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El duelo y sus vicisitudes clínicas

13/08/2002- Por Lucía Graciela Farías de Jorge - Realizar Consulta

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I. INTRODUCCIÓN

“...Cuando la muerte alcanza a nuestro padre, a nuestro consorte, a un hermano, a un hijo o a


un caro amigo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces, no
nos dejamos consolar y nos negamos a sustituir al que perdimos. Nos portamos entonces como
una suerte de Asra de esos que mueren cuando mueren aquellos a quienes aman...”

S. Freud (1915 / 6)

Intentaré pensar y delimitar el concepto de duelo dada la importancia que éste tiene en el
devenir de la vida psíquica de los seres humanos.

Es a partir de la incidencia en la resolución de los duelos que la experiencia clínica nos trae, que
demostraré el lugar central que estos cobran en la vida afectiva, emocional y de relación de
aquellas personas que atraviesan por un proceso de esta naturaleza.

El primer punto se centrará en la conceptualización del término.

Desde la perspectiva Freudiana, tomaré los artículos que abordan esta temática y los aportes
fundamentales de distintos autores argentinos que han trabajado el tema.

Freud en Duelo y Melancolía nos habla de duelo normal. Surgen interrogantes: ¿es posible
plantear normalidad? ¿Cómo opera la situación de culpa? ¿En qué casos se presenta angustia?
¿Qué de nosotros se va, que de nosotros muere, con el que murió ¿qué queda de ese Objeto
Perdido?

 Asra, del poema de Heine (Der Asra), eran una tribu de arabes que mueren cuando aman.
Freud expresada en una carta que envió a Marie Bonaparte:

“...Y espero que pronto se consolará Ud. de mi muerte, y me permitirá seguir viviendo en su
recuerdo amistoso la única clase de inmortalidad que conozco.”17

Recordemos que una teoría corriente del duelo diría que éste se termina en identificaciones y
recuerdos (C. M. Aslan2) o en otra formulación de Baranger3:

“El trabajo de duelo es la transformación de un objeto introyectado en un objeto imaginario y en


una identificación”

Si bien en el proceso de duelo actúan factores internos y externos, sólo consideraré los que
hacen al mundo interno de los sujetos.

En última instancia la temática central del duelo pasa por como los otros están en nosotros y las
múltiples formas de la presencia de los otros en nosotros (G. Badaracco15).

Aberastury1, señaló que la muerte de los padres, en los niños, provocan intensos conflictos
donde se entremezclan temor, dolor, culpa y nostalgia, y además que cuanto más pequeño es el
niño, más grave y de mayores consecuencias resulta la pérdida. Ella consideraba el equilibrio
mental previo del niño, la actitud que los familiares adoptan frente a este hecho y la forma en
que éste es comunicado como factores que pueden entorpecer o facilitar la elaboración del
duelo, desde ya situación sumamente penosa y difícil de realizar.

II. HACIA UNA CONCEPTUALIZACION

Tomaré las definiciones de la palabra duelo que aparecen en el diccionario4, allí advertimos que
el duelo tiene dos acepciones: Duelo: del latín dólus, por dolor.

A. “Aflicción o sentimiento por la muerte de alguien”, pero descubrimos otra:

B. Duelo, del bajo latín “duellum”: guerra, combate y continúa, combate entre dos, al que
precede desafío e reto. Se refiere a los duelos que aparecieron en la alta Edad Media, los
cuales se libraban para dilucidar la razón de algunos pleitos, en sustitución del juicio. Los
mismos se celebraban públicamente y subsistieron hasta bien entrado el siglo XVI, luego le
sucedió el duelo privado, que se realizaba para solventar pleitos de honor.

Me parece interesante traer esta idea, ya que en algunos procesos de duelo parecería gestarse
un verdadero reto, un combate entre dos, una lucha en donde uno está presente y el otro no.

Mi búsqueda se encontró con algo significativo, ya que en el diccionario de Laplanche y


Pontalis18 se destaca la ausencia del vocablo duelo.

Será en “Duelo y Melancolía”, donde Freud lo define claramente y por regla general como la
reacción frente a la pérdida de una persona amada, cabe destacar que no habla de muerte y se
refiere a lo que podríamos designar un objeto de amor, pero además lo hace extensivo a una
abstracción, como lo es la pérdida de la patria, de la libertad, de un ideal, etc.

Siguiendo la lectura vemos que a pesar de las desviaciones de conducta que le acontecen al
sujeto, Freud considera al duelo como un proceso normal en la vida, dice que pasado un tiempo
se lo superará y piensa que es inoportuno y dañino perjudicarlo. Parecería que coincide con la
antigua idea de que “el tiempo borra todas las heridas”.21
Allí también describe características del mismo como el talante dolido, la pérdida del interés por
el mundo exterior, imposibilidad de escoger un nuevo objeto de amor (se refiere a un objeto con
el cual estableció un vínculo libidinal), hay un extrañamiento respecto de cualquier trabajo
productivo, configurando por lo tanto una inhibición en la productividad.

En el duelo se observa claramente que el mundo se hace pobre y vacío.

Un aporte freudiano al tema es la incorporación de la idea de “Trabajo de duelo”, así la palabra


trabajo alude al proceso de elaboración psíquica implícito en dicho proceso.

Interviene ahora el examen de realidad; éste muestra que el objeto amado no existe más, “el
trabajo” consistirá en quitar la libido de todos los enlaces con ese objeto. Pero este trabajo
puede verse obstaculizado por una cierta renuncia, exije un “gran gasto de tiempo” (Duelo y
Melancolía) y de energía de investidura.

En “La Transitoriedad” (l916) nos ofrece otro acercamiento a lo que es el duelo:

“...solo vemos que la libido se aferra a sus objetos y no quiere abandonar los perdidos aunque el
sustituto ya esté aguardando, eso entonces, es el duelo”.

Según Baranger3, en una lectura freudiana, el concepto de “trabajo de duelo” consiste en la


repartición de la muerte global del objeto, en una serie de renuncias parciales a todos los
aspectos de la relación del Yo con el objeto, a todos los recuerdos que mantenían viva esta
relación...”

En “El muerto-vivo”: Estructura de los objetos en el duelo y los estados depresivos”, este autor
nos propone una idea central de lo que acontece en los procesos de duelo, nos dice que en
algunos casos el sujeto queda atado a un objeto que no puede ni revivir ni morir del todo.

Y agrega “la persona en estado depresivo vive sometida a un objeto muerto -vivo, aunque éste
no aparezca inmediatamente en forma manifiesta en su material clínico”.

Si bien hay diferentes formas del objeto muerto–vivo, muchas se aproximan a objetos
perseguidores, son estructuras donde en un extremo se encuentran los objetos moribundos que
el Yo debe preservar a cualquier precio y, en el otro se presentan objetos que originan en el Yo
una mezcla de angustia depresiva y de angustia paranoide”.

Siguiendo el artículo nos encontramos con una gama de variedades del objeto muerto- vivo que
en algunos casos sigue existiendo como otra persona con funciones de vigilancia y a veces “de
salvación del sujeto”. Cita el ejemplo de las personas que dejan todo exactamente como estaba,
las pertenencias del muerto, etc., como si en cualquier momento éste pueda volver al mundo de
los vivos. En otros casos, el muerto existe “en el más allá”, suele adquirir funciones superyoicas,
en donde una mala acción del sujeto puede suscitar su ira vengativa.

Para este autor la variedad más importante es el llamado objeto moribundo, el sujeto está
“habitado por un objeto interno casi muerto y la persecución de éste reside en las exigencias
para con el individuo...”. “Lo mantiene esclavizado y lo obliga a una reparación esteril, ya que no
alcanza nunca su propósito y siempre queda por hacer. Esta situación inconciente determina las
angustias depresivas relacionadas con los objetos exteriores, la culpa, las inhibiciones y demás
defensas que encontramos en los estados depresivos”. Entre las conclusiones del artículo, tal vez
la más significativa, es que Baranger considera que el objeto muerto-vivo es una etapa evolutiva
universal en la constitución y superación de la posición depresiva infantil mediante la reparación,
la discriminación, la metabolización. “Es un eslabón en la tarea esencial del Yo: aceptar que sus
objetos se mueren.”
Distintos autores traen diferentes puntos de vista. Aslan en su trabajo “Un aporte a la
metapsicología del duelo” nos recuerda la expresión de Lagache19 que dice que el trabajo del
duelo consiste en “matar al muerto”, y para Garma16 dicho trabajo se trataría de “darle vida al
muerto”. Volviendo a la conceptualización del duelo parecería que nos encontramos con una
cierta normalidad del mismo, se toma normal por habitual, quien no ha pasado alguna vez por
algún duelo, todo nos hace pensar como una tendencia al “olvido del duelo “. (Paciuk)21

El hecho de la muerte, la aceptación de la idea de muerte, es sumamente compleja, nos remite


a la muerte propia y por esto se complejiza el proceso de duelo, entre otras cosas ya que, nos
enfrenta con la propia finitud.

Freud en “De guerra y muerte. Temas de actualidad” (1915), nos recuerda que sucede con
nuestra actitud hacia la muerte, dice que “hemos manifestado la inequívoca tendencia a hacer a
un lado la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado matarla con el silencio, y aún
tenemos (en alemán) el dicho: “Creo en eso tan poco como en la muerte” “...en la muerte
propia desde luego...”. Luego postula la siguiente tésis: “En el fondo, nadie cree en su propia
muerte, o lo que viene a ser lo mismo, en el inconciente cada uno de nosotros está convencido
de su inmortalidad...”. Si en la base de los seres humanos encontramos estas ideas,
indudablemente la elaboración de la pérdida de otro merece especial atención.

En 192513 Freud investiga la función del juicio, acerca de las dos decisiones que debe adoptar:
se refiere al juicio de atribución y al juicio de realidad, al respecto de este último la cuestión
sería como se hace para admitir o impugnar la existencia de una representación en la realidad.
En este punto nos trae un aporte que se entrama con el tema de esta monografía, nos dice:
“Ahora bien, discernimos una condición para que se instituya el examen de realidad: tienen que
haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva (real)”.

Juan D. Nasio20 nos acerca otra mirada acerca del dolor, dice que el dolor en el duelo no es
tanto como un efecto provocado por la pérdida del ser querido, sino por la autopercepción que
tiene el Yo del tumulto interno desencadenado por esta pérdida. “Desde su perspectiva el dolor
corresponde al caos de las pulsiones enloquecidas“, “el sentimiento doloroso no refleja las
oscilaciones regulares de las pulsiones, sino una locura de la cadencia pulsional”.

Cuáles serán los obstáculos por los que atraviesa un duelo, en qué reside el carácter doliente del
mismo, tal vez parezcan preguntas nimias pero conllevan una incertidumbre que merece ser
considerada.

III ALGUNOS OBSTÁCULOS POSIBLES EN EL PROCESO DE DUELO:

A) AMBIVALENCIA AFECTIVA

Una de las circunstancias que merecen un tratamiento especial es la ambivalencia afectiva que
subyace en forma previa a la pérdida del objeto. La palabra ambivalencia fue tomada por Freud
de Bleuler18, la originalidad del concepto estriba, en el mantenimiento de una oposición del tipo
sí-no, en que la afirmación y la negación son simultáneas e inseparables. Bleuer dio finalmente
una significación primordial a la ambivalencia afectiva y en este sentido se orienta el empleo
freudiano del término. Esta presencia simultánea de amor y odio en relación a un mismo objeto,
se nos presentifica en los estados de duelo; sucede en muchos casos que, el sujeto, sólo tiene
conciencia de su amor en tanto el odio permanece inconciente. Este fenómeno puede quedar
expresado y transformado, para ser aceptado en la conciencia como “temor al muerto”.

Del amor derivaría la veneración. No existe religión alguna que no tenga su culto a los muertos.
En “Tótem y Tabú” (1912-13), Freud nos plantea, fundando su justificación en la ambivalencia
afectiva, las prohibiciones tabú “...En el inconciente nada les gustaría más que violarlos, pero al
mismo tiempo, temen hacerlo; tienen miedo porque les gustaría, y el miedo es más intenso que
el placer...”. Ese placer, afirma es en cada individuo inconciente como en el neurótico.

No matar al animal totémico y evitar el comercio sexual con los miembros del sexo contrario del
clan totémico, son las dos prohibiciones tabú y al mismo tiempo las apetencias más antiguas e
intensas de los seres humanos.

Sin entrar en consideración de todas las descripciones en relación al tabú de los muertos que
nos trae Freud en este artículo, ya que desviaría nuestra atención, es interesante pensar como
algunos de ellos siguen vigentes hoy entre nosotros con la misma fuerza de otros tiempos.

Estamos en condiciones de afirmar que los sentimientos tiernos y hostiles están operando en
todo proceso de duelo. Para lo inconciente, el que murió de muerte natural, también fue
asesinado, los deseos malignos lo hicieron. El que queda vivo se siente culpable, originando
distintos tipos de autoreproches. Por este motivo Freud5 asegura que los “muertos son
poderosos señores“ y que de estos no se diga más que lo bueno.

Con respecto al primer mandamiento “No matarás”, Freud nos dice: “...Una prohibición tan
fuerte sólo puede haber ido dirigida contra un impulso igualmente fuerte. Lo que no anhela en su
alma hombre alguno, no hace falta prohibirlo, se excluye por sí solo...”

La ambivalencia afectiva se nos impone en la época de la pérdida como duelo y como


satisfacción. “ La hostilidad, de la que uno nada sabe ni quiere saber, es arrojada desde la
percepción interna hacia el mundo exterior, así se la deshace de la persona propia y se la
emplaza en la otra persona. No somos nosotros, los superstites, quienes nos alegramos ahora
por habernos librado del difunto; nosotros hacemos duelo por él, pero él asombrosamente se ha
convertido en un demonio maligno a quien satisfaría nuestra desgracia, y busca inflingirnos la
muerte; los superstites no tienen más remedio que protegerse de ese enemigo maligno, se han
aligerado la presión interna, pero no han hecho más que trocarla. Por una apertura desde
afuera”.

Por lo tanto sobre una ambivalencia afectiva marcada difícilmente, un proceso de duelo, se de
“con cierta normalidad”y atravesará vicisitudes complejas en relación directamente proporcional
al monto de odio que permanece inconciente. Ejemplos de esta trama nos la ofrece la neurosis
obsesiva que a través de la forma de los autoreproches exterioriza su ambivalencia afectiva para
con el objeto en la época del duelo.

B) LA ANGUSTIA

La angustia se define como un estado afectivo de sensación displacentera evidente, pero a la


inversa, no todo lo displacentero puede ser catalogado de angustia. En la base de la angustia
hay un incremento de exitación, percibida a través de sensaciones corporales, las más comunes
en los órganos de la repiración y en el corazón, esto displacentero es aligerado mediante la
posibilidad de la descarga. También se la vincula con la expectativa, lleva un carácter de
indeterminación y ausencia de objeto, cuando se puede centralizar ya hablaríamos de “miedo”.

La angustia neurótica lo es en relación a un peligro de tipo pulsional no discernido18. En La


Addenda de “Inhibición, Síntoma y Angustia”, “Angustia, Dolor y Duelo”, Freud se pregunta en
qué caso la separación del objeto provoca angustia y en cuál dolor .

Remite a la situación del lactante que hecha de menos a su madre y avista a un extraño,
mostrará angustia referida al peligro de la pérdida de objeto, recordar la llamada angustia del 8°
mes, pero Freud nos indica que a juzgar por sus expresiones además sentirá dolor, el for dá
hará posible un tránsito al discernimiento de lo que aún no es diferenciable para él, una pérdida
duradera en una ausencia temporaria. La situación en que la madre es hechada de menos, es
para el niño una situación traumática, así la pérdida de percepción es equiparada a la de pérdida
de objeto, ésta diverge de la situación traumática del nacimiento ya que en ese momento no
existía ningún objeto que se pudiese extrañar, la angustia era la única reacción posible. Las
experiencias repetidas de satisfacción fueron creando ese objeto madre y en caso de necesidad
originara “una intensa investidura añorante”. Allí adscribe Freud la reacción del dolor. “...El dolor
es, por tanto la genuina reacción frente a la pérdida del objeto, la angustia lo es frente al peligro
que esa pérdida conlleva, y en ulterior desplazamiento, al peligro de la pérdida misma del
objeto...”

En el duelo bajo el examen de realidad que indica categóricamente separarse del objeto porque
éste ya no existe más, debe producirse una desligazón de todas las situaciones donde el objeto
fue asunto, cabe volver a señalar el carácter doliente de este proceso. Se trata entonces desde
esta perspectiva de des-investir dicho objeto, dolor, pena, tristeza son los sentimientos que
prevalecen, trantandose de un adulto la aparición de angustia entorpece el desarrollo de este
proceso de duelo, la angustia por la ausencia del otro con el concomitante corporal es muy
diferente de la pena y la tristeza. Más bien parecerían individuos que han permanecidos fijados a
cierta etapa de la infancia de los que son característicos el desvalimiento motor y el psíquico.

Situación por demás compleja, cuando se nos presentifica en un adulto. Podría pensarse esta
fijación como una situación previa, a la elaboración del duelo, que seguramente impedirá el
desarrollo del trabajo de duelo.

C) LA DESMENTIDA

Es en Fetichismo (1927) donde Freud habla de un proceso particular frente a la muerte de un


ser querido. Dice que hay sujetos que desmienten un fragmento de la realidad (en este caso, la
muerte), tal como lo hace el Yo del fetichista frente al hecho de la castración de la mujer. El
concepto freudiano de “Verleugnung“ refiere a un modo de defensa en donde el sujeto rehúsa
reconocer la realidad de una percepción, principalmente la ausencia de pene en la mujer
(Laplanche y Pontalis). En 1927 muestra como el fetichista perpetúa una actitud infantil
haciendo coexistir dos posiciones inconciliables: la renegación (desmentida) y el reconocimiento
de la castración femenina.

Esta misma conceptualización es trasladada a la actitud de algunos individuos frente a la


muerte, en donde una corriente no reconoce la muerte de ese ser querido, pero hay otra que sí
daría cuenta de la desaparición. A su vez se relaciona con el concepto de escisión del Yo, ya que
estas dos actitudes una acorde al deseo y la otra acorde a la realidad, persisten todo el tiempo
una junto a la otra sin influirse recíprocamente.

El acatamiento a la realidad en el terreno clínico puede derivar en distintos procesos. Si la


aceptación de la pérdida resulta insoportable al Yo el sujeto puede llegar a componer una nueva
realidad acorde a su deseo exclusivamente, y así a través de la alucinación, vuelve a la vida a
aquel que ya no está, sólo que en ese caso nos encontraríamos con una psicosis alucinatoria de
deseo, donde esa representación intolerable queda realzada por la alucinación. Con este proceso
el sujeto en cuestión ahorra un monto de sufrimiento intenso que implicaría la aceptación de la
pérdida, sólo que con un costo muy alto, ya que su Yo se arrancó de la realidad y estamos en
presencia de un cuadro psicótico.

Freud trae una hipótesis sumamente interesante donde a partir de las religiones se nos presenta
la existencia postrera como la más valiosa, como una existencia plena y rebajan a la vida a un
mero prolegómeno. En algunos casos se prolonga la vida hacia el pasado, aparecerá la
transmigración del alma, la reencarnación “...todo con el propósito de arrebatar a la muerte su
significado de canceladora de la vida...”. Freud califica a esta actitud religiosa como una
desmentida de la muerte, en este caso particular “desmentida cultural-convencional”.

D) EL NARCISISMO, PENSAR LA MELANCOLÍA

Como paradigma de las neurosis narcisistas la melancolía, se presenta como una de las mayores
dificultades en lo que hace a la posibilidad del trabajo de duelo.

Freud en “Duelo y Melancolía“, amplió nuestro campo clínico al situar la pérdida como algo más
ideal, el objeto puede no estar muerto pero se perdió como objeto de amor.

El camino de una melancolía puede desencadenarse a partir de un desengaño, o de una


desilusión, como vemos en muchos enamoramientos, donde la idealización y el narcisismo
estarian en juego. En un sentido estricto la desilusión consiste en la destrucción de una ilusión.

“... las ilusiones se nos recomiendan porque ahorran sentimientos de displacer y en lugar de
estos nos permiten gozar de satisfacciones. Entonces tenemos que aceptar sin queja que alguna
vez choquen con un fragmento de la realidad y se hagan pedazos”6

Del narcisismo que se trata, es aquel que empuja a una elección narcisista de objeto.
Advertimos allí una investidura que paradójicamente siendo muy intensa se nos muestra lábil,
ya que cualquier elemento por inverosímil que parezca quiebra esa imagen maravillosa. Llegado
el momento de la desilusión, afrenta o desengaño, el objeto cae, la libido vuelve al Yo y lo nuevo
que aparece aquí es el odio22. Este surge como resultante de un narcisismo herido expresado en
la melancolía, en la autodenigración; “...el odio es con relación al objeto, más antiguo que el
amor, brota de la repulsa primordial que el Yo narcisista opone en el comienzo del mundo
exterior prodigador de estímulos...”. “El Yo odia, aborrece y persigue con fines destructivos a
todos los objetos que se constituyen para él, en fuente de sensaciones displacenteras...”8

Volviendo al proceso melancólico, en esa vuelta libidinal algo del objeto se trae, se introyecta y
surge la identificación narcisista, en donde una parte del Yo queda alterada, modificada. La
sombra del objeto cae sobre el Yo y es sojuzgado por la conciencia moral. La consecuencia de
este proceso es un Yo pobre, donde sabe “a quién se perdió“ pero no “lo que perdió en él”, y en
este punto gravita una de las diferencias con un proceso de duelo ya que esto no tiene acceso a
la conciencia y determina al mismo tiempo un valioso elemento inconciente para el abordaje de
las melancolías7. En “Psicología de las masas y análisis del Yo”, dirá: “La miseria del melancólico
es la expresión de la bipartición tajante de ambas instancias del Yo en que el ideal
desmedidamente sensible hace salir a la luz de manera despiadada su condena del Yo en el
delirio de insignificancia y en la autodenigración...”. La cruel denigración del sí del Yo junto a una
implacable autocrítica, en realidad son aplicados al objeto y de esta manera la introyección del
objeto es “aquí de una evidencia innegable”.

Freud plantea que la investidura de amor del melancólico sufre un doble destino, por un lado la
identificación (ya planteada) y por otro, una regresión sádico-masoquista dando expresiones de
su crueldad. Dicho sadismo revela la inclinación al suicidio, así “la melancolía se vuelve tan
interesante y ...peligrosa”7. Un melancólico se llega a dar muerte porque se trata a sí mismo
como al objeto. Es un suicidio, homicidio del objeto que hay en sí mismo22.

En “Neurosis y psicosis”, con la incorporación de la segunda tópica dirá que el conflicto


melancólico se despliega entre dos instancias: Yo y Super Yo, y es allí donde también se jugaría
la angustia de muerte. El melancólico resigna su Yo casi totalmente porque se siente “odiado y
perseguido por el Super Yo, en vez de sentirse amado”. Vale tener en cuenta que vivir para el Yo
es lo mismo que ser amado por el Super Yo, y en el caso de la melancolía la vivencia es la
opuesta.
IV CONSIDERACIONES FINALES

A través de este recorrido, he tomado algunas lineas posibles en relación a los desenlaces del
duelo, en lo que hace a vivencias de tipo individual. En este último apartado trataré de esbozar
alguna relación entre el tema y situaciones de nuestra sociedad actual.

La elaboración de un duelo luego de lo expuesto, no resulta ser algo para nada sencillo exige un
gasto psíquico grande y en donde entran en consideración, en un camino hacia la resolución,
distintos factores: por ejemplo, qué tipo de vínculo se poseía con el que ya no está, en los
momentos que antecededieron a la pérdida, como juega la ambivalencia afectiva, la aceptación
a través del juicio de realidad de la pérdida del objeto, la angustia, el narcisismo, etc. También
debemos considerar, como juegan las series complementarias, en cuanto a como intervienen
factores constitutivos y de la propia historia infantil en la posibilidad de dicho trabajo de
elaboración. La idea de atravesar un duelo, irremediablemente nos enfrenta con nuestra propia
finitud, la cual a su vez se nos presenta como algo resistido; además se enlaza con la idea del
paso del tiempo, que a su vez se relaciona con la vejez. Finitud, vejez, se entrama con la idea de
castración, con aquello que produce angustia. Muchos autores sostienen que de la sumatoria de
duelos irresueltos o mal llevados, agregando la cronificación de estos cuadros, devenga un
estado de depresión, estableciéndose un simultáneo debilitamiento de las expresiones del duelo,
con un aumento de las depresiones (Paciuk)21. Una de las enfermedades que acosó seriamente
al siglo XXI, según informes de la O.M.S.

Nuestra sociedad actual nos lleva irremediablemente a la cultura de la juventud eterna, en


donde lo visual nos captura y prevalece sobre lo oído. Aceptar el paso del tiempo, nuestro
crecimiento es toparnos con algo de nuestra propia castración, frente al espejo, nos
encontramos con el deterioro de nuestra propia imagen. Mientras nuestro cuerpo envejece, el
tránsito de las ideas pueden seguir desarrollándose por algún tiempo pero en la cultura de la
imagen lo ideativo, los pensamientos parecen tener cada vez menos espacio. Mientras tanto vivir
significa morir un poco cada día.

En este sentido, esto también daría cuenta de nuestros propios duelos, aceptar la castración
“duele”. Exige un trabajo, una elaboración psíquica y requiere de un tiempo, que la cultura de lo
instantáneo no siempre está dispuesta a admitir.

Es también interesante que los avances en la ciencia médica tienden a una disminución del
dolor, la evitación del sufrimiento humano, pero ¿de qué dolor se estará hablando?. Nos
remitimos al dolor físico indudablemente, sin embargo el pedido de los pacientes que nos
solicitan análisis en general también tendría que ver con una fantasía de un pedido de “evitar” el
sufrimiento, en última instancia el dolor, representada en la practica clínica con el pedido de
disminución de la cantidad de sesiones, o la abreviación en relación al tiempo de duración de los
tratamientos. El atravesamiento de un análisis implicaría, desde este punto de vista, poder
adueñarse de estos aspectos, en lugar de evitarlos. De esta manera dar una mayor libertad a la
vida de un sujeto, volviendo al duelo, recordemos que cuando éste se eterniza en un estado
crónico, puede paralizar la vida de una persona e incluso toda su existencia. El duelo tiene un
caracter enigmático. Freud9.

En nuestro estado de cosas otras personas recurren a otras formas de evitación del dolor, así la
cirugía estética nos aporta su contribución cuando algo de la propia castración (en términos
generales) asoma.

En la aparición frente al espejo de algo de nuestra vejez, una intervención quirúrjica nos aporta,
aunque sea ilusioriamente, la restitución de la juventud perdida. Son muchos los que comparan
el auge actual de las cirugías estéticas en nuestro país, con la época de oro del psicoanálisis en
la década de los sesenta, como si se tratara de procesos análogos. Esta comparación, siguiendo
con la temática, personalmente: me duele.
La vejez, la muerte, llegan inexorablemente y la cirugía tal vez nos aporta un “parche” a nuestro
calendario biológico, para poder sobrellevar esas afrentas.

Estas son sólo algunas ideas que intentan abrir una temática que seguramente requiere de mas
investigación, pero encuentro una vinculación entre estos temas, los duelos irresueltos y algunas
conductas típicas de nuestra sociedad que procuran resolver algo desde afuera, cuando en
realidad está dentro nuestro.

Personalmente hoy, más que nunca, como psicoanalista, entiendo a la doctrina psicoanálitica
como una de las posibles tablas de salvación de nuestra sociedad; sostener sus pilares y nuestra
convicción es escencial para, lejos de ceder terreno, ir recuperando este espacio de pensamiento
y fundamentealmente de escucha que unicamente el psicoanálisis puede ofrecer, venciendo
nuestras propias resistencias siempre estara allí, tomémoslo.

El mail de la autora es psicolula@hotmail.com

BIBLIOGRAFÍA

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