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Emisión programada por Michel Foucault

Rousseau, juez de Jean-Jacques (Diálogos)

LA LIBERTAD CULPABLE1 - RTF (1964)

Tercera intervención: LA INOCENCIA

Michel Foucault - 1h16’

Entre la primera y segunda jornada de diálogo un acontecimiento ocurrió: si el Francés rehúsa aún
leer las obras de Jean Jacques que considera monstruosas, Rousseau, sobreponiéndose a sus
repugnancias, fue a visitar a su doble, es decir a Jean-Jacques. Paradojalmente el encuentro entre
Jean-Jacques y Rousseau no reconstruye la unidad perdida, inaccesible, de Jean-Jacques
Rousseau. En ningún momento autoriza el redescubrimiento de esa voz lírica que hablaba de sí
misma y para sí misma en las Confesiones. Rousseau habla de Jean-Jacques sin jamás franquear la
distancia que los hace exteriores uno al otro, Rousseau habla de Jean-Jacques como del extranjero
por excelencia.

EL FRANCÉS (p.179)
Y bien, señor, ¿lo habéis visto?

ROUSSEAU
Y bien, señor, ¿lo habéis leído?

EL FRANCÉS
Vayamos por orden, os lo ruego, y permitidme que empecemos por vos, que fuisteis el más
ansioso. He dejado que os tomarais vuestro tiempo para estudiar en profundidad a nuestro
hombre. Sé que lo visteis y que todo transcurrió a vuestro gusto. De manera que ahora estáis
en condiciones de juzgarlo o no lo estaréis jamás. Decidme, por tanto, qué hay que pensar de
ese extraño personaje.

ROUSSEAU
No; decir lo que hay que pensar de él no es asunto mío; pero decir qué pienso yo, eso puedo
hacerlo de buen grado, si os confirmáis con ello.

EL FRANCÉS (p.180)
No os pido otra cosa. Veamos qué tenéis que contarme.

1
Este material es de uso restringido a los participantes del Grupo "De famosos y de infames. Singularidades de
Michel Foucault" 2017-18. Desgrabado y traducido por Raquel Capurro. Los textos citados son del e-book Rousseau
juez de Jean-Jacques, Ed. PRE-TEXTOS, con pequeñas modificaciones de términos. Selección de textos por M.
Foucault. Audio disponible en:
https://www.youtube.com/watch?v=Ovu59MGTsxE&list=PLT3CC8YvohcNu4zjE1w6QObPUmxp2t7D&index=6

1
ROUSSEAU
Si queréis que os diga lo que pienso, os diré francamente que no me parece que sea un
hombre virtuoso.

EL FRANCÉS
¡Vaya! ¿Así que ahora pensáis como todo el mundo?

ROUSSEAU
No del todo tal vez, porque, también a mi parecer, creo que es menos malvado todavía que
virtuoso.

EL FRANCÉS
Pero entonces, ¿qué es lo que es? Sois desesperante con vuestros eternos enigmas.

ROUSSEAU (p.180-181)
Aquí no hay más enigma que el que vos queráis ver. No sé si es bueno, pero es un hombre
sin malicia, un alma sana pero débil, que adora la virtud sin practicarla, ferviente partidario
del bien aunque tampoco lo practique. En cuanto al crimen, estoy tan convencido como de
mi existencia que jamás lo ha secundado, como tampoco siente odio. Éste es el resumen de
mis observaciones sobre su carácter moral. El resto no se puede resumir, pues este hombre
no se parece a ningún otro que yo haya conocido; requiere un análisis aparte y únicamente
para él.

Michel Foucault - 1h 18’ 46’’ a 1h 21’

Este Rousseau sin rostro que va a exponer al Francés lo que ha visto está tan cerca de Jean-
Jacques que sin huella de sombras podrá decir lo que es Jean-Jacques en su más íntima esencia.
Pero, por otro lado, ese mismo Jean-Jacques está tan retirado, tan inaccesible a toda palabra, y a
toda mirada que no es ni su existencia concreta ni su historia real lo que va a transparentarse en el
discurso de Rousseau sino sólo una esencia inmóvil, a la vez única y universal, dejando la esencia
de Jean-Jacques de la que no puede hablarse más que en la tercera persona, fija, transparente
tranquila, algo así como un cristal en el fondo del agua. De ahí la extraña sonoridad de todo este
diálogo.

En realidad la palabra de Rousseau sobre Jean-Jacques no es ni el discurso exterior de alguien


sobre otro ni tampoco el discurso interior de sí mismo sobre sí mismo, más bien es el
imposiblediscurso de un doble sobre su esencia, de una sombra sobre su eterna verdad.

Cuando Jean-Jacques Rousseau se desdobla entre Jean-Jacques por un lado, y Rousseau por otro,
no imita la mirada del otro (autrui), mima más bien el momento de su propia muerte. Este discurso
en el que por fin quiere aparecer en toda su verdad, este discurso, oscuramente, descansa sobre su
propia desaparición, por eso su rigidez de piedra, su transparencia algo fría, la ausencia de
sombras en ese discurso que pasa por la blanca visibilidad de la muerte.

ROUSSEAU (p. 183)


[…] Comencemos por el principio. Dadas las dificultades para verlo que vos me habíais
pronosticado, pensé en empezar por escribirle. Y aquí está mi carta y su respuesta.

2
EL FRANCÉS
¡Cómo! ¿Os ha respondido?

ROUSSEAU
Casi inmediatamente.

EL FRANCÉS
¡Qué cosa tan extraña! Veamos esa carta que lo ha obligado a hacer un esfuerzo tan grande.

ROUSSEAU (p. 183-4)


No es demasiado sutil, como podréis comprobar. “Necesito verlos y conocerlo, necesidad
basada en el amor a la justicia y la verdad. Se dice que a vos no os gustan las caras nuevas.
No diré si estáis equivocado o tenéis razón: pero si sois el hombre de vuestros libros,
abridme vuestra puerta con confianza; os lo ruego por mí; os lo aconsejo por vos. Pero si no
lo sois, también podéis recibirme sin temor; no os importunaré mucho tiempo.”

Respuesta: “Vos sois el primero que se acerca a mí por ese motivo, pues de tantas personas
como hay que sienten curiosidad por verme, ni una sola la siente por conocerme, ya que
todos creen conocerme de sobra. Venid, por tanto, aunque sólo sea por la rareza del hecho.
Pero ¿qué queréis de mí y por qué me habláis de mis libros? Si después de haberlos leído
tenéis dudas sobre los sentimientos de su autor, no vengáis: en ese caso yo no soy vuestro
hombre, pues vos tampoco podríais ser el mío”.

La conformidad de esta respuesta con mis ideas no disminuyó mi celo. Voy volando a
verlo… Y lo confieso, antes incluso de hablar con él, nada más verlo, tuve el presentimiento
del éxito de mi misión.

A juzgar por los retratos que se hacían de él, tan elogiados en todas partes y que se
consideraban como obras maestras del parecido antes de que viniese a París, esperaba
encontrarme con la figura de un espantoso cíclope como el de Inglaterra o la de un pequeño
paje gesticulante como el de Friquet, y esperando hallar en su rostro los rasgos del carácter
que todo el mundo le atribuye, me disponía a desconfiar de una primera impresión que tanta
influencia ejerce siempre en mí, y evitar, a pesar de mi repugnancia, el prejuicio que pudiera
inspirarme.

No tuve que hacer ningún esfuerzo. En lugar del fiero o zalamero aspecto que me esperaba,
me encontré con una fisonomía franca y sencilla que prometía e inspiraba confianza y
sensibilidad.

EL FRANCÉS
Parece que sólo tiene esa fisonomía para vos, pues generalmente todos aquellos que se han
acercado a él se lamentan de su aspecto frío y su desagradable acogida, que por fortuna les
tiene sin cuidado.

ROUSSEAU (p. 185)


Es cierto que nadie en el mundo oculta menos que él la indiferencia y el desprecio a los que
se lo inspiran. Pero ése no es su comportamiento natural, hoy en día muy frecuente, y esa
acogida despectiva que vos le reprocháis es para mí la prueba de que no finge como aquellos
que van a verlo, y que no hay falsedad en su rostro como tampoco en su corazón.

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J. J. no es seguramente un hombre agraciado. Es pequeño y se empequeñece todavía más
bajando la cabeza. Es corto de vista, tiene los ojos hundidos, unos dientes horribles y sus
facciones, alteradas por la edad, no son precisamente armoniosas: pero en él todo desmiente
la idea que me había hecho al escucharos; ni la mirada, ni su voz, ni el acento, ni el porte se
corresponden con el monstruo que me habíais pintado.[…]

(p. 249)
Los afectos por los que siente más inclinación se distinguen incluso por manifestaciones
físicas. Por poco que se conmueva, sus ojos se humedecen al instante. Sin embargo, jamás el
solo dolor le hizo derramar una lágrima; pero todo sentimiento tierno y dulce o grande y
noble que embarga su corazón se las arranca infaliblemente. Sólo llora por enternecimiento
o admiración: la ternura y la generosidad son las dos únicas cuerdas sensibles que le afectan
de verdad. Puede contemplar sus desgracias sin inmutarse, pero llora cuando piensa en su
inocencia y en los merecimientos de su corazón.
Hay desgracias para las que un hombre honesto nunca está preparado. Y ésas son las que
estaban destinadas a él. Al pillarlo por sorpresa, lo abatieron al principio; era algo inevitable,
pero no pudieron cambiarlo. Tal vez durante algunos instantes permitió que lo degradasen
hasta el envilecimiento, hasta la cobardía, pero jamás hasta la injusticia, hasta la falsedad,
hasta la traición. Recuperado de esa primera sorpresa se ha repuesto, y probablemente no se
dejará avasallar más, porque su naturaleza se ha impuesto, y conociendo por fin a las
personas con las que se enfrenta, está preparado para todo, hasta el punto de que éstas,
después de haber descargado en él toda su rabia, ya no pueden hacerle nada peor.

(p.250)
He podido verlo en una situación única y casi increíble, más solo en medio de París que
Robinson en su isla, y aislado secuestrado del trato de los hombres por la propia
muchedumbre empeñada en rodearlo para impedir que se relacionara con nadie. Lo he visto
competir voluntariamente con sus perseguidores para aislarse cada vez más, y mientras ellos
trabajaban sin descanso para mantenerlo apartado de los demás hombres, lo he visto alejarse
de los demás y de ellos mismos cada vez más. Ellos quieren quedarse para servirle de
protección barrera, para vigilar a todos aquellos que podrían acercársele, para engañarlos,
ganarlos para su causa o apartarlos, para escuchar sus palabras, su comportamiento, para
poder regodearse con el aspecto de su miseria, para tratar de adivinar si aún queda algo en su
corazón desgarrado donde puedan todavía infligirle algún daño.[...]

(p.251 - 252)
En ese estado, ¿debía fallarse a sí mismo hasta el punto de ir a buscar en la sociedad las
iniquidades poco disfrazadas que se complacían en atribuirle? ¿Debía exponerse a esos
bárbaros que, haciendo de sus penalidades un objeto de mofa, sólo buscaban oprimirle el
corazón infligiéndole las penalidades que más podían afectarle? Todo eso es lo que hizo
indispensable la manera de vivir a la que se redujo, o mejor dicho, a la que lo redujeron;
pues eso es lo que se quería conseguir y se han empleado a fondo para que la compañía de
los hombres le fuera tan cruel y desgarradora que no tuviese más remedio que renunciar
finalmente. “¿Me preguntáis”, decía, “por qué huyo de los hombres? Preguntadles a ellos,
ellos lo saben mejor que yo”. Pero ¿acaso un alma efusiva cambia tan pronto de naturaleza y
se desprende de todo? Todas sus desgracias no tenían otro origen más que aquella necesidad
de amar que devoraba su corazón desde su infancia y que lo inquieta y turba todavía hasta el
punto de que, si estuviera solo sobre la tierra, esperaría el momento de escapar de ella para
ver finalmente realizados sus deseos y encontrar en otro lugar una patria y algunos amigos.

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Michel Foucault - 1h 27´

Pero aquí hay también un problema. ¿Cómo un hombre hecho para una vida tan transparente, tan
reservada, tan escondida, como un hombre así pudo prescribir libros?… ¿por qué cuando se está
hecho para amar a las cosas y a la gente, por qué cuando no se puede imponer a los propios
afectos una desvío, una demora, por qué este hombre querría utilizar, por qué querría recurrir a
todos las juegos hipócritas de la escritura?

ROUSSEAU (p. 253 - 254)


Alcanzó y sobrepasó la edad madura sin pensar en escribir libros, y sin experimentar un solo
instante la necesidad de esa fatal celebridad que no estaba hecha para él, y de la que no ha
probado más que los sinsabores y tan cara le han hecho pagar. Sus queridas ensoñaciones le
bastaban, y en el ardor de su juventud su viva y fecunda imaginación, abrumada por
seductores temas que la ocupaban continuamente, mantenía su corazón en una perenne
ebriedad que no le permitía ni ordenar sus ideas, ni asentarlas, ni tiempo para escribirlas, ni
deseo de comunicarlas. Solamente cuando todos aquellos impulsos empezaron a
apaciguarse, cuando sus ideas fueron surgiendo de una forma más ordenada y lenta, pudo
seguir sus huellas para anotarlas; fue sólo entonces, como digo, cuando el uso de la pluma le
fue posible y, a semejanza e instigación de las gentes de letras con las que trataba entonces,
tuvo la idea fantasía de comunicar al público aquellas mismas ideas que lo habían
alimentado tanto tiempo y que pensó que podrían ser útiles al género humano. En cierto
modo fue incluso por sorpresa y sin habérselo propuesto como se encontró inmerso en
aquella funesta carrera donde tal vez ya desde aquel momento se le tendían trampas en las
que, precipitado, acabaría cayendo.

Desde su juventud se había preguntado a menudo por qué no encontraba a todos los hombres
buenos, sensatos, felices como le parecían hechos para serlo; buscaba en su corazón el
obstáculo que se lo impedía y no lo encontraba. Si todos los hombres, se decía, se pareciesen
a mí, reinaría sin duda una gran indolencia en sus quehaceres; tendrían poca actividad, y
sólo por bruscas y raras sacudidas; pero vivirían entre ellos en apacible armonía. ¿Por qué no
viven así? ¿Por qué acusando continuamente al Cielo de sus desgracias hacen sin cesar todo
lo posible por aumentarlas? Admirando los progresos de la mente humana se extrañaba al
ver crecer en la misma proporción las calamidades públicas. Adivinaba una secreta
oposición entre la constitución del hombre y la de la sociedad; pero aquello era más bien una
sensación vaga, una noción confusa antes que una idea clara y desarrollada. Estaba él mismo
demasiado subyugado por la opinión pública como para atreverse a protestar contra
decisiones tan unánimes.

Una desafortunada cuestión académica que leyó en un Mercure vino de repente a abrirle los
ojos, a ordenar aquel caos en su cabeza, mostrarle otro universo, una verdadera edad de oro,
una sociedad de hombres sencillos, sensatos, felices, y a realizar en perspectiva todas sus
ensoñaciones, mediante la destrucción de los prejuicios que lo habían subyugado a él
mismo, y de los que en aquel momento creyó ver que derivaban todos los vicios y las
desgracias del género humano. De la gran agitación que se produjo entonces en su alma
salieron aquellas chispas de genio que hemos visto brillar en sus escritos durante diez años
de delirio y fiebre, pero de las que ningún vestigio había aparecido hasta entonces, y que
seguramente habrían podido seguir brillando si una vez pasado aquel arrebato hubiera
querido continuar escribiendo.[…]

5
(p.258- 259)
Esas ocupaciones no le impidieron dedicarse con pasión a la botánica, a la que consagró
durante varios años lo mejor de su tiempo. En sus grandes y frecuentes herborizaciones
consiguió reunir una inmensa colección de plantas; las secó con infinito cuidado y las pegó
con esmero sobre unos papeles que luego enmarcaba en rojo. Procuró conservar la forma y
el color de las flores y las hojas, hasta el punto de hacer de aquellos herbarios tan
cuidadosamente dispuestos colecciones de miniaturas. Algunas las regaló, otras las envió a
diversas personas, pero lo que le queda todavía* bastaría para convencer a aquellos que
saben el tiempo y la paciencia que exige este trabajo de que ésta era su única ocupación.

EL FRANCÉS
Añadid el tiempo que ha necesitado para estudiar a fondo las propiedades de todas esas
plantas, para triturarlas, clasificarlas, destilarlas, prepararlas para los usos a los que las
destina; porque, en fin, por muy buena disposición que tengáis hacia él, comprenderéis,
supongo, que no se estudia botánica sin ninguna finalidad.

ROUSSEAU (p. 259-260)


Sin duda. Comprendo que la fascinación del estudio de la naturaleza atraiga a un alma
sensible, y todavía más a un solitario. En cuanto a las preparaciones de las que habláis y que
no tienen ninguna relación con la botánica, no he visto en su casa el menor vestigio; no he
visto que hiciese ningún estudio sobre las propiedades de las plantas, ni siquiera me ha
parecido que creyese demasiado en ello.[…]En efecto, no he visto nada en su casa que
delatase esa afición farmacéutica. Sólo he visto cartones llenos de ramas de plantas de los
que acabo de hablaros, y granos distribuidos en cajitas clasificadas, como las plantas que los
proporcionan, de acuerdo con el sistema de Linneo.[…]

EL FRANCÉS
¡Ajá! ¡Cajitas! Y bien, señor, esas cajitas, ¿para qué sirven?
¿Qué pensáis vos?

ROUSSEAU
¡Bonita pregunta! Para envenenar a la gente, a la que hace tragar un tazón entero con todos
esos granos. Por ejemplo, si vos os tragáis por descuido una onza o dos de granos de
adormidera os quedaréis dormido para siempre, y con el resto lo mismo. Lo mismo hace más
o menos con las plantas; os las da a probar como si fueran forraje, o bien mezcla su jugo en
las salsas.

EL FRANCÉS (p.261)
¡No, señor! Cualquiera sabe que no es así como se hace, y los médicos que lo han hecho así
se han ganado el descrédito entre las personas cultas. Una cucharada de jugo de cicuta no
bastó para Sócrates; hizo falta una segunda; así que J. J. tendría que hacer beber a la gente
varios barreños de jugo de hierbas o comer kilos de granos. ¡No, no es así como lo hace! Él
sabe, a fuerza de ensayos y manipulaciones, concentrar tanto los venenos de las plantas que
tienen un efecto más potente incluso que el de los minerales. Los escamotea, y hace que te
los tomes sin que te des cuenta, incluso que actúen a distancia, como la pólvora, que explota
por simpatía, y como el basilisco, que envenena a la gente sólo con mirarla. Ha tenido que
realizar alguna vez estudios de química, eso es evidente. ¡Y ya comprenderéis qué clase de
hombre, que no es ni médico ni boticario, estudia química y cultiva la botánica! Sin
embargo, vos aseguráis no haber visto en su casa ni rastro de preparados químicos. ¿Estáis

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seguro? ¿Ningún alambique, hornos, monteras, retortas? ¿Nada que tenga que ver con un
laboratorio?

ROUSSEAU
Pues me vais a perdonar, pero, no. He visto en su pequeña cocina un infiernillo, cafeteras de
aluminio, platos, tarros, escudillas de barro…

EL FRANCÉS
¡Platos, tarros, escudillas! ¡Y qué más queréis! Basta con eso. No hace falta más para
envenenar a todo el género humano.

ROUSSEAU (p.262)
Como por ejemplo Mignot2 y sus sucesores.

EL FRANCÉS
No iréis a decirme que los venenos que se preparan en las escudillas deben tomarse con
cuchara, y que las sopas no se escamotean…

ROUSSEAU
¡Oh no! No voy a deciros nada de eso, os lo juro, ni nada parecido: me limitaré a
asombrarme. ¡Oh la sabia, la metódica maniobra de aprender botánica para hacerse
envenenador! Es como si se aprendiera geometría para ser asesino.

EL FRANCÉS
Veo que os lo tomáis a broma. ¿Es que no dejará de apasionaros nunca ese hombre?

ROUSSEAU
¡Apasionarme! ¡Yo! Deberíais hacerme más justicia y comprender que jamás Rousseau
defenderá a J. J. acusado de ser un envenenador.

EL FRANCÉS (p.316 -320)


Os he escuchado con una atención de la que podréis estar satisfecho.[…] Decís no hablar
más que de vuestras propias observaciones. La mayoría de aquellos a los que contradecís
también hablan de las suyas. Ellos han visto negro donde vos habéis visto blanco; pero están
todos de acuerdo en el color negro, mientras que el blanco sólo lo han visto vuestros ojos;
vos estáis solo contra todos; ¿quién tiene más probabilidades de acertar? ¿Puede la razón dar
más valor a su opinión en contra de las opiniones unánimes de la mayoría?

Todo el mundo está de acuerdo sobre este hombre que vos sois el único en obstinaros en
creer inocente, a pesar de tantas pruebas en contra, que no sois capaz de refutar. Si estas
pruebas son otras tantas imposturas y sofismas, ¿qué habría que pensar entonces de todo el
género humano?

¿Puede toda una generación ponerse de acuerdo para calumniar a un inocente, cubrirlo de
fango, ahogarlo, por decirlo así, en el cenagal de la difamación? ¿Mientras que según vos
sólo hace falta abrir los ojos para convencerse de su inocencia y de la perfidia de sus
enemigos?

2
Jacques Mignot fue un célebre pastelero de París del que Boileau llegó a decir: “Jamás envenenador conoció mejor
su oficio”.

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Tened cuidado, señor Rousseau; sois vos mismo quien aportáis demasiadas pruebas. Si J. J.
fuera tal y como lo habéis visto, ¿sería posible que fueseis el primero y el único en verlo con
ese aspecto? ¿Sois el único hombre justo y sensato que queda en la tierra? Si queda alguno
más que no piensa como vos, todas vuestras observaciones no sirven de nada, y os quedáis
solo frente a la acusación que hacéis a todo el mundo: haber visto lo que queréis ver y no la
realidad de los hechos. Responded a esta única objeción, pero responded con sentido, y me
rindo acerca de todo lo demás.

ROUSSEAU (p.320)
Para devolveros franqueza por franqueza, empiezo por reconocer que esa sola objeción a la
que me conmináis a responder es para mí un abismo de tinieblas en el que se pierde mi
razón. El propio J. J. no lo comprende mejor que yo.
Se confiesa incapaz de explicar, de entender el comportamiento que tiene el público con él.
Ese acuerdo con que toda una generación se afana por adoptar un plan tan execrable se le
hace incomprensible. […]
(p.325)
Esta animosidad, más viva, más activa que la simple aversión, me parece con respecto a J. J.
la actitud general de toda la generación actual. La forma solamente en que se lo mira cuando
pasea por las muestra a las claras esa actitud que se disimula y se contiene a veces en
aquellos que se encuentran con él, pero que aflora y se hace visible a su pesar.
Al ver el apresuramiento burdo y bobo con que se detienen, con que se vuelven, con que lo
miran y lo siguen, al ver los cuchicheos burlones que sus desvergonzadas miradas provocan,
se los tomaría menos por personas honradas que han tenido la desgracia de encontrarse con
un monstruo espantoso, que por una horda de bandidos contentos de dar caza a su presa y
que hallan una diversión digna de ellos en insultar su desgracia. ¡Miradlo cuando entra en un
espectáculo rodeado inmediatamente de un estrecho cerco de brazos tendidos y bastones en
el que ya podéis imaginar cómo se encuentra! ¿Para qué sirve esa barrera? Si quisiera
romperla, ¿resistiría? No, sin duda. ¿Para qué sirve entonces? Únicamente para darse el
gusto de verlo encerrado en esa jaula, y para hacerle sentir que todos los que lo rodean están
orgullosos de ser para él tanto mozos de cuerda como arqueros.

Y como son bondadosos no dejan de escupirle cada vez que pasa a su lado y pueden hacerlo
sin que los vea. Enviar un vino de honor al mismo hombre sobre el que se escupe es hacer el
honor todavía más cruel que el ultraje. Todos los signos del odio, del desprecio, de la rabia
incluso que se pueden atribuir tácitamente a un hombre sin añadir un insulto abierto y
directo le son prodigados de todas partes, y abrumándolo con los cumplidos más sosos,
afectando las empalagosas formas que se tienen con las mujeres hermosas, si tuviera
necesidad de una ayuda real se lo vería perecer con gusto sin prestarle el menor socorro.

Yo lo he visto en la rue St. Honoré estar a punto de caer bajo una carroza; la gente corrió a
ayudarle, pero en cuanto se reconoció a J. J. todo el mundo se dispersó, los transeúntes
retomaron su camino, los comerciantes volvieron a sus tiendas, y se hubiera quedado solo en
aquella situación si un pobre mercero, tosco y analfabeto, no le hubiera hecho sentarse en un
banco, y una criada tan poco filósofa como él no le hubiera traído un vaso de agua. Éste es
en realidad el interés tan vivo y tan tierno que el feliz J. J. despierta.

Una animosidad de esta especie cuando [es] violenta y duradera no sigue el camino más
corto, sino el más seguro para saciarse. Ahora bien, como este camino está trazado por
adelantado en el plan de vuestros señores, el público que se han atraído con arte no tiene más

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que seguirlo, y todos, compinchados compinches en el mismo secreto, han contribuido a la
ejecución de dicho plan. Eso es lo que se ha hecho; pero ¿cómo ha podido hacerse?

Que esta animosidad una vez excitada haya alterado las facultades de aquellos que se
entregan a ella, hasta el extremo de hacerles ver la bondad, la generosidad, la clemencia en
todas las maniobras de la más negra perfidia, nada es más fácil de imaginar. Todo el mundo
sabe que las pasiones violentas, que empiezan siempre por cegar a la razón, pueden volver al
hombre injusto y malvado en sus acciones y, por decirlo así, a espaldas de sí mismo sin
haber dejado de ser justo y bueno en el fondo de su corazón, o al menos sin haber dejado de
amar la justicia y la virtud.
(p.327)
Pero ¿cómo hemos llegado a concebir ese odio envenenado? ¿Cómo se ha podido hacer
odioso hasta ese punto al hombre del mundo menos hecho para el odio, que no tuvo jamás ni
interés ni deseo de hacer daño a nadie, que no hizo, no quiso, no devolvió jamás mal a nadie,
que sin celos, sin competir con nadie, sin aspirar a nada y encontrándose siempre solo en su
camino no fue un obstáculo para nadie, y que, en lugar de las ventajas que van ligadas a la
fama, no ha encontrado en la suya más que ultrajes, insultos, miseria y difamación? Puedo
adivinar en todo esto la causa secreta que ha enfurecido a los autores del complot. El camino
que había tomado J. J. era demasiado diferente del suyo como para que le perdonasen dar un
ejemplo que ellos no querían seguir y dar lugar a comparaciones que no estaban dispuestos a
soportar.[…]
(p.331)
Éstos habían visto que aquel hombre, adoptando principios contrarios en todo a los suyos,
no quería ni seguía ni partido ni secta, no decía más que aquello que le parecía verdadero,
bueno, útil a los hombres, sin tener en cuenta para ello su propio beneficio ni el de nadie en
particular. Esta conducta y la superioridad que le confería sobre ellos fue la mayor fuente de
su odio. No pudieron perdonarle que no hiciera coincidir, como ellos, su moral con su
beneficio, que se preocupase tan poco por su interés y por el suyo y que mostrase con toda
franqueza el abuso de las cartas y la fanfarronada del oficio de autor, sin preocuparse por la
aplicación que no dejarían de hacerle de las máximas que él mismo proclamaba, ni del furor
que iba a inspirar a aquellos que se vanaglorian de ser los árbitros de la fama, los
distribuidores de la gloria y de la reputación de las acciones y los hombres, pero que no se
vanaglorian, que yo sepa, de hacer esta distribución con justicia y desinteresadamente.

Aborreciendo la sátira tanto como amaba la verdad, se lo vio siempre distinguir


honrosamente a los particulares y colmarlos de sinceros elogios, cuando profería verdades
generales que habrían podido ofenderlos.

Defendía que el mal formaba parte de la naturaleza de las cosas y el bien de las virtudes de
los individuos.
Hacía las mismas excepciones que él creía merecer tanto entre sus amigos como entre los
autores que consideraba estimables, y se nota al leer sus obras el placer que le
proporcionaban aquellas honrosas excepciones.

Pero aquellos que se sentían menos dignos de lo que él había creído y cuya conciencia
rechazaba en secreto sus elogios, irritándose a medida que los merecían menos, no le
perdonaron jamás haber puesto al descubierto los abusos de un oficio que ellos trataban de
que el vulgo admirase ni el haber despreciado con su conducta tácita aunque
involuntariamente la suya. El odio venenoso que esas reflexiones provocaron en sus
corazones les sugirió los medios de provocar un odio semejante en los corazones de los

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demás hombres.
(p.332)
Empezaron por desnaturalizar todos sus principios, por convertir a un republicano austero en
un enredador sedicioso, su amor por la libertad legítima en una licencia desenfrenada, y su
respeto por las leyes en aversión hacia los príncipes.
Lo acusaron de querer derrocar todo orden de la sociedad porque lo indignaba que, osando
consagrar bajo ese nombre los desórdenes más funestos, se insultase a las miserias del
género humano confundiendo los abusos más criminales con las leyes cuya ruina
representan. Su ira contra los latrocinios públicos, su odio contra los poderosos bribones que
los apoyan, su intrépida audacia para decir las crudas verdades a todos los estamentos fueron
otros tantos medios utilizados para enfrentar a todos contra él. Para volverlo odioso a
aquellos que los llevaban a cabo, se lo acusó de despreciarlos personalmente. Los duros
aunque generales reproches que él hacía a todos se convirtieron en otras tantas sátiras
particulares de las que se hicieron las más perversas aplicaciones.[…]
(p.369)
He contestado a vuestras objeciones y dudas con argumentos propios. Estos argumentos,
repito, no pueden disipar la confusión, ni siquiera a mis ojos; porque el conjunto de todas
esas causas está demasiado por debajo del efecto, como para que no exista otra causa todavía
más poderosa que me es imposible imaginar. Pero aunque no encontrase nada que
responderos seguiría convencido, y no por una ridícula obstinación, sino porque veo menos
intermediarios entre mí mismo y el personaje juzgado, y porque entre todas las opiniones
que debo tener en cuenta, de las que más me fío son de las mías. Nos han hablado, estoy de
acuerdo en ello, de cosas que no he podido verificar, y que tal vez me seguirían haciendo
dudar, si no nos hubieran hablado de muchas otras que sé con toda certeza falsas; y qué
autoridad pueden tener en cualquier cosa aquellos que saben presentar la mentira como si
fuera verdad. Por lo demás, recordad que no pretendo aquí convenceros de nada; pero
después de los detalles en que acabo de entrar no me reprocharéis que yo esté convencido, y
por muchas pruebas que se me ofrezcan a espaldas del acusado, mientras él no sea acusado
en persona, estando yo presente, de ser como lo pintan vuestros señores, me creeré con
derecho a juzgarlo como yo mismo lo he visto.
Ahora que he hecho lo que deseabais, ha llegado el momento de que os expliquéis vos y me
digáis, de acuerdo con vuestras lecturas, cómo lo habéis visto en sus escritos.

EL FRANCÉS (p.370)
Hoy ya es tarde para eso, salgo mañana para el campo; nos veremos a mi regreso.

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