Las “iuris regulae” en la prudente tarea de interpretación
Para comprender el significado de las “iuris
regulae”, resulta necesario atender en primer lugar al lenguaje.
En la lengua latina, con sus diversas y variadas
declinaciones, se hace muy difícil establecer “reglas”, en razón de las múltiples excepciones que se presentan al momento de declinar.
En una de las obras más hermosas de la literatura
clásica, Varro plantea esta cuestión a partir de la diversidad que presenta la vida real, diciendo: “omnibus quae usus causa ad vitan sunt assumpta dominetur inaequabilitas, in sermone quoque, qui est usus causa constitutus, ea non repudianda”. Así como en todas las cosas que utilizamos para la vida, domina la desigualdad, no debemos rechazar que ello mismo ocurra en el lenguaje, que ha sido establecido para nuestra utilidad. (Cfr. De Lengua Latina, VIII, 15).
Suponiendo admisible la regla según la cual todas
las palabras análogas se declinan igual, expresada en el adagio “similibus similiter omnia declinentur verba”, debería seguirse que las palabras anómalas tienen una declinación anómala. Sin embargo, ello no ocurre así. Varro, presenta varios ejemplos: “Bonus” (bueno), y “Malus” (malo), se declinan como “bonum” y “malum”, respectivamente. Sin embargo, en “Lupus” (lobo) y “Lepus” (liebre), palabras análogas, encontramos una declinación anómala: lupo y lepori, respectivamente. Y palabras anómalas como “Iuppiter” y “ovis” (oveja), se declinan como “Iovi” y “ovi”. Todo ello demuestra que si bien es posible establecer ciertas pautas de declinación, no lo es el venir a establecer una regula que comprenda todos los casos.
A tal punto se presenta esta dificultad para
establecer una regla uniforme, que el mismo Varro llega a decir que “Si uno observara estas formas regulares, debería ser tildado de loco” (Pro insano sit reprehendendus) (Cfr, Varro, Op. Cit.VIII, 17).
Esta peculiaridad que presenta el lenguaje, en
cuanto a la imposibilidad de establecer reglas gramaticales uniformes, se verá reflejada en la mentalidad de los juristas, los cuales se van a resistir a emplear reglas jurídicas, en razón de que los casos suelen ser distintos unos de otros y no admiten una misma solución.
Un célebre texto de Iavoleno, en Dig. 50,17.202,
expresa: “Omins definitio in iure civile periculosa est”, que podríamos traducir literalmente diciendo: En derecho civil, toda definición es peligrosa”.
Sin embargo, si nos detenemos en la palabra
“definitio”, encontramos que es también sinónimo de “regula”, con lo cual una traducción más aproximada del texto, vendría a ser: “En derecho civil, toda regla es peligrosa”.
Los juristas clásicos conocían las reglas
abstractas, y sin embargo evitaron recurrir a ellas, y prefirieron considerar el caso desde una perpectiva individual. El jurista clásico trabaja en el nivel de la realidad concreta que es sometida a su análisis. Entonces debemos preguntarnos cuál es el lugar que les cabe a las “iuris regulae” en la labor de interpretar el derecho. Y la respuesta, se encuentra también en las palabras, pues estas reglas jurídicas, se expresan en lo que comúnmente llamamos “adagios”.
La palabra “adagio”, es la misma palabra que
“ambagio”, con alteración de una letra. Este último vocablo deriva del hecho que un orador vaya divagando de un lado para otro (ambit) en su discurso, sin centrarse en un único tema.
La palabra “ambages” ambigüedades, deriva de
ambe: “a un lado y a otro”, y se encuentra en “ambitus” (rodeo), y en “ambitosus” (que va de un lado para otro, generalmente captando votos); de allí proviene “ambicioso”. (Cfr. Varro, op. Cit, VII, 3)
De tal modo, que los adagios no pretenden
“definir”, sino tan solo aproximar un criterio de solución, que puede ser ambiguo según se presente el caso concreto.
En cierto sentido, los adagios podrían entenderse
como “aproximaciones”, en la medida que no pretenden definir previamente una solución abstracta.
El problema se va a presentar con el uso que se va
a hacer de los aforismos o adagios en el derecho moderno, que en muchos casos, -y erróneamente- les va a atribuír un carácter normativo. Así, las “iuris regulae” van a perder su sentido primigenio.
En el caso particular del derecho civil argentino,
cuando Jorge Joaquín Llambías, en su Tratado de Derecho Civil, aborda el tratamiento del tema de la Teoría de la Hermenéutica, la define como el “Conjunto de principios que debe tomar en cuenta el intérprete para una adecuada interpretación de la norma jurídica”. Más adelante, se pregunta “si los principios de tal teoría pueden ser establecidos imperativamente por el legislador”, y hace una referencia a los adagios, diciendo:
“Antes de entrar al examen de la teoría de la
hermenéutica, debemos desechar la eficacia y valor que erróneamente se suele atribuir a una serie de aforismos jurídicos, muy frecuentados por los prácticos del derecho, y a los que se considera, aún inconscientemente, como expresiones de una sabiduría irrefutable.
Citando a Ruggiero, añade:
“Toda la teoría de la hermenéutica parecería
asociarse a estas máximas tomadas de la lógica, y las más de las veces empleadas disparatadamente. Suenan como otros tantos proverbios de la sabiduría jurídica –por ejemplo, “ubi legis ratio ibi eadem dispositio”, “cesante legis ratione cessat eius dispositio”, “ubi lex non distinguit nec non distinguere debemus”, “inclusio unius fit exclusio alterius”-, y son por el contrario, el más peligroso instrumento en manos del Juez, a poco experimentado que sea éste en el difícil arte de interpretar. Tienen la apariencia de principios generales y absolutos y no hay uno solo que no sea falso como máxima general: parecen las más de las veces contradictorios y antitéticos de modo que contra uno que afirma o sienta una regla, es siempre fácil hallar otro que contenga la opuesta, y tienen por el contrario, cada uno su imperio dentro de límites propios fuera de los cuales adquiere vigor la regla contraria, pero cuáles sean estos límites no se averigua. Y un gran número de errores en la aplicación de los textos legales reconoce como causa directa e inmediata el abuso de tales aforismos por Jueces y Abogados, precisamente porque, como se ha dicho, son falsos en su generalidad”. (Cfr. Llambías, Jorge Joaquín, Tratado de Derecho Civil, Parte General, Tomo I, Pág. 108, Ed. Perrot, Buenos Aires, X edición). (Cfr. R. de Ruggiero, Instituciones de derecho civil, Ed. Madrid, Vol. I, Pág. 134, ap. I ).
El autor citado, no considera las “iuris regulae”
como pautas de interpretación, sino que las presenta en una situación de pugna con el derecho positivo.
Tal modo de entender las reglas jurídicas, es
erróneo, y se encuentra en las antípodas de lo que concibieron los juristas clásicos.
Las “iuris regulae”, no deben entenderse
entonces como “reglas rígidas”, sino más bien como “reglas blandas”, de utilidad para el jurista en la prudente labor de la interpretatio. No expresan ellas la rigidez del ius, sino la flexibilidad de la aequitas.
Cabría entonces, recordar las palabras de
Terencio: “ius summum saepe summa malitia”, frase introducida en el diálogo de la comedia “El atormentador de sí mismo”, idea que, -un siglo después-, Cicerón va a expresar más claramente como “Summum ius, summa iniuria”.
Es la misma máxima que volvemos a encontrar
poco después del Siglo I d.C, en un texto de Columela, que dice: “Nam summum ius antiqui, summam putabamt crucem”, y que expone a la rigidez del ius como el peor de los castigos.