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M. J.

LE GUILLOU

MARÍA VISTA POR EL HERMANO MAX


THURIAN DE TAIZÉ
Los primitivos reformadores (Lutero, Zwinglio, Calvino, etc.) no habían negado ningún
privilegio a María: la consideraban Madre de Dios, virgen perpetua, santa, figura de la
Iglesia, e incluso algunos de ellos, en una época en que aún se discutía; Inmaculada y
Asunta; sin embargo rechazaron de plano la invocación a María, como toda invocación
a santo alguno, por temor a oscurecer la única mediación de Cristo.

A partir del siglo pasado esta posición reformada se endureció llegando a negársele, en
algunos sectores protestantes, toda prerrogativa a María.

Hoy el estudio de la doctrina de tos reformadores del siglo XVI, de la atención que
éstos prestaron a la tradición patrística de los primeros siglos, y sobre todo el estudio
profundo de la Escritura, ha llevado a algunas prestigiosas figuras del protestantismo
actual a un redescubrimiento de la figura de Marta.

Tal es el caso de Max Thurian, que con un espíritu ecuménico ejemplar ha estudiado
sin prejuicio alguno los trabajos bíblicos católicos sobre María, y ha escrito su
hermoso libro Marie, Mère du Seigneur, Figure de l'Eglise, Taizé, 1962, 288 pp. En
este libro, Max Thurian abandona posturas antimariológicas que él mismo había
defendido, y, sin llegar a admitir la invocación e intercesión de María, traza las bellas
páginas de que damos una muestra y un resumen, extraídos de la crónica del P. Le
Guillou en Istina.

Notemos de paso que los casos de acercamiento, aunque significativos, no representan


un avance en bloque del protestantismo; por otra parte, ya hemos dicho que aun en
Max Thurian hay algún sector insalvable por el momento; quizás otros, como el teólogo
luterano Asmussen, lleguen a aceptar una intervención de María cerca de Dios en favor
de la humanidad, al igual que aceptan el ministerio de hombres en la Iglesia; pero sin
llegar a admitir la invocación a María. Falta mucho por recorrer, pero por nuestra
parte puede ser interesante recordar que el acercamiento a María de algunos
protestantes ha sido notablemente ayudado por tos trabajos exegéticos modernos de los
católicos, sobre María; a este propósito resulta oportuno citar un párrafo del P. Galot
S. I. en Marie et certains protestants contemporains, NRTh, 5 (1963), 495:

«Este acercamiento, la mariología católica lo podrá favorecer por una elaboración


doctrinal cada vez más sólida, que se guarde de las exageraciones de un maximalismo
a ultranza, 9 que tenga la preocupación constante de buscar el fundamento de sus
afirmaciones en la Escritura y en la Tradición. Los trabajos exegéticos católicos tienen
a todas luces la utilidad de mostrar a los protestantes, a quienes no ciegue la polémica
antimarial y que quieran permanecer abiertos a tos datos de la Revelación, la base
bíblica de la mariología, base mucho más amplía de lo que podría hacer pensar la
brevedad de los pasajes escriturísticos considerados. El libro de Max Thurian, por
ejemplo, se ha inspirado en estos trabajos»

Un modelo de esta mariología católica profunda y bíblica lo damos también en este


mismo número.
M. J. LE GUILLOU

Mariologie et Oecumenisme, Istina, 2 (1963), 211-238

Expongamos la línea fundamental de este libro: María fue predestinada a ser la "hija de
Sión del Antiguo Testamento, la encarnación del "resto" fiel de Israel que, en su
pobreza y santidad, espera la alegría de la venida de Dios en su Mesías". En Ella se
cumplen las profecías de Sofonías (3, 14-17) y Zacarías (3, 3). Por esto está "llena de
gracia" porque es la virgen, "la pobre". El Evangelio se interesa por María en cuanto es
la Hija de Sión colmada de gracia con vistas a su maternidad mesiánica, en cuanto es
signo de la Iglesia, madre de los fieles.

El hermano M. Thurian analiza profundamente la santidad y la virginidad de María:

Conviene ver la santidad y la virginidad de María como dos consecuencias distintas de


su predestinación. Porque ella es la Llena-de-gracia, el objeto de una elección única de
Dios que le vale una plenitud de gracia, María es santa y virgen. La plenitud de gracia
de la cual es objeto, produce en ella una santidad única y la sitúa en una relación tan
única con Dios que ninguna otra cosa la puede llenar; su virginidad es, el signo de esta
plena suficiencia del amor de Dios para con ella; ella no tiene nada más que esperar sino
la presencia maravillosa del Señor por una concepción milagrosa. María vive
santamente en la virginidad; es, como se la suele llamar, la Santa Virgen; pero importa
distinguir santidad y virginidad para comprenderlas bien en su verdadera trascendencia,
en su dependencia directa de la plenitud de gr acia que a María le procuró su elección.

La virginidad de María le confiere un carácter de consagración: ella está puesta aparte


para llegar a ser la madre del Mesías milagrosamente. Su relación única con el. Espíritu
la sitúa en una tal proximidad de Dios que debe permanecer sola para significar a
nuestros ojos esta elección única de su Señor. Según un texto rabínico, cuando Sippor,
la mujer abandonada por Moisés, sabe que el Espíritu se ha posado sobre Eldad y
Medad (Núm 11, 26 ss.) exclama: "Desventura para las mujeres de estos hombres", pues
para ella esta proximidad con Dios, significa el renunciamiento al matrimonio.

Es dentro de esta perspectiva judaica que se ha de comprender el sentido de la


virginidad de María. Ella es virgen, puesta aparte, consagrada, porque está predestinada
a una visita única de su Señor: el Espíritu Santo vendrá sobre ella, y el poder del
Altísimo la cobijará con su sombra; la Nube luminosa la envolverá como a Moisés
sobre el Sinaí (Ex 24, 16-18) como la Tienda de la reunión en el desierto (Ex 40, 34-
35), como a Cristo, Moisés y Elías en la Transfiguración (Lc 9, 34). Más aún, ella
recibirá como hijo al mismo Dios en su encarnación: será el Templo de Dios que llena
la Gloria de Yahvé (Ex 40, 35). Este acontecimiento único en la historia de la salvación
da a María este carácter sagrado que la pone aparte, y del que es signo la virginidad.
Aunque ella queda plenamente humana, una criatura, es "bendita entre las mujeres",
ocupa una situación única en el plan de Dios, y es de este misterio excepcional que la
virginidad es signo: María está sola con Dios para recibirle, pues la plenitud de Dios va
a habitar en ella y ninguna otra cosa la puede llenar. Es preciso que esta plenitud sea
recibida sin ninguna ayuda humana, en la pobreza de la Virgen de Israel, Hija de Sión.
Llena de gracia, aquí, la virginidad aparece a la vez como signo de consagración y como
signo de soledad e impotencia que glorifica la plenitud y la potencia de Dios: "El poder
del Altísimo te cobijará con su sombra."
M. J. LE GUILLOU

Después del carácter sagrado de la virginidad de María, tratamos ahora su carácter de


pobreza. La virginidad de María es también un signo de pobreza, de humildad, de
espera en Dios, el cual solo, en su plenitud, puede llenar a los que ha escogido. La
virginidad es un signo de vacío, de total confianza en Dios que enriquece a los pobres
que somos nosotros. Por esto es también una llamada a la contemplación que sola debe
y puede llenar al que no espera nada del hombre y todo de Dios...

La virginidad de María es, pues, el signo de la pobreza y de la incapacidad del hombre


para obrar su liberación, para hacer aparecer el ser perfecto que podrá salvarle.

En su canto, el Magnificat, María confesará su pobreza ante la plenitud de Dios:


"Porque puso sus ojos en la bajeza de su esclava" (Lc 1, 48). No se trata de una
confesión de pecado, sino de la simple afirmación de que María, en su humildad de
"pobre de Israel", !o espera todo de su Señor y de su plenitud. Su virginidad es el signo
de su humildad y de su espera, es el signo de que es una criatura humilde que lo espera
todo de su Creador. El Señor está con ella, el Espíritu Santo viene sobre ella, el poder
del Altísimo la cubre con su Nube luminosa, como el Arca de la Alianza, para hacer de
ella su morada. Virgen, ella manifiesta que todo le viene del Altísimo, que no ha
participado en nada del esfuerzo humano para tener acceso a la salud. Llena de gracia,
todo es gracia en ella, puro don del amor que no viene más que de Dios.

La virginidad de María, signo de su pobreza y de su humildad que lo espera todo de


Dios, su plenitud, es también una disposición al amor contemplativo de la criatura para
con su Creador. Porque María, ante el nacimiento del Mesías, no conoce otro amor que
el de Dios, comunión única con Él, totalmente vuelta hacia Él, en la espera de su
respuesta. Sola en este amor y en esta intimidad con el Señor, no tiene más que amarle
en una pura contemplación.

En fin, después de su carácter de consagración y su carácter de pobreza, la virginidad de


María implica un carácter de novedad. La virginidad de María es también el signo de
que Dios va a realizar un acto verdaderamente nuevo, duque el tiempo está a punto de
cumplirse y de que el Reino está próximo.

María realiza esta vocación por la generación humana del hijo de Dios; sierva en la fe,
es la Morada del Señor, del Mesías, del Servidor sufriente y todo en ella proclama la
gracia de Dios:

María, en el umbral de la nueva era de la redención, es, en su pobreza, la negación


formal de toda la eficacia del poder del hombre, el fin absoluto de toda filosofía que
creyera en el esfuerzo del hombre para subir hacia Dios, la abolición de toda religión de
obras que pusiera su confianza en las virtudes humanas para obedecer a la ley divina. La
Virgen María, en su pobreza, es el signo del poder, de la gracia y del amor de Dios, el
único que nos puede salvar al descender hasta lo más hondo de nuestra humanidad a fin
de compartirla totalmente y de conducirnos con él, por su sola ayuda, hasta la gloria de
su Reino. María es así una predicación viviente del misterio de la gracia de Dios que
siempre nos predestina, nos precede y nos previene, antes que nada bueno pueda brotar
de nuestro corazón. María, con su humilde pobreza y en su elección única, es la más
perfecta expresión de la omnipotencia y da la plena suficiencia de la gracia. Todo en
ella canta: soli Deo gloria, ¡a Dios solo la gloria!
M. J. LE GUILLOU

María, como Sierva del Señor, es Figura de la Iglesia. La Iglesia es esencialmente sierva
del Señor en su ministerio de alabanza, de proclamación de caridad. La santidad y la
misión de la Iglesia no pueden en manera alguna autorizarla a imponerse, a reinar, a
dominar.

El hermano Max Thurian ha hecho con sus análisis una obra notable: al sumergir los
datos tradicionales en el medio que los suscitó la Biblia, les ha dado nueva vida. Enseña
también que el título de Madre de Dios es la interpretación fiel de la palabra de Isabel
"madre de mi Señora y que su aceptación es un test de la realidad de la Encarnación.

Si Dios ha tomado realmente carne en la Virgen María, si las dos naturalezas de Cristo
están realmente unidas en una sola persona, María no puede ser solamente la madre de
la humanidad de Cristo, como si ésta pudiera ser separada de su divinidad; es la madre
de una sola persona, la madre de Dios hecho hombre, del Cristo único, verdadero Dios y
verdadero hombre. Por otra parte, si la humanidad de Cristo es real, tiene, como persona
única, una verdadera madre, lo que exige una relación de madre a hijo en el sentido
pleno, físico, psicológico y espiritual. Hay en la realidad de la encarnación de Dios y, en
la realidad de la humanidad de Cristo, una exigencia fundamental de que María sea
llamada Madre de Dios y de que sea una verdadera madre humana, no solamente un
instrumento que, permite la aparición de-Dios sobre la tierra. Porque Dios estaba en
Cristo, ha tenido en María una madre, madre de Dios; porque era verdaderamente
hombre, ha tenido en María una verdadera madre humana.

Frente a otros autores protestantes el hermano Max Thurian rechaza el considerar a


María coma un simple instrumento; ella es una verdadera madre humana. Y este
carácter humano de la maternidad de María es un elemento esencial de la Encarnación:
María tuvo un conocimiento inicial del misterio de su Hijo que creció a medida que
contempló a Jesús ir a su misión; el Evangelio es un buen testigo de ello; "Pero María
guardaba todas éstas palabras confiriéndolas en su corazón" (Lc 2,19).

El hermano Max Thurian subraya así el contenido cristológico del dogma de Efeso:
María no ha sido llamada Madre de Dios por la glorificación de su persona, sino a causa
de Cristo, a fin de que la verdad sobre la persona de Cristo sea puesta en claro
plenamente.

Concluye: "Llamar a María Madre de Dios, es expresar de la única manera adecuada el


misterio de la Encarnación de Dios que se ha hecho hombre". Se piensa casi
involuntariamente en la fórmula de san Juan Damasceno: "es pues justo y verdadero que
digamos santa María Theotókos (Madre de Dios), ya que este nombre encierra todo el
misterio de la economía de la salud".

***

Cuando Cristo comienza "su vida pública", Jesús orienta a su Madre hacia un nuevo
aspecto de su destino: su maternidad humana se esfuma para que destaque a plena luz su
papel de "figura de la Iglesia" proclamado junto a la cruz. Ella vivió en su carne los
dolores de Cristo más que ningún otro cristiano después de ella.

Figura de la Iglesia, María comulga íntimamente con el sufrimiento del Crucificado; y


este sufrimiento de la Hija de Sión que engendra su esperanza en la resurrección, en el
M. J. LE GUILLOU

nacimiento de un pueblo nuevo, lo experimenta también en su carne maternal, humana.


La Iglesia no puede nacer al pie de la cruz, en el poder del Espíritu transmitido por el
Crucificado, si el resto fiel de la comunidad mesiánica no cree contra toda evidencia, no
espera contra toda esperanza: "De su seno brotarán ríos de agua viva. Él hablaba del
Espíritu que debían recibir los que creyeran en él" (Jn 7,38-39).

María está allá, al pie de la cruz, engendrando en el dolor la fe en la promesa de Cristo:

El Hijo del Hombre debe ser entregado en manos de los hombres, y ellos lo matarán y,
al tercer día, resucitará (Mt 17, 22-23). Por la fe, ella es plenamente la Hija de Sión que
engendra su esperanza en el dolor, la Iglesia creyente y fiel hasta el fin. Por la fe en el
Crucificado que resucitará, en su dolor de madre y de creyente, ella es verdaderamente
la figura de la Iglesia madre de los fieles. Y es como a tal que Jesús la mira y le dice:
"Mujer, he ahí a tu hijo." El discípulo amado y fiel es el verdadero hijo de la Iglesia-
madre, de la que María es la figura en su comunión con los sufrimientos del
Crucificado, en su fe y su esperanza en la resurrección.

Así María tiene por vocación esencial recoger "la promesa" desde el momento de su
realización, en nombre de Israel y de la humanidad, de ser el icono de la Iglesia nueva.
Por este hecho, por su fe acogedora y su fe que progresa, se profundiza y se comunica,
ella es la imagen de todo cristiano, miembro de la Iglesia.

Además, María y la Iglesia están unidas en el acontecimiento de la Cruz y en la visión


del Apocalipsis: la Virgen es el símbolo de la Iglesia militante y triunfante.

Así se descubre la profunda claridad bíblica en que aparece el semblante de María:


figura de la Iglesia, nuestra Madre está presente en la Iglesia como primera cristiana,
tiene su lugar en la proclamación de la Palabra de Dios por la Iglesia y en la vida
espiritual de los fieles.

Tradujo y condensó: JOSÉ OLIVER

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