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Derecho Político

Formación del Estado moderno

La idea de “formación del Estado moderno”, remite a un proceso histórico


que desemboca en el Estado que conocimos a partir del siglo XIX, el Estado
Moderno, pero, a su vez, encuentra sus orígenes en etapas muy anteriores. El
Estado Moderno no es exactamente el Estado actual; sucede al absolutismo, por
cuanto está configurado por principios que son conceptualmente distintos a los de
la monarquía. El primero de esos principios distintos es cómo responder a la
pregunta: ¿cuál es la fuente de poder? La monarquía lo responde diciendo: en
general el origen del poder reside en la autoridad divina y se ejerce de manera
vitalicia, esto es, de por vida; concluye con la muerte del monarca y éste es
sucedido hereditariamente.

El segundo gran principio que conforma el concepto de la monarquía es: el


poder no se comparte. Está absolutamente centralizado, la exclusividad del poder
está en cabeza del rey. El Estado moderno, en cambio, transforma eso a través de
distintas etapas de pensamiento político, en otro principio, y es que el origen de la
soberanía reside en la Nación o en el pueblo, depende de la etapa a la que nos
refiramos. Y en segundo lugar, si bien el poder estatal es, también en este caso del
Estado moderno, centralizado, no recae en una sola persona sino que las distintas
funciones de poder están descentralizadas, no centralizadas, como en la
monarquía.

Para esto hubo que atravesar casi tres siglos en la historia del pensamiento,
siglos XVI, XVII y XVIII. Hay tres grandes pensadores: uno inglés John Locke, hacia
finales del siglo XVII; Thomas Hobbes, y Jean-Jacques Rousseau, que son las tres
grandes figuras de lo que se denominó el contractualismo. Se denomina
contractualismo porque son los primeros que, viendo los procesos que se iban
dando en sus respectivos países empiezan a poner en cuestión la centralización del
poder de la monarquía y dicen: la sociedad tiene una función muy importante en
la construcción del poder, y por lo tanto, si bien tiene que haber una autoridad, esa
autoridad no deriva exclusivamente de la fuente divina, sino que termina siendo
resultado del consentimiento de la sociedad. Es decir, entre gobernantes y
gobernados se establece una suerte de “contrato”, por el cual los gobernados le
entregan la facultad de gobernar a la autoridad, de gobernar bajo determinados
principios y valores, los cuales, en caso de violarse, le devuelven a la sociedad la
facultad de cambiar.

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Hobbes y Rousseau parten de estudiar al hombre en su estado de
naturaleza, pero los dos llegan a conclusiones distintas. Porque Hobbes plantea que
el hombre en su estado de naturaleza no puede convivir, debido a que hay una
esencia de exclusividad, de violencia, de hegemonismo, de tratar de dominar a sus
semejantes, todo lo cual convierte la convivencia entre los hombres, en su estado
de naturaleza, en insostenible. Por lo tanto, la aparición de la autoridad se hace
imprescindible, pero como el hombre en estado de naturaleza es esencialmente
malo —“el hombre es el lobo del hombre” es una de las frases más emblemáticas—
se necesita una autoridad muy fuerte para regular esa violencia intrínseca del
hombre en su estado natural. Hay que construir un Estado autoritario, al que
Hobbes denomina tomando una figura bíblica, el “Leviatán”. La obra cumbre de
Hobbes se llama justamente Leviatán, que es como él denomina simbólicamente al
Estado, no porque le cambie el nombre jurídico, sino porque se trata de un Estado
tan acaparador de las vidas de las personas, tan fuerte, tan envolvente, que lo
conecta a la figura del Leviatán bíblico.

En cambio Rousseau, ya en el siglo XVIII, plantea que el hombre en su


estado de naturaleza no es esencialmente malo sino que es esencialmente bueno.
En la aparición de las primeras colectividades humanas la convivencia era saludable
y armoniosa, y que con el mayor poblamiento de la tierra, con la aparición de
distintas comunidades, de distintas religiones y demás, eso se hizo más conflictivo,
y, por lo tanto, el Estado debe tener un papel ordenador pero que no modifique esa
naturaleza esencialmente buena del hombre. Pantea, pues, una noción del Estado
democrática, un Estado más abierto, y, además, como Rousseau es discípulo de
Montesquieu, que ya había pensado en la división de poderes, esto hace que en
Francia resida uno de los centros que dan origen al contexto moderno del Estado
ligado a la división de poderes. Esa misma Francia que a principios del siglo XVIII
había acuñado ese lema de Luis XIV “el Estado soy yo”, es la que a finales del siglo
asiste a la Revolución Francesa, con los principios del Estado moderno y de la
división de poderes.

Inglaterra le pone otro ingrediente. Viene de un proceso mucho más


progresivo y menos violento que Francia, de formación del Estado moderno. En
Francia se produce una fuerte crisis de la monarquía y hay revolución. Inglaterra,
en cambio, llega al Estado moderno de una manera mucho más gradual, tan
gradual, que allí nunca desapareció la monarquía, y se mantiene hasta nuestros
días. En Inglaterra convive la fuerte figura simbólica del Rey con una sociedad civil
también muy fuerte. En Inglaterra reside, además, el origen del parlamentarismo,
que, por supuesto, no se lo puede identificar totalmente con la imagen que
nosotros tenemos de parlamento actual. Cuando uno habla del origen del

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parlamentarismo, habla de los primeros esbozos de descentralización del poder
monárquico. Y esto data nada menos que de 1215, muchos siglos antes, en
tiempos en que la clase dominante eran los propietarios de la tierra.
Indudablemente, todavía no había burguesía, muchísimo menos proletariado,
estamos hablando todavía de la Edad Media, del último tramo de la Edad Media que
dura tres siglos, estamos hablando de la unidad política-religiosa del poder, es
decir, la autoridad política era la autoridad religiosa, todavía no se había producido
un hecho religioso muy importante que se inicia a finales del siglo XV principios del
siglo XVI, estoy hablando de la “Reforma”. Todavía faltaban casi tres siglos para
que se produjera la Reforma, primero en Alemania, después se traslada a
Inglaterra, en el primer caso con Martín Lucero y en el segundo con Calvino, en
Inglaterra. La sociedad estaba conformada por los sesctores que vivían al calor del
monarca, del Palacio, el ejército para poder defenderse de los ataques y los
propietarios de la tierra, no había otras divisiones más complejas en la sociedad.

La economía todavía no generaba suficientes excedentes como para que


hubiera una fuerte presencia del comercio, pero, aún así, los terratenientes le dicen
al rey Juan “Sin Tierras”, justamente bautizado así para mostrar esa dicotomía
entre los que tenían la tierra y los que tenían el gobierno —como diciendo, “usted
tendrá mucho el gobierno, pero no tiene la tierra”, que es lo que produce la
riqueza para poder sostener el sistema político—. Entonces, le manifiestan al rey:
desde luego que nosotros tenemos que pagar impuestos, porque sino no podría
haber organización social, pero queremos tener que ver en las decisiones. Entonces
se forma, por primera vez, a consecuencia de ese reclamo de los propietarios de la
tierra, no un parlamento sino un Consejo del Rey, pero no designado por el Rey
sino designado por la presión de los propios propietarios de la tierra, y que operaba
como un mecanismo de consulta que se fue haciendo cada vez más intenso, cada
vez más obligatorio y comprometedor para el Rey. Esto constituye el primer esbozo
de lo que podríamos llamar una suerte de proto-parlamentarismo, que va
evolucionando hasta consolidarse a mediados del siglo XVII entre 1648 y 1680, que
es el proceso de la Revolución inglesa, una revolución menos paradigmática que la
Revolución Francesa, pero no menos instituyente de los nuevos paradigmas, al
mando de Oliverio Cronwell, al que Uds. pueden ver en varias películas.

Lo que marca el proceso inglés es una presencia muy fuerte de la sociedad


civil en la formación del Estado. En la relación Estado–sociedad, podemos decir que
hay una sociedad fuerte, que tiene mucha capacidad de reclamo hacia el Estado. Es
mucho mayor la fortaleza de la sociedad para influir sobre el Estado que el
autoritarismo del Estado para dominar a la sociedad. Y a esto, ya en el siglo XV y
XVI, hay que incorporarle el fenómeno de la Reforma protestante. Y sobre todo en

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Inglaterra. Si bien la Reforma se inicia en Alemania, con Lutero, su efecto político
más fuerte lo tiene en Inglaterra, con Calvino y la creación de la Iglesia Anglicana.
Calvino tiene todo una visión política de la reforma, no solamente religiosa o
espiritual, sino también política. Y así como la Reforma parte del paradigma
religioso de la libre interpretación del texto bíblico, trasladado ese principio al
fenómeno político, encuentra una connotación muy fuerte en el individualismo. Es
decir, si una persona tiene la capacidad de interpretar libremente los textos bíblicos
sin necesidad de obedecer las órdenes religiosas de la autoridad central en Roma
(ese es uno de los efectos más fuertes de la Reforma, es decir, buscó terminar con
la centralidad de Roma para la interpretación de la Biblia), con razón debe ejercitar
esa misma libertad individual para buscar su propia prosperidad material. Y por
eso, la Iglesia Anglicana es absolutamente funcional, absolutamente coherente para
el desarrollo capitalista, porque le quita a la riqueza material, al desarrollo
económico, todo vestigio pecaminoso, que siguió por mucho tiempo más siendo un
rasgo de la interpretación católica de la riqueza, cuando dice “bienaventurados sean
los pobres, porque de ellos será el reino de los cielos”. Hasta que luego, varios siglo
después, Federico Engels, que escribió “El Capital” junto con Carlos Marx, sostuvo
que “la religión es el opio de los pueblos”. En definitiva, a lo que se refiere es a que
el dios del catolicismo está diciendo algo así como “sean pobres, nomás, para que
la burguesía se pueda quedar con su plata”.

Todo esto gira alrededor de una suerte de sentido pecaminoso que la Iglesia
Romana le pone a la prosperidad y al desarrollo, lo que se confirma con la aparición
de de la institución bancaria como palanca del capitalismo. Esto es, cuando una
persona tiene conocimientos o una fuente de producción, pero le falta el dinero
para poderlas desarrollar, y hay otra persona que cuenta con ese dinero, lo mejor
que puede hacer el sistema capitalista es juntar a una con otra para que ésta
financie el proyecto de aquella. El capitalismo se rige por la obtención de una
ganancia, y, por lo tanto, si esta persona tiene una materia prima, una industria o
un comercio que le van a servir para obtener una ganancia, el que tiene el dinero
también pretende tener una ganancia, prestándolo. Esa ganancia es la tasa de
interés, el precio del dinero. Así como uno gana vendiendo alfajores, éste gana
vendiendo dinero. Pues bien, la iglesia católica prohíbe la institución bancaria
diciendo que es usura, hasta bien entrado el siglo XVII. En cambio, el
protestantismo, no solamente no lo prohíbe sino que lo ve como una manera de
beneficiar el desarrollo del capitalismo. Por eso Inglaterra es el país que desarrolla
el capitalismo más temprano, y es la cuna de la primera y la segunda Revolución
Industrial, que son la Revolución Industrial del vapor, en el siglo XVIII y la
Revolución Industrial de la electricidad en el siglo XIX.

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Entonces, Inglaterra le pone a este proceso el ingrediente de una sociedad
civil dominante, de la fortaleza de la sociedad. Francia le pone los grandes
principios: libertad, igualdad, fraternidad, los tres grandes principios políticos de la
Revolución Francesa y le pone los grandes principios económicos, laissez-faire,
“dejar hacer”, “dejar pasar”. Son los dos grandes andamios de la Revolución
francesa. Lo primero son los principios culturales y políticos y lo segundo, los
principios económicos: “dejar hacer” y “dejar pasar” quiere decir “libertad de
industria” y “libertad de comercio”. Y los Estados Unidos, en su Constitución de
1787, le ponen a todo esto la practicidad y las instituciones. Dicen algo así como
“muy lindo lo de la sociedad civil, muy lindo lo de los principios, pero hay que poner
leyes concretas”. Todo esto hay que escribirlo y hacerlo, y hacen la Constitución.
Estas son, en suma, las tres grandes vertientes del capitalismo moderno, que es el
marco sociocultural del Estado moderno.

Ahora, todo esto, no aparece solo. Ustedes recuerden que desde las
primeras clases nosotros estuvimos diciendo, y lo vamos a ir reafirmando siempre,
que ninguno de estos procesos se puede desprender, desligar del marco histórico. Y
ninguno de estos procesos es casual. No debemos olvidar el cambio de paradigma
cultural que implica el final de la Edad Media. El fin de la Edad Media encuentra un
fenómeno político, que es la caída de Constantinopla, la capital del Imperio
Bizantino, el Imperio Romano de Oriente. Significaba el debilitamiento de la
centralidad de Roma, en términos de separación de la autoridad política respecto de
la autoridad religiosa. Y también se refleja en lo cultural. El Imperio Romano venía
muy atacado, en aquella segunda mitad de la Edad Media, por la expansión del
Islam sobre Europa, fundamentalmente en España, y esto resiente las fronteras
occidentales del Imperio. Con mucha más razón, el Islam se expande sobre
Turquía, cuya capital era, precisamente, Constantinopla. Así, el Imperio Romano se
va desgranando desde el punto de vista político, pero, a su vez, aquella centralidad
de la autoridad político-religiosa, aquella unidad entre la autoridad eclesiástica y la
autoridad política, era, además, fuente de la cultura. Hay mucha literatura sobre
esto, y hay libros de historia, pero ustedes tienen al alcance de la mano el libro o la
película titulados “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco, es el reflejo de este
oscurantismo cultural donde solamente en los templos se albergaba el saber. El
final de la Edad Media marca un cambio de paradigma muy fuerte diciendo “el
saber está en todas partes”. La invención de la imprenta es muy importante.
Obviamente que cuando uno dice la invención de la imprenta, no quiere decir que
ahí aparecieron las librerías y la gente iba por la calle hojeando libros. No era eso.
Pero indudablemente se expande la fuente de producción y de distribución del

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conocimiento que antes tenía un origen absolutamente cerrado, reservado a la
autoridad religiosa.

El paso de la Edad Media a la Edad Moderna es el paso del paradigma


teocéntrico al antropocéntrico. Un paradigma es un modelo, es un eje ordenador. Y
eso desarrolla la cultura, desarrolla las artes y desarrolla la tecnología. Tanto la
pintura como la escultura y la arquitectura, que durante toda la Edad Media habían
tenido exclusivamente como referencia a Dios, ahora pasan a tener como referencia
a la figura humana. Y todo este proceso abre las puertas a una suerte de explosión
en la tecnología rural, en la tecnología naval, y por lo tanto la aparición de un
elemento fundamental para el origen del capitalismo que es el excedente
económico. Es decir, ya no se produce sólo para mantener el feudo, para mantener
nada más que el alcance de la dominación del señor feudal, que tenía que distribuir
entre el palacio, los agricultores y los soldados, sino que se produce mucho más. Y
al producirse mucho más tienen que encontrar quién lo compre. Y así aparecen las
rutas comerciales por tierra y por los ríos y por los mares. Y así tenemos la
aparición de grandes centros comerciales que están a la orillas de los principales
ríos de Europa. Frankfurt, Hamburgo, Venecia, Flandes, , Brujas, Rótterdam, que
son los que van comunicando el continente a través de los ríos interiores, hasta que
desde los puertos se inicia la expansión de ultramar con cuatro grandes potencias:
Inglaterra, España, Portugal y Holanda. Alemania y Francia, como países
continentales que son, desarrollan un capitalismo muy fuerte y comienzan a
vislumbrarse como los futuros grandes pilares de la integración europea.

El crecimiento del Islam interrumpe la fluidez de las rutas terrestres desde


Europa a Oriente, por lo que hay que buscar otras rutas, y es en esa búsqueda
cuando se van los ingleses a lo que hoy son los Estados Unidos, y cuando se van los
españoles y portugueses hacia América del Sur. Y los ingleses, después los
franceses, los portugueses, hacia el África. Es el origen del colonialismo, que es la
dominación de un territorio por parte de una potencia que tenía un desarrollo
tecnológico anterior, más temprano. Es la utilización de la preponderancia
económica para dominar territorial, cultural y políticamente a una sociedad.

De este proceso surgen también estilos de colonialismo. Y los estilos de la


conquista y el desarrollo colonial son distintos desde la perspectiva anglosajona y
desde la perspectiva hispánica, ibérica, o latina. Porque cada una de las sociedades
proyecta sus propias condiciones, sus propias características. Max Webber,
sociólogo político alemán muy importante de comienzos del siglo XX, tiene su obra
cumbre llamada “Economía y sociedad”, que es una fuente imprescindible del
pensamiento político moderno, siempre tomándose del eje eurocéntrico. Pero tiene

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también otro libro, más corto, pero apasionante, que se titula algo así como “La
ética protestante y el espíritu del capitalismo”, donde plantea la gran diferencia que
hay entre la línea que siguieron los países colonizados por Inglaterra y la línea de
desarrollo que seguimos los países hispánicos. Porque básicamente, y para decirlo
de manera muy simplificada, Inglaterra trasfiere su estructura de una sociedad civil
fuerte, y un Estado respetuoso, que deriva de esa fortaleza de la sociedad. En
cambio, los procesos de colonización hispánica trasladan un curso de acción
inverso, que es el de un Estado autoritario y una sociedad débil. Las instituciones
de la colonización hispánica en América Latina son instituciones autoritarias, a cuya
semejanza se va configurando la matriz del Estado latinoamericano, un Estado
autoritario del que resulta el tipo de relación entre el colonizador y el colonizado.
Que fue una relación de exterminio y de absorción. La colonización hispánica
termina con los Imperios Azteca e Inca, los extermina, los domina. Y es acá donde
nosotros podríamos a empezar a desovillar algunos de nuestros rasgos más
profundos como sociedad.

A diferencia de esto, ¿cómo se va configurando básicamente la sociedad


norteamericana? Primero, en el origen de la salida de los ingleses hacia América del
Norte y los españoles hacia América del Sur hay una diferencia fundamental. Los
ingleses comienzan a escapar a raíz de un conflicto religioso en una Inglaterra ya
parlamentaria, y no solamente parlamentaria, sino donde ya estaban configurados
los dos grandes partidos políticos, que fueron el embrión de los actuales Partido
Conservador y Partido Liberal, me refiero a los “tory” y los “whig”, que eran dos
grandes corrientes de origen religioso que después tomaron posiciones en el orden
económico, ya que unos representaban más a la veta terrateniente y los otros a la
incipiente burguesía. Ahí se produce una fuerte confrontación religiosa entre los
anglicanos y los prebisterianos, luego el Duque de York se convierte al catolicismo,
y los presbiterianos se van en barcos hacia lo que serían las primeras colonias que
luego dieron origen a los Estados Unidos de nuestros días. Allí se encuentran, al
contrario de su condición de habitantes de un país insular como Inglaterra,
territorialmente limitado, rodeado de mar, donde tenían que irse a otros lados para
poderse expandir, se encuentran —decía— con un territorio que parece no tener
límites, cuyas fronteras desconocían, parecían no existir. Y, además, despoblado, o
poblado por indios a quienes se disponen a combatir para establecer una nueva
“civilización”, a partir del convencimiento de que tienen un destino histórico, el
denominado “destino manifiesto”, al que luego varios fundadores y sucesivos
presidentes harán referencia para justificar sus apetitos imperiales. Aquellos
primeros colonos llegaron a la costa este, y desde allí se lanzan a la conquista del
Oeste. Además, rompen absolutamente con la metrópolis anterior, es decir, no son

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sus delegados. A diferencia de los “adelantados” que enviara la corona española a
Sudamérica, los colonizadores ingleses que llegan a América del norte no son
delegados de la corona británica, por el contrario, se van divorciados de aquella,
peleados religiosamente y para siempre. Fundan otra cosa y a mirar para adelante.
Los primeros colonizadores españoles son, en cambio, los “adelantados”, delegados
de la Corona española para sacar minerales preciosos y llevarlos a España, en la
etapa en que la posesión de estos metales, con los cuales se financiaban las
expediciones navales, constituía el corazón del mercantilismo, el modelo de época.
Aquí tienen ustedes una diferencia de origen que marca a fuego el tipo de
desarrollo de unas colonias y otras. En un caso, se trata de: “no queremos saber
nada con la Metrópolis, venimos a fundar una nueva sociedad, y fortalecerla hacia
el futuro”. En el otro caso se trata de: “somos delegados del Rey para extraer la
riqueza, expoliar de ella a los nativos, y alimentar a la Corona”. No vean en esto
connotación ideológica alguna, sino que lo dice Max Webber, aproximadamente en
1920.

Todo esto va formando, sostiene Max Webber, alianzas de clase diferentes. Y


va acentuando, también, las diferencias entre una cultura productiva y una cultura
extractiva. En un caso, la producción sirve para comer; en el otro, tengo que
explotar a alguien que produzca por mí para que yo me pueda enriquecer. Es por
eso, entonces, que los primeros grupos colonizadores de América del Norte van
configurando una cultura de la burguesía, y cuando forman el ejército, éste forja
una alianza de clase muy fuerte con la burguesía, asignándosele el papel de
proteger la producción y el trabajo. Esto se diferencia mucho de la formación del
ejército que, en América Latina, y, especialmente en nuestro país, no hace una
alianza de clase con la burguesía sino con la aristocracia española, configurando lo
que luego será nuestra oligarquía, porque si bien los que venían desde Europa
acompañando en los barcos eran prisioneros, los adelantados eran aristócratas. Y
forman una alianza de clases con el proto-ejército de América del Sur, en los países
hispánicos, para garantizar esa cultura extractiva. Hasta que llegamos a la filosofía
de la tenencia de la tierra, otro paradigma muy distinto en uno y otro caso. Como
ejemplo, en la década de 1860, cuando todavía no había una gran diferencia en
cuanto a la preponderancia de los Estados Unidos respecto de otro países como
Brasil o Argentina, el presidente Lincoln firma un decreto que se conoce como el
“Homestead Act”, y que dice algo así como: ninguna persona en los Estados
Unidos, ningún productor, puede tener una extensión de tierra de más de 16 acres,
o sea, una unidad productiva, y lo va a tener por cuatro años, si tiene algún
problema climático le vamos a dar un año más de gracia, al cabo de los cuales
deberá garantizar determinado nivel de producción; de no ser así, el Estado se la

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sacará y se la dará a otro productor. Simultáneamente, en 1860 cuando Lincoln
establecía el Homestead Act, en nuestra Provincia de Buenos Aires, 600 familias
eran propietarias de 12 millones de hectáreas. Muchos de ustedes, si provienen de
distritos del interior de la Provincia de Buenos Aires, sabrán que sus nombres en
general corresponden a jefes militares; en definitiva, a aquel jefe militar que
primero llegara hasta allí, y de quien serían esas tierras en propiedad, para que los
verdaderos productores rurales las trabajaran. Es decir, la apropiación del territorio
no tuvo que ver con la producción, con quien en los hechos trabajaba esas tierras,
sino con quienes la habían conquistado, desplazando al indio y haciendo trabajar al
gaucho. Eso es Martín Fierro, un gran tratado de sociología argentina de la segunda
mitad del siglo XIX. La Argentina en aquel momento era un desierto, donde había
militares que habían desplazado a los indios, por un lado, y hacían trabajar a los
gauchos, a cambio de no confinarlos en la frontera.

Max Webber sigue, entonces, deslindando las diferencias que hay entre una
cultura productiva y una cultura de la dominación. Y otro gran elemento
diferenciador de cómo se interpreta la modernidad en un modelo y otro, es el
trazado del elemento madre de la modernidad, que por aquel momento fue el
ferrocarril. Si ustedes notan cómo está diseñada la estructura ferroviaria en los
Estados Unidos, van a ver una forma de telaraña; y si ven cómo está configurado el
desarrollo del ferrocarril en nuestro país, verán una forma de embudo. Es decir, las
ciudades el interior no están conectadas entre sí sino que todas conectan con el
puerto de salida, Buenos Aires. Todo está guiado por la cultura extractiva. No hay
una cultura del desarrollo, sino que hay un cultura de “cómo sacamos lo que hay”.

También es cierto que descendemos de un desarrollo capitalista muy tardío


en España, que refleja buena parte de estos antecedentes, porque las colonias
hispano-descendientes reproducen una cultura muy especulativa de España, una
cultura muy autoritaria y centralizada de sus instituciones políticas, y, por lo tanto,
un atraso relativo de la expansión capitalista de España con relación a Inglaterra.
Así como España es la potencia de ultramar más importante en el siglo XVI, va
perdiendo esa condición a expensas de Inglaterra, que se va convirtiendo, a partir
de esa época, en el principal conquistador del mundo de ultramar. Si nos ponemos
a pensar, los Estados Unidos, Canadá —países colonizados por distintas vías, pero
con origen en Inglaterra—, Australia, la India, la península Indochina, las distintas
invasiones al Líbano, y los países más poblados, de mayor extensión y mayor
riqueza de África como Sudáfrica, Nigeria, Tanzania, Kenya, etc., es decir, hay una
mitad del mundo que está colonizada por los ingleses. Entonces, ese atraso relativo
que hace pasar a España, de ser la principal potencia de ultramar a ser un despojo
de eso tres siglos después, hace que los ingleses también tuvieran intenciones de

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dominación política en América Latina. Esa vocación se traduce en distintas
invasiones y ocupaciones en Centroamérica. No en vano la mitad de los países del
Caribe es angloparlante. ¿Qué episodio es, en nuestro territorio, emblemático en
cuanto a aquella voluntad de dominación política por parte de Gran Bretaña? Las
invasiones inglesas. Luego se producen otros episodios, como la “Vuelta de
Obligado” en 1845. En definitiva, el fracaso de las invasiones inglesas hizo cambiar
la lógica de dominio de los ingleses, que llegan a la conclusión de que “como desde
el punto de vista político nos va a costar, porque allí están los españoles y hay
algunos generales e intelectuales criollos que quieren repeler a los españoles, como
los libertadores: Bolívar, Sucre, O’Higgins, San Martín, es mejor trocar nuestras
aspiraciones políticas por la penetración económica y financiera”; en lugar de
exportar ejércitos y armadas, deciden exportar capitales. Y así se origina la relación
económica muy fuerte que entablan los países de nuestra región con el Imperio
Británico, no por vía de la dominación política sino de la dominación económica.

También se producen en Europa hechos políticos y sociales. Por ejemplo, la


derrota de la rebelión de las Comunas en España a expensas de la monarquía, la
conformación de la Triple Alianza, el fracaso de las revoluciones de las comunas en
Francia, la gran dispersión política de Italia hasta que se termina de unificar recién
en 1891, casi simultáneamente con Alemania. Me refiero a la configuración de los
nuevos Estados soberanos casi tal como es el mapa de la actualidad. A su vez, la
gran exclusión que va generando el capitalismo más explotador, genera corrientes
inmigratorias hacia América, siendo los Estados Unidos y la Argentina son los dos
principales receptores. De ese modo, aquel desierto que era nuestro país y que
nosotros vimos que había para la mitad del siglo XIX, sólo poblado por el indio y el
gaucho, ambos marginados, comienza a transformarse en incipientes colonias
agrícolas, luego ciudades formadas básicamente por inmigrantes italianos,
españoles, y de muchos otros países de Europa, turcos, libaneses, etc. La
expansión de la agricultura convierte a la Argentina en el principal país exportador
de granos al resto del mundo, lo que genera un gran excedente económico que
alimenta aquella cultura rentística que ya mencionamos, y no la cultura productiva.
Eso no significa, por sí mismo, un país pujante ni un Estado moderno, sino que
requiere de otros elementos constituyentes de la argentinidad en ciernes: la
Constitución Nacional y el sistema educativo nacional, basado en la enseñanza
pública.

Más allá de los juicios de valor que haga cada uno, los próceres no son
próceres para sus contemporáneos, sino para su posteridad; es la lectura histórica
lo que los convierte en próceres. Ahora bien, en el momento se destrozan igual que
ahora se destrozan entre sí los políticos. Los que hoy son próceres eran los políticos

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de ayer. Lo que pasa que hay políticos con visión de proyecto, con una cosmovisión
de futuro, que son los estadistas. Esto quiere decir que independientemente de los
avatares entre sus contemporáneos, sientan bases para el diseño y posterior
desarrollo de la comunidad a futuro. Y eso es lo que hace la diferencia entre
algunos dirigentes políticos y otros. Para el momento del que estamos hablando,
me refiero a dos pilares fundamentales: Alberdi, desde el punto de vista de la
construcción institucional, y Sarmiento desde el punto de vista de la construcción
del sistema de Educación Pública. Sarmiento es un personaje apasionante porque
en la misma persona se anida el odio visceral, el desprecio visceral al gaucho, al
punto de haber dicho: “Estos tipos nada más sirven para abonar la tierra, hay que
matarlos a todos. Nosotros los cultos, los educados, somos los civilizados, lo otro es
la barbarie.” Hay otro tratado de sociología muy importante de la Argentina que
está escrito desde el otro lado del “Martín Fierro”, que es “Facundo, civilización y
barbarie”, escrito desde la lógica del centralismo porteño, pero que al mismo
tiempo trasunta una profunda admiración por Facundo. En definitiva, la Argentina
de finales del siglo XIX, una mezcolanza: un desierto, un ejército que servía no a
los productores sino a los oligarcas, el gaucho que estaba perseguido, el indio que
también es excluido y los inmigrantes que llegaban ahí y decían: “y ahora con esto
qué hago”. Todo eso se condensó en algo que dos generaciones después hizo que
toda esa gente se sintiera argentina, y ese algo fue la instrucción pública. Es decir,
este mismo tipo, que profesaba ese odio profundo por el gaucho, y que, además es
bueno decirlo, era incorruptible y denunciaba los negociados del poder y decía:
“está bien, nos están construyendo el ferrocarril, pero nos están robando”, que
trajo maestras de los Estados Unidos porque acá no había, fue también el que hizo
que dos generaciones después la gente sintiera que valía la pena seguir viviendo en
este país, y que si les daban, a pesar de la pobreza, estudios a los hijos, los hijos
iban a estar mejor que los padres. Es decir, que construye un sentido de la
argentinidad. Era Domingo Faustino Sarmiento.

Y el sistema de educación pública fue el principal factor que hizo de la


Argentina el país con mayor desarrollo cultural y con mayor presencia de clase
media de toda América Latina durante prácticamente todo el siglo XX. Y por lo
tanto con mayor nivel de desarrollo relativo. Aquella formación de la argentinidad
tuvo un componente revolucionario, por el cual todos los chicos, vinieran de dónde
vinieran, fueran hijos de quienes fueran, hablaran el idioma que hablaran, cuando
entraban a la escuela, izaban la bandera, cantaban la marcha “Aurora”, cantaban el
Himno Nacional en los actos, comenzaron a leer los libros de lectura, etc. En ese
camino, llegamos al hecho de que, en 1970 la Argentina tuviera un PBI per cápita
que era el doble del de Brasil; la Argentina tenía más PBI que Italia y que España,

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que hoy son la sexta y la octava economía del mundo. Habría que ver qué pasó allá
durante esos años y qué pasó acá, para que los que estaban acá se fueran para
arriba y nosotros que estábamos acá, nos fuimos para abajo.

El hecho negativo tiene que ver con la continuidad de la lógica de exterminio


a la cual ya hemos aludido, y que se manifiesta ya en la Primera Junta de gobierno,
en la resolución del conflicto entre Saavedra y Moreno. Esa lógica de resolver los
conflictos por vía del antagonismo y no de la búsqueda del consenso, se extiende a
lo largo de nuestra historia, como sucedió con federales y unitarios, o “civilización y
barbarie”, donde Sarmiento dice: “hay que exterminar la barbarie”, en lugar de
“qué cosas debo tomar yo de Facundo, de Rosas”; se alimenta el odio profundo
hacia el que no piensa como yo, y en lugar de ver qué es lo que se le puede
encontrar como parte de verdad, lo que hay que hacer es eliminarlo. tor
constitutivo de nuestra nacionalidad. Cómo procesa y cómo resuelve Argentina los
conflictos políticos desde so origen hasta prácticamente la actualidad, se convierte,
lamentablemente, en un factor constitutivo de nuestra nacionalidad, que debemos
desterrar de entre nosotros. Países que han tenido diferencias culturales mucho
mayores, como las que hay entre un gaúcho del sur de Brasil con la élite industrial
paulista, por ejemplo, han resuelto sus conflictos de otra manera. Integran
nociones antagónicas y sacan una síntesis superadora. Brasil, por ejemplo, tuvo un
imperio. Durante la etapa que la Argentina construyó la modernidad con su
Constitución Nacional, Brasil tuvo un imperio, entre 1822 a 1878. Entre 1964 y
1985, tuvo veintiún años de dictadura, pero se trataba de gobiernos militares con
partidos políticos y Parlamento. Mientras la Argentina vivió lo que vivió con sus
sucesivas dictaduras, la de Brasil fue una dictadura desarrollista, que no impidió el
desarrollo industrial del país, y eso fue, esencialmente, lo que hizo del Brasil de
hoy, un país mucho más influyente que la Argentina.

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