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MADRE ETERNA

Era una mañana, el sol apenas salía detrás de los cerros, el sol estaba azulado, el campo estaba
verde, me levanté, no vi a mi abuelita en casa, pero eso no me detuvo a hacer mis deberes, me
pasé toda la mañana pastando a las ovejas y llevándolas a beber agua. De pronto vi que a lo
lejos venía mi abuelita, se acercó a mí y me dijo:

- Quiero que después del medio día vayas a dejar esta canasta al otro lado del río, la dejes a
un lado de la orilla y no veas lo que llevas ahí.

Yo me quedé un poco confundida pero no era algo de lo que me tenía que sorprender, porque
mi abuelita era un poco misteriosa, así que lo acepté

- Ya, está bien, lo voy a dejar ahí, le dije.


- No te tardes, regresas rapidito, me dijo-
- Sí volveré rápido.

Cuando estaba a punto de salir miré atrás y vi a mi abuelita me miraba algo aturdida y luego
me sonrió, no me causó gran impresión verla así, seguí mi camino.

De todas las veces que llevaba encomiendas de mi abuelita, esta era la más misteriosa, ya que
sentía que el camino era más largo de lo que era, no vi personas caminando por ahí, todo
parecía silencioso a excepción de algunas aves que por ahí pasaban.

Como no sabía qué hacer, fijé mi mirada en la canasta, la observé por un largo momento,
quería coger el pañuelo y ver lo que contenía, cuando estuve a punto de tomar el pañuelo,
sentí que alguien estaba detrás de mí, miré hacia atrás, no vi a nadie, sólo vi una rosa caída en
el suelo la miré y la cogí.

Cuando la tenía en la mano, la miré detenidamente, me hice varias preguntas; ¿qué hace una
rosa en medio del camino?, ¿de dónde salió?, ¿cómo es que llegó hasta ahí?, ¿cómo es que no
la vi cuando pasé?.

Tantas preguntas y ninguna respuesta, no sé si fue algo divino o una casualidad, sólo sé que el
hecho de ver y cogerla rosa me detuvo la tentación de ver lo que contenía la canasta.

Luego de tal hecho, seguí caminando empecé a cantar, terminó la canción y de pronto me
entró una nostalgia, me sentí triste y me puse a pensar, no entendía por qué no crecí con mi
madre, cada vez que le preguntaba a mi abuelita por ella, mi abuelita me decía:

- Ella también te extraña, te cuida y está muy feliz de tener una hija como tú, recuerda que
una y más cantutas te llevan a algo muy especial.

Esa frase me la tenía grabada en la mente, siempre que mi abuelita me decía eso me quedaba
calladita y aunque no entendía qué es lo que me trataba de decir, me sentía más tranquila.

- ¡Aaaay!... grité sonriendo.

Estaba a unos pasos de llegar el río, me sentí más aliviada, porque sentía que ya iba a culminar
la encomienda de mi abuelita, crucé el río, llegué a la orilla, y dejé la canasta ahí en el suelo,
estaba a punto de regresar cuando de pronto vi a lo lejos un gran campo de flores, no las veía
muy bien, así que me quise acercar más, llegué y me vi con la sorpresa que eran cantutas, me
quedé sorprendida y alegre a la vez pero igual recogí las cantutas, cuando volví vi que alguien
recogía la canasta, era una mujer, estaba con su pollera roja con su fogoncito de bayeta y con
su ojota, me apresuré, sin dejar de verla, ella cogió el pañuelo y sacó de ahí una pequeña
chompita rosada y una muñeca de trapo, me fijé bien y recordé que la chompita era mía y
también la muñeca.

Ella las miró y salió de sus ojos lágrimas, las vi porque el sol las reflejó y brillaron.

Me acerqué a ella , no le dije nada, lo único que hice fue darle una de las cantutas que recogí,
me miró y me sonrió, pero aún salían lágrimas de sus ojos.

- ¿Te gustan las cantutas?, me dijo.


- Sí, le respondí, me gustan mucho, lo malo es que no las encuentro muy seguido.

Miró al sol y me siguió preguntando.

- ¿Quieres a tu abuelita?, ¿te gusta estar con ella?


- Sí, la quiero mucho a pesar de que casino paso mucho, igual la quiero , le dije.
- Creo que se puede molestar si hacemos esperar a tu abuelita, será mejor que te vayas.

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