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LE GUILLOU
A partir del siglo pasado esta posición reformada se endureció llegando a negársele, en
algunos sectores protestantes, toda prerrogativa a María.
Hoy el estudio de la doctrina de tos reformadores del siglo XVI, de la atención que
éstos prestaron a la tradición patrística de los primeros siglos, y sobre todo el estudio
profundo de la Escritura, ha llevado a algunas prestigiosas figuras del protestantismo
actual a un redescubrimiento de la figura de Marta.
Tal es el caso de Max Thurian, que con un espíritu ecuménico ejemplar ha estudiado
sin prejuicio alguno los trabajos bíblicos católicos sobre María, y ha escrito su
hermoso libro Marie, Mère du Seigneur, Figure de l'Eglise, Taizé, 1962, 288 pp. En
este libro, Max Thurian abandona posturas antimariológicas que él mismo había
defendido, y, sin llegar a admitir la invocación e intercesión de María, traza las bellas
páginas de que damos una muestra y un resumen, extraídos de la crónica del P. Le
Guillou en Istina.
Expongamos la línea fundamental de este libro: María fue predestinada a ser la "hija de
Sión del Antiguo Testamento, la encarnación del "resto" fiel de Israel que, en su
pobreza y santidad, espera la alegría de la venida de Dios en su Mesías". En Ella se
cumplen las profecías de Sofonías (3, 14-17) y Zacarías (3, 3). Por esto está "llena de
gracia" porque es la virgen, "la pobre". El Evangelio se interesa por María en cuanto es
la Hija de Sión colmada de gracia con vistas a su maternidad mesiánica, en cuanto es
signo de la Iglesia, madre de los fieles.
María realiza esta vocación por la generación humana del hijo de Dios; sierva en la fe,
es la Morada del Señor, del Mesías, del Servidor sufriente y todo en ella proclama la
gracia de Dios:
María, como Sierva del Señor, es Figura de la Iglesia. La Iglesia es esencialmente sierva
del Señor en su ministerio de alabanza, de proclamación de caridad. La santidad y la
misión de la Iglesia no pueden en manera alguna autorizarla a imponerse, a reinar, a
dominar.
El hermano Max Thurian ha hecho con sus análisis una obra notable: al sumergir los
datos tradicionales en el medio que los suscitó la Biblia, les ha dado nueva vida. Enseña
también que el título de Madre de Dios es la interpretación fiel de la palabra de Isabel
"madre de mi Señora y que su aceptación es un test de la realidad de la Encarnación.
Si Dios ha tomado realmente carne en la Virgen María, si las dos naturalezas de Cristo
están realmente unidas en una sola persona, María no puede ser solamente la madre de
la humanidad de Cristo, como si ésta pudiera ser separada de su divinidad; es la madre
de una sola persona, la madre de Dios hecho hombre, del Cristo único, verdadero Dios y
verdadero hombre. Por otra parte, si la humanidad de Cristo es real, tiene, como persona
única, una verdadera madre, lo que exige una relación de madre a hijo en el sentido
pleno, físico, psicológico y espiritual. Hay en la realidad de la encarnación de Dios y, en
la realidad de la humanidad de Cristo, una exigencia fundamental de que María sea
llamada Madre de Dios y de que sea una verdadera madre humana, no solamente un
instrumento que, permite la aparición de-Dios sobre la tierra. Porque Dios estaba en
Cristo, ha tenido en María una madre, madre de Dios; porque era verdaderamente
hombre, ha tenido en María una verdadera madre humana.
El hermano Max Thurian subraya así el contenido cristológico del dogma de Efeso:
María no ha sido llamada Madre de Dios por la glorificación de su persona, sino a causa
de Cristo, a fin de que la verdad sobre la persona de Cristo sea puesta en claro
plenamente.
***
Cuando Cristo comienza "su vida pública", Jesús orienta a su Madre hacia un nuevo
aspecto de su destino: su maternidad humana se esfuma para que destaque a plena luz su
papel de "figura de la Iglesia" proclamado junto a la cruz. Ella vivió en su carne los
dolores de Cristo más que ningún otro cristiano después de ella.
El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los hombres, y ellos lo matarán y,
al tercer día, resucitará (Mt 17, 22-23). Por la fe, ella es plenamente la Hija de Sión que
engendra su esperanza en el dolor, la Iglesia creyente y fiel hasta el fin. Por la fe en el
Crucificado que resucitará, en su dolor de madre y de creyente, ella es verdaderamente
la figura de la Iglesia madre de los fieles. Y es como a tal que Jesús la mira y le dice:
"Mujer, he ahí a tu hijo." El discípulo amado y fiel es el verdadero hijo de la Iglesia-
madre, de la que María es la figura en su comunión con los sufrimientos del
Crucificado, en su fe y su esperanza en la resurrección.
Así María tiene por vocación esencial recoger "la promesa" desde el momento de su
realización, en nombre de Israel y de la humanidad, de ser el icono de la Iglesia nueva.
Por este hecho, por su fe acogedora y su fe que progresa, se profundiza y se comunica,
ella es la imagen de todo cristiano, miembro de la Iglesia.