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El amor de un hermano

Hace muchos años una niñita llamada Liz sufría de una extraña enfermedad. Su única
oportunidad de recuperarse – aparentemente- era una transfusión de sangre de su hermanito de
5 años, quien había sobrevivido milagrosamente a la misma enfermedad y había desarrollado los
anticuerpos necesarios para combatirla.

El doctor explicó la situación al hermano de la niña, y le preguntó si estaría dispuesto a dar su


sangre a su hermana. El niño dudó por un instante antes de tomar un gran suspiro y decir: "Sí,
lo haré, si eso salva a Liz”.

Mientras la transfusión continuaba, él estaba acostado en una cama al lado de la de su hermana,


sonriente viendo retornar el color a las mejillas de la pequeña niña. Entonces la cara del niño se
puso pálida y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y le preguntó con voz temblorosa: "¿A qué
hora empezaré a morirme?"

Siendo solo un niño, no había comprendido al doctor; él pensaba que le daría toda su sangre a
su hermana. Y aun así se la daba.
Da todo por quien ames.
Mejor escríbelo en una roca

Dice una leyenda árabe que dos amigos viajaban por el desierto y discutieron. Uno acabó dando
al otro una bofetada. El ofendido se agachó y escribió con sus dedos en la arena: “Hoy mi mejor
amigo me ha dado una fuerte bofetada en la cara”.
Continuaron el trayecto y llegaron a un oasis, donde decidieron bañarse. El que había sido
abofeteado y herido empezó a ahogarse. El otro se lanzó a salvarlo. Al recuperarse del posible
ahogamiento, tomó un estilete y empezó a grabar unas palabras en una enorme piedra. Al acabar,
se podía leer: “Hoy mi mejor amigo me ha salvado la vida”.
Intrigado su amigo, le preguntó:
¿Por qué cuando te hice daño escribiste en la arena y ahora escribes en una roca?
Sonriente, el otro respondió:
Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa en la arena, donde el viento del
olvido y del perdón se encargará de borrarla y olvidarla. En cambio, cuando un gran amigo nos
ayuda o nos ocurre algo grandioso, es preciso grabarlo en la piedra de la memoria del corazón,
donde ningún viento de ninguna parte del mundo podrá borrarlo.
Historias muy conmovedoras: El
campesino y sus zapatos viejos

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos
consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones. Mientras
caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un
anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias. El
alumno dijo al maestro: "Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás
de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre".

Mi querido amigo - le dijo el profesor - nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres.
Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre. Coloca una moneda en cada zapato y luego
nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre. Eso hizo y ambos se ocultaron
entre los arbustos cercanos. El hombre pobre, terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de
sus zapatos y su abrigo. Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro,
se agachó para ver qué era y encontró la moneda. Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado.
Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar. Luego miró a su alrededor, para todos lados,
pero no se veía a nadie. La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al
encontrar la otra moneda. Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista
al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, hablando de su esposa enferma y
sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de
hambre. El estudiante quedó profundamente afectado y se le llenaron los ojos de lágrimas.
Ahora, dijo el profesor ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?

El joven respondió: "Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré. Ahora entiendo algo
que antes no entendía: es mejor dar que recibir".
El mejor amigo

Un día un niño con una gran sonrisa le dijo a un señor:

― Señor, quiero comprarle uno de sus cachorritos.

El granjero le respondió:

― Estos cachorritos son de raza, y cuestan mucho dinero- le dijo el granjero.

― He conseguido treinta y nueve centavos, ¿es esto suficiente?, le dijo el niño preocupado de que
el dinero no le alcanzara para comprar su perrito.

― Seguro, le dijo el granjero, comenzando a silbar y a gritar: ―"Dolly, ven aquí". Dolly salió
corriendo de su casita y bajó la rampa seguida de cuatro pequeñas bolas de piel.

Los ojos del niño danzaban de alegría. Entonces de la casita salió, a hurtadillas, otra pequeña
bola, ésta era notablemente más pequeña. Se deslizó por la rampa y comenzó a renguear en un
infructuoso intento por alcanzar al resto. El niño apretó su carita contra la cerca y gritó con
fuerzas:

― ¡Yo quiero a ése!, señalando al más pequeño. Pero el granjero le dijo: ―"Hijo, tú no quieres a
este cachorrito. Él nunca podrá correr y jugar contigo de la forma en que tú quisieras”. Al oír eso,
el niño bajó la mano y lentamente se subió el pantalón en una de sus piernas. Le mostró una
prótesis de doble abrazadero de acero a ambos lados de su pierna, que iba hasta un zapato
especial. Mirando al granjero, le dijo: ― “Como usted verá, señor, yo tampoco corro tan bien que
digamos, y él necesitará a alguien que lo comprenda”.

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