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T e o r ia s o c ia l

V e in te le c c io n e s in tr o d u c t o r ia s
Hans Joas y W olfgang Knõbl

Traducción de
Joaquin C h a m o rro M ielke

akal
ARGENTINA / ESPANA / MÉXICO
Lección primera
(Qué es teoria?

El que comencemos nuestra serie de lecciones sobre la moderna teoría social con este
tema, «/Qué es teoria?», puede que cause sorpresa, No pocos de ustedes habrán asistido
a simposios sobre clásicos de la teoría sociológica -com o Emile Durkheim, George Her­
bert Mead o Max W eber- sin que la pregunta por la «esencia» de la teoría fuera nunca
un tema. Con razón se daba por supuesto que ustedes ya tenían una noción intuitiva de
«teoría» o la desarrollarian pronto. En cualquier caso serían cn este momento capaces
de caracterizar las distintas formas de aproximarse a la realidad social de Weber, Mead o
Durkheim: como se sabe, Weber describió el Estado, o los fenómenos políticos, bajo as­
pectos completamente diferentes que Durkheim, el cual tenía una concepción teórica de
Ia esencia de lo político completamente distinta de la de aquel, aunque en sus descrip-
ciones sociológicas ambos se remitieran a la misma empiría; Mead tenía una concepción
de la acción social a todas luces diferente de la de Weber, aunque ambos usaran en parte
términos similares, etc., etc. Todos estos autores hicieron de teorias diferentes (jen plu­
ral!) la base de sus descripciones sociológicas. /No estamos entonces cerca de dar el paso
decisivo en la solución dei problema de la «esencia» de la teoría? Pues si, comparando
todas estas teorias unas con otras, ponemos de relieve lo que tienen en común, si encon­
tramos el mínimo común denominador de todas ellas, /habremos llegado ya -presumi­
ríamos- a una comprensión adecuada de lo que es teoría (]en singular’.)? jGracias a esa
comparación tendríamos poco menos que los elementos formales de lo que constituye
una teoría (sociológica), de lo que de verdad es una teoría social!
Desgraciadamente la solución así avistada dei problema no es muy fecunda, pues la
sociologia es, desde su fundación en el siglo xix, una disciplina científica en la que nun­
ca se alcanzó un consenso dei todo estable sobre su objeto y sus tareas. Tampoco sobre
los conceptos centrales se estuvo nunca realmente de acuerdo, por lo que no tiene que
sorprender que también sobre la comprensión «correcta» de lo que es una teoría hubiera
siempre vivas discusiones. Controvertida era, por ejemplo, la relación entre teoría e invés-
tigación empírica porque aigunos científicos sociales suponían que primero era preciso que
el trabajo empírico intensivo nos allanara el camino hacia una teoría sociológica racio­
nal, contra lo cual otros sostenían que la investigación empírica sin amplias reflexiones
teóricas previas, en el mejor de los casos carecerían de sentido, y en el peor arrojarían
resultados falsos. También hubo concepciones sumamente dispares relativas a la rela­
ción entre teorias y visiones dei mundo: mientras unos subrayaban que la teoría sociológi­
ca, o la teoría social, es un asunto puramente científico, alejado de las concepciones

II
políticas y religiosas dei mundo, otros resaltaban que las ciências humanas y las ciências
sociales nunca podrán desprcnderse completamente de tales convicciones; que la idea
de una ciência «pura», la de la sociologia por caso, era una quimera. Estrechamente re-
lacionada con esta controvérsia estaba también la relativa a la reladón entre teoria y
cuestiones normativas o morales. Mientras unos opinaban que la ciência debía abstenerse
por principio de toda clase de consideraciones políticas, morales, etc., otros abogaban
por una ciência comprometida con una política social que no «rehuyera» las «cuestiones
de deberes» (^cómo deben actuar los hombres?; ;cómo debe estar construída una socie-
dad buena o justa?, etc.). La ciência, y muy especialmente la ciência social no tendría
que haccr, según esta concepción, como si sólo proporcionara resultados de investígacio-
nes de cuya aplicación no fuera responsable: como en las ciências sociales la investiga-
ción está grávida de consecuencias, cada disciplina no puede ser indiferente a lo que
sucede con los resultados que ella arroja. Finalmente ha sido tambien muy discutida la
reladón entre teoria y saber corriente. Mientras unos postulaban la superioridad general
de la ciência, con las ciências sociales incluídas, sobre el saber corriente, a otros les pa­
recia que las ciências humanas y sociales están demasiado enraizadas en la vida ordiná­
ria, de la que dependen, como para poder tener tan presuntuosa pretensión. El concepto
mismo de teoria es -com o ven ustedes- muy discutido, por lo que el intento anterior­
mente senalado de extraer a partir de las teorias existentes de los clásicos de la sociologia
un mínimo común denominador resultaria baldio: la pregunta «,rqué es teoria/» no po-
dría contestarse, y un juicio definitivo respccto a este debate aqui sumariamente expues-
to tampoco ustedes podrían cmitirlo.
;Pero tan nccesario es discutir y clarificar lo que sea propiamente «teoria» ? Después de
todo, ustedes han «comprendido» a los clásicos de la sociologia, y posiblemente hayan
asistido a los seminários correspondientes sin tener que preguntarse de forma explícita
por el concepto de teoria. Entonces, ;por qué ahora -a l tratar de la moderna teoria socio­
lógica o de la teoria social- este debate fundamental sobre la «escncia» de la teoria? A
esto cabe dar dos respuestas. La primera es de naturaleza histórica o relacionada con la
historia de la disciplina: cuando Webcr, Durkheim, Simmel y otros -los llamados padres
fundadores- crearon la disciplina llamada «sociologia», ello vino con frecuencia acompa-
nado de una lucha individual por la reputación científica dc aquella disciplina, de una
controvérsia con otras disciplinas que le diseutían a la sociologia su legitimidad. Natural­
mente, también los sociólogos diseutían entre ellos —y, por cierto, no poco-, pero eso no
era nada comparado con la situación que se creó cuando, a partir de mediados dei siglo
xx, la sociologia se estableeió definitivamente en la universidad. Desde entonces, la so­
ciologia moderna se ha caracterizado, como las modernas ciências sociales en su conjun­
to, por su diversificación en una multitud de corrientes teóricas en competência -n o en
vano necesitamos otras diecinueve lecciones para darles a conocer esta multitud-, y en
esta competência masiva de teorias las cuestiones de teoria de la ciência desempehan un
papel muy significativo, por ser cuestiones relativas a los presupuestos y las características
de la ciência y a la formación de las teorias científicas. En las ciências sociales, las contro­
vérsias entre corrientes teóricas fueron y son con frecuencia controvérsias en torno a la
comprensión correcta de lo que es teoria; por ello es necesario que ustedes por lo menos
se hagan una idea de estas cuestiones para poder entender como y por que cn las moder­
nas ciências sociales la teoria evoluciono de una determinada manem y no de otra.

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La segunda respuesta es de naturaleza histórica y pedagógica. Las modernas ciências
sociales no se caractcrizan sólo por el gran número de teorias en competência, sino tam-
bién por el divorcio sumamente perjudicial que con el tiempo ha venido produciéndose
entre teoria y empiría. Entre qu ienes se presentan como teóricos y qu ienes se presentan
como empíricos o investigadores sociales empíricos casi se ha establecido una forma de
división dei trabajo. Debido a esta estricta división dei trabajo, ambos grupos apenas per-
ciben unos de otros los resultados que obtiencn. Pero teoria y empiría no deben separarse,
y esta lección sobre la «csencia» de la teoria debe ser una ocasión para reflexionar sobre
lo que es teoria, sobre la importância que esta da a la investigación empírica y sobre la
manera en que la empiría determina continuamente la teoria. A los teóricos entusiastas
entre ustedes -caso de que los haya- queremos decirlcs con esta lección que las teorias
sociales nunca están libres de observaciones o suposiciones empíricas, por lo que la mira­
da desdenosa a los empíricos, a los que cuentan las patas dei ciempiés, no está justificada,
A los empíricos entusiastas entre ustedes, empíricos de hoy o dei futuro que desdenan la
teoria (si ello es posible), queremos hacerlcs ver con esta lección que las observaciones
empíricas -incluso las más banales- nunca están libres de afirmaciones teóricas, por lo
que no hace ningún dano ocuparse también de vez en cuando de la teoria. Conviene
decir esto también porque, a pesar de todo lo que se dice sobre la pérdida de influencia de
las ciências sociales, estas pueden producir, hoy como ayer, efectos formidables; piensen
en el de la teoria marxiana en el pasado; piensen en los debates, cargados de consecuen-
cias, sobre la globalización y la individualización en los suplementos y las páginas de po­
lítica de los diários actuales. Las teorias no sólo determinan los instrumentos de la inves­
tigación social empírica; determinan también el mundo social investigado, y sólo por eso
el científico social de orientación empírica ya no puede desentenderse de las teorias sim-
plemente con el argumento de que prefiere abstenerse de toda clase de especulación
teórica y cenirse a la realidad (empírica). Una vez más: teoria y empiría están demasiado
estrcchamente ligadas como para que pueda justificarsc esta actitud.

Pero si esto es así; si en las ciências sociales -ta l como las hemos descrito más arriba-
jamás ha cristalizado un concepto indiscutido de teoria, y si la relación entre teoria y
empiría, entre teoria y concepción dei mundo, entre teoria y cuestiones normativas, y
entre teoria y saber corrientc, nunca ha podido aclarar se definitivamente, ^no es insen­
sata la pregunta por la «esencia» de la teoría? La respuesta cs: «;no!». No hay aqui mo­
tivo alguno para la resignación y el cinismo, y ello por dos razones. Por una parte, en
seguida reconocerán ustedes -si estudian, por ejemplo, sociologia- que la sociologia no
es la única disciplina cn la que la cuestión dei estatus de la teoría es objeto de discusión.
También las demás ciências sociales —desde las ciências políticas hasta la economia po­
lítica, pasando por la ciência histórica- se enfrentan a problemas similares, aunque no
necesaríamente se discuta en lugares tan destacados sobre cuestiones de fundamento. Y
como ustedes también verán, las ciências de la naturaleza, en apariencia tan intocables,
no son inmunes a esta clase de disputas. Por otra parte, cn las controvérsias sobre ei esta­
tus de la teoria, que vienen de muy atrás, puede senalarse una concepción de la misma
capaz de crear consenso, bien que en diversos grados. Pero aqui es necesario investigar
minuciosamente donde y hasta qué grado hubo un consenso sobre la «esencia» dc la
teoría, en qué punto y por qué este consenso sc rompi ó y cuándo en la historia de estas

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controvérsias se intento una y otra vez restablecer el consenso que se había perdido.
jCon esto entramos en el tema!

sjs $

En un plano muy básico existe un consenso, entre distintas corrientes teóricas y dis­
ciplinas, al menos en que las teorias han de entenderse como enunciados generalizado­
res. O, dicho a la inversa, y acaso de forma más comprensible: todo enunciado generali­
zador es ya una teoria. Semejantes teorias las empleamos también en la vida cotidiana,
jy además constantemente! Siempre que usamos el plural sin haber comprobado antes si
nuestra generalización es realmente válida para todos los casos, estamos utilizando una
teoria: «todos los alemanes son nazis», «los hombres son machistas», «la mayoría de los
sociólogos dice cosas que nadie entiende», etc., son teorias de esta clase. De nuestra
observación de que algunos alemanes tienen de hecho un pensamiento fascista, de que
muchos hombres de hecho se comportan mal con las mujeres y de que algunos sociólo­
gos apenas son capaces de hablar un lcnguaje que todo el mundo pueda entender, con­
cluímos que todos los alemanes son así, que todos los hombres son machistas y que la
mayoría de los sociólogos se expresan así, Naturalmcnte no hemos comprobado estas
cosas, ni conoccmos a todos los alemanes, ni jamás hemos conocido a la mayoría de los
sociólogos. Cuando hacemos aserciones tan abstractas como estas, no hacemos otra cosa
que utilizar una teoria. También podría decírse que enunciamos hipótesis. El lógico,
teórico de los signos y filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce (1839-1914)
mostro de una manera impresionante que todas nuestras percepciones cotidianas y nues-
tras acciones descansan sobre un entramado de hipótesis (él dice abduedones) sin las
cuales no podríamos vivir razonablemente:

En esta esplêndida manana primaveral miro por la ventana y veo que ha florecido una
azalea. [Pero no! No veo eso en realidad; se trata sólo de una posibilidad única de describir lo
que veo.
Mi dcscripción es una aserción, un enunciado, un hecho; sin embargo, lo que percibo no
es ni una aserción, ni un enunciado, ni siquiera un hecho, sino únicamente una imagen que
en parte hago captable con ayuda de un enunciado fáctico. Este enunciado es abstracto,
mientras que lo que veo es concreto. Cuando expreso lo que veo mediante un enunciado,
llevo a cabo una abducción. En verdad, todo el sistema de nuestro saber no cs más que una
espesa capa de puras hipótesis En la ampliación de nuestro saber no podemos dar el
menor paso más allá dei estádio de la pura íijación sin llevar a cada momento una abducción.
(C . S. Peirce, Ms, 692, citado en Thomas A. Sebeok y jean Umiker-Sebeok,
«You Knou' My Methocb. A /uxtaposition of Charles S. Peirce and Sherlock Holmes, p. 23)

La teoria es, pues, tan necesaria como inevitable, pues sin ella no seria posible apren­
der nada ni actuar de manera coherente; sin generalizaciones y abstraedones, el mundo
sc nos presentana como un confuso tapiz hecho de re tales de exper iene ias e impresiones
sensoriales inconexas. Es verdad que en nuestra vida ordínaria no hablamos de «teo­
rias»; las utilizamos sin que nos demos cuenta. Pero, en principio, no de otra manera
funcionan el trabajo y el pensamiento científicos; la única diferencia es que aqui la for-

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x

mación y la aplicación de teorias se hacen siempre con un objetivo: para resolver deter
minados problemas se utilizan hipótesis o teorias especiales, y luego se intenta reunir
varias de estas teorias especiales en otra más general que conecte de manera coherente
las distintas generalizaciones. Pero establecer teorias, establecer enunciados generaliza­
dores, es parte esencial tanto de la vida cotidiana como de la ciência, pues es la única
manera de acercamos a la «realidad». El filósofo austro-anglosajón Karl Raimund Pop-
per (1902-1994) expuso esto mismo de una forma elegante, pero no muy diferente de la
que hemos visto en Charles Sanders Peirce:

La teoría es la red que arrojamos para capturar «el mundo» -para racionalizado, para ex­
plicado y para dominado—. Y trabajamos para bacer sus mallas cada vez más estrechas.
(K. R. Popper, Logik der Forschung1, p. 31)

Este concepto de teoría, la función de sus generalizaciones, apenas se discute ya en la


actualidad.

Las primeras controvérsias comenzaron históricamente en el plano siguiente; pero


han sido igualmente superadas con el tiempo, pues aqui -com o también se mostrará-
una de Las posiciones ha resultado victoriosa y superior.
El trabajo científico no ticne por meta la producción de generalizaciones de cualquier
tipo* También los prejuicios son teorias: son igualmente afirmaciones generalizadoras,
aunque muy problemáticas o falsas, como facilmente se puede reconocer en los anterio­
res ejemplos sobre el comportamiento de los alemanes, de los varones y de los sociólo­
gos. Ahora bien, los científicos no pretenden precisamente producir prejuicios, sino
formular generalizaciones acertadas a partir de casos particulares (derivar a partir dei
caso o de los casos particulares un enunciado general se denomina también en teoría de
la ciência «inducción») o explicar acertãdamente casos particulares a partir dc teorias
(«deducción»; la inferência de casos particulares a partir de un enunciado generaliza­
dor). Mas para poder decir que una aserción es «acertada«o «no acertada» hace falta un
critério -que sólo puede scr este: las teorias sólo son científicas (no están cargadas de
prejuicios) si resisten el contraste con la realidad o, al menos, pueden contrastarse con
la realidad.
Tenemos aquí un primer punto en el que -visto también historicamente- el consen­
so comenzó a romperse. Pues existían ideas diferentes respecto a cómo hay que entender
este contraste con la realidad. Es así lógico ver el ideal de la ciência en la verifteadón.
Durante mucho tiempo, hasta comienzos dei siglo xx, fue esta una idea común entre los
científicos y los teóricos de la ciência. Si las hipótesis teóricas han de acrcditarse en la
realidad, lo mejor es -ta l cra la suposición de entonces- eliminar primero de la ciência
todo saber com ente afectado de prejuicios para construir sobre terreno seguro cl edificio
dei saber científico: las obscrvaciones precisas conducirían, scgún esta concepción, a
enunciados y asertos generalizadores que, confirmados por ulteriores observaciones y
experimentos, serían cada vez más seguros. Estos enunciados y aserciones así verificados,

1 Ed. cast.: La lógica de la investigation científica, trad, de V. Sánchez de Zavala, Madrid, Tecnos,
1962 (22008).

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es decir, confirmados en su verdad, se combinarían luego de forma que, lenta pero con-
tinuamente, se pudiera acumular e integrar cada vez más apor tac tones verificadas de sa-
ber. Ello conduciria a la certeza, a un saber «positivo» -com o se decia-, y esta fue una de
las razones por las que se denomino «positivistas» a los defensores de esta concepción de
la ciencia.
El problema que resulta de esta posición positivista, y sobre el que el ya citado Karl
Raimund Popper fue el primero en llamar la atención con toda claridad, es que la veri-
ficación no puede ser un buen critério para establccer el caracter científico de enuncia'
dos, porque una verificación de la mayor parte de los enunciados teóricos es material'
mente imposible. En la mayor ta de los problemas científicos -sostiene Popper en su libro
La lógica de la investigación científica, publicado por vez primera en 1934, y que llcgó a ser
muy célebre- no podemos estar seguros de si un enunciado generalizador, esto es, una
teoria o una hipótesis, acierta en todos los casos. El enunciado de la astrofísica «Todos los
planetas se mueven cn órbitas elípticas alrededor dei sol» no puede verificarse, con toda
verosimilitud, de forma definitiva, puesto que seguramente nunca conoceremos todos
los sistemas solares de nuestro universo, por lo que seguramente nunca podremos confio
mar con certeza última que cada planeta gira efectivamente en órbita elíptica -y no
otra- en tomo a un sol. Lo mismo acontece, naturalmentc, con el enunciado «Todos los
cisnes son blancos». Aunque ustedes hubieran visto ya miles de cisnes, todos blancos, no
pueden estar seguros en última instancia de que en algún momento no lleguen a ver un
cisne negro, verde, azul, etc. En la gran mayoría de los casos, los enunciados generales
no pueden confirmarse o verificarse. O, diebo de otra manera: los argumentos inductivos
(es decir, las inferências a partir de casos particulares sobre la totalidad de los mismos)
no son argumentos lógicamente válidos o verdaderamente concluyentes; la inducción no
puede justificarse de forma puramente lógica, puesto que nunca puede excluirse que cn
algún momento se haga una observación que contradiga el enunciado general que se
considera confirmado. El intento que los positivistas hicieron de reducir leyes a observai'
ciones elementalcs, o de deducir leyes a partir de observaeiones elementales y verificar
esas leyes, está, pues, condenado al ff acaso.
Esta era cxactamente la crítica de Popper, por lo que luego -y por eso fue célébre-
propuso un critério diferente para demarcar las ciências empíricas de otras ciências -dei
saber corriente y de la metafísica-. Su divisa era la «/alsacien». «Un sistema científico
empírico ha de poder fracasar en la experiencia» (K. R. Popper, Logík der Forschung, p.
15 ). La posición de Popper era, pues, la de que los enunciados generalizadores o las teo­
rias científicas no son, ciertamente, demostrables o verificables de manera definitiva,
pero que pueden someterse a prueba intersubjetivamente, es decir, dentro de un progra'
ma de investigación, en la realidad; que pueden rechazarse o directamente faharse. Pue­
de que esto suene trivial, pero de hecho es un argumento refinado tanto de fundamenta-
ción de la «ciencia empírica» como de demarcación respecto de otras fornias dei saber.
Pues con su referencia a la constrastabilidad y falsabilidad de los enunciados científicos,
Popper excluye dei dominio de la ciencia, por un lado, los que denomina enunciados
universales del tipo «existe esto o lo otro». Enunciados como «existen los ovnis», «exis­
te Dios» o «existen hormigas tan grandes como los elefantes» no pueden falsarse: no
podemos presentar pruebas de que Dios, o los ovnis, o las hormigas dei tamano de un
elefante no existan, pues al menos teoricamente cabría pensar que, tras una búsqueda

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suficientemente larga, en algún momento y algún lugar encontráramos un ovni, o a
Dios, o a hormigas dcl referido tamano. Popper no discute que tales enunciados puedan
tener sentido: es notorio que el enunciado «Dios existe» es muy importante, y tiene por
tanto un sentido, para muchas personas, Popper únicamente afirma que es estéril tratar
de la existência de Dios en una discusión científica, pues el enunciado que afirma su
existência no puede refutarse definitivamente.
Por otro lado, el critério de la falsación perm ite contrastar y falsar realm ente enuncia-
dos universales («tod os los alemanes son nazis») sencillam ente porque una sola observa-
cíón - l a observación de un alemán que no es n a z i- puede ech ar por tierra la afirmación
o la teoria. Para Popper, el critério de la falsación es, pues, el único que da frutos, y
tam bién el más eficiente para separar los enunciados científicos de otros enunciados.
Pero, con ello, se introduce en el trabajo científico una dinâmica completamente
distinta de la aún dominante en la vieja concepción «positivista» de la ciência y en el
principio de verificación en ella presente. La posición de Popper, triunfante sobre el
positivismo, no concibe la ciência como una lenta acumulación de saber; en ella, la
ciência consiste más bien en la incesante puesta a prueba y cuestionamiento de nuestros
supuestos teóricos exponiéndolos al peligro de la falsación. Sólo las mejores teorias so­
bre vi ven en esta lucha (darwinista) de las teorias entre si. Por eso -dice Popper- la
ciência no es tampoco un estado: no puede alcanzar ni el saber, ni la verdad, ni siquiera
la probabilidad en términos absolutos; la ciência es, por el contrario, un continuo pn>
gresar, un «adivinar» de los enunciados teóricos, continuamente sometidos a prueba.
Por eso, las teorias sólo pueden considerarse «provisionalmentc confirmadas»:

Sobre el grado de confirmación no decide, pues, tanto eí número de casos confim mtorios
cuanto el rigor de la prueba a que el enunciado en cucstión fue sometido y puede aún someterse.
(lbid., p. 213; énfasis en el original)

Por eso no debe exigirse al científico tanto un distanciamiento dei saber corriente y
sus prejuicios cuanto una disposición a examinar una y otra vez su(s) propía(s) teoría(s)
con la vista puesta en posibles indicios falsadores para asi descartar todas las teorias que
no sean capaces de sobrevivir. No debe buscarse, pues, la confirmación de la propia teo­
ria, sino deshacerse activamente de todas las falsas certezas mediante la aplícación con-
secuente dcl principio de falsación. Con su habitual laconismo formula Popper esta
exigencia de la siguiente manera: «Quien ho expone sus ideas a la refutación, no juega
bíen el juego de la ciência» (ibid., p. 224).
La superioridad de la concepción popperiana de la ciência sobre la positivista ha
acabado reconociéndose; la falsación ha demostrado ser en general un critério de demar-
cación mejor que la verificación. En esto reina de nuevo el consenso sobre lo que es y lo
que puede lograr una teoría. Hay disenso respecto a si, con la afirmación popperiana de
que las teorias científicas son enunciados generalizadores que pueden contrastarse con la
realidad y, por ende, ser falsados, queda ya agotado el concepto de teoría. Tal es la opi-
nión de los defensores dei principio de la «elección racional», de la que habremos de
tratar en la lección quinta, en la medida en que quieren reservar el término «teoría» sólo
para aquellos sistemas de enunciados en los que los hechos sociales se explican de la for­
ma más explícita con ayuda de un enunciado general, de una lcy universal. Aqui se conci-

!7
be la «teoria» exclusivamente como un sistema explicativo: «Toda explicación comienza
con la pregunta de por qué el fenómeno interesante existe, funciona o cambia de la
mancra en que se ha descrito» (Esser, So^oíogie, A llgemeine Gnmdlagen [Fundamentos
generales de sociologia], p. 39). Para una explicación se necesita, entre otras cosas, un
enunciado universal -y sólo los sistemas explicativos basados en tales enunciados uni-
versales pueden llamarse, de acuerdo con este principio, «teorias»; a otras considerack>
nes y reflexiones que no tengan por objetivo establecer directamente enunciados nomo-
lógicos no les cabe, para el enfoque de la elección racional, el honor de llamarse «teorias».
Esta posiçión, que concuerda con la concepción popperiana de las teorias, parece a
primera vista razonable y poco criticable. Una definición como esta de «teoria» tiene
además la ventaja de que es bastante estricta y precisa, con lo que se sabe exactamente
lo que se dice cuando se emplea el término «teoria». Pero esta posiçión no es, desde
luego, tan aproblcmática y tan clara. Pues en Popper se plantea de hecho un grave pro­
blema en el punto en que define la relación entre teoria y empiría. La aplicabilidad dei
critério de falsación que Popper propone (como, por lo de más, la dei critério, por él su­
perado, de verificación) se basa en la suposición de que el plano de la observacíón em­
pírica y el plano de la interpretacíón teórica o de la explicación son claramente distin-
guibles, de que los enunciados puramente teóricos son contrastables con observaciones
separadas, con observaciones puramente empíricas. Yo puedo falsar y refutar con seguri-
dad un enunciado teórico sólo si mis observaciones, con las que intento falsarlo, son
correctas y no discutibles. Las observaciones no deben encerrar a su vez teorias, porque
entonces no puede naturalmente excluirse que -porque en mis observaciones puede
haber ya latente una teoria falsa- lo esté falsando (o verificando) sin razón. Esto signifi­
ca así que una falsación (o verificación) sin problemas sólo seria posible si tuviésemos
acceso inmediato a una forma de observación directa y sin teoria.
Mas sabemos —y esto lo hemos puesto cíaramente de relieve con la larga cita de Peir-
c e - que no es este el caso. Cada observación que hacemos en la vida corriente, como cada
enunciado sobre ella, está guiado por una teoria. Lo mismo puede decirse, naturalmente,
de las observaciones y los enunciados de la ciência. Las observaciones empíricas de una
comunidad científica deben formularse en un lenguajc observacional que, o bien recurre
directamente al lenguaje corriente, o bien -e n caso de que en el proceso de observación
se emplee un lenguaje especializado explícito- sus conceptos pueden explicarse y definir-
se con ayuda det lenguaje corriente. Y este lenguaje corriente está siempre «infestado» de
teoria. Peirce mostro que toda observación es una generalización y, por ende, una teoria
elemental: los lenguajes de la observación contienen ya, inevitablemcnte, teorias que diri-
gen nuestra atención a determinados fenómenos, y determinan la manera como percibi-
mos los fenómenos. Pero esto significa tambtén que nunca podemos describir casos par­
ticulares sin generalizaciones implícitas. No es así posible una separación estricta entre
empiría y teoria -y, por tanto, no puede sostenerse de manera tan simple la idea original
de Popper, según la cual cs posible una falsación de teorias que no resulte problemática.
Si, por tanto, no hay ninguna polaridad, ninguna separación estricta de empiría y
teoria, ^córno definir entonces su relación? A este respecto es muy útil una propuesta dei
sociólogo norteamericano Jeffrey Alexander, con cuyos trabajos volveremos a encon­
tramos a lo largo de esta serie de lecciones (cff. la lección decimotercera). El no habla
de una «polaridad», sino de un «continuo»:

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La ciência puede entenderse como un proceso intelectual que se desarrolla en el contexto
de dos entomos distintivos: el mundo empírico, observacional, y el mundo no empírico, me­
tafísico. Aunque los enunciados científicos pueden estar más orientados a uno de estos entor-
nos que al otro, nunca puede determinados exclusivamente un entorno frente al otro. Las
diferencias entre lo que se percibe como tipos de argumentos científicos que contrastan clara­
mente entre sí, deben entenderse como representativas de posiciones diferentes respecto al
mismo continuum epistemológico.
(J. Alexander, Theoretical Logic in Sociology, vol. i, p. 2)

El pensamiento científico se mueve -según Alexander- continuamente entre los


polos extremos, nunca alcanzables, de lo que él denomina «mundo metafísico» y «mun­
do empírico» —enteramente de acuerdo con la argumentación de Peirce de que no es
posible tener un acceso directo, libre de teoria, al mundo-. Alexander ha intentado es­
quematizar esto con el diagrama que reproducimos más abajo (ibid., p. 3). La tesis nu­
clear es aqui que las observaciones («observations») sin duda están relativamentc próxi­
mas a la realidad, esto es, al medio empírico («empirical environment»), pero que no es
posible una copia directa de la realidad, pues las observaciones están ligadas, entre otras
cosas, a presupuestos metodológicos, leyes, definiciones, modelos e incluso presupuestos
generales («general presuppositions») que se hallan relativamente cerca del polo opues-
to dei medio metafísico («metaphysical environment»). Pero esto significa -y más tarde
volveremos a hablar de ello - que es una equivocación querer limitar el trabajo científico
a la elaboración de teorias entendidas como sistemas explicativos y al intento de falsar­
ias. Pues si es cierto que las argumentaciones científicas de hecho se mueven en el con­
tinuo a que se refiere Alexander, el teorizar científico incluye más tareas de lo que afir-
man los defensores dei referido principio de «elección racional». Si los presupuestos

Metaphysical environment

General presuppositions
Models
Concepts
Definitions
Classifications £
Laws
Complex and simple propositions
Correlations
Methodological assumptions
Observations

Empirical environment
generales («general presuppositions»), las clasificaciones («classifications»), los concep-
tos («concepts»), etc., desempenan en el proccso de la investigación un papel tan im-
portante - o al menos un papel que no es irrelevante- como las leyes («laws») y las ob-
servaciones, enfonces no se ve por qué el avance del conocimiento unicamente lo hace
posible la concentración en esas leyes y observaciones. Tampoco se comprende enfonces
por qué el concepto de «teoria» ha de seguir estando reservado a los sistemas de enun-
ciados hechos de leyes y observaciones. Y son muchos los científicos sociales que ban
hecho suya una concepción más holgada de la teoria.
Pero volvamos directamente al hecho, problemático para el falsacionismo popperia-
no, de que no es posible una separación estricta entre los pianos de la teoria y la empiria.
El propio Popper -y esto hay que decirlo en su defensa- vio muy bien esta dificultad:
«No hay observaciones puras: estas se hallan impregnadas de teoria y son guiadas por
problemas y por teorias» (Popper, Logik der Forschung, p. 76; entasis en el original). Tam-
bien senaló que toda exposición de una observación, todo enunciado sobre un suceso,
todo «enunciado básico» emplea conccptos que no pueden ser directamente confirma­
dos por los datos de los sentidos. Por eso era tamhién de la opinion de que toda constras-
tación de una teoria debe, o bien detenerse, o bien comenzar, en enunciados básicos
sobre cuya corrección los investigadores estén de acuerdo por conveneión o por decision.
La ciência no está, pues, para Popper, construida sobre roca, sino en cierto modo sobre
dogmas (pasajeros), sobre aquellas convenciones o decisiones (más o menos) arbitrarias
de los científicos que reconocen correctos determinados enunciados básicos sobre obser­
vaciones. Pero esto no era para Popper un problema real, pues era de la opinión de que
los enunciados básicos pueden considerarse como problemáticos -en el caso de que sur-
jan dudas sobre la corrección de los mismos-, esto es, pueden ser a su vez contrastados.
Como hemos mostrado, los teóricos de la ciência y los científicos que investigahan la
forma efectiva de trabajo científico no se dieron por satisfechos con esta defensa poppe-
riana dei procedimiento de la falsación. En este debate desempenó un significado papel
sobre todo un libro que seria casi tan célebre como la Lógica de la investigación científica
de Popper. Nos referimos a The Structure o f Scientific Revolutions, de Thomas S. Kuhn,
publicado en 19622*. El norteamericano Kuhn (1922-1996), físico de formación, estudió
de manera cuasi sociológica cl proceso de investigación en su propia disciplina, anali-
zando de forma muy general sobre todo la évolue ión histórica de la física (y la química)
y la manera en que se generan las nue vas teorias científicas. Kuhn hizo aqui un descubri-
miento asombroso que no se hallaba en modo alguno en consonância con el principio
de falsación de Popper. En la historia de la ciencia hay ciertamente incontables episo-
dios en los que de hecho se faisan enunciados científicos, pero en sus análisis histórico-
sociológicos observo Kuhn que ello normalmente no tenía por consecuencia que teorias
enteras, de las que tales enunciados se deducían, fuesen rech azadas o sustituidas por
otras. Kuhn pudo demostrar que en la historia de las ciências siempre hubo descubri-
mientos, inventos, etc., que contradecían fundamentalmente las grandes teorías exis­
tentes. El descubrimiento dei oxigeno por Lavoisier, por ejemplo, contradecía funda-
mentalmentc la teoria enfonces dominante dei flogisto, sustancia que se desprendería,

2 Ed. cast.: In estrueturn de las revoluciones científicos, trad, dc Agustín Contin, México, Fondo de
Cultura Econômica, 1971 (42013).

20
supuestamente, de todo cuerpo en combustion- Pero el descubrimiento de Lavoisier no
hizo que la «vieja» y -com o hoy sabemos- falsa teoria dei flogisto fuese rechazada. Al
contrario: fue especificada, modificada y reconstruida para hacer comprensible el descu­
brimiento que hizo Lavoisier. No se vio, pues, en cl descubrimiento de Lavoisier una
faisación, sino unicamente una observación problemática, un enigma momentâneo, una
«anomalia» en el seno de una teoria acreditada. Kuhn pudo documentar gran cantidad
de estos casos u otros análogos en la historia de la ciência, c hizo ver que la perseverancia
en las teorias antiguas no era en absoluto una manifesta ción de dogmatismo o irraciona-
tidad. Pues siempre había buenas ra zones para este conservadurismo: las teorias antiguas
se habían acreditado en cl pasado, y los nuevos descubrimientos acaso podían integrarse
mediante una ampliación de la teoria antigua o mediante hipótesis auxiliares, mientras
que la nueva teoria aún no estaba dei todo elaborada, por lo que a menudo mostraba
errores y lagunas, incluso posibles errores de medición, lo que impedia una faisación
efectiva, etc., etc. En suma, era frecuente que en la practica de la ciência no hubiera un
critério claro de cuándo una teoria podia considerarse falsada.
Kuhn hablaba en su libro exclusivamente de la historia de las ciências de la naturale'
za. Pero también en las ciências humanas y sociales pueden, naturalmente, hacerse des-
cripeiones muy similares dcl proceso de investigación, y más aún si se tiene en cuenta que
en ellas parece aún más difícil destnnr una teoria, es decir, falsaria entera, con una obser­
vación empírica. El marxismo puede, naturalmente, constrastarse como teoria social -y a
ello aspiraba él misrno- en la realidad social. Y sucedio que muchos de los asertos hechos
o defendidos por Marx o los marxistas entraban en conflicto con la realidad empírica
-para decirlo con cautela-; que muchos de sus pronósticos no eran acertados: la polariza-
ción predicha de la población en una rica clase capitalista, por un lado, y un proletariado
numéricamente enorme, por otro, no se ha producido; y las revoluciones socialistas que
Marx y Engels pronosticaron tampoco se han producido, al menos allí donde debían ha-
berse producido, esto es, en los países industrialmente avanzados, conducidas por la clase
obrera; revoluciones efectivas las ha habido en todo caso en la periferia, y luego con la
participación decisiva dei campesinado, esto es, de un grupo «falso»; la fusion supuesta-
mente forzada por las condiciones económicas, que Marx y Engels pronosticaron en el
Manifiestu comunista, de todos los vínculos particulares -entre otras cosas predecían la
desaparición de los estados nacionales- tampoco se ha producido, y de hecho la situación
en las postrimerías dcl siglo xix y en todo el siglo xx ha sido justamente la contraria de la
que supusieron Marx y Engels, pues este periodo fue precisamente la era dei nacionalismo
y de los estados nacionales. Todas estas observaciones se habrian presentado -de seguir el
principio popperiano de faisación- como refutaciones contundentes dei marxismo, y ha-
brian tenido que conducir al rechazo definitivo de esta teoria. Pero no fuc esto lo que
sucedio: quienes estaban convencidos dcl marxismo como base de investigación pudieron
seguir convenciéndose, y convencer a otros, mediante una serie de hipótesis auxiliares, de
la fertilidad dei enfoque marxista: la proletarización de la mayoria de la población en los
estados industrializados no se había producido -ta l era su argumentación- porque el ca­
pitalismo había sabido aliviar la pobreza «en casa» aumentando la cxplotación del «ter-
cer mundo»; y este habría sido el motivo de que en los países occidentales, en los que los
trabajadores fueron «comprados» por el «capital», por las medidas del Estado del bienes-
tar-por ejemplo- no se produjeran revoluciones, sino sólo en los países del empobrecido

21
y explotado tercer mundo; y Marx y Engels habrían pronosticado el fin de! estado nacio­
nal demasiado pronto, pero hoy —en la era de la globalización- se confirmaria lo que
ambos ya habían dicho, etc. En suma, la teoria marxiana no seda falsa, sino que unica­
mente debe ser adaptada a unas condiciones históricas diferentes.
Dejo que ustedes mismos juzguen esta defensa dei marxismo. Lo importante en este
contexto es únicamente la idea de que en las ciências de la naturaleza y en las ciências
sociales en general, y no sólo en el marxismo, parece haber bastantes líneas de defensa y
maneras de armarse contra la falsación empírica de una teoria. De hecho, en las ciências
sociales las teorias se muestran en cierta manera más resistentes que en las naturales a las
falsaciones inequívocas. Pues en las primeras no sólo se discute la manera en que debe
entenderse una falsación, sino incluso lo que verdaderamente dice una teoría: mientras
las teorias de las ciências de la naturaleza suelen venir formuladas de forma relativamen­
te clara, en las ciências sociales y humanas el problema de que no exista verdadera una-
nimidad sobre el contenido exacto de una teoría tiene una presencia considerablemente
mayor. Posiblcmente conozcan ustedes, por haber asistido a los seminários sobre los
clásicos de la sociologia, o de sus lecturas de la literatura secundaria sobre ellos, este fe­
nómeno. / ‘Qué dijeron verdaderamente Marx, Durkheim, Weber, etc.? <?Cuál es la inter-
pretación verdadera, exacta, definitiva de las teorias de Marx, Durkheim o Weber? Es
lógico pensar que una teoría cuyo contenido se discute, dificilmente podrá falsarse em­
piricamente de una manera inequívoca.

Pero volvamos a Kuhn y su libro La estructura de ias revoluciones científicas. Según


Kuhn, ni siquiera en las ciências de la naturaleza hay argumentos lógicos determinantes
contra una teoría, ni por tanto falsaciones inequívocas. Así no puede asombrarnos, se­
gún Kuhn, que la labor cotidiana de investigación se desarrolle casi sin crítica. Las teo­
rias existentes se emplean durante mucho tiempo sin someterlas a revisión alguna por­
que los científicos estãn convencidos de la fecundidad de sus principios. A esta
investigación rutinaria se refiere Kuhn con el término «ciência normal»: los enigmas,
los sucesos contradictorios, los experimentos problemáticos, etc., no son contemplados
en la práctica de la «ciência normal» como falsaciones, sino -repitám oslo- como ano­
malias que se espera puedan ser alguna vez eliminadas o resueltas con los médios teóricos
existentes. La «ciência normal» es investigación

basada firmemente en una o más realizaciones cientificas pasadas, realizaciones que alguna
comunidad científica particular reconoce, durante cierto tiempo, como fundamento para su
práctica posterior.
(T. S. Kuhn, The Structure 0/ Scienti/ic Revoíutioro, p. 10 [p. 33 de la ed. cast. cit-])

En la historia de la ciência son raros -según Kuhn—los casos en los que aígunos cien­
tíficos inesperadamente aceptan, con motivo de un argumento convincente o de un
experimento de gran repercusión, un nu evo edifício teórico. La irrupción efectiva de
teorias realmente nuevas se produce más bien de una manera que a menudo poco tiene
que ver con critérios puramente científicos: las nuevas hipótesis auxiliares que constan­
temente se agregan para explicar «anomalias» a menudo hacen que las teorias antiguas
se tomen demasiado complejas, de suerte que la necesidad de teorías más sencillas au-

22
m enta... y con frecuencia ocurre que esta necesidad es luego articulada por una généra'
ción de científicos más jóvenes que acaban abandonando la teoria antigua y estãn en
gran número dispuestos a ver con otros ojos los nue vos descubrimientos y las «anoma'
lias», y por ende, a abrirse a las innovaciones teóricas. Este es el momento en que se
produce lo que Kuhn denomina una «revolución científica». Entonces se opera -com o
también dice K uhn- un cambio de paradigma: un viejo «paradigma» -una antigua ma­
neia de ver los fenómenos, una antigua gran teoría y los métodos de investigación a cila
adheridos- es sustituido en un tiempo reíativamente breve por un nuevo «paradigma»,
de la misma manera que en el pasado la «astronomia ptolemaica» fue reemplazada por
la «copemicana», la «dinâmica aristotélica» por la «newtoniana», o la «óptica corpus­
cular» por la «óptica ondulatória».
En estas revoluciones científicas que Kuhn describe es decisivo el hecho de que nun­
ca había un critério empírico claro con que fuese posible justificar ante cada científico
de forma razonable y convincente la necesidad de abandonar el antiguo paradigma y
adoptar otro nuevo. No ha sido, pues, la empiría como tal la que en la historia de la ciên­
cia ha motivado el abandono definitivo de una teoría hasta entonces considerada co­
rrecta, sino que las decisiones a este respecto vinieron determinadas por circunstancias
completamente banales, «cotidianas»: a menudo fueron causas «biológicas» las que coo-
peraron a la irrupción de una teoría nueva —como cuando una generación de científicos
era relevada, conforme envejecía, por otra nueva que no se cerraba a las innovaciones
teóricas-. Pero esto significa también que tanto las épocas de «ciência normal» como las
«revoluciones científicas» sc acomparian de luchas por el poder y de intereses enfrenta­
dos (entre investigadores instalados y marginales, entre científicos jóvenes y viejos). La
ciência es, pues, una empresa que no puede desligarse completamente de los fenómenos
sociales que desempenan un papel determinante en la vida corriente.
Las teorias antiguas y las nuevas son, segùn Kuhn, «inconmensurables» entre si; de
hecho no son comparables entre si, ni tampoco pueden nivelarse unas con otras: en las
revoluciones científicas no se produce una sustitucíón de una teoría por otra similar,
pues ambas son tan diferentes que podrían considerarse «imágenes dei mundo» dispares
-térm ino que también emplea Kuhn.

Por consigliientc, demos ahora por sentado que las diferencias entre paradigmas sucesivos
son necesarias e irréconciliables. [...] La recepción de un nuevo paradigma frecuentemente
hace necesaria una redéfinie ion de la ciencia correspondiente Algunos problemas anti-
guos pueden relegarse a otra ciencia o ser declarados absolutamente «no científicos». Otros,
que anterior mente cran triviales o no existian siquiera, pueden converti rse, con un nuevo
paradigma, en los arquétipos mismos de la realización científica de importância. Y al cambiar
los problemas también lo hacen, a menudo, las normas que distinguen una solución científica
real de una simple especulación metafísica, de un juego de palabras o de un juego matemático.
La tr adie ión científica normal que surge de una revolución científica es no solo incompatible,
sino también a menudo realmente inconmensurable con la que existia con anterioridad-
{Ibid., p. 102 [pp. 165-166])

Cuando la revolución se hace efectiva, la ciencia entra de nuevo en una fase «nor­
mal», y la investigación que desarrolla la comunidad científica se basa, como antes, en

23
determinadas regias y nonnas incuestionadas de la práctica investigadora, hasta que
vuelve a producirse una nueva revolution científica.
Los análisis históricos y sociológicos dc Kuhn tenían enormes consecuencias -y él
mismo las subrayaba- para la teoría de la ciência. Pues el proceso de la ciência -repita-
moslo una vez más- no funciona ní mucho menos de la manera que Popper intento
nomiativizar con su «principio de falsación». Y de las descripciones dc Kuhn se infiere
además que es «bueno» que la ciência no proceda rigidamente conforme al principio de
falsación: la ciência normal -una ciência que en relación a ciertos supuestos teóricos
procede de forma acrítica y rutinaria- puede ser fructífera. Tiene perfecto sentido no
rechazar la teoría con cada observation que la contradiga, porque ello sabotearía y mi­
naria la práctica de la investigation; tiene perfecto sentido interpretar primero las obser-
vacioncs que contradicen la teoría como meras anomalias -c o n la esperanza de que los
problemas en el seno de la teoría puedan algún dia resolverse—. Este caso se ha dado con
frecuencia en la historia de las ciências. Además, Kuhn pudo demostrar que no pocas de
las teorias nuevas y posteriormente reconocidas fueron falsadas al comienzo de su existên­
cia sobre la base de experiencias y observaciones entonces aceptadas, y de haberse segui­
do el principio de falsación de Popper, habrían tenido que desaparecer de inmediato. El
critério de falsación de Popper no es así -viene a decir Kuhn- ni una buena guia para la
historia de la ciência, ni un buen recurso en la investigación práctica.
Finalmente hay que extraer una consecuencia más de los análisis sociológicos de
Kuhn para la historia de la ciência. Ya los términos elegidos por Kuhn, los «câmbios dc
paradigma» y las «revoluciones científicas», nos ensenan que el progreso científico no se
efectúa de forma continua, sino que lo mismo atraviesa fases de sosiego que suite câm­
bios abruptos. La posición de Kuhn es así contraria tanto al positivismo, cuyos represen­
tantes creían en la formación lenta y continuada, apoyada por observaciones empíricas
exactas, de los conocimientos científicos, como a Popper, que subestimo la fase de la
ciência «normal» y rutinaria. La ciência -nos dice Kuhn—es un proceso que se resiste a
los planes que los teóricos discurren en sus mesas para racionalizaria; en la ciência, los
elementos casuales desempenan un papel tan importante como los ya mencionados con-
flictos entre generaciones de científicos que tienen que ver con el estatus y el poder. (Si
desean diponer una información breve, bien escrita y didácticamente cuidada dc los
debates producidos en la teoría de la ciência, les recomendamos el libro de A. F. Chal­
mers What is this Thing Called Science/3).

Los trabajos de Kuhn fueron en todo caso punto de partida de un debate entre los
teóricos de la ciência que se desarrolló con vehemencia principalmente en los anos se-
senta y setenta. Mientras unos criticaban a Kuhn porque sus trabajos abrian dc par en
par las puertas al relativismo (hablar de la «inconmensurabilidad» dc teorias sobre cuya
cualidad no puede decídirse empiricamente, suponía equiparar la ciencia a cualquier cos-
movisión, sobre la que no es posible discutir racionalmente), otros saludaban precisa-
mente las consecuencias relativistas que -según creían- se derivaban dc los análisis
kuhnianos. El «anarquista» filósofo de la ciencia Paul Feyerabend (1924-1994), durante

3 Ed. cast.: ;Qué es esa cosa llamada ciencia?, trad, de P. López Mânez y E. Pétez Sedeno, Madrid,
Siglo XXI, 1993 (reed., 2010).

24
un tiempo autor de moda, llegó a decir que «la “objetividad” de las ciências y dei racio-
nalismo [...J lera] una quimera, y ni el método de las ciências, ni sus resultados [...]»
justifican «su puesto preferente» rcspecto a otras formas de saber (como la magia) (P.
Feyerabend, v Srience in a Free Society4, p. 106),
Pero tanto unos como otros, los defensores ortodoxos de la ciência y sus críticos anar­
quistas, interpretaron falsamente a Kuhn, o al menos de forma muy caprichosa. Kuhn no
había sostenido que los paradigmas rivales fuesen totalidades o cosmovisiones herméti­
camente cerradas unas a otras entre las cuales no pudiera elegirse racionalmente -n i si-
quiera atendiendo a la fertilidad empírica de los paradigmas-, sino, a lo sumo, hacer
profesión -com o cn las distintas religiones- Sólo había argumentado que en muchos
casos no existe un critério empírico suficientemente claro para decidirse por este o aquel
paradigma, Con lo cual no está dicho que no existan en absoluto argumentos para acep-
tar o rechazar una teoria (cfr. sobre esta argumentación Richard Remstein, The RestruC'
turmg o f Social and Pohtical Theory, pp, 152-167)5. En su exposición de la historia de la
ciência, Kuhn no ataca frontalmcntc la racionalidad de la empresa «ciência»: según él,
la transición de una teoria a otra no es ni una elección sin fundamento entre vocabulá­
rios, ni un cambio misterioso de un discurso teórico a otro. Mãs bien sucede que hay
rozones de sobra para la nccesidad de adoptar un nuevo paradigma. Sobre que un cambio
de paradigma sea deseable o inaceptable, puede discutirse racionalmente, y cabe sopesar las
ventajas y los inconvenientes de una teoria incluso si hubicra que abandonar la esperan-
za de poder contar con un «crucial experiment» capaz de motivar una decisión.
A esto se anade que los análisis históricos de Kuhn casi siempre documentan de facto
—aunque la «inconmensurabilidad» de los paradigmas, expresión esta radical y muy pro­
blemática, pareceria excluirlo- que entre paradigmas existen a menudo notorias inter-
secciones. Entre los edifícios teóricos hay numerosos pasadizos. De hecho no sólo la
historia de las ciências de la naturaleza, sino también la de las ciências sociaies, mues-
tran que determinados hallazgos empíricos los dieron unánimemente por buenos defen­
sores de paradigmas diferentes, y no pocas tesis teóricas hallaron un consenso general que
atravesaba las fronteras de los paradigmas.
<>Qué significa todo esto para las ciências sociaies y para la teoria social? Dos conse-
cuencias podemos extraer de las discusiones habidas hasta hoy, pero sobre todo de los
análisis kuhnianos, que poseen gran relevância para las siguientes lecciones. Primera: el
hecho de que el panorama teórico que actualmente ofrecen las ciências sociaies se pre­
sente confuso, el hecho de que haya muchas teorias sociaies o paradigmas diferentes, que
en parte polemizan fuertemente entre cilas, no significa que tales teorias, o sus teóricos,
no pueden entrar en una discusión racional, Como ustedes tendrán ocasión de compro-
bar-y esta es una de las tesis centralcs de esta serie de lecciones-, los teóricos se comuni-
can entre cllos, se hacen críticas unos a otros, de lo cual resultan determinados entrecru-
zamientos, similaridades y complementaricdades entre las teorias. El hecho, por ejemplo,
de que la sociologia no se base en un único paradigma abstractamente obtenido (como
ocurre en las ciências económicas, donde, por ejemplo, es claramente dominante o hege-

4 Ed. cast.: La aencia en una socieãaã libre, trad, de A. Elena, Madrid, Siglo XXI, 1982.
5 Ed. cast.: La restructuración de la teoria social y política, trad, de E. L Suárez, Mexico, Fondo de
Cultura Económica, 1983.

25
mónica una corriente teórica concreta), el hecho de que en la sociologia reine una tan a
menudo lamentada pluralidad inabarcable de teorias, no significa que la especialidad se
descomponga, o necesariamente se descomponga, en enfoques desligados unos de otros.
Para ustedes, que abora se adentran en el mundo de ta moderna teoria social, esto lleva
forzosamente a una conclusión. Es de suponer que con sus estúdios no lleguen a ser exper­
tos en todas las corrientes aqui presentadas; nadie podrã esperar tal cosa de ustedes, crian­
do apenas hay algún profesor de ciências sociales que esté completam ente al dia en todas
estas corrientes teóricas. Pero no se consuelen de esta imposibilidad de abarcarias refu-
giándose en la primera teoria que les guste. Son ya demasiados los estudiantes que sólo
conocen verdaderamente una única teoria y que tan entusiasmados están con ella que
hacen despectivamente caso omiso de las demás; una actitud de la que desgraciadamente
les dan ejemplo no pocos de sus docentes, los cuales no es raro que se hayan especializado
en una sola teoria -[y sólo en u na!- y consideren que todas las demás son en principio
«malas» o inútiles. Como ya hemos dicho, los diferentes enfoques existentes en sociolo­
gia tiene algo que decirse unos a otros, por lo que queremos aconsejarles que mientras
cursan sus estúdios procuren dialogar con escuelas teóricas diferentes. De ese modo evita-
rán unilateralidades y cegueras que, si consideramos la relación antes descrita entre em-
piría y teoria, dejarán con seguridad su impronta en su trabajo empírico.
La segunda consecuencia que hay que extraer dei debate entre Popper y Kuhn con-
cieme directamente a las lecciones siguientes. Si es verdad que las cuestiones teóricas no
se resuelven sólo con médios empíricos; si es verdad que los planos de la empiría y la
teoria no pueden distinguirse claramente; si es verdad que —como ilustra el diagrama
antes mostrado de Jeffrey Alexander- hay que partir de un continuo entre el medio
empírico y el medio metafísico, entonces es claro que, en las ciências sociales, el trabajo
teórico tiene que ser más que la mera producción y falsación de enunciados universales
o leyes, como es propiamente el caso en Popper - o en la concepción de los teóricos de
la elección racional— La teoria social debe entonces preocuparse también de lo que en
el diagrama de Alexander son las «general presuppositions». Las cuestiones teóricas
abarcan, pues, desde generalizaciones empíricas hasta grandes sistemas interpretativos
en los que están implicadas posiciones básicas frente al mundo de orden filosófico, me­
tafísico, político y moral. Quien quiera pertenecer al mundo de las ciências sociales, no
podrá evitar intervenir en la discusión argumentativa en todos estos planos. La esperan-
za de poder limitarse a teorias puramente empíricas no puede cumplirse. (No tenemos
que repetir aqui que nuestro concepto de teoria no es, naturalmente, indiscutible, pues
—como décimos—los defensores de las teorias de la elección racional no llamarían «teo­
rias» a muchas de las teorias que presentaremos en adelante. Si desean tener una percep-
ción directa de la controvérsia sobre la cuestión «|qué es teoria [sociall?», comparen el
primer capítulo dei libro de Jeffrey C. Alexander Tiuenty Lectures: Sociological Theory
since 19456 con los análisis que Hartmut Esser, un significado teórico germano de la
elección racional, hace en su libro So^ioíogie. Allgemeine Grundlagen, caps. 3 y 4.)
Ahora bien, si nosotros nos basamos en un concepto tan amplio de teoria, ;no supon-
dría esto que los debates necesariamente acabarían desbordandose, toda vez que cada

6 Ed. cast,: Las teorias sociológicas desde la Segunda Guerra Mundial. Análisis multidimensional, trad.
de C. Gardini, Barcelona, Gedisa, 1989.

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oual tendría su ptopia teoria y un aumento dei número dc teorias existentes ya no seria
unestorbo? La respuesta es clara: «[no!». Pues en las disciplinas de las ciências sociales
de hecho se ha demostrado -y con esto volvemos a nuestra primera consecuencia- que,
pese a toda la variedad de teorias, existe relativo acuerdo sobre lo que sean las cuestiones
fondamentales o capitales de la investiga ción. Y estas cuestiones se pueden nombrar.
Creemos que, a lo largo de la evolución de las teorias de las ciências sociales, se han
pfanteado tres cuestiones muy específicas. Son estas: «qqué es la acción?»; <qqué es orden
social?»; <qqué determina el cambio social?». Todos los teóricos -y esto vale tanto para
los dásicos de la teoria sociológica como para los teóricos sociales modernos- han tratado
de responder a estas tres preguntas, sobre las cuales hay que anadir que naturalmente se
hallan siempre estrcchamente relacionadas: pues el actuar de los seres humanos nunca
«s puramente accidental, pues siempre configura ordenes, y estos ordenes camhian histo­
ricamente, Aunque los escritos de los teóricos que abordaremos más adelante ponen
acentos diferentes en relación con las citadas preguntas -algunos estuvieron más intere-
sados en la acción que en el orden, y muchos más en la estabilidad social que en el
cambio social-, estas preguntas siempre estuvieron presentes en su mutua trabazón. Lo
que las hace particularmente interesantes es el hecho de que la manera de responderias
conduce casi inevitablemente a cicrtas conclusiones diagnósticas sobre sus épocas. Pues
las ideas, a menudo no poco abstractas, que encontramos en esos teóricos sobre la acción
social, el orden social y el cambio social precipitan -d e manera manifiesta u oculta- en
estimaciones muy concretas de la situación de la sociedad presente en su tiempo y sus
faturas «vias evolutivas», e incluso de su pasado. La atención a las tres preguntas citadas
no es, pues, un ejercicio puramente formalista, no es un fin en si, sino que conduce a un
tipo de tarca que es lo que hace a las ciências sociales intelectualmente tan interesantes
y atractivas para un púbhco amplio: a la tarea de comprender el presente de las socieda­
des modernas y detectar tendências que determinarán el futuro.
Es justamente esto lo que nos ofrece ahora la posibilidad de estrueturar las lecciones
que siguen. Nuestra tesis es que la evolución de la moderna teoria social puede enten-
derse como una búsqueda continua de respuestas a las tres preguntas citadas, y que el
constante debate que de ella resulta recibió en la década de 1930 impulso decisivo por
parte de un gran sociólogo estadounidensc a quien los teóricos posteriores una y otra
vez han hecho referencia de forma implícita o explícita, aprobatoria o crítica. Nos re­
ferimos a Talcott Parsons, a quien, por la importância de su obra para la moderna teoria
social, dedicaremos las tres lecciones siguientes. Pues la historia de la recepción de su
obra nos ensena con toda claridad lo que más arriba ya hemos senalado y subrayado:
que la sociologia no se divide ni se ha dividido simplemente en corrientes teóricas di­
ferentes; por el contrario constituye una disciplina cuya evolución teórica se debió a
impulsos recibidos a través de la comunicación, de la discusión racional, de los debates
y controvérsias -y en la que, entre otras cosas, la constante referencia al edifício teórico
de Talcott Parsons estableeió la unidad que les pretendemos mostrar en las diecinueve
lecciones restantes.
Les mostraremos con todo el pormenor aqui posible cómo concibió Parsons la acción
social, cómo entendió el orden social, lo que dijo sobre el cambio social y cómo inter­
preto «su época» -y de qué manera y por qué las demás corrientes teóricas se distancian
de él. También les presentaremos sumariamente los autores más importantes, los funda­

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dores de cada corriente teórica, y les mostraremos un esquema en el que podrán recono-
cer en. qué domínios empíricos de la investigación estas corrientes teóricas se desarrolla-
ron de manera especial, mas también hubieron de mostrar sus debilidades. Esto último
interesará a aquellos entre ustedes cuyos intereses se centren sobre todo en la parte
empírica o dcseen instruirse en ella. Y volverán a ver claramente lo que hemos senalado
repetidamente: que teoria y empiría no pueden realmente separarse.

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