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La otra República fuera de los muros de

“El Nombre de la Rosa”

L
a presente monografía tiene como propósito principal establecer un paralelo entre el
ordenamiento del mundo gracias al cristianismo, uno de los temas de filosofía política
medieval que Umberto Eco reproduce en su novela “El nombre de la Rosa”1, es decir, en los
interiores de alguna abadía benedictina en Italia y, de otro lado, el desarrollo de la ciudad de
Florencia como ejemplo del funcionamiento y ordenamiento social y político de la polis griega, lugar
donde se pone en práctica – a manera experimental – herramientas jurídicas y económicas que
jugaron un rol trascendental en tanto transición hacia el mundo moderno de occidente. El contexto
que pretendo abordar será el mismo espacio y tiempo para ambos casos: Italia en el s. XIV – aunque
concretamente la novela de despliega en 1327, tres años después de la muerte de Guillermo de
Ockham. En buena cuenta, lo que intentaré es trazar puntos de conexión entre la literatura, la
historia y la filosofía, apoyándome en investigaciones que –diversos autores con anterioridad –
arrojaron luces en torno a temas relacionados con dicha novela y el surgimiento de la República de
Florencia durante el s. XIV.

Asimismo, presentaré – a manera de entronque entre el objetivo principal del ensayo –, algunos
breves pasajes que más me interesaron de “El nombre de la Rosa”, como otros temas medievales
relacionados con la literatura que dicha novela describe oportunamente. Entre ellos destaca la
figura de Fray Dulcino, Michele de Cesena y Juan XXII. Dicho de otro modo, la tensión surgida entre
la orden franciscana y el papado de Aviñón. Sobre este punto que el contenido de mi aporte no
pretende ser exhaustivo, ya que solo indicaré algunos datos que pude recoger de mi lectura.

Al mismo tiempo que Eco inmortaliza los hechos ocurridos dentro de los muros de una abadía
benedictina, fuera de ella, la ciudad de Florencia surge como una alternativa de convivencia y
desarrollo comunitario. La referencia a “la otra república” no hace más que indicar a Florencia como
precursora del republicanismo secular que desarrollará y mantendrá elementos compartidos con
una forma alternativa de republicanismo – en torno a su estructura – de la iglesia temprana o
primitiva (early church). Es decir, la república se volverá una forma de organización tanto para la
iglesia temprana o primitiva como para la mencionada urbe toscana. Ambas edificarán sobre ella
sus cimientos que las hizo, cada una a su manera, exitosas. Sobre este punto, mis premisas se
apoyarán en mi lectura del artículo de Antony Black,2 como también del artículo de Jean Boutier,
Yves Sintomer and Sarah-Louise Raillard3. Sin ambos aportes invaluables para el desarrollo de este

1
Eco, Umberto, El Nombre de la Rosa, traducción de Ricardo Pochtar, editorial Lumen, 1980.
2
Black, Antony, Christianity and Republicanism: From St. Cyprian to Rousseau , The American Political Science
Review Vol. 91, No. 3 (Sep., 1997), pp. 647-656.
3
Jean Boutier, Yves Sintomer and Sarah-Louise Raillard, Revue française de science politique (English Edition)
Vol. 64, No. 6, Florence (1200-1530): Reinvention of Politics (2014), pp. 1-27
particular, no hubiese podido establecer el nexo entre ambos desarrollos autónomos, uno religioso
y el otro secular.

Finalmente, haré asimismo alusión a los apuntes y tesis que fueron introducidas, discutidas e
interpretadas durante el seminario de filosofía medieval, a cargo del especialista en temas
medievales, Dr. Luis Bacigalupo, de la PUCP, a lo largo de cuatro meses y que siempre tuvieron
esclarecedores y enriquecedores aportes de materia filosófica.

Introducción

Dentro del repertorio de temas sugerentes de investigación que se hallan en la filosofía medieval,
se encuentra el recurrente debate entre la razón y la fe. Este episodio se halla quizá íntimamente
ligado con la recepción de la producción intelectual de Aristóteles, especialmente La Política en
1260, aproximadamente. Y es que los siglos XIV y XV significarán el derrotero de un conjunto de
procesos y transformaciones de orden político, social y cultural de transición de una continua
modificación del estado medieval (status regni) hacia lo que será el estado moderno (res publica).

Diversas ciudades italianas –y en particular Florencia– se perfilaron como ejemplares desarrollos


autónomos y seculares donde el papel que empiezan a desempeñar los poderes locales
representaron una fuerza de oposición y menoscabo contra el poder real –muy a pesar de los
esfuerzos de la Iglesia por imponerse y centralizar el mando4. Otro elemento que cabe resaltar
dentro de este panorama de cambios, por su influencia y trascendencia, fue las organizaciones
gremiales. Estas constituyeron una identidad en su composición social, aunque incipiente, efectiva
para su estructura y operación durante este periodo. Como bien se señaló en el Seminario de
Filosofía Medieval, los gremios alcanzaron grados de conciencia y libertades, en tanto que sus
necesidades y exigencias tuvieron representación política que fueron plasmadas en acuerdos
escritos denominados constituciones.

Por otro lado, en lo que respecta a la literatura, “El nombre de la Rosa” de Eco nos presenta el
enigma de un recurso que, hasta entonces, poco o nada se sabía de ella por hallarse sustraído en el
olvido o por conveniencia de uno o de muchos: el tratado sobre la comedia, en La Poética de
Aristóteles. Elementos como la metáfora, la sátira, la burla son propias de actitudes profanas y
paganas ante la mirada vigilante –a pesar de su ceguera– del monje Jorge cuya postura férrea ante
el despertar de emociones y expresiones que pueden brotar de estas – como la risa –, son
inaceptables en una abadía benedictina del s. XIV. En varios pasajes Eco nos describe cómo la hazaña
de un hombre de gran genio durante aquella época era concebida de modo pecaminoso cuyos
inventos eran concebidos como herramientas diabólicas. La curiosidad y el deseo intenso, casi
lujurioso por el saber eran catalogadas como actitudes malignas, brujería y artes oscuras que
desafiaban el orden cósmico y divino dado a priori por la omnipotencia. Francis Bacon y la simpleza
de los humildes se volverían el perfil del hombre nuevo cuya síntesis traería consigo el origen de la
ciencia moderna, los nuevos saberes y artefactos de naturalezas “mágicas”.

4
Zamora, Patricio, Poder y cultura en la Florencia del siglo XIV: de los poderes locales a los movimientos
populares, Revista de Humanidades, vol. 17-18, junio-diciembre, 2008, pp. 109-123.
Cabe destacar que tanto la literatura de Eco como los sucesos históricos acontecidos en su novela
no son necesariamente una relación analógica de fantasía y realidad. El signo de la época es la
sustancia que sostiene tanto la narración de Eco como la perfomance de los conceptos filosóficos y
conflictos políticos que por medio de la narración se relatan. El objeto de presentar la novela como
fuente historiográfica, además de literaria y filológica, consiste, en buena cuenta, en aventurarse a
explorar los contrapuntos de los que en esos tiempos desplegaría la naciente República de Florencia
del s. XIV en relación a una edad media como periodo de autoritarismo dogmático dominado por la
tradición.

Uno de los pasajes que destaco es el que introduce el diálogo entre Guillermo de Baskerville y
Ubertino5. En este encuentro lleno de emociones y disertaciones perspicaces en torno a los
conflictos sucedidos previamente que involucraron a Ubertino, la orden franciscana de espirituales
y el papa Juan XXII, me pareció sugerente la figura – literaria e histórica – de Fray Dulcino en el que
Ubertino se expresa de la siguiente manera:

“- ¡No vuelvas a pronunciar el nombre de esa víbora! -gritó Ubertino, y por primera vez lo
vi transformarse, pasar de la aflicción a la ira-. ¡Este hombre manchó la palabra de Joaquín
de Calabria y la convirtió en pábulo de muerte e inmundicia! Ése sí que fue un mensajero
del Anticristo”6.

De los personajes reales más importantes que recoge la novela de Eco es fray Dulcino, fundamental
para conocer la historia de otros personajes como Ubertino da Casale, Salvatore y Remigio da
Varagine. Cuando Adso pide a Ubertino que le hable de fray Dulcino, éste le responde que “es una
historia que enseña cómo el amor de la penitencia y el deseo de purificar el mundo pueden engendrar
la sangre y el exterminio”7. Presentaremos unas breves líneas que ampliaran la importancia de esta
figura franciscana.

El fundador de la orden de los franciscanos fue San Francisco en el año 1209, y su ideal era que sus
discípulos guiaran al mundo hacia Cristo a través de la pobreza evangélica, la completa negación de
sí mismos y la humildad. Además, san Francisco abjuró de la codicia y la violencia, del poder
prepotente y dominador. Su carisma profético se enmarcó en la no-violencia activa. Según él, sólo
es posible vivir en plenitud la paternidad de Dios cuando se reconoce a cada prójimo como hijo del
padre común. Creía por tanto en la igualdad entre los hombres. La orden de san Francisco creció
aceleradamente porque buscaba expresamente imitar la forma de la primitiva Iglesia y llevar la vida
de los apóstoles. Pero los tiempos van cambiando. Son aquellas líneas las que motivaron mi interés
por conocer esta iglesia primitiva, en forma y composición, ya que ante los cambios que devinieron
con el tiempo, los roles de la sociedad, los de la Iglesia, y la Orden franciscana8 se vieron obligados

5
Primer día, Sexta pp. 53 – 83.
6
Cf. Eco, Umberto, Op. Cit. p. 81.
7
Ibíd., p. 271.
8
Con la Orden alejada de los ideales de san Francisco, surgen en 1245 nuevas corrientes franciscanas: Los
Conventuales y los Rigoristas, también llamados Espirituales: radicales que defendían un ideal de pobreza
absoluta. En línea: http://www.fratefrancesco.org/01.htm
a adaptarse, haciendo que se alejen de sus ideales iniciales. Estos cambios de los ideales fueron las
raíces de la división de la Orden franciscana y encontramos el relato en la novela de Eco, cuando
Ubertino narra a Adso la historia de Fray Dulcinio.

Gerardo Segarelli fue un espiritual9 que lideró y expandió el ideal de una vida de penitencia,
imitando a los apóstoles y llevando un modo de vida nómade a base únicamente de limosnas. pero
lo que distaba de del ideal de San Francisco era que Segarelli no reconocía la autoridad de la iglesia,
y se dedicó a quebrantar propiedades privadas y atacar agente que poseía bienes materiales. No es
extraño entender que no fuera admitido en la orden franciscana ni que fuera considerado una
amenaza. Su actitud le llevó a ser condenado a morir en la hoguera. Su sucesor fue Davide Tornielli:
fray Dulcino10. Este predicaba las siguientes doctrinas como: a) alegaba ser el único apóstol
verdadero, b) no consideraba válido el acuso de concubinato porque defendía que en el amor todo
debía ser común y c) predicaba que la Iglesia Romana debía vivir en absoluta pobreza y humildad,
permitiendo a cualquiera vivir en su plena libertad. Sobre este punto, mi interés recayó en revisar
cómo habría sido la génesis de la iglesia primitiva, de manera que me sería posible evaluar qué tanto
la institución de la Iglesia del siglo XIV distaba de aquella que constituyó en su origen. De ese modo,
podría comprender este fenómeno de predicadores radicales como fray Dulcino.

La Iglesia temprana o primitiva y el modelo republicano

La iglesia temprana o primitiva habría surgido como un artificio político que articula la cooperación
sobre la discordia, segregando afectos que trascienden el egoísmo castal o personal. Entre las
principales tesis que Antony Black propone en torno a que la Iglesia temprana o primitiva se habría
constituido como una variante de república y promovido el republicanismo, versa sobre lo siguiente:

“El republicanismo estuvo presente en la iglesia temprana o primitiva y esta fue promovida
en Europa por personas de rango o intelecto indistintos, quienes probablemente habrían
sido contemporáneos de los creyentes y devotos cristianos. Las Ciudades Estados11 de Italia,
los Países Bajos y Europa de habla alemana recurrieron a los principios religiosos en apoyo
de sus constituciones, al igual que los monárquicos. En ocasiones, el cristianismo fomentó
el republicanismo”12.

9
Jacques de Cahors –Juan XXII como papa- fue elegido en 1316 después de una vacante pontificia de dos años.
Era un férreo opositor de los ideales reformistas de la orden de los franciscanos, a la que estuvo a punto de
condenar por herética. En 1318 publicó una bula en la que condenaba la postura, si bien no la de la orden
franciscana, sí la de una de sus escisiones: la de los Espirituales, calificándola como herética, y citó al general
de la orden –franciscana- Michele da Cesena, a comparecer en la sede de Aviñón.
10
Cf. Eco, Umberto, Op. Cit. pp. 271 – 273.
11
Traducción hecha por mí para City states.
12
Cf. Black, Antony, Op. Cit. p.647. La traducción es mía.
Eduard Schweizer13 señala que si bien la comunidad cristiana estuvo muy marcada por el ministerio
profético de los 12 apóstoles14, no hay certeza de que estos fueran dirigentes de la comunidad
primera, pues a pesar de la predilección de Jesús hacia Pedro, adquiriendo este una cualidad
especial –además de sus notables aptitudes de interpretación y ejercicio de los mandatos de Jesús–
ello no habría llegado a institucionalizarse. Por lo que, ante esta comunidad acéfala en apariencia,
lejos de ser consumida y desbordada por un entusiasmo desmedido hacia el culto, los profetas
hicieron bien en definir por medio del derecho divino qué era lo que estaba permitido y qué no lo
estaba dentro de la comunidad en aras de que reine un orden en base al poder de la palabra y la
acción de escucha; acción que se traducía en la aceptación de su ministerio en la liturgia. Concluye
Schweizer, “no sucedía pues a la inversa, es decir, que la designación para un ministerio confiriera a
alguien el poder”15.

Como manifiesta Joseph Strayer16, si asumimos que un hombre de aquellos tiempos no tenía familia
o un señor, sin pertenencia a una comunidad local o un grupo religioso dominante, ni seguridad ni
oportunidad, entonces solo podría sobrevivir convirtiéndose en sirviente o esclavo. Los supremos
sacrificios de propiedad y vida se hacían para la familia, el señor, la comunidad o la religión, mas no
para el estado. El poder de organización de tales sociedades era menor que el nuestro. Era difícil
lograr que muchas personas trabajen juntas durante un tiempo prolongado17. De este modo, Black
destaca que, en primer lugar, “el nuevo testamento y la iglesia primitiva enseñaban que todos los
hombres comparten el mismo estatus moral ante Dios. La ética republicana de los derechos y
deberes comunes y mutuos se siguió de esto y se basó en el orden cósmico”18. El cristianismo alentó
principios universales con mayor urgencia y atractivo emocional que los paganos, al vincular a los
hombres a una historia cósmica. Los cristianos respaldaron dicha historia atribuyéndole un corte
teológico y escatológico de una cosmopolis. El deber absoluto y la validez de la reconciliación a
través del perdón –una característica distintiva del cristianismo– fueron centrales en la liturgia. El
amor (agape, caritas), que al igual que el patriotismo tenía un contenido no sexual, sino emocional,
significó la reconciliación además de la ayuda mutua19.

Había un fuerte sentido de obligación recíproca entre quienes se conocían personalmente, como en
el caso de aquellos primeros cristianos que concurrían a la liturgia, pero este sentido de obligación
variaba en intensidad, de una organización a otra cuyas distancias insalvables hacían aún que la
reciprocidad se desvaneciera rápidamente. Los tipos de organización social imperfectos y
espacialmente limitados significaban que la sociedad no podía hacer el mejor uso de sus recursos
humanos y naturales, que su condición de vida sea ínfima y que las capacidades individuales de sus
individuos no puedan desarrollar sus potencialidades de manera plena. Esto no ocurriría sino hasta

13
Schweizer, Eduard, La iglesia primitiva, medio ambiente, organización y culto, Ediciones Sígueme,
Salamanca: 1974, p. 29.
14
Como primeros testigos de la resurrección de Jesucristo.
15
Cf. Schweizer, Eduard, Op. Cit. p. 30.
16
Strayer, Joseph R., On the Medieval Origins of the Modern State, Princeton: 1970, pp. 2 – 3
17
Ibíd., p. 3. La traducción es mía.
18
Cf. Black, Op. Cit., p. 647.
19
Ibíd. 647.
el desarrollo del estado moderno donde, en cambio, se hizo posible un uso tan concentrado de los
recursos humanos que ningún otro tipo de organización social –imperfectos y espacialmente
limitados– podría evitar ser relegado a un papel subordinado. “Tan pronto como el mundo moderno
se apodera de un área, los habitantes deben formar un estado o refugiarse a la sombra de uno ya
existente”20.

Con el transcurrir de los años, el nuevo tipo de asociación para cristianos devino en la ekklesia,
diseñado como una comunidad universal (cosmopolitismo) realmente funcional de todos los
bautizados. Lo novedoso de este nuevo tipo de asociación no fue solamente hacer a un lado los
referentes biológicos y sociales, sino el significado cósmico y escatológico de esta koinonía como la
continuación social y, de hecho, jurídicamente activa, de la palabra encarnada de Dios.
Acompañando al componente de inclusividad biológica y social estuvo el credo y la exclusividad del
comportamiento cristiano.

Así, “el cristianismo se constituirá como el forjador de la idea nueva de un mundo humano, hecho de
igualdades originales entre los individuos, de hermandad, justicia y amor”21.

Pero, ¿qué es lo que está entendiendo Black cuando habla de republicanismo? ¿Será lo mismo que
una ideología de los partidarios de la república como forma de gobierno? ¿Presentará su teoría
política matices alternativos o atípicos? Veremos en los sucesivo qué alude nuestro citado autor.

Antony Black define república para significar:

1) un orden institucional en el que los gobernantes son elegidos y sujetos a la ley, las decisiones
gravitantes son tomadas por grupos y el pueblo es asignado
2) una ética política según la cual los ciudadanos tienen el deber de servir al bien común y el derecho
a un trato justo y equitativo por parte de las autoridades públicas22.

Bajo estas premisas Black considera a una composición social organizada en un tipo o forma de
gobierno republicano. La comunidad cristiana de la Iglesia temprana o primitiva habría iniciado
como una forma variante de república, al fin y al cabo.

Pero la “magia religiosa” no habría sido el único móvil articulador de los desórdenes inherentes a la
convivencia de una multiplicidad de pueblos y conflictos de intereses correspondientes a la
existencia de diversas clases sociales naturalmente separadas entre sí por su origen y, sobre todo,
por sus aspiraciones. Tal es el discurso que desarrolla Donato Giannotti23 en relación a Florencia y
toda la tradición republicana. Para él, todos los ciudadanos desean un gobierno pacífico y tranquilo

20
Cf. Strayer, Op. Cit., p. 3.
21
Blavia, Antonio, Evolución del pensamiento político, Equinoccio, Ediciones de la Universidad Simón Bolívar:
1992, p. 47.
22
Cf. Black, Op. Cit., p. 647.
23
Giannotti, Donato, La República de Florencia, Boletín oficial del estado centro de estudios políticos y
constitucionales, Madrid: 1997
que si se gana la afección de los ciudadanos mediante la satisfacción de sus necesidades, entonces
es un gobierno bueno y duradero24.

La comunidad social sujeta a una organización política común a sus miembros integrantes, que
aplica solo al territorio que ocupa dicha comunidad, haciéndola soberana e independiente de
cualquier otra, nos refiere hoy al concepto de estado. Actualmente, señala Strayer, “tomamos el
estado por sentado, pero difícilmente podemos imaginar la vida sin ella” 25. Ya Aristóteles concebía
al estado como la forma de asociación del animal político – gregario por naturaleza – cuyo objetivo
apuntaba hacia el bien. Así, este estado o asociación política consistía –para el Filósofo– la más
importante asociación cuyo bien propio es lo más importante. La asociación de muchos pueblos
forma un estado que llega a bastarse así mismo teniendo como origen las necesidades de la vida y
subsiste debido a que tiene que satisfacer esas necesidades. Por lo tanto, la naturaleza de una cosa
es su fin y el estado procede de la naturaleza, ya que las primeras asociaciones tienen como fin
último el estado. “En el mundo de hoy, el peor destino que le puede ocurrir a la humanidad es ser
apátrida”26, sentencia Strayer. Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo podría un estado de múltiples
pueblos vinculados por un singular territorio conseguir la estabilidad política? Es en este terreno
donde la opción republicana o estado mixto surge como una alternativa de organización política.

Hasta mediados del siglo XVII, respublica (el bien común) era una palabra para "estado" en general.
Aquellos que rechazaron la monarquía autoritaria comúnmente usaron otros términos, como
politeia, democratia, régimen mixtum y régimen ad populum.

Sobre el punto anterior, encuentro en este próximo pasaje de la novela de Eco, en el que Guillermo
de Baskerville expone la posición de los teológicos imperiales en relación a la soberanía popular:

“El pueblo podría expresar su voluntad a través de una asamblea general electiva. Dijo que
le parecía sensato que una asamblea de esa clase pudiese interpretar, alterar o suspender
la ley, porque si la ley la hiciera uno solo, este podría obrar mal por ignorancia o por maldad
y añadió que no era necesario recodar a los presentes cuantos casos así se habían producido
recientemente”27.

Aunque los primeros días de la comuna de Florencia permanecen parcialmente desconocidos, pero
el popolo ("el pueblo") con los gremios la convirtieron en una ciudad líder. Esta concepción del
gobierno temporal podemos situarla ciertamente en Florencia, donde se creó el concepto moderno
de la república: cuando Leonardo Bruni contrastó un régimen republicano con un gobierno
principesco, la "república" se convirtió en algo más que un sinónimo de buen gobierno. La
transformación política experimentada por Florencia ya en el siglo XIII incluía la invención (o
reinvención) de técnicas electorales deliberadas y las formas de votación que se convertirían en
estándar en la política moderna. La deliberación pública creció en importancia, especialmente desde
fines del siglo XIV. Pero a mediados del siglo XIV, Florencia se cuenta entre las numerosas comunas

24
Ibíd., p. 9.
25
Cf. Strayer, Joseph R., Op. Cit., p. 3. La traducción es mía.
26
Ibid. p. 3.
27
Cf. Eco, Umberto, Op. Cit., p. 431.
independientes de la península italiana. Ya desde este tiempo, la ciudad estructura sus atributos
culturales fundamentales, al definir una particular forma política que la organiza, distribuyendo los
poderes; y al constituir “comercialmente” parte de su territorio, a través de la compra de algunas
de sus provincias. Así, la autoridad que los magistrados de la ciudad detentan no les proviene del
exterior y pueden tratarse de igual a igual con los príncipes y extranjeros28.

El estado florentino estuvo sostenido por un cierto número de consejeros o cargos aislados que
fueron de utilidad para la administración de la ciudad y administración del territorio florentino,
convirtiéndola una de las más refinadas organizaciones para las mayorías. Una organización que
puede ocasionar conflictos entre unas magistraturas con prerrogativas a veces poco definidas, pero
que, según la opinión de los florentinos, en cambio protege las libertades republicanas
fundamentales gracias, especialmente, a la periódica rotación de los cargos y a un sistema electoral
muy refinado. Destacan así el podestá, por lo general no nacido en la ciudad, encargado de la
administración de la justicia; el capitano del popolo, a quien teóricamente le está confiada la defensa
de los intereses del “pueblo” frente a los abusos de los grandes29.

Durante todo el siglo XIV la política florentina estuvo dominada por la lucha incesante entre los
gremios de las artes menores, formados por los pequeños artesanos, para hacer valer sus derechos
y sus intereses, y los de las artes mayores, cuyos miembros, social y económicamente más
poderosos, lo único que pretendían era afirmar su posición a costa de la subsistencia de las artes
menores, entre las cuales estaban los oficios indispensables para lograr la prosperidad de sus
propios negocios30.

Durante la edad media se mantuvo la necesidad de un gobierno universal el cual debería ser dirigido
o bien por el Papa (poder religioso) o bien por el Emperador (poder secular). Esto nos hace
reflexionar precisamente si el cristianismo ofreció la doble posibilidad de –por un lado– dar abrigo
a comunidades en búsqueda de un ordenamiento político en un clima de conflictos y arbitrariedades
del que posee poder por encima del que no, y –de otro lado– aplicar a partir de sus doctrinas
inmortalizadas en el nuevo testamento la garantía de gobiernos autónomos con independencia
absoluta del poder secular con relación a la Iglesia y –en el caso de Dante, por poner un ejemplo –
“la idealización de un imperio universal que asegurara el ideal supremo de paz”31. En este contexto,
el modelo de una república asume una estructura política del tipo inclusiva que tanto en la iglesia
temprana o primitiva como en las comunas y ciudades de Italia asentó y convirtió la ley en el derecho
de los diferentes grupos que constituyeron ambas esferas de poder. Las sagradas escrituras y las
constituciones, sin dudas, fueron manifestaciones explicitas de la cultura del texto tuvo un rol
articulador e importante en la edad media.

28
Cf. Zamora, Patricio, Op. Cit. p. 112.
29
Ibid. p. 119
30
Ibid. p. 119
31
Cf. Blavia, Antonio, Op. Cit., p 59.

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