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Junio 19, 2008 (Aracelis Sira).

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La pequeña ciudad costeña del norte de Venezuela, cuyas tranquilas playas y antiguas callejuelas
se han convertido en refugio para quienes buscan descanso y serenidad, no siempre estuvo
acompañada de la tranquilidad que hoy la caracteriza. Aún en la actualidad, sus calles, plazas y
avenidas narran silenciosamente la historia de cruentos episodios que oscurecieron el cielo
porteño.

Puerto Cabello fue escenario de uno de los más trágicos acontecimientos generados en el país. La
sublevación militar conocida como El Porteñazo -que en su momento pretendía truncar la
presidencia del mandatario venezolano de la época- secuestró durante varios días la calma y
placidez a este pueblo.

Aunque el calendario apunta al 2 de junio de 1962 como el día de los alzamientos y sediciones
contra el presidente de turno, ya hacía tiempo que la insurrección estaba tejiéndose en lo
profundo de las mentes facciosas y, de alguna manera, las bases para el derrocamiento de este ya
estaban sentadas.

Con muchos factores en su contra, Rómulo Betancourt llevaba las riendas de la República; se
había convertido en personaje no grato para varias corrientes partidistas: por un lado, los
izquierdistas lo acusaban de haber traicionado los ideales que derrocaron a su antecesor, Marcos
Pérez Jiménez, mientras que paralelamente los de extrema derecha lo veían como un comunista
en potencia.

Apenas dos años atrás, Betancourt fue víctima de un atentado en plena avenida Los Próceres, y
un mes antes de El Porteñazo, el 4 de mayo de 1962, el oriente del país se alzó en El Carupanazo,
lo que demuestra que sus enemigos ya lo tenían en la mira para atestarle el duro golpe que
supuestamente lo despojaría de sus funciones gubernamentales.

Todo se desarrollaba de acuerdo a lo calculado, los principales cabecillas del planificado


movimiento golpista llevaban viento en popa la estrategia de la revuelta. Sin embargo, un
pequeño detalle cambiaría el curso de las cosas. Gracias a un espía inmerso en las filas de la
Armada, el Ministro de Relaciones Interiores, Carlos Andrés Pérez, recibía información acerca de
la insurgencia que se estaba gestando en las entrañas de la Marina porteña.

Aunado a lo anterior, el mesero de un restaurante había escuchado hablar a dos altos funcionarios
militares comentando sus planes de un golpe de estado, información que llegó inmediatamente a
oídos de Pérez, quien había tomado “las providencias más urgentes para develarlo” según se le
informara la noche del 1º de junio a Rodolfo José Cárdenas durante una conversación en casa de
este último. Sin embargo, no se impidió que el golpe estallara.

El 2 de junio la Base Naval de Puerto Cabello se convirtió en preámbulo del alarmante


acontecimiento; justo a las 5.00 de la mañana se produjo el alzamiento del Batallón de Infantería
de Marina Nº 2; tal motín encausó la aprehensión del comandante de la Escuadra, Capitán de
Navío Carbonell Izquierdo y de otros policías navales. Pero, ¿quién estaba tras esta rebelión?

Más adelante, se hizo evidente que dicha conspiración tenía también ramificaciones en Caracas, y
que los autores intelectuales de estos hechos fueron el Capitán de Navío Manuel Ponte
Rodríguez, Capitán de Fragata Pedro Medina Silva y el Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales,
jefe de operaciones terrestres.

Para las 7.00 de la mañana la situación ya era conocida en Miraflores. Sin embargo, en las calles
de Puerto Cabello aparentemente todo marchaba normal; era un sábado tranquilo como todos.
Muchos aseguran que fue ventajoso que la insurrección surgiese en fin de semana, pues la
mayoría de las personas estaban resguardadas en la seguridad de sus hogares.

Pese a que el movimiento de tropas no era notorio, los soldados de infantería habían logrado
partir desde la base naval hasta adentrarse en el corazón de Puerto Cabello para tomar la ciudad.
Tanto avanzaron que pudieron penetrar en la instalación de la emisora Radio Puerto Cabello para
dirigir a los porteños un mensaje con el propósito de persuadirlos a que se sumaran a la lucha.

Entretanto, desde Caracas se estaban tomando las previsiones para coartar el foco golpista. En el
libro Antecedentes Sobre El Porteñazo Carlos Soto relata que “se presentó al palacio [Miraflores]
el Teniente Coronel Gustavo Pardi Dávila, quien fue designado Jefe de Estado Mayor del
Agrupamiento Organizado para someter a los insurrectos porteños”. De inmediato este se retiró al
lugar de conflicto; lo mismo hicieron otros altos funcionarios del gobierno.

En su obra titulada Puerto Cabello, La Guerra Psicológica, el doctor Enrique Aristiguieta


Gramcko narra que diversos tanques de guerra fueron trasladados en gandolas hacia el puerto y
que el Coronel Monch, el Comandante Pérez Barreto y demás miembros del Estado Mayor se
desplazaron en helicóptero desde Maracay. Se contaba también con el “respaldo de las Fuerzas
Aéreas y de los buques de la Armada que han salido de la Base en respaldo del Gobierno
Constitucional”.

Aristiguieta Gramcko señala además que a fin de contrarrestar la subversión, igualmente se


dirigieron a Puerto Cabello algunas fuerzas militares, los “Batallones Piar, Carabobo y Girardort,
una Compañía de paracaidistas, destacamentos de la guardia nacional y el Batallón moto-
blindado Bravos de Apure”.

Al parecer, toda esta fuerza militar sólo sería empleada si el núcleo insubordinado no se
apaciguaba. Esto lo afirma Aristiguieta Gramcko, quien dijo haber sido seleccionado junto al
también porteño Enrique Salas; Humberto Giugni, rector de la Universidad de Carabobo; y
Carlos Suárez, presidente del Concejo Municipal para iniciar una “guerra psicológica” en un
intento de que los rebeldes se rindieran.

En su libro también menciona que fueron los Comandantes Pardi Dávila y Suzzarini quienes
eligieron a las personas que aplicarían la persuasión y se trasladarían al frente para dirigirse por
altavoces a los sediciosos, haciéndole ver la situación desesperada en que se encontraban, pues se
creía que de ese forma se podría ahorrar vidas y violencia. Pero, llegó la medianoche y la
situación permanecía igual.

El doctor Enrique Aristiguieta declara que se dirigieron a la línea de fuego y que “el comandante
avanzado se encontraba en la Estación del Ferrocarril a escasos trescientos metros del sitio donde
estaban colocadas las primeras líneas de los insurrectos”, La Alcantarilla. Especificó la hora del
ataque psicológico, “entre la 1.00 y las 4.00 de la madrugada del día domingo”. El autor comenta
que al vociferar la consignas pidiendo la rendición de las tropas rebeldes, la respuesta dada no fue
satisfactoria, se les respondió con cerradas descargas de disparo, obligando a la unidad a
replegarse hasta la propia Estación del Ferrocarril.

Pese a que Aristiguieta relata que el grupo insurrecto inició el ataque, él mismo se contradice su
testimonio al puntualizar que durante la noche [horas antes de la guerra psicológica de
advertencia], se bombardeó con cañones el Castillo Libertador, refugio de los jefes de la revuelta,
creando cierto pánico entre los Infantes.

Sin embargo, el enfrentamiento frontal no se presentaría sino a partir de las 5.30 de la mañana.
Según el citado autor, “se esperó para el asalto que la que la aviación efectuase las operaciones
previstas contra el Fortín. A los pocos minutos aparecieron aviones F-86 Sabre que atacaron con
cohetes y ametralladoras, los cohetes -lanzados de a dos cada vez- dieron todos en el blanco”.

“Eliminado el peligro del Fortín comenzaron las tropas a penetrar en Puerto cabello con ejemplar
valor y admirable disciplina, a pesar del nutrido fuego de los facciosos y de las emboscada de que
fueron objetos los primeros pelotones, ya que los rebeldes dejaban pasar los tanques y
parapeteados a ambos lados de las calles, en las casas, acribillaban por mampuestos a los
soldados de infantería que avanzaban detrás”.

Una de las situaciones más sangrienta se desarrolló en La Alcantarilla, “hubo muchas víctimas y
los focos de resistencia fueron reducidos uno por uno, a veces con empleo de los cañones de los
tanques”. Fue allí donde tuvo lugar el conocido episodio con el Capitán de Corbeta asimilado,
prebístero Luis María Padilla, quien era Capellán de la Base Naval de Puerto Cabello.

En medio de los enfrentamientos, este sacerdote intenta auxiliar vanamente a Andrés de Jesús
Garcés, Cabo segundo del Ejército perteneciente al Batallón Piar, quien de acuerdo a fuentes
terciarias, había sido herido en las piernas, y posteriormente fue rematado en brazos del
prebístero.
Ya capturados o muertos la mayor porción de los rebeldes, quedarían sólo dos focos como
reducto faccioso, uno se hallaba en los últimos pisos del hospital del Seguro Social y el otro en
las instalaciones del liceo Miguel Peña, donde penetró un tanque de guerra a fin de acabar con
estos.

En el libro Antecedentes Sobre El Porteñazo, Carlos Soto asegura que “aunque las cifras oficiales
manifestaron 72 fallecidos, el saldo de víctimas fatales ascendió a 400, mientras que 700
personas resultaron heridas”. Estos muertos no sólo eran los soldados e Infantes de Marina
involucrados, el Diario Vea del 03 de junio de 2004 subraya que “el combate no respetó hogares
ni vidas y causó muchas víctimas entre los moradores de esa ciudad”.

Muchas versiones giran en torno a la cifra exacta de bajas; en 1972 la edición marzo - abril de la
Revista Diálogos reseñó que según “datos obtenidos en esa oportunidad de parte de militares de
Alto Rango y funcionarios de la Unidad Sanitaria, se puede afirmar que durante la rebelión hubo
más de 600 muertos entre militares y civiles”.

Esa misma revista apuntó que los muertos “fueron enterrados en fosas comunes de 60 cada una y
eran echados en ellas con ayuda de palas mecánicas”. Asimismo, muchos citadinos recuerdan la
fecha como un suceso horrendo que indiscutiblemente afectó a la población civil, aunque algunos
se atrevan a afirmar que los fallecidos “no pasaron de cien”, como alega al respecto el historiador
Asdrúbal González.

El 6 de junio de ese mismo año los jefes insurrectos son trasladados a prisión; más tarde, el 21 de
junio, el Capitán de Corbeta Víctor Hugo Morales, presentó un discurso en el acto de defensa
ante el Concejo de Guerra en Puerto Cabello donde dio motivos por los cuales promovió el
alzamiento, manifestó ser inocente de los delitos que se le imputaban y expuso una versión
distinta de los hechos.

En su discurso alegatorio, Morales rechazó y rebatió “los hechos y calificaciones presentados por
el fiscal con referencia a la lucha armada librada en las calles” porteñas, declarando que “no es
posible eludir la responsabilidad que le incumbe al gobierno sobre los centenares de muertos y
heridos de Puerto Cabello”.

Agregó, “se pretende hacer creer que se le negó auxilio a los heridos y hasta se le remató. Todo
esto es absolutamente falso. Se trata de ocultar con ellos los actos de salvajismo efectuados por el
ejército de ocupación […] porque […] los tanques fueron disparados indiscriminadamente contra
una ciudad indefensa, cuyo sólo delito fue el acoger en su seno a un grupo de hombres que
trataron de restablecer la vigencia de la Constitución”.

Morales también destaca que la sublevación surgió porque el gobierno “ha pretendido convertir a
los miembros de las Fuerzas Armadas en instrumento de asesinato de la virtud civil y en un
cómplice vergonzante del caos económico en que nos encontramos sumidos”. Añadió, “este
gobierno […] no representa ya el sentimiento ni intereses populares ni ejecuta la voluntad
nacional”.

Igualmente señaló que “los partidos políticos no oficialistas son coartados en su libre
funcionamiento. Los hogares son allanados a cualquier hora. Obreros y estudiantes son
asesinados en todas las ciudades de Venezuela. La libre expresión del pensamiento se detiene
ante el lápiz rojo de los censores, así como las turbas policiales agavilladas, destruyen periódicos
democráticos”.

Recalcando la razón de la lucha dijo: “Se han cerrado sistemáticamente todos los caminos
viables para la lucha cívica y las normas civilizadas del debate político, lo cual conlleva el
legítimo derecho del pueblo de alterar la forma de gobierno cuando éste llega a ser destructor de
los fines mismos del poder político que les fue otorgado para garantizar, entre otros, los derechos
inalterables de los hombres”.

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