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Se abre el telón y vemos un hermoso jardín en el escenario, repleto de plantas y flores. En el centro se encuentra la
rosa, bella como ninguna y sentada sobre una mata de hojas. Justo debajo, el sapo bosteza perezosamente.
Rosa: Ay, pero aquí sigue ese sapo tan feo que arruina mi imagen. ¿Por qué se tiene que sentar tan cerca de mí?
¡Oye tú!
Sapo: ¿Yo?
Rosa: Si tú, te estoy hablando a ti. ¿No crees que es muy inapropiado que te sientes debajo de mí?
Rosa: ¡Solo mírate! Eres demasiado feo. ¡No soporto verte! La gente me admira de lejos pero no se me acerca
porque tú los espantas con tu fealdad. ¿Por eso sabes qué? Tienes que irte. ¡No te quiero más en mi jardín!
La rosa se dispone a tomar el sol muy contento, cuando entra en escena la araña. Esta se acerca hasta ella
maliciosamente y le acaricia un pétalo.
Araña: Solo una araña muy hambrienta, hace mucho tiempo que quería probar uno de tus pétalos. ¿Sabrán tan
ricos como se ven?
El gusano entra por el otro lado del escenario y se acerca también a la risa, riendo malvadamente.
Gusano: Seguro que saben deliciosos, yo también tengo antojo de rosas.
La araña y el gusano juegan con los pétalos de la rosa, mientras ella intenta quitárselos de encima. En ese
momento llega el caracol arrastrándose.
Caracol: ¡Eh, no pensaran comérsela toda! Tienen que compartir, yo también quiero ver a que sabe la rosa.
Gusano: Sí, mírenla, está tan linda y enorme. Y huele tan bien. ¡Será un festín riquísimo!
Caracol: ¡Qué mala pata! ¡Pensé que se había ido para siempre!
Sapo: Pues ya estoy de vuelta, ¡así que largo antes de que me los trague a todos!
Rosa: ¡Ay, sapo querido! Muchas gracias por salvarme. Después de lo mala que fui contigo, me siento muy
avergonzada.
Sapo: Ahora entiendes que si estaba en tu jardín era para cuidarte de esas alimañas, ¿verdad?
Rosa: Sí y lamento mucho haberte expulsado. Ahora sé que no debería discriminar a nadie por su aspecto, ¿me
perdonas, sapito?
Ambos se abrazan.