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Capítulo 5

No sos vos, soy yo: la identidad lingüística argentina


como conflicto

María López García

En Lauria, Daniela y Mara Glozman, eds. (2013)


Lengua, historia y sociedad.
Aportes desde diversas perspectivas de investigación lingüística.
Mendoza: Editorial FFyL-UNCuyo y SAL. Págs. 77-91.
ISBN 978-950-774-228-6
Disponible en http://www.ffyl.uncu.edu.ar/spip.php?article3830

Resumen
En la Argentina, las políticas lingüísticas implementadas durante casi dos siglos
han transcurrido entre el purismo hispánico y la valorización de las variedades
regionales. Esta polarización se manifestó desde los inicios de la nación en una
lucha entre quienes proponían la regulación peninsular del castellano, y los
defensores de un modelo independentista que pugnaba por la instauración de una
pauta regional. La tensión entre esas dos actitudes es el nodo central de las
representaciones sobre la lengua en la Argentina y debe su existencia,
fundamentalmente, a la puja de diversos sectores de poder que, a la luz de modelo
decimonónico de Estado-nación, hicieron de la lengua un elemento constitutivo de
la identidad nacional. En la actualidad, las representaciones de la lengua con las
cuales se identifican los hablantes evidencian resabios de esa lucha por la
identidad lingüística. Este trabajo interpreta los resultados parciales de una
encuesta diseñada y dirigida por José Luis Moure y Leonor Acuña, investigadores
de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. El interés
de este estudio está centrado en caracterizar, a través del procesamiento de las
encuestas, las representaciones que los hablantes del Río de la Plata generan
sobre la lengua que hablan, así como determinar los vínculos entre estas
representaciones y los diferentes discursos circulantes sobre la lengua. Nuestra
hipótesis central es que estos discursos asumidos por los hablantes surgieron en
los inicios de la nación argentina, a comienzos del siglo XIX y se han mantenido
durante el siglo XX. En la actualidad, esas representaciones sobre la lengua
nacional se han refundido con las políticas panhispánicas, conservando, no
obstante, sus ideologemas fundantes: la relación conflictiva con las lenguas de
pueblos originarios y las lenguas extranjeras, la dependencia respecto de la
normativa española, y el vínculo entre la educación formal y la corrección.

Volúmenes temáticos de la SAL: serie 2012


María López García

1 Encuestas sociolingüísticas
Las variedades lingüísticas recortadas en un marco geográfico, así
como las relaciones que tienen entre sí, exceden los fenómenos atinentes
estrictamente al sistema lingüístico y están fuertemente influenciadas por
el valor que les asignan los hablantes. Es decir, las operaciones de
conocimiento, reconocimiento y percepción de una lengua involucran
necesariamente presupuestos e intereses específicos, de manera que las
variedades de la lengua están sujetas a presiones del contexto social que
se manifiestan de diversos modos, algunos de los cuales son
comportamientos lingüísticos. Así, resulta imposible establecer una
distinción categórica entre la descripción de una lengua o una variedad y
el valor social que esta comporta.
Los espacios de anclaje de las representaciones sobre la lengua (o,
como en el caso que tratamos aquí, sobre la variedad) son múltiples, y
muestran en sus discordancias la confluencia de discursos y, en ellos, las
distintas formas de entender los fenómenos lingüísticos alentadas por
diferentes intereses.
En ese sentido las encuestas son un instrumento privilegiado de
acceso a las representaciones que los hablantes tienen sobre la lengua y
sobre las instituciones reguladoras. El cotejo de las respuestas (de la
encuesta que describiremos más abajo) nos permitió comprobar que los
encuestados valoran positivamente ser consultados y se muestran
interesados en dar sus opiniones sobre la lengua que hablan. Este interés
redunda en respuestas comprometidas que dejan ver las áreas de
impacto del fenómeno lingüístico: la educación formal y el “nacionalismo”
lingüístico, entre las más salientes. La falta de reflexión metalingüística
de los hablantes sobre estos temas convierte sus respuestas en reflejos de
discursos circulantes y muestra las aristas de convergencia de ideologías
lingüísticas, en algunos casos contradictorias. Por eso, para encarar el
análisis de este tipo de encuestas es preciso tener en consideración que
los hablantes de la variedad absorben los discursos puestos en
circulación por diferentes agentes, así como las representaciones que les
subyacen. En la mayoría de los casos estos discursos, juicios o ideas de
los hablantes sobre la lengua han surgido de la exposición a canales de
difusión cuyos puntos de vista son muchas veces discordantes, pero
conviven en los hablantes argentinos en una tensión que ya forma parte
de su identidad lingüística.

2 La identidad lingüística argentina como conflicto


Siguiendo a Bourdieu (2000), podemos afirmar que las
representaciones son conjuntos de ideas de naturaleza polémica y
agresiva, puesto que están sometidas a las pujas por el poder simbólico y

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se constituyen en herramientas y en contexto de lucha ideológica entre


grupos sociales. El conflicto, entonces, es constitutivo de las
representaciones sociales, donde cada parte en la contienda simbólica
tiene alguna forma de expresión. En el caso que nos ocupa, las
representaciones actuales sobre la lengua nacional y sobre la variedad
regional en Buenos Aires están sustentadas por el orgullo lingüístico, por
un lado, y la inseguridad ante un ideal lingüístico tomado como
referencia, por otro; ambas concepciones acompañan las políticas
lingüísticas en Argentina y tienen vigencia en la conciencia de los
hablantes. Entendemos que esa contradicción se explica dilucidando el
conglomerado de sentidos conformado a lo largo de la historia de las
políticas lingüísticas y las prácticas aplicadas sobre la variedad regional.
En Argentina las políticas lingüísticas implementadas (mayormente,
por defecto) han transcurrido entre el purismo hispánico y la valorización
de las variedades regionales. Como señalábamos en la introducción, esta
polarización se manifestó desde los inicios de la nación en el contexto de
una puja entre las instituciones peninsulares y sus sucedáneas, por un
lado, y los defensores de la instauración de un modelo regional de lengua,
por otro. Posiciones que representa(ro)n los modelos de estandarización
monocéntrica y pluricéntrica, respectivamente. En este trabajo veremos
hasta qué punto las representaciones que acuñan los hablantes de la
lengua guardan resabios de esa lucha por la identidad lingüística de la
nación.

3 La encuesta como corpus


El deslizamiento de los conflictos sociales al ámbito lingüístico
muestra que las intervenciones revisten un carácter político y social, y no
quedan al margen de la ideología de las instituciones que ejercen el poder
sobre la lengua. La planificación incide en las representaciones y al
mismo tiempo las considera como parte del valor simbólico portado por la
lengua (o la variedad de la lengua elegida). En ese sentido, las encuestas
constituyen una herramienta insustituible para conformar un panorama
adecuado de las actitudes de los hablantes hacia su lengua. Solo el
conocimiento cabal de estas opiniones (o grado de aceptación/absorción
de discursos provenientes de las distintas instituciones reguladoras)
permitirá diseñar políticas lingüísticas adecuadas a la población y
planificar estrategias de ejecución realistas.

3.1 Corpus de análisis


La encuesta que analizamos en este artículo fue tomada en el año
1996 y es de tipo cara a cara sobre un cuestionario semiestructurado. La
selección de la población se basó en un muestreo aleatorio por

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conglomerados correspondientes a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires


y a cinco municipios del conurbano bonaerense: General Sarmiento,
Vicente López, Florencio Varela, Lanús y Morón; el rango de edad osciló
entre los 20 y los 85 años. El cuestionario está integrado por 60
preguntas que, a los fines de su procesamiento, fueron desdobladas en
160 entradas. Las primeras 27 preguntas procuran obtener información
vinculada con la variable sociocultural (datos sobre el nivel de educación
del entrevistado y de sus padres, profesión y consumos culturales). 22 Las
restantes 33 determinan: la denominación o denominaciones que el
hablante da a su lengua y su justificación, los rasgos que considera
caracterizadores de la corrección e incorrección lingüísticas y de los
grupos a los que su imaginario atribuye el buen y el mal hablar, la
valoración implícita que hace de su dialecto cuando califica otras
variedades diatópicas (entre las que se incluye explícitamente la
peninsular), la identificación de los modelos lingüísticos, la determinación
de sus conductas normativas, y la evaluación comparativa que hace de
las instituciones potencialmente fijadoras de norma. Para nuestro
trabajo, contamos con un total de 388 entrevistas completas. (Cfr. Acuña
y Moure 1999).
Hemos iniciado el procesamiento de las encuestas tomando ejes de
análisis cuyos antecedentes se registran en hitos de la historia de la
lengua en la Argentina. Entendemos que el impacto de estos hitos (o los
discursos circulantes sobre los mismos) en las representaciones de los
hablantes podría llegar hasta nuestros días y que corroborar su presencia
en las encuestas permitirá deshilvanar la configuración de la identidad
lingüística. El análisis rastrea en este caso las representaciones de la
lengua en Buenos Aires a partir de tres preguntas que se analizan a
continuación.

4 Procesamiento de los datos


4.1 “Desconocía que la universidad se preocupara por esos temas”
Entre los datos obtenidos, resultó de interés el hecho de que 244
hablantes manifestaran espontáneamente su sorpresa ante el interés por
estudiar la lengua.
La pregunta 61: “¿Desea hacer algún comentario acerca de los temas
de la encuesta?” suscitó respuestas del tipo: “desconocía que la

22 Las preguntas sobre el nivel educativo alcanzado por el entrevistado y sus padres, así
como las que atienden al consumo de bienes culturales como diarios, revistas y libros apuntan
a construir el universo de pertenencia sociocultural del hablante. La aparición de este tipo de
preguntas en encuestas lingüísticas es novedoso, puesto que usualmente se consulta sobre
acceso a bienes económicos como estrategia para identificar la pertenencia a determinado
segmento sociocultural. La decisión de preguntar sobre las formas de acceso a la cultura
responde al fenómeno del ascenso social por la educación de las clases bajas, que fue posible
en Argentina desde mediados de siglo XX.

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universidad se preocupe por estos temas”, “me llaman la atención los


temas”, “muy aceptable, necesario, sale de lo común”, “no deseo que sea
utilizada políticamente”, “es muy extraño que se preocupen por este tipo
de encuestas”, “desearía que se transmitan a los colegios los resultados”,
“¿Para qué tantas preguntas?”, entre muchas otras.
Esta sorpresa hace evidente el hecho de que los hablantes no tienen
conocimiento de que la regulación de la lengua (ya sea para modificar o
rectificar su estatus o su corpus; cfr. Cooper 1997) se ejecuta de manera
consciente y no es resultado del ejercicio de fuerzas naturales, es decir,
no es consecuencia directa del mero contacto entre variedades y/o
lenguas distintas.23 Este punto de vista concuerda con la sensación de
peligro que los hablantes manifiestan ante los procesos inmigratorios, la
influencia (potencialmente negativa) de los medios de comunicación y la
inacción de la escuela. Es decir que no ven que estos agentes de cambio
puedan tener intereses (políticos, económicos, etc.) puestos en juego, sino
que interpretan la puja por el poder lingüístico como un libre ejercicio
cuyo control puede atribuirse a distintas instancias como los medios o la
escuela: “en la TV y los diarios deberían expresarse mejor”, “hay que
modificar la forma de hablar a través de los medios”, “sería lindo si se
lograra perfeccionar el idioma”, “interesante en la medida de que se haga
algo”, “desearía que se transmitan a los colegios los resultados”.
Otra interpretación posible de esta sorpresa radica en que el interés
lingüístico estaría para ellos vinculado exclusivamente con lo que
entienden por “corrección”. De ahí que los hablantes se sorprendan de
que la universidad estudie la lengua: si el estudio sobre la lengua se
circunscribe a determinar lo que es correcto y punir lo que es incorrecto,
entonces, basta con que los medios difundan las reglas y los maestros las
controlen.
En el mismo sentido pueden interpretarse las respuestas a la
pregunta sobre quién debería controlar y quién controla la forma de
hablar. Los hablantes, como veremos inmediatamente, le otorgan un
lugar de preeminencia a la educación. Es decir, confían en que el
conocimiento de las reglas (llamadas por los encuestados “gramática” y
asociadas muchas veces al dominio de las reglas ortográficas) protege a la
lengua del cambio, empobrecimiento o deformación. Es decir que la
sujeción de la lengua a ciertos parámetros (establecidos) es un valor
deseable para los hablantes consultados.

23 El hecho de que los hablantes desconozcan la existencia de políticas lingüísticas resulta


un facilitador, precisamente, para las políticas que se apoyan en el anonimato con el fin de
construir el sentido común acerca de las lenguas (cfr. Woolard 2007).

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4.2 Hablar bien24


El ideal lingüístico es una meta fuertemente presente desde las
políticas lingüísticas de la Real Academia Española (en adelante, RAE) y
está expresado en sus instrumentos:

Es por ello la expresión culta formal la que constituye el español


estándar: la lengua que todos empleamos, o aspiramos a emplear,
cuando sentimos la necesidad de expresarnos con corrección. [...]
Es, en definitiva, la que configura la norma, el código compartido
que hace posible que hispanohablantes de muy distintas
procedencias se entiendan sin dificultad (DPD: xi, la cursiva es del
original).

El arraigo de este tipo de ideologemas se plasmó recurrentemente en


las respuestas. Los hablantes consideran la existencia de esa lengua ideal
al responder en un 82% “no” a la pregunta 32 “¿Todas las personas
hablan bien?”.25 y 26
Concordantemente con las respuestas sobre las instituciones de
control y qué se considera “hablar mal” (que analizaremos en otra
oportunidad), la educación formal es la razón aducida por un tercio de los
hablantes para determinar el “hablar bien”. Asimismo, los medios de
comunicación, al igual que en otras respuestas, se erigen como patrones
de regulación en tanto que los hablantes señalan que el contacto con los
medios determina el buen hablar. Las respuestas a la pregunta 33:
“¿Quiénes hablan bien?”, se distribuyeron de acuerdo con las siguientes
áreas: Educación, 112 hablantes;27 Medios de comunicación, 44;28

24 El análisis de las preguntas formuladas en la encuesta será foco de otros trabajos. Inquirir
acerca de quién habla bien o mal, o sobre si existen lugares donde se habla mejor o peor
sustenta la representación normativizante (y, eventualmente, monocéntrica) transmitida por la
escuela, afectando el valor de las respuestas obtenidas.
25 Un hablante fue muy elocuente en ese sentido. Su respuesta, antes de poner la cruz en el
casillero negativo entre las opciones de la pregunta 32: “¿Todas las personas hablan bien?”,
fue verbal y enfática: “todas las personas hablan mal”.
26 Desde nuestro punto de vista, la ausencia de referencia normativa local redunda en la
falta de confianza en el desempeño lingüístico que manifiestan los hablantes “legos” de la
región y, fundamentalmente, en el desprestigio de la variedad, eso explica la amplia mayoría de
respuestas que entienden que todos hablan/mos mal.
27 Los números expresados aquí no son porcentajes, sino cantidad de respuestas por área,
puesto que el entrevistado podía incluir hasta tres respuestas distintas en esa pregunta. No se
ponderó el orden que el hablante asignó a las respuestas. En el caso de que el entrevistado
hubiera respondido tres veces lo mismo, se contabilizó como una sola respuesta. Las
categorías, por su parte, agrupan respuestas de acuerdo con el área de procedencia de la
legitimación, como en los siguientes ejemplos: “educación” agrupa respuestas del tipo: “gente
con estudios”, “los que leen”; “medios de comunicación”: “algunos periodistas”, “Mariano
Grondona”; “profesiones”: “los sacerdotes”, “jueces”, “los profesionales”; “geografía”: “los
provincianos”, “gente del campo”; “edad”: “personas mayores”, “los de mediana edad”;
“actitud”: “los que se interesan por hablar bien”, “los respetuosos”.

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Profesiones, 41; Escritores, 19; Geografía, 17; Edad, 15; Políticos, 11;
Actitud, 6.
La importancia relativa que los hablantes le otorgan a la educación
como forma de acceso al habla correcta se explica en la conformación de
representaciones sobre la constitución de la ciudadanía argentina, en
especial desde fines del siglo XIX. La escuela fue el canal civilizador por
antonomasia en la Argentina del siglo XIX: homologó las prácticas
lingüísticas, transmitió las pautas de comportamiento urbano, moral y
legal, y disciplinó los cuerpos en su circulación por el espacio público y
también en el ámbito familiar.

La escuela no sólo es el ámbito donde va a circular la lengua


oficial sino también el dispositivo institucional que va a permitir, en
una sociedad moderna, unificar las prácticas lingüísticas. Así como
el pueblo de la Nación se construye desde el Estado y se convierte
luego en lo que lo legitima, así la variedad de lengua impuesta desde
la escuela se legitima por ser “el modo que la gente instruida la
habla (Arnoux 1999: 41, las comillas corresponden a la Gramática…
de Andrés Bello).

Tal como señala Arnoux apoyándose en Ramos (Arnoux 1999: 43), la


“gramatización” no solo ofrece una representación de la lengua, sino que
además regula los espacios sociales. En el caso de la lengua nacional,
subordina las marcas de lo popular configurando los estratos sociales a
través de la regulación lingüística. González Stephan lo expone de un
modo crudo: “Es más fácil normar lo que se ha homologado o controlar
conjuntos previamente expurgados de cualquier contaminación étnica,
lingüística, sexual o social.” (González Stephan 1995: 38).
El papel preponderante de la escuela en la formación (lingüística) del
ciudadano es una representación acuñada desde los comienzos de la
nación, implementada hacia fines del XIX y, a pesar de los cambios

28 El papel de los medios de comunicación y los periodistas, locutores, etc. como modelos de
prestigio aparece entre las respuestas en segundo lugar. Los hablantes entienden que las
personas que forman parte de los medios de comunicación masiva son ejemplo del “hablar
bien”. Concretamente, se menciona frecuentemente a Alejandro Dolina, Antonio Carrizo,
Ernesto Sábato, Magdalena Ruiz Guiñazú, Mariano Grondona, entre otros. Puesto que la
encuesta fue hecha hace 16 años, podemos pensar que hoy se nombraría a otros personajes
vigentes, pero es notorio el hecho de que exista en los hablantes la idea de que los medios son
reguladores lingüísticos de hecho.
De esta idea se puede partir para considerar el papel central que desempeñan los medios de
comunicación en la difusión del español neutro y las ideologías lingüísticas que le subyacen.
El ideal de lengua global generado e impuesto por empresas transnacionales de comunicación
y la representación de que los medios operan como reguladores se superponen al
supradialecto ideal al que acuden los hablantes como referencia. Esta penetración mediática y
las planificaciones lingüísticas que toman los medios como eje central se apoyan y alientan
representaciones preexistentes como la que la encuesta deja en evidencia.

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acaecidos en el interior de la institución educativa como en la sociedad


que la alberga, continúa, de acuerdo con lo que muestran las encuestas,
vigente en las representaciones de los hablantes.
Un área de respuestas refuerza las evidencias del valor que se le
otorga a la educación como proveedora del bien hablar. Además, hace
foco sobre un valor legitimante instalado discursivamente: la
preocupación y el interés por la lengua son distintivos de quienes hablan
bien/correctamente. La hemos catalogado como “actitud” (aunque
respondería también a disposición, preocupación o interés) y fue
mencionada por los encuestados tanto para señalar el bien hablar (6
hablantes) como para caracterizar por su falta en el “hablan mal” (15
hablantes).
Esta respuesta es representativa de un punto de vista señalado por
los encargados del control lingüístico y los especialistas:

El buen español, que recreamos cada día, no es sólo el que


responde a los cánones de lo correcto, sino también el que revela
preocupación de claridad y de concisión por respeto a los demás,
ese olvidado respeto a los demás, que es falta de amor, pues —como
bien decía Juan Ramón Jiménez— sólo pensamos cuando amamos.
[…] Escribió Pedro Henríquez Ureña que “nuestros enemigos, [...],
son la falta de esfuerzo y la ausencia de disciplina, hijos de la pereza
y la incultura, o la vida en perpetuo disturbio y mudanza”. Esfuerzo,
respeto, disciplina, en fin, belleza. […] Y aunque todos hablamos un
español igual y, al mismo tiempo, diferente, a veces, creemos que,
para muchas personas, esa mañana no existe por desidia o por
impasibilidad, pues se comunican tristemente mediante despojos
sintácticos y burdas invenciones léxicas. (Zorrilla - Vicepresidenta
de la AAL - 2004: 6).

En la cita se asocia la corrección en la expresión con la corrección en


el comportamiento. Entender la gramática como parámetro de sujeción
moral (un encuestado de 85 años es muy elocuente: “[hablan mal] los
políticos porque mienten”, varias respuestas van en el mismo sentido) es
una representación propia de la escuela instaurada por el estado nación
argentino del siglo XIX que, según la encuesta, pervive en los hablantes.

4.3 Los que hablan mal: el peligro extranjero


Para complementar la información y las interpretaciones expuestas
consideramos la pregunta 35: “¿Quiénes hablan mal?, ¿por qué?”. Esta
pregunta obtuvo una mayoría abrumadora de respuestas vinculadas con
la falta de educación o falta de cultura.29 Los números exactos fueron:
29 Un detalle atendible es que buena parte de los hablantes emplean la tercera persona del
plural para referirse a los que hablan mal.

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falta de educación formal, 96 hablantes; empleo de malas palabras o


expresiones chabacanas/ordinarias, 37; interferencias lingüísticas, 34;30
desconocimiento de reglas y otros argumentos lingüísticos (“por los tonos,
las pausas, los puntos, las comas”, “porque no se saben las reglas de la
gramática”), 32; defectos de pronunciación (“se comen las eses”) 20; moda
(“la lengua se deforma por la moda, las nuevas palabras”), 19; actitud
(“porque no les interesa, no tienen inquietudes. A veces la formación no
es lo determinante”), 15; influencia de los medios de comunicación, 14;
falta de claridad, 11; pobreza (“los más humildes”, “pertenecen a otra
clase social”), 17.31
La mayoría de las respuestas van en el mismo sentido que las
correspondientes a la pregunta anterior: hablan mal los que no
estudiaron. Pero aparecen nuevas preocupaciones, como las lenguas de
contacto, las otras variedades, o la homogeneidad como garantía de
intercomunicación (que los hablantes expresan como “claridad”,
“comprensión”), todas ellas variables recurrentes en la tópica clásica del
español como lengua común y sus atributos: la pureza y la
homogeneidad. Además, en las respuestas a ambas preguntas se advierte
la preocupación por señalar la falta de adaptación del “otro” a las normas
que regulan la lengua. Estas respuestas anclan nuevamente en viejas
representaciones de la lengua en Argentina. En efecto, la inmigración
como problema es un mojón discursivo básico en la instauración de las
ideologías constituyentes de lo nacional y es, naturalmente, una
preocupación constante de los hablantes argentinos. En las encuestas
confirmamos la existencia del discurso que señala las impurezas como
marca de no acatamiento de la norma social, del error. Hablan/hablamos
mal: “Porque aplicamos regionalismos”, “los extranjeros hablan mal
porque deforman, no pronuncian bien”, “los de las provincias, los de
Bolivia y Paraguay. Cambian las palabras: la problema”.
Lo destacable en el caso de estas encuestas es que evidencian rastros
de las representaciones generadas en las discusiones de los inicios de la

30 Las interferencias lingüísticas (“tienen muchos modismos de otros países como el Centro y
Sudamérica”) fueron mencionadas en tercer lugar de importancia para caracterizar a quienes
hablan mal, pero en segundo, si consideramos las malas palabras o frases ordinarias dentro
del parámetro “acceso a la educación”. Los “pueblos inmigratorios” nombrados
mayoritariamente fueron italiano y paraguayo (también aludido por los encuestados por su
lengua, guaraní).
31 Algunas respuestas a la pregunta 35 apelaron a la condición económica. No obstante su
falta de representatividad (fue aducida por solo 17 encuestados), es destacable porque expresa
la relación entre la lengua y el acceso a determinadas formas de la cultura y de bienes
simbólicos que en la Argentina posterior a los gobiernos de Juan Domingo Perón se hizo
posible para las clases obreras. El ascenso social por la educación continúa funcionando, al
menos discursivamente, en las clases con menos recursos económicos. En Argentina, el acceso
a la educación está garantizado por la gratuidad y es alentado por la obligatoriedad; esta
condición permite asociar el “hablar bien” con fenómenos sociales del tipo “actitud” que
mencionamos arriba.

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nación, recrudecidas desde fines del XIX con el primer aluvión


inmigratorio.32 Durante el período finisecular y hasta después del
Centenario, la literatura, los medios de comunicación, y el discurso
escolar sobre la lengua y la historia confluyeron en la mirada de los
extranjeros como posibles corruptores del orden social (y lingüístico).
Hasta tal punto permearon los discursos sobre el extranjero que en
nuestras encuestas subsisten temores propios de las inmigraciones
pasadas: “[hablan mal] los porteños porque tienen giros propios, muchos
del italiano”, “los europeos que llegaron al país, porque no se adaptan al
idioma”.
La contundente presencia de extranjeros, sumada a la fuerte acción
de la escuela para punir los usos desviados y unificar a la ciudadanía a
partir de la enseñanza de la gramática fortaleció ese temor que, según se
observa en las encuestas actuales que analizamos, resurge ante
movimientos inmigratorios. Así, analizar el fenómeno de la inmigración se
torna central para un acercamiento a las representaciones de la identidad
nacional, en este caso, la identidad lingüística nacional, y las formas en
que se establece discursivamente.

4.4 Variedades geográficas y lenguas de contacto


Este tipo de respuestas suena, además, en consonancia con los
discursos centenarios de la RAE, en cuyo mapa político lingüístico las
variedades americanas seguirían portando el factor de cambio y, por
extensión, de desvío, debido a que estarían bajo el influjo de lenguas de
contacto y de inmigración:

32 La gran afluencia inmigratoria reconfiguró el escenario lingüístico argentino. Entre 1870 y


1930 el ingreso masivo de inmigrantes europeos fue resultado de las decisiones de una elite
que -como estrategia de acercamiento a la modernidad- pretendió europeizar el componente
humano de la incipiente nación. Con la “pureza racial”, se pretendió garantizar el progreso. El
temor de la población ante las consecuencias lingüísticas que podía acarrear la llegada de
inmigrantes estaba justificado. Según consigna Fontanella de Weinberg (1987), la población de
la Ciudad de Buenos Aires en el año 1887 se componía de un 47,4% de argentinos, 32,1% de
italianos, 9,1% de españoles, 4,6% de franceses, y 6,9% de otras nacionalidades. Es decir que
un 52,6% de la población argentina estaba compuesta por inmigrantes y casi la mitad de estos
inmigrantes eran hablantes de lenguas extranjeras. Además, si consideramos el hecho de que
muchos de los ciudadanos que podían ser reconocidos como argentinos eran hijos de
inmigrantes, podemos asumir que el porcentaje de hablantes de lenguas extranjeras era
mayor, es decir que es probable que los números arrojados por ese censo fueran inferiores a la
realidad lingüística de la ciudad.

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Por la misma razón, se reconocen, cuando existen, las


divergencias entre la norma española y la norma americana, o entre
la norma de un determinado país o conjunto de países y la que rige
en el resto del ámbito hispánico, considerando en pie de igualdad y
plenamente legítimos los diferentes usos regionales, a condición de
que estén generalizados entre los hablantes cultos de su área y no
supongan una ruptura del sistema de la lengua que ponga en riesgo
su unidad. Solo se desaconsejan los particularismos dialectales que
pueden impedir la comprensión mutua (DPD, versión online, consulta
2010, el destacado es nuestro.)

De acuerdo con esta idea, Paffey (2007) afirma que existe el prejuicio
que ve a las variedades americanas del español como impuras debido a la
influencia de las lenguas de inmigración y de sustrato, razón que ampara
la adopción de la variedad peninsular como resguardo de la pureza de la
lengua (lema centenario de la RAE). Quedaría garantizado así el control
por parte de España de la llamada “lengua común”. En efecto, la Nueva
Política Lingüística Panhispánica reconoce solo dos variedades: “No
resulta siempre fácil determinar cuál es la base común, pues a la doble
variedad, española y americana, se añaden los particularismos
regionales.” (Asociación de Academias 2004 NPLP: 9).
En las respuestas de los hablantes se advierten los resabios de estos
discursos. A la pregunta 42: “¿Hay lugares en la Argentina o en otros
países donde se habla peor que aquí?” respondieron “en zonas de
frontera, por el contacto con otra lengua (portuñol, por ejemplo), porque
la lengua está `como sucia´ por causa de otras lenguas”, “los de
Paraguay, porque no se les entiende”, “los de Paraguay, se me hace una
mezcla de idiomas, no es español puro”, “en lugares marginales del
litoral, porque hay mezcla de culturas”, “hablan mal los inmigrantes de
países limítrofes porque a veces hablan otras lenguas como guaraní”,
entre muchos otros ejemplos similares.
Es decir, la actitud frente a las variedades americanas y las lenguas
de contacto sigue, concordantemente, vinculada con la necesidad de
controlar el ingreso de palabras extranjeras y mantener la homogeneidad.
La penetración de este punto de vista aparece en respuestas como: (por
qué hablan mal) “mezclan palabras del guaraní y el español”, “por
bolivianos y paraguayos”, “no tienen nacionalidad”, “interferencias
lingüísticas”, “no utilizan frases propias del lugar”. En ese sentido, las
cuestiones vinculadas con el (des)prestigio asociado con ciertas
variedades, así como el poder adquisitivo como fenómeno relacionado con
la corrección, tallan fuertemente en las representaciones del buen hablar.
Balibar (1991), en su artículo “Etnicidad ficticia y nación ideal”,
sostiene que la memoria colectiva se perpetúa a costa del olvido
individual de los orígenes. En Argentina, este principio refundió (y

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canceló) la respuesta expulsiva hacia la inmigración pasada en la


metáfora del crisol de razas, pero el discurso del crisol no logra contener
la emergencia de nuevas estrategias expulsivas hacia los nuevos
inmigrantes. Esto explicaría que las marcas dialectales peninsulares o
italianas no sean ya percibidas, pero sí las variedades de inmigrantes
peruanos, paraguayos o bolivianos,33 por ejemplo.
El desafío de las nuevas oleadas inmigratorias afecta no solo la
práctica discursiva de los medios de comunicación o la escuela acerca del
nosotros argentino y el otro extranjero que debe adoptar la nueva lengua
y la nueva pauta social, sino que afecta básicamente las representaciones
sobre la lengua a la que se tiende, la lengua que se “desea que sea” (cfr.
Sztrum 1993). La identificación como afirmación de la identidad de un
individuo o un cuerpo social supone un relato histórico, una lengua y
cultura en común, pero también un futuro común en el que esa identidad
devendrá, hacia el que se tiende.34 Esto explica la mirada perspicaz sobre
las intenciones del otro, mirada que subyace a las representaciones del
extranjero. En los hablantes subsiste la duda acerca de la veracidad del
deseo de adaptarse, de manera de participar de la homogeneidad
existente sin afectar su identidad.35 Esta suspicacia se refleja en el temor
de afirmaciones como: “hablan mal porque no les interesa saber las
reglas de la lengua”, “En los barrios sin educación terminan la primaria y
se quedan con eso. Tienen un lenguaje más propio de su lugar.”, “la gente
extranjera no aprende nunca el idioma”. Es decir, la falta de interés en
aprender la lengua redunda en una afectación de la homogeneidad
constitutiva.

4.5 Variedad y violencia


La inmigración también hace visibles las marcas lingüísticas
silenciadas en favor de la construcción de un nosotros y, aún más, hace
visible la coerción fundante de la homogeneidad. La violencia que se
ejerce para la construcción de una identidad común surge, entonces, en

33 En la encuesta (recordemos, tomada en 1996) no aparecen referencias a inmigraciones


actualmente más notorias como la china o coreana, posteriores a las oleadas que aparecen
mencionadas aquí.
34 Adorno (1973: 100) en la conferencia radiofónica “Sobre la pregunta ¿Qué es alemán?”
señala que “gravitan sobre ella [la pregunta] esas definiciones arbitrarias que suponen como
específicamente alemán, no lo que es, sino aquello que subjetivamente se desea. Así, el ideal
cae presa de la idealización.” En el mismo sentido, Sztrum (1993) plantea en su artículo sobre
las actitudes del español de la Argentina en la generación independentista la diferencia entre
la lengua que se es y la lengua que “se desea que sea”.
35 Grimson (2005: 192), a propósito de la “adscripción cultural” de los bolivianos en
Argentina, señala: “hay una sensación de que algo ha quedado atrás. Por eso, Estela afirma
que `las tradiciones que se mantienen son las que se pueden mantener, una fiesta religiosa es
una tradición que se puede mantener porque (…) si vos sos extranjero tenés que hacer algo
que sea aceptado´”.

88 D. Lauria y M. Glozman, eds. (2013)


No sos vos, soy yo: la identidad lingüística argentina como conflicto

las costuras de la marca lingüística y la “narrativa identitaria” (cfr.


Grimson 2005). En otras palabras, la diferencia funda la identidad, la
relación con un otro delimita el yo/nosotros y demarca “nuestro” “afuera
constitutivo” (Derrida 1981). Tal como veíamos en la pregunta 42 “¿Hay
lugares en la Argentina o en otros países donde se habla peor que aquí?”,
las respuestas evidencian el temor de ser un melting pot y no un crisol de
razas: “en países limítrofes, por la mezcla de idiomas”, “los extranjeros
mezclan las palabras”, “en México, por la mezcla de inglés y castellano”,
“en Paraguay porque hay mezclas con guaraní, hablan dialecto”, “en las
villas, porque se mezclan hablas de distintos países”. Indefectiblemente,
la lealtad al nosotros obliga al yo a sumirse en contradicciones (como
sucede con el proceso de aculturación al que la escuela obliga a las clases
bajas, o a los portadores de marcas regionales), es decir, para adaptar la
lengua propia a la lengua de la nación, la variedad estándar, es preciso
callar las marcas sociales, geográficas, familiares, etc. De este modo el
nosotros anula las fuerzas de constitución histórica del yo y obliga a un
futuro común. En ese sentido, la identificación con un nosotros es
siempre una representación.
Según Penchaszadeh (2009), la sociedad desplaza su violencia
constitutiva hacia el extranjero. Esto haría necesario al otro en tanto
desahogo y unificación del yo, del adentro. El extranjero preserva la
unidad de aquello respecto de lo que se diferencia, y así lo constituye (al
menos, en las representaciones que el “uno”, el “nosotros”, generan de sí
mismos) en un todo homogéneo. Es decir, la “soberanía” lingüística crea
el adentro porque crea el afuera.
El otro, entonces, resulta depositario de una violencia vinculada con lo
arbitrario de esa homogeneidad (la unicidad y la pureza lingüísticas son
resultado de una arbitrariedad que califica rasgos como indeseables para
el “nosotros” y sea preciso reprimirlos). El extranjero pone al argentino, a
los argentinos, en la obligación de decidir qué es lo propio, cuáles son sus
rasgos distintivos, para, desde ahí, expulsar al otro. Pero lo propio es, a
su vez, un ejercicio de violencia sobre ciertas marcas que van a ser
dejadas de lado para la construcción de (y la pertenencia a) determinado
estándar. Esa violencia (ejercida a través de la selección arbitraria de
rasgos) queda latente, soterrada bajo el discurso de la necesidad de
constitución de un yo. Ese sacrificio de los rasgos en función del estándar
entraña violencia.

5 Algunas conclusiones preliminares


Desde hace algunos decenios la globalización comenzó a resignificar el
concepto de lengua (y de identidad) nacional y obligó a pensar las
identidades lingüísticas no como una identidad histórica y definitiva, sino
como un lugar de pertenencia circunstancial, tanto en la vida de los

Lengua, historia y sociedad 89


María López García

hablantes en permanente circulación por los espacios geográficos, como


de la vida de las lenguas. En ese contexto global, la movilidad geográfica
de los individuos los obligó a trasponer frecuentemente fronteras
lingüísticas. Las lenguas comenzaron entonces a pujar por espacios
simbólicos mayores que les permitieran controlar la circulación de rasgos
lingüísticos antes custodiados por los estados-nación a través de la
escuela.
En el caso del español, el discurso sobre el pluralismo proveniente de
los centros de irradiación de norma lingüística, desplegado especialmente
desde la RAE y la Asociación de Academias Americanas, no ha
repercutido en el valor simbólico de las variedades ni ha disminuido el
sentimiento de inferioridad de sus hablantes, tal como demuestran
nuestras encuestas.36 Sin dar lugar a un proceso perdurable que
permitiera dotar de prestigio a las variedades nacionales, las nuevas
alianzas regionales surgidas al calor de los avatares políticos y
económicos obligaron nuevamente a un posicionamiento lingüístico por
fuera de las fronteras de la nación. Paralelamente, las políticas
lingüísticas del español diseñadas por las Academias reforzaron la tópica
de la lengua común aunque, al mismo tiempo, dieron realce a los
discursos sobre el respeto a la diversidad.
Las encuestas reflejan ambos polos discursivos. Por un lado, señalan
el contacto y la diversidad como un problema; la actitud de los hablantes
frente a las variedades y lenguas vecinas sigue vinculada con la
necesidad de controlar el ingreso de palabras extranjeras y mantener la
homogeneidad: “mezclan palabras del guaraní y el español”, “[hablan mal]
por bolivianos y paraguayos”, “no tienen nacionalidad”, “interferencias
lingüísticas”, “no utilizan frases propias del lugar”. Pero también hay
lugar para las formas de la tolerancia. Hablan mal: “[en] lugares con
resabios de culturas precolombinas. Es un castellano particular que no
necesariamente es más pobre, la forma de construir las palabras del
guaraní tiene mucha riqueza e interés”; “no es que hablan mal, es
distinta forma de expresarse”, “hay que entender a los que parece que
hablan mal, porque en realidad conocen otras palabras, acá: boludo, allá:
huevón”. De este modo se valoran positiva o negativamente los dialectos y
al mismo tiempo se invocan discursos de la valoración de las diferencias
como color local en un marco de igualdad transnacional.
En ese sentido la tensión entre los discursos pluralistas y las
representaciones de las variedades/lenguas como más deseadas/menos
deseadas, más correctas/menos correctas resulta funcional a la

36 La postergación de la estandarización de las variedades regionales se remonta a la


conflictiva constitución de la lengua española como factor identitario de la nación argentina,
así como las políticas de estandarización y difusión de la norma implementadas desde
posiciones hispanófilas o directamente desde la Península.

90 D. Lauria y M. Glozman, eds. (2013)


No sos vos, soy yo: la identidad lingüística argentina como conflicto

instalación de una lengua global capaz de neutralizar las diferencias, o de


excluir a los poseedores de las marcas indeseadas en pos de la igualdad.

Lengua, historia y sociedad 91

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