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Libro Psicopatología
Libro Psicopatología
Este trabajo, que es la segunda edición, corregida y ampliada, de otro de título similar
publicado en la Colección de Breviarios de la Universidad Católica de Cuyo en 1997, se
propone ofrecer una visión panorámica de las principales clases de los así llamados
“trastornos”, “cuadros” o “enfermedades” mentales, con una finalidad estrictamente
didáctica: la de preparar al estudiante recién iniciado en el estudio de la Psicopatología
para la comprensión de esta disciplina al presentarle, de una manera sintética y global,
los elementos básicos de la nosografía psicopatológica.
Por esa razón, pensamos que podrá ser también de utilidad para el lector no
especializado en estas problemáticas pero que desee informarse someramente sobre las
mismas.
El atender a tal carácter propedéutico nos llevará necesariamente a una exposición muy
simplificada y esquemática de los grandes cuadros, sin hacer justicia a la complejidad
propia de los asuntos tratados ni a la que presenta la clínica en cada caso particular.
Por otro lado, por su claridad adheriremos para la exposición a una perspectiva basada
en gran parte en un modelo “médico” (hablaremos, por ejemplo, de “enfermedades”,
“nosografía”, “síntomas”, etc.), haciendo la salvedad de que sus virtudes no la eximen
de las críticas que justificadamente ha merecido este enfoque.
También nos ha parecido útil agregar una lista de prefijos, sufijos y voces griegas y
latinas que pueden ayudar al estudiante a entender etimológicamente muchos de los
términos utilizados en esta disciplina en que se está introduciendo, incluso de algunos
que no aparecen mencionados en el texto pero que pueden serle de utilidad en el futuro.
CAPÍTULO I
Desde un punto de vista médico, enfermedad (del latín infirmitas, que proviene de
infirmus, débil, no firme, firmus) es la alteración más o menos grave de la salud, un
estado de perturbación, trastorno o desviación de una o varias partes del organismo o de
su funcionamiento.
2- Enfermedad mental
Podríamos definirla como aquella enfermedad que afecta la mente o la psique de una
persona. La distinguiríamos de “enfermedad orgánica” en cuanto que ésta, tanto en su
etiología como en su sintomatología, afectaría fundamentalmente lo físico.
Esta distinción, aparentemente tan clara, revela no serlo tanto cuando la examinamos
más atentamente. En efecto, se suscitan muchos interrogantes. ¿Cómo definir la
“mente” o la “psique” de una persona? Si el hombre es una unidad, ¿es posible hacer
una distinción tajante entre “mental” y “orgánico”? La enfermedad de Alzheimer, por
ejemplo, que afecta al cerebro de la persona, ¿es mental u orgánica? Cuando uno habla
de “enfermedad”, ¿se refiere siempre a una etiología orgánica, en sentido estrictamente
médico, o se utiliza el término en sentido figurado, como cuando uno dice “la violencia
es una enfermedad social”?
1
El Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana de Corominas hace referencia al latín pati,
“sufrir, soportar, padecer”, de donde derivarían palabras como paciente (el que padece una enfermedad),
compasión (padecer con), etc.
Por otro lado, usar este término nos compromete inmediatamente en una referencia al
llamado “modelo médico”. No es éste el lugar para analizarlo, pero sí recordaremos que
parte de determinados presupuestos (se trata de enfermedades sensu stricto, la etiología
es orgánica, el tratamiento también lo es, etc.) y que se ha hecho acreedor a numerosas
críticas, sobre todo en lo que hace a sus limitaciones, patentes al pretender aplicarlo al
campo de la psicopatología.
Estos inconvenientes han llevado a tratar de remplazar esta expresión por otras
(“trastornos de conducta”, “perturbaciones emocionales”, “desórdenes mentales”, etc.),
más o menos equivalentes, más o menos felices.
Si analizamos someramente esta definición, podemos ver que ella entiende el “trastorno
mental”
- como un síndrome: es decir, un conjunto de signos* y síntomas* que configuran
una unidad; o un patrón3 (una pauta)
- comportamental o psicológico, es decir, que se manifiesta en las áreas de
funcionamiento de la persona que denominamos “mente”, “conducta”,
“psiquismo”,
- de significación clínica, es decir, que tiene importancia o relevancia desde el
punto de vista de un posible tratamiento del padecer del paciente,
- que se asocia a un malestar: es decir, produce dolor, sufrimiento (por ejemplo,
lo que siente un paciente deprimido, o en un ataque de pánico),
- o que se asocia a una discapacidad (v.gr., el deterioro de la memoria y otras
funciones en la demencia, el no poder estudiar o trabajar después de un brote
esquizofrénico) en una o más áreas de funcionamiento (familiar, social, laboral,
académico),
- o que se vincula a un riesgo significativamente aumentado de sufrir la muerte
(p.ej., la posibilidad de suicidio en una depresión melancólica), dolor (v.gr., en
un dolor somatomorfo*) o pérdida de libertad (como en los actos delictivos de
un psicópata),
2
American Psychiatric Association (2002), pág. XXIX.
3
Esta palabra proviene del inglés pattern, que significa “diseño”, “configuración”, “pauta”, “modelo”,
“norma”. “molde”, como en patterns of behaviour, “pautas de comportamiento”.
- que es la manifestación, en el individuo, de una disfunción (es decir, algo no
funciona como debería hacerlo habitual o idealmente) ya sea comportamental
(p.ej., una perturbación del comportamiento social en la psicopatía), psicológico
(un trastorno del juicio en la psicosis) o biológica (un proceso degenerativo
neuronal que provoque una demencia), y no únicamente una mera reacción del
individuo al contorno social inmediato (si me asaltan y siento angustia, no es lo
mismo que si mi angustia surge de una pulsión reprimida o una disfunción de mi
tiroides).
Tengamos en cuenta que el adjetivo “mental” que califica a “trastorno” no implica que
la etiología (causa) sea necesariamente de orden psicológico, sino que se refiere al área
en donde el mal funcionamiento se manifiesta.
Dos conceptos muy útiles para determinar la ubicación de una patología, aunque algo
difíciles de definir con exactitud, son los de “juicio de realidad” y de “conciencia de
enfermedad”.
Juicio de realidad
Podríamos definir al juicio, de manera aproximada, y con las salvedades que acabamos
de hacer, como la capacidad que presenta una persona para adecuar su pensamiento y
sus procesos mentales a la realidad objetiva, y también para valorar, según ella, su
realidad interna, su “mundo interno”.
Juan Carlos Betta4 distingue dos tipos de enfermos: alienados* y no alienados, según
esté o no perturbado el juicio.
4
Betta, J.C. (1974), pp. 22-24.
Un enfermo mental es entonces un alienado cuando presenta una perturbación del
juicio, lo cual “compromete seriamente la autocrítica y la autonomía de la personalidad,
al extremo de que son irresponsables de sus actos… Decimos que un enfermo mental no
es alienado cuando en ningún momento de la evolución de la personalidad se altera la
autocrítica, su autodeterminación o su autoconducción, y que conserva, por
consiguiente, la autonomía de su personalidad porque el juicio no está perturbado” (loc.
cit.)5
Este autor recuerda la definición brindada por el Profesor Nerio Rojas, eminente
psiquiatra argentino, quien afirma que “Alienación mental es el trastorno general y
persistente de las funciones psíquicas, cuyo carácter patológico es ignorado o mal
comprendido por el enfermo, y que impide la adaptación lógica y activa a las normas
del ambiente, sin provecho para sí mismo ni para la sociedad” (loc. cit.).
Para Betta hay cuatro perturbaciones del juicio: el juicio insuficiente, propio de los
retrasos mentales, sobre todo en los más graves; el debilitado, propio de los dementes;
el suspendido, que aparece en los confusos mentales, y el desviado, que se da en los
psicóticos (esquizofrénicos, melancólicos, etc.).
En psicopatología, los enfermos de los que se dice que han perdido el juicio son
fundamentalmente los psicóticos (orgánicos, esquizofrénicos, paranoicos, parafrénicos,
maníacos, etc.).
Conciencia de enfermedad
Es necesario que se cumplan las tres condiciones. Por ejemplo, un delirante puede sentir
malestar, pero atribuirlo influencias externas (“me han hecho un mal”, “con un aparato
de rayos me quitan los pensamientos y me vacían la mente”); o el sujeto se siente mal
pero lo atribuye a su cónyuge, al destino, al sistema capitalista, etc: “mi mujer debería
estar aquí, en el psicólogo, no yo”. Quien tiene conciencia de enfermedad piensa que
algo anda mal en él, y por ello habitualmente consulta a un profesional o a una persona
a quien él considere idónea para ayudarlo.
5
Alguno términos relacionados con el concepto de alienación mental, pero que han caído ya en desuso o
se usan en otros contextos (p.ej., en psiquiatría legal) son los de insania* y vesania*.
Con una intencionalidad didáctica y sin pretensión de ofrecer algo más que una
clasificación útil en la práctica, dividiremos los cuadros principales en los siguientes
grupos:
NEUROSIS
Esteban, un ingeniero de 29 años, iba entrando en un hipermercado hace unos tres meses, cuando
de repente sintió que el corazón le latía más fuerte, se mareaba y un sudor frío empezaba a
recorrer su cuerpo. Pensó que iba a morirse. Si bien a los veinte minutos lo peor ya había pasado,
quedó con mucho miedo. Como la crisis volvió a repetirse, siempre de forma brusca e
inesperada, su clínico le ha dicho que padece de “ataques de pánico” y que debe consultar a un
psicólogo. Concurre a la consulta muy angustiado: se pregunta qué le pasa, qué hay de malo en
él, y quiere librarse lo antes posible de ese síntoma que lo angustia.
María, una estudiante de arquitectura de 20 años, empezó hace un año con un dolor en la pierna
derecha, que se empeoraba al llegar los fines de semana. Ha concurrido a numerosas consultas
médicas, pero los múltiples exámenes a los que se ha sometido han arrojado resultados negativos
es decir, no han encontrado ningún factor orgánico que explique esos dolores, que por otra parte
de hacen cada vez más fuertes. Por eso consulta al psicólogo, ya que le han explicado que ellos
pueden ser de origen “emocional”.
1- Concepto de neurosis
Los síntomas pueden ser muy variados: ansiedad, depresión, fobias, crisis de angustia
(“ataques de pánico”), ideas obsesivas, tics, disfunciones sexuales (impotencia,
eyaculación precoz, anorgasmia, etc.), trastornos del sueño, inhibiciones (“bloqueos”),
tartamudez, etc.
De acuerdo con la mayoría de los autores, las neurosis no son enfermedades médicas y
su etiología sería fundamentalmente psicógena, aunque no hay opinión unánime al
respecto.
No hay tampoco una neta y definida diferenciación entre las personas “neuróticas” y las
llamadas “normales”: un neurótico es un “normal” que presenta síntomas, y un
“normal” siempre evidencia (al menos en algún momento de su vida) síntomas
neuróticos que, aunque por ser tan débiles no se tornan problemáticos, no por ello dejan
de serlo. ¿Quién no ha tenido pequeñas fobias, alguna idea que no se ha podido sacar de
la cabeza por la sola fuerza de la voluntad, algún malestar orgánico que no tenía
explicación médica, momentos de ansiedad o de depresión y así sucesivamente?
Algunos autores piensan que el “neuroticismo” es una dimensión de la personalidad, y
que la persona “sana” es aquella que tiene un bajo nivel de neuroticismo, y que la que
llamamos “neurótica” lo tiene alto, de modo que no hay una diferencia categórica entre
ambos grupos.
Por lo común, y aunque a veces con muchas dificultades, el neurótico puede realizar sus
tareas diarias, trabajar, cuidar de sí mismo, etc., en forma adecuada; no es, por lo
general, peligroso para sí mismo o para la sociedad, ni su tratamiento requiere
hospitalización.
Por motivos que no mencionaremos aquí, el término “neurosis” ha sido eliminado de las
últimas ediciones de los sistemas internacionales de clasificación (DSM-IV, CIE-10);
por ejemplo, lo que antes se llamaba “neurosis obsesivo-compulsiva” en el DSM-IV se
denomina “trastorno obsesivo-compulsivo”.
Veamos ahora las principales formas clínicas de las neurosis, haciendo la salvedad de
que en la práctica es raro encontrar una de ellas en forma “pura”, puesto que lo más
frecuente son estados “mixtos” con síntomas de diferentes tipos (p.ej., una mujer
deprimida con ansiedad generalizada, algunas conversiones e ideas obsesivas variadas).
Hay muchas clasificaciones de las neurosis; tomaremos como guía la más conocida
(neurosis de angustia, fóbica, histérica y obsesiva) pero mencionaremos también
algunas formas que suelen citarse en la literatura, aunque hayan perdido vigencia o su
uso no sea totalmente adecuado (neurastenia, neurosis depresiva, etc.).
2- Neurosis de angustia
Tanto Esteban como Florencia sufren de neurosis de angustia, pero sus síntomas son diferentes.
3- Neurosis fóbica
Isabel ha comenzado, desde hace unos cuatro meses, a tener miedo a viajar en colectivos. Este
síntoma le ocasiona múltiples problemas, puesto que viaja a la universidad todos los días por este
medio de transporte. Ella entiende perfectamente que no hay un motivo racional para este temor,
pero eso no impide que le aterrorice la sola idea de poner un pie en un colectivo, cosa que antes
hacía sin ningún problema. Isabel presenta una neurosis fóbica; en el lenguaje del DSM-IV, una
fobia específica, tipo situacional.
La “contrafobia” es una actitud del tipo de las formaciones reactivas, por las cuales el
sujeto no sólo enfrenta sino que busca encarar -como desafío- las situaciones
primitivamente temidas como una manera de controlar su temor (v. gr. el acrófobo* que
se hace andinista).
4- Neurosis histérica
6
American Psychiatric Association (2002), pág. 481.
tragar, crisis pseudoconvulsivas, etc., sensoriales (ceguera, diplopía*, sordera,
pérdida de la sensibilidad, etc.) o mixtas, pseudociesis*, etc..
b) Síntomas disociativos: afectan el estado mental del sujeto, sobre todo en lo que
hace a funciones como la conciencia, la memoria, la orientación y el sentimiento
de identidad. Algunos de ellos son amnesia disociativa (incapacidad para
recordar información importante para el sujeto, p.ej., episodios traumáticos),
fuga psicógena (viajes inesperados lejos del hogar, con confusión sobre la
identidad y amnesia), personalidad múltiple o trastorno de identidad disociativo
(presencia alternante de dos o más personalidades distintas), estados de
despersonalización (el sujeto tiene la vivencia de ser un observador de sí mismo,
o se siente como si estuviera viviendo un sueño), estados de “trance” o
pseudoposesión demoníaca, etc.
“Se supone que estos trastornos tienen un origen psicógeno y presentan una
asociación temporal estrecha con acontecimientos traumáticos, problemas
insolubles e intolerables o relaciones interpersonales alteradas. Los síntomas
representan a menudo el concepto que el paciente tiene de cómo se manifiesta una
enfermedad médica. Las exploraciones e investigaciones médicas no revelan
ninguna alteración física o neurológica conocida. Además, hay pruebas de que la
pérdida de la función es una expresión de conflictos o necesidades emocionales.
Los síntomas pueden desarrollarse en estrecha relación con estrés psicológico, y
aparecen a menudo de forma repentina.”7
5- Neurosis obsesiva
Antes de acostarse, José debe abrir y cerrar siete veces la llave del gas, porque si no lo hace
no puede conciliar el sueño, ya que le asalta la idea de que podría quedar la llave abierta y
él y todos sus seres queridos podrían morir intoxicados o en una explosión.
Cada vez que conduce por la Avenida de Circunvalación o por la ruta de noche, Isabel
piensa que puede haber atropellado a un ciclista o a un peatón, sin advertirlo. Aunque se da
cuenta de lo improbable y absurdo de esa idea, no puede sacársela de la cabeza. Y muchas
veces “debe” salir a verificar si no hay manchas de sangre en el paragolpes.
Las cuatro que hemos reseñado son las formas típicas y clásicas de neurosis. A
continuación describiremos brevemente otros cuadros neuróticos que no corresponden
estrictamente hablando a una clasificación actualmente en uso pero que pueden ser
mencionados en la bibliografía o en el uso corriente del lenguaje.
8
OMS (2000), pág. 133.
CAPÍTULO III
TRASTORNOS DE LA PERSONALIDAD
Los familiares de María ya no saben qué hacer con ella; dicen que está “obsesionada por la
limpieza”. Siempre se ha preocupado excesivamente por el orden y la higiene de la casa, que
parecen ser el tema central de su vida. Dedica la mayor parte del día a lavar, fregar, asear, poner
cada cosa en su lugar, desinfectar. Persigue a sus familiares para que usen plantillas de gamuza
especialmente diseñadas que deben colocarse debajo de los zapatos para no ensuciar el piso, que
enjuaguen el jabón después de usarlo, que cuando se saquen la ropa al volver al trabajo la aireen
afuera antes de colgarla en el placard, etc. No se hace problema por su forma de ser, y piensa que
todos deberían ser como ella, ya que, como dice María, “la higiene y la limpieza son
imprescindibles para mantener la salud y para que la casa presente un aspecto decente”.
Arturo es tremendamente desconfiado. Siempre piensa que los demás no son sinceros, que
quieren perjudicarlo. Ni siquiera confía en su esposa –es muy celoso-y le ha impedido salir a
trabajar. Ni ella ni nadie conoce el estado de su cuenta bancaria. Se niega a usar tarjeta de crédito
o celular porque piensa que han sido diseñados por los bancos, las multinacionales y los
gobiernos para invadir la privacidad de los ciudadanos y así controlarlos mejor. Si alguien es
muy amable con él, inmediatamente piensa que “está escondiendo el cuchillo debajo del
poncho”.
Daniel es conocido por todo el barrio donde atiende su kiosco por su alegría y buen humor. Vive
haciendo chistes, “habla hasta por los codos” y es sumamente ocurrente. Se ríe a carcajadas y
tiene una visión sumamente optimista de la vida. Si para los vecinos es motivo de diversión y
entretenimiento, no lo es tanto para sus parientes. Varias veces se ha gastado los ahorros de la
familia en proyectos bastante poco realistas, que se le ocurren de golpe y que busca instrumentar
sin la debida ponderación previa. Cuando se enoja se pone muy mal y es capaz de insultar y
gritar sin poder moderarse; y ha tenido problemas con varias vecinas porque se les ha insinuado
sexualmente a través de sus “chistes”. Parece incapaz de enfrentar situaciones dolorosas y sólo
ve el aspecto “picante” y placentero de la vida: cuando su madre se enfermó gravemente sus
hermanos no pudieron contar con él para cuidarla.
María, Arturo y Daniel han sido siempre así. Su “problema” (más bien, en realidad, el problema de los
que le rodean) es su forma de ser, su “carácter”, su “personalidad”. Sus rasgos predominantes crean
situaciones difíciles para sí mismos y para su medio ambiente. Pero ellos no se dan cuenta de todo esto:
consideran que su modo es normal y adecuado. Van a consultar sólo porque sus familiares los han puesto
“contra la pared” y les exigen un cambio, o porque sufren tal vez de ansiedad o depresión, pero no
advierten que éstas surgen de los problemas que sus rasgos de carácter han creado.
En sí, los rasgos no son patológicos –todos, obviamente, los tenemos- pero hablamos de
“trastornos de la personalidad” cuando ellos
a) se exageran, se hipertrofian desmedidamente (v.gr., un sujeto excesivamente
desconfiado y receloso);
b) son inflexibles, rígidos y no admiten una adaptación plástica a las circunstancias
de la vida (p.ej., una persona que es fría y distante aún en situaciones de
intimidad y afecto frente a las cuales lo apropiado sería dejar de lado actitudes
que serían más adecuadas para ocasiones en que exista una amenaza o peligro);
c) causan una seria desadaptación o un malestar intenso (como en el caso de una
persona tan temerosa que evita todo tipo de compromiso afectivo, o tan infantil
que no puede asumir roles adultos).
Susana es una persona normal preocupada por la limpieza y el orden. Para ella es muy importante
mantener la casa en condiciones de higiene y arreglo. Aparentemente es muy parecida a María, a quien
mencionamos más arriba. Pero Susana es “moderadamente” limpia: no repasa, por ejemplo, las pantallas
de las lámparas todos los días, ni exige que la ropa se airee en el fondo antes de colgarse. Después de una
fiesta en casa que terminó a las cinco de la mañana, Susana puede acostarse, ya que está muy cansada, y
dejar los platos sucios para lavarlos al otro día. María, en cambio, no podrá conciliar el sueño si no se
pone a lavar y a ordenar para que al día siguiente todo esté igual que antes de la fiesta, por más fatigada
que esté. Es decir, la conducta de Susana es flexible y se adecua a las circunstancias: “estoy molida, me
voy a dormir y mañana limpio la casa”. No ocurre así con María, que no puede dejar de fregar aún cuando
con el ruido no deje descansar a los otros miembros de la familia, con el consiguiente enojo de éstos y la
aparición de conflictos interpersonales.
2- Cuestiones terminológicas
9
American Psychatric Association (2002), pág. 766.
10
Laplanche y Pontalis (1971), pág.254.
caracteropatía para designar a las primeras, sobre todo cuando la hipertrofia de los
rasgos, la rigidez de la persona y la egosintonía de estos modos desadaptativos de ser
patentizan un cuadro cuya gravedad sería mayor que las de las neurosis.
3- Características
En estos casos, el sujeto no suele experimentar como algo extraño la anomalía que
padece; por el contrario, considera sus rasgos como normales, aunque para el
observador externo no lo sean. Por ello es difícil que un caracterópata concurra motu
proprio a la consulta; sólo lo hace si está descompensado, es decir, si la situación es tal
que ha producido una ruptura del rígido equilibrio y sus estereotipadas defensas no le
alcanzan para sofocar la angustia. En tal caso, sin embargo, lo que él presenta como
problemático no son sus rasgos excesivos sino las consecuencias de los mismos.
Las diferencias señaladas no deben hacernos olvidar que una delimitación neta entre
neurosis y caracteropatías es muy difícil de marcar con exactitud. ¿Cuál es el límite
entre el carácter neurótico que siempre subyace a una neurosis y la caracteropatía del
mismo estilo? ¿Acaso el síntoma neurótico no arraiga siempre en la organización total
de la personalidad? ¿No hay caracteropatías que hacen síntoma? La conciencia de
enfermedad, aunque relativa, suele aparecer en algunos casos.
No obstante, el separar estas categorías –cosa que no todos los autores hacen- puede ser
de utilidad no sólo teórica sino también práctica (elección de la estrategia terapéutica,
pronóstico), aún a pesar de las dificultades apuntadas.
11
Recordemos que el sufijo “-oide” significa “parecido a”, “semejante”, como en “humanoide”: parecido
a un humano, aunque no lo sea. Por ejemplo, “paranoide” quiere decir: “parece un paranoico, tiene
características similares, aunque no lo es estrictamente hablado”.
No hay una clasificación única y universalmente aceptada para estos cuadros: aquí
reseñaremos los tipos que más se mencionan en nuestro medio, señalando sus rasgos
más particulares, con un criterio más bien clínico y ecléctico, y recordando que la
mayoría de las personas presentan características de distintos tipos; por ejemplo, un
paciente puede manifestar rasgos histéricos, fóbicos e hipocondríacos. Recién hablamos
de una “caracteropatía” cuando ellos se presentan con las características patológicas
(hipertrofia, rigidez, etc.) mencionadas en los puntos anteriores. Podríamos enumerar
los siguientes trastornos de la personalidad:
Por su relevancia clínica, estos últimos trastornos van a ser examinados en forma
separada aunque, sensu stricto, son trastornos de la personalidad, en cuanto formas de
ser crónicas, anómalas y problemáticas para sí mismos y para los demás.
5- La clasificación del DSM-IV
Desde chiquito, Raúl fue un niño problema. Ya en el jardín de infantes era un chico fanfarrón que
metía miedo y que robaba a sus compañeritos. Mentiroso y violento, incendió una vez la motocicleta
de su maestra de 4º grado porque había mandado a llamar a sus padres. En la actualidad tiene treinta
y dos años y ha sido detenido en numerosas oportunidades por robo y estafas reiteradas. En varias
ocasiones ha golpeado a sus parejas, chicas a las que dejó embarazadas sin hacerse cargo después de
su paternidad. Nunca ha experimentado culpa ni arrepentimiento, y siempre encuentra excusas que
justifican sus comportamientos (“El tonto dejó la billetera en el auto. Se merecía que se la robara,
para que aprenda a no ser imprudente.” “Tuve que golpearlo porque él empezó a agredirme, yo sólo
me defendí”). Jamás ha durado en un trabajo más de seis meses, y en todos ellos ha creado
problemas. A pesar de haber sido privado de su libertad en repetidas ocasiones, pareciera no
aprender de la experiencia, porque vuelve a “caer” por los mismos motivos. No planifica para el
futuro, y da la impresión de actuar siempre por impulso, buscando sólo gratificar sus deseos más
inmediatos. No tiene la más mínima intención de cambiar, aunque actualmente, en la cárcel,
concurre todos los domingos a Misa y “va al psicólogo” porque piensa que de esa manera le van a
rebajar la pena.
Arturo, contador de 32 años, se siente fuertemente atraído por niños. Se excita sexualmente cuando
ve fotografías o filmes donde aparecen varoncitos entre cinco y doce años. Ha abusado de
numerosos prepúberes y algunos púberes, a los que seducía haciéndose amigos de ellos y
compartiendo “jueguitos” del tipo Play-Station. Cuando no puede abusar de alguno, se masturba con
pornografía en que aparecen menores en posiciones eróticas.
Los trastornos que vamos a reseñar en este capítulo se caracterizan por tener las
siguientes características:
- son permanentes, crónicos, “de toda la vida”;
- no son psicóticos (es decir, el juicio está conservado, no hay delirios ni
alucinaciones);
- por lo general no implican conciencia de enfermedad;
- el área más afectada es la del control de los impulsos;
- la mayoría de las veces el actuar estos impulsos choca con los valores sociales y
culturales vigentes (es decir, implican una transgresión);
- estos impulsos son egosintónicos, el sujeto no lucha contra ellos, los identifica
totalmente a sí mismo (no lucho contra el deseo de violar a una mujer, sino que
mi yo está totalmente de acuerdo con ello y se dispone a llevarlo a cabo; después
no siento ni culpa ni remordimiento).
Vamos a ver en primer lugar el desorden que cumple con todas estas características: la
psicopatía; y después vamos a mencionar algunos otros cuadros que también implican
dificultades en la esfera de los impulsos, aunque no son trastornos antisociales de la
personalidad como la primera.
1- Cuestiones terminológicas. Impulsos y control de impulsos. Acting out y pasaje
al acto.
Impulsos e impulsiones
Todos sentimos “impulsos”, que son fuerzas que nos hacen tender a una acción y que
los “sentimos” como tales: “Sentí el impulso de darle un trompada / de darle un beso /
de decirle más de cuatro verdades/ de fumarme un cigarrillo/ de comprarme ese plasma
que está en oferta...”. El impulso nace del núcleo de nuestro ser, de lo afectivo, de lo
instintivo, de lo pulsional. Se siente como algo que “surge” en nosotros, de golpe, con
las “ganas” de hacer algo a lo que el impulso nos “empuja”. No es algo elaborado,
meditado, lento, como p.ej. una reflexión, un sentimiento amistoso, etc. Cuando uno
siente un impulso, aumenta la tensión, la cual se resuelve al darle rienda suelta al
impulso.
Frente a ese impulso, nuestro “yo” delibera internamente y decide si le va a dar curso o
no: “Experimento el impulso de insultar al profesor porque me ha bajado en el examen,
pero no lo voy a hacer porque las consecuencias no serían buenas para mí; me podrían
sancionar, el profesor se podría vengar en el próximo examen, voy a quedar con mala
imagen, en mi familia me retarían, no estaría de acuerdo con mis valores, etc. Por lo
tanto, no lo voy a insultar y en su lugar le voy a decir: Sí, profesor, está bien...” Mi yo
ha controlado e inhibido el impulso. Esta función es el control de los impulsos.
Hay personas a las que no les cuesta inhibir los impulsos, sus “frenos” andan bien; y
otros a los que sí. A los que habitualmente les cuesta les llamamos “impulsivos”. Por
ejemplo, los niños impulsivos, según el DSM-IV (trastorno por déficit de atención)
responden a las preguntas antes de ser contestadas, les cuesta esperar su turno,
interrumpen o se inmiscuyen en las conversaciones y juegos de otros. (Es obvio que los
niños son más impulsivos que los adultos, y que el control de los impulsos se va
desarrollando a lo largo del tiempo; por ello las personas impulsivas impresionan como
inmaduras.)
En general los impulsos corresponden a ganas, deseos, de hacer algo que va a producir
placer, agrado: a tomar una cerveza helada en verano, a darle un beso a alguien, a
gastarme los dos pesos que tengo para las fotocopias en un chocolate, etc. Pero hay
impulsos que no nos agradan (o que agradan a nuestro ello, pero no a nuestro yo o
superyó, como diría Freud), que nos pueden aterrar, porque son inconciliables con
nuestras aspiraciones éticas y estéticas (con nuestro yo y nuestro superyó). Descubrir
que tengo impulsos que de darles rienda suelta me llevarían a robar, a tener relaciones
con alguien de mi mismo sexo, a lanzar un infundio que desprestigiaría a mi rival, a
clavarle un cuchillo a alguien que odio, a pegarme un tiro, etc., puede causar una
fortísima angustia a mi yo.
Por otro lado hay también impulsos “normales”, como los comunes motivados por el
hambre, la sed, el sexo, etc., que no son inconciliables en términos morales, culturales y
superyoicos, e impulsos claramente “mórbidos”, patológicos: violar a una mujer, comer
excrementos, destripar a alguien, seducir niños, masturbarse en público, etc.
El DSM-IV habla de “trastornos del control de los impulsos” y los describe como “...la
dificultad para resistir un impulso, una motivación o una tentación de llevar a cabo un
acto perjudicial para la persona o para los demás.” En muchos de ellos “...el individuo
percibe una sensación de tensión o activación interior antes de cometer el acto y luego
experimenta placer, gratificación o liberación en el momento de llevarla a cabo. Tras el
acto puede o no haber arrepentimiento, autorreproches o culpa” (DSM-IV-TR, pág.
741).
En la compulsión sujeto lleva a cabo un comportamiento (en el área del mundo externo,
como abrir y cerrar el picaporte siete veces; en el área del cuerpo, como lavarse las
manos cada vez que toca un objeto que cree que está contaminado; o en el área de la
mente, como sumar los dígitos de la chapa de cada auto que ve) que el individuo se
siente internamente obligado a realizar, debido a una regla que se le impone con arreglo
a la cual debe actuar, p.ej., “debo lavar y enjuagar los platos perfectamente antes de
introducirlos en el lavavajillas”, o a que está contrarrestando una idea obsesiva (me
peino durante media hora porque “debo asegurarme de que ninguno de mis pelos quede
fuera de línea”). Es un comportamiento típicamente obsesivo, exagerado y forzado, que
responde a dos motivaciones fundamentales: reducir el malestar y la ansiedad (si no
camino poniendo el pie baldosa por medio, me voy a sentir muy angustiado) o evitar un
acontecimiento negativo en el futuro (si no llego a la esquina antes de que pase aquella
bicicleta, me irá mal en el examen de Patología). Las compulsiones generan rituales (en
lenguaje común denominados a veces “manías”). La mayoría de las veces el sujeto se
resiste a ellas y son egodistónicas, aunque en general fracasa en la lucha y termina
cediendo (al final, “baja los brazos” y acaba realizándolas habitualmente).
2º- En el impulso, por lo general, el sujeto lleva a cabo algo que es placentero en el
momento, como p.ej., consumir cocaína. En la compulsión realiza algo que a su yo
puede resultarle displacentero, pero lo “debe” hacer igual.
Algunos términos que se utilizan habitualmente en relación a este tema, sobre todo
cuando utilizamos un marco de referencia psicoanalítico, son:
Actuación: es una palabra que suele emplearse en castellano como traducción del
alemán Agieren, utilizado por Freud, o del inglés acting out. No significa “actuar” en el
sentido teatral, como cuando decimos que un actor dramatiza un papel. En general,
puede tomárselo como sinónimo de “acción impulsiva”: el sujeto lleva a la acción un
impulso. En un sentido más estricto, se utiliza en psicoanálisis para describir el
comportamiento de un sujeto que hace algo, que está en contraste con lo habitual, y que
usualmente implica algo hetero o autoagresivo. Si está en análisis, debe entendérselo en
relación a la transferencia: el paciente está “mostrando”, a través de su acción, algo que
no ha sido “recordado” o simbolizado adecuadamente, y puede estar señalando un error
de su analista, quien no ha interpretado adecuadamente un aspecto de la transferencia.
“Lo que no se recuerda, se repite.”
Alberto, un paciente en análisis, sofoca la cólera que ha despertado en él una interpretación del analista
sobre su padre. Horas después, discute acaloradamente con su jefe sin un motivo adecuado que justifique
tal discusión. Ha “actuado” (llevado a la acción) el enojo fuera (acting out) de la sesión, descargándola
con un tercero, el jefe, que en su inconsciente representa a su analista-padre. Tal vez este desagradable
episodio con el jefe podría haberse evitado si el analista hubiera advertido la ira de Alberto y la hubiera
interpretado.
Diego, un esquizofrénico de diecinueve años, se arroja súbitamente de un noveno piso. Esta impulsión
sería tomada, desde el psicoanálisis y la psiquiatría franceses, como un pasaje al acto. Desde una
perspectiva lacaniana, no es el acting out de un paciente en análisis, que le “muestra” al Otro una falta en
su escucha, sino una salida del registro simbólico, una huída hacia lo real que implica una disolución del
sujeto. Mientras que el acting out es un mensaje, el pasaje al acto no lo es. El primero apunta al registro
simbólico, el segundo a lo real. El paciente es en el primero el sujeto del inconsciente, en el segundo
queda reducido a objeto, resto (a).
Desde ya debemos aclarar que estos conceptos –impulsión, actuación, pasaje al acto- no
se dan únicamente en los trastornos tratados en estos capítulos, sino en una amplia gama
de cuadros psicopatológicos, de etiología orgánica o psicológica, que van desde la
neurosis hasta la psicosis. El ejemplo princeps de impulsividad y de falta de control
adecuado de los impulsos es, sin embargo, la psicopatía, que estudiaremos a
continuación.
12
SAMAT, J. (2005), pregunta 41.
13
LAPLANCHE, J.., y PONTALIS, J.-B. (1971), pág. 7.
2- Psicopatías
Tanto el CIE-10 como el DSM-IV incluyen esas perturbaciones entre los trastornos de
la personalidad; aquí los diferenciamos por su importancia social y porque clásicamente
han integrado la tríada “neurosis-psicopatía-psicosis”. El primero los llama “trastorno
disocial de la personalidad” y reconoce como equivalentes los términos “trastorno de la
personalidad amoral/antisocial/asocial/psicopático/sociopático”. El segundo los
denomina “trastorno antisocial de la personalidad”, y los define como “un patrón
general de desprecio y violación de los derechos de los demás”.
- Exhibe conductas que implican un desprecio hacia los derechos de los demás y
las normas sociales vigentes en una sociedad determinada; tiende a burlar las
reglas y a las autoridades, yendo desde pequeños desacatos y transgresiones
hasta expresiones de violencia cruel y brutal. Es profundamente irresponsable y
deshonesto, miente, engaña (a veces para obtener un beneficio personal, otras
veces sólo por el placer de hacerlo). Puede manifestar indisciplina, rebeldía,
indolencia, agresividad, crueldad, mendacidad, aberraciones sexuales, robos,
violaciones, asesinatos, prostitución, abuso de sustancias, etc. Habitualmente
tiene un estilo de vida parásito. (Conviene recordar otra vez que no todo el que
comete este tipo de comportamientos es un psicópata, y que ninguno exhibe
todas estas conductas; p.ej., no todo falsificador es un psicópata, ni todo
psicópata es falsificador.)
- Actúa; se denuncia por los hechos, no por lo que dice. Descarga sus impulsos sin
pensar si ello es o no correcto. Utiliza las palabras, pero no para comunicar
información, sino para movilizar al otro en un sentido determinado (predominio
del aspecto pragmático* de la comunicación); por ejemplo, alaba a alguien para
dejar mal a otro. Por eso, como dijimos antes, jamás detectaremos la psicopatía a
través de lo que dice el sujeto en la entrevista, sino del registro de sus conductas
a lo largo de su vida.
- Falta absoluta de conciencia de enfermedad, aunque puede fingirla si le
conviene.
- Sus conductas son egosintónicas*.
- Fachada social engañosa, puesto que muchos de ellos pueden presentar una
máscara de consideración, educación, respeto e incluso de madurez emocional.
frecuentemente son seductoramente encantadores y obsequiosos.
- Manipulador*, induce a los demás a actuar conforme a sus fines. (De nuevo, no
todo manipulador es un psicópata; muchos histéricos, narcisistas y otros tipos de
personalidad también lo son.)
- Egocentrismo mórbido, egoísmo, incapacidad de altruismo o de amor a otros.
Insensibilidad a los sentimientos de los demás (falta de empatía*), a quienes usa
para sus propios fines, tratándolos como cosas y no como personas.
- Infantilismo, marcada inmadurez emocional, expresados en el guiarse
exclusivamente buscando el placer inmediato, siendo incapaz de postergar y de
renunciar al mismo. No tolera la frustración y tiene un umbral muy bajo para la
descarga de la agresividad. No aprende de la experiencia (p.ej., viola, va a la
cárcel, sale y vuelve a violar, y vuelve a repetir el ciclo una y otra vez); no se
enmienda ante el castigo. Es muy impulsivo y le cuesta planificar el futuro; vive
el presente.
- Exhibe una llamativa falta de preocupación e imprudencia en relación a su
seguridad o a la de los demás.
- Inadaptación social. Aunque al principio pueda resultar simpático, pronto
defrauda sistemáticamente a los que tuvieron la ingenuidad de confiar en él, se
ve rechazado y debe recomenzar el ciclo de nuevo. No puede acomodarse por
largo tiempo a las normas sociales. Por ello suele ser inestable, no mantiene
relaciones (laborales, ambientales, familiares, de amistad) duraderas. Pero puede
ser muy hábil para establecerlas. Tiende a ser promiscuo sexualmente y a tener
numerosas parejas a lo largo del tiempo.
- Es muy hábil para racionalizar su impulsividad, es decir, para justificar y brindar
una explicación plausible de sus conductas antisociales, habitualmente echando
la culpa a otros (“robo porque estoy en contra del sistema capitalista, que es
injusto y explotador”, “no pude evitar violarla porque yo fui violado de
chiquito”).
- No presenta ansiedad, angustia o miedo, al menos en el nivel manifiesto, pero sí
experimenta estados de malestar (tedio, aburrimiento, tensión, disforias
depresivas) que tolera muy mal y que resuelve habitualmente a través de una
actuación. Por su tendencia a aburrirse, necesitan estimularse con “acción”.
- Como los otros trastornos de la personalidad, sus tendencias psicopáticas se
manifiestan desde muy pequeño, a través de problemas de conducta.
Las pulsiones, a pesar de su innegable fuente biológica, están atravesadas por las
normas sociales y culturales que determinan, en una sociedad dada, qué es lo “normal”,
es decir, el patrón de comportamiento más frecuente y aceptado por la misma. Es un
criterio de normalidad estadística, que en este caso se superpone con el criterio “ideal”.
Todo aquello que se desvía de lo normal es considerado una “perversión” o
“desviación” del impulso.
Las perversiones pueden referirse tanto al objeto (se busca el coito o metas parecidas,
pero no con un individuo maduro de la misma especie y el sexo opuesto, p.ej.,
homosexualidad, paidofilia, zoofilia, etc.) como a la meta o fin de la pulsión (es decir,
la actividad a través de la cual se logra la satisfacción, como en el voyeurismo, el
sadismo, etc.).
- Homosexualidad. Apetencia por personas del mismo sexo. Puede ser masculina
(la que se da en hombres) o femenina (en la mujer, también llamada
“lesbianismo”). Ni el DSM-IV ni el CIE-10 la consideran un trastorno y no está
incluida por lo tanto en sus clasificaciones15.
- Trastorno de la identidad sexual (también llamado transexualismo o inversión
sexual). No es realmente una parafilia sino un trastorno de la identidad sexual.
El sujeto reniega de su propio sexo para ajustar su conducta a la del otro.
Sostiene la creencia de que sus genitales no son los que corresponden a su
persona, y tiene un deseo firme de pertenecer al otro sexo y de ser reconocido
como tal. El trastorno suele aparecer en la infancia (elección de juegos, ropa,
etc.); más tarde el individuo acomoda al sexo deseado sus gustos, el modo de
andar, la conducta, la vestimenta, etc. Llega o puede llegar a solicitar
operaciones quirúrgicas o tratamientos hormonales para cambiar de sexo. (En
cambio, en la homosexualidad, que es un trastorno de la orientación sexual, no
hay un trastorno de la identidad –el sujeto se siente pertenecer al género de su
sexo anatómico- sino de la elección de objeto).
- Fetichismo travestista*: el sujeto se viste con ropa del sexo opuesto para
obtener excitación sexual a partir del llevar ese tipo de vestimenta. Se ha
descripto en hombres heterosexuales. No debe confundirse con el travestismo
transexual, en el que el deseo de usar ropas del sexo opuesto tiene que ver con el
rechazo del propio sexo y el asumir una identidad del contrario. En el fetichismo
travestista, el sujeto se excita y llega al orgasmo usando ropas de mujer, pero
cuando la excitación sexual disminuye no las sigue usando. Cuando el sujeto no
está transvestido, su comportamiento y actitudes son típicamente masculinas.
- Fetichismo: el interés erótico se centra en una parte del cuerpo (pies, trenzas) o,
más frecuentemente, en una prenda (calzado, medias, ropa interior femenina),
etc., que se denomina “fetiche”. Se da sólo en varones.
- Paidofilia o pedofilia (del gr. paidós, niño): el objeto elegido son niños y puede
ser hetero u homosexual.
- Gerontofilia: atracción por personas ancianas.
14
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2002), pág. 634.
15
Ver el apéndice a este capítulo sobre la homosexualidad como trastorno mental.
- Necrofilia: se obtiene el placer contemplando, manipulando o realizando el
coito con cadáveres.
- Coprofilia: excitación sexual a través de la manipulación de heces.
- Sadismo: el placer sexual se logra infligiendo dolor a otra persona. El sujeto
realiza actos (reales, no simulados) en los que lo excita es el sufrimiento
(incluyendo la humillación) del objeto.
- Masoquismo: la excitación surge al ser el sujeto maltratado, gozando por el
dolor que produce el ser atado, golpeado, humillado, violado, etc.
- Voyeurismo, escoptofilia o escopofilia: el goce se logra al contemplar una
escena de tipo sexual.
- Exhibicionismo: el sujeto –siempre un varón- obtiene placer sexual al mostrar
sus genitales desnudos, generalmente a niñas y mujeres en lugares públicos.
- Frotteurismo: la excitación sexual se logra a través del toque, roce o
frotamiento que se realiza con otras personas, contra la voluntad de éstas, como
en aglomeraciones, medios públicos de transporte, etc.
Aquí englobamos bajo estos términos los trastornos que se derivan del consumo
perjudicial de sustancias psicoactivas*, tomando como sinónimas las expresiones
“drogodependencia”, “toxicomanía” y “drogadicción”, aunque ahora se habla más de
“trastornos por el uso de sustancias” (DSM-IV) o “trastornos mentales y del
comportamiento debido al uso de sustancias psicoactivas” (en rigor, estos términos son
clases que engloban más desórdenes que la dependencia, estrictamente hablando).
En este contexto se entiende por “droga” toda sustancia psicoactiva que puede dañar o
perjudicar a quien la consume. A veces se le llama “droga de abuso”, para diferenciarla
de las drogas que se usan en medicamentos u otros usos. Como estos últimos también
pueden generar problemas (p.ej, una persona puede volverse dependiente de un
analgésico, un ansiolítico o del inhalar un pegamento, que no son en principio drogas de
abuso, o presentar problemas mentales al estar crónicamente intoxicada por un
químico), se prefiere hablar de “trastornos relacionados con sustancias”. Se han
abandonado parcialmente términos más antiguos y menos precisos como
“toxicomanías” o “drogadicción.”
Los dos tipos de trastornos por consumo de sustancias (es decir, de patrones
problemáticos de su uso) son:
Abuso de sustancias: consumo perjudicial que produce daño al sujeto (p.ej., lleva a
tener problemas laborales, policiales, escolares, familiares, comportamentales, etc.),
pero en el que no se observan tolerancia, abstinencia o consumo compulsivo. Si se
diagnostica dependencia, no puede diagnosticarse abuso al mismo tiempo, por
definición.
Clásicamente, al menos la mayor parte del siglo XX, la homosexualidad estaba incluida en la lista de las
así llamadas “enfermedades mentales”, la mayoría de las veces considerada como una “perversión”. Se
entendía por ésta una desviación de la media normal (o al menos de lo socialmente esperado), en el objeto
o la meta, de la pulsión sexual. Un importante número de corrientes psicoterapéuticas (por ejemplo, el
psicoanálisis, el conductismo) proponían – al menos para algunos casos- un tratamiento para “curarla”,
ya que era considerada a priori una enfermedad.
En la segunda mitad del siglo pasado, una serie de investigaciones y enfoques se opusieron a considerarla
una enfermedad mental, y en consecuencia a incluirla en las clasificaciones psiquiátricas y en proponer
tratamientos para cambiarla hacia la heterosexualidad. Como fundamentación, se aducía que no hay
evidencia científica de que la homosexualidad de por sí esté relacionada con trastornos mentales o que
implique un desajuste mental.
Como efecto de estas nuevas orientaciones, la APA (Asociación Psiquiátrica Americana) decidió en 1973
eliminar la homosexualidad del listado de trastornos mentales de su manual oficial, el Diagnostical and
Statistical Manual of Mental Disorders, conocido como “DSM”. En 1990 hizo lo mismo la OMS
(Organización Mundial de la Salud). Por lo tanto el CIE-10 (Clasificación Internacional de las
Enfermedades, 10ª edición, de la OMS) no la incluye tampoco como trastorno mental. Algunos manuales
y tratados reconocidos la han seguido incluyendo hasta hace relativamente poco (por ejemplo, en la
Introducción a la Psicopatología y Psiquiatría de J. Vallejo Ruiloba apareció hasta la 5ª edición, del
2002).
No todos los autores científicos, psiquiatras y psicólogos han estado de acuerdo con ello, y algunos siguen
sosteniendo que la homosexualidad es efecto de determinaciones psicopatológicas y que es posible que, a
través de un tratamiento específico (como por ejemplo la “terapia reparativa de la homosexualidad”),
pueda cambiarse la orientación sexual. El asunto está siendo materia de un arduo debate en estos
momentos, sobre todo en Estados Unidos, pero también en otras partes del mundo.
El término “enfermedad mental” ha sido descartado en gran parte de los manuales de psiquiatría y
psicopatología, debido a la fuerte impregnación del modelo médico que revela. La palabra “perversión”
ha sido suprimida también en muchos ambientes científicos (no en todos), por la connotación negativa
que ha llegado a tener a lo largo del tiempo (por eso muchas veces se lo remplaza por el de “parafilia”).
Desde este punto de vista sería impropio, o al menos anacrónico, calificar la homosexualidad como
“enfermedad” o “perversión”.
El DSM-IV, última versión de los DSM, utiliza el término “trastorno mental” (mental disorder), para
referirse a los síndromes y configuraciones que él describe. Aclara explícitamente que “Ni el
comportamiento desviado (por ejemplo, político, religioso o sexual) ni los conflictos entre el individuo y
la sociedad son trastornos mentales, a no ser que la desviación o el conflicto sean síntomas de una
disfunción”16. Desde este punto de vista, la homosexualidad en sí no es un trastorno mental (salvo que
ella sea sólo un signo o síntoma de una disfunción, como por ejemplo, aparición de ideas delirantes de
16
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION, DSM-IV-TR, Masson, Barcelona, 2003, pág. XXIX.
tipo homosexual en un trastorno delirante o en una esquizofrenia; en este caso se trataría de síntomas con
contenidos homosexuales, no de la homosexualidad como orientación sexual).
Como se dijo anteriormente, el DSM-IV no menciona a la homosexualidad como trastorno. Sin embargo,
en su apartado “Trastornos sexuales y de la identidad sexual” incluye, como F52.9, Trastorno sexual no
especificado, el “Malestar profundo y persistente en torno a la orientación sexual”. En este código se
ubicarían aquellas personas homosexuales que por cualquier motivo sufren por su orientación sexual y
que por ello a veces buscan cambiar a través de distintos tratamientos.
En el plano legal, la Ley Nacional 26.657 de Salud mental, sancionada el 25 de noviembre de 2011 y
promulgada en 2 de diciembre de ese año, especifica en su artículo 3° que “…En ningún caso puede
hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de: … c) Elección o identidad
sexual”.
Es evidente que en el plano científico internacional coexisten diversas opiniones sobre la pertenencia o no
de la orientación homosexual al campo de la psicopatología, aunque la opinión mayoritaria parece
volcarse por la negativa. A nivel académico y de investigación, la homosexualidad, tanto como cualquier
otra conducta o expresión psicológica, merece ser investigada en sus determinaciones, condicionamientos
y modos de subjetivación, en tanto manifestación humana, sea o no patológica, del mismo modo que la
heterosexualidad y tantos otros fenómenos. Las afirmaciones sobre estas realidades humanas deberían en
lo posible, si se mantienen en el campo de la ciencia psicológica, respaldarse en la evidencia científica
disponible y no en consideraciones de otro tipo.
Esteban, soltero de 28 años, es una persona más bien solitaria que se desempeña bien trabajando
desde su juventud en una oficina donde trabaja sin atención al público y sin compañeros
llevando la parte informática de la empresa (se maneja muy bien en el área de la computación).
Es muy estimado por jefes y colegas, y jamás ha presentado ningún síntoma que motivara
consulta a profesionales, salvo una vez que sus padres lo llevaron durante su adolescencia al
psiquiatra por haber pasado unos días “muy deprimido y raro” antes de ir a Bariloche por su
viaje de estudios y de la cual salió rápidamente con psicofármacos. Hace unos meses, en una
reestructuración de la organización, se decidió colocar otro empleado en la misma sección y se
lo ha ubicado en una oficina por donde el público pasa para después ser derivado. A los pocos
días de este cambio, tuvo una crisis donde rompió la silla y el escritorio que se le habían
asignado y empezó a gritar lanzando improperios. Hablaba incoherentemente, aludía a “los días
de la ira del Señor” y afirmaba que hablaba con el demonio Pazuzu (el de la película “El
Exorcista”), quien le susurraba al oído amenazándolo con invadir su cuerpo y poseerlo. Tuvo
que ser hospitalizado y se le administraron psicofármacos antipsicóticos y una psicoterapia de
urgencia. A los quince días estaba de vuelta en su trabajo, totalmente recuperado, pero pidió
volver a trabajar solo sin tener que ver permanentemente a nadie. Un episodio similar se repitió
cinco años más tarde, cuando al invitar a salir con una chica que había conocido por chat, no
pudo acudir a la cita porque empezó a escuchar de nuevo a Pazuzu que le hacía escuchar las
voces voluptuosas de los súcubos*. El episodio remitió de nuevo a los pocos días, pero Esteban
no volvió a concertar una cita no ninguna otra mujer. A partir de ahí ha llevado una vida
“normal”, sin otras crisis “psicóticas”. Su terapeuta –está yendo a un psicólogo desde su primera
crisis- se pregunta si es un psicótico (por la intensidad de las crisis en las que ha tenido
alucinaciones e ideas delirantes) o si es una persona que funciona a nivel neurótico (o
caracteropático) ya que la mayor parte del tiempo puede trabajar y relacionarse con los demás
sin mostrar nada especialmente perturbado, y que a veces se “descompensa”.
Kitty, de 26 años, consulta porque acaba de salir de una internación de pocos días por haber
ingerido una caja entera de ansiolíticos después de una fuerte pelea con Daniel, su novio. La
discusión fue por celos de ella, a los que él respondió con exasperación diciendo que estaba
cansado de pasar papelones en los boliches por los escándalos que ella le hacía; ella le dijo
entonces que se fuera pero que si lo hacía se iba a arrepentir todo el resto de su vida. Kitty es una
persona vistosa y atractiva, pero a pesar de su edad ya ha tenido varias parejas –dos abortos
mediante- que han terminado tan turbulentamente como transcurrieron. Tampoco con sus
amistades las cosas van mejor: cuando conoce a una nueva amiga, la considera la mejor del
mundo y le confía todas sus intimidades, pero ante la menor desilusión se enoja con ella y la
considera una basura. Cuando se enoja, tiene arranques de violencia en que rompe cosas e insulta
a las personas. En las entrevistas aparece unos días bien vestida y dispuesta, y otros días
deprimida y sintiéndose, como ella dice, “una bolsita de nylon sucia que arrastra el viento”.
Pareciera estar a veces en el cielo y otras en el infierno. Consume habitualmente marihuana y
varias veces, después de salir de un boliche alcoholizada ha tenido relaciones con un chico que
acaba de conocer y del cual al otro día ni se acuerda. Dos veces se ha producido cortes en los
brazos con una cuchilla de afeitar. Le han quitado la tarjeta de crédito porque es, al decir de ella,
“una compradora compulsiva”. Ha comenzado las carreras de diseñadora gráfica, psicología y
artes plásticas pero las ha dejado al poco tiempo. Muchas veces dice que pasa algunas horas
sintiendo como si las cosas transcurrieran en una película de la cual ella es espectadora.
Si bien nadie pone en duda la realidad de estos tipos de casos, que en opinión de varios
autores se están presentando con cada vez más frecuencia a la consulta, su inclusión en
la nosotaxia psicopatológica es muy imprecisa. Han dado lugar a distintas –y muchas
veces opuestas- interpretaciones teórico-clínicas, y no sólo no existe acuerdo en cuanto
a la naturaleza y etiología de estos cuadros, sino incluso a su existencia misma.
Es por ello que en este capítulo nos alejaremos de la perspectiva casi puramente
descriptiva que hemos adoptado hasta aquí, y reseñaremos a título de ejemplo las
posiciones de algunos autores que han estudiado este tipo de perturbaciones.
Millon señala dos características básicas que marcan el cuadro clínico general del
borderline. Una es su capacidad social deficiente, que se manifiesta por ejemplo en una
historia de trabajo y relaciones interpersonales llena de irregularidades, reveses, fracasos
y “vueltas a empezar”: “Hacen muy poco y deshacen mucho”. Sus potencialidades, que
muchas veces son altas, no pueden desplegarse adecuadamente por sus conflictos
emocionales. La otra es la presencia de crisis psicóticas periódicas pero reversibles (lo
que hace que no sean “brotes” esquizofrénicos) que expresan la vulnerabilidad de sus
defensas en relación a las tensiones vitales. Dichas crisis son pasajeras, no dejan
deterioro (por eso no son “brotes” como los del esquizofrénico) y el paciente advierte
con inquietud el carácter extraño e incómodo de las mismas, procurando, cuando ya las
ha tenido antes, evitarlas. Tienen un carácter homeostático, son una especie de descarga
temporal cuando la tensión se ha acumulado y se ha hecho insoportable (loc.cit.).
En estos casos, estas defensas aparentemente neuróticas (el sujeto manifiesta, p.ej.,
fobias, conversiones, obsesiones, y su adaptación es relativamente buena) lo defienden
contra una irrupción de la psicosis, siempre amenazante. Muchas veces se presentan
como caracteropatías extremadamente rígidas, en que la inflexibilidad es directamente
proporcional al monto de ansiedades psicóticas que tratan de contener.
Dentro de una concepción teórica más inspirada en Lacan, hay que diferenciar lo que es
la estructura básica del sujeto (que en este caso es psicótica) de la fenomenología que
determinan sus síntomas. En los casos en que la estructura es psicótica pero nunca ha
habido brotes o crisis psicóticas se suele hablar de “psicosis no desencadenadas”.
Para ser diagnosticado, deben darse cinco o más de los siguientes ítems:
PSICOSIS
Ana, de 26 años, aparece en la consulta vestida de una manera extraña y con la cabeza
rapada. Afirma que Kirschner la espía a través de microchips que han colocado en el
monitor de su computadora y en su televisor, y escucha voces dentro de su cabeza que la
acusan de trabajar de prostituta todas las noches, utilizando para ello un “doble astral”. Ha
golpeado a su hermano porque ha intuido sus deseos de violarla.
Roberto, contador de 57 años, gerente de una empresa desde hace veinticinco años, refiere
que un primo suyo está conspirando contra él para despojarlo de su cargo, y que le está
haciendo la “guerra psicológica” enviándole correo spam continuamente de modo de volver
su trabajo más ineficiente.
Esteban, de 29 años, es detenido por correr desnudo frenéticamente en la vía pública,
mientras afirma que es Obama y que debe fecundar a todas las mujeres de San Juan. En las
últimas semanas ha estado sumamente “acelerado”, según sus familiares y conocidos, y no
dormía más de tres o cuatro horas por día.
Estos pacientes presentan indudablemente trastornos psicóticos, pero ninguno de ellos diría de sí mismo
que está “loco”.
Si bien hay casos (como el de los borderlines) en los que los límites entre neurosis y
psicosis no son fáciles de definir, podemos señalar las siguientes características
diferenciales entre estas dos clases de trastornos:
Siguiendo un criterio más bien práctico, distinguiremos, entre los trastornos psicóticos:
3-Esquizofrenia
Se trata de una psicosis que se caracteriza por la progresiva evolución de los síntomas,
que puede llevar al paciente hacia un deterioro de tipo demencial, lo que explica la
denominación kraepeliniana (“demencia”; lo de “precoz” por la juventud.)
Estos enfermos sorprenden a primera vista por su rareza y lo extraño de sus síntomas,
que delatan una profunda desorganización de la vida psíquica, una pérdida de la unidad,
armonía y coherencia de la personalidad; así, Chaslin denominaba a esta patología
“locura discordante”, y Bleuler (en 1911) crea para ella el término “esquizofrenia”
(schizo = partido, dividido; phrenos = mente). En nuestro país, Paz prefiere llamarla
“psicosis desorganizativa”.
Una de las funciones psíquicas más afectadas –aunque para nada la única- es el
pensamiento, apareciendo sobre todo trastornos formales o del curso del mismo (es
decir, “cómo” piensa, más que en “lo que” piensa). Entre estos trastornos formales se
encuentra la disgregación del pensamiento. Consiste en una desorganización del mismo
que, en sus grados más leves e iniciales determina una dispersión de las ideas y una
cierta laxitud en llevar el hilo del discurso pudiendo llegar hasta la total incoherencia en
la llamada “ensalada de palabras”, un lenguaje totalmente desordenado e
incomprensible para el interlocutor. Esta disgregación no es fruto de un trastorno de la
conciencia (el esquizofrénico es un enfermo lúcido) sino de la fragmentación del
pensamiento mismo.
“Mis opiniones acerca del Hospicio de Las Mercedes, de Buenos Aires, son a saber, que no se trata de
nada de lo que se dice, pero que desgraciadamente se hace, porque se ignoraban las otras cosas. Se trata,
sencillamente, de las primeras equivocaciones que hubo, que el agua busca su cauce, eso busca de
equivocarse, y prueba de que nos hallamos equivocados son eso de decir que los animales son salvajes
fieras feroces, sin pensar que somos nosotros que los matamos y comemos; pensemos que son hijos e
hijas naturales a que se les respete su vida, como queremos que se respete la de nosotros. Eso costará muy
barato, plantando más plantas para alimentarnos de las frutas, y dejarse de hacer daño a esos animalitos,
vidas que a mí nunca me hicieron daño, y ayudar sí me ayudaron, salúdalo con los respetos que puedo,
M.M.M.”.17
17
Pereyra, C., 1965, p.93.
- Descarrilamiento, pérdida de asociaciones o asociaciones inconexas: el sujeto
“pierde el hilo” del discurso. Las ideas de la persona se separan entre sí, no
guardando relación o manteniendo sólo una relación tangencial* entre ellas. Las
oraciones siguen unas a otras como si estuvieran solamente yuxtapuestas. Salta
de una idea a otra. Puede haber asociación fonética o por asonancia (“Esa
persona me saca, me pongo un saco porque hace frío, viene mi tío”).
- Respuestas tangenciales: cuando se le hace una pregunta, puede responder en
forma “oblicua”, o directamente no tener relación con la misma. Por ejemplo, se
le pregunta a Pedro Rodríguez: “¿Cómo se llama Ud.?” y contesta: “Santiago
Gómez” o “¿Cuándo nació Ud.?” “El 12 de octubre de 1492”.
- Ensalada de palabras, casi totalmente incomprensible, grado extremo de
disgregación.
- La interceptación de pensamiento (que para algunos autores es un signo
patognomónico* de la esquizofrenia) consiste en una interrupción brusca del
curso del pensamiento del paciente, de la que éste se da cuenta. “Se me corta el
pensamiento”, “Se me cierra el cerebro”. Este síntoma suele dar lugar a ideas
delirantes de robo de pensamiento (“me quedé en blanco porque Obama me roba
los pensamientos”).
- Otros trastornos que afectan al discurso son la ecolalia (repite lo que le dicen,
p.ej., Entrevistador: “¿Qué edad tiene Ud.?” Respuesta: “¿Qué edad tiene
Ud.?”), la palilalia* (repite la última frase o palabra que él mismo dijo), la
perseveración (sigue repitiendo los mismos términos que empleó antes, es decir,
varias veces la misma oración, como si intentara llenar un vacío de nuevas ideas
con lo ya dicho), las estereotipias (intercalar palabras o frases en el discurso, sin
que tengan ninguna conexión con él: “Esta mañana me costó levantarme, la mala
mirada, pero hice el esfuerzo, y me levanté la mala mirada…”), neologismos
(palabras inventadas por él), etc.
Muchas de las ideas están relacionadas con ideas de ser controlado, influido, de modo
que él queda en una posición pasiva (por ejemplo, le mueven los miembros, le insertan
pensamientos, lo hacen actuar como el caso del famoso asesino serial el Hijo de Sam
que afirmaba que mataba gente porque era impotente frente a una fuerza que lo obligaba
a cometer estos actos).
c-Trastornos de la percepción
Sobre todo se manifiesta a través de alucinaciones y pseudoalucinaciones*, de todo tipo
(visuales, cenestésicas, táctiles, olfativas, gustativas) pero sobre todo auditivas: voces
que comentan lo que hace (“ahora se levanta”), que lo insultan, que hablan entre ellas,
que le ordenan hacer cosas.
e- Trastornos afectivos
f-Síntomas negativos
Esquizofrenia paranoide: hace su aparición en una edad más tardía, entre los 25 y 35 o
40 años aproximadamente; quizás por esto mismo es la menos desorganizada de las
esquizofrenias, presentando una sintomatología menos pueril e irracional; además, la
aproximación relativa entre pensamientos y emoción se mantiene, a diferencia de otras
formas, por tiempo más largo. El síntoma fundamental son las ideas delirantes de
persecución (paranoides), de grandiosidad, autorreferenciales, de celos. Suelen haber
alucinaciones (sobre todo auditivas) pero no hay lenguaje desorganizado, ni conductas
catatónicas, ni trastornos marcados del curso del pensamiento. Los delirios suelen estar
mal sistematizados, pero más que en otras formas de esquizofrenia. Puede llegar a tener
reacciones agresivas debido a su delirio (p.ej. atacar al enfermero porque lo vive como
un perseguidor).
La esquizofrenia puede iniciarse mediante un brote* brusco, pero puede comenzar
también en forma insidiosa y progresiva. Es probable que el esquizofrénico evolucione
hacia estados de deterioro (“déficit esquizofrénico”) similares a los de una demencia
orgánica. Si bien algunos casos pueden restablecerse, el pronóstico en general es grave,
sobre todo si la enfermedad no se trata a tiempo.
Como la esquizofrenia, son psicosis que afectan primariamente al área cognitiva (los
delirios son trastornos del contenido del pensamiento, de lo que se piensa) pero se
diferencian de ella en algunos puntos importantes:
(Algunos autores, sin negar estas diferencias, incluyen la esquizofrenia entre los delirios
crónicos.)
Paranoia
El paciente que sufre de paranoia se denomina “paranoico”. En él el delirio es
sistematizado, es decir, tiene orden, organización; las ideas delirantes constituyen un
núcleo inconmovible que forma parte de la personalidad del enfermo, exhibiendo gran
consistencia y coherencia internas. No cambia con el tiempo, aunque puede ir
perfeccionándose cada vez más: es persistente y monotemático.
Por otro lado, es un delirio creíble, verosímil; no es absurdo, como puede serlo el del
esquizofrénico o el del parafrénico. Giran alrededor de situaciones que en principio
podrían darse en situaciones cotidianas. Por ejemplo, el delirante puede afirmar que su
mujer lo engaña, o que está siendo envenenado, o que su vecina está enamorada de él,
cosas que podrían en principio ocurrir en la realidad.
Todo conocimiento, toda información, todo hecho, pasa a ser rápidamente incorporado
al sistema delirante, ordenado y coherente.
En estos pacientes el delirio condiciona la conducta, por lo que pueden llegar a ser
peligrosos (ataques violentos, homicidios).
Roberto, mencionado al principio del capítulo, es un paranoico. Es gerente desde hace mucho tiempo, y
se desempeña bien en su trabajo; nadie diría que es un psicótico, y sin embargo presenta un intenso delirio
persecutorio.
Parafrenia
Santiago, un paciente de 44 años, puede afirmar que es el dueño de Veladero y Gualcamayo, y que está
casado con Moria Casán y Pampita en secreto. Otras veces afirma que los policías lo quieren envenenar
porque ha inventado una máquina con la cual puede descubrir sus cosas sucias, y que en realidad es Cristo
porque fue crucificado por los curas. Todo este cambiante y polimorfo conjunto de ideas delirantes no
afecta su cotidianeidad “normal” en el instituto mental donde está internado, donde su adaptación es
bastante buena.
Esteban, uno de los ejemplos del principio del capítulo, está sufriendo un episodio maníaco con síntomas
psicóticos (p.ej., tiene el delirio de ser Obama y de que va a fecundar a todas las mujeres de San Juan);
clásicamente, podría pensarse en una fase maníaca; desde DSM-IV, su diagnóstico sería un “trastorno
bipolar I, episodio maníaco grave con síntomas psicóticos”.
CAPÍTULO VII
Adolfo, de 44 años, venía pasando por un período estable y tranquilo en su vida, pero desde hace
dos o tres semanas su estado ha empezado a cambiar notablemente. Siente que ha perdido el
interés por su trabajo y por sus relaciones sociales, incluso familiares; no encuentra nada que le
produzca placer, se siente fatigado y falto de energía, no puede concentrarse y ha adelgazado
más de dos kilos en los últimos quince días. Aunque se siente un poco mejor por la noche, dice
que lo único que desea es estar en la cama y dormirse. Pero se despierta a las tres o cuatro de la
mañana y no puede volver a dormirse, mientras su mente “da vueltas llena de ideas negras” que
lo apenan y lo amargan aún más. Se le está pasando por la cabeza la idea de suicidarse para
acabar con todo este sufrimiento y ahorrarles padecimiento a sus familiares.
Pablo, de 31 años, ha comenzado a “acelerarse” desde hace más o menos diez días. Sus
familiares se quejan de que está “insoportable”: habla sin parar, dice chistes, duerme sólo tres o
cuatro horas por noche y se nota agitado e incapaz de dejar de moverse. Les dice piropos muy
subidos de tono a las clientas de su panadería, y, si bien sus recursos financieros son muy
limitados, está haciendo planes para establecer sucursales en todo Cuyo y eventualmente en
California y Europa. Lo que más les preocupa a sus familiares, aparte del cambio en su
comportamiento, es que ha empezado a afirmar que es la encarnación de Sandro y que el otro día
le dio todo el dinero que tenía en la caja de su negocio a un mendigo desconocido que pasaba
pidiendo limosna.
Adela, de 36 años, se siente mal desde hace mucho tiempo, tal vez desde el nacimiento de su
último hijo, que ahora está por entrar al jardín maternal. Ha engordado varios kilos porque tiene
hambre continuamente, y al mismo tiempo duerme más de lo habitual. Se levanta cansada y
permanece sin energía la mayor parte del día. Se siente fea, gorda y poco inteligente, totalmente
esclavizada por su hogar y su marido e incapaz de terminar lo que empieza. Se vive quejando y
siente que su futuro es “gris y solitario”. Describe su estado de ánimo habitual como triste y
apesadumbrado.
Los estados de ánimo por lo general se ordenan en torno al eje alegría-tristeza; pero
también puede hablarse de ellos para incluir otras formas de disposición afectiva
persistente (p.ej., irritabilidad, disforia*, calidez-frialdad, etc.).
La psiquiatría clásica habla de “psicosis afectivas” para referirse a tres cuadros en los
que predominan las perturbaciones graves del humor: melancolía, manía y psicosis
maníacodepresiva, donde el estado de ánimo está desviado hacia el polo de la tristeza
(inhibición psicomotriz melancólica) o de la euforia (manía, excitación psicomotriz).
Las fases pueden repetirse, suelen ser recidivantes*. El período entre dos de ellas se
suele denominar – no muy acertadamente- “intervalo lúcido”, y durante él el sujeto no
presenta ningún deterioro ni signo o síntoma importante. Es como si estuviera
“recuperado” y llevara una vida bastante normal.
Tipos de depresión
Melancolía
Todo está en función del pesimismo y los autorreproches; todo estímulo es materia de
aflicción; desprecia todo lo que posee; se culpa a sí mismo de sus pecados, errores y
desgracias. El delirio, si existe, no es primario, como en la paranoia, sino secundario al
estado de ánimo (por lo tanto, si el humor cambia, las ideas delirantes desaparecen).
Corresponde a ideas de autoacusación (soy un criminal, he dañado a otros), ruina (estoy
en la miseria, he llevado a mi familia a la quiebra), hipocondría, negación (ya no tengo
órganos, no estoy vivo, no tengo pensamiento), etc.
El comienzo de la fase puede ser brusco (en pocas horas o uno o dos días) o lento o
insidioso. La duración del acceso promedio, sin tratamiento, es de dos a seis meses.
En los ejemplos del comienzo del capítulo, Adolfo sufre un episodio melancólico, mientras que Adela
presenta un cuadro que tal vez podríamos caracterizar como neurótico, que no tiene características de
episodio o fase, sino un estado crónico del que es difícil precisar el comienzo.
Manía
La duración de la fase maníaca, sin tratamiento, suele ser muy variable: de algunas
semanas a varios meses.
Un episodio con características similares a las maníacas, pero menos intensas, y que no
necesita hospitalización ni presenta síntomas psicóticos, se denomina “hipomaníaco”.
Psicosis maníacodepresiva
Algunas posibilidades son, por ejemplo, un episodio maníaco que sigue a uno
melancólico (o al revés) sin intervalo lúcido, o lo mismo con intervalo lúcido, o se dan
dos accesos de melancolía, después uno maníaco, etc. En la práctica, hay una gran
variedad de evoluciones, y para cada paciente se da un curso típico típica de él, es decir,
hay un patrón típico para cada persona.
El primer acceso suele aparecer entre los 25 y los 30 años y lo habitual es que sea
depresivo; las fases remiten espontáneamente pero son recidivantes.
Hay un consenso mayoritario de que la etiología de los trastornos psicóticos del estado
de ánimo (melancolía, manía, psicosis maníacodepresiva) es de tipo fundamentalmente
biológica y que el tratamiento también lo es (psicofármacos, electroshock).
Para el DSM-IV y la psiquiatría más actual, estos trastornos no son “psicosis”, sino que
son desórdenes del humor que pueden presentar o no síntomas psicóticos. Nos
limitaremos a señalar brevemente los principales trastornos que aparecen en el DSM-IV,
sin agotar totalmente su enumeración:
a) Trastornos depresivos
- Trastorno depresivo mayor: uno o más episodios depresivos mayores. Equivale más o
menos a la melancolía clásica.
- Trastorno distímico: es un estado de ánimo crónicamente depresivo (no un episodio)
que corresponde aproximadamente (no exactamente) a la clásica “depresión neurótica”
(el caso Adela de los ejemplos del comienzo).
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En el concepto de psicosis periódicas o maníacodepresivas se incluyen aquellas en los que los accesos
son solamente maníacos o solamente melancólicos, siempre que tiendan a repetirse intermitente y
periódicamente.
b) Trastornos bipolares
- Trastorno bipolar I: uno o más episodios maníacos (se pueden o no haber presentado
episodios depresivos mayores). (El caso de Pablo en los ejemplos.)
- Trastorno bipolar II: episodios depresivos mayores recidivantes con episodios
hipomaníacos.
- Trastorno ciclotímico: una perturbación crónica del estado de ánimo con numerosos
períodos de síntomas hipomaníacos y numerosos períodos de síntomas depresivos que
no cumplen los criterios para un episodio depresivo mayor.
CAPÍTULO VIII
ENFERMEDADES PSICOSOMÁTICAS
José, de 12 años, sufre de crisis asmáticas repetidas. Ellas parecen haberse agudizado desde que
los problemas conyugales de sus padres han empeorado, a punto tal de que ya están hablando de
una separación.
Alberto, de 47 años, se ha quedado sin trabajo; a los dos meses, le diagnostican una úlcera
gastroduodenal.
Isabel, de 52 años, sufre de hipertensión esencial. El médico le ha dicho que es presión alta
“emotiva” porque apenas rabia o se pone tensa, la tensión arterial le sube peligrosamente.
Después de que se enteró de la infidelidad de su marido, Esther observó la aparición de manchas
de psoriasis en su brazo izquierdo.
Estas personas presentan enfermedades médicas reales, objetivamente verificables, pero en cuya aparición
pareciera que tuvieron gran relevancia los factores psicológicos. A estas enfermedades se les suele llamar
“psicosomáticas”.
Desde un punto de vista amplio, es probable que toda enfermedad –desde un simple
resfrío hasta un cáncer- sea psicosomática, en el sentido de que los factores psicológicos
siempre influyen, positiva o negativamente, sobre el estado general del organismo.
Pero desde una perspectiva más específica se reserva esta denominación para
determinadas patologías en que la investigación de su etiología no ha podido determinar
una causa específica, pero en las que parece evidenciarse su relación con variables de
orden suprafisiológico (acontecimientos vitales estresantes o traumáticos previos a la
aparición o agravamiento de la enfermedad, tipo de personalidad que predispone a
adquirirla, etc.). Tal es el caso del asma bronquial, la psoriasis, la colitis ulcerosa, la
hipertensión esencial, urticaria, etc.
Este concepto ha sido criticado por muchos autores; las objeciones pueden resumirse en
dos fundamentales:
Es decir, dada una enfermedad médica, se enumeran aquellos factores que pueden hacer
que aparezca, se desarrolle, se exacerbe o se retrase la curación de la misma. Por
ejemplo, ella puede ser afectada por
- Un trastorno mental: por ejemplo, un trastorno depresivo mayor puede retrasar
la recuperación de un infarto de miocardio.
- Síntomas psicológicos: por ejemplo, la ansiedad puede agudizar un ataque de
asma;
- Rasgos de personalidad o estrategias de enfrentamiento: por ejemplo, una actitud
de negación que hace que no se diagnostique a tiempo un cáncer; o una persona
cuya hostilidad e impaciencia contribuyen a una enfermedad cardiovascular;
- Comportamientos desadaptativos: sobrealimentación, falta de ejercicio,
conductas sexuales de riesgo.
- Una respuesta fisiológica relacionada con el estrés*: p.ej., exacerbación de una
úlcera, hipertensión, arritmia, cefalea tensional. (Los ejemplos son del DSM-
IV).
No obstante estas objeciones, en el resto del capítulo vamos a seguir dándole validez al
concepto de “enfermedad psicosomática”, porque ha sido consagrado por el uso, sin
olvidar la relatividad y la objetabilidad del mismo.
ENFERMEDADES SOMATOPSÍQUICAS
(TRASTORNOS MENTALES DE ORIGEN ORGÁNICO)
Con frecuencia Santiago sufre de ataques en los que bruscamente pierde la conciencia, cae al
suelo y después de un momento de contractura comienza a convulsionar. Larga espuma por la
boca mientras el ataque persiste por unos minutos y después se queda “como dormido”. Al
volver en sí no recuerda nada de lo ocurrido.
Don Horacio, de 82 años, docente universitario jubilado –ex profesor de cálculo diferencial- ha
empezado a olvidarse de lo que ocurrió hace unos minutos, y se ha extraviado muchas veces en
la calle porque no recuerda la dirección de su casa. No puede tampoco efectuar sencillas
operaciones matemáticas. Una mañana, al levantarse, su esposa se angustió mucho porque él,
que estaba sentado en la mesa de la cocina, le preguntó: “¿Quién es Ud., señora?”.
Martín, de 18 años, sólo ha logrado aprobar a duras penas el segundo grado de la primaria el año
pasado. Si bien habla en forma inteligible, sólo puede escribir frases muy simples con bastante
dificultad. Ha aprendido en un taller protegido el oficio de panadero, y lo lleva a cabo bastante
bien.
Daniel, de 27 años, se encuentra internado desde ayer en el hospital. Se muestra agitado y
confundido. No sabe dónde está ni qué día es hoy. Afirma que se encuentra en el taller mecánico
donde trabaja. En determinados momentos confunde a las enfermeras con vampiros que quieren
sacarle la sangre. Se muestra muy torpe en sus movimientos y acciones y cuando se le pregunta
algo (como por ejemplo, “¿Cuánto es dos por dos?”) tarda mucho en responder. Se ve perplejo,
lento, como si estuviera “entre nubes”. Llegó al hospital con más de 40º de fiebre.
Todas estas personas sufren evidentemente de alguna perturbación en sus mentes; sin embargo, la causa
de la misma no es psicológica, sino física: hay algún proceso orgánico que produce estos síntomas
(descargas neuronales súbitas, degeneración del cerebro, alteraciones genéticas, infecciones,
intoxicaciones, traumatismos, etc.).
En rigor, cualquier trastorno orgánico, desde un simple dolor de muelas hasta un sida,
condiciona la conducta humana, debido a la unidad mente / cuerpo. Pero aquí sólo nos
referiremos solamente a ciertas patologías que, por afectar sobre todo –directa o
indirectamente- al sistema nervioso central determinan una psicopatología especial.
En los siguientes apartados abordaremos sólo cinco de los grupos más importantes de
estas enfermedades en lo que hace a los trastornos mentales: psicosis orgánicas, retraso
mental, demencias, delirium y epilepsias.
2-Psicosis orgánicas
Son psicosis (cf. Cap. VI) producidas por diversos agentes que obran sobre la corteza
cerebral, que pueden clasificarse en cinco categorías principales: a) tóxicos; b)
infecciosos; c) degenerativos; d) traumáticos; e) neoplásicos*.
Algunos autores, siguiendo a Moebius, las denominan “psicosis exógenas*” por ser de
causa corporal conocida.
Por ejemplo, la sífilis, que es una enfermedad venérea* producida por el treponema
pallidum, puede producir varios trastornos mentales, entre ellos la históricamente
famosa PGP (parálisis general progresiva), ahora casi inexistente, caracterizada por una
meningoencefalitis de evolución demencial, con trastornos del juicio, delirios
polimorfos, amnesia, euforia, megalomanía, etc.
En la porfiria, que es un raro trastorno metabólico familiar en los que se elimina por
orina (que adquiere un color rojo subido) cantidades anormales de porfirina, puede
producir brotes agudos de sintomatología polimorfa.
Las psicosis saturninas (el saturnismo es una intoxicación con plomo) son uno de los
muchos ejemplos de psicosis tóxicas, que suelen darse en trabajadores expuestos
durante mucho tiempo a ese metal.
19
Las demencias pueden considerarse psicosis, en un sentido amplio, en la medida en que configuran un
estado grave en que se menoscaban el juicio de realidad, la capacidad de insight y la adaptación a la
realidad, con síntomas que denuncian un grave desajuste. Lo mismo los deliria (estados confusionales),
que a diferencia de la demencia, son agudos. Por lo general se los ubica como categorías separadas de las
psicosis.
El DSM-IV no habla de psicosis, pero sí de “trastorno psicótico causado por
enfermedad médica”, y afirma:
Son diversas las enfermedades médicas que pueden causar síntomas psicóticos, entre las que se incluyen
enfermedades neurológicas (p.ej., neoplasias, enfermedad vascular cerebral, enfermedad de Huntington,
esclerosis múltiple, epilepsia, lesión o deterioro del nervio auditivo o visual, sordera, migraña, infecciones
del sistema nervioso central), enfermedades endocrinas (p.ej, hiper e hipotiroidismo, hiper e
hipoparatiroidismo, hiper e hipoadrenocorticismo), enfermedades metabólicas (p.ej., hipoxia*,
hipercapnia*, hipoglucemia), alteraciones del equilibrio hidroelectrolítico, enfermedades hepáticas o
renales y trastornos autoinmunes con afectación del sistema nervioso central (p.ej., lupus eritematoso
sistémico). Las enfermedades neurológicas que más se asocian a la aparición de ideas delirantes son las
que afectan las estructuras subcorticales o del lóbulo temporal. Los hallazgos de la exploración física o las
pruebas de laboratorio son reflejo de la enfermedad médica causante del cuadro.20
3- Demencia
20
AMERICAN PSYCHIATRIC ASSOCIATION (2002), p. 378.
El deterioro de la memoria va acompañado de otros déficit cognoscitivos: afasias* (por
ejemplo, no encontrar la palabra para nombrar objetos o personas, uso de perífrasis*,
etc.), apraxias* (p.ej., no puede abotonarse la camisa), agnosias* (no puede saber que
algo es, por ejemplo, un televisor, aunque lo esté viendo, o sea, no lo reconoce), e
incapacidad general para ejecutar acciones planificadas y organizadas. También
aparecen dificultades en la vida afectiva, como labilidad* e incontinencia* afectiva,
trastornos en el control de los impulsos, etc.
4-Retraso mental
Hay dos elementos esenciales que nos permiten delimitar un retraso mental:
a) nivel de habilidades cognitivas: una capacidad mental inferior al promedio,
manifiesta en un CI aproximadamente de 70 o menor21 y en una edad mental (EM) que
en adultos no sobrepasa los doce años, y
b) nivel de competencia social: deficiencias en la adaptación en relación a lo que se
espera en función de la edad y el medio cultural: limitaciones en la capacidad para
cuidar de sí mismo, desenvolverse cotidianamente, comunicarse, aprender, trabajar, etc.
21
El CI intelectual normal se considera entre 90 y 110. Aquellos cuyo CI está entre 70 y 90 no son
retrasados mentales, sino que se los considera “límites”, “limítrofes” o “borderlines” (denominación que
no tiene nada que ver con la patología estudiada en el cap. V).
tóxicas (encefalopatías bilirrubínicas, por exceso de alcohol durante el embarazo, etc.),
traumáticas (accidentes, anoxia natal, irradiaciones durante la gestación, etc.),
metabólicas (p.ej., fenilcetonuria), cromosomáticas (mongolismo o síndrome de Down),
por defectos cerebrales o craneales congénitos (anencefalia, microcefalia, macrocefalia,
etc.). La herencia juega un rol importante; p.ej., si un padre es oligofrénico,
aproximadamente un 46% de sus hijos lo serán; pero si los dos lo son, el por ciento se
eleva a un 90,7.
Algunos cuadros de retraso mental –sobre todo los grados leves- podrían no ser, en
rigor, enfermedades somatopsíquicas, debido a que pueden reconocer etiologías de nivel
ambiental o sociocultural (p.ej., carencias en la estimulación temprana). Y otros –sobre
todo en el caso de los borderlines entre 70 y 90- simplemente podrían estar en la zona
alejada de la media en la distribución normal de la inteligencia, sin que ello implique
una enfermedad médica subyacente. Habitualmente, cuanto más severa es la oligofrenia,
más puede reconocerse el proceso patológico orgánico que la produjo.
Clásicamente, se distinguían tres tipos de oligofrénicos: idiotas (CI menor que 20), que
no hablan o casi no hablan nada; los imbéciles (CI entre 20 y 50), que hablan pero no
escriben ni pueden ganarse la vida; y los débiles mentales (entre 50 y 70). En la
actualidad esta clasificación se ha abandonado y se utiliza la de la OMS, que distingue:
- Retraso mental leve (CI entre 50 y 69; en adultos alcanza una EM entre 9 y 12
años): es un sujeto “educable”, y habitualmente puede lograr una escolaridad
primaria completa hacia fines de su adolescencia. En su adultez, consigue una
autonomía social y laboral mínima, requiriendo ayuda sólo en ocasiones.
- Retraso mental moderado (CI entre 35 y 49; de adulto, EM entre 6 y 9 años):
suele decirse que es un sujeto “adiestrable”; es poco probable que pueda
progresar más allá del segundo grado de la primaria. Puede realizar trabajos
simples, con supervisión.
- Retraso mental grave (CI entre 20 y 34; EM en adultos de 3 a 6 años): puede
hablar y ser adiestrado en habilidades elementales de autocuidado. De adulto,
puede realizar tareas simples, pero bajo supervisión completa.
- Retraso mental profundo (CI menos de 20; EM en adultos menor de 3 años):
precisa cuidado y supervisión constante y cuidados de enfermería.
Estos son niveles de retraso mental, pero dentro de este grupo encontramos muchas
enfermedades distintas entre sí y que sólo tienen en común el hecho de producir un
déficit: hidrocefalias, macrocefalias, mongolismo (síndrome de Down), idiocia
amaurótica de Tay-Sachs, etc.
Algunos síntomas que pueden presentarse son los siguientes: Se reduce la capacidad
para mantener la atención hacia los estímulos (p.ej., hay que repetirle las preguntas
porque le cuesta mantener la atención), el lenguaje es vago o poco entendible, le cuesta
mantenerse despierto, presenta ilusiones, alucinaciones o falsas interpretaciones,
somnolencia, agitación psicomotriz o por el contrario enlentecimiento, incapacidad de
conservar informaciones nuevas (p.ej., no puede recordar algo que se le dijo hace diez
minutos) y distintos signos y síntomas clínicos que dependen del cuadro orgánico y que
suelen fluctuar en cortos períodos de tiempo, p.ej. durante el día.
No debemos confundir estos estados con la demencia. Esta última es un estado crónico
de deterioro cognitivo que cursa sin trastornos de la conciencia; el delirium es agudo y
siempre presenta alteraciones de conciencia (lo cual no quiere decir que en un sujeto
demente que se ha enfermado, intoxicado, etc., no podamos encontrar un delirium
sobreagregado a su demencia).
6- Epilepsia
El síntoma más típico –aunque para nada el único- producido por esta descarga eléctrica
cerebral repentina es la convulsión* recurrente; pero se pueden dar otros signos y
síntomas a nivel psicológico.
La epilepsia reviste muchas formas clínicas. La más conocida y espectacular son los
ataques de “gran mal epiléptico” (a veces llamado grand mal, en francés) consistente en
crisis convulsivas provocadas por una descarga neuronal brusca que produce el ictus*
característico. El sujeto pierde la conciencia, aparece apnea* y cae, permaneciendo
rígido unos segundos (fase tónica*); luego comienzan las convulsiones, con sacudidas
violentas de los miembros (fase convulsiva, clónica*) durante unos veinte o treinta
segundos (es decir, el ataque en sí dura muy pocos minutos); finalmente, después de una
fase de recuperación de veinte o treinta minutos, el paciente va retomando
paulatinamente el nivel de conciencia previo al ataque. Muchas veces éste va precedido
por un aura*. Se produce una amnesia total del episodio (lo último que recuerda el
sujeto es el aura).
El fenómeno más conocido del “pequeño mal (petit mal) epiléptico” son las
“ausencias”, donde por breves segundos el sujeto pierde la conciencia, interrumpiendo
sus pensamientos, palabras y acciones, quedando “en blanco”. Al volver en sí, no
recuerda que le haya ocurrido nada, y continúa con lo que estaba haciendo en esos
momentos.
TRASTORNOS REACTIVOS
Hace dos sábados, cuando iba circulando por el Acceso Sur y Circunvalación, Aníbal vio cómo
el auto que iba delante de él tocó el borde de la rotonda, volcó y chocó contra otro vehículo que
venía en dirección contraria. Horrorizado pudo ver los cuerpos ensangrentados de las personas
habían quedado tendidas en el piso. Desde entonces dice que se vive a sí mismo como si fuera un
robot, sin sentimientos, le cuesta dormir, está muy irritable y no ha podido seguir estudiando la
materia que pensaba rendir en este turno por no poder concentrarse.
Hace un año y medio, mientras esperaba en un cajero automático, Leticia, de 42 años, observó
con espanto cómo los que estaban en la cola fueron asaltados por dos individuos encapuchados
que le dieron un “puntazo” al que estaba delante de ella por resistirse. Si bien a ella no le pasó
nada, más allá del susto, ha quedado seriamente afectada. No pasa un día sin que se le vengan a
la cabeza recuerdos del acontecimiento, tan vívidos que le parece que lo está viviendo de nuevo.
No tolera ver noticieros de la televisión por temor a que pasen reportes de hechos similares; tiene
pesadillas recurrentes, duerme en forma entrecortada y está sumamente irritable. Evita pasar
cerca del lugar donde ocurrió el hecho, y si tiene que ir a un cajero automático o a un banco le
pide a su marido que lo haga por ella.
Don Arturo, de 66 años, estaba ansioso por que le saliera la tan largamente esperada jubilación.
Sin embargo, desde que le llegó, hace dos meses, se ha sentido cada vez más triste y desalentado.
Está fatigado, no le llaman la atención cosas que antes le interesaban, y ha pensado que ya no
sirve para nada. Extraña muchísimo su trabajo y sus ex compañeros de oficina. Su familia está
preocupada por su estado de ánimo, que contrasta con todas las expectativas que tenía antes de
retirarse.
Estas tres personas sufren trastornos que han sido claramente ocasionados por acontecimientos que de
alguna manera los han perturbado. Podríamos pensar que sus dificultades han surgido como reacción ante
los mismos.
1- Concepto de “reacción”
Pero no sólo los traumas generan trastornos reactivos. Toda exigencia adaptativa que se
ejerza sobre el individuo determina una cierta presión sobre él, un cierto grado de
tensión o “stress”. Las carencias, frustraciones, presiones, demandas sociales y
conflictos, así como los problemas que debe enfrentar el sujeto, determinan un grado
variable de stress frente al cual se reaccionará de forma adecuada, adaptativa, o bien de
forma inadecuada y disfuncional.
Tales experiencias suelen ser traumáticas para la mayoría de las personas, e incluyen
combates de guerra, violaciones, ser secuestrado, torturado, accidentes automovilísticos,
desastres naturales, ser testigo de muertes y amputaciones violentas, etc.
Los acontecimientos que dan lugar al trastorno por estrés agudo son idénticos a los que
originan el TEP, pero sólo aparecen durante el primer mes que sigue al acontecimiento
traumático y duran un máximo de cuatro semanas.
4-Trastornos adaptativos
Es de hacer notar que si un cuadro claramente definido (p.ej., una depresión mayor que cumpla con todos
los criterios del DSM-IV para tal cuadro) surge a partir de un desencadenante, no por ello se considera
reactiva, porque si no la mayoría de los trastornos lo serían. En este caso se hace el diagnóstico del cuadro
clínico en sí (por eso en el uso de ese manual se considera que el diagnóstico de los trastornos adaptativos
es “residual”, porque se realiza sólo si no cumple los criterios para otro trastorno clínico). Por ejemplo, si
después de un terremoto aparece un cuadro definido de ansiedad generalizada, se diagnostica “ansiedad
generalizada”. Si el cuadro sólo presenta signos de ansiedad, pero ellos no bastan para configurar dicho
trastorno, se diagnostica “trastorno adaptativo con ansiedad”.
APÉNDICE I
GLOSARIO
Afasia: el sujeto no puede entender lo que se le dice, y/o trasmitir ideas por medio de la
palabra, porque la comprensión y/o la expresión del lenguaje están alterados por una
afección de los centros cerebrales del lenguaje.
Agorafobia: en un sentido clásico, es el temor a los espacios abiertos (en griego, ágora
es “plaza”). En la actualidad, se la entiende como ansiedad frente a situaciones o lugares
de donde escapar pueda ser difícil o embarazoso, o en los que aparezca una crisis de
angustia; e intentos de evitar esos lugares o situaciones. Algunas de esas situaciones
pueden ser, p.ej., salir de casa, viajar al campo, hacer cola, viajar en ómnibus, mezclarse
con mucha gente.
Alienación: del latín alienus, derivado de alius, “otro” Es una condición mental
patológica que implica la pérdida del juicio de realidad. Clásicamente, el “alienado” es
el “loco”, el que “ha perdido la razón”. Es sinónimo de “enajenación”, que es “hacerse
ajeno, otro”. Derivados: alienado (enajenado, loco), alienista (médico especializado en
enfermos mentales).
Aloplástico: comportamiento o conducta cuyo efecto recae sobre todo en otras personas
u objetos del medio ambiente. Por ejemplo, si un sujeto golpea, manipula, convence,
intimida, seduce, motiva, etc., a otro, este último resulta modificado, alterado, por la
conducta del primero. Antónimo: autoplástico*.
Arousal término inglés (pron. aprox. /eráusal/) que significa excitación, despertar de
sentimientos, de interés, etc.; en neurociencias, activación. Por ejemplo, las dificultades
para conciliar el sueño, la irritabilidad, las dificultades para concentrarse, la
hipervigilancia, la inquietud motriz y las respuestas exageradas de sobresalto indican un
aumento del arousal en el trastorno por estrés postraumático.
Brote: crisis aguda y violenta que luego de su desaparición deja una alteración
permanente en el sujeto, generalmente con déficit. Típico de la esquizofrenia.
Delirio: trastorno del contenido del pensamiento (de lo que se piensa) que consiste en
una creencia errónea de la que el sujeto está totalmente convencido y que no puede
reducirse o corregirse por la evidencia en lo contrario; p.ej., el paciente cree ser
Jesucristo, o que el fin del mundo ya ha ocurrido, o que su vecina está enamorada de él,
y no hay forma de hacerle ver su error.
Diplopía: (gr. diplóo, yo doblo, y opos, vista) visión doble de los objetos.
Disforia: término que engloba todo afecto desagradable, como ansiedad, irritabilidad,
tristeza, mal humor, malestar emocional, etc.
Egodistónico: un síntoma, rasgo, conducta, etc., del sujeto que no concuerda con su yo,
no está en armonía con sus normas e ideales, que se sufre y no se acepta o se acepta con
dificultad. Por ejemplo, una persona sufre una fobia que lo limita ya que le impide hacer
viajes largos. Esa fobia lo hace sufrir, él no la acepta, la rechaza, no está de acuerdo con
ella, y ella no está de acuerdo con sus ideales de independencia, autonomía, valor, etc.
Antónimo: egosintónico.
Egosintónico: un síntoma, rasgo, conducta, etc., del sujeto que él no cuestiona, que
concuerda con su yo y sus ideales, que él toma como algo “natural” y propio de sí
mismo. Por ejemplo, un caracterópata obsesivo que considera que su compulsión
excesiva por la limpieza es totalmente adecuada y que no la desea cambiar porque es
acorde con sus ideales.
Endógeno (gr. endos, adentro, genos, origen) a) algo que tiene origen en el interior, por
ejemplo del organismo, y que no viene de afuera (cf. “exógeno”). b) en psiquiatría, se
suele utilizar en el sentido de tener una causa corporal, interna, pero no conocida, como
en el caso de la depresión melancólica.
Esencial: en medicina, un estado o enfermedad que parece existir por sí mismo, sin que
pueda señalarse con claridad alguna etiología precisa, de modo que da la apariencia de
no tener causa. Sinónimo: idiopático.
Estrés (del inglés stress, tensión, presión): estado del organismo que aparece como una
reacción general ante estímulos (físicos, ambientales, sociales, etc.) que generalmente
son una amenaza para el mismo y que implican un esfuerzo de adaptación.
Exógeno: a) algo que tiene origen en el exterior, por ejemplo, del organismo, y que no
viene de adentro (cf. “endógeno”); b) en psiquiatría, se suele utilizar como sinónimo de
“con causa orgánica conocida”, por ejemplo, una conmoción cerebral debida a un
accidente sería un trastorno exógeno.
Facies: expresión del rostro, y particularmente el que revela alguna alteración del
organismo o de la mente.
Flashback: estado disociativo* generalmente breve (de pocos segundos, pero que puede
durar horas, e incluso días) en los que el sujeto revive una situación traumática a la que
estuvo expuesto en el pasado y se comporta como si en ese momento se encontrara en
él, viviéndolo en la actualidad.
Hístico: relativo a los tejidos del cuerpo. Los prefijos histio- e histo- hacen referencia a
los tejidos (p.ej., “histología”).
Incoherencia: cualidad del discurso que lo hace incomprensible para el interlocutor por
la falta de conexión lógica entre las palabras o frases.
Insight (pron. /ínsait/), término inglés que proviene de las palabras “in” (en, adentro) y
“sight” (visión) y que puede traducirse como “introvisión”, “perspicacia”, “intuición”,
“discernimiento”. Capacidad de ver algo con la mente (sobre todo en la propia mente), o
darse cuenta de repente de algo, especialmente de un elemento interno desconocido por
el sujeto hasta entonces, de comprender, o de “tomar conciencia” de algo dentro de uno
mismo.
Insania (o insanía) (del lat. “sanus” = “sano” “sensato, que está en su juicio”): término
que hace referencia a “pérdida de juicio”, “locura”. Tiene una connotación más médico-
legal que estrictamente psicopatológica, y equivale más o menos a “alienado”; implica
incapacitación, no responsabilidad legal e inimputabilidad.
Labilidad afectiva: cambios repentinos o bruscos del humor, sin causa justificada o
proporcional, de gran intensidad y corta duración; p.ej., pasar bruscamente de la risa a la
pena y el llanto.
Mobbing: término inglés que proviene de mob, “pandilla, turba, gentío que se une para
atacar”; to mob es “atropellar, acosar”. Acoso psicológico. El término fue utilizado por
el Dr. Heinz Leyman quien lo introdujo para describir las formas severas de acoso en las
organizaciones. Consiste en actitudes hostiles frecuentes y repetidas en el lugar de
trabajo que tienen siempre a la misma persona en la mira. El psiquiatra Carrol Brodsky,
lo define como “ataques repetidos e inopinados de una persona a otra para atormentarla,
minarla, frustrarla y provocarla”.
Palilalia: repetición involuntaria de una palabra o frase que el sujeto mismo ha dicho,
varias veces seguidas, por lo general, al final de una frase. Se da en la esquizofrenia
(sobre todo crónica) y en trastornos orgánicos (enfermedad de Parkinson, parálisis
pseudobulbar).
Parasimpático: parte del sistema nervioso autónomo que por lo general se opone
complementariamente al funcionamiento simpático; se ocupa de funciones de
mantenimiento y reparación del organismo. Tiene más que ver con el descanso y la
relajación. Está relacionado con el neurotransmisor “acetilcolina”.
Pragmática: parte de la semiótica que estudia la relación de los signos con sus usuarios,
teniendo en cuenta el contexto comunicacional. Estudia los actos de habla y las
interacciones sociales y los efectos que ellos producen.
Psicoactiva: sustancia química (ya sea natural o sintética) que afecte el funcionamiento
del sistema nervioso central.
Remitir: Una enfermedad ha remitido cuando “ha pasado”, y los síntomas han
desaparecido. Remisión: acción y efecto de remitir.
Sablismo: habilidad para sacarle dinero u otra cosa a otro con maña.
Simpático: parte del sistema nervioso autónomo que responde a las emociones, el gasto
de energía y al estrés, es decir, que nos prepara para la acción. Por ejemplo, puede hacer
que aumente la fuerza y la frecuencia de los latidos cardíacos, aumento del tamaño de la
pupila, estimulación de las glándulas suprarrenales (que producen, p.ej., la adrenalina).
Síndrome: conjunto de signos y síntomas que se agrupan en una unidad (menor que un
cuadro o una enfermedad) debido a que suelen presentarse juntos, lo que sugiere la
existencia de un factor común que explique su ocurrencia.
Súcubo: demonio femenino o que toma la apariencia de mujer para tener relaciones
sexuales con hombres. Los íncubos son, por el contrario, demonios masculinos que
tienen relaciones sexuales con mujeres. Temáticas relativas a súcubos e íncubos pueden
aparecer en delirios.
Tangencial: es una idea o pensamiento que está relacionada con un tema de manera
sólo parcial y no significativamente (“tangente”, en geometría, es una línea o superficie
que toca a otra en un solo punto). En psicopatología, suele usarse para indicar un
trastorno en la asociación de ideas en que éstas se relacionan en un punto superficial
solamente; también para indicar una incapacidad para llegar a una meta con el discurso,
sin arribar con las asociaciones a un objetivo definido.
Tónico: afectado por una tensión continua, que no cesa; músculo contraído en forma
sostenida y persistente (cf. “clónico”).
Travestir: vestir con las ropas propias del sexo contrario al sujeto. (En algunas
versiones, como en el DSM-IV, aparece la forma “transvestir”.)
Venéreo (del lat. Venus-Veneris: Venus, diosa del amor): relativo al acto sexual, o
producido por él; por ejemplo, “enfermedad venérea” es la producida por el contacto
sexual.
Vesania (también vesanía; del lat. vesanus, “loco furioso”): enfermedad mental, locura,
delirio crónico; “demencia vesánica” (evolución demencial en un psicótico). Expresión
poco usada en la actualidad.
(Muchas de las definiciones médicas han sido tomadas o adaptadas de VVAA, 1974).
APÉNDICE II
Los siguientes son algunos sufijos, prefijos y voces griegas y latinas que se utilizan en psicología y
psicopatología. Cuando provienen del latín, aparece (lat.); las demás son griegas. La “ph” se pronuncia
como nuestra “f”. Entre paréntesis y en cursiva, algunos ejemplos.
PEREYRA, Carlos R., Esquizofrenia –Demencia Precoz, Salerno, Bs. As., 1965.