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Muestra Quijote Eraseunavez Pinata PDF
Muestra Quijote Eraseunavez Pinata PDF
Misión en Micomicón 58
Actividades 91
Presentación
Cuando un libro nos fascina, no dudamos en recomendárselo
a todo aquel que se cruza por delante. Ese deseo de compartir
el tesoro de la buena literatura explica que los adultos lleve-
mos mucho tiempo invitando a los niños a leer el Quijote. Sin
embargo, los jóvenes rara vez se unen a nuestro entusiasmo y
a menudo se preguntan con desconcierto qué demonios le ve-
mos a esa remota obra maestra. Ocurre que Cervantes no es-
cribió su novela pensando en los niños, sino en un lector adul-
to capaz de responder con un gesto cómplice al estilo malicio-
so de la ironía y la parodia. Desengañémonos: para leer el
Quijote es necesario dominar un vocabulario extenso y poseer
unas nociones culturales que no están al alcance de un lector
en formación. Así que un niño o una niña de menos de diez
años sólo podrán participar de la fiesta del Quijote si modela-
mos la novela para dotarla de un lenguaje y una visión del
mundo asequibles a la infancia.
Tal es el fin que persigue este libro, en el que se presenta
con detalle a los protagonistas del Quijote y se relatan las
aventuras más divertidas de la primera parte de la novela.
Más que resumir la obra de Cervantes, pretendemos que los
primeros lectores paladeen con placer el mundo de don Quijo-
te. Desde luego, aquí se cuenta quiénes fueron Sancho y Dul-
cinea, qué pasó con los molinos de viento y con los cueros de
vino y por qué don Quijote lleva ese sombrero tan raro que
parece un plato de hojalata. Pero además hemos procurado
que esas aventuras le permitan al lector respirar el espíritu
del Quijote: su arrolladora vocación cómica, su deseo de con-
frontar la realidad y el ensueño y su mágico talento para des-
cribir con precisión cómo somos los seres humanos.
Al tiempo que marginábamos parte de la acción, nos ha pa-
recido conveniente amplificar algunos flecos del original para
que este libro se baste a sí mismo y no requiera explicaciones
externas. Así, el capítulo primero integra en el discurso na-
rrativo una descripción de cómo eran los libros de caballerías,
información que resulta indispensable para seguir sin dificul-
tad la historia de aquel loco manchego que creyó que vivía
dentro de un libro. En cuanto al estilo del relato, el título in-
tenta decirlo todo: Érase una vez don Quijote expresa la vo-
luntad de remedar el lenguaje sencillo pero cautivador de los
cuentos folclóricos para que el lector sienta que el Quijote no
es un mamotreto polvoriento escrito en una lengua arcaica,
sino un libro vivo que nos habla de tú a tú. Confiamos en que,
de la mano de ese estilo y de los disparates de don Quijote, los
niños le pierdan el miedo a la novela original para que algún
día la abran con ilusión, convencidos de que les aguarda un li-
bro ameno y divertido, y no una temible maldición académica
que ha de matarles de aburrimiento.
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Érase una vez don Quijote
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¡Y vaya si se atrevió! Brandibarbado sacó su espada,
saltó sobre el cuello del gigante y lo envió al otro mun-
do en un visto y no visto. ¡Ah, la vida de los caballeros
andantes era maravillosa! O al menos eso era lo que
pensaba el señor Alonso Quijano.
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¡Temblad, gigantes del mundo!
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El caso es que el señor Alonso se aficionó tanto a los
libros de caballerías que dejó de comer y de dormir, por-
que no hacía otra cosa más que leer y leer. Incluso llegó
a vender buena parte de sus tierras para comprar li-
bros y más libros. Hasta que por culpa de tanto leer y
tan poco dormir se le secó el cerebro y se volvió loco. Y
entonces dijo:
—¡Voy a ser caballero andante! Me llamaré don Quijo-
te de la Mancha e iré por los caminos buscando aventu-
ras. En dos días mataré más gigantes que el emperador
Carlomagno en toda su vida. ¡Y los huérfanos y las viu-
das me besarán los pies de tanto como les voy a ayudar!
No había duda: ¡don Alonso estaba loco de remate! A
su edad, lo que le convenía era dar paseítos por el cam-
po, salir a charlar con el cura y el barbero de su aldea,
comer sopa caliente y dormir muchas horas. Pero en
vez de todo eso se le metió en la sesera lo de hacerse
caballero andante. Cabalgaría sin descanso día tras
día, daría espadazos a diestro y siniestro, dormiría en
pleno bosque y comería yerbas del campo si no encon-
traba nada mejor. ¡Pobre don Alonso, con el buen juicio
que había tenido siempre!
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Para ser un caballero andante como
Dios manda, don Quijote necesitaba
unas armas con las que luchar. Enton-
ces se acordó de que en un rincón de su
casa había una armadura y una lanza
de sus bisabuelos. Estaban llenas de polvo y no
eran gran cosa, pero a don Quijote le parecieron las
mejores armas del mundo. Las limpió con tanto es-
mero que acabó por sacarles ese brillo que tienen las
cosas recién estrenadas. El casco tuvo que arreglarlo
con unos cartones pero, como tenía muy buena mano
para cortar, coser y pegar, lo dejó como nuevo. El día
en que se probó aquel viejo traje de metal, don Alon-
so se sintió un hombre feliz.
—¡Temblad, gigantes del mundo —se dijo muy or-
gulloso—, que aquí está don Quijote de la Mancha!
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Miguel de Cervantes
adaptación de Agustín Sánchez Aguilar
ilustraciones de Nivio López Vigil