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Felicidad - Emilio Carballido
Felicidad - Emilio Carballido
EMILIO CARBALLIDO
PERSONAJES:
CUCA (REFUGIO)
OFELIA
SERGIO
MARIO
EMMA
VILLEGAS
ORTEGA
DECORADOS
LA CASA
Hay un absurdo pasillo en T, con la tilde en el proscenio mientras el palo mayor va al fondo,
dividiendo la escena en dos y terminando en una angosta escalera; ésta sube en seis peldaños en la
misma dirección y tuerce después a la izquierda. También al fondo, una puerta conduce al garage. A
la derecha está la sala, estrecha, amueblada con un ajuar pullman, viejo y feo.
A la izquierda, el comedor, amueblado con un ajuar completo que data sin duda de los años de
treinta y pico. Al fondo, puerta a la cocina. Cuadros de flores y frutas. Ventana a la izquierda. Linóleo,
muy gastado.
Todo está limpio, cuidado hasta donde es posible. Todo muestra detalles y toques femeninos;
cortinas, tapetes bordados, flores baratas, etcétera. Pero todo también está apretado y falto de
espacio.
Por la arquitectura torpe de la casa, podría creerse que está en la colonia Estrella. Por los recovecos,
el pasillo y los múltiples hexágonos ornamentales, se adivina que fue construida al empezar la
década de treinta.
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EL JARDÍN
La vegetación cubre todo el fondo, como una cortina. En primer término, derecha, una banca de
fierro. Flores.
PRIMER ACTO
LA CASA
CUCA.-(Sonriente.) Sí, señor, que le vaya bien. Adiós. Cuidado con la reja, que está un poco zafada.
Adiós. (Cierra: seria y preocupada, de pronto.) Ay, Dios.
OFELIA.-¿Ya, mamá?
CUCA.-¿Ya qué?
OFELIA.-¿No?
CUCA.-Ay, no, hija, qué va. Creo que quieren pagarnos a plazos.
CUCA.-Sí, y no tienen para cuando. Figúrate, darnos todo en cantidades mensuales. Así qué chiste,
¿no?
CUCA.-¿No podrán?
CUCA.-¿Tú crees?
OFELIA.-Va a salir con que es mejor tener una entrada segura, o algo así.
OFELIA.-¡No, mamá, cómo va a ser mejor! Que les den todo de una vez. ¡Veinticinco mil pesos! Ay,
lo que yo haría con ese dinero.
CUCA.-Claro, yo digo.
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OFELIA.-¿Papá te dijo?
OFELIA.-¡Siete quincenas!
CUCA.-Yo no sé por qué se tarda tanto. Hija, ya no es posible; le debemos a Rochita, y con
intereses, a mi tía Clara, al papá de Aurora... Tu madrina me prestó lo de este mes y ya está
acabándose. No tengo cara para ver a nadie. ¿Quién va a creer que pasan siete quincenas sin que
paguen? Maldita la hora en que lo ascendieron.
CUCA.-La profesora Llamas se lo decía, ella nunca ha aceptado un ascenso porque no puede
esperarse tanto tiempo sin cobrar. Por cierto para el aumento. ¿Qué pasará? ¿Será que se gastaron
el dinero?
OFELIA.-Mamá, ¿cómo crees? Si no es dinero, son cheques. Es que en Hacienda son tantos los
trámites.
CUCA.-Y ese hombre de la póliza se estuvo aquí una hora. ¿Me ayudas con la comida?
OFELIA-Sí, mamá.
CUCA.-Ni la cama he podido tender, está la pieza tirada. Hacía yo cuentas: el aumento no alcanza
para una criada.
OFELIA.-¡Qué va a alcanzarles!
SERGIO.-Preciosidad.
SERGIO.-¿Qué tal, mamá Cuca? Le traje sus vitaminas. (Las saca de un grueso portafolios.)
OFELIA.-Mamá, ya no tomes vitaminas. Te vas a poner hecha un tonel. ¿Cuánto pesas ya?
OFELIA.-De todos modos te pintas el pelo. Te lo habías de dejar como aquella señora que vimos en
Madero.
SERGIO.-¿Cuál señora’
OFELIA.-Una preciosa, con pelo blanco, azulito. Si las canas son muy bonitas.
CUCA.-Esa señora era guapa, delgada, alta, y traía en ropa lo que nosotros gastamos en un año.
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SERGIO.-No es cierto, Cuquita era la más guapa.
CUCA.-Sí, era, porque ahora... y engordo de aire, más mal no podemos comer.
La levanta, le da vueltas.
CUCA.-¡Sergio, me mareas! Voy a arreglar la pieza. Te encargo la cocina, hijita (Sube la escalera y
sale.)
SERGIO.-Qué bien. Llego a la casa: nadie. Ya siento como si no pudiera dejar de ser tu novio;
siempre estás en la casa de tus papás.
SERGIO.-Bueno, anda, ayúdala. Ya me parecía que no era muy feliz idea vivir aquí enfrente.
OFELIA.-¿Vas a empezar?
SERGIO.-Tú también.
OFELIA.-No es lo mismo.
OFELIA.-Bien.
SERGIO.-¿De veras?
OFELIA.-Sí, figúrate, mamá me había metido miedo con las náuseas y los dolores y no sé cuántas
cosas. Estoy como si nada.
SERGIO.-Ella era una madre muy sana. Muy linda. (Se la sienta en las piernas.) Pesas más, oye.
OFELIA.-Claro, tonto (Se besan.) ¿Vas a quererme cuando esté gorda y fea?
SERGIO.-Sí, sí, mucho, muchísimo. Ella será la gorda más preciosa de México.
OFELIA.-Lo llevó la pobre mamá, hizo cola y no quisieron prestarle nada. Como está tan viejo.
OFELIA.-¿Por qué?
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SERGIO.-Queridita, va a llegar tu santo papá y me va a contar todas sus experiencias como maestro
en estos veinticinco años.
OFELIA.-No seas grosero. Después de que le gusta platicar contigo. Tú sabes que el pobre no tiene
amigos.
OFELIA.-No digas mentiras; lo que pasa es que es retraído y hogareño. A ti te quiere bastante.
SERGIO.-Sí, tanto trabajo que me costó conquistarlo, y todavía así la encanta hacerme peladeces
de vez en cuando.
SERGIO.-Bueno, (Se queda oyendo.) Qué padre está eso. Necesitamos un radio.
OFELIA.-Pobrecito.
SERGIO.-Voy a seguir en la tarde, para estarme mañana tirado todo el día. ¿No les has dicho nada?
OFELIA.-¿De qué?
SERGIO.-Del sablazo.
SERGIO.-¿Tu crees?
OFELIA.-Eso sí.
SERGIO.-¿Y qué es mejor? ¿Qué estuvieras metida en una botica hedionda o que te hayas casado
con un joven brillante?
OFELIA.-Si mal no recuerdo, el préstamo será para meternos en una botica hedionda.
SERGIO.-Debo materias de segundo, pero en realidad me faltan cuatro años. Fíjate, cuatro años y
médico.
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SERGIO.-Linda, después de repartir medicina todo el día, lo único que se me antoja en la noche es
un poco de glorioso technicolor... y un poquito de Ofelia. (La besa.)
OFELIA.-Siempre.
OFELIA.-Como quien dice, ya empecé, mira. (Va a la cocina. Entra y sale en derroche de actividad.
Pone la mesa del comedor.)
SERGIO.-Cuquita la guapa.
CUCA.-¿Una botica?
SERGIO.-Claro. ¿Se ha fijado que no hay una sola en todo el rumbo? La responsable sería Ofelia, y
ella la atendería. Yo podría seguir de agente y lo que entrara sería ganancia líquida, porque
viviríamos únicamente con mi sueldo. Les pagaríamos pronto, en poco más de un año.
CUCA.-Ay, Sergio, pero... Claro, sería muy bueno. Ganaríamos bien, ¿no? Podrían después hacer
sus ahorros.
SERGIO.-Y algo mejor, Cuquita: Dejaría yo de andar repartiendo muestras, podría leer, un poco,
estar en la casa. Me gustaría estudiar.
SERGIO.-Sí.
CUCA.-Eso habría sido Esteban, pobrecito. Ahora tendría 24 años... ¿por qué se morirán los hijos?
Sería tan buen que te recibieras.
SERGIO.-¿Cómo que no? Pero si no pueden ya tardarse más que días en pagarles.
CUCA.-Mira: Mario la tomó a nombre mío, por 25 años. Cada mes hacían un sorteo, y allí podía
tocarnos que nos dieran la cantidad enterita.
SERGIO.-Puros paleros.
SERGIO.-Pero no se murió.
OFELIA.-(Se les reúne.) Y ya pasaron 25 años, entonces tienen que pagar la cantidad íntegra. La
póliza no dice nada de abonos.
CUCA.-No, nada.
SERGIO.-Pues tienen que azotar, cash, cash, los veinticinco mil enteritos.
CUCA.-¿Verdad?
OFELIA.-Claro.
Se abre la puerta, entra Mario, usa barba y bastón, tiene muchas canas, viste muy mal
MARIO.-Ya va a estar, ya va a estar. Tengo clase a las cuatro, ayer llegué con tres minutos de
retraso.
CUCA.-¿Cobraste?
MARIO.-(Ruge.) ¡Naturalmente que no! (Se sienta, apaga el radio.) Este radio es un gastadero de
luz. ¿Van a comer ustedes aquí?
MARIO.-Esa pregunta es una verdadera estupidez. ¿Por qué no pagan? ¿Quién puede saberlo? Te
aumentan el sueldo, te dan una pizca más de la categoría que realmente mereces, ¿y entonces?
¡Papeles, papeles, cerros, montañas de papeles; firmas, vueltas, nadie entiende nada! Hoy estuve
en cuatro mesas de la oficina de egresos corriendo como un títere, de la una a la otra. Me enviaron
después, cuando quisieron, a las ventanillas de pago. Ya es un progreso: nunca había logrado llegar
allá. Me formé frente a la ventanilla doce; logré llegar después de una hora: me correspondía la
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once; volví a formarme, volví a llegar después de una hora: no estaban ahí mis papeles: fui a
preguntar a la ventanilla tres: no habían bajado. Volví a subir a egresos: ya era hora de cerrar.
CUCA.-Sí, sí, por eso lo dije. Pero, Mario, ya se acabó otra vez todo. No hay un centavo para
mañana. (Mario se aprieta la cabeza, Cuca las manos, repite.) Ni un centavo.
MARIO.-Pues mira, yo confió en una joven muy agradable que me ofreció arreglar todo.
MARIO.-Sí, una muchacha, una joven. Es que además de todo me lastimaba un clavo del zapato.
Allí medio arregle la molestia... Estaban observándome dos jovenzuelas, y a una le dio un ataque de
hilaridad, no sé por qué diablos. Finalmente, le dije cuatro claridades y la otra se avergonzó, yo
supongo, y empezó a darme disculpas. No veo qué tiene de cómico arreglarle un clavo a un zapato.
Y no quedó bien. ¿eh? a ver... (Se lo quita, le palpa el interior.) A ver, Ofelia, tráeme el martillo.
Ofelia obedece.
CUCA.-¿Y puede saberse qué tiene que ver tu zapato con el pago?
MARIO.-La joven decente, la que no se rió, se puso a platicar conmigo. Supo que me deben siete
quincenas y ofreció arreglarlo todo. Ya está. (Se calza, pisa, probando.) Ahora sí.
MARIO.-Con el bastón y un veinte. Muy amable esa joven. Dice que en menos de una semana podré
cobrar.
MARIO.-¿Tú crees?
SERGIO.-Claro.
MARIO.-¿Sería por eso? Pues yo no estoy dispuesto a sobornar a nadie. ¿Es posible? No lo creo,
parecía muy decente. En fin, hay tanta corrupción que no se sabe.
SERGIO.-Ya verá.
MARIO.-¡No hombre! ¿Cómo crees posible? Ni que fuera yo un jovencito. No, no. No lo creo.
MARIO.-Pues ultimadamente, no sería cosa del otro mundo; tú te casaste conmigo, ¿no?
OFELIA.-Yo, papá.
MARIO.-¿Y no te he dicho mil veces que no pongas los vasos boca arriba? Pueden caerles moscas.
MARIO.-No me importa. No quiero moscas en mis vasos. Si a ti te gusta ofrecerles vasos a las
moscas, ve a poner boca arriba en tu casa.
MARIO.-Si vinieras esta noche, Sergio, podríamos jugar una partidita de ajedrez.
MARIO.-Mete a hervir tus manos en los fideos, para que así se vuelvan sopa de tortuga.
MARIO.-¿Será cierto? Dicen que va a volver a bajar de peso. ¿Vinieron los de la póliza?
MARIO.-Claro, ladrones. Así bajará el peso cada vez más y menos será lo que paguen.
CUCA.-Yo no sé, tantas cosas, tantas esperanzas, y estamos peor que nunca. Le debemos a todo
mundo. Y bendito sea Dios que ya no está el espantajo de la casa.
MARIOA.-¿Espantajo?
CUCA.-Digo, cuando no acabábamos de pagarla. Aunque... ¡Mario este mes tocan las
contribuciones!
CUCA.-Ay, señor, y tantas esperanzas... Tu ascenso, los veinticinco mil pesos... ¿cuándo vamos a
ver todo eso? ¿Ay, es tan bonito pensar que por fin vamos a estar tranquilos y felices, ¿pero
cuándo?
CUCA.-A ver. Ningún dinero luce, siempre hay cuentas atrás. Pero me alegro tanto de tu ascenso.
MARIO.-Ayer me dijo la conserje: señor Inspector. Dígame maestro, señorita –le contesté-, es el
título más honroso para mí.
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CUCA.-Mario, ¿qué piensas hacer con tanto dinero? Si llegamos a tenerlo.
MARIO.-Guardarlo.
CUCA.-¿Te acuerdas cuando poníamos el radio para oír los sorteos? Nunca te conté, pero cada mes
hacía yo una lista de lo que podríamos comprar.
MARIO.-A mí no me habría hecho falta ninguna lista, de memoria me sabía todo lo que queríamos,
de tanto pensarlo y repensarlo...
CUCA.-No, claro que no. Es que era tan bonito, cada mes... ¿Cuándo dejamos de oír los sorteos?
¿Al año? ¿O después?
MARIO.-No me acuerdo.
CUCA.-¿Sabes? Lo que yo pensaba, en algún negocito, algo así... Fíjate, los muchachos podrían
ayudarnos...
MARIO.-¿Negocio de qué?
MARIO.-Que allí puede quedarse. Ya se recibió, ya está embarazada, le hacía mucha falta el título
para eso.
MARIO.-¿Y para qué gastamos? ¡Esa es la ayuda que nos da! Llenarse de hijos. Para eso
gastamos, para eso.
MARIO.-Pues ya.
Oscuridad
EL JARDIN
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EMMA.-(Canta.) Al mar, espejo de mi corazón, (bocado) mmmjh, mmmjh, jmh la la la, te he buscado
por doquiera que yo voy y no te puedo hallar. (Bocado.) Mmmjh, mhj, mmhm mmh tus besos si no
quieres ya besar, (Se estira al sol, bosteza) Ay, Dios mío, por qué no me manda a Acapulco. (Canta.)
Y tú, quién sabe por dónde andarás (bocado.) mmjh mj jm jm qué lejos estás de míííí.
(Entra Mario.)
EMMA.-Ya ve. Sobé mi lamparita de Aladino, y ya. Qué bueno que le pagaron. ¿Cómo hizo para vivir
todo este tiempo?
MARIO.-Sí, y yo quería, sabe... hacerle un regalito. Traerle, digamos… No pude cambiarlo todavía,
pero ahora que cambie... Si me dijera usted qué es lo que...
EMMA.-Oiga, yo no quiero “regalitos”. Ya sé lo que está pensando. Lo hice porque sí, no se crea que
soy de esas que viven de la mordida.
MARIO.-¡No, señorita Solórzano! Por favor, yo pensaba traerle unos chocolates, algo... Pero quería
saber lo que usted... Sabe, si fuera usted diabética y le saliera con unos chocolates.
EMMA.-No...
EMMA.-Hoy. También quiero una copa en un buen bar. Dios mío, estoy harta de mi vida.
EMMA.-Está el día tan lindo. Tal vez valdría la pena ir a Xochimilco ¿no? o a Chapultepec. Quiero
ver árboles, algo verde, agua.
EMMA.-Ay, profesor, dígame Emma. ¿Cómo es que se llama usted? Mario, ¿no?
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MARIO.-Mario Ramírez Cuevas para servirla.
EMMA.-Ay, ay, Dios mío. (Se retuerce.) Es que quiero llorar, o gritar.
EMMA.-Mi mamá está enferma, metida en un sanatorio. Me regañó mi jefe. Me pelié con Lupe, mi
amiga, ¿se acuerda? Porque la hallé besándose con mi novio. Y estoy de fastidio porque nunca me
pasa nada, ni hago nada, ni nada. Ay, profesor no sé qué tengo. (Suspira.) ¿Va a invitarme a comer?
EMMA.-¿Es posible?
MARIO.-Soy viudo.
EMMA.-¿Qué le pasó?
MARIO.-Murió
MARIO-Esteban.
MARIO.-No, no. Es... una señora así, gorda, casi una anciana, que me arregla mis cosas.
MARIO.-Sí.
MARIO.-¿No cree que cada quien tiene derecho a vestir según su gusto?
MARIO.-¿Para qué?
EMMA.-A mí me encanta el cine. Y Clifton es un viejo divino, tan elegante... Ay, profesor, se ha de
estar asando con esa gabardina...
MARIO.-No. Y soy (se golpea) delicado de los bronquios. Padecí una bronconeumonía en mi
juventud.
EMMA.-(Lo observa. Va a reprochar) Profesor... (Rectifica) ¿Sabe? Pensaba... que la ropa a la moda
rejuvenece.
EMMA.-No, no se enoje. Se lo digo como amiga. Es un poco de sorpresa. Se viste tan... raro, tan
diferente.
EMMA.-Usted quiere ser elegante al revés. No mal interprete, se ve interesante... No es que se vea
muy mal, sino cómo podría verse mejor. Claro esto tuvo su época... Se usó en ¿Cuándo?
EMMA.-¿Cómo?
MARIO.-Mire usted, no trato. Pero en un momento dado ya se acabó todo, ya no hay calor, ni
entusiasmo, ni... En un momento dado sólo queda trabajar, y la mujer enferma y los hijos... el hijo...
Se encuentra usted con la vejez, de golpe, y apenas tiene treinta años. Trabajo, trabajo. No hay por
qué aparentar más: uno es un viejo, el invierno ha llegado.
EMMA.-Ay Dios, ya me dio pena. Mucha pena. No vaya a creer que siempre estoy metiéndome así
con la gente. Es que... Ay, no sé qué tengo hoy. Estoy terrible, ¿verdad?
EMMA.-(Se carcajea.) Le dice como si fuera yo un plato de algo. (Seria.) Perdone, me hizo gracia.
Ande, Mario, ¿va a llevarme a comer y a tomar una copa? ¿Sí o no?
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EMMA.-Bueno, por favor espéreme aquí a las dos y media, en punto. ¿Eh? Ahora me voy a trabajar.
No llegue tarde.
Emma se va.
MARIO.-Emma.
EMMA.-¿Sí?
EMMA.-Entonces, nunca le cuente al jefe que no me halló en ningún lado. ¿Para qué vino a
buscarme?
MARIO.-¡A las dos y media! ¡Aquí! Ella se fue. El, preocupado, se sienta despacio. Saca un periódico
de la bolsa y empieza a leer. Oscuridad.
LACASA
SERGIO.-El sitio es espléndido. Lo que no me explico, para qué chihuahuas mandó hacer un garage
tu papá.
OFELIA.-Pues... no sé... todas estas casas tienen. Pero... de veras. No había yo pensado en eso.
OFELIA.-No creo. Ya ves que los tienen allí arrumbados. Eran de Esteban; tenía muchos, y buenos,
pero luego los empeñaba, o los vendía... Como siempre le hacía falta dinero... Pobrecito, le
encantaba leer.
SERGIO.-¿Lo de la póliza?
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OFELIA.-¿Cómo supiste?
CUCA.-Habló por teléfono. ¿Qué bueno, hija, qué bueno? A esa burra de la Rosita se le había
olvidado darme el recado, y yo angustiándome porque no había venido a comer. ¡Y ya cobró! ¡Se
acabaron las angustias!
CUCA.-Cómo no. Lo primero, las deudas. Todos los días de pago son así, y a los tres y cuatro,
empezamos otra vez. No sé qué habríamos hecho en esta vida si tu papá no fuera tan ordenado.
OFELIA.-Mamá, ¿para qué hicieron este garage? ¿Qué tuvimos coche alguna vez?
SERGIO.-Es que allí se va la mitad de la casa. Miren qué salita, miren que mugrita de comedor, y
este pasillo, estorboso y absurdo. En cambio, el gran garage, el único sitio amplio de la casa,
completamente inútil.
CUCA.-Ni tan inútil; allí jugaban los muchachos. Y ya ves, sirve para guardar trebejos.
OFELIA.-Luego fue el cuarto de Esteban. Un día descubrieron que ya éramos muy grandes y
metieron al pobre en el garage. Estaba furioso.
SERGIO.-Don Mario estaba loco. Esta casa podría haber sido suavísima
CUCA.-Era muy bonita. Lo que pasa que todo cambia. Hay modas de casas, como de todo.
CUCA.-Sí. Fue. Yo la prefiero a esos cajones de ahora. Cuando la terminaron, se veía tan linda... los
ajuares, estaban nuevos.
OFELIA.-A mí nunca me gustó. Nunca se pudo hacer un baile, no había lugar. Ni dinero, claro.
Cuando mis quince años, chillé como loca; me quería yo matar. ¿Cómo no me hicieron fiesta,
mamá?
OFELIA.-Claro, mi papá.
CUCA.-Es que no sabes, los hijos nunca saben, no se dan cuenta. Mira, pagábamos la casa...
Entonces ya habíamos terminado de pagar el terreno... Pegábamos la póliza... tu colegiatura y la de
Esteban... Hijita, las deudas son horribles, no íbamos a endrogarnos más de hacerte un baile.
CUCA.-No, ya no. Antes, cuando la hicieron. Es que todo parecía muy fácil. Fue cuando empezamos
con la póliza. Qué difícil se volvió todo: los ajuares, casa, terreno, póliza... Bueno, ya ves, ya vamos
a cobrarla. Ay, Dios mío, eso espero, que no vaya a pasar nada.
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CUCA.-¿Qué es?
CUCA.-¿Tú crees?
SERGIO.-Ni siquiera tendríamos que pagar local; con los diez mil habría de sobra. Así sí les
pagaríamos antes.
CUCA.-(Mintiendo.) Pues le iba a decir ahora en la comida, pero como tuvo eso del... sindicato, creo.
OFELIA.-Me voy a arreglar, para que no empiece a decir que Miroslava es más guapa que yo.
¿Vamos, ma?
CUCA.-¿Reunión?
Cuca)
MARIO.-No digo nada. Era una broma, pero tal parece que nadie puede entender aquí un chiste.
OFELIA ¿Yo?
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CUCA.-Mario, de veras, ¡Ofelia, era cierto! A ver ¡qué bueno!
MARIO.-Yo también. Por eso, ve a alegrarte allá, anda, y déjame oír esta canción.
OFELIA.-¿Qué le pasa?
CUCA.-Será el gusto, pobrecito. O el hambre. (Fuerte.) Ya va a estar la cena, ¿eh? ya casi está lista.
CUCA.-¿No?
MARIO.-No.
Consternación general.
CUCA.-Imposible.
MARIO.-Ya te oí, Sergio. Es verdad, tomé unos dos vasitos de esos brebajes que ahora llaman
cocteles. No son feos. Y en la comida tomé un vasito de vino tinto y uno de blanco.
MARIO.-Te juro que no sé. Tenía un nombre extranjero, francés. Como si no hubiera bellos nombres
en nuestra lengua. Un sitio agradable, sin embargo. ¿Saben? Un buen sitio no resulta muy caro;
resulta casi igual que un café de chinos. Sorprendente, ¿no? con tantos espejos, meseros de
blanco...
MARIO.-¿Derroche? No, tampoco, tampoco. Es que... debía yo agradecer a esa señorita el favor de
mis cheques... lo más correcto fue invitarla...
MARIO.-Propiamente, sí.
CUCA.-No es burleta. Es que caray, el día que cobras en vez de llevarte a tu mujer te llevas a esa
mujer a comer, y a pasear.
MARIO.-Gracias a esa mujer cobre. Le debía yo alguna atención. ¿No es cierto, Sergio?
MARIO.-Ya ven. ¿Y vieran? Es bonito ir a esos lugares. Es que... Bueno, yo no sé, queda uno...
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MARIO.-Ten bondad de no ser vulgar. Lo que quiero decir es... pues no sé. No es barato. Pero...
podría hacerse de vez en cuando, digo, si ahora pagamos todas las deudas... ¿Es que no lo han
pensado? Podremos permitirnos algunas pequeñas extravagancias. A mí no se me había ocurrido.
Será agradable salir a comer a veces, ir al teatro a ver un buen drama... ¿no crees Cuca? (Suspira,
se sienta) No tengo mucha hambre, pero si quieres ir haciendo la cena...
SERGIO.-Vamos al cine.
CUCA.-¿Quién?
MARIO.-¿Trabaja?
OFELIA.-Bueno, vámonos.
CUCA.-¡Vamos, Mario!
SERGIO.-(Codazo a Ofelia.) En el Chapultepec pasan una de Clifton Webb, pero vale cuatro pesos.
MARIO.-¡No, hombre, no me digas! (Se pone la gabardina, apaga la luz y el radio) ¡Vámonos,
Vámonos, Cuca.
CUCA.-¡Al cine!
MARIO.-No, a la iglesia. Anda, ponte otro vestido, pareces la bruja del Trovador. Pero corre, ya.
OFELIA.-¿De veras, papá? Ahora si voy a cambiarme, porque al Chapultepec no voy así. (Sale
corriendo.)
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MARIO.-Pues ya ves, Sergio, como ésta son las pequeñas extravagancias que ahora sí podemos
permitirnos. Es agradable, ¿no? Mira, casi me siento feliz. Después de todo, tengo detrás una vida
de trabajo, una vida sobria, de sembrador. Y no estoy viejo todavía... ¿A qué hora empieza la
función?
MARIO.-Ahí lo tienes. Ah, las mujeres, qué santa paciencia. (Se acaricia la barba.) Voy a... pues voy
a arreglarme un poco yo también... (Sube aprisa.)
Sergio enciende el radio. Suena, casualmente, un aria de Saint-Saëns. “Mi corazón a tu dulce voz”...
CUCA.-(Arriba.) ¡Ya estoy lista, ya estoy lis...! ¡Mario, que estás...! ¡Mario!
SERGIO.-¿Qué pasó?
CUCA.-Es que Mario, allá arriba... Mario, en el baño... ¡Mario se está rasurando la barba!
TELÓN
SEGUNDO ACTO
EL JARDIN
Tarde que avanza. Fuente y pájaros. Entran apresuradamente, como perseguidos Emma y Mario. El
ya no trae barba, viste mejor, ya no usa bastón.
EMMA.-Pero Mario...
MARIO.-Vamos a sentarnos. No somos unos niños, ¿no? No hay por qué huir.
EMMA.-Mejor vámonos.
Se sientan. Un silencio.
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MARIO.-¿Cómo no voy a pensar? Es que no estábamos haciendo nada, dilo tú, ¿hacíamos algo
malo?
MARIO.-¿Pero qué?
MARIO.-¿Y qué rayos tenía que ver el policía en todo eso? Te aseguro que si hubiera estado
ahorcándote, o robándote, no habría un miserable policía por todo esto.
MARIO.-En cambio, no estábamos haciendo nada, un beso, un poco de... ¿qué rayos, para qué
demonios tenía que venir?... Por el soborno, claro, para eso fue.
EMMA.-Ya, ya, no hagas caso. Ay, Dios mío, ven acá. (Lo sienta.) A ver límpiate la boca, estás lleno
de pintura.
EMMA.-Pero no es eso... de veras, ya estate seriecito, así quieto. Ay, tengo mucha pena.
EMMA.-Ah.
Un silencio.
MARIO.-¿Sí?
EMMA.-Como tenemos abajo el mercado... en el sanatorio estaba más a gusto, pero no podíamos
visitarla, sólo una vez por semana. Ya estaba muy triste de pobre.
MARIO.-Pobrecita.
EMMA.-Mario, deja de besarme así ese brazo. Qué barbaridad. Ya, quietecito.
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MARIO.-Un pequeño gasto... Debes tomarlo como pequeño homenaje sin importancia. Si a veces
me quejo un poco de algún precio, no es por ti, es por... por esos meseros, hambrientos de propinas.
No son nada de honrados, siempre hay que revisarles las cuentas. Pero no creas que me importa
gastar de vez en cuando.
MARIO.-No me quejaba. Es que... Toda mi vida he tenido que escatimar, contar centavo tras
centavo... Ahora, claro, ya estoy en mejor posición, y no me había dado cuenta: con dinero se
pueden hacer cosas... Pero no hay que abusa: todo exceso es perverso. Hace calor, ¿no?
EMMA.-Un poco, julio es así, llueve, calor, llueve. La tarde está linda.
MARIO.-Se lo merecen. No hacen nunca nada. Deberían estarse allí las veinticuatro horas.
EMMA.-Sí, claro. Se trabaja tanto en las tardes. No puede uno hacer nada, viendo anochecer afuera,
y el jardín ahí abajo. En el último piso se ve salir la luna, y uno pegado a la máquina, o a las listas; ya
me ha tocado, pobrecitos. Todo mundo debería salir, caminar, respirar... Vamos a caminar un rato.
MARIO.-¿A dónde?
EMMA.-A Madero. Donde haya gente comprando, bien vestida. ¿Quieres un helado?
MARIO.-Mira, francamente, yo estoy a gusto aquí. Es que me duelen un poco los pies.
EMMA.-La tarde esta divis. ¡Dime unos versos! Me encantan los versos.
MARIO.-Sí, pero nada tiene que ver con... Es decir... Sí, recuerdo unos versos. Verás. (Tose.)
EMMA.-Ay, qué lindo. En alta mar y con la cara al cielo. ¿Conoces Acapulco?
MARIO.-No.
EMMA.-Es divino. Unas olotas... Hay una laguna negra, como de Coca-Cola.
MARIO.-¿Sí?
EMMA.-Parece de película; vas en una lanchita, con un negro remando; son como canales. Todo
está lleno de plantas y raíces. De repente, salen unas garzas volando, o caen los cocodrilos al agua.
Ay, es divino.
MARIO.-¿Cuándo fuiste?
MARIO.-Mi hijo fue una vez. Tomó el dinero de su colegiatura y se largó. Me hizo creer que lo habían
invitado. Pasó allá una semana. Me enteré a mediados de año, porque fui a informarme a la
Universidad. Qué golpe, no tienes idea; hablé con uno de sus amigos y supe todo lo del viaje; se fue
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con unos torerillos y actorzuelos. Él decía que quería torear y pintar. Trabajó en una obrita de teatro,
se dejó revolcar por unos becerros... Era un loco.
MARIO.-Si a eso se le puede llamar pintura: manchones y rayas, un ojo aquí, un brazo por allá... Era
un loco verdaderamente.
MARIO.-Fue un accidente, en una de esas “sillas voladoras”, en una feria. Se rompió la cadena...
MARIO.-Dicen que fue instantáneo. Fue a caer lejos. ¿Qué tenía que hacer allí? Ya no era un niño.
Subirse a esos juegos, a su edad... (Con rencor.) Era mala cabeza. La mitad de estas canas me las
sacó él. Tal vez fue mejor así.
EMMA.-¡No digas eso! Debe de haber sido lindo. Cómo quisiera haberlo conocido. Es decir, que
viviera. Pobrecito, querer hacer tantas cosas y morirse, y uno que no hace nada, ni quiere nada...
Bueno, yo sí quiero.
MARIO.-Dime, anda.
EMMA.-Mira, cuando se caen las estrellas siempre les pido alguna de estas cosas; vivir lejos del
mercado, que sane mi mamá, ir a Acapulco, tener un marido bueno, y mi casita... Cosas así. Tu hijo
era muy suave. Qué bueno que hizo lo que se le dio la gana, hasta el fin.
EMMA.-¿Cuál?
EMMA.-¿Nosotros?
MARIO.-¿No quieres?
EMMA.-Oye, Clifton, eso no. (Se desase. Se levanta) No creas que yo... no, oye...
MARIO.-¿Por qué?
MARIO.-¿Sí?
22
MARIO.-No, no es eso, nunca quise decir...
EMMA.-Y cuando un señor quiere así a una señorita... ¿Qué es lo que hacen, Clifton?
EMMA.-¿Sí?
MARIO.-¿Sabes? En estos días, la semana entrante tal vez, voy a recibir... veinticinco mil pesos...
MARIO.-Es un dinero que me deben, una póliza que he pagado todos estos años. Vámonos de viaje,
vámonos a no sé, donde quieras, ¿qué te parece?
MARIO.-¿No?
MARIO.-¿Qué?
EMMA.-Pensaba que estás cambiando mucho. (Pausa.) Veinticinco mil pesos... (Pausa.)
MARIO.-¿No quieres?
EMMA.-Vámonos.
EMMA.-¡El policía!
Salen corriendo.
Oscuridad.
LA CASA
Por la mañana. El sol entra en la sala. Suena el timbre con familiar impertinencia, un largo rato. Baja
Cuca. En bata, como acabada de levantar.
CUCA.-Buenos días, hijita. (Bosteza, recoge el periódico.) ¿Por qué madrugaste tanto?
OFELIA.-¿Salió mi papá?
OFELIA.-¿Por qué?
CUCA.-No, así mal, no. Ayúdame, empieza a hacer el desayuno mientras me baño, ¿quieres?
CUCA.-Sí, claro que sí, servido. ¿No ves que soy un relámpago? ¡Hace un minuto que me levanté!
CUCA.-Oye, no. Déjame, Mario. Qué va a decir nuestra hija. ¡Mario! Voy a ver si ya está el baño.
MARIO.-Ah, caray, si me quiere ganar el baño. Eso sí que no. (Corre escaleras arriba.) Y nadie
toque ese periódico hasta que yo lo lea. (Sale.)
CUCA.-No sé, desde que se quitó las barbas es otro. Yo no sé. Mira, (baja la voz) yo ya no estoy en
edad para muchas cosas, y ahora me resulta de repente... con cada cosa... Si ya estamos viejos...
Anda, prepara el desayuno. Ya que está de buenas, es mejor que así siga. (Sube, sale.)
Ofelia va y enciende el radio. Suena el timbre. Abre. Entra Sergio. Empieza a oírse Vino, mujeres y
canto.
SERGIO.-Candil de la calle y oscuridad de tu casa ¡Me muero de hambre! Mira, me muero. (Casi
cae, en agonía.)
MARIO.-No, no.
SERGIO.-¿Corrigiendo pruebas?
MARIO.-(Se cohibe) Je, je, no, ves. Es una... especie de... composición.
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SERGIO.-¿Composición literaria?
MARIO.-Sí, pero... una cosa informal. No pretendo hacer algo... artístico. Es un puro ejercicio
retórico, digamos.
MARIO.-Ojalá. Con trabajo lograremos llegar a principios del siglo XIX. Esos programas son una
estupidez.
SERGIO.-(Lee.)
MARIO.-Es con diéresis, suave, Me tomé la licencia. En Nervo se ve... Licencia poética, suena bien...
SERGIO.-Oiga. Pero esto es un... ¿Cómo se llaman? La letra con que empieza cada verso...
SERGIO.-Emma Solor...
MARIO.-Es Solórzano, pero no hallo la palabra adecuada con zeta. Zafia, zurrar, zapaquilda... No
son poéticas.
SERGIO.-...Zafiro....
MARIO.-¡No, hombre, de veras! ¡Zafiro! A ver. Lástima que no tiene ojos azules.
SERGIO.-Sí, claro.
MARIO.-Es que... en realidad no tengo a quién platicar estas cosas. Me gustaría que tú como
hombre... ¡Pero que no se te ocurra contarle a Ofelia! Menos a Cuca. Porque esto(quedito) es una
aventurilla.
SERGIO.-¡No me diga!
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Sergio.-¿Qué cosa?
MARIO.-Tú me lo dijiste, la muchacha que arregló mis papeles, ¿te acuerdas?.. Era un flechazo. No
tienes idea, mira, una muchachita, un pimpollo. Tendrá... veintitantos años, escasos. Emma. Pero
qué... qué formitas, qué... No tienes idea, un cuerpecito macizo, precioso.
MARIO.-No, hombre, no quiere. Resulta que andamos de noviecitos. Yo le he dicho que soy viudo,
¿ves? ¡pero qué hembrita! ¡Me pone, me trae!... Figúrate, que el otro día, en un jardín, nos
sorprendió un policía. Pobre muchacha, qué susto. Porque es decentita, ¿ves? Bueno, claro, todas
estas oficinistas, tú sabes. Pero ésta no es tanto.
MARIO.-No, no. Yo tengo cuidado, no creas que soy tan tonto. Vas a ver, tengo un retrato suyo en la
cartera.
SERGIO.-Mjú. Sí.
MARIO.-Preciosa. ¿Verdad?
OFELIA.-Ven a sentarte. Voy a servirte todo de una vez porque nos vamos; no hemos desayunado.
OFELIA.-¿Sí?
SERGIO.-Como quiera.
MARIO.-Y tú también, hija. Tomen leche y huevos. Lo que quieran. Ahora hay abundancia, tenemos
de todo, no creas. Hasta mantequilla hay.
Se sientan, Ofelia entra y sale, sirviéndoles. Mario observa sus movimientos para hablar.
MARIO.-El día está bonito, ¿eh?, muy bonito. (Sale Ofelia) Lo que me preocupa del viajecito, que
puede ser caro. Tú sabes, Acapulco...
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SERGIO.-¿Pero se la va a llevar a Acapulco?
MARIO.-Pues tú sabes, parece que es muy buen sitio... (Entra Ofelia.) No, la escuela es una
preocupación siempre, la enseñanza, la juventud... Es una gran responsabilidad. (Sale Ofelia.) ¿Tú
crees que alcance con trescientos pesos?
MARIO.-¡No, hombre, no me arruines! Yo voy a pedir a Pensiones, pero no sé cuanto. (Entra Ofelia.)
Claro que la juventud es una responsabilidad, por eso es bueno estar prevenido, es decir, tú sabes
muy bien... (Come apresuradamente.)
MARIO.-(Con la boca llena.) La enseñanza, le hablaba de la escuela. Tráeme unas tortillas, anda.
Dale a tu marido. (Sale Ofelia.) ¿Cuánto será necesario, cuánto crees?
SERGIO.-¿Cuántos días?
MARIO.-Tres días.
SERGIO.-Pues... unos quinientos, ochocientos, o tal vez más, en plan de... en el plan en que va
usted.
OFELIA.-¿Te dijo?
MARIO.-Sí, claro.
OFELIA.-No es caro, papá. Sergio tiene relaciones, puedes salirnos muy bien. Y yo resulto gratis.
OFELIA.-De la botica.
SERGIO.-Mira, linda, eso déjalo ahorita por la paz. Anda, tráeme más café. (Sale Ofelia.)
MARIO.-¿De qué?
SERGIO.-Pues... Es que... Con diez mil pesos podría poner una botica, ¿ve usted?
SERGIO.-Yo había pensado... era una idea que tal vez usted podría prestarnos, o alguien.
SERGIO.-No, claro. Y era un proyecto muy vago. (Confidencial.) ¿Y cuándo se va usted a su viaje?
MARIO.-Ah, mi viaje. Pues la semana entrante, yo creo. Voy a pedir dos días de permiso, esto es, en
caso de que ella quiera.
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SERGIO.-Bueno. ¿Y después del viaje? ¿Qué va usted a hacer con ella?
MARIO.-Ah, después... A ver. Yo no pienso seguir. No estoy en edad ni en posición para echarme
encima queridas de planta. Habrá que ver cómo acabamos...
CUCA.-A mí ese ballet ni me gusta, con puras cosas de indios, Bonito cuando bailan de puntitas,
como Las Sílfides.
OFELIA.-¿Qué es esto? (Lee) Eres como las rosas de la mañana, mas tu encanto es perenne y no
fugaz... ¡papá! ¿Son tuyos estos versos?
SERGIO.-Esos versos, estúpida, se suponía que iban a ser una sorpresa para Cuquita.
OFELIA.-Ay, papacito, metí las cuatro. Pero si ya pasó su santo... y el aniversario es a fin de año...
CUCA.-¡Mario, qué lindo eres! ¿Pero qué sucede, Marito? ¿Han visto? Esto es como otra luna de
miel.
CUCA.-¡Ya los tengo, ya los tengo! (Se los extrajo de la bolsa.) ¡Ya son míos, ahora sí! (Lo besa.)
CUCA.-Son míos, ¿no? Ahora los tendré aunque no los termines. (Se aleja, los desdobla.) Eres
como las rosas de la mañana, mas ti encanto es perenne... Ay, Mario. Sólo otra vez me habías
escrito algo, ¿te acuerdas? Era el primer año de casados, y estábamos tan pobres que no pudo
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comprarme nada; entonces, me dio algo que valía más que el mejor regalo: unos versos,
enrolladitos, con un listón...
“Calandría canora
la noche de abril”...
¿Te acuerdas, Mario? Me los sé todos. Y ahora estos. (Le tiembla la voz, se seca los ojos) Qué feliz
me haces a veces, ¿vieras? (Se sienta.) No puedo pasar bocado, no sé que efecto me hacen estas
cosas. (Le toma la mano) Marito. Voy a leerlos después, a solas, ¿quieres? Porque ya ves, soy muy
chillona. “Eres como las rosas de la mañana”... ¡Gracias, querido!
Mario y Sergio han estado comiendo apresuradamente, como si nada más importara. Ofelia está
emocionadísima.
Oscuro
EL JARDIN
Por la mañana. Se oye lejos que cantan unos niños: “Doña Blanca está cubierta”, etcétera. Entra
Emma. Pausa. Entra Mario.
MARIO.-(Agitado.) Perdóname, esos malditos camiones se tardan horas. ¿Te hice esperar mucho?
EMMA.-¿Qué es? (Lo abre ansiosamente) Unos versos. (Tal vez esperaba otra cosa, pero lo
disimula.) ¿Tú los hiciste?
EMMA.-¿Qué es eso?
MARIO.-Ya ves.
EMMA.-Ay, no te enojes, dime qué. A ver. (Los lee) ¿Los últimos renglones? (Busca) ¿Qué cosa?
MARIO.-Nada.
EMMA.-Es que tú eres maestro, yo no sé de esas cosas. ¿Es esto? “Zafiros de las olas sobre tu
cuerpo erguido”...
MARIO.-Sí.
EMMA.-“Anunciación dichosa de la fiesta de amor, nuestros cuerpos unidos entre el manso ruido”...
MARIO.-¿No entiendes?, las olas, y el final; “ondas de mar y cielo dándonos su calor”. ¡Acapulco!
MARIO.-Es una forma... para recordarte... Emma, no me has dicho nada. ¿Vamos a ir?
EMMA.-Eso era.
MARIO.-Sí, eso.
EMMA.-Mira, Clifton, tú sabes cómo quiero... Y yo te quiero, ¿sabes? Y yo pensaba que... Mira,
Clifton vamos a terminar todo esto.
EMMA.-Que ya no puedo seguir así. Debe ser culpa mía, de mi tipo. Tal vez porque de chica quería
yo ser alegre, tener pieles y plumas, ser mala. Yo creo que se me nota, porque todos quieren lo
mismo, quieren... eso ¿ves? No sólo tú, el otro jefe, y me cambié de oficina, Roberto, mi novio, y me
dejó porque no quise. No sirvo para otra cosa, no puedo ser esposa, tener mi casa propia, y un hijo,
o dos, o tres. No, eso no. No soy buena para eso. Creí que tú, por tu edad, por ser un señor tranquilo
y decente, porque eres un maestro... No, Mario, mira, no soy una niña, no me he guardado tanto
tiempo para que así nada más... No, lindo. Lo siento. Me gusta que salgamos, y me muero por ir al
mar, por conocerlo siquiera, como es. Nunca en mi vida he ido más allá de las mugrosas albercas...
Pero no. Aunque no vaya nunca. Muchas gracias.
EMMA.-¿Qué oiga qué? Si mi mamá no viviera... Si no estuviera enferma... Pero soy lo único que
tiene. No. Ya no puedo hacer nada, porque en eso quiere una más después, y no, ¿adónde acaba
una? Aunque me quede a vestir santos, voy a correr el riesgo. Voy a correr el riesgo de seguir
señorita porque, ¿sabes?, esa es la única cosa mía que puedo dar a cambio de... todo lo que quiero
me den.
EMMA.-¿No? ¿Qué quieres entonces? ¿A qué me llevas a Acapulco? ¿A rezar? ¿A ver el paisaje?
MARIO.-Yo tampoco soy un niño. Yo lo he pensado, esto no puede ser tan fácil. Es una confusión,
un problema. ¿Tú crees que no quiero casarme contigo?
MARIO.-(Retrocede, teme.) Claro, eso debiste suponerlo, ¿no? Es que... lo que pasa... Cómo yo soy
mayorcito, ¿ves?
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MARIO.-Soy mayorcito. No puedo decirle a una pollita, como tú... No puedo proponerle...
Enviudarías muy pronto, ¿ves?
EMMA.-¿Por eso? Tonto, grandísimo tonto. ¿De veras? ¿No me engañas? ¿Era por eso que nunca
me decías nada?
EMMA.-Es que no importa, la edad no cuenta. Si tú quieres... Yo sí quiero que nos casemos. No
quiero otra cosa.
MARIO.-No, ¿verdad? No. Yo tampoco. Yo quiero... (La besa.) Eso es. Qué bueno. Ya estamos de
acuerdo.
MARIO.-Que yo no soy un joven... y el tiempo se va. Tampus fugit. No, yo creo que no podemos. Tal
vez sea mejor terminar. Tienes razón.
MARIO.-Es que eres joven, y... fogosa. ¿Entiendes? Eres fogosa y yo no soy un jovencito. Si nos
casáramos y luego... Tú viste la película del jueves, la francesa... Es mejor que terminemos.
EMMA.-Pero Clifton, por Dios, qué cosas. ¿Crees que iba yo a engañarme?
EMMA.-Y por eso querías que... ¿Por eso me invitabas a Acapulco? ¿Para estar seguro...?
MARIO.-Sí. Pero olvida todo eso. No. No pienses. Tal vez una despedida a tiempo... sea mejor, Sí,
es mejor terminar. Emma. Podemos despedirnos... (Un silencio.)
EMMA.-Mario. Óyeme... No. Mira, lindo, mira. ¿De veras?... ¿quieres? ¿Querrías de veras que nos
casáramos?
MARIO.-(Piensa.) No, querer sí quisiera yo. Claro que quisiera. (Profundamente sincero.) Es que...
eres... una buena muchacha, eres preciosa... ¿Qué más puede un hombre desear, un hombre como
yo? Sí, yo sí querría, Emma.
MARIO.-¿A dónde?
EMMA.-A Acapulco, si quieres, ¡no! No digas nada. No voy a pedirte nada después. Tú estás libre, si
quieres, para casarte conmigo. Si quieres. Y si no, pues no.
MARIO.-¡Emma!
Oscuro
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LA CASA
Medio día. Una maleta al pie de la escalera. Mario baja corriendo. Cuca tras él.
MARIO.-Qué barbaridad.
MARIO.-En Chilpancingo hace calor. Y qué dirían los otros maestros, o el jefe de sección, si me
vieran con mi gorro de dormir.
CUCA.-No dirían nada, todo el mundo lo usa. Además, ¿qué van a dormir contigo?
CUCA.-Pues tú sabes.
MARIO.-Pues la cobras.
MARIO.-¿De qué?
MARIO.-Diles que si quieren diez mil pesos que trabaje duro toda la vida, como yo. Y diles que no a
tirar mi dinero en pozos sin fondo, como negocios y cosas así. Eso les dices.
MARIO.-Adiós, nos vemos. (La besa.) Te pondré una tarjeta si tengo tiempo. A ver si ya Ofelia me
consiguió ese coche.
Salen. La escena sola un momento. Se oye partir un coche. Vuelve Cuca con Ofelia.
CUCA.-No.
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OFELIA.-Ya lo sabía yo. Mentiras, no lo sabía. En el fondo, siempre pensé que iba a prestarme.
Mejor. ¿Te acuerdas? Cuando me prestaba dinero para comprar los monitos, cómo me cobraba
todos los días, por moler, para después descontármelo de mi domingo.
CUCA.-Ay, hija.
OFELIA.-¿Te acuerdas que se pasó dos meses diciéndole ladrón a Esteban, porque había tomado
un peso del gasto? Sírvele la comida al ladrón, ya regresó de su escuela el ladrón. Pobre Esteban.
Bueno por eso me alegro de que no nos preste nada. Mejor.
Entra Sergio
OFELIA.-Sí.
SERGIO.-(La besa.) Corazoncito. ¿Qué tal, mamá Cuca? ¿Qué les pasa?
SERGIO.-No. No.
CUCA.-Se puso furioso. Quiere que trabajen toda la vida para reunir el dinero. Dijo no sé cuántas
cosas. Así es, la verdad, es un egoísta y muy tacaño, y eso es muy feo. Y conste que no me gusta
hablar de él.
CUCA.-¿Qué?
SERGIO.-¿Qué cosa?
OFELIA.-Pues ese tonito... Yo te conozco, algo habrás querido decir. (Suspira.) No hay botica,
Sergio.
OFELIA.-A mí no me engañas. ¿Qué es lo que estás pensando? ¿Qué quieres decir? ¿Sabes
alguna cosa de papá?
SERGIO.-No, yo no.
OFELIA.-No, de veras.
OFELIA.-¡No!
SERGIO.-Sí, de veras. Si estaba yo temblando porque hasta dicen su nombre, leyendo de arriba
abajo. Así que los diez mil pesos, digo, los veinticinco mil, ya sabes a dónde van ir a dar. Despídete.
Y no vuelvas a pedirle nada. Tal vez cuando le pase la chifladura, si se le pasa.
SERGIO-El me lo contó,
OFELIA.-¿El? ¿Y todavía lo cuenta? ¡Y los versos! Pobrecita de mamá, y ella llorando, de gusto, y
hasta yo... Y esa mujer, esa vieja infeliz, gastando su dinero. Lo que nunca gastó en nosotros, con
ella. Y ahora se la lleva de viaje. A nosotras nos tuvo aquí metidas, aquí nos ha tenido fregando
platos, lavando ropa, rajándonos las rodillas para lavar el suelo. Ahora si gasta, ahora sí. No me
quiso hacer baile de quince, pero a ésta se la lleva a pasear; no nos dejaba casarnos, porque no le
había sacado jugo a mi título, pero se halla una querida... ¡Y no es capaz de prestarnos diez mil
pesos y se larga a Acapulco! ¿Y crees que voy a callarme? ¡Se lo voy a decir a él en su cara! ¡Ah,
pero va a oírme, ya verás!
OFELIA.-La comida, ¿la oyes?, nada más grito y cree que es pidiendo la comida, porque así hace él,
porque es lo único que sabe hacer aquí en la casa. Pobrecita mamá.
SERGIO.-No te pongas así que te puede hacer daño. Y no le digas nada, por favor, no le digas nada.
OFELIA.-Es que pienso en nuestra vida... Paseando a otra, gastando con otra... (Se sienta a llorar.)
Claro que se lo voy a decir a mamá.
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Entra Cuca. Ofelia solloza en el sofá. Sergio mira por la ventana.
TELÓN
TERCER ACTO
LA CASA
Medio día. Después de una pausa entra Mario de la calle: sombrío, fatigado. Se estira y escucha
cómo suenan “crac, crac” sus coyunturas. Se frota la nuca.
Entra Cuca con traje de salir y un sombrerito que nunca estuvo de moda.
CUCA.-No sé.
MARIO.-¿Qué tienes?
CUCA.-Nada.
CUCA.-Estoy contentísima, pero quién sabe qué te remuerde la conciencia y te la imaginas que
todos andan como tú.
CUCA.-Ya hija.
Un silencio.
MARIO.-La ceremonia fue bonita, sencilla, como debe ser estas cosas. Ahora van a retratarnos a
todos. Tú estás bien así, ¿O prefieres arreglarte un poco?
OFELIA.-No.
OFELIA.-Sí va a venir.
CUCA.-Pues sí. (Se da cuenta.) Ah, sí. Claro. Eso va a estar muy bueno.
Entra Sergio.
SERGIO.-Sí, claro. Tengo que irme enseguida, don Mario. Vine un segundo nada más.
MARIO.-No, hombre, tienes que aparecer en la fotografía. Y tengo que platicar contigo de...
Chilpancingo y de todo. Volví el domingo en la noche. (Ve a las mujeres.) Muy bueno el congreso,
¿vieras?
Sergio tose, va a otra parte. Las dos mujeres oyen desde el comedor, en el colmo de la indignación,
cambiando codazos y miradas.
Sale Mario.
SERGIO.-¿Para eso me hiciste venir? ¿Por qué no le dices de una vez que te conté todo?
SERGIO.-No soy nada. Ya me voy. (Va a salir.) Ofelia, ¿te das cuenta de lo que estás haciendo?
OFELIA.-¿Qué?
SERGIO.-Estas mandándonos al diablo. Si tienes algo contra tu padre, díselo, pero no te portes así
con todos. No te portes así conmigo. ¿No? Si él me cuenta cosas, lo mejor que puedo hacer es oírlo.
Si él me tiene confianza, pues debo merecerla. Y ya ves lo que hice, y te ensañas conmigo. No.
linda, no es justo.
SERGIO.-¿Entonces?
OFELIA.-Oye, quiero que nos mudemos de casa. Ya sé que es difícil, y que no hay, pero no quiero
seguir aquí enfrente.
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OFELIA.-No sé... Es como... me duele algo y no sé ni qué. El era capaz de todo, pero de, de... Mira,
nunca ha sido meloso, ni tierno, ni alegre. Me ha maltratado, me ha negado muchas cosas, es
brusco, y grosero, sin embargo, yo podía verlo con... orgullo. Un hombre respetable, eso es ¿ves?,
respetable. Y ahora, es tan ridículo esto, imaginármelo viejo y tan feo, andar de tonto con una
querida que lo explota... Haciendo cosas con una querida... ¡Y el dinero, lo que nos negó a
nosotros...!
SERGIO.-Ofelia, por Dios, ya. Llevo una semana oyendo lo mismo. Si tanto te molesta todo eso,
díselo a tu papá.
SERGIO.-¿Esperando qué?
SERGIO.-¿A quién?
CUCA.-Sí, yo fui.
OFELIA.-El le contó que era viudo, ¿no? Pues había que decirle la verdad. Claro, lo que le importará
a esa... Emma.
CUCA.-Mira, la verdad, le escribió Ofelia, Yo no quería. ¿Para qué? Lo mismo le dará a la mujer
andar con un casado que con un viudo. Pero Ofelia me dictó casi todo. Bueno, claro yo también le
agregué unas cositas... ¿Quieres verla? Tengo una copia. (Le trae en la bolsa. La abre, vacila.) Yo
creo que no tiene caso leerla.
SERGIO.-Qué bárbara, Ofelia, qué grosera. ¿Para qué usas ese tono? Con educación puedes decir
todo.
OFELIA.-¿Quieres oírla, o no? (El se encoge de hombros, ella sigue.) “Esta va para avisarle que el
profesor Ramírez Cuevas no es viudo sino casado. Si tiene usted un poco de vergüenza, aunque no
creo que la tenga...”
OFELIA.-“Puede venir a Amatista 88 para conocer lo que es una casa decente. El profesor Ramírez
Cuevas tiene una hija casada y está a punto de ser abuelo. ¿Está usted tan hambrienta de hombre
que no puede esperarse a encontrarse un soltero y más joven?” Eso es todo.
SERGIO.-¿Quién firma?
CUCA.-¿Cómo? ¿Esto?
SERGIO.-¿Quién firma?
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CUCA.-¿Ves cómo había que firmar?
SERGIO.-Lo mandaron anónimo. Qué feo. Qué mal hecho. No te creí capaz,
SERGIO.-Me alegro, estúpida. En Hacienda no hay nada que se llame departamento de cheques.
Esa carta no llegará nunca. (Pausa.) Voy a decirle a tu padre que ustedes saben todo.
SERGIO.-Sí.
CUCA.-¿No, Sergio?
MARIO.-Yo diría que sí, es de corrección. Si vienen a retratarnos... ¿Por qué no compran una botella
de moscatel y unas galletas? No ha de ser caro.
CUCA.-Dame voy.
OFELIA.-Vamos, ma.
MARIO.-Sergio, tengo que hablar contigo. Quiero contarte. Mira, ¿qué harías en mi lugar? ¿Ya se
fueron? (Va a la puerta, se asoma y regresa.) Sergio. El viaje fue de-li-cio-so. Delicioso. Ese lugar,
Acapulco, es bellísimo. ¿Me oyes. Sergio?
MARIO.-¿Qué?
MARIO.-Volvimos el domingo. No he podido dormir, no he sabido qué hacer desde entonces. Sergio,
esa mujer me quiere.
MARIO.-No le creas, la hubieras visto. Estuvo tal feliz. Parecía una niña. ¿Vieras? Yo no me metí al
agua, esos trajes de ahora no me... No me vería yo bien. Pero ella... ¡Sergio, la hubieras visto en
traje de baño! ¡Es preciosa, Sergio! Estuvo feliz, feliz. Y no fue tan caro, ¿vieras? Encontramos una
casita de huéspedes, barata, no muy lejos del mar y mira en ese ambiente... Yo era otro. La fatigaba
yo, la agotaba. Estaba yo hecho un roble, un joven fauno. Tú sabes, el mar... Un día me dijo: no
puedo más, me siento una viejita junto a ti. Y es un pimpollo, pobrecita. Bueno, tal vez quería
halagarme, pero... El caso es... ¿Qué voy a hacer? Quiere llevarme a ver a su mamá.
MARIO.-No, oye, aconséjame, dime. Desde que volví, no puedo pensar en otra cosa. ¿Qué hago?
SERGIO.-Terminar.
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MARIO.-¿Pero cómo?
SERGIO.-¿La quiere usted? (Un silencio.) Mire, ya me voy, tengo que trabajar.
MARIO.-Es que van a retratarnos, ¿ves? Y no sé qué hacer. Es para el periódico, para varios
periódicos. Yo no quería pero ¿cómo decirles que no? Y ella se va a enterar de que soy casado, por
eso no sé qué hacer. ¿Sería mejor que le dijera yo antes...?
MARIO.-Fue idea del gerente, ¿ves? Cuando me dieron el cheque tomaron una fotografía, y van a
tomar otra, con el dinero y con todos nosotros. Son para el periódico. En justo estímulo para enseñar
a ahorrar a la juventud. Yo no quería pero Cuca insistió, por salir en el periódico. ¿Con qué pretexto
le iba a decir que no? ¿Qué hago? Tal vez Emma no las vea, ¿pero y si las ve?
MARIO.-Es una niña. ¿No ves? Era... doncellita, era una virgen.
MARIO.-A mí tampoco. El gerente mandó a un hombre, agente o algo así, a cambiar el cheque. Para
retratarme luciendo los billetes, ¿ves?
SERGIO.-¡Maldita sea, todo lo que hago...! Voy a ponerme la corbata, los zapatos? Sí, ¿verdad?
Aunque no creo qué vayan a vérsenos los pies.
CUCA.-Buenas tarde.
CUCA.-¿Qué se le ofrece?
CUCA.-Sí.
Emma duda. Examina a Cuca y le inspira confianza. Se aventura rumbo a la sala. Se encuentra de
pronto a Ofelia.
OFELIA.-Un momentito.
OFELIA.-(La ha tomado por una muñeca.) Yo soy su hija. Siéntese usted. El no está, Díganos qué se
le ofrece.
CUCA.-Pero tu papá...
EMMA.-Nada, no. ¿No esta él? (La presión de Ofelia la hace sentarse.)
CUCA.-Pero, Ofelia...
CUCA.-¡No!
OFELIA-¡Papá! No se va usted.
EMMA.-¡Suélteme!
Forcejea. Empuja a Ofelia, va a salir corriendo. Ofelia la alcanza y la pesca por un brazo y por el
pelo. La arrastra unos pasos. La bolsa de Emma cae, el contenido se desparrama.)
CUCA.-Mejor váyase usted. Ay, Dios mío. Aquí en la casa, no. Que no se vean aquí. (Empieza a
llorar, sale corriendo a la cocina.)
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MARIO.-(Bajando, elegantísimo.) Ya voy, me estoy arreglando. ¿A dónde va a ser...? (La vio. Se
paraliza. Va a huir, escaleras arriba.)
OFELIA.-¡Papá!
Un silencio largo.
MARIO.-(Lee.) Ofelia.
Va a salir.
MARIO.-¡Emma!
EMMA.-¿Sí?
MARIO.-Emma... perdón.
OFELIA.-¡Váyase ya!
EMMA.-No, ahora no. Así no. Su carta... Esto... (Se arregla el pelo.) Es una equivocación. Yo no
sabía. El me engañó. Yo nada más quería... Gano poco, estoy muy sola, mi mamá está enferma. Yo
quería casarme y él... Parece bueno.
Va a salir.
EMMA.-Lo conseguiste, ¿no? ¿Por qué había de creerte a ti? Roberto me gustaba tanto, Roberto es
joven, y alegre. Y ni siquiera puedo pensar bien, ni me da rabia, ni nada. Nada más no lo creo, siento
como si todo esto no estuviera pasando. ¿Por qué habías de engañarme? ¿Por qué, si tienes casa, y
mujer, y todo? Yo nada más tenía... ¿Para qué? ¿Para qué? (Abre su bolsa, saca su pañuelo y se
seca los ojos, la cierra.) No es justo que me insulten, ni que me maltraten. El me engañó. Yo soy...
Yo he sido decente. Yo he podido hacer muchas cosas, pero nunca... nunca... Porque ya no era
tiempo. Porque ya tengo treinta y siete años. Por eso terminé con mi novio, y era guapo, y lo quería,
pero me pidió cosas... No tienen por qué insultarme. No le he quitado nada, le di cuanto tenía... No le
he quitado nada...
FOTOGRAFO.-¿Se puede?
Entra Cuca.
VILLEGAS.-Dos o tres. ¿Adónde está esta gente? Pasa, Orteguita, encuéntrate un buen fondo. Ah,
aquí tienen. ¿Ya listos para la foto? Y miren, ¿ven esto? (El portafolios) Aquí está la fortuna. ¿Les
parece aquí en la sala? Ah, emocionados, ¿no?
VILLEGAS.-¡Sí está muy bien así! ¿Lagrimitas? ¡No se seque los ojos, así, está muy bien! Mire, en el
comedor, venga usted. Es un momento, no les va a doler. ¡Y mire esto! (Vacía el portafolios: cubre la
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mesa con billetes chicos, los distribuye en montones, rompe algunas fajillas y desordena los
papeles.)
VILLEGAS.-¿Qué tal se ven, eh? Vengan acá, por favor. (Los mueve) Usted también, anden.
(Colocándolos.) Así, los tres... Usted en medio. ¿Listo, Orteguita? Anden, viendo al pajarito... La
primera... Sonrían, bien, por favor, usted, profesor!...
Relámpago.
VILLEGAS.-Se les ve la emoción, eso está bueno. Va a ser, en el periódico, con título grande: “El
profesor Ramírez y su familia, atónitos ante tanta felicidad...” Algo así.
Relámpago.
Otro fogonazo.
VILLEGAS.-Vámonos, Ortega. Hasta luego. Que les vaya bien. Que sean muy felices. Ah, perdón,
¿no quieren firmar esto? Nos autoriza aquí a publicar la foto.
Toma de pronto el montón de dinero entre los brazos. Busca a dónde ir. Va a la cocina, regando
billetes por el camino. Luego se va al garage. Sale y cierra tras de sí.
OFELIA.-¡Papá! (Corre, trata de abrir.) ¡Echó el pasador! (Golpea.) ¡Ábreme, Papá! (Golpea.)
¡Papacito, papá! (Ve por la cerradura.) Está sentado en el suelo. Tiene allí los billetes.(Trata de oír.)
Esta hablando, mamá.
OFELIA.-“¿Cómo voy a vivir?”, dice. ¡Mamá! No se vaya a... ¡Voy a buscar a Sergio!
CUCA.-Aquí.
Sergio corre a la cocina. Vuelve con una hachuela. Fuerza la puerta, abre. Ahí está Mario, de pie,
con todo el dinero entre los brazos.
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MARIO.-No pude hacerlo. Quería yo quemar esto, el dinero, Sergio. ¿Cómo voy a vivir, Sergio?
¿Cómo voy a vivir? Toma (Da el dinero a Cuca.) No lo quemé por ti. No lo tires. Veinticinco años.
Aquí están veinticinco años. Felicidad... ¿Qué voy a hacer ahora? (Vuelve a llorar. Sube la escalera.)
¿Qué voy a hacer ahora?
OFELIA.-¡Papá!
Oscuridad
EPILOGO
(Suprimible)
LA CASA
Es por la tarde. La escena sola. Se oye ruido de serrotes y martillazos. Del garage, entra Ofelia.
OFELIA.-Claro.
CUCA.-Aquí está esto de una vez. ¿Me abotonas, hija? No sé qué me pasa, no puedo.
OFELIA.-Los nervios.
CUCA.-¡Jesús, ya nada más nos queda una hora! Voy a apurar a Mario. (Va a salir.) ¿Saben? Se me
figura que vamos en otra luna de miel. (Sale.)
OFELIA.-Qué porquería. Me alegro tanto de que se vayan. Es un viaje precioso, van como a diez
ciudades
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SERGIO.-¿Tantas?
OFELIA.-Papá dice que hay que conocer primero el país. Sergio, me dan mucha lástima.
SERGIO.-¿Por qué?
OFELIA.-No sé. Papá está muy... raro. Ni grita, ni regaña, ni nada. Maldita vieja.
Sí, Sergio, porque si ella no aparece, papá habría sido feliz con la póliza, y con su ascenso. Si eso
estuvo esperando siempre.
SERGIO.-Mira, linda: tu papá no habría sido feliz de ningún modo. ¿No te das cuenta? Ni el dinero ni
el ascenso le habrían servido. No habría podido tenerlos realmente, tocarlos.
SERGIO.-El dinero no es una cosa concreta, no es el papel o la moneda que tienes entre los dedos.
El dinero es una convención, un símbolo para tener cosas, objetos, deseos realizados. Si acumulas
dinero, en realidad estás acumulando deseos, como tu papá. Y el tiempo pasa, los deseos se
marchitan, se vuelven feos, inoportunos, ¿entiendes?
OFELIA.-Pobrecito papá. Pero ya ves, de algo les ha servido el dinero. A mamá si la ha puesto feliz.
SERGIO.-Tu mamá siempre ha sido feliz. Salvo contrariedades, claro, pero lo poco que ha tenido en
su vida, es lo que ha querido, lo que ella misma escogió. (Enciende el radio.)
CUCA.-Voy a llamar un coche para que nos vayamos ya, ¿Nos acompañan?
OFELIA.-Oye, todavía no se van los carpinteros. No podemos dejar esto solo. (Le jala la manga.)
Baja Mario. Le está creciendo la barba otra vez, trae su gabardina y su bastón.
MARIO.-Si perdemos el tren va a ser por culpa tuya, Van a dar las siete.
MARIO.-¿Y porque falte una hora no van a dar nunca las siete? Vámonos.
Suena el radio.
MARIO.-(Suspira. Teatral.) Y los viajes ayudan a olvidar, Sergio. Cuando un hombre maduro se
encuentra una aventura, no queda ya el mismo. Estos idilios otoñales son terribles, como tormentas
de verano, si aceptamos la paradoja. Un viaje ayuda, y la cultura se acrecienta viajando. Ay, no
cualquiera vive una novela tan rica en experiencia. Aunque Cuca ya no se acuerda mucho, no está
de más salir. Veremos los sitios históricos de la Patria...
MARIO.-Nuestras bellezas nacionales son olvidadas muy a menudo... (Se queda oyendo. En el radio
empezó Perfidia.) Sergio, quiero jubilarme. Estoy viejo y cansado, y hay algo que me falta, y no sé
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qué es. Algo que me ha faltado siempre. Y voy a morirme, Sergio, y no voy a tenerlo nunca, ni voy a
saber qué es. (Pausa.) Eso lo contaba ella. (Se queda escuchando, se seca los ojos.)
Entra Ofelia.
CUCA.-Adiós, Sergio. Adiós, hijita. Cuídate. Si algo sucede avísanos. Quiero volver a tiempo, antes
de ser abuelos.
Salen todos, menos Ofelia que se contrae un poco, disimula, dice adiós desde dentro. Arranca el
coche. Vuelve Sergio.
SERGIO.-¿Chistoso, cómo?
OFELIA.-Anda, tonto. Da tiempo. Ponte tu saco y vámonos a la casa. ¿Sabes? Si resulta varón,
quiero que se llame como mi hermano. Esteban es un nombre bonito.
OFELIA.-Y quiero que sea loco, que haga lo que quiera, que gaste mucho, que tenga muchos
juguetes... y que nosotros seamos muy buenos con él.
TELÓN
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