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que las historias y personajes que circulan por estas pági­

nas dan cuenta con toda su carga de contradicciones,


paradojas y, claro, desconcertante y alucinante huma­
nidad.
La realización de este proyecto editorial es una
JORGE Ic-AZA
manera de mantener viva la memoria de Icaza y Palacio.
Al mismo tiempo rendimos tributo a los gestores no sólo
de una nueva palabra, esto es de una literatura que con
ellos empezó a definir y redefmir unas señas particulares
que son parte de una historia que aún no hemos terminado
de escribir, sino a toda una generación de creado­
res imprescindibles. Celebración a dos autores que, a su
vez, dan cuenta de dos cosmovisiones, de universos
dispares que se juntan al ser parte de una misma matriz.
Los lectores de hoy tenemos la posibilidad de com­ EL CHULLA
partir esas búsquedas pues la palabra literaria es parte de
la memoria de un país, pluricultural y multiétnico, que ROMERO y FLORES
con ella construye sus sueños.
Estudio introductorio y notas del

Dr. Manuel Corrales Pascual

Raúl Vallejo Corral

Ministro de Educación y Cultura

23 de abril de 2006

Día Mundial del Libro y de la Rosa

...
AÑo JUBILAR DE PABW PALACIOY JORGE ICAZA

Alfredo Palacio González


PresIdente Constitucional del Ecuador

Edición de Homenaje

Comité editor:

ESTUDIO INTRODUCTORIO
Raúl Vallejo / Ministro de Edueacióu y Cultura

Beatriz Parra I Subsecretaria de Cultura

Alicia Ortega I Dira:tora Área de Letras,

Uulversidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador


NOTA PRELIMINAR
Coordinación: Raúl Serrano Sánchez

El chulla es un personaje típico de la sociedad


ecuatoriana y, más concretamente, de la sociedad quiteña.
La palabra quichua chulla, etimológicamente significa
EL CHULLA ROMERO y FLORES
uno solo, o uno de dos (parecido· a singulus del latín).
Jorge laza
(Cfr. Humberto Toscano, El español en el Ecuador. Ma­
Del:echos reservados conforme a la ley

drid, C. S. 1. C., 1953, p. 432). Viene a equivaler a «cu­


rrutaco»: chulla leva que viene a su vez de chulla leva sin
calé (Cfr. Charles F. Kany, Semántica hispanoamerica­
LffiRESA

Murgeón364
na, Madrid, Aguilar, 1968, p. 224).
P.O. Bol!. 17-01-356 - Email: info@libresa.com
Desde el punto de vista semántico, chulla es una
Tlfs.: (593-2) 2230-925 2525-581 Fax 2502-992

Quito-Ecuador
abreviación en la cual el sustantivo, o la palabra califica­
Diseilo de cubierta: Tribal/222820S
da, es la que desaparece: así. la expresión original era
Dustración de cubierta: Obra del pintor vanguardista Cl!l1lÍlo Egas:

Composición indigenista. 1956. paslellcartulina.

chulla leva, es decir, hombre que tiene una sola levita,


Supervisión editorial: Jaime Pella Novoa
una sola chaqueta que ponerse.
Inscripción N" 3007
Desde el punto de vista sociológico, he aquí como
ISBN 9978-49-100-7 nos lo describe Agustín Cueva:
Depósito legal N" 67

TIrada: 1.500 ejemplares


Es nuestro proletario en faux col, es decir, un tra­
Impresión: bajador no manual, casi siempre empleado público,
«Editorial Ecuador P.B.T. Cía. Ltda.»
Tlfs.: (593-2) 2528-492 2228-636, Telefax: 2227-551, que para no descender de categoría social, se ve for­
Email: editecua@interaClíve.net.ec
Quito, abril del 2006. -5­
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Varias veces al día don Ernesto Morejón Galindo,


director-jefe de la Oficina de Investigación Económica,
abandonaba su pequeño despacho para controlar la asis­
tencia de los empleados a su cargo. Era don Ernesto un
señor de carácter desigual. Completamente desigual. Cuan­
do estaba de buen humor exageraba su donjuanismo res­
balando por libidinosas confidencias de chola1 verdulera,
de chagra2 recién llegado. Con gráfico y pornográfico
gesto de posesión sexual, solía murmurar al oído del con­
fidente de turno: «Qué noche de farra, cholito. Me serví
tres hembras. Dos resultaron doncellas. Ji... Ji... Ji ...
Todo gratis». Mas, si tenía que reprender en público a sus
esbirros --epíteto de gasto íntimo al referirse a los su­
balternos- se hinchaba de omnipotencia y distribuía
amenazas sin orden ni concierto. En aquellos momentos
--explosión de prosa gamona13- se subrayaba en él todo
10 grotesco de su adiposa figura: mejillas como nalgas

1 chola, cholo: en el Ecuador, es mestizo.


2 chagra: campesino, provinciano. En otras regiones hispanohablan­
tes, el paleto. TIene cierta connotación despectiva.
3 gamonal: cacique, referido a los terratenienets potentados.

-57 ­
rubicundas, temblor de barro tierno en los labios, baba -¿En mí, señor?
biliosa entre los dientes, candela de diablo en las pupilas. -Sí.
Hacia fines de noviembre, todos los años, fermen­ -Yo realmente ...
taban malos pensamientos en lo más delicado y ambicio­ -¡En usted, he dicho!
so del personal de aquella oficina donde había caído, por -¡Aaah!
arte de audacia y golpe de buena suerte, a última hora, -¿En quién más? ¿En quién más voy a confiar?
Luis Alfonso Romero y Flores. La intriga, el esbirrismo y Un trabajo tan difícil, tan delicado. No tiene por qué ex­
los anónimos se deslizaban como reptiles en hojarasca de cusarse. Tiene que obedecer. Es un empleado.
monte -mechudas amenazas, viles ofertas-. El direc­ -Un empleado ...
tor-jefe, Morejón Galindo, tragándose una especie de in­ -Irá solo. ¡Solo! Basta de plazos. Basta de fraudes
confesable envidia, revisaba entonces las listas de contri­ sin control. Basta de... ¿Me entiende?
buyentes morosos, las cartas de crédito, los libros de -Claro... Haré lo que tenga que hacer.
contabilidad y los nombres de los caballeros sobre quie­ -¡Eso! Usted...
nes debía y no podía ejercer control y coactiva. Nunca le -Llamaré al orden a todos los que no han cumpli­
salió limpio aquel trabajo. Una serie de obstáculos supe­ do con la ley -concluyó el aludido recobrando de pronto
riores a la autoridad que le otorgó la ley -nepotismo en el tono de su cinismo habitual, encubridor de ignorancia
telaraña de desfalcos y funcionarios inamovibles- le y chabacanería cholas -afán desmedido y postizo por
ataban al temor del fracaso de quienes se quedaron a me­ rasgar la erres y purificar la elles 1_.
dias en su carrera burocrática por confiar en la rectitud y
-Muy bien. Hay deberes sagrados, mi querido jo­
legalidad de procedimientos. Pero él... Él se creía un
ven. Sagrados ... Tenemos que frenar la corrupción de
hombre honrado. Eran los esbirros. El tipo o los tipos en­
sinvergüenzas a sueldo, de pícaros poderosos, de honra­
cargados de actuar en su nombre los que siempre compli­
dos hipócritas, de ineptos, de cretinos. De... Bueno... En
caron la tragedia.
resumidas cuentas, irá usted -=afirmó don Ernesto fre­
Aquel año, tras la duda y el insomnio, don Ernesto
nando de mala gana -esencia de temor enfermizo-- in­
creyó haber hallado al personaje salvador, al personaje de
sultos y coraje. Hervían en sus labios de jugoso caucara2
sus esperanzas de juez incorruptible. Y una mañana, antes
de entrar a su despacho particular, se presentó en el salón nombres de altos jefes e inabordables funcionarios. Gen­
de los empleados a sus órdenes -el sombrero metido tes que podían aplastarle al menor descuido. Gentes ante
hasta las cejas, altanero el gesto, ardiente la mirada-.
-He pensado en usted -anunció avanzando hacia 1 Se alude a dos fenómenos fonéticos del habla quiteña, y en general
el escritorio donde trabajaba el chulla Romero y Flo­ del habla serrana del Ecuador: la tendencia a fricatizar la vibrante
res 1_. En usted para la fiscalización anual. En usted ... múltiple Irl y un fenómeno muy parecido al yeísmo argentino, que
suelen delatar, desde el punto de vista social, la extracción popular o
de estratos inferiores del hablante.
1 Para la palabra chulla, ver nuestra Nota preliminar. 2 caucara: comida popular a base de la carne del pecho de res frita.

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las cuales debía sonreír de gratitud en público. Gentes oleaje que gritaba sin palabras: «¿Por qué?», «¿qué coro­
que al girar en las alturas se incrustaban más y más en na tiene el chulla?», «yo ...Veinte años ... He acabado mi
ellas ... Turnándose de un año para otro ... Las mismas ca­ vida... », «Nada valen entonces mi honradez, mi caligra­
ras ... Los mismos nombres ... Las mismas familias ... Los fía... », «Imbécil... Intruso ... No sabe nada ...», «Perro de
mismos métodos... ¿Y él? No... No pudo ascender hasta... la calle no más es ... Le conozco ... Todo así tiene suerte l ».
Hasta su meta, hasta su sueño ... Un ministerio... Una em­ «¿Cómo hará los balances? ¿Cómo hará las liquidacio­
bajada... ¿Por qué, carajo? ¡Ah! Es que ellos se aferraban nes? Yo... Yo me hago el tonto... Ji... Ji... Ji... Mi grado
a la tremenda inmovilidad de la tradición, de la costum­ de contador... Si le preguntan cuánto es uno por uno, res­
bre, del apellido pomposo, de la herencia burocrática. ponderá: No estoy bien si son dos o tres ... ». «Uuu... Se
Imposible echarles al suelo: Imposible traicionarles sin jodió la pensión de los guaguas ... Los curas, las monjitas,
que nadie se entere, sin que nadie se percate del sacrile­ la buena gente ... Volverán a las escuelas fiscales ... Donde
2
giol, los cholos ... » «Conmigo se estacan, carajo... Pondré en
-Iré. Iré, señor -afirmó el chulla en tono altane­ juego mi poder, mi fuerza... Cartas anónimas a los minis­
ro de matón de barrio, mientras despertaba en el fondo de tros, al señor Presidente de la República... ». «Chillaré por
su amor propio la perspectiva de una extraña codicia. Al­ la prensa... ¿Qué prensa tuviste, pendejo? Es de ellos ...
go había oído de las suculentas rebuscas en aquellos tra­ Sólo la plata... La plata... ¡Oh!».
bajos. Por las apariencias -brillo de odio en las pupilas,
-Gracias. Gracias ... -alcanzó a murmurar el di­ sequedad amarga en los labios, color bilioso en la piel,
rector-jefe deshaciéndose en meloso gesto y amable son­ burla enfermiza en las arrugas-, nadie parecía sentirse
risa. en paz con la orden del director-jefe. Era un absurdo sin
-Estoy dispuesto. nombre. A lo cual el chulla, en uso y abuso de su actitud
-Dispuesto a todo. Mi corazón no podía enga­ de <<patrón grande, su mercé3» -herencia patemal-, de­
ñarme. Usted será... Usted es ... Bueno... Yo me entien­ volvió el reto de la tropa de esbirros con mirada altiva y
do ... Con mano de hierro, ¿eh? De hierro. desafiante, donde todos pudieron leer: «¿De qué se que­
--Como usted mande, señor -concluyó Romero y
Flores. Pero al observar a los compañeros -burócratas
de toda edad y condición- sintió que zozobraba en un 1 Expresión común por «Todo el que es así tiene suerte».
oleaje de miradas adversas, de murmullos que despedían 2 En el Ecuador, la escuela y el colegio fiscal son instituciones estata­
les de enseñanza. Por Constitución, son establecimientos gratuitos. A
toda la pestilencia que deposita en las almas el esbirrismo
ellos suelen ir los hijos de familias de escasos recursos. Nótese la
de un trabajo inseguro, liquidable, canceroso. En un alusión al aspecto racial: «los cholos».
3 Así, patrón grande, su mercé, tn:aban los peones de hacienda -ge­
neralmente indios- a los dueños del fundo y, en general, a quienes
, Laruptura de la consecución de tiempos (presente de subjuntivo en consideraban superiores. La expresión aparece frecuentemente en las
vez del pretérito, en este caso) es frecuente en el habla ecuatoriana. obras de Icaza como calificativo estereotipado.

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jan? A mí... A mí no me joden así no más ... Les aplas­ -Sí. Óigame bien. Que no le falte nada para la
to ...» fiscalización de fm de año al señor Romero y Flores.
Pero fue don Ernesto Morejón Galindo, con prodi­ Credenciales, catastros, listas, oficios. Explíquele todo.
giosa intuición para descifrar en el silencio de los em­ Debe actuar de acuerdo a la ley.
pleados a su cargo -idénticos destinos, iguales expe­ -Está bien, señor.
riencias-, quien desbarató el atrevimiento y la protesta -Debe actuar en mi nombre. Yo le doy las ex­
taimada. Con retintín y burla inapelable advirtió en alta traordinarias 1• Sin extraordinarias no se hace nada.
voz: . -Nada.
-Espero que todos estarán de acuerdo. ¿Cuál? -Las extraordinarias completas -concluyó el
¿Cuál? ¿Cuál puede quejarse? Que se levante. Que diga. director-jefe poniendo amigablemente la mano sobre el
¡Yo sé lo que hago! Y al primero que me venga con re­ hombro del empleado escogido para tan delicada mi­
clamos le pulverizo. Le... Ustedes me conocen. Como sión.
bueno, bueno ... Como malo, ¡aaah!, ¡oooh! Desde el pedestal de un orgullo extraño a todo lo
De inmediato -básica ductibilidad entre la rebel­ que era su viejo anhelo de caballero adinerado, poderoso,
día y la humillación, entre el odio y el compañerismo, de el chulla Romero y Flores pasó revista a sus compañeros.
quienes se hallan al capricho de un círculo poderoso, in­ y al mirarles doblados sobre el trabajo como una interro­
visible, constrictor- desapareció del rostro del coro de gación mínima, viscosa, insignificante, lo acometió una
burócratas -a punto de disparar su. pobre veneno- la angustia de calofrío palúdico que oscilaba entre el des­
amenaza explosiva. En su lugar surgió la máscara de la precio compasivo y el temor de transformarse en uno de
disculpa babosa, inocente: «No ... Yo no estoy enojado, ellos para siempre. Recordó entonces -juego instinti­
señor... Por el contrario... Míreme como sonrío ... Ji... vo- el mote sarcástico y definidor que puso a cada uno
Ji... Ji...» «Entre blancos se entienden ... Conmigo es cuando llegó al conocimiento y confianza del medio. Fi­
otra cosa, jefecito ... Usted mismo sabe ... Con usted don­ liación que mantenía en secreto para exaltar su esperanza
de quiera, como quiera ... » «La decisión es genial ... Ge­ de aristócrata, de latifundista por herencia de mujer. Al
ni-aL .. Un verdadero éxito ... », <<Él llegó como pariente viejo Gerardo Proaño, vecino de escritorio, piel requema­
del Gran Jefe ... Es nuestra mejor palanca ... Antes no te­ da, bigotes alicaídos, pómulos salientes, humilde como­
níamos una palanca igual ... ¿Entonces, qué?». «Todos ... dín para encubrir faltas ajenas, «long02 del buen prove­
Todos estamos contentos...» «No hay motivo para poner- . cho». A los calígrafos Timoleón López y Antonio Lu-
se así... Así...», <<Lo que usted ordene».
Ante el cambio mágico -él lo esperaba- don Er­
nesto lanzó un bufido como de vejiga rota. Y dirigiéndo­ I Las facultades extraordinarias. Alusión al recurso previsto en la
Constitución Política de la época, por el que el Presidente de la Re­
se al contador general, ordenó: pública, en circunstancias especiales recibía atripuciones de excep­
-Usted. ción.

-¿Yo? 2 longo: una de las varias maneras de denominar a los indios.

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cero, jóvenes medio blanquitos, preocupación enfermiza
dientes manchados en nicotina -apoltronado en sucias
en el vestir, pu1critudde plancha en solapas y dobleces, componendas burocráticas-, <<pantano de rencores sin
fino escamoteo de remiendos, corbata de lazo, pañuelo al desagüe». Al portero, José María Chango, pestañas y ce­
pecho, «chullas futres no más son 1». A don Pedro Caste­
jas cerdosas, lunares negros en la quijada, en la frente,
llanos, cara d~ pergamino, cejas de excéntrico, fósil de taimado servilismo, «cholo portero no más». Pero a pesar
gesto de mando en las arrugas -gloria militar que cayó de aquel torrente de burlas que defendía y justificaba su
en la trampa de un mal cuartelazo--, «momia histórica». elección, Romero y Flores comprendió con repugnancia
A don Jorge Pavón Santos, color bilioso, burla en los la­ indefinida, que él, frente a esos hombres, no era sino un
bios, apellido de altos burócratas en desgracia, «momia pobre diablo cargado de inexperiencia, de vanidad.
política». A Julio César Benavides, risa de baba servicial, Antes de la hora de salida, Luis Alfonso arregló
de ojos esquivos de güiñachishca2 --confidente del di­ cuidadosamente los papeles de su escritorio, acarició el
rector-jefe-, <<pobre perrito» . A Gabriel Montoya, alto, periódico que tenía por costumbre llevar bien doblado en
seco, fúnebre, tallado en madera de nogal -archivo de el bolsillo inferior de la americana, se puso el sombrero,
locas aventuras; cantante de tangos en Buenos Aires, la­ y, con paso y ritmo de olímpico desprecio salió sin des­
vaplatos en Nueva York, cómico de la lengua en Centro pedirse. A la tarde de ese mismo día tuvo dos conferen­
América, contrabandista en Cuba, torero en España-, cias con don Ernesto. Volvió a escuchar aquello de la ley
«fracasos en funda de paraguas». A Nicolás Estupiñán, suprema, de las extraordinarias completas, de la tremenda
ojos redondos, pequeños, negros, inquietos, boca en hoci­ responsabilidad de su misión, de la honradez que debía
co de rata, amabilidad intrusa, imprudente ---orgullo de la exhibir, del ridículo de la oficina ante el público. Su sen­
prensa libre por llevar el oficio en la sangre: el abuelo sibilidad moral poco habituada a tales recomendaciones
tipógrafo, el hermano reportero, el padre linotipista-, se disfrazó entonces abriendo en asombro de indignación
«zorro del chisme y de la calumnia». A Pidel Castro, lus­ los ojos, moviendo la cabeza en oferta de embestida fe­
troso, acicalado, lleno de reverencias y de sonrisas -mo­ roz, estirando a todo lo alto extraña amenaza de juez in­
vimiento continuo de intrigas y recomendaciones-, corruptible.
«chagra para ministro». A Marcos Avendaño, nariz aplas­ Convencido de su victoria futura sobre pícaros y
tada, boca hedionda, gangoso --estudiante de derecho a estafadores de imposible acceso, de gran brillo social, el
largo plazo--, «cuatro reales de doctoD>. Al secretario, mozo recibió a la mañana siguiente los papeles, los ofi­
Humberto Toledo, pequeño de cuerpo, grande de carajos cios, las cuentas y las órdenes del viejo contador:
y palabrotas, «omot03 vinagre». Al contador general, don -Una fortuna en números, mi querido amigo.

Juan Núñez, párpados caídos, mejillas flojas, dedos y -Números... Números ...

-Que transfonnaré en dinero.

1 chulla futre: mozo presumido.


-Debe tener cuidado. ¡Mucho cuidado!

2 güiñachishca: voz quichua que significa adoptado.


-¿Eh?

3 omoto: voz quichua que significa bajo de estatura.

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-.Tropezará con eso que llaman «lo mejor del Los burócratas... Envidia... Pura envidia... Veré, carajo...
país»: banqueros, latifundistas, militares, frailes, políti­ Veré ... » Miró en su tomo. Un sol de luz cegadora subra­
cos ... Un candidato a la presidencia de la República. yaba el paisaje de vetustos aleros coloniales, de balcones
-Conozco a toda esa gente -a:finnó el chulla sin de pecho, de paredes de adobe, de casas de dos o tres pi­
abandonar la importancia que enyesaba su figura desde la sos, de calles que pretendían ponerse de pie. Con trote de
víspera. indio avanzó por la vereda, hacia abajo. Un chispazo de
-¿Son sus amigos? -interrogó el empleado de rubor le hizo notar que había caído en ridículo --diligen­
los párpados caídos y las mejillas flojas, con asombro y cia de longo de los mandado&-. Moderó el paso. Lenta­
.respeto de huasicama1 al olor del «patrón grande, su mer­ mente. Su categoría, su poder, sus esperanzas ... y al cru­
l
cé». zar la Plaza Grande , un desprecio profundo por las gen­
-Naturalmente. tes que tendían al sol su plática cotidiana de quejas y
-¡Ah! Entonces ... Mire aquí... Aquí... memorias -militares retirados, políticos en desgracia,
En la calle, cargado de legajos, el flamante fiscali­ conspiradores que acechan de reojo el momento propicio
zador se inquietó pensando en cuál debía ser la primera para trepar por puertas y ventanas al palacio de gobier­
víctima. <<Algún amigo que pueda ... ¿Amigo? Ji... Ji... no-- le obligó a estirarse en bostezo de gallo. «Mi im­
Ji...». La gracia que le produjo el recuerdo de su mentira portancia... Mi honradez... Me llevarán muy lejos ... Ami­
al contador general surgió en mueca de alegría idiota. go y protector de un candidato a la presidencia de la
Instintivamente se pasó la mano por la cara tratando de República... A la presidencia... Ji... Ji... Ji...».
borrar aquella explosión imprudente que hería en cierto
modo su dignidad. <<A quién entonces? A don ... ¿cómo se ***
llama? Ramiro Paredes y Nieto ... Candidato a la Presi­
dencia de la República ... Uuuy mamita ...». Tantas veces -¿Está don Ramiro Paredes y Nieto? -interrogó
había leído en los periódicos -él creía en los periódi­ el chulla Romero y Flores al empleado que salió a reci­
cos- sobre las virtudes y méritos que adornaban a se­ birle.
mejante caballero. Pensó: «Debe ser pulcro, generoso, -¿Don Ramiro? ¿Pregunta por don Ramiro?
honrado, bueno ... El primer ciudadano de la Patria... ¡Oh! -Sí.

¿Y las cuentas atrasadas? ¿Le mintieron en la oficina? -No está.

¿Por qué? ¿Para qué? Don Ernesto Morejón Galindo ... -Es que yo...

-Usted...

1 huasicama: voz quichua cuyo significado explica Tobar así: «Tra­


-Soy de la Oficina de Investigación Económica.
bajador que, por tumo, cuida la casa de la finca agrícola y se ocupa
en la atención de todo lo que pertenece a ella y sus inherencias, bes­ I Nombre popular de la Plaza de la Independencia en Quito, plaza
tias caballares de patrones, etc.» (Tobar, Julio: El lenguaje rural en donde se encuentra el Palacio de Gobierno, la Catedral, el Palacio
la región interandina del Ecuador, s. v.). Arzobispal y el Municipio. ro

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-¡Ah! ¡Oh! Perdón. pasaron sin mayor esfuerzo del adulo a la malicia, a la
-La cuenta. burla.
-No sabía que usted... Yo.. . Yo soy el ayudante -Es lo mismo.
general. -No. Los unos obedecen, los otros mandan, orde­
-Bien. Muy bien. nan. Nosotros ...
-Venga. Entre. Por aquí, señor. Para evitar discusiones inútiles, sintiéndose un po­
-Gracias. co perdido, el chulla cambió de rumbo:
-Éste es el despacho de don Ramiro. ¿Ve usted? -¿ y cómo puede marchar esto sin él?
-Abandonado... Casi abandonado. -Marcha conmigo.
-Aaah. -¡Ah! Con usted. Muy bien. Ahora comprendo.
-Usted me entiende. Entonces el responsable... --concluyó recobrando su
-No entiendo nada -munnuró el flamante fisca­ aplomo el fiscalizador. Y, sin comentarios, abrió el legajo
lizador olfateando en el aire un tufIllo a bodega. de cuentas que llevaba sobre un escritorio de tipo dino­
-¿Nada? sáurico, empolvado, que sin duda era el de don Ramiro.
-Bueno... Quería hablar con él. La actitud enérgica y desafiante del mozo descon­
-Imposible. certó momentáneamente al viejo empleado, el cual, en
-¿Porqué? busca de una explicación que esté de acuerdo con sus ex­
-Viene de tarde en tarde. Yo me ocupo de la ofi­ periencias, penso: «¿Qué le pasa a éste? Parece que al­
cina. Si algo necesita. Estoy para servirle. Diga no más. guien le empuja... Alguien poderoso... Arzobispo... Gene­
-De tarde en tarde -repitió Luis Alfonso con ce­ ral... Ministro... Hoy está abajo... Mañana puede estar
ño adusto y en tono de reproche. Tenía las extraordinarias arriba... Estos chullas prosudos son una friega... A lo
y por lo mismo debía exigir que se presente el-acusado. mejor pescan a río revuelto una alta posición administra­
-Es que ... Bueno. El señor es el señor -murmu­ tiva o una mujer con plata... Le diré... ». Y sin que nadie
ró el. ayudante general sin entender la importancia y el le interrogue, arrastrándose por una actitud --chisme y
atrevimiento del mozo. Don Ramiro Paredes y Nieto era veneración a la vez- que le era característica, informó:
para él y para la mayoría de las gentes, una especie de -Es muy ocupado don Ramiro. Con decirle que
tabú que flotaba en las alturas sagradas de los dueños desempeña siete cargos. Siete cargos. importantes. ¡Siete
del país. sueldos! Es un patriota. Uno de los más grandes patriotas
-No, mi amigo. El señor es el empleado que tiene del Continente. Hombre universal.
que rendir cuentas a la Oficina de Investigación Econó­ -¿Siete sueldos?
mica. -Hoyes costumbre entre las gentes... Entre las
-El señor es el funcionario -rectificó el viejo bu­ gentes de postín. Sirven para todo.
rócrata mirando fijamente a su interlocutor tras unas ga­ «Para todo abuso ... Para todo egoísmo ... », se dijo
fas de cerco de hierro. Sus ojos húmedos, enrojecidos, el chulla observando con pena y asco a su informante.
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Bicho pequeño y viscoso, en armonía con unos zapatos -¿Eh?
arrugados en el empeine -cautela y dolor al andar-; -Pero no conoce lo otro.
con un vestido fuera de moda, blanco de caspa en el cue­ -¿Qué otro?
llo, remendado en los codos, brilloso en las rodillas; con -Lo de ... Bueno. Lo de los amores de don Rami­
un perfume a tabaco, a chuchaqui 1, a papel de oficina, a ro. Es un chivo para las hembras.
tinta -veinte años de complicidad, de inquietudes-. -¿Un chivo? -interrogó el mozo mientras pen­
-Para todo -insistió en alta voz el joven. saba: «Igual a don Ernesto ... Todos pretenden ser unos
Los colaboradores en cambio... sátiros. ¿Será timbre de nobleza?».
-Usted es uno de ellos, ¿verdad? -Sí -afirmó el viejo. Era notorio que buscaba
«Si le informo es capaz de ... Los saldos. No sa­ aplazar la batalla. Aplazar hasta recibir órdenes del jefe.
brá... Eso, no ... », se dijo el hombre de los ojos miopes. -Yo- le creía un hombre- serio.
y acariciándose las manos en forma jesuítica, concluyó: -En otro sentido, claro. Es el campeón de la mo­
-Pero no en lo que usted se imagina. ral cristiana en los discursos. ¿Usted no le ha oído hablar?
-¡Ah! Mejor. Mucho mejor. ¡Ah! ¡Oh! Pico de oro.
La conversación resbaló entonces entre disculpas y -¿Entonces?
oscuras disonancias. Así fue como el chulla supo que do­ -El diablo no falta Con su alimentO. y como es
ña Francisca, la esposa legítima del candidato a la presi­ tan inteligente.
dencia de la República, se entendía en la gestión econó­ -¿El diablo?
mica de la campaña electoral de su ilustre marido, y era a -Don Ramiro. Escribe unas cartas de amor que
la vez quien administraba dineros y cuentas de· esa de­ son una maravilla. ¡Qué estilo! Puro estilo. Dicen que es
pendencia. el mejor escritor del mundo.
-¿Tampoco ella viene por aquí? -¿Del mundo?
-De tarde en tarde. Pero me llama por teléfono -Así dicen los que saben. A una de las mocitas de
casi a diario. Pertenece a una gran familia. De lo mejor­ asiento le tiene y le mantiene como secretaria en el Des­
cito -insistió el ayudante general con afán de demos­ pacho Principal de Publicaciones, donde también es di­
trar lo duro e ilógico que sería una fiscalización en re­ rector-gerente. Usted debe conocer a la hembra. Le lla­
gla. man <<La Monja».
--Conozco -murmuró Romero y Flores revisan­ -¿La Monja?
do sus documentos de comprobación. -Antes de ser 10 que es fue monja del Sagrado
-¿Conoce? No creo. Corazón... Ji... Ji... Ji...
«La Monja», repitió mentalmente Luis Alfonso
evocando las apetitosas curvas de la mujer que conocía
I chucbaqui: resaca. voz de resonancia quichua con la que se designa de vista. Pero a él qué le importaba aquello. ¿ Qué? Su
el malestar subsiguiente a una borrachera. deber... Los saldos ... Eso era lo principal.

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-Bueno, mi amigo. Trabajemos un poco. Quiero desde el primer instante, por la forma desusada de empe­
la cuenta -anunció el mozo imitando a don Ernesto en zar el trabajo, que el dichoso fiscalizador no sabía dónde
su actitud olímpica estaba parado... «Se hace el que... No guambrito... No es
-¿La cuenta? así. .. Está orinando fuera del pilche... Ji... Ji... Ji... La
-Sí, señor. La cuenta para revisarla, para fiscali­ trampa... En los papeles todo anda bien ... Pero... »
zarla, para... -Los comprobantes de la partida quinientos ochen­
-Está lista. Listita Sesenta páginas a máquina. ta y cinco --exigió de pronto el chulla al recordar, algo
Todo en perfecto orden -advirtió el viejo mientras bus­ de lo que le advirtieron en su oficina
caba -nervioso por el cambio de tono en el diálogo-- lo Ante lo inaudito de semejante pedido el ayudante
solicitado. . general miró a su interlocutor con asombro desorbitado.
-Quiero ver... No era miedo en realidad. Era que ... Nadie se había atre­
-Sí. Aquí está -concluyó el empleado del candi­ vido a pedir aquello con tanto desenfado. ¡Nadie! Cuando
dato a la presidencia de la República entregando al fisca­ el Congreso de la República lo hizo usó un procedimiento
lizador unas cuartillas que había sacado de uno de los lleno de disculpas, de sesiones secretas, de acaramelados
cajones del escritorio dinosáurico. reproches -cual beata en desgracia ante Taita Dios, cual
Con aplomo y desenvoltura de experto en la mate­ indio rebelde ante «patrón grande, su mercé»-. y al fi­
ria, Romero y Flores se acomodó en un sillón y se puso a nal, la más alta autoridad del país, confirió a don Ramiro
un voto de aplauso.
comparar los datos que llevaba en sus papeles con las
partidas de la cuenta que le había entregado el hombre de -¿No me entiende? He dicho los comprobantes de
la partida quinientos ochenta y cinco -continuó Romero
los ojos miopes. Aquello de comparar era un decir. Bajo
y Flores sintiendo que la sorpresa del viejo exaltaba su
su máscara variable, en ese momento de hábil contador orgullo.
-adusto entrecejo. pausas y dudas de rito judicial, bisbi­ -No puedo, señor.

sar continuo de monosílabos y cantidades- retordase en -¿Cómo? ¿Se niega?

obsesión creciente la sospecha contra el ayudante gene­


-Usted quizá no sabe. Es la partida de los gastos

ral: «Me quiere meter el dedo. ¡No! Le denunciaré. ¿Có­ reservados. De los gastos secretos. Es la defensa de la paz

mo? Es que no alcanzo a ver el fraude ... El fraude exis­ interna.

te... ¡Existe! ¿Dónde? ¿Dóndeee? Este carajo engañó a -¿Yeso?

don Ramiro, a doña Francisca. Estoy seguro... ¿Ellos? -La ley dice que sólo doña Francisca...

hnposible. Es la mejor gente ... Pediré la reliquidación ... -¿Eh?

La: reliquidación que me recomendó el <pantano de renco­ -Digo... Que sólo don Ramiro... Yo ... Yo soy un
res sin desagüe>. Todo en orden... ». pobre empleado. Mi sueldo ...
También al viejo, tímido y nervioso como una rata, -Pero usted me dijo que...
fingiendo diligencia entre oficios y libros de contabilidad, -Como es la pisada es el animal, como es el suel­
le fue imposible controlar su espíritu burlón. Descubrió do es el hombre. Y yo... Ya me ve como soy...
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-Sí. -Según.
En busca de un entendimiento amistoso, sin com­ -La ley y los jefes son una especie de subalternos
plicaciones, el viejo continuó: de don Ramiro. Siete oficinas a sus órdenes. Si no es por
-Eso es sagrado. un lado es por otro. Cosa seria.
-¿Sagrado? -Bueno. Liquidaremos los dos últimos años. Es lo
-SagradO para nosotros. Para el pequeño contri­ justo. Es lo honrado. ¿No le parece?
buyente, para el hombre de la calle, para el chagra, para -Yo le aconsejaría que no se meta a ...
el cholo, para el indio. -¿A cumplir con mi deber?
-Yo soy otra cosa -chilló el flamante fiscaliza­ -No tanto. Todo se puede arreglar.
dor pensando en las extraordinarias. -¿Eh? ¿Qué insinúa? ¡Jamás!
-Yo me creía lo mismo hace muchos años cuando -Nada. Nada, mi señor.
era un chullita como usted. Pero el trabajo, la experiencia...
A pesar de las objeciones y de los pretextos del
-Absurdo -murmuró Romero y Flores con alta­
empleado del candidato a la presidencia de la República
nero desprecio. Se sentía herido por aquello de «chulli­
-iba de un lado a otro, abría cajones, barajaba papeles-,
ta», por la comparación, por algo que trataba de ocultar.
Luis Alfonso inició su trabajo. Pero a los pocos días, sa­
-Igual.
turado de polvo, cansado de hurgar en el archivo -un
-¡No!
armario sin puertas y una montaña de paquetes sobre una
-Bueno. Como usted quiera. Pero en cambio
mesa-, pensó hablar directamente con don Ramiro.
ellos ... Los funcionarios. Los que hacen la felicidad del
-No... No podrá, mi querido señor -anunció con
país enriqueciéndose.
burla en falsete el hombre de los ojos miopes. Se hallaba
-Luego usted...
-Conste que yo no he dicho nada. Dios me libre tranquilo, confiado. Había recibido órdenes de doña Fran­
de hablar de la buena gente. No se deben meter allí las cisca.
narices. -¿Por qué? -interrogó Romero y Flores deba­
_.Me parece que se debe meter en todo lo que no tiéndose en una especie de impotencia que amenazaba
sea correcto. hundirle en la tragediá de su acholamiento l , de su voz hu­
-En esa partida, no. milde, de ...
-A mí... --amenazó el chulla mientras pensaba. -Me parece que le conté. Don Ramiro no está en
con risita sarcástica: «La ley, la opinión pública, el di­ la ciudad. Anda en gira. Se acerca su hora. Es el candi­
rector-jefe me amparan». dato oficial.
Al interpretar al mozo, el ayudante general respon­ -Hablaré con doña Francisca, entonces.
dió con giran intuición: -Eso es otra cosa.
-Usted cree que la ley, que los jefes, que ... No.
¡..
Cuando uno está jodido no hay ley ni jefes que valgan. I acholamiento: rubor, manifestación externa de timidez.

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-Iré hoy mismo. más de un escándalo de su fogoso temperamento. ¿Ya él
-La señora tiene una reunión política en su casa. qué? Había entrado de golpe en el mundo de los patriotas,
Todas las tardes ... Tal vez mañana. Yo pudiera... de los amos, de las minorías mandonas. Dulcísima clave
-Bien. Muy bien -dijo el mozo lleno de espe­ del destino. Miles llegaron en esa forma a lo que él llegó.
ranzas. Luego recogió febrilmente sus papeles, algunos Una vez instalado, y de acuerdo a la publicidad y al elogio
apuntes y la copia de la cuenta de don Ramiro. Al despe­ de la «gran prensa», la única que leía, repartió donaciones
dirse del ayudante general pensó: <<Pobre pendejo ... Mori­ para obras de beneficencia con el dinero de la mujer. Hizo
rá en la demanda... Los zapatos arrugados, los codos ro­ vida de club. Muchas y bellas fueron sus concubinas. Cui­
tos, los ojos húmedos, la caspa, el olor... ¡Oh!». dó exageradamente la indumentaria, el olor... Como usted,
Mientras avanzaba calle abajo, la decisión heroica chullita. Es de verle en los entierros, en los matrimonios,
del mozo fue sosegándose y sus pensamientos maduraron en las visitas de etiqueta -a funcionarios, a obispos, a ge­
en precauciones. Buscó a don Guachicola -viejo dipsó­ nerales, a diplomáticos-, de chaqué, de bombín, de botai­
mano, archivo de sucias anécdotas, memoria fotográfica nas y de bastón. Su influencia política fue creciendo de
para 10 criminal del cholerío encopetado y de la burocracia acuerdo al cinismo para barajarse en los diversos partidos.
donde pasó la vida- y a sus amigos -chullas de los billa­ Hizo amistades y descubrió parientes en la oligarquía con­
res, de las cantinas, de los figones, de las trastiendas- pa­ servadora. Cotizó como simpatizante en un grupo de iz­
ra que le infonnasen sobre las virtudes y milagros del can­ quierda. En las altas esferas burocráticas, a donde le fue
didato a la presidencia de la República y su familia. fácil entrar dada su categoría de esposo de un apellido
Don Guachicola, saboreando venganza y amargura ilustre, se declaró liberal... En cuanto a su talento como
de vencido, en pleno monólogo de borrachera, hizo al orador, como filósofo, como poeta. ¡Oh, su talento! Celes­
mozo una síntesis biográfica de don Ramiro: tial. De vez en cuando, a manera de reportaje, los periódi­
-Llegó hace muchos años de un pueblo perdido en cos publicaban y publican párrafos de sus cartas, frases
la cordillera. Llegó con esa irritación de arribismo de todo aisladas de sus discursos. Un amigo, buen conocedor de
chagra para doctor. ¡Flor de provincia! No pudo o no quiso estas cosas suele afinnar: «Afanes académicos de cholo
1
concluir la universidad... En cambio aprendió maravillo­ amayorado • Pura copia de -revista europea Puro disfraz
samente a explotar 10 superficial del talento y lo ventajoso barroco... ». Muchísimo se habló y se escandalizó en un
de la soltería. Sin ser un adonis, indio lavado, medio blan­ tiempo con los desfalcos del caballero. ¡Qué desfalcos!
quito\ las mujeres le ayudaron a vivir. Despreciando el Cosa grande. Pero como el personaje no era de ponch02,
amor en su forma sincera, se amarró a la dote de doña las autoridades al descubrir procedieron con el temor y con
Francisca Montes y Ayala. Dicen que la dama cubrió así el respeto del indio de huasipungo ante el patrón: sombrero

I Con esta expresión se quiere significar, en el lenguaje coloquial


ecuatoriano, al mestizo o blanco. subrayando al mismo tiempo su I cholo amayorado: mestizo con aires de gran señor blanco.
origen racial no puramente blanco. 2 «Ser de poncho» es ser del pueblo, pertenecer a los «de abajo».

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en mano, disculpa babosa... Lo mejor fue que en un alarde deber... Yo... Mis jefes... Ellos ... -murmuró el chulla
de galantería política al robo le llamaron descuido, falta de tratando de ser amable sin conseguirlo. Buscaba liquidar
experiencia.. Este pendejo debe tener una tropa de colabo­ una angustia melosa, algo que entorpecía -hormigueo
radores de pésimos antecedentes. en las piernas, temblor en las manos- el repertorio de
«He descubierto a uno de ellos ... A uno ...», co­ exquisitos modales latentes en su anhelo de <<patrón
mentó para sí Romero y Flores. grande, su mercé-. En otras oportunidades -poquísi­
También los amigos, jóvenes aventureros como él, mas desde luego- pudo desenvolverse con facilidad ~n­
dieron al flamante fiscalizador un informe parecido al del tre gentes de postín. Pero entonces no se sintió tan desnu­
viejo Guachicola. Menos envenenado desde luego -tu­ do, tan al borde de una estúpida contradicción. ¿Era la
multo de impulsos sin fortuna para alcanzar el modelo mirada llena de malicia y dominio de la esposa del candi­
predilecto. dato a la presidencia de la República? ¿Era el apetitoso
murmullo -perfumes y risas-que se escuma desde el
*** salón más cercano?
-Nuestro empleado me ha dicho por teléfono que
Luis Alfonso sintió que se le relajaba el coraje, que usted se niega a firmar la cuenta de mi esposo. ¿Por qué?
los espejos de cuerpo entero, las cortinas de damasco, los ¿Es un capricho? -interrogó doña Francisca aprove­
candelabros de plata, los adornos de anémica porcelana, chando el desconcierto notorio del fiscalizador.
las lámparas de nerviosos cristales -decorado de sus Por toda respuesta el mozo hizo un gesto como pa­
sueños de caballero, se burlaban de sus prosas de juez in­ ra indicar que él no tenía la culpa.
corruptible. -¿Entonces quién? Su...
Sorpresivamente como en los cuentos de brujas y -Director-jefe.
aparecidos surgió por una puerta una señora alta fla­ -¡Ah! Tontería. Y usted creyó. Es preferible pen­
ca ni gorda- que escondía la madurez de un estirado sar en su porvenir. Su porvenir.
medio siglo entre retoques de afeite y postiza desenvoltu­ «Ella no sabe ... Quiero defenderle ... Defenderlos ...
ra juvenil. Al embrujo de la luz del crepúsculo de la tarde Los parásitos ... », se dijo con orgullo de héroe Luis Alfon­
que entraba por amplios ventanales, el rostro de la mujer so. Con orgullo que le obligó a responder:
adquiría rasgos de belleza animal. «Doña Francisca... -Sí. Pero quizás usted no sepa que su empleado
Tiene cara de caballo... Cara de caballo de ajedrez ... Pre­ se niega a entregarme los comprobantes de varias parti­
fiero La Monja», se dijo el mozo. das ... Sin duda él ...
-¿El señor fiscalizador? -¿Qué?
-A sus órdenes ... Yo creí... -Oculta por algo.
-Está bien. Siéntese. -Esos documentos ya no existen. Podían com­
-Gracias. Muchas gracias. Tengo que pedirle dis­ prometernos y volaron. Desaparecieron --anunció doña
culpas ... Ji ... Ji ... Ji... Usted comprenderá... El deber es el Francisca con cinismo morboso, con cinismo de puñalada
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en la garganta. Romero y Flores arrugó el entrecejo, abrió ciguó en parte el desconcierto del chulla. Quiso entonces
la boca. Quien le hablaba no era un caballo de ajedrez, no comentar recurriendo a su audacia -violenta, oportuna,
era un modelo de rubores explotables. Era un enemigo hábil- que tanta fama le había dado entre el cholerío de
poderoso, un demonio perfumado de ojos negros, fríos, mediopelo, pero ella continuó:
duros, en contt:aste con lo femenino y amable de unas -Si desea una recomendación ... Si desea... Bue­
uñas amadas. no... Usted me entiende, ¿eh?
-¡Ah! -Ni una palabra -murmuró el mozo a pesar de
-El Tribunal de Revisión y Saldos. ¿Conoce us­ que todo lo sabía por los chismes y la codicia de los esbi­
ted? La autoridad mayor en la materia. rros.
-Sí. -¡Ah! ¿Sí? Escrúpulos ... Discutiremos más tar­
--Quemó hace unos meses toda esa basura. de... -concluyó doña Francisca mirando al pequeño bu­
-¿Sin esperar que se cumpla el plazo que marca rócrata con la curiosidad de quien observa los desplantes
la ley? -interrogó el chulla reaccionando en forma brus­ venenosos de un miserable gusano antes de aplastarle.
ca, instintiva. -Es que...
-En casos especiales ... -Perdone. Su nombre ... -cambió la dama.
-¿Especiales? -Luis Alfonso Romero y Flores -dijo él subra­
-Cuando el honor nacional exige... Cuando la po­ yando las eres del apellido.
lítica... Cuando mi marido... Cuando alguna persona de -¿Hijo del difunto Miguel, verdad?
gran importancia como el señor presidente de la Repúbli­ -Sí... sí...
ca cree necesario ... -Pobre Miguel.
-¿Entonces yo? -¿Pobre?
-Nada. Tiene que aceptar la realidad. -Le ayudé tanto en su desgracia.
Atrapado por aquel absurdo superior a sus prosas y -En su desgracia --repitió como un eco el fla­
a sus extraordinarias, el flamante fiscalizador creyó que mante fiscalizador resbalando por la pendiente de la ver­
para salvarse debía insistir: güenza que le producía el saber que alguien estaba en el
-¿Dónde puedo ver a don Ramiro? secreto de su pecado original, de su sangre. Si sólo fuera
-¿No le advirtió nuestro empleado que el señor la miseria tragicómica del viejo, su padre, no le importa­
está en gira? ría. Pero...
-Algo me dijo. -Fuimos amigos en un tiempo. Muy amigos. An­
-Es tan difícil hablar con él. Nosotros ... Nosotros tes de 10 de... Eso... Eso fue imperdonable. No tiene
somos unos polluelos. Él... Él es el águila caudal. nombre -comentó la esposa del candidato a la presiden­
<<El águila de museo, carajo», pensó Luis Alfonso cia de la República moviendo las manos en alto.
recordando el chiste de un periódico de oposición sobre «Mi madre... Se refiere a mi madre... a ella...
tan ilustre personaje. La memoria de aquel sarcasmo apa­ ¡Oh!», se dijo mentalmente el chulla cayendo en una pau­
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sa que marcó sobre su orgullo de juez incorruptible y so­ hablar. Las caras de lo <<1llejorcito» cerraron a su paso
bre su burla de ingenioso aventurero rasgos de máscara voz y franqueza. Con ojos altaneros cada cual insinuó:.
de angustia y de súplica. «¿Quién es?». «¿Qué quiere?». «¿Qué pretende?». «Soy
-Bueno... No es para tanto... --munnuró doña el fiscalizador y quiero fiscalizar», respondió mental­
Francisca frenando el plan para humillar al mozo. Había mente el mozo, una, dos, tres veces. Felizmente aquel
necesitado pocas palabras, poquísimas. Por rara intuición diálogo murió de indiferencia; se perdió entre los espejos,
de defensa gamonal ella sabía dónde golpeaba, dónde era entre las cortinas, entre los muebles, entre los pajes que
más neurálgico el rubor del cholerío amayorado. Satisfe­ repartían whisky, pastelitos, enrollados de tocino. Al­
cha y compasiva, en un arranque de generosidad, conti­ guien puso entonces en manos del chulla una copa, luego
nuó: otra. El alcohol fortaleció su obsesión de alto personaje
-Comprendo su pena. Veo su tristeza ... Pero debe de la justicia. Se acercó a un grupo de muchachas que
pensar. Usted es hombre. La vida. Puede hacer buenas desgranaban plática y chismes sobre un jarrón de porce­
amistades. Nuestra oferta no es mala. Algo debe haberle lana. Ensayó a decir unas cuantas palabras de su reperto­
dicho el empleado ... Nuestro empleado. rio galante. Inútil intento. Fue de nuevo el desprecio de
Romero y Flores negó con la cabeza como soñan­ las malditas espaldas. El desprecio... ¡A él! Recordó que
do. Manchas borrosas danzaban frente a sus ojos. Se sen­ era el señor fiscalizador, y, como quien prepara su arma
tía herido, débil, pequeño. de lucha, sacó unos papeles del bolsillo -el resumen de
-Venga... Venga al salón. Está todo lo mejorcito los saldos de la cuenta del candidato a la presidencia de la
de nuestra ciudad -invitó con gracia postiza la mujer de República-. Apuntó con ellos y alcanzó a murmurar con
caballo de ajedrez guiando al joven que se movía como voz ajena:
autómata. -Soy el fiscalizador.
La confianza que halló Luis Alfonso al mezclarse Los invitados de doña Francisca, con gran pruden­
con lo «mejorcito» de la ciudad -humo de tabaco ex­ cia, ahogaron aquella declaración elevando el tono de la

tranjero, luces directas e indirectas, reverencias de triple voz, de la alegría. Ante el fracaso, en un arranque de he­

fondo, feria de caballeros pulidos por alguna estafa se­ roísmo para salir del anónimo, Romero y Flores se entie­

creta, damas en forro de seda y joyas, sotanudos de ribe­ só en actitud de desafío:

tes morados, espadones de almanaque-, se evaporó en -Soy el fiscalizador.

cuanto doña Francisca, escurridiza y amable, después de -¿Eh? -clamó en coro la honrada y distinguida

decirle que podía disfrutar como un invitado más, le concurrencia con ese automatismo violento de volver la
abandonó en un rincón a merced de su suerte. De inme­ cabeza para castigar al atrevido.
diato, como si todos estuvieran de acuerdo en un raro - j Soy el fiscalizador! -chilló sin amparo Luis
juego, dieron al intruso sin disimulo las espaldas. Pero él Alfonso en el cerco de un enjambre de ojos encendidos
-enfermizo deseo de ser alguien- avanzó entre la con­ por múltiples reproches: «¡Está borracho!», «¿Quién es
currencia tragando maldiciones. Quiso sonreír. Trató de para gritar así en un salón?». «¡Cholantajo!». «¡Atrevi­
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do!» «¿Por qué no le echan a patadas?». «¿Fiscalizar? ¿A «¡Arrarrayl! ¡Arrarray, carajoJ Mama... Mamitica
quién, cómo, por qué?». «¡Somos los amos!». «¡Dudar de mía... », ardió sin voz la queja en el corazón del mozo.
nosotros es dudar de Dios, .de la Patria, de todo... j Una -Pobre Miguel. Las gentes que levantaron el ca­
propina para que se calle!». dáver referían que en vez de camisa llevaba el pobre pe­
-¡Soy el fiscalizador! chera amarrada con piolines. Era una figura muy conoci­
Conciliadora surgió de pronto doña Francisca. Ha­ da por todos. Le llamaban Majestad y Pobreza.
bía algo de venenoso y escalofriante en su sonrisa de ca­ -¡Ah! jClaro! ÉL. --comentó el coro destapando
ballo de ajedrez. su asombro. Y, al embrujo del recuerdo, surgió en la
-Es verdad -anunció en alta voz. imaginación de la honorable y distinguida concurrencia la
-¡Oh! figura típica del viejo altanero y miserable con su anacró­
-Olvidé presentarle a ustedes. El caballero es hijo nica chistera, con su levita verdosa, con su elegancia zur­
de Miguel Romero y Flores. cida en los hombros, en las rodillas, en los codos, en los
-¿Romero y Flores? zapatos, con su andar enyesado en prosas marciales, con
-Pobre Miguel. La bebida, las deudas, la pereza y su piel apergaminada de árbol centenario, con su bigote
una serie de complicaciones con mujeres se unieron para de puntas hacia arriba, con su nariz ganchuda, con su en­
arruinarle. Le encontraron muerto... Muerto en un zaguán trecejo adusto para subrayar el fulgurante desprecio de
del barrio del Aguarico l. Completamente alcoholizado. sus ojos color de tabaco.
«Un caballero de la aventura, de la conquista, de la -Contaba mi abuelo que aquello de Majestad y
encomienda, de la nobleza, del orgullo, de la cruz, de la Pobreza era tradicional.
espada de ... », se dijo el chulla en impulso de súplica para -¿Tradicional?
esconder el rubor de su desamparo -fruto de amor ile­ -Parece que en la Colonia a un noble español ve­
gal, mezcla con sangre india-o y miró como un idiota a nido a menos le llamaban de la misma manera. Un hom­
las gentes que le observaban. brecito que, a pesar de su ropa en harapos y su estómago
Los amigos le perdonamos todas sus flaquezas, vacío, usaba reverencias de caballero de capa y espada,
menos la última. liturgia de palacio, pañuelo de batista.
-¿Cuál? El coro que rodeaba al mozo se agitó entonces en
-El concubinato público con una chola. Con una oleaje de crueles comentarios:
india del servicio doméstico. ¿No es así, joven? -inte­ -Fantasmal la sabandija.
rrogó la informante con ironía de bofetada en el rostro. -Figura barroca de muro de iglesia.
-Ridículo.

I El barrio del Aguarico es un barrio popular al sur de la ciudad de


Quito, habitado principalmente por trabajadores y población de esca­ I jArrarrayh exclamación común en la Sierra del Ecuador para ex­
sos recursos económicos. presar sensación de calor y quemazón.

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-A veces. disfraz de lo altivo, lo aventurero, lo inteligente, lo pom­
-Pero... poso, lo fanático, lo cruel de su padre -señor en desgra­
-Catafalco entre lluvias de páramo y soles de ma­ cia-. «¿Por qué estuve cobarde? ¿Por qué no se me ocu­
nigua. rrió una mentira, un chiste? ¿Por qué carajo me abrieron
-Sin embargo hay en él algo que está en todos. el pecho para mirarme adentro? ¿Por qué se me amorti­
-En todos nosotros. guó la lengua? ¿Por que? ¿Por qué el cerebro se sintió
-Que es nuestro. vacío? ¿Por qué las piernas ... ? ¿Por qué?», se dijo el mo­
-¡Nuestro! zo reprochándose con odio.
-En cuanto a la madre del ilustre fiscalizador. «i Por tu madre! Ella es la causa de tu viscoso
Mama Domitila como le llamaba la gente -afirmó doña acholamiento de siempre... De tu mirar estúpido ... De tus
Francisca dominando la bulla de sus amigos que crecía labios temblorosos cuando gentes como yo hurgan en tu
por momentos. pasado... De tus manos de gañán... De tus pómulos sa­
El chulla no pudo más, levantó la cabeza para huir, lientes ... De tu culo verde.} No podrás nunca ser un ca­
para expresar todo el asco y toda la cólera del mundo. ballero», fue la respuesta de Majestad y Pobreza.
Nada consiguió. tlábm-"Olvidado sus extraordinarias, su «Porque viste en ellos la furia y la mala entraña de
gracia, su dignidad. Se sentía desnudo, desollado. En lo taita Miguel. De taita Miguel cuando me hacía llorar co­
vivo de la carne, de los nervios, de los huesos le quemaba mo si fuera perro manavali... 2 Porque vos también, pájaro
el ascua de las miradas burlonas de la honorable y distin- . tierno, ratoncito perseguido, me desprecias ... Mi guagua
guida concurrencia. Se encogió como un alacrán rodeado lindo con algo de diablo blanco», surgió el grito sordo de
de candelas. Pero no tenía veneno para inyectarse, para mama Domitila.
morir. Al despedirse para emprender la fuga le salvó una Aquel diálogo que lo acompañaba desde niño irre­
mueca tímida que pedía disculpas y proponía olvido. conciliable, paradójico -presencia clara, definida, pe­
En la calle, indiferente al viento paramero y a la renne de voces e impulsos-, que le hundía en la deses­
llovizna de un anochecer de calofrío y bruma, envuelto peración y en la soledad del proscrito de dos razas
en el chuchaqui del desprecio de quienes más admiraba, inconformes, de un hogar ilegal, de un pueblo que venera
Luis Alfonso se sintió desgarrado, exhibiendo sin pudor lo que odia y esconde lo que ama, arrastró al chulla por la
sus sombras tutelares, fétidas, deformes. Sobre todo la de fantasía sedante de la venganza. Aplastar en cualquier
mama Domitila. j Nooo! No podía con ella. La otra, a pe­ forma y de cualquier manera a la vieja cara de caballo de
sar de su pobreza, era noble. Es que ... Recordó con amar­ ajedrez, al candidato a la presidencia de la República, al
gura que ante el cinismo de la vieja cara de caballo de
ajedrez le fue imposible su juego predilecto. No le dejó,
I Se alude a la famosa mancha mong6lica que tienen los indios en la
no le dejaron, como de costumbre, ocultar lo rencoroso, espalda.
lo turbio, lo sentimental, lo fatalista, lo quieto, lo humilde 2 perro manavali: expresión híbrida. Manavali significa «sin valOf», r­
de su madre -india del servicio doméstico-, bajo el «despreciable» .

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coro burlón y onuripotente de lo «mejorcito» de la ciu­
dad. Concibió entonces -sin medir la falta de posibili­
dades- una peligrosa guerra. Denunciaría a los cuatro
vientos los errores. las estafas. los fraudes. Estaba armado
de transferencias falsificadas, de comprobantes en descu­
bierto. Pero... ¿Dónde? ¿A quién? ¿Cómo? Miró en su
torno. Un muchacho flaco, descalzo, golpeaba con sus
manos pequeñas en una puerta tachonada de clavos y al­
dabas. «Donde sea y a quien sea», se dijo el mozo --es­
quivando hábilmente la intervención de sus sombras­ 2
con el mismo coraje que en el colegio pudo castigar al
compañero --cucaracha envanecida del cholerío adinera­
do-- que se atrevió a llamarle: «Hijo de perra güiña­ Mucho antes de tropezar con el chulla Romero y
chishca». Es curioso, desde esa vez --o quizás desde mu­ Flores, Rosario Santacruz -huérfana de un capitán en
cho antes-, más le dolía y le avergonzaba 10 de güi­ retiro al cual le mataron de un balazo en una disputa de
ñachishca que 10 de perra. militares borrachos- creía en la gracia y en la atracción
y sin pensar en-lo que siempre hablaron con los de su cuerpo para salvar el porvenir y asegurar el futuro.
compañeros de la oficina -la rebusca, la venta, la com­ Confiaba asimismo que sus piernas ágiles -delgadas en
plicidad-, Romero y Flores creyó ingenuamente que los tobillos, suaves a la caricia en las rodillas, apetitosas
podría acabar con los pícaros y rateros. Una inquietud en los muslos-, que sus senos rebeldes, que sus labios
angustiosa -.lastre de sus truhanerías- se filtró por bre­ sensuales, .que su vientre apretado, que sus rizos negros
ves momentos en su cólera enervante. Mas ... Las extraor­ -milagro de trapos y rizadores-, le garantizarían un
dinarias ... El recuerdo de sus mejores aventuras ... Respiró buen matrimonio. Aturdida por esa creencia que a veces
COR amenaza de perro gruñon. Levantó la cabeza. Ante la le deleitaba con inexplicable rubor en la sangre y a veces
penumbra, el viento, la llovizna, murmuró a media voz le hacía sufrir, se dejó arrastrar por las ofertas del más
pensando en Rosario: mentiroso y zalamero. Fue Reinaldo Monteverde, peque­
-Lucharé, carajo. Conmigo se han puesto. ño comerciante, quien con proyectos millonarios y con
deslumbrante programa de ceremonia nupcial -invita­
ciones en pergamino, iglesia de moda, champaña, padri­
nos de copete, fotografías en los periódicos, luna de miel
a las orillas del mar-, convenció a la muchacha. Pero
nada hubo, para ser justo, de tanta maravilla.
Lo peor no fue eso en realidad. Lo peor fue que el
galán se portó brutal e insaciable en la unión amorosa.
-88­ -89­
Sola, ajena al vértigo de bufidos y espasmos del macho, -Es que yo.

ella se sintió atropellada, víctima de un juego estúpido, de -¿Tú? ¿Qué?

un grito que le golpeaba en las sienes, en la garganta, en -Nada -murmuró el hombre completamente

los puños: «iNooo! No quiero. No soy... No soy un ani­ atontado, vaCÍo. No hallaba una razón para justificar se­
mal de carga, ¡ayayay! No, mamitica... Me aplasta. Me mejante actitud. No sabía qué decir. Era tan duro para él.
asfixia, ¡Arrarray! Me... Dios mío ... Sus manos, su boca, Le amaba a su modo. De pronto, con ingenuo y sádico
su piel, su cuerpo, asquerosos, ¡atatay! Todooo ... ». despertar, concluyó:
y vencida en su primera batalla de mujer, acurru­ -Estamos unidos ante Dios y ante la ley.

cada al borde del lecho, la novia -los ojos cerrados, las -¡No me importa!

manos crispadas sobre la pesadilla del sexo envilecido­ -¿Ni eso? -chilló Monteverde en tono altanero

pensó en huir. ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿A casa de como para desbaratar la ine:¡¡.pugnable testarudez de la
la madre?¡lmposible! Tuvo miedo que su actitud y su mujer.
decisión no fueran dignas de la simpatía honorable de las -Sí. ¡No me importa!
gentes. -Eres una corrompida.
Después de una serie de inmotivados resentimientos -Corrompida. No...
e inútiles discusiones, estalló el melodrama en el hogar de -Te-han corrompido ~rectificó el pequeño co­
los Monteverde. Sin motivo de peso que justifique la vio­ merciante con temor de haber llegado demasiado lejos.
lencia, Rosario destapó su odio ante las narices del marido: -¿Quién? ¿Quién me ha corrompido?
-No te quiero. No te he querido nunca. Tampoco -No sé.
puedo engañarte como hacen las otras. -¡Tú!
-¿Cómo te atreves? -Todos... ¡Todos!
-Me parece tan cruel. Tan estúpido. -¡Basta! 1­

-Eres mi esposa, mi mujer. -Te han corrompido. ¡Te han corrompido!


-No supiste hacerme tu mujer... Desde la primera A los pocos minutos -después de que él desapa­
noche ... reció acholadísimo dando un portazo-, Rosario, ator­
-¡Oh! ¿Qué es 10 oigo, Dios mío? -exclamó el mentada por la duda de ser o no ser 10 que el hombre ha­
hombre. No podía creer. No podía tolerar que se ponga bía afirmado de ella. sin encontrar en sí la fuerza para
en duda sus capacidades de varón. seguir soportando lo que hasta esa noche -inmóvil, con
-Debemos separarnos. la baba del asco en los labios, con la amargura de la sor­
-¿Separamos? presa en los ojos-, resolvió volver donde su madre. Pero
-Te ruego. No veo otro canino. en realidad su madre -Doña Victoria a quien amaba a la
-¿Qué diría la gente? medida de una burla sin control por aquello de rancio y
-La gente. Siempre la gente. Puede decir lo que le campesino que distinguía a la señora- constituía una ho­ !­
dé la gana. rrible amenaza: la soledad, la mujer separada del marido,
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la chullita de farra, la agonía de las horas precarias y sór­ dar medio mundo. Pero gringos no hay siempre... Ade­
didas en dos cuartos -bodega de muebles viejos, melo­ más yO... Yo no puedo, me faltan las fuerzas ... El monte­
sos recuerdos- y una cocina renegrida. «Algo ... Algo pío no me alcanza para nada.
pasará... Algo debe pasar», insinuó entonces el despecho A pesar del obstáculo económico y de los escrú­
de la joven. Algo que en realidad ella no podía distinguir pulos morales de la viuda de Santacruz, Rosario abando­
entre la bruma de su esperanza, pero que sin embargo nó al marido. Los recados, las cartas, las súplicas, los es­
alimentaba su ansia de fuga. cándalos nocturnos desde la calle ~on o sin orquesta,
Cuando la viuda de Santacruz se enteró de los in­ borracho o en juici~, de nada sirvieron al hombre. Una
sultos de Monteverde a su hija no pudo dominar su in­ especie de temor y de odio había madurado en el alma de
dignación. Con el mismo gesto y con el mismo tono que ella alejando todo proyecto de reconciliación, toda espe­
usaba al regatear los centavos a los cholas del mercado, ranza de sacrificio, toda posibilidad de amorosa vuelta.
afmnó: Como madre y como mujer, doña Victoria era la
-Mi guagua, ¡Guagüitica! El bandido, el crimi­ única que intuía la tragedia sexual de su hija -angustia
nal... ¿No entederá, pes? para sí, vergüenza para los demás- y buscaba disiparla
-No... No ... en cualquier forma -visitas a viejas amistades, recorri­
-Torpe. dos cotidianos por iglesias y conventos, paracaidismo en
-No puedo más. matrimonios, en onomásticos, en bautizos, en velorios.
-Matándote con cuchillo de palo. Nunca fue timbre de orgullo para la familia Santa­
-Sí... Sí... cruz la amistad con doña Camila. Las ideas un poco libe­
-¡Que no me busque el bandido! Yo como buena, rales de aquella señora -herencia alfarista del difunto
buena, buena. Como mala, mala. marido, teniente coronel Luis Rarnfrez-, la soltería no
Pero al hablar Rosario de la única posibilidad para muy santa de las tres hijas, las continuas farras ~anela­
zos al por mayor, relaciones de medio pelo, confianzas
resolver su caso -el divorci~, el espíritu católico de
libidinosas, baile hasta el amanecer- disgustaron siem­
doña Victoria se destapó en consejos y lamentos:
pre a doña Victoria. Pero dadas las circunstancias por las
-No, hijita. Eso no. Tienes que pensar dos veces
que atravesaba Rosario hubiera sido tonto e· inoportuno
antes de decidirte. Una mujer, que ha roto los lazos de la
exigir mucho. Aquella noche, la viuda de Santacruz y la
Santa Madré Iglesia, que es joven, que es buenamoza,
divorciada a medias de Monteverde -por esos días cur­
que no tiene los recursos suficientes para vivir, que.. ¡Je­
saba con éxito la demanda- cayeron a la fiesta del ono­
sús! ¡No quiero ni imaginarme! Claro que hay algunas
mástico de Raquel, la hija mayor de doña Camila.
carishinas 1 que consiguen marido gringo después de ro­
Hacia el final del barrio del Cebollar, en una casa
de propiedad de la curia, que todos la creían del beato se­
1 carishina: del quichua cari (varón, macho). Se dice de la mujer poco
hábil en las tareas domésticas. También, como en el presente texto, sentón que la administraba con lamentaciones y exigen­
de la coqueta y liviana. cias de usurero ~omedia de sacristía para silenciar la

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lengua viperina de los herejes-, la viuda de Ramírez la fiesta, respiró profundamente, se ajustó el nudo de la
arrendaba el ala izquierda del piso alto: un saloncito con corbata, se quitó el sombrero, se alisó los cabellos sobre
ventanas a la calle, dos dormitorios con puertas al corre­ la una oreja, sobre la otra, alzó los hombros forrando la
dor abierto al patio, una cocina de peligrosa arquitectura espalda en la chaqueta, y, con automatismo de actor có­
y un gabinete -atrevida garita sobre los tejados. mico al salir a escena, dejó a flote una máscara de ama­
Cuatro cuadras más arriba de aquella casa, trepan­ bilidades y sonrisas. La burla de la suerte quiso que en
do un poco por las faldas de la montaña tutelar de la ciu­ ese instante callara la música y cesara el baile. Todos, en
dad, desde el escándalo de una puerta de negro bostezo jauría de gestos sorpresivos, de coro impertinente, le inte­
olor a burdel y cantina, surgió intempestivamente el chu­ rrogaron sin pudor con la mirada: «¿Quién es usted?»
lla Romero y Flores. En la primera esquina, a la luz de un «¿Qué quiere?» «¿De dónde viene?» «¿Es acaso primo
bombillo de pocas bujías que tiritaba al capricho del de las guaguas?» «¿A quién busca?» «¿Qué pretende?»
viento del páramo próximo, se arregló el vestido: la cor­ «¿Qué dice?» «¿Es alguna amistad secreta de la Camili­
bata deshecha, los botones desabrochados, el sombrero ta?» «¡Dios me ampare!» «Las tontas de las hijas son ...»
mal puesto, las solapas sucias de polvo, los pantalones «Caballero parece ...» «Bueno está para novio de la me­
semicaídos. Luego pensó con amargo desprecio en la nor» «Bueno está para marido de la intermedia» «Bueno
«Bellahilacha» que acababa de echarle a empellones de está para amante de la mayor».
su negocio. Nunca antes ... Cosas de la vida... Todo por un Al sentirse observado y leer en los ojos de la con­
latifundista con buenos rollos de billetes. currencia aquel repertorio de indiscretos comentarios, el
-Carajo·-murmuró a media voz y avanzó por la mozo hizo una pausa, arrugó el entrecejo e inclinó unos
vereda ~alle abajo- usando la desafiante distinción en grados la cabeza sobre el hombro como si él fuera en
el andar que heredó de Majestad y Pobreza. Así por 10 realidad el sorprendido. La viuda de Ramírez que en ese
menos creía defenderse de la inclemencia del tiempo, del momento se hallaba junto a la vitrola cambiando el disco,
pulso roedor de mama Domitila, del hambre. Sí. A veces, dejó todo y se acercó al desconocido subrayando su anfi­
como en aquella ocasión... Felizmente a los pocos minu­ trionismo con paso y mirada al parecer indomables.
tos tropezó con el escándalo de la alegría -música cam­ -iSOY Luis Alfonso Romero y Flores! ¿No re­
pesina cual lamento del indio en velorio, gritos histéricos cuerda usted de mí, señora? --exclamó el intruso ade­
de rumbosidad chola- que se desbordaba por los balco­ lantándose a la posible interrogación. Sabía del efecto
nes del saloncito de la familia Ramírez. extraordinario de su apellido de estirpe gamonal -poder
«¡ Una farra! Comida, bebida, guambritas», se dijo de conquistadores, crueldad de encomenderos, magia de
el chulla olfateando hacia 10 alto. El paso estaba franco. frailes, brillo de militares, ratería de burócratas- ante
Nadie podía impedirle... Cruzó la puerta de la calle. Tre­ aquellas gentes afanosas por ocultar su pecado original.
pó por la escalera. Se deslizó por el corredor. Como buen En rápida pausa todos saborearon, con orgullo la
especialista del oportunismo -hábil manejo de estampa alcurnia y los blasones que creían hallar ingenuamente ~

y apellido-, al llegar al umbral del cuarto donde hervía tras aquel hombre. Cada cual a su entender y manera:
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«¡Para mi guagua, el mocito!». «Claro... Claro se ve la creyó entonces oportuno y aristocrático brindar un «vi­
nobleza». «Mi guagua es doncella». «Chulla parece... Pe­ nito hervido». Su Cristo de plata -recuerdo y herencia
ro chulla decente que no ,es lo mismo». «Amigo para de la familia-le sirvió, como de costumbre, para sacarle
cualquier apuro». «Sangre de Romero y Flores... Romero del apuro. Al entregar la joya a la chola cocinera -follo­
de olor... Flo~s de olor... Ji. .. Ji. .. Ji. .. ». <<Para mis bra­ nes de bayeta, pañolón a los hombros, trenzas amarradas
zos, para mis labios, para mis pezones, para mis piernas. con pabilo, hediondez de refrito de cebolla-, le dijo en
¡Jesús! Me siento carishina». «Se me hace agua la boca. voz baja: r
i

¿La boca no más?» «Regio sería tener nietitos Romero y -Con su cuidado; cholitica. Es bendito.
Flores». «Cuarenta y cinco años. Pero tengo la plata del -Acaso es la primera vez que le llevo.
negocio de la tienda». «Que le chumen, que le pongan -Dile al cholo Teodoro de la esquina. Ojalá esté
alegre, a ver si...». despierto. Que haga el favor de mandarme cuatro botellas
Al saborear aquel apellido los invitados crearon de vino. De ese bueno de consagrar que él mismo sabe.
una orden impalpable, un ambiente de pulcritud y de ha­ -¿Cuatro? ¿Dará cuatro, pes?
lago que transformó las prosas de doña Camila en mueca -Que el sábado de la quincena le he de pagar con
de humilde respeto: intereses. Corre no más.
-Sí... Sí. .. Después del «vinito hervido», y después de com­
-En honor del... De la... -continuó el mozo sin probar con pena que no había ningún interés por parte de
saber, a ciencia cierta lo que celebraban. Romero y Flores para Raquel -a pesar de las oportuni­
-¡De la santita! -chilló la viuda de Ramírez re­ dades e insinuaciones-, doña Camila, botella y copa en
cuperando su autoridad. mano, víctima de generosa borrachera, se dedicó a repar­
-Eso. En honor de la santita he contratado una tir aguardiante, murmurando ante cada invitado:
orquesta que llegará dentro de pocos minutos. -Guachito. Tome no más. Sin hacer caras. Sin es­
- j Una orquesta! -corearon todos a pesar de que cupir. Sin dejar las sobras de los secretos.
la mayoría sospechaba la farsa La fiesta entre tanto se había caldeado en epilepsia
-Es una pequeñez. de chistes verdes, de zapateados f01klóricos, de murmullo
--Siéntese. Deme el sombrerito -murmuró doña hecho de cien retazos de risas histéricas.
Camila pensando con deleite y gratitud de madre viuda: - j Sueltos ... Sueltos ... !
«:Mi Raquelita. Dios haría el milagro. Matrimonio y -Con quitadas.
mortaja del cielo baja. Después del escándalo... Después -Al que no alienta, copa.
del bandido ... Después del guagua que ... Dios nos ampare -Guambrita linda. Dale que dale, dale no más. Lo
de los chismes ... » que es conmigo ya no verás.
Al fmal nadie se acordó de la oferta del mozo. ¿Pa­ -¿Dónde se consiguió el versito? Tiempo Alfaro
ra qué? Era mejor divertirse y gozar con sus cuentos, con parece...
sus historias de amor, con sus galanterías. Doña Camila - j Viva la santa! i Viva la dueña del cuarto!

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-jVivaaa! Cosa curiosa, ambos sintieron miedo de hablar.
-Cuando están chumados parecen indios. Como si cada palabra fuera a perder su significado. A ella
-Indios mismo. tainbién -no obstante la profunda herida que le dejó su
-¡Sueltos... Sueltos... ! fracaso sexual-le atraía Romero y Flores.
Desde el primer momento el chulla Romero y Flo­ Las exigencias, las bromas, el licor, aliados incon­
res se dejó arrastrar por el hechizo -triste y apetitoso a dicionales del galán, acabaron con los escrúpulos feme­
la vez- de las formas cimbreantes, de la boca sensual, ninos. Al amanecer -tierna la fatiga de las gentes, débil
de los pómulos pronunciados, de Rosario Santacruz. Qui­ la luz de la aurora-, Rosario experimentó un sentimiento
zá no era una hembra de belleza aristocrática -eso que de agradable excitación -aliento diabólico al oído, cari­
el cholerío llama aristocracia de ojos claros, de pelos ru­ cia de obstinado ardor sobre los pezones, sobre el vientre,
bios, de labios finos-, pero había en ella algo de atracti­ sobre las piernas-o De pronto se dijo mientras bailaba en
vo y familiar, algo que evocaba en el mozo -burla in­ brazos de chulla: «:Me miran con odio ... Con rencor... Me
consciente- actitudes y rasgos de mama Domitila. creen una corrompida. Corrompidaaa...» Abrió los ojos
. Envuelto en la certidumbre y en la audacia de ha­ cuanto pudo, cuanto le permitieron sus párpados indo­
llarse frente a uno de tantos amoríos, sin pensar en el po­ lentes. En la mímica y en el cuchicheo de las viejas que
sible peligro para su porvenir -matrimonio que le ga­ hablaban con su madre, en la ebria generosidad de doña
rantice fortuna y nobleza-, el chulla se acercó a la hija Camila al repartir el aguardiente, en la gracia burlona de
de doña Victoria, le tomó de la mano y le obligó a bailar. las parejas que danzaban en su torno, creyó sorprender el
Al insinuarse con el abrazo atrevido y pegajoso que tan mismo reproche de su corazón: «Corrompidaaa... Te han
buenos resultados le dio siempre en sus conquistas, sintió corrompido, te han corrompido...» Llena de angustia, mi­
que ella experimentaba una especie de asco. rando sin mirar como a través de una niebla de humo de
-No soy lo que usted se imagina -protestó a tabaco, de sudores humanos, de espuma de cerveza, vivió
media voz la joven. en un segundo el horror de morir acribillada por estúpi­
-¿Qué es 10 que usted cree que yo me imagino? dos fantasmas. Violentamente, librándose del mozo, huyó
-¿Algo bueno? de todo aquello: música, risas, aire de chisme, olores a
-No sé. calumnia. Huyó por el corredor hasta la cocina, donde la
-¿Algo malo? chola cocinera cabeceaba de pie junto al fogón. Desper­
-No sé. tándose, murmuró:
-¿Entonces? -Ave María. Casi me asustó, pes. Y o creí que era
-No sé. la niña Camilita.
-¡Ah! Comprendo. -Soy yo -respondió Rosario sin hallar el pre­
-¿Qué comprende? texto que justifique su presencia y la presencia del chulla,
-Nada... Que sí. el cual -fantasma centinela-- le había seguido y espera­
-¿Que sí? ba a la puerta de la cocina con inquietud de perro en celo.
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-Sí, pes. Ya veo -alcanzó a gruñir la chola al -Entiéndame, por Dios.
hundirse de nuevo en sus pesadas reverencias. -¡Oh!
-¿Por qué, me huye? ¿Por qué? -interrogó el Sin aliento para razonar con claridad, mirando ha­
mozo acercándose con paso felino a Rosario. cia afuera en busca de un refugio, de un pretexto para
-Me ahogaba. calmar esa imprudente rebeldía de la carne que a veces
-Nos ahógabamos. nos enciende y enloquece, ella prefirió hacer una pausa,
-¿Usted también? hundirse en el misterio del paisaje de la ciudad ~asas
-Necesito decirle tantas cosas a solas. trepando a los cerros, bajando a las quebradas- que des­
-¿A solas? -advirtió ella recordando lo engaño­ pertaba a la caricia de la luz difusa del amanecer -cielo
so de Monteverde antes de la noche de bodas. frágil de cristal en azul y rosa tras la silueta negra de la
cordillera-, y surgía de las tinieblas y del sueño en con­
-Sí.
-Imposible. ¡Váyase! -ordenó la joven en reac­ tornos y ruidos lejanos, próximos, caprichosos. Mezcla
ción de fuga. Y por una pequeña escalera que se abría en chola -como sus habitantes- de cúpulas y tejas, de
la pared del fondo, trepó al gabinete del tercer piso, don­ humo de fábrica y viento de páramo, de olor a huasipun­
de muchas veces, antes de casarse estuvo con las hijas de go y misa de alba, de arquitectura de choza y campanario,
de grito de arriero y alarido de ferrocarril, de bisbiseo de
doña Camila.
«¡Cuidado! Es una hembra sin dote. Es una de tan­ beatas y carajos de latifun4ísta, de chaquiñanes lodosos y
tas chullitas que... Tu porvenir... Tu porvenir de gran se­ veredas con cemento, de callejuelas antiguas --donde las
ñor», anunció la voz de Majestad y Pobreza tratando de piedras, las rejas, las espadañas coloniales han detenido
frenar el impulso apasionado, ciego, del mozo. el tiempo en plena aldea- plazas y avenidas de amplitud
-¡Por Dios! No suba. y asfalto ciudadanos.
-Sí. Algo... -insistió él tratando de acercarse a
-Es que ...
-Hay una tabla rota. ella, a ella que apoyaba con languidez fingida su cuerpo
en el marco de la ventana, a ella que al intuir la intención
-¿Dónde?
-En el tercer escalón.
del mozo se dijo con vehemencia contradictoria: «Que se
acerque pronto ... Que me estruje en un abrazo ... Que hu­
-Gracias.

-La gente ... Usted no debía... -reprochó Rosario


ya... Que desaparezca ... Que... »;
asomándose a una gran ventana -sin puertas ni vi­ Pero él había llegado hasta las espaldas, hasta el
drios- que daba a los tejados de la vecindad. oído, para afirmar con voz cálida, acariciadora:
-Algo superio!...!IDÍ,. algo que me recuerda no sé -Hennoso, ¿verdad?
a quién o a qué, me arrastra hacia usted ~jo el chulla -¡Váyase! -suplicó la joven.
con sinceridad extraña. Y en tono de disculpa, tratando de -¿Cómo? ¿Ahora que podemos hablar sin testigos?
responder al mismo tiempo a las íntimas advertencias de -¡Váyase! Notarán nuestra falta.
la sombra de su padre, concluyó: -Están borrachos.
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-Estamos. -¡Basta!
-Yo, sí. Por usted -afmnó Romero y Flores Lo imprevisto -lógica de escenas sin remedio­
apoderándose de las manos de la mujer. llegó en socorro de la joven:
-Quieto. -Rosaritooo. ¿Dónde te has metido, hijitaaa?
-Me gustaría estar así siempre. -Es mamá -murmuró ella al oído del mozo,
-¿Siempre? -interrogó Rosario oponiendo tem­ mientras ambos se cubrían con una pausa de cobarde
blorosa resistencia al contacto perturbador. asombro y complicidad.
-Sí. -Rosaritooo.
-Usted quizá no conoce el efecto torturante de los -¿Qué? ¿Qué quiere? -respondió interrogando
chismes, de los cuentos, de las mentiras a mi marido. en alta voz la hija de doña Victoria.
-¿Casada? -dijo el chulla con voz que delataba -¿Dónde estás, pes?
su alegría: «Ningún peligro para mi porvenir... Ninguna -Ya bajo. No grite.
responsabilidad ... Ningún gasto ... Unos meses, unos días, -La Camilita ha preparado caldo de patas para el
unas horas ... » chuchaqui l.
-Nos separamos hace mucho. -¿Eh?
-Yo creí... -¿No me oyes? Tenemos que ir a misa.
-Creyó mal... -Ya... Ya...
Sin saber cómo llegó el beso embriagador, largo. Entre tanto Luis Alfonso se había escondido en la
Pero a ella, contrariando a su sangre encendida de deseo, ventana. Le era difícil calmar en los músculos ese tem­
le pareció baboso, asfIXiante, cruel. blor hormigueante que deja el deseo roto, la lujuria es­
-¡Suélteme! -gritó. trangulada. Como a través de un pergamino de resonan­
-Es que... cias nuevas le llegó el ruido de los pasos de Rosario al
-¡Suélteme! -insistió Rosario luchando por de­ bajar las escaleras, las voces de doña Victoria, el murmu­
fenderse y caer a la vez en la desesperación jadeante del llo de la disputa femenina al alejarse por el corredor. Pa­
macho. sándose la mano por la cara y entornando los ojos, se in­
-Le quiero ... terrogó: «¿A quién teme? ¿Qué le asusta? Algún día cae­
-Ayayay. rá... Me desea, sé que me desea... Al besarle se estreme­
_.Amor.
cía... Es ... »
_Atatayl.
La fiesta terminó a las seis y media de la mañana.
-Espere... Espere ...
Doña Camila obsequiosa, diligente y con buena dosis de

I Entre otros elementos del habla popular serrana, Icaza recoge en sus Costumbre ecuatoriana: para aliviar la resaca de la borrachera se
obras estas exclamaciones: arrarray (ya explicada en nota anterior), prepara el caldo de patas, uno de cuyos ingredientes principales, que
ayayay, eclamaci6n de dolor; atalay, exclamaci6n de asco. da eI.nombre a este plato, son las extremidades del cerdo.

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alcohol como para confundirlo todo, atendía a sus invita­ rrios apartados, por las faldas de los cerros, por los pe­
dos en el cuarto de los sombreros, paraguas y abrigos. queños bosques cercanos a la ciudad. Pero el atrevi­
Cuando llegó Luis Alfonso, a la vieja le pareció oportuno miento y los recursos del galán se estrellaron una y otra
y aristocrático cobrarse la broma de los músicos abru­ vez en la imprevista repugnancia de los ojos desorbita­
ínando al mozo,con atenciones y galanterías: dos, de las manos crispadas, de los gritos y de las lágri­
-Venga cuando se le ofrezca. Tan inteligente que mas de Rosario.
ha sido ... Tan simpático... Tan generoso ... -¿Por qué? No entiendo. Somos jóvenes. La vida
-Gracias. manda -chilló el mozo temblando de indignación una
-¿De qué, pes 1? tarde que había preparado con sus mejores recursos el
-De todo, señora. Una fiesta inolvidable, exquisi­ asalto amoroso.
ta. Algo digno de su alcurnia. -Me parece tan pobre. Tan ...
-¡Ah... Ah ... ! -alcanzó a murmurar doña Cami­ -¿Tan qué?
la verdaderamente trastornada por la opinión del caba­ -Entre la hierba...
llero. -Siempre la misma cosa.
-Qué finura. Qué cosa distinguida. -Como animales... Como cholos... Como indios ...
-¿Su abriguito ha de querer, no? -se disculpó la mujer con dulzura que pretendía ahogar
-¿Mi abrigo? su rechazo.
-¿Cuál es, pes? «Como cholos... Como indios ... », repitió mental­
-Un... Un medio gris -afumó el chulla dejándo­ mente Luis Alfonso --eco de vergonzoso reproche-- es­
se arrastrar por la generosidad de la vieja. tirándose, cara al cielo, junto a ella. Luego se incorporó a
-¿Estico? medias, se arregló los cabellos como tenía por costumbre
-Sí. El mismo. Gracias. hacerlo cuando trataba de presumir, miró a la muchacha
tendida a la sombra del árbol donde pensó poseeerla, y
rectificó en secreto, de acuerdo con Majestad y Pobreza,
*** sus viejos planes: «Tiene razón... Por las calles misera­
El chulla Romero y flores -hábil señor de la bles, por las quebradas hediondas, por el campo sin pu­
conquista barata- insistió en el asedio a la chullita -ca­ dor, a merced de la impavidez del cielo, de la burla del
lificativo que Majestad y Pobreza usaba para las mujeres viento, de la incomodidad .de la tierra, del encuentro
sin fortuna-o Aquel amor -por lógica de economía y ventajero de algún cazador furtivo ... En el zaguán de su
clandestinidad- maduró por las callejuelas de los ba­ casa. Una sirvienta, una guariéhaI, una longa. Yo no soy

I ¿De qué, pes?: «¿De qué pues?»: el pues, articulado coloquial y I guaricha: se llamaba así a las mujeres que solían seguir a las tropas.
vulgarmente pes, frecuente muletilla al final de las interrogaciones. De ahí derivó el significado a «compañera del soldado».

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un soldado, un pordiosero, un artesano.. ¡Oh! Como prín­ -No creo que se oponga doña Victoria --comentó
cipes, como reyes, como ... Ji... Ji... Ji... Ella también tiene Luis Alfonso con gamonal ironía que disculpaba las va­
su orgullo, su... Y yo ... ¡Carajo!». cilaciones acholadas de la joven.
Con luz que parpadeaba insegura en su fantasía -¿ Oponerse?
-ensueño diabólico en los ojos, intriga superior en los -Se trata de una fiesta de la alta sociedad. Diplo­
labios-, el chulla ordenó: máticos. Generales. Funcionarios. Damas. Caballeros. A
-Vamos. Es tarde. lo mejor asiste el señor Presidente de la República.
-¿Enojado? Con liturgia de sacerdote que explica al hereje los
-¿Porqué? misterios de la fe, Romero y Flores continuó enumerando
Romero y Flores trabajó mucho en su plan. En su las personalidades y los detalles del paraíso del gran mun­
nuevo plan. Y un día, sin demostrar interés, con esa indi­ do.
ferencia elegante que a veces copiaba de las estampas -Comprendo.
antiguas, anunció a Rosario: -¿Qué? ¿Vamos o no vamos?
-No sé si ir al baile del Círculo. -Si pudiera conseguir... -declaró sin control la
-¿Al Gran Baile? muchacha pensando en la joyas, en el traje y en los za­
-Al baile de las Embajadas. patos que le eran necesarios para presentarse como había
-¿De las Embajadas? -insistió ella buscando en soñado desde niña.
los ojos del hombre la verdad. Nunca... Nunca hubiera -¿Conseguir qué?
creído que... Lo más distinguido, lo más noble, lo más -Nada. Yo me entiendo.
aristocrático de la ciudad... -Es que si tú no vas me aburriría mortalmente.
-¿Por qué, no? Tengo la invitación -munnuró -Creo...
el mozo entregando a la incrédula una tarjeta de filo do­ -¿Qué?
rado y escudo en relieve. Era auténtica. La obtuvo en -¿Para cuándo es la fiesta?
virtud de sus conexiones con la burocracia menor de la -El doce. Falta una semana.
Cancillería. -¡Ah! Entonces, si iré.
-En efecto. Es ... Es ... --dijo la muchacha y miró -¿Seguro?
y remiró la misteriosa cartulina. Le inquietaba y sorpren­ -Segurísimo --concluyó Rosario con gratitud
día aquello de «Condecoraciones. Traje de etiqueta».
chispeante en las pupilas.
-No me gusta ir solo.
Dos días antes del baile social, llevando al brazo el
-Pero... Si es necesario.
sobretodo -obsequio de doña Camila- el chulla Rome­
-Podemos ir los dos.
ro y Flores penetró en una casa donde alquilaban disfra­
-¡Los dos! ¿Yo también? -exclamó Rosario po­
ces -ventanas bajas, puerta de calle d~ portón de ha­
niendo una cara de asombro y dicha indescriptibles.
-Naturalmente. cienda, zaguán de niveles sumergidos, patio húmedo !­

-Es que... poblado con tiestos de claveles y geranios-o Golpeó sua­

-106­ -107­
vemente en la primera puerta del descanso de una ancha En un claro de esa selva exótica, el hombre de la
grada de piedra. Un hombre pálido, de arrugas cincuen­ bata de los dragones de oro, interrogó a Romero y Flores
tonas, envuelto en una bata de raso negro adornada con mirándole detenidamente:
dragones de oro, mostró las narices abriendo una discreta -¿En qué puedo servirle?
rendija. Al reconocer al visitante, exclamó lleno de júbi­ -En un asunto que nos conviene a los dos -res­
lo: pondió el mozo acariciando la posible mercadería que lle­
-Venga, mi chulla. ¿Qué milagro, pes? vaba colgada del brazo.
-Por verte, Contreritas. -¿A los dos?
-¿Nada más? -Necesito que me alquile un frac.
- y por saludarle también. -¿Un frac?
-Gracias, cholito. Entre. Siéntese. -Pararnf.
Olía a cuero, a polilla, a trapo viejo. Era una espe­ -¿Para usted?
cie de bodega de la historia del mueble. Desde el primer -Claro.
momento la promiscuidad de estilos y de épocas embria­ -Me parece imposible ver a mi chulla, a nuestro
gaba de mal gusto. Junto a lo esquelético de las silla de chulla con faldones y cuello duro -se lamentó el dueño
Viena, a 10 renegrido de-las bancas y los sillones colo­ de casa poniendo en el gesto y en el tono su habitual me­
niales, se acomodaban las mesas y los armarios de simple losidad femenina.
línea moderna. Junto a los taljeteros de alambre, a las al­ -Las circunstancias. Los compromisos ...
cancías de yeso, a los festones de papel, deslucían los -Qué circunstancias ni qué compromisos. Eso
cristales de finísima talla y los jarrones de porcelana chi­ está bien para algún pendejo con plata que no ha dado to­
na. Junto a los tapices persas -vilmente falsificados-, a davía con el disfraz que le cuadre. Pero para usted ... No.
las oleografías de santos y vírgenes, degeneraban lienzos Perderá el carácter, la gracia, la personalidad.
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de Miguel de Santiago y Samaniego • Por el suelo -hoja­ -Usted... Usted no tiene derecho... -chilló Ro­
rasca y follaje de fosilizada manigua-, alfombras, almo­ mero y Flores poniendo mala cara mientras pensaba: ,<Pue­
hadones, escupideras, pebeteros, macetas con flores artifi­ do vestirme de cualquier cosa, carajo. Soy un caballero.
ciales de toda especie, edad y tamaño. En estrechas hileras ¿Qué es eso de chulla? Maricón».
y altas pirámides -a lo largo y a lo ancho del recinto-, -Perdone. Yo decía...
taburetes, cofres, tronos, bancos egipcios, babilónicos, -Bueno. Vamos al grano. Mire usted este abrigo.
griegos, etruscos, bizantinos, confundiéndose con arcas Es suyo. Una verdadera ganga.
góticas, con cajas y bargueños del Renacimiento, con si­ -¿Ganga? -repitió el hombre de la bata de los
llas; mesas y camas, estilo Luis XIV, XV, XVI. dragones de oro examinando la prenda que había caído en
sus manos sin saber cómo.
I Pintores ecuatorianos de la época colonial. -La calidad del casimir. Última moda. Seis boto­
nes.
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-No está mal. Tengo que indicarles cómo deben sentarse. Siempre es lo
-El forro. mismo: en los banquetes, en los bailes, en los matrimo­
-Dígame una cosa. ¿De dónde sacó usted esto? nios, en la época de congreso.
-De la herencia de mi padre. -¿También?
-¿Tan nuevo de su padre? -dijo socarrón el due­ -También. Venga para que vea cuántas cosas es­
ño de casa comparando mentalmente aquel abrigo con la tán listas en el ropero para la fiesta a donde usted va, chu­
levita y la chistera de Majestad y Pobreza que compró en llita.
otro tiempo para su galería de tipos nacionales. -¿Sí?
-¿Duda usted de mí? A más de la bodega de la historia del mueble,
-¡Dios me libre! Eduardo Contreras -así se llamaba el hombre de la
-¿Entonces? bata de los dragones de oro--,.tenía una magnífica co­
-Preguntaba solamente. lección de trajes. Colección que la inició el bisabuelo de
-Es que... Contreras por los oscuros tiempos de la «vieja chuchu­
-No se caliente, cholito. ¿Y cuánto achaca por es­ meca» y el «machico con piojos». La guardarropía y el
to? negocio en general crecieron al impulso de los afanes
-El alguiler del frac y algo en dinero. domésticos del bisnieto --crochet, costura, labores de
-¿También dinero? mano, remiendo artístico--, y-rla urgencia cotidiana de
-Necesito para el baile. un gamonalismo cholo que creyéndose desnudo de be­
-¿Qué baile? lleza y blasones busca a toda costa cubrirse con postizos
-.• El de las embajadas. y remiendos.
-¿Usted... Usted también? Mareaba un olor a naftalina, a enaguas de vieja, a
-Sí. Yo también. Aquí está la invitación. polvillo de canasta de sastre, en el salón de los disfraces.
Aquella pequeña cartulina -boleto de pase libre a -Aquí hay una fortuna --exclamó Romero y Flo­
la bienaventuranza de las oligarquías- transformó el res abrumado por la cantidad de polleras, blusas, capas,
diálogo. El hombre de la bata de los dragones de oro, pellizas, abrigos, sacos, pantalones, levitas, chales, corpi­
subrayando sus melosidades, aceptó la propuesta del mo­ ños, y cien prendas de diferente tamaño y calidad que
zo. Luego, concluyó: pendían, como fantasmas de trapo, de un escuadrón de
--Creo que no me queda un buen frac para usted. soportes y ganchos.
Le acomodaré como sea. Todos me necesitan en un mo­ -Una fortuna. Cáscaras que va dejando la leyenda
mento dado. A veces llegan del campo oliendo a sudade­ y la historia, cholito... Para cubrir a medias el vacío an­
ro de mula, a chuchaqui de mayordomo, a sangre de in­ gustioso de las gentes que no se hallan en sí.
dio, a boñiga, y quieren que yo ... Tengo que indicarles la -¿A medias?
corbata, los broches, las medias ... Tengo que limpiarles -La mayoría piensa que lo importante es el deta­ r
las uñas, enseñarles a llevar en buena forma los guantes ... lle, el paramento, el símbolo. De los reyes, la corona. De
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las princesas, los copetes y el armiño. De los santos, la
patos de becerro con rechín, de diente de oro -mayor­
aureola. De los héroes, los entorchados, los botones, las
domo, arriero, partidario, escribiente de latifundio-; el
charreteras. De los sabios, de los poetas, de los artistas
indio ciudadano de alpargatas de cabuya, de cotona, de
los laureles, las medallas, los títulos -dijo en tono docto­
pantalones de liencillo, de poncho mugriento, de sombre­
ral el hombre de la bata de los dragones de oro. Y se in­
ro de lana endurecida a golpes -peón del aseo público,
ternó luego por un follaje de pierrots, de colombinas, de
albañil, cargador-; la beata de larga saya, de fúnebre
napoleones, de payasos, de arlequines, de odaliscas, de
manta --chismes enlutados, fanatismo neurálgico, prejui­
nerones, de frailes, de generales, de piratas, de monjas, cios en conserva-; el futre... ­
de...
De pronto, el monólogo del dueño de casa tuvo que
-.¿Y esto? -interrogó Luis Alfonso al llegar a un
suspenderse al notar que el amigo había tropezado con la
rincón donde se exhibían sin orden algunos muñecos lu­
chistera verdosa y la levita raída de Majestad y Pobreza,
ciendo atavíos nacionales. donde él puso, para completar el disfraz, unos zapatos ri­
-Mi obra mayor. Nuestra cáscara típica. Desgra­ dículos, unos pantalones remendados, un cuello de celu­
ciadamente está pasando de moda. Nadie quiere saber na­ loide y un pañuelo sucio.
da con los disfraces de su propia pequeñez. Lástima de
«Es ... Es ... ¡Papá!», trató de gritar Romero y Flores
dinero, ¿verdad? -afrrmó Eduardo Contreras acarician­
arrebatado por una especie de torbellino sentimental que
do a un maniquí vestido con las prendas características de ardía con ternura asfixiante más allá del orgullo.
la chulla quiteña -manta bien prendida enmarcando el
«Padre de nuestros disfraces, de nuestras prosas, de
rostro, ciñendo los senos, pollera forrada a las nalgas, bo­ nuestras pequeñas y grandes mentiras», se dijo Eduardo
ta de cordón.
Contreras con mueca de pena y burla a la vez como si
-En efecto. contestara a la sorpresa angustiosa del chulla, como si.. .
-Lo sencillo de la indumentaria está de acuerdo «¿Nuestro? Mi padre... Miii, carajo ... Cholo mari­
con 10 audaz de las fonnas. Ésta... Ésta era nuestra hem-· cón... », pensó, ceñudo y altanero, con lágrimas en la
bra, .cholito. Usted llegó tarde... Ahora en cambio la po­ garganta, Luis Alfonso. La idea de que él también pudie­
bre trata de confundirse con la niña bien... Con la niña ra dejar a la posteridad análoga cáscara le produjo el pá­
bien que copia los últimos figurines extranjeros. nico del niño perdido en las tinieblas, de la oveja al olor
Contreras siguió hablando en el mismo tono de re­ de la sangre. Pero como el testigo era hombre de humilde
proche y lamentación sobre la indumentaria de los dife­ origen a pesar de su fortuna de trapos hediondos y palos
rentes tipos del país que rodeaban a la figura de la chulla apolillados -cholo medio blanquito que en el secreto de
como en una vitrina de museo: la chola de follones de su alma temía y veneraba con morbosa angustia vicios y
bayetilla, de blusa de raso y encaje, de pabilo en las tren­ virtudes del viejo Romero y Flores-, pudo el mozo do­
zas, de pañolón a cuadros --cocinera, sirvienta, guaricha, minar fácilmente su emoción. Llevó la mano con disi­
vendedora en el mercado--, el cholo campesino de zama­ mulo a la boca para... «Para nada, carajo. Si algo valen
rros lanudos, de poncho fino, de bufanda al cuello, de za­ todas estas gentes es por mi sangre, por lo que yo puse en
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ellos», afIrmó la sombra de Majestad y Pobreza con esa -Muy bonito -murmuró Luis Alfonso por decir
oportunidad que a veces no hallaba oposición íntima -de­ algo amable mientras daba las vueltas al capricho de la
saparecía mama Domitila- y que inyectaba cinismo y técnica del artista.
audacia de <<patrón grande, su mercé» en el chulla. -¿Qué es lo bonito?

-¿Dónde? ¿Dónde está el frac? ¡Mi frac! -inte­ -Los tules de la falda ... También los adornos ...

-¡Ah! Se refIere a mi modelo especial. Es para

rrogó Luis Alfonso con altanería.


-¡Ah! El frac -repitió Contreras retirando apa­ transformar a una chullita en princesa.
-¿Siii?
ratosamente un enorme biombo.
Como una aparición mágica, frente a una esquina -Mi princesa. De rechupete. Me inspiré en una
forrada de espejos, surgieron, erguidos en perchas de revista. Es un retrato de ...
alambre, varios trajes de alquiler para la fIesta aristocráti­ -¿Yen qué se conoce que es una princesa?
-Bueno... Aquí faltan los detalles: la diadema, los
ca.
-¿Tantos? -exclamó el joven. zapatos, el chal, las joyas, el bolso, y ese algo que obliga
-Diez y seis caballeros. Dos reinas. Cuatro estre­ a las gentes a pensar en el personaje que uno quiere que
llas de cine. Una princesa -anunció en tono de subasta piense.
el dueño del negocio mientras revisaba los detalles que él
creía de buen gusto en su obra: condecoraciones, broches, ***
cadenillas, monóculos, hilos de oro, .botones, tules, ribe­
tes, brillos, flores, joyas. Pasadas las diez de la noche, el chulla Romero y
-¿Y el mío? -insistió Romero y Flores. Flores llegó en un automóvil de alquiler a la casa de Ro­
-¿El suyo? Claro. Tiene razón. A usted le dare­ sario Santacruz -unas cuadras más arriba de la esquina
mos un lord inglés. de la Cruz Verde-. Inquieto por la sospecha de que la
-Un lord.
indumentaria de su pareja no pudiera estar a la altura de
-Auténtico, chullita.
las circunstancias, descendió del vehículo doblando y
Con habilidad y limpieza de prestidigitador, el
desdoblando cuidadosamente su alargada e incómoda fI­
hombre de la bata de los dragones de oro sacó de un ar­ gura de lord inglés. Desde la vereda miró y remiró -ex­
mario los trapos necesarios para transformar al cliente. traño bicho de palacio en pantano de arrabal- el viejo
-Éste debe ser su número. balcón de la dama, y lleno de explosiva impaciencia silbó
Mientras soportaba las miradas geométricas y el como un soldado a su guaricha, como un arriero a sus
manoseo de la prueba, Romero y Flores se entretuvo ob­ mulas. El eco --escándalo y reproche-, en la paz de la
servando un disfraz de mujer que tenía a su lado. Era un calle solitaria, le aconsejó esperar. Uno, dos, cinco mi­
vestido blanco lleno de tules en la pollera y flores de ter­ 'nutos. De la penumbra del zaguán surgió- de pronto ella.
ciopelo rojo en el pecho, ~ivinamente armado en un ma­ Vestido blanco de raso, flores de terciopelo rojo en el pe­ ~
niquí sin cabeza. cho, vaporosidad de tules sobre la pollera, diadema de
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brillantes entre los rizos del copete, guantes largos, bolso
eso? Estás en el secreto de la trampa. Todos juegan a lo
de lentejuelas. .
mismo... ¿Qué es un lord inglés ante un Romero y Flo­
«¡La princesa! La...princesa de Contretitas... ¿Qué res? Nada, carajo... ¡Sí! Nadie se atreverá a despertar a
hago? ¿Cómo le denuncio? Parece lo que no es. Pero está
mama Domitila. Le tengo acocotada, presa, hecha un
bien, muy bien, .. Ji... Ji... Ji... Debo creer» -se dijo el
ovillo con trapos de lujo. ¡No existe! Todos tratan de
mozo con curiosidad de ojos incrédulos. ¿Pero acaso no
afmnar eso. ¡No somos indios! ¡Nooo! ¡No hay esclavos
era ese su anhelo, su esperanza? i Una princesa! Con re­
en la selva, en los cerros, en los huasipungos l !». Avanzó
verencia teatral y tuteo aristocrático, murmuró: entonces sin temor el mozo en busca de un lugar propi­
-Estás hecha un cielo.
cio, pero como a la vez sintió que Rosario seguía prendi­
-.y tú hecho un rey -respondió ella en el mismo
da de su brazo -actitud poco elegante de niño acoquina­
tono zalamero. do--Ie dijo al oído con amable reproche:
-¿Vamos? -¿Qué te pasa, princesa?
-Vamos.
«Princesa. . . Debo ser una princesa... Soy una
La luz deslumbrante de las lámparas y de los fes­
princesa... Así...Un poco más ...», concluyó con orgullo
tones de bombillos eléctricos, el bisbiseo curioso de las
reparador la muchacha pensando en sus copetes estilo
damas -reinas de baraja, princesas de opereta, estrellas
Imperio, en su diadema real, en sus tules de Virgen de
de cine sin contrato-, la aparente austeridad de los ca­
pueblo, en sus flores de terciopelo, en su collar de bri­
balleros de pechera blanca -usura en opulenta línea de
llantes, en sus zapatos un poco ajustados -más el dere­
financiero, contrabando envuelto en diplomáticas conde­
cho-, en el raro perfume que despedía su cuetpO, en el
coraciones, caciquismo almidonado de omnipotencia de­
caballero que le acompañaba. y en busca de una liquida­
mocrática, calentura tropical ceñida a la más grotesca eti­
ción completa de su bochorno, interrogó:
queta palaciega-, y el rumor tintineante --charreteras,
-¿A quién esperan?
espadas, medallas- de los napoleones de varias formas y -¿Porqué?
tamaños, amedrentaron a los jóvenes intrusos al ingresar
en el salón principal. Entre la realidad y la farsa hubo un -¿No ves? Se agrupan en desafiante exposición
momento -pequeño desde luego- en el cual ellos se como si los demás ... Conversan sin arrugarse... Se mi­
ran... Nos miran...
debatieron en el vacío. Su vacío. Mas, una información
subconsciente, alentó a la pareja: «Son las ropas de Con­
treritas ... Diez, veinte, treinta... Todos embutidos en su
disfraz ... Con ese algo que obliga que uno ... Maniquí de
cabeza erguida, de manos nerviosas, de patitas relucien­ 1 huasipungo: título de la novela más conocida de Icaza. Voz que vie­
tes ... ». Noble advertencia para diluir el temor. Primero en ne de las palabras quichuas huasi (casa) y punga (puerta): «Lote de
él. Gracias a la oportuna y violenta intervención de la voz terreno que el propietario entrega al labrador a cuenta de su trabajo y
de Majestad y Pobreza: «¡Adelante muchacho! ¿Qué es como aditamento del salario» (Tobar, Julio, El lenguaje rural en la
región interandina del Ecuador, s. v.).

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La música del Himno Nacional surgió desde una Después del besamanos al señor Presidente de la
pieza contigua transfonnando lo estirado e indiferente del República, después de las primeras copas de champaña y
cholerío aristocrático en esbirrismo meloso, espeso. de los primeros bailes, algo cambió en el ambiente. ¿El
-¡SU Excelencia! Su Excelencia el señor Presi­ color? ¿El perfume? ¿La rigidez? ¿Las maneras? ¿El
dente de la República ---dijo alguien. equilibrio?
«¡Ah! Era a él a quien esperaban ... A él ... », pensó En el salón del bar -improvisado en una esqui­
Luis Alfonso sintiendo el contagio de la inquietud gene­ na- y frente a una mesa cargada de fiambres -pavos al
ral. En ese mismo momento, la comitiva que rodeaba a su horno, langostas a la mayonesa, barquitos de atún, bom­
Excelencia en marcha -ministros, banqueros, contratis­ bas de camarones, canapés de anchoas, de espárragos, de
tas, embajadores, terratenientes, patriotas de profesión­ caviar, caramelos, chocolates- que olían a corcho viejo,
ingresó al recinto abriéndose paso entre un follaje de tu­ a pimienta, a mar, a canela, la concurrencia pululaba con
pidas amabilidades. porfía de moscas sobre mortecina.
-Los adulones no le dejan en paz ~omentó una Poco a poco se ajaron los vestidos --en lo que
vieja de opulentas caderas que formaba parte del grupo ellos tenían de disfraz y copia-o Poco a poco se des­
más cercano a la pareja de los jóvenes intrusos. prendieron, se desvirtuaron -broma del maldito licor-o
-Imposible sin ellos ---dijo un señor pálido que Por los pliegues de los tules, de las sedas, de los encajes,
parecía fabricado en hueso. del paño inglés, en inoportunidad de voces y giros olor a
-Veinte años de este cuento. mondonguería, en estridencia de carcajadas, en tropica­
- y tiene para rato. lismo de chistes y caricias libidinosas, surgió el fondo re­
-Miren cómo menea la cola el opositor. al de aquellas gentes chifladas de nobleza, mostró las na­
-Todos. rices, los hocicos, las orejas ~hagras con plata, cholos
Por curiosidad el chulla Romero y Flores se estiró medio blanquitos, indios amayorados-. Rodaban por los
para observar. Más allá de un empedrado de calvas, de rincones, por el suelo, sobre sillas y divanes -plaza de
rizos, de moños, de diademas -tonsurada como la de pueblo después de la feria semanal- retazos de cáscaras,
un fraile-, se erguía y se inclinaba con precisión ma­ tiras de pellejos -visibles e invisibles- de Luis XN, de
temática de marioneta la cabeza de su Excelencia. la Pompadour, del hermoso Brurnmel, de Napoleón, de
«Cuánta dignidad... Cuánto brillo ... Cuántas condecora­ Fouché, de Jorge Sand, de Greta Garbo, de Betty Davis,
ciones... Es el mejor disfraz de la noche... ¿Disfraz? de Clark Gable, y de decenas y decenas más de persona­
Acaso él... ¡No! No es un chulla como ... Parece que jes de la cultura occidental y del cine norteamericano.
no ... Ji... Ji... Ji. .. », se dijo el mozo y volviéndose hacia Solo su Excelencia se retiró a tiempo. Se retiró antes de
Rosario le anunció: sentirse desbarnizado, antes delJUe su aliento empiece a
-Tenemos todavía para rato. oler a mayordomo, a cacique, a Taita Dios~
-¿Crees? Ni por un instante el joven lord inglés descuidó su
-Las ceremonias. Las dichosas ceremonias. plan donjuanesco para dominar los escrúpulos y los te­
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mores de la hembra en la pendiente del deseo. Le habló
-Vamos, princesa. No es nada elegante ser de los
-.susurro confidencial- de los deslumbrantes tesoros de últimos.
la concurrencia que les rodeaba -sus postizos amigos y -Vamos -ordenó el chulla.
parientes-o Le obligó a beber champaña, muchacham­ -¿Irnos? ¿A dónde?
paña, advirtiéndole que era de buen tono. Le brindó ca­ -Al castillo.
viar. -¿Al castillo?
-Caviar -repitió la muchacha saboreando con
-Nuestro castillo oculto en la montaña. Lejos de
asco y disimulo aquel betún baboso que tuvo que tragár­ la ciudad -anunció Romero y Flores declamando como
selo. Era manjar de reyes y de princesas. si contara un cuento.
y en el baile, junto a él, sintiendo el pulso y la fa­ -¿Nuestro castillo? i Ah! Bueno.
tiga de una especie de vértigo sudoroso, encendida de ra­ Salieron en fuga de película. En la calle -fría, He­
ras ansias, lejos de toda obsesión moral, amortiguado el na de ofertas de transporte hacia la realidad-, tomaron
dolor a los callos del pie derecho, ella comprendió que en un automóvil. Él dio al chofer una dirección misteriosa.
lo más profundo de su intimidad nada era tan poderoso Ella en cambio, los ojos cerrados, estremecida por la vi­
como el latir de su sangre, como la urgencia de su ins­ bración de la máquina, se sintió más segura en su disfraz,
tinto -alegría de la música, delicadeza del aire, oleaje de más princesa, flotando sobre un eco que le aseguraba no
otro ser sobre la carne, cosquilleo tibio de las palabras ser una corrompida. Abrió los ojos. Corrían las casas ...
gratas-o -¿Dónde estamos? -interrogó con miedo de per­
Fatigada físicamente pero segura en su papel de der el hechizo de su fantasía.
princesa, Rosario preguntó a Luis Alfonso aprovechando -En el camino del castillo.
de la vuelta cadenciosa de un vals: -Pero... Pero ... -murmuró la joven mirando ha­
-Dime quién eres. cia afuera. Abajo, muy abajo, al pie del cerro, en cuya la­
-¿Yo? dera bordeaba la calle por donde iban, una plaza de luces
. -Síííí. mortecinas, de cúpulas y muros blancos manchados de
-Tiene gracia. Nadie. crepúsculo, de casas apiñadas en sueño profundo, de ca­
-Mentira. ¡Mentiroso! llejuelas por donde desaguaba tiritando el tedio, de pulso
-No grites. Soy-un lord inglés. de pila de piedra.
-Un lord. Mi lord -concluyó ella escondiendo la -¿Ves? Es el estanque del castillo. El estanque
cabeza en el pecho del joven con inefable emoción. Lue­ donde las brujas guardan...
go pensó: «Un caballero. Es un caballero. Huele bien. -¡Oh! Es la Recoleta.
Demasiado bien. Para besarle desnudo. Para estrecharle -No. Es el estanque del castillo -repitió Rosario
como a un niño. ¡Un niño! No soy una corrompida... ». con voz y languidez de profunda esperanza.
Él no dijo nada. ¿Para qué? Sólo saboreó con arro­ De pronto se detuvo el automóvil. Bajó el galán
gancia su triunfo de conquistador. disculpándose a medias ante su dama.
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«Nuestro castillo ... Ji... Ji... Ji... Nos esperan ... aldaba al abrirse sonó en sus oídos como cadenas y piño­
¿Quién? La ... El... ¿Para qué? ¡Eso, no! Soy una prince­ nes al descender la plataforma de un puente. Y al entrar
sa. Por lo mismo ... Él es bueno... Huele bien» -pensó en la casa -sórdida penumbra de refugio barato- con­
la mujer resbalando por escabrosos deseos. Luego, in­ fundió trapos de uso íntimo puestos a secar en una soga
quieta, observó entre las sombras. En el follaje de un tendida entre los pilares de un corredor, con pendones,
pequeño bosque de eucaliptus que descendía por la lade­ banderas y trofeos de guerra. Tampoco tomó en cuenta lo
ra de un barranco oyó roncar el viento en su sueño de prostituido y delator de los muebles, lo penumbrado del
mar enfurecido y lejano; en la tierra húmeda y las cañe­ cuarto, 10 hediondo a sudores heterogéneos de la cama, lo
rías abiertas a esas alturas de la ciudad halló el secreto miserable y asqueroso del cholo que les había guiado.
excitante de los olores nauseabundos. Y al otro lado, en Cuando se hallaron a solas, ella se acercó a él sin
la esquina de un chaquiñán 1 -negro zig-zag hacia el decir nada, y con ternura provocativa, ansiosa, echando la
cielo-, los golpes de su lord inglés en la puerta de una cabeza hacia atrás, mostró sus ojos adormilados, su boca
casa chola -piso bajo, paredes desconchadas, ventanas entreabierta en súplica de perdón: «No... No soy una co­
de reja, alero gacho-. rrompida... ». Delicadamente -consejo felino de las
Una voz cavernosa -el idiota de los cuentos terro­ malas experiencias para temperar besos, caricias y estru­
ríficos- interrogó entre las sombras: jones apasionados- Luis Alfonso fue desnudando poco a
-¿Quiénes? ¿Qué quiere, pes? poco a la mujer. Era... bueno... Al rozarle el cuello con
-Un cuarto, cholito. loslabios,confurrnó:
-¿De a cinco o de a diez sucres? -Mi princesa.
-El mejor. Soy Romero y Flores. -Soy lo que tú quieras que sea -dijo Rosario
-¡Jesús! Si no da algo adelantado, ¿cómo, pes? sintiendo que existía en alguien: en el aliento olor· a vino
-Toma, pendejo. y tabaco que a ratos le quemaba en las mejillas, en las
«No soy una corrompida. ¡Nooo! Soy joven ... Pue­ manos que recorrían su cuerpo, en la magia de la boca
do... Debo... Me arde en la venas, en el corazón, en el que al posarse en cualquier punto de su piel narcotizaba
vientre, en la pieL.», sintió Rosario y se dijo con fervor el pasado y el presente.
de plegaria para olvidar temores, con fervor que al aliarse Entrelazados y fundidos los amantes, fuera de su
al deseo embriagador que le dejó el baile, la música, el soledad -angustia de impotencia femenina en ella, si­
brillo de la joyas, el perfume de las gentes, el champaña, mulación de rubor ancestral y desequilibrio íntimo en
cambió la realidad en tomo. Crecieron ante sus ojos las él- olvidaron sus disfraces, sus mentiras, para ser lo que
paredes cual muros almenados. El ruido de la pequeña en realidad eran: un hombre y una mujer que se entrega­
ban mutuamente. De lo más profundo de la ternura de la
carne y del espíritu de Rosario brotó entonees -urgencia
[ chaquifubl: del quichua chaqui (pie) y ñan (camino). Sendero para tibia de círculos concéntricos en los músculos, en los
transitar a pie.
nervios, en la médula- un rumor de dicha, de victoria:
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nas, prendió a la muchacha tras los vidrios rotos de su
«No... No soy una corrompida, Dios mío ... Soy feliz ... », balcón. Todo halló distinto: el sol exaltaba con brillo ce­
afumación gozosa que advirtió Romero Y Flores en los
gador los colores y las formas de la ladera del cerro pró­
ojos de ella -desorbitados en éxtasis de asombro-, en ximo, el viento barría juguetón las calles -polvo y basu­
la piel estremecida -ansias de vivir y de morir a la ra para la cara adusta de las casas del vecindario-, las
vez-, en los labios fríos, en el vértigo que le arrebató disputas y los gritos de los rapaces -pobreza de nariz
exaltando su poder y su orgullo de hombre. sucia, de mejillas pálidas, de vientre abultado, de maldi­

ciones y palabrotas- coreaban en desentono sobre los

*** mil ruidos del barrio. Una especie de compasión superior,

.nueva en ella, le inyectó de pronto alegría extraña, egoís­

Los anatemas de la viuda de Santacruz al recibir a'


ta: ganas de cantar, de correr por un prado florido, de
la hija se agravaron cuando Rosario no pudo frenar una
hundir los pies en el remanso cristalino de un río, de es­
risita diabólica -chuchaqui de borrachera mal dormida Y conderse en un árbol, de besar a un niño. No era la com­
bien gozada-o pasión cotidiana hacia la miseria y pequeñez de las gentes
-Dios me ampare. Es el colmo del cinismo, chi­
-angustia y melancolía de acerba hostilidad contra el
quilla. ¿Cómo, pes? mundo y contra sí misma-o. Era más bien el temor a lo
-Usted no sabe. transitorio de todo aquello que descubrió en un segundo.
-Sólo las carishinas. Con cuánta rapidez había pasado. Fugaz, loco, sin retor­
-Una fiesta social... No podía salirme como una
no. Desperezándose voluptuosamente se tendió sobre la
chola. cama. Una sensación de culpa le obligó a pensar en él.
-Prefiero ser chola, prefiero ser india. Yo... Yo
¿Dónde estaría a esas horas? ¿Pensaría acaso en ella? ¿Le
soy una mujer que vive confesando Y comulgando. Que
volvería a ver? ¿Volvería a quedarse sola? ¿Sería de nue­
cumple con la Santa Madre Iglesia. No quiero cargar con
vo una corrompida? ¡Imposible! Con obsesión que ardía
pecados ajenos. en lo más recóndito de su ternura y de su coraje se juró
-Soy joven, mamá. buscarle, perseguirle, quererle, vivir con él.
-Eres una loca... Una corrompida... Pero a las pocas semanas --dos o tres-, una rara
-No... ¡Nooo! -gritó Rosario como si le hubie­
. incomprensión sentimental entre doña Victoria, su hija y
ran tocado en una herida recién cicatrizada. el chulla Romero y Flores, desequilibró el ritmo cotidia­
-Explícate. no, el clima de comedia barata. Cuando Rosario no podía
-No me entendería. , ir en busca del mozo por cualquier motivo -lágrimas y
-Claro. Me haces gastar tanta plata en el alquiler
. reproches de la viuda de Sa'ltacruz- se encerraba en un
del vestido, en agua de Colonia, en todo mismo ... Miles mutismo agudo, en un amargo silencio que hablaba por
de sacrificios pensando que era una cosa honorable, pes. los ojos: «¿Por qué? ¿Por qué, no me deja? Soy libre.
Cuando pudo encerrarse en su cuarto, un deseo no­
. ¿No entiende? ¿Acaso no debo seguir... ?».
ble de estar en el secreto de las cosas Y de las gentes aje­
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«Es por tu bien, hijita. Quiero ayudarte. El mundo, -Las nueve --dijo el mozo tratando de cortar el
el demonio, la carne... Si por 10 menos fuera algo de pro­ diálogo crecido en angustiosas pausas y violentos repro­
vecho. Pero ... ¿Qué, pes?», trataba de responder la madre ches.
poniendo una cara de víctima que daba pena. -¿Te parece tarde?
«Le quiero. Soy su amante. ¡Sí! ¿No me cree? ¡SU -Tardísimo.
amante, vieja idiota! Me iré con él cuando me dé la ga­ -La puerta de calle de mi casa estará cerrada.
na... Mi real gana... Y si no me deja soy capaz de ma­ Mamá no me espera.
tarme, ¡Matarme!», respondía la muchacha de ordinario. -¡Golpearemos!
A veces expresaba su cólera y su despecho bufando con -No abrirán.
violencia antes de arrojar algo al suelo o huir a'su cuar­ -¡Oh!
to. -¿Te asusta? Antes, cuando ...
«Hjita, te desconozco. Es por tu bien -terminaba -¿Empezamos de nuevo?
doña Victoria». -Cuando... -insistió la muchacha entono es­
El mayor escollo no fue en realidad la viuda de trangulado por las primeras lágrimas.
Santacruz. Vencida por la «carishinería de la guagua» -Tu reputación, tu honor, tu vida -objetó el
dejó a última hora que las cosas rueden al capricho del chulla por consejo de Majestad y Pobreza.
destino. Fue Luis Alfonso quien puso obstáculo de todo -Tú eres mi honor, mi reputación, mi vida. Te he
orden: urdía mentiras de grueso calibre, se dejaba sor­ dicho diez, veinte, cien veces.
prender en pláticas sospechosas con cualquier mujerzue­ -Sí. Pero...
la, faltaba a las citas, evaporábase de las entrevistas. Ro­ -Iré donde tú quieras. Un día me suplicaste que
sario fingía no impacientarse ni comprender. A fuerza de espere, otro fue la ausencia, otro la broma. Ahora... Aho­
un raro perdón inmediato y de una melosa dulzura per­ ra no me apartaré de ti.
suasiva borraba los desplantes del mozo, el cual, a pesar -¿Un capricho?
de la sospecha de haber caído en una trampa -peligro -Dormiremos en la calle.
para su famoso seguro del porvenir en brazos de una -¡Oh! Eso ...
tonta acaudalada--, insistía en esas relaciones bastardas. -¿Dónde, entonces?
¿Amor? ¿Compasión? ¿Costumbre? -Mi familia ... Los míos ...
Pero una noche que ella logró retener a Luis Al­ -Los tuyos --chilló Rosario con desprecio que
fonso vagando por un barrio apartado del centro de la amenazaba desbaratar los delirios de grandeza del hom­
ciudad -romanticismo de callejuelas desdentadas, de bre: la casa solariega, los latifundios, el dinero de los an­
vegetación fantasmal, de barrancos malolientes, de luces tepasados.
mortecinas, de murmullos cavernosos- surgió en forma -¿Qué te pasa?
inesperada -secreto maduro en ella- la escena que po­ -Quiero saber dónde duermes.
día cambiar el rumbo de las cosas. -Por ahora.
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-Siempre. Ha surgió entonces el consejo de un amigo experimentado
-No. Para ti, no. en tales trances: «Destapa tu miseria ante sus ojos.
-¿Qué? Nada me espanta. Soy una mujer. Tu Muéstrale tu soledad, tu abandono. Es el único remedio».
mujer. También la voz de Majestad y Pobreza intervino oportu­
«La misma exigencia. Cuidaré mi porvenir. Mi namente: «Domina tu pasión chola en cualquier forma ...
brillante porvenir. Quiero ser un hombre. Un caballero ¡El porvenir! No importa que .ella sepa... Acaso muchas
gamonal. Tal vez cinco, seis meses. Amañamos como los noches no llevaste a tu cuarto mujeres de la misma con­
indios. Pero... ¿Dónde podríamos estar plenamente, sin dición... » En contrapunto doloroso -eterno desequilibrio
temor,sin rubores?», fue la inquietud que encerró al chu­ que le amargaba la vida- la presencia de mama Domitila
lla en un hermetismo de duros perfiles. alcanzó a murmurar: «Pobrecita... Pobrecita... ».
-¡Di algo, por Dios! Después de muchas vueltas y revueltas treparon los
El murmullo del riachuelo que roncaba-en el fondo amantes por el barrio de San Juan prendido en las faldas
del barranco más próximo puso en la desesperación de del Pichincha. Dieron pronto con una calle estrecha, hú­
Rosario una especie de inquietud trágica. meda, de casas sin aplomo, de tapias derruidas -olor en
-¿No respondes? ¿No? Soy capaz de... conflicto de choza de indio y cárcel colonial-, donde
«¿De qué carajo? Siempre la misma trampa. Estoy nunca estuvo antes Rosario.
cansado... », pensó el mozo creyéndose invencible en su -¡Aquí! -anunció Romero y Flores perdiéndose
silencio. por un zaguán tenebroso.
-¡De matarme! -¿Aquí?
<<Mátate... Mátate si puedes ... », concluyó incré­ -A la izquierda.
dulo Romero. y Flores. -Dame la mano. No veo.
Pero ella, sin esperar más, ganó un pequeño montí­ -Un rato.
culo volado hacia la profundidad de la quebrada que ori­ -Pero...
llaba elcamino, gritando: -Tengo que abrir.
-¡De matarme! «Huele a medias sucias, a tabaco, a sarro de orinas,
-¡Espera! ¿Qué haces? -suplicó Luis Alfonso li­ a bodega de monturas», se dijo la muchacha al entrar en
quidando su actitud indiferente. Por el tono de la voz de la habitación que abrió el mozo. Y de inmediato, algo
la mujer comprendió que no se trataba de una amenaza más fuerte que su paciencia le obligó a interrogar:
pasajera. -¿Dónde está la luz?
-¿Me llevas contigo? -insistió Rosario estreme­ -La vela...
cida de llanto. -¿La vela?
-Sí, mujer. -Me cortaron la corriente, hace algunas semanas
Un abrazo de reconciliación sin palabras les unió y no he podido ...
de nuevo. Huyeron del lugar. En el desconcierto del chu­ -Unas semanas.
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-Espera -concluyó el chulla como quien dice: ojos, pensó como espectador y como crítico: «No huye...
«Yeso no es todo». Deja el abrigo. Sacude las cobijas. Busca las sábanas.
Poco a poco, a la luz que encendiera trabajosa­ ¡No! No hay sábanas ... Parece que no le importa ... ¿Qué
mente el mozo, surgieron ante las pupilas asombradas de le importa, entonces? ¿Se irá? ¡Claro que se irá algún día!
Rosario: paredes y colillas rodando por el suelo, un poyo Se sienta junto a la almohada... Mi almohada... Ji... Ji...
para trepar a una ventana desvencijada, un tarro mugrien­ Ji. .. Olfatea al disimulo el tarro podrido que se esconde a
to de lata ocupando el sitio del bacín, un sofá de tres me­ sus pies y ... Se quita los zapatos, las medias, la blusa, la
dallones destripados, una palangana llena de agua de ja­ falda, la camisa... Me mira como ... ¡Carajo! ¿Qué desea?
bón, una silla coja, una cama de pilares apolillados y co­ ¿Qué quiere? Mis manos hábiles, mis labios, mi piel, la
bijas revueltas, lacras de goteras en el cielo raso, huella fiebre de mis venas ... Me espera sin... Quieta... desnuda...
de manos sucias y escupitajos fósiles en el tapiz de las Soy... ».
paredes, pruos viejos en un rincón. Juguete de ese diabólico impulso que tendió a
«Se irá... Correré tras ella para que la cosa salga Majestad y Pobreza junto a mama Domitila y a muchos
mejor. Le increparé. Así por lo menos. Su cobardía. Su caballeros de la Conquista y de la Colonia sobre las in­
falta de ... », pensó Romero y Flores observando de reojo la dias -sin pensar en el atropello, en el pecado, en el por­
sorpresa de la muchacha al revisar la miseria del cuarto. venir-, Romero y Flores se unió una vez más a su
«¿Qué hago, Dios mío? Soy... Soy de la misma amante. Intensidad de posesión y entrega que eclipsaba a
farsa... Sé hasta donde... No tanto ... ¿Por qué no grito? los fantasmas del chulla.
¡Mentira... Mentiraaa... !», se dijo Rosario hundiéndose en Al amanecer del siguiente día, ella se deslizó de la
el vacío de un torpe compromiso. Felizmente halló a tiem­ cama procurando no hacer ruido. Mientras se arreglaba a
po en sus entrañas lo que de cuando en cuando florecía en tientas revisó mentalmente los detalles del plan que había
su sangre -a la muerte del padre, al sentirse mujer en forjado durante la noche para adecentar el cuarto del mo­
brazos del chulla-: una gran compasión maternal -para zo: «Hasta las nueve de la mañana mamá recorre las igle­
ella misma, para él, para el mundo entero--. Temblorosa sias. La llave estará como de costumbre bajo el ladrillo de
al abrazo estrecho e íntimo de semejante encuentro-más la ventana de la cocina. ¿Y si ella no ha salido? Bueno.. .
fuerte que nunca-, tuvo que arrimar sus lágrimas y su Lloraré a sus pies... Le pediré perdón hasta... Le diré.. .
rubor a la pared que tenía a sus espaldas. Cualquier cosa... Necesito el reverbero, una mesa, dos si­
El chulla, para calmarle y disculparse a su vez, se llas, el bacín, unos platos, las sábanas ... La ropa. .. El di­
acercó a ella murmurando una de sus mentiras -la he­ nero de la alcancía ... ».
rencia en litigio, el disgusto familiar-o Pero Rosario re­
chazó amablemente el consuelo y a media voz, propuso:
-¿Quieres que arregle la cama?
-Bueno... -dijo él como hipnotizado por su fra­
caso. y al ritmo de la escena que se desenvolvía ante sus
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secha furtiva en los parques públicos o en los tiestos del
vecindario-, puntas de pañuelo de seda al pecho, pren­
dedor de piedra falsa en la corbata, cuando la honestidad
de la doncella de tumo presentábase irreductible. Llevaba
a la mano un rollo de recibos y facturas de importantes
instituciones de crédito cuando la finanza con el usurero
o prestamista era demasiado turbia.
Para 10 que no halló casi nunca Romero y Flores
un recurso fácíl fue para la voracidad y la grosería de los
3 dueños de casa al cobrar los alquileres. Se acholaba con­
siderando que ellos conocían el secreto de su disfraz --ar­
mazón de muebles apolillados, de trapos viejos, de pape­
Después de la muerte de mama Domitila, antes de les inútiles-. Pero un día dio con doña Encamación Gó­
conocer a Rosario, y mucho antes de enrolarse en la bu­ mez, mama Encarnita, como le llamaban amigos y veci­
rocracia, Romero y Flores aprendió a escamotear las ur­ nos. La propiedad de dicha señora exhibía hacia la calle un
gencias de la vida en diferentes formas:· préstamos, em­ rostro de muros hidrópicos, de estrechas ventanas de reja,
peños, sablazos, bohemia de alcahuetería a la juventud de amplios aleros de carrizo, de puerta exterior con pos­
latifundista, complicidad en negocios clandestinos -des­ tigo tachonado por aldabas y clavos herrumbrosos -mes­
falcos, contrabandos-. Por ese tiempo -inspiración de tizaje de choza, convento y cuartel-o La humedad al fil­ t·

Majestad y Pobreza- modeló su disfraz de caballero trarse hasta el zaguán había carcomido las paredes con
usando botainas -prenda extraída de los inviernos lon­ manchas de sucia vejez. En los patios --primero, segun­
dinenses por algún chagra turista- para cubrir remiendos do, tercero, cuarto al barranco de letrina y almas en pe­
y suciedad de medias y zapatos, sombrero de doctor vira­ na- el sol ardía por las mañanas evaporando los desagües
do y teñido varias veces, y un temo de casimir oscuro a la semi abiertos , los chismes del cholerío, las disputas inge­
última moda europea para alejarse de la cotona del indio nuas de los muchachos y las ropas puestas a secar --aseo
y del poncho del cholo -milagro de remiendos, planchas de pañales hediondos, de cobijas con pulgas, de cueros y
colchones orinados-o Por la tarde en cambio, la lluvia
y cepillo-.
Cambiaba el mozo los detalles secundarios de su -torrencial unas veces, en garúa otras- enlodaba los
indumentaria al capricho de gustos y preferencias de la rincones, y al chorrear monótona desde las goteras se
víctima o cómplice que seleccionaba de antemano para el abría paso por los declives del callado mal humor, por las
negocio o la aventura galante. Metía periódicos -nuevos junturas de la pena sin palabras. En la intimidad de cada
o viejos- al bolsillo de la americana cuando trataba de vivienda --chicas, grandes, entabladas, blancas de cal,
asustar con bolas políticas al esbirrismo endémico de pulidas de papel tapiz, noticiosas y remendadas de revis­
funcionarios y burócratas. Lucía clavel a la solapa --co­ tas y periódicos, con ladrillo o piso de tierra dura, con
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ventanas o sin ellas, con puerta de madera o cortina de fanfarr6n y aventurero-, del cual hablaba -signo en ella
cáñamo- se escondía y barajaba el anhelo, la vergüenza, de aristocracia- frunciendo los labios, entornando los
el odio, la bondad de los fracasos de un vecindario que ojos y moviendo las manos en beatíficos giros.
iba desde el indio guangudo 1 -cholo por el ambiente y Al oír el apellido y observar la cáscara de Romero
las costumbres impuestas- hasta el señor de oficina -pe­ y Flores, doña Encarnación creyó oportuno arrendar, sin
queño empleado público-, pasando por una tropa de preámbulos y sin recomendaciones, la pieza del zaguán al
gentes del servicio doméstico -cocineras, planchadoras «chulla decente de buena· estampa», como ella se dijo.
y lavanderas de follones, con o sin zapatos, casadas o Por desgracia, el atraso continuo de los alquileres, cam­
amancebadas-, por artesanos remendones, por guarichas bió la opinión de la vieja. Y una mañana tuvo que forzar
~ soldado, de cabo, de sargento-, por hembras de tu­ la puerta del cuarto del flamante inquilino.
na y flete, por obreros sin destino [Jjo, por familias de ba­ -¡No espero más! ¡Cuatro meses enteriticos sin pa­
ja renta y crecidas pretensiones. garme un chocho partido! ¿Dónde está, pes? En vano pa­
Mama Encarnita, bastante deteriorada como su in­ rece... -chilló mama Encarnita al entrar en la habitación.
mueble, cubría sus manchas y desperfectos ffsicos con Sin esperar respuesta trepó al poyo y abrió la ventana.
buena capa de afeite: fondo de.blanco como de yeso, tizne -¿Qué... ? ¿Qué ... ? -murmuró el mozo incorpo­
de corcho quemado en las cejas, colorete de papel de seda rándose entre las cobijas.
en los labios y en las mejillas, polvo de arroz hecho en ca­ -No se haga el tonto.
sa para aplacar el brillo de las pomadas. Teñíase el pelo en -¿Usted?
negro verdoso. Le gustaba hacerse copetes altos, fuera de -Sí. Yo. De aquí no me muevo hasta que me pa­
moda. Como el baño era para ella un acontecimiento ani­ gue el último centavo. Ni que fuera qué para abusar tanto.
versario, combatía los malos olores echándose agua de Con el mejor cinismo del mundo -consejo de
Florida en los sobacos. Desde la muerte del marido, don Majestad y Pobreza frente a quienes se deslumbraban con
José Gabriel Londoño -usurero de profesión, fundador y apellidos y blasones-, Luis Alfonso ladeó un poco la
propietario de la casa de préstamos <<La Bola de Oro»-, la cabeza preparándose a jugar su mejor carta.
vieja creyó que debía borrar la afrenta y el pecado de su -Usted es mi ángel tutelar, señora.
herencia con misas, novenas y comuniones, por un lado, y -Por lo mismo me ha de considerar, pes. ¿De qué
pregonando rando abolengo, por otro. Lo primero lo sub­ piensa que vivo? ¡Algo tiene que darme!
sanó con buena parte de sus rentas --todo gasto era mez­ -¿Algo?
quino para ganar el cielo-, y lo segundo, evocando a cada -Sí, algo -concluyó ella. Ambos buscaron con la
momento la memoria de un antepasado español --tahur, mirada la prenda -mueble, joya, ropa- que pudiera
dejarles en paz. Inútil. Todo había volado en urgencias
parecidas.
[ Indio con guango (en quichua, trenza). En algunas comunidades in­
dias del Ecuador los varones se dejan crecer el pelo y se hacen una «¡Ya sé! ¡Eso... ! El retrato. El marco. El escu­
larga trenza. do... », pensó el chulla con sonrisa de triunfo. Por chis­

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mes del vecindario y por lo que él mismo pudo compro­ -¡Mire qué maravilla! ¡Es un tesoro! ¡Un tesoro
bar algunas veces, sabía que mama Encarnita codiciaba de la nobleza! -aseguró el chulla exhibiendo un óleo en
en forma morbosa -contagio del beaterio gamonal­ marco de caprichosa talla que había extraído de aquel
pergaminos de cualquier género. Envolviéndose en su montículo de vejeces.
cobija otavaleña a tiras blancas y rojas -jíbaro con tapa­ -¿De la nobleza? -repitió la dueña de casa a
rrabo- saltó de la cama. Hizo una pausa teatral. y cual punto de gritar emocionada. Metió los ojos incrédulos en
heroico personaje que trata de salvar con su vida el pres­ el retrato que tenía frente a ella. Un caballero vestido de
tigio de una mujer, se puso en cruz ante el archivo de prócer -bisabuelo de Majestad y Pobreza.
palos y cosas viejas que guardaba en una esquina. -¿Qué le parece?
_.¡No! ¡Esto no le daré señora! -¿Y la sangre? ¿Dónde está la sangre? ¿Qué hago
-¡Qué es pes esto que dice? -interrogó intrigada yo con un desconocido en mi casa?
doña Encarnación. -No es por él.
-¡No! -Entonces.
-¿Regatea lo que me debe? -Aquí se encierra el certificado de nuestra aristo­
-Es mi sangre. cracia -anunció en tono de subasta el mozo agitando el
-:-Sangre de chulla. ¿Para qué, pes? marco del cual había desprendido al prócer.
-El certificado de mi sangre azuL -¿Dónde, pes?
-Veamos... -murmuró la vieja cayendo en la Con limpieza de prestidigitador Romero y Flores
trampa que le tendía el joven. destapó el óvalo, especie de tapa entre ángeles y guirnal­
-Es que no puedo. das, que tenía en el centro del copete el marco.
-¡Algo tiene que darme! -¡Lindo... Lindo.. .! -exclamó la vieja al distin­
-¡No, por Dios! guir en el fondo del misterioso estuche un pequeño escu­
La actitud melodramática del inquilino frente al do de sables cruzados, montañas en cordillera, morrión
montón de basura exaltó la curiosidad y la codicia de la de plumas blancas -habilidad de nácar y marfil.
vieja: -Lea lo que dice en esta inscripción.
-Veremos de lo que se trata. Veremos no más, -Dice... A... E ...
-Está en latín.
pes.
-¡Imposible! -Con razón, pes.
-¡Me da ya mismito lo que sea! -concluyó doña -Dice que solo puede pertenecer a la aristocracia
Encarnación en tono que no adIDitía reclamo. de la muy noble y muy leal ciudad de San Francisco de
-Está bien. Usted vale el sacrificio -dijo Rome­ Quito quien tiene en su poder este escudo.
ro y Flores cerrando los ojos y bajando los brazos. Retiró -¡Me muero! ¿Así dice?
luego los palos, las tablas, los papeles. -Llegó hace muchos años de Europa. Está firma­
-Claro. do por el Santo Padre y por el rey de España.
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-¡Oh! -alcanzó a murmurar mama Encarnita -Sí... Pero... ~bjetó él fingiendo duda ruborosa
apoderándose de aquel tesoro que llenaba ampliamente por aquello del dinero. A lo cual Rosario metió disimula­
sus ambiciones de nobleza. Y sin despedirse salió del damente cuanto tenía en el bolsillo del mozo.
cuarto. Como de costumbre, al ganar la calle, el chulla
Cuando Romero y Flores se quedó solo, tendido subrayó su disfraz de gran señor mirando con desprecio
sobre la cama, percibió en lo más íntimo de su ser un en su tomo, alisándose los cabellos sobre la oreja, esti­
amargo remordimiento que contradecía el tono ladino de rándose en un tic de cuello y espalda.
la comedia que acababa de representar. Era la voz de A la vuelta de la primera esquina, hacia arriba del
Majestad y Pobreza, larga y persistente como la de una cerro, entró la pareja en un fonducho: fogón a la calle,
pesadilla: «Cobarde ... No sabes lo que has hecho ... Has marco de hollfn a la puerta, montones de aguacates y ca­
vendido tu nombre... ». «Tu nombre ... Tu nombre», repi­ zuelas con ají sobre el mostrador teñido de mugre, me­
tió mama Domitila en eco burlón de quien conoce y está sas y bancos rústicos por la penumbra de los rincones,
en el secreto del orgullo deleznable del origen. Era lo que altas telarañas, negras de humo las paredes, luz velada
más le desesperaba. Saber que ... ¡Él! ¡Un Romero y Flo­ por manchas de sucio amarillo que dejaron las moscas,
res! Hubiera preferido morir. Por largo rato se quedó cla­ ruido de platos y eructos de mala digestión desde la tras­
vado en la tragedia secreta del desequilibrio de sus som­ tienda.
bras mirando el esqueleto de carrizo de las manchas de -Buenas tardes, señor. ¿En qué puedo servirle,
las goteras. pes? -interrogó la dueña del establecimiento, una chola
follonuda, gorda, lustrosa de sebo, empolvadas las tren­
*** zas de ceniza, dirigiéndose al chulla y mirando con recelo
a Rosario.
Después de arreglar las ropas y los muebles que Para evitar malas interpretaciones y sospechas en­
logró sacar de la casa de la madre -cortinas en la venta­ venenadas, Romero y Flores anunció de inmediato:
na, remiendos para el diván, poda de lágrimas de cera en -Me casé ayer.
los pilares del catre, platos y reverbero sobre un cajón, -¿Sí?
mesa central, baúl, alambre, focos-, Rosario interrogó a -Ésta es mi esposa. Mi mujer.
Luis Alfonso: -¿Cómo Taita Dios manda? ¿No fue detrás de la
-¿Y la comida? puerta? -embromó la chola con inaudito atrevimiento.
-La comida... -¡Como Dios·manda! -chilló el mozo poniéndo­
-Tengo dinero. Mamá... Si hubiera una fonda. se rojo de indignación.
-Donde la chola Recalde. Nos puede mandar con La noticia del matrimonio del «chulla de porvenir»
el guambra Juan. -porvenir para cierto cholerío en ascenso económico-,
-¿Entonces? -murmuró ella con gesto de invita­ giró primero -alarde de ojos redondos, de mano en la
ción a salir. pena, de afirmaciones libidinosas- entre la servidumbre
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del fonducho. Se desbordó luego por los múltiples cana­ -De otra manera cómo para salvarse.
les de la calle, hincándose en diálogo de rápida factura. -Robar en el Gobierno, heredar o casarse por la
-Se ha casado el chulla. plata.
-El chulla Romero y Flores. -Ojalá mis guaguas también. Yo siempre les digo
-Nuestro chulla. que no se metan con cholos. Que se metan con buena
-No diga, vecina. gente.
-Con una guambra de plata. -Lo importante es que desaparezca el runa de
-¿Con plata? nuestro destino, pes.
-Ojalá me pague lo que me debe. -Asimismo es.
-Ojalá, pes. Bajo la manta de las beatas llegó la noticia a la
-Ahora con plata se hará patrón. iglesia del barrio. Al postrarse frente a la rejilla del con­
-Patrón en abrir y cerrar de ojos. fesionario informó con pelos y señales al señor cura. Pasó
-Eso es lo que buscan los chullas. luego por la sacristía y por el convento. En la torre mayor
-¿Y cómo saben pes que ella tiene plata? puso el ritmo de un nuevo pregón en el metal de las cam­
-Ha pagado dos meses la comida donde la vecina panas:
Recalde. -Se casó el chulla por la plataaa... Se casó el chu­
-Tres dicen. lla por la plataaa...
-Tres adelantados. En tales circunstancias el encuentro de Luis Alfon­
-Pero si van a comer donde la vecina no ha de ser so con mama Encarnita, a los tres días de aquello, en mi­
mucha plata. tad de la calle, no fue muy grato.
-No ha de ser como para patrón grande su mercé. -¿Es cierto lo que me dicen? -interrogó la vieja.
-Verán no más el chulla bruto. -¿Qué?
-Verán que ha metido la pata. -Que se ha casado sin avisarme. ¡Pícaro! Cuente,
.-Desperdiciado el porvenir. pes. ¿Quién es la chiquilla? Supongo que no será pan pa­
-El único porvenir. ra hoy y hambre para mañana. Platita dicen que tiene.
También los inquilinos de la casa de mama Encar­ -Un poco...
nita --de todos los patios- algo afectados por no haber -Yo sí dije. Él no puede haber desperdiciado su
tenido la exclusiva del chisme, opinaron a su modo: única oportunidad así no más. El porvenir de los jóvenes
-Suerte del vecino. de hoy día, pes. Solo así se llega a ser grande. ¿Y cómo
-Hay que ver primero. se llama?
-Ver qué, pes. -¿Quién?
-Cómo le sale el cuento. -Ella.
-Hizo lo que hacen todos. Hasta los que no son -¡Ah! Rosario.
chullas. -¿Rosario de qué, pes?
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-Perdóneme, doña Encamación. Estoy tan apura­ bao En el burdel de la ñata Zoila. Cinco sucres ... ». «Gran
do. Tengo que arreglar el viaje de luna de miel. putaaa. Uuuy, ese es jodido».
-Aaah. -¡Aquí! ¡Aquí la vi entrar, carajo! ¡Aquí!
-Nos veremos, señora. «¿Aquí? ¿Dónde, pes?» «Golpea ... Golpea en las
Por desgracia una noche -hora perdida en la llo­ paredes ... ». «Golpea durísimo con las manos, con la ca­
vizna que dejó la tempestad de la tarde, en la voz lejana beza, con el cuerpo entero, con el corazón». «No deja
de una vihuela, en el viento helado del páramo, en el dormir. El sueño...». «¿Dónde será que quiere hacer hue­
croar de las ranas trasnochadoras-, al mes del falso ma­ co? Hasta _dar con lo profundo ... ». «Veremos un rati­
trimonio de Romero y Flores, el vecindario se enteró que co... ».
ella.. Arrastradas por la curiosidad, tras una rendija dis­
-jEllaaa! ¿Dónde? ¿Dónde está, carajo! -chilló creta, cual fantasmas en paños menores, algunas vecinas
un borracho plantando su desesperación frondosa en mi­ espiaron hacia la calle.
tad de la calle. -¡Rosariooo! ¡A vos! ¡A vos te digo!
Desde el primer momento, en raro coro de partícu­ Despierto por el escándalo, al oír aquel nombre,
las dispersas, saliendo precipitadamente del sueño unos, Luis Alfonso se incorporó violentamente en la cama.
lentamente otros, los moradores del barrio, comentaron -¿Qué pasa? -interrogó.
para sí: -Nada... Nada... -murmuró ella con temor de
«Un animal. Un hombre». «El mecánico de la es­ viejas experiencias. Temblaba sacudida por un calofrío
quina que se ha dado a la copa desde que le dejó la mu­ como de fiebre palúdica.
jer».. «El guarapero. Bebe como indio en la desocupa­
-Soy tu marido ... ¿Tu marido? SíiL ¡Tu único ma­
ción...». «¿Dónde venderán ese bueno, carajo?». <<¿Cuán­
rido, carajo! -se identificó el ebrio mientras en el coro
to... Cuánto habrá bebido para gritar así?». «Él parece.
de las sombras rodaba la sorpresa.
No ... No es voz conocida... ». «¿Quién será, pes?».
«Tiene dos maridos ...». «Para dos gustos». <<De
-¿Dónde? ¿Dónde está la desgraciada?
dos...». «Ave María, cómo ha sido la cosa». <<La mujer
«No ha sido el mecánico de la esquina ... ». «No ha
del chulla ha sido de otro». «¿Y la plata? Uuu ... ». «¿Cuál
sido el guarapero ...». «¿No será el bandido que me dejó
con el crío? Ni para eso se acuerda... ». «¿Desgraciada? será el legítimo? El que goza no ha de ser... El que grita,
¿Será por mi hijita, la pobre?». «¿Desgraciada? ¿Será por entonces». «Se jodió el porvenir de los pendejos. No todo
mi mujer?» «¿Desgraciada? ¿Será por mí?» «Desgracia­ lo que brilla es oro ... ». «Pobre guambra». «Quién hubiera
da?» «¿Por quién puede ser?» <<Parece que busca como creído ... ».
un ciego». Ante la indiferencia aoarente de esa hora turbia, la
-¿Dónde? ¿Dónde, gran putaaa? 3Itanería del borracho se desequilibró en un zig-zag de
«¿Gran putaaa? No ... No es por mí.. Busca a algu­ ruegos por un lado, de maldiciones por otro, que puso al
na carishina... ». «Pendejo. Las carishinas están más arri­ descubierto una llaga incurable para él.
-142­ -143­
-¡Rosario Santacruz! ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué
Con violencia Luis Alfonso se libr6 de los brazos
me dejaste? ¿Por qué, carajo? Te perdono. ¡Te juro que te
de Rosario. A tientas prendi6 la luz y busc6 algo para cu­
perdono! ¡Gran putaaa! ¡Gran putitaaa! brirse. El borracho grit6 entonces:
<<Le perdona y la insulta, pes». «Loco parece. Asi­
-Ahora sí. Quiero ver a mi sustituto. Que salga...
mismo son los J¡ombres cuando se les carga de cuernos».
Que salga para beberle la sangre... Con él sí has de gozar,
«Le ve durmiendo con otro». «Atatay la carishimt». «Don­
carajo ¿Por qué no conmigo? ¡Yo sé! Mentira. No sé na­
cella con plata, jajajay ... ». «Como nosotros. Una pobre
da... Me dejaste como a un trapo viejo... Soy tu marido
pecadora...». «¿Qué harán pes el par de cojudos?»
ante Dios y ante los hombres ... ¡Corrompidaaa!
-Yo le tapo la boca, carajo ~xc1am6 Romero y
Flores intentando levantarse, pero ella se aferró a él, su­ «No gozar con la bendici6n de Taita Dios es el
plicando: colmo». «¿Qué le dio pes a la guambra? Pero yo también
-Espera. Nunca fue para mí nada. ¡Nada! Por eso solo con el Ricardo... El otro ...». «Lo que hace taita dia­
grita. No seas tonto. Ya se irá. No es la primera vez. blo colorado ricurishca1, como dicen los indios». «Tan
-Déjame. buena para salir del chulla bandido ... Ni muerta... Una sa­
be, pes... ».
-¡Por Dios!
-El escándalo. ¡El escándalo! Tras de Romero y Flores, ella había saltado semi­
Muera entre tanto -brusca caída de la furia en desnuda de la cama, suplicando:
falsete acaramelado- el ebrio continuaba sus sinuosas -¡Espera! ¡No seas tonto!
lamentaciones: -Déjame. Ya verás lo que le hago.
-Me da la gana de quererle, carajo. ¿Quién se La venganza de Romero y Flores se inici6 con ágil
opone? ¿Quién? Ahora que te duerme otro. Quiero morir. y sarcástica burla. Armado del bacín trep6 a la ventana, y,
Morir viendo, constatando... El caballo, el perro, el toro ... apuntando cuidadosamente arrojó buena dosis de orinas
Yo soy el señor toro ... Me duele el coraz6n pero me río ... sobre el borracho.
¿Creen que no? Ji... Ji... Ji... «Ya se jodi6». «Le echaron agua sucia... Orinas
«Parece voz y súplica de diablo que se quema en la parece por el olor. .. ». «Orinas podridas ... Huele a perro
propia pena». «¿Le habrán dado chamico? ¿Agua de muerto». «¿Cómo quedaría el pobre?»
trampolín con piola? Que se tome la contra, pes. Infusi6n Me empaparon, carajo. ¡Carajo! Pero aquí me he de
de ashcomicuna y hierba de olvido». «¡Jesús bendito! Lo estar hasta que salga el maricón ... Estoy hediondo ... Huelo
que se oye». «Quiero constatar. Como si se pudiera\>. a carishina... Me echaron un bacín íntegro. Un bacín con
chucha y todo... Tengo derecho de estar en la calle. ¿Quién
, Se enumeran en este párrafo algunas supercherías muy comunes: el me quita ese derecho? ¡Rosaritooo! Si pudiera decirte una
chamico, o el agua de chamico: por el arbusto con el que se hace una
infusión con efectos narcóticos. Cada uno de los bebedizos tiene su
contra, es decir, el remedio. Asbcomicuna: literalmente, comida de 'Expresión morida para designar al espíritu tentador, la incitación al
perro. placer sexual.

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cosa me... ¡Meee! Quiero verte... Verte un minuto. Así sultaba reprochándole su origen indio. Resbaló entonces
como debes estar ahora. Después háganme lo que les dé la el mozo por tercos petjuicios que enturbiaron trágicamen­
gana... ¡Tírenme los bacines! ¡Mátenme, carajo! te el brillo de sus pupilas:
-Le echaré a patadas -anunció Romero y Flores -Nada nos une.
saliendo precipitadamente. -¿Cómo puedes decir eso?
A los pocos segundos, al sentir a sus espaldas -Debes volver a tu casa.
abrirse con sigilo de emboscada la puerta de calle de la -No me iré.
propiedad de mama Encarnita, el borracho se disparó ha­ -iTe mando, carajo!
-ilnsúltame, pégame, mátame, pero no me iré!
cia abajo, vociferando:
-¡No soy ningún pendejo! ¡No me agarran así no -insistió Rosario con testarudez infantil.
-Si insistes en quedarte, si crees poder vivir a mi
más! ¡A mí no me hacen cuadrilla!
«Macho el chulla. Nuestro chulla». «No se dejó lado, estás equivocada.
-iNome iré!
matar el borracho como pedía a gritos». «Hizo escándalo,
-¡Seré yo el que huya! ¡Yo, carajo! -chilló Ro­
pasó la vergüenza ... ». «Todo es pendejada ante el gusto
mero y Flores agarrando precipitadamente el sombrero.
del demonio ...». «Pobre marido ... Ellos también... ». «Sin
Cuando la muchacha quiso detenerle había desaparecido
bendición, sin nada ... Así dura más».
dando un portazo.
Ante la huida del ebrio, la voz de Majestad y Po­
En el rumor imperceptible que se filtraba desde el
breza surgió altanera en Romero y Flores: «Es un cholo mundo de los sueños, el chulla olfateó la hora. <<Deben
cobarde. Y ella... Ella tiene la culpa... Sácale a patadas de ser las tres. ¡Las tres! ¿A dónde ir, carajo! A la cantina
tu lado, carajo ... Ahora mismo ... ». del tuerto Sánchez. Amigos. Trasnochadores. El caldo de
Al entrar el chulla de nuevo en el cuarto, furioso patas», se dijo. En realidad se sentía abrumado. ¿Por la
por no haber podido castigar al insolente, gritó a Rosario fuga? No.
que esperaba temblando sentada sobre la cama: Era por algo que no acertaba a señalar en él o fuera
-Esto no puede continuar así. de él. Quizá llevaba en sí la resonancia de un dolor colec­
-Pero yo ... tivo, remoto -angustia como para beberse media botella
-Te vas donde tu madre. de aguardiente--. Era peor cuando sus sombras se retor­
-¿Que me vaya? cían en silencio: sin voces, sin maldiciones, sin queja.
-Es necesario. En la trastienda de la cantina del tuerto Sánchez
-Tú sabías... -sala quirúrgica donde se cicatrizaba con ají, cerveza,
-Pero la gente. caldo chirle, chistes libidinosos, la euforia de la embria­
-¿Dejarte? ¿Abandonar lo que en pocas semanas guez amanecida, el chuchaqui de negra depresión-, todo
he sentido como mío? Prefiero morir. el desequilibrio íntimo del mozo se diluyó frente a una
Ocultó Rosario el llanto entre las manos. Estampa mesa rodeada por políticos arribistas e intelectuales de
de mama Domitila cuando el viejo Romero y Flores le in­ renombre provinciano.
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-¡Romerito! ¡Éste es Romero y Flores! ¡El famo­ jestad y Pobreza». «A la mierda el porvenir. .. Ji... Ji...»,
so chulla! Ji... Ji... Ji... ¿Qué se ha hecho, pes, cholito?
chilló mama Domitila ahogándose en una especie de gru_
-interrogó un ebrio -cara redonda, párpados adiposos, ñido de cuy al olor de la hierba.
vientre abultado-- desde una mesa cargada de promesas
-Basta, carajo -concluyó él procurando taponar
-cigarrillos, licores extranjeros, mujeres-o su desconcierto. y sin escrupuloso en busca de una cerve­
-Ni la barba, don Aurelio. za o una nueva borrachera que liquide el negro chuchaqui
-Venga. Cuéntenos alguna mentira sabrosa. que le oprimía, entró en el billar del trompudo Cañas -re­
-¿Mentira? cinto cargado de truenos de carambola, de murmullo de
-Venga... Venga... -solicitaron en coro las gen- feria, de humo y colillas de cigarrilos, cuyo olor, junto
tes que acompañaban. al hombre de la cara redonda, de . con el del urinario y el del aguardiante barato, se imponía
los párpados adiposos,-Elel vientre abultado--dos lati­ a los demás olores-o Felizmente dio con varios de sus
fundistas cortados en el mismo molde, dos mujeres de al­ compinches -el chulla poeta, el chulla matón, el chulla
quiler y una alcahueta de manta-o político, el chulla estudiante, el chulla burócrata-, que
Más tarde, cuando el chulla -en trance de despe­ se emborrachaban a costa de la gloria del ascenso de un
cho y de abandono-- pudo mirar por una rendija de su militar de bigotes a lo kaiser Guillermo JI, de un militar
inconsciencia alcohólica, se dio cuenta que estaba en una que pedía el coñac por botellas y la cerveza por docenas.
habitación olor a sudadero de mula, que la luz de una Desde el primer momento el intruso notó que el'chulla
lámpara de kerosén alargaba las sombras, que los hono­ poeta -:-ojos mongólicos, tez bronceada, cabellera hirsu­
rables latifundistas, las prostitutas, la alcahueta, y él mis­ ta, actitudes lánguidas de gran señOf- vestía una pijama
mo. estaban desnudos, que los senos de las mujeres eran a rayas blancas y rojas.
chirles y las caderas inexpresivas, que todos ardían en un -¿Disfraz de Inocentes? -interrogó pensando
juego de risas, manotazos, persecuciones, que el impudor hacer un chiste.
se tendía en orgasmo animal por el suelo y los rincones. -Es un nuevo sistema para ahuyentar a los acree­
, y a la noche siguiente, después de pasar casi todo dores -informó el aludido.
el día durmiendo entre hembras cansadas y envilecidas -¿Cómo es eso?
-estropajos para fregar pisos- y latifundistas sonoros y -Basta con decirles: dejé el temo en la casa. y la
hediondos -:-opulencia de sangre de indio y sol de cam­ cartera...
po--, con angustia de impertinente náusea -extraña en -En la casa de préstamos -embromó alguien.
él-, sintió como si hubiera perdido algo noble en cada Entre risas, chistes y medias palabras, Luis Alfon­
minuto, algo que le era difícil recuperar por falta de co­ so se enteró de la verdad. La concubina del chulla poeta
raje y sabiduría. En un instante -luz de amargura trágica -una prostituta de pésimos antecedentes- le había des­
en SU desequilibrio íntimo-- se vio ridículo, cobarde. va­ pojado de la ropa. y al llegar el vate a la casa de sus ma­
cío, al abandonar a Rosario. ¿Por qué? «Tu porvenir. Eres yores disfrazado de pijama, la indignación de la honora­
un Romero y Flores ... La vida a veces -disculpó Ma­ ble familia -padre funcionario público, madre católica,
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hennanos arribistas, hennanas casaderas- puso al hijo primera puerta de un cuarto al zaguán, una voz interrogó
corrompido y desnudo de patitas en la calle. desde el interior:
-Hace tres días que ... -¿Quiénes?
-Duerme en el cuarto del Largo Chilintomo. -Nosotros, cholito. Queremos brindarte un trago.
<<Donde duerme uno, duermen dos?», se dijo Ro­ -No deseo nada, carajo, ¡Nada!
mero y Flores olfateando una perspectiva de refugio para -Unito no más ... La puerta...
sus noches próximas. A medida que se emborrachaba com­ -¡Nooo!
prendió que el afecto a sus amigos -todos al hablar ocul­ -Está bien. Conste que hemos pedido de a buenas
tan un porvenir de holgura personal e indiferencia para -intervino Romero y Flores invitando en secreto al chu­
los demás- degeneraba en asco. Había perdido ese fer­ lla poeta a una falsa retirada. Una vez en la calle buscó al
vor de cómplice, esa solidaridad de jorga aventurera. Ro­ policía de servicio, y, en tono de gran señor, le dijo:
sario ... Rosario la única con quien... ¡Ella! ¿Por qué? Sin -Han sido atropellados nuestros derechos. Aquí,
embargo, prendido a sus cobardes ambiciones, a sus in­ mi amigo, se levantó de la cama, como usted puede cons­
genuos recursos de opereta, al desequilibrio de .sus som­ tatar por la ropa que lleva. Se levantó a comprar esta me­
bras tutelares, calló. Tierna su desilusión era mejor acep­ dia botella de coñac. Dejó el cuarto sin llave. Y al volver,
tar la inmundicia de los otros y envolverse en la propia. un intruso, un tal Chilintomo, conocido de última hora, se
A las cuatro de la mañana, después de que todos encierra por dentro y no quiere abrimos la puerta. El se­
habían «ahogado en el licor la pena» --como si pudieran ñor, como usted ve, está en pijama. Puede pescar una
librarse de ella-, después de que la mayoría huyó en fu­ pulmonía o algo por el estilo.
ga zigzagueante y unos pocos se aplastaron en dejadez de -Sí. Se ve clarito.
plomo derretido sobre la mesa, Romero y Flores se guar­ -Tómese una copa, mi~erido amigo. Dispense
dó una media botella de coñac -sobra del festín-, y con que le molestemos tanto. Usted comprenderá...
dulzura y engaños de nodriza, arrastró a la calle al mozo --Gracias~ Cuando Dios quiere dar.
de la pijama. -Así. A pico. Como en el páramo.
-A dormir, carajo. A dormir pronto.
-He sido despojado -afmnó el chulla poeta
-No... ¡No quiere abrirme nadie!
imitando torpemente la actitud y el tono doctorales de
-El Chilintomo.
Luis Alfonso.
-¡Tampocoool
-¿ y ahora qué haremos, pes, con este lío? --con­
-Veremos si conmigo.
sultó el carabinero a Romero y Flores devolviéndole la
-Ni mi familia... ni mi madre•. ~ Ni mis amigos ...
botella.
¡Nadie! -Obligarle al canalla a que abra la puerta. Nada
-Vamos, carajo. más.
Después de mucho vagar entraron en una casa vie­ -Mi puerta. Mi cuarto.
ja, olor a chicha agria, a residuos de café. Al golpear en la _.Haremos lo posible,chullitas.
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Los golpes de la autoridad y las voces de los mo­
esperaré. Le esperaré hasta morir», se dijo con extraordi­
zos despertaron al vecindario. Alumbrándose con vela de
naria energía. Al volver al cuarto se tendió de bruces so­
sebo, en camisa de dormir y chal de lana a los hombros,
bre el lecho. Uno, dos, cinco, diez minutos. De pronto tu­
surgió por un corredor la dueña de casa. Era una vieja
vo la certeza de oír algo. ¿Él? Corrió a la ventana. No...
muy parecida a doña Encarnación GÓmez. Al ser interro­
No había nadie ... Muy tarde llegó para ella el sueño. Gol­
gada por el policía informó en tono de queja alhara­
pes y gritos a la puerta la despertaron a la mañana si­
quienta y verdulera: guiente.
-Ave María, mi señor. ¿Cuál también será el in­
-¿Quién es? -interrogó. El sol se filtraba por to­
quilino, pes? Arrendé a uno pero no me acuerdo la cara. das partes.
Entran y salen los chullas como si fuera hotel... A éste de
-La dueña de casa. ¿No me conoce? Necesito ba­
pijama le he visto ... A otros también les he visto ... Pero lo blar con el señor Romero y Flores.
peor es que tres meses enteriticos me deben del arriendo ... -No está.
Al fmal, el policía obligó a abrir la puerta entre -Ábrame, entonces.
amenazas y empujones. Luego citó a los tres hombres -Un momentico.
ante el señor intendente para que arreglen en la mejor
Al entrar doña Encarnación y plantarse como un
forma el reclamo de la dueña de casa.
orador de barricada en mitad de la pieza, habló alto, muy
-Los tres mismo deben ir. Los tres -chilló al re­
alto para que oiga y acepte todo el mundo su disculpa:
tirarse.
-¡Jesús! ¡Dios mío! Yo no hubiera permitido nun­
El parecido de la vieja en camisa de dormir y chal
ca que ustedes permanezcan aquí al saber lo que he sabi­
de lana a los hombros con mama Encarnita despertó en do. Quiero hablar con el arrendatario. ¿Dónde está? Que
Romero y Flores una especie de raro remordimiento que no se esconda. Mi casa es casa honorable.
no le dejó dormir. Tendido junto al chulla poeta miró en -Señora...
su tomo. Oscuridad, silencio... Agarró la botella que al
-Que salga buenamente su... Su hombre... A us­
acostarse dejó en el suelo. La besó con avidez tratando de ted y a él les voy a poner de patitas en la calle por inmo­
ahuyentar las ganas de huir. De huir de sí mismo. De rales, por mentirosos, por corrompidos. ¿Qué se han figu­
ellas -madre y amante- que eran lo impuro, lo bastar­ rado? Vivir gratis y con el demonio a cuestas. Nadie ha
do en el concepto presumido y aristocrático de la sombra sido tan audaz. En mis barbas, pes. ¡Chulla bandido!
de Majestad y Pobreza. Como un ladrón ganó la calle a ¿Dónde está?
los pocos minutos. -No está aquí, señora -murmuró en voz baja
Rosario temblando de miedo. De miedo que imprimía a
*** sus facciones aspecto de trágica idiotez.
H Tanto insistió la vieja en ver al inquilino, que la
Rosario creyó que vivía un sueño o una broma tímida y dolorosa actitud de la joven se transformó en
cuando Luis Alfonso desapareció entre las sombras. «Le explosión sin control, en alocado afán de hurgar los posi­
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bIes refugios de su amante. Como si ella fuera la más in­ pronto quiso gritar, desfogarse. Abrió la boca y se quedó
teresada levantó la cortina que cubría y encubría el rincón prendida en el ladrido de los perros, en el monótono croar
de la ropa sucia, removió los papeles del poyo de la ven­ de las ranas del barranco próximo, en la inquietud galo­
tana, abrió el baúl. pante de sus venas. A cada segundo brotaba la sospecha.
-¡No está, señora! ¡No está! He buscado en todas ¡Él! Pero al comprobar el fracaso se repetía con obsesión
partes. Usted ha visto. ¿Qué quiere más? ¿Quéeee? -con­ infantil: «Le esperaré... Le esperaré hasta morir... ». En un
cluyó la muchacha. momento perdido del amanecer sintió pasos. Los que es­
-¡Jesús, María y José! -murmuró la dueña de peraba. Podría distinguirlos entre mil. «Luis Alfonso ...
casa creyendo observar el demonio vivito en los ojos de Vuelve... », se dijo con angustia de felicidad indescripti­
la inquilina. ble.
-¡No está en ninguna parte! Al reconocer 10 familiar y sórdido de su barrio,
-Ya veo ... Ya... -dijo mama Encarnita y huyó Luis Alfonso -trenzado en la corriente de un río de
con el rabo entre las piernas. fuerzas misteriosas-- sintió la necesidad de expresarse
Rosario dio un portazo pensando con· rubor en las como 10 había hecho el marido de Rosario. Se arrimó a
murmuraciones envenenadas de los vecinos. Pero en rea­ una pared. Alzó los brazos como un náufrago. Movió
lidad, la escucha se había desbordado llena de odio hacia los labios con apuro nervioso pero sin voz: «¿Dónde
la dueña de casa. estás? Te perdono. Me da la gana, carajo. ¿Quién se
«Salió corriendo la vieja... Yo le ví...». «Como el opone? ¿Quién? Me duele el corazón pero me río. ¡CO­
diablo salió del cuarto del chulla». <<Mama del diablo pa­ rrompidaaa! ¡Gran putaaa! Quiero verte. Saborear tu
recía». «Por fin hubo quien le pare el macho». «Casa ho­ cuerpo. Juntos hasta morir. Una vez más ... Unaaa... Uni­
norable con guarichas, con carishinas, ¡ajajay!». «Bien taaa ... !»
hechito ... Para que aprenda a no entrar a los cuartos sin Los reproches y las quejas que había preparado la
pedir permiso». «Para que aprenda a no maldecir a los mujer fueron atropellados sobre el lecho. Al final, él
pobres en nombre de la ley y de Taita Dios». «Para que murmuró incorporándose como para huir de nuevo:
aprenda a no poner los palos sucios en medio de la calle -Carajo... No ...
cuando le aconseja la avaricia». «Qué pecado cometería -¿Qué? ¿Necesitas algo?
la pobre vecina para caer en manos de la vieja? ¿Pecado -Nada.
de amor, será? ¿Pecado de tontera, será? Asimismo sO­ -Espera. Te desvestiré.
mos las mujeres cuando nos agarra la tentación». «Chulla -No.
él chulla ella. Nuestros pobres chullas». «Debemos ayu­ -Los zapatos... La ropa...
darles contra la vieja»... -¡No quiero! Solo deseo morir.
A la noche, cuando todos los ruidos se apagaron en -¿Morir?
la casa, Rosario se acostó pensando dormir, pero el vigi- . -Beber hasta que se arranque el hilo de esta mise­
lante que había nacido en ella atisbaba sin tregua. De rable vida.

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-No hables así. Somos ...

-¿Qué somos, carajo?

-Bueno... Un poco felices ...

-Felices? Ji... Ji... Ji... ¡Somos unos desgraciados!


-Si me quisieras todo sería distinto.
Algo noble y definitivo debió hallar el borracho en
la voz de Rosario que le obligó a responder:
-Yo soy el desgraciado ... ¡Yo solitico!
Con ternura y paciencia maternales ella logró apa­
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ciguar al hombre. Cuando le tuvo preso -la cabeza sobre
sus senos desnudos, las manos pesadas sobre su vientre,
los cabellos desordenados bajo su mentón-, murmuró:
-Estoy embarazada; ¿Me oyes? Tendremos un hi­ Al despertar Luis Alfonso -cerca de medio día-,
en uso y abuso de la amargura de su chuchaqui y de la si­
jo. Chiquito ... Nuestro ... nuosa vigilancia de Rosario, destapó el proyecto criminal
«Un hijo ... Un hijo, carajo», repitió mentalmente
atorado en el sótano del alma desde que supo del emba­
Luis Alfonso y se vio que batallaba como una fiera caída
razo de la mujer.
en trampa, y se oyó que gritaba con gran indignación
-¡No! ¡Eso jamás! ¿Acaso no tengo derecho?
frente a Rosario -tímida y llorosa figura de mama 00­
¿Acaso nosotros? -gritó ella con furia extraña, desafiante.
mitila con las manos en la cara-: «¡Jamás! ¡Nooo!¡Tienes
-No es por nosotros ... Es por esa criatura. Por esa
que arrojarlo! ¡Tienes que abortar! ¡Abortaaar! Mi porve­
pobre criatura. No puede venir como un ...
nir... Soy un Romero y Flores ... ¡Pronto! ¡Prontooo!» Mas,
-¿Qué?
en realidad, la borrachera, la sorpresa -dulce y agria a la
-.Un hijo del adulterio.
vez-, la modorra que defiende y ampara -olía tan bien
-¡Calla!
la piel de ella... , la piel de la madre... , la tibia carne del
-Sin apellido.
hijo ...- , mantuvieron al mozo en la beatífica inmovili­
-El tuyo... El mío...
dad de niño dormido. -¿ y tu marido? ¿Y las gentes?
, -Vendrá. Vendrá... -insistió Rosario agarrándo­
se con desesperación el vientre. Y sin hallar razones para
defender el impulso de su instinto que él, ella y todos 10
tomaban como un gran pecado,· como una tremenda ver­
~enza, escondió el rostro entre las cobijas,
'1,7 Molesto y conmovido a la vez por el llanto y por la
actitud de la mujer, el chulla se dijo: «Yo también nací
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gracias al coraje de ... A la tímida pero testaruda presencia form6 -en una tropa de chullas que mataba las horas
india frente al orgullo tragic6mico de Majestad y Pobre­ pescando desde la esquina más concurrida de la plaza del
za... Yo existo porque ellos ... ». Y con acento de amoro­ Teatro Sucre la oportunidad de seguir a una mujer fácil o
sa intriga, la sombra de mama Domitila concluy6: « Sin de enredarse en una borrachera imprevista y sin costo al­
compasi6n de shungo, taita blanco quiso sepultarte donde guno-- de la vacante de un empleo en un Ministerio.
los huérfanos». Aquella confmnaci6n de la realidad an­ " -¿Te interesa? -interrog6 el informante.

cestral -especie de calor humano que de tarde en tarde -Para un pariente que me ha recomendado le bus­
surgía ante el silencio del fantasma del padre- transfor­ que algo -advirti6 Romero y Flores con indiferencia.
m6 la furia del mozo en ancha y ardiente ternura. Lleno -Tu amigo, don Guachitola, es del jurado.
de responsabilidad se acerc6 a ella, y besándole en los la­ -¿Del jurado?
bios, en las mejillas, en los ojos -deseo que nunca pudo -Habrá un concurso, según dice la prensa.
realizar con su madre-, le oblig6 a sonreír. -¡Ah!
-Bueno, carajo. Si te empeñas tanto, vendrá... «Don Guachicola... He bebido con él ... Le he fir­
-Rosario se puso quejosa y reconstruy6 la escena que mado por diez o veinte sucres recibos falsos... Timbres
tuvo con mama Encarnita. para la reventa. Conozco. Tiene que darme. Un empleo
-A la vieja se le apacigua con billetes... Unos cien para mí... ¡Para mí!», se dijo el mozo con la certidumbre
sucres ... --coment6 Romero y Flores. de haber hallado soluci6n a su problema. «Qué problema
-¿Crees? ni qué pendejada... Todo por un ... Por un hijo adulteri­
~laro, conozco ... no ... Por un hijo de puta ... », protest6 Majestad y Pobreza
-Mi anillo y mi abrigo ~freci6 Rosario. con indignaci6n que ocultaba el temor de esclavizarse
-¡No! No. Eso... Eso más... -dijo él fingiendo tras de un escritorio. «Guagüitico de Taita Dios; .. Gua­
elegante desinterés. Pero como .la joven, por experiencia güitico inocente ... Acaso nosotros también ... Los taitas de
de otras entregas -todo lo de algún valor que trajo de nuestros antepasados», surgi6 en contrapunto la voz de
casa de la madre-, sabía que al [mal él reclamaba sin mama Domitila trenzándose en una lucha íntima, viscosa,
pudor, insisti6: trágica, de culpa y penitencia al mismo tiempo, con el
-El anillo es de oro, el abrigo tiene cuello de piel. estirado orgullo de la sombra tutelar del viejo Romero y
-Bien... ya veremos ... Flores -reforzada en la realidad por un coro infinito de
A la noche de ese mismo día, luego de conseguirel frailes, beatas, latifundistas y aspirantes a caballeros-o
dinero vendiendo a precio de remate lo que le dio Rosa­ Pero Luis Alfonso, por algo que no. hubiera acertado a
rio, y después de rumiar una serie de proyectos de inusi­ precisar de d6nde le llegaba en ese momento, fren6 la an­
tada seriedad -¿rebuscas de ingenio y de aventuras al gustia que le producía la disputa de sus fantasmas y opin6
por mayor?, poquísimo para sus pr6ximas necesidades de por su propia cuenta: «Iré, carajo... Bueno... Por una corta
padre de familia; ¿trabajo manual de indio o cholo?, im­ temporada... Dos meses ... Cinco... Nueve ... Para el médi­
posible, ¿emplep público?, tal vez-, Luis Alfonso se in­ co... Después ... Que se jodan... ¡Oh!».
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A la mañana siguiente -ceño, prosa y actitud de El temor de perder el certificado de nobleza por un
gran señor- Romero y Flores buscó a mama Encarnita lado y la codicia por otro liquidaron a la dueña de casa.
en su departamento. Como era lógico, la vieja recibió al Romero y Flores dio lo que buenamente quiso y obtuvo
inquilino en su salón. Las flores de papel, los abanicos de plazo indefinido para desocupar la pieza. Los inquilinos
alambre emplumados con tarjetas de felicitación ono­ que se hallaban atentos --emboscada de vecindario po­
mástica, los adornos de yeso y porcelana, los divanes de bre-, comentaron al ver que el chulla salía de la confe­
postiza adustez, .las repisas de madera tallada, las oleo­ rencia más sereno y seguro de lo que entró:
grafías con mujeres antiguas -mitones, amplio sombrero «¿Qué le diría?» «¿Qué le propondría?» «Te aman­
de plumas de sauce llorón, orlas de encajes fruncidos, .só suavito». «A él no le pudo atropellar. Cerró el pico.
cintura de avispa, sombrilla-, el retrato del difunto usu­ Bajó el copete». <<El chulla conoce la letra colorada». «Pa­
rero -cholo vestido de señor, bigotes alicaídos, frente rece mentira. A uno sí... Algo le hizo. Algo le dio». «Él no
estrecha, ojos diminutos, labios gruesos- en el marco se achola por pendejadas como nosotros ... Se juega ente­
blasonado del bisabuelo de Majestad y Pobreza, inyecta­ ro ... ». <<Nuestro chulla. ¡Nuestro chullita!»
ban a la dueña de casa el valor necesario para cualquier Al llegar a un barrio prendido en la falda tutelar de
desahucio. la ciudad, Luis Alfonso pensó en el refugio de la chola
-Está bien, señora. Pero le advierto que antes de Petra donde solía emborracharse el viejo que buscaba. A
irme de su casa honorable... esas horas, a lo largo de las calles, a la sombra de los re­
-¡Honorable! codos, el viento era un muchacho sucio olor a orinas, a
-Me llevaré el escudo de mi familia.
chicha agria, a frutas podridas. Sin pedir permiso, el mo­
-¿Qué escudo, pes?
zo penetró hasta la segunda trastienda de una especie de
-El que adorna a ese hombre --denunció el mozO
mondonguería. A la luz de un candil que a ratos servía de
apuntando con el índice el retrato del usurero. reverbero, don Guachicola -figura hidrópica y un poco
-¿Cómo? deforme de estampa para moralizar a los impenitentes del
. --Como me oye.­ vicio del alcohol- compartía sobre una mesa mugrienta
_¿Y lo que me debe será pes cutules?l -interro­ un raro brebaje con su compinche Jorge Farfán Rojas,
góla vieja sintiendo que flaqueaba su poder.
alias el Mono Araña. Los dos hombres miraron al intruso
-Le pagaré hasta el último centavo.
con asombro que se disolvió rápidamente en sonrisas e
-¿Hasta el último?
invitación a sentarse.
-Sí -concluyó Luis Alfonso exhibiendo unos bi­ -¡Chullita! ¿De dónde sale? Tengo una cosa bue­
lletes que pasó por las narices de mama Encarnita. na para usted. Un negocito...
«Que no me venga con el cuento de siempre: las
Pintoresca expresión cuyo aproximado equivalente sería: «¿Y lo que firmitas, la letra parecida... Yo quiero el empleo ...», se di­
me debe será nada?» Los cutules son las hojas que cubren la mazor~ jo Romero y Flores.
ca del maíz.

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-Ñaño lindo. Venga tómese un resucita muertos sus piernas. Pero la costumbre de servir, de obedecer a
-invitó el Mono Araña agitando los brazos como tentá­ los clientes...
culos. -Bueno. ¡Ya mamitica! ¡Yaaa! -chilló don Gua­
-¿Me decía ... ? -interrogó el joven dirigiéndose a chicola que conocía la modorra incurable y mecánica de
don Guachicola. la chola a esas horas. Por toda respuesta, la mujer miró a
-Después... Es importante pero no es urgente... los hombres como miran los muertos -sin expresión, sin
Luego hablaremos ... -afinnóel aludido dando a enten­ brillo, desde un paso vacío-, y, en silencio, ebria de sue­
der que el caso era confidencial. ño y de fatiga, volvió a su cama, tras una cortina de ca­
-¿Ah! buya en un rincón. Tenía que levantarse a las seis para
-¿Una tacita? llenar a medias su labor cotidiana: ir al mercado -diez
~racias. cuadras abajo con canasta vacIa y guagua a la espalda,
-¡Petraaa! diez cuadras arriba con canasta llena-; moler morocho
-¿Qué le duele, pes? -respondió una voz soño­ para las empanadas del domingo en la piedra grande, ají
lienta desde la pieza contigua. en la chiquita; lavar la ropa de los críos en el patio -cin­
-Otra taza, mamitica. co en siete años-; dar el seno al menor -siempre había
-Voooy. uno que lactaba-; atender a la clientela --el aguardiante,
-¡Pronto! la chicha, la cerveza, los picantes-; soplar el fogón a la
-Voy digo, pes. puerta de la tienda; y mil cosas más de su negocio y de
Cuando la chola -ancas pomposas, alelado mirar, sus rapaces. Pero desde el primer parto -único recuerdo
cabellera empolvada de ceniza, carne amasada con tierra de amor con el soldado que le abandonó por una carishi­
de monte y suavidad de tembladeras; olía a sudadero de na de la costa-, algo quedaba sin· concluir en su refugio,
mula, a locro 1, a jergón de indio; despertaba sórdidos an­ algo quedaba en proyecto -la. limpieza del estante, de la
tojos: morderle los senos de oscuro pezón, los pómulos pequeña vitrina del pan; el raspado del hollín de las pare­
pronunciados, los labios gruesos, bañarle en sangre, he­ des, de la mugre de los cajones y de las mesas; los re­
rirle, y hundirse como un cerdo en su hedionda morbi­ miendos y los zurcidos en la ropa de la familia; la batalla
dez- colocó una cuchara y una taza frente al chulla, el a las telas de araña, a las ratas, a la basura-, acumulando
Mono Araña baboso de lujuria le aprovechó acariciándole a su alrededor suciedad y abandono de mondonguería de
los muslos bajo los follones. Ella no hizo caso. ¿Para última clase, por un lado, y raquitismo e ignorancia de
qué? Se sentía tan cansada, tan ajena a su cuerpo. Hu­ guambras miserables, por otro. Su tragedia era en reali­
biera preferido que se cierren sus párpados, que se doblen dad, sentir que a la noche le faltaban las fuerzas, le pesa­
ba la cabeza, le molestaba como bisagra enmohecida el
dolor a la cintura, se le cerraban los ojos, obligándole a
1 locro: especie de sopa hecha con papas. tenderse en su jergón, atenta a las exigencias y órdenes
-a veces las cumplía con milagroso sonambulismo, a
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veces no-- de sus clientes nocturnos -viejos dipsóma­ en los dos borrachQs alentaba el mismo afán venenoso, la
nos de la pequeña burocracia-, los cuales se congrega­ misma venganza ciega. Hablaban a gritos sobre jefes y
ban allí por lo apartado, discreto y económico del lugar. mandones que se dividían a su capricho las riquezas del
Abonaban la cuenta por quincenas, saboreaban la dosis país.
de alcohol a sus anchas, y al amanecer --el más resis­ Luis Alfonso se mantuvo parco -un cuarto de do­
tente o el más audaz- se acercaba con soberbia de «pa­ sis a pequeños sorbos-o Tenía que controlar su plan. Los
trón grande, su mercé» hasta la cama hedionda, apartaba viejos en cambio, después de beberse la tercera taza de
a los pequeños, y, sin escrúpulos de ninguna clase --en aguardiente ladraban de indignación. Don Guachicola
forma normal o viciosa- saciaba su lujuria sobre la cho­ había destapado su habitual mansedumbre para exhibir el
la dormida. Ella, atada a la inmovilidad de su cansancio, . secreto de las estafas más hábiles, de los crímenes más
sentía el atropello. Un solo esfuerzo hubiera sido sufi­ repugnantes, de las mentiras más solapadas de los pa­
ciente para librarse del intruso. ¡Nooo! Las gentes hono­ triotas a quienes sirvió toda la vida. Después de cada de­
rables y vigorosas no pueden comprender cómo absorbe nuncia afirmaba:
y degenera el pantano de una fatiga atesorada en años --es -Familias enteras. Doy nombres, carajo. De
tan inevitable como el temor del vencido, como la indife­ acuerdo al apellido se reparten el feudo nacional: la di­
rencia maquinal de la prostituta-o plomacia, los bancos, los ministerios, las finanzas, la
Habituado al brebaje de los viejos, Romero y Flo­ cultura, el comercio, la tierra, el aire, el sol...
res llenó su taza con aguardiente, quemó un poco de azú­
-No... No hay apellido ni pendejadas. El dinero ...

car en la llama del candil, escuchó en ¡silencio. Áquellos


Eso. El dinero es el que manda, ñaño lindo. Yo he visto ...

hombres que hablaban mal de media humanidad, al pare­ Yo...

cer no tenían nada en común. El Mono Araña, exguerri­


llero alfarista~ deshuesada expresión de voces y actitudes, -Al final -vacíos dos litros de purito--, con
fácil excitabilidad tropical, líneas y facciones asimétricas mueca de no me importa en los labios y en los hombros
-frente en acordeón de arrugas, nariz ganchuda, orejas -¡lógica actitud para el coraje de la disputa del princi­
en pantalla de murciélago, comisura izquierda de la boca pio--, el Mono Araña dejó caer pesadamente su cabeza
rasgada por la presencia constante de un «progreso de en­ entre los brazos cruzados sobre el tablero mugriento de la
mesa.
volver» mal encendido, ojos en notorio desnivel-, pare­ l
cía un santo de palo, un ratón tierno. Don Guachicola, -Clavó el pico . Gallo runa, carajo... Ji... Ji... Ji...
exalumno del Semip.ario, desconfianza de páramo, movi­ -murmuró don Guachicola tratando de abrir los ojos, de
mientos felinos y conventuales, opulencia de carnes -pár­
pados hinchados de rojos ribetes, violáceo color de altura
en la nariz y en los pómulos, labios gruesos-, recordaba 1 Clavar el pico: expresión vulgar que significa «morir», y también,
como en este caso, desvanecerse, donnirse. Gallo runa: gallo de po_
a todo lo viscoso, estrecho y en apuros de asfixia. No ca calidad, de poco valor. Runa: palabra quichua que significa
obstante de aquello y a pesar de las malditas apariencias, «hombre». A los indios se les llama despectivamente runas.

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levantar las manos, de erguir su figura más de lo que -Si usted quisiera.
buenamente le permita la borrachera. -Si yo quisiera.
-Usted es macho ... ¡Macho! -intervino Luis Al­ -Podría declararme el vencedor del concurso.
fonso en tono de respeto y admiración. -¿Qué concurso?
-¡Aaah! Ahora le puedo decir... Tengo un nego­ -Usted es jurado. Lo sé. No me niegue.
cio para usted ... Un negocio regio ... -¿Quién le avisó, carajo?
-¿Para mí? -Todos.
-Diez firmas. ¡Cien sucres! ¿Eh? -Imposible. ¿Qué? ¿Qué digo al inspector gene­
-¿Dónde? ral, al señor Ministro? Me recomendaron ... Me ordena­
-Donde están las cruces rojas ... No se olvide de ron lo que tengo que hacer ... Al hermano de la concubi­
poner el número de la cédula... Detalles del control... La na... Al pariente culateral... CUlateral... Ji... Ji... Ji...
ley... Dorar la píldora ... --opinó el viejo sacando un rollo -Pero usted ... Usted es macho.
de papeles del bolsillo interior de la americana. -Yo no soy nada. ¡Nada, carajo!
-Veamos. -¿Se niega?
-Tome... Tome, chullita. -Mijubilación... Mi puesto ... Cómo se ve que no
Al apoderarse y revisar los documentos, Romero y les conoce, chullita.
Flores pensó: «Son míos ... Ahora o nunca ... Doscientos -Está bien. Yo tampoco fmnaré --concluyó Ro­
mil sucres con timbres y sellos auténticos». Luego dijo mero y Flores doblando cuidadosamente los papeles.
poniendo una cara que daba pena: - j Son cien sucres!
-Antes quisiera pedirle un favor. -Será el empleo.
-¿Más plata? -El... El ...
-No se trata de eso. -Me llevo todo. ¡Todo!
-¿Entonces? -Espere... Espere, cholito.
-Usted... Usted puede ayudarme a conseguir un -¡Oh!
empleo. -¡No sea bruto! -exclamó don Guachicola tra­
-¿Un empleo público? tando de levantarse.
-¿Me cree incapaz? -Le devolveré mañana. Después del concurso.
-No... Pero me hace mucha gracia... Ji. .. Ji ... Ji. .. ¿No le parece?
El chulla de la libertad, de la audacia, del orgullo, -Eso no es honrado.
rogando para caer en la red del esbirrismo. ¡Del esbirris­ -La honradez es de los pendejos. Usted lo ha di­
mol cho más de una vez -afmnó burlón Romero y Flores y
-Unos meses. No tengo otra salida. desapareció en un abrir y cerrar de ojos. '
-No tenemos otra salida... Pero serán años... Así El Mono Araña, rompiendo la pausa desolada que
se dice al principio... dejó la huida del mozo, levantó la cabeza y arrugándose
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en mueca sarcástica que parecía sufrir de estreñimiento, Yo mismo ... Menos afeminado, en otro tono, en diferente
dijo: color... El disfraz ... », se dijo saboreando la sorpresa no
-Quien roba a un ladrón.
muy grata de sentirse informe, en desacuerdo con sus po­
-No es para mí. ¡Nooo!
sibilidades, ridículo. Después supo que aquel bicho per­
-¿Dónqe están los apellidos, ñañito? ¡El robo, ca­ tenecía a una de esas familias venidas a menos, y que
rajo! Eso es lo único bien organizado en todas las buro­ además era el «pariente culateral» del señor Ministro.
cracias del mundo. -Siete concursos. Siete felicitaciones. Soy conta­
Con afiebrado ritmo de temor y de triunfo a la vez dor-calígrafo, graduado en el Instituto. Pero siempre hay
resonaron en la calle penambrosa los pasos -de Luis Al­ alguien que está igual. Surgen entonces las preferencias,
fonso. Iba ligero. Corría. Una prostituta apostada tras una . las recomendaciones, los parentescos. Yo no tengo a na­
esquina trató de descaminarle. die ... Mis títulos ... ¡Mis buenos certificados! -informó
-Vamos. Te hago gozar, bonitico.·
en alta voz, sin que le pregunten, un hombre seco, de
-Déjame, carajo -respondió el mozo apartando a
lentes, mal vestido, exhibiendo un rollo de cartulinas que
la mujer con asco poco común en él.
llevaba en su diestra.
-Chulla maricón. .
«Nos quiere correr con papelitos. Pendejada... »,
respondió el coro de concursantes con burla que ocultaba
*** el veneno de la codicia.
-He sido diez y ocho años empleado público. Me
Por las murmuraciones de los concursantes -aco­ sacaron porque... Bueno... Renuncié... Mi enfermedad.
rralados en el salón de espera de la oficina donde trabaja­ ¡Ah! Pero mi experiencia es grande -advirtió un viejo
ba don Guachicola-, Romero y Flores se enteró de las tembloroso, moreno, mediana estatura, barbas en desor­
esperanzas de cada cual. Nadie confiaba en su saber. Ha­ den.
bía algo más defmitivo y poderoso para sobresalir en la <<La experiencia... La experiencia tampoco sirve
comedia de los empleados y de los funcionarios públicos. para nada cuando... cuando... », fue el comentario general,
-Nos torturan. Creen que podemos esperar hasta y cada uno pensó en su palanca oculta, poderosa.
el día del juicio --comentó un joven de languidez y bi­ Llenas de angustia crecieron las opiniones y las
gotito fotogénicos. dudas. De pronto se abrió la puerta, apareció don Guachi­
<<Nos torturan», repitieron mentalmente los diez o cola --chuchaqui bien lavado y bien peinado-, y apa­
doce aspirantes fundiéndose en un coro de ataque y de­ rentando incorruptibilidad de juez, interrogó.
fensa. Al observar Luis Alfonso al desconocido fotogéni­ -¿Quién es el señor Luis Alfonso Romero y Flo­
co comprendió que algo le unía a él. ¿Quizá el tic nervio­ res?
so de las manos sobre el registro de los botones del -Yo. ¡Yo! -dijo el aludido poniéndose de pie
chaleco? ¿O la preocupación por mostrarse acicalado Y con seriedad que se hallaba a la altura de la farsa del
copiar lo exitoso de la moda de extrañas latitudes? «Yo ... viejo.
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-Le felicito. Pediré su nombramiento. Usted ga­ -Soy solo. No me alcanzo. Ocho horas de esta
n6. Los demás pueden retirarse. agitación. Y el gran jefe, mi jefe, es tan ocupado. Ahora
Surgi6 entonces en el coro defraudado un oleaje de ha sido una suerte tenerle aquí. Le buscan para todo... Es
lamentaciones. primo del señor ministro, amigo confidencial del señor
-¿Y mis títulos? Presidente, socio del general de las Fuerzas Armadas,
-¿Y mi experiencia? paisano del señor arzobispo.
-¿Y mí nombre ilustre? El último en entrar en el despacho del gran jefe
-¿ y mi palanca? -hombre de cuello duro, facciones de pergamino, ojos
-¿Y mi mujer? negros, nariz ganchuda, orejas grandes-- fue el chulla
-¿Y mi hija? Romero y Flores. «¿Dónde he visto esa cara? Parecido a...
-¿ Y yo? Quien ríe al último ríe mejor. Ya vere­ ¿A quién?», se dijo el mozo con ese afán subconsciente de
mos ... -tenrun6 altanero el joven de languidez y bigotito amparo, de esperanza en los momentos difíciles.
fotogénico. Gan6 la puerta de salida a la calle y ~odos le -¿Qué desea?
siguieron como hipnotizados. -¿Yo? ¡Ah! Este oficio ...
Varias personas esperaban turno cuando Romero y «Ya sé ... Se parece al Mono Araña. Debe ser como
Flores lleg6 a lo que él creía la última etapa de su peque­ él. Chillón, bilioso, bueno en el fondo ... ¡No! Éste es el
ña trampa: prestar la promesa de ley ante el gran jefe. El Mono Araña en cuero de caballero... ».
secretario del despacho, un hombre de sonrisa de bailari­ -¡Absurdo! El señor ministro me ordenó por telé­
na de cabaret, cuyas amabilidades se hallaban en razón fono. El cargo no existe. Se dio a otro... ¡A otro!
directa de la importancia política o econ6mica del visi­ «Al pariente culateral... Me jodi6, carajo... Des­
tante, observ6 al chulla con recelo y burla -botainas, pués de tantas pendejadas... Alguna concubina de por me­
clavel al pecho, periódicos al bolsillo, corbata y prende­ dio ... La madre, la mujer ... O la complicidad por la rebus­
dor, ceño y prosa de parada militar-o <<Éstos son peligro­ ca -pensó Luis Alfonso con hormigueo en los pies, con
sos ... Puede salir a patadas... O puede desplazarme... ¿A temor de mama Domitila -fuga de indio ante la injus­
qué vendrá?», se dijo, y luego murmur6 con amable reve­ ticia-. Pero-el espíritu de contnn:licción de Majestad y Po­
rencia: breza -fecundo y oportuno entonces--, exclamó: «De­
-Me hace el favor de esperar un momentito. . fiéndete... Amenaza... No sabe nada de ti... Es un...». En
Como si quisiera exhibir lo duro y laborioso de su trance de lucha, Romero y Flores inventó la mentira. Ins­
trabajo fue hasta un gran escritorio del fondo, revolvió tintivamente acarició los viejos periódicos que llevaba en
papeles, abrió cajones, llamó al portero que en ese ins­ el bolsillo, mir6 con burla de duro cinismo -advertencia y
tante no estaba, se arregló más de una vez un mechón de desafí~ a su interlocutor. Y, en un papel cualquiera, trat6
pelo que se le escurría sobre los ojos. Sin ser interrogado de tomar el número del oficio que había entregado.
-actor que se disculpa anticipándose a la rechifla del -¿Qué hace? -interrogó con toda su autoridad el
públic~ informó en alta voz: hombre que se parecía al Mono Araña.

·110· ·111­
-Tengo la copia del veredicto. Por asuntos de mi -Gracias.
trabajo llevaré a los diarios el dato. Soy periodista. -Dígale no más.
-¡Ah!
Con dulce e inesperada embriaguez, tibia en el pe­
-Daré la noticia como la he vivido. ¿No le parece?
cho y en el vientre, el chulla Romero y Flores saboreó el
-Usted~ .. Un momento... Un momentico... Vere­ efecto desconcertante que las órdenes del gran jefe pro­
mos cómo ... -insinuó el gran jefe exhibiendo sin control dujeron en la tropa de burócratas de la Oficina de Inves­
el pánico de los pequeños seres al capricho cotizable de tigación Económica. Don Ernesto Morejón Galindo, al
la prensa. revisar los oficios de la «superioridad», fue el único que
-Veamos... hizo una mueca de disgusto. No se había contado con él.
-Siéntese.
. Su primito quedaba desplazado, en espera de una nueva
El timbre sonó congregando a cuatro o cinco esbi­
vacante. La recomendación era clara, precisa, delatora.
rros que se enredaron ---automatismo de marionetas-, -Yo pedí... Pero... ¿Usted es pariente del gran jefe,
en órdenes, en carreras, en revisión de oficios, en meneo verdad? -interrogó don Ernesto en tono de ultimátum.
de cajones y legajos. Cuando el ambiente se tranquilizó Luis Alfonso comprendió entonces -recuerdo y
de nuevo y quedaron a solas el supuesto periodista y el ejemplo del joven de languidez y bigotito fotogénicos­
hombre parecido al Mono Araña, el diálogo se deslizó que si decía no, estaba perdido.

por una perspectiva de ofertas y cambios provisionales.


-Sí, en efecto -murmuró con fingido rubor.
-Hemos sufrido una equivocación.
-¡Ah! Comprendo. Le felicito. Puede empezar hoy
-¿Una equivocación?
mismo su trabajo.

-Se puede reparar desde luego. Cosas que pasan...


Desde el primer momento el ingenio de Romero y
Usted irá a la Oficina de Investigación Económica. Flores --en ese mundo de la intriga, de la sospecha y del
-¿Económica? Yo...
esbirrismo- se dedicó a cuidar su disfraz de pariente del
-No importa -dijo el gran jefe interpretando los
gran jefe. Así, de la noche a la mañana, se convirtió en pa­
posibles escrúpulos del mozo que se había declarado es­ lanca y amparo de la oficina. Cuando se presentó la oca­
critor. Luego continuó:
sión, fue don Ernesto, quien, con grandes elogios, pidió el
-Las finanzas del país están en manos de gentes
ascenso para Luis Alfonso y el nombramiento para su pri­
que no saben nada de economía. Las oportunidades, los mito. Todo salió a las mil maravillas. El acontecimiento se
parentescos, las buenas familias. Usted me comprende... celebró con una borrachera Con una borrachera de raros
-Sí. Las oportunidades. perfiles y de inesperado final. Al terminarse el licor, el ci­
-El sueldo no es el mismo. nismo alcohólico congregó en jauría de bromas e indirec­
-¿No?
tas a los empleados. Era un coro caótico, delirante, impo­
-Sucres más, sucres menos, ¿qué importa? Mi se­ sible:
cretario le arreglará los papeles, la recomendación a su -Viva la copa de estribo... La copa del jefe... Ya
futuro jefe... Dígale no más. mismo caen las guambritas ... El patrón Rafico nos brindó
·173­
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champaña... Con una de mallorca es suficiente... ¿Quién -¿En serio? Ji... Ji... Ji...
paga? Al que le toque diez... ¡Viva el jefe! -¡Carajo, tiene que omne! ¡Cojudo! -chilló el
Inflado de orgullo y de sonrisas, el aludido pidió por rebelde crispando las manos en alto.
su cuenta dos botellas. Dosis que no tardó en despertar la Un torrente de súplicas y comentarios amortiguó
queja y la confianza del <<tú comprendes, querido cholito»; por breves segundos el escándalo:
-Tú comprendes lo que son los guaguas, la mujer, -¿Qué es, pes?
la suegra, querido cholito. -¡Espera omoto!
-Tú comprendes lo que son las deudas, lo que es -¿Cómo es posible?
no tener una sola palanca para que le ampare, querido -Ni que fuera fiesta de indios.
cholito. -Cálmate. No seas pendejo.
-Tú comprendes lo que significa ser un esbirro, -¿Qué te pasa?
arrastrarse hasta lo más, soportar en silencio tanta pendeja­ -¡Lo que nos pasa a todos, carajo! Yo denuncio.
da de tanto imbécil, querido cholito. Ustedes se callan por maricones. Todos ... Todos quisie­
-Tú, sólo tú, comprendes el temor, el miedo an­ ran beberle la sangre, sacarle la mugre... Pero... -advir­
gustioso a quedarse sin sueldo, en la calle, querido cholito. tió el pequeño secretario temblando de rabia, encerrado
-Tú comprendes 10 que es la vida, querido cholito. en un círculo de borrachos que no cesaba de advertir.
-Tú comprendes, querido cholito. -Es el jefe.
El pequeño secretario, Humberto Toledo, que hasta -Nuestro jefe, cholito.
entonces había festejado los chistes y ocurrencias de Mo­ -Pareces indio.
rej ón Galindo con grandes carcajadas y frenéticos aplau­ -Indio mismo.
sos, tornándose sombrío -alguien debía castigar a quien -Tú eres ...
aplastaba injustamente con su desnivel de presupuesto, -Ahora les hago ver quién soy. ¡Ahora mismo!
alguien debía exhibir el odio oculto en el silencio de to­ -vociferó el aludido embistiendo con puños y cabeza
dos, alguien debía estrellarse como un héroe, alguien de­ hasta donde se hallaba don Ernesto.
bía...- , se acercó al ídolo adiposo y agigantándose en Felizmente, el coro --sin olvidar sus consejos-- que
forma inusitada --esperar-de un desplante cómico en la rodeaba al escandaloso empleado impidió el encuentro.
concurrencia-, gritó: -No te hagas ...
-¡A la mierda con sus pendejadas! -Piensa en tu familia.
-¡Eh? ¿Qué dice? -Mañana en el chuchaqui serán las lamentacio­
-¡A la mierda! nes ...
-¿Qué? ¿Qué murmura el gusanillo, la cucara­ -Piensa que puedes: Jderte...
cha? -insistió don Ernesto buscando sortear en broma la -¿Joderme yo? ¡Nunca! Parece que no me cono­
cólera del esbirro. cen. ¡Soy macho! ¡Quiero sacarle la mugre! -insistió
-¡Es en serio, carajo! Humberto Toledo.
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-Suelten al piojo. Suelten a la cucaracha para -¡Sí, carajo! No soy un maricón como ustedes.
aplastarle. No se hagan los pendejos -chilló Morejón -¡Que se mate!
Galindo con bravuconería de chagra en toros de pueblo. Con impulso diabólico, con gesto de asco, Hum­
-¿A mí? berto Toledo se clavó en el bastidor de vidrios que daba a
-¿Entonces a quién, carajo? ¡Esclavo! ¡Miseria hu­ la calle. Cayeron en pedazos los cristales. No alcanzó a
mana! pasar el héroe. Surgió el asombro fundido en una sola
Ridículo en su gordura el uno, enternecedor en su nota de mil voces.
pequeñez el otro, los dos hombres, temblando de coraje -¡Bruto! ¡Imbécil! ¡Se mató! ¡Pronto! ¡Está heri­
criminal, trataban de alcanzarse a zarpazos, de herirse a do! ¡Pobre! ¡Por hacerse el macho!
insultos. Rayada la cara, ensangrentadas las manos, cho­
-Quiero que se arrodille y me pida perdón por las rreando quejas guturales, chirle como un trapo, dormida
pendejadas que me dicta. Yo le hago todo. Él no sabe na­ la furia, fue extraído el pequeño secretario de los escom­
da. Él se lleva las felicitaciones, la plata, las rebuscas, los bros donde quiso morir y no pudo.
trabajos extraordinarios, las plazas supuestas ... Don Ernesto Morejón Galindo y Luis Alfonso
Como el escándalo había dado con la verdad -com­ Romero y Flores, disparados por el escándalo llegaron al
promiso de muchos-, alguien sugirió: hogar de Julio César Benavides. De Julio César Benavi­
-Sáquenle... ¡Que no joda más! des que no cesaba de murmurar al oído del chulla:
-A mí no me saca nadie, ¡carajo! ¡Primero muer­ -Quiero cambiar de oficina, cholito. Háblele por
to! -gritó el pequeño secretario desafiando con sus ojos mí al gran jefe... Usted tiene al gran jefe... No he de ser
inquietos a la jauría de esbirros que se preparaba para su malagradecido. Es mi tragedia ... No puedo más ...
echarle. «¿Dónde tengo yo al gran jefe? ¿En los bolsillos?
-¡Sáquenle! ¿En el sombrero? ¿En los puños? ¿En los zapatos? ¿En la
-Donde me toquen, me mato l . ¡Juro por Dios que bragueta? JL .. Ji ... Ji.. .», se dijo Romero y Flores tendi­
me mato! do como un fardo en un diván, mientras don Ernesto, a
-¡Que se mate si es hombre! -propuso el coro en espaldas del dueño de casa, manoseaba caderas y tetas de
el colmo de su sádico despecho. una señora gorda. De una señora gorda que tenía actitud y
Ante aquella insinuación, el rebelde -floja la cor­ mirada de retrato respetable -lo más respetable de la
bata, abierto el cuello de la camisa, en desorden los cabe­ familia-o <<Üoooh... Todas las gentes de la casa se pare­
llos, enrojecidos de locura los ojos, temblorosos de odio cen a la señora gorda. ¿Por qué la señora gorda se mete
los labios- dio un salto hacia atrás, muy cerca de una en la cama con don Ernesto? No estoy dormido. Me hago
ventana. no más ... ¿El frío? ¿Las ganas? ¿Las ganas de qué? De
meterme en lo que no me importa. Solo, solitico... Uoo...
1 Expresión coloquial común en el habla ecuatoriana. Equivale a «Co­ ~oy un esbirro... Los esbirros siempre se quedan solos.
mo me toquen ... ». ¿Dónde están los otros. ¿Dónde están los otros? Nadie

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sabe ... Ni los hijos de la señora gorda, ni los criados de la obra -diez y seis páginas, múltiples facturas, legajo de
señora gorda, ni el gato de la señora gorda». recibos-, y pensó con orgullo en la recomendaciones de
don Ernesto Morejón Galindo: «Usted es capaz. ¡Estoy
*** convencido! Hay obligaciones sagradas, mi querido jo­
ven. ¡Sagradas! Tenemos que frenar la corrupción de tan­
A las pocas semanas de aquello -sin mayores to pícaro, de tanto sinvergüenza a sueldo». Se frotó luego
consecuencias porque nadie recordaba una sola palabra las manos saboreando la sorpresa de su poder. ¿Quizás
de lo ocurrido al día siguiente--, el chulla Romero y era otro hombre? Arregló cuidadosamente los papeles de
Flores recibió de don Ernesto Morejón Galindo la orden su trabajo sobre la mesa central que le servía de escritorio
que le puso frente a los descuidos honorables del candi­ desde que se puso a la lucha. Debía ser muy tarde. Al
dato a la presidencia de la República, al sarcasmo de la acostarse junto a Rosario no pudo controlar una sonrisa
vieja cara de caballo de ajedrez, y a un sinnúmero de de burla. Burla para su flamante importancia.
crímenes y desfalcos de imposible sanción. Desconoci­ En su segunda intervención, Romero y Flores se en­
das circunstancias y absurdas pasiones en red de odios, frentó a un señor que olía a tabaco rubio, a corcho de
de rubores, de responsabilidades, envolvieron al mozo y champaña, a mujeres clandestinas, el cual no se dignó en el
a sus fantasmas, agravando el orgullo de Majestad y Po­ primer momento levantar la cabeza de su importantísima
breza y la testarudez humilde de mama Domitila. Algo ocupación -firmaba cheques junto a una caja de caudales
cambió desde entonces en él, algo más profundo que su vacía-o Cuando uno de los esbirros, de los muchos que le
disfraz de caballero, algo enraizado en el coraje de una rodeaban, le anunció al oído la visita del representante de
naciente personalidad, de un equilibrio íntimo, algo que la Oficina de fuvestigación Económica, limitose a murmu­
le aconsejó vengarse de todos aquellos que destaparon a rar en tono de quien afirma, déjenme con el bicho:
plena luz el secreto de su origen en el salón de doña --Que tome asiento y espere.
Francisca. Tanta amargura había fermentado en su alma Desaparecieron ayudantes, secretários y amanuen­
que, con disciplina increíble, se puso a trabajar por las ses. El chulla, movido por la mecánica de las circunstan­
noches en el informe -una denuncia escalofriante con­ cias, se acomodó como pudo en un sillón.
-Diga
tra el candidato a la presidencia de la República y su es­
-¡Ah!
posa-o Como sabía muy poco de cuentas, balances y
liquidaciones pidió a don Guachicola le guíe por ese dé:" -¡Diga! -insistió el personaje que despedía
aristocráticos olores.
dalo. El viejo fue generoso, entre bromas y consejos,
--Soy el fiscalizador.
descubrió al joven los secretos de las partidas y de las
-El fiscalizador... Bueno... Tiene que firmar el in­
contrapartidas, de las sumas y de la restas, del Debe y
forme y llevarse una copia. Todo está listo. Todo lo te­
del Haber. nemos en orden.
Seguro de aplastar a sus enemigos -él empezaba á -Yo quisiera...
sentirles como tales-, Luis Alfonso revisó una noche su
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-Sí... comprendo... Siempre hemos hecho 10 mis­ -Todo está en orden. Las utilidades, las inversio­
mo --cortó el fabricante de cheques al por mayor. Tocó un nes, los gastos... Son dos copias. Una para usted y otra
timbre. Casi en el acto, diligente y baboso, apareció uno de para nosotros. Así le ahorramos trabajo. ¿No le parece?
los secretarios. «¿Otra vez las planillas, los cuadros esta­ Vea, examine y fmue.
dísticos, la contabilidad, los oficios, las órdenes? Todo fal­ -¿Firmar?
so... », se dijo Romero y Flores asegurando su íntima guar­ --'--Claro.
dia de incorruptible fiscalizador. Entre tanto el servicial -,-Yo quisiera...
burócrata había colocado encima del escritorio del jefe -'-¿Qué?
unos papeles y un sobre de donde surgían, en abanico de -Llevarme a mi casa.
baraja, cuatro billetes de a cien sucres. -¿Alguna sospecha? ¿Duda usted de mí?
-Retírese. -No es eso.

-Está bien, señor.


-¿Entonces?

Con diabólica indiferencia -para que el pez mire,


-Bueno...
remire y pique el anzuelo-, el hombre importante y per­ -Mi contador desvanecerá cualquier duda por
fumado provocó una pausa. Una pausa a través de la cual grande que sea. Aquí mismo. ¡Hoy!
el mozo supo que el dinero tirado en abanico era para él. -Yo decía...
«Para mí... Un ciento, dos cientos, tres cientos, cuatro -Puede llevarse su copia Pero antes me fmua la
cientos. No se ve más. Cosas buenas y malas para la vi- mía. ¿Entiende usted? -concluyó el caballero perfumado
da... Los acreedores ...~os antojos... Ella... Él... Para en tono de quien amenaza por las buenas o por las malas.
mí... », afirmó la codicia de Luis Alfonso, y aturdido por Era evidente la superioridad del impulso íntimo
una especie de dignidad en la sangre -Majestad y Po­ -orgullo, altanería, disfraz- que animaba al jefe de los
breza en trance de regateo-, apartó la vista de los bille­ cheques al por mayor -alguna sombra más linajuda, más
tes. «A mí no me joden con pendejadas... Las manos su­ cruel e inexorable que Majestad y Pobreza-o
cias no podrían ... Pero éste no tiene nada que ver con los Envuelto, dirigido y ordenado por aquella presen­
otros ... En defensa del grupo... Los compromisos socia­ cia omnipotente, Luis Alfonso se hundió en los papeles
les ... Los parientes ... Los parientes...». de la cuenta. Diez, quince, veinte minutos. «Puede que
-Esto es para usted -afirmó de pronto el jefe de me conozca como me había conocido la vieja cara de ca­
los cheques al por mayor poniendo la mano --cinco de­ ballo de ajedrez. Puede que sepa lo de ayer, 10 de hoy, lo
dos abiertos- sobre los papeles y el dinero. de mañana. Estamos solos. No declarará en público. No
-Ah... hay público... Ji... Ji... Ji... Pero... ¿Atreverme? Es capaz
«Para mí? Lo sabía. Pero ... », respondió mental­ de... ¿De qué? De nada... De nada tengo que acusarle.
mente el aludido acercándose como un autómata al es­ Todo está limpio, en orden. Todo parece correcto. Ni una
critorio. mancha. El texto, los números, el balance. Es una mara­
villa ... Mi. .. trabajo ... Pasará como mi trabajo ... Yo... »,
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se dijo el chulla escondiendo tras esa pequeña ventaja su rajo ... ¡Son los mismos! ¿Entonces qué hacer? ¿Lo que
impotencia. Y aturdido, sin saber lo que hacía, legalizó hice? No. Había topado con una sospecha repugnante,
con su fmna de incorruptible fiscalizador una copia de la con una especie de pantano para ahogar sus viejos recur­
cuenta y se guardó la otra. Trató luego de huir. sos. Eran las toxinas de la honradez -también las tiene
-Un momento. Esto es suyo -advirtió el caballe­ cuando no hay hábito en ella-o Las amargas toxinas que
ro perfumado indicando al joven el abanico de billetes. daban al chulla su forma, su actitud, su contorno psicoló­
-¿Mío? -dijo Romero y Flores con desprecio gico en el odio. Forma que tomó cuerpo y se fue ensan­
que, por desgracia, le salió en falsete -lado cómico de chando poco a poco a fuerza de hallar crímenes, robos e
Majestad y Pobreza. incorrecciones en los fiscalizados. No perdonó a nadie.
-¡Suyo! -insistió el jefe de los cheques al por No se vendió a nadie.
mayor en tono de <<patrón grande, su mercé». Solo el doctor Juan de los Monteros -un cirujano
Ante semejante invitación -reto inapelable- Luis que había colgado el bisturí por el acial latifundista- pu­
Alfonso sintió que la sombra de mama Domitila le obli­ do meter en el bolsillo de Romero y Flores un rollo de bi­
gaba a estirar el brazo hacia el dinero: <<Agarra no más lletes, quien toleró aquel obsequio porque el caso se halla­
guagua. Corre como longo de hacienda sin decir gracias. ba al margen de los números, Oe1a evidencia aritmética,
Como si fuera robado. Antes de que se arrepienta el pa­ de... Al cumplirse el contrato de arrendamiento de una de
troncito ... » ¡Oooh! Tenía que saltar sobre algo que se en­ las haciendas del Estado, el buen doctor había devuelto el
contraba más allá de la .vergüenza humilde y del orgullo predio con indios menos flacos pero más ociosos y más
altanero de sus sombras -sin dejar de ser expresión de indiferentes. Una denuncia poco explícita y llena de sellos,
las mismas-, algo que era la venganza que había des­ firmas y notas de rechazo de varias oficinas de control, os­
pertado en él la vieja cara de caballo de ajedrez. La ven­ curecía y embrollaba el problema; felizmente el acusado
ganza robustecida por su incorruptibilidad de fiscaliza­ -chagra de mejillas como tetas de abuela, de ojos lacri­
dor, por su anhelo de justicia y de ascenso de la bu­ mososde viejo perro de caza, de olor a establo-, con ci­
rocracia. Vaciló mientras aplastaba por su propia cuenta nismo para tomar la tragedia en broma, 10 aclaraba todo:
al consejo cobarde de mama Domitila. Imposible ser... Al -¿Qué más quieren, carajo? Los indios eran atre­
final murmuró: vidos, rebeldes, cuatreros. Conmigo cambiaron. Por cada
-¡Eso no me pertenece! res que desaparecía o por cada desplante castraba a un
Una vez en la calle, agobiado por contradictorios runa. Le sacaba los huevos suavito. ¡Qué operaciones! Al
sentimientos, se preguntó con cierto afán expiatorio: cabo de un año era de verles, daba gusto: gordos, tran­
«¿Por qué no pude cuando ... ? ¿Por qué no salí a la carre­ quilos. ¿No hablan de mejorar el mestizaje con una buena
ra? .¡Cuatrocientos sucres! Hubiera sido mejor seguir el inmigración? ¿No hablan de tantas pendejadas por el es­
camino por donde van todos. ¡Todosl El mío también. tilo? ¿Por qué? ¿Entonces qué? ¡Basta! ¡Basta de semen
Eso era antes, ahora, no ... Total ... Ellos me recompensa­ de longo! Y no me vengan con demandas, con indemni­
rán por mi honradez. ¿Ellos? ¿Quiénes? Don... Don Ca­ zaciones.
-182­ -183­
El diablo de una rara angustia se llevó aquel dine­
ro. El diablo de una descontrolada borrachera -con para que ella se apresure a poner en orden y disimular la
miseria del refugio.
prostitutas, con amigotes-, donde el chulla pudo ejerci­
tar a grandes voces su altivez de caballero, su ansia mor­ -Un momento. Un momentito ... -dijo la mujer
bosa por ocultar lo que tenía de mama Domitila. en alta voz mientras escondía el bacín bajo la cama, es­
. -¡Soy Romero y Flores! ¿Quién me dice que no? camoteaba el reverbero, los platos, los jarros en el cajón
de la ropa sucia y extendía las cobijas.
¿Quién, carajo? ¿Quién es el que me jode?
-Pase no más, señor.

-¡Nadie, cholito!
-La vieja cara de caballo de ajedrez. La vieja des­ -Gracias. Soy de la oficina.

-¡Ah! ¿Sí?

graciada me mordió la sangre.


-¿Dónde? -¿Qué milagro? -chilló Luis Alfonso tratando
de restar importancia a Rosario.
-En la sangre. En nuestra sangre, carajo. Porque
-Es que...
todos somos ... Ji... Ji... Ji ... Le aplastaré como a un gusa­
-Venga. Siéntese.
no, como a una babosa. Juro por Dios. ¡Soy un Romero y
Flores! ¿Quién? ¿Quién dice que no? -El jefe. Ya le conoce, cholito. Siempre tan ner­
La visita inesperada de Nicolás Estupiñán, el «zo­ vioso. Quiere saber cómo van las fiscalizaciones. Quiere sa­
rro del chisme y de la calumni~>, estalló como una bom­ ber por qué no se ha presentado usted a dar el parte.diario.
-¿Diario?
ba cuando sonaron sus golpes en la puerta del cuarto de
Luis Alfonso. El flamante fiscalizador, entre dormido y -Es de costumbre. El reglamento.

despierto -no se levantaba aún-, se incorporó en el le­ -No sabía Además ... Bueno... Todo está listo.

-¿Listo?

cho. Rosario, que como de costumbre a esas horas -las


ocho y media de la mañana- preparaba el desayuno -Informes, oficios, recibos, transferencias. Más de

murmurando reproches tan hinchados e impertinentes ciento cincuenta páginas -advirtió el chulla en tono de

como su embarazo, interrogó: quien afirma: «Trabajo que no puede hacer cualquiela».

-¿Quién es? Así, por lo menos, él creía justificar sus errores y distraer

-Yo. la atención del visitante alejándole de los detalles y los re­

miendos vergonzosos del decorado de su vivienda.

-¿Quién yo?
-Nicolás Estupiñán. -Conozco. Todo en orden, todo correcto... Ji...

Ji... Ji. .. Los recursos de las grandes figuras ...

-Estupiñán -repitió Romero y Flores con cara


de acorralado. -¡Está equivocado! Digo cuanto he visto, cuanto

he descubierto.
-¿Abro?
-Imposible, cholito.
Con desesperación tragicómica -marioneta de
hilos enloquecidos en insalvable rubor- el mozo res.­ -Los robos, los atropellos, los despilfarros, las
pondió que sí con la cabeza y al mismo tiempo hizo señas mentiras -continuó Romero y Flores exagerando un po­
co su rol.
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-Eso... Eso ... -murmuró ,el «zorro del chisme y Cuando desapareció el recadero, Rosario que había
de la calumnia» con interés que subrayaba su habitual permanecido inmóvil en un rincón, murmuró estremecida
expresión de rata zalamera: nariz en olfatear apetitoso, por la sospecha de que algo importante se llevaba aquel
boca pronunciada en hocico, ojos preñados de pesquisas. hombre:
-Mire... Mire no más ... ¡Es algo maestro! -ase­ -Le hubiera registrado los bolsillos.
guró en tono de altanero desafío el flamante fiscalizador -¿Eh? No te entiendo.
apuntando con el índice a los legajos que reposaban sobre -Estoy segura de que ese tipo. No sé ...
la mesa central. -¡Oh!
Con avidez y sonrisa de usurero el visitante se -Un aprovechador. Un ratero... --concluyó la
apoderó de los papeles. Revisó luego, una, dos, tres pági­ mujer mientras sacaba del escondite improvisado las ta­
nas. De pronto hizo una pausa de incrédula observación. zas, el reverbero, los tarros.
Sabía -por llevar el periodismo en la sangre- que se «Yo también le hubiera registrado los bolsillos.
hallaba frente a un tesoro. «Don Ramiro Paredes y Nieto ¿Qué podía llevarse? Nada ... En la nariz, en la boca, en
es el candidato oficial, ¡oficial!, a la presidencia de la los. ojos ... Uuu... Es cobarde, tímido ... », se dijo el chulla
República... La esposa de don Ramiro es prima o algo por -más que decir fue impulso vago, fugaz- sintiendo
el estilo de su Excelencia... Los periódicos de oposición... hundirse en la angustia del actor que ha concluido la fic­
El precio de la noticia... La oportunidad de ser -pensó ción que le arrebató hasta la imprudencia de su propia
espiando de reojo a Romero y Flores _.temor de que le desnudez.
quiten la presa antes de devorarla-o
-¿Qué tal?
-Bien... Ji.. .. Ji... Ji... Pero quisiera por lo menos ...
No sé... No me explico todavía...
-Lea. Lea tranquilamente --concluyó Luis Al­
fonso creyendo que el asombro y la sonrisita viscosa del
«zorro del chisme y de la calumnia» eran de admiración y
respeto.
-Bueno, cholito. ¿Qué le digo al jefe? --concluyó
sin más comentarios Miguel Estupiñán cuando todo lo
tuvo digerido. Solo deseaba huir. Huir con su preciosa
carga antes de que le descubran.
-¡Ah! El jefe. Tiene razón. Dígale que iré mañana
por la mañana.
-Mañana es domingo.
-El lunes, entonces.
-186­ -187 ­
verdugo, el deshonesto, el atrevido, el traidor, era él,
Romero y Flores. Y la víctima, el mártir, la Patria despe­
dazada, difamada, era don Ramiro Paredes y Nieto.
-Está mal ... ¡Está mal! -chilló Luis Alfonso con
voz de Majestad y Pobreza.
-¿ Vio? ¿No le dije?
-Sí. Pero ...
-¿Cómo se ha de meter en camisa de once varas,
pes? Dicen los entendidos que su denuncia es la mejor
arma para los que están contra el Gobierno.
5
-¿Contra el Gobierno?
-Así dicen. En el periódico también está. ¿Por
qué no lee todo, pes? Lea ...
Inflado por su curiosa incorruptibilidad, pensando
Maquinalmente volvió el chulla a revisar el artí­
en la dicha del triunfo -abrazos del jefe, ascenso próxi­
culo. En la burla de la bilis huyeron las palabras, se hin­
mo, respeto de las gentes, holgura económica, fama-, charon ciertas frases, giró todo. «La basura del arroyo ha
Romero y Flores entró en la oficina. Solo el portero pudo
manchado la tradición, el nombre, el prestigio interna.cio­
atreverse a darle la mala noticia. En tono venenoso -chis­
na! de nuestra sociedad». Estaba clara, clarisima la indi­
me y honda pena de quien guarda amargura de desprecios
recta. No obstante él no podía. Temblaba de coraje y de
y humillaciones- munnuró casi al oído del flamante fis­
temor. ¡Temor! Había surgido de pronto la angustia de
calizador: mama Domitila. <<La basura del arroyo ... La basura que se
-¿No ha leído los periódicos? En el de ayer ... En
eleva y se abate... ¿Quién puede haber denunciado mi se­
el de hoy también... Dicen que usted ... ¡Ave María! creto? ¿El pregón de la vieja cara de caballo de ajedrez?
-¿Qué? 1 . No. Es... Es el veneno propio de las gentes. El veneno
-No se haga el shunsho • Aquí... Aquí tengo el
con el cual creen orientar su destino. Saben y se callan
último ... Lea no más ... En la primera página... ¡Qué chi- .
.hasta que ... Tiempo de reir, tiempo de llorar, tiempo de
vol vengarse, tiempo de matar. ¿Para qué?», se dijo el mozo
De un vistazo el chulla se dio cuenta de todo. Co­
con inquietud que trataba de hacerle reconocer su culpa­
rrectos los números, correctas las fechas, correctos los
bilidad. Pero él se sentía inocente. Inocencia irreparable.
nombres. Pero en el caso del candidato oficial a la presi­
Cuando terminó la lectura -desconcierto tragicómico-­
dencia de la República habíanse trocado los papeles. El soltó el periódico y movió la cabeza como un demente.
Avanzó luego al salón donde trabajaban sus compañeros.
1 sbunsoo: voz de resonancias quichuas. posiblemente relacionado sabían ... Ellos fueron testigos ... «¡Oooh! ¿Por qué
con tsuntsu (harapiento, pobre). En el contexto: «No se haga el ton­
me dijo don Ernesto que yo era el único capaz? ¿Por qué
to».
-189­
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me advirtió más de una vez que debía frenar la corrup­ -Usted me dijo ...
ción de tanto pícaro a sueldo? Me dio ... Me dio las extra­ -Luego es cierto. ¡Es cierto lo que dicen los pe­
ordinarias delante de todos ... ». Pero ellos, cosa rara -es­ riódicos!
túpida transformación, reverso de la zalamería y de la -Pero...
amistad- le miraron con burla y con desprecio. Quiso -¡Basta! -chilló el jefe con indignación de ma­
gritar entonces: «He cumplido una orden. ¡Una orden di­ nos crispadas y ojos enloquecidos.
fícil! ¿Cuál es el que jode, carajo? He destapado el frau­ -Todos me ordenaron -murmuró el mozo en un
de ... Por la oficina... Por ustedes ... Cobardes... Marico­ arranque de coraje -mezcla de disculpa servicial de ma­
nes ... ». Los insultos y altanería del mozo enmudecieron ma Domitila y de protesta burlona de Majestad y Pobre­
. antes de nacer. Y lo que hubiera sido un reto y·un despre­ za.
cio fue a duras penas una mueca como de tedio y de dis­ Con cinismo olímpico que trataba de escamotear su
culpa. responsabilidad don Ernesto interrogó a media voz -de­
Sin tregua, enloquecido por santa indignación, don sentono propicio a helar la sangre de adversario-.
Ernesto increpó a Romero y Flores: -¿Acaso yo? -¿Acaso el gran jefe, su pariente?
-Usted. ¿Qué ha hecho? ¡SU pariente que no sabe quién es usted!
-Yo... -Mi pariente -repitió el chulla Romero y Flores
-Su irresponsabilidad. Sus mentiras. sintiendo que cedía para su desgracia el resorte de la
-¿Qué... Qué mentiras? -se atrevió a interrogar trampa armada por él.
el joven hundiéndose cada vez más en el absurdo que vi­ -Usted no ha sido un caballero, un hombre veraz.
vía,en el absurdo que le echaban a la cara las gentes. -¿Cómo?
-¿Cómo? ¿Pregunta? -Nada tiene que ver usted con el gran jefe. Me lo
-Claro. Aquí están los papeles, las firmas, las de­ dijo él mismo esta mañana ante el escándalo de la prensa,
claraciones, los recibos. Y la cuenta general donde usted de la sociedad, de la Patria. Cuando le di su nombre como
podrá ver el fraude que buscaba. garantía, como disculpa, exclamó algo muy grosero, algo
-¿Yo? ¡Silencio! ¡Traiga usted eso! ¡Traiga! -ex­ que no me atrevo a repetir. ¡Está indignadísimo! Yo con­
clamó don Ernesto apoderándose violentamente del le­ fié en usted pensando que obraría de acuerdo con él.
gajo que mostraba el empleado. Nunca pude imaginar...
-Señor... -Tal vez ... -murmuró Luis Alfonso con deseo de
-¡Silencio! escurrirse por una nueva mentira que sea capaz de sal­
--Quiero explicarle. varle, de sostenerle. Mas, como siempre que se sentía
-¿Explicar qué? ¿La desgracia que ha caído sobre descubierto, acholado, sin cáscara en el rubor de sus
nosotros? ¿Sobre la oficina? ¿Sobre nú? sombras, le faltó audacia.
-Yo no tengo la culpa. - y claro, me ordenó su inmediata cancelación.
-¿Quién entonces? -¿Eh?
-190­ -191­
-Sí. Está usted cancelado. Puede retirarse.
-No es justo. ¿Por qué? ¡Oh! No quiso o no pudo meditar sobre quiénes
-1·Oh'L·
. o Justo... Lo·lllJustO...
. L.Que.
'? eran los suyos. Pasó por encima de ellos, por encima de sí
-Usted... -alcanzó a suplicar el mozo, juguete de mismo. Pasó ciego de venganza. Había algo nuevo en él.
una gana vil d~ caer de rodillas, suplicando -absurdo de Su valor era otro. Se desbordaba en lucha por la integridad
mama Domitila al abrazarse con amor al desprecio de de su ser --en fantasmas y en gentes-o Del ser que apare­
Majestad y Pobreza-o cía minuto bajo el disfraz de chulla aventurero, inofensivo,
-El asunto está consumado. La orden es termi­ gracioso. Se llevó la mano a la cara en afán subconsciente
nante. Váyase ... Váyase no más. de arrancarse algo. Hubiera preferido beber, ir por calles
y el chulla salió como un perro de la oficina. En la distintas, gritar. Pero al asomarse a la esquina de la cuadra
calle, la primera y única evidencia que ardió en su cora­ de la casa de mama Encarnita miró con extraño afecto a la
ventana de su cuarto.
zón fue la venganza. Tenía en su poder muchos recibos y
comprobantes, tenía también un duplicado de su trabajo. Ante Rosario no pudo mentir. A la primera pregun­
¡Vengarse! ¿Vengarse de quién? ¡De todos! Alguien le ta de ella, bajó los ojos, se turbó como un niño y contó to­
do lo sucedido en la oficina.
haría justicia. Las gentes honradas. Pero quienes eran
honrados para los otros no eran para él. ¿Qué hacer, en­ -Alguien nos hará justicia ---consoló la mujer
tonces? ¿Declararse culpable? ¿De qué? ¿De haber de­ buscando ayuda en el tono cálido de su voz, en la ternura
nunciado el cinismo de la ratería en un mundo poblado de de su cuerpo maduro -vientre deforme, párpados hin­
rateros? Movió la cabeza con violencia. Despertaron sus chados, sobre la nuca recogido el pelo, pálido el rostro-.
fantasmas. «Guagua... Guagüito no les hagas caso. Asi­ -¿Alguien? ¡Oh! Pero comnigo se han puesto
mismo son. Todo para ellos. El aire, el sol, la tierra, Taita -afirmó el mozo recobrando su actitud altanera.

Dios. Si alguien se atreve a reclamar algo para mantener Ella murmuró entonces en voz baja:

-Cálmate. Es mejor...

la vida con mediana dignidad le aplastan como a un pio­


-No me conoces.

jo. Corre no más. Huye lejos ... », suplicó la sombra de la


madre con fervor estrangulado por la altanería de Majes­ -¿Después de tanto tiempo de vivir juntos?
tad y Pobreza que ordenaba a la vez: «No es de caballeros -De tanto tiempo -repitió Romero y. Flores al
pedir poco. Eres un Romero y Flores. Exige lo más alto, comprobar que Rosario se hallaba metida en él -los ojos
carajo. Desprecia. El desprecio engrandece... No debes muy abiertos, las manos muy suaves, los labios y los oí­
preocuparte por un miserable empleo ... ». Aquel desequili­ dos muy pegados al pulso de la sangre-, y que debía de­
fenderla.
brio íntimo que hundía por costumbre al mozo en desespe­
-Debemos ...
ranza y soledad infecundas en ese instante ---calor del
-Debemos denunciar. Exigir, carajo.
fermento venenoso que-..puso la vieja cara de caballo de
-Lo que buenamente nos den.
ajedrez en él- se desangró en anhelo feroz de rebeldía.
Rebeldía común a todos los suyos -voz de la intuición-o -¡Tonterías! Ahora es otra cosa. ¡Otra cosa! -ex­
clamó el chulla desbordando coraje sin dobleces.
-192­
-193­
Ella -miedo a la muerte y a la soledad en la fatiga Aquella escena velada por silencios y por medias
del embarazo- advirtió algo raro y definitivo en éL Algo palabras que ninguno de los dos podía o quería aclarar,
que le obligó a suplicar: terminó con la fuga del mozo. ­
-No quiero quedarme sola. ¿Entiendes? ¡No! -¿Te vas?
Pueden destruimos ... Pueden separamos ... -Volveré pronto. Tengo que ver a un amigo.
-¿Quién, carajo? -¿A un amigo?
La angustia de no saber en realidad quién y un im­ Nadie le esperaba. Era la inquietud -las sombras
pulso ciego de defensa -por ella y por él- obligaron a tutelares amordazadas a ratos por la rebeldía desbordante,
Rosario a prenderse del pecho del hombre, del hombre furiosa --de su venganza en busca de aliados, en busca
.que despedía un extraño olor a venganza ... de quien le entienda. ¿Los suyos? ¿Quiénes eran en reali­
-Nadie. Juntos expiaremos nuestra culpa. ¡Júra­ dad los suyos? ¿Acaso los indios en harapos de miseria y
me! -exigió entre lágrimas la mujer. timidez de esclavitud? ¡Absurdo! ¿Acaso el cholerío del
-¡Qué culpa ni qué pendejada! campo o de la ciudad en eterna transición de forma y
-Nos acorralan las gentes, nos miran con odio, sentimiento? ¡Imposible! ¿Acaso las gentes humildes del
nos desprecian. barrio? ¡Al carajo! ¡Acaso los caballeros y funcionarios a
-Eso crees tú. quienes había admirado y en quienes pensaba echar su
-¿Y la miseria del barrio? veneno de última hora? Ellos ... ¡No! Antes ... Cuando...
-Pasará. Le pareció tan fácil explotarles. Por desgracia desconocía
-¿ y los cerros que rodean a la ciudad, que cortan su condición de hombre peligroso en ese momento.
todos los caminos? Morejón Galindo al disculparse ante el señor mi­
-¿Los caminos? ¿Para qué? nistro, ante el gran jefe, ante las víctimas del atropello,
-Para huir. había exclamado: <<.Turo por Dios que soy inocente. Me
-Huir... engañó. Confieso que me engañó. Nunca pude imaginar
-¿Y la muerte? Siento que ... que se trataba de un feroz revolucionario!». «¡Un feroz
-¿Otra vez? No debes atormentarte con eso. El revolucionario!», repitieron el señor ministro, el granjefe
día de morir se muere.
y las víctimas del atropello al recurrir a la policía en de­
-¡Oh!
manda de amparo. También la gran prensa --después de
-Todos... Todos 10 mismo.
cobrar a precio de oro la pulgada de remitidos y declara­
Sin respuesta que justifique su morboso temor, la
ciones- insistió sobre la necesidad de eliminar de la
deforme figura de Rosario se acurrucó sobre la cama.
mente de la juventud las ideas disolventes de último cu­
Instintivamente él pensó en el hijo. Debía defenderle.
ño, de eliminar la audacia, el atrevimiento.
¡Defenderle! ¿Por qué? ¿Cómo? Se acercó a ella y mien­
tras le acariciaba paternalmente la cabeza, opinó: Mal caracterizado, con desplantes S exigencias de
-Primero debemos pensar en las cosas estúpidas cómico de la legua, ignorando el rol poderosísimo de la
deja vida. comparsa donde trataba de .pasar por listo, Luis Alfonso
-194­ ·195­
se aventuró en su primer chantaje. Cayó en un decorado 110 de la verja. Al sentirse libre creyó que se elevaba so­
nada propicio. Olor a velorio en las cortinas de terciope­ bre un mundo destrozado para reclamar justicia. ¿A
lo. Incomodidad de anémicas fonnas en los muebles Luis quién? ¿A qué mundo se refería? Siempre vagó solo. ¿Y
XV. Somnolencia de gato en las alfombras. Hediondez de sus fantasmas? Para desgarrarle entre el sí y el no de su
bayeta de güiijachishca, bajo los divanes. Olvidada in­ ancestro. Regido por ellos, por ese caos -a ratos maldi­
quietud de arte en el piano de cola. Modas de principio de to, a ratos glorioso- que le obligaba a fingir, a jugar con
siglo en óleos y fotografías: caballeros de chistera, levita, su vida sin vivirla, había llegado a la exaltación de una
bastón de puño de oro, damas de sombrero de plumas en venganza devoradora. Era mucho para él, para su disfraz,
catarata sobre el hombro, de mitones, de sombrilla de en­ para sus temores, para sus remordimientos ...
cajes, de talle estrecho. El diálogo a su vez resbaló -a -Carajo -murmuró a media voz evocando con
pesar de los esfuerzos del mozo-- por caminos descono­ amargura la vileza de las gentes que fueron para su res­
cidos. Con voz campanuda y gesto olímpico ---curioso peto y su admiración como Taita Diosito. Al mismo tiem­
patrón desprendido de los retratos- le echaron de escena po se creyó obligado a comentar: <<Pueden echarme en la
sin ninguna consideración. cárcel si les da la gana... Descubrí su corazón podrido ...
Uno a uno se sucedieron los fracasos. El último Ahora... He visto, he constatado ... Trafican sin pudor con
--en casa del jefe de los cheques al por mayor- extremó la ignorancia, con el hambre, con las lágrimas de los de­
su ritmo tragicómico. Ante la solicitud del chulla desapa­ más ... Ratas del tesoro público ... Delincuentes sin juez...
reció el alto funcionario dejando segura la puerta con lla­ Sabios de almanaque ... Pero yo ... Yo sabré ... ».
ve. «Va por el dinero ... Ji... Ji ... Ji... Mi dinero en abanico
de billetes de banco ... ¿Cuánto me dará? Cuatrocientos ... ***
Ochocientos... Bajo llave... ¿Por qué? Un preso... Un
hombre peligroso... ¡Mamitica!», se dijo el chantajista Repuesto de su fracaso y con febril inquietud que
sintiéndose atrapado. En puntillas se acercó a la puerta. delataba su rebeldía ~ostalgia, contrapunto de un bien
Quería cerciorarse, oír. ¡Una trampa! Imperceptibles--eco imposible-, Romero y Flores ordenó cuidadosamente
en el fondo de un pozo-- llegaron las palabras de la trai­ las copias de los recibos, de los informes, de las transfe­
ción: <<La policía... Pronto;.. ¿Cómo dice? En mi casa... rencias que había detenido de su trabajo de incorruptible
El mismo ... Bueno... Gracias ... ». Mama Domitila, con voz fiscalizador. Sin consultar a nadie -violencia de su trans­
de indio fugitivo, aconsejó de inmediato: «Corre guagua, formación- se entrevistó con el director de un periódico
guagüitico. Corre antes de que...», «¿Antes de qué ca­ -<<patrón grande, su mercé» de la publicidad-o Aquel
rajo?», respondió la rebeldía del mozo. No obstante miró poderoso personaje cuya pulcritud en actitudes y ofertas
en su torno: cuadros, divanes, espejos, cortinas, ventanas. contrastaba con lo agresivo y repugnante de su cabellera
¡Una ventana! Saltó por ella con habilidad de acróbata en cepillo de zapatos, de su boca de dientes salidos, de
hasta unos arbustos de hortensias -jardín de barrio resi­ sus ojos pequeños en somnolencia mongólica tras gruesos
dencial-. Ganó luego la calle deslizándose por un porti­ lentes de ancho cerco de carey --cabeza de puerco horna­
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do con espejuelos de gringo- aceptó gustoso documen­ -Sí. Comprendo. Usted propone la lucha. Claro.
tos y propuestas. Solo hizo una pequeñísima objeción al Es joven. ¿Contra quién? ¿Contra ellos? ¡Al carajo! --con­
despedir a su informante, a su desinteresado colaborador: cluyó el desconocido, y sin esperar respuesta, se alejó en
-No saldrá mañana. Tenemos el material comple­ la corriente de la calle.
to. Saldrá... Bueno... Ya veremos ... Es nuestro deber. «Soy ... Soy un hombre ... Si estrangulo a la ven­
Verd~ramente emocionado por lo que él creía un ganza que alimenta este renacer de mi rebeldía, volveré a
triunfo, buen éxito de su gestión, Romero y Flores trope­ vagar al capricho de... », se dijo Romero y Flores con fie­
zó en la puerta de calle del edificio donde funcionaba la reza que cortó de un tajo su pensamiento, aconsejándole
empresa periodística con un hombre que monologaba en cambio ir en auxilio de su denuncia, de sus papeles
como un proceso -maldiciones, reproches y mímica de -esparcidos, en visión subconsciente, por diabólico hu­
biliosa factura-, con un hombre que al sentirse observa­ racán-. Mas, al trazar el itinerario del rescate -gradería
do elevó el tono de la voz en franca confidencia: resbalosa de mármol bruñido, porteros de intriga barata,
turno de cola sin apelación, razones para...- , desechó la
-Tres veces he traído la carta para que la publi­
duda y procuró aferrarse a la oferta formal del caballero
quen. Tres copias. Siempre el mismo pretexto. Que le pu­
de cabeza de puerco hornado con espejuelos de gringo.
sieron en la canastilla, que le vio el fulano, que le tomó el
Ni el lunes, ni el martes, ni el miércoles, ni nunca,
mengano, que le guardó el zutano...
apareció en la gran prensa la pequeña verdad del mozo.
-¿La carta?
Después, mucho después, supo que el silencio --celo pa­
-Donde refutaba las calumnias que me llevaron a
triótico en defensa del prestigio nacional e internacional
la quiebra. Las calumnias que estos infames publicaron
del país- había tenido su precio. Precio que no cobró él.
en primera página. ¿Rectificar? ¿Para qué? ¿Qué vale un
Precio que cobraron los intermediarios y dueños de la li­
pobre hombre de la calle, solo, jodido? bertad de expresión.
-Pero la verdad... Hizo por ese entonces el chulla cuanto estuvo a su
-¿Qué les importa? La única verdad que defien­ alcance para satisfacer su sentimiento de rebeldía -mur­
den es la verdad de sus intereses .. muró, chilló, amenazó por cantinas, bodegones, trastiendas
-Usted puede --continuó el mozo dando esperan­ y plazas-o El fracaso del chantaje a los altos funcionarios
zas de otros caminos a su interlocutor. y el silencio profundo de la prensa sobre su denuncia no
-No hay caso. Estamos atrapados en una red invi~ lograron aplastarle. Ciego de amarga furia intrigó entre los
sible de codicia que se conecta en las altas esferas. enemigos políticos de don Ramiro Paredes y Nieto. Pero al
-Sin embargo ... establecer en su verdad la existencia de cómplices a quie­
-Atrapados. Y tenemos que aceptar lo inaceptable nes se debía sancionar; halló con asombro que la enemis­
y atenemos a lo que nos otorguen o nos hagan. Todo en tad entre esas gentes era de barniz en la superficie, que un
beneficio de nuestro orgullo de libres. interés burocrático les unía, les encadenaba.
-Eso repugna... Sería como... Preferible... -mur­ Algo pasajero y normal llegó de pronto a cambiar­
muró el chulla crispando las manos en actitud de desafio. lo todo. Un amanecer, antes-del cotidiano escándalo de la
-198­ -199­
-Ay... Ay... Ay ... -volvió a quejarse Rosario al
carretilla del indio guangudo al pasar bajo la ventana. cabo de un buen rato. Los dos comprendieron entonces
Rosario se quejó suavemente: que se acercaba la hora del parto. Luis Alfonso dejó la
-Me duele. cama y con diligencia casi femenina hizo lo posible por
-¿Dónde?
reemplazar a la mujer: arregló unas ropas que se hallaban
-Aquí. Aquí mismo.
esparcidas por el suelo, abrió la ventana, trató de encen­
-¿Pasó?
der el reverbero para el desayuno~
-Un poco. Pero ... -Espera. Ya me pasó. Son los primeros sínto­
A pesar de la inquietud que le produjo aquella que­
mas ... Me han asegurado de que a veces duran todo un
ja, Romero y Flores no quiso hurgar en el asunto. P«rma­ .día. A veces más... -afirmó ella mientras se levantaba en
neció en silencio fingiendo dormir. Se abrió una pausa de busca de sus obligaciones.
turbia claridad en las rendijas. Una pausa que no tardó en
-Hoy... Puede ser hoy ... -concluyó él como si
romperse con el ladrido lastimero de un perro vagabundo.
hablase a solas. Siempre supo esquivar aquellos malos
Herida por aquel mal presagio -terror a los anuncios de
momentos con la indiferencia aristocrática de Majestad y
ultratumba-, Y aferrándose al cuerpo desnudo del hom­
.Pobreza: «Ojos que no ven, corazón que no siente». Mas,
bre, ella anunció:
el coraje de su venganza -espíritu de rebelión- que ha­
-.Es por mí. ¡Por mí!
bía equilibrado y silenciado un poco a sus sombras an­
-Otra vez la queja. Otra vez...
cestrales, le aconsejó obrar en favor de Rosario. ¿Cómo?
-Tengo miedo. ­ En el primer momento no vio claro. Pero cuando los do­
-¿De qué? ¿De parir? Todas ... Todas las mujeres
lores de la mujer se hicieron más frecuentes -pasadas
en el mundo dan a luz sin tanta pendejada. las diez de la mañana-, sacó un cheque oficial de la
-Me siento mal. cartera. Le conservaba como curioso recuerdo que esca­
-No parece. moteÓ una tarde a don Ernesto Morejón Galindo. Había
-¿Y si me muero? resistido más de una vez a la tentación de ponerlo en
.-jOh! marcha. «Ponerlo en marcha o dejar que la hembra... Tal
-Sola. En pecado. vez a otra... ¿Cuántas en el mundo mueren en una hora,
-La eterna historia -comentó el mozo tratando
en un minuto? A las indias no les pasa nada. Sueltan el·
de evitar el calofrío enervante que a él también le produ­ crío en el páramo, en el monte, en el huasipungo. ¡Yo soy
cía aquella superstición de origen campesino: «Si el chu­ el taita del guagua!», se dijo el mozo saboreando diabóli­
shi llora, si el perro ladra, el indio muere ... ». Será verdad, . co placer mientras falsificaba la firma de su ex-jefe en el
l
será mentira, pero sucede ... . cheque.
-Tenías dinero y no me diste para los pañales
...:.....comentó Rosario.
1 Dicho muy conocido, con diversas variantes. El chushi es en quichua
-Tengo ahora.
la lechuza.
-201·
-200­
-¿Me comprarás unas franelas? cuatro vientos ... Usted compadre tahur de vieja escuela
-Desde luego. en la alta sociedad... Usted caballero del diez por ciento
- y una camisa de dormir... sobre ventas y compras del presupuesto del Estado ... Us­
-Primero veré al médico. ted noble figura que maneja en propiedad seis mil indios
-El médico no puede atenderme así... Desnuda... y catorce haciendas sin importarle un carajo las leyes es­
En harapos ... critas por la cultura cristiana... Usted señora olor a sacris­
-Bueno. Tenemos para todo --concluyó Luis Al­ tía y sangre azul ... ¡Uuuf, mamitica! Usted simple hombre
fonso volviendo a su vieja importancia de chulla aventu­ de la calle. ¡No! Usted es un pendejo... Usted no entiende a
rero. los patriotas. ¡No sirve para nada! ¡Para nada!»
-¿Para todo? -interrogó ella acercándose a él. -¡Ah! ¿Era usted? -murmuró en alta voz el ho­
Trataba de estar segura --búsqueda angustiosa de la ver­ telero al notar que tenía frente a sus narices al chulla Ro­
dad en la farsa cotidiana. mero y Flores.
-Si la suerte nos ayuda. A veces ... -rectificó el -Sí, don Julio. Quiero comprarle unos paStelitos.
mozo un poco acholado. -Pida en el bar.
En el primer momento, toda la importancia y todos --Quiero unos quinientos, poco más o menos.
los desplantes de Romero y Flores para cambiar el. che­ -¿Quinientos? .
que fracasaron en forma lamentable. A la actitud rumbosa -uñ bautizo. Estoy de compadre.
de alto financiero añadió entonces --consejo acholado de -Bien... Muy bien... Pero por el momento no hay
mama Domitila- una sonrisita de humilde gratitud y la tantos. Será para después de una hora.
disculpa de la mala suerte por los bancos cerrados a esas -Le pagaré a que me los guarde. ¿Acepta un che­
horas. Cerca de medio día, impulsado siempre por el ca­ que?
pricho de su afán, tropezó con la vidriera del hotel de don -¿Un cheque? -repitió el hotelero poniéndose en
Julio Batista donde se anunciaba para la tarde pasteles de guardia. Él también en sus buenos tiempos de juventud
coctel a cinco centavos. La obsesión de la cifra falsifica­ hizo girar cosas parecidas.
da obligó al mozo a pensar: «Quinientos por cinco, vein­ -Un cheque de mi jefe. Un cheque oficial. Mire ...
ticinco sucres ... Es mi amigo ... No sabe que salí del em­ -«No será de revuelta?», se dijo el hombre del ci­
pleo... ». garro disculpándose hábilmente:
Don Julio Batista -provinciana figura de guardiáíI -Es que ... Hace un momento mandé el dinero al
y hombre de club-- tenía la costumbre de observar la vi­ banco.
da de la calle, fumándose un cigarro a la puerta de su ne­ -Me da lo que tenga. Ciento... Doscientos ... Tres­
gocio, como quien dice a los transeúiltes: «Estoy libre. cientos ... El resto cuando retire la compra. ¿No le parece?
¿Me proponen algo? Algo suculento como mi panza, co­ <<Lagarto no come lagarto», se advirtió Íntima­
mo mis rubicundas mejillas... Usted amigo que sabe del mente don Julio Batista dispuesto a no ceder por nada del
secreto de ser importante a fuerza de pregonarlo a los mundo. En un chispazo diabólico murmuró:
-202­ -203­
-Don Aurelio Cifuentes puede cambiarle. El ve­ --Con don Julio tenemos esta noche un bautizo.
cino... -¿Un bautizo? No sabía
-Don... -repitió Romero y Flores mirando hacia -Es que... ¿Usted comprende? Unas chullitas.
la cristalería que señalaba afanosamente su interlocutor. Hemos organizado algo de lo mejor.
-Hace unos minutos le hice vender dos lámparas -Vea lo que le guste, entonces.
y un jarrón en ochocientos sucres de contado. El comerciante en cristales, por gratitud a su veci­
<<Me torea. Se escurre. Sabe. ¿Qué puede saber? no, ofreció al cliente lo mejor y más económico de su
Necesito. Ella espera. Será mi palanca, carajo. ¿Cómo? mercadería. El mozo separó una docena de figurillas de
Le hizo vender. Favor por favor se paga. Me asegura­ porcelana. No hubo regateo. Afuera había empezado a
ré...», pensó Luis Alfonso debatiéndose en una red de llover.
posibilidades fugaces que partían del mismo punto: la -¿Cuánto es todo?
complicidad hipócrita que le brindaba el hotelero para li­ -Diez... Ciento... Doscientos sucres para ustedes.
brarse de éL -Gracias. Muchas gracias -murmuró Romero y
-Pero los pasteles me son indispensables. Qui­ Flores en falsete medroso de <<Dios se lo pague» -pre­
nientos, ¿eh? Le dejaré una seña. sencia inoportuna de mama Domitila-. Pero al entregar
-.¿Cuánto? el cheque -reacción de acholada violencia- ordenó en
-A ver. Solo he tenido un billete de a cinco. tono duro y altanero de Majestad y Pobreza:
¿Gusta? -Cóbrese.
--Como seña... -¿De a quinientos? Imposible ...
-Naturalmente. -¿Es muy pequeño? Don Julio me contó lo de las
-Si dentro de una o dos horas no viene, dispongo lámparas y lo del jarrón. Venta de contado.
de todo. -Él sabe que no recibo cheques.
--Convenido. -¿ y si él me garantiza?
Sin prisa, frenando la inquietud que amenazaba -Es distinto.
denunciarle, Romero y Flores ganó la otra vereda. Don -Magnífico.
Aurelio Cifuentes -desconfianza mal cubierta por reve­ -Solo que...
rencias y zalamerías-, después de observar al posible -Le hablaremos.
cliente, interrogó: -Hablarle.
-¿En qué podemos servirle? -Sí. Debe... -dijo el mozo asomándose a la puerta
-Don Julio Bautista, nuestro común amigo ... de la cristalería seguido por el dueño, quien a pesar de in­
-¡Ah! Don Julio. tuir el peligro dejó que las cosas corran sin oponer mayor
-Me ha indicado y recomendado que aquí podía resistencia. En realidad, la gratitud, el bautizo clandestino,
comprar unos pequeños obsequios. el cheque dudoso, las lámparas, la CÍnica insistencia del
-¿Como para qué? desconocido le empujaron por una pendiente oscura.
-204­ -205­
La lluvia y el tránsito armaron un diálogo de vere­ -Hemos arreglado lo de los trescientos. Eso pue­
da a vereda. Un diálogo sordo, erizado de gestos. do darle. Pero faltan los doscientos de las porcelanas.
-Don Julio. ¡Don Julio! -gritó el chulla Romero -¡Oh! Parece mentira. Pero bueno... Dejaré en su
yF1ores. poder la compra y el cheque ... Volveré más tarde. Deme
-¿Qué hubo? -respondió el aludido desde su ha­ los trescientos. Don Julio no tiene dinero suelto. Necesita.
bitual observatorio. Mandó todo al banco. ¿Conformes?
~ero pedirle un favor. -Conformes -murmuró el comerciante perdido
-¿Eh? en ese dédalo de urgencias y compromisos. Entregó el
-De los quinientos que tiene que entregarme den­ dinero.
. tro de una hora, le da trescientos aquí al señor. Desde la puerta, Romero y Flores encaró a la tem­
-¡Hable más alto! ¡No le entiendo! pestad con fingido mal humor.
-¡Digo que de los quinientos que tiene que entre­ -Espere un ratito. Llueve mucho -propuso Ci­
garme dentro de una hora, le dé trescientos aquí, al señor! fuentes con la esperanza de que algo podía pasar.
-¿Trescientos? -Gracias. Tengo mi automóvil en la esquina. A
-¡Síii! media cuadra -dijo el mozo y se lanzó a la calle. Una ga­
-Bueno. na de correr como el prófugo que huye de una culpa que
-Sin falta. lleva en sí le atacó de pronto. No era un sueño. ¡No! Mu­
-Dentro de una hora. chísimas veces consiguió dinero en igual forma, pero nun­
-¿Entiendo? ¡Trescientos para mí! ¡Para mí! -in­ ca le fue tan necesario. Por lo menos... «Tiene derecho a
tervino el comerciante en cristales agitando las manos parir. Es hembra, carajo. Hembra como todas las hem­
como un náufrago. bras». La lluvia le obligó a refugiarse en una puerta de ca­
-Bien. Bien --concluyó el hotelero un poco mo­ lle, donde varias gentes olor a perro mojado escampaban
lesto al intuir vagamente la torpeza del vecino. en silencio... Allí tropezó Romero y Flores con un amigo
-¡Una hora! al cual había perdido de vista durante algunos años. Salu­
-Comprendido. daron con esa cordialidad que exalta el encuentro casual.
-¿Palabra? -Es un milagro.
-Palabra. -No nos hemos visto desde ... --comentó Luis Al­
Sin esperar nuevos comentarios, Romero y FloreS fonso mientras observaba de pies a cabeza al viejo cama­
hizo un gesto amistoso a la víctima y fue en busca de la rada.
compra. -Desde que me casé.
- j Un momentico! --chilló Cifuentes. -¿Cuántos guaguas,~holito?
-¿Todavía? -murmuró el chulla con voz tensa y -Tres.
actitud retadora de caballero herido por inaudita descon­ -¡Tres? -repitió Romero y Flores inflándose de
fianza. diabólica alegría. Era algo que le elevaba en forma in­
-206­ ·207­
consciente sobre su interlocutor -resto ajado y triste de Luego de cumplir los encargos de Rosario -la
antiguas prosas y anecdóticos desplantes-, algo que le camisa, las franelas--, el mozo buscó al médico. Tuvo
obligaba al mismo tiempo a ser gentil y dadivoso como que hacer larga antesala. En la entrevista con el facultati­
un patrón grande en día-de gracia y socorros en el lati­ vo -hombre alto, seco, de pocas palabras e inesperados
fundio. Pero ..., ¿Acaso él era libre? ¿Acaso no se hallaba recursos- se dio cuenta que tenía que trasladar a la en­
jodido? «¡No! Lo mío es ... Un accidente ... Un mal paso ferma a una clínica.
de juventud», se dijo desechando con violencia el círculo -¿A una clínica?
sentimental que se estrechaba en su tomo. -O a la Maternidad -concluyó el médico al
-Mujeres. comprender por el asombro de su interlocutor que aquello
-Eso más. le era imposible.

Luego de una pausa, Romero y Flores concluyó:


-Pero...

-Vamos a tomamos una copa. Hace mucho frío.


-No tenga cuidado. Hay tiempo. Las primerizas
Yo invito. sufren mucho antes de soltar la prenda.

-¿Dónde?
Una especie de alegre seguridad por haber com­
-Donde el Chivo. Está cerca. partido con alguien aquello de: «Tiene derecho a parir...
Una vez instalados en la cantina -negocio con Es hembra, carajo... Hembra como todas las hembras ... »,
ambiciones de bar, de refugio clandestino, de abacería-, embargó al mozo al abandonar el consultorio. ¿Quién po­
el anfitrión pidió canelazos, algo de comer y unas cc::rve­ día privarle del recurso de ir bajo la lluvia dando voces?
zas. Se escaparon veloces los minutos, las horas. Mas, en Nadie.

lo mejor del diálogo que se enredaba entre copa y copa,


Al final de la primera cuesta, tres cuadras antes de
surgió -hormigueo de mordisco y puñalada- en la san­ llegar a la casa, tropezó Romero y Flores con el guam­
gre y en los nervios de Luis Alfonso la queja de Rosario. bra José, hijo de la fondera Carmen Recalde. Desorbita­
Era como una voz, como un impulso. Pagó la cuenta. dos los ojos, anhelosa la voz, moviendo la diestra como
-Nos quedamos a medias -se quejó el invitado. para subrayar una tragedia inminente, el muchacho in­
-En otra oportunidad será. Desgraciadamente formó:

ahora tengo una conferencia urgentísima. Me esperan


-No vaya, señor. Regrese breve. ¡Los pesquisas!
informó el chulla despidiéndose con elegante importan­ -¿Los pesquisas?

cia. La tempestad había degenerado en fina garua, y la


-Llegaron cinco en automóvil. El automóvil ya se
tarde -cerca de las cuatro-, bajo el peso de un cielo fue. Temprano mismo. Después del aguacero fuerte. En­
gris que envolvía a los cerros, adelantaba el crepúsculo. traron a su cuarto a registrar todo... Toditico... La señorita
Un crepúsculo de sombras húmedas, de lodo, de afiebra­ lloraba... Lloraba ... Entonces mi mamá me dijo: «Córrete
do pulso de goteras, de caminos imposibles, de dolores· no más a espiar al vecino. Obra de caridad es. Córrete
reumáticos. guambra. Que no se deje trincar de la policía. De los ban­
. didos enemigos del pobre».
-208­ -209­
-Pero...
-Quieren llevarle, señor. Créame. Le buscan. De
un cheque hablan. De unos papeles también ...
-No entiendo.
-¡No vaya, por Dios! Yo sé por qué le digo. La
señorita me hizo señas ... Cinco grandotes son... Están en
la puerta de la calle... En la puerta del cuarto también ...
No dejan que nadie se acerque... Esperándole están ... -in­
sistió el pequeño con voz asustada, con voz que despertó
6
el pánico de mama Domitila en el corazón del mozo.
-¡Ah!
-Si viera cómo registraron... Se metieron hasta
debajo de la cama... Orden superior, dicen ... Llevarle vi­
Al descubrir la pequeña ratería del chulla don Au­
refio Cifuentes se puso desesperado. En verdad no era
vo o muerto... Llevarle a la capacha
mucho para las utilidades de ese día, pero la avaricia
-Carajo.
Por el tono temeroso, vacilante, el pequeño com­ --compañera de los buenos negocios-, seca en los la­
prendió que su misión había terminado. Miró en su tomo bios, pálida enla piel, temblorosa en las manos, irritada
en los ojos, buscó venganza y reparación inmediatas. Al
y huyó calle arriba.
hotelero en cambio le hizo mucha gracia. No obstante
-burla de buen vecino-- sugirió medidas drásticas:
-La cárcel... La cárcel para .elladrón, para el atre­
vido.
-¿Usted cree?
-Recurra a sus amigos: gentes de la policía, gen­
tes de la justicia, gentes de la prensa.
-¡Más plata! --chilló el comerciante en cristales
en memoria de amargas experiencias.
-Puede hablar con el jefe de Seguridad Pública.
Me dijo que era su pariente.
-Elpapeleo. Los timbres.. Las declaraciones. Los
testigos. Las propinas.
-Cuando quieren ...
<<Cuando quieren», se dijo mentalmente don Aure­
lío transformando su despecho en esperanza. Agarró el
-211­
-210­
teléfono. <<En la oficina... en la casa... En el bar del club ...
Donde la moza ... », pensó. militar del cuartelazo abortado, garrote sin testigos aljuez
Al oír el nombre del estafador, el jefe de Seguridad incorruptible o al periodista veraz-, fueron despachados
Pública -caballero con buena dosis de indio en la piel cinco agentes de pesquisas: el «Palanqueta» Buenaño, el
cobriza, en los, pelos cerdosos, en los pómulos salientes, «Chaguarquero» Tipán, el <<Mapagilira» Durango, el «Cha­
en las uñas sucias- frunció el entrecejo, lanzó una mal­ guarmishqui» Robayo, y el «Sapo» Benítez. Al parecer
dición olor a tabaco y a dientes podridos, y consultó una eran diferentes aquellos hombres: en estatura, en volu­
lista de nombres que llevaba en la cartera. Pocos funcio­ men, en color, en perfil, en voz -sombrero de ala gacha,
narios conocían aquel secreto, aquella clave para encerrar saco de casimir a la moda, corbata chillona, zapatos he­
revolucionarios, aquel registro de todos los enemigos del diondos, diente de oro, anillo de acero contra el hechizo--,
régimen, de todos los enemigos de la paz de la República. pero al observarles con atención -sedimento de infancia
Como de costumbre la inspiración llegó de lo más delincuente, acholada crueldad en los impulsos, amargo
alto. El Jefe de Seguridad Pública se rascó la cabeza, sabor en las ideas, felina actitud de poca franqueza en las
maldijo de su suerte, y, como en casos análogos, algo du­ manos, mueca tiñosa en los labios, hielo de reptil en las
dosos, dio parte al jefe provincial -su inmediato supe­ preguntas-, algo había en ellos como de venganza incon­
rior-. El jefe provincial conferenció a su vez con el se­ fesable, como de pecado original, como de lucha íntima,
ñor ministro. Y el señor ministro habló con el señor que se mostraba delator en su trabajo, algo que tomó cuer­
Presidente. Luego de ascender la noticia -una hora má­ po cuando la autoridad con buena dosis de indio en la piel
ximo--, rodó la orden hacia abajo: cobriza, en los pelos cerdosos, en los pómulos salientes, en
-¿Qué espera la policía para ser eficaz? Ha roba­ las uñas sucias, concluyó su larga explicación sobre los
motivos, los agravantes y la técnica de la captura.

do el mozo. Debe ir a la cárcel, a la... ¿Comprendido? La


ley ordena ... un honrado comerciante 10 pide y está en su -En resumen ... Tienen que registrar hasta el últi­

derecho. Nosotros tenemos que obedecer. Tenemos que mo rincón. Tienen que apoderarse de todos los papeles
gobernar. Es urgente, urgentísimo que se le desplume al sospechosos. Tienen que traer al tipo sea como sea. Aquí
ladrón de todo documento, de todo papel, de todo com­ le haremos cantar. ¡Es importantísimo! ¿Entendido, mu­
chachos?
probante que bien pudiera engañar al público o armar de
-Entendido, jefe.
calumnias a nuestros enemigos ... El trabajo debe ser níti­
do para que la gente crea, para que la gente nos dé la ra­ Bajo la lluvia llegaron en un automóvil los cinco .
hombres frente a la casa de mama Encarnita. Cruzaron el
zón. ¡Pronto! Antes de que... Esta vez podemos descubrir
grandes cosas. - ­ zaguán. Golpearon en el cuarto del chulla.
Al recibir la orden, el jefe de Seguridad Pública tu­ -¿Quién es? -interrogó Rosario con voz temero­
sa que parecía abrirse paso entre quejas agudas.
vo la certeza de que el asunto marcharía sobre rieles.
-Queremos hablar.
Como en los casos mayores -rapto con premeditación y
-No puedo.
alevosía al político peligroso, allanamiento de la casa del
-¡ Un momentito no más!
-212­
-213­
-¿Para qué? nen que apoderarse de todos los papeles sospechosos»,
-Somos de la policía. había gritado el jefe de Seguridad Pública. Luego ...
-¿De la policía? -¿Quién lleva esto a la oficina? -interrogó, ladi­
-¡Pronto! -advirtieron los agentes empujando no y desafiante, el «Palanqueta» Buenaño, excitando con
con violencia la puerta. Saltó la aldaba. habilidad sinuosa el esbirrismo de sus compañeros.
Asustada al ver frente a ella a cinco desconocidos, -¡Yo! ¿Difícil será, pes? -murmuró el «Mapa­
Rosario no pudo gritar. Le faltó la voz. No pudo moverse. guira» Durango apoderándose del montón de papeles,
Le temblaban las piernas. Enloquecida por el miedo, ago­ dispuesto a recibir cualquier orden con tal de no abando­
tada por los dolores que a esas alturas eran más frecuen­ nar la presa que bien podía darle el ascenso.
tes, pensando en lo peor -la traición o la desgracia del -Bueno. Si quiere llevar, recoja pes.
arnante-, sin oír bien ni poder decir otra cosa que <<Ma­ -¿Todito?
mitica ... Mamitica ... », cayó en el diván. -Nosotros nos quedamos hasta que caiga el joven.
-Somos de la policía. Buscamos a su... Bueno a Tiene que regresar al nido. Dos en el corredor para vigilar
su marido o lo que sea. No es gran cosa. Unas declara­ que no salga la señorita o señora que sea. Dos en la
ciones -informó el «Palanqueta» Buenaño con aires de puerta de calle. En cuanto asome se jode. Hechos los
mandón y sonrisa tenebrosa. pendejos hemos de estar. Como que nada. Áhora que me
- y unos papeles también. Unos papeles que te.., acuerdo, llevarase no más el automóvil. El jefe se pone
nemos que llevamos --concluyeron en coro los otros. caliente cuando le falta su movilidad.
-Mamitica. -Sí, pes.
-Tenemos que cumplir órdenes, señora. -Ojalá nos desocupemos temprano.
-Mamitica... -¿Temprano? Será a la noche.
-Hasta que llegue el pájaro sería bueno... -A la media noche.
-Recoger todo lo sospechoso. -Tengo que quedarme porque conozco al chulla
-A buscar, entonces. --concluyó el <<Palanqueta» Buenaño dándose importan­
Sin tomar en cuenta la angustia temblorosa y muda cia.
de la mujer que miraba en éxtasis de ojos desesperados, -Yo también, pes.
se lanzaron los cinco pesquisas como ratas enloquecidas -Más conocido que la ruda. Adefesio.
por los rincones, se metieron debajo de la cama, revolvie­ -Ojo chiquito, vivo. Gran puñete. Chivista un
ron las cosas del bául, escarbaron en la ropa sucia, en los diablo. Recién no más estaba encamotado con una vaga
palos viejos, olfatearon tras de los muebles, destriparon el del barrio del Cebollar l .
colchón, estrujaron la almohada. Al final, echaron sobre
la mesa del centro lo que ellos creían el cuerpo del delito: I En todo este episodio de los policías abunda el lenguaje de jerga:
una colección de recibos inútiles, de copias sin importan­ gran puñete: duro para pegar; cbivista un diablo: pendenciero de
peso; estar encamotado: estar en juegos amorosos...
cia, de cartas familiares, de recortes de periódicos. «Tie­
-214­ -215­
Rosario que hasta entonces había pennanecido en congregados en el patio, husmeaban sin rubor los motivos
silencio, mirando con idiota indiferencia el trabajo vil de y detalles del atropello al cuarto del chulla. Espectáculo
los hombres sobre su pequeño refugio, estalló en llanto que a fuerza de experiencias en carne propia -desalojo
histérico al notar que el «Mapaguira» Durango cargaba por alquileres impagos, allanamiento por raterías colecti­
con todo lo que bien podía ser el cadáver de la fortuna de vas, embargos por viejas deudas, persecución por peca­
su amante. dos propios y ajenos-, les ardía en la sangre y les unía
-Ay... Ay...Ay... en un diálogo de odio sin palabras. Un diálogo en el cual,
-Nosotros cumplimos órdenes, señora. Calle no el deseo de golpear a los verdugos, el ansia de gritar en
más. favor del caído, se expresaba en taimado juego de gestos
-No le ha de pasar nada. Estando como está, al parecer intrascendentes:
¿quién, pes? «Ave María lo que pasa». «¿Será por la carishina
-Semejante bombo. Imposible aprovechar el ricu­ que quiere parir?». «¿Será por el chulla que quiere con su
1
rishca. Lástima de barriga. mal natural tirar prosa ?». «¿Será por nosotros, carajo?
-Lástima de piernas. Con el chulla, con la carishina y con todos ... ». «Nos qui­
-Lástima de cuerpo. tan el honor. Nos quitan la sangre. Nos quitan el centa­
-De todo mismo. Chulla bandido. No dejar nada vo». «Así fue conmigo. Así fue con el Tomás. Así fue
para el prójimo. con el herrero del barrio de la Tola. Así con el shur02 Mal­
-Para el cristiano sufrido. donado. Así con el compadre de la imprenta que quiso
El sarcasmo libidinoso de los cholos pesquisas hacerse caballero de purito negocio». «Ganas dan de
agravó la desesperación de la mujer. Pero los dolores del morder. Ganas dan de matar. Ganas dan... ¡Jesús me am­
parto sustituyeron a la algazara de la lágrimas por una pare! Un montón de huesos y de carne para los perros».
pausa de palidez cadavérica, de queja gutural, de manos Por contagio virulento -veneno en el alma del
crispadas sobre el vientre: chisme, de la maldición, del comentario, de la queja- la
..,-Oooh... amargura de los testigos se regó por el barrio en diversas
-Creo que va a parir. formas:
-¿Parir? Se hace no más. Defensa de hembra ma­ -En el cuarto del chulla fue.
ñosa. -Solitica estaba la carishina.
-No creo. Salgamos. -Cinco pesquisas llegaron.
-Dos aquí y dos afuera. -Cinco grandotes.
-Todos afuera. -Cinco sin corazón.
-Como en guerrilla.
A pesar de la lluvia -sólo había disminuido en el
l. tirar prosa: presumir.

escándalo de los truenos, de los chorros, de los desa­


:t:shuro: también se escribe yuro o lluro: picaviruelas.

gues- algunos vecinos de la casa y también del barrio,


-216­ -211­
-Buscaron como en casa propia, pes. -Ya corrió el hijo de la fondera.
-A la cansada uno se fue con el cuerpo del delito. Cuando doña Encarnación Gómez supo lo que pa­
-¿Qué estás diciendo, guambra? saba habló con los pesquisas para evitar el escándalo en
-Yo le vi lo que llevaba. Papeles viejos. Hasta pe­ su casa honorable. Todo fue inútil. Ellos cumplían órde­
riódicos. Crimen ha sido guardar basura. nes superiores.
-Un cheque dicen que ha falsificado, pes. Pero «He amparado a un criminal. La Justicia. La Justi­
eso es pendejada. Los documentos, las cuentas, los reci­ cia con los ojos vendados le busca, le persigue. Tendrá
bos de la oficina donde trabajaba. Eso es lo principal. Eso que interrogar la pobrecita para saber a dónde va, a quién
es lo que dicen que no puede conocer cualquiera. golpea. Palo de ciego no más es. Yo diré la verdad. ¿Pero
-Secretos de los de arriba no conocen los de cuál será la verdad preferida? ¿Cuál la que han escogido
abajo. Es pecado, crimen, ¡traición! para hundir al chulla? ¡Virgen Milagrosa, ilumíname!
-El chulla es un cualquiera. ¿La del marco tallado será? ¿La del marido de la carishi­
-La carishina es una cualquiera. na será? ¡Qué fuera la de los arriendos! Verán no más lo
-Nosotros somos unos cualquieras. que pasa. Impuestos ... Impuestos... », pensó la vieja a la
-¿Para qué se metería el vecino en cosas de ma­ noche. Y a medida que le daban vueltas en la cabeza
yores? aquellas confusas interrogaciones se le agigantaba el te­
-Por echar pulso. mor de perder algo íntimo. Encendió una vela a los santos
-A que sufra la pobre. Estando preñada. del altar de la cabecera de su cama y se encerró a dormir
-A lo peor suelta el crío. Sobre los bandidos. Que recomendando a la tropa de güiñachishcas alejarse de la
carguen con todo. posible tragedia.
--Quejándose estaba. Llorando también. Sería de
ayudarle.
-¿Cómo, pes? No dejan ni acercarse al cuarto.
***
-La señora Mariquita les hizo pendejos. Entró por «Llevarme vivo o muerto. Llevarme a la capacha»,
la quebrada. repitió mentalmente Romero y Flores contemplando ató­
-Si pudiéramos curiosear. nito cómo se alejaba la figura escurridiza -gris de sucio
-No se metan en pleito ajeno. en el vestido, desorden en la cabellera al viento, humedad
-Usted qué sabe, abuela. ¿Ajeno? Nuestro tam:. y lodo en los pies descalzos- del muchacho que le trajo
bién es. la mala noticia. Con verdadero asco se pasó la mano por
-Nada es nuestro sobre la tierra. la cara y pensó huir, zafarse de aquel estúpido compromi­
-Usted mismo nos ha dicho que las penas. so que le obligaba a chapotear en un fango de contradic­
-Nuestra.c; penas. ciones sentimentales. Pero a la indignación febril que pu­
-Ésta nos duele como propia. Sería de avisar al so en su sangre Majestad y Pobreza cuando supo que
chulla. cinco cholos atacaron a Rosario -erguida postura de ca­
·218­ -219­
ballero listo a desigual combate-, se mezcló la pruden­ mujeres. ¡Es mi hijo! La noche ... la noche para luchar...
cia sinuosa de mama Domitila -terror del indio a la ¡Mi hijo! Ayer era una palabra... Hoy una angustia ... Ma­
crueldad de la ley del blanco-. Mas ni el miedo morbo­ ñana una realidad pequeña... Tengo que ampararle... Mi
so, ni el coraje desorbitado, decidieron entonces. Había guagua... Guagua es de indio, de cholo... Mi hijo es de
en él algo superior a sus sombras, algo suyo y amargo que caballero... ¿Caballero? Me esperan... ¿Dónde? ¿Por qué
evocaba a su amante en medio de otros hombres -allí a mí precisamente? Ahora o nunca... No soy un cobar­
estarían ellos con su mirada bovina, con su odio acholado de... Soy un padre en peligro... Ji... Ji... Ji...».
entre los dientes, esperando robar algo de valor o saciar Al tomar la segunda copa de aguardiente Romero y
su lujuria, con su docilidad para cumplir lo que les han Flores creyó hallarse frente a Rosario, que le miraba con
ordenado, sea bueno o malo, legal o ilegal-o «No pue­ ojos llenos de lágrimas, con respiración de súplica y te­
do... Solo... Esperaré hasta la noche ... La oscuridad... El mor, con gritos estrangulados en la garganta. Echó sobre
dinero, la camisa, las franelas ... ¡Carajo! Conmigo se han la mesa unas monedas, agarró su paquete y ganó la calle.
puesto ... Cinco... Esperar... ¿Dónde?», se dijo. La noche, desvencijada por el viento del páramo, por la
-Aquicito no más -se respondió a llledia voz Y garúa pertinaz, por el alumbrado tuberculoso de las es­
entró en una cantina de aspecto miserable. En la trastien­ quinas, mostrábase propicia a la fuga clandestina. Con
da echó el paquete que llevaba -camisa y franela- so­ cautela y olfato de perro vagabundo, el mozo saltó por un
bre una mesa de tablero prieto por el uso. Al sentarse y portillo de la tapia del solar que daba a la quebrada _.po_
oír el crujido de la silla -vejez envuelta en sogas de ca­ trero común a las necesidades campesinas del vecinda­
buya- creyó haber caído en una trampa, en una trampa rio--. Mientras avanzaba a tientas, abriéndose paso por
de la que tenía que escaparse. Muchas veces logró ha­ una vegetación húmeda, envuelto en olores a desagüe y
cerlo entre indios, cholos, chagras y tahures, pero ante desperdicios de cocina, resbalando en el lodo, murmura­
aquel paredón rocoso de adversas circunstancias que se le ba: -Llegaré... Llegaré...
presentaba, tras del cual presentía el pulso omnipotente De pronto se detuvo perdido en las tinieblas. Con
de algo superior a su ingenio, a su disfraz, a sus mentiras, mágica intuición supo que había dado con la propiedad
a su nombre, escurríase el coraje, la rebeldía. ¡SU fla­ de mama Encamita. Era demasiado temprano como para
mante rebeldía! ¿Qué hacer? Bebió una copa de aguar­ aventurarse invisible por patios y corredores. Esperó
diente. Surgió como de ordinario la voz de Mama Domi­ arrimando su desconcierto a la peña. Su mano que vagaba .
tila: «Corre, guagua. Corre lejos ... Son malos, poderosos. nerviosa entre los hierbajos tropezó con algo que podía...
crueles...», y el impulso altanero de Majestad y Pobreza: -una piedra de aristas de cuchillo--. «Me servirá de ar­
«Atacar sin mirar ... El heroísmo ... Los cojones ... Si son ma. Podré defenderme ... Atacar ... », se dijo. Y sin escrú­
gigantes, mejor ... » Vieja disputa que al ser envuelta por pulos de ninguna especie, fuera de toda responsabilidad,
los tentáculos de la obsesión de lucha que embargaba por a pesar suyo, se apoderó de ella con sádico deleite.
ese entonces al mozo se transformó en una especie de -Ahora que me jodan, carajo -advirtió estirán­
alarido íntimo: <<Ella tiene que parir. Parir como todas las dose en ingenua actitud de desafío.
-220­ -221­
Al desembocar en el patio principal -área de su blanco le retuvo por breves segundos. Segundos fatales a
refugio-- Luis Alfonso observó con ojos de rata asusta­ la posible fuga. Entre maldiciones y palabrotas sonó un
da. La oscuridad, el silencio y la garúa le alentaron. disparo.
«Cholos no más son ... », pensó apretando la piedra que -¡Pronto!
llevaba en la diestra. Y al amparo de la balaustrada de ese -¡Corran al pasillo de atrás!
lado del corredor, casi en cuatro, con cautela felina, -¡Me dio en los dedos; carajo!
avanzó unos pasos. <<Le dejaré la camisa, las franelas, la -Es él ¡Le vi ... Le vi. .. !
plata para el médico, y ... ¡Imposible, carajo! Yo pensé -¡El chulla!
que estaban en la puerta de calle... Así me dijo el guam­ -¡El chulla bandido!
bra... Así le entendí yo... Le entendí mal... Dos... Dos Los cuatro pesquisas -reunidos por el escándalo-­
sombras ... Primero el uno... Después el otro ... Preferible . corcharon en un abrir y cerrar de ojos los posibles escapes.
que algún vecino le diga. ¿Confiar en ellos? ¿Pedirles un Romero y Flores al comprender que había fracasado en la
favor? ¿Desnudarse? ¡No! Nunca ... ¿Entonces qué? Es­ retirada se deslizó como un gato hacia 10 más penumbroso
perar que se duennan, que se aleje, que ... Volver... ». A del corredor, ocultándose en el hueco de una puerta, de una
los pies del mozo sonó imprudente una lata. Las sombras puerta cerrada. Un grito en torrente sentimental, en lazo
centinelas olfatearon de inmediato hacia el ruido: que apretaba en la garganta, surgió de pronto. Era Rosario
-¿Qué fue, pes? que había escuchado e intuido cuanto pasaba.
-La linterna, cholito. -¡No, por Dios! ¡Huye! ¡No vengas! Esperaré con
-¿Quiénes? mi dolor! Con mi ... Ay ... Ay ... Ay ... ¡No puedo! Te odian
. -¡Habla! porque dijiste la verdad. Es gente. que no perdona. ¡Quie­
-¡Si no contesta disparo, carajo! ren matarte! ¡Lo sé! ¡Huye ... Huye ... ! -suplicó oteando
El estupor petrificó al mozo en tímida posición ute­ en las tinieblas con voz de estrangulado coraje.
rina. Con vuelo alocado, brujo, una mancha redonda de ¿Quién era la que le hablaba en semejante cir­
luz rubricó en la página enlutada del patio, recorrió in­ cunstancia? ¿Era acaso la pasión desenfrenada de una
quietas las paredes, hurgó por los rincones, saltó al tejado mujer? ¿Era la queja humilde y persistente de mama Do­
para caer con mano de arpista sobre las cuerdas mudas de mitila? ¿Eran las dos cosas al mismo tiempo? Inmóvil
la baranda del otro lado del corredor -hacia la derecha, junto a la puerta, mirando sin que le miren, el mozo no
hacia la izquierda-, se metió cautelosamente... inmóvil, pudo refrenar una maldición gutural. Síntesis de 10 que
con la luz a los talones, Romero y Flores se sintió perdi­ nunca se atrevió a decir, de lo que muchas veces apuntó
do... Tenía que hacer algo. ¿Qué? No era un sueño. Con su sangre con vergüenza y amor. «Te quiero porque reci­
violencia impuesta por la desesperación se estiró como biste mi deseo de hombre, porque fuiste cómplice para
pudo y lanzó hacia el punto luminoso su única arma, la mis prosas de gran señor en los días de miseria y en las
piedra. De nuevo se hizo la oscuridad. El orgullo con el noches de inmundos jergones... Porque te pareces a mi
cual se infló momentáneamente por haber dado en el madre ... Te quiero por tu loco afán de parir... Por tu ho­
-222­ -223­
rror a la muerte ... Porque me da la gana ... ». Luego, ciego
de cólera, con recia y ceñuda, voz, lanzó un carajo al ob­ y entrar en el refugio que misteriosamente descubrió a
sus espaldas.

servar que una de las sombras -cholo atrevido-- empu­


-¿Qué fue, pes?

jaba a Rosario hacia el cuarto.


-Vaya, no más ... No se ponga a gritar como ca­ -Desapareció. Aquí mismo, cholito.

rishina. -Cosa del diablo parece.

-¡Aquí! ¡Aquí! -gritaron dos pesquisas acercán­ -Pendejada. Le abrieron la puerta.

dose a su presa. Instintivamente Romero y Flores trató de -¡Golpeen no más, carajo!

incrustarse en las tablas que obstaculizaban su fuga. Alguien que respiraba como fuelle roto cerró desde

¿Quién era capaz de ayudarle? Estaba solo. Solo. ¿Truta el interior el generoso escape -llaves, trancas, mue­
Dios? Siempre fue para él la sombra de Majestad y Po­ bIes-, mientras una mano pequeña, áspera -mujer de
breza en tamaño gigante. ¿Y los hombres? ¡Absurdo! Le cocina y fregadero--, apoderándose a tientas del fugitivo
le dirigió entre la oscuridad.

acosaban como a fiera peligrosa, querían matarle. De


pronto sintió que alguien abría en sus espaldas, con sabia -¡Abran, car.yo! ¡Somos de la policía!

-¡De la policía!

cautela, con pulso de socorro, una rendija en la puerta.


Alguien que ... «No estoy solo», se dijo. Y alentado por la Dominado por la extraña emoción de encontrarse
generosa ayuda concibió un atrevido plan. A fuerza de momentáneamente a salvo, Romero y Flores sintió una
maña y coraje separó un poco a las sombras que le dete­ especie de gratitud melosa. No era el cansancio físico de
nían y saltó hacia adelante -entre ellas- echando los la fuga, ni era tampoco el miedo a la ley que aullaba a sus
brazos atrás. La habilidad y la violencia le permitieron espaldas. No. Aspiraba quizás a hermanarse con la gente
escurrirse de su americana como un misterioso pez que que tanto había despreciado. Existía nobleza en ellos.
deja la piel en el anzuelo. Nobleza de complicidad en el pecado que se rebela, en la

-jUuuy! culpa que nos ata al grupo humano del que procedemos, a

la sombra del techo bajo el cual hemos nacido.

- i Ve pes, carajo! -¡Abran!

-¡Diablo resbaloso!
-¡Echamos la puerta abajo!

-¡Chulla bandido!
-¡Somos de la policía!

-iPor ese lado!


-.¿No entienden?

-Nos dejó con el saco entre las manos.


-Asimismo son éstos. Al desembocar en un cuarto mal alumbrado por
-Chullas mal amansados. Sin oficio... Sin benefi­ una vela, la mujer de manos pequeñas y ásperas -brazos
cio... ¡Agarrénle! ¡Corran! flacos, manchas y arrugas en la cara, venda de media ne­
-¡Pronto! gra en la frente con hojas de chilca en las sienes, impuros
A pesar del número, de la experiencia y de los co"' remiendos en la ropa de dormir, pañolón a los hombros­
mentarios de los pesquisas, Romero y Flores logró ganar . hizo señas al hombre que respiraba como fuelle roto
-sarmentosa figura en paños menores, hálito al apagarse
-224·
-225­
de cansancio, ojos negros, vivos, único rastro brillante en chishca en el suelo -montículo informe de malos olores
amargura de pergamino-- para que no responda. «Es el y sueño de piedra-; la mesa cargada de frascos, tarros de
amanuense de las escribanías y su mujer... Buenos, de­ lata, periódicos viejos -revoltijo de chucherías, la cama
sinteresados ... ¿Por qué? Soy un carajo... Un bicho pe­ de la prole --cuatro rapaces, dos hembras y dos mucha­
queño, vil, en mangas de camisa, con el agua al cue­ chos, que observaban el espectáculo con audacia y burla
llo...», se dijo el mozo. de gente mayor en los ojos,· mientras se acariciaban en
-¿Qué pasa? ¿No responden? pecado bajo las cobijas- hecha de tablas y de adobes; el
-Pronto. altar de la Virgen de ingenua factura fetichista -habili­
-¡Empujen entonces a todo meter, cholitos! dades de crochet, papel dorado en flores, en tiras, en pe­
-¡Ahora verán, carajo! nachos- cubriendo una esquina; los bacines hediondos a
-jA la una, a las dos, a las tres! sarro -el grande para el papá y la mamá, el chico para
Ante la violencia inapelable de los pesquisas -cru­ los niños, la chola al patio cuando le urge-; el gato fa­
jió la puerta, se estremeció la casa- el amanuense de las miliar -presencia diabólica por la penumbra de los rin­
escribanías, con voz inocente de quien acaba de desper­ cones-; el baúl desvencijado como banca y la banca
tarse, interrogó: como ropero nocturno. Total sumido en aire y estrechez
-¿Qué pasa, pes? de tibieza nauseabunda.
-¡La policía! ¡Abran! Al entrar los pesquisas -tres, uno se quedó de
-¿La policía? guardia en el patio--, Romero y Flores había desapareci­
-¡Sí! do por la trampa.
-Voy. Un momentito. -¿Dónde está? Nosotros le vimos.
Antes de atender a la impaciencia de los represen­ -jUstedes responden! Esto no es aquí puse y no
tantes de la ley, el hombre que respiraba como fuelle roto parece.
ordenó en señas a la esposa que indique al fugitivo la -¿Dónde? Si no hablan chupan las consecuencias.
trampa de la pared del fondo -bastidor de cáñamo--. -Vana la capacha con guaguas y todo.
-Está mojado. Le voy a prestar... -opinó ella. Y El registro aleteó debajo de las camas, dentro del
echó sobre los hombros del chulla un saco viejo del ma­ baúl, detrás de las cortinas, entre las ropas; retiró la ban­
rido. Luego alzó una esquina del tabique disfrazado de ca, la mesa, el cajón que servía de velador; levantó las
pared e invitó a Romero y Flores a pasar al otro lado. . cobijas, los papeles, el costal del piso: despertó a la güi­
El chulla, a pesar del vértigo en el cual se debatía, ñachishca a patadas, palpó en las paredes...
no dejó de observar con pena el ambiente que en otras Entre tanto, en la habitación contigua, a la luz que
circunstancias le hubiera producido asco: la hamaca per­ llegaba de la vecindad, el chulla halló un nuevo cómplice,
cudida de orinas y excrementos de guagua tierno sobre el un amigo incondicional., don Mariano Chabascango, el
lecho miserable del matrimonio: la vela moribunda en «militar retirado sin suerte» -bajo de cuerpo, ancho de
candelero de botella vacía; el jergón de la chola güiña­ hombros, piel de bronce sucio, pómulos salientes, bigote
-226­ -227­
ralo, paletó raído en vez de bata de casa, altanera la acti­ -No tienen derecho para abusar así.
tud de brazos y cabeza, andar cimbreante de actor novato -Es orden ... Mi... Mi...
en rol de caballero forrado en cuero de indio--, el cual, -Teniente en retiro. De los antiguos.
sin perder un segundo, esforzado a pesar de la edad, llevó -¡Oh! Teniente en retiro -repitieron los pesqui­
a Romero y Flores hasta la puerta, y, escondiéndole tras sas con desilusión y burla de quien afIrma: «La pendejada
de sus espaldas, murmuró en voz baja: que ha sido».
-Espere no más, cholito. Hay un esbirro en el pa­ -¡Vengan pronto! ¡Se escapa... Se escapa ..! ¡Corre
tio. Verá... A dos pasos de nosotros está la bodega de los como diablo! ¡Vengan, carajo! -chilló el pesquisa que se
fruteros. La puerta que sigue. Se abre tirando una arme­ hallaba de guardia en el patio. Pero cuando asomaron los
lla. Una armella grande, vieja. De la bodega se pasa al otros -dejando al heroico militar espada en mano frente
dormitorio donde encontrará a los chagras ... Del dormito­ al tabique-, el chulla había desaparecido de nuevo.
rio se pasa al segundo patio. Tiene que ganar la quebrada -¿Dónde se metió?
a toda costa, cholito. -¡Aquí!
-Sí. Eso he pensado. Pero si no me ayudan los -¡Golpeen!
otros vecinos ... -Está abierto.
-¿Por qué no? Está en nuestro juego. Hay algo -Entremos entonces ...
que nos une, algo más fuerte que nosotros. Le digo por
El olor -fruta madura, podrida-, las formas -pi­
experiencia. Yo también ... Pendejadas donde uno se me­
las de plátano en cabezas, montones de naranjas, de pi­
te ... Sé que todos los vecinos estarán listos en su favor.
ñas-, y una rendija casi imperceptible de luz en el fondo
Contra los otros que representan en este instante... Odio,
del recinto, aseguraron a Romero y Flores: <~a bodega...
destino ... Bueno ... No podría explicarle ... Ya verá.. .
De la bodega se pasa al dormitorio. Del dormitorio al se­
Desde el cuarto del hombre que respiraba como
fuelle roto llegó la voz victoriosa del «Palanqueta» Bue­ gundo patio ... ». Solo en ese instante se dio cuenta que
naño: había perdido el sombrero, el paquete de los encargos de
. -<¡Esto ha sido tabique no más, pes! ¡Por aquí! Rosario, que llevaba un saco ajeno sobre los hombros, un
saco flojo, sucio.
¡Traigan un cuchillo para romper!
La amenaza del pesquisa exaltó la heroica altanería -Así está mejor para huir -murmuró entre dien­
de don Mariano Chabascango. Ciego de furia agarró su tes el chulla con la clara visión de estar frente a un espejo
espada de un rincón entre trapos y palos viejos, y, desen­ de cuerpo entero. Le perseguían. ¿Por qué? <<Porque di­
vainándola con melodramático esfuerzo, retó a duelo a jiste la verdad. Es gente que no perdona. ¡Quieren ma­
los posibles violadores de domicilio: tarte! ¡Huye! Usted... Usted está en nuestro juego. Hay
-¡Al primero que se atreva le clavo en el corazón! algo que nos une, algo más fuerte que nosotros ... Los ve­
¡Soy un militar! cinos estarán listos en su favor».
-¡Ah! Nosotros no sabemos, jefe. Somos de la Con movimiento de afIebrado coraje -siempre a
policía. tientas-, Luis Alfonso apartó obstáculos a su paso -na­
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-229­
ranjas, piñas, cabezas de plátano-, y abrió de un empe­ -¿Criminal? ¿A cuántos ha matado? -exclamó la
llón la rendija de luz que tenía a su alcance. Dos hombres hembra de la cama estirándose con inocencia que dejaba
miraron con reproche al intruso. Eran los chagras de la ver brazos y senos desnudos.
fruta. El uno más alto, el otro más gordo. El uno junto a -A... A... -tartamudeó el pesquisa, y acholado
la mesa de la cuentas --contabilidad de montoncitos de de indignación salió dando un bufido.
granos de maíz: rojos, amarillos, blancos-, el otro en el Afuera entre tanto, una mujer -menuda escucha
centro de la habitación armado de un garrote. El uno pá­ entre las sombras-, al ser descubierta por la luz del
lido, piel estirada sobre los pómulos salientes, labios dormitorio de los chagras, se escondió precipitadamente.
gruesos, nariz chata; el otro rubicundo, pecoso, baba bo­ Con ella fue Luis Alfonso. hnposible otra solución. Los
nachona en la boca entreabierta. Ambos vestidos de casi­ esbirros le pisaban los talones. A los pocos segundos em­
nete -arrugado en las solapas, deshilado en las rodillas, pujaban la pueqa, tras de la cual la «menuda escucha fe­
parchado en el culo-. Ambos de hediondez y suciedad menina» puso su cuerpo de tranca -rígidas en puntal las
de miel, sebo y tierra -pelos pegados a la frente bajo el piernas, los tacos metidos en una abertura del entablado,
sombrero capacho, zapatos de becerro en jugo de morte­ los ojos rebosando coraje, los brazos en cruz, la cabeza
cina, uñas negras-o hundida entre los hombros, sobre el descote de la bata
-¿Qué pasa pes, carajo? -interrogó el más alto temblando una joya contra el hechizo-:
que era el de garrote. -¡Carajo!
-Soy el vecino del zaguán. Me persiguen. -¡Ahora! ¡Empujen!
-¡Ah! ¡El vecino! -advirtió una chola incorpo­ -Abusan porque no está aquí mi marido. Es sar­
rándose a medias en la cama revuelta. En la única cama gento de caballería. Ya mismito llega... ¡A media noche!
que, según las malas lenguas, la compartía amigablemen­ Yo le espero... ¡Siempre! --chilló la mujer. Y compren­
te con los dos chagras. diendo que sus fuerzas decaían poco a poco, se dirigió al
-Creí que era uno de los pesquisas, pes. fugitivo para indicarle: -Al corredor del zapatero. Vuele
-Ya llegan. ¡Sáquenle! -advirtió la mujer -es­ no más. Por la ventana de la cocina. Apague primero la
posa y concubina- mirando a la puerta de la bodega. luz. Cuidado la mesa. Más allá del catre. Bien... Bien...
Pero el mozo desapareció en el mismo instante que Como el pestillo no cedió al primer impulso, el
surgieron en el dormitorio de los negociantes en fruta los . chulla tuvo que romper los vidrios para saltar por la
cuatro hombres de la policía. El <<Palanqueta» Buenaño ventana. Diez o quince pasos atrás quedaban las voces.
que iba a la cabeza gritó: ¿Dónde meterse? ¿Por dónde avanzar? Conocía muy
-¡ Síganle, carajo! poco ese lado de la casa. Inopinadamente --círculos
Y volviéndose hacia los chagras que trataban de concéntricos dilatándose a través del reproche de Ma­
fingir sorpresa por el escándalo, dijo: jestad y Pobreza y del rubor de mama Domitila- recor­
-Irán a la cárcel por no cooperar con la justicia, dó haber oldo que la «menudaescucha femenina» chi­
por esconder al criminal. lIaba en el suelo: «Cobardes. Yo guaricha he peleado
-230­ -231­
junto a mi marido. Dándole el rancho, pasándole las
especie de biombo que trataba de ocultar a medias la mi­
balas, curándole las heridas ... Para que ustedes roben la
seria del jergón tendido sobre poyo de adobes, con cueros
plata. La plata de los pobres. ¡Maricones!». Recordó ha­
de chivo, ponchos viejos, esteras podridas. y junto a la
ber oído que los pesquisas, entre amenazas y palabrotas,
puerta, temblando de frío, de sueño, en alelada espera, la
maltrataban aja hembra. Recordó asimismo, cómo él, a
mujer -algo de agónico en la mirada, de trágico en los
pesar de todo, no tuvo valor para defender a la que con
labios, de chirle en los senos, de negligencia en la figu­
tanta generosidad ... ra-, chola madre de casa.
-Venga no más, señor... Vecinito... Muévase, pes ...
-Que salga por el hueco de la cocina. Yo les deten­
Ya mismo... Nosotros ... -surgió de la oscuridad la voz
go a estos desgraciados. Conmigo se han puesto, carajo.
de otra chola.
En peores me he visto. ¡Mi cuarto! ¡Mi taller! -chilló
Roto en el corazón del mozo el remordimiento
con voz aguardentosa el zapatero remendón como si todo
apenas iniciado, fue tras de la amable invitación que se le
lo hubiera resuelto de antemano. Luego se levantó y tomó
ofrecía. Se abrió una puerta. De nuevo, a la luz de un
un cuchillo. Un pequeño cuchillo de cortar suela -más
candil que parpadeaba entre clavos de mangle, tarro de
cabo que hoja-o Ante semejante actitud los rapaces hu­
engrudo, retazos de suela, piolines, hormas, cuchillos, el
yeron al jergón cual bandada de gorriones desplumados.
fugitivo pudo observar a las gentes que le ayudaban. Un El aprendiz de zapatero dejó el trabajo para ayudar a su
cholo menudo -sucio muñeco de trapo: pelos revueltos maestro.
sobre las orejas, boca hedionda a chuchaqui de guarapo, -No seas bruto. Chumado, pes.

ojos a veces esquivos, a veces desafiantes, manos temblo­ -¿Cómo?

rosas, rodillas de tenaza para la obra de apuro, parches a


-Han de oír -advirtió la hembra exaltándose

lo largo del vestido- sentado frente a su pequeño depó­


con ese histerismo que busca atacar antes de que le ata­
sito de herramientas. Un muchacho -aprendiz de re­ quen.
mendón: gorra metida hasta las cejas, catarro sin pañuelo,
-¿A mí, carajo? ¿Al Mediasuela? Soy un hombre

camisa y saco sin botones, zapatos sin medias, trabajo sin libre. ¡Libre! Me gano la vida sudando tieso. ¡No soy un

sueldo-, tan aburrido y soñoliento como el gallo de pe­ esbirro! Ellos...

lea preso con traba a la pata de la mesa. Tres rapaces en


-¡Ave María! Le salió el diablo. Buenamente no
camisa --cuatro, cinco,seis años: ternura de anemia en más estaba. El diablo del guarapo que se pega, pes. Ven­
las mejillas, vientre hinchado, piernas flacas, más mocos ga, vecinito. Por aquí -murmuró la mujer metiéndose
que nariz, sama de piojo en la cabeza- espiando tras un por una puerta en la penumbra de la habitación.
tabique de cáñamo tapizado con recortes de ilustraciones Los gritos dieron de nuevo a los pesquisas la pista
de revistas y periódicos -escenas de guerra, vampiresas del fugitivo. Pero a esas alturas del escándalo, los vecinos
del cine en paños menores, toreros célebres, campeones de la casa y algunos del barrio, emboscados en las som­
de varios deportes, retratos del Santo Padre y de los <<pa.,. bras, acechaban con inmovilidad felina el momento de
trones grandes» de la política nacional e internacional-, poder tirarse al suelo para saborear con deleite diabólico
-232­
-233­
la caída y confusión de la carrera de los esbirros. Los más nadie entendía, sacó al fugitivo por el hueco del tejado, y
audaces -muchachos y mujeres especialmente--, salían echó luego en las candelas donde oficiaba sus hechicerías
de improviso a recoger noticias o a dar paso al fugitivo un puñado de polvos hediondos que al estallar en luz vi­
hacia el lugar que consideraban menos peligroso. Alguien vísima nubló de humo -sinapismo para los ojos entro­
-desde una ventana, o desde un hueco de la tierra, o metidos-, Luis Alfonso pu~o ganar el último patio,
desde una· gotera del techo, o desde el infierno- silbaba donde le aconsej aron que se arras!fe como un gusano por
burlón, muy bajito, «La Cucaracha». una especie_de desagüe. Así lle~hasta el barranco.
También mama Encamita, sentada en la cama, las -Esperen un ratito. Esperen no más, carajo. Yo le
piernas cruzadas bajo las cobijas, el gato en la falda, de sentí, se fue por la· quebrada -advirtió el «Palanqueta»
espaldas al altar de sus devociones, se pasó rezando, rosa­ Buenaño congregando en su tomo a los compañeros. Y
rio tras rosario, atenta a los ruidos y a las pausas que limpiándose con la mano libre -en la otra llevaba el re­
marcaban la fuga. Le era doloroso e insufrible pensar que vólver y el dolor de los dedos magullados- la cara em­
su propiedad podía mancharse con la sangre del «chulla papada en sudor, concluyó:
desgraciado, mala fe, mala conciencia». ¿Qué hacer? -No me hace pendejo. Quiero volver al redil. Ha­
¿Qué decir? De rato en rato, entre credos y avemarías, blar con la moza. Sacarle donde algún vecino. ¡No, cara­
exaltada por impulso de lacerante desesperación, volvía jo! Vos Tipán y vos Benítez corran a la puerta de calle.
la cabeza hacia el altar, y en tono infantil, y con gesto de Quiere darse la. vuelta. Estoy seguro. Que nadie entre en
ruego y blasfemia a la vez, murmuraba: el cuarto del chulla. ¿Me entienden?
-Taitiquito mío. Mamitica milagrosa. Yo ... Yo no - y si ella...
he sido tan mala con las cosas de la Santa Madre Iglesia -¡Nadie! No vamos a llegar con las manos vacías
para que me castiguen así. Que no le maten al chulla en ante el jefe. Yo y el Robayo nos encargamos de agarrarle
mi casa. ¡Solo eso pido! Casa caritativa, casa honorable, vivo o muerto al desgraciado ~bservó el «Palanqueta»
casa decente. Que le maten en la calle, en la cárcel, donde Buenaño descendiendo a toda prisa por la ladera del ba­
quiera.. ; Que corra hasta que pueda salir... rranco. Algo más fuerte que el deber, algo que se agi­
«Taitiquito» y «Mamitica» escucharon a la vieja. gantaba minuto a minuto en su cólera y en su odio había
Después de la intervención heroica de las «Carishinas» surgido en él. Su heroica hoja de servicios. A él fue a
-sin clientes esa noche- que ocultaron al mozo en la quien encomendaron, con tres acólitos presidiarios, pro­
cama de la madre postrada y de los hermanos menores pinarle una paliza al juez que se negó a obedecer las ór­
que alimentaban con su trabajo; del ingenio de la «Plan­ denes políticas de su Excelencia. Teatral escándalo que
chadora» que hizo pequeñas refonnas en el disfraz de dejó un moribundo en el suelo. Él cumplió con igual efi­
Romero y Flores con una gorra y una bufanda de uno de cacia la orden de castigar al orador parlamentario de la
sus hijos; de la buena voluntad del «Tuerto Pacho» para oposición. Rapto misterioso del rebelde en la noche. Ca­
barajar al mozo entre tablas y herramientas; de la audacia mino abandonado. Una letrina en la cuneta. Cuatro hom­
de la «Bruja» que murmurando frases de una cábala que bres sobre la cabeza de la víctima. La boca atrevida hun­
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diéndose, una, dos, tres veces, en orinas, en lodo, en excre­ embargo -ardid de indio para descubrir pájaros y alima­
mentos. Por donde se peca se paga. A él Y al jefe se les ñas entre hojarasca y matorrales- hizo rodar una piedra
ocurrió también encerrarle - como simple contraventor frente a la casa. Como por encanto surgieron dos sombras
-veinte y cuatro horas- al revolucionario profesional desde el zaguán. Olfatearon sin tino, alocadamente. Por
-altanero e incorruptible-- con tres homosexuales acti­ un segundo, él creyó haber caído en la trampa. Se le con­
vos. Él dio más de una vez garrote a periodistas y estu­ trajo el abdomen y dejó de respirar. Pero reaccionó a
diantes. Era un excelente pesquisa, loado y defendido por tiempo emprendiendo veloz carrera calle abajo y dejando
las más altas autoridades del país. No iba a perder su a sus espaldas voces y comentarios:

prestigio por un chulla aventurero. Le agarraría sea como -Saltó no más.

sea... Hasta aplastarle... Hasta... -Corriendo.

Romero y Flores entre tanto había salido de nuevo -Como un aparecido.

a la calle -solitaria, oscura, hedionda-o Respiró a gus­ -Tenía razón el Buenaño.

to. Pero de pronto le pareció imposible ir a ninguna parte --Quiso entrar.

con ese saco de héroe en desgracia, con esa gorra de mu­ -Chulla bandido.

chacho plazuela, con esa bufanda de chagra, con... Se


sentía otro. Por primera vez era el que en realidad debía
ser: un mozo del vecindario pobre con ganas de unirse a
***
las gentes que le ayudaron --extraño despertar de una Pocos minutos más tarde, un silencio hipócrita se
fuerza individual y colectiva a la vez-o El recuerdo de su extendía a lo largo -y a lo ancho del barrio, se extendía
pequeña proeza le envolvió en un afán de reintegrarse ... llenando los patios de la casa de mama Encarnita. Solo
¿A quién? ¿Para qué? ¿Por qué? los dos hombres encargados de vigilar que nadie entre en
-Porque me da la gana, carajo -murmuró a me­ el cuarto de Rosario. trataban en voz baja de dividirse el
dia voz. Luego se dijo: «Soy un hombre ... i Un hombre! paquete que perdió el chulIa

Ella me necesita... Es mi mujer... Mientras los pesquisas -¿No será el cuerpo del delito?

hurgan en la basura le hablaré desde la ventana. Le daré... -¿Qué es, pea? Los papeles eran ...

He perdido todo... Bueno... La plata... Los vecinos po­ -A veces resulta.


drán... Soy un bruto». --Nada, cholito. Ganado en buena lid. La camisa
Avanz6 lentamente. A medio camino de su plan le para mí...
asaltó la duda, el temor, algo que le puso en acecho de los -La franela para vos ...
mil ruidos que mezclaba y traía el viento entre la garúa. -Cuando Dios quiere dar.
Era la desconfianza de mama Domitila, murmurándole: -Algo por la mala noche.

«Cuidado guagua. Guagüitico ... ¡Cuidado! Son traicione,­ -Una rebusquita que llaman.

ros. Saltó entonces a la otra vereda hasta distinguir el Al principio creyeron los pesquisas que la mujer

hueco del postigo abierto. Todo parecía tranquilo. Sin callaría pronto. Desgraciadamente no fue así. La queja
-236­
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angustiosa, cáustica, creció poco a poco. Creció sin con­ dolor de patada en los huevos». «Parece que las entrañas
trol. se le desgarran». «Todas las mujeres tenemos ... Es nues­
Mientras él estuvo al amparo de los vecinos, muy tro destino ... A veces Taita Dios priva de hijos a las ca­
cerca de ella, Rosario pudo resistir mordiendo las cobijas, rishinas». «Tantas pendejadas para no más de moriD>.
las sábanas, apretando los dientes y los puños, estrangu­ «Parece que se ahoga». «Soledad y desamparo».
lando el llanto. Pero después, cuando a la desesperación -Aaay... ¡Aaay!
de no saber del fugitivo y al recelo a los hombres que Rosario cerró los ojos y arrimándose a uno de los
conversaban en la puerta, se unió el tormento físico -las pilares de la cama trató de recobrar el aliento. Se sentía
caderas abriéndose en los huesos, en los tendones, en los terriblemente sola. Hizo un gesto desesperado para ocul­
nervios; el vientre latiendo en los riñones, en el corazón, tar la cabeza entre los brazos como si estuviera defen­
en la garganta, en las sienes; el sudor frío empapando los .diéndose de un animal feroz, y se quedó· así sometida al
muslos, la espalda, la frente-, no pudo detener el la­ martirio de su realidad. «Nadie ... Yo sabía que él... Yo le
mento gutural, clamoroso, que le obligaba a abrir la boca dije... », pensó con lacerante angustia de náufrago que se
en anda de alivio, a cerrar los ojos en mueca trágica, a hunde sin testigos, que se hunde ante la indiferencia de
crispar los dedos. una noche impenetrable. Entre tanto, afuera, su grito, re­
-Aaay... ¡Aaay! torciéndose y golpeando en la ayuda indeci.sa del vecin­
dario había canalizado las dispersas opiniones del primer
A corto plazo, toda ella no fue sino un vasto cla­
momento en un plan atrevido:
mor jadeante que golpeaba en la compasión del vecindario,
«Ahora, carajo». «¿Qué hacemos aquí parados co­
y que, al pensar en su cuerpo, lo hacía en tercera persona:
mo fantasmas?» «Hemos venido por nuestra propia vo­
«Pobrecito... Hinchado. Deforme. Ojos ensombrecidos.
luntad». «Tiene que pariD>. «Como las indias entre la ma­
Manos y pies hidrópicos. Temblando como un pájaro pri­ leza del monte, a la orilla de algún río, en la soledad de la
sionero. DeDil. Blando. Aplaza al final de cada grito la choza». «Como animal». «¡No! Debe parir como gente
gana de morir. ¿Por qué no se rebela? Toda pasión, todo blanca». «Su grito me duele en el vientre, en la cadera, en
sentimiento, toda fe, todo ideal, todo placer, todo vicio, lo que tengo de mujeD>. «Hay que socorrerle». «Puede
soporta macerándose cruelmente». torcer el pico la pobre». «Tenemos que pasar sobre los
-Aaay... ¡Aaay! hombres que le cuidan». «Podemos ... Somos muchos ...
Al impulso de una especie de solidaridad sin pala­ Somos fuertes ... Estamos unidos ... ». «Ahora, carajo».
bras se fueron congregando en silencio los vecinos frente -Aaay... ¡Aaay!
al cuarto de la parturienta. A nadie se le ocurrió en el Sin darse cuenta, arrastrados por una fuerza de
primer momento avanzar más allá de donde se podía ob­ compasión y desafío, los veCinos de la escucha avanzaron
servar sin ser visto por los pesquisas: unos pasos hacia el patio.
«¿Será de pena por el chulla?» ~<¿Será de cólera?» -¿Qué quieren? ¿Qué buscan? N6sotros estamos
«Asimismo chillan las hembras por cualquier pendejada». aquí para cuidar... Para que no entre nadie -advirtió con
«Solo al parir chillan así». «Ruge como borracho con voz alterada por la sorpresa uno de los pesquisas.
-238­ -239­
En respuesta, surgieron de la pequeña tropa que -¡Cuidado, carajo! -gritaron los pesquisas pen­
avanzaba, palabras rotas, defonnes, incomprensibles. sando que su amenaza era suficiente para detener a esa
-¿Qué dicen? ¡Hablen claro! tropa infonne. Mas, en un abrir y cerrar de ojos, se vieron
Desde un rincón, alguien, en tono cavernoso de rodeados y desarmados, DÚentras las mujeres se instala­
vieja experieQcia, opinó: ban -ayes, órdenes, consejos y comentarios- en el cuar­
-No puede parir así nomás, 'pes. Solo los anima­ to de la parturienta.
les... Solo las indias... Queremos ayudarle... Debemos -Pobre vecina.

ayudarle. -Pongan a calentar agua.

En afán de disculpa, cínicamente, ocultando temo­ --Que se acueste prontito.

res y vilezas, los dos centinelas respondieron, cada cual --Que canúne, mejor.

por su cuenta: -Ya no es hora.

-No se puede. Cumplimos órdenes. -Sin ánimo parece.

-Nuestra responsabilidad es grande. Nos han di­ -Veremos... -dijo una vieja de follones, pelo en­
cho ... Ustedes de gana se meten en cosas ajenas. trecano, manos sarmentosas, párpados enrojecidos de la­
-Cada uno es cada uno. Por algo hemos de estar gañas.
nosotros aquí. El chulla es un bandido. -¡Cierto! Mama Gregoria sabe -opinaron en co­
'-¡Retírense, carajo! ro las mujeres que rodeaban a Rosario dando paso a la
Al oír la disputa -las manos extendidas en urgente vieja que tenía fama de buena comadrona.
ruego, los ojos desorbitados mirando hacia la puerta -Ro­ Afuera entre tanto, dominados los agentes, reinaba
sario comprendió que no estaba sola, que los vecinos lu­ una especie de discusión en voz bcija:
charían por ella como lucharon por Luis Alfonso. -Si nos hubieran dicho de a buenas.
-Aaay... ¡Aaay! -De a buenas DÚsmo les dijimos, cholitos.
Hábilmente, deslizándose como ratas en la sombra, -¿Cuando, pes?
hombres y mujeres del vecindario, anunciaron: --Queríamos ayudar a la vecina. La pobre... Es
-Tiene derecho a parir. hembra y tiene derecho a parir.
-Conozco. Por el grito ya está coronando el guagua. -Todos tenemos derecho a algo.
-No hay nadie con ella. -.Ustedes nos comprenden. Somos de los mismos.
-Es terrible. -De los DÚsmos... Ji ... Ji... Ji ...
-No tienen corazón. -¿Acaso nosotros no tenemos derecho a trabajar
-Una que ha parido sabe... Sabe que se ve palpa­ en lo que nos dio la suerte?
blito la muerte, pes. -Nadie dice que no.
-Ya mismo es el grito grande. -Cumplimos órdenes.
- y nosotros aquí esperando. -Órdenes sin corazón, pes.
-¡Queremos ayudar! -No es nuestro gusto.
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-Gusto de la plata será. cobrar. En la casa de la esquina vive. Que vayan a verle
-Bueno... Pero ahora... los guambras.
A cada opinión de los pesquisas y de los vecinos -¡Cierto! A mama Ricardina. Que vayan los guam­
surgía el comentario íntimo, inconfesable, de cada uno: bras -repitieron en coro las mujeres.
«Entonces cómo te parió tu mama?». La habilidad de mama Ricardina -expresión de
«Jodidos pero con hoIlI'ID>. un carácter práctico, de un ingenio innato, de una madu­
«¿Los mismos? Cholos del carajo». rez física que había superado complejos y presunciones
«No somos de los mismos. Somos caballeros de la de chola aseñorada- pudo más que las brujerias y los re­
policía con autoridad». zos de la vieja de follones, pelo entrecano, manos sar­
«La prosa de los pendejos. Culo verde no más ... ». mentosas, párpados enrojecidos de lagañas.
<<Desgraciados ... Cuando estén en el calabozo... En las primeras horas del amanecer -pálida la os­
Cuando tengamos que hacerles declarar 10 que es y 10 que curidad, cansada la garúa- se escuchó el vagido de un
no es ... ». niño.
«¿Derecho? Derecho para perseguir a la gente, pa­ -¡Ya! -murmuró un pequeño grupo de cholas
ra robarle, para matarle». jóvenes que había seguido con la imaginación el desarro­
«Suerte ... Rascándose la barriga y las bolsas ... ». llo del parto -la hembra en la cama, las piernas abiertas,
«Cholos brutos. Espiar es difícil. Dar palo es difí­ el sexo dilatándose bárbaramente, el feto resbaloso, arru­
cil. Matar sin que nadie se entere es difícil». gado, sanguinolento.
«Piensan que nos llenamos de plata. Para lo que -Llora -comentó alguien.
pagan».
-Lloran al nacer, lloran al morir -<lijo una vieja.
«Silencio asquerosos».
-La pena que llega con lágrimas y se va con lá­
Después de examinar entre rezos y bendiciones a la
grimas. _
enferma, la vieja de follones, pelo entrecano, manos sar­
-Asimismo es.
mentosas, párpados enrojecidos de lagañas, meneó la ca­
-Hijo de chulla, chulla ha de ser.
beza como quien dice: «Mala está la pobre». Luego orde­
-No creo, vecina.
nó sahumar el cuarto quemando alhucema, cáscaras de
naranja, romero bendito. Había que ahuyentar al demonio -A lo mejor se hace de los futres de arriba.
que estrechaba cruelmente el útero de la concubina del -Taita cura... O militar.. O patrón grande... O se­
chulla. Pero todo fue inútil. ñor de oficina...
Ante el fracaso de la anciana, la mujer del zapatero -Todos queremos ser algo. Algunos alcanzan
remendón que había permanecido inactiva y silenciosa, mismo. Otros nos quedamos no más.
hasta entonces, observando el dolor de aquel cuerpo dé­ -Sentirnos alguien.
bil, pálido, tembloroso, sugirió: -Por fm calló la pobre.
-A mama Ricardina Contreras, pes. Como la ma­ -En cambio el guagua.
no de Taita Dios es. A ella seria bueno llamarle. No ha de -Chilla como diablo.
-242­ -243­
En ese mismo instante, Rosario -placidez de ali­ Aquel <<poquito de sangre» incesante -tibia, vis­
vio físico- percibió que el feto al escurrírsele se llevaba cosa- fue cobrando contornos de pesadilla en el saber de
consigo y compartía fatalmente el pulso ancestral del la comadrona y en la tranquilidad de las vecinas:
dolor desollado de la carne, de la inseguridad de la vida, -Fregada está la pobre.
del miedo a morir... -Más de una hora ha de ser que no le para.
-Es varoncito. -Que no le para la hemorragia.
-Flaco está. -Parece cosa del diablo.
--Cuidado se resbale. Se resbalan no más. -Mi sobrina murió así, pes.
-Lo que somos. Un adefesio, pes. -Mi cuñada también.
-.Después santos o demonios. Todo mezclado. -¿Qué haremos?
-Mezcla de Taita Dios. -¿Qué también haremos?
--O de uno mismo. -Dicen que es de anemia.
-¡Bañen breve al guagua! -De los desmanes del embarazo.
-Breve estamos haciendo l. -Del corazón dicen otros.
«Indefenso. Pequeño. Amarrado a la pobreza, a las -¿No será cosa de brujería?

lágrimas, a las enfermedades, al destino. ¿Por qué? ¿Qué -¿Qué haremos, mamiticas?

motivo dio? ¿De qué se le acusa? La culpa es nuestra. -Que vea la vecina del segundo patio. La zambi­
Yo... ¡Corrompidaaa! Un día se quedará solo... Está solo ta, pes.
en este instante», dijo Rosario sintiendo infinita compa­ -¡Que le veapronto!
sión hacia el pequeño. Algo le obligó a cerrar los ojos, a Antes de que las cosas se agraven, y tomen por su
crispar las manos entre las cobijas, a respirar profunda­ cuenta a la enferma las brujas del vecindario, mama Ri­
mente para no asfixiarse. cardina -fiel a su experiencia que chocaba de ordinario
-No sufra. Lindo está el guagua. Espérese. No se con lo sórdido y supersticioso del medio- gritó:
mueva. Todavía le baja un poquito de sangre -murmuró -¡Lo que necesita es un médico!
en tono de consuelo mama Ricardina casi al oído de la -¿Un médico?
parturienta. -Hice todo lo que sabía. Hice todo lo· que pude.
-Aaah. Pero cuando Taita Dios ...
-Espérese. Espérese veamos ... -¿ y la plata para el médico de dónde sacamos,
pes?
--Cada cual pudiera dar algo.
-¿Después de tantos sustos?
I Expresiones comunes en el habla popular ecuatoriana, sobre todo en
-¿Después de tantos apuros?
la de la Sierra: uso del adjetivo en vez del adverbio. Y, además, en -¿Después de la mala noche?
este caso, «breve» por «rápido». --Con plata y persona.

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-Yo tengo tres sucres. ¡Aquí están! ~oncluyó
mama Ricardina ofreciendo a las gentes que le rodeaban
tres monedas sobre la palma de la mano enrojecida por el
trabajo. Aquel gesto generoso convenció a todos. Cada
cual dio lo poco que podía. Algunos hombres. y algunos
muchachos fueron en busca del médico.

Mientras corría hacia abajo Luis Alfonso, pensaba:


«La ciudad está libre. Rosario en cambio, me espera.
Tiene que esperarme. Confía en mí. ¡En mí! Me loadvir­
tióllorando. ¡SUS ojos! Siempre... Volveré a ella, sea co­
mo sea, carajo», Al llegar al final de la calle se detuvo,
respiró con fatiga, miró en su torno y se dio cuenta ~la­
ridad ardiente- de cuál era su situación. Sabía que bajo
toda esa farsa palpitante se hallaba oculta la orden de do­
ña Francisca, la venganza de la vieja cara de caballo de
ajedrez. Solo ella podía poner en movimiento a las fuer­
zas de la ley, de la justicia. Al levantar los hombros y
bajar la cabeza para defenderse del viento y de la garúa
descubrió en la penumbra de una puerta de calle, acurru­
cado como un perro, a un policía -guardián del servicio
público--, el cual le observó con ojos de aburrido can­
sancio. «Imposible volver por aquí. Está él. La piedra. El
abismo. Me delatará, carajo. Quizás por la otra calle. Más
lejos ... », se dijo. Al llegar a la esquina siguiente desde
donde pensaba trepar de nuevo --ésa era su obsesión, su
gana de última hora, su sentimiento incontrolable-, sonó
un silbato. Tras él surgieron cien perseguidores. A favor
de la oscuridad avanzó, Con·nerviosismo y diligencia de
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rata pudo meterse en el dédalo de un edificio en cons­ Alguien que había sorprendido su maniobra, gritó con
trucción. Cerró los ojos esforzándose por recobrar el voz de mando:
aliento. Inclinó la cabeza e hizo una mueca que expresaba -¡Aquí! ¡Aquicito a la derecha! Que no salga.
su desconcierto. Sentíase culpable. No de la estafa. ¡No! Enloquecido por lo inoportuno de la denuncia
Culpable de su vida, de su... El miedo le advirtió que la -brujo contacto en la nuca-, se metió por la quebrada.
inactividad y las paredes que le rodeaban le traicionarían Con diabólica intuición avanzó por un sendero. Sudoroso
en el momento preciso obstaculizándole su única salva­ -el corazón golpeándole en la garganta, detenido elpen­
ción: huir. Se lanzó de nuevo a la calle. samiento en el pulso afiebrado de las sienes-, trepó por
-¡Por ese lado, carajo! la cuesta de tierra floja del relleno de una plaza. De nue­
-¡Asomó no más! vo las calles tortuosas, el alumbrado delator, los policías
-¡Corran... Corran... ! surgiendo de las esquinas, el escándalo de los pasos en el
-¡El bandido! silencio de la hora. Por el olor -perro mojado, basura,
Más rápido que sus perseguidores, Romero y Flo­ orinas-, por la penumbra -pequeñas luces que agoni­
res ganó la primera cuesta de otro barrio, y después de zan distantes las unas de las otras-, por la arquitectura
muchas vueltas y revueltas --con sigilo felino unas ve­ --casas chatas como vegetación enana de páramo, tien­
ces, violento otras-, llegó a la última barrera. Imposi­ das desde donde acecha el crimen, la prostitución, la
ble retroceder. Por todas partes surgían como perros de mendicidad-, por el piso -viejo empedrado, charcos,
caza pesquisas y policías. Miró hacia abajo, hacia el Iodo--, se dio cuenta que se hallaba en el último recodo
oleaje de techos y luces mortecinas que se estrellaban, de un barrio. ¿Cuál? Cualquiera. Todos se parecen. Hue­
arrastrándose a él, en el acantilado de una peña cortada len a matadero, a jergón indio. Todos tratan de hundir su
a pico. ¿Arañar el muro? ¿Trepar por algún chaquiñán? miseria y su vergüenza en el campo. «El campo para co­
¡Absurdo! Conocía de memoria aquel sector. Vivió al­ rrer sin testigos. Para evadinne de la ciudad y de sus
gunos años en él. «A la quebrada donde termina el ce­ gentes. ¿De todas? ¡No! Rosario debe estar en este mo­
rro», se dijo. A la quebrada donde jugó de muchacho a mento sola... Parirás con dolor. ¿Por qué? Sudarás con
«ladrones y detectives». En esa noche él era un ladrón. dolor. ¿Por qué? ¡Todo con dolor! Ojalá los vecinos. Ella
Un ladrón perseguido. Un ladrón cuyo destino era co­ es así... Debe saber... ¿Qué? Que yo... Si pudiera esca­
rrer. ¿Hacia dónde? ¿Qué importa eso? Tampoco se sa­ parme: ¡Mi hijo! Ayer, hoy, mañana. Lívido, silencioso ...
be hacia dónde va la vida, y sin embargo la humanidad Llegaré, carajo», pensó. Más allá. Una, dos cuadras. Los
sigue... Él también siguió adelante como un potro des­ pies y el cuerpo empezaron a pesarle. La respiración co­
bocado, como una bala perdida. Seguro en sus recuerdos mo fuelle... ¡Un hombre entre las sombras! No era un
saltó por el portillo de una pared de adobes casi deshe­ hombre. Era una planta, un arbusto, algo que se movía
cha por los inviernos. Resbaló luego por un desagüe lle­ con el viento al borde del barranco. «Otra quebrada. Im­
no de barro. Quiso esconderse en un corredor del tras­ posible seguir. De nuevo el grito negro, fétido, listo a de­
patio de la primera casa que tropezó pero alguien ... vorarme», observó. ¿Y la ciudad? Rodeada. Presa entre
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cimas que apuntan al cielo. Presa entre simas que se -Quiero entrar. Quiero entrar, primero.
abren en la tierra. El aire, los pequeños ruidos, las quejas Pegado a la puerta, esforzándose por recobrar el
de las gentes que duermen, los buenos y malos olores, lo aliento, escuchó Romero y Flores cómo se alejaban los
fecundo de la pasión, lo turbio de la culpa, las torres de pasos del hombre de la voz gangosa: por el patio húmedo,
las iglesias como castillos feudales, las viviendas como por las escaleras crujientes, por el corredor ... No podía
chozas, las calles tendidas en hamaca de cerro a cerro" gritar. No podía echar la puerta a patadas. Una profunda
todo preso. ¿Y él? Chulla de anécdota barata, encadenado sensación de fracaso le anunció el poco valor de su auda­
a ese paisaje, a ese paisaje querido unas veces, odiado cia habitual. ¿Hacia dónde ir entonces? Miró a la calle.
otras. Solitaria, estrecha. Reliquia de la Colonia. Cuatro varas
Arrastró el fugitivo instintivamente su cuerpo por de ancho entre los tejados para mirar al cielo. Casas vie­
un chaquiñán. Su cuerpo al cual hubiera olvidado con jas cargadas de lepra, de telarañas, de recuerdos y de car­
placer en algún rincón. Pero eL miedo patológico de ma­ coma, bajo el tedio de la humedad y del viento. Casas
ma Domitila por un lado , y la desesperación teatral de viejas de zaguán que desciende con violencia de hipo en
Majestad y Pobreza por otro -jinetes de látigo y espuela el lado de la quebrada, y que asciende con fatiga cardíaca
sobre el alma-, impedían... Al pasar bajo un puente -pe­ en el lado de la ciudad. Casas viejas de alero, de ala ga­
queño túnel olor a excrementos, a orinas, a boca de bo­ cha para disimular la ingenuidad y la miseria de sus ven­
rracho--, el ruido de un camión que cruzó la calle alta, tanas de reja, de sus ventanas de pecho, de sus ventanas
aplacó en parte el desconcierto del mozo. Debía aprove­ de corredor. Pero ... Voces y pasos en la noche. Corrió de
char el tiempo; esconderse en algún hueco, descansar. nuevo el mozo. Casi al final de la calle, junto a un puente
Notó con agradable sorpresa que se hallaba a pocos pasos -más alto y nuevo que el anterior-, tropezó con dos
de una casa de citas muy frecuentada por él -sórdido borrachos --el uno con guitarra bajo el brazo, el otro con
edificio de tres pisos, ventanas distribuidas en desorden botella a la mano--.
sobre un muro blanco de cal y viejo de arrugas, puerta de -Una cancioncita no más queremos. Aquí vive mi
calle chata y hundida en la vereda-o Golpeó con discre­ guambra.
ción roedora mientras murmuraba: -¡Oh!
-Soy yO. -Espere, pes. No corra. Tome un traguito siquie­
-¿Quién, pes? -interrogó una voz gangosa. ra.
-Yo... La estrechez de la callejuela se abrió de pronto en
-Todo está lleno. larga y ancha avenida. Luces rielando en el espejo negro
-Quiero entrar, cholito. del pavimento mojado. Arboles raquíticos. ¿Entregarse?
-No hay, digo. ¿Volver atrás? ¿Pedir perdón de rodillas? ¿De quién es la
-Es que ... culpa? ¿Acaso todo aquello no era una trampa de la que
-Solo que espere un rato. Voy a ver si alguien se debía salir, librarse? Ante los ojos nublados del fugitivo
ha desocupado. surgieron como orillas ... Allí; muy cerca, junto al equili­
-250­ -251­
brio, a la esbeltez y a la gracia de cuatro o cinco edificios -¡Hablen, carajo!
modernos, una tropa de casas viejas -hundidas unas, er­ Gritos y órdenes que no hallaron respuesta, que se
guidas otras, en absurdos desniveles-o En pocos segun­ ahogaron en la fingida idiotez de unos ojos donde la le­
dos dio el chulla con una construcción --especie de co­ galidad de pesquisas y policías era solo cruel obstáculo
rral que servía- hasta las siete de la noche de comedor de para ganar y mendigar el pan, para dormir a gusto bajo
indios, chagras y pordioseros-, ubicada en la penumbra techo, para usar el agua, el sol, el aire, los frutos de los
de una pequeña plaza -remanso de lodo y basura-o campos de Taita Dios. No podían delatar al fugitivo. Al
Saltó entre unos cajones vacíos. Al amarillento fulgor de fugitivo que salió disparado de su escondite.
la luz de la esquina más próxima pudo observar que a sus -¡Ya!

pies, en el suelo húmedo, muy cerca de desperdicios y de -¡Corran!

barro, bajo un ancho alero de hojas de zinc, dormían, cin­ En la mancha de luz del alumbrado público a don­

co, diez, doce personas -bultos liados en ponchos, en de se aproximaba, Luis Alfonso alcanzó a divisar a dos
costales, en periódicos-o Ante el escándalo del intruso policías. Tomó una transversal. Una transversal que, a
sacaron la cabeza bajo su concha de harapos y echaron pesar de la hora, se hallaba poblada de cholos e indios
mano a la almohada -trapos envueltos al apuro con nu­ borrachos. «Las guaraperías... Las guaraperías ... », se di­
dos de grueso calibre y cordones de cabuya- donde es­ jo mientras distinguía a medias -sombras de pesadilla­
condían su tesoro -maíz tostado, harina de cebada, ro­ gentes tendidas en el suelo, revolcándose en el lodo y en
pas viejas, pingullo de carrizo para la música mendiga, sus propios excrementos -por los rincones, arrimados a
pilches, tarros de lata, hueso de muerto o piedra de río cualquier muro, parejas enlazadas a puñetazos, a mordis­
contra el hechizo-. Romero y Flores siempre había ob­ cos, con ganas de matar, de morir-: cholos de queja
servado con indiferencia y asco a esa gente: indios que animal y carcajada idiota, indios -acurrucados bajo el
atrapó la ciudad, pordioseros que degeneró la miseria, ni­ poncho- de llanto y sanjuanito de velorio. Todos al rit­

ños vagabundos -durmiendo a la puerta de una iglesia, mo de una fatiga de criminal locura, como si estuviera lu­

al abrigo de un portal, eillre costales de algún mercado al chando con un demonio invencible, con una fiera gigante,

aire libre-o Olor a cadáver, viscosidad de lodo podrido, en ellos y fuera de ellos.
comezón de sama y de piojos, retorcidos gestos petrifica­ Romero y Flores entró a la primera casa abierta
dos por la vejez, por la suciedad, por un cínico mirar -fachada de amplio corredor, poyos de zócalo en las pa­
-mezcla de maldición, de pena y de ternura-.. Cínico redes, poyos de mostrador entre los pilares, viejo enluci­
mirar donde Luis Alfonso sintió esa noche que se hundía do de cal, tejado de renegrido arabesco de musgo y li­
como en un pantano. Saltó de nuevo sobre los cajones, quen-. También allí las gentes borrachas se estiraban y
hacia atrás. En ese mismo instante, voces sin aliento pero retorcían como en una gusanera. Cruzó el mozo aquella
de exagerada altanería, indagaron sobre el mozo: especie de tienda o galpón. Los guaraperos más resisten­
-¿No vieron a un chulla bandido? tes -resistencia de los últimos en llegar- que seguían
-iPor aquí se metió! embriagándose, se encogieron como pájaros asustados al
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paso del intruso -indios en el suelo frente a una cazuela parches y zurcidos, de lazos y nudos de pabilo en las
a medio llenar de líquido amarillento, turbio, donde na- . trenzas- echaba a grandes puñados un picadillo repug­
daba un pilche que a ratos se perdía de mano en mano: nánte. Un picadillo sazonado -por el olor y por los res­
cholos de miserable catadura en tomo a una mesa larga, tos que se alcanzaban a distinguir sobre una mesa- con
sucia, bebiendo en jarros de lata-o plátanos podridos, cadáveres de ratas, zapatos viejos.
Al fmal de un cuarto oscuro se detuvo Luis Alfon­ En ese instante sonaron en la calle las voces y los
so. Unas mujeres hablaban en la cocina: pasos de los perseguidores. Sin ningún reparo, Luis Al­
-De suerte hemos estado. No han venido los cha­ fonso entró en la cocina de la guarapería e interrogó a las
pas a joder. cholas que preparaban el brebaje señalando hacia el fon­
-Es que el Telmo está de servicio por este lado. do:
El pobre tiene que hacerse patas con los jefes. Toditos -¿A dónde da esa puerta?
quieren al·go, exigen algo. A Dios gracias el negocio es -¡Jesús! A la otra calle, pes.
socorrido. -A la calle del cementerio -confirmÓ la hembra
-Solo así, comadrita. del follón desteñido y sucio.
-La otra semana me costó más de doscientos su­ Un tufillo a cadáver -creado por el vivo recuerdo
cres ... del negocio de guarapo- obligó al mozo a pensar en los
-¿Tanto? muertos .«Un día se tendieron, estiraron. Les fue imposi­
-Por lo del indio bandido que amaneció muerto ble correr más, moverse más, odiar más, respirar más ...
en el corredor, pes. Yo en cambio ...». Separó de pronto con las manos sobre
. -Cierto. Pero esa noche ni mucho fermento pusi­ la cara. Se sentía cansado, profundamente cansado, pe­
mos. A más de 10 ordinario, un poquito de orinas. ro ... «¡Carajo! Me obligan a decir, a declarar todo lo que
-También la vecina Pitimucha tuvo que mandar a ellos les dé la gana. Soy indispensable. Soy necesario~ al
buenos billetes. disfraz de su infamia. ¡SU infamia!», pensó en un arran­
l
-¿Con el padre de sus guaguas mandaría, pes? que de cólera reconfortante, de rebeldía diabólica. La re­
- y con quién más. Mi pobre Telmo, mañana le beldía que en vez de apagarse en sU corazón se encendía
toca franco. ¿Y qué fue del suyo? más y más.
-No volvió. Dicen que está con otra carishina. Por referencias de amigos, por pequeños y ocasio­
«Guarichas... Guarichas...», pensó el mozo mien­ nales datos de prensa, por 10 que le contó una noche un
tras observaba sin ser visto por las mujeres. La una, la ratero, una noche que cayó de borracho en un calabozo de
que se refería con amor y ternura a su <<pobre Telmo» --de la policía -puerta de barrotes, paredes sucias, luz pecosa
pollera oscura, de cabellos atados con cintas, de chal ota­ de caca de moscas, letrina repleta de vómito, excremen­
valeño sobre los hombros-, se limitaba a probar de vez tos, orinas, piso húmedo, retablo de contraventores: figu­
en vez el brebaje de una enorme paila de bronce donde la ras deterioradas, torcidas, en máscara de pesadilla-, el
otra -chola de follón desteñido y sucio, de blusa llena de chulla sabía que... «Al principio parece grande, invenci­
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ble nuestra voluntad para hablar o para callar, pero des:­ -pulso palúdico que agitaba en la sangre sospechas de
pués de que le meten a uno en la máquina, después de emboscadas y traiciones- le infundió un pavor extraño,
que le torturan, después de que le amenazan con la un pavor de carne de gallina. Varias veces fue el viento
muerte, y uno cree morir... Después de que le gritan, cien, que andaba como lagartija entre los matorrales de las cu­
mil veces, lo que ellos quieren que uno diga, las cosas netas. Varias veces creyó ver lo que presentía -sombras
cambian en el alma, las palabras surgen ajenas, maldi­ que se estiraban para agarrarle, brazos esqueléticos, figu­
tas •.• ». Algo poderoso, pesado, le aplastaba. Levantó la ras venenosas por el suelo-.:-. Mas, el crepúsculo del alba
cabeza, alzó los puños al cielo -al infinito, a la nada- y ahuyentó a los fantasmas. De pronto --explosión de sor­
exhaló una queja gutural de maldición. Luego trepó por presa mortal-, por un recodo del camino, en tropa de
una calle en gradas. Pasó junto a un mercado -desde el aparecidos, surgieron más gentes capitaneadas por el <<Pa­
interior echaban basura yagua lodosa-o Pasó frente a una lanqueta» Buenaño.
iglesia -puerta cerrada de gruesos aldabones, mudo cam­ -¿Y ahora, carajo? ¡Creyó burlarse de nosotros!
panario, talla barroca en piedra a lo alto y a lo ancho de la ¡De la autoridad! -gritó el pesquisa.
fachada-o Pasó por la portería de un convento --quiso El fugitivo, por toda respuesta, miró hacia atrás
golpear~ refugiarse en la casa de Taita Dios, como lo hi­ pensando con desesperación: «No me agarrarán por nada
cieron espadachines y caballeros endemoniados en viejos del mundo. ¡Lo juro! Mi poder ... Mi orgullo... ». Pero
tiempos,' pero recordó que, frailes, militares y funciona­ también por la retaguardia avanzaban tres policías y un
rios públicos, andaban a la sazón en complicidad de le­ cholo. Perdido, sin gritos -al parecer todo inútil en tales
yes, tratados y operaciones para engordar la panza-o Pa­ circunstancias-, Luis Alfonso ganó de un salto el filo
só por una callejuela, entre mugrosos burdeles -tiendas del barranco. Observó con furia de desafío a los hombres
en penumbra, en hediondez, en disimulo, en agobio de qUe se le acercaban. <<Desgraciados. Si se atreven, me ti­
pecado que ofrece poco placer y mucho riesgo--. Pasó ro. ¿No contaron con eso, verdad? ¿Me creen incapaz?
por todas partes... Ahora es distinto», pensó. Estaba dispuesto a arriesgar lo
Un viento cortante:-cargado de humedad de pára­ único que tenía, su vida. Incrédulos, cautelosos como si
mo le anunció el amanecer. Seguro de que todo ocurriría fueran en busca de una bestia arisca, trataron de aproxi­
como hasta entonces, el mozo trató de orientarse, de ol­ marse los perseguidores.
fatear. El rumor de la vida urbana fluía desde abajo hacia -¡Cuidado! -gritó el chulla sintiendo que taril­
la bóveda del cielo que empezaba a tomarse opalescente. bién sus voces ancestrales estaban con él. Misteriosa­
Con rara angustia de abandono, se dio cuenta que habían mente su rebeldía les había cambiado, les había transfor­
desaparecido los pasos y las voces de sus perseguidores. mado, fundiéndolas en apoyo del coraje de su libertad
Comprobó que iba por un camino peligroso, lleno de cur­ para... Majestad y Pobreza, en tono de orden sin doble­
vas, solitario -a la izquierda la muralla de la montaña, a ces: «¡Salta, carajo! Necesitan gente acoquinada por el
la derecha el despeñadero por donde trepaban corrales, temor, por el hambre, por la ignorancia, por la vergüenza
techos, tapias, en anarquía de enredadera-o O silencio de raza esclava, para justificar sus infamias. Necesitan
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verdugos y víctimas a la vez. Niegan lo que almnan o el «Palanqueta» Buenaño y ordenó a la gente que le ro­
tratan de afirmar... El futuro ... ¡Salta, hijo!». Y mama Do­ deaba:
mitila, en grito salvaje, cargado de amargas venganzas. -Iremos por la otra calle. Ya sé donde está el
«Por la pendiente. Pegado a la peña. Los ojos cerrados. pendejo. Conmigo se ha puesto.
Búrlate de ellos. De sus torturas, de su injusticia, de su - y si a lo peor
poder. No permitas que siempre... Como hicieron con los -¿Qué,pes?
abuelos de nuestros abuelos... Vos eres otra cosa, gua­ -Se ha jodido.
güitico... Vos eres lo que debes ser... La tierra está suave -Hierba mala nunca muere. Vamos.
y lodosa por la tempestad... La tierra es buena... ¡Nuestra
mama!». Y antes de que las manos de la autoridad le ***
atrapen, el chulla Romero y Flores,· a pesar de sus mús­
culos cansados, a pesar de sus recuerdos y de sus am­ Al llegar el médico, Rosario respiraba con dificul­
biciones, ciego de furia, exaltada su libertad para vencer tad.
aun a costa de la vida, saltó por la pendiente con un ca­ -Aquí, doctor. Aquicito.
rajo al viento. -Véale no más. No le para la sangre desde que
-¡Ve, pes! parió.
-¡Qué bruto! -La sangre. La sangre.
-¡No era para tanto! Mientras los vecinos hablaban a media voz, el fa­
-Valiente, el bandido. cultativo, hombre maduro, sereno y prolijo, auscultó a la
-Se fregó. enfenna. Al mirar al desconocido y sentir sus manos, Ro­
-A mí que no me busquen como testigo. sario lanzó una queja.
-A mí tampoco. -No es nada. Veremos... Veremos... -dijo el mé­
-A lo peor nos hacen declarar. dico al terminar el examen, y con sonrisa amable -me­
-.Eso es fijo, cholito. cánica y forzada- consoló a la parida. Mas, al platicar
-Alguien tiene. que cargar con la chaucha l. junto a la puerta del cuarto con mama Ricardina y un co­
-¿Quién lo empujó? ¿Quién le siguió? ¿Quién lo ro de mujeres, les manifestó la gravedad del caso.
obligó? -¿Entonces?
«Vivo o muerto. Vivo o muerto le llevo a la cárcel, -¿Ustedes son parientes?
carajo. No se burla de mí. ¡Nadie se ha burlado!», se dijo -No. Vecinas no más. Comedidas, pes. ¿Morirá,
doctorcito?
-Creo que sí.
-¿Sí?
I chaucha: en el Ecuador se conoce con este nombre a la ganancia
obtenida por la ejecución de un trabajo ocasional.
-Está mal. Me llamaron muy tarde.
-¿Y ahora el chulla? ¿Le agarrarían? ¿Estará preso?
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-Dios nos guarde. -¿No les dará remordimiento a los esbirros de to­
-Que me traigan esta inyección. ¡Pronto! -con­ do esto?
cluyó el médico entregando una receta. Una receta que, al -¿No les quemará las entrañas?
pasar de mano en mano con la noticia trágica de la grave­ -Se hacen los que no oyen.
dad de Rosario, produjo en el remanso bisbiseante y so­ -Sería de matar.
ñoliento en el cual había caído la murmuración del vecin­ --Sería de echarles a la calle.
dario, un despertar como de protesta y amenaza: -¡A la calle, carajoJ -chilló un viejo mirando des­
-La culpa es de ellos, carajo. caradamente a los pesquisas.
-¿De ellos? ¿Quiénes? -Se hacen los buenos.
-.¡Ellos! -Los humildes.
-¡Ah! Los que no son pobres como nosotros. -Hasta que nos calentemos no más.
-Pero la culpa también es nuestra, cholito. -Hasta que nos pongamos de a malas.
-¿Por qué, pes? -Hasta que olvidemos el cristiano de adentro.
-Eso nos preguntamos siempre. -Hasta que nos salga el indio.
-Siempre. El «Chaguarquero» Tipán y el «Sapo» Benítez,
-Morir. Morir la vecina. fingiendo indiferencia -la vista baja, la bondad cho­
-No es justo. rreando de la jeta-, hicieron como que no oían, como
-Ni justo tampoco, pes. que no era con ellos. Y aprovechando un instante de des­
-¿Qué está diciendo? Medio raro le noto. cuido, huyeron en silencio.
-Ella descansará. -Salimos a tiempo -comentó el uno al torcer la
-Todos descansaremos. primera esquina.
-El alma del pobre no descansa ni bajo tierra. -,-Yo sudaba.
-¿Cómo ha de descansar dejando al guagua soli­ -¿Y quién no sintiéndose en las delgaditas?
tico? -Todo era contra nosotros, pes.
-Guagcho. -Nos vieron la cara.
-Para los huérfanos de San Carlos. -La cara de pendejos.
-Si nosotros... Si nosotros pudiéramos ... ·-Capaces de achacamos el muerto.
-¿Qué, pes? ¿Criarle? Con los nuestros no sabe­ -Porque la hembra ya mismo ...
mos qué hacer, dónde meterles, dónde olvidarles. -Ya mismo tuerce el pico.
-Mamitica. No diga así. -¡Carajo! Así tenemos que decir aljefe.
-El chulla ha de poder no más. -Sin pendejada.
-El chulla es siempre el chulla, vecinita. Tiene -Estará en la oficina?
primero que hacerse hombre para criar al hijo. -No creo. Las siete no más han de ser.
-Hombre para enterrar a la conviviente. -Podemos verle en la casa, entonces.
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-¿En la casa de la moza? acuerdo --definitivo y mayor que otras veces- entre sus
-En cualquiera. Yo conozco ambas. fantasmas ancestrales. Su tragedia íntima --candentes
-Yo también, pes. rubores por un pecado original donde no intervino, co­
bardes anhelos de caballero adinerado, estúpidas imita­
*** ciones- era en verdad cosa primitiva e ingenua ante el
riesgo que acaba de pasar, ante las urgencias dolorosas de
Al abrir los ojos -lenta y brumosa evaporación de Rosario, ante la esperanza de un hijo. Extraña prudencia
la inconsciencia-, lo primero que alcanzó a distinguir afianzábase minuto a minuto en su espíritu procurándole
Romero y Flores fue el techo -manchas de viejas gote­ un perfil nuevo, auténtico. ¿Y el disfraz de chulla de por­
ras, almácigo de moscas-o Luego en la pared, un cuadro venir, pulcro, decente? Se llevaron los vecinos de la casa
pudorosamente cubierto con velo sucio --cometa y alas de mama Encarnita, la generosidad de las gentes pobres,
de San Vicente-, fotografías ampliadas de mujeres des­ la gana de morir frente al atropello, al engaño, al abuso.
nudas dentro de círculos de inscripciones y dibujos por­ Vio claro. Tenía que luchar contra un mundo absurdo.
nográficos a lápiz -rúbrica espontánea y sicalíptica de la Estaba luchando. ¿Cómo? Trató de levantarse. Un dolor
clientela- un irrigador renegrido por el uso. En el piso agudo en todo el cuerpo le retuvo tendido en el diván
de costal descolorido: colillas, corchos, algodones. En el donde durmió más de una vez -noches'de sucia cabro~
aire, olor a engrudo, a ostras guardadas, a tabaco, a hom­ nería a las que él llamaba con orgullo: «de bohemia ga­
bre borracho, a pantano, a selva. El mozo creyó recono­ lante>>-- la borrachera costeada por cualquier tipo de as­
cer a las gentes que le miraban. Tres mujeres mal cubier­ censo legal o ilegal. En el diván donde muchas ocasiones,
tas -exhibiendo por la abertura normal o por los des­ al amanecer, se unió a la prostituta que decía quererle,
garrones anormales en lo que ellas usaban como batas de gozar solo con él, después de su trabajo mecánico, asque­
casa, el chuchaqui ascendente e incurable de unos senos roso, con latifundistas hediondos, militares pesados y
chirles, de unas carnes flojas, de unas piernas esqueléti­ comerciantes exigentes.
cas, de un sexo húmedo de inmundicias viscosas como Ante los esfuerzos del fugitivo por levantarse la
ojo de pordiosero--, y un hombre joven en mangas de «Bellahilacha» con devoción maternal, murmuro acer­
camisa. Una de ellas podía ser -hechizo de excitante cándose a Romero y Flores:
angustia en el recuerdo de nauseabundos contagios-o -No te muevas. A lo peor tienes algo roto en el
¿Quién? La «Bellahilacha». ¿Y las otras? La «Capulí» y esqueleto. ¿Qué te pasó? ¿Qué hiciste? ¿Estabas borra­
la «Pondosiqui». ¿Y el mozo? El mozo era Víctor Lon­ cho? ¿Rodaste desde el cerro? Como un muerto te en­
doño, el chulla tahur. «Estoy vivo. Vivo después de todo. contramos en el patio. Felizmente habías caído en el lodo,
¿Por qué? Quise morir... La pendiente... El lodo... Las en la basura.
ramas...», recordó Luis Alfonso entre sombras que se La «Capulí», la «Pondosiqui» y' el chulla tahur,
iban diluyendo. Y cuando se despejó totalmente su con­ intervinieron a su vez:
ciencia percibió una dulce complicidad, un doloroso -Queremos ayudarte. Somos tus amigos. Habla.
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El aludido movió la cabeza, y en pocas palabras De inmediato tranquilizó a las prostitutas que caca­

explicó los detalles de su fuga. Luego concluyó: reaban en su torno, y dirigiéndose al chulla tahur, con

-Ella me necesita. Está sola. Le dejé sola. Debe mimos de hembra doctorada en zalamerías, sugirió:

parir. -Vos, cholito. Tan bueno siempre, tan generoso,

-Ah! ' puedes ayudamos a resolver esta pendejada.

-Los policías, los pesquisas, las gentes ... Ustedes -¿Eh? -exclamó Víctor Londoño dando un paso

saben. Les he dicho todo ... hacia atrás.

-Sí. En efecto -murmuró la «Bellahilacha» bajo -Si le agarran aquí iremos todos a parar en la cár­
la acción de un generoso proyecto que brillaba en sus ce!.

ojos mirando y remirando al chulla tahur. -Carajo. ¿Pero que puedo hacer yo?

En ese mismo instante, una criada de trenzas flojas, -Sustituirle. ¿Me entiendes? Engañar a estos co­
abotagada de sueño, zapatos de segundo pie -tacos tor­ judos. Huir como si fueras él.

cidos, dos números más grandes-, anunció desde el co­ -¡Oh! ¿Así? ¿En mangas de camisa? -dijo el po­

rredor en tono de chisme y en mímica de escándalo: sible héroe buscando sacar provecho de la aventura. Sus

-Unos hombres están golpeando en la puerta de la papeles, su cartera, su americana, su chaleco, su sombre­

calle. Yo les vi clarito por la rendija. De la policía pare­ ro, que se hallaban desde la víspera en manos de una de

cen. las prostitutas del burdel, la <<Caicapishco», a quien quiso

-¡Ellos! -chilló Luis Alfonso buscando la forma hacerle perro muerto.

de levantarse. Había perdido la fuerza, la agilidad. Le pe­ -Te disfrazaremos con la ropa del pobre Luchito.

La gorra, el saco, la bufanda.

saba todo el cuerpo.


-hnposible. ~

Antes de verse frente a los policías, la «Capulí» y


la «Pondosiqui», como de costumbre en tales casos, trata­ -Por tu culpa... Él, nosotros, la infeliz que está
pariendo, nos veremos ...
ron de escabullirse. Víctor Londoño, menos expansivo y
Convencidas y emocionadas la «Capulí» y la
alharáquiento -por aquello de «bien macho»-- ocultó
«Pondosiqui», corearon al ritmo del juego audaz que pro­
sus recelos, y estirándose en un bostezo lento, profundo, ponía la «Bellahilacha».
indiferente, se dijo: «Ya nos jodimos, carajo». Pero la -Son parecidos.
dueña del burdel, reaccionando favorablemente, ordenó a -Nadie notará el cambio.
la criada con voz de amenaza y reproche para todos: -El mismo cuerpo.

-No les abras. -La misma pinta.

-v lo que... -Mamitico.

-A estas horas no se abre a nadie. -¿ y qué provecho saco yo de tanto riesgo?

-Vana romper la puerta, pes. -Bueno... Le ordenaré a la «Caicapishco» que te

--Que rompan, carajo. devuelva tus cosas.


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-¿El so.mbrero, el chaleco., la cartera, lo.s papeles ... ? -Po.r Dio.s. Están ocupado.s. ¿No. ven? -coreó
-Todo.. Apúrate. Ya entran. ¿No. o.yes? -advirtió histéricamente la «CapuIí».
la «Bellahilacha». Y co.n ayuda de las o.tras mujeres des­ En aparición superpuesta, robando. todo. interés,
po.jó a Luis Alfo.nso. de sus prendas de vestir. surgió detrás de una co.rtina el chulla tahur disfrazado. de
-¿Y si me agarran, carajo.? -murmuró el chulla fugitivo.. Aquella presencia atrapó la atención de to.do.s en
tahur una vez transformado.. pausa de hipo.. Sin so.spechar que caían en un engaño., po­
-No. tengas miedo.. So.y amiga del jefe. Tengo. ne­ licías y pesquisas se lanzaro.n a la carrera en persecución
go.cio.s co.n él. Puedo cantar. de aquella so.mbra. Cada cual co.mentó a su mo.do.:
En tropel inco.nsciente, endemo.niado., entraro.n -Tengo. que agarrarle de buenas o. de malas -afir­
pesquisas y policías a la casa. Co.n mágica vo.z· a la cual mó el «Palanqueta» Buenaño., desesperado. a esas alturas
to.do.s o.bedecieron sin chistar, la dueña del burdel distri­ del fracaso..
buyó a su anto.jo. a lo.s perso.najes de la escena que había -Toditica la noche en esto..
preparado. -Aplastarle co.mo. a cuy.
-Vo.s, Vícto.r, en el mo.mento. que entren esto.s -Aso.ma co.mo. diablo..
desgraciados, cruzas a la carrera por la puerta del fo.ndo.. -Desaparece co.mo. diablo..
Po.r esa que está abierta. Que te vean bien. Eso. es lo. prin­ -Po.r el po.rtillo., carajo..
cipal. Después co.rres al patio.. Huyes por el po.rtillo. de la -Se resbaló no. más.
tapia a la calle ... Vo.s, «Po.ndo.siqui», quítate la bata. Des­ -¡Aho.ra!
núdate. Así. Echate so.bre él. Pro.nto.. No. te pasa nada, -¡Vivito.!
pendeja. Lo importante es cubrirle, esconderle. Que ello.s
-¡Otra vez!
crean que están en lo. mejo.r del gusto.... Bien... Vo.s, <<Ca­
No. tardó mucho. Vícto.r Lo.ndo.ño. en darse cuenta
pulí», ven co.nmigo..
de lo. difícil y arriesgado. de la farsa en la cual se debatía.
Al ingresar en el primer cuarto. el «Palanqueta»
«Aquí esto.y. ¿Qué quieren co.nmigo.? ¡Mírenme bien! El
Buenaño. y el «Chaguarmishqui» Ro.bayo. seguido.s po.r
dos policías, apartaro.n co.n vio.lencia a las pro.stitutas que que ustedes buscan se quedó atrás ... Ji... Ji... Ji...», pen­
inspiradas en su rol de súplica y de pro.testa se enfrenta­ só al do.blar una esquina. Pero. las perspectivas de un
ro.n aello.s. atro.pello. sin testigo.s en el po.sible encuentro. co.n la furia
-¡Esperen! No. pueden interrumpir el trabajo. de salvaje de lo.s perseguido.res, le aco.nsej6entregarse a
una po.bre mujer. De una infeliz mujer que se gana el pan quien pudiera, po.r su auto.ridad y po.r su jerarquía, co.n­
co.n la vergüenza de su cuerpo -chilló la «Bellahilacha» tro.lar legalmente el asunto.. «Al jefe de esto.s co.judo.s, de
desde el suelo. a do.nde había ido. a parar de lo.s empello.­ esto.s esbirro.s... Le co.no.zco.... Cho.lo. co.brizo., pómulo.s
nes de lo.s intruso.s, señalando. co.n mano.s crispadas la im­ de Rumiñahui. .. ¿El no.mbre? El no.mbre es lo. de meno.s.
púdica unión de la hembra desnuda y del mo.zo. al parecer Le co.no.zco. y basta... Co.no.zco. la o.ficina do.nde trabaja...
bo.rracho., que se alcanzaba a distinguir claramente en la Es ho.ra del palanqueo., de lo.s reclamo.s, de las denun­
pieza contigua. cias».
-266­ -267­
No tuvo que desplegar mucha audacia el chulla apoyo a nadie! ¡A nadie! Que no se diga más tarde... Que
tahur para llegar a donde se había propuesto. Bien entra­ la historia... Nuestra inmaculada honradez ... ». En tales
da la mañana cayó como un -escándalo inaudito frente al circunstancias las órdenes de la víspera -podridas de un
escritorio del gran burócrata de la soplonería y de los re­ día para otr~ debían ser olvidadas, rotas sin escándalo.
cursos clandestinos. Pero el odio crecido en el fracaso. en la pesadilla de la
-Me persiguen de pura gana. señor. ¿Por qué? sombra que se escurre. del «Palanqueta» Buenaño se ha­
Quieren matarme. Soy inocente. Mi nombre ... Mi nombre llaba fuera de todo control. Agarró al falso fugitivo de
es Víctor Londoño. Todo el mundo me conoce. Usted donde pudo, mientras pensaba: «De mí no se burla nadie.
también... Estaba en la casa de unas amigas. De unas ¡Nadie. carajo! ¡Aquí está muerto o vivo! He cumplido mi
amigas ... deber. ¡Soy bueno! ¡El mejor! ¿Quién dice lo contrario?»
Antes de que el mozo termine su informe entraron -¡Aquíii!
en el recinto de la máxima autoridad de pesquisas y poli­ -¡Espere! ¡He dicho que espere! ¿No me oye?
cías. el «Palanqueta» Buenaño y el «Chaguarmishqui» ¿No ve dónde está? -advirtió en tono olímpico el jefe de
Robayo. Con violencia mecánica se lanzaron contra la Seguridad Pública metiendo mano atlética de mayordomo
presa. en la furia del subalterno.
-¡Un momento! ¿Qué hacen? -protestó el hom­ Al separar a la víctima de las garras del «Palanque­
bre cobrizo de pómulos de Rumiñahui poniéndose de pie. ta» Buenaño el hombre cobrizo con pómulos de Rumi­
Por el «Sapo» Benítez y por el «Chaguarquero» Tipán ñahui, murmuró tratando de evitar complicaciones:
conocía los detalles de la fuga de Romero y Flores. la ac­ -¿Usted cómo se llama. jovencito?
titud del vecindario de la casa de mama Encarnita. la gra­ -Ya le dije. señor. Víctor Londoño.
vedad de la concubina del fugitivo. Además. los papeles -Pero él... ¡Él! -insistió el pesquisa desconcer­
que le entregó el <<Mapagüira» Durango, fruto del regis­ tado sin saber lo que pasaba.
tro. eran poca cosa. ¡Ah! Pero lo más importante, la polí­ -No soy ... ¡No soy!
tica. lo que él llamaba «la alta política» -pasiones e in­ --{;laro que no es. Claro que hemos cometido una
trigas de burócratas-, había cambiado totalmente en las tremenda equivocación. Pero usted se puso en nuestro ca­
últimas veinticuatro horas. Su Excelencia, los señores mino. En el camino de la justicia, de la ley... Eso. mi que­
ministros, algunos jefes provinciales. indignados y rece­ rido joven, es muy peligroso. Muy peligroso. ¿Me en­
losos porque su «candidato» -Ramiro Paredes y Niet~ tiende?
tardaba en ofrecer para el futuro -descuido de <<patrón -Sí. señor.
grande. su mercé>~ el respaldo de impunidad necesaria -Puede retirarse.
a crímenes. robos. atropellos, resolvieron actuar -decla­ - j Se va! --comentó el «Palanqueta» Buenaño
raciones públicas. remitidos a la prensa. juramentos. dis­ tratando de seguir al falso fugitivo. El «Chaguarmishqui»
cursos. la Patria por testig~ con imparcialidad demo­ Robayo que se hallaba a su lado le agarró de un brazo y
crática en las elecciones que se avecinaban. «¡Ningún le dijo en tono de reflexión:
-268­ -269·
-Espere no más. No se haga el gallo. Oigamos Al despedirse de las mujeres del burdel, Romero y
primero. Acaso nosotros tenemos derecho de estar pen­ Flores trató de decir algo noble, desgraciadamente no pu­
sando y sintiendo pendejadas. do -la gratitud se le anudaba en el pecho-. Solo miró
Al concluir el incidente y escuchar las advertencias, al diván, besó en silencio a la «Bellahilacha» e hizo un
los nuevos peligros políticos y las nuevas órdenes del jefe gesto amable y respetuoso para las otras -había hallado
de Seguridad -altavoz del señor Presidente y de los seño­ con sus ojos nuevos algo de santo, de heroico, de cómpli­
res ministros- el «Palanqueta» Buenaño bajó la cabeza de ce en ellas-o
mala gana para esconder un despecho de amargo sabor en Cuando entró en el zaguán de la casa de mama En­
la boca, de fiebre temblorosa en la piel, de fuego criminal camita, el mozo tuvo que abrirse paso entre los comenta­
en las entrañas. Su insistencia podía ser torpe, incompren­ rios del vecindario:
sible si se quiere, mas ¿por qué no le dejaban concluir su -Sufrió mucho la pobre para soltar el guagua.
trabajo? Su mejor trabajo ... Nadie puede impedir al solda­ -Los bandidos se fueron cansados de esperar.
do matar al enemigo en el fragor de la batalla. Seña idiot,t, -De miedo ...
cobarde. Y al salir del despacho, tras del «Chaguar­ -El médico dijo ...
mishqui» Robayo, ocultando rubor y venganza de exce­ -Calle no más. No sea tan chismosa.
lente pesquisa en desgracia, acarició el revólver que lleva­ -Chisme será, pes. Se le fue la sangre.
ba en uno de los bolsillos del saco. Le dolió la mano al -La mala y la buena.
ajustar el arma. ¿Contra: quién disparar? ¡Contra él! Todos -Una lástima.
eran justos, inocentes, buenos. Él en cambio: trapo sucio, -Una desgracia sin remedio.
olía a basurero, gusano vil, suave de sudor, de fatiga, de -Ojalá Taita Dios.
lodo, hijo de mala madre. ¡Un tiro! Pegarse un tiro. No ... -Solo Taita Dios.
Tenía que amparar a la mujer, a los guaguas, a la vieja. En el cuarto notó Luis Alfonso una especie de
-Soy un mierda -murmuró entre dientes una vez tristeza que inmovilizaba a las personas y a las cosas. ¿Y
en la calle. el olor? Tufillo a hospital lleno de comadres y visitas. Se
-Pero cholito. Somos lo que somos. Dicen que sí. hubiera tendido con gusto junto al niño baboso, arrugado
Bueno, sí. Dicen que no. Bueno, no. como rata tierna, envuelto en bayetas y trapos ajenos. Era
-Carajo. Un trago. Quiero beber. preferible sonreírle con ternura· y delicadeza. ¿Y ella?
-Eso es distinto. Inmóvil en la cama -palidez de espectro, cabellos en de­
-Si no me emborracho hasta las patas me muero. sorden, ojos que se abren y se cierran indiferentes, respi­
Me pego un tiro. ración crepuscular- , no le había dicho nada. ¿Por qué?
Un... Vamos, mejor. «Puede... Puede moriD> ..., :ntuyó sintiendo algo doloro­
so que le humedecía los párpados, le hormigueaba en la
*** sangre, le temblaba en la boca con franqueza que nunca
antes la usó entre las gentes -ni ricas ni pobres-. Cris­
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pado por la paradoja de la tremenda realidad -la mujer tabilidad, angustia, acholamiento-- que tuvo el mozo por
que parecía agonizar y el hijQ que dormía plácidamente-, costumbre resolverla y ocultarla fmgiendo odio y despre­
no supo o no pudo agradecer a las vecinas que habían so­ cio hacia lo amargo, inevitable y maternal de su sangre,
corrido a la parturienta y que le anunciaban en voz baja, se había transformado -gracias a las circunstancias plan­
enternecida y n.ñsteriosa: teadas por la injusticia de funcionarios y burócratas, al
-Está mal. amor sorpresivo a Rosario, a la esperanza en el futuro del
-Hemos hecho todo lo posible. hijo, a la diligencia leal y generosa del vecindario-- en la
-Mal mismo parece. tragedia fecunda de la permanencia de su rebeldía, de la
-El médico dijo que le habíamos llamado dema­ rebeldía de quien ha recorrido un largo camino y descu­
siado tarde. bre que ha tomado dirección equivocada. Era otro. Otro a
-A veces preguntaba por usted. pesar de su dolor. ¿Quizá demasiado tarde? «No... ¡No!»,
-A veces por el guagua. se dijo mirando al pequeño que dormía entre trapos aje­
-La pobre. Solitica. Nosotros ... nos. Luego se acercó a la enferma. Lo hizo maquinal­
-Calle, vecina. ¿No ve que sufre? mente. Le tomó de una mano. Fría, débil, sudorosa. ¿Có­
-Sufre.
mo infundirle vida? Ella abrió los ojos. Una, dos, tres ve­
Un desprecio a sí mismo por su ausencia en el
ces. Y temblaron en su boca palabras sin voz.
momento más duro para ella, postró a Luis Alfonso en el -¿Qué? -interrogó Luis Alfonso inclinándose
sofá, junto a la cuna del recién nacido -un cajón, una si­ sobre el rostro de Rosario -arrugas profundas, labios
lla, una ropas mugrosas-. y en la pausa del alelado es­ entreabiertos, nariz perfilada, párpados en lucha con un
cuchar y entender crecieron en su corazón los reproches sueño de siglos-. Deseaba gritarle: «¡Espera! ¡Escú­
al amparo de esa especie de alianza -voz e impulso en chame! Te he querido siempre. No soy el mismo. ¡No! A
coro- entre mama Domitila y Majestad y Pobreza: <<Ba­ veces ... La maldita insinceridad. Pero ... ¿Recuerdas? El
sura revuelta. ¡Basuraaa! Debía... Se le fue la sangre. La señor, el caballero, el lord inglés ... ¡Y tú? La princesa...
buena y la mala. El médico dijo. ¿Qué dijo? Ojalá Taita ¡Mi princesa! Ahora sé que... Ahora comprendo ...». Di­
Dios.' Nadie tiene la cUlPa. ¡Yo! Soy un desgraciado. rigiéndose a las pocas vecinas que quedaban en el cuarto,
Siempre... Ahora... Antes de nacer. Antes de morir... El concluyó en tono de súplica infantil:
rol de mi pequeña farsa. ¡No me sirvió para nada! Para -¿Qué podemos hacer?
nada. Mis burlas de. almanaque, mis raterías de doble fon­ -Esperar, pes.
do, mi disfraz de fantoche inofensivo, mis opiniones... No -¿Esperar?
pude vengarme de la vieja cara de caballo de ajedrez. Del -Quizá lo que le puso el doctor
candidato. De las damas y caballeros. Del demonio ... -Lo que nosotros también le pusimos.
Atado a ellos, imposible. A su forma, a su ambición, a -Si Taita Dios hace el milagro.
sus creencias, a su destino ... ¿Por qué? Por bruto. Al ca­ -¿El milagro?
rajo todo ... ». La tragedia del desacuerdo íntimo -ines­ -Esperar, pes.

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A la tarde murió Rosario. Fue solo una leve con­ -Marnitica.
tracción, un doloroso estremecimiento en la piel. Alguien -Bonitica.
se había llevado del cuerpo de la mujer, sin ruido y sin -Vecinita.
reclamo, la luz de sus ojos, el aliento de su boca, el pulso -Ojalá Taita Dios haya tenido misericordia.
de su sangre, la gracia de su rostro. Luis Alfonso, miran­ -Si no tiene con los pobres, con quién ha de tener,
do en silencio, inmóvil al pie de la cama, sintió que sus pes.
entrañas se contraían en una maldición, balanceándose-a -¿Con quién, pes?
punto de naufragar- en el oleaje de los lamentos y de las -Se fue. Se adelantó.
lágrimas de las gentes comedidas. «Velorio. Velorio de -Marnitica.
indio», pensó. -Bonitica.
-Marnitica. -Vecinita.
-Bonitica. Ante aquel clamor que tenía tono y queja de san­
-Vecinita. juanito de velorio de indio, el chulla -meses antes hu­
-Tan buena que era. biera provocado protesta teatral- no pudo guardar las
-Como un pajarito se quedó no más. lágrimas. También brotaron de Majestad y Pobreza y de
-Se fue en plena juventud. mama Domitila. «Lloran conmigo. Al miSmo ritmo ... Se
-No le dejaron parir. le fue la sangre a la pobre. La buena y la mala. ¿La mala?
-Injusticia de los bandidos. ¿Qué mala, carajo? ¿Dónde? Quizá porque miraba de un
-El médico dijo ... Dijo ... modo tan ... Y sus ojos ... Sus ojos se cerraban al gozar, al
--Marnitica. sufrir, al implorar. ¿Ahora? Ahora también ... Pero sin
-Bonitica. placer, - sin dolor, sin imploración... El médico dijo...
-Vecinita. ¿Qué sabe el médico? Saben los pesquisas, los policías,
-Pronto era de llegar. los mendigos, las prostitutas... Robé por ella, corrí por
-No dejamos que le vea la bruja. ella, vine por ella... ¿Para qué? Está muerta... ¡Muerta!».
-Nadie tuvo caridad. De buena gana hubiera huido como antes, como siempre.
-Pero ella también, por qué no dijo, por qué no Miró hacia afuera. Irse. Respirar aire puro, sin remordi­
mientos, sin responsabilidades. Ver nuevas imágenes.
gritó.
Eso le hubiera hecho mucho bien. Eso tal vez le hubiera
-Toda la noche pasó quejándose.
mitigado la honda opresión que experimentaba. Pero...
-Como guagua ñagüi 1 de la quebrada.
¡No! El nuevo ser aparecido en él-equilibrio y unión de
-Así. .. Asimismo.
todas sus sombras íntimas- era incapaz de abandonar al
cadáver. Tenía que enterrarle. Además, e~ hijo... Los hue­
1 guagua ñagüi.: Icaza, en el vocabulario que solía poner al final de sos, los músculos, los nervios del mozo -rara transfor­
sus novelas da la significación de <<niño tierno». mación al amparo de alguien querido que muere y de al­

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guien indefenso que nace-, aferrábase a una ansia de posible! Él... Él ya no está. ¡No lo tengo ... No lo siento ... !
expiación y de hombría. Era otro. Sus manos enrojecidas, ¡A otros en cambio les dura hasta la vejez. En mí fue co­
sus vestidos ajenos, su blando corazón, su cansancio. ¿Y mo un relámpago tras una forma, tras un estilo defInitivo
ella? Él no cesaba de contemplarla en su desesperante para ser alguien, para poder vivir. Alguien arriba. Al­
inmovilidad, en,su absurda rigidez. parecíale estar viendo guien que robe con derecho. Como roban ellos, caraja.
algo que había visto en sus pesadillas y en sus malos pre­ Los que yo conozco. Ellos ... Los que conservan el chulla
sentimientos. ¡Calma singular y terrible! ¡Calma auténti­ bien puesto e impuesto en su farsa política, en su digni­
ca con intenso poder de atracción! dad administrativa, en su virtud cristiana, en la arquitec­
Antes de llegar doña Victoria, la madre de la di­ tura de su gloria, en la apariencia de su nobleza. El mío
funta -.supo la noticia gracias al servicio especial del fue un pendejo ... Se aplastó ... Se hizo sombra entre mis
chisme y la información del vecindario-, Luis Alfonso sombras», se dijo el mozo sin atreverse a actuar de inme­
había entregado el poco dinero que le quedaba de su che­ diato. Fluía de su alma una amargura nueva, renovadora,
que a las gentes que se ofrecieron para contratar el entie­ rebelde en sus convicciones, en su sensiblidad, en la cre­
rro. Por desgracia, después de muchas idas y venidas, cir­ encia y el poder en sí mismo, pero estaba tan cansado fí­
culó a media voz el fracaso:
sicamente que se llenó de indolencia y dejó correr el
-No alcanza. pes.
tiempo. Más tarde, postrado sobre el diván, magullado el
-No alcanza, bonitico.
cuerpo, .sin recursos defInitivos en sus sombras recién
-Ni para el ataúd.
fundidas, entre la bruma del sueño y la Claridad de la vi­
-Ni para la carroza.
gilia, miró llegar a doña Victoria, oyó sus lamentaciones
-De tercerá será si Dios ayuda.
exageradas, sus reproches, sus quejas, el estúpido ataque
-Ni para el nicho.
a la corrupción de los demás -él, Rosario-. Luego sin­
-En el suelo mejor.
tió -escena alucmante- que la vieja se le acercaba paso
-En el suelo de los pobres, de los chagras, de los a paso, acusadora -hinchada el rostro como luna hidró­
pica, crispadas las manos en dedos de garfios, encendidos
indios.

-Ni para nada, pes.


de furia los ojos como luces de demonio, murmurando
-Si hubiera algo para vender.
entre dientes y baba amarga: «Murió en pecado mortal mi
-Si hubiera algo para empeñar.
hija»-, para aplastarle, para juzgar su crimen. Pero gra­
cias a lo tenso de su rebeldía, el mozo resistió el impacto
-Algo...

«¡Oh! Esperen por favor. No hablen así. Me deses­ de aquella actitud desconcertante, y buscó la disculpa le­
peran. Iré a la calle otra vez. Pediré... Pediré con lágrimas vantando la cabeza para exhibir su enorme dolor, sus lá­
en la garganta ... En la garganta hecha un nudo... ¿Quién grimas, su sacriflcio. En ese momento, como un desafío a
no ha exigido, un día por lo menos, que le ayuden? la razón, como un llamado a la misericordia -verdades
¿Quién no ha temblado de impotencia ante el fracaso? sin voz que saturaban el aire, oleaje de intuiciones que
¿Robar? ¿Cómo 10 hacía el chulla Romero y Flores? ¡Im­ removía ocultos pensamientos, recuerdos lejanos, ansias
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inconfesables-, surgieron y transformaron el pequeño en juego mis buenas y malas artes ... Por estar en perpetua
detalle de la tragedia en algo viscoso que parecía resig­ paradoja con mi conciencia y con mi deseo, me vi· en­
narse inopinadamente, que parecía detenerse para tomar vuelto en el coraje de la honradez, de la denuncia, de la
otra dirección, que parecía humillarse, que parecía decir: fuga, del riesgo de la vida. Del riesgo de la vida donde se
«Es la vida que nos obliga... ». Y surgió desde la cama fundió defInitivamente la disputa de Majestad y Pobreza
donde reposaba el cadáver, en ráfaga de tibia evocación, y mama Domitila. La disputa hecha un ovillo. Y en vez
de hábito estremecido, impalpable: del individuo caballero, <patrón grande, su mercé>, que
«Le amé... Le amé, mamitica. Lo sabes. Lo sabe ellas deseaban foIjar, y que yo lo anhelaba con locura in­
todo el mundo. Te consta. Te dije más de una vez. Perdó­ fantil, me quedó un hombrecito amargado y doliente, ru­
nale si crees que algún mal me hizo. Me hizo mujer. miando una rebeldía incurable frente a lo que vendrá».
¡Mujer! ¿Quizá tú nunca lo fuiste? ¡Nunca! ¿Por qué? A la noche, al ritmo diligente del vecindario, llega­
¡Oh! Aborá veo claro. Abora comprendo que debía entrar ron las cosas indispensables para la muerta -sacrifIcios,
en su alma, ayudarle en las cosas de su intimidad... ». empeños, ahorros de doña Victoria-: el ataúd, los cirios,
y surgió desde la cuna de trapos y cajones donde los trapos negros. Luis Alfonso entre tanto, con lejanía y
dormía el niño arrugado como rata tierna: proximidad al mismo tiempo de perspectiva en grises,
«Sin él no podría vivir. Cuando usted muera él me pudo observar, hasta el menor detalle, la escena quejosa,
ayudará, me defenderá .•. Lo que él me diga, lo que él me pesada e impasible, en la cual, la madre de la difunta y
enseñe, lo que él me ampare ... ». mama Encarnita --estaba a esas horas también mama
y surgió desde los rincones desde donde observa­ Encarnita-, envolvían a Rosario en una sábana sucia de
ban en silencio compungido comadres y gentes comedidas sangre para echarla en ... «La caja de basura. ¡Sí¡ Es una
-dos o tres obstaculizaron personalmente el atropello-: caja de basura... ¡Por corrompida! ¡No! No fue una co­
<<Él también ha sufrido. ¡Él también! ¿Cuántas ve­ rrompida. En su plenitud al entregársele, en sus ansias de
ces le hemos visto disimulando su miseria? ¿Cuántas ve­ madre, en su miedo a morir, supe que era una mujer. ¡Mi
ces le hemos visto hacerse el gallo futre sobre su ver­ mujer! Que responda ahora el que gritó contra ella. Los
güenza? Todos somos culpables. Él, la difunta, nosotros, que gritaron contra ella. Mientras mi estúpida vanidad co­
usted. Sea caritativa, tenga buen corazón, vieja. El po­ rría incansable y ciega tras bastardas formas ... ¡No le
bre ... Nadie sabe lo de nadie... ». golpeen así! ¡No! La asfIxia en la soledad... Eso es ... Para
y surgió desde Luis Alfonso, en clamor hecho un . no oler su descomposición... Se deja llevar al calor de los
tieso harapo de sueño, de angustia --cuadro que movía a cirios... Flores... Una pequeña corona. Penumbra de tédio
compasión e incitaba a pensar-: deformando a las gentes: largas, chatas, descoyuntadas.
«Hice tanto de atrevido, de superficial, de indo­ Ceras negras, pavesas hediondas... Las mujeres se lim­
lente, de... De pronto sentí que me hundía en la costum­ pian los ojos, los mocos. Me miran como-si fuera la asfI­
bre de una sola mujer, en la ternura de una sola mujer, en xia en la soledad. Cabecean de sueño y al despertar me
el amor de una sola mujer. ¡Ella! Abora lo confieso. Puse observan y rezan. ¿Rezan por mí? Rezan los hombres ...
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¡No! Se cuentan chismes, murmuran... ¿De nú? ¡Oh! fervor rebelde que hervía en su sangre desde... No hu­
¿Qué les pasa a todos? Nada Parece que nada... ¡No soy biera podido decir desde cuándo.
yo! Allá entre las cuatro luces está el cadáver, está la po­ Tras la carroza -negro esqueleto sin vidrios, su­
bre ... Yo soy Romero y Flores ... El chulla Romero y Flo­ cios dorados, penachos de viejas plumas, olor a caballo, a
res. Pero mi chulla también está encerrado, preso, se pu­ rosas, a cochero de opereta, a barniz de luto-, Luis Al­
dre entre momias. ¡Le siento! Estoy allá y estoy aquí... fonso notó que los vecinos le acompañaban, le entendían
Como ella... Con ella». La angustia ante el espectáculo -hombres resignados, mujeres tristes-, con la misma
del velorio precipitó a Luis Alfonso en la evidencia de generosidad que le ayudaron la noche que tuvo que huir
haber abandonado parte de su ser en el ataúd. Nunca más barajándose entre las tinieblas. Tragándose las lágrimas
estaría de acuerdo con sus viejos anhelos, con sus prosas pensó: «He sido un tonto, un cobarde. ¡Sí! Les desprecié,
intrascendentes, con su disfraz, con la vergüenza de ma­ me repugnaban, me sentía en ellos como una maldición.
ma Domitila, con el orgullo de Majestad y Pobreza. El Hoy me siento de ellos como una esperanza, como algo
agotamiento creció en él poco a poco, y el sueño incómo­ propio que vuelve».
do -sentado en el diván-le hundió en extrañas pesadi­ Dos hombres metieron el cadáver en el nicho, cu­
llas. Al despertar -frío de luz mortecina en la ventana, brieron el hueco con cemento. «Para siempre». «¡Ella
en la puerta-, escuchó a su lado a doña Victoria, a ma­ y ... ! Ella pudriéndose en la tierra, en la oscuridad, en la
ma Encarnita y a una vecina que platicaban sobre el re­ asfIXia. Yo en cambio -chulla Romero y Flores--:., trans­
cién nacido. formándome ... En mi corazón, en mi sangre, en mis ner­
-Pobre guagua. vios», se dijo el mozo con profundo dolor. Dolor que
-Lo que le espera. rompió definitivamente las ataduras que aprisionaban su
-La vida. libertad, y que llenó con algo auténtico lo que fue su vida
-A veces es peor que la muerte. vacía: amar y respetar por igual en el recuerdo a sus fan­
-Yo... Yo tengo que criarle... Yo sé. Voluntad no tasmas ancestrales y a Rosario, defender a su hijo, inter­
me falta... Siempre y cuando el padre responda con algo... pretar a sus gentes.
Siempre y cuando el padre se porte como un hombre
-afmnó desafiante la madre de la difunta mirando con
rencor al mozo.
-Juro que le defenderé, que le ayudaré en lo que
pueda. Por ella. Por DÚ. Porque me da la gana. Soy un
hombre. Eso. Un hombre. ¡Lojuro! -chilló el aludido al
impulso de un sentimiento de lucha que dio a sus ojos
brillo de lealtad sin discusión posible. Aquel juramento
no solo convenció a las mujeres, también aseguró en él,
sobre 10 acholado y contradictorio de su existencia, ese
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