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ANÉCDOTAS Y VIRTUDES, III

JULIO EUGUI

AGRADECIMIENTO

ALEGRÍA

AMOR A DIOS

ÁNGELES CUSTODIOS

APOSTOLADO

CARIDAD

CASTIDAD

CIELO

COMUNIÓN DE LOS SANTOS

CONCIENCIA

CONFESIÓN SACRAMENTAL

CONTRICIÓN

CONVERSIÓN

COSAS PEQUEÑAS

CRUZ

DEMONIO

DIRECCIÓN ESPIRITUAL

EJEMPLARIDAD

ENVIDIA

ESPERANZA

ESPÍRITU SANTO

EUCARISTÍA
EXAMEN

FE

FELICIDAD

FILIACIÓN DIVINA

FIN DEL HOMBRE

FORMACIÓN

FORTALEZA

GENEROSIDAD

GRACIA

HUMILDAD

IGLESIA

INFIERNO

JESUCRISTO

JUICIO

LIBERTAD

LUCHA ASCÉTICA

MATRIMONIO Y FAMILIA

MISERICORDIA

MORTIFICACIÓN

MUERTE

OBEDIENCIA

ORACIÓN

PECADO

PIEDAD

POBREZA
RECTITUD DE INTENCIÓN

ROMANO PONTÍFICE

SAN JOSÉ

SANTIDAD

SINCERIDAD

TIBIEZA

TRABAJO

VIRGEN MARÍA

VOCACIÓN

VOLUNTAD DE DIOS

AGRADECIMIENTO

Qué bueno que tú existas

Marcel Marceau, el gran artista del mimo, había concluido su espectáculo entre
interminables ovaciones de un público entusiasmado. Ya instalado en el camerino,
sudoroso y fatigado, se dedicaba a ir eliminando hasta el último resto del maquillaje
que le cubría el rostro. Fuera, ante la puerta, guardaban cola un serie de admiradores y
varios periodistas, a la espera de poder conversar un poco con el famoso personaje. Y
de pronto, vieron a una viejecita, que salía de no se sabe dónde, avanzando lentamente
con la ayuda de un bastón. Abrió la puerta del camerino sin preocuparse de llamar y
sin pensar un instante en todos los que aguardaban su oportunidad de pasar, y penetró
en el interior. Refiere uno de los periodistas, que lo que presenció desde fuera, que la
anciana llegó hasta el artista y se limitó a decir:

-Gracias, Marcel, por existir.

Y declarado eso, dio media vuelta y abandonó el camerino con la misma parsimonia
con la que había aparecido.

Es curioso, pero las palabras de la abuela coincidían con la conocida definición de amor
del filósofo Joseph Pieper: "Amar es exclamar continuamente ante el ser amado: ¡Qué
bueno que existas!"

Tecca, la leprosa

En la Siena del siglo XIV hay un hospital de San Lázaro, que acoge en su interior a
varios enfermos de la terrible lepra. Allí yace una pobre mujer, muy enferma; se llama
Tecca. Nadie la cuida; más bien la evitan. Pero acude en su ayuda Santa Catalina, la
acaricia, la lava, le da de comer, y la mujeruca, que no sale de su asombro, se deshace
en agradecimiento.

Catalina vuelve un día y otro, siempre con los mismos cuidados, con la misma
delicadeza, pero Tecca se va acostumbrando, y le nace una especie de hábito por el cual
le parece natural que la joven la sirva; y del hábito pasa al derecho, como si la joven
estuviera obligada a hacer lo que hace: por ello le empieza a exigir fidelidad en el
horario y entrega plena. Y luego avanza un grado más, y comienzan los celos. Si
Catalina se retrasa un día por estar un poquito más de tiempo en la iglesia, Tecca se
enfada y se lo afea. Pero Catalina responde con mansedumbre:

-¡Oh, madre buena, no te inquietes, por amor de Dios; haré ahora enseguidita lo que
necesitas...!

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

ALEGRÍA

De la alegría a la fe

Del escritor Bruce Marshall recordamos con gusto novelas de su primera época -luego
decae bastante-, como: El mundo, la carne y el Padre Smith, A cada uno su denario y El
milagro del Padre Malaquías. Curiosa fue su conversión al catolicismo.

Se había educado en un rígido puritanismo protestante y, según cuenta, no estaba


acostumbrado a ver cómo se exterioriza la alegría, cosa tan sana y tan propia de un
cristiano, que tiene motivos para vivir contento. Las ceremonias religiosas a las que
solía asistir estaban impregnadas de seriedad y de rigidez. Pero, hete aquí que un día
se llevó la gran sorpresa. Asistió por primera vez en su vida a una Misa católica con
motivo de la primera comunión de un compañero, y, en medio de la celebración, se le
escapó del bolsillo una moneda. La moneda fue rodando por el pasillo central del
templo, ante la mirada curiosa de los presentes y del mismo sacerdote, hasta ir a
desaparecer engullida -¡también es mala suerte!- por la única rejilla de la calefacción
existente a varios quilómetros a la redonda. La cosa es que al sacerdote le dio la risa, y
a los demás feligreses se les contagió la risa del sacerdote.... El pequeño Bruce no salía
de su asombro, y pensó al mismo tiempo: "ésta debe ser la Iglesia verdadera; aquí la
gente se ríe".

Buen humor

Santo Tomás Moro, el que fuera gran humanista, Lord Canciller de Inglaterra con
Enrique VIII y mártir por defender su conciencia cristiana, gozó siempre de un buen
humor envidiable, e hizo gala de él hasta en el momento de su muerte, el 6 de julio de
1535, como demuestran sus palabras al mismo verdugo. Él había escrito esta plegaria:
"Dame, Señor, una buena digestión y también algo que digerir", que suena algo
parecido a aquello de "Señor, da pan a los que tienen hambre y hambre a los que tienen
pan", que algunos dicen en broma. Y continúa: "Dame salud del cuerpo y, con ella, el
sentido común necesario para conservarla lo mejor posible. (...) Dame, Señor, sentido
del humor. Dame la gracia de comprender una broma, para lograr un poco de felicidad
en esta vida y saber regalarla a los demás. Así sea".
En el telesilla

La afición de Juan Pablo II al esquí era bien conocida. Sin embargo, menuda sorpresa
para el niño de ocho años que descubrió que el señor con anorak rojo que tenía a su
lado era el mismísimo Romano Pontífice. Ocurrió en la estación de esquí de la
Montagnola.

-¿Sabes cómo funciona el telesilla?

-Sí, creo que sí , al menos eso espero.

-¡Ahí va! ¡Si es el Papa!

Se acabó el estar de incógnito, porque a los pocos minutos lo sabía todo el mundo,
aunque el Papa ya había abandonado la estación de esquí.

Una vez le preguntaron los periodistas, cuando aún era Cardenal:

-Pero, ¿es correcto que un Cardenal esquíe?

Y bromeó una vez más, con su voz profunda:

-Lo incorrecto es que un Cardenal esquíe mal...

Más noticias sobre esquí

Esta anécdota la tomo del libro Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano, de
Paloma Gómez Borrero. Siendo Juan Pablo II Cardenal, fue invitado a dar una charla
sobre teología moral en la Universidad Católica de Milán. Los estudiantes se
sorprendieron al saber que el Cardenal Wojtyla tenía una vieja afición por el esquí. Al
ver su extrañeza, reaccionó con humor y les desafió a que le dijeran cuántos cardenales
italianos esquiaban:

-Ninguno.

-En Polonia, en cambio, esquía el cincuenta por ciento de los cardenales.

El aula estalló en una carcajada. Bien sabían que en Polonia sólo había dos cardenales;
el otro era el anciano Stefan Wyszynski.

El colmo del pesimismo

Charlaban dos individuos que se acababan de conocer en el vestíbulo de un hotel.

-La situación es desastrosa. Todo va de mal en peor. La economía está por los suelos, la
inflación acabará con todos nuestros ahorros, no hay futuro...

-¿¡Qué me va a decir usted a mí!? Fíjese: estoy de viaje de novios, y he venido solo.

Hundimiento
Uno de los más famosos payasos de todos los tiempos fue Tony Grice. De él se cuenta
que marchó a ver a un médico porque andaba tristón, y el galeno le recomendó:

-Mire, hoy, en vez de ir a trabajar, haga una excepción y vaya a ver a Tony Grice.

La anécdota la ha referido Miguel Mihura, que dirigió durante cierto tiempo la popular
revista de humor "La Codorniz". También él se encontraba triste y decidió consultar a
un médico su problema. Al acordarse de lo que le había sucedido a Tony Grice,
comenzó a alegrarse. Igual me dice -pensaba- que lo que tengo que hacer es leer "La
Codorniz". Tendría su gracia. Pero no fue así. El médico le aconsejó:

-A usted lo que le haría mucho bien es leer "El Cucú".

Para Mihura aquello fue la puntilla. Se trataba de la revista de la competencia.

AMOR A DIOS

Cinco carteles

Estaban a la puerta de un templo parroquial. El primer cartel mostraba a un niño


gordito, de esos que anuncian alimentos para bebés, y debajo habían escrito:
"Demasiado joven para amar a Dios". El segundo presentaba a una pareja de "palomos"
recién casados dándose un besito; el correspondiente letrero avisaba: "Demasiado
felices para amar a Dios". Le seguía un ejecutivo rodeado de teléfonos y con cara de
desarrollar una tarea febril: "Demasiado ocupado para amar a Dios". A continuación,
un ricachón gordo, con los dedos de las manos llenos de relucientes anillos de oro y
pedrería, un habano en la boca, en el momento de descender de un cochazo de lujo:
"Demasiado seguro de sí mismo para amar a Dios". Y finalizaba la serie con una
sepultura: "Demasiado tarde para amar a Dios".

Palabra divina

Cuando Albino Luciani era Patriarca de Venecia, antes de llegar a ser el Papa Juan
Pablo I, algunos sacerdotes ancianos, acostumbrados a predicadores notables como sus
predecesores en el cargo patriarcal, le criticaban un poco por la sencillez e ingenuidad
de los ejemplos que espolvoreaba en su predicación. Pero él contestaba a esto diciendo:
"La palabra de Dios no es más que una carta. Mi madre, cuando el cartero le traía una
carta de mi padre, que trabajaba en Alemania, la abría con ansia, la leía y releía; luego,
corría a contestarla y enseguida la echaba al buzón. Esto es la palabra de Dios, la carta
de una persona que se ama, que se espera; la leemos para hacerla nuestra y
contestamos enseguida".

Cfr. N. Valentini y M. Bacchiani, El Papa de la sonrisa

Víctima de holocausto

Santa Teresa de Lisieux tuvo una revelación sobre su pronta muerte. El día 9 de junio
de 1895 se ofreció como víctima de amor al Señor. Era el día de la Santísima Trinidad y
no contaba más que con veintidós años. La fórmula de su ofrecimiento, hecho con el
consentimiento de la superiora y el conocimiento de un teólogo, la llevaba siempre
sobre el pecho, junto a los Evangelios. En ella decía entre otras cosas: "Yo deseo ser
santa. Pero siento mi impotencia, y os pido, ¡oh Dios mío!, que seáis Vos mismo mi
santidad". Y también: "A fin de vivir en un acto de perfecto amor, yo me ofrezco como
víctima de holocausto a Vuestro Amor misericordioso, suplicándoos me consumáis sin
cesar, dejando desbordar en mi alma las olas de ternura infinita que se hallan
encerradas en Vos, y que así llegue a ser, ¡oh Dios mío!, mártir de vuestro amor".

Ofrenda de la propia vida

Año 1931. La República ha sido proclamada el 14 de abril en España. Se ha desatado un


huracán de anticlericalismo en el país, y a lo largo de los días 10, 11 y 12 de mayo arden
iglesias y conventos en Madrid y en otras ciudades. No es raro que los sacerdotes
sufran vejaciones e insultos por la calle y, lo que es peor, la legislación que se prepara
no augura nada bueno para la Iglesia.

En la capilla del Hospital del Rey, sor Engracia, una religiosa hija de la caridad, de
origen navarro, reza ante el Sagrario. Entra el capellán, José María Somoano, y,
creyéndose solo, reza en voz alta:

-Dios mío, te ofrezco mi vida por la salvación de mi patria.

La religiosa no sabe qué hacer y permanece callada.

El sacerdote insiste:

-Dios mío, Dios mío... ¡salva este país!

Al año siguiente, José María Somoano fallece como un mártir, seguramente


envenenado por alguien que odia a la Iglesia. Se va al Cielo el 16 de julio, fiesta de la
Virgen del Carmen. Da la impresión de que el Señor había aceptado su ofrenda.

Cfr. J.M. Cejas, José María Somoano

ÁNGELES CUSTODIOS

Custodios en Picos de Europa

Salió el tema durante una tertulia nocturna, ya hace bastantes años, en una cabaña
situada en la collada de Amuesa; todos iban de camino hacia la cumbre más alta de
Picos, que es el Torrecerredo. El protagonista -el narrador- era un hombre que tiene su
nombre escrito con letras de oro en el montañismo asturiano: el formidable, como
montañero y como persona, José Ramón Lueje.

Lueje estaba convencido de que un día le había echado una mano su Ángel, y lo
contaba así. Venía en travesía de Cabezo Llerosos hacia Covadonga con su amigo Pío
Canga, y se les echó una niebla densa; una de ésas que en un paisaje como el de Picos
puede extraviar hasta al más experto conocedor del terreno; y, en efecto, llegó un
momento en que no sabían por dónde andaban. Pero, gracias a Dios, contra todo
pronóstico, surgieron de la niebla dos pastores, amables y educados, que se brindaron
a ponerles en camino seguro.
Al cabo de un rato, se despidieron de ellos, tras haberles dado las gracias como
correspondía. Lo curioso del asunto es que oyeron, ya a cierta distancia, cómo se daban
también el adiós los dos pastores mutuamente antes de desaparecer de su vista:

-Adiós, José Ramón.

-Adiós Pío.

José Ramón Lueje pensaba que era mucha coincidencia. Tenía la mosca detrás de la
oreja: ¿no sería cosa de los Custodios? Seguro que sí.

Debo el conocimiento del relato a un buen amigo, veterano ex-montañero


gijonés, Casimiro González, que pernoctaba en la choza de Amuesa con la cuadrilla
montañera.

Una oración salvadora

En 1984 unos malhechores raptaron al hijo de corta edad de un obrero de Fains


(Francia). Al pobre crío lo maltrataron y lo utilizaron como reclamo para la
mendicidad. Al cabo de cuatro años el pequeño logró fugarse de sus secuestradores. El
problema que se presentó a la policía era que el niño apenas sabía dar razón de quiénes
eran sus padres; no lograba aportar unos datos que ayudaran a la identificación; en
cambio, recordaba muy bien una plegaria al Ángel Custodio que le había enseñado su
madre y que repetía a diario durante su cautiverio.

La noticia apareció inmediatamente en la prensa y fue exactamente este dato el que


permitió a la madre del niño saber que se trataba de su hijo.

Cfr. I. Segarra, De la mano del Ángel

Custodio de primera mano

Le leían a Alexia (v. Anécdotas nn. 16, 322), cuando era muy pequeña, un libro sobre
las obras de misericordia, y cada una de ellas estaba relatada a modo de cuento. A
propósito de una, el libro contaba cómo un Ángel Custodio hablaba con otro diciendo:

-¡Estoy agotado! La niña que cuidaba antes era muy buena, pero la que tengo ahora es
tan inquieta que me tiene todo el día en vilo.

Al llegar a este punto, Alexia interrumpió a su madre:

-Espera, espera... ¿qué pasa?, ¿mi Ángel es mío sólo o es un Ángel "usado", que antes
fue de otra niña?

Su madre se quedó desconcertada:

-Pues francamente, hija, no lo sé. Cuando vayas a confesarte, se lo preguntas a D.


Manuel.
Llegó el día de la consulta. El sacerdote, algo desconcertado, preguntó hábilmente a la
niña:

-Alexia, ¿a ti que te gustaría?, ¿qué fuera sólo tuyo?

Ella, tímidamente, pero con sinceridad, repuso:

-Yo preferiría que fuera mío sólo.

Y D. Manuel añadió:

-Pues seguro que eso es lo que ocurre, que tu Ángel Custodio es tuyo sólo.

Cfr. M.A. Monge, Alexia

Nombre de Ángel

La anterior anécdota se continúa con otra. Alexia había quedado bastante satisfecha de
la respuesta del sacerdote con quien se confesaba. Al salir de la iglesia, anunció a su
madre que pensaba poner nombre a su Custodio.

-¡Ah! ¿Sí? ¿Qué nombre le vas a poner?

La niña no tenía la menor duda:

-Hugo.

La madre se extrañó un poco, porque Hugo no es un nombre corriente.

-¿Por qué Hugo?

-Porque es un nombre perfecto para un Custodio.

Ante tanto convencimiento, preguntó la madre:

-¿Sí? ¿Por qué?

Y Alexia, con el mismo tono de seguridad y firmeza, contestó:

-¡Es evidente!

Pero la madre no veía la evidencia por ninguna parte. Tampoco insistió más en el
asunto. Lo que es sabido es que Alexia siempre llamó Hugo a su Ángel Custodio.
Después de su muerte, sus padres buscaron una biografía de San Hugo, obispo francés,
por si allí había alguna pista. Supieron entonces que San Hugo había sido pastor y que
toda su vida había tenido que luchar contra el Demonio. ¡Realmente era un buen
nombre para un Custodio!

Cfr. M.A. Monge, Alexia


Confianza

A veces, cuánto aprendemos de la sencillez y espontaneidad de los pequeños. Se


hablaba en el seno de una familia sudamericana sobre los Ángeles Custodios y uno de
los niños contó sin el menor reparo que él dejaba al suyo un espacio en la cama, para
que pudiera dormir, pues al terminar el día estaría muy cansado. Intervino entonces
otro de los varones:

-¿Sólo cansado? De cuidarte a vos quedará muerto.

Pero una de las niñas, un poco mayor, con más conocimientos, aportó su sabiduría y
explicó que los ángeles son seres espirituales, no tienen cuerpo como nosotros y, por
tanto, no ocupan lugar.

Lo curioso es que al resto de los hermanos no les convenció mucho este "magisterio".
¿Cómo no van a ocupar lugar? ¿En qué cabeza cabe?

APOSTOLADO

Encarnar el Evangelio

En mayo de 1992, el Papa Juan Pablo II beatificaba al Fundador del Opus Dei, y el 26 de
junio se cumplía el dies natalis del nuevo Beato. Con motivo de la celebración por vez
primera de su memoria litúrgica, se oficiaron misas en su honor en lo más variados
lugares del mundo, bastantes de ellas presididas por eminentes miembros de la
jerarquía de la Iglesia. La celebrada por el Arzobispo de Colonia, el Cardenal Joachim
Meisner tuvo lugar en la iglesia de San Pantaleón de aquella ciudad alemana.

Casi al comienzo de su homilía, el Cardenal Meisner recordó sus tiempos de Obispo de


Berlín -un Berlín dominado por el comunismo-, cuando tenía ceremonias de
administración del sacramento de la Confirmación muy reducidas; apenas dos o tres
confirmandos. Él quería que el Evangelio se encarnara en la vida ordinaria, que tomara
forma concreta en este mundo, y en medio de esas circunstancias adversas hacía lo que
podía por inculcar ese espíritu cristiano. "Solía preguntar a cada uno en particular:
¿Eres el único alumno católico de tu clase, o hay por lo menos, entre tus compañeros,
alguno no católico pero cristiano? Muchas veces la respuesta era: Yo soy el único
cristiano de mi clase. Entonces le administraba la Confirmación sellándole de una
manera especial. Pensaba: pobre chica, o pobre chico, ¡lo necesitan! Si la respuesta era
positiva -hay otro en mi clase-, entonces les decía: por la mañana, antes de empezar la
primera hora, daos la mano y decid: cuando haya dos reunidos en mi nombre, yo
estaré como un tercero en medio de vosotros. Si Jesús es vuestro compañero de clase,
nada malo os puede pasar".

Te espera

Me lo refiere un conocido. Iba dando una vuelta con un amigo y tuvo el arranque de
manifestarle con toda sencillez que él siempre, es decir, todos los días, hacía una visita
al Santísimo en alguna iglesia, y, puesto que se encontraban delante de una abierta,
pues que aprovechaba; que a ver qué le parecía acompañarle en tan buena acción. El
amigo se mosqueó un poco y contestó que él, mejor se quedaba fuera; cosa que hizo:
-Tú haz lo que te apetezca, pero yo no entro.

A la salida todavía hubo un poco de sorna:

-¿Y qué, te ha dicho algo?

Pero mi conocido tiene "cintura", y contestó al instante:

-Pues sí; me ha dicho que te espera.

Es curioso. Del tema no se volvió a hablar, pero el rejón, como se dice en ambientes
taurinos, había quedado dentro, bien clavado. Este hombre ya no se pudo ese día, ni en
los sucesivos, quitarse de la cabeza lo de "me ha dicho que te espera". Y acabó por
concertar una cita con un sacerdote para tratar sobre la marcha de su vida hasta ese
momento. Qué sé yo: son cosas de la gracia divina...

A propósito de cifras

Preguntó, con cierta dosis de malicia, un periodista a Juan Pablo II:

-Santidad, ¿sabe cuánto cuestan los viajes papales?

La respuesta del Pontífice fue inmediata:

-¿Y usted sabe cuánto vale un alma?

Cfr. C. Cremona, Pablo VI

Más sobre viajes papales

El mismo testimonio que Carlo Cremona -anécdota anterior- nos lo ofrece Paloma
Gómez Borrero en su libro Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano. "Los
viajes papales resultan caros y físicamente agotadores. A la vuelta del viaje a Australia
le pregunté a Juan Pablo II si merecía la pena tanta fatiga y gasto por un viaje y él me
explicó: Sí, claro que merece la pena, porque soy portador para el mundo de un
mensaje de salvación. Un mensaje que ha costado nada menos que la sangre de Cristo.
No hay cansancio ni dinero suficiente para pagarla".

Un sueño

Cuando era todavía un niño de unos nueve años, San Juan Bosco tuvo un sueño que le
impresionó para el resto de su vida, aunque pasaron muchos años antes de que pusiera
por escrito esta experiencia. En el sueño él veía a muchos chicos que se divertían en un
patio grande. Entre gritos y risas, muchos blasfemaban. El pequeño Juan se metía en
medio para intentar acallarlos a puñetazos, pero en ese instante se le apareció el Señor
y le dijo:

-No con golpes, sino con mansedumbre y con caridad deberás ganarte a estos amigos.
Seguidamente le invitó a catequizarlos. El niño protestó: aquello era imposible para él,
pero Cristo le habló de la protección de Santa María. En ese instante vio a la Virgen, y
la Señora le dio ánimos para emprender esa tarea.

Al día siguiente contó en casa su sueño a la madre, a la abuela y a los hermanos. Su


hermano José, después de reír de buena gana, le dijo:

-Tú serás pastor de cabras, de ovejas y otros animales.

La abuela vino a decir que no había que hacer caso de los sueños. La madre, en cambio,
exclamó:

-¡Quién sabe si un día serás sacerdote!

La historia ha demostrado que el sueño se ha cumplido y con creces. El sueño se lo


contó al Papa Pío IX en el año 1858, cuando estuvo en Roma para tratar de la
Congregación Salesiana, y el Romano Pontífice le indicó que lo pusiera por escrito,
porque alentaría a sus seguidores salesianos.

Con San José Cottolengo

La anterior anécdota puede completarse con esta otra. Recién ordenado sacerdote, Juan
Bosco se encontró con San José Cottolengo, que ya hacía años que se dedicaba a la tarea
caritativa que le ha hecho tan famoso. Cottolengo le miró fijamente y le dijo:

-Tienes cara de bueno. Ven a la Piccola Casa (el gran hospital que había levantado:
Piccola Casa della Divina Provvidenza), que no te faltará trabajo.

Efectivamente, aquél fue uno de sus campos de apostolado en ese momento de su vida.
Pero ahora es más interesante reseñar algo que le pronosticó, medio en serio medio en
broma, San José Cottolengo:

-Te rodearán millares de niños. Uno tirará de la derecha; otro de la izquierda, y tu


pobre sotana se hará trizas muy pronto.

Incluso le recomendó que se hiciera la sotana de una tela muy fuerte. El pronóstico,
como el sueño famoso de los nueve años, fue acertado.

El problema de las sectas

Juan Pablo II preguntó a un grupo de Obispos de Perú cuál era para ellos el principal
problema, el más grave de la Iglesia en Perú. La respuesta fue: "Santidad, las sectas".
Pero el Papa puso en primer lugar otro: la ausencia de sacerdotes en muchas
localidades, por falta de vocaciones sacerdotales, y, por ello, la falta de la Sagrada
Eucaristía. Vino a decir que si en Perú, y en general en toda Latinoamérica, hubiera
suficientes sacerdotes y una profunda vida eucarística, nada o muy poco podrían hacer
las sectas. La información procede del Obispo de Huancavelica, Mons. Demetrio
Molloy, y la recoge M. Guerra en Los nuevos movimientos religiosos (Las sectas).

CARIDAD
Una dama algo despistada

Hay quien piensa que la caridad cristiana -sobrenatural por el fin y por el origen-
equivale a amar al prójmo por razones meramente extrínsecas, como si el prójimo no
fuera en sí mismo amable. Cuentan que una dama de la alta sociedad -lo refiere J.
Hervada en El hombre y su dignidad en palabras de Mons. Escrivá de Balaguer,
artículo publicado en "Fidelium Iura", nº 2, 1992- atendía en cierta ocasión a un
enfermo pobre. Agradecido éste por las atenciones recibidas, mostró su gratitud a la
señora con palabras emocionadas. Ella le cortó en seco:

-No tiene que agradecérmelo; lo hago sólo por amor a Dios; usted no me importa nada.

Evidentemente, que amemos a los demás por Dios incluye ya amar al hombre por él
mismo: por su dignidad de ser creado a imagen y semejanza de Dios y por haber sido
redimido por Jesucristo.

Con el enfermo al hombro

A algunos Santos parece que los vemos siempre unidos a algún hecho concreto, con
una imagen difícil de variar; por ejemplo, contemplamos a San Martín en el instante de
dividir la capa con el pordiosero, o a San Francisco de Asís con un lobo a su lado,
manso como un corderillo; en el caso de San Juan de Dios, la imagen es la de un
individuo que acaba de cargarse al hombro a un pobre enfermo.

Nuestro San Juan, el fundador de la Orden de los Hospitalarios, había nacido en


Portugal en 1495. Tras una vida azarosa, alistado en el ejército de Carlos V, acabó por
dedicarse en Granada al cuidado de los enfermos. Un día se encontró en la calle a uno
casi moribundo. Se lo echó a la espalda, lo llevó al hospital y allí lo acostó y le lavó los
pies. Al ir a besárselos, vio con sorpresa que estaban heridos como los de Cristo y,
levantando los ojos hacia el rostro del enfermo, reconoció en él a Jesús que le miraba
sonriente. Y Nuestro Señor le dijo:

-Juan, todo lo que haces a los pobres a Mí me lo haces. Sus llagas son mis llagas, y a Mí
me lavas los pies cuando a ellos se los lavas.

Eso cuentan.

Mártir de la caridad

El franciscano P. Maximiliano Kolbe, canonizado por el Papa Juan Pablo II, nació en
Polonia en el año 1894. Estudió teología en Roma y ejerció el magisterio en la ciencia
eclesiástica. En 1930, sus superiores lo trasladaron a Japón, donde trabajó como
misionero con gran generosidad. Años después, vuelto primero a Alemania y luego a
su Polonia natal, fue encarcelado por la Gestapo y recluido en el tristemente famoso
campo de concentración de Auschwitz (el Oswiecin polaco). Corría el mes de mayo de
1941 cuando llegó a este terrible lugar. A finales de julio se produjo una fuga -un
panadero de Varsovia apellidado Klos-, y los jefes, como represalia, eligieron a una
serie de prisioneros -diez- que morirían de hambre a causa del escapado y para evitar
otros intentos.
Entre los condenados a morir se encontraba un sargento polaco, Francisco
Gajownieczek, padre de familia, que suplicaba que tuvieran compasión de él por su
mujer e hijos y le perdonaran. Entonces Maximiliano Kolbe se ofreció a morir
ocupando su lugar. Aceptaron los jefes del campo la sustitución sin el menor
inconveniente. El Lagerführer se limitó a preguntar cuál era su profesión y
Maximiliano respondió que era sacerdote católico. Estuvo durante varios días en un
local de tres metros, junto con sus compañeros de suplicio, sufriendo el terrible
tormento del hambre y de la sed. Conforme iban muriendo retiraban los cadáveres,
hasta que al final, la víspera de la Asunción, llegó la orden de rematar a los
moribundos, cuatro en total. Les inyectaron ácido fénico y así concluyeron sus
sufrimientos.

Fue beatificado por Pablo VI, en octubre de 1971. Este Papa le llamó "mártir de la
caridad". La canonización tuvo lugar en octubre de 1982, con Juan Pablo II, como antes
se ha dicho. El hombre al que salvó la vida falleció en el sudoeste de Polonia a los 94
años de edad, en 1995.

Cfr. A. Frossard, "No olvidéis el amor". La pasión de Maximiliano Kolbe

Tabernas salvadoras

Me parece recordar que es un personaje de Bernardo Atxaga -¿en Obabakoak?- quien


afirma algo así como: "Benditas tabernas, que habéis salvados tantas vidas". Se refiere a
ese calor humano, a ese mínimo de compañía que te ofrecen tus semejantes incluso en
las tabernas, que habrán evitado más de un suicidio por la triste soledad. Seguramente
a esto mismo, o a algo muy parecido, aludirían las palabras de Balzac: "Muchos
suicidas se han detenido en el umbral de la muerte ante el solo recuerdo del café donde
todas las tardes van a jugar su partida de dominó".

Aislamiento

Aparece en las páginas de un periódico francés. Una mujer relativamente joven fue
hallada cadáver en el piso que ocupaba. Según los primeros elementos de la
investigación, la muerte se había producido hacía tres meses... Fue el propietario, al ir a
saldar el trimestre, quien forzó la puerta y encontró a la señora muerta en la cama.

Es notable el hecho. Da un poco de escalofrío. Tres meses sin enterarse nadie. Ni un


pariente, ni un amigo que se inquietara por su desaparición. E, ironía del destino, sólo
se acordó de su existencia el propietario, preocupado por su dinero. Todo un síntoma
de la falta de humanidad en que puede vivir el hombre, precisamente en las sociedades
más "avanzadas".

Cfr. G. Thibon, El equilibrio y la armonía

Lo que vale un amigo

Cuenta el recién citado Gustave Thibon (El equilibrio y la armonía) un viaje por tierras
españolas hace muchos años, cuando en este país apenas se sabía qué era eso del
turismo. Andaba a la sazón por un rincón perdido de Asturias, viajaba en coche con
dos familiares suyos y tuvieron una grave avería en medio de una especie de pedregal
y bajo el sol. La carretera estaba desierta y comenzaron a inquietarse, pero apareció por
fin un camión que se detuvo al instante. El camionero examinó la avería y, viendo que
no era capaz de solucionar el problema, remolcó el coche hasta el pueblo vecino, les
llevó a un garaje donde participó en la reparación, les encontró alojamiento por medio
del alcalde, etc. Luego rehusó aceptar una indemnización por todo el tiempo que había
empleado. Al tiempo que rechazaba el billete que le tendían, dijo:

-No, señor; aquí tenemos un refrán que dice que "vale más un amigo que un duro".

Conquistar la amistad

A Enrique IV de Francia (1553-1610) se le recuerda especialmente por la famosa frase


de "París bien vale una Misa", aunque hay que decir a su favor que la conversión al
catolicismo no fue fingida, como lo demuestra el que favoreciera a algunas Órdenes
religiosas y la amistad que tuvo con San Vicente de Paúl y San Francisco de Sales. Este
fue el primer rey Borbón y gozó de la estima general de sus súbditos.

Yendo ya a lo que nos interesa relatar, se cuenta que tenía un general a quien valoraba
mucho como militar, pero con quien no tenía especial confianza para asuntos
personales, y un día le dijo con tono de reproche:

-Pienso que realmente no eres mi amigo.

El otro, La Vallete se llamaba, respondió:

-Señor: Vuestra Majestad tiene en mí al más fiel servidor. Antes moriría que faltar a la
menor de vuestras órdenes. Pero, en cuanto a la amistad, vos sabéis que sólo se
conquista con amistad.

Visión negativa

El escritor florentino Giovanni Papini (1881-1956) escribió con cierta amargura algo que
no compartimos: "Los amigos no son más que enemigos con los cuales hemos pactado
un armisticio no siempre estrictamente observado". Quizá lo afirmó algún día en que
andaba algo "depre", como suele decirse. De todos modos no es raro encontrar bromas
y chistes que dan una versión un tanto pesimista de la amistad; así sucede con tantas
historietas donde el amigo sólo aparece para pedir dinero prestado y, por tanto, hay
que estar atento para dar el esquinazo al inoportuno.

-Pepe, ¿puedo confiarte algo? ¿Serás capaz de guardar un secreto?

-Hombre. ¡No faltaba más! Confía en mí.

-Estoy arruinado y necesito medio millón de pesetas.

-No te preocupes, ¡como si no me hubieses dicho nada!

O también existe esta otra del mismo estilo, en que el amigo intenta sablear al amigo:

-¿Me prestar cinco mil pesetas?


-Es que no llevo nada encima.

-¿Y en casa...?

-Ah, en casa todos bien, ¡gracias!

El secreto de la viejita

Lo leí en alguna revista hace ya bastantes años, y, de repente, me acaba de venir a la


memoria

con unos perfiles relativamente precisos. En algún lugar de Estados Unidos -podría ser
una población concreta o un barrio de alguna gran ciudad- se había detectado que el
índice de criminalidad era muy inferior al que se daba en ambientes parecidos de la
misma nación. Hubo el lógico interés por investigar el caso. Fueron entrevistados
muchos hombres, y lo que más llamó la atención, cuando se intentaba saber qué
circunstancias consideraban que habían influido positivamente en llevar una vida
honrada, bastantes mencionaban a una maestra. Los investigadores localizaron a la
maestra, una anciana ya jubilada, y conversaron largo y tendido con ella. La frase más
significativa, la que arrojó mayor luz sobre aquel hecho sorprendente, fue ésta tan
sencilla:

-¡Cuánto quise yo a aquellos muchachos!

Tengo corazón

Me lo contaron de una señora muy anciana, que había estado casada con un hombre
muy conocido en su país -Canadá- por los cargos que había desempeñado. Cuando
enviudó, teniendo a sus cinco hijos situados en la vida, abandonó su buena mansión y
sus comodidades y dedicó su vida a atender a niños retrasados mentales recogidos en
instituciones benéficas. ¿Qué funciones cumplía? Fundamentalmente aportaba su
presencia cordial, y no era poco esto. Ella decía riendo:

-No tengo cabeza ni manos, pero a lo mejor tengo corazón.

Milagro de amor

Así calificó la prensa italiana en mayo de 1995 -"milagro de amor"- la vuelta a la "vida"
de un muchacho que estuvo en coma durante cuatro años, tras sufrir un accidente de
tráfico, gracias al continuo apoyo de su novia.

Valerio Vasinari, estudiante de ingeniería de 23 años se encontraba ingresado en un


hospital de Ferrara, totalmente inconsciente, desde el accidente que estuvo a punto de
costarle la vida en noviembre de 1991. Su novia, Cecilia Orlandi, de 20 años, acudía a
diario a la clínica para hablarle al oído. Le contaba de sus cosas, incluso de las más
íntimas, le recordaba todo lo que habían hecho juntos, los amigos, los viajes; también
cuanto pasaba en su entorno, del tiempo..., como si él pudiera escucharla. El caso es
que, contra todo pronóstico, Valerio ha salido del coma y se va recuperando de manera
muy satisfactoria.
Lo más admirable del comportamiento de la novia quizás sea, junto con su tenacidad y
la esperanza de que lograría sacarlo adelante, esta convicción:

-Jamás me rendí porque sé que él habría hecho lo mismo en mi lugar.

Aprendió a sonreír

En contraste con el anterior hecho, puede narrarse lo siguiente. Había un viejo que
nunca había sido joven. Jamás había sonreído. Todo le era indiferente. Y estaba a punto
de morir. Por aquello de que era viejo, siempre la gente le consultaba las cosas, dando
por supuesto que acumulaba una gran sabiduría, una ciencia sin límites.

Cuando le preguntaban los padres por los hijos, el viejo contestaba que no valía la pena
poner ilusión en ellos, porque luego se volvían desagradecidos y se portaban con sus
progenitores como víboras. No merecía la pena alegrarse con nada, porque las
desilusiones hacían la vida cada vez más amarga. No compensaba lanzarse a nuevas
empresas, porque los fracasos no harían sino empobrecer las haciendas. En fin, por
todas partes destilaba amargura y desesperanza. Pero como era tan anciano, como
había vivido tanto, a la fuerza tenía que ser el más sabio de todos.

Hasta que un día, cuando el momento de la muerte estaba ya a la vista, Dios se


compadeció y le envió un niño que le diera un beso. El niño rodeó al anciano con sus
brazos regordetes y le estampó un cariñoso beso en las ajadas mejillas. ¡Era la primera
vez en la vida que alguien le besaba! La cara del viejo se transfiguró. Sus ojos
comenzaron a brillar. Le brotaban las lágrimas, pero no eran lágrimas de pesar sino de
dicha. La vida le pareció por vez primera maravillosa. Poco después moría con la
sonrisa en los labios.

Se quería a sí mismo

Roald Dahl, en The wonderful story of Henry Sugar (Historias extraordinarias, en la


edición castellana), nos habla de un millonario -por herencia, no por trabajo- que se
aburre soberanamente. Es, por otra parte, cosa nada rara, un egoísta de tomo y lomo, o
de padre y muy señor mío, que ambas expresiones le hacen justicia.

Un día se entera Henry Sugar -así se llama- que los yoguis de la India son capaces de
llevar a cabo cosas tan extraordinarias como ver con los ojos tapados e, incluso,
atravesar con la mirada la materia de los naipes y descubrir el contenido de las cartas
de los rivales en las partidas. El modo de lograrlo consiste en acostumbrarse a
concentrar la mirada en la llama de una vela y, a continuación, fijar la imaginación en
el rostro de un ser muy querido (hay que practicar el método durante unos años).

El problema de Henry Sugar es que, tras mirar la llama de la vela, cae en la cuenta de
que su único ser querido es... l mismo. Pero no le parece esto ningún inconveniente.
Piensa: "Tanto mejor; además es el rostro que mejor conozco" . Y es que Henry gasta
horas enteras en contemplar en el espejo ese rostro suyo; una cara que, curiosamente,
encuentra francamente interesante.

Respuesta muy paciente


A veces, decimos: "qué paciencia hay que tener". Consideramos que nos roban el
tiempo con asuntos de nulo interés, con bobadas, como si no tuviéramos nada que
hacer en la vida sino aguantar molestias e impertinencias. Y nos impacientamos,
¿verdad?

Merece la pena destacar la conducta de Santo Tomás de Aquino, hombre pacífico y


paciente. Le llueven consultas de todas partes solicitando consejo, y no faltan algunas
verdaderamente ridículas. Por ejemplo, uno le pregunta un "problemón" teológico: que
si los nombres de los bienaventurados están escritos en un rollo expuesto en el Cielo.
El bueno de Santo Tomás contesta con sencillez: "En cuanto puedo ver, eso no es así;
pero no produce daño el pensarlo".

No sabían discutir

Manolo se encontró con Ramonín, al que hacía siglos que no veía, y se sorprendió no
poco al descubrir cómo su amigo había engordado últimamente, y es que Ramonín
parecía antes un manojo de huesos con piel; era de ésos que suele decirse que tienen
que pasar dos veces para lograr verlos. El caso es que ahora mostraba unos mofletes
más bien llenitos y una cara hasta redondeada.

-Pero chico, ¿qué has hecho para engordar?

-Pues verás, el secreto está en no discutir nunca.

-¡Hombre! Será por otra cosa...

-Bueno, pues será por otra cosa...

Parecida a esta historia es la que nos cuentan, con un candor e ingenuidad que
desarman, de unos anacoretas del desierto allá por el siglo IV. Aquí los protagonistas
son dos hombres, representantes de la época más dorada del anacoretismo, gente que
parece sin pecado original de puro buena. Ellos nunca habían tenido una discusión.
Pero un día quiso uno de los dos experimentar qué sería aquello de disputar, y le
propuso al otro:

-Hombre, yo creo que alguna vez deberíamos disputar como todo el mundo, aunque
sólo fuera una vez. Así nos enteramos de qué es reñir.

-Como quieras, pero el caso es que no sé cómo empezar.

-Es muy fácil. Mira, yo voy a poner un ladrillo aquí, y seguidamente diré: este ladrillo
es mío. Y tú contestarás: no, señor, es mío, me pertenece. Y comenzaremos a disputar.
¿Qué te parece?

Dicho y hecho, colocó el ladrillo delante y afirmó:

-Este ladrillo es mío.

Respondió el otro:
-No, es mío.

Volvió a la carga el primero:

-Te aseguro que te equivocas, porque estoy totalmente seguro de que es mío.

Pero el compañero ya no fue capaz de defender por más tiempo su posición y


reconoció paladinamente:

-Claro que es tuyo, por supuesto. Cógelo, que te pertenece.

Aquellos dos buenos anacoretas eran incapaces de reñir; ni con la mejor voluntad lo
conseguían. Sin embargo, en ocasiones, por qué cosas tan tontas discutimos los
humanos. Si al menos lo hiciéramos por cuestiones de cierta importancia... Tendríamos
hasta mejor salud.

Tres corazones

Bien traída está la cita de fray Luis de Granada. Lo hace Martín Descalzo en Razones
para vivir. Resulta que los hombres deberíamos tener "para con Dios un corazón de
hijos, para con los hombres un corazón de madre, y para con nosotros mismos un
corazón de juez". Buen consejo, que muchas veces no seguimos. Porque el corazón
anda un poco alejado de Dios, desconfiadillo; con nosotros mismos somos de un
maternal y blando que espanta: contemplamos nuestros defectos como menudencias;
pero para los demás, para sus defectos, en cuanto nos descuidamos somos jueces
implacables, que condenan casi, y sin casi, sin escuchar al "reo".

Soluciones auténticas

El egoísmo humano unido a una visión materialista de la vida componen un cóctel


explosivo, tanto a gran escala como a escala individual. Conversaba un periodista de
cierto país de América del Sur con una madre de familia numerosa inglesa. El
periodista estaba contando que el gobierno de su nación tenía previsto lanzar una
potente campaña de contracepción y de esterilización destinada a la gente pobre: ¿qué
le parecía la idea? La interlocutora pensaba, llena de sentido común, que lo que,
probablemente, estaban necesitando aquellas gentes serían viviendas decentes, una
buena nutrición, escolarización para los niños, pero no que los políticos se dedicaran a
reducir su número. Y le citó una frase que había oído decir a su madre, que también,
por lo que se ve, andaba bien de sentido común:

-Mi madre decía: "Si tienes diez personas y sólo cinco pares de zapatos, lo que tienes
que hacer es más zapatos, no empezar a cortar pies a la gente".

Cfr. V. Gillick, Relato de una madre

El perro de los cuatro idiomas

Es verdad que el prójimo "real", ése con el que nos tratamos casi a diario, o incluso a
diario, no tiene todas las perfecciones del mundo, ni siquiera las que nosotros
consideramos que debe tener; pero no le neguemos que posee algunas cualidades,
algún resto de virtud, si se nos apura un poco. A mí a veces me viene a la memoria la
historieta del perro de los cuatro idiomas.

Estaba en su jaula, en la feria donde se vendían perros, y un letrero aseguraba que


aquel can hablaba nada menos que cuatro idiomas. El precio era, como es lógico, muy
elevado. Un individuo se encaprichó con él -¡cuánto iba a presumir con aquel animal
superdotado!-, y ya estaba echando mano a la cartera, cuando alguien le advirtió:

-No tire el dinero. No lo compre. Es un fraude.

-Pero, ¿no habla entonces cuatro idiomas?

-¡Dios mío! ¿Cómo va a haber un perro que haga eso? Mire: sólo castellano... ¡y con
acento gallego!

Y digo yo: esa persona tan despreciable, tan odiosa, tan miserable, a la que es imposible
querer, ¿no sabrá quizás hablar castellano con acento gallego?

Algo sobre olores

Bien conocida es el aula de audiencias del Vaticano llamada "aula Nervi", construida
durante el pontificado de Pablo VI. Familiar resulta a cualquiera la escultura de Cristo
resucitado, obra del artista italiano Pericle Fazzini, situada detrás del estrado en el que
se ubica el sillón del Romano Pontífice.

El arquitecto Pier Luigi Nervi, al explicar a Pablo VI las características de la enorme


sala, le comentó:

-Santidad, hemos estudiado también la renovación del aire, porque..., la gente es


buena..., pero despide malos olores...

La posición del arquitecto era comprensible; no podía descuidar asuntos de orden


práctico como aquél. Pero el Papa quiso situar el tema a otro nivel:

--¡No, no! La gente es buena y la bondad está siempre perfumada.

Cfr. C. Cremona, Pablo VI

Perdón auténtico

El valeroso Cardenal polaco Wyszyinski, padeció varios años de duro encarcelamiento


sin juicio previo, por la mera arbitrariedad del régimen comunista que gobernaba su
país.

El 8 de diciembre de 1953 hizo "un pacto definitivo" con la Virgen María de dedicarse
por su conducto "como esclavo" a Jesucristo, según la enseñanza de San Luis Grignion
de Monfort. El Cardenal atribuirá a esta consagración el que "nunca hubiera guardado
ni la más mínima sombra de rencor a nadie". Mucho antes de su liberación confiará a
alguien que consigue verle:
-Bien es cierto que estos señores del gobierno han cometido una gran injusticia
conmigo, al privarme de mis derechos de ciudadano libre. Sin embargo, yo no les
deseo a ellos otro tanto. En verdad que no sabría causarles el menor disgusto. No creo
mentir si digo que nunca he faltado al amor, no sólo respecto a mis amigos sino
también respecto de mis enemigos, a quienes transformo en mi corazón en hermanos.

Cfr. Cardenal Stefan Wyszynski, Un Obispo al servicio del Pueblo de Dios

CASTIDAD

Un curioso espectáculo

Alguna vez habremos oído decir: "es que la Iglesia considera que el sexo es algo
vergonzoso". No hay tal; tampoco ha enseñado nunca que el dinero sea algo
vergonzoso, y, sin embargo es evidente que de él se puede hacer un uso digno, incluso
merecedor de aplauso, y que también cabe emplearlo con móviles miserables y
abyectos.

Que no siempre funciona bien el instinto sexual, parece claro. C.S. Lewis pone un
curioso ejemplo en su libro Mero cristianismo. Un número considerable de gente acude
a un local para presenciar un espectáculo de streap-tease. Puede pensarse que es algo
normal, sin mayor importancia. Supongamos que en un país la gente -seres
suficientemente alimentados- suele acudir a los teatros para contemplar el siguiente
espectáculo: en el escenario hay una fuente (no de agua, claro, sino de las que
contienen alimentos). Se levanta lentamente la tapa y el público logra contemplar una
chuleta de cordero o una loncha de tocino. Seguramente pensaríamos que el público
babeante que se extasía ante la chuleta de cordero no "funciona" del todo bien, que algo
le falla.

Sin comentarios.

Por qué esperar hasta el matrimonio

Angela Ellis-Jones, abogada británica de 35 años, no puede sentirse en desventaja ante


lo que suele llamarse una mujer "liberada". Ha dirigido una asociación universitaria, ha
intervenido muchas veces en programas de televisión y ha sido candidata al
Parlamento. No es creyente. Pero cuando escribe en el "Daily Telegraph" (12-XII-1996)
sobre castidad, dice lo siguiente: "Hoy día, la mayoría de las mujeres sostienen su
derecho a la libertad sexual. Pero la única libertad sexual que yo he deseado es la de
estar felizmente casada. Desde mi adolescencia sabía que había de guardarme para el
matrimonio, y nunca he tenido la más mínima duda sobre mi decisión".

Es interesante ver el porqué de esa decisión de guardarse para algo: "La castidad antes
del matrimonio es una cuestión de integridad. Para mí, el verdadero sentido del acto
sexual consiste en ser el supremo don de amor que pueden darse mutuamente un
hombre y una mujer. Cuando más a la ligera entregue uno su propio cuerpo, tanto
menos valor tendrá el sexo".

No le falta el sentido común al afirmar más adelante: "Quien de verdad ama a una
persona, quiere casarse con ella. Cuando dos personas tienen relaciones sexuales fuera
del matrimonio no se tratan una a otra con total respeto. Una relación física sin
matrimonio es necesariamente provisional: induce a pensar que aún está por llegar
alguien mejor".

En medio del martirio

Uno de los documentos más bellos que nos han llegado del tiempo de las
persecuciones en los comienzos del cristianismo -y de los más hermosos entre toda la
literatura cristiana primitiva- es la Passio de las mártires Perpetua y Felicidad. (El lector
interesado puede encontrar una edición bilingüe en la BAC, a cargo de Daniel Ruiz
Bueno, que es la obra titulada Actas de los mártires.) En ella se nos narra el martirio de
tres catecúmenos, Revocato, Saturnino y Secúndolo, del diácono Sáturo, y de dos
jóvenes mujeres: Vibia Perpetua, de veintidós años, de noble familia, que estaba
criando hijo pequeño, y su esclava Felicidad, que se encontraba encinta y dará a luz a
su niño en la cárcel poco antes de morir. El documento que nos informa de los hechos
está redactado en parte por Perpetua -es su diario-, por el diácono Sáturo y, se cree que
también por Tertuliano, que, contemporáneo de los hechos, debió ser el editor de la
Passio.

El martirio ocurre bajo Septimio Severo, en el año 203, en la ciudad de Turba, cercana a
Cartago. En medio de un acontecimiento tan trágico y desgarrador, como es la muerte
de estas mujeres por medio de las fieras que las destrozan, brilla de repente un detalle
emocionante de pudor: Perpetua, al caer herida, tiene el rasgo de cubrirse la pierna
sangrante con la túnica para que no quede expuesta a la mirada de los curiosos.

Relato de un náufrago

Ese es el titulo de un famoso libro de Gabriel García Márquez. Relato de corte


periodístico, según la narración que el auténtico protagonista le hizo de su epopeya -
diez días en una balsa a la deriva, sin comer ni beber-, allá por el año 1955.

Luis Alejandro Velasco, cuando ya estaba a punto de pisar tierra, tenía entre los dientes
una medalla de la Virgen del Carmen. Ya faltaba poco para llegar a la orilla, pero los
zapatos y la ropa le pesaban enormemente. Y cuenta: "Pero aun en esas tremendas
circunstancias se tiene pudor. Pensaba que dentro de breves momentos podría
encontrarme con alguien. Así que seguí luchando contra las olas de resaca, sin
quitarme la ropa, que me impedía avanzar, a pesar de que sentía que estaba
desmayándome a causa del agotamiento".

Tentaciones sin diálogo

Cuando es muy joven Santa Catalina de Siena, muy en los comienzos del camino de
gran exigencia que se había trazado, Dios permitió que la asaltaran abundantes y
fuertes tentaciones contra la castidad. Ella reforzaba su oración y sus mortificaciones.
Para que dejase su propósito de virginidad, una voz interior le hablaba con palabras
suaves y benevolentes:

-¿Por qué, pobrecita, te afliges tanto por nada? ¿De qué te sirve padecer así? ¿Crees
acaso poder continuarlo? Es imposible, a menos que quieras matarte a ti misma y
arruinar tu cuerpo. Antes de llegar a tanto, termina con las tontadas. Estás a tiempo de
gozar del mundo.
Luego le hablaba de la bondad de tomar marido y engendrar hijos para
acrecentamiento del género humano... Todo era disfraz de cordura realista y de
beneficios espirituales. Buena astucia. Pero Catalina se daba cuenta de que no debía
descender a la controversia: "Como una mujer honrada no debe responder a un
hombre disoluto". Y jamás entró en diálogo con el enemigo. Lo que hizo fue unirse más
a Cristo. "Confío en el Señor y no en mí".

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

CIELO

Eso importa

Ya sabía el doctor Ortiz de Landázuri que le quedaba poco tiempo de vida cuando una
periodista del Diario de Navarra, Isabel Artajo, le solicitó una entrevista. A Don
Eduardo le interesaba que su familia quedara a cubierto de necesidades en el momento
en que él les faltara. Lo que menos le importaba era el modo en que le enterrarían:

-Me da lo mismo una sepultura, un nicho o una fosa común. Ni tengo dinero ni
vanidad para ocupar un panteón.

También habló del lugar al que quería ir:

-Eso es lo único que me preocupa: ir al Cielo. Sí, creo en el Cielo. El lugar donde gozaré
de la presencia de Dios.

Cfr. E. López-Escobar y F. Lozano, Eduardo Ortiz de Landázuri

Estar ya cerca

Un sacerdote chileno, con sus buenos ochenta años ya a cuestas -aunque no los
representa- y en activo, y muy activo, refiere a un escritor español detalles de su vida
de servicio a Dios. Don Sergio, entre otras cosas, ha creado una fundación que lleva
diecinueve hogares en los que se atiende a dos mil ancianos abandonados, más un
comedor que da de comer a unos trescientos pobres cada día. ¿Que por qué es tan
feliz? Motivos tiene diversos para estar contento, comenzando por su misma vida
sacerdotal. Pero sobre todo:

-Me encuentro en la mejor edad de mi vida, porque pienso que estoy cerca de conocer a
Dios cara a cara.

Cfr. J.L. Olaizola, Guía de curas con encanto

Monte del Gozo

Llegaban de toda Europa, tras soportar no pocos sacrificios y penalidades, con la


mirada puesta en la tumba del Apóstol y una fe que no admitía límites: tan grande
como las catedrales que edificaban por aquellos siglos. Tras haber lavado sus cuerpos
en el río, dejando en las agua el polvo de muchos caminos, el último esfuerzo consistía
en superar el Monte del Gozo, y ya avistaban las torres y el caserío de Santiago.
Entonces entonaban el universal "¡aleluya!" y cantaban y gritaban en las más diversas
lenguas. Lo anterior ya estaba olvidado ante la vista de la ansiada meta.

Algo parecido y no de menor emoción debió sentir el israelita que, viniendo de lejos,
veía por fin la ciudad de Jerusalén y el Templo: ¡la casa del Señor! El peregrino se
emocionaba y cantaba: "¡qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del
Señor...!" (salmo 121).

El cristiano contempla la vida eterna, el Cielo, desde la atalaya de su existir cotidiano, y


bien puede exclamar con gozo: ¡qué alegría saber que al final del camino se encuentra
la casa paterna, la morada del Señor!

La llegada del campesino

Recordaremos siempre con cariño a los famosos hermanos Grimm (Jacob Ludwig,
fallecido en 1863, y Wilhelm, en 1859) por cuentos tan universales como "Caperucita",
"El sastrecillo valiente" o "Cenicienta". Tienen uno delicioso, que trata de cómo un
pobre aldeano coincidió en la puerta misma del Cielo con un individuo que había sido
muy rico en este mundo.

Abrió San Pedro la entrada del Paraíso y dejó pasar al segundo, sin darse cuenta de la
presencia del primero. Curioso: el aldeanito oyó muy bien con cuánto regocijo y con
cuánta música era recibido el rico en las moradas celestiales. Cuando se hizo un poco
de silencio aprovechó para llamar a la puerta, abrió San Pedro y le franqueó la entrada
sin mayor dificultad. Él esperaba también una acogida entusiasta y festiva, a base de
canciones, bailes y demás jarana, pero los ángeles y los bienaventurados, aunque
afectuosos, no se lanzaban a la cosa musical. Así las cosas, optó por interrogar a San
Pedro por qué había esa diferencia de trato entre uno y otro (no estaba de acuerdo, por
lo que se ve, con esa parcialidad), y el guardián del Cielo respondió:

-¿Parcialidad? No, qué va. A ti te queremos como a los demás. Gozarás plenamente de
la felicidad de Dios, igual que ese rico. Lo mismo. Pero date cuenta de que campesinos
pobres como tú vienen aquí a diario. Y, en cambio, un señor como ése, tan rico, sólo
llega cada cien años, más o menos.

Por fuera y por dentro

Llama la atención que el Beato Enrique de Ossó vislumbrara en qué lugar iba a ser
enterrado, sin tener datos precisos sobre este particular. El caso es que un día sus hijas
teresianas le habían preguntado acerca de esta cuestión y él había hablado de un lugar
tan querido como Nuestra Señora de Montserrat, para añadir acto seguido que también
podría acogerse a los Padres Franciscanos (desconcertante alusión a unos religiosos con
los que no tenía trato especial; todavía los Carmelitas...).

Pero muy poquito después se encontraba predicando unos Ejercicios Espirituales a los
Franciscanos del Monasterio de Sancti Spiritus, en Gilet (Valencia), y allí le sobrevino
inesperadamente la muerte y allí recibió su primera sepultura. El 27 de enero de 1896
conversaba con un hermano lego en el jardín, ya atardecido el día, cuando se veían
brillar las estrellas, y en el momento de despedirse para ir a la habitación, se quedó
mirando al firmamento y dijo:
-¡Qué hermosa la luna...! ¡Qué cielo tan bello, hermano...! Si por fuera es tan hermoso,
¡qué será por dentro!

Unas horas después volaba al Cielo ese hombre tan santo y ya lo pudo contemplar "por
dentro", a sus anchas y para siempre.

Cfr. M. González, Don Enrique de Ossó

Hablar con Shakespeare

Le preguntaban a un conocido catedrático de Política Económica sobre el más allá. Con


buen humor respondió que, si tenía la suerte de llegar al Cielo, lo primero que diría
sería:

-Que me traigan a Shakespeare, que quiero hablar con él.

Luego pasó a explicar que llevaba bastantes años dedicándose al idioma inglés, y
todavía sólo había logrado medio hablarlo; así que en el Cielo quería tener el disfrute
de conversar fluidamente en ese idioma y nada menos que con el señor Shakespeare;
¡ahí es nada.!

Su mujer, andaluza y con buen acento del sur, le "reprendió":

-¡Ay, hijo, qué corto eres! ¡Yo no voy al Cielo para eso!

Cfr. J.L. Olaizola, Más allá de la muerte

Muerte mística

Un día Catalina de Siena se siente morir, agoniza. Yace sobre una tarima y la rodean
varias compañeras suyas Hermanas de la Penitencia (la orden tercera a la que
pertenece). El biógrafo Papàsogli dice muy bellamente que "la escena está armonizada
como en una pintura de Giotto, por las líneas onduladas y amplias de los grandes
hábitos blancos y negros, huecos y solemnes, reclinados en torno a la Santa". El
semblante está sereno, radiante; los ojos cerrados, casi sin respiración. Las mujeres
lloran, y acaba por llorar el confesor y alguno más que anda por allí.

No se la siente respirar. Pasa cuatro horas de muerte mística. Luego vuelve a la vida,
abre los ojos, mira alrededor y, en medio de la alegría de los circunstantes, ella rompe a
llorar al advertir que se han terminado tantas maravillas como el Señor le ha hecho
conocer en esas horas, o siglos, que han transcurrido; siente nostalgia del Paraíso, le
resulta dura la tierra a la que ha vuelto.

Pero el Señor le ha recordado la gran labor que hay pendiente en la tierra: la salvación
de todos. Ahora la voluntad divina es que cambie el encerramiento que mantiene en su
casa, y se lance por el mundo en eficaz actividad apostólica. Y, en efecto, desde ese
instante la vida de la Santa cobra un nuevo rumbo. Se mueve de ciudad en ciudad,
habla a la gente, escribe, remueve, convierte...

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia


COMUNIÓN DE LOS SANTOS

No se corre para uno

Sitúo este hecho de la vida misma -según el relato oral que ha llegado hasta mí- en la
población castellana de Venta de Baños, donde se celebraba un cross de cierto
renombre; tanto es así que habían venido a competir atletas extranjeros de buen nivel.

A poca distancia de la meta cayó al suelo el muchacho que ya se perfilaba como


vencedor, accidente que permitió que varios lo rebasaran. El chico ni se levantó del
suelo, por la desolación de ver cómo se le esfumaba un sueño maravilloso que ya
estaba a punto de hacerse realidad. Acudieron varios compañeros a consolarlo, pero el
entrenador fue muy duro, y sin paños calientes le recriminó por su conducta:

-Tú no corres para ti; tú corres para el equipo. Si te hubieras levantado, el equipo
habría ganado la prueba.

CONCIENCIA

Valores permanentes

Cuenta Peter Kreeft que un día, en una de sus clases de ética, un alumno dijo que la
moral era algo relativo y que como profesor no tenía derecho a imponer valores
propios. Kreeft quiso entrar al debate y lo hizo así:

-De acuerdo. Voy a aplicar tus valores a la clase, no los míos. Como dices que no hay
absolutos, y que los valores morales son subjetivos y relativos, y como resulta que mi
conjunto particular de ideas personales incluye algunas particularidades muy
especiales, ahora mismo voy a aplicar ésta: todas las alumnas quedan suspendidas.

Comenzaron, cómo no, las protestas, en cuanto se recuperaron de la primera


impresión, diciendo que aquello no era justo. Pero el profesor argumentó:

-¿Qué significa para ti ser justo? Porque si la justicia es sólo un valor o tu valor,
entonces no hay ninguna autoridad común a ti y a mí. Yo no tengo derecho a
imponerte mi sentido de la justicia, pero tú tampoco a mí el tuyo...

CONFESIÓN SACRAMENTAL

Se sentía ligero

Me lo cuenta un amigo y tomo nota enseguida. Sorpresa al llegar a casa y encontrar un


aviso telefónico de un sobrino de siete años, Juan, que es la primera vez en su vida que
le llama. Marca el número de la casa y descuelga su padre:

-Sí, ahora te lo paso.

-Tío, hoy me he confesado.

-Muy bien, y ¿qué tal?


-Estoy muy contento; el cura era muy simpático, y... ahora lo estamos celebrando aquí,
en casa, con una pizza.

Se queda sorprendido por todo lo que oye. Pero el chaval prosigue:

-¡Tío, voy más ligero!

Se pone la madre:

-Está contentísimo. Dice a todo el mundo que ha hecho su primera Confesión y que va
muy ligero.

Confesión de niña

Debía de tener sólo seis años y fue a hacer su primera Confesión. Se llamaba Thérèse
Martin; con el tiempo la conoceremos como Santa Teresa del Niño Jesús. En la catedral
de Lisieux, ciudad a donde ya había ido a vivir la familia Martin, estaba sentado en un
confesonario el sacerdote apellidado Ducellier, el cual abrió la ventanilla al notar que
alguien se había acercado a recibir el sacramento, pero no vio a nadie. No vio a nadie,
porque la niña era tan pequeña que no llegaba a esa altura. Tuvo que confesarse de pie.

Preparada cuidadosamente por su hermana Celina, se preguntaba si debería decir al


sacerdote que le quería con todo el corazón, ya que él era el representante de Dios. De
la alegría que le produjo la primera Confesión da buena fe esta anotación de la Santa:
"A partir de entonces, volvía a confesarme en todas las grandes fiestas, y era para mí
una verdadera fiesta cada vez que lo hacía".

Cfr. Mons. Guy Gaucher, Así era Teresa de Lisieux

Empezar de cero

Una de la mejores películas del año 1995, dirigida por Robert de Niro -su primera
aventura como director cinematográfico- fue "Una historia del Bronx". De Niro, que se
conoce bien el ambiente de ese barrio neoyorkino, porque él mismo se crió en los
escenarios del film, presenta los recuerdos de un chico en la infancia y en la primera
juventud. A la edad de nueve años, el pequeño Calógero -excelentemente interpretado
por el niño Francis Capra- es testigo presencial de un asesinato cometido por un
gángster de origen italiano, Sonny, amo y señor del barrio, pero no le delatará a la
policía, cuando le piden que lo identifique, porque piensa que no debe convertirse en
un soplón. Sin embargo le remuerde la conciencia, porque, miradas las cosas desde
otro punto de vista, le resulta claro que no ha obrado bien.

El pequeño va a su parroquia a confesarse y, entre las pequeñas travesuras de las que


tiene que acusarse, expone que ha sido testigo de un crimen y que no ha facilitado la
labor de la policía. El sacerdote pone cara de sorpresa, pero ante el deseo del niño de
no dar más detalles, no insiste en preguntar y le da la absolución tras imponerle unos
padrenuestros de penitencia. Es todo un poema ver la cara de Calógero de alivio y
felicidad cuando abandona el templo. La voz "en off" narradora de los acontecimientos,
que es la del muchacho relatando sus recuerdos a la edad de diecisiete años, hace este
ajustado comentario:
-Qué suerte ser católico, porque gracias a la Confesión puedes partir de cero.

La amaba más

Tiene Santa Catalina de Siena una cuñada llamada Lisa, casada con su hermano
Bartolomé. Una mañana Lisa sin decir nada a nadie va a un templo apartado y hace
confesión general. Cuando regresa a casa Catalina le dice:

-Lisa, eres una buena hija.

La cuñada se muestra sorprendida, pero Catalina le hace ver que no se le ha escapado


el detalle -¿cómo podía saberlo?- y que está al tanto de lo que acaba de hacer. Y añade:

-Te amo de todo corazón y te amaré siempre, por lo que has hecho esta mañana.

Sin comentarios...

Cfr. G. Papàsogli, Santa Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

Tenía que ser el obispo

En el mes de octubre de 1995 se abría en Madrid el Proceso de Beatificación y


Canonización de Mons. José María García Lahiguera, que fue Obispo Auxiliar de
Madrid desde 1950, luego Obispo de Huelva (1964) y finalmente Arzobispo de
Valencia (1969). Falleció santamente en 1989. Un sacerdote de la diócesis de Madrid -D.
Victoriano Rubio, párroco de Ntra. Sra. de la Concepción de Ciudad Lineal- ha escrito
un testimonio bien interesante del valor que D. José María daba a la Confesión.

Cuenta que tenía un enfermo de la parroquia hospitalizado en el Sanatorio de San


Nicolás (ahora de la Fuensanta), y que al ofrecerle los últimos sacramentos contestó
que como no fuera el Obispo, él no se confesaba. La verdad es que hay gente curiosa:
¿qué mosca le picaría? ¿Sería una excusa? Vaya usted a saber. Pero así, como suena:
tenía que ir el Obispo en persona. El caso es que se enteró D. José María y no lo dudó
un segundo. Salió inmediatamente para el sanatorio y aquel buen hombre se emocionó
como un niño cuando vio a un Obispo a su lado y dispuesto a atenderle con la mayor
solicitud. Para D. José María aquella era un alma que merecía la pena cualquier
esfuerzo y no dio al asunto mayor importancia.

Sobre la marcha

San Juan Bosco sabía como nadie ganarse a los muchachos y tenía a cientos de ellos a
lado. Se divertían de lo lindo con él, pero no descuidaba el que los sábados por la tarde
y los domingos se acercaran al sacramento de la Penitencia. Sabía muy bien que
algunos se hacían los remolones y en estos casos tomaba la iniciativa y les lanzaba un
cable. Por ejemplo, llamó un domingo a uno de los chicos, que no hacía más que jugar,
a la sacristía, y le invitó a arrodillarse en el reclinatorio (la narración se debe a Don
Bosco, en Memorias del Oratorio).

-¿Para qué me quiere?


-Para confesarte.

-No estoy preparado.

-Lo sé.

-¿Entonces?

-Entonces prepárate, y después te confesaré.

Don Bosco tenía confianza de sobra para actuar así y sabía que no violentaba la
voluntad de su amigo.

El chaval exclamó:

-Bien, muy bien; lo necesitaba, me hacía falta; ha hecho bien en cogerme así; de lo
contrario, aún no habría venido a confesarme por miedo a los compañeros.

A partir de ese día fue uno de los más asiduos penitentes de Don Bosco y solía contar a
sus amigos la estratagema que el buen sacerdote había empleado para "cazarle".

Juan Pablo II y Vianney

El Papa Juan Pablo II recuerda en su libro Don y Misterio, aparecido con ocasión del
quincuagésimo aniversario de su sacerdocio, muchos momentos de su dilatada vida.
Cuando era joven sacerdote e iba haciendo estudios en Roma, pasó en un viaje por la
aldea de Ars; era a finales de octubre de 1947.

Se emocionó al visitar la iglesia donde confesó tanto el Santo Cura, Juan María
Vianney. Ya le había impresionado su figura en la época de seminarista, sobre todo con
la lectura de la biografía de Trochu. Escribe el Papa: "San Juan María Vianney
sorprende en especial porque en él se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la
pobreza de medios humanos. Me impresionaba profundamente, en particular, su
heroico servicio de confesonario. Este humilde sacerdote que confesaba más de diez
horas al día comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado,
en un difícil periodo histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia
y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su
confesonario".

Y un poquito más adelante añade: "Del encuentro con su figura llegué a la convicción
de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesonario, por
medio de aquel voluntario hacerse prisionero del confesonario".

CONTRICIÓN

Una cédula en la que nada había

Entre la flor de milagros jacobeos está el de un gran pecador venido de la lejana Italia,
allá por la Edad Media y en tiempos del santo Obispo Teodomiro, para obtener la
remisión de sus culpas, que no eran pocas ni leves. Lo narró con maestría Torrente
Ballester; aquí se hará breve resumen.

Era un pecador como pocos habrá habido. Tan grande, que ni el cura de su parroquia,
ni aun su Obispo propio, se atrevieron a absolverle, sino que dispusieron que marchara
a Santiago en peregrinación como penitencia extraordinaria y allí buscara el perdón de
tanto delito. Podían haberlo enviado al Romano Pontífice, que autoridad tiene de
sobra, pero se ve que prefirieron que la absolución no estuviera tan al alcance de la
mano.

Y para Compostela salió, llevando una carta de puño y letra de su prelado donde se
especificaban los muchos y tremendos pecados del penitente. Llegó bien dolido de sus
fechorías y bien mortificado por las prolongadas caminatas e incomodidades del largo
viaje. Nada más llegar, acongojado por los sollozos, el pecador depositó el documento
bajo el mantel del altar principal del templo compostelano, y se quedó orando en
silencio.

Llegó la hora en que el beato Teodomiro celebraba la Santa Misa, y su mano descubrió
el pergamino oculto bajo el mantel. Lo tomó, vio los sellos y, antes de rasgarlos,
preguntó a los presentes sobre la carta. Nadie contestaba, antes bien, se miraban unos a
otros, sorprendidos, hasta que el italiano se adelantó con lágrimas y, arrodillado,
humillado, confesó ser él quien había depositado aquella carta y que bien le concernía
el asunto. Sólo pedía que el santo Obispo mirara el contenido, lo leyera públicamente
para escarnio de tan gran pecador, y después le otorgara la absolución.

Los asistentes estaban conmovidos. Cuando el Obispo rompió sellos y desató lazos, vio
con sorpresa que la carta no contenía absolutamente nada. Entonces comprendió que el
Apóstol acababa de obrar un milagro: el penitente quedaba libre de su vergüenza, al
mismo tiempo que resultaba evidente que Dios ya le había perdonado. Por ello, la
absolución episcopal sobre su cabeza no haría más que corroborar aquel perdón. Y
Teodomiro, ante la emoción general, alzó la mano y pronunció las palabras del rito
sacramental: Ego te absolvo a peccatis tuis....

Cfr. G. Torrente Ballester, Compostela y su ángel

Se siente infame

Bernadette Soubirous, la vidente de Lourdes, se consume lentamente durante una larga


y penosa enfermedad en el convento de Nevers donde ha profesado como religiosa.
Cuando ya le queda poca vida, un profundo dolor le asalta a esta criatura sencilla y
pura: siente que en su vida pasada se ha portado infamemente. La religiosa que la
acompaña no da crédito a la confidencia de Bernadette; le parece imposible que un ser
tan angelical como el que ella conoce, y muy bien que lo conoce, pueda pronunciar las
palabras duras que acaba de escuchar. Bernadette piensa en su madre.

-¡Ya hace más de diez años que tu madre ha muerto!

-...Ella había preparado una sopa de ajos y acababa de servirme un plato. Yo estaba de
muy mal humor. Dios sabrá por qué, y empecé a rezongar: "¡Déjame en paz de una vez
por todas con tu eterna sopa de ajos. Ni siquiera puedo soportar el olor..." ¡Y pensar
que realmente he dicho eso!...
La verdad es que la familia Soubirous había vivido en unas condiciones materiales de
extrema pobreza, y la buena Louise, la madre de la vidente, se las veía y se las deseaba
para poder dar algo de comer a los hijos.

-Pero de eso ya ha pasado mucho tiempo. Más de dieciséis años, ma soeur.

-No, no. Nada existe que pueda haber pasado hace mucho tiempo. Todo está presente -
exclama entre lágrimas -¡Mi pobre madre ha pasado una vida muy triste, y yo me porté
siempre tan mal con ella!

Cfr. F. Werfel, La canción de Bernadette

Surcos de lágrimas

Es una piadosa tradición y, posiblemente, una simple leyenda, pero es interesante.


Cuentan que San Pedro, todos los días, al oír cantar a un gallo, se echaba a llorar
porque se acordaba de la triple traición a Cristo, y que las lágrimas habían grabado
surcos en sus mejillas. Por cada negación le salía del alma exclamar: "Señor, Tú lo sabes
todo, Tú sabes que te amo" (Jn 21,17).

Es imposible que las lágrimas abran hendiduras en un rostro: hasta aquí la leyenda.
Pero es bien verosímil que para San Pedro el canto del gallo tuviera una resonancia
muy especial. Y en aquellos tiempos debía ser muy difícil no tener cerca del propio
domicilio, incluso en una urbe como Roma, un corralito con algún gallo dispuesto a
avisar a los vecinos de la llegada del nuevo día. Cuántos actos de contrición debió
hacer aquel gran hombre.

Abrazado a Cristo

En la ciudad de Wurzburgo, en la Baviera alemana, hay en la cripta de un templo una


Cruz muy famosa, de gran valor artístico, con su correspondiente Crucificado. Y hay
en ella algo muy curioso: tiene sus manos libres de los clavos y las ha cruzado sobre el
pecho. El Crucifijo es objeto de una piadosa y vieja leyenda.

Resulta que una noche entró a robar en el templo un ladrón. Se acercó al gran Crucifijo
y vio que sobre la cabeza del Señor había una valiosa corona cuajada de piedras
preciosas. No dudó ni un instante en hacerse con ella para venderla y obtener dinero
contante y sonante. Subió a la Cruz. Trató de coger la corona, pero, ante su gran
estupor, las manos de Cristo se ciñeron en torno a su cuerpo. Sintió escalofríos de
terror. Sus ojos, casi fuera de las órbitas, contemplaban los ojos de Jesús a escasos
centímetros de distancia. No podía soltarse del abrazo. Y así estuvieron largo tiempo
mirándose los dos cara a cara. Las lágrimas comenzaron a correr a raudales por las
mejillas del malhechor, que no cesaba de pedir perdón a Dios por sus múltiples
pecados, hasta que al final fue el mismo ladrón quien se abrazó fuerte al cuerpo herido
del Crucificado. Cuando amaneció seguían unidos en estrecho abrazo.

¡La mirada de Jesús! San Lucas nos cuenta que el Señor se volvió y miró a Pedro, tras
las repetidas negaciones, y que éste salió fuera y lloró amargamente su pecado (cfr.
22,61-62).
Cfr. A. Filchner, Venid niños y escuchad

En Uganda

Años 1993, febrero. Juan Pablo II llega a Uganda, un país terriblemente flagelado por la
enfermedad del sida. Alguien dice que en Uganda la industria más floreciente es la
fabricación de ataúdes. Basta señalar que el 20 por ciento de la población es
sieropositiva.

En el encuentro con los jóvenes, una chiquilla de unos catorce años, Verónica Chansa,
en estado terminal, delgada, cuenta al Papa con un hilo de voz su propia historia: fue
violada por unos hombres al bajar del autobús que la llevaba al colegio y contrajo el
sida. Los que la oyeron se quedaron con el corazón en un puño, porque dijo como en
un susurro:

-Santo Padre, dígales a los hombres que no sigan siendo malos, que no hagan más lo
que a mí me han hecho...

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Sí se arrepiente...

El conocido escritor catalán Gironella tiene la sencillez de relatar algo de lo que


siempre se ha arrepentido. No es como tantos "famosos" que en la revistas aseguran
que jamás se han arrepentido de nada. Él reconoce que fue cobarde y no dio un paso
que debería haber dado.

Era durante la guerra del Vietnam, por los años 60. Se encontraba con su mujer -el
matrimonio no ha tenido descendencia- y les ofrecieron adoptar a una niña que había
perdido a sus padres en un bombardeo. La pequeña, de un año de edad, en su cunita
blanca, inmóvil, con sus ojos oblicuos, no tenía a nadie en este mundo. La esposa del
escritor no lo dudó un instante:

-Nos la llevamos.

Pero él tuvo miedo a la responsabilidad que contraía:

-¡No nos la llevamos!

Pasados los años refiere cuánto se ha arrepentido de aquella, que califica, torpe
decisión. Ahora esa niña sería su hija, habría estudiado en la universidad; quizás
medicina...

Cfr. J.L. Olaizola, Más allá de la muerte

CONVERSIÓN

Plan pastoral
Jean -Marie Lustiger, judío converso, Cardenal Arzobispo de París desde febrero de
1981, es preguntado sobre cuál es el punto más importante de su plan pastoral sobre la
diócesis que el Papa Juan Pablo II le ha confiado. La respuesta es sencilla y, para
alguno, quizá sorprendente:

-El punto central del plan pastoral es la conversión del Obispo.

La necesidad de vivir una continua conversión se acentúa, sin duda, en aquéllos que se
ven rodeados de mayores responsabilidades.

Condenado a muerte

El 1 de octubre de 1957, a las cinco de la madrugada, un preso moría guillotinado en la


prisión parisina de la Santé. Este hombre -Jacques Fesch- había terminado su diario,
dedicado a su hija, con estas palabras: "Dentro de cinco horas veré a Jesús. Ojalá que
aguante el golpe. ¡Ayúdame, Virgen Santa! Adiós a todos y que el Señor os bendiga!"
Se había despedido del preso que vivía en el piso de arriba, diciéndole:

-Estoy persuadido de que nos volveremos a ver. ¿Sabes?, cuando nos encontremos allá
arriba, creo que te reconoceré por tu voz. Así que te digo simplemente: hasta la vista. Y,
mientras tanto, si te encuentras algún día con mi hija, dile cuánto me arrepiento,
cuánto la quiero...

Jacques Fesch no tenía veinticuatro años cuando, el 25 de febrero de 1954, después de


separarse de su mujer e hija, cometió un atraco del que resultó muerto un policía. Una
vez en la cárcel rechazó toda ayuda del capellán; era un ateo convencido -decía Jacques
de sí mismo-, no valía la pena que se molestara. Luego vino la conversión, en la que
tuvieron bastante que ver la fe y los argumentos de su abogado, que le llevaron,
primero a "intentar creer" y, luego, con la gracia divina, a creer de verdad, "con certeza
absoluta", según testimonio del propio protagonista.

La fe no le libró de la muerte, pero le dio ánimos. Ofreció ese trance especialmente por
su familia y por su víctima: "No existe un Dios policía. El castigo que me espera no es
una deuda que debo reembolsar, sino un don que Dios me hace".

Cfr. "Mundo Cristiano", nº 395 (Editorial Palabra ha publicado en 1995 el diario de J.


Fesch: Dentro de 5 horas veré a Jesús).

Ahí estaba la verdad

La pista de Edith Stein se pierde en el momento en que se la llevan al campo de


exterminio de Auschwitz, del que nunca saldrá. Es de suponer que murió en alguna
cámara de gas en el año 1942. Esta mujer excepcional, beatificada por Juan Pablo II,
había nacido en Breslau, en el 1891, de familia judía. En su juventud no había
practicado religión alguna. Adscrita a la escuela fenomenológica, llegó a ser profesora
auxiliar de Husserl y discípula predilecta de este maestro.

No es fácil describir el itinerario que lleva a una persona a la fe. La gracia se sirve de
circunstancias y sucesos, a veces aparentemente insignificantes, para conducir
suavemente hacia la verdad y la entrega a un determinado ser humano. Pero es seguro
que un hecho fue decisivo en la conversión de Edith. Corría el año 1921 y fue a pasar
unos días de vacaciones de verano a casa de una familia amiga -los Martius,
protestantes-, en Bergzabern. Allí, en un momento de aburrimiento, husmeando en la
biblioteca, encontró el libro de la Vida de Santa Teresa (la autobiografía de la Santa,
que no estaba allí por casualidad, sino que se trataba de un regalo que a Edith habían
hecho tiempo antes unas amigas católicas: Pauline y Ana Reinach; ella había dejado el
libro en aquella casa sin prestarle atención). Comenzó a leerlo y ya no pudo parar hasta
el final. Cuando lo hubo cerrado, exclamó: "¡esta es la verdad!"

Curioso es ver cómo una monja española del siglo XVI -pero gran santa- revoluciona la
vida de una intelectual del siglo XX. Edith se bautiza en 1922 y toma el hábito de la
Orden del Carmelo, en Colonia, doce años después.

Cfr. E. Gil de Muro, Así era Edith Stein

Descubre el Padrenuestro

Escribe Tatiana Goritchéva en Nosotros, soviéticos conversos, -capítulo "Carta a una


amiga en Occidente. Conversión"-, los pasos de su vida hasta llegar al cristianismo. Su
formación marxista y atea, normal en la Unión Soviética, y el nihilismo en el que se
encontraba, al mismo tiempo que una aguda insatisfacción, la iban trabajando cada vez
más por dentro; también la influían sus lecturas de los filósofos occidentales:
Nietzsche, Sartre, Camus y Heidegger, que, al menos, suponían un contacto con un
pensamiento de libertad; después estaba su interés por el yoga, en época de miedos,
torturas interiores y desesperanzas...

Un día se encontró que uno de los manuales de yoga proponía hacer un ejercicio con
el Padrenuestro. Se puso a leer esta oración de una manera meramente automática,
como lo exigían los ejercicios de yoga, pero después de leerla varias veces, de repente,
se sintió transformada: "Todo mi ser -escribe- comprendió que Él existía, Él, el Ser vivo,
personal que me ama y que ama a toda la creación, el único que ha creado este mundo
y que se ha hecho hombre por amor, el Dios crucificado y resucitado". En ese instante
creía, veía claro el cristianismo y se encontraba salvada.

En París, como Claudel o como Frossard

Narciso Yepes, según cuenta él mismo, fue bautizado y nada más. No había recibido ni
la más mínima instrucción religiosa, ni había hecho la primera comunión, ni practicaba,
ni creía en nada; carecía de cualquier inquietud de orden religioso. A la edad de
veinticinco años, cuando todavía no era el músico de fama mundial que llegaría a ser
con el tiempo, encontrándose en París, acodado en puente del Sena, miraba fluir el
agua... Era por la mañana, exactamente el día 18 de mayo de 1951. Y narra:

-De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones,
pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía "la puerta abierta"... Y Dios pudo entrar.
No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.

La entrevistadora pregunta si eso de que "se hizo oír" se ha de entender en el sentido


de que "oyó" palabras. Y responde Yepes:
-Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia muy simple, "¿qué estás haciendo?" En ese
instante todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para
quién vivía.

Enseguida buscó un sacerdote y se procuró instrucción religiosa.

-Y ya desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy una criatura de Dios,
hijo de Dios... Un hombre con una cita de eternidad que se va tejiendo y recorriendo ya
aquí en compañía de Dios. Así como hasta entonces Dios no contaba nada en mi vida,
desde aquel instante no hay nada en mi vida, ni lo más trivial, ni lo más serio, en lo que
yo no cuente con Dios. Y eso en lo que es doloroso, en el éxito, en el trabajo, en la vida
familiar...

En mayo de 1997, Narciso Yepes tuvo su encuentro con la eternidad.

No engañaba

Algunos dijeron con ironía: "Después de engañar a todo el mundo, ha querido terminar
engañando a Dios". Hablaban de Talleyrand y su muerte.

Charles-Maurice Talleyrand-Périgord, más conocido por Talleyrand a secas, fue


hombre de ambición insaciable. Amigo del placer de vivir, del dinero, de la buena
mesa, del juego, del amor, diplomático y político incombustible... Perteneciente a una
familia noble, es destinado por sus progenitores a la carrera eclesiástica sin que él
sienta ninguna inclinación por ella. Pero acepta el sacerdocio y alcanza el episcopado.
Luego acaba por apostatar y por abandonar la práctica religiosa. Pío VI lo excomulga
en marzo de 1791.

A los ochenta y cinco años le llega la muerte y quiere ponerse en paz con Dios; por ello
se retracta de las ofensas causadas a la Iglesia. Le sucede, como a tantos, que en ese
momento supremo ven la vida de otra manera y la valoran con arreglo a criterios que
ya no pueden ser de mundana ambición, sino con realismo. Por ello, no parece
aceptable la ironía de los que hablaban de que había querido engañar también a Dios.
A esas alturas, ya no.

Cfr. VV. AA., Forjadores del mundo contemporáneo

COSAS PEQUEÑAS

El valor de un hijo

Relata una madre madrileña el nacimiento de su hijo Jaime, afectado por el síndrome
de Down, y más disminuido todavía a causa de una severa epilepsia, un síndrome de
West, que le deteriora el cerebro y le convierte en un deficiente profundo. El paso de
los años le ha demostrado que Jaime no es una "tragedia" para la familia; más aún: le
deben muchas cosas.

Confiesa, por ejemplo, que para ella ha supuesto una lección de humildad. A las
madres les gusta presumir muchísimo de hijos muy listos y muy guapos, y éste no es el
caso de Jaime; pero le quiere como querría a la más guapa y a la más inteligente de las
criaturas. También le ha enseñado a valorar las cosas pequeñas, "aquellas que por ser
cotidianas y corrientes -señala- van perdiendo su valor. Todo el mundo busca en las
personas grandes gestos, grandes acciones... Él no las tiene ni nunca las tendrá. Ni
siquiera habla, pero he aprendido a disfrutar y a descifrar con él diminutos, gestos que
nos han unido y nos han permitido comunicarnos". Ocurre que menudencias -una
simple tos- llega a significar una petición de afecto, porque ha experimentado que
cuando tose siempre tiene a su madre al lado para investigar qué le pasa, y, así, cosas
insignificantes acaban por alcanzar un valor muy especial para los que aman al chico,
un niño al que se le quiere por ser quien es y tal como es.

Cfr. Fundación Síndrome de Down de Cantabria, Revista, diciembre de 1994

Por poco se empieza

A propósito del peligro de mundanización, o paganización, por ir aceptando


planteamientos, ideas y formas de vida poco de acuerdo con una concepción cristiana
de la vida, comenta el Cardenal Ratzinger (en las entrevistas del periodista italiano
Vittorio Messsori: Informe sobre la fe) el daño que han sufrido algunas órdenes y
congregaciones religiosas que, en vez de practicar una sana reforma, se han dejado
llevar hacia cierta relajación en su entrega a Dios. Estas cosas no suelen suceder de
repente, ni de la noche a la mañana, sino a base de leves cesiones que no se cortan.

Le contaba un religioso que la disolución de un convento había comenzado en el


momento en que los frailes consideraron muy duro el sacrificio de levantarse temprano
para el rezo del Oficio Divino, tal como lo prescribe la liturgia y se concretaba en sus
Constituciones. Detrás de este relajamiento estaba el hecho de que se quedaban hasta
altas horas de la noche ante el televisor.

En los detalles

El arquitecto Mies Van Der Rohe, nacido en Aquisgrán (1886) y fallecido en Chicago
(1969), es considerado, junto a Le Corbusier y Gropius, uno de los mejores arquitectos
del siglo XX. Un gran ideal suyo, desde muy joven, será "liberar a la construcción de las
especulaciones estéticas y volver a hacer del acto de construir lo que debería ser
esencialmente: construir". Es un hombre que ama la claridad, el orden, la exactitud en
la proporción. Y sobre todo podemos recordar de él esta enseñanza, algo que repetirá
muchas veces a lo largo de su vida: "Dios está en los detalles".

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

CRUZ

Se sube bajando

Manuel, un enfermo de un hospital psiquiátrico, llama la atención porque nunca se


queja de nada. Su cabeza no está enferma, sino su cuerpo, que sufre parálisis total
desde hace muchos años. En buena lógica no debería estar en ese centro hospitalario,
pero -cosas de la vida- allí ha quedado abandonado a su suerte después de haber
rodado por otros establecimientos del mismo género. Él está siempre contento, y
siempre elude la compasión.
Durante años lo han tenido en una habitación, "aparcado" delante de una pared. Desde
su silla de mala manera logra ver, mirando de reojo, un retalito de cielo a través de la
ventana que justo entra dentro de su campo visual. Pero un enfermero nuevo, algo más
humanitario que los demás, toma la iniciativa de acercarlo a la ventana y de colocarle
un espejo inclinado para que pueda ver el patio desde su silla. El bueno de Manuel
dice:

-No se moleste, no hace falta. Dios es tan bueno que hace que de vez en cuando vea un
pájaro.

En cierta ocasión el doctor Vallejo-Nágera logra que le explique el secreto de esa


serenidad de ánimo. Le cuenta Manuel:

-Un día leí unos versos, no me acuerdo del autor. Explican muy bien lo que hay que
hacer: "Baja, y subirás volando / al cielo de tu consuelo, / porque para subir al cielo /
se sube siempre bajando".

Cfr. J. A. Vallejo-Nágera, Concierto para instrumentos desafinados

Epitafio para un costalero

Falleció precisamente cuando llevaba sobre sus espaldas, como cada año por Semana
Santa, al Santo Cristo de su devoción. Murió fulminado por un infarto en pleno
esfuerzo. Casi diríamos que fue una muerte "en acto de servicio". Y en el lugar donde
cayó el costalero -en la sevillana plaza de La Alfalfa- dejaron sus conciudadanos unos
versos en cerámica:

Tú fuiste, Señor mi Redentor,

yo fui tu costalero.

Tú, arriba, en el madero,

yo, abajo, por amor.

En la pérdida de un hijo

De la conversión del gran guitarrista Narciso Yepes se ha hablado un poco más arriba
(nº 76). También algo de su visión sobrenatural a partir de ese momento.

Una noche la Guardia Civil le comunica un tremenda noticia: su hijo, Juan de la Cruz,
ha fallecido en accidente, destrozado por una máquina quitanieves. Y cuando la
periodista le pregunta si llegó a encararse con Dios y a pedirle explicaciones, si aguantó
a pie firme, contesta:

-¿Pedirle explicaciones? ¿Por qué iba a hacerlo? Sentí y sigo sintiendo todo el dolor que
usted se puede imaginar... y más. Pero sé que la vida de mi hijo Juan de la Cruz estaba
y está amorosamente en las manos de Dios... Y ahora lo está aún con más plenitud y
felicidad. Por otra parte, Pilar, cuando se vive con fe y de fe, se entiende mejor el
misterio del dolor humano. El dolor acerca a la intimidad con Dios. Es... una
predilección, una confianza de Dios hacia el hombre.

Cuarenta años en la cama

Nos los cuenta un hermano sacerdote de la Orden Hospitalaria, Braulio Novella,


hombre bien avezado en todo los que se refiere a contacto con el sufrimiento. Se trata
de una mujer a la que los médicos dieron un par de meses de vida cuando era joven, y
ahora acaba de cumplir los cuarenta de estancia ininterrumpida en la cama; está
enormemente contenta.

Vive en una casita humilde, pequeña, pero limpia y acogedora. Tiene delante de la
cama un altarcito donde de vez en cuando algún buen sacerdote le celebra la Santa
Misa; incluso los primeros viernes de mes le exponen el Santísimo durante ocho horas.
Ama a la Eucaristía. Sufre, duerme poco, casi no puede cambiar de postura, pero
siempre está alegre.

Ella llama a la enfermedad "don de Dios", "delicia" y "tesoro". Cuando el sacerdote


visitante le dice que debe ser duro ejercitarse tanto en la paciencia, responde:

-Es dulce, es suave, lo da el Amado.

No le pide nunca a Dios que le quite los dolores. Su norma es "al gusto de Dios, no al
propio".

Se siente misionera desde su cama. Le preguntan si se le ocurre algún símil para


expresar lo que quiere ser su vida, y contesta, aunque le cuesta un poco hablar de sí
misma, poéticamente:

-Soy un riachuelo oculto por el matorral, ue puede fecundar la tierra.

Cfr. B. Novella, El enfermo, peregrino de la esperanza

En una leprosería, un Cristo mutilado

Visitaba Juan Pablo II una leprosería por tierras brasileñas. Procuró dar ánimos a
aquellos enfermos y moverlos a la esperanza: "Vuestra enfermedad es una cruz, pero
no una ciega fatalidad. El sufrimiento puede convertirse en un principio de gracia y
salvación".

En la capilla del hospital había una rosa pintada llena de espinas que representaba el
sufrimiento que crece en el amor y una imagen de Cristo mutilado de brazos y de
piernas, ante el que los leprosos rezan una bella oración que data del siglo XIV: "Cristo
no tiene manos porque tiene las nuestras, no tiene pies, porque tiene los nuestros, para
guiar y conducir a los hombres a su camino".

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

El manantial no era para ella


La Virgen María había hablado en Lourdes, como años después lo haría en Fátima, de
penitencia. Para la pequeña Bernadette ahí estaba el núcleo del mensaje. Y oración por
la conversión de los pecadores. El mundo está realmente enfermo y hay que rezar por
la salud de este mundo. La Señora ha dejado, como huella maternal de su paso por la
gruta de Massabielle, un manantial de agua que curará a infinidad de enfermos del
cuerpo, y, más todavía, un manantial de dones que sanarán a lo largo de los años a
muchas almas alejadas de Dios.

Bernadette soporta con alegría y sin aspavientos una dura cruz, que se presenta en
forma de tuberculosis de huesos, que mina todo su organismo. Muchas veces los
dolores son atroces, y ella no lleva esa cruz una semana, sino siete años, y siete años
son dos mil quinientos cincuenta y un días de sufrir. No le falta la penitencia.

Sus superioras han pensado llevarla a Lourdes por ver si la Virgen quiere hacer con
ella un milagro, como lo ha hecho con tantas otras personas. Les perece lógico que la
vidente tenga más "derecho" que ningún otro a recibir una caricia de la Madre del
Cielo. Bernadette responde a la propuesta:

-Oh no, eso no es posible..

-¿Y por qué no había de ser posible?

-Porque ese manantial no ha surgido para mí.

No lo entienden las religiosas. ¿Por qué no iba a ser para ella? Pero Bernadette insiste
en que el manantial no es para ella. No es que la Virgen se lo haya comunicado
expresamente, pero ella lo sabe, está segura. No cesa de repetir:

-Es que yo lo sé...

Cfr. F. Werfel, La canción de Bernadette

¿Miedo al sufrimiento?

Maximiliano Kolbe, el mártir de la caridad (cfr. anécdota nº 27), en su época de


misionero en Japón se encontraba gravemente enfermo del pulmón; sufría accesos de
fiebre y terribles jaquecas, pero aguantaba a pie firme y proseguía su trabajo. Le habían
aconsejado ingresar en un sanatorio, sin embargo él pensaba que, puesto que no tenía
cura, lo mejor era emplear el tiempo que le quedaba en trabajar; de ésta madera sólida
estaba hecho Kolbe. Con todo, escribe un día a sus compañeros de Polonia y confiesa:
"Me asusta el sufrimiento (...). Pero también Jesús tuvo miedo en Getsemaní: este
pensamiento me consuela".

Hay momentos en que se siente morir: a veces, por la noche se ahoga y nota que
apenas le late el corazón. Cuando despierta al día siguiente, se reanima y piensa:
"María no me ha llamado aún". Y vuelve al trabajo con auténtico espíritu de conquista.

Cfr. A. Frossard, "No olvidéis el amor". La pasión de Maximiliano Kolbe

Nueve meses de prisión


La persecución a la que sometieron los carmelitas calzados a San Juan de la Cruz -
hecho más que conocido por cualquiera- fue muy dura. En Toledo, allá por el mes de
diciembre de 1576, lo declararon rebelde y contumaz por defender la reforma
carmelitana y acabó encerrado en una cárcel pequeña y extremadamente húmeda y
fría. Santa Teresa, en carta al P. Gracíán, describe así la situación del pobre perseguido
(21 de agosto de 1578): "Todos nueve meses estuvo en una carcelilla que no cabía bien,
cuan chico es, y en todos ellos no se mudó la túnica, con haber estado a la muerte".

Pero el "medio fraile", como le llamaba cariñosamente la Santa por su pequeña


estatura, escribió durante tan tremenda situación escritos tan maravillosos como su
Cántico espiritual y las canciones de su Noche oscura; obras señeras, entre otros
méritos, de la lírica universal. Y perdonó a los que le maltrataban.

DEMONIO

Visita nocturna

La periodista española Paloma Gómez Borrero fue a visitar al experto en cuestiones


relativas al Demonio, el teólogo Mons. Conrado Balducci, porque tenía un encargo del
conocido periodista radiofónico Luis del Olmo, interesado en conseguir unas
declaraciones para un programa concreto.

Charló largo y tendido con el experto. Grabó dos cintas y tomó abundantes apuntes de
aquella conversación. Balducci comentó que el Demonio no quiere que se hable de él y
procura pasar inadvertido. Le contó cómo él descubre las cartas del Maligno, y que
Satanás procura crearle problemas. Hay que combatirlo con la oración.

-Siempre tengo el rosario a mi lado y mi despacho lo preside la cruz. No tengo miedo.

Dejamos hablar ahora a la narradora. "Acabado el trabajo y la charla, recogí mis cintas
y el bloc, volví a casa -serían las nueve o nueve y media de la noche- y dejé todo,
incluida la grabadora, sobre la mesa de mi despacho. Entonces entró por el ventanal un
pájaro negro y enloquecido, que comenzó a golpearse contra las paredes, muebles,
libros y lámparas, poniéndolo todo perdido de sangre. Desapareció tras una librería
enorme que cubre toda una pared, algo que aún me resulta inexplicable al no haber
más espacio para introducirse que el zócalo.

Ni yo ni nadie entiende cómo desapareció, y puedo asegurar que hasta hoy no he


encontrado ni rastro de él".

A la mañana siguiente, cuando quiso ponerse a trabajar, faltaban el bloc y las cintas. El
magnetófono se había roto y las fotos que había tomado salieron veladas.

Curiosamente, el bloc y las cintas reaparecieron en el despacho dos años después, en la


misma fecha, pero cuando ya no le hacían falta para nada.

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Malos tratos
En la vida de San Juan Bosco se dan ataques del Demonio que recuerdan bastante lo
que se sabe de San Juan Mª Vianney en el mismo terreno. Hay testigos de que sufría
vejaciones diabólicas y que coincidían con el momento en que se disponía a emprender
alguna obra importante. Muchas veces lo maltrató brutalmente. Un discípulo le
preguntó un día si había descansado bien, y el Santo contestó:

-No mucho, no mucho, porque toda la noche fui molestado por un animalazo en forma
de oso que se me echaba encima tratando de ahogarme.

La noche en que acabó de redactar las primitivas Reglas de la Sociedad Salesiana, fruto
de muchos trabajos y de muchas oraciones, el enemigo compareció y le destrozó el
manuscrito, entre voces y gritos extraños, que despertaron a los que dormían cerca. Al
día siguiente, Don Bosco emprendió la tarea de redactar de nuevo las Reglas.

"Malatasca"

También a Santa Catalina de Siena procuró molestar el Demonio con sus insidias.
Parece ser que usaba el fuego para intentar quemarla, y ella llamaba al enemigo
"Malatasca", porque "tasca" significa bolsa, y así se refería al intento del Maligno de
llevarse a las almas en la bolsa infernal. Cuando se producían los ataques, la Santa no
se descomponía, y solamente decía irónica:

-Malatasca, Malatasca.

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

Con un cuchillo en la mano

El P. Benito Salinieri lo oyó contar a un sacerdote, D. José Musquez, que había conocido
muy bien a San José de Calasanz, del que era paisano y de semejante edad. Cuando
Calasanz era un niño, allá en su pueblo natal de Peralta de la Sal, salió de casa armado
de un cuchillo. Le preguntó adónde iba con aquella arma, y le contestó:

-Quiero matar al Demonio, porque es enemigo de Dios.

La anécdota es perfectamente verosímil, porque se parece bastante a aquel arranque de


Teresa de Jesús y su hermano Rodrigo escapando de casa, todavía niños, dispuestos a
ir a tierras de moros y morir mártires por amor a Cristo. Pasados los años, no le
faltaron oportunidades de pelear con mayor denuedo y eficacia contra la acción
diabólica. Seguramente se acordaría muchas veces de aquel primer lance de la infancia.

Cfr. S. Giner Guerri, San José de Calasanz

DIRECCIÓN ESPIRITUAL

De rodillas

Juana Francisca de Chantal, en la época de viudez en que vivió en el castillo de


Monthelón, con su suegro y sus propios hijos, no encontró la verdadera paz para su
alma -asaltada a veces por escrúpulos y tentaciones contra la fe-, hasta que conoció al
santo Obispo de Ginebra, Francisco de Sales, que comprendió de maravilla las
necesidades espirituales de aquella excelente mujer y la ayudó con maestría. Como sus
lugares de residencia en aquel entonces distaban muchos quilómetros, la relación entre
director espiritual y dirigida era por lo general a través de cartas. Juana Francisca las
recibía con extraordinaria ilusión y las leía arrodillada; tanto era el valor que otorgaba
a la ayuda que Dios le concedía a través de ese instrumento humano.

Un día fue sorprendida por su hijo Celso -todavía un niño- en esa postura.

-¿Qué haces arrodillada en medio del cuarto leyendo un papel?

-Leía una carta -respondió, al tiempo que se acercaba al pequeño y lo acariciaba.

-¿Siempre se leen así las cartas? -volvió a preguntar el hijo, que seguía sin entender
nada.

-Esta la escribió un hombre de Dios -contestó la Santa.

Tampoco tiene desperdicio el resto de la conversación entre madre e hijo.

-¿Qué es un hombre de Dios?

-Un hombre santo, que trata de ayudar a los demás cumpliendo la voluntad de Dios.

-Es estupendo ser un hombre de Dios. De mayor me gustaría serlo.

Y confesó Juana Francisca:

-Rezo todo los días para que lo seas.

Cfr. E. Ferrer Hortet, Juana de Chantal

En sucesivas fases

Puede servir para ilustrar cómo una persona avanza por el camino de una mayor
sinceridad hasta aparecer tal cual es, condición indispensable si quiere de verdad
recibir una orientación eficaz.

Refieren de la vida del que fue ilustre médico, Eduardo Ortiz de Landázuri, que un día
llegó a su consulta -acudían a él muchas personas de condición social humilde y de
esto hace mucho tiempo, datos que servirán para entender lo que viene a continuación-
una mujer a la que le aquejaban unos dolores en el pie derecho. Don Eduardo invitó a
la mujer a que se quitara la media para examinarle ese pie. Notó que ella se quedaba
un poco cortada, al tiempo que musitaba:

-Señor doctor, es que no vengo preparada.

El médico captó enseguida que el problema era de agua y jabón y, con delicadeza, la
citó para el día siguiente. Volvió la paciente y ya pudo hacer una exploración del
miembro enfermo, pero vio conveniente compararlo con el pie izquierdo, e invitó a la
mujer a que se quitara la otra media. De nuevo el rubor y la excusa:

-Verá, doctor, es que no vengo preparada.

Don Eduardo tampoco se inmutó y le dio otra cita para el día siguiente, y por fin, "a la
tercera va la vencida", pudo concluir la exploración satisfactoriamente. La vida misma.

Cfr. E. López-Escobar y P. Lozano Bartolozzi, Eduardo Ortiz de Landázuri

Feliz descubrimiento

La anterior anécdota, procedente de un rico acerbo de historias y experiencias tras


medio siglo de ejercicio de la medicina, se puede completar con algo que entra ya de
lleno en el terreno de la historieta humorística.

Un hombre, que jamás había practicado la higiene "de tobillos para abajo", acudió al
médico aquejado de dolor en los pies. El galeno, con una breve inspección ocular de la
zona, aconsejó al paciente unos baños de pies con agua caliente y frote enérgico con
estropajo metálico bien enjabonado:

-Verá como se sentirá muy aliviado.

El hombre volvió a su casa e hizo que la mujer le prepara los medios curativos que el
doctor había dictaminado. Mientras él se dedicaba de lleno a la tarea, ella andaba
trajinando por la cocina, hasta que de pronto se oyeron unos gritos jubilosos:

-¡María, ven, corre, corre!

Acudió la mujer un tanto asustada:

-¿Pero qué pasa?

-Mira, fíjate: deditos, ¡como en las manos!

EJEMPLARIDAD

Daba lo que tenía

Una mujer de la campiña francesa tenía escondido durante la Segunda Guerra Mundial
a un comunista chino que trataba de hacerla perder la fe. Ella se limitaba a contestar a
los ataques contra sus creencias:

-Usted es un hombre sabio, usted ha estudiado. Yo no sé otra cosa sino que Jesús nos
ha dicho que amemos a los demás como Él nos amó.

Cierto día unos fugitivos, comunistas también, perseguidos por el avance hitleriano,
pidieron asilo a esa mujer. Ella les dio su propio cuarto y se fue a dormir al pasillo.
Había sacado para ellos toda la ropa de cama que tenía; de madrugada, se fueron
sigilosamente llevándosela toda. El chino estaba indignado y observaba a la campesina.
No salía de su asombro al comprobar que la mujer no había tenido ni un solo
movimiento de cólera. El Cardenal Journet testifica que aquel hombre no solamente se
convirtió al catolicismo, sino que llegó a recibir la ordenación sacerdotal años después.

Cfr. Ch. Journet, Charlas acerca de la gracia

En primera fila

El mariscal Pétain, artífice de la victoria francesa en Verdún, durante la Primera Guerra


Mundial, admirado siempre por su heroísmo, tuvo que sufrir, por la opción que
asumió de colaborar con el ejército alemán invasor de Francia en la Segunda Guerra
Mundial, un penoso proceso que le acarreó, tras la conmutación de la pena de muerte,
el vivir desterrado hasta el final de sus días en la isla de Yeu.

Cuando era coronel, en coincidencia con una época de política antirreligiosa en el país
galo, recibió una comunicación de la superioridad en la que se le instaba a facilitar los
nombres de los oficiales que, contraviniendo las disposiciones reglamentarias, asistían
a Misa de uniforme. La respuesta del coronel Pétain fue la siguiente:

-Si bien es cierto que algunos oficiales acuden a Misa con uniforme, su coronel no
puede facilitar los nombres, puesto que él se sitúa en primera fila e ignora la identidad
de los que se agrupan a su espalda.

Cfr. J. Azcárate Fajarnés, A evangelizar de nuevo

Le "espiaba"

Hubo un santo obispo allá por el siglo XIX, Mons. Mermillod, suizo, que convirtió a no
pocos a la fe católica con su predicación sobre la Eucaristía. Contagiaba amor por este
Sacramento adorable. Una noche, a las tantas de la madrugada, estaba rezando en su
iglesia ante el Santísimo, con la frente pegada al pavimento, cuando notó una sombra
cerca de él. Era la de una mujer.

-¿Quién es usted y qué hace aquí?

-Monseñor, no se maraville. Soy una mujer protestante que ha seguido sus conferencias
sobre la Eucaristía. Sus argumentos sobre la presencia real me han convencido. Pero
me quedaba un residuo de duda y temor, y era, sin rebozo lo declaro, el temor de que
usted no estuviera convencido de sus propias enseñanzas.

Seguidamente le contó que se había quedado escondida en un confesonario para


comprobar si, a solas, era él tal como parecía. Y en efecto, esta emocionada porque
había visto que su devoción a la Sagrada Eucaristía era muy sincera. No había ninguna
diferencia entre sus enseñanzas y su vida. Deseaba al día siguiente ser recibida en la
Iglesia Católica y comenzar una nueva andadura, cosa que cumplió.

Cfr. V. Capánaga, La Eucaristía en la historia de las conversiones

Entre el Cielo y el Infierno


Resulta que hay una curiosa leyenda japonesa que cuenta lo siguiente: había un
piadoso budista que había muerto y fue llevado al Cielo por una diosa (la diosa de la
misericordia). Allí vio muchas cosas magníficas. Y también algo incomprensible: sobre
una larga mesa había muchas lenguas y muchas orejas humanas. Al estilo de la Divina
Comedia de Dante, o de los Sueños de Quevedo, interrogó a la diosa sobre el
particular, y ella le dijo:

-Estas son las orejas de aquellos que en la tierra oyeron la palabra de Dios pero no
purificaron su corazón; y allá están las lenguas de aquellos que hablaron llenos de
piedad y de fe, pero no vivieron de acuerdo con lo que decían. Las orejas y las lenguas
de estos hombres están en el Cielo, pero ellos han ido a parar al Infierno.

Cfr. A. Filchner, Venid niños y escuchad

ENVIDIA

Cosas de pescadores

Entre los pescadores de las islas polinesias hay un curioso rito denominado te piu o te
kaimen (bloqueo de la envidia), consistente en la obligación de arrojar al mar el
producto de la pesca siempre que sea uno sólo de los que van en la embarcación el que
ha pescado ese día. De esta manera sus compañeros de pesca no sufrirán el zarpazo de
la envidia. Si, por el contrario, el pescador agraciado salió solo, no hay inconveniente
en que retenga lo que pescó, sin miedo a ser la envidia de los demás.

Cfr. A. Polaino y P. Carreño, Familia: locura y sensatez

Al menos una úlcera

Recuerdo lo que decía en una entrevista un escritor de gran fecundidad productora y


abundantes ventas, aunque no de gran calidad literaria:

-Pido perdón por haber tenido éxito.

Así se "excusaba" ante los inevitables envidiosos que no perdonan con facilidad que te
vaya bien.

Fernando Díaz Plaja refiere (El español y los siete pecados capitales) que Agustín de
Foxá, rico, aristócrata, diplomático y casado con mujer guapa, había tenido, por si fuera
poco, un importante éxito con una de sus obras de teatro. Al felicitarle, le oyó decir:

-Yo ya he empezado a hacer correr el rumor de que tengo una úlcera de estómago...

Conocía bien a su mundo. De esa manera, el que lo elogiara siempre podría añadir: "el
pobre, de todos modos, está bastante mal de salud". Siempre sería un alivio.

ESPERANZA

Sólo mal enterrado


Llamémosle chiste o historieta, tanto da. Visitaba un individuo un cementerio, cuando,
de improviso, oyó unas voces desgarradoras:

-¡Sacadme de aquí! ¡Sacadme de aquí!

Las voces surgían del interior de una tumba; más aún, se podía ver una mano que salía
al exterior por debajo de la losa medio removida.

-¡Sacadme de aquí, que estoy vivo!

El visitante dio una patada a aquella mano para que volviera a entrar en la tumba,
colocó bien la losa en su sitio y dictaminó:

-Tú no estas vivo. Lo que estás es mal enterrado.

De acuerdo; humor negro, broma macabra. Pero tiene su miga. Decimos que "mientras
hay vida, hay esperanza". En el terreno sobrenatural es claro. No debemos dar a nadie
definitivamente por muerto aunque no respire; ni siquiera si observamos durante
varios minutos que su encefalograma es plano. Siempre hay esperanza. Mucho más
cuando Cristo tiene como misión recomponer la caña cascada y reavivar la mecha que
todavía humea (cfr. Mt 12,20).

Falta de ideales

A veces te encuentras en la vida con gente joven que por dentro son auténticos viejos:
carecen de ideales, no encuentran nada a lo que entregarse, ninguna causa que valga la
pena, y parecen ya estar de vuelta de todo... sin que tampoco hayan ido previamente a
ninguna parte. Se podría ejemplificar con una pequeña anécdota. Un chavalín había
ido por primera vez en su vida a Granada y había tenido la oportunidad de conocer la
famosa Alhambra. Al regresar, su madre le preguntó:

-¿Qué te pareció la Alhambra?

Y el crío, quizá por darse cierto aire de haber ya visto mucho mundo, contestó:

-¡Bah! ¿Qué quieres que te diga? Una Alhambra como todas las Alhambras...

Cfr. J. Sanz Rubiales, Medios de comunicación: aprender a ser críticos

Se ahogaba

Tatiana Goritchéva refiere el ambiente duro, sin valores culturales, religiosos y


morales, de la vida bajo el comunismo en la Unión Soviética, unido a la necesidad de
fingir constantemente. Cuenta que una amiga suya de quince años se quitó la vida,
porque ya no era capaz de soportar lo que la rodeaba, y dejó escrita esta frase: "Soy
muy mala". Comenta a renglón seguido: "Era una persona totalmente pura que no sólo
no soportaba vivir en la mentira sino que no sabía mentir. Se ahogaba, sabiendo que no
vivía como se debe, y que debía terminar escapándose del vacío ambiental y descubrir
la luz. Pero no encontró otra salida".
Lamenta Tatiana que aquella chica no hubiera conocido, como ella después, el
cristianismo. Nadie le había hablado de la esperanza de un Dios que puede levantar al
caído y salvarlo en cualquier situación. "Murió destruida por la desesperanza",
concluye.

Cfr. T. Goritchéva, Nosotros, soviéticos conversos

Acerca de su hija

El filósofo personalista Emmanuel Mounier sufre un duro golpe al saber que su hija
primogénita, que no cuenta más que con siete meses de edad, padece una encefalitis y
quedará para siempre como subnormal profunda. Pero la fe de este converso no
disminuye sino que madura y se refuerza. Al año siguiente, en 1939, movilizado,
escribe a su mujer Paulette: "Hace un rato, mientras caminaba por la carretera, he
intentado hacer cantar a mi corazón. No me costó mucho. Me bastó pensar que todo
sufrimiento, unido al de Cristo, pierde su desesperación... ¿Qué sentido tendría todo
esto si nuestra criatura no fuera más que un pedazo de carne deteriorada, un poco de
vida accidentada, y no esa pequeña blanca hostia que nos supera a todos, un infinito de
misterio y de amor que nos deslumbraría si lo viéramos cara a cara?" Y continúa: "Si no
hacemos más que sufrir (penar, resistir, aguantar) no podríamos soportarlo... No
pensemos en la enfermedad como algo que se nos sustrae, sino como algo que damos,
para no disminuir el mérito de ese pequeño Cristo que está en medio de nosotros".

También confiesa un día a un amigo que siente "una aguda y profunda tristeza, aunque
ligera y transfigurada; y, a su alrededor, una adoración, no encuentro otra palabra. (...)
Es una hostia viva entre nosotros, muda como la hostia y, como ella, resplandeciente...
Si el delicado extremo del alma del niño bautizado se pone en contacto directo con la
vida divina en el momento del bautismo, ¿cuál será el esplendor oculto en este
pequeño ser que no puede expresar nada a los hombres...? Françoise, hijita mía, eres
para mí la imagen de la fe".

Cfr. J. Toulat, Esos niños "especiales"

¿Una obra arruinada?

Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827), hijo de un médico y nieto de un pastor


protestante, nació en Zürich. Sin duda representa una de las corrientes de pensamiento
pedagógico más importantes que ha habido. Bastantes de sus ideas están hoy día muy
arraigadas en el campo educativo. Pestalozzi batalló toda su vida por mejorar la
calidad de la educación intelectual y moral, sobre todo de los niños más
desfavorecidos.

Pasó por múltiples penalidades y cosechó no pocos fracasos, que a cualquier otro
habrían desanimado. Queda por encima de todo el mérito de sus libros, donde expone
las ideas que fue madurando a lo largo de los años. La obra más famosa tiene un título
bastante original: Cómo Gertrudis enseña a sus hijos (1801), y curioso, porque consiste
en quince cartas al librero Gessner, en las que para nada trata de Gertrudis ni de sus
hijos (!), pero ahí están los principios que guían su visión de la educación.

Muere el 17 de febrero de 1827 en Brugg. Pocos días antes ha escrito estas líneas que
suenan amargas, pero que la historia ha desmentido: "No me importa morir; muero a
gusto porque estoy cansado y desearía por fin encontrar reposo; pero haber vivido,
haberlo sacrificado todo y no haber alcanzado nada, ver mi obra arruinada y bajar con
ella al sepulcro es horrible".

Cfr. VV. AA., Forjadores del mundo contemporáneo

ESPÍRITU SANTO

Veía hasta lo más profundo

Eso dicen de Santa Juana de Chantal, y debía ser, además de experiencia de la vida y
sentido común, un don del Espíritu Santo. Veía hasta lo más profundo de las almas y le
bastaban pocos minutos de conversación para lograrlo.

-Tienen dotes de adivina -comentaban algunos.

Alguno hizo este comentario:

-¡Qué va! Lo único que hace es ponerle amor y calor a lo que dice.

-A mi suegra le aconsejó que se reconciliara con su hijo para que volviera por el buen
camino.

-¡Bah, eso se lo dije yo hace años!

-Pues mira, a ella le hizo caso y a ti no.

-Bueno -terminó por aceptar el otro-. Pero lo que no hiciste fue ir a curar las llagas de
mi suegra, como hizo ella, cuando estuvo enferma.

Cfr. E. Ferrer Hortet, Juana de Chantal

EUCARISTÍA

Descubrió el firmamento

Se disfruta con una breve anécdota contenida en un artículo de J.L. Martín Descalzo:
"Hay estrellas". Nos habla de una niña de unos tres años -una sobrinilla- que llevaron
al pueblo de los abuelos por vez primera. La cría se asombraba con todo lo que jamás
había visto en la ciudad: el corral, con sus gallinas y conejos, los animales de la
cuadra... Pero lo más extraordinario vino por la noche. Tomó a su madre por la manga
y no cesaba de insistir: "¡Ven, ven, ven!". La mujer se dejó guiar por la criatura hasta el
patio. Allí la pequeña levantó su manecita hacia el cielo, y "desde la cima de la oratoria,
decía una sola palabra: ¡Mira!"

La niña había visto por primera vez en su vida el maravilloso espectáculo de las
estrellas. Con ese "¡mira!" estaba dicho todo. La pluma de Martín Descalzo se recrea:
"Arriba ardía la pedrería de un cielo milagroso y estrellado que sólo puede verse
algunos días de verano en los pueblos de Castilla".
Para algunas cosas no deberíamos nunca perder esta capacidad de admiración propia
de los niños. A lo mejor, miramos extasiados durante una hora a una máquina que
transforma un montón informe de carne en salchichas, pero no nos asombramos, por
la rutina que nos invade, ante la maravilla de una Eucaristía que nos "trae" a Cristo,
todos los días y en cualquier parte del mundo.

Bolsena

El gran pintor italiano Rafael recibió el encargo del Papa Julio II de pintar una estancia
del Vaticano bien famosa: la Stanza de Heliodoro. Hay entre los frescos uno dedicado a
un milagro eucarístico muy conocido: "La Misa de Bolsena".

¿Cuál es la historia que inspira la pintura del artista de Urbino? Corría el año 1263,
cuando un sacerdote de Bohemia que estaba de paso por aquella localidad, al celebrar
la Santa Misa en la iglesia de Santa Cristina, sintió muchas dudas sobre la presencia
real de Cristo en la Eucaristía; no acababa de aceptar que las palabras de la
consagración pudieran obrar el milagro de la transustanciación, es decir, la admirable
conversión de la sustancia del pan en el Cuerpo del Señor y de la sustancia del vino en
su Sangre, como cree y enseña la Iglesia. En ese momento vio, atónito, cómo los
corporales sobre los que celebraba la Eucaristía se empapaban de la Sangre de Cristo.
Los presentes también quedaron estupefactos. Enseguida llevaron los corporales hasta
la cercana Orvieto, porque allí se encontraba el Papa Urbano IV (su pontificado tuvo
lugar entre el 1261 y el 1264). Este hecho animó al Pontífice a instituir la fiesta del
Corpus Christi, que ya había comenzado a celebrarse por aquellos años en Flandes.

Dos obras maestras nacieron por el mismo acontecimiento. En lo arquitectónico, la


catedral de Orvieto; en el terreno litúrgico, el Oficio sobre la Eucaristía compuesto por
Santo Tomás de Aquino.

Luz en el alma

Javi, un niño de tres años, dice a su madre:

-Mamá, ¿a que cuando comulgas, el alma se pone blanca?

La madre responde que sí.

El niño vuelve a la carga con otra aseveración:

-¡También se pone amarilla!

Y la madre, algo sorprendida:

-¿Amarilla? ¿Por qué

-Porque Jesús es Dios y Dios creó la luz. Entonces cuando comulgas, el alma se pone
amarilla de luz...

Doy fe de que el relato es tal como lo narro: la madre de Javi, Lourdes Rivero, sale
garante de la exactitud de la anécdota.
El Rey de reyes en carroza

Es el 15 de diciembre de 1880. La reina María Cristina se dirige con su esposo en


carroza de gala hacia la plaza de toros; van a presidir la corrida que en honor de su
hija María de las Mercedes se piensa celebrar ese día. Cuando la comitiva entra en la
calle del Arenal, sale el párroco de San Ginés llevando el viático a un enfermo. El
sacerdote camina recogido. Le precede un monaguillo tocando la campanilla y el
sacristán con un farol encendido, como es costumbre.

La carroza real se detiene y, con ella, toda la comitiva. Los soberanos descienden e
invitan al sacerdote a que ocupe el medio de transporte: le corresponde al Rey de reyes.
Un lacayo cierra la puerta y el carruaje reinicia la marcha. Detrás, a pie, van los
monarcas y todo el séquito en respetuoso silencio. Y así llegan al número 2 de la calle
Costanilla de los Ángeles. Suben los monarcas hasta la misma habitación de la
enferma, Carmen Enrile, en cama por las complicaciones de un reciente parto, y asisten
a la ceremonia ante la conmoción de la buena mujer y de toda la familia, que no acaban
de creerse que está en su casa la misma reina María Cristina acompañando al Señor.

Cfr. E. Ferrer, Mª Tª Puga y E. Rojas, Cuando reinar es un deber

Portador de Dios

El fundador de la Casa de Austria, Rodolfo de Habsburgo, fue elegido para reinar en


Alemania en el año 1273. Cuando todavía era conde le ocurrió lo siguiente. Yendo un
día a caballo por un camino, se encontró con un sacerdote que marchaba a pie para
llevar el viático a un enfermo. Rodolfo saltó inmediatamente del caballo e hizo subir al
clérigo, y él mismo fue teniendo las bridas hasta la casa del enfermo. Luego el
sacerdote quería darle las gracias, pero el conde ni le dejó; sino que encima le regaló el
caballo porque, pensaba, él ya no era digno de volverlo a montar después de haber
sido portador de su Dios.

Cfr. C. Arbeloa, Domingos Eucarísticos

Un gran servicio

Santo Tomás Moro, ya en su época de Lord-Canciller de Inglaterra, acostumbraba a


ayudar a Misa en su parroquia de Chelsea todos los días. Una vez lo descubrió por
casualidad uno de los hombres más importantes del reino, Thomas Howard, duque de
Norfolk, y le comentó que le parecía shocking, chocante, y se preguntaba qué diría el
rey si se enteraba de que un todo un Lord-Canciller se dedicaba a algo tan vulgar como
hacer de monaguillo. Moro respondió que, conociendo al rey, seguro que le alegraría
saber que su Canciller servía al Señor de ambos y de todos.

Cfr. P. Berglar, La hora de Tomás Moro

Su única Misa

Lo cuenta un obispo polaco que conoció los horrores de los campos de concentración
nazis durante la segunda guerra mundial. Mons. Majdanski era todavía seminarista,
primero en el lager de Sachsenhausen, después en uno de los más tristemente famosos,
el de Dachau.

Karl Leisner, diácono alemán, enfermo de tuberculosis -ya lo estaba cuando fue
arrestado-, se encontraba en fase crítica a finales de 1944. El Obispo de la diócesis
francesa de Clermont-Ferrand, Gabriel Piguet, también prisionero en el campo, tras
haber obtenido secretamente los permisos oportunos, administró el presbiterado a
aquel hombre que se moría irremisiblemente. El nuevo sacerdote celebró su primera y
última Misa el día de San Esteban, el 26 de diciembre de 1944. Mons. Majdanski lo
recuerda "atlético, tenaz y devoto"; también dice de él: "Era la viva imagen de las
palabras de San Pablo: Trabaja conmigo como un buen soldado de Cristo Jesús (2 Tim
2,3)". Con cuánta emoción se preparó y celebró aquella única Misa de su vida, que
venía a ser como la síntesis de todo su amor al sacerdocio y a Cristo-Sacerdote; qué
mejor preparación para ir al encuentro del Señor; no necesitó escuchar aquello de San
Juan de Avila: "de mucho tendrá que dar cuenta", porque ya lo sabía y muy bien (cfr. J.
Eugui, Nuevas anécdotas y virtudes, nº 98).

Cfr. K. Majdanski, Un obispo en los campos de exterminio

La sabiduría de una buena madre

Lo contó un Obispo nacido en una zona montañosa de Italia, los Abruzos, y es un


recuerdo inolvidable de una madre buena. Refería este prelado que en la época en que
trabajaba como párroco de aldea le dijo un día su madre:

-Hijo, mañana domingo tengo que ir a Misa.

El hijo sacerdote, con cariño, hizo todo lo posible por disuadirla de esa idea:

-Madre, estamos en pleno invierno, hace un frío tremendo, los caminos están helados,
puedes caerte, tu salud no anda nada bien; no estás en absoluto obligada por el
precepto dominical...

Pasó una semana y se repitió la misma conversación. El sacerdote, respetuoso pero


firme. Tampoco ese domingo asistió a la Santa Misa aquella buena mujer. Y lo mismo
aconteció la semana siguiente. Pero a la cuarta, la madre ya no cedió, y se explicó:

-Hijo mío, tú eres sacerdote y parece que no soy yo quién para darte lecciones sobre
esta materia, pero si supieras de verdad qué es la Misa, no me dirías nada.

Sin prisas

Un sacerdote recién ordenado, allá por el año 1927 fue destinado a África como
capellán auxiliar del Hospital Militar de Alcazarquivir. Cuando celebraba la Santa Misa
algunos militares se quejaban de que era demasiado larga:

-Pero, Páter, ¿es que no puede ir más rápido?

Decidió el sacerdote hacer algo de catequesis y echarle un poco de humor al asunto. Se


presentó en la enfermería cuando estaban operando pacientemente a un enfermo:
-Perdonen, pero creo que van con cierta lentitud... ¿No podrían acortar esta operación?

-¿Acortarla? ¡Cómo dice usted!

-Eso, acortarla, para que sea más breve...

-Páter: ¡nuestro deber es dedicarle a esto todo el tiempo que sea preciso!

-Ya comprendo... ¿Y ustedes quieren que yo, que tengo el de celebrar bien la Santa
Misa, no cumpla con el mío?

Cfr. J..M. Cejas, José María Somoano

A diario

Siempre me llamó la atención que se llamara "Gambrinus" un antiguo bar de Zaragoza;


no cabe duda de que no es nombre usual, ni siquiera en este género de
establecimientos. Hasta que un día, leyendo un libro sobre la historia de la piratería
(Los piratas del Nuevo Mundo, de Rafael Abella), y a propósito de la costumbre pirata
de beber en abundancia ron, ginebra y cerveza, resultó que la fuerza de las cervezas
irlandesas que se echaban al coleto los bucaneros "hubieran hecho temblar al propio
Gambrinus". Una vez sobre la pista de un nombre propio, el diccionario me aclaró que
se trataba de un rey germano legendario a quien se atribuye la invención de la cerveza.

El bar tiene para mí su historia. En más de una ocasión oí contar al Beato Josemaría
Escrivá un recuerdo de su época de recién llegado a Zaragoza, allá por el año 1920,
para hacer los estudios sacerdotales. Un día en que pasaba por delante del local, vio
que dentro estaba un famoso torero. Algunos niños se acercaban a aquel personaje
popular, y uno de ellos exclamó exultante:

-¡Lo he tocado! ¡Lo he tocado!

Siempre le quedó guardada en la memoria esa imagen del chaval emocionado, y la


evocaba para exhortar a valorar la Eucaristía; no es que "toquemos" a Cristo en la
Comunión: es mucho más. Y lo podemos hacer a diario. Somos unos privilegiados.

Como un imán

Santa Micaela del Santísimo Sacramento (1809-1865) ha hecho honor al nombre que
adoptó para su vida de mujer consagrada Dios. La fundadora de las Adoratrices yace
enterrada entre dos sagrarios: el de la iglesia de sus monjas en Valencia y del camarín
de la Santa, que está detrás. Falleció en la ciudad del Turia asistiendo a los apestados.

Escribe en su Autobiografía: "El día de Pentecostés (23 de mayo de 1847) sentí una luz
interior y comprendí que era Dios tan grande, tan poderoso, tan bueno, tan amante, tan
misericordioso, que resolví no servir más que a un Señor que todo lo reúne para llenar
mi corazón...

No deseo nada, ni me siento apegada más que a Jesús Sacramentado. Pensar que el
Señor se quedó con nosotros me infunde un deseo de no separarme de Él en la vida, si
ser pudiera, y que todos le sirviesen y amen. Seamos locos de amor divino y no hay
que temer".

Y también escribe estas bellas palabras: "Siempre entro en el Sagrario para hacer la
oración más cerca del Señor, y aunque esté lejos y de camino, parece que tiran de mi
corazón al ver una torre de iglesia".

Mártir de la Eucaristía

Al triunfar en China la revolución comunista, allá por el año 1949, fueron no pocos los
cristianos que conocieron la persecución e, incluso, el martirio por la fe que se les
quería arrebatar brutalmente. En una escuela parroquial regentada por el P. Fransén,
los soldados mandaron a los niños que tirasen al suelo cualquier estampa religiosa que
poseyeran.

Una niña de 13 años se negó. La abofetearon, pero no quiso obedecer. Llamaron al


padre de la pequeña, los llevaron al templo y ante todo el pueblo rompieron el
Sagrario y esparcieron las Sagradas Formas por el suelo. El padre de la pequeña
ingresó en prisión. Desde la habitación en que le habían encerrado, el misionero pudo
contemplar el sacrilegio.

Al día siguiente fue también testigo de cómo la niña entraba en la iglesia, se


arrodillaba, y tomándola con la lengua, por respeto a la Eucaristía, comulgaba con una
de las formas que estaban en el suelo. La escena se repitió en los días sucesivos. Pero
uno de los soldados acabó por darse cuenta de que la niña repetía sus visitas al templo,
la siguió y, al descubrir lo que estaba haciendo, le disparó un tiro en el mismo
momento en que iba a comulgar. Como pudo se arrastró un poco, tomó en sus labios la
Sagrada Forma y falleció inmediatamente.

Cfr. F.X. Fortún, El Sagrario y el Evangelio

Recién convertido

El conocido escritor francés André Frossard se convirtió un día 8 de julio, en el que


entró en un templo de París sólo porque dentro se encontraba un amigo suyo. Al salir
ya era católico. No estaba bautizado ni había recibido jamás instrucción religiosa.
Comenzó a recibir enseñanza cristiana de manos de un buen sacerdote y todo cuanto le
enseñaba le llenaba de gozo. Sólo una cosa le sorprendió: la Eucaristía. Escribe: "No es
que me pareciese increíble; pero me maravillaba que la caridad divina hubiese
encontrado ese medio inaudito de comunicarse y, sobre todo, que hubiese escogido
para hacerlo el pan que es alimento del pobre y alimento preferido de los niños. De
todos los dones esparcidos ante mí por el cristianismo, ése era el más hermoso".

Cfr. A. Frossard, Dios existe, yo me lo encontré

EXAMEN

Búsqueda inútil
Se cuenta la historieta de un borracho que andaba buscando con mucho empeño un
objeto bajo una farola. Lo vio un policía y, atento y solícito, se interesó por lo que había
perdido. El individuo contestó:

-Mi llave, agente, mi llave.

El buen guardia se puso a buscar también, pero al cabo de un rato ya estaba algo
extrañado:

-¿Pero está usted seguro de haber perdido la llave exactamente aquí?

Y el borracho contestó con mirada seráfica:

-Verá, no fue exactamente aquí; fue más atrás; pero es que allí está demasiado oscuro.

Se comenta por si solo.

Estar en la inopia

Así me lo contaron y trataré de reproducirlo con la mayor fidelidad posible. Enviudó


cierto caballero y se quedó el pobre -como suele decirse- "más solo que la una". Hubo
consejo de familia y todos estaban de acuerdo -quizá escurriendo un poco el bulto,
pues ya se imaginaban lo que se les venía encima- en que la persona más adecuada
para hacerse cargo de aquel hombre en su casa y cuidarlo era una hermana concreta. Y
ella aceptó con espíritu abnegado.

El caballero viudo era más raro que un esquimal en las islas Hawai. Que si hacía frío;
que si lo querían matar de calor; que a ver qué desconsideración provocar corrientes de
aire todo el día: que lo iban a matar a resfriados, pero claro, a los demás qué les
importaba de él, todos a lo suyo en aquella casa; que si la comida estaba fría, o salada,
o sosa, o excesivamente caliente: ¿es que querían abrasarle el esófago? La hermana se
acabó hartando y convocó al consejo familiar para comunicarles al resto que ya no
aguantaba más, que les "traspasaba" el viudo ya mismo. Todos le hicieron saber que
había que tener paciencia y visión cristiana de la vida, que siguiera un poco más, con
mucha comprensión, porque, en efecto, era persona algo dificililla. Y siguió el viudo en
su casa.

Pasaron los años. Cuando el hombre estaba ya en el lecho de muerte, quiso hacer una
declaración que le tranquilizara la conciencia antes de presentarse ante el tribunal
divino, y manifestó a todos los presentes, que se quedaron verdaderamente
estupefactos, lo que sigue:

-No quiero morir sin antes haberos perdonado el que durante estos años hayáis hecho
todo lo posible por amargarme la existencia...

La "contabilidad" en Salem

En otoño de 1951, cuando contaba con trece años de edad, Sofía, la futura Reina de
España, es enviada por sus padres a un colegio de Salem, junto al lago de Costanza, en
el estado alemán de Baden-Wurtenberg. El colegio -recuerda Doña Sofía a la periodista
Pilar Urbano- era exigente en lo que a disciplina se refiere.

En Salem educaban en el sentido del honor, del deber y de la responsabilidad personal.


Allí enseñaban -según narra la Reina- a ir anotando en una libreta lo positivo y lo
negativo. Esto se hacía al llegar la noche:

-Las anotaciones debían ser veraces. Tú te examinabas. Tú eras tu juez. No podías


mentirte a ti misma. Y ése era el código de honor. Una vez a la semana mostrábamos
esos exámenes personales. Si tenías, por ejemplo, dos faltas de orden en la habitación,
al llegar el sábado, te restaban del tiempo libre tres cuartos de hora, y te estabas en un
aula sin hablar, o en la cocina pelando patatas, o caminabas cinco kilómetros en
silencio. A mí me tocó hacer estas cosas muchas veces. Sí, era un castigo, pero te lo
habías impuesto tú, y eso le daba otro valor y otra calidad moral.

Cfr. P. Urbano, La Reina

Minas a la deriva

-¡Había que relevarlos cada diez minutos!

Escuchaba yo con interés el relato del oficial que había participado en misiones de
control de una zona del mar durante la llamada Guerra del Golfo. Contaba que el
mayor peligro para su fragata no estaba en un posible encuentro con buques enemigos,
sino en las pequeñas minas que andaban a la deriva por aquella zona; eran tan
pequeñas que los aparatos normales para detectarlas no eran del todo seguros; así que
no había más remedio que situar a un marinero en la proa, provisto de prismáticos,
para que barriera con su vista el agua. El marinero, por la cuenta que le traía -sería el
primero en saltar por los aires si chocaban con una mina-, se esforzaba por escrutar
cada metro cuadrado de agua...

-Era agotador. Por eso, había que relevarlos cada diez minutos...

FE

Lo único importante

Muy emocionado estuvo Claudio Sánchez Albornoz en su última visita a Covadonga,


ya anciano y cercano a la muerte, tras tantos años de no haber pisado aquellos parajes
que le devolvían a sus primeras investigaciones sobre el origen de la monarquía
asturiana. No tuvo inconveniente en poner de manifiesto su acendrada fe religiosa ante
la "Santina" y en hacer saber a cualquiera -vino en los periódicos- que pensaba
aprovechar para confesarse con el abad del santuario.

Por aquel entonces declaraba al periodista Miguel Álvarez, para la revista "Telva", año
1983, respondiendo a la pregunta "¿a qué es fiel, don Claudio, a estas alturas de la
vida?" (y quede claro que esas "alturas" eran nada menos que noventa años):
-Yo, a lo que soy fiel, por encima de todas las cosas, es a lo que me enseñó mi madre.
Soy católico, apostólico y romano. En esa fe he vivido y en ella quiero morir. Mi única
preocupación en estos momentos es salvarme.

Sin sol

Si el lector tiene la suerte de poder darse un buen paseo por la Ciudad Eterna, ahí tiene
para recorrerla el viale della Regina Margherita, amplísima avenida que, arrancando de
piazza Buenos Aires, le acercará al Campo de Verano, a la basílica de San Lorenzo, etc.
La cruzan vías tan importantes e históricas como la Salaria y la Nomentana. Pues allí,
en una villa, te asomas un poco a la reja de la entrada y observas la fachada; ves un
reloj de sol y una inscripción: "Tú sin fe eres como yo sin sol". O sea, una inutilidad de
persona.

Mártires de la fe

La Revolución Francesa, frente a lo que muchos imaginan, fue una revolución


terriblemente persecutoria para la Iglesia y estuvo animada por un espíritu fanático e
intolerante. Por ejemplo, la comisión militar de Angers condenó a varias mujeres a
morir fusiladas por el delito de "fanatismo", que equivalía practicar el culto católico.
Según Voltaire, los fanáticos no merecían la tolerancia (Traité sur la tolérance). Entre
los ajusticiados por orden de un tribunal revolucionario en Cambrai (1794) figuran:
Angelique Dupuis, acusada de haber confeccionado hostias para la Misa; el marqués
de Lavestine y su esposa, por esconder a sacerdotes "refractarios"; Agustín Boulanger,
por tener dos hermanos canónigos; Eustaquio Carlier, agricultor, por haber dicho "que
los curas juramentados de la Asamblea Nacional eran unos miserables".

Falta, a veces, hasta la más elemental compasión. A la madre de un sacerdote de Puy,


el abate Beauzac, se la acusa de ocultar a su hijo. Muere en la guillotina, no sin antes
exclamar ante sus jueces:

-Una perra puede amamantar a sus cachorros, y una madre no puede tener a su hijo en
casa. Sois más feroces que los tigres".

Cfr. J. de Viguerie, Cristianismo y revolución

Descristianizar a conciencia

Seguimos con el asunto anterior: la actitud antirreligiosa propia de la Revolución


Francesa, que llega hasta extremos ridículos.

Suprimen el domingo, por ser día de contenido cristiano, y quieren acabar con todas
las festividades religiosas que han marcado la vida del país hasta entonces durante
siglos. El día de Todos los Santos se convierte en el día de la escorzonera (un tipo de
hierba); Navidad, el día del perro; Epifanía, el del bacalao; la Candelaria, el del nogal; y
para qué seguir...

Al mismo tiempo surgen las fiestas revolucionarias con un talante que produce rubor.
Después de celebrar la Fiesta de la Razón en Notre-Dame, vienen una serie de
inauguraciones de templos de la Razón con sus correspondientes festividades. Hay
hasta procesiones. En muchos lugares se organizan cortejos cívico-militares. La gente
sale de la ciudad, con acompañamiento de la guardia nacional, que porta armas y
tambores, luego viene el carro de la diosa arrastrado por chicos y chicas jóvenes. La
procesión llega hasta el árbol de la Libertad, al que rodea tres veces, volviendo a
continuación al punto de partida, que suele ser el local de la sociedad popular.

Cfr. J. de Viguerie, Cristianismo y revolución

Un crucifijo sobre el pecho

El que fuera presidente de los Estados Unidos, el republicano George Bush, sucesor de
Ronald Reagan, refirió en cierta ocasión un viejo recuerdo de sus viajes a Moscú.
"Quiero contarles una anécdota de la que fui testigo hace muchos años, cuando asistía
a los funerales por el líder soviético Breznev. La ceremonia se estaba desarrollando con
tal precisión militar que se tenía una sensación de vacío y de frialdad. Soldados
marchando, cascos metálicos y la habitual retórica marxista; ninguna oración o himno
de consuelo, ninguna referencia al nombre de Dios.

Los dirigentes soviéticos habían ocupado sus lugares en las murallas del Kremlin,
mientras la familia del difunto escoltaba silenciosamente el féretro hasta su última
morada. Desde mi sitio, pude ver a la señora Breznev acercarse al ataúd para darle su
última despedida y, allí, en el corazón frío y gris de ese estado totalitario, ella depositó,
entonces, un crucifijo sobre el pecho de su marido. Me quedé impresionado. Ese
sencillo gesto me hizo comprender que decenios o siglos de leyes antirreligiosas no
pueden destruir jamás la fe y la fuerza interior en el corazón de todos los hombres".

Cfr. P. Estaún Villoslada, ¿Es natural creer en Dios?

Mártires del nazismo

La periodista norteamericana Dorota Thomson, una persona poco comprometida


políticamente y que no pertenece a una confesión religiosa concreta, ha escrito que de
los resultados de entrevistas hechas a numerosos prisioneros que salvaron la vida en el
horroroso campo de concentración de Dachau se desprende algo muy significativo.
Ella hacía a todos la misma pregunta: "En medio de aquel infierno que era la vida en
Dachau, tan privada de humanidad, tan brutal y envilecedora ¿quién conservó más
largamente la propia humanidad y salud mental? ¿Quiénes, olvidándose de la propia
miseria y humillación, sirvieron a los demás hombres que sufrían aquel sistema
diabólico? ¿Quiénes mantuvieron la propia identidad, la propia dignidad y
esperanza... cuando los demás desaparecían de este mundo perdiendo la confianza y la
vida?" La respuesta fue siempre la misma: "Los sacerdotes católicos". El Cardenal
americano Wright escribía al Primado de Polonia, el heroico Wyszynski: "Ellos
conocían la razón por la que se encontraban allí. Sabían que quedaría sólo su
testimonio, su dedicación, su vocación. Sabían que todos esperaban ese testimonio".

Cfr. K. Majdanski, Un obispo en los campos de exterminio

El Beato gitano
Gran novedad. El día 4 de mayo de 1997 es beatificado en Roma el primer caló de la
historia que sube a los altares: Ceferino Giménez, apodado "el Pelé", asesinado en
Barbastro en agosto de 1936.

El hombre no sabía leer ni escribir. Pero era honrado como nadie y buen cristiano.
Asistía a Misa a diario. En su hogar se rezaba todos los días el rosario.

El 19 de julio de 1936, al día siguiente de iniciarse la guerra civil, presenció el


apresamiento de un sacerdote, que trataba de desasirse de los milicianos. Indignado,
exclamó:

-¡Válgame la Virgen! Tantos hombres contra uno, y además inocente.

Fue suficiente para que lo detuvieran y, al encontrar en sus bolsillos un rosario, para
que lo encarcelaran. Un miembro del comité que lo juzgaba, conocedor personal de "el
Pelé" y admirador de su honradez, le recomendó, para salvarle la vida, que disimulara
sus convicciones. Pero Ceferino no aceptó el consejo. En la madrugada del dos o tres de
agosto fue fusilado en compañía de varios sacerdotes, religiosos y laicos. Murió
gritando: "¡Viva Cristo Rey!".

Explicaciones poco convincentes

Hay quienes explican cualquier fenómeno de la realidad -incluida, por ejemplo, la


inteligencia humana- a base de evolución (cuando es la misma evolución la que pide
una explicación) y a base de casualidades.

J. A. Sayés (Razones para creer) expone una anécdota imaginaria bastante ilustrativa.
Habla de unos amigos que han escalado un montaña que hasta entonces se creía
inexpugnable, aunque la verdad es que los deportistas hallaron en la cumbre un
buzón, el nombre del club que lo colocó allí e, incluso, la fecha de su establecimiento, y
dentro una tarjeta. Una vez sufrido el chasco de no ser los primeros, deciden ocultar la
verdad y regresan para dar la noticia de la nueva conquista. Son entrevistados por la
televisión, tras un recibimiento triunfal, y dan todo tipo de detalles sobre las
dificultades de la escalada, la clase de alimentación que han empleado, medios
técnicos, etc., hasta que un entrevistador, con un poquito de ironía en la voz, pregunta:

-¿Y no encontrasteis un buzón, con la inscripción del Club montañero Castilla y la


fecha de 2-3-1940?

La pregunta cae como un jarro de agua helada sobre los escaladores.

-Sí, claro que lo había, pero hay que tener en cuenta que por encima pasan varias rutas
aéreas. Esto explica que a algún avión se le cayó una puerta metálica que, poco a poco,
por evolución, se convirtió en un buzón montañero. Sí, eso creemos que pasó.

El periodista vuelve a la carga:

-¿Y cómo estaba allí el cemento que lo sostenía?

-Ya, claro, ejem. Por casualidad.


-¿Y la inscripción grabada en el metal?

-Bueno, sí, surgió por casualidad.

-¿Y la tarjeta que había en el interior?

-Pues la casualidad...

Henri Bergson

Fueron los místicos los que llevaron al ilustre filósofo judío Henri Bergson (1859-1941)
a una activa preocupación religiosa, como él mismo reconoció, llegando incluso a una
virtual aceptación del cristianismo. Dirá en una ocasión: "No es profundizando las
pruebas clásicas de la existencia de Dios como he llegado a Dios. Comprendo ahora
que esas pruebas pueden confirmar, precisar, una convicción una vez obtenida. Pero la
convicción no se obtiene así. Santa Teresa, San Juan de la Cruz me hicieron comprender
ese estado indefinible, estado de alegría: el sentimiento, que no puede ser ilusorio, de
una comunión o contacto con la divinidad..."

Pero no llegó a dar el paso de entrar en la Iglesia. Razones de índole histórica y de


lealtad humana -según su punto de vista- le impedían formalizar una adhesión que ya
se había dado en el corazón. Le costaba, en suma, romper con su pasado, con sus
vínculos familiares, y sobre todo abandonar el judaísmo cuando se veía venir una gran
ola de antisemitismo.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

Hablando de sumandos

Con buen humor y no menos sentido sobrenatural, solía repetir Santa Teresa: "Teresa
sola no puede nada; Teresa y un maravedí, menos que nada; Teresa, un maravedí y
Dios, lo puede todo" (cfr. A. Ruiz, Anécdotas teresianas). Algo parecido viene a leerse
en Camino: "En las empresas de apostolado está bien -es un deber- que consideres tus
medios terrenos (2 + 2 = 4), pero no olvides ¡nunca! que has de contar, por fortuna, con
otro sumando: Dios + 2 + 2..."

El santuario de María Auxiliadora

Estaba San Juan Bosco ilusionado con la idea de levantar un gran santuario en honor
de María bajo el título de Auxiliadora de los cristianos. Tuvo una noche un sueño y en
él la Virgen Santísima le animaba a seguir su labor con los muchachos, le invitaba a
poner en Ella su confianza a pesar de las dificultades y, finalmente, le señalaba dónde
quería que se hiciera el gran santuario (en la ciudad de Turín).

El problema era que no había una moneda en caja, cosa nada rara. Don Bosco se lanzó
con audacia a pedir dinero a todo el mundo, empezando por las autoridades. Hizo
llegar a miles de personas circulares solicitando apoyo económico. No faltó quien le
criticó diciendo que estaba loco, o quien pensó que iba a fracasar estrepitosamente; por
ejemplo, un sacerdote compañero suyo hizo esta afirmación:
-El día en que levantes un templo como el que dices, yo me comeré un perro crudo.

A los tres años el templo se abrió al culto y el amigo pidió al Santo que le dispensara
del compromiso, pero este último, con su habitual buen humor, decidió no dispensarlo
y lo llevó a una confitería para que tomara un dulce en forma de perrito.

Las dificultades fueron tremendas. A veces, en momentos de gran apuro aparecía un


donativo providencial y se podía seguir adelante. Se palpaba la ayuda de Santa María
en aquella empresa. San Juan Bosco narra en sus Memorias del Oratorio muchas
sabrosas anécdotas relativas a esta edificación. Una de menor importancia, pero
simpática, es que el 16 de noviembre de 1866, fecha en que tenían que abonar una
buena cantidad, les llega un paquete certificado. Lo abren con esperanza y encuentra
¡un ladrillo! Entonces, Don Bosco recuerda que tiempo antes recibió una carta de un
antiguo compañero en que le planteaba un gravísimo problema personal. El Santo le
había dicho que invocara a María Auxiliadora y si se resolvía favorablemente, que le
enviara un ladrillo para el templo en agradecimiento.

Todos se lanzan a romper el ladrillo con la ilusión de que contenga algo dentro... pero
es que el buen cura había tomado al pie de la letra lo del ladrillo y, efectivamente,
enviaba ¡un ladrillo!

Francos suizos

Semejante audacia, fundamentada en la fe, que la que se ha relatado en la anterior


anécdota, se puede referir de la vida del Beato Josemaría Escrivá.

En 1946 había llegado a la Ciudad Eterna y en el Vaticano le aconsejaban vivir en Roma


de modo permanente y edificar lo que debería ser la Sede Central del Opus Dei. Le
animaban el futuro Cardenal Secretario de Estado en tiempos de Juan XXIIII,
DomenicoTardini, y Mons. Montini, por aquel entonces en funciones de Sustituto de la
Secretaría de Estado, luego Pablo VI.

Existía en el barrio del Parioli un edificio muy adecuado, ocupado por la Legación de
Hungría ante la Santa Sede, aunque a partir del 1947 ya no había relaciones
diplomáticas entre Hungría y el Vaticano. Tenía un buen jardín que se podría
aprovechar para levantar nuevas edificaciones. Era lo que hacía falta. El problema,
como de costumbre, era el dinero para adquirir el inmueble y después pasar a las obras
pertinentes. Pero si Dios le pedía algo, el Fundador no se iba a detener ante los
obstáculos.

El dueño era un aristócrata, el conde Mazzoleni, que, tras diversas negociaciones,


admitió para formalizar la venta una prenda, consistente en unas monedas de oro, y
luego que se le pagara todo en dos meses. Sólo que exigía que se le pagara... en francos
suizos.

Josemaría Escrivá sonrió y se encogió de hombros cuando se lo comunicaron:

-¡No nos importa nada! Nosotros no tenemos ni liras, ni francos... Y al Señor le es igual
una moneda que otra.
Había que confiar en el Señor y mucho. Después, al pedir a sus hijas del Opus Dei en
Roma que recen por el asunto, les dirá, con un guiño de pillería:

-¡Pero no os equivoquéis de moneda: tienen que ser francos suizos!

Los años siguientes, ya metidos en construcciones, fueron un continuo luchar por


encontrar el dinero necesario, casi día a día, y a veces llegaría de modo providencial,
como premio a la fe puesta en la Voluntad divina.

FELICIDAD

Refrán japonés

He leído que los japoneses tienen el siguiente dicho: "Si quieres ser feliz unas horas,
emborráchate; si quieres ser feliz unos días, mata un cerdo; si quieres ser feliz un año,
cásate; si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero".

Se entiende que los nipones, tan sensibles para la naturaleza y tan amantes de cuidar
pequeños y primorosos jardincillos, destaquen las muchas satisfacciones que puede
reportar el cuidado de las plantas. Pero en un terreno superior, es claro que la auténtica
felicidad la da Dios, y ya en esta vida. El Beato Josemaría Escrivá parafraseaba alguna
vez a San José de Calasanz (aquello de "si quieres ser santo, sé humilde...") y decía: "Si
quieres ser feliz, sé santo; si quieres ser más feliz, sé más santo; si quieres ser muy feliz
-¡ya en la tierra!-, sé muy santo".

"Todo el oro del mundo"

Así reza el subtítulo de un folleto de la colección juvenil "Mundo Cristiano"; en


concreto, el número 147. El título habla de su protagonista: La vida de Luis Ángel.

Luis Ángel es un niño formidable. Nace en 1980 y al poco tiempo se enterarán sus
padres de que tendrá que vivir toda su vida en una silla de ruedas, porque es
hipotónico, es decir, carece de fuerza muscular (en un primer momento los médicos
creen que morirá rapidísimamente, y, contra pronóstico, alcanza la edad de quince
años, que es cuando fallece en su Palencia natal). La lectura de lo que fue la existencia
de Luis Ángel, con todo el conjunto de penalidades que son fáciles de imaginar, y el
ejemplo de sus padres y familiares, produce admiración y conmueve.

Un día le oyen decir:

-¡Qué maravilloso es vivir! ¡Es lo mejor que nos puede haber dado Dios! La vida es el
mejor regalo que nos pueden hacer. Mi vida, a pesar de estar en una silla de ruedas, es
también el mejor regalo. A pesar de que algunas personas digan: ¡pobrecillo! ¿Qué
saben ellas lo feliz que soy?

Su tía Paula afirma:

-Para quienes tuvimos la suerte de conocerlo o tenerlo cerca, sus huellas nunca se
borrarán en nuestras vidas y su vida no habrá pasado en vano. Como él diría, ni fue
minusválido; como podemos decir nosotros, fue super-válido. Fue un tesoro que no
cambiaríamos por toda la ciencia ni por todo el oro del mundo.

Cfr. S. Mata, La vida de Luis Ángel

El reflejo de la luna

Uno de los grandes de la música ligera italiana -Domenico Modugno-, ganador de más
de un festival de San Remo, autor de temas inolvidables como "Volare", "Piove", "Tu sí
na cosa grande pe me"..., relata en una de sus más famosas canciones la siguiente
historia. Un muchacho va recorriendo la orilla del río Tíber -il Tevere- en Roma. Es de
noche. Va por el popular barrio del Trastevere, herido de amores, con el corazón en
carne viva. De repente, ve sobre la superficie del agua un disco de plata brillantísima,
y, cegado por su fulgor y perfecta redondez, acaba por lanzarse sin pensárselo dos
veces al río. En el instante mismo de alcanzar el objeto que le ha subyugado el ánimo,
el disco se rompe en mil pedazos: se trata tan sólo del reflejo de la luna en el Tíber.
Allora, allora ho capito tante cose... ("Entonces, entonces he comprendido tantas
cosas"...)

FILIACIÓN DIVINA

La gran tragedia

Ramón García de Haro, profesor de Teología Moral en Roma, refiere en Amor y


sexualidad que un día durante una cena con Juan Pablo II, en la que participaban otras
personas -celebraban el primer acto académico del Instituto de Estudios sobre el
matrimonio y la familia-, oyó, en un momento de silencio, que el Papa decía en voz
baja, hablando consigo mismo o quizá hablando con Dios: "La tragedia del hombre
actual es que se ha olvidado de quién es" (l'uomo non sa più chi è).

Esta es la gran tragedia: perder de vista la condición de persona, de ser hecho a imagen
y semejanza de un Dios personal, y el haber sido llamado a ser hijo de Dios, imagen del
Hijo, imagen de quien es "imagen del Dios invisible" (Col 1,15); es olvidar la propia
dignidad.

Construir bien

Una ciudad perdida, a unos 2.300 metros de altitud, desconocida para los
conquistadores españoles, ésa es Machu Pichu, ciudad sagrada de los incas. La
descubre el 24 de julio de 1911 el doctor Hiram Bingham, que va al frente de un grupo
de especialistas en topografía y biología.

Sorprenden los grandes bloques de piedra, unidos unos con otros... No son lisos, sino
con superficies curvas, helicoidales, que se juntan con otros exactamente iguales. Los
incas emplearon la misma técnica antisísmica que los modernos arquitectos. Y ahí está,
con el pasar de los siglos, en aquel territorio tan propicio para el terremoto, la ciudad
incaica.
Para el cristiano, el fundamento sólido, lo que le mantiene en pie aunque le sacuda la
vida espiritual algún terremoto, es el saberse hijo de Dios. Un fundamento a prueba de
vaivenes y movimientos sísmicos. Y es bien antiguo: como el mismo Evangelio.

Le habían llamado de todo

Dead man walking, en castellano, "Pena de muerte", es una excelente película que
plantea la lucha de un hombre por evitar la muerte a la que ha sido condenado y su
aceptación final. Mathew Poncelet -encarnado por el actor Sean Penn, premio Oso de
Plata en el festival de Berlín de 1996- ha sido condenado a la pena capital por doble
asesinato y violación. Poco antes de que se cumpla la sentencia, acude a una religiosa,
la hermana Helen -Susan Sarandon, Óscar a la mejor actriz en 1996- para que le ayude
a conseguir una conmutación de la pena capital por cadena perpetua. La religiosa
batalla cuanto puede por salvarle de la inyección letal, pero no logra impedir la
ejecución; en cambio, sí obtiene de Mathew el arrepentimiento y el acercamiento a
Dios. Uno de los momentos más impresionantes de la película es cuando la monja le
recuerda que es hijo de Dios. Se ve cómo el rostro de Mathew se ilumina. Comenta con
emoción:

-Es la primera vez en mi vida que me llaman hijo de Dios. Hasta ahora me habían
llamado hijo de muchas cosas..., pero ¡hijo de Dios!

A la hora de la muerte

El día 6 de agosto de l978 fallecía el Papa Pablo VI. Había asistido en su habitación de
Castelgandolfo, desde la cama, a la Santa Misa oficiada por su secretario Mons.
Pasquale Macchi. Se sintió muy mal, Recibió consciente y sereno la Unción de los
enfermos. Los que acompañaban al Pontífice rezaban sin cesar y él contestaba a las
plegarias. Cuando su voz empezó a no ser clara, el Cardenal Secretario de Estado pidió
a Mons. Macchi que escuchara al Papa por si éste tenía algo especial que decir. Arrimó
dos veces su oído a su boca y siempre escuchó lo mismo: Pater noster qui es in coelis.
No quiso Pablo VI en ese instante pronunciar frases transcendentales. Todo su espíritu
era diálogo con Dios, ya nada más le interesaba. Sólo decía: "Padre, Padre nuestro que
estás en los cielos"... La oración de un hijo, la oración de un cristiano.

Cfr. C. Cremona, Pablo VI

Una nueva visión de Dios

El célebre Dr. Nathanson, médico americano que ha pasado de ser uno de los más
destacados abortistas de su país a convertirse en un gran defensor de la vida, se
adhiere a la fe católica y recibe el bautismo. El proceso de su conversión lo relata en un
libro autobiográfico titulado La mano de Dios. Procede de una familia judía sin fe
religiosa. ¿Qué idea tenía de Dios? "Mi imagen de Dios era -concluyo al reflexionar
sobre ella al cabo de seis decenios- la figura amenazadora, majestuosa y barbuda del
Moisés de Miguel Ángel. Sentado en lo que parecía ser su trono, considerando mi
destino y a punto de lanzar su juicio inexorablemente condenatorio. Así era mi Dios
judío: terriblemente despótico e implacable".

Cuando cumplía el servicio militar en la Aviación, leyó para matar el tiempo un libro
sobre la Biblia. Allí descubrió que la imagen del Dios justiciero que se había formado al
leer parcialmente el Antiguo Testamento era falsa y comprendió que "el Dios del
Nuevo Testamento era una figura amable, clemente e incomparablemente cariñosa. En
ella iría después a buscar, y al fin encontraría, el perdón que por tanto tiempo y tan
desesperadamente he deseado".

Todavía no había llegado ni mucho menos a la conversión, pero ese paso iba a resultar
un gran avance.

FIN DEL HOMBRE

Preguntas al Nobel

Entrevistaba a Severo Ochoa, el Premio Nobel español ya fallecido, la periodista Pilar


Urbano ("El Mundo", 4-IX-1993), y el sabio hizo al final una interesante confesión.
Porque la periodista se decidió a preguntar sobre cuestiones últimas: ¿qué es la vida?,
¿cuál es su origen?, ¿qué es la muerte?, ¿qué hay después?, ¿sabe usted dónde está el
amor de su esposa?, ¿me podría explicar sobre una pizarra por qué, al atardecer, se
pone usted tan triste? Y Severo Ochoa escuchaba, pensaba, no respondía, o sólo decía:
no lo sé. Refiere la entrevistadora: "Al fin, se puso en pie, altísimo como era. Dio una
vuelta por la sala. Volvió. Me miró desde arriba, en contrapicado. Y soltó una tremenda
confesión: No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa.
Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio... un sabio que no
sabe nada".

A Dios le encanta la música

Narciso Yepes refiere con sencillez a una periodista que él disfruta, goza de verdad,
con la música, compartiendo con el público emociones estéticas; pero no busca el
aplauso; es más, cuando llega la ovación, se sorprende siempre. Y añade una
confidencia muy especial:

-Y le confesaré algo más, casi siempre, para quien realmente toco es para Dios.

Dice "casi siempre" porque alguna vez puede distraerse. La entrevistadora hace una
pregunta curiosa:

-Y... ¿a Dios le gusta la música?

-¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi
sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte... mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un
instrumento lo mejor que uno sabe, y consciente de la presencia de Dios, es una forma
maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.

Una inscripción para la lápida

Manuel de Falla (1876-1946) muere en Alta Gracia, en la provincia argentina de


Córdoba. Es enterrado en España, en la cripta de la Catedral de Cádiz, su ciudad natal,
y en su tumba hay también tierra de Granada, que es su "otra" patria chica, donde ha
vivido por espacio de diecinueve años. Tanto ama a Granada que durante su etapa
argentina lleva consigo siempre dos relojes y conserva en uno la hora de la ciudad
andaluza.

En la lápida hay, por voluntad del ilustre músico, una inscripción, que es esta simple
frase: "Sólo a Dios el honor y la gloria".

Cfr. VV. AA., Forjadores del mundo contemporáneo

FORMACIÓN

Invertir a largo plazo

Se trata de un dicho de sabiduría oriental muy citado, y es razonable que así sea por la
enseñanza que encierra: "Si das un pez a un hombre, lo habrás alimentado un día. Si le
enseñas a pescar, se alimentará toda la vida". En efecto, hay remedios que remedian
poco, e invertir en formación es invertir con eficacia. El personaje a quien se atribuye
esta máxima -Kuant Tsu- también la expone algo más desarrollada: "Si tus proyectos
son para un año, siembra grano. Si son para diez años, planta un árbol. Si son para cien
años, instruye al pueblo. Plantando un árbol, recogerás diez veces. Instruyendo al
pueblo, recogerás cien veces".

La mayor fortuna

John Dawison Rockefeller (1839-1937), fundador de la célebre dinastía, comenzó a


estudiar a los catorce años y se ayudaba económicamente con un trabajo que le
reportaba seis dólares al mes. Ya era un millonario del petróleo cuando nació su único
hijo, John Dawison Rockefeller Jr., pero quiso que éste pasara por toda clase de trabajos
antes de asociarlo a la dirección de sus empresas; así que el hijo tuvo que empezar
quitando el polvo de su oficina, porque ése era el modo en que conseguiría valorar el
trabajo mismo. Tampoco se sintió decepcionado ni desconfió de él cuando perdió en
Wall Street un millón de dólares. Para formarlo en la responsabilidad, no le daba
muchos consejos, ni instrucciones muy precisas, ni le censuraba; prefería que
aprendiera a llevar los negocios con independencia. Y el retoño no le decepcionó. Con
el paso del tiempo pudo exclamar con satisfacción:

-Mi mayor fortuna en el mundo la tengo en mi hijo.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

Qué poco sabían

Deal Hudson, profesor de filosofía en Fordham University (Nueva York), escribe un


interesante artículo que publica Catholic Position Papers en febrero de 1996. El hombre
está asombrado -y no es para menos- de la ignorancia religiosa de sus alumnos.

Un día está dando una clase sobre las Confesiones de San Agustín a universitarios de
primer curso, y nota en ellos una cara de perplejidad cada vez que nombra la palabra
"Encarnación", que le deja no menos perplejo. El supone que conocen el significado del
término, porque el college es católico y la mayoría de los muchachos provienen de
escuelas católicas, pero ante la duda decide pedirles que escriban en un papel qué
significa "Encarnación". Resultado: de un total de 64 estudiantes, sólo hay cuatro
respuestas que se acercan al significado de "el Verbo se hizo carne". De los 64, 54
provienen de escuelas católicas, y, para más asombro, 2 de los que han respondido bien
vienen de la enseñanza pública.

Hay un alumno que escribe lo siguiente: "Era el nombre de mi escuela, pero nunca me
dijeron qué significaba". Todos habían recibido enseñanza de religión en sus centros de
origen. Pero, ¿de qué les hablaban? La respuesta es la siguiente: de las diversas
religiones, de cuestiones de justicia social en Latinoamérica, de la pobreza, del racismo
-cosas importantes, sin duda-, pero nadie recordaba haber recibido un curso de
doctrina cristiana básica.

Aquí mismo

Tampoco hace falta ir tan lejos -a Nueva York, como en la anterior anécdota- para
descubrir situaciones de escasa enseñanza religiosa en clases de religión. A un
sacerdote de parroquia de ciudad española le llamaba la atención la ignorancia supina
de los chavales; en general no habían pisado una catequesis, ni la iglesia, desde la
época de la primera comunión. Intentó hacer una cierta labor formativa, pero encontró
en los muchachos una actitud más bien contraria; lo curioso del caso es que
argumentaban, para no acudir a la catequesis que se les ofrecía, que ya tenían clases de
religión en el colegio. ¿Pero cómo eran tan ignorantes? La respuesta a este interrogante
se la ofreció uno de los chicos, cuando le preguntó por qué estaba tan contento el día en
que había clase de religión. No es que fuera una asignatura amena:

-No. Lo que pasa es que le armamos tanto jaleo a la profesora de religión, que
enseguida se pone histérica y se va llorando. Y de esta forma tenemos una hora más de
recreo.

En otros casos dedicaban el tiempo de clase a estudiar a Buda, a Confucio y a


Mahoma... y ni tiempo les quedaba para aprender los mandamientos de la Ley de Dios.

Cfr. J. Azcárate Fajarnés, A evangelizar de nuevo

FORTALEZA

Se olió la tostada

Cuando se trata de organismos vivos, hay que saber esperar a que se desarrollen de
acuerdo con las leyes que rigen su vida; o sea, ejercitarse en la virtud de la paciencia.
Pretender acelerar su ritmo con violencias y brusquedades no suele conducir a
resultados positivos. Y lo mismo pasa con la mejoría de las personas: conviene dar
tiempo al tiempo; quien está inmerso en actividades apostólicas o elabora planes
pastorales, bien pronto adquirirá esta elemental experiencia.

Volviendo al ejemplo de los organismos vivos: los vegetales no crecen más rápidos por
el mero intento, poco afortunado, de que se nos ocurra tirar de sus ramas o de sus
brotes. Hay un viejo cuento chino (de Meng Ko, cuatro siglos antes de Cristo) en que se
refiere que un campesino andaba poco satisfecho con el crecimiento de sus plantas en
los campos que había sembrado, y, en vista de ello, se dedicó a dar a cada una un tirón,
y se volvió para su casa agotado del trabajo.

-Estoy reventado -confesó a su familia-. He estado en el campo ayudando a los brotes a


crecer.

El hijo mayor, que se "olió la tostada", partió como un rayo hacia los sembrados y
encontró todas las plantas muertas.

Otra cosa es desbrozar el terreno, regar en los momentos oportunos y abonar. Por
cierto, que la eficacia del abono de estiércol (el "cucho", del latino cultum, como se le
llama en algunas regiones: Asturias, sin ir más lejos) bien la predica el dicho popular:
"con cuatro cosas logra el labrador coger mucho: cucho, cucho, cucho y cucho". No es
difícil encontrarle al refrán una aplicación ascética. Desbrozar, abonar y sembrar;
apoyar el crecimiento... y paciencia.

Anuncio de gestoría

Sin lugar a dudas, uno de los aspectos que definen en qué consiste la virtud de la
fortaleza es la capacidad de lanzarse con audacia a empresas que merecen la pena. El
que se "arruga" ante los obstáculos es débil y no llega a ninguna parte. Cierta gestoría
se anunciaba en su publicidad de la siguiente manera: "Las cosas difíciles las resuelve
nuestra secretaria en el acto. Para lo muy difícil nos basta con cinco minutos. Con los
milagros tardamos un poco más".

Algo parecido se cuenta de Charles Calonne (1734-1802), el célebre hacendista de Luis


XVI. Le indicó la reina María Antonieta que deseaba pedirle un favor, e
inmediatamente respondió el ministro:

-Señora, si es posible, la cosa está hecha; si es imposible, se hará.

Toda una galantería.

Algo tiene que salir mal

Es síntoma de fortaleza la ecuanimidad y también la serenidad ante las dificultades de


la vida misma.

Unos conductores de camión de cierta capital de provincia decidieron adquirir con el


fruto de todos sus ahorros un vehículo usado para establecerse por su cuenta. Al poco
tiempo, en la bajada de un puerto, les falló el freno y, por no irse por un barranco,
dirigieron al camión hacia unas rocas; salieron ilesos pero por los "despojos" del
vehículo sólo les ofrecieron, en plan de chatarra, el 5% de lo que les había costado.
Cuando iban para la estación del tren, con intención de regresar a sus casas, alguien les
comentó que menuda pena haber perdido todos los ahorros en tan poco tiempo, vaya
desgracia, y tal. Uno de ellos respondió muy sereno:

-¡Hombre, no todo va a salir bien!

Cfr. R. Escolá Gil, La personalidad


La respuesta del general

Entre los hombres más ilustres de Inglaterra, tanto en el terreno militar como en el de
la política, hay que destacar al famoso Duque de Wellington, a quien también podemos
considerar noble español por haber alcanzado el título de Duque de Ciudad Rodrigo,
con grandeza de España -¡ahí es nada!-, por la liberación de esa ciudad, ocupada por
las tropas francesas, en la guerra de la Independencia. Nacido en Dublín en 1769,
alcanzará su mayor éxito militar como jefe de los ejércitos (Prusia, Rusia, Austria e
Inglaterra) que derrotaron a Napoleón en Waterloo el 18 de junio de 1815.

Fue en esta batalla, ocupando un lugar bastante expuesto al fuego enemigo, cuando su
ayudante de campo, a modo de advertencia, le dijo:

-General, ¿cuáles son sus órdenes para el caso en que caigáis muerto?

Y Wellington repuso:

-Hacer lo mismo que hago yo.

Testimonio de una mártir

Del martirio de las santas Felicidad y Perpetua ya se ha tratado anteriormente en el


capítulo dedicado a la Castidad (anécdota nº 47). Añadimos ahora nuevos detalles
sobre la entereza de Perpetua ante los intentos de su padre de persuadirla de que
renegara del cristianismo y sacrificara a los ídolos.

El hombre intenta conmoverla de todas las maneras posibles, y para lograr derribarla
le dice que tenga compasión de él, que piense en sus hermanos, en su madre y en su tía
materna, y también, cómo no, en el niñito que está criando. Narra la propia Perpetua:
"me besaba las manos y se arrojaba a mis pies y me llamaba, entre lágrimas, no ya su
hija, sino su señora". Perpetua trata de animar a su padre con palabras muy
sobrenaturales, pero no consigue consolarlo. El hombre vuelve a la carga al día
siguiente, que es el del juicio, llevando en los brazos al hijito de Perpetua:

-Compadécete del niño chiquito.

Y el procurador Hilariano, que tiene autoridad para condenarla, se une al consejo del
padre para que así salve la vida.

Perpetua se niega a sacrificar y se confiesa cristiana. Tan pesado se pone el padre en


sus intentos por hacerla cambiar de idea, que acaba el procurador por ordenar que lo
echen a palos del tribunal. Y escribe la mártir: "Yo sentí los golpes de mi padre como si
a mí misma me hubieran apaleado. Así me dolí también por su infortunada vejez.
Entonces Hilariano pronuncia la sentencia contra todos nosotros, condenándonos a las
fieras. Y bajamos jubilosos a la cárcel".

Preparación para el martirio

Las vidas de los primeros misioneros y misioneras combonianos en Sudán -último


tercio del siglo XIX- emparientan muy bien con las Actas de los mártires de comienzos
del cristianismo. Antes de partir para esas misiones, el fundador, Daniel Comboni,
habla a las nacientes vocaciones del recién fundado Instituto. No les engaña sobre los
peligros y sacrificios que afrontarán en tierras africanas. Dice en marzo de 1876, en
coincidencia con los votos de las dos primeras misioneras, que tienen que ser santas,
pero "verdaderas santas y no con el cuello torcido, porque en África es preciso tenerlo
derecho; monjas valientes y generosas". Con lenguaje directo y algo rudo, para que le
entiendan bien, añade: "Hijas, recordad que sois carne para el matadero... Preparaos a
trabajar por las almas sin ver ningún fruto de vuestras fatigas. Sólo en la tercera o
cuarta generación habrá buenos cristianos... Trabajad por el Señor, pero en este mundo
no esperéis más que ingratitudes y piojos". Eso se llama hablar claro, y cuánto se lo
agradecieron...

Cfr. L. Gaiga, Mujeres en la arena

Dispuesto a lo que fuera

Albino Luciani, el futuro Papa Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, siempre tuvo una
salud muy delicada. Juan XXIII pidió al Obispo de Padua, Mons. Bortignon, el nombre
de un sacerdote idóneo para ponerlo al frente de la diócesis de Vittoro Veneto. La
respuesta fue que en Belluno había un sacerdote joven, un tal Luciani, que parecía que
de un momento a otro se iba a partir en dos...

Sería débil de cuerpo, pero no de espíritu. Cuando en el pueblo de Canale d'Agordo, en


el año 1945, los partisanos habían preparado horcas para ajusticiar a los fascistas del
pueblo, el sacerdote, D. Albino, logró que las horcas desaparecieran de un día para
otro, y al menos una docena de personas le debían la vida. Parece ser que amenazó con
ser el primero en subir a la horca si las ejecuciones no se suspendían en el acto.

Cfr. N. Valentini y M. Bacchiani, El Papa de la sonrisa

Lo que hay que hacer... se hace

Ya hemos visto a la Reina Sofía en su época de colegiala en Salem dentro del apartado
dedicado al "Examen". Fue una época en la que recuerda haber aprendido mucho en lo
referente al sentido de responsabilidad. Pero también es interesante ver cómo
considera la diferencia entre vivir en el colegio y estar en la corte de Grecia.

En Salem cabía alguna rebeldía, alguna protesta, alguna queja, alguna crítica. Pero en
Grecia -asegura- no había vía de escape posible, sino hacer en cada momento lo que
debía hacerse, y nada más:

-No cabían protestas. Yo era bien consciente de mis deberes como princesa, como
basilópes. Incluso, de los aburridísimos deberes de protocolo. A donde se me decía que
tenía que ir, iba. A donde me decían que no, no iba. Sabía que era la hija del rey. Y a
ello me debía, con ganas y sin ganas.

Cfr. P. Urbano, La Reina

Cuento japonés
Hay un cuento que habla de tenacidad. De trabajo duro y constante. Es La historia del
pintor japonés.

Un rico comerciante encargó a un pintor famoso que le pintara un cuadro de un tigre y


que fuera un tigre verdaderamente real. Pasaba el tiempo y no había noticias del
cuadro. Tan impaciente estaba ya el hombre que ya no pudo aguantar más y fue a
visitar al artista. El pintor le rogó que tuviera la cortesía de esperar un poco, porque se
lo iba a hacer en un momento. Y en efecto, trazó magistralmente la bella estampa de un
tigre saltando sobre una presa con prodigiosa agilidad...

-¡Una obra maestra y realizada en tan escaso tiempo, es asombroso! ¿Y cuál es su


precio?

El artista solicitó una suma cuantiosa. El comerciante, por su parte, estaba perplejo y
muy indignado.

-¿Tanto tiempo esperando y tanto dinero por un rato de trabajo?

Como única respuesta aquel pintor le pasó al gabinete y le mostró docenas de bocetos
de tigres en todas las posturas, tamaños y colores imaginables. Con una sonrisa le
explicó:

-Durante largos meses he trabajado día y noche en estos diseños para identificarme con
la naturaleza del tigre y alcanzar así la destreza necesaria para pintarlo en cualquier
actitud en pocos minutos. Ahora, pues, he de recibir el precio de mis largos ensayos.

Cfr. J. Ortiz, Mejora tu carácter

La divisa del general

El famoso general Prim, nacido en Reus (1814) y muerto en el atentado de la calle del
Turco (1870), como recuerda la vieja canción infantil, ha pasado a la historia, entre
otros motivos, por el valor y la serenidad que demostró en el campo de batalla. M.
Fernández Almagro, en su Historia política de España contemporánea, emite este
juicio: "héroe de temerario valor en los Castillejos, espíritu sagaz y hábil en la retirada
de México; conspirador sutil y tenaz; tribuno de personal estilo; voluntad flexible,
talento claro; previsor en el cálculo, resuelto en la acción". También podría haber
añadido algo el ilustre historiador sobre la decisión de llegar alto en la milicia, porque
la divisa de D. Juan Prim y Prats decía: "O faja o caja". Es decir, o llego a general (fajín)
o muero en el empeño (el ataúd).

Una mujer muy decidida

Abraham Lincoln, el decimosexto Presidente de los Estados Unidos (1809-1865) tuvo


una esposa que resultó vital para que alcanzara la meta a la que llegó. Mary Todd,
activa y ambiciosa, fue capaz de tirar de aquel abogado de pueblo y hacerlo el hombre
más importante del país.

El caso es que Lincoln padecía serios conflictos sentimentales. Con las mujeres era
tímido y tenía algo así como horror del matrimonio. Le costó comprometerse con Mary,
y en el último momento le dio miedo la boda y no acudió a la ceremonia; o sea, que
como suele decirse, la dejó compuesta. Pero Mary no era de las que se arredran.
Reprimió su indignación, se tragó el amor propio y esperó a que pasara la crisis.
Lincoln estaba con los nervios muy alterados y tuvo que retirarse a descansar. Pasó la
crisis, y Lincoln, todavía melancólico y desilusionado, regresó junto a Mary para
contraer matrimonio con ella.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

Ciega y sordomuda

Uno de los ejemplos más formidables que se pueden poner de tesón lo ofrece, con su
conducta, la célebre Helen Keller (1880-1968), una mujer que, enseguida de nacer, a
causa de una enfermedad, queda ciega y sordomuda de por vida. Ayudada por una
gran maestra, la también famosa Anne Sullivan, consigue aprender a leer y escribir por
el método Braille. Pero con su voluntad férrea, la meta que se traza es lograr hablar. A
base de años de esfuerzos agotadores llega a hacerse entender.

Luego su deseo es ingresar en la Universidad de Radcliffe. En los exámenes


preliminares aprueba todas todas las asignaturas y saca sobresalientes en inglés y
alemán. A pesar de la oposición que encuentra por parte de algún directivo, alcanza su
meta y se gradúa a los veinticuatro años cum laude. Durante cuatro años ha trabajado
de tal modo que sus dedos sangran a fuerza de descifrar escritos en el alfabeto Braille.
Es una persona culta: sabe alemán, francés, latín, griego, las matemáticas superiores,
conoce a los escritores clásicos y modernos, está al corriente de las tendencias políticas
y sociales del momento. ¿Algo más? Sabe montar a caballo, nadar, jugar al ajedrez y a
las damas.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

GENEROSIDAD

Sembrar para los que vendrán después

El sultán sale una mañana rodeado de su fastuosa corte. A poco de salir encuentran un
campesino, que planta afanoso una palmera. El sultán se detiene al verlo y le pregunta
asombrado:

-¡Oh, cheikk (anciano)!, plantas esta palmera y no sabes quiénes comerán su fruto...
muchos años necesita para que madure, y tu vida se acerca a su término.

El anciano lo mira bondadosamente y luego le contesta:

-¡Oh, sultán! Plantaron y comimos; plantemos para que coman.

El sultán se admira de tan grande generosidad y le entrega cien monedas de plata, que
el anciano toma haciendo una zalema, y luego dice:

-¿Has visto, ¡oh, rey!, cuán pronto ha dado fruto la palmera?


C. Toval, Los mejores cuentos juveniles de la Literatura Universal

Comprar con nada

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera cuando, espada en mano, llegó el rey en
su carroza.

-¡Me vendo! -grité.

El rey me cogió de la mano y me dijo:

-Soy poderoso, puedo comprarte.

Pero nada le valió su poderío y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro. Dudó un momento,
y me dijo:

-Soy rico, puedo comprarte.

Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor. Una muchacha gentil apareció
delante de mí, y me dijo:

-Te compro con mi sonrisa.

Pero su sonrisa palideció y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la
sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente. Un niño estaba
sentado en la playa jugando con las conchas. Levantó la cabeza y, como si me
conociera, me dijo:

-Puedo comprarte con nada.

Desde que hice este trato jugando, soy libre.

Rabindranath Tagore, Ofrenda lírica

Sabor a avaricia

Lo cuenta Amin Maalouf en su conocida novela León el africano. Entre Fez y Mequinez
hay una aldea que llaman La Vergüenza. ¿Por qué ese nombre tan poco honroso? Los
habitantes han sido siempre muy avaros, hasta el punto de que las caravanas de
mercaderes procuran pasar de largo.

Una vez el rey de Fez pasó por allí, cuando andaba a la caza de leones, y lo invitaron
con toda su corte. En su honor mataron algunos corderos. Además querían dar prueba
de generosidad y decidieron poner ante su puerta un odre lleno de leche para el
desayuno real. Los habitantes tenían que ordeñar sus cabras y aportar una porción de
leche para el famoso odre, pero cada campesino pensó que si rebajaba su aportación a
base de una buena dosis de agua, tampoco se iba a notar mucho. Al día siguiente, el
rey y su séquito tomaron un líquido transparente que no sabía más que a... avaricia.

Dimisión

La madre de San Juan Bosco, Margarita Occhiena, conocida como "Mamá Margarita",
fue una mujer extraordinaria, que se entregó en cuerpo y alma a ayudar a su hijo en sus
tareas apostólicas y caritativas. Durante años y años fue una verdadera madre para los
cientos de chicos que Don Bosco iba recogiendo y formando. Ante tan grandes trabajos
sólo tuvo un momento de desfallecimiento.

Un día se presentó en la habitación de su hijo para decirle que no podía continuar, que
se volvía a su aldea natal, Becchis, donde quería vivir y morir en paz. Los muchachos
no paraban de hacerle de las suyas; le tiraban por el suelo la ropa recién lavada y
tendida al sol; le había destrozado en sus luchas el huertecillo; rompían la ropa que
llevaban puesta; le quitaban cacerolas y peroles de la cocina para sus juegos... Ya no
podía más. Se iba.

Don Bosco (cfr. Memorias del Oratorio) no apartaba sus ojos de los suyos. La dejó
desahogarse. Luego le tomó las manos, se las juntó y, en silencio, le mostró el crucifijo
pendiente en la pared...

-¡Tienes razón, Juan! Él padeció más que nosotros... No seríamos impacientes si


fuésemos más humildes.

Deshizo el hatillo y continuó en su puesto de madre de la casa hasta el final de sus días.

Una mendiga ofrece su vida

El Beato Josemaría Escrivá, muy en los comienzos del Opus Dei, allá por los primeros
años 30, trabajaba como capellán de las religiosas agustinas recoletas del Patronato de
Santa Isabel. Él acostumbraba a pedir oraciones a muchas personas -sacerdotes,
enfermos...- por una intención suya, que no era otra cosa que la Obra que Dios le había
inspirado el 2 de octubre de 1928.

Cerca de la iglesia del Patronato solía situarse una mendiga para pedir limosna y Don
Josemaría se la encontraba habitualmente. Un día se acercó a ella y, como refirió
muchos años después, le dijo:

-Hija mía, yo no puedo darte oro ni plata; yo, pobre sacerdote de Dios, te doy lo que
tengo: la bendición de Dios Padre Omnipotente. Y te pido que encomiendes mucho
una intención mía, que será para mucha gloria de Dios y bien de las almas. ¡Dale al
Señor todo lo que puedas!

Al poco tiempo dejó de verla. Pero se la acabó encontrando en uno de los hospitales
donde acostumbraba por esa época a prestar servicios materiales y espirituales a los
enfermos.
-Hija mía, ¿qué haces tú aquí, qué te pasa?

Ella le miró sonriente. Estaba gravemente enferma. El sacerdote le indicó que al día
siguiente la encomendaría especialmente en la Misa para que se curara. La mendiga
respondió:

-Padre, ¿cómo no entiende? Usted me dijo que encomendase una cosa que era para
mucha gloria de Dios y que le diera todo lo que pudiera al Señor: le he ofrecido lo que
tengo, mi vida.

Cfr. J.M. Cejas, José María Somoano

GRACIA

Catequesis en la vidriera

En la catedral de Sens puede contemplarse una preciosa vidriera que representa e


ilustra la parábola del buen samaritano. Podría servir para llevar allá a los niños y
darles la oportuna catequesis en torno a la caída y a la redención. Emilio Mâle explica
el contenido en su libro sobre El arte religioso en el siglo XIII en Francia (cfr. Ch.
Journet, Charlas acerca de la gracia). Se trata de una interpretación de la parábola muy
del gusto de los Padres de la Iglesia, como, por ejemplo, San Agustín.

En lo alto, una ciudad luminosa; es Jerusalén, la ciudad de la paz; el paraíso terrenal.

Después, bajando, tres cuadros inclinados como rombos, uno debajo de otro. En el
primero, un hombre ha sido derribado por unos ladrones que le dan estacazos: "Bajaba
un hombre de Jerusalén (ciudad de paz) a Jericó (pueblo de placeres, de corrupción)".
Los ladrones le atacan, le roban el oro que lleva (la gracia), su plata (los dones
preternaturales) y le dejan herido.

En el segundo cuadro, el pobre hombre está extendido, inánime: el sacerdote y el levita


que pasan de largo, son la ley mosaica, incapaz de curarlo.

En el tercero, el buen samaritano, Jesús: Ha cargado al hombre sobre su caballo para


llevarlo a la hospedería. Volverá al fin del mundo para retribuir al hospedero.

Ahí está la fuerza

A la Madre Teresa de Calcuta siempre la recordaremos tan menudita, tan frágil, tan
arrugadita... Pero uno se pregunta de dónde sacó aquella mujer tanta fuerza para
acometer empresas como las que ella sacó adelante. Se lo preguntó de hecho una
periodista, y su explicación fue así de sencilla:

-Mi fuerza es la alegría de haber conocido a Jesucristo.

HUMILDAD

"Tú no eres"
Santa Catalina de Siena fue favorecida por Dios con muchos dones sobrenaturales,
como es de sobra sabido. Pero hay una enseñanza que Dios le da desde muy temprano
y que será como sólido cimiento de su vida cristiana y base sobre la que situar
cualquier don extraordinario, y es lo que Cristo le hace saber un día:

-¿Sabes, hija, quién eres tú y quién soy yo?

La respuesta viene a continuación y es inolvidable:

-Tú eres la que no es; y Yo, el que soy. Si tuvieres en el alma tal conocimiento, el
enemigo no podrá engañarte y escaparás de todas sus insidias y adquirirás sin
dificultad toda gracia, verdad y luz.

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

El patinazo del científico

Realmente sorprende, pero así lo encontramos en el libro de J. Marqués Suriñach, el


Valor de los defectos ajenos, y merece la pena reseñarlo. Protagoniza esta historia el
gran Isaac Newton (1642-1727), científico que no necesita mayores presentaciones.
Debido a su amor por los animales, mantenía en su casa londinense dos gatos, uno
grande y otro pequeño. Con el deseo de que pudieran los dos "mininos" tomarse un
respiro por el jardín, que también tenían su derecho a disfrutar un poco del aire libre,
pidió a un carpintero que practicara en la puerta de la casa dos agujeros, uno grande y
otro pequeño, de forma y manera que cada gato estuviera en condiciones de salir por
donde mejor le conviniere.

El carpintero se quedó bastante perplejo y no sabía si callar o decir algo. No se atrevía.


El mismo Newton observó esa vacilación y animó al carpintero:

-Venga, diga lo que tenga que decir. ¿Qué inconveniente ve usted?

Con timidez, el buen hombre se dirigió al gran sabio:

-A mí me parece que con un solo agujero grande habría bastante, porque por él
podrían pasar el grande y el pequeño.

Lo estupendo de este asunto es que Newton no se molestó lo más mínimo. Reconoció


su error -su despiste- y pidió al carpintero que hiciera lo que debía, agradeciéndole la
sinceridad.

Un filósofo modesto

Algo se ha hablado ya de Henri Bergson (v. "Fe", anécdota nº 133). El gran filósofo
francés gozó de un prestigio mítico entre los ambientes cultos; no sólo los estrictamente
filosóficos o científicos. Formaba parte de le tout Paris, y sus conferencias constituían
un verdadero acontecimiento social. Pero a Bergson no le hacía feliz ese éxito. Le
molestaba ser considerado como escritor u orador brillante. Se cuenta que un día, a la
salida de una conferencia, una dama le felicitó con estas palabras:
-¡Maestro! ¡Cuánto me ha hecho usted pensar!

A lo que él contesto:

-Le suplico, señora, que me perdone...

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

Flexibilidad

Cuentan, como historia graciosa, que en un monasterio moría monje tras monje a causa
de una epidemia inexplicable. El médico había investigado la dieta alimenticia de la
comunidad y realmente era de un sobrio que espantaba: albondigón y berzas por toda
comida. Bueno, como alguna dieta había que imponer para atajar el mal, el médico
aconsejó que se suprimiera el albondigón, y eso es lo que propuso al abad: en adelante
y por una temporadita, sólo las modestas y poco nutritivas berzas.

El caso es que el buen abad consultó a la comunidad qué les parecía el plan del doctor.
Después de unas pacíficas deliberaciones, los monjes respondieron a su superior de
esta manera: "Que siga el albondigón y... ¡que caiga el que caiga!"

El lema "antes romperme que doblarme" (frangar, non flectar) es válido para cuestiones
referentes a la fe y a los principios morales, y para algunas -pocas- cosas más. En casi
todo podemos ser flexibles, y muchas veces es lo mejor que podemos hacer. El "caiga
quien caiga" y "de aquí no me muevo", no suele ser la solución ideal.

Una buena plegaria

Proviene de una monja que poseyó mucho sentido común y no menos sentido
sobrenatural. Redactó una oración en la que solicitaba del Señor lo siguiente: "Señor, tú
sabes mejor que yo que me estoy haciendo vieja y que un día, pronto, yo estaré
incluida entre los ancianos. Guárdame del fatal hábito de creer que yo tengo algo que
decir a propósito de todo y en toda ocasión. Líbrame del obsesivo deseo de poner en
orden los asuntos de los demás".

Continuaba expresando otros deseos todos muy encomiables, y luego decía: "No me
atrevo a reclamar que me des mejor memoria, pero sí que me des una creciente
humildad y menos presunción cuando mi memoria se enfrente con la de los demás".

Sólo queda hacer propia esta plegaria y terminar así : "Amén".

Caridad discreta

Se encuentra enferma, toda hinchada, incapaz de salir de casa, pero sabe que hay una
mujer viuda pobrísima, que tienen niñas y niños que saciar. Santa Catalina de Siena
hace un gran esfuerzo, se levanta y, cuando aún no ha amanecido y en su casa
duermen todos, sale con comida para aquella familia. De repente se siente ligera, pero
según avanza cada vez se le hace más pesada la carga de las provisiones y de la
enfermedad, hasta el punto de parecerle que ya no va a poder seguir adelante. Logra
llegar al tugurio arrastrándose como puede, descarga los víveres e intenta marcharse
sin que se enteren, pero hace ruido sin querer y despierta a la mísera ama de casa.
Catalina quiere huir y no tiene fuerzas. Entonces, se queja filialmente al Señor:

-¿Quieres hacer saber mis tonterías a cuantos hay aquí?

Luego ordena al cuerpo hacer un nuevo esfuerzo:

-¡Camina, aunque tengas que morir!

Casi a cuatro patas se arrastra fuera, pero la beneficiada logra reconocerla

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

Fino olfato

La santidad auténtica arma poca bulla, es silenciosa, es discreta. Quién iba a pensar en
el "huracán de gloria" que aguardaba a Teresa de Lisieux en la Iglesia... Dos monjas de
su convento habían dicho, cuando ella vivía y pudo incluso oírlas, lo siguiente: "Es
muy buena, pero la madre priora se verá en un apuro para escribir algo cuando muera,
porque nada ha hecho digno de ser contado". ¡Que Dios os conserve el olfato!

Que no me toquen la honrilla

F. Díaz Plaja (El español y los siete pecados capitales) cuenta dos chascarrillos para
ejemplificar lo dados que somos los hispanos a picarnos por asuntos de amor propio.

Había en un avión un grupo de soldados de diversas nacionalidades preparados para


hacer el primer salto en paracaídas de su vida. A todos les bastó un breve arenga de
sus respectivos oficiales, en la que se apelaba al amor patrio, para lanzarse al vacío sin
mayores problemas. Pero el hispano "no estaba por la labor"; de nada valía recurrir a
esos argumentos; se negaba rotundamente a tirarse. Hasta que el oficial dijo con tono
despectivo:

-A ti lo que te pasa es que eres un cobarde.

-¿Cobarde yo? -se mosqueó el soldado-. Pues ahora verás. Me tiro sin paracaídas.

Y se arrojó al vacío tal cual.

Como haya testigos...

El siguiente chascarrillo habla de la serenidad y entereza con que puede el hispano


afrontar la muerte cuando hay testigos, por aquello de que no vayan a decir que uno...,
y para chulo, yo..., y no vayan a pensar que me asusto por cualquier cosa... Gente que
ha hecho espectáculo ante el pelotón de fusilamiento, hasta con guasas, no ha faltado
en la última guerra civil.

Hubo uno que interrumpió al pelotón que lo iba a ejecutar, cuando ya apuntaban,
dando muestras de querer decir algo. El oficial preguntó qué quería, y el condenado
ironizó:
-No, sólo advertirle que el tercer fusil empezando por la derecha, tiene un taco en el
cañón y puede ocurrir una desgracia.

Un poco de objetividad

El rey Jorge V de Inglaterra (1865-1936) se daba un paseo por un lugar donde en otra
época -en el siglo XVII- el famoso Oliver Cromwell había combatido una importante
batalla. Y, andando por allí, se encontró con el herrero del pueblo. El monarca le
preguntó muy amigablemente:

-Oígame, buen hombre, me han dicho que por estos lugares ha habido una gran
batalla...

El herrero contestó a esa curiosidad real con una acento algo entrecortado por el apuro
que sentía:

-Es verdad, Majestad, el carpintero y yo nos hemos dado algunos puñetazos hace unos
días. Pero no podía imaginar que esta pelea hubiera llegado a los oídos del rey.

Cada uno es hijo de sus obras

El general Junot, duque de Abrantes (1771-1813) intervino en las campañas de


Napoleón en Italia y en Egipto. Recibió el mando de las tropas de Portugal (1807). A
este bravo soldado Napoleón no sólo lo elevó jovencísimo al generalato, sino que le dio
el título nobiliario arriba señalado. Un día, cierto aristócrata del antiguo régimen le
preguntó impertinentemente por sus antepasados, y Junot respondió con no menor
altivez:

-¡Yo soy mi antepasado!

Mucho que declarar

El escritor Oscar Wilde era hombre de gran ingenio y además le encantaba ejercer de
ingenioso; así se explica que solía tener frases originales para "dar y tomar". Por ese
motivo también le han adjudicado la autoría de bastantes que realmente no fueron
suyas.

Una vez en la aduana de Estados Unidos le preguntaron:

-¿Algo que declarar?

Y Wilde se limitó a contestar:

-Sólo mi talento.

Dar coba

Parece ser que Juan Pablo II, con ocasión de visitar una parroquia romana, participó
con unos ancianos en una partida de bolos. Éste no es juego conocido en Polonia, así
que el Romano Pontífice no andaba muy ducho en la materia. Cuando le invitaron a
hacer una tirada, el Papa aceptó, aun a sabiendas de que iba a fracasar, pero la cosa era
dar gusto a aquellos buenos hombres. En efecto, lo hizo fatal. La bola iba por todos los
sitios menos por donde debía discurrir. Los presentes, a pesar de todo, aplaudieron con
entusiasmo. El Papa, burlón, se dio media vuelta diciendo:

-¡No den coba al Papa! Espero y deseo que ustedes jueguen mejor.

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Reinar y servir

Pregunta Pilar Urbano a la Reina de España sobre la dignidad regia: ¿es más digno un
rey que cualquier hombre?

Responde Doña Sofía:

-No. La dignidad humana es lo principal. Y ésa la tenemos todos. Si uno la pierde,


entonces está perdido. Lo mismo da que sea rey... que sea un pordiosero de la calle.
Pero hay una dignidad regia, que no es un esnobismo, sino una responsabilidad. ¿Qué
es eso?, me preguntas. Es renunciar, siempre, siempre, siempre, a tu interés propio, por
el interés general, Para mí, como reina, lo de los demás tiene que ser más importante
que lo mío (...). Te obliga al servicio y te obliga al sacrificio. Y si una persona quiere
reinar, ha de estar dispuesta a servir y a sacrificarse, y a pensar muy poco en una
misma, en uno mismo...

Cfr. P. Urbano, La Reina

No quería ser llamado Fundador

San Felipe Neri padeció en su casa de San Girolamo, en Roma, treinta años de malos
tratos por parte de algunos, pero no quería abandonarla ni ir al nuevo oratorio de la
Chiesa Nuova, por él fundado, donde vivían sus queridos hijos, que, lógicamente, le
invitaban a retirarse allí con ellos. Todo esto según el relato de San Alfonso Mª de
Ligorio, en Práctica de amor a Jesucristo.

¿Por qué se resistía al cambio de alojamiento? Porque no quería ser llamado Fundador
ni quería apartarse de un lugar donde podía alcanzar muchos méritos ante Dios. Y los
alcanzó sin duda.

Anotaciones para el futuro

Juan XXIII, Ángel José Roncalli (1881-1963), estudió en el Seminario Episcopal de


Bérgamo, ciudad cercana al lugar de su nacimiento, el pueblo de Sotto-il-Monte.
Cuando le llegó el momento de recibir la ordenación de diácono, en los Ejercicios
espirituales preparatorios, escribió una serie de reflexiones, que se encuentran
recogidas en el Diario de un alma. Primero fija la mirada en Cristo: "Jesús calumniado
como seductor, tachado de ignorante, falseadas sus doctrinas, expuesto a los escarnios
y a las burlas de todos, calla humildemente, no confunde a sus calumniadores, se deja
golpear, escupir en el rostro, azotar, tratar como loco, y no pierde su serenidad, no
rompe su silencio." Y ahora concreta sus propósitos, a la vista del ejemplo del Maestro:
"Yo, pues, permitiré que se diga de mí cuanto se quiera, que se me relegue al último
puesto, que se echen a mala parte mis palabras y mis obras, sin dar explicaciones, sin
buscar excusas, antes bien aceptando gozosamente los reproches que pudieran
venirme de los superiores, sin decir palabra"

Martirio en la sombra

Santa Rafaela María Porras, una de las fundadoras del Instituto de las Esclavas del
Sagrado Corazón de Jesús, fue desposeía de sus cargos por algunas religiosas de su
Congregación, tras haber estado al frente del Instituto, como Fundadora y Superiora
General, por espacio de dieciséis años. Para echarla, alegaron que se había vuelto loca.
Santa Rafaela vivió en esta situación dolorosa hasta el día de su muerte, sin
rehabilitación de ningún género. Según palabras de Pío XII en el día de su
Beatificación, fueron treinta y dos años de "aniquilación progresiva y de martirio en la
sombra".

Según su director espiritual, que ignoraba que la Madre Rafaela fuera la Fundadora,
conservó siempre ante estas contradicciones, una "serenidad de espíritu, manifestada
en su mirada límpida y en la característica sonrisa en sus labios".

No hubo en ella movimiento alguno de crítica. Es más; escribe a una religiosa esta
palabras: "Yo bendigo cada día más mi inutilidad; ojalá que acabe de lograr que nadie
se acuerde de mí".

Cfr. J.M. Cejas, Piedras de escándalo

San Juan de Ávila en Écija

Allá donde iba, San Juan de Ávila hacía que las iglesias acabaran por llenarse con el
deseo de las gentes de oír su predicación. A veces sus sermones tenían que celebrarse
en las plazas públicas.

En Écija se fue todo el mundo a escucharle a una iglesia de las afueras cuando
predicaba en la iglesia mayor otro clérigo. Por la tarde, éste último, que estaba
francamente dolido en su amor propio, se encontró con el P. Maestro Juan de Ávila en
una plaza y se fue hacia él como un león profiriendo todo tipo de improperios; le
llamaba ante todo el mundo "hipócrita, fingido, engañador y alborotador del pueblo",
según narra la Historia de Córdoba de Alonso García de Morales. El Santo se arrojó a
sus pies, pidiéndole perdón con lágrimas y disculpándose, mientras que el otro, a la
vista de todos, se aprovechó de esa situación de verlo humillado a sus pies y le dio una
bofetada. De nada se quejó Juan de Ávila.

No era vanidoso

¿Quién no habrá leído alguno de sus cuentos? Los hay tan universales como Pulgarcito
o El Patito feo... Hans Christian Andersen, el escritor danés, triunfó en la literatura
cuando se decidió a escribir cuentos para niños, y conquistó el mundo. Conoció a los
más grandes artistas, compositores y poetas. Los reyes y los duques le recibían en sus
cortes y residencias. Pero no se le subió la fama a la cabeza. Un día escribió: "Cierto es,
en efecto, que he llegado a ser el danés más famoso de estos tiempos... pero puedo
decir que hay momentos en que me humillo y lloro. Al ser ensalzado, me doy cuenta
que cuán indigno soy de las gracias que Nuestro Señor me ha concedido".

Cfr. VV.A.A., Forjadores del mundo contemporáneo

Se sentía indigno

El futuro Clemente XI, Giovanni Francesco Albani, fue promovido Cardenal por
Alejandro VIII el 13 de febrero de 1690. El nombramiento fue curioso. Tres días antes
del consistorio, el Papa le llamó para que le pusiese por escrito el discurso que debía
leer a los cardenales; al pie del texto el Romano Pontífice le dictó los nombres de los
cardenales que iban a ser promovidos, y, después del undécimo, el Papa dijo:

-Escribe el duodécimo.

-¿Quién es?

-¡Cómo!, ¿no sabes acaso escribir tu nombre?

El bueno de Albani se postró de rodillas y suplicó, para bien de la Iglesia, que fuese
nombrado otro más digno que él, cosa que Alejandro VIII no aceptó, sencillamente
porque le parecía el mejor.

Pasados los años (el año 1700) fue elegido Albani por unanimidad Papa a la muerte de
Inocencio XII. Tanto le impresionó la elección que se puso enfermo. Se retiró a su celda
y estuvo durante tres días insistiendo en la negativa de aceptar el nombramiento.
Todavía pidió a cuatro excelentes religiosos que dictaminasen si él estaba obligado en
conciencia a aceptar la tiara pontificia, porque estaba convencido de su indignidad, y
los cuatro se inclinaron porque debía echar sobre sus espaldas la carga que se le
confiaba.

Una frase famosa suya, que indica su gran caridad para con todos: "Vengarse del
enemigo haciéndole el bien, es vengarse de una manera divina".

Cfr. C. Castiglioni, Historia de los Papas

IGLESIA

No es tan fácil

No cabe duda de que el "elemento humano" de la Iglesia deja, a veces, algo que desear;
o dejamos algo que desear, para ser más precisos. Pero los errores y pecados de los
hombres no ensombrecen su carácter sobrenatural. Quizás sucede lo contrario: ponen
más de relieve que, a pesar de los pesares, la barca de Pedro supera tempestades y
vence temporales que parecían hundirla.

Se cuenta que una vez llamó Napoleón en su época de mayor esplendor a palacio al
Nuncio del Papa en Francia. Durante la entrevista el Emperador dejó caer de modo
muy fino, con una suave sonrisa en los labios:
-Monseñor, si el Papa no cede en este negocio que tanto me interesa, creo que va a
tener que pensar en un nueva Iglesia.

El otro tenía a sus espaldas varios siglos de diplomacia vaticana, así que no se
descompuso, y con la misma suavidad e ironía, respondió:

-Señor, puede ser una empresa ardua destruir la Iglesia. Incluso para nosotros, los
Obispos, sería difícil conseguirlo...

"A pesar de los pesares"

El Beato Josemaría Escrivá llegó a Roma por vez primera en 1946, y ya prácticamente
residió allí hasta el final de su vida. Le gustaba acercarse a la plaza de San Pedro -vivía
al principio a dos pasos de ella- y rezar un Credo de cara a la basílica, para reafirmar su
fe inquebrantable. Cuando llegaba a la frase "Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia
Católica", intercalaba y repetía tres veces: "Creo en mi Madre, la Iglesia Romana",
continuaba con "una, santa, católica, apostólica", y finalizaba con algo más "de su
cosecha": "a pesar de los pesares".

Un día de 1948 habló a Monseñor Tardini -futuro Secretario de Estado- de esa devoción
suya. Y Tardini preguntó, algo sorprendido, qué significaba ese malgrado tutto, que es
la traducción al italiano del castizo "a pesar de los pesares".

-A pesar de su errores personales y de los míos.

Quería decir con esto que tantas flaquezas y miserias humanas no le inclinaban a amar
menos a la Iglesia y a creer tampoco menos en su carácter sobrenatural. Seguramente
su estancia en Roma ya le había dado oportunidad de palpar errores y limitaciones en
los mismos hombres que tenían que regir los destinos eclesiales desde el centro mismo
de la cristiandad.

INFIERNO

Menos mal

Si la esencia del Cielo es la contemplación directa de Dios, sin intermediarios, en visión


intuitiva, y esa posesión produce en el bienaventurado una dicha inimaginable, la
mayor pena del condenado será precisamente la pérdida de tan alto bien y el darse
cuenta del propio fracaso: haber nacido para la felicidad y quedarse en la total
frustración.

Una mujer devota preguntaba a cierto sacerdote si el Infierno sería tal como las
descripciones de tipo popular han gustado pintarlo: llamaradas, diablos que pinchan a
los condenados con largos tenedores, calderas de aceite hirviendo...

El sacerdote trató de explicarle que lo más grave es perder a Dios, no gozar de la


presencia del Señor. La mujeruca suspiró con alivio, como quien se quita un enorme
peso de encima:

-Ah, menos mal, menos mal.


Lo simbólico

En la conocida novela de Leopoldo Alas "Clarín", La Regenta, hay un momento en que


la protagonista, Ana Ozores, conocida popularmente como la Regenta, se empeña en
intentar que su marido sea hombre más fervoroso en el terreno de la religión. Lo cierto
que D. Víctor Quintanar es buena persona, honrado, amante de la caza y de los
inventos curiosos, aficionado al teatro, actor frustrado, pero no destaca como cristiano,
porque en cuanto a creencias es sólo un cumplidor discreto.

La Regenta tiene la iniciativa de recordarle las penas del Infierno, aunque ve que no es
ése el sistema ideal de hacer progresar al marido, y Quintanar "se defiende"
sosteniendo que lo del fuego hay que entenderlo en un sentido no material sino
simbólico:

-No es de fe -repetía-, en mi opinión, creer que ese fuego es físico, material; es un


símbolo, el símbolo del remordimiento.

Y el autor comenta con un poco de ironía que algo le tranquilizaba al buen hombre, en
el caso de no salvarse, eso de que a uno le tuesten sólo con símbolos...

JESUCRISTO

La mejor elección

Dicen que un día Santo Tomás de Aquino, en la soledad de la iglesia de Santo


Domingo en Nápoles, recibió una invitación de un Cristo esculpido que le indicaba que
podía pedirle cualquier cosa, lo que quisiera, cualquier recompensa de este mundo.

Y comenta G. K. Chesterton, en su biografía del Santo, que no nos lo imaginamos


pidiendo dinero, o la corona de Sicilia, ni un barrilito de vino añejo; en todo caso, sí, un
manuscrito perdido de San Juan Crisóstomo, o la solución de un gran problema
teológico, o mayor inteligencia... Pero, no; Santo Tomás se limitó a decir:

-Elijo a Vos mismo.

Así lo veía el pequeño

Cuenta una joven madre de familia numerosa (cfr. Escritos "Arvo", junio de 1995) la
pregunta de uno de sus hijos, Javi, de cinco años:

-Mamá, ¿cómo entró Jesús en el seno de la Virgen?

Ella comenzó a pensar cómo se lo explicaría, pero ya se le adelantó el pequeño:

-Ya lo sé yo: entró Dios en el seno de la Virgen y dijo: ¡Ahora me convierto en Niño!

Mirar y más mirar

Se cuenta de un gran científico de la universidad de Harvard (Luis Agassiz, de origen


suizo) de los mejores en el terreno de la biología, que para la formación de sus
discípulos acudía al siguiente expediente: entregaba al que acudía a él un pez y le
pedía que lo mirara con mucha atención, durante media hora o una hora entera.
Después le exigía que le describiera con detenimiento lo que había observado. Cuando
el discípulo creía que ya había descrito todo lo que se podía de aquel animal, el
maestro insistía:

-Mire, ni siquiera ha visto usted el pez. Tómese un buen rato y siga observándolo.
Luego hablaremos de nuevo.

Era el modo que tenía de conseguir que sus alumnos tuvieran un bien desarrollado
espíritu de observación, cosa importante para un investigador de la naturaleza. La
práctica saca maestros.

Para imitar a Cristo, e incluso identificarse con Él, lo primero es conocerlo bien, a
fondo. Mirar y más mirar el Santo Evangelio. ¡Si tuviéramos mejores dotes de
observación!

Nochebuena

Me sorprendió muy agradablemente. Escuchaba un día de Navidad la homilía de un


sacerdote a los niños de la parroquia, que escuchaban con la boca abierta; el oficiante se
había arrancado con el relato de una leyenda procedente del lejano Egipto. Les contaba
que en aquel país se celebra una fiesta anual, muy solemne y esperada, titulada "La
noche de la gotita de agua".

No sé si sabré reproducirla fielmente. Venía a decir, más o menos, que el origen de la


fiesta, siempre según la antigua leyenda, procede de que una misteriosa noche de junio
cayó desde el cielo, del ala de un arcángel, una gotita de agua en la fuentes ocultas del
Nilo. Y esta gotita santa hizo crecer tanto el río que sus aguas saltaron por las riberas y
llevaron hasta las tierras lejanas, caldeadas por el sol, un limo fertilizante del que nació
una cosecha muy superior a la habitual; algo así como cien veces superior. Las gentes
en esa noche, que consideran santa, corren hacia la ribera del Nilo, sacan agua y la
llevan con sumo cuidado a su casa, pues esa agua tiene fuerza curativa, según creen, y
puede incluso preservar de la muerte.

¿Adónde quería llegar el buen sacerdote? Pues a que existe una noche, la más
maravillosa de la historia humana, una noche santa y silenciosa, en que bajó del Cielo
algo así como una gotita de amor misericordioso desde el corazón del Padre celestial, y
cayó sobre la miseria de la tierra y la fecundó de un modo prodigioso, transformando
muchos yermos en lugares muy floridos. Esto ocurrió en Belén de Judá, en la primera
noche de Navidad, y quien había descendido de los alto era nuestro buen Jesús.

En una visión

Hellmut Laun, hombre de empresa de origen alemán, ha narrado su conversión e


ingreso en la Iglesia Católica -año 1937- en un excelente libro: Cómo encontré a Dios.

Un interesante suceso de su vida se sitúa después de la conversión, durante un sueño


que dejó en él un rastro indeleble. Sentía que su alma estaba prisionera en una
mazmorra de altos y macizos muros. Había una ventana que daba al exterior, pero
protegida por fuertes rejas de hierro. Ansiaba la libertad, pero veía imposible cualquier
evasión de aquel lugar. Su situación se volvía cada vez más desesperanzada y
aterradora. Apretaba el rostro contra los barrotes de la ventana con ansias de liberación
y, sin embargo, todo esfuerzo era inútil. Se ahogaba por momentos.

En medio de la angustia, miró hacia arriba y, aunque al principio no acababa de


creérselo, terminó por convencerse de que allá en el techo había una abertura que
facilitaba la libertad. Comenzó a luchar por salir por aquella brecha, e inmediatamente
comprendió que la abertura era Cristo. No oyó palabra alguna, ni vio tampoco ninguna
figura, pero sabía con certeza inefable que la solución de su vida estaba en la frase del
Evangelio: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida". Este es más o menos su testimonio
de aquella experiencia.

JUICIO

El temor del rey

El 29 de marzo de 1621, a la edad de tan sólo 43 años, entrega su alma el rey Felipe III,
el monarca más poderoso de su tiempo, cuando en el imperio español todavía "no se
ponía el sol".

Una horas antes de morir hizo llamar a su hijo primogénito para que el penoso
espectáculo le sirviese de lección inolvidable. Advirtió a los servidores que le
alumbrasen con candelabros e indicó que el futuro Felipe IV se acercase al lecho:

-Te he llamado para que veas en que acaba todo.

En sus últimos momentos la obsesión del rey eran sus posibles pecados de omisión, y
repetía una y otra vez:

-Oh, quién no hubiera reinado... Quién no hubiera reinado.

No le preocupaba tanto la muerte cuanto la cuenta que daría después, y, sin embargo,
no fue hombre que tuviera mucho de que arrepentirse, pues llevó una vida recta y en
lo religioso su conducta también fue ejemplar.

Cfr. J. A. Vallejo-Nágera, Perfiles humanos

LIBERTAD

Se abre desde dentro

El nombre de William Holman Hunt, junto a los de Rossetti y Milais, va unido a la


fundación del llamado movimiento prerrafaelista. Este notable pintor inglés (1827-
1910) realizó un hermoso cuadro en el que aparecía Jesucristo llamando a la puerta de
una casa. Un día pidió a un grupo de artistas que examinaran el lienzo y vieran si había
algún error en él. Sólo hubo uno que dio en el clavo:

-A la puerta le falta el pomo.


Y era ésa precisamente la intención de Hunt; ése era el efecto que deseaba producir en
quien contemplara el cuadro, porque pasó a explicar:

-Cuando Cristo llama a la puerta de un corazón, ésta sólo puede abrirse desde dentro.

Lo dice bien claro el Apocalipsis: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo" (4,20).

Saber "apechugar"

Ser libres equivale a poder responder de nuestros actos, supone ser responsables.
Cierto es que somos más dados a reclamar libertades que a dar la cara ante las
consecuencias negativas de la propia conducta.

Contaba un antiguo profesor de colegio de enseñanza que un día tenía la tutoría con
un chaval. Éste había suspendido todo y no se mostraba dispuesto a enseñar las notas a
su padre.

-Oye, tienes que apechugar -aconsejaba el tutor.

El crío miraba fijo el boletín de notas, reconcentrado en los suspensos, como si tratara
de resolver un difícil enigma allí mismo oculto. Por fin levantó la cabeza y habló:

-Verá, profesor. Cuando a mi padre, al prepararse el desayuno, se le derrama la leche


porque no ha estado atento a la cocina, me dice: "corre, coge un trapo y limpia antes de
que lo vea tu madre". Pues si él no apechuga, yo tampoco apechugo.

Un tipo peligroso

A finales de los años 80 tuvieron lugar en este país un conjunto de disturbios


promovidos por estudiantes, con serios destrozos y con enfrentamientos callejeros a las
fuerzas de orden público. Por aquel entonces se hizo famoso un personaje llamado Jon
Manteca, o también, "el cojo" Manteca, individuo que se especializó en atacar con la
muleta -y no precisamente de torear- señales de tráfico y cabinas telefónicas. Su imagen
destructora dio la vuelta al mundo, saliendo incluso en primera página del "Herald
Tribune". Le entrevistaron en una revista y reconoció que nada le importaba la protesta
estudiantil, ni sabía qué pedían los estudiantes:

-Yo fui allí a liarla (...). A mí lo que me gusta es tirar piedras.

LUCHA ASCÉTICA

Buena señal

El conocido escritor José Luis Olaizola, premio Nadal en 1982 con La guerra del general
Escobar, y autor de numerosas novelas y de cuentos para niños, relata con el buen
humor que le caracteriza cómo le fue con la primera novela que llegó a publicarse: A
nivel de presidencia. La había enviado a varias editoriales -es de suponer que con la
ilusión del primerizo- y todas se la devolvieron. Entonces -relata- se acordó de haber
leído que a los grandes escritores les había ocurrido lo mismo, así que decidió que
aquello era buena señal. Fácil es deducir -de lo contrario, quizás, habría terminado allí
su carrera literaria- que siguió peleando hasta que logró que alguien la quisiera
publicar.

Cfr. J. L. Olaizola, Un escritor en busca de Dios

Semillas para hacerlas fructificar

Cuentan que un joven paseaba una vez por una ciudad desconocida, cuando, de
pronto, se encontró con un comercio sobre cuya marquesina se leía un extraño rótulo:
"La Felicidad". Al entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban
eran ángeles. Y, medio asustado, se acercó a uno de ellos y le preguntó:

-Por favor, ¿qué venden aquí ustedes?

-¿Aquí? -Respondió el ángel-. Aquí vendemos absolutamente todo.

-¡Ah! -Dijo asombrado el joven -. Sírvanme entonces el fin de todas las guerras del
mundo; muchas toneladas de amor entre los hombres; una gran bidón de comprensión
entre las familias; más tiempo de los padres para jugar con los hijos...

Y así prosiguió hasta que el ángel, muy respetuoso, le cortó la palabra y le dijo:

-Perdone usted, señor. Creo que no me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos,
sino semillas.

J. L. Martín Descalzo, Razones para vivir

Todo es corregible

Existe en la lengua castellana un curioso dicho que reza así: "Hijo, Andrés,
embúdamelo otra vez". Si hacemos caso de los expertos, en el origen de la frase hay
una historia bien concreta. Había un marido que tenía una mujer muy aficionada a la
bebida. Cansado ya de contemplar tal vicio, un día la amenazó con aplicarle un
correctivo eficaz.. Y como la esposa volviera a las andadas, pasó de los dichos a los
hechos. Tomó una media arroba de vino, puso un embudo en la boca de la consorte, y
se lo trasvasó entero. Al despertar la mujer de la "melopea", ante la sorpresa del
marido, exclamó muy complacida:

-Hijo, Andrés, embúdamelo otra vez.

Esta historia pretende defender que no hay nada que hacer si nos encontramos ante
vicios arraigados. Pero la verdad es muy distinta y bastante esperanzadora. Con
ilusión y esfuerzo, y contando con la gracia de Dios, hasta el vicio más profundo se va
poco a poco rectificando

Sabía soslayar la dificultad

Me lo contaron unos padres. La anécdota es ingenua, infantil, pero simpática y, en


cierto modo, aleccionadora. Uno de sus hijos -un crío- era incapaz de pronunciar el
sonido "jota", cosa que les suele pasar a los que no han aprendido el castellano de
pequeños e, incluso, a algunos que lo tienen como lengua materna -éste era el caso-,
pero que están incapacitados, vaya usted a saber por qué, para dar ese sonido. El
chavalín, por las noches rezaba el Avemaría y, ante el problema que le suponía decir
"mujeres", había cambiado la fórmula de la oración y decía: "bendita tú eres entre todas
las señoras".

Me hizo gracia. Luego he pensado que a eso se llama saber superar la dificultad -no
rendirse ante ella, tener cintura- y pasar por encima de cualquier respeto humano, sin
plantearse mayores problemas.

Imaginaciones

A veces ocurre que las dificultades que encontramos en nuestro camino son más fruto
de la imaginación que obstáculos reales.

Víctor Frankl, el gran psiquiatra vienés fallecido en octubre de 1997, especialmente


famoso por el tratamiento llamado "Logoterapia" (curación por la palabra), donde tanta
importancia se da al sentido de la vida, pues está convencido de que muchas neurosis
tienen su origen en una pérdida de sentido vital, narra una simpática anécdota
ocurrida con una paciente bastante hipocondríaca a la que trataba de convencer de que
no tenía nada.

La mujer, que había visto por el rabillo del ojo algo del contenido de su historial clínico,
decía:

-Ah, no, doctor, yo estoy muy enferma. Además he podido ver el diagnóstico de mi
enfermedad: un "corpulmo".

Frankl dio un respingo, comprendiendo al instante de dónde había surgido esa nueva
"enfermedad", desconocida para la ciencia hasta ese mismo momento.

-¿Vio usted si, además, ponía s. h.?

-¡Sí, sí!

-Pues eso quiere decir que la exploración corazón-pulmones (¡el famoso "corpulmo"!)
ha dado normal: "sin hallazgo" (s. h.).

Ojo, querido lector, que todos estamos expuestos a preocuparnos por unos "corpulmos"
que son tan "fieros" como los molinos de viento de Don Quijote.

No hay que perder la ilusión

Allá por la Edad Media se afanaron algunos alquimistas por dar con algo que nunca ha
existido y se ha dado en llamar la "piedra filosofal"; se trataría de una materia capaz de
producir el efecto maravilloso de convertir en oro cualquier metal por simple contacto,
o sea, una ganga.
Se habla de cierto sabio que andaba a la búsqueda de esa maravilla. El buen hombre
había decidido recorrer el mundo entero con una cadena que tocaría constantemente el
suelo; toda sería cuestión de tener los ojos bien abiertos para comprobar en qué lugar la
cadena se habría transformado en oro puro, porque malo sería que no acertase alguna
vez con la dichosa piedra.

Pero, mira por dónde, que el alquimista acabó por cansarse y ya rara vez comprobaba
el estado de la cadena; le faltaba constancia y, con el planteamiento que se había hecho,
no cabe duda de que la necesitaba en grandes dosis. Una noche se dio cuenta de que la
cadena estaba convertida en el preciado y ambicionado metal, pero él no era capaz de
saber dónde ni cuándo se había topado con el objeto de su interés; lo había encontrado,
pero lo había perdido...

El rey franco Clodoveo

Muy famosa es la frase del rey franco Clodoveo, convertido al cristianismo por influjo
de su esposa Santa Clotilde allá por el año 596 de nuestra era, cuando le leían la Pasión
del Señor y se le saltaban las lágrimas:

-¡Ah, si llego a estar allí yo con mis francos!

Son palabras conmovedoras, de gran sinceridad y de auténtico afecto hacia el Señor,


que se entienden muy bien en un hombre que era en cierto modo como un niño, lleno
de sencillez, de la sencillez de quien se acaba de convertir. Pero ahora, en lo que a
nosotros se refiere, pueden sonar a una invitación a luchar contra todo aquello que nos
aparta de Jesucristo, contra todo aquello que se presente como enemigo del Señor en
nuestra propia vida.

MATRIMONIO Y FAMILIA

Ojillos de terciopelo

Son muchos -innumerables- los que han cantado al amor, en prosa, o con versos de
notable belleza y sentimiento, a veces sin recatarse de decir las cosas más encendidas,
e, incluso las cursilerías más sonrojantes, como aquél que llamaba a los zapatos de la
amada: "diminutos estuches de tus lindos pedestales". Pero no son muchos, por
desgracia, los que han cantado al amor conyugal. Merece la pena citar esta bonita copla
que nos habla de una mujer enamorada de su marido recién fallecido:

Ya se murió mi marido.

Ya se murió mi consuelo.

Ya no tengo quien me diga:

Ojillos de terciopelo.

Es formidable saber que el esposo, con el pasar de los años, tan enamorado como al
principio, continuaba piropeando a la mujer y la llamaba: "ojillos de terciopelo".
Para quererse

Resulta aleccionadora la anécdota que cuentan del que fue embajador en San
Petersburgo, canciller Bismarck. Parece que, en uno de sus viajes, no pudo
acompañarle su esposa y ésta dubitativa de la fidelidad del marido por su intensa vida
social y diplomática, le escribió en estos términos: "temo que entre tus princesas y
embajadoras me olvidarás a mí, que soy una provincianita insignificante". Y Bismarck
contestó con estas palabras: "¿Olvidas que te he desposado para amarte?". Ahí, en ese
para amarte, que mira al futuro, está el secreto de una matrimonio "logrado", si se
mantiene como un norte firme del compromiso matrimonial. Como acertadamente
señala G. Thibon, refiriéndose a la respuesta de Bismarck: "Esta frase me parece
definitiva. No se casa simplemente porque te amaba, sino para amarte. Refleja una
profunda capacidad y voluntad de compromiso".

J.A. García-Prieto Segura, Matrimonio

Un individuo muy pacífico

Mucho se ha bromeado con las dificultades de la vida conyugal, como si casarse y


comenzar una vida de peleas fuera todo uno, lo cual no hace justicia a la realidad.
Durante la primera guerra mundial, los ingleses, que no habían conocido el servicio
militar obligatorio, no tuvieron más remedio que adoptarlo, pero el gobierno creyó
oportuno comenzar esa mal vista aventura llamando sólo a los solteros. Por aquel
entonces una caricatura presentaba a dos soldados ingleses en las trincheras de
Flandes:

-Y tú, ¿por qué viniste? ¿Voluntario?

-No. Había que escoger. O casarme o venir a la guerra. Y yo soy hombre pacífico...

Curiosa reacción

Entre todas las reacciones que produjo la noticia de la muerte de Napoleón, ninguna
habría sorprendido tanto al propio emperador -si lo hubiera sabido- como la del rey de
Inglaterra Jorge IV, que le mantenía alejado en Santa Elena.

-Majestad, un mensajero.

Dio Jorge IV la venia y entró un dignatario, quien consciente de la importancia de la


noticia que por su solo peso podría hacerle pasar a la pequeña historia, adoptó un tono
solemne y levantó la barbilla para decir con voz ahuecada:

-Majestad, vuestro peor enemigo ha muerto.

-¿Qué le ha pasado a mi mujer? -preguntó el monarca con una mezcla de sobresalto y


alegría.

-Nada, Sire; quien ha muerto es el emperador Napoleón.

J. A. Vallejo-Nágera, Perfiles humanos


A través de los periódicos

Del estilo de lo anterior, pero contemplado desde el punto de vista de la mujer. Dos
solteronas pasaban la tarde de cháchara y haciendo labor de punto.

-La semana pasada -dice una de ellas- puse un anuncio en los periódicos solicitando
marido.

-¡No me digas! -exclama la otra muy excitada- ¿Y tuviste alguna contestación?

-Cientos, pero todas iguales. Decían: "Puede usted quedarse con el mío".

Una rectificación

Albino Luciani, posteriormente elevado al pontificado como Juan Pablo I, lamentaba


haber bromeado acerca del matrimonio en un artículo de periódico con una cita de
Montaigne: "El matrimonio es como una jaula; los que están fuera hacen todo lo posible
por entrar, y los que están dentro hacen todo lo posible por salir". No estaba de
acuerdo con ello. Menos aún cuando recibió una carta, días después, de un viejo
superintendente provincial de los estudios, que le censuraba: "Excelencia, ha hecho mal
citando a Montaigne. Mi mujer y yo estamos unidos desde hace sesenta años y cada día
es como el primer día".

Cfr. J. Azcárate Fajarnés, La sonrisa de un pontificado

Para bailar el tango

En 1990 Irak invadía Kuwait y, poco después, comenzaba un breve pero dura guerra -
sobre todo para el perdedor, como de costumbre- entre los Estados Unidos y el país
invasor. Hubo un último intento de impedir la contienda, cuando el entonces secretario
general de las Naciones Unidas, Pérez de Cuéllar (en 1995 derrotado en las elecciones
para la presidencia de Perú por Fujimori), habló con Bush y luego con Saddam
Husseim, pero el conflicto estalló al final. Pérez de Cuéllar, abatido y desesperanzado,
comentó en el aeropuerto a los periodistas este aforismo inglés: "Para bailar el tango
hacen falta dos". Es decir, que en las crisis, y esto es bien aplicable a la vida conyugal,
hace falta que haya dos personas dispuestas a no tomarse las divergencias demasiado
en serio, y aceptarlas como parte de la vida misma. Los conflictos se enquistan si no se
busca pronto una salida fácil, a base de buena voluntad.

Importancia de la esposa

Le preguntaban en la televisión a Francesco Carnelutti (1879-1965), uno de los juristas


más prestigiosos que ha habido en este mundo, con toda un vida consagrada a los
problemas del Derecho, qué era lo que más había influido en su brillante carrera, y
respondió así:

-Mi mujer.

Y pasó a explicar lo que afirmaba:


-No ha estudiado leyes, no se ocupa de mi trabajo, no me pide ni me da nunca
consejos. Pero me llena la vida con su presencia. Se anticipa a mis deseos, intuye mi
humor, escucha mis desahogos, encuentra siempre la palabra justa. Por la noche,
cuando consulto mis papeles, se sienta a mi lado en silencio y hace labores de punto. El
rumor de las varillas que se cruzan es mi mejor calmante. Aleja la tensión y me da un
sentido de seguridad infinita. Sin ella, sería un pobre hombre. Con ella, me parece
poder triunfar en cualquier empresa".

Cfr. J. Marqués Suriñach, El valor de los defectos ajenos

Quería ser televisor

Se ha dicho con bastante razón que la televisión es un curioso "intruso" en el hogar, que
sabe de todo, pontifica sobre todo, es el único que habla, impone silencio general,
trastoca los horarios, tiraniza... y un largo etcétera de inconvenientes. Supongo que
Martín Descalzo (Razones para vivir) ha elaborado una anécdota con estos ingredientes
cuando narra lo siguiente: "La profesora ha puesto a los niños un ejercicio en el que
pide que expliquen qué animal o qué cosa les gustaría ser y por qué. Un chavalillo de
ocho años ha respondido que a él le gustaría ser un televisor. ¿Por qué? Porque así sus
padres le mirarían más, le cuidarían mejor, le escucharían con mayor atención,
mandarían que los demás callasen cuando él estuviera hablando y no le enviarían a la
cama a medio juego, lo mismo que ellos nunca se acuestan a media película".

Podían vivir sin ella

Como el reverso de la moneda, si se acaba de leer la anécdota anterior. Había una


familia numerosa en la que, cosa nada rara, los chavales disfrutaban de lo lindo, y los
padres, todavía jóvenes, no les iban a la zaga en eso de pasarlo bien, a pesar de las
estrecheces económicas que nunca les abandonaban. En aquel hogar se jugaba, se
hablaba, se convivía y los mayorcitos ya colaboraban con la madre dando el biberón a
los más pequeños; salir a dar una vuelta por el bosque cercano a la casa -
entretenimiento francamente barato- era una deliciosa aventura vivida por toda la tribu
familiar; el inculto terreno -abundoso en zarzas y ortigas-, que rodeaba a la vivienda, se
convertía en escenario de películas de piratas y de lo que la imaginación infantil
decidiera. Y no tenían televisor. Las visitas solían sorprenderse hasta extremos rayanos
en la incredulidad: "¿Cómo podían vivir sin televisión? ¡Dios mío, sin televisión!"

La madre de familia no entendía qué gracia había en pasarse horas y horas delante de
un rectángulo luminoso, y acostumbraba a decir:

-Verán, aquí contemplar la vida misma es mucho más interesante que la televisión.

Los visitantes no acaban, por lo general, de entenderlo. Pero en aquella casa lo


entendían muy bien.

La mejor herencia

Para los aficionados al ballet no es en absoluto desconocido el nombre de Isadora


Duncan, célebre bailarina estadounidense (1878-1927), una artista que logró rebelarse
contra el academicismo imperante en su tiempo. Una vez le preguntaron por su familia
y ella comentó que no es positivo que los padres se preocupen mucho por dejar a los
hijos una buena herencia; de esa manera sólo consiguen matar en ellos el espíritu de
superación que tanto conviene al ser humano. Los padres deben cuidar -decía- de
fomentar en los hijos la laboriosidad y la capacidad de sacrificio; y añadía:

-La mejor herencia que pueden dejarles es, sencillamente, la madurez y la libertad
necesarias para saber actuar y defenderse por sí mismos.

Un consejo educativo

Entre los cantantes de música ligera de mayor éxito en Estados Unidos hay que situar a
Bing Crosby. Lo recordarán preferentemente las personas de cierta edad. No habrán
olvidado algunas de sus actuaciones en películas muy populares.

Dicen que Crosby andaba bastante preocupado por el comportamiento de un hijo suyo,
y que un amigo le aconsejó:

-Pero si es muy fácil. Sólo tienes que proceder como si se tratara del hijo de otra
persona.

-¿..?

-Claro. Todo el mundo sabe cómo educar a los hijos de los demás.

En castellano existe este dicho: "Consejos vendo y para mí no tengo".

Capacidad de querer

Se llama Steven Lewis y enseña literatura en un college de Nueva York. Y tiene siete
hijos, cosa poco frecuente en la sociedad que le rodea. En un artículo publicado en el
New York Times Magazine, habla de los prejuicios que algunos sienten ante las
familias numerosas. Muchos le preguntan, con sonrisa burlona, cómo es capaz de
acordarse de los nombres de los hijos y de sus respectivos cumpleaños, y otras cosas
por el estilo. Él suele sonreír y hace una broma. Por ejemplo: "Digo que a veces llamo a
alguno de los chicos por tres o cuatro nombres hasta que doy con el bueno: Eh, Cael-
Nancy-Addie-Clover (¿cómo te llamas?)... ¡Danny!, acércame el pan, por favor".

Resulta que los contrarios a la familia numerosa quieren oír cosas como que a veces
pierde un hijo y otros desastres, porque lo que en el fondo desean es una confirmación
de que ellos hicieron muy bien teniendo sólo uno o dos. Sobre todo les intriga si se
puede querer y cuidar a siete hijos, es decir, si poseen los padres suficientes reservas de
cariño para todos (también consideran que los padres son unos irresponsables,
incapaces de disfrutar de la vida y, encima, consumidores arrogantes de los recursos
del planeta). Ciñéndonos a la cuestión de la capacidad de cariño, Steven Lewis asegura
que el amor no se limita al extenderse a más personas. Él quiere a sus hijos, a cada uno,
con todo el corazón. Cada uno recibe idéntica cantidad de cariño: el corazón entero.

La hija del general de Gaulle


En su época de comandante, destinado a una guarnición en Tréveris, en Alemania,
espera con ilusión la llegada del tercer hijo, que resulta ser una niña, Anne. Nace la
pequeña el 1 de enero de 1928. Anne padece el síndrome de Down y con un índice de
retraso mental muy grave. A la niña nunca le faltará el cariño de su padre a lo largo de
su vida. A diario la sienta sobre sus piernas y logra hacerla reír cantándole una y otra
vez la misma canción. "Pintar al óleo es más difícil -dice el texto-, pero más bonito que
la acuarela". También cuando llega a ser el presidente del gobierno, al final de la
Guerra Mundial, continúa con la misma dedicación a la hija. Según el testimonio de
una sobrina del general, éste le contaba cuentos y le cantaba canciones populares, cosa
que satisfacía mucho a la niña. Anne morirá a los veinte años. Charles de Gaulle
confiará a Maurice Schumann:

-Era incurable, y por eso aún más querida.

Cfr. J. Toulat, Esos niños "especiales"

Ahí no había cigüeñas

En una familia concreta, numerosa, nunca se había hablado a los pequeños de cigüeñas
-en lo que se refiere al nacimiento de los niños, se entiende-, sino del Niño Jesús. Cada
hermano nacía de mamá y lo traía el Niño Jesús. Era tal el convencimiento que cuando
nació Javier, alguien les dijo:

-¿Estáis muy contentos con el nuevo hermanito que os ha traído la cigüeña?

Se miraron asombrados y, uno de ellos, Alfredo, contestó rápido:

-Mis hermanos son muy importantes; no los trae la cigüeña, nos los manda el Niño
Jesús.

Cfr. M.A. Monge, Alexia

Autoridad

Parece que lo habitual es que la esposa mande en casa, aunque muchas veces no lo
parezca, y que lo haga mejor que el marido. Había un caballero que decía a un amigo:

-En mi casa las grandes decisiones las tomo yo. Y si se trata de algo sin importancia,
entonces dejo que decida mi mujer.

-¿Sí? ¿Cómo es eso?

-Muy fácil. Yo digo si declaramos la guerra a Rusia y si conviene viajar a Júpiter. Y ella
determina dónde iremos de vacaciones, qué se compra cada día, qué programa se ve
de televisión, etc.

Cfr. J. Sanz Rubiales, Medios de comunicación: aprender a ser críticos

MISERICORDIA
Que sea misericordioso

Cuenta Paul Claudel, en su inmortal obra teatral L'annonce faite a Marie, un bello
ejemplo de misericordia con el prójimo para poder uno mismo esperar de Dios el
mismo trato.

Jacques Hury desea castigar con dureza a un ladrón de leña al que ha sorprendido en
pleno robo en tierras de su futuro suegro, para quien trabaja. Habla incluso de sacar la
navaja y cortarle las orejas. Jacques es ante todo un hombre justo, duro a la hora de
exigir el cumplimiento de la justicia, que se concreta en dar a cada uno lo suyo. El
padre de su amada Violaine, el dueño de los árboles, se lo impide e, incluso, le ordena
que le regale otro fardo, y explica:

-Seamos injustos en pequeñas cosas, para que Dios sea muy injusto conmigo.

"Yo sí lo sé"

Se hablaba un poco de todo, y, también, de cuestiones religiosas. Dos muchachos


jóvenes universitarios y un hombre mayor, poco cultivado, sencillo. Los tres estaban de
acuerdo en la importancia de la Virgen María en la propia vida. De repente el anciano
se "descolgó" con una salida desconcertante para los muchachos:

-¡A que no sabéis cómo son los ojos de la Virgen! Yo si lo sé.

Los otros callados, casi con temor de que dijera alguna tontería, de que saliera por
algún registro absurdo.

-¿Es posible que no lo sepáis, estudiantes? Venga, vamos a rezar una Salve.

Continuó el desconcierto, pero no se atrevieron a llevarle la contraria y optaron por


recitar la oración en compañía de su interlocutor. Y al llegar a "vuelve a nosotros esos
tus ojos misericordiosos", el anciano hizo un gesto para que se detuvieran:

-¡Alto ahí! ¿Os dais cuenta? Los ojos de la Virgen son ojos "misericordiosos"...

MORTIFICACIÓN

Cambio de planteamiento

Santa Juana Francisca de Chantal, antes de emprender la fundación de la Institución


que creó junto con San Francisco de Sales, recibió de éste, su director espiritual (v.
"Dirección Espiritual"), un consejo muy acertado que ella nunca olvidaría y que le haría
entender que no deben emprenderse mortificaciones que mortifiquen a otros.

Juana se levantaba muy temprano, en la mansión en que vivía, para hacer un rato de
oración mental antes de asistir a la Santa Misa. Una doncella acudía para ayudarla a
vestirse -según las costumbres de la época y el rango de la señora- y se encargaba de
encender el fuego en la chimenea para caldear un poco la estancia en los crudos días
del invierno. Juana había quedado impresionada por las palabras de la doncella, quien
le había confesado que algunas noches apenas dormía por temor de no despertarse
cuando su ama la necesitase.

Al saberlo San Francisco de Sales, le recomendó que cambiara inmediatamente de


modo de proceder: su piedad y sus sacrificios no debían implicar a nadie, excepto a
ella.

Cfr. E. Ferrer Hortet, Juana de Chantal

El porqué de ser vegetariana

La reina Sofía, que ha estado narrando circunstancias de la muerte de su padre, Pablo,


el que fuera rey de Grecia, comienza a hablar de por qué ella es vegetariana. No hay
ningún planteamiento estético, ni naturalista, ni dietético. Le cuenta a la
entrevistadora:

-Yo soy vegetariana porque, cuando murió mi padre (...), pensé: "¿Qué puedo darle?
¿Qué puedo hacer por él? ¿Qué puedo ofrecer?" Y en ese momento decidí ofrecer por él
algo que pudiera costarme: no comer carne en el resto de mi vida. Y ése es el motivo, el
único motivo, por el que soy vegetariana.

Cfr. P. Urbano, La Reina

La cruz oculta

Son cosas que no pasan todos los días, pero a veces pasan y son noticia. A mediados
del siglo XIX, en concreto por el año 1834, un modesto pintor asistía a una subasta de
objetos de arte en la que se ponía a la venta un viejo Crucifijo, sucio y polvoriento, por
el que un individuo ofrecía una cantidad bastante baja. Al pintor le dolieron las bromas
que hicieron algunos de los presentes a costa del Señor y se animó a ofrecer un poco
más de dinero para quedarse con la talla, cosa que le resultó muy fácil pues nadie pujó
ni un franco más. Al día siguiente se puso a limpiarlo con un cepillo y encontró
grabado a sus pies el nombre de Benvenuto Cellini, el gran artista florentino. La Cruz,
según se supo después, procedía del saqueo popular del palacio de Versalles durante
la revolución francesa. Y, también hay que reseñar, que el rey pagó por ella una
cantidad elevadísima de dinero al modesto pintor.

¿No cabe hablar de cruces escondidas, aparentemente modestas, insignificantes, a lo


largo de los días, que constituyen un verdadero tesoro? El asunto es no despreciarlas,
porque el Señor, el gran Rey, luego las premia con largueza.

MUERTE

Isabel la Católica ante la muerte

En 1492, Fernando el Católico sufrió en Barcelona un terrible atentado que estuvo a


punto de costarle la vida: cierto payés loco, que creía no se sabe qué extraña historia
acerca de que el que matara al rey ocuparía el trono, le causó una herida en el cuello
que no segó su vida gracias a una gruesa cadena de oro que colgaba del cuello. Isabel
se preocupó de que preparasen un balance de deudas aún sin pagar, para satisfacerlas,
para que el peso de ellas no le acusase al llegar a la presencia de Dios. Refiriéndose al
atentado, escribía a su confesor, fray Hernando de Talavera: "Pues vemos cómo los
reyes pueden morir en cualquier desastre, razón es de aparejar a bien morir".

Los jueces que condenaron al payés ocultaron a la reina su decisión para que impedir
que ésta lo perdonase.

De su afecto hacia el esposo hay un bello testimonio procedente de una carta


confidencial: pedía en sus oraciones a Dios que, si uno de ambos hubiera de morir,
fuera ella, porque Fernando resultaba más necesario a los reinos.

Cuando al final de su vida llegó a la convicción de que su fin estaba ya próximo,


ordenó que los monasterios que recibían limosnas dejasen de suplicar por su vida y
rogasen a Dios por la salvación de su alma.

Cfr. L. Suárez Fernández, Isabel, mujer y reina

San Fernando III

San Fernando III el Santo (1199-1252), según el relato de Juan de Mariana en su


Historia General de España, tuvo una muerte bien ejemplar. Le administró la
comunión el Arzobispo de Sevilla. "Al entrar el Sacramento por la sala se dejó caer en
la cama, y puestos los hinojos (las rodillas) en tierra, con un dogal al cuello y la cruz
delante, como reo pecador pidió perdón de sus pecados con palabras de gran
humildad; ya que quería rendir el alma, demandó perdón a cuantos allí estaban:
espectáculo para quebrar los corazones, y con que todos se resolvieron en lágrimas.
Tomó la candela con ambas manos y puestos los ojos en el cielo dijo: "El reino, Señor,
que me diste, te lo devuelvo; desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me
ofrezco a la tierra; recibe, Señor mío, mi alma; y por los méritos de tu santísima pasión
ten por bien de la colocar entre tus siervos. Dicho esto, mandó a la clerecía cantasen las
letanías y el Te Deum, y rindió el espíritu bienaventurado".

Balduino II de Jerusalén

El rey cruzado de Jerusalén, sucesor del primer monarca, muere el 21 de agosto de


1131. Cuando ya siente que le abandonan las fuerzas, se hace llevar a casa del patriarca
de Jerusalén, lindante con el Santo Sepulcro "porque quería morir cerca de ese lugar.
Hizo venir ante él a su hija mayor Melisenda, y a su yerno, Foulques de Anjou... y les
dio su bendición. Dijo después que quería morir como un pobre en honor del Salvador,
quien había sido pobre en este mundo por él y por los demás cristianos;
inmediatamente se quitó la ropa y otras cosas pertenecientes a un rey, revistióse con un
hábito religioso y se hizo canónigo según las reglas de la orden del Santo Sepulcro...
Gran duelo hicieron pequeños y grandes, como hay que hacerlo por un rey bueno
cuando muere".

Cfr. R. Pernoud, La mujer en el tiempo de las Cruzadas

En los campos de batalla


Procede del relato de un sacerdote capellán castrense. Asegura este hombre que en
diversas ocasiones se vio en la circunstancia de atender a soldados moribundos en
pleno frente durante la guerra, y que, además de dar los últimos sacramentos a los que
lo deseaban, no pocas veces tuvo sus cuerpos heridos entre sus brazos mientras les
decía palabras de consuelo para animarles en ese trance duro. Y las palabras que con
más frecuencia escuchó de los labios de los heridos, en medio muchas veces del delirio
de la fiebre, en la oscuridad de la noche, eran: "Madre, madre mía". A la hora de la
muerte pensaban en el ser más querido y lo echaban de menos.

Es dulce morir pensando en Santa María e invocando su nombre de Madre. En el


Avemaría le pedimos que se acuerde de nosotros precisamente en ese trance: "ahora y
en la hora de nuestra muerte".

Miedo

Está Bernadette Soubirous, la que había visto años antes a la Señora en la gruta de
Massabielle, a las puertas de la muerte. Es el Miércoles Santo, la víspera del
fallecimiento. La Virgen se la llevará al Cielo en día tan señalado como es el de la
Eucaristía y el del mandamiento del amor. Respirando con extrema dificultad,
exclama:

-J'ai peur... j'ai peur... ma soeur...

"Tengo miedo, tengo miedo, hermana". Se dirige a la buena de Natalie, a quien tanto
quiere, una joven religiosa que la cuida con esmero. La soeur trata de darle consuelo
con el recuerdo de los muchos dolores que a la fuerza han debido purificar y santificar
a la vidente de Lourdes. Pero insiste en que tiene miedo. Hay algo que logra consolarla,
y es la seguridad de que no la van a abandonar, porque le dice Natalie:

-Todas nosotras haremos lo imposible por ayudarte. Rezaremos mucho, mucho, por ti.
Siempre, siempre... Ahora y después...

Y Bernadette, que es la sencillez misma, responde con expresión infantil:

-Oh, por favor, ma soeur, no lo vaya a olvidar.

Sus últimas palabras serán:

-J'aime... "Yo amo"...

Es la confesión de su gran amor a la Virgen María, la Señora de Massabielle. Y el viejo


párroco de Lourdes, Peyramale, que la ha conocido desde niña, y que ha acudido a su
requerimiento hasta Nevers para estar a su lado en los últimos instantes, se sorprende
a sí mismo diciendo muy bajito:

-Sólo ahora comienzas tu vida, Bernadette.

Cfr. F. Werfel, La canción de Bernadette

Unos consejos
El ilustre historiador del arte, Juan Contreras, Marqués de Lozoya, hablaba con el no
menos ilustre médico y amigo, Eduardo Ortiz de Landázuri, y le confiaba por qué
principios trataba de regir toda su actividad, ya octogenario:

-Mira, Eduardo, yo procuro en mi vida atenerme a unos pocos principios: primero


vivir como si me fuera a morir hoy; segundo, trabajar como si fuera eterno; y tercero,
tratar de hacer hoy por lo menos lo que hice ayer.

Cfr. E. López-Escobar y F. Lozano, Eduardo Ortiz de Landázuri

Mantener la figura

El doctor Manuel González-Barón es Jefe de Oncología de la Paz y profesor de


Universidad. Ha visto morir, como puede suponerse, a muchas personas. Le
entrevistan para la revista "Telva" y la periodista Pilar Cambra le pregunta sobre el
dolor y la muerte. Él recuerda que un colega de Pilar estaba muy mal y le pedía que
rezara por él; pero no para que se curara, que ya era imposible, sino para que no
perdiera nunca la compostura. ¿Por qué?:

-Aquí, a mi alrededor, está toda mi familia, mis hermanos y mis amigos, que están muy
tristes y muy desazonados... Y, rodeado de ese dolor del cariño, no es raro que yo
también pierda la compostura... Y no quisiera perderla en la última hora.

Murió con una paz absoluta. Su visión cristiana le ayudó no poco a conseguirlo.

También recuerda a un marino de guerra, que le dijo esto:

-Mire, doctor, yo lo que necesito son, por lo menos, cinco días para "limpiar fondos"...

El doctor González-Barón comenta que él, llegado a ese trance, también procuraría
"limpiar fondos" y ayudar a otros amigos a hacer lo mismo.

Sabiduría

En los últimos años de vida de Galileo (falleció en Arcetri, en 1642), cuando estaba
ciego, un visitante le preguntó:

-¿Cuántos años tiene su señoría?

Y el respondió así:

-Seis o siete: los que me pueden quedar de vida, pues no tengo los pasados, como no
tengo el dinero que he gastado.

Una frase para la historia

Se llamaba Joaquina y era tía, o tía-abuela, no lo recuerdo con precisión, de una amigo
mío. Desde luego, el nombre le iba a la perfección -casi tan bien como le podría ir,
pongamos por caso, el de Enriqueta- para cumplir la tarea propia de una tía, o tía-
abuela, que tanto da lo uno como lo otro.Tal como me la describía, doña Joaquina, que
andaba ya por los cien años cumplidos, era una señora amable, simpática, sonriente,
optimista, lista, piadosa y casi en plenitud de facultades mentales; las físicas,
naturalmente, algo disminuidas, pero no tan deterioradas que no fuera capaz de
valerse ella sola para casi todo. En su domicilio de la calle Argensola en Madrid, solía
comentar que ella ya no pintaba nada en este mundo, y se atrevía a insinuar:

-Me parece que allá arriba se han olvidado de mí.

Doña Joaquina, por lo que supe, tuvo un final muy acorde con el estilo de su vida. Se
levantó de la cama una mañana y dio un traspiés con la alfombrilla que debía acoger
sus piececitos mullidamente al posarlos en el suelo. Ya en el aire se hizo cargo de la
gravedad del percance para sus centenarios huesos, de manera que en cuanto
acudieron de la habitación de al lado para auxiliarla, le oyeron exclamar con una
inmensa paz y convencimiento de que no podía ser de otro modo:

-Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado...

En el testamento

Juan II de Castilla (1405-1454), el cuarto monarca de la dinastía de los Trastámara,


padre de la reina Isabel la Católica, llevó una vida azarosa, como otros tantos reyes de
la misma época, con

continuas luchas por lograr mantenerse en el trono (¡algo le pesaría en la conciencia la


muerte del condestable Don Álvaro de Luna!). Al morir, triste y desengañado, expresó
su pena con estas palabras que se recogen en su testamento: "Ojalá hubiera nacido yo
hijo de un labrador para ser fraile de El Abrojo, y no rey de Castilla". (El Abrojo era,
junto con el de La Salceda, el principal convento de franciscanos del reino.)

Trágico final

Muchos habrán escuchado en este país algo que hace ya años era ejemplo muy traído y
llevado por los predicadores. Es interesante reseñar los datos precisos del hecho
histórico, cosa que seguramente será menos sabida.

El famoso jesuita P. Rubio, beatificado por Juan Pablo II, fue objeto de una
desagradable, y trágica, asechanza por parte de un muchacho que acusaba al religioso
de haber influido en la decisión de su novia de romper con él. Fue el martes de
carnaval, 4 de marzo de 1924. Se presentó un desconocido preguntando por el jesuita
para pedirle que acudiera a atender a un moribundo. Sabedor de que el lugar al que
debía acudir era una casa de mala nota, fue acompañado por un amigo llamado Carlos
Villameriel. Con objeto de difamarle, el joven se había metido en una cama para fingir
que estaba muriéndose. Detrás de un biombo estaba apostado un amigo con una
cámara fotográfica, y en el momento preciso deberían hacer acto de presencia unas
prostitutas.

Al llegar preguntó:

-¿Dónde está?
Lo llevaron hasta la habitación, mientras procuraban ahogar la risa, y le advertían:

-Aquí, padre; está muy malito, ¿sabe?

Al descorrer la cortina de la alcoba, el P. Rubio se detuvo y dijo:

-Ya es tarde. ¡El muchacho ha muerto!

Y, en efecto, allí estaba el cadáver, que, según cuentan, mostraba una expresión de
terror en el rostro.

Cfr. E. Iturbide, El amor dijo sí

La mejor herencia

Cuando planeaba escribir la segunda parte de Los hermanos Karamazov, Dostoyevski


cayó gravemente enfermo. Sabía que había llegado su hora y habló con su mujer para
que llamara a un sacerdote. Después de recibir la Comunión, se sintió un poco mejor y
se puso a hablar con cierto ánimo. Luego se calló. Cogió el Evangelio, el mismo
ejemplar que le había acompañado en Siberia y en todas partes, y pidió a su mujer que
lo abriera al azar y leyera un poco. "Arrepentíos, porque el reino de los cielos está
cerca", oyó susurrar a la esposa, y sonrió. Más tarde pidió que entregaran a su hijo el
Evangelio, como el mejor bien que podía legarle. Unas horas después entregaba el alma
a Dios el gran escritor.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

Julio Verne

Como en el caso recién reseñado, otro notable escritor, el popular Julio Verne,
trabajador hasta el final de su vida, siente que su fin está cerca. Advierte algo muy
importante a su esposa:

-Antes de llamar al médico, tráeme al sacerdote.

El autor de tantos libros inmortales moría en la paz del Señor, atendido por un
sacerdote, el 24 de marzo de 1905.

Cfr. VV.AA., Forjadores del mundo contemporáneo

OBEDIENCIA

Como síntesis de una vida

No se puede decir que Santa Catalina de Siena fue una monja, sino que más bien
ingresó en lo que ahora llamaríamos una orden tercera; en concreto se afilió a las
llamadas Hermanas de la Penitencia, popularmente conocidas como "Mantellate", que
vivían la espiritualidad de los dominicos. Llevaban el hábito de Santo Domingo, pero
habitaban en sus casas y no hacían votos. Sin embargo, ella quiso hacer por su cuenta,
en el momento en que tomó el hábito, los tres votos clásicos. En lo que a obediencia se
refiere, se comprometió a obedecer al religioso director de las Hermanas, a la priora y
al confesor, y lo cumplió en el curso de su vida de tal modo que, estando a punto de
morir, pronunciará estas palabras históricas:

-No me acuerdo de haber desobedecido nunca.

Cfr. G. Papàsogli, Catalina de Siena, Reformadora de la Iglesia

En una sola palabra

Un periodista muy conocido, Manuel Aznar, conversando con el Beato Josemaría


Escrivá de Balaguer, al que había conocido ya por los años treinta, le comentó que le
encantaría escribir una biografía suya. Y la respuesta del sacerdote fue ésta:

-Pues te la doy hecha. Porque la vida oculta de Jesús la resume el evangelista en tres
palabras: erat subditus illis (les estaba sujeto), y si los Hechos de los Apóstoles la
resumen en dos: pertransiit benefaciendo (pasó haciendo el bien), la mía cabe en una
sola palabra: "pecador". Y, de añadir algo: "un pecador que ama con locura a
Jesucristo".

Ya se ve que la "biografía" de Jesucristo cabe también en una sola palabra: erat subditus
illis (Lc 2,51) es lo mismo que "obedeció". San Pablo, por su parte, resume la vida y
tarea del Señor en obediencia "hasta la muerte" (cfr. Flp 2,8). ¿Por qué, entonces, podría
alguien considerar que no es virtud cristiana, y bien cristiana, la obediencia a la
legítima autoridad?

ORACIÓN

Todo por un examen

Recuerdo el caso de un universitario que durante el curso asistía diariamente a Misa y


pasó unas cortas vacaciones, en su ciudad natal, donde hay un famosísimo santuario
mariano. Al regreso le pregunté si también entonces había asistido a Misa todos los
días, dijo que no; luego recapacitó y dijo: sí, una vez. Me llamó la atención esa "única"
vez y me animé a preguntarle el motivo. "Es que se examinaba un primo mío del carné
de conducir y fui a pedírselo a la Virgen". Y más curiosidad: "¿Y qué pasó?" . "Que
suspendió", contestó. Casi me alegré, entiéndase, porque la Santa Misa, la Comunión,
no es "sólo para eso" o tan "automático". Porque, sacando las cosas de quicio, podía
decirle a su primo: yo voy a Misa y se lo pido a la Virgen y ni hace falta que hagas el
examen, estás aprobado.

F. Armenteros, Todo el día una Misa

La vida como un desierto

Ahora nos hace sonreír, pero en aquellos tiempos era una aventura sin precedentes y
una noticia de primera página en cualquier periódico. Resulta que un aristócrata
italiano, el príncipe Borghese, se lanzó en el año 1907 a viajar en automóvil -qué
cacharros se fabricaban por aquel entonces- desde Pekín hasta París. En dos meses
cubrió la distancia de 16.000 quilómetros.
La anécdota que nos puede interesar ahora, de las muchas que le ocurrieron, se sitúa en
el paso del desierto de Gobi en el interior de Asia. Lo normal en aquel paraje era no
encontrar a ningún ser humano, ni cualquier otro tipo de viviente, pero mira por
dónde que apareció un punto lejano que, conforme se fue haciendo mayor por la
proximidad, resultó ser una oficina de telégrafos. Se trataba de la estación telegráfica
de Pang-kiang. El empleado de la oficina tenía que viajar durante ocho días si quería
ver a un semejante. Un acompañante de Borghese quiso poner un telegrama a Londres.
El empleado chino anduvo un poco inexperto en resolver los trámites -se le notaba
poca práctica- y, al fin, le extendió un formulario para el texto en el que aparecía arriba
el número uno. El viajero preguntó si era el primer telegrama del día, pero el chino
respondió:

-No. Es el primero de esta oficina.

-¿El primero del año?

-No. El primero desde que funciona, y ya han pasado seis años.

Era evidente que por allí pasaban caravanas, pero a nadie se le había ocurrido poner un
telegrama a alguien desde el desierto, aunque la posibilidad de estar en contacto con el
mundo circundante estaba al alcance de cualquiera. Algo así le ocurre a más de uno
con relación a Dios. Pasan la vida como por un desierto, con capacidad de enviar un
mensaje a Alguien que no está lejos, sino muy cerca, pero nunca una palabra, nunca
una súplica, nunca un afecto: nada de oración...

Milagros de Lourdes

Lo he leído en Razones para la esperanza, de José Luis Martín Descalzo. Delizia


Cirolli, una niña siciliana de once años, se curó en Lourdes de un "osteosarcoma", allá
por el año 1975. La cría ni sabía que tenía esa gravísima e incurable enfermedad, y
tampoco había acudido a la Virgen para que la sanara de los males que aquejaban a
una de sus piernas. "Yo veía -comentó a un periodista francés- a tanta gente enferma
allí, que me hubiera parecido ridículo rezar por mí misma". En efecto, se había
dedicado a rezar por los demás.

También nos cuenta Martín Descalzo una anécdota que le ocurrió a él mismo, por el
año 1961, en el santuario de Lourdes, coincidiendo con una peregrinación internacional
de gitanos. Había uno muy anciano en una camilla, que se le veía ya a las puertas de la
muerte a causa de un cáncer de intestino. Este tampoco había pedido su curación. "Al
ver en la explanada -confesó- a un grupo de chiquillos con parálisis, pensé que su
milagro era más urgente que el mío. Ellos no habían vivido aún; yo, sí, demasiado. Y
los milagros han de guardar turno, han de ser justos. Por eso he pedido que pusieran
mi milagro en la cola y resolvieran primero lo de los chavales".

Recuerdo haber leído una historia de este estilo en el libro de J. Urteaga, Cartas a los
hombres. Ahí se trataba de un niño increíblemente egoísta, llevado por sus padres a
Lourdes para implorar la curación de alguna enfermedad seria. Al final, el crío, que
había descubierto cerca a otro con una cabeza inmensa, acabaría por apiadarse.
Cuando su madre, finalizada la procesión con el Santísimo, le pregunta si ha pedido
por lo suyo, el chaval responde:
-No, he pedido que cure a ése. "Cura, mejor, al cabezón", le he suplicado.

El gran milagro ya se había producido. La Virgen había comenzado a sanar al niño


protagonista de su peor enfermedad: el arraigado egoísmo.

Se excusaba

El abuelo había salido con mucha ilusión a dar un paseo por el parque con su nieta
predilecta. Esta no pasaba de los cuatro o cinco años; era lo que se dice una criatura. Al
regreso de aquel rato delicioso, entre charlas y juegos, la pequeña sugirió al anciano,
según pasaban por delante de una iglesia:

-Vamos a rezar a Jesús.

El buen hombre se sintió un poco avergonzado de que la iniciativa no hubiera partido


de él. Entraron, fueron ante el Sagrario, se arrodillaron. La niña había juntado las
manitas y se mantenía en silencio, con cara de estar concentrada en la oración. A la
salida, el anciano tuvo un pizquita de curiosidad:

-Oye, ¿qué le decías cuando rezabas?

Y ella, mirándole con sus grandes ojazos llenos de inocencia:

-Le decía: perdona, Jesús, por no haberte traído nada.

Nosotros pensamos por lo general sólo en pedir, y es razonable, después de todo. Dios
es la riqueza infinita y es Padre, y nosotros somos hijos y muy necesitados; además nos
anima a pedir, a llamar, a buscar... Pero también espera -Él, que no necesita nada- que
le ofrezcamos algo, porque el amor es dar.

Más de lo que esperaba

A veces sucede que le pedimos algo a Dios en nuestras oraciones con poca convicción,
"por si sirve de algo", y Él nos sorprende con un don mayor; que es como si dijera:
"Hombre, fíate de mí". Me lo recuerda un hecho de la vida del gran inventor Thomas
Edison.

Cuando nuestro hombre decidió ya dedicarse profesionalmente a "eso" de inventar, se


destapó con un indicador de cotizaciones electrónico y automático, que había diseñado
durante su estancia en Wall Street; el aparato servía para tener informados a los
agentes de Bolsa de los precios de la acciones.

Edison fue a ofrecer el invento al presidente de una gran compañía de Wall Street, pero
dudaba entre pedir 3.000 dólares o arriesgarse a subir hasta los 5.000 (cifras nada
despreciables en torno al 1870). Cuando llegó el momento, perdió los nervios y dijo:

-Hágame usted una oferta.

Casi le da un soponcio cuando el hombre de Wall Street respondió:


-¿Qué le parecen 40.000 dólares?

Cfr. I. Asimov, Momentos estelares de la ciencia

Puede esperar

Sucedió durante uno de los viajes apostólicos de Juan Pablo II. Iba rezando la Liturgia
de la Horas y quisieron pasarle un mensaje urgente recién llegado a la cabina del
aparato.

-Santidad...

Juan Pablo II levantó la mirada y, con el gesto indicó que estaba rezando, para que le
dejaran terminar.

-Santidad, es que se trata de un mensaje urgente y grave.

-Entonces, si es grave, el Papa debe seguir rezando más.

Y así quedó zanjado el asunto.

Aprendizaje

El gran actor de teatro y cine genovés Vittorio Gasmann, anunciaba a sus 68 años -le
entrevistaban para la revista "Oggi", marzo de 1990- que había superado una fuerte
depresión que le había inutilizado durante un periodo de dos años.

-La prueba ha sido verdaderamente dura. Pero he descubierto también tantas cosas. He
hecho un viaje cognoscitivo del mundo y de mí mismo.

-¿Qué ha aprendido? -preguntaba el entrevistador.

-A rezar. ¿Le parece poco? Yo en asunto de religión he estado siempre inseguro, muy
tibio. Ni carne, ni pez. Ni ateo ni verdadero creyente. Ahora, en cambio, me estoy
planteando los problemas de la fe en toda su amplitud. Leo a Dante y estudio la
teología de su tiempo. Noto una gran necesidad de aportaciones espirituales.
Encuentro luz en la oración. Piense en un hombre como yo acostumbrado a los grandes
éxitos, que se reencuentra en el recitar esa obra maestra de simplicidad que es el
"Padrenuestro".

"Fatigar a los dioses"

Cristo enseña a sus discípulos a no caer en la proverbial verbosidad de los gentiles en


el modo de hacer oración (cfr. Mt 6,7-9). En efecto, consta por Horacio, Tito Livio,
Séneca, Apuleyo, etc., que en las religiones paganas de entonces creían conseguir la
atención de los dioses mediante una oración muy prolija: literalmente recomendaban
los textos religiosos fatigare deos, fatigar a los dioses. Tal costumbre no carecía de
cierta lógica, dentro de las concepciones de esas religiones sobre la multitud de los
dioses, que podrían estar ocupados -se pensaba- en otros asuntos importantes. Parece
que algo de esa verbosidad se había introducido en el judaísmo tardío.
Cfr. J.M. Casciaro y J.M. Monforte, Jesucristo, Salvador de la humanidad

La intercesión de los santos

Desde los comienzos del cristianismo los fieles han acudido a los santos poniéndolos
como intercesores ante el Señor. La piedad popular ha relacionado, con el pasar del
tiempo, determinados santos con necesidades específicas. Cualquiera sabe, por
ejemplo, que para asuntos difíciles o imposibles, Santa Rita y San Judas Tadeo; a San
Pancracio se le pide salud y trabajo; para la vista conviene rezar a Santa Lucía, mientras
que en las tormentas es aconsejable acudir a Santa Bárbara. Menos conocido es que
Santa Apolonia es la patrona de los dentistas y sus pacientes.

Una curiosidad. El Papa San Cornelio, mártir en el año 253, al que se cita en el Canon
Romano, ha sido tradicionalmente patrono protector de ganados en Bretaña. Según
narra J. Mathieu-Rosay (Los Papas), en los principios del cristianismo en esa región los
ganaderos tenían la costumbre de adorar a el dios Corneno, un horrible ídolo con
cuernos. Los misioneros de la región de Carnac no lograban alejarlos de esa
superchería y atraerlos al cristianismo, así que siguieron el sabio principio de no
suprimir sino reemplazar, y eligieron un Santo con un nombre que pudiera sustituir al
del tal Corneno. El escogido fue San Cornelio, que sonaba parecido. El problema era
qué hacer con los cuernos, que, evidentemente, no se podían asociar a la figura de un
Romano Pontífice. La solución fue colocarlos, no en la cabeza, sino en las manos. A
partir de ahí, los buenos bretones acostumbraron a confiar la protección de sus
ganados al buen Papa Cornelio.

PECADO

Odio al pecado

Seguramente se puede decir que ha odiado el pecado cualquier alma santa, pero en el
caso de San Juan Bosco hay buenos testimonios de que en él efectivamente estaba bien
arraigado ese sentimiento de repulsa. Alguna vez dijo que prefería que ardiera mil
veces el Oratorio que él había fundado con tantos desvelos, a que en él se cometiera un
pecado. El Oratorio, en el barrio de Valdocco de la ciudad de Turín, había llegado a
albergar a cuatrocientos chicos. Con el paso de los años nacerían centros de formación
de esa índole por todas partes y con gran éxito.

En el terreno personal hay que reseñar que desde joven fue muy penitente, hasta el
punto de que su director espiritual tuvo que moderarle algo sus mortificaciones. Y
también desde muy joven practicó la Confesión semanal, aunque a veces le supusiera
grandes sacrificios.

Mejor morir

La vida de Santo Domingo Savio, fallecido a los quince años (1842-1857), la conocemos
bien por la biografía que redactó su gran maestro San Juan Bosco. Domingo hizo la
primera comunión a los siete años, en una época en nadie la hacía a tan corta edad (el
decreto que la indicaba para la edad de la discreción, en torno a los siete años, dado
por San Pío X en el año 1910, estaba aún por llegar...). Domingo lo consiguió por la
ilusión que puso en ello, hasta el punto de que su párroco fue incapaz de negarle un
deseo tan vehemente.
Siempre recordó ese día como el más feliz de su vida. Unos años después escribió los
propósitos que se había hecho al comulgar por vez primera: "1º Me confesaré muy a
menudo y recibiré la sagrada comunión siempre que el confesor me lo permita. 2º
Quiero santificar los días de fiesta. 3º Mis amigos serán Jesús y María. 4º Antes morir
que pecar". Estas últimas palabras ya han quedado como una frase para historia.

PIEDAD

Buenas condiciones

Es conocido que Juan María Vianney no fue alumno brillante en el seminario. Había
quien se planteaba si se le podrían conferir las sagradas órdenes: ¿sería realmente
idóneo? El vicario general de la diócesis, Courbon, fue benévolo y -el tiempo bien lo ha
demostrado- muy acertado en sus exigencias. Se limitó a preguntar si Juan María
Vianney era piadoso, y se le dijo que sí; si era devoto de la Virgen María, y también la
respuesta fue positiva; si sabía rezar el rosario: por supuesto que sí.

-Sí; es un modelo de piedad...

-¿Un modelo de piedad? Pues bien, yo lo admito. La gracia de Dios hará lo que falte.

Cfr. F. Trochu, El Cura de Ars

Él es suficiente

Santa Margarita María de Alacoque pasó por diversas pruebas porque nadie
comprendía bien la situación de su alma. Hasta que llegó a su convento, como
confesor, el Beato Claudio de la Colombière, que logró entenderla muy bien y dio
serenidad a su espíritu. Al poco tiempo este sacerdote fue trasladado por sus
superiores a otro lugar. La Santa acudió al Sagrario para quejarse humildemente, pero
oyó bien claro que el Señor le decía. "¿No soy Yo suficiente para ti?"

Las Llagas del Señor

Impresionan unas palabras que escribe San Antonio María Claret en su Autobiografía,
pues recogen una experiencia de vida espiritual muy profunda: "Delante del Santísimo
siento una fe tan viva que no lo puedo explicar. Casi se me hace sensible... Y estoy
besando continuamente Sus Llagas y quedo finalmente abrazado con Él... Siempre
tengo que separarme y arrancarme con violencia".

A altas horas de la noche

El Papa se encontraba en Zaire. Se había reunido con los obispos del país y con otros de
los territorios limítrofes y había cenado con todos ellos. Terminadas las despedidas, se
retiró a su habitación en la nunciatura. El periodista italiano Angelo Riguetti y la
española Paloma Gómez Borrero trabajaban en otra habitación y ya se preparaban para
marchar al hotel, cuando vieron que Juan Pablo II se dirigía a la capilla. Se le notaba en
su caminar y en su aspecto que iba cansado después de una jornada agotadora. Al
verlos, les miró con afecto y les dijo:

-Perdón, porque todavía están trabajando por mi culpa.

Le acompañaba su jefe de seguridad, Camilo Civin. Al día siguiente, Camilo explicó a


Paloma que cuando creen todos que el Papa está durmiendo o descansando, muchas
veces se halla rezando en la capilla.

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Falla la unidad de vida

La Reina Doña Sofía recuerda su conversión al catolicismo. Pocas diferencias había


encontrado con la ordoxia griega en el terreno doctrinal -salvo el primado del Romano
Pontífice-, pero le había llamado la atención, en lo referente a los sacramentos, que en
su tierra no se acostumbraba a comulgar con la frecuencia que veía en España. En
efecto, en Grecia, por lo visto, se suele comulgar una vez al año solamente, aunque no
hay inconveniente en hacerlo más veces. A ella le llamó la atención el número elevado
de personas que recibían la Eucaristía los domingos en España, y también que
bastantes lo hicieran a diario. Admite que con el pasar del tiempo sufrió cierta
decepción, porque había pensado que se trataría de cristianos buenísimos, pero no
siempre era así:

-Para algunos una cosa era el catolicismo dentro del templo, y otra cosa su conducta
moral en la calle, en el trabajo, con su familia. Eso me desconcertó, y me decepcionó.

Cfr. P. Urbano, La Reina

Oración de recién casados

El mismo día de la boda, al quedarse solos, pidieron al Señor que la vida que
empezaban en común se viera coronada por el éxito. También rezaron por los hijos que
tendrían que venir. Y además añadieron esta oración tan bonita: "Señor, te pedimos
que no nos dejes nunca de tu mano, que tu amor esté siempre entre nosotros. Haz,
Señor, que nuestra casa sea tu templo favorito y nuestros corazones tu sagrario
preferido".

Cfr. M.A. Monge, Alexia

No zarpó para las Indias

Aunque a primera vista pueda parecer un sinsentido, lo cierto es que la extraordinaria


piedad para con Dios fue la causa de que San Juan de Ávila se quedara en Sevilla y no
cumpliera su sueño de embarcarse para misionar en América. Todo tiene su
explicación en este mundo.

Ocurrió que Don Diego de Contreras, un clérigo sevillano muy conocido, que
destacaba por su desprendimiento, vida penitente y profunda religiosidad, oyó un día
una plática del Maestro Juan de Ávila y se quedó impresionado. Todavía le causó
mayor impacto verle celebrar la Santa Misa. Según el relato de fray Luis de Granada
(Vida del P. Maestro Juan de Ávila) "decíala con tanta devoción y reverencia y con
tantas lágrimas" que (Contreras) decidió presionar ante el Arzobispo hispalense,
Alonso Manrique, para que no le permitiera marchar, porque, decía, "harto hay que
hacer en el Andalucía sin pasar la mar"

Detalle de un niño

Fue testigo del hecho Jaime de Ossó, padre de D. Enrique, futuro Fundador de la
Compañía de Santa Teresa de Jesús, y se lo contó emocionado a su mujer, la buena de
Doña Micaela, aquel mismo día.

Estaba con el crío en una plaza de Vinabre, el pueblo natal, en la provincia de


Tarragona, y dos niños más. De repente se oyó la campanilla que avisaba de que
llevaban el Viático a algún enfermo, y el pequeño Enrique salió corriendo para
acompañar a Jesús Sacramentado. Pero al ver que le seguían los otros dos también, se
detuvo, miró hacia el padre, sacó unas monedillas del bolsillo y se las dio a los
compañeros para que no dejaran solo a su padre, y continuó su marcha con el deseo de
acompañar al Santísimo Sacramento. Jaime de Ossó estaba emocionado al relatarlo:

-¿Has visto, mujer?

Cfr. M. González, Don Enrique de Ossó

"Ele" y "lerele"

Un sacerdote nos refiere un bonito ejemplo de piedad sencilla. Lo protagoniza un


chaval, "barman" en una cervecería sevillana (cfr. A. Manuel Fernández, Santa María y
el amor humano). Le pregunta al final de una clase de formación cristiana:

-¿Tú le tienes cariño a la Virgen?

-¡Digo!

-¿Y qué haces para acordarte de Ella?

-Pues en el bar tengo un cuadro de la Macarena y, cuando me piden una cerveza, paso
por delante de la Virgen, la miro, y le digo: ¡Ele!

-Y... ¿no sabes decirle otra cosa?

-¡Sí! A veces paso, la miro, me quedo "clavao", y le digo... ¡Ele, lerele!

POBREZA

Cuestión de necesidades

En cierta ocasión, Luis XI de Francia (1423-1483) entró en la cocina y observó a uno de


los pinches que se afanaba en su trabajo. Se interesó por él:
-Oye, ¿cómo te llamas?

El pinche respondió al momento, respetuoso, pero sin interrumpir su labor y sin


reconocer a la persona que le hablaba.

-¿Y cuánto ganas con tu oficio?

-Tanto como el rey, mi señor.

No salía el monarca de su asombro ante tal respuesta inesperada, y volvió al


interrogatorio:

-¿Cómo es posible eso que me dices?

Y el muchacho dio una respuesta que agradó sobremanera al soberano:

-Sí, el gana lo que necesita para vivir y yo lo mismo; así que los dos ganamos igual.

De libros y regaderas

No hace falta decir que la virtud cristiana de la pobreza tiene más que ver con el
desprendimiento de los bienes de este mundo que con el hecho, mondo y lirondo, de
tener o no tener. Pues a propósito de desprendidos, se cuenta que una vez uno envió a
su criado a casa de un amigo para ver si le podía prestar cierto libro por el que estaba
muy interesado. El propietario contestó que no acostumbraba a prestar nada de su
biblioteca y que, por lo tanto, prefería que se diera una vuelta por su casa y consultara
in situ el deseado volumen. Mira por dónde que, pasado el tiempo, este último
necesitaba una regadera para echar agua a las macetas de su jardín, y se pasó por casa
del primero.

-Oye, ¿me prestas un rato la regadera, que se me ha roto la que tenía?

Y el otro contestó con sorna:

-No, mira, mejor te traes las plantas y las riegas aquí mismo.

Muy avariento

Podría contar unas cuantas cosas de un conocido que era de lo más avaro que se ha
visto por estos mundos de Dios. Los bienes terrenos se le pegaban como lapas, o, más
bien, era él quien se adhería a ellos con una argamasa que, al raguar, hacía imposible
el despegue. Por ejemplo, le pedía un hijo unas pesetillas para poder ir a ver un
ofidiario, o sea, un zoo donde se exhibían preciosos reptiles de las más variadas
procedencias del planeta; ejemplares únicos, bellísimos algunos, otros muy raros... Pero
este caballero no soltaba moneda:

-¡Así que quieres ver serpientes! Pues mira, mejor te voy a prestar una lupa, vas al
jardín y observas las lombrices.

Quizá sea leyenda


Oscar Wilde pasó épocas de gran penuria económica, sin más dinero que el que
lograba obtener de sus más fieles amigos. Le habría bastado con escribir cualquier cosa,
pero la pereza le podía. Murió en París a los cuarenta y seis años, el 30 de noviembre
de 1900. Posiblemente se trate de una leyenda, como tantas otras que se ha creado en
torno a su figura, pero cuentan que poco antes de morir pidió champagne y cuando le
fue traído declaró con humor:

-Me parece que estoy muriendo por encima de mis posibilidades

Cfr. J. Marías, Vidas escritas

La sotana del Papa

Dicen que había obreros trabajando en la misma habitación del Papa Juan XXIII. Al
llegar el Pontífice y encontrarse con ese panorama, tranquilizó a los operarios y les
pidió que continuaran con sus tareas como si tal cosa, mientras él se disponía a sentarse
en una silla y rezar su breviario. Al ver que la tal silla estaba llena de polvo, el Pontífice
tomó un trapo y se puso diligentemente a limpiarla, sin dar tiempo a los obreros a
echarle una mano. Y comentó con su habitual simpatía y llaneza:

-Hay que cuidar la ropa. Siempre me acuerdo de lo que costó a mi padre la primera
sotana que tuve. Desde entonces procuro cuidarlas bien para que duren.

Lo esencial

Esta historia se cuenta de uno de los grandes sabios de la antigüedad, Bías. Trataba de
asediar su ciudad natal el rey de los persas, Ciro, y cada ciudadano salía a escape con
lo que podía de sus pertenencias, procurando salvarse antes de que el cerco se cerrase
definitivamente. Bías, en cambio, marchaba tan tranquilo sin nada en las manos. Los
fugitivos le preguntaban con asombro:

-¿Pero es que no te llevas nada?

El sabio consideraba que con su sabiduría ya llevaba suficiente tesoro, y respondía con
total tranquilidad:

-Aunque os sorprenda, llevo conmigo todos mis bienes.

Carroza de plata

El 12 de marzo de 1545 llegaban a Montilla, procedentes de Osuna, los jóvenes condes


de Feria, Don Pedro Fernández de Córdoba y Doña Ana Ponce de León. Pocas
personas podían presumir de tanta alcurnia como estos dos personajes. Se hicieron
grandes fiestas en honor de los nuevos esposos y también grandes gastos. Según nos
relata M. De Roa, en su Vida de Doña Ana Ponce de León, iban en una carroza tan
llena de plata, que no parecía de madera. Algunos se escandalizaron del derroche.

Pasado cierto tiempo, mandaron recado al Maestro Juan de Ávila de que deseaban
verle. Parece ser que a la condesa le había llegado casi el momento de dar a luz a su
primer hijo y quería confesarse con hombre tan santo. El que le llevó el aviso comentó
con pena el escándalo que había supuesto tanto lujo de ambos esposos, y San Juan de
Ávila comentó como toda respuesta:

-Rogad a Dios que ella se hinque de rodillas a mis pies, que yo le quitaré la carroza y
más.

Se cumplieron los deseos del confesor. Logró tal arrepentimiento y deseos de santidad
en aquella alma, que se acabó la carroza y también los adornos que gastaba en su
persona, llevando a partir de entonces vida muy austera. Años después, al enviudar,
Ana Ponce de León entrará monja en el monasterio de Santa Clara de Montilla.

Es precioso el sermón que San Juan de Ávila pronuncia en Montilla el día en que la
condesa toma el velo, que es el 22 de julio de 1554. Comenta el Santo que algunos no
entienden esa decisión de entrar en convento, y se preguntan para qué. "Sabéis a qué
entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren; a barrer, si le pareciese a su
prelada; a cocinar, si fuere menester; a bajarse, a ser esclava de las otras y besar la tierra
que las otras huellan". El resumen que hace es éste: el reino de los cielos, según el
Evangelio, es un tesoro por el que se entrega todo; por Dios uno se da por completo.

Nepotismo

Mala costumbre la del nepotismo. Bien poco ejemplar fue en este terreno el Papa
Alejandro VIII, aparte del mal ejemplo que dio por sus muchos gastos en banquetes y
espectáculos teatrales, al favorecer descaradamente a sus familiares. Llegó a nombrar a
uno de sus sobrinos jefe de las galeras pontificias, a pesar de ser cojo y giboso, ¡que ya
son ganas! Decía a sus familiares, en alusión a su avanzada edad:

-¡Démonos prisa todo lo posible, porque en el reloj ya van dando las veintitrés!

Pero aún vivió lo suficiente para comprobar la ingratitud de aquéllos a los que había
favorecido. Falleció el año 1691.

El contraste lo ofrece poco después el Papa Clemente XI. Nada más ser elegido
Romano Pontífice, advierte a su familia:

-Tened en cuenta que habéis perdido a vuestro pariente: ya no tenéis en mí sino al


padre común, como el resto de los fieles.

Les prohibió incluso que aceptaran donativos con motivo del parentesco con el Papa. Y
él, personalmente, distribuyó casi todos sus bienes entre los pobres.

Cfr. C. Castiglioni, Historia de los Papas

RECTITUD DE INTENCIÓN

Oración poco presentable

En los años siguientes a Lepanto floreció la piratería por la zona del Canal de la
Mancha. Los franceses tenían su base en Dieppe y abordaban a las naves inglesas,
mientras que en la Isla, los ingleses hacían lo propio con las francesas, siendo su cuna
Devon y Cornwall. Los moradores de esas regiones vivían del mar, ya fuera del
bandidaje o del saqueo de los naufragios. En las aldeas ribereñas todas las noches se
rezaba una vieja plegaria que decía: "Señor, haz que no haya ningún naufragio, pero si
tiene que haber alguno, que sea en las costas de Cornwall".

Cfr. R. Abella, Los piratas del Nuevo Mundo

ROMANO PONTÍFICE

Dio la vida por el Papa

Sor Auxilia, en el mundo Mercedes Cortevis, fue una religiosa que cuidó
maravillosamente del Papa Juan Pablo II desde la primera vez que éste llegó a la clínica
Gemelli. Era una de las veinticuatro monjas de la congregación de María Niña que
prestaban servicio en el hospital. Alegre y simpática, al mismo tiempo que enérgica e
inflexible para imponer las órdenes de los médicos. Murió en agosto de 1995.

Desde hacía dos años sufría un cáncer. Por una de sus compañeras, sor Leticia, se ha
sabido algo sobre el origen de su enfermedad. El día que el Papa ingresó para la
operación del tumor, todas las religiosas fueron a la capilla a rezar para que fuera
benigno. De repente, ha revelado la hermana, "oímos musitar a sor Auxilia un Gracias,
Dios mío. Supimos meses después, cuando le diagnosticaron un cáncer maligno, que
en el oratorio ella había ofrecido al Señor su vida a cambio de la del Papa".

Cuando informaron a Juan Pablo II de la gravedad de sor Auxilia, fue a visitarla, y


volvió a verla cuando estaba agonizando para darle la Unción de los enfermos. Al ver
al Papa a su lado, ella abrió los ojos y esbozó una débil sonrisa de agradecimiento.
Horas después se iba al Cielo. La enterraron con la bata blanca sobre el hábito gris.

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

Dentro y fuera

El Papa Juan Pablo II estuvo en San Francisco durante un viaje por los Estados Unidos,
allá por el año 1987. En esa ciudad los homosexuales prepararon una bochornosa
manifestación para exteriorizar su rechazo al Romano Pontífice.

El Papa visitó un centro de acogida de enfermos de sida. Las cadenas de televisión


daban al mismo tiempo lo que ocurría en el interior y la actividad en el exterior de
grupos de lesbianas en abierta protesta por su presencia. Todo Norteamérica pudo ver
cómo un niño desahuciado, con una voz debilísima, recostado en el hombro del Papa
susurraba:

-I love you, Pope, I love you very much

Se veía al Papa emocionado, mientras abrazaba y besaba al pequeño.

Fuera un vocerío -también recogido por las cámaras- de lesbianas que protestaban e
insultaban:
-Pope, go home.

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

SAN JOSÉ

"¡Piénsatelo!"

En los comienzos de la fundación de las religiosas combonianas, su fundador, Daniel


Comboni, pasó no pocos apuros económicos. Decía a las primeras misioneras que
acudieron junto a él para trabajar por Cristo: "Queridas hijas, es el momento de
arrodillarse para pedir a San José, nuestro ecónomo principal, que nos ayude".

Las religiosas rezan, pero las deudas no hacen sino incrementarse de día en día.
Cuando la situación se vuelve más delicada, Comboni se dirige a la imagen de San José
que tiene sobre la mesa. Con sencillez le habla de su apuro y después le da un
"ultimátum":

-Si no me escuchas, vuelvo la imagen hacia el muro y no te rezo más.

Todavía tiene confianza de sobra como para decirle a San José sin faltarle, como es
lógico, al respeto:

-¡Piénsatelo!

Pasa una hora más o menos y suena una campanilla en la portería. Un señor
desconocido pregunta por Comboni y asegura tener bastante prisa. Naturalmente,
Mons. Comboni supone que se trata de un nuevo acreedor, pero no, el recién llegado
no quiere dinero. Pide que no le pregunte ni quién es ni quién le envía, y le pone en las
manos un sobre cerrado, luego besa con respeto el anillo pastoral de Comboni y se
marcha sin más. Al abrir el sobre, aparecen los miles de liras que necesita para afrontar
los problemas económicos más acuciantes. Es la respuesta de San José.

Cfr. L. Gaiga, Mujeres en la arena

"Id a José"

La siguiente anécdota, como la arriba referida, es una muestra más de cómo San José
no abandona a los que le invocan con confianza.

Otro fundador, en este caso el del Opus Dei, se encontraba en el año 1935 metido en la
difícil tarea de sacar adelante una residencia de estudiantes, en la madrileña calle de
Ferraz, dentro de una escasez de medios materiales más que notable. De entrada ya
venía encomendando a San José, y recomendaba hacer lo mismo a sus entonces
jovencísimos seguidores, contar con el oportuno permiso eclesiástico para instalar
oratorio en aquel inmueble. Acordándose de José, el hijo de Jacob, aquel hombre de
confianza del faraón en época de carestía, y de cómo el monarca egipcio enviaba a
quien acudía a él en demanda de auxilio a ese buen ministro -"id a José"-, pensó que
San José tenía que obtenerle el Pan eucarístico: ¿no había aportado el Santo Patriarca
con su trabajo el pan de cada día al hogar de Nazareth?
Una vez logrado el preceptivo permiso eclesiástico, había que obtener los elementos
que constituyen un oratorio. Poco a poco, con una gran modestia de medios materiales,
fue llevándose a cabo la instalación. Por ejemplo, el Sagrario -de madera dorada- lo
recibió en préstamo de manos de la Madre Muratori, Priora de las RR. Reparadoras de
Torija, pero faltaban al final varias cosas: candeleros, vinajeras, atril, bandeja... Unos
días antes de la fecha prevista para reservar al Señor -estamos en marzo de 1935- el
portero de la casa subió a la residencia con un gran paquete que había dejado un señor
en la portería, sin acompañarlo de tarjeta que diera razón de quién era el donante. En
aquel paquete estaba todo lo que hacía falta para completar la instalación del oratorio.
Algún residente comentó, medio en serio medio en broma, que seguramente sería San
José, y así quedó el asunto sin que nunca se tuviera conocimiento de la identidad de
aquel buen hombre.

SANTIDAD

Efecto de una plática

Debió ser por el mes de marzo o el de abril de 1855, cuando Domingo Savio tenía trece
años. San Juan Bosco habló a los muchachos de santidad con una fuerza que conmovió
a más de uno. En el caso de Domingo fue como una chispita que le hizo arder por
dentro en amor de Dios, con un fuego que no se apagó nunca a lo largo de su breve
vida en la tierra.

A los pocos días fue a ver a su maestro y le expuso con claridad su pensamiento:

-Siento como un deseo y una necesidad de hacerme santo.

Un día San Juan Bosco le habló de que pensaba obsequiarle con un regalo que fuese de
su agrado, y que le manifestara su preferencia por si podía acertar, pero el muchacho
volvió a la carga con lo que realmente ocupaba su mente y su corazón:

-El regalo que le pido es que me ayude a ser santo. Quiero darme todo al Señor, para
siempre; siento verdadera necesidad de hacerme santo; y si no me hago santo, no hago
nada.

El relato de la vida de Santo Domingo Savio que nos ha dejado Don Bosco añade más.
Un día se estaba explicando en clase la etimología de algunas palabras, y el chico
preguntó:

-Domingo, ¿que significa?

Le contestaron:

-Domingo quiere decir del Señor.

E insistió ante San Juan Bosco:

-Vea usted si tengo razón al decirle que me haga santo; hasta el nombre dice que yo soy
del Señor; luego yo debo y quiero ser santo, y no seré feliz mientras no lo sea.
Algo más que buenas personas

Es curioso. La reina María Cristina de Austria, durante su época de regenta de la


Corona por la minoría de edad de Alfonso XIII, tuvo que firmar un decreto de
concesión de una Gran Cruz de Isabel la Católica a una persona de quien nada sabía.
Interrogaba a Sagasta:

-Pero, ¿qué hechos dignos de recompensa tiene en su haber?

A lo que el jefe del gobierno repuso con prontitud:

-No recuerdo si los ha llevado a cabo o no, pero sí respondo a su Majestad de que no ha
hecho mal a nadie, y esto no se puede decir de todo el mundo. Premiémosle, pues, por
su bondad.

Sí, es curioso. Habría que escuchar el tono de voz y contemplar la sonrisa para
entender el sentido que estas palabras tenían en el buen Sagasta, frente a la seriedad de
la reina que se tomaba muy a pecho tales asuntos. Pero, mira por dónde, que hay
bastante gente que se siente muy tranquila al considerar que, no habiendo hecho mal a
nadie -y eso habría que demostrarlo-, ya ha cumplido y más que de sobra, como si
administrar los talentos recibidos no diera para más.

Cfr. E. Ferrer, Mª Tª Puga y E. Rojas, Cuando reinar es un deber

De Don Quijote a Sancho

El sacerdote D. Jesús Urteaga hace, como presentación de la Colección de Biografías


Mundo Cristiano, allá por el año 1989, un excelente resumen de un capítulo de El
Quijote. Y luego saca la moraleja.

"El caballero pretende entrar en la polvareda cuajada de dos copiosísimos ejércitos en


batalla.

Don Quijote, siempre dispuesto a prestar ayuda al desvalido y menesteroso, se pone


del lado de Pentapolín, Rey de los Garamantas, contra el pagano Emperador
Alifanfarón, pretendiente de la "fermosa y cristiana" hija de aquél.

Sancho no ve los ejércitos por ninguna parte sino ovejas y carneros que levantan
mucho polvo en el campo; oye sus balidos y nos los "clarines ni ruidos de atambores"
que asombran a su señor.

Después del desaguisado -porque Don Quijote no da su brazo a torcer-, sin muelas,
habla el caballero:

-Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro.

La moraleja es que hay seres humanos -sobre todo, los santos- que se distinguieron
porque han realizado muchas más cosas que nosotros. "Que no es un hombre más que
otro si no hace más que otro".
Un consejo no atendido

Escribe sobre Juan Pablo II el Prelado del Opus Dei, Mons. Echevarría, en un artículo
publicado en noviembre de 1996, con motivo de las Bodas de oro sacerdotales del
Romano Pontífice: "Un conocido intelectual le sugirió: Santidad, procure cuidarse más;
tanto trabajo le consume. Y el Papa, con el mismo afecto, pero con no menor firmeza,
respondió: Por favor, no me dé este tipo de consejos. Yo estoy aquí para servir, y lo que
necesita la Iglesia es un Papa que luche todos los días para ser santo. Además, después
de un Papa viene otro".

SINCERIDAD

Quería conocerse bien

El Cardenal de Retz (1641-1679) escribió en sus famosas Mémoires una serie de críticas
en torno a los defectos del Príncipe de Condé, Luis II, también conocido como el Gran
Condé (1621-1686). Este célebre noble francés pidió el libro y lo leyó -según dicen- con
gran interés. Un amigo le preguntó entonces por qué le interesaba tanto, y Condé
contestó:

-Porque está escrito por un enemigo que me hace conocer los defectos, cosa que
ninguno de mis amigos ha hecho nunca.

Este se conocía

Entre los grandes pioneros de la aviación -tiene su nombre escrito con letras de oro en
la historia de ese arte de navegar por el aire- está el norteamericano Wright Wilbor
(1867-1912). En un banquete celebrado en su honor le pidieron que improvisase un
discurso. El hombre sabía bien cuáles eran sus limitaciones, porque era humilde, y dijo:

-En la naturaleza lo normal es que los pájaros vuelen. Sólo algunas excepciones, como
los papagayos, logran hablar. A mí me sucede como a los pájaros normales: sé volar,
pero no soy capaz de hablar.

Dio buen resultado

Don Pedro Téllez Girón y Guzmán, Duque de Osuna (1574-1624), fue nombrado por
Felipe III virrey y capitán general de Sicilia y, después, de Nápoles. En su época
napolitana visitó la cárcel en la fiesta en que tenía el derecho de liberar a algún preso.
Como es natural, todos los presidiarios a los que interrogó le informaron de que eran
inocentes y que estaban allí a causa de un lamentable error judicial; bueno, no todos:
hubo uno que confesó francamente su delito. Entonces el virrey, con una pizca de sana
ironía, dio esta orden:

-Echad fuera a este delincuente para que no corrompa a todas las personas de bien que
aquí están encerradas.

Sin faltar a la caridad


Huelga decir que la sinceridad como virtud no consiste en decir todo lo que pensamos;
una mínima sensibilidad obliga muchas veces a callar, y en otras ocasiones aconseja
expresar, como norma de cortesía, un juicio más favorable de lo que la realidad refleja.
Ejemplo al canto:

Cuentan que se encontraron dos señoras después de varios años sin verse. Y se produjo
el siguiente diálogo:

-Rosa, pero qué joven estás, qué bien te conservas.

-Muchas gracias, pero lamento no poder decir lo mismo de ti. Estás que das pena.

Y la otra prefirió dejarse de cortesías y poner las cosas en su sitio:

-Pues miente, miente como yo.

Cfr. J. Sanz Rubiales, Medios de comunicación: aprender a ser críticos

Para sincerarse

Cuarenta y cinco años de dominación comunista marcan a un pueblo. Apatía,


desilusión desconfianza... son huellas que tardarán en desaparecer de esas sociedades.
En Lituania, según el testimonio de la periodista Paloma Gómez Borrero, en la capital,
Vilnius, muchas tumbas tienen un banquito muy rústico al lado. Según le dijeron, sirve
para "hablar" con los seres queridos, para confiarse, para desahogarse con ellos,
sabiendo que nunca les delatarán. Hay tal psicosis de "chivatazo" que sólo se fían de
los muertos para hablar con libertad

Cfr. P. Gómez Borrero, Juan Pablo, amigo. La vida cotidiana en el Vaticano

TIBIEZA

Rutinas

Debe de tratarse de un simple historieta puesto que existen de este asunto al menos
dos versiones: la del jardín y la del cuartel. Bueno, si optamos por la primera -poca
diferencia hay-, resulta que durante cinco años estuvo un guardia vigilando a diario un
determinado jardín, y no por cuestiones de moralidad pública ni por la posible
presencia de drogadictos o navajeros, sino porque sí, porque así estaba previsto. Una
investigación, cuando hubo cambio de alcalde, puso al descubierto que esa costumbre
había nacido el día en que pintaron los bancos del jardín, para evitar que alguien se
sentara en ellos y se viera perjudicado por la broma de mancharse. Al cabo de cinco
años, los bancos estaban pidiendo ya a gritos una nueva mano de pintura, pero el
guardia de siempre seguía vigilando: nadie le había dado nuevas órdenes.

En la vida espiritual cabría que sucediera algo muy parecido a lo anterior. Uno lleva a
cabo determinada práctica religiosa, por ejemplo, porque así lo hizo desde pequeño,
sin plantearse su sentido y razón de ser, como impulsado por la inercia: "yo siempre lo
hice así, pero tampoco sé muy bien por qué, y a estas alturas de la vida me da pereza
introducir cambios en mis hábitos". Exagerando un poco, naturalmente.
Bastante diferencia

Le pidieron a un hombre que apoyara una tarea de interés apostólico. Él preguntó si se


trataba de colaborar o de comprometerse. ¿Cuál era la diferencia? Lo explicó muy
gráficamente:

-En un plato de huevos con tocino, la gallina "colabora", mientras que el cerdo "se
compromete".

La respuesta es aplicable a muchas situaciones de la vida: comprometerse de verdad o


ir tirando.

TRABAJO

Sabiduría popular

Suele decirse que la mejor lotería es trabajo y ahorro. En una línea parecida de
convicciones se mueve la sabiduría popular cuando afirma que "con diez nobles
abuelos no se pone el puchero", indicando que de poco sirve presumir de antepasados,
linajes y abolengos..., si estos "méritos" no van acompañados de un patrimonio. Y
también: "Con hermosura sola no se pone olla". El contenido de una popular seguidilla
va también en esa dirección: "Dices que por el pelo tienes amores; / echa el pelo en la
olla, / verás qué comes".

Hay un tigre debajo de la mesa

Kazuo Ishiguro, el buen escritor británico de origen japonés, narra en Los restos del día
una historia curiosa. Se trata del comportamiento, en situación comprometida, de un
mayordomo que había gozado de fama entre los mejores mayordomos ingleses,
ejemplo a seguir y espejo en el que mirarse por su discreción y eficacia.

Había viajado con su señor a la India, donde le sirvió siempre de modo admirable. Una
tarde, como acostumbraba, el mayordomo dio un repaso al comedor para asegurarse
que todo estaba en perfecto orden para la cena, y descubrió que debajo de la mesa
había nada menos que un tigre moribundo. Inmediatamente abandonó en silencio el
comedor, se aseguró de cerrar bien la puerta y se dirigió sin prisas al salón donde su
señor tomaba el té con los invitados. Tosiendo educadamente -un ligero carraspeo-,
llamó la tención de su patrón y, acto seguido, acercándosele al oído, susurró:

-Discúlpeme, señor, pero creo que hay un tigre en el comedor. ¿Me permite que utilice
el rifle?

Obtenido el permiso, salió con discreción. Pocos minutos después estaba de nuevo en
el salón dispuesto para rellenar las teteras. El dueño de la casa le preguntó si todo
estaba en orden.

-Perfectamente, señor.

-Gracias.
-La cena será servida a la hora habitual, y me complace decirle que no quedará huella
alguna de lo ocurrido.

Puro fingimiento

El sistema comunista ha sembrado sal allá por donde ha pasado, también en los
aspectos materiales y económicos. Ha sofocado la iniciativa privada y ha creado, con su
estatalismo, un mundo de gentes sin estímulo ni sentido de la responsabilidad
personal. Los obreros de la antigua Unión Soviética decían con sorna a propósito de
sus relaciones con los jefes: "Ellos hacen como que nos pagan, y nosotros hacemos
como que trabajamos".

Una de perezosos

Siempre es fácil recurrir al chascarrillo en que se destaca el vicio de la pereza, aunque


el ideal sea, más bien, presentar la virtud y animar con el buen ejemplo.

Se habla de un individuo que estaba apoyado en la puerta de una casa y ni se


molestaba en tocar el timbre. Por fin alguien salió del interior de la vivienda y se topó
con el que esperaba.

-¿Desea algo?

-Sí. He oído que es aquí donde dan un premio al más perezoso, y yo venía...

-En efecto, es aquí, pase usted.

Y el de la puerta responde algo mosqueado:

-¿Cómo que entre? Oiga, a mí me tienen que entrar, ¿sabe?

Otra de lo mismo

En este país se ha ironizado mucho con la poca laboriosidad de los empleados públicos
y hay que decir que "de todo hay en la viña del Señor", y que "en todas partes cuecen
habas, y en la mía, calderadas", aunque también es cierto que tanta insistencia en las
chanzas debe obedecer a alguna realidad. Por otro lado, este género de críticas puede
observarse en otras naciones cuando se trata del gremio funcionarial.

A diversos ministerios se ha atribuido la conocida anécdota. Un caballero es detenido a


la puerta cuando intenta subir al primer piso.

-¿A dónde va usted -pregunta el portero-: no hay nadie arriba.

-¡Ah! -se sorprende el visitante-, ¿no trabajan por la tarde?

Y el portero replica muy serio y como quien quiere hacerse entender:

-Verá, cuando no trabajan es por la mañana. Por la tarde es que no vienen.


Un compañero siempre agobiado

Narra un sacerdote, con buen humor, recuerdos de un antiguo compañero de Colegio


Mayor, prototipo del agobiado. Y el individuo era de esta guisa:

"-Mañana tengo que estudiar doce horas seguidas -aseguraba con mirada doliente.

Después de tan solemne aserción, lo disponía todo para la batalla: se levantaba tarde
para estar descansado y con la mente lúcida. Tras un desayuno energético, daba un
paseo para tonificar los músculos. El aperitivo, por supuesto, era sagrado. Después de
comer, tres o cuatro cafés para mantenerse despierto. Un par de horas más tarde ya
había preparado el escenario: los libros bien a mano; la luz, por la izquierda; un termo
con más café; cuatro cajetillas de tabaco; zapatillas para sus cansados pinreles; un flexo
de luz intensa para evitar fatigas; bolígrafos de tres colores; lápiz para subrayar; folios
en abundancia; aspirina para previsibles cefaleas, y música ambiental.

A las nueve cena.

-Qué noche me espera. Tengo que estudiar lo menos quince horas...

Después de la cena, una copita... Y entonces sí; con paso firme y mirada bizarra,
entraba decidido en su habitación. Al cabo de diez minutos de estudio comprendía
que, en realidad, donde mejor se trabaja es en la cama. Con tres almohadas de respaldo
y un cuarto de hora perdido en trasladar el equipaje, se embutía el pijama, entraba en
la piltra y abría el libro.

Un hora después me tocaba apagarle la luz".

Cfr. E. Monasterio, en "Mundo Cristiano", nº 424, abril de 1997

Hombres de una pieza

Me lo contaba un amigo. Había ido él a visitar una finca con el dueño. Cuando llegaron
al lugar en que unos campesinos estaban trabajando -ya desde lejos los habían visto-,
dos o tres de ellos descansaban tan tranquilos fumándose un cigarrito a la sombra de
un árbol. Se sorprendió el visitante de la actitud de aquellos hombres y pensaba en su
interior si no serían un poco cínicos, con aquel comportamiento que parecía denotar
cierta frescura. A la vuelta preguntó al propietario por aquellos empleados. Este aclaró:

-Son los mejores. ¡Son de una pieza! Es curioso, cuando un hombre trabaja bien, no
necesita hacer exhibición de su trabajo.

Un tipo dinámico

Abundando en experiencias de amigos, recuerdo a otro que trabajaba para un


individuo francamente dinámico y eficaz. Una vez le llamó el jefe al despacho para
confiarle una gestión bastante delicada y urgente, entregándole unos papeles en los
que todo estaba detallado con minuciosidad. Cuando mi amigo tuvo bien claro el
encargo, preguntó:
-¿Para cuándo debo tenerlo hecho?

El otro, rápido, seguro de lo que deseaba, contestó:

-Para ayer, así que ya lleva retraso.

Reconozco que me gustaría haber conocido a ese hombre. Tenía "madera".

Las cosas bien hechas

Parece ser que durante el rodaje de la célebre película Rebeca, basada en la novela de
Daphne du Maurier y dirigida por el rey del "suspense" Alfred Hitchcock, éste no
estaba muy contento de una escena en la que Joan Fontaine debía llorar con crudo
realismo. La escena se repetía una y otra vez, hasta que la diva, un tanto harta, aseguró
que no estaba dispuesta a derramar ya ni media lágrima. Y comentó con una pizca de
sarcasmo:

-A no ser, claro está, que usted me las haga brotar a bofetadas.

No se lo pensó dos veces el genial director, que no estaba dispuesto a admitir un


trabajo mediocre, y al instante le soltó un par de guantazos, uno en cada carrillo, que
fructificaron en una excelente escena plena de emoción.

"Despacito y buena letra"

Robert Fulgbum ha escrito un breve cuento en el que el narrador está convencido de


que Haiho Lama -un lama tibetano- se ha reencarnado. En concreto es su 145
reencarnación, y lo ha hecho en la persona de un zapatero llamado Elías Schwartz.
Llegó por primera vez a atisbar este misterio cuando le llevó a reparar unos zapatos
viejísimos. Elías los examinó con atención y, con voz pesarosa, indicó que no valía la
pena remendarlos. En la trastienda los guardó dentro de una bolsa de papel marrón
sujeta con unas grapas. Al abrir el paquete en casa, el cliente encontró un caramelo de
chocolate en cada zapato y una nota con estas palabras: "Todo lo que no vale la pena
hacer, vale la pena no hacerlo bien. Piénselo. Elías Schwartz".

De otra manera Machado dice lo mismo, pero en positivo: "Despacito y buena letra./ El
hacer las cosas bien/ importa más que el hacerlas".

Cansancio

Un día, Mons. Álvaro del Portillo contó, pocos años antes de su fallecimiento, que fue
recibido en audiencia por el Papa a última hora de la tarde. "Cuando llegó a la sala
donde le esperaba, advertí que caminaba con fatiga, y que el rostro sereno dejaba
traslucir la huella del cansancio. Al hacérselo notar con respeto, su respuesta fue:

-Si a estas horas no estuviera cansado, significaría que no habría cumplido con mi
deber.

Estas palabras traen a mi memoria lo que San Pablo escribía a los cristianos de Corinto:
muy gustosamente me gastaré y me desgastaré por vuestras almas".
Cfr. "Mundo Cristiano", nº 399

Al trabajo lo llaman suerte

El célebre doctor Marañón (1887-1960) brilló con luz propia como estudiante -no dejó
matrícula "viva"- y como profesional, prestigioso en el mundo de la medicina y
cultivador de diversas facetas de la cultura humana. Para Don Gregorio "eso" de la
suerte no existía; lo que había era trabajo y sacrificio de muchos años: "La suerte -
aseguraba- la debo yo a levantarme cada día a las cinco de la mañana para comenzar
mi trabajo. Entonces estudio el caso del enfermo que he de ver en el hospital y me
prestigio como médico; preparo la clase que tengo en la Facultad y quedo bien con mis
alumnos; trabajo en el libro que debo dar a la editorial y me prestigio como escritor...
Pero nada de eso es suerte, sino el resultado de mi esfuerzo".

Jane Eyre

En la inmortal novela de Charlotte Brontë, Jane Eyre, la heroína va a visitar la casa de


los familiares que antaño la habían tenido con ellos -era la pariente pobre- y la habían
tratado, por cierto, con muy poca humanidad. Allá, en Gateshead, hará un juicio
interesante sobre una de sus primas: "Elisa hablaba poco, pues le faltaba tiempo para
ello. Nunca vi persona más ocupada y, sin embargo, no adivinaba lo que hacía; mejor
dicho, el resultado de tanta actividad". Cuando pasa a narrar en qué se le iba el tiempo
a la prima Elisa, se ve, por ejemplo, que dedicaba cada jornada dos horas a su diario.
Así cualquiera está ocupado, y piensa uno: "es que lo tuyo, Elisa, maja, era no parar".

Sin ética

Apresaron en Francia a un potente traficante de droga. El hombre, juzgando que su


"carrera" acababa de fracasar, terminó quitándose la vida en la cárcel.

Llamaba la atención especialmente algo en su trayectoria vital. Este individuo,


prestigioso autodidacta en la ciencia química, había llegado a transformar la morfina-
base en heroína con una perfección técnica que fue la admiración de los especialistas, y
ganó cuanto quiso. En el interrogatorio a que fue sometido por el juez, que le decía:
"¿Se da cuenta de que estaba envenenando a millares de jóvenes?", dio esta increíble
respuesta:

-No, nunca miré las cosas bajo este aspecto; para mí sólo contaba una cosa: el trabajo
bien hecho.

¿Habría algo -bastante- de cinismo en la contestación? No lo sé. Pero llama la atención


que pudiera recrearse en el trabajo "bien hecho". Sin un planteamiento ético, no es
posible hablar de trabajo "bien hecho". Quizás, sí, desde un punto de vista meramente
técnico -en el mismo sentido en que un terrorista puede ser un buen terrorista, por su
eficacia asesina-, pero no en el sentido de un quehacer que perfecciona y dignifica a
quien lo lleva a cabo, y, sin eso, no hay trabajo valioso.

VIRGEN MARÍA

Tener madre
Chepkoetch es una muchacha africana perteneciente a la tribu kalenjin. Un día cuenta a
una amiga europea -recordando el paganismo de sus antepasados- cómo entre su gente
siempre se había adorado a un solo Dios, que para ellos estaba en el sol. Le ofrecían, en
el día más largo del año, el cordero más blanco de los rebaños. En tiempos de su abuela
llegaron misioneros católicos y protestantes, y su abuela iba una semana a escuchar las
explicaciones de una misión y a la siguiente las de la otra. Y fue la Madre de Dios la
que hizo que se convirtiera a la fe católica, después de algún tiempo. Pensó -entre otras
muchas razones- que la religión que tenía una Madre como la Virgen María debía ser la
mejor de todas.

Cfr. E. Toranzo, En el corazón de Kenia

En una catequesis

¡Qué confianza tienen en el recurso a María las gentes más sencillas, y, entre ellas, los
niños! Daba catequesis un sacerdote mejicano a unos niñitos. Les hablaba del gran
apoyo que tuvo la Virgen y el Niño en el Santo Patriarca. Decía:

-Os imagináis... ¿Qué habría sido de Ella cuando Herodes quiso matar a Jesús y hubo
que huir a Egipto? ¿Qué podía hacer sin San José a su lado para protegerla?

Y contestó una pequeña con formidable espontaneidad:

-¡Pues encomendarse a la Virgen de Guadalupe!

Tabla de salvación

Era un hombre grandullón, alto como una torre, fornido, y lloraba desconsolado como
un niño pequeño. ¡A veces la vida es dura, casi cruel! Estaba el hombre tan
desesperado que pensaba que ya no le quedaba ningún asidero en su vida. Le
escuchaba un sacerdote, que trataba de encontrar algo bueno en que apoyarse -ya era
bastante haber conseguido que charlara con él-, pero la existencia de aquel hombre era
un cúmulo de tonterías, de desastres, de hechos lamentables, nada parecía
"aprovechable" a primera vista. De pronto, al hombrachón le brillaron los ojos:

-Bueno, sí, algo valioso puede ser que haya hecho en la vida: jamás dejé de rezar a la
Virgen María, tal como me enseñó mi madre. Creo que en medio de tanta basura
siempre la he querido.

Ya había encontrado el sacerdote la tabla que andaba buscando, para que el otro
pudiera asirse y salir a flote en medio de aquel oleaje que amenazaba con hundirlo y
aniquilarlo. Seguramente era el amor a María el que había propiciado aquella
conversación. Y salió adelante el atribulado. Se cumplió una vez más aquello de San
Efrén: "Ella es la esperanza de los desesperados"

Como un milagro

Refiere un sacerdote que, recién ordenado, con su veintiséis años a cuestas, recibió una
llamada telefónica. Se trataba de una voz masculina, un tanto nerviosa, que le hablaba
de acudir a atender en el lecho de muerte a un moribundo. Le explicaba que el asunto
era difícil, porque los amigos y familiares del moribundo no querrían ver a un
sacerdote ni en pintura en la casa. Y allá fue, no sin antes encomendarse a la Virgen
para que todo saliera a pedir de boca.

En el piso del enfermo hubo consternación al verle aparecer, pero él se dirigió


directamente a la habitación que le pareció del enfermo, y acertó.

-¿Le han dejado entrar?

-He visto caras de susto y gestos feos; pero ha podido más la Virgen nuestra Señora.

-Gracias. No tengo mucho tiempo. Quiero confesarme.

El hombre era persona muy conocida. Llevaba sin confesarse muchísimos años. Al final
la absolución.

Poco antes de morir quiso explicar al sacerdote el "milagro":

-He estado cuarenta años ausente de la Iglesia. Y usted se preguntará por qué he
llamado a un sacerdote. Mi madre, al morir, nos reunió a los hermanos... Mirad. No os
dejo nada. Pero cumplid este testamento que os doy: Rezad todas las noches tres
avemarías. Y yo, ¿sabe?, lo he cumplido.

Termina el autor del relato: "Se moría mientras cantaba. A mí me pareció todo aquello
un cántico: Yo lo he cumplido, yo lo he cumplido".

Cfr. J. Urteaga, en "Mundo Cristiano, nº 412, mayo de 1996

Ali Agca no entiende

La tarde del 13 de mayo de 1981 -fiesta de la Virgen de Fátima- estaba Ali Agca en la
plaza de San Pedro preparado para asesinar al Pontífice. Este ciudadano turco había
sido condenado en su país por el asesinato de un famoso periodista pero había logrado
escapar de la cárcel de extrema seguridad de Kartel. A las 17,17 dispara sobre Juan
Pablo II, pero el Papa salva la vida milagrosamente.

En espera del proceso, el criminal se encuentra en la cárcel romana de Rebibbia. Allí


recibe la visita del entonces Cardenal Vicario de Roma, Ugo Poletti -fallecido en febrero
de 1997-, que desea saber la razón del atentado. En cambio, Ali Agca pregunta a
Poletti:

-¿Quién es esa Fátima que dicen que ha salvado al Papa?, porque yo sé disparar y tiré
a matar.

La mediación de Santa María

El escritor español José Luis Olaizola da forma a un libro en que, aprovechando un


viaje por Hispanoamérica, entrevista a varios sacerdotes que le van narrando detalles
interesantes de su vida de servicio a Dios y a las almas. Aparece en él uno argentino,
Don Daniel Zaffaroni, que, como el resto de los entrevistados, posee una biografía más
que interesante. Es un anciano que trabaja mucho y bien en el mundillo de los artistas
de la ciudad de Buenos Aires. Refiere con sencillez que él, de joven, no daba
importancia a la predicación que escuchaba sobre la mediación de la Virgen María;
aquello le sonaba a cosa sentimental y un poquito exagerada. Pero desde que se ordenó
sacerdote y se puso a trabajar con las almas, no tuvo más remedio que renovar sus
planteamientos en tal materia. ¿Por qué? Porque se encuentra con la Virgen María en
todas partes:

-Voy al lecho de un moribundo, medio ateo, y me saca una estampita, sobada, con una
explicación: Me la dio mi madre, o alguna persona que se preocupaba por él. Siempre
me encuentro con que María me ha preparado el camino. No un arcángel o San
Cayetano. Siempre María.

Cfr. J.L. Olaizola, Guía de curas con encanto

Devoción cristocéntrica

Con sencillez responde Juan Pablo II al periodista que le interroga. Le pregunta por la
devoción a la Virgen María, y el Papa trae a la memoria recuerdos muy queridos de su
juventud. Durante la Segunda Guerra Mundial él trabajaba como obrero en una
fábrica. Entonces le pasó por la cabeza la idea de que quizá debería alejarse algo de la
devoción mariana que tenía muy arraigada desde la infancia, en pro de un cristianismo
-así pensaba- más cristocéntrico. Pero gracias a la lectura de las obras de San Luis
Grignon de Monfort comprendió que la verdadera devoción a la Madre de Dios es
cristocéntrica, "más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de
Dios, y en los misterios de la Encarnación y de la Redención". Lo que sí logró a partir
de entonces fue una devoción a la Señora más madura. Considera el Papa que la
encíclica Redemptoris Mater y la carta apostólica Mulieris dignitatem son en buena
medida fruto de esa profundización.

Cfr. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza

Un argumento de la vida misma

En la víspera de la gran fiesta de la Asunción, dos hombres pasean por la explanada de


Fátima. Uno es el mariólogo español Laurentino Mª Herrán, palentino de Fuentes de
Nava; el otro un teólogo protestante. Este último está asombrado por el número de
personas que van y vienen por el santuario en ese 14 de agosto: ¿No es la fiesta al día
siguiente? Don Laurentino le explica que muchos han acudido ese día porque desean
acercarse al sacramento de la penitencia y estar así bien preparados para recibir a
Cristo en la Eucaristía en la fiesta de la Asunción. El protestante reflexiona y dice:

-Yo siempre había pensado que la Virgen María era un obstáculo para acercarse a
Cristo; ahora veo que es todo lo contrario: María lleva a Jesucristo. Creo que tengo que
revisar mis planteamientos teológicos...

El resto es cosa nuestra

Estaban preparando en un local contiguo al templo, allá por tierras de Sevilla, lo que se
conoce por una Virgen "armada". Unas horas después tendría lugar la solemne
procesión. Sobre un cojín descansaba una cabeza de talla maravillosa; sobre otro cojín,
reposaban unas manos también de factura delicadísima. Y el sacerdote, venido de fuera
para la predicación en aquellas fiestas religiosas, observaba la escena sorprendido.
Preguntó al "capataz":

-¿Y "eso" es toda la Virgen?

El capataz le dirigió una mirada que quería expresar algo así como "se nota que usted
es forastero y no entiende de esto", al mismo tiempo que aseguraba:

-No se preocupe que el resto corre de nuestra cuenta.

Durante unas horas varias personas, a las órdenes del "capataz" fueron armando lo que
hacía de cuerpo de la imagen, lo cubrieron con un bellísimo vestido y manto, la
coronaron, la rodearon de flores y velas, todo con un gusto exquisito. Pero fue en el
momento en que la imagen salió a la calle, y el sacerdote admiró el fervor y la fe de la
muchedumbre, escuchó lo piropos de que todas partes llegaban a la Madre de Dios y
comprobó cuánto la amaban, cuando comprendió de verdad el sentido de las palabras
del "capataz": "¡El resto corre de nuestra cuenta!"

Corazón de madre

Un suceso me trajo a la memoria enseguida la leyenda bretona que recogí en


Anécdotas y virtudes, nº 673, que trata de cómo es el corazón de las madres, y pensé,
lógicamente, en el de Santa María, la mejor de todas. Ocurrió cuando un sacerdote, que
había ejercido el ministerio hace muchos años en un pueblín de Asturias, allá por el
concejo llamado de Teverga, charlaba con una antigua feligresa sobre una determinada
mujer. La pobre vivía sola con un hijo enfermo mental, quien alguna vez llegaba a
propinar a la buena madre más de un golpe. Un día le arreó una auténtica paliza, hasta
el punto de que el vecindario pidió que vinieran de Oviedo con una ambulancia y se
llevaran a aquel energúmeno al manicomio. Cuando los loqueros se hicieron cargo del
muchacho, la mujeruca, todavía ensangrentada y magullada por los golpes recibidos,
suplicaba a aquellos hombres:

-¡Por favor, no le peguéis; no le hagáis ningún daño!

Y con esas frases en la boca, que se salían de los más hondo del corazón, iba la pobre
detrás del hijo querido. Los presentes estaban conmovidos. Y finalizaba el sacerdote su
recuerdo de aquel lance:

-¡Hay que ver cómo son las madres! ¡Las madres son así!...

VOCACIÓN

Desde niño

En el noroeste de Argentina está la ciudad de Resistencia, capital de la provincia de


Chaco, y el Arzobispo de la diócesis, Carmelo Juan Giaquinta, de indudable
ascendencia italiana, cuenta en 1996 cómo fue su vocación para el sacerdocio;
interesante para el que piense que la llamada divina tiene que hacerse oír cuando uno
ya es un adulto hecho y derecho. La cosa vino desde la niñez.

-Yo tenía ocho años. Mi padre había decidido volver a Italia cuando murió mi madre.
Un día, próximo el embarque, caminábamos (mi padre y sus cinco hijos) cuando se
acercó un hombre. Recuerdo que se pusieron a hablar y que discutían (...). Así, papá
suspendió el viaje. Pero lo curioso es que el hombre se volvió a mí y me preguntó:
"Decime", ¿no te gustaría ser sacerdote? Menuda pregunta a un chico de ocho años...

El pequeño respondió que sí. Aquel hombre -el que había sembrado en el niño- era
hermano del Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, Mons. Santiago Copello. Desde ese
día, Carmelo Juan nunca dudó de su vocación:

-Dificultades, sí las tuve. Pero nunca dudé de mi vocación sacerdotal.

Futuro Papa

El padre del que llegaría a ser Papa con el nombre de Juan Pablo I, Albino Luciani, se
llamaba Giovanni y era un hombre de ideas socialistas, anticlerical y no pisaba el
templo, aunque murió tras recibir los últimos sacramentos y en perfecta sintonía con la
Iglesia. Su hijo, Albino, seguramente impresionado por un predicador capuchino, se
planteó a los diez años el ser sacerdote. Pero había que conseguir el beneplácito del
padre, que por aquel entonces andaba trabajando en Francia; y algo más que el
permiso, porque había que pensar en comprar libros, desplazamientos, pensión -
aunque muy modesta- del seminario..., y la familia era bastante pobre.

Curioso. El padre, a pesar de la sorpresa que le supuso la decisión del hijo, le respondió
a vuelta de correo: "Haz lo que quieras". El Papa Juan Pablo I conservó celosamente
aquella carta entre sus recuerdos más queridos.

Cfr. N. Valentini y M. Bacchiani, El Papa de la sonrisa

Horas de oración

Estaban en los comienzos. Las recién nacidas Siervas de María, religiosas bien
conocidas por su tarea de cuidar enfermos en sus mismos domicilios, eran poquitas y
pasaban momentos de extrema pobreza. La Madre Soledad Torres Acosta, la
Fundadora, las ponía a rezar en la casita madrileña donde vivían. Comenzaban a las
cuatro de la mañana y así estaban hasta las ocho, y luego a Misa.

Una de ellas le dijo un día:

-Madre, ¿qué hacemos aquí tantas horas?

Y ella respondió:

-Hija mía, pedir a Dios que se aumente la comunidad.

También tiene su miga que insistiera la buena religiosa:


-Si no tenemos qué comer, ¿Para qué muchas hermanas?

No se arredró la Fundadora. Ya saldrían adelante. Lo importante era ser muchas más


para extenderse por el mundo entero, que había mucha tarea por llevar a cabo.

Cfr. J.M. Javierre, Soledad de los enfermos

VOLUNTAD DE DIOS

Dios sabe más

Parece, a primera vista, la reflexión de un autor de espiritualidad, y en realidad sale de


la pluma de un hombre no versado en tal género de literatura. Es de un atleta
norteamericano a quien un accidente ha dejado postrado en una silla de ruedas. Su
nombre es Kirk Kilgour. Tomo el texto de J. Herranz, Atajos del silencio: "Pedí a Dios
ser fuerte para realizar proyectos grandiosos y Él me ha preferido débil para
conservarme en la humildad. Pedí a Dios que me diese la salud para grandes
empresas, y Él me ha dado el dolor para comprenderlo mejor. Le pedí la riqueza para
poseer muchas cosas, y Él me ha dejado pobre para no ser egoísta. Pedí a Dios todo
para poder gozar de la vida, y Él me ha dejado la vida para poder estar contento.
Señor: no he recibido nada de cuanto te pedí, pero me has dado todo aquello de lo que
tenía necesidad, y casi contra mi voluntad".

Una oración consoladora

El 18 de mayo de 1967 fallecía uno de los hombres que más han brillado en la medicina
española, ilustre maestro de otros grandes doctores. Don Carlos Jiménez Díaz había
nacido en Madrid, en el año 1898. Antes de morir había escrito una oración para un
pariente suyo. El texto se lo confió la viuda al matrimonio Eduardo y Laurita Ortiz de
Landázuri: "José Mari: Cuando sientas la mano de Dios que te acaricia, aunque sea a
contrapelo y dolorosamente, recuerda lo que hace un perrito cuando siente la mano de
su amo; le lame la mano. Yo te lo puedo decir, por experiencia; llevo mucho tiempo
lamiendo la mano de Dios".

Cfr. E. López-Escobar y F. Lozano, Eduardo Ortiz de Landázuri

Encargos para el más allá

En el convento de las Madres Mercedarias de Santiago de Compostela se acercaba sin


remedio el momento de la muerte de una de ellas, precisamente una monja jovencita,
pero no habían perdido la alegría -tampoco la enferma-, al considerar que la Vida está
más allá de este mundo, pues morir es ir al encuentro del Señor. Entre aquellas
benditas se producía este diálogo:

-Le dices a San José que le estoy muy agradecida por el favor que me hizo.

-Pídele a Santa Rita que no olvide mis peticiones.

Y una, que consideraba que lo que Dios da o permite sólo puede ser para bien:
-Dale gracias al Señor, de mi parte, por las calenturas que me envió el año pasado.

Cfr. G. Torrente Ballester, Compostela y su ángel

Modos diversos de conducir

La vida es un gran don de Dios: nunca le agradeceremos lo suficiente este regalo. Pero
luego, quizá, nos portamos -transcribo lo que contaba un amigo- como el que ha
recibido como regalo un formidable automóvil y no quiere saber nada del benefactor
generoso; eso se llama montarse en el vehículo y dejar a Dios en la cuneta. También
cabe una segunda posibilidad: aceptar llevar a Dios en el asiento de al lado, pero sin
dirigirle la palabra en todo el trayecto de la existencia (es menos malo que lo anterior,
pero puede calificarse también de mal comportamiento, para qué engañarnos). Algo
mejor estaría preguntarle al Señor: "¿adónde quieres que vayamos?". Pero hay un
modo superior de tratar al Señor, y consiste en decirle simplemente: "¡conduce Tú, por
favor!"

Oración de niña

Estaba un día escuchando una emisora de radio -la Cope, para más señas- y
comenzaron un programa dedicado a tres niñas a las que se les había incoado el
proceso de Beatificación y Canonización. Yo ya conocía a una de ellas: Alexia, a quien
tenía y tengo por muy santa. La madre, Moncha, relató al final del programa, como
anécdota muy representativa de cómo era su hija, algo que he encontrado en una de la
biografías (cfr. M.A. Monge, Alexia) y refiero seguidamente.

Fue por la época de su primera confesión y primera comunión. Un día, después de


confesarse, hizo la niña una genuflexión delante del Sagrario sin prisas y con la
conciencia de quien sabe que ahí está Jesucristo, tal como la madre le había enseñado.
Estaban ya ambas en el atrio del templo, cuando ésta le dijo:

-¿Sabes, Alexia? Yo no sé si te he dicho alguna vez que es bonito decirle algo cariñoso
al Señor, cuando hacemos la genuflexión ante el Sagrario.

Ella se quedó mirándola con sus grandes ojos muy abiertos y una expresión entre
asombrada y divertida, mientras decía con gran convencimiento:

-¡Claro, mamá! Yo le digo. Jesús, que haga siempre lo que Tú quieras.

La madre sólo pudo aprobar aquello. Y se quedó muy impresionada, porque esa frase
nunca se la había enseñado. ¿Sería una moción del Espíritu Santo? Parece que esta frase
contiene el programa de lo que fue siempre la vida de aquella pequeña.

Ante las calumnias

San Antonio María Claret, beatificado en 1926 y canonizado en 1950, padeció, como
tantos santos, las calumnias más miserables. Escribe un día del año 1864 a su director
espiritual: "Este año he sido muy calumniado y perseguido por toda clase de personas,
por los periódicos, por folletos, libros remedados, por fotografías y por muchas otras
cosas, y hasta por los mismos demonios. Algún poquito a veces se resentía la
naturaleza; pero me tranquilizaba luego y me resignaba y me conformaba con la
Voluntad de Dios. Contemplaba a Jesucristo y veía cuán lejos estaba de sufrir lo que
Jesucristo sufrió por mí, y así me tranquilizaba".

Madera de cedro

Hay una vieja leyenda alemana que nos habla de un monje llamado Bertram. Había
vivido durante muchos años en un monasterio, donde ejecutaba muy buenas obras de
escultura porque era un artista. Un día el abad le mandó que hiciera un Santo Cristo
para el altar mayor: pronto les iba a visitar un Cardenal y sería gran cosa poder
mostrarle esa imagen ya realizada y en su sitio.

El pobre monje andaba un poco angustiado a causa de que no disponía de la madera


adecuada para esa importante talla. "Si tuviera madera de cedro del Líbano...", se
decía. Pero es que en el taller sólo disponía de una madera de roble medio carcomida, y
con eso, ¡a ver qué iba a hacer! Nada, ni estatua ni nada. Con cedro del Líbano ya sería
otra cosa, pero de dónde sacaba él cedro del Líbano... Dando vueltas y más vueltas a
estos pensamientos le venció el sueño y se durmió.

Mientras dormía, narra la leyenda, ocurrió algo extraordinario. Un ángel bajó del Cielo,
cogió las herramientas de Bertram y empezó a trabajar. Para ello se hizo con la vieja
madera de roble que andaba medio tirada en un rincón. Al final quedó terminada la
imagen. Bertram, según despertó y la vio, quedó maravillado. Luego refirió al abad el
prodigio, y éste le hizo el siguiente comentario:

-Mira, Bertram, el Señor quiere que hagamos lo posible y con los medios de que
disponemos. Y que no soñemos con lo que haríamos si tuviéramos otros o si nos
encontráramos en mejor situación. ¿Entendido?

Cfr. A. Flichner, Venid niños y escuchad

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