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Pablo como ejemplo de ministerio apostólico


Pablo fue considerado el Apóstol por excelencia. Análogamente a Mc 3, 13, Pablo también
se considera llamado directamente por Jesucristo (1 Cor 1, 1; 2 Cor 1, 1).
La comprensión que tiene Pablo de ser ministro de Dios puede verse en este texto:
Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió con él por
intermedio de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación.
Porque es Dios el que estaba en Cristo, reconciliando al mundo
consigo, no teniendo en cuenta los pecados de los hombres, y
confiándonos la palabra de la reconciliación. Nosotros somos,
entonces, embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los
hombres por intermedio nuestro. Por eso, les suplicamos en
nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios. (2 Cor 5, 18-20)

En un pasaje decisivo en el que Pablo estudia como tema el centro de la fe cristiana llega a
hablar de la razón más profunda de su ministerio. Dios nos ha reconciliado por Jesucristo y
ha establecido el ministerio de la reconciliación. Pablo se reconoce “embajador de Cristo”
(enviado por Cristo) para suplicar en su nombre que se dejan reconciliar. Y por si queda
duda, en 2 Cor 6, 1 se llama a sí mismo “colaborador” de Dios.
Estos ministros de Cristo no representan a Cristo porque éste esté ausente, sino que son su
presencia sacramental. Así como Jesucristo es sacramento del Padre, los ministros son la
presencia visible de Jesucristo en su Iglesia. No son (no deberian ser) un obstáculo para el
encuentro con Cristo, sino su sacramento.
Esta presencia sacramental de Cristo se da en virtud de la llamada y el envío, y no por las
capacidades del ministro. Pablo tiene conciencia de esto. Su poder viene de Dios (2 Cor 3,
5) y se hace presente en la debilidad humana (2 Cor 12, 9-10).
Esta misión, al ser otorgada por Cristo, se diferencia de otros dones carismáticos. Incluso
tiene autoridad para examinar y reglamentar los carismas (cfr. 1 Cor 14, 37). Pablo habla
en nombre del Señor (cfr. 2 Cor 13, 3) y no sólo ruega, aconseja, aliente y exhorta, sino
también exige, increpa, reprende, dispone, prohíbe y castiga. Sin exagerar el factor de
autoridad (cfr. 2 Cor 1, 24; 8, 8) no podemos reducir las instrucciones de Pablo solamente
a buenos consejos.
Pablo sabe que posee una potestad específicamente apostólica de la cual puede hacer uso
y en virtud de la cual puede imponer obediencia (cfr. Flm 8; 2 Cor 13, 10).
Es verdad que hay otros ministerios (cfr. 1 Cor 12, 28) y junto a Pablo hay también
colaboradores y colaboradoras, y algunas de esas personas llegan a su vez a fundar
comunidades. Pablo no es único referente ni el único instrumento por el que Cristo actúa,
pero la función del Apóstol es hacer presente al Señor y trabajar para la unidad de la
comunidad.

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Justamente esto mismo es lo que condiciona la autoridad de Pablo, ya que esta autoridad
no es de él mismo sino del Señor. Las comunidades no son propiedad del Apóstol sino que
pertenecen a Cristo y a él obedecen.
En este sentido, el apóstol brinda un doble servicio: a Cristo y a la comunidad.
Sirve a Cristo quien lo ha enviado y le ha encomendado esta misión (cfr. Rom 15, 17-18), y
a Cristo rendirá cuentas (cfr. 1 Cor 4, 4s).
Sirve a la comunidad entregando su vida en el cumplimiento de su misión apostólica.
Así se entiende que ejercer la autoridad es un servicio que se debe cumplir como lo hizo
Jesús, olvidándose de sí mismo y dando la vida por los demás.
Esto mismo es lo que permite a Pablo usar algunas imágenes relacionadas con el culto
sacerdotal. Para Pablo el encargo de anunciar la palabra puede ponerse en paralelo con el
antiguo oficio sacerdotal (1 Cor 9, 13-14). Y la vida del cristiano puede leerse en clave
cultual. Entregar la vida es ofrecer un sacrificio agradable al Padre (Rom 12, 1; 6, 19; 15,
16; Flp 2, 17). Pablo entiende su actividad apostólica como “sacrificio-liturgia” ministerial
ofrecido a favor de todos.
Para Pablo, el apóstol no es sacerdote porque sea responsable del culto u ofrezca
sacrificios cultuales, sino al contrario. Porque está llamado a ofrecer su vida siendo testigo
de Cristo que se entregó por todos, y a congregar al pueblo para que siga a Jesús por este
camino, podemos equiparar su ministerio con el ministerio sacerdotal.
Ya hemos visto que en esta instancia de la Iglesia, no se usaba el término sacerdote ya que
connotaba demasiado el sacerdocio antiguo. Será más adelante, en contacto con los
paganos, cuando se extienda el uso de este término.

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