Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Jean-Luc Lagarce
LA MÁS VIEJA
LA MADRE
LA MAYOR
LA SEGUNDA
LA MÁS JOVEN
LA MAYOR. Estaba en casa y esperaba que llegara la lluvia. Miraba el cielo como lo
hago siempre, como siempre lo hice, miraba el cielo y miraba una vez más el campo
que se aleja sin prisa de nuestra casa, el camino que desaparece detrás del bosque.
Miraba, era tarde, es siempre de tarde cuando miro, es siempre de tarde cuando me
quedo en el umbral y miro.
Estaba allí, de pie como lo estoy siempre, como siempre lo estuve, supongo, estaba
allí de pie y esperaba que llegara la lluvia, que cayera sobre los campos y los
bosques y nos trajera paz.
Esperaba.
(Y pensaba una vez más en eso: ¿acaso no esperaré siempre y el verme así me hizo
sonreír?)
Miraba el camino y pensaba como pienso a menudo, cuando cae la tarde, de pie en
el umbral y espero que lleve la lluvia, pensaba una vez más en los años que
habíamos vivido allí, todos esos años de ese modo, ustedes y yo, las cinco, como
estábamos siempre, como siempre estuvimos, pensaba en eso, en todos los años
que habíamos vivido y que habíamos perdido, porque los perdimos, esos años que
pasamos esperándolo a él, al joven hermano, desde el momento en que se fue,
huyó, nos abandonó, desde que su padre lo echó.
en todos los años que habíamos vivido y perdido, esperando, no hacer otra cosa que
esperar y no lograr nada, nunca, no tener otra finalidad que esa, yo pensaba, sí, en
este día preciso, en el tiempo que hubiera podido pasar lejos de aquí, en huir, hacer
otra vida, otro mundo, la idea que yo me hago de eso, sola, sin ustedes, sin todas
ustedes, en el tiempo que hubiera podido vivir de otra manera, sin esperar, sin
esperarlo más, en salir de mí misma.
Yo esperaba la lluvia, esperaba que cayera, esperaba como esperé siempre, esperaba
y lo vi, esperaba y entonces lo vi, el joven hermano que subía hacia la casa por la
curva del camino, esperaba sin esperar nada concreto y lo vi regresar, esperaba
como espero siempre, desde hace tantos años, sin ninguna esperanza y en ese
preciso instante, cuando cae la tarde, en ese preciso instante apareció y lo vi.
No me moví, estaba segura de que sería él, estaba segura de que era él, volvía a
nuestra casa después de tantos años, ni más ni menos, siempre pensamos que
volvería de esa manera, sin avisarnos, sin decir una palabra, hacía lo que yo siempre
había pensado que haría, lo que siempre pensamos que hacía.
Miraba ante sí y caminaba con calma, sin apresurarse y sin embargo no parecía
verme,
él, el joven hermano por quien había esperado tanto y por quien había perdido mi
vida
–porque la perdí y tan inútilmente, ya no tengo dudas, sí, en ese momento supe que
la había perdido–
lo vi por fin al joven hermano, de regreso de sus guerras y nada cambió en mí,
ni un grito, yo había pensado que gritaría y todas ustedes pensaron que yo gritaría,
nuestra versión de las cosas,
estaba asombrada de mi propia calma, ni un grito de sorpresa o de alegría,
nada,
lo veía caminar hacia mí, pensaba que él volvía y que nada iba a cambiar, que me
había equivocado.
Sin solución.
(…)
LA MADRE. ¿Duerme?
LA MADRE. ¿No dijo nada? ¿A ti no te dijo nada? ¿Ni siquiera una palabra antes de
dormirse, de hundirse, ni una palabra?
Hubiera querido que hablara, que dijera algo, pero es siempre lo mismo, que dijera
algo antes de caer.
Hubiera querido oír su voz
(«¡Como soy, como he sido siempre…!»)
me daba miedo de que guardara silencio y que ni siquiera nos dirigiera la palabra,
me daba miedo de que se acostara enseguida sin pedir nada, que cayera al suelo, no
sé cómo decirlo, me sentía mal, me ahogaba.
LA MÁS VIEJA. Dejamos cerradas las persianas de su cuarto, como siempre, de día
apenas dejan pasar la luz y de noche apenas un poco de fresco.
Está en su cama, siempre la conservamos, nunca se trató de sacarla de ahí
–«¿Acaso no tenía razón?» Sacarla era como renunciar a que regresara–
ese cuarto era suyo, no lo mencionábamos, yo lo lavaba, lo arreglaba, nunca
hubiéramos pensado en vaciarlo, en pintarlo de nuevo.
Él está en su cuarto, una vez más.
LA MADRE. Estaba ante mí, lo miro, lo espero desde hace muchos años, no es poca
cosa, tú puedes actuar como si no supieras nada, pero no es poca cosa, un hijo, no
es poca cosa mi hijo que regresa, y para ti tampoco, y para ellas, las hijas, puedes
verlas, desde que él llegó y duerme en su cuarto, arriba, para ellas tampoco es poca
cosa.
Todo el tiempo que pasé esperando este momento, ahora está delante de mí.
Su rostro ha cambiado, se ha endurecido, es el rostro hundido, estragado, de un
viejo, un extraño rostro de viejo o el cuerpo envejecido antes de tiempo de un
hombre joven.
¿Acaso creí que volvería igual a como se fue?
¿Acaso lo imaginaba siempre así?
LA MÁS VIEJA. Duerme como dormía cuando era niño. Estaba desvanecido a mis pies y
por un instante tuve miedo de que muriera.
Lo miraba y me dije: «Duerme como dormía cuando era niño».
Es extraño. Nosotras lo tomamos, una, por debajo de los brazos como se supone que
se debe llevar un cuerpo inerte, como se ve en las fotografías, en los cuadros,
cuando la gente cae al suelo, y la otra lo tomó por los pies, yo lo agarré por los pies
y lo llevamos arriba.
Su cuerpo era pesado para nosotras a pesar de su delgadez.
Toda una tarea.
La pequeña tomó el bolso, sólo eso le interesaba y se lo dejamos.
LA MADRE. Debemos dejarlo dormir, creo que va a dormir mucho tiempo y un día lo
veremos despertar.
Y lo que no tuvimos hoy y que tanto habíamos esperado todos estos años, que
volviera y después de franquear la puerta, él nos hable, nos ame, nos diga cosas,
exactamente eso,
que diga cosas que habíamos deseado oír,
que nos reconozca, que me reconozca y las reconozca a ustedes y nos haga el relato
de su viaje, todo este tiempo perdido,
lo que no tuvimos hoy cuando cruzó la puerta, lo oiremos por fin, no debo
preocuparme,
después de haber dormido mucho tiempo, va a despertar, no sabrá ni siquiera dónde
está, no reconocerá su cuarto, tendremos que decírselo, habrá que explicarle,
va a despertarse como lo hacía cuando era niño, lo veremos decirnos lo que ha
vivido, lo escucharemos contar lo que ha vivido, lo escucharemos contar lo que ha
vivido, qué fue de su vida, su viaje, todos esos años perdidos, porque fueron años
perdidos.
Él se asombrará.
Ella ríe.
LA MÁS VIEJA. Y a partir de ahora, todo el tiempo, nos quedaremos cerca de él,
espiando un gesto, ¿eso dices?
¿Relevarnos para estar a su lado, para espiar su despertar o su naufragio, cada vez
más suave, cada vez más lento,
su desaparición sin que regrese a todas, su hundimiento en el sueño mas profundo?
¿Su muerte?
¿Quieres que no lo abandonemos más?
LA MADRE. Tendremos que esperarlo, siempre lo mismo, habrá que quedarse cerca de
él, sí.
Como lo esperamos desde el día en que nos dejó para tal vez no regresar nunca
más, desde el día en que su padre lo echó
–«¿Qué podía hacer? Todas ustedes están allí para reprocharme por no haber hecho
nada, por no haberlos separado, ¿qué podía hacer?»–
LA MÁS VIEJA. ¿Después de todos aquellos años, aún más todavía, aquí,
en la casa y esperar todavía, en el mismo lugar,
sin movernos, esperar que despierte como si esperáramos el despertar de un niño
enfermo en su cuarto, arriba y nosotras allí relevándonos sin fin?
¿Eso es lo que dices?
LA MADRE. Sí, vamos a hacer eso, estaré todo el tiempo ahí, esperando que despierte.
Vamos a hacer eso y si ustedes no quieren hacerlo, si no lo hacen, si ellas ya no
quieren hacerlo, si tú misma me abandonas, si no me ayudas, sí, lo haré sola, me
quedaré y esperaré sola, ¿qué importa?
(…)
LA SEGUNDA. El día que vuelva me lo repito, me lo he repetido todos esos años, el día
que vuelva
–jamás dudé que volviera–
el día que vuelva me pondré el vestido rojo, el que ustedes detestan, que siempre
detestaron, ese vestido rojo que me da el aspecto vulgar de las chicas del sábado a
la noche, ese día corro y me pongo el vestido rojo y él me encontrará tal cual me
dejó.
Está bien. Él ríe.
Cuando cruza el umbral y deja caer su bolso, un bolso de marinero, un bolso como
los que usan los marineros
–yo pensé: «¿Alguna vez en mi vida vi un bolso de marinero?» Eso pensé–, un bolso
de marinero o acaso un bolso de militar, esos atados de ropa, largos y redondos
donde nunca la ropa debe quedar bien arreglada, pensé eso y todavía me río, creo
que me reí por pensar en esos detalles (siempre al borde de las lágrimas)
cuando él vuelve,
cuando por fin él vuelve, me reí de mí, de la importancia que se da a los detalles,
la importancia estúpida y aterradora que doy a los detalles, cuando él, el joven
hermano, después de todos esos años perdidos esperándolo, cuando el joven
hermano por fin regresa, tal vez lo que he esperado más en mi vida, tantos años,
cuando por fin él regresa,
reí de mí misma,
estar allí y pensar en ese bolso, el uso y la forma,
no poder pensar en algo mejor –¿es un bolso marinero o un bolso militar?–,
me reí de mí misma,
mientras trataba de alejar de mí esa idea estúpida, esa idea indigna, porque eso
pensé, es una idea indigna en semejante momento,
me asaltó también la pregunta
–una quisiera pensar en cosas nobles, esas palabras, las cosas nobles
y se deja llevar por los detalles, los detalles estúpidos, en esos momentos que
deberían ser los más importantes de la vida–
entonces me asaltó la idea de saber si ese bolso que estaba ahí a mis pies, ese bolso
que resbalaba de su hombro al suelo, si ese bolso marinero o militar es el mismo que
tenía cuando nos dejó, exactamente el mismo, no logro recordarlo, no recuerdo y me
preocupa esa pregunta, eso detalles estúpidos, me equivoco y me río, me río por
estar equivocada,
y sin embargo no puedo abandonar esa idea.
Él cruza los últimos metros que separan el camino del patio de la casa, y sube los
tres escalones que lo llevan a nuestro cuarto.
Se queda inmóvil en el umbral y no nos dice nada, mira hacia el interior del cuarto,
se asombra.
Su mirada es de asombro, la mirada de asombro que tenía cuando era niño la mirada
de asombro que tenía cuando se fue cuando su padre lo echó, cuando su padre lo
echó y cuando tuvo que dejarnos, ya tenía esa mirada de asombro cuando nos dejó.
Acaba de entrar, está ahí delante de nosotras y el recuerdo de esa mirada me hace
sonreír sin que sepa por qué. Era él, el joven hermano, tenía esa mirada de asombro.
No nos dijo ni una palabra, reconoce su cuarto. Sonríe apenas y se asombra al
vernos, al ver el interior de la casa y al vernos.
Es todo.
LA SEGUNDA. Soy la primera a quien ve, con mi vestido rojo, la única que ve y
reconoce enseguida, soy la que él reconoce antes, con mi vestido rojo, ríe, lo veo
reír, se acuerda de ese vestido y de los bailes ensayados en las tardes,
trabajosamente, el aprendizaje, en que cada uno quería llevar al otro, la preparación
de nuestras entradas, él ríe como lo hacía cuando se burlaba de mí y me siento feliz
al oírlo reír.
(…)
–¡lo que hemos oído, durante todos esos años! Que había muerto, que no volvería
más, que rehacía su vida en el otro extremo del mundo, que no nos necesitaba, las
Pobres Estúpidas, esperándolo, los insultos, ¡lo que hemos tenido que oír!–
tipos odiosos que miraban esto como se mira pasar los trenes, con sus estúpidas
bocas abiertas, el hermano y la hermana entran juntos en el salón de fiestas
municipal,
donde la gente se divierte, a los empujones, y se preguntan de dónde sacó a ese
extranjero,
y la música empieza a sonar, me gusta el globo facetado, siempre tuve gustos
tontos, el globo facetado,
bailamos,
bailes que no aprendí y lo hago muy bien, bailamos aislados del resto.
Una pareja estupenda.
La gente siempre se burlaba de mí, me peleé, las obscenidades que decían de él,
tuve que pelearme,
por esas mentiras, esas burlas a causa de su partida, se burlaban de nuestro padre,
que lo echó,
despreciaban nuestro orgullo, la desdichada historia del hermano que un día debía
regresar pero que jamás volvería a poner los pies aquí y que sin embargo cinco
pobres extraviadas seguían esperando.
Lo miro, cayó al suelo, agotado, destruido y pienso que quería bailar con él y escupir
la cara de los imbéciles y que nada ocurrirá, ya no podemos contar con él, es como
un cadáver.
LA MÁS JOVEN. Nosotras dos vamos a ir a bailar juntas, no será bien visto, parecerá
un poco bobo, dos pobres chicas feas, pero iremos juntas.
(…)
LA MÁS VIEJA. Tú quisieras tenerlo para ti, nada más que para ti.
LA MADRE. No sé. Sí. ¿Acaso se puede pedir eso, que las que también quieran estar
cerca de la muerte y observar su tarea, se alejen y concedan un poco de soledad?
No sé.
Tú comprendes y ellas también, ¿todas ustedes pueden comprenderlo?
(…)
LA MAYOR. ¿Nostalgia?
LA MAYOR. Compasión por mí misma, ¿esas cosas?... No, no lo creo. Higiénica… Nada
más. No lo creo.
Siempre desconfié de la tristeza, la tristeza egoísta, el placer de compadecerse a sí
misma, de apiadarse llena de emoción, la piedad que podría sentir después, eso
trataba de evitarlo, era preciso estar vigilante.
Hay que tener reglas y principios.
Me levanto cuando el tipo todavía duerme, ronca como roncan los hombres casados,
los que saben que la otra, el hábito Honesto, ya no espera nada,
me levanto, me pongo las medias sentada en el borde de la bañera, es el momento
en que dejamos a los otros sin deberles nada.
De mañana temprano en el café de la estación –¡hay que ver a los tímidos de
permiso!– de mañana tan temprano eso podría hacerme daño, insidiosamente, no
abandonarme durante el viaje de regreso, pero en eso soy experta, me he vuelto
experta, poseo una buena y verdadera falta de sentimientos, me he entrenado, me
burlo de mí misma y así evito los disgustos, la nostalgia, las cuentas, los balances,
todo eso. Sé cuidarme.
LA MAYOR. ¿Historias de amor? ¿Hombres con quienes una viviría una historia de
amor?
LA SEGUNDA. Sí, eso es. Hombres con los cuales se podría vivir una historia de amor.
LA MAYOR. ¿Un hombre por el cual se sufrirá siempre? ¿Con quien una se cruzó una
vez y no vuelve a ver y se busca su huella entre los otros, aquel que trastornó todo y
ni siquiera se dio cuenta y a veces me sorprendería odiándolo por haberme
abandonado? ¿El indiferente? ¿Mi secreto?
Pausa.
LA MAYOR. Sí.
Yo aburro a los alumnos con aquella frase:
«Ella había tenido como cualquiera su historia de amor…»
¿Es eso?
Pausa.
¿Y tú?
LA SEGUNDA. ¿Yo?
Oh, yo no contesto esas preguntas.
(…)
LA MÁS JOVEN. Yo era pequeña cuando él se fue, siempre fui la pequeña, la niña, la
muchachita, una niña sin importancia en un rincón.
Recuerdo que lo que yo decía no contaba para nada, no tenía importancia, nunca me
tuvieron en cuenta, y ustedes no pueden decir lo contrario, nunca me tomaron
realmente en cuenta y esto se lo debo a ustedes.
No sé.
Cuando se fue, nos dejó, nos abandonó a nuestra triste suerte, cuando dejó la casa
sin esperanza de volver, es una manera de hablar, cuando se fue no me prestaron
atención, y aquel día aún menos que otros días, y aquel día aún más que los otros
días, cuando se fue, lo recuerdo bien, no se preocuparon por mí.
Cuando el padre lo echó, cerró la puerta, ustedes nunca lo dicen, guardan el secreto,
creen que es un secreto, durante años enteros hablaban susurrando para que yo no
oyera, se callaban cuando entraba, el secreto de ustedes…
Cuando el padre lo echó, en medio de su cólera, de su violenta cólera, esas cóleras
terribles que hacen temblar las paredes, repito lo que dijeron, una cólera terrible que
hace temblar las paredes, una cólera aún mayor que todas las otras, una explosión
más, aquel día como tantos otros,
–porque no tengo recuerdos, era pequeña y no contaba, ustedes siempre quieren
embellecer aquella vida, aquella época y sin embargo, no recuerdo que hubiera día
sin gritos y sin violencia, porque se trataba de violencia y nada más–
Amenazas que una teme que pueden volverse reales, una imagina que no serán sólo
palabras, yo era una niña, ustedes quieren transformarlo en palabras, pero las
amenazas, los golpes, las heridas, ¿qué más? El odio y, por un instante, el
resplandor del crimen.
Yo era una niña y no se preocupaban por mí, pero ya comprendía, el padre y el hijo
se odiaban, yo era pequeña, no me tenían en cuenta, no me prestaban atención, me
olvidaban como siempre me olvidan, pero jamás tendré otros recuerdos de aquella
época, creo, no lo puedo imaginar.
Jamás tendré otros recuerdos de aquella época más que la cólera, los gritos y la
violencia, más aún, el odio y ese miedo al crimen que vive en mí,
esa cólera terrible que hace temblar las paredes, más grave todavía, más definitiva y
más dura que la que habíamos conocido…
LA MADRE. ¿Tú te acuerdas de eso? ¿Te acuerdas de todo eso, lo viste, no estabas
dormida lejos de nosotras, lo viste y lo recuerdas?
Inventas.
¿Dónde estabas?
LA MÁS JOVEN. Aquel día cuando el padre lo echó, supe que lo echaba para siempre,
¿por qué no habría de entenderlo? (Todas ustedes lo entendieron, quieren mentirse,
pero todas ustedes lo supieron.) Cuando el padre lo echó y ordenó que no volviera
más, le ordenó que dejara la casa y que no volviera nunca más,
cuando lo echó y lo maldijo,
aquella palabra extraña,
la maldición,
esas frases que dichas por otro, en un libro, en el cine, tal vez nos harían reír o
carecerían de importancia, desde aquel día resuenan en mi cabeza y me dan miedo,
cuando maldijo, yo era una niña y creí, creí en esa maldición, aquello que nunca
ocurre o tal vez sólo a los otros, en otros países en un pasado lejano, millares de
años antes que nosotros,
esas frases siempre definitivas, un poco ridículas y sin embargo me ponen
a mí también –¿cómo dijiste?– al borde de las lágrimas, cuando el padre lo echa, con
el puño levantado, yo creo haber visto su puño levantado –¿o lo imagino?–
cuando lo echa y vocifera,
más bien son aullidos,
cuando lo echa, lo maldice y le grita que nunca más lo dejara volver.
Lo veo a él, tan joven, el joven hermano, siempre dijo eso pero tiene más edad que
yo, pero yo digo ustedes, el joven hermano
Cuando lo echa, lo veo de espaldas, el joven hermano se va, baja por el camino y se
aleja de la casa hacia donde dobla el camino y más allá del bosque, desaparece.
Y sé que nada, o tal vez supongo que lo pensé, nada lo retiene, ninguna de nosotras,
quien hubiera podido hacerlo, tampoco yo, demasiado pequeña, una niña sin
importancia, nadie lo retiene.
No lo volveremos a ver.
Me hubieran escuchado y sabrían que no lo volveríamos a ver, me hubieran
escuchado, la habría detenido.
Se peleaban siempre, sí, todos los días, se trataba siempre de peleas, pensé que era
una pelea mas, no un crimen mayor que los otros.
LA MADRE. Él se iba siempre y siempre volvía. ¿Cómo podía imaginar eso? ¿El
comienzo de todos estos años de espera?
LA MÁS VIEJA. Se decían cosas tan terribles, tan horribles, cada uno tratando de
destruir al otro, hacerle daño, derribarlo, cada uno juzga al otro según lo que él era o
quería ser, cada uno quiere ganar la pelea.
Yo esperaba que él se alejara. Lo esperé.
Esos años los pasamos así, los perdimos así, los perdimos sin pensar que pudieran
durar tanto, pero no lo sabíamos, no podíamos saberlo.
Y si lo hubiéramos sabido, ¿tu qué crees? Habríamos podido detenerlo a su padre y a
él, habríamos impedido los hechos, quien podía imaginar, nosotras no podíamos
imaginar la vida de esta manera.
Creo que quiere hacernos reproches, acusarnos como si fuéramos culpables, como si
por no haber visto nada fuéramos culpables y querer hacernos reproches, no está
bien, no es justo,
creo,
no es justo porque nadie podía pensar que no regresaría jamás o que iba a volver
hoy, en el momento en que va a morir, porque se muere y nosotras sabemos que se
muere,
nadie podía pensar que nos dejara así, nos abandonara, porque nos abandonó
y nunca hizo un gesto,
cuando murió su padre, ¿pero él podía saberlo? –¿alguien hubiera podido decírselo?,
¿hubiera podido enterarse?– ni siquiera cuando su padre murió, nunca hizo un gesto.
Y hoy, al final de su viaje, viene a morir aquí como si quisiera demostrar algo, algo
que puede dolernos, porque esto nos hará mal, tú pareces acusarnos pero nadie,
ninguna de nosotras, nunca, podía suponerlo y comprenderlo.
LA MADRE. Déjala. Quiere hacernos reproches. Ella nunca tendrá culpa, siempre será
inocente. Es lo que le gustaría.
(…)
LA MÁS VIEJA. Aquel no era el día para despedirse. Se fue brutalmente, golpeó la
puerta, insultó a su padre y su padre lo insultó a él y golpeó la puerta.
No recuerdo que me haya abrazado, no se tomó el tiempo de hacerlo, que se haya
preocupado por mí o por ella, su madre, no lo recuerdo, ni aun por su madre, no lo
recuerdo.
No tengo ese recuerdo, tampoco una palabra o una sonrisa, él no nos ve, no se
preocupa por nosotras y nunca, es lo que siempre pensamos, nunca pareció
preocuparse por nosotras, nunca parecimos tener importancia para él, el menor
interés.
LA SEGUNDA. Nunca nos envió noticias, no nos necesitaba, en todo ese tiempo no
escribe una palabra, ni una carta, ¿acaso no contábamos algo siquiera? ¿no teníamos
ningún valor en su vida? Nada,
¿no pensó jamás en nosotras, en nuestra angustia?
Porque vivíamos en la angustia
y él no puede ignorar que estamos perdidas y que lo esperábamos.
LA MAYOR. Tal vez desprecio por nosotras o desprecio por nuestras vidas, desprecio
por lo que somos, desprecio por lo que soy, por lo que ustedes son, desprecio por lo
que somos nosotras todas, ustedes no contestan pero entienden, desprecio por lo
que somos.
Rechazo, asco.
(…)
LA MÁS VIEJA. Y basta de efusividades para aquellas dos, ya no más –la pequeña en
ese rincón, debajo de la escalera, la pequeña mira y nadie se preocupa por ella, no la
tienen en cuenta–, basta ya de ternura para ellas dos, basta de ternura.
La despedida, no.
LA MÁS VIEJA. Nada de eso. Es un invento, cada vez ustedes inventan un poco más.
LA MÁS JOVEN. Ahora les gusta el recuerdo de esas batallas. Tienen una imaginación
bella y fecunda.
LA MADRE. Nadie vio eso. Ustedes se ponen de acuerdo. La que está en el rincón,
debajo de la escalera, no puede decir la verdad, ella no vio nada. Aquello ocurrió en
medio de la violencia, palabras violentas, pero sólo palabras y nada más.
Nadie puede decir que golpeara, eso no es verdad.
LA MAYOR. El padre nos abofetea, nos golpea, pero no podemos detener al joven
hermano, él deja la casa, nosotras no hicimos nada.
Nos separamos.
LA MAYOR. Podríamos haber huido con él, hubiera sido lo mejor, andar todos esos
años por los caminos, me hubiera gustado.
LA MÁS JOVEN. Por una vez nos hubiera abofeteado para que lo dejáramos.
(…)
LA MAYOR. Hoy, la noche del regreso del joven hermano, qué hacemos esta larga
noche, no nos acostamos, cantamos nuestras canciones, bailamos nuestra lenta
danza, las cinco,
como siempre hemos estado, como aprendimos a hacerlo, todos los años perdidos,
nuestra pavana por el joven hermano, aquella historia.
No podemos dormir, nos quedamos en nuestro cuarto, el cuarto donde vivimos, en
este lugar,
acechamos los ruidos que puedan provenir de su cama, él descansa, nos decimos,
espiamos el menor movimiento, quisiéramos tanto que se moviera, que se dé vuelta
al dormir o que hable en sueños.
Nos quedamos allí, esperamos.
LA MADRE. Escucho como escuchaba detrás de la puerta cuando era niña, escucho y
me aproximo, ahora hago lo mismo. Trato de adivinar, no consigo nada.
LA SEGUNDA. Durante mucho tiempo creí que no iba a sobrevivir, ¿qué sé yo? Por
libros que leí o tú me contaste, durante mucho tiempo creí eso, pensé que no iba a
sobrevivir y que poco a poco iba a ser devorada por el dolor y la inquietud,
un día sería vieja, envejecería por su causa, por haber esperado tanto tiempo y
pensé que eso me destruiría, durante mucho tiempo creí eso y hoy ocurre, el
retorno, lo temía, tenía miedo,
durante mucho tiempo suponía que su muerte, la muerte del joven hermano, mucho
tiempo creí y quise creer que su muerte me llevaría con él.
LA MAYOR. ¿No?
LA SEGUNDA. No.
No es bueno o malo, ni siquiera tranquilizante. No es así, no es verdad, uno supone
algo y se pone de acuerdo con lo que supone, pero no es verdad.
No lo sé pero no lo creo, no moriré de pena, ya no lo puedo imaginar, no me parece
posible, ya no me imagino morir de pena.
¿Por qué mentiría?
Queríamos la tragedia, la hermosa y trágica familia, pero no será así, sólo la muerte
de un joven en una familia de mujeres.
Puedes sonreír, nada más.
–Ya desde niña, cuando era niña, sufría tanto por las cosas mas ínfimas, sufría tanto,
quería morir y no hablar más y lo creía sinceramente, lo deseaba con sinceridad,
quería morir,
llamaba a la muerte con mis suplicas, ¿es así?
Y no conseguía nada, ni una respuesta, sufría y nada más y sin embargo podría
haber sido tan fácil, tan puro, desaparecer, la solución.–
No me atrevo a decirlo pero sobre todo nosotras tres y todas ustedes, es probable
que todas, ustedes ni siquiera pueden imaginarlo, ni me atrevía a decirlo, pero
vamos a retomar nuestra tarea cotidiana,
nada más, lo que ocurre después de una muerte, la tarea cotidiana.
Nos acusarán por habernos burlado de ellos, durante todos estos años, por esta
soledad, por la vida de reclusas, nuestros bellos rostros de viudas, nos acusarán por
haber vivido así sólo para evitarlos, tan altivas y orgullosas, por querer alejarnos de
ellos, los otros, la gente, por no frecuentar a los imbéciles.
Nos acusarán de mentirosas. De mentiras y orgullo.
LA MÁS JOVEN. El domingo en la plaza, ella, nuestra madre adelante y la más vieja a
su lado
y nosotras tres, detrás, rebaño de cuervos, tan bellas y desagradables en nuestras
ropas de duelo, seremos juzgadas en medio de susurros.
(…)
Los recuerdos me bastarán para vivir, será suficiente, recordaré y los recuerdos me
darán la paz.
Lo pensaré como un dolor tan grande, una catástrofe tan cruel, y sobre todo una
dramática ironía tan amarga, una burla de la vida, ¿no?, que me iré, espero que
encuentre la fuerza para huir, para gritar de cólera y huir, y lograré alejarme,
echaré a quien venga y me diga que me ama y quisiera que yo también lo amara y
habrá cometido el gran crimen de haber llegado demasiado tarde.
(…)
¿Y tú?
LA MAYOR. Yo, como es esa cifra, treinta años, el límite de edad, es una grosería, eres
una muchacha grosera.
y seguiré dando mis clases, la Señorita Maestra, me protegeré de la vida, una cree
que se puede, una se lo promete a sí misma.
A partir de ese momento, ellas dos no desearán más nada, renunciarán, tengo miedo
de que se hundan con él, tengo miedo y las cuidaré.
LA MAYOR. En el umbral de la casa, siempre las tres, esperando, sin saber nada, sin
separarnos jamás…
Apoyadas una en la otra, contando nuestra historia.
Las tres siempre.
Lo veía así.
Tal vez las cinco, ¿por qué no?, las cinco también, está bien…
(…)