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> Barranca Yaco

> Autor: Hernán Nemi


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> Personajes:
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> Facundo Quiroga (47 años, viste ropa refinada, de ciudad, pero algo sucia. Sufre reuma, lo que se
percibe en cierta dificultad para caminar y en los gestos de dolor de su cara, cuando realiza algún
movimiento rápido)
> Coronel José Santos Ortiz (Secretario de Quiroga. Aproximadamente 50 años. Viste atuendos
militares)
> Funes (Soldado negro, de aproximadamente 20 años, viste ropa militar)
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> Primer acto
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> Una habitación con un catre, un escritorio precario, dos sillas y un crucifijo y un espejo
colgados en la pared. Sobre el escritorio una Biblia, unos papeles y una pluma. En el piso, cuatro
fusiles y algunos trapos.
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> Voz en off: ¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado
polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas
que desgarran las entrañas de un noble pueblo. Tú posees el secreto: ¡revélanoslo! Diez años aún
después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el gaucho de los llanos argentinos, al
tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No; no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!”
¡Cierto! Facundo no ha muerto.
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> Es una noche de calor sofocante. Ortiz, sentado al escritorio, escribe una carta. A sus espaldas,
Facundo y Funes se disponen a jugar una pulseada. Están arrodillados, a uno y otro costado del
catre y apoyan sus brazos sobre éste.
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> Facundo. ¿Cuántos años tenés, negrito?
> Funes. Veinte.
> Facundo. ¿Y por qué te alistaste para venir a custodiarme?
> Funes. Orden del señor Rosas.
> Facundo. ¿Y qué te dijo Rosas sobre mí?
> Funes (Tímido). ¿Cómo “qué me dijo”?
> Facundo. No sé… te dijo “hay que custodiarlo a Facundo, que ya no puede protegerse por sí
mismo”?
> Funes. No. El señor Rosas lo respeta mucho. Dice que usted es un gran amigo. Que en todo el
territorio lo respetan mucho.
> Facundo. ¿Te dijo que me respetan o que me tienen miedo?
> Funes. No recuerdo bien, General Quiroga… creo que me dijo que lo respetaban.
> Facundo. ¿Y a vos qué te pareció?
> Funes. ¿De qué?
> Facundo. De lo que viste en este viaje… ¿qué te pareció? ¿que me respetan o que se cagan de
miedo frente a mí?
> Funes. Algunos sienten miedo.
> Facundo (Grita). Se cagan de miedo.
> Funes. Sí, General. Se cagan…
> Facundo. Literalmente se cagan. Ya te habrán contado que nunca nadie me ganó corriendo
carreras de caballo (Melancólico). Yo tuve un caballo hermoso, el Moro… el mejor caballo de la
Argentina. Después López, el que gobierna Santa Fe, se quedó con el caballo. Hijo de puta
(Escupe). El Moro le ganaba a todos. Eso te quería contar: una vez corrí contra un tal Zapata, en la
Rioja. Le gané, por supuesto. Y el Zapata este dice que habíamos empatado. Que el caballo de él y
el mío habían llegado juntos. Mentira. Le saqué como medio cuerpo… y solamente medio cuerpo
porque el muy zorro arrancó antes de que dieran la orden, y le tuve que achicar esa ventaja. Y
después me discutía que habían llegado juntos. Entonces me cansé y le dije que se bajara del bicho
y que lo arregláramos como arreglan las cosas los hombres. Tenía fama de peleador el tal Zapata.
Se bajó. Me bajé. Me acerqué dos pasos y sabés qué, negrito?
> Funes. ¿Qué pasó?
> Facundo. Que se cagó hasta las patas… literalmente… le empezó a chorrear la mierda por las dos
patas. Ni los caballos aguantaban el olor. Las mujeres le gritaban. “Zapata, Zapata, te cagaste hasta
las patas” (Ríe. Funes también ríe). Y vos, ¿alguna vez tuviste miedo?
> Funes. No, mi General. Quiero decir, por ahora no.
> Facundo. Mejor así. No hay peor enemigo que el miedo. Porque los demás enemigos te vienen
de afuera . Y podés golpearlos, ensartarlos, agujerearlos a tiros. Pero con el miedo no se puede. El
miedo está dentro tuyo. Y te frena. Y te ata con una cuerda que no podés cortar. Te ata y cagaste,
querido. Como se cagó Zapata. (Le habla a Ortiz). ¡Ortiz!
> Ortiz (Gira la cabeza). Decime.
> Facundo. ¿Sabés por qué lo hice entrar al negrito Funes?
> Ortiz. No sé.
> Facundo. Porque esta noche a la guardia se le dio por entretenerse, jugando pulseadas. Y resulta
que el negrito le gana a todos. ¿O no es así?
> Funes. Bueno, esta noche les gané. Quizás Gutiérrez me gane, pero ayer se lastimó el brazo y…
> Facundo (Interrumpe). No te hagas el humilde acá. Ganaste y ganaste. Ahora te quiero probar
(Estira la mano y toma la de Funes). Nunca en mi vida nadie, nadie, me ganó una pulseada. ¿O
miento, Ortiz?
> Ortiz. No mentís. Tiene razón, Funes, a Facundo Quiroga nadie le ganó nunca ni una carrera ni
una pulseada.
> Funes. Ni tampoco una batalla, ¿no es cierto?
> Facundo (Suelta la mano). Callate, mierda. Dos veces me ganaron. Las dos veces el Manco Paz. El
Manco no puede jugar pulseadas. Tiene el brazo mocho. Pero me ganó las dos veces el muy jodido.
Ahora está preso. Lo tiene preso López en Santa Fe. Ya no creo que vaya a haber una tercera.
Algunas veces la vida no da revanchas
> Funes. Perdón, General.
> Facundo (Le toma la mano para pulsear). Pero pulseadas no me ganó nadie. Todavía. A lo mejor
sos el primero, Funes. Esperá que me acomodo mejor (Gira un poco la cintura y siente dolor). ¡Ay,
carajo!
> Ortiz (Se levanta bruscamente y se acerca). ¿Qué pasa, Facundo?
> Facundo. Es el reuma que me está matando (Se endereza lentamente).
> Ortiz. ¿Estás bien? A vos solo se te ocurre andar por los pisos con esos dolores.
> Facundo. ¿Y qué querés que haga? ¿Cuántos días llevamos ya andando en esa galera maldita? Y
no terminamos de llegar nunca a Buenos Aires. ¿Te parece que tengo muchas diversiones por acá?
> Funes. ¿Quiere que le pida los dados al maestro de posta, señor?
> Facundo. No, quiero que pulseemos de una vez, a ver quién tiene más fuerza, negrito (Le clava la
mirada. Funes baja la vista. Acomodan las muñecas). ¿Estás preparado?
> Funes. Cuando usted diga, General.
> Facundo. Agarranos las manos, Ortiz. (Ortiz les toma las manos. Se percibe que ambos ya están
haciendo fuerza). Soltá cuando quieras que arrancamos (Ortiz suelta las manos.Pulsean. Se percibe
el esfuerzo en los rostros de ambos. Tras unos quince segundos, Facundo lo vence. Está exhausto,
con la respiración agitada). Muy bien nene, hacía rato que no me aguantaban tanto.
> Funes. Tiene la fuerza de un tigre, General.
> Ortiz. ¿Por qué te creés que le dicen el tigre de los llanos? Tiene la fuerza del tigre. Y la fiereza (Se
ríe).
> Facundo (A Funes). Eso lo dicen los contras. Acá no hay fiereza. Lo que hay es mano firme,
porque si no, se pierde el orden. Pero eso no es fiereza, ¿o alguna vez los traté mal a vos y a los
otros muchachos de la custodia?
> Funes. No, General.
> Facundo (Se pone de pie levantarse muy dificultosamente. Ortiz y Funes lo ayudan). Reuma de
mierda.
> Ortiz. Yo te dije que Córdoba es muy húmeda. (Funes se agacha a limpiar los fusiles que están
sobre el piso). Y además, calurosa. No hay huesos que aguanten este verano.
> Facundo. Y agregale los saltos que pega la galera. No te imaginás cómo tengo el culo de tanto
rebotar contra el asiento.
> Ortiz. Ya te dije, vos querés llegar a Buenos Aires rápido… pero a mayor velocidad, más fuertes
vas a sentir los sacudones.
> Facundo. Lo que pasa es que quiero estar allá. Ya estoy cansado de tanto viaje. Y además quiero
hablar con Rosas. Que sepa que cumplí con su pedido. Que sepa que con mi sola presencia las
peleas entre Salta y Jujuy se terminaron.
> Ortiz: Ya lo sabe
> Facundo (Grita). Que lo sepa de mi propia boca. Que sepa con todas las letras que medio país
sigue respondiendo al tigre de los Llanos.
> Ortiz. Ya lo sabe, por eso te pidió a vos que fueras a pacificar el norte.
> Facundo (Hace en el aire la mímica de la pulseada). No sé si lo tiene tan claro. Rosas es un amigo,
pero a veces me parece que se siente el tipo más poderoso del mundo
> Ortiz. ¿Por qué lo decís?
> Facundo. No sé. Vos sabés que estoy cómodo en Buenos Aires. Pero la última vez que fui con él y
la mujer al teatro, sentí que algunos de sus amigos me miraban raro. Como si estuvieran
conteniendo la risa. Y me pareció que él mismo dijo algo en voz baja… algún comentario que no
quería que yo escuchara.
> Ortiz. Ya sabés que en Buenos Aires tenían otra imagen de vos. Verte con traje europeo. Verte en
el teatro o en los salones… les resulta llamativo. Estaban acostumbrados a otra cosa.
> Facundo. Bueno sería que a esta altura de la vida no me pudiera dar algún gustito. Además la
pilcha no cambia la esencia de la gente, ¿no te parece?
> Ortiz (Abre grandes ambos ojos, lo mira, no responde).
> Facundo. ¿Qué te pasa?
> Ortiz. Sentémonos. Así se te pasa la agitación (Se sientan). Te quiero repetir lo que te empecé
contar en la cena, y que no quisiste escuchar (Se oye un trueno).
> Facundo (Se pone de pie). ¿Qué es eso? Va a llover (Camina y grita hacia afuera) ¡Cierren bien las
ventanas! (Gira. Se toma la cintura con dolor). ¡Ayy! Lo único que nos faltaba: lluvia. Ahora además
de los saltos de la galera, se va a quedar anegada en el lodo. Prefiero soportar un día entero a una
mujer diciendo sus tonterías antes que andar a los saltos, y que me duela hasta el alma de tanto
rebotar en la galera. Y ahora como si fuera poco, con un barro de mil demonios. Si pudiera montar
a caballo… Si tuviera otra vez al Moro…
> Ortiz. En la vida se van cumpliendo etapas.
> Facundo (Molesto). ¿Etapas? ¿Lo decís por el caballo?
> Ortiz. Claro. Con esos dolores que no te dan respiro, te vas a tener que resignar a no volver a
montar (Resopla). Quizás con la lluvia se vaya un poco este calor agobiante.
> Facundo (Se seca la transpiración con un pañuelo). Tenés razón. Se siente el calor y se siente la
humedad. (Camina hacia el espejo. Se mira). Quién pudiera tener un esqueleto nuevo. Me
desespera el dolor en el cuerpo. No quiero sentirme un viejo (Acomoda su peinado).
> Ortiz. No estás viejo. Sentate un rato, que necesito contarte algo.
> Facundo. Voy a ver que no se mojen las armas.
> Ortiz. Ya te escucharon los soldados. Ellos lo van a hacer. Sentate. Por una vez escuchame un
momento.
> Facundo (Se sienta, con dolor). Bueno, ¿qué me querés decir?
> Ortiz. Anoche pasó por acá un joven cordobés, al que conozco desde la época en que fui
gobernador. Me debe varios favores y sé que me aprecia.
> Facundo. ¿Y eso a mí que me importa?
> Ortiz. El muchacho me aseguró que hay una partida, que nos va a estar esperando mañana en
Barranca Yaco. (Apoya su mano en el hombro de Facundo, fraternalmente) Y que cuando pasemos
por allí con la galera, van a asesinarte.
> Facundo (Larga una carcajada sonora). ¿Asesinarme? ¿Me van a matar a mí?
> Ortiz. A vos y a los que vayan con vos. Nos van a matar a todos. Dice el muchacho que están
mandados por los hermanos Reinafé. Ya nos habían avisado antes que tratáramos de evitar
Córdoba, porque los Reinafé te tienen bronca. Y en Córdoba mandan ellos
> Facundo. No me lo recuerdes. Ya sé que mandan ellos. Esto ya lo hablamos. Estanislao López me
jugó sucio y puso a su gente en Córdoba. Como si yo me fuera a meter a decidir qué gobernador
gobierna en sus provincias. Pero quedate tranquilo: Córdoba no responde a López. Responde a
Facundo, carajo. Y aunque los Reinafé estén en el gobierno, ningún cordobés se va a atrever a
matarme.
> Ortiz. Mi amigo me dio hasta el nombre. El tipo se llama Santos Pérez. Un asesino a sueldo. Uno
de estos que no respetan ninguna jerarquía (Funes se pone de pie y los mira con cara de temor).
Está tan seguro de sí y de su gente que hasta anda diciendo por ahí que mañana va a asesinar a
Facundo Quiroga, el tigre de los llanos. A Facundo Quiroga y a toda su comitiva.
> Facundo (Con nueva carcajada). A su abuela va a matar. Mirá, Ortiz. Te lo voy a decir con claridad:
todavía no ha nacido el hombre que tenga el valor suficiente para matarme
> Ortiz (Le tiembla la voz). No es valor, Facundo. Es dinero. Y es pólvora.
> Facundo. ¿Dinero? ¿Vos pensás que todo se compra y se vende tan fácil? Si llegara a ser verdad lo
que decís, supongamos que les hubieran ofrecido una recompensa, es igual: en cuanto me vean y
les pegue tres gritos van a bajar los fusiles y van a quedar a nuestras órdenes. No hay ningún
hombre en estas tierras que se anime a enfrentarme
> Funes. ¿Y si no supieran que el que va en la galera es usted?
> Facundo (Gira y lo mira. Funes tiembla). ¿Qué te pasa, negrito? ¿Te está viniendo el miedo?
> Funes. No, señor. Pero quizás sería bueno tomar precauciones.
> Facundo (Ríe). ¿Precauciones? (Se le acerca). ¿Vos te considerás un tipo fuerte?
> Funes. No sé, General.
> Facundo (Grita). Sí que sos fuerte. Sacate la camisa, por favor (Se saca lentamente la camisa.
Ortiz observa). Ponete bien duro ahora (Funes tensa los músculos). Así me gusta ¿Sos fuerte o no
sos fuerte?
> Funes. Quizás sí, señor.
> Facundo. ¿Cuántos años me dijiste que tenías?
> Funes. Veinte, señor.
> Facundo. (Camina trabajosamente hacia Funes). ¿Sabés cuántos tengo yo? Cuarenta y siete.
Aunque tal ve parezcan más, por este reuma que no deja de mortificarme. Cuarenta y siete (Estira
el brazo). Dame la mano (Funes estira su mano, Facundo la toma, la retuerce, le dobla el brazo
sobre su espalda y con un rodillazo lo tira al piso. Se le arroja encima, forcejean hasta que Facundo
lo domina totalmente y le oprime el cuello fuertemente). Ahora tendrías que tener miedo, Funes.
No hay que tenerle miedo a los fantasmas. Hay que tenerle miedo a los tigres cuando están
furiosos (Le oprime el cuello). Un custodio de Facundo no puede tener miedo, ¿está claro?
> Funes (Ahogado). Sí, General.
> Facundo (Grita). ¡No te oigo, pendejo! ¿vas a volver a tener miedo?
> Funes. No, señor. Le juro que no. (Facundo deja de presionarle el cuello. Intenta levantarse y no
puede. Está completamente doblado).
> Ortiz. Dejame que te ayude. Tus huesos no están para estos juegos
> Facundo (Se incorpora muy dificultosamente). Acá no hay juegos. Esto va muy en serio. Un
hombre no puede tener miedo. A los enemigos externos se los puede vencer. Al miedo, no. El
miedo es como un tumor, que te va carcomiendo por dentro. Nuestros enemigos no son los
maricas esos de los Reinafé. Nuestro enemigo puede ser el miedo. Pero yo no voy a permitir que
ninguno de mis hombres sienta miedo. Si no, no va a hacer falta ningún asesino a sueldo. Yo mismo
lo voy a matar
> Ortiz. Tranquilo, Facundo. Por qué no descansás un poco y después seguimos pensando. Cuando
uno está cansado y dolorido es más difícil.
> Facundo. Puede ser. Voy a tratar de dormir un rato (Se oye un trueno). Es una noche de perros y
mañana será una jornada agotadora, con tanto barro en el camino. ¿Vos te vas a acostar?
> Ortiz. Voy a ver si puedo tomar algo, si el maestro de posta no está durmiendo.
> Funes (A Ortiz). ¿Me retiro, señor?
> Ortiz. ¿Terminaste de limpiar las armas?
> Funes. Me falta un poco, señor.
> Ortiz. Terminá entonces. Hacelo en silencio. Así el general puede dormir un rato.
> Facundo (Acaricia la cabeza de Funes). Disculpame, pibe. Lo que pasa es que no soporto ver una
persona con miedo.
> Funes. (Avergonzado). Perdóneme usted, General Quiroga.
> Facundo. Ahora limpiá esos fusiles sin hacer mucho ruido. Voy a tratar de dormir.
> Ortiz. Yo voy a tomar algo y en un rato vengo (Se va, Facundo gira en la cama y cierra los ojos,
Funes limpia las armar. Baja la luz. Como fondo se oyen los truenos y la lluvia que cae con
intensidad).
>
> Segundo acto
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> Facundo duerme. Suenan truenos como fondo. Funes limpia en silencio las armas
>
> Facundo (Entre sueños). ¡Fuera de aquí, fuera! ¡Todavía no, fuera! (Funes se estremece y lo mira
sin saber qué hacer). ¡Fuera! (Dormido se coloca en posición de sentado y tira supuestos sablazos
contra el aire). ¡No maten a Dorrego! ¡Dorrego es un héroe de la independencia! ¡Cómo se atreven
a fusilarlo! (Funes saca un rosario de su bolsillo, se pone de rodillas frente al crucifijo y comienza a
rezarlo). ¡Religión o muerte! No maten a Dorrego. No maten a Facundo ¡Por Dios! No disparen.
¡Por el maligno! ¡No disparen!
> Voz en off (Superpuesta al rezo del Rosario, los gritos de Quiroga y la lluvia). No ha nacido el
hombre que se atreva/ a matar a Quiroga, le responde/ Los otros palidecen y callan./ Sobreviene la
noche, en la que sólo/ duerme el fatal, el fuerte, que confía/ en sus oscuros dioses. (Facundo se
acuesta y sigue durmiendo en silencio).
> Ortiz (Ingresa en la habitación. Sólo se escucha la lluvia y la voz baja de Funes susurrando un Ave
María. Ortiz habla en voz baja, como para no despertar a Facundo). ¿Qué te pasa, Funes?
> Funes. El General ha tenido pesadillas. Hablaba de su muerte y de la muerte de Dorrego y
golpeaba el aire con las manos, como si estuviera peleando contra…
> Ortiz. ¿Cómo si estuviera peleando contra quién?
> Funes. Como si estuviera peleando contra…
> Ortiz. ¿Contra quién, carajo?
> Funes. No sé. ¿Contra la muerte? (Silencio de ambos. Nuevo trueno).
> Ortiz. Bueno, escuchá bien. El maestro de posta me acaba de decir que ayer mismo estuvieron
acá los hombres que van a matar a Facundo. En cuanto se despierte, voy a volver a hablar con él.
> Funes. ¿Puedo terminar con mi rosario, señor?
> Ortiz. Terminá. Yo voy a acabar mi carta (Se sienta al escritorio y escribe. Cesa la lluvia. Funes reza
el rosario en voz muy baja. Segundos después se despierta Facundo).
> Facundo. Noche de mierda (Funes lo mira asustado). ¿Estás rezando, pibe? (Funes lo mira y no
sabe qué decir). ¿Te creíste lo de religión o muerte? (Carcajada. Dificultosamente se pone de pie,
camina hacia Funes y lo palmea fraternalmente). Está muy bien ponerse en manos de Dios. Pero de
Dios para abajo no hay que ponerse en manos de nadie. El hombre valiente confía en sí mismo y
en Dios. Primero en sí mismo y después en Dios. Andá a tomar un poco de aire. Parece que ahora
paró de llover (Funes se retira. Facundo se sienta en la cama)
> Ortiz (Se sienta en una de las sillas de frente a Facundo). Llovió muchísimo. Quizás podríamos
quedarnos un día más acá.
> Facundo. Ni loco. No aguanto más. Quiero estar ya en Buenos Aires. No soporto más esta
pesadez y estos caminos. Vamos a salir bien temprano. Ya no llueve.
> Ortiz. Pero puede volver a llover en cualquier momento.
> Facundo. Ya no llueve.
> Ortiz. Estuve hablando con el maestro de la posta.
> Facundo. ¿Y qué te dijo?
> Ortiz. Que los hombres que pretenden matarte estuvieron acá hace pocas horas. Que prepararon
sus armas. Parece que Santos Pérez tomó unas copas de más y anduvo diciendo a los gritos que lo
iba a matar a Quiroga. Dice el hombre que nos van a estar esperando en Barranca Yaco. Es un lugar
horrible, Facundo. El camino es angosto, y tiene montes inmensos a los dos lados. Es una zona de
mucha vegetación. Un lugar ideal para una emboscada
> Facundo. ¿A quién le estabas escribiendo la carta?
> Ortiz. Qué importa eso. Te estoy diciendo que nos quieren atravesar a balazos.
> Facundo. Vos creés demasiado en las palabras.
> Ortiz. ¿De qué me estás hablando?
> Facundo. Creés en las palabras de tu amigo cordobés, del maestro de posta (Toma la carta y la
lee). Creés que tu familia te va a querer más por estas palabras.
> Ortiz. Tengo miedo. Son palabras de afecto. Por si no los volviera a ver. ¿Qué problema hay en
que les diga con palabras lo que no sé si voy a poder expresarles personalmente?
> Facundo. ¡Ortiz! Nos conocemos hace mucho. Decime qué pensás de mí como hombre público.
> Ortiz. No entiendo a dónde querés llegar
> Facundo. (Grita). Decime lo que pensás de mí como hombre público.
> Ortiz. Peleaste siempre por la independencia del país.
> Facundo. Incluso con dinero de mi bolsillo.
> Ortiz. Incluso poniendo mucho dinero para ayudar al ejército de San Martín, y al de Belgrano. Y
siempre quisiste lo mejor para tu pueblo.
> Facundo. Me gusta mucho que me recuerdes eso. ¿Algún pobre se fue alguna vez con las manos
vacías cuando vino a pedir algo?
> Ortiz. Nunca, Facundo. Por eso el pueblo te respeta. Porque siempre pensaste en ellos. Porque
nunca negociaste tus ideales. Y porque ayudaste a los que te pidieron ayuda.
> Facundo. A la pobre gente, sobre todo. ¿Y fui violento?
> Ortiz. ¿Qué es esto? ¿una confesión al revés? ¿Una confesión en la que yo tengo que decir tus
pecados?
> Facundo. Te repito: ¿fui violento?
> Ortiz. A veces fuiste muy violento.
> Facundo. ¿Y fui injusto?
> Ortiz. Eso sólo lo sabe Dios.
> Facundo. Quiero decir: cuando fui violento, cuando sembré terror, porque supe sembrar terror, o
cuando fusilé, ¿quedaba otra alternativa?
> Ortiz. Supongo que no.
> Facundo (Grita). Seguro que no. Los unitarios también fusilan. Pero ellos fusilan para poder hacer
un país para unos pocos. Yo quiero un país para todos. Y también para los que no viven en Buenos
Aires. Y también para los que no tienen nada. ¿Quién mierda se acuerda de ellos? Yo me acuerdo
de ellos. Y si triunfan los otros les esperan décadas de sufrimiento, décadas de olvido. Somos
nosotros los únicos que podemos darles dignidad. Dignidad.
> Ortiz. ¿Quiénes son los que van a dar dignidad? ¿vos, Rosas, Estanislao López?
> Facundo. Ni lo nombres a López. Él es culpable de este miedo que tenés. Él puso a los Reinafé en
Córdoba. Si hubiera uno de los míos gobernando Córdoba no andarías tan preocupado levantando
chismes o escribiendo cartas.
> Ortiz. Yo creo que López es peor que algunos de los unitarios.
> Facundo. No sé si diría tanto. Pero de algo estoy seguro: si no podemos ponernos de acuerdo
nosotros, los que pensamos en el pueblo pobre del interior, ellos sí van a saber ponerse de
acuerdo. Y nos van a cagar a todos. Por eso prefiero no decir algunas cosas sobre López. Prefiero
no decir algunas cosas sobre Rosas. Los dos tienen lo suyo. Pero ya vimos lo que fue Rivadavia. Los
otros son la perdición del país. Esos señoritos porteños que todo lo saben porque lo leyeron en
libros, ésos van a hacer un país para ellos solos. Por eso si hay que fusilar voy a fusilar. A lo mejor
haga falta ser cruel por el bien del país. Ellos también van a ser crueles cuando tengan el poder,
Dios no lo permita.
> Ortiz. ¿Y por qué me decís que creo demasiado en las palabras? ¿Qué tiene que ver con todo
esto? ¿En qué te molesta que escriba una carta?
> Facundo. No me molesta. Sólo que no tengas tanta confianza en las palabras. ¿Qué pasaría con
las palabras si algún día ganan ellos?
> Ortiz. ¿Quiénes ellos?
> Facundo. Los unitarios. ¿Vos leíste lo que escriben? Ellos sí que saben escribir
> Ortiz. Facundo, todo el mundo elogia tu claridad escribiendo. Tus cartas son claras, precisas,
contundentes. Vos sabés escribir, como escribe un hombre de verdad, no con frasecitas en francés
y con palabras retorcidas.
> Facundo. Pero ellos cuando escriben hacen que la realidad sea como ellos quieren, ¿entendés?
Con las palabras moldean la realidad a su gusto (Hace gesto con las manos). Como un artesano que
da forma a la arcilla. Vos sabés por qué maté o fusilé. Que no quedaba otra. Pero ellos dirán, como
ya lo dicen, que fui un salvaje. Y un día inventarán que le pegaba a mis padres cuando chico, o que
agarraba un látigo y castigaba a un maestro, o que le cortaba las orejas a mis enemigos.
> Ortiz. Pero nosotros también tenemos palabras
> Facundo. Dudo de que podamos usarlas tan bien como ellos ¿Leíste las cosas que escribe el loco
ese de Sarmiento? Nosotros no contamos con un escritor como Sarmiento.
> Ortiz. Nosotros tenemos al pueblo.
> Facundo. El pueblo sólo sabe palabras sencillas. Para los unitarios las palabras son armas. Ellos
pueden hacer cosas con palabras. Cosas horribles. Por eso odio las palabras. Odio que puedan
convertir a un corrupto en un patriota. A un cobarde en un valiente. Odio que mañana vayan a
convertir a Facundo Quiroga en un bárbaro sanguinario.
> Ortiz. Pero ésta es una carta a mi familia. Quiero decirles lo que siento, por si llegara a pasar algo.
> Facundo. Pero ¿no te das cuenta? Te estás dejando llevar por palabras falsas. ¿Vos creés que un
asesino va a andar diciendo por ahí que va a matar al General Quiroga, al Tigre de los Llanos? No
pueden con nosotros Ortiz, entonces pretenden amedrentarnos con palabras… con palabras que
son mentiras. Ningún asesino a sueldo anda gritando por la vida que va a matar a su víctima
> Ortiz. El muchacho que me lo dijo es de confianza. El maestro de posta no tiene por qué
mentirme… él también está asustado porque tiene que mandar a dos chicos que nos guíen por el
camino… y teme por la vida de esos chicos.
> Facundo. Quizás el Pérez ése esté diciendo por ahí que me va a matar. Puede ser. Pero ya te dije.
Una cosa es la realidad. Y otra cosa son las palabras, en boca de estos maricones.
> Ortiz. ¿Y por qué iban a decir esas cosas?
> Facundo. Para asustarnos. Para asustarte a vos, al negrito, a los otros guardias. Como no pueden
derrotarme me quieren ver asustado. Huyendo como una rata o cruzando los caminos de Córdoba
con una custodia multitudinaria.
> Ortiz. Facundo, los seis hombres que nos acompañan son una custodia muy escasa.
> Facundo. Alcanzan y sobran. Me puedo defender por mí mismo. Sin necesidad de vos ni de los
seis.
> Ortiz. ¿Por qué creés que Rosas te ofreció más hombres? ¿por qué pensás que en Santiago nos
ofrecieron más hombres? ¿por qué suponés que nos sugirieron que evitáramos pasar por
Córdoba?
> Facundo. Porque les encantaría verme debilitado. Sentir que soy una sombra… que ando
huyendo, que no me animo a pasar por ciertas provincias. Pero en Córdoba todos me respetan, vos
lo sabés Ortiz, vos fuiste gobernador.
> Ortiz. Ahora el respeto no importa… mi amigo me habló de asesinos a sueldo, de tipos que matan
por dinero… y no les importa a quién están matando. Si no hubiera riesgos, Rosas no te hubiera
advertido. Rosas te quiere y te respeta.
> Facundo. Rosas me necesita. Como lo necesita a López. No sé si me quiere. Eso es otra historia.
> Ortiz. Te quiere y por eso te ofrece custodia. Porque sabía que en este viaje podía haber riesgos.
> Facundo. Me ofrece custodia porque quiere sentir que él me está protegiendo. Que yo necesito
de su protección para no correr peligros. Como si no pudiera procurarme la defensa por mí mismo.
> Ortiz. Rosas te mostró su afecto de muchas maneras.
> Facundo. Me respeta y me necesita. Sabe que mantener una buena relación conmigo es
mantener buenas relaciones con muchas provincias. Sabe que sigo siendo importante (Se pone de
pie, con gesto de dolor, se mira en el espejo, se yergue, acomoda sus cabellos). Que a pesar de
estos huesos traicioneros sigo siendo importante. Es verdad, Rosas me respeta. Pero a Rosas le
molesta que pueda haber alguien más importante que él.
> Ortiz. Pero si siempre te trató muy bien.
> Facundo. Le jode verme caminando por Buenos Aires, recorriendo los salones. Preferiría un
Facundo bruto, inculto. Un salvaje. No son los unitarios los únicos que se sorprenden cuando me
ven vestir pilcha europea. Quizás Rosas piense que es el único caudillo que puede pasearse por la
ciudad. No, señor. No sólo soy mejor que él cabalgando, no sólo soy más fuerte y más ágil, también
escribo mejor, y el pueblo me respeta y me venera aunque no tenga el título de gobernador.
(Hincha el pecho, gira lentamente para mirarse de uno y otro perfil). Y eso a Rosas le revienta. Sabe
que yo soy el único hombre que puede diputarle el liderazgo del país. (Más íntimo) Aunque ya no
me interesa. Pero si me interesara, podría. Por eso quiere hacerme sentir como un viejo, que
necesito de sus hombres para no correr riesgos.
> Ortiz. No te entiendo, ¿por qué estás tan cerca de él? ¿por qué te le pegás tanto si sentís todo
eso?
> Facundo. Ya te lo dije. Con virtudes y con miserias, nosotros representamos al pueblo. Los otros
son los enemigos. Rosas tiene muchos defectos. Pero pobre de los gauchos si no fuera por Rosas,
pobre de los negros si no fuera por Rosas, pobre de los pobres si gobernaran los unitarios. No nos
une el amor sino el espanto.
> Ortiz. (Resignado). ¿Me permitís terminar de escribir mi carta?
> Facundo (Toma la Biblia de arriba del escritorio). ¿Y para qué querías la Biblia?
> Ortiz. Quería copiar una parte del sermón de la montaña, para enviarle a mi familia. ¿Me
permitís? (Facundo le pasa la Biblia y Ortiz busca. Lee). Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los dulces, porque ellos heredarán la
tierra. Bienaventurados los afligidos, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los
misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia (Se le quiebra la voz. Solloza).
Bienaventurados seréis cuando os injurien, persigan y, mintiendo, digan todo mal contra vosotros
por causa mía. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos.
> Facundo (Con risa sonora). ¡Ahora falta que te cagues encima como el Zapata aquél de La Rioja!
Ortiz, ningún reino de los cielos. Te queda una larga vida por delante. Te podrá matar una comilona
con mucho vino, o una noche de sexo furioso, como aquella que tuvimos con tus amiguitas
cordobesas… pero quedate tranquilo que no te va a matar ningún Pérez. ¿Te parece que alguien
con ese apellido puede matar a Quiroga y su gente? (Carcajada).Ya te lo dije. Todavía no ha nacido
el hombre que tenga valor suficiente para matarme. Ya te dije que las palabras son eso… palabras,
habladurías.
> Ortiz. ¡Pero a veces las palabras dicen la verdad! ¡Nadie es todopoderoso!
> Facundo. Dios es todopoderoso. Y si querés leer la Biblia, buscá las palabras que te sirvan para el
valor, no para la despedida. Haceme un favor: buscá las páginas del Apocalipsis (Ortiz, con las
manos temblorosas busca)
> Ortiz. Acá está.
> Facundo. Capítulo trece. Versículo dos. Leé.
> Ortiz (Busca en la Biblia y lee, con voz temerosa). La Bestia que vi era semejante a una pantera;
sus pies eran como los de un oso y su boca como la de un león.
> Facundo (Se superpone a la voz de Ortiz y recita de memoria). Su boca como la de un león. El
Dragón le dio su poder y su trono con un gran imperio. Vi una de sus cabezas como herida de
muerte, pero su llaga mortal había sido curada. Toda la Tierra maravillada seguía a la Bestia.
Adoraron al Dragón, porque había dado su poder a la Bestia, y adoraron a la Bestia, diciendo:
¿Quién es semejante a la Bestia y quién podrá combatir contra ella? (Ríe espasmódicamente, toma
la Biblia de manos de Ortiz la cierra de un golpe y la apoya sobre la mesa). ¡Todavía no nació el
hombre destinado a dar muerte a la Bestia!
> Ortiz (Se hace la señal de la cruz). Entonces, ¿partimos?
> Facundo. En un rato, a la madrugada. Y te pido que transmitas dos órdenes. Primero: que
terminen de limpiar y cargar bien las armas, así te quedás más tranquilo. Segundo: que informes
que el primero que me hable de Santos Pérez o de Barranca Yaco, no va a quedar vivo, para pasear
su cobardía por el mundo. Yo mismo me voy a encargar de perforarlo a tiros. Podés retirarte. (Se
retira Ortiz, Facundo toma la Biblia, se sienta dificultosamente en el catre, pasa una páginas y lee)
>
>
> Tercer Acto
>
> Facundo lee la Biblia, recostado sobre el catre. Ingresan Ortiz y Funes.
>
> Facundo. ¿Alguna novedad?
> Ortiz. El cielo otra vez está lleno de nubarrones, como si en cualquier momento fuera a llover.
> Facundo. Igual vamos a partir. ¿Alguna otra noticia?
> Funes. Recién terminamos de limpiar y cargar las armas, General.
> Facundo. No van a ser necesarias, pero estar prevenido siempre está bien. ¿Tienen algo más que
decirme? (Ortiz y Funes se miran. El terror invade sus semblantes. Funes toma aire como para
empezar a decir algo pero se contiene).
> Ortiz. Nada más.
> Facundo. ¿Vos, Funes?
> Funes. Nada más, General.
> Facundo. De acuerdo. Vayan a preparar todo para partir, que ya está aclarando. Déjenme unos
minutos solo. Les aviso cuando esté listo para salir (Ortiz y Funes se retiran. Facundo aprieta la
Biblia contra su pecho, se acerca al espejo, arrima la cara, se mira las arrugas, se aleja un poco,
tensa los bíceps e hincha el pecho, observa su musculatura, se afloja, gira lentamente, se arrodilla
frente al crucifijo, levanta un poco su cabeza y reza). Señor del Universo: no me abandones. Dale
fuerza a mis huesos, dale temple a mi corazón, dale firmeza aesta voz cansada, dale claridad a
estos ojos gastados. Y dale valentía a estos hombres miedosos, dale la fuerza de los hombres
superiores. Como tu hijo, Jesús, que soportó sin temores el tormento de la cruz. Señor del
Universo: debilita a mis enemigos, confúndelos, desanímalos, que mueran mordiendo el veneno
infame de sus bocas mentirosas, que el dulce encanto de sus palabras refinadas se transforme en
un aullido de muerte. Que la enfermedad los someta. Que la tristeza los invada. Que el odio que
profesan hacia los pobres y olvidados carcoma su propia sangre. Y que sientan en sus bocas el
polvo del fracaso. Y que una muerte cruel los envuelva, los marchite y los acabe. Señor del
Universo: perdona mis pecados. Sabes que siempre defendí tu causa. ¿O no mandaste a tu hijo
para redimir a los menesterosos, a los ignorantes, a las putas y los pescadores? Por ellos peleé yo
durante todos estos años. Por mi gente de los Llanos, por mi gente de la Rioja toda, por los pobres
olvidados de la patria profunda, Señor, por la Argentina golpeada. Perdón si me excedí. A veces
uno se pasa. Perdón si castigué a algún recto. Perdón si obligué a cumplir órdenes injustas. Para mí
en esos momentos eran justas. Pero cuando pasa el tiempo, ¿quién puede saber? Pero tú sí sabes
por quién peleaba: Religión o muerte, decían mis banderas. Y acabé con Rivadavia, hereje,
soberbio, enemigo declarado de ti y de tu Iglesia. Combatí a tus enemigos y defendí a tus
preferidos: a los más sencillos. Perdón Señor por los excesos (Se recoge más), por la sangre que
corrió, por los inocentes mutilados de uno y otro bando. Fui un instrumento de tu justicia. Perdón
si alguna vez puse mi justicia por delante de la tuya. No siempre tu voz se escucha clara. No
siempre tu mensaje es transparente. Y gracias por tu amor. Por haberme ayudado siempre, como
sé que me vas a ayudar ahora. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio,
ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
>
> Facundo se hace la señal de la cruz. Se pone de pie dificultosamente. Se toma la cintura
dolorido y lentamente se agacha. Saca de debajo del catre dos frascos tapados, que poseen líquido
en sus interiores. Se pone de pie con dificultad. Se desviste de la cintura para arriba. Distribuye el
primero de los líquidos en su torso. Con el segundo se frota la cara y los cabellos, con movimientos
espasmódicos, como si estuviera formando parte de una ceremonia ritual. Sube sobre una silla.
Sus ojos se abren exageradamente, parece poseído. Levanta la mirada y ambos brazos hacia el
techo.
>
> Facundo (Con voz temblorosa e impostada). Padre Dragón, asísteme. (Sus manos tiemblan).
Dragón del fuego. Benigno. Maligno. Asísteme (Recorre su torso con sus manos temblorosas, está
en estado de trance. Suena un trueno). ¡Ladimakí! ¡Kilamacó! Fortalece a la Bestia. Aniquila a sus
enemigos. Quémalos. Derrítelos. Destrúyelos (Toma una espada imaginaria, tira un golpe al aire y
cae de la silla).
> Funes (Ingresa agitado). ¿Qué ocurrió, General? (Se agacha para asistirlo) ¿Está bien?
> Facundo (Inmóvil, vuelve a hablar con su voz habitual). Tranquilo. Estoy bien.
> Funes. ¿Qué es ese olor en su cuerpo?
> Facundo. Unos ungüentos, para aliviar el reuma.
> Funes. ¿Se golpeó mucho, Señor? Permítame ayudarlo.
> Facundo. No te preocupes, yo puedo (Se arrastra hasta el borde del catre. Apoya su codo derecho
sobre el colchón y lo mira desafiante).
> Funes. ¿Qué necesita?
> Facundo. Que esta vez pongas toda tu fuerza en tu brazo.
> Funes. General, usted está golpeado.
> Facundo. Dije que pusieras toda tu fuerza.
> Funes. Anoche yo puse toda mi fuerza, General. Se lo juro (Camina hacia el otro costado del catre
y se arrodilla como para pulsear).
> Facundo. Toda tu fuerza (Se endereza un poco. Le toma la mano como para pulsear). Si yo
sintiera que no estás poniendo toda tu fuerza, sos hombre muerto, negrito. Yo mismo te voy a
volar los sesos de cinco tiros (Le aprieta la mano). ¿Estás listo?
> Funes. Sí, General.
> Facundo. Bueno, vamos ya (Ambos hacen fuerza. Tras unos segundos Facundo comienza a torcer
el brazo de Funes). ¡Toda tu fuerza, carajo! (Domina Facundo pero después de unos segundos su
respiración se escucha agitada. Funes comienza a emparejar la pulseada y finalmente vence a
Facundo. Suena un trueno y se oye la lluvia. Funes mira asustado. Ingresa en la habitación Ortiz).
> Ortiz. ¿Qué pasa? ¿Otra vez midiendo fuerzas? (Facundo suelta la mano de Funes y tose
sonoramente). ¿Te ayudo a levantarte?
> Facundo. Por favor (Lo levantan entre Ortiz y Funes. El cuerpo de Facundo está muy debilitado).
Me duele todo. Hasta el alma me duele, carajo.
> Ortiz. ¿Querés que retrasemos la salida hasta que te sientas mejor? Está lloviendo otra vez.
> Facundo. No se retrasa ninguna salida (A Funes). Alcanzame la chaqueta, Funes (Funes le acerca
la ropa. Facundo se la pone lenta y dificultosamente. Después acomoda su pelo con las manos y
limpia su cara con un pañuelo. Camina hacia el espejo como para mirarse pero se arrepiente y
cambia de dirección. Imposta la voz, para que su orden sea escuchada más allá de los límites de la
habitación). ¡Atención! La comitiva del General Facundo Quiroga parte ya mismo rumbo a Barranca
Yaco.
>
> Salen. Se oscurece el ambiente y se oyen la lluvia y los truenos.
> Voz en off. El coche se hamacaba rezongando la altura;/ un galerón enfático, enorme,
funerario./Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura/ tironeaban seis miedos y un valor
desvelado./ Junto a los postillones jineteaba un moreno./ Ir en coche a la muerte ¡Qué cosa más
oronda!/ El general Quiroga quiso entrar en la sombra/ llevando seis o siete degollados de escolta./
Esa cordobesada bochinchera y ladina/ (meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma?/ Aquí
estoy afianzado y metido en la vida/ como la estaca pampa bien metida en la pampa./ Yo, que he
sobrevivido a millares de tardes/ y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,/ no he de soltar la
vida por estos pedregales./ ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas? (sonido de galope
de caballos)
> Voz de Santos Pérez. ¡Alto! Detengan la galera ¡Alto, he dicho! (Sonido de freno de los caballos).
> Voz de Quiroga. ¡No disparen! Soy el General Facundo Quiroga. Soy Facundo… (Se escuchan tres
disparos. Silencio).
>
>
> FIN

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