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En el presente informe, se pretende abordar la relación entre la actividad artística y la política

a través del análisis de una de las acciones artísticas que se expone en el catálogo de la
exposición Perder la forma humana. Una imagen sísmica de los años ochenta en América
Latina. La importancia de esta exposición radica en que en ella se hace un análisis de la forma
en que determinadas prácticas artísticas en América Latina, se constituyeron como modos de
hacer política y resistencia, en una época de gran efervescencia social y ardua represión
política, en el contexto de la instauración del sistema político y económico neoliberal, bajo
dictaduras o gobiernos autoritarios que ejercían violencia sobre los cuerpos sociales a lo largo
de todo el cono sur. Las prácticas artísticas que aquí se rescatan vinieron a tensionar el
panorama político, a través de una pauta contrahegemonica caracterizada por el uso de
nuevos soportes como por ejemplo el video, la serigrafía, la fotografía, el mismo cuerpo o
bien, la realización de acciones de carácter más bien performativo, que llegaron a incluir la
violencia, la acción directa y enfrentamiento frontal con la autoridad. Se trataba de una nueva
forma de cultura subterránea, disidente, antihegemonica, como nueva forma de
materialización de la acción política. Una nueva subjetividad disidente Se en este catálogo
incluye la referencia a la acción de diversos grupos guerrilleros armados que practicaron la
resistencia política en los distintos países de Latinoamérica, como, por ejemplo, el Frente
patriótico Manuel Rodríguez, el Movimiento 19 de abril, Sendero luminoso, etc., así como
también se nos habla de otras formas de resistencia contra hegemónica, tales como la lucha
de la disidencia sexual o movimientos por los derechos humanos. Estas nuevas formas de
resistencia, tensionaban y destruían las categorías artísticas vigentes y conocidas hasta
entonces.

Particularmente, el recurso del cuerpo como soporte artístico, es un tópico que se encuentra
presente en las distintas formas de irrupción artístico-políticas a las que se hace referencia en
el texto.

En particular hablaremos de una acción política muy polémica y controversial, que genero
gran impacto mediático y se caracterizó por una fuerte carga simbólica: La operación Antonio
Nariño, llevada a cabo en Bogotá, capital de Colombia en el año 1985, en la que un grupo de
guerrilleros del movimiento 19 de abril tomo por la fuerza el Palacio de la justicia, con el
objetivo de interpelar al presidente Betancour, por el no cumplimiento del acuerdo de paz de
Corinto. Abordaremos esta acción desde la noción de “performance”, para así, relacionar su
contenido político, con la connotación artística que puede tener.

Ahora bien, ¿por qué hemos elegido esta acción particular para referirnos a la actividad (o al
activismo) política desde la perspectiva del arte?

En primera instancia, de todas las acciones políticas de este tipo, esta fue la que tuvo mayor
impacto mediático como se señala más arriba, pero su contenido de fondo es el mismo que
el de otras acciones similares realizadas tanto por el M-19 en Colombia, así como también
por otros grupos guerrilleros.

En esta ocasión, abordaremos esta acción (y de las otras acciones similares a esta) desde el
carácter performativo que se le puede adjudicar. Recordemos que la performance, desde
cierto punto de vista, es el ejercicio de una disciplina que viene a sacudir los límites del arte
debido a su vinculación con la corporalidad y el entorno, así con un profundo contenido
crítico, siempre de la mano del contexto sociopolítico en el que se desarrolla. Se trata de un
ritual realizado con el cuerpo, con el objetivo de proponer un lugar social.

J.L. Austin, en su definición de Performance, hizo la relación, a su parecer necesaria, entre


el lenguaje y la acción; dicho de otro modo, según él, para que una acción comunicativa tenga
el carácter de performativa, es necesario que la palabra vaya ligada a la acción, al hacer.
Ahora bien, esta definición podría ser aplicada a nuestro caso de la acción del M-19, puesto
que aquí, el grupo guerrillero tenía un objetivo, y un mensaje político claro (la necesidad de
que Betancour cumpliera con el tratado de paz con el que se había comprometido, así como
también, estaban dando una señal al pueblo colombiano de que estaban ahí, y que podían
plantearse como la solución a sus problemáticas político-sociales). No se trataba solamente
de una acción militar, se trataba también de un mensaje, un acto de comunicación; pero
como bien sabemos, este mensaje comunicacional no se transmitió por sí solo. La palabra no
se transmitió por sí sola, sino que se transmitió de la mano de una acción, de una acción
corporal; de un despliegue de los cuerpos previamente planificado, y en directa relación y
complemento con el mensaje que se quería transmitir tanto a las autoridades, como a la
población civil, y que causo un impacto, tanto mediático y comunicacional, como también
físico. Desde esta mirada, la toma del Palacio de la Justicia, realizada por el M-19, y todo lo
que conllevo, calza con la noción de performatividad que plantea Austin.
La performance, en este sentido, estaría relacionada no con una puesta en escena meramente
artificial, sino que más bien, con una puesta en escena viva, estructurada en base a un tipo de
organización y situación social específica, en la que los personajes tienen una participación
y por ende, causan un impacto real en la realidad social especifica (impacoto que se
materializa concretamente más tarde, pero que se va forjando a través de la legitimidad que
el grupo guerrillero adquiere por medio del conjunto de sus acciones combativas, políticas y
contra hegemónicas) Se trata de un espectáculo real (con real queremos decir no actuado)
que se articula en base a una meta, a un objetivo social y político especifico. Podríamos
considerarlo como una acción artística, un arte de acción que interviene la realidad, la altera.

Sin duda, esta acción implica una connotación teatral y ritual (por esto, la consideramos
performativa, porque no solamente tiene un objetivo político vertical y directo, que en este
caso podría ser presionar a una autoridad, para acelerar un proceso político que se encuentra
estancado), que podríamos relacionar con otras acciones realizadas por el M-19, como por
ejemplo el robo de la espada de Bolívar (con toda la campaña mediática que la precedió), o
las dos acciones que precedieron a la toma del Palacio de la Justicia. Pero estas acciones van
más allá de lo teatral, lo escenográfico y lo mediático, puesto que implican acciones reales,
directas que logran calar profundo en el sentido común del cuerpo social a través de su valor
simbólico, y gracias a esto, particularmente la toma del palacio de la justicia, logra repercutir,
tensionar el escenario sociopolítico, consiguiendo alterar la balanza de poderes políticos, ya
que, de alguna u otra forma, esta acción da el puntapié para que el M-19 pudiese constituirse
como fuerza política alternativa, dejando así las armas y la vía guerrillera.

La capacidad relativa que tuvo el grupo guerrillero de causar un determinado impacto en la


realidad social y política imperante no solo se debe a la radicalidad, o a la meticulosidad y
éxito de sus acciones (recordemos que la toma del Palacio de la Justicia no termino de la
mejor manera en su momento). El éxito del grupo (expresado más que nada en su popularidad
y en su capacidad para hacerle sentido al pueblo y hacerle llegar su mensaje), se debió a que,
en su praxis política, siempre articularon lo militar con lo simbólico, y lo simbólico apunta a
la creación de una contra hegemonía política que buscaba calar en el sentido común de la
gente. El M-19 fue el primer grupo guerrillero en disputar el campo de lo simbólico en su
accionar.
Ahora bien, el despliegue performativo que ocurre en la toma del palacio de la justicia, es
quizás el referente más notorio de la forma en cómo se articula la practica política del grupo
guerrillero, con la disputa de la hegemonía a través del uso del símbolo. Se trata de un
esfuerzo por implantar una nueva hegemonía política y social a través de la creación de un
nuevo universo simbólico, que diera cuenta de nuevas formas de organizar las relaciones
sociales, así como también de la forma en como grupo aspira a acercarse y relacionarse con
su entrono circundante y la comunidad a la que intenta hacer sentido. En este caso, la
conquista del campo simbólico se realiza a través de la performance, puesto que el contenido
que se quiere transmitir, se transmite a través del lenguaje articulado con la acción de los
cuerpos. Algo de esto está presente también en la recuperación de los pollos realizada por
FPMR (que además fue grabada y editada por Pablo Salas) en la población la victoria, puesto
que esta acción también podría ser catalogada, bajo nuestro punto de vista, como una
performance con un objetivo político claro, en la cual el FPMR busca establecer una nueva
forma de relacionarse con la población (que era el público objetivo al cual ellos buscaban
apelar) y con la comunidad en general. Estas experiencias políticas, sin duda, podrían tener
algunos símiles con experiencias artísticas. Nosotros abordamos este símil, desde el punto de
vista de la performance

Sin duda, podríamos decir que este tipo de performance, es un vehículo que transmite sentido
político, puesto que, a través del despliegue de los cuerpos, se promueve un mensaje cargado
de contenido político, que hace sentido, de alguna u otra manera, al resto de los actores
políticos del entorno circundante. Se transmite un sentido de identificación (a la gente, en
general le hace sentido la problemática que el M-19 pone en la mesa a través de su acción),
pero este sentido de identificación (que siempre es político) se logra a través del despliegue
simbólico discursivo y performativo efectuado por esta guerrilla. Se trata de acciones
performativas que disputan lo simbólico a través de un discurso que no tiene connotaciones
artísticas totalmente explicitas, pero que las podemos encontrar si reflexionamos sobre la
forma en que se hace que este discurso político es transmitido, y del rol que juega lo simbólico
y como se articula.

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