamos por imponerle un
dedicado sobre todo a des­ destino. Pero si ese hombre
cribir las técnicas que usan le diera nuevamente al pue­
los judíos para seducir a las blo una creencia, si nueva­
mujeres rusas. En la pers­ mente le devolviera una vo­
pectiva de la producción li­ luntad... Bueno, yo no po­
Notas 461
dría soportarlo (...) La san­ Universidad de París VIII.
gre de ese hombre ha de se­ Para las citas que siguen,
parar irreconciliablemente lo cf. p. 61, p. 63 y p. 67.
que debe separarse para 1129. Cf. Max W e b e r , Le savant
siempre». Les Réprouvés, et le politique, col. «10/18*,
trad. fr., París, 1931, pp. París 1959, p. 61.
244-248. 1130. Golo M a n n , Der Antisemi­
1120. En Deutsches Judentum, op. tismus, op. cit., p. 16.
cit., p. 485. 1131. K es sl e r , Tagebücher, 15 de
1121. Cf. Ernst D e u e r l e in , Hit- noviembre de 1921, p. 347.
lers Eintritt in die Politik 1132. Carta de Einstein del 9 de
und die Reichswehr, «Vier- noviembre de 1919 y carta
teljahreshefte für Zeitge- de Born del 16 de julio de
schichte», VII, 1959, pp. 1920; cf. Albert Einstein,
177-227. Hedwig und Max Born,
1122. Sa l o m o n , Le Questionnaire, Briefwechsel 1916-1955, pró­
trad. fr., París, 1953, p. 108; logo de Werner Heisenberg,
S o r l in , L‘antisémitisme alie- Munich 1969, p. 36 y p. 55.
mand, París, 1969, p. 67; 1133. Cf. La Genése du X IX ‘
J o c h m a n n , p. 495; Golo siécle, trad. fr., París 1913,
M ann , Der Antisemitismus, pp. 750-754 y 1.058-1.060.
Frankfort, M . 1962, p . 27. 1134. Cf. Ronald C la r k , Einstein,
1123. Cf. Saúl F r ie d l a n d e r , His Life and Times, Nueva
Deutsches Judentum, p. 49, York, 1972, p. 316.
citando una conferencia dada 1135. Cf. La locución alemana
por Golo Mann en una re­ «Das Kind mit dem Bade
unión del Congreso judío ausschütten», tirar al niño
mundial, bajo el título «Ale­ con el agua del baño.
manes y judíos, un proble­ 1136. Para una encuesta que se
ma insoluble», Bruselas, 4 puso difícil por la reticencia
de agosto de 1966. Las cur­ que mostraban los autores a
sivas pertenecen al autor. la hora de entenderse sobre
1124. Sobre el «Turnvater» Frie- diversas iniciativas adoptadas
drich-Ludwig Jahn, ver el en 1933-1945 por Heisen­
vol. III, pp. 396-404. berg, he utilizado: S. A .
1125. Cf. las estadísticas en de­ G o u d s m it, A I so s , The fai-
talle publicadas por H. lure in Germán Science,
P r o ss , Die Zerstorung der Londres, 1947; D. I r v i n g ,
deutschen Politik, op. cit., The Virus House, Germany's
pp. 260-261. Atomic Research..., Londres,
1126. B. Se g e l , Die Protokolle 1967; R. J u n g k , Heller ais
der Weisen von Zion kritisch tausend Sonnen..., Stuttgart,
beleuchtet, Berlín 1924, p. 1956; Joachim L e i t h a u s e r ,
38. Werner Heisenberg, Berlín,
1127. Cf. más arriba, p. 43. 1957; Hermann A r m in , Hei­
1128. G. M i c h a l s k i , L’antisémi­ senberg, Hamburgo, 1976.
tisme dans les universités Mi amigo Georg Heintz, de
allemandes de 1919-1925, Worms, se tomó la molestia
462 La Europa suicida

de comunicarme el n.” del 1143. Es el título de la conferen­


Vólkiscber Beobachter que cia pronunciada por Golo
contenía el artículo de Hei- Mann en una reunión del
senberg. Congreso judío mundial, el
1137. Cf. Das Scbwarze Kórps, 15 4 de agosto de 1966, Bruse­
de julio de 1937. Internado las.
en 1933 en un campo de 1144. Conferencia dada por el pro­
concentración, donde murió fesor Mann en el club Rhein-
en 1938, Cari von Ossietzky Ruhr, el 14 de junio de
había recibido en 1935 el 1960, cf. Der Antisemitis-
premio Nobel de la paz. mus, op. cit., p. 28.
1138. Cf. Los documentos publi­ 1145. Como no sea para evocar la
cados por Goudsmit, A l sos..., venganza judía: en «recua­
op. cit., pp. 116-119. dros», nueve personalidades
1139. Ibid., p. 115., emiten su opinión, y forzo­
1140. Cf. D. I r v in g , The Virus samente los tres judíos (Yit-
H ouse..., op. cit., passim. zhak Rabin, Simón 'Wiesen-
1141. Cf. la ponencia de Heisen- thal, Werner Nachmann) se
berg, y sobre todo las discu­ muestran más reservados que
siones de los días 4 y 5 de los seis políticos alemanes,
septiembre de 1958, en que usan de todos los argu­
L'homme et l’atóme, Neu- mentos para obtener el ínte­
chátel 1958, pp. 37-53 y 189- gro perdón. Por lo que res­
201 . pecta al artículo en sí, Quick
1142. Cf. La trad. fr. Physique explota la cuerda sensible,
et philosophie, París, 1961, describiendo el lamentable
p. 190. Sobre el fondo de estado de Rudolf Hess y de
la cuestión, los físicos nu­ otros cuantos ancianos, que
cleares a quienes he consul­ siguen detenidos por críme­
tado, y especialmente Jean nes de guerra. Quick, 25 de
Adam, del C.E.R.N., y Sid- noviembre de 1976, pp. 14-
ney Galés, del C.N.R.S., han 21; doy las gracias al profe­
mostrado una actitud de re­ sor F. Raphael, de la Univer­
serva, sin pronunciarse for­ sidad de Strasbourg, que me
malmente contra la posibi­ ha señalado este artículo.
lidad de existencia de una
«tercera constante».
INDICE

Prefacio de Jorge Semprún, 5

Introducción, 11

PRIMERA PARTE (1870-1914), 17

I. Los países germánicos; la imagen del judío, 19


II. Francia con anterioridad al «Caso», 48
III. Rusia, 86

SEGUNDA PARTE (1914-1933), 163

IV. La primera guerra mundial, 165


V. El imperio ruso, 191
VI. Gran Bretaña, 219
V II. Estados Unidos, 255
V III. Francia, 296

CONCLUSION, 355

NOTAS, 389
Este cuarto volumen de la His­
toria del Antisemitismo, LA
EUROPA SUICIDA 1877-1933,
compuesto en tipos Garamond de
8 y 10 puntos por Gráficas Dia­
mante, se terminó de imprimir
el 20 de setiembre de 1981 en
los talleres de Gráficas San Ju­
lián, Avda. San Julián s/n, Gra-
nollers.

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