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CAPÍTULO V

Privatizaciones

Esta si era un tema candente de los intereses de los


dueños, muchos insistían en que las privatizaciones, que
estaban de moda, podrían ser una fuente de ingresos
para el Estado, yo como lo relaté anteriormente, no
tenía claro cuán conveniente sería para el país privati-
zar, simplemente porque otros lo estaba haciendo.
Antes bien, yo tenía serias reservas sobre si era
conveniente vender empresas de capital del Estado y
destinar los fondos al gasto público, perdiéndose así
un valioso patrimonio de los guatemaltecos, como en
efecto sucedió con la privatización llevada a cabo du-
rante el gobierno de Álvaro Arzú Irigoyen.
Al respecto, claramente establecí:
Que yo no vendería ni las empresas de energía
eléctrica, ni las de teléfonos del Estado. Léase: GUA-
TEL y el INDE.
Que jamás transferiría un monopolio estatal a un
grupo privado, pues consideraba que eso era un hecho
injusto con los usuarios, los que quedarían sujetos a las
decisiones de los dueños de los monopolios.
Con base en estos criterios, empezamos una polí-
tica de desmonopolización de los sectores, dividiendo
Privatizaciones

las actividades, en el caso de la energía en: generación,


transmisión y distribución. Y en el caso de la telefo-
nía: conmutación, interconexión y red primaria.
Estudiamos también el caso de la telefonía celular,
que se estaba iniciando en el país y la interconexión
para el tráfico internacional.

Energía eléctrica. INDE

El caso de la energía: encontramos un sistema al-


tamente dependiente de Chixoy, una hidroeléctrica
del Estado, que estaba presentado problemas por falta
de lluvia. Ello hacía que los niveles bajaran más de
lo esperado; también presentaba problemas de asolva-
miento, es decir de tierra y arenas que estaban llenan-
do el embalse, los que al reducir la cantidad d agua
disponible, estaban limitando seriamente la capacidad
de producción de la planta.
Las otras plantas de generación de energía hidráu-
lica, Los Esclavos, Jurún Marinalá y Aguacapa, pre-
sentaban también serios problemas de asolvamiento; y
en los tres casos los equipos de generación estaban en
muy mal estado, lo que hacía urgente su reparación.
El parque térmico de Escuintla necesitaba una re-
paración inmediata, de fondo, pues en las condiciones
en que se encontraba su operación no era totalmente
confiable, y se hacía necesario sacarlo a menudo, total
o parcialmente, del sistema, y eso se traducía en un
permanente riesgo.
Existía una térmica pequeña en el Oriente del
país, pero era tan ineficiente, que generar energía a
través de ella costaba ocho veces más de lo que se
vendía.
En conclusión, el sistema de generación eléctrica

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del Estado se encontraba a punto de colapsar o quizás


ya colapsado y lo que estaba esperando era que se lo
notificaran…
La única que estaba funcionando era la térmica
de Amatitlán, que pertenecía a la Empresa Eléctrica,
S.A., y esta sí registraba un mantenimiento aceptable.
Cuando me senté con Alfonso Rodríguez Anc-
ker, a quien yo nombré presidente del Instituto Na-
cional de Electrificación (INDE) me dio el reporte
de las condiciones en que habíamos recibido el sector.
Me dijo que eso no era todo, que si se concretaban
las amenazas de la llamada Corriente del Niño, nues-
tra situación iba ser mucho peor, pues la escasez de
agua nos llevaría a una situación muy crítica, en la que
posiblemente tendríamos que llegar hasta el raciona-
miento de la energía.
Ante esa situación, le di instrucciones para que
manejáramos este problema como una emergencia;
que buscáramos alguna forma de abastecernos de
energía adicional, lo que se miraba sumamente difícil
porque los países vecinos que podrían en algún caso
proveernos, se encontraban en situaciones parecidas a
las nuestra o quizás peores.
Sin embargo, muy pronto me llamó Alfonso y
me contó que había unas barcazas en Houston, que
aparentemente estaban listas para generar 110 mega-
vatios, que el posible usuario había tenido problemas
y que podrían estar disponibles para arrendarlas. Me
indicó, además, que el problema sería que habría que
ubicarlas en Puerto Quetzal, y que a los señores de la
portuaria no les gustaba la idea, pues les ocuparía en
forma permanente un espacio considerable de mue-
lles.
Le pedí que negociara las barcazas y que yo

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hablaría con los señores de la portuaria para hacer-


les ver el problema que teníamos y así lo hicimos. Se
consiguieron las barcazas con un contrato con el que
se les pagaría, si mal no recuerdo, a 5.5 centavos de
dólar por kilovatio.
Ya con esa seguridad mínima, procedimos a re-
parar el parque térmico de Escuintla y después las
hidroeléctricas de Los Esclavos, Jurún Marinalá y
Aguacapa. Esta solución era muy temporal e insufi-
ciente, pues solo una nueva siderúrgica que se esta-
ba estableciendo en Escuintla requeriría consumir la
energía de las barcazas. Así que decidimos encontrar
una forma en que el sector privado pudiera ayudar
en esto; sin embargo, existía un problema: la ley del
INDE prohibía la generación de energía privada.
Les pedí a mis asesores legales que estudiaran
este asunto y muy pronto vinieron con una solución:
la disposición establecida en la ley del INDE era in-
constitucional, porque era anterior a la Constitución
Política de 1985, en la que expresamente estaban pro-
hibidos los monopolios.
Me sugirieron que, por medio de un Acuerdo
Gubernativo, declarara la inconstitucionalidad de los
artículos de la ley que nos limitaban y así lo hicimos,
emitiendo en julio el acuerdo gubernativo 1021–92 y
en enero del año siguiente el acuerdo 9/93.
Con esto se abrió la posibilidad de que se iniciara
un proceso de generación y cogeneración privada en
el país, lo que fue para nosotros una gran solución.
Muy pronto los ingenios y otras empresas iniciaron
su producción y la venta al Estado, a tal extremo que
cuando se da el golpe de Estado, ya el 47% de la ener-
gía que se usaba en el país era de origen privado.
Un grupo de los dueños del país, que sí quería entrar

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y estaba listo para hacerlo, pedían 8.4 centavos por ki-


lovatio y en una junta con ellos en la Casa Presidencial
y con Alfonso Rodríguez, Presidente del INDE, les
hicimos ver que lo que estábamos dispuestos a pagar
eran 6.5 centavos, uno más de lo que pagábamos a
las barcazas, y que por estudios que habíamos hecho
encontrábamos que ese era un excelente negocio para
ellos.
Supe que al salir de la reunión no solo me men-
taron a mi progenitora, sino que decían: “A este hay
que enseñarle que no es el Rey Salomón, sino que un
simple presidente”.
Lo irónico es que durante años trataron de vender
energía al Estado y no pudieron, y ahora que yo les
abría las puertas, en lugar de estar contentos y agra-
decidos, como yo creí que iba a acontecer, lo único
que saqué fue que se alinearan para botarme lo más
pronto posible, pues lo que estaban dejando de ganar
con nuestras posiciones era mucho dinero.
Sin embargo, yo me hallaba contento, pues en-
contramos una fórmula para que en Guatemala no se
sintiera la crisis energética que hubo en los países ve-
cinos; y porque al mismo tiempo pudimos reparar la
térmica de Escuintla, y las tres hidroeléctricas.
A veces yo me pregunto: ¿Qué día sería más feliz
para estos señores? ¿El día que supieron que iban a
poder generar energía, o el día que les informaron que
Jorge Serrano ya estaba en Panamá?

El asalto fallido

De todas formas, la lucha siguió, pues a los due-


ños esto no les gustó mucho, porque algunos de ellos
lo que querían era un traslado del monopolio, para

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Privatizaciones

poder definir a su sabor y antojo todo lo referente a


la energía. Entonces fueron al Congreso de la Repú-
blica y promovieron la reforma a la ley del INDE, la
que regulaba el sector de la producción de la energía
eléctrica.
¿Qué hicieron? Cambiaron la directiva y se la en-
tregaron al sector privado. Lo lograron con dinero y
en contubernio con diputados que tenían interés de
participar en la planta generadora de energía eléctrica
de Champerico, en el Sur Occidente del país.
Cuando fui informado de cómo, en forma sor-
presiva y mediante un procedimiento de “fast track”
se aprobó la reforma a la ley, sin que nosotros ni si-
quiera conociéramos ni de la existencia ni el conteni-
do de la misma, ordené que me pasaran una copia de
ella. Comprobé que se sacaba al gobierno de cualquier
injerencia en el sector de energía eléctrica. Para ser
franco, me causó indignación, me dio asco lo burdo
de la maniobra e inmediatamente ordené al Secretario
General de la Presidencia que preparara un veto, pues
yo no estaba dispuesto a sancionarla, ni en artículo de
muerte.
Consideraba que si los señores del sector privado
querían el INDE, que por lo menos pagaran por él,
pero que nos se lo robaran, y que los funcionarios y
diputados corruptos que se prestaron a eso, pues que
fueran devolviendo el dinero que les fue pagado. Esa
fue la Ley 59 de 1992, que fue inmediatamente vetada
por mí.

Se abre la batalla

A partir de este momento las cosas se deterioraron


mucho, pues se hizo cada vez más evidente la alianza

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y entendimiento de empresarios del sector que que-


rían la energía, con funcionarios comprometidos con
ellos. Pero para no ser yo precisamente quien haga la
denuncia, simplemente transcribo lo que literalmente
aparece en la página 100, del libro Dictating Democracy,
de Rachel McCleary:
“El impasse en el Congreso fue creado por el pre-
sidente del Congreso, un Demócrata Cristiano, que
con el Presidente de la Corte Suprema de Justicia Juan
José Rodil y con el legislador Obdulio Chinchilla Vega
estaban buscando la concesión para generar energía en
el puerto de Champerico, al sur oeste de Guatemala
(…) “Lobo Dubon y los Demócrata Cristianos estaban
amenazando con bloquear en el Congreso la propues-
ta de Serrano para remover los subsidios a la electrici-
dad, al menos que el presidente les garantizara a ellos
el contrato de Champerico. Rodil, como Presidente
de la Corte Suprema, ofrecía sobresellar los cargos que
en materia penal existían contra Rodríguez Anker si
Serrano llegaba a un acuerdo con Chinchilla Vega y
Lobo Dubon. Si Serrano no cooperaba, amenazaba
con considerar cargos de corrupción contra Serrano,
una vez el Congreso lo despojara de su inmunidad.”

Con el pasar de los años me vine a dar cuenta de


cómo se habían manejado en el Congreso y entendí
entonces cómo es que la famosa Ley 59 pasó casi en la
clandestinidad. Se constituyó una alianza estratégica
entre los pulcros y cristalinos dueños, y Lobo Dubón,
Presidente del Congreso, Juan José Rodil Presidente
de la Corte Suprema de Justicia y Obdulio Chinchilla
Vega, Diputado por Chiquimula, quienes querían el
contrato de generación de energía eléctrica de Cham-
perico, a cambio de entregar el INDE.

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Privatizaciones

Como este asqueroso chantaje era a favor de todos


ellos, debería ser visto como una simple estrategia po-
lítica de “un sector que quería lo mejor para el país”:
manejar la energía eléctrica y apoderarse del INDE.

Telefonía. GUATEL

Cuando entramos al gobierno, nos dimos cuen-


ta que GUATEL era una empresa que debería estar
contribuyendo fuertemente a las finanzas públicas, e
impulsando el desarrollo nacional. Pero cómo lo iba
a hacer, si su desempeño era totalmente ineficiente y
anacrónico, solo teníamos instaladas cerca de ciento
ochenta mil líneas y de ellas el 85% estaban en la capi-
tal, con una demanda insatisfecha en ese momento de
seiscientas mil líneas.
Era claro que el número de líneas instaladas que
encontramos, era absolutamente insuficiente para
acompañar al país en su crecimiento y mucho menos
para comunicar a las comunidades rurales del país.
Como meta nos propusimos instalar en el primer
año de gobierno doscientas cincuenta mil líneas, meta
esta que logramos ya en el segundo año, es decir en
1992. Esto significó que en dos años instalamos mas
líneas, que las que se habían instalado en la historia
completa de las telecomunicaciones en el país, en un
período cincuenta años.
GUATEL, en el año 1990 sólo dio utilidades por
106 millones de Quetzales anuales. En el primer año
de nuestra administración, año 1991, las utilidades de
GUATEL fueron de 405 millones de Quetzales, es
decir un aumento del 380%, y ya para el año 1992, las
utilidades fueron de 542 millones de Quetzales, es de-
cir 510% mas que en el año 1990, último de Cerezo.

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Así el aporte de GUATEL al Gobierno en 1991 fue


de Q. 182.6 millones de Quetzales y en 1992 fue de
Q.244.1 millones.
Para conseguir una nueva línea, los potenciales
usuarios tenían que esperar mucho tiempo y pagar por
ella, hasta ochocientos o mil quetzales, hechos estos
que promovían una gran corrupción dentro de la ins-
titución.
Las llamadas internacionales, que deberían ser
una de las principales fuentes de ingreso y por ende
de utilidades, estaba prácticamente en manos priva-
das, en un acto sublime de corrupción, porque las lí-
neas a través de las que se realizaban, estaban ubicadas
en casas de familiares, amigos, socios o queridas de
altos funcionarios, diputados, militares o empleados
de GUATEL.
El procedimiento era sencillo: cualquier persona
llamaba a esa línea “internacional” y pagaba al que la
tenía a su cargo. Sin embargo, esas líneas no pagaban
nada a GUATEL por las llamadas internacionales, así
que este era un negocio redondo para ellos. Se trataba
de sangría brutal para GUATEL, entidad que asumía
los costos y estaba privada de obtener las ganancias
que el tráfico internacional debería dejar.
Hago ver que el tráfico internacional era impor-
tantísimo, pues la cuota que el usuario pagaba por lí-
nea era prácticamente simbólica, 4 quetzales al mes,
es decir casi ochenta centavos de dólar. Muchas ve-
ces comentamos con Ernesto González, Gerente de
GUATEL, si acaso mejor sería no cobrar nada, pues
la administración del cobro y el correo, prácticamente
salían más costosos.
En GUATEL como en el INDE, encontramos
una gran burocracia, pues eran instituciones en las

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cuales se podía fácilmente colocar personas que eran


recomendadas por altos funcionarios de gobierno, di-
putados o jefes militares.

Nuestro programa

Al tener clara la situación, rápidamente nos dimos


cuenta que para incrementar los ingresos era necesario
actuar rápidamente en el manejo de la red interna-
cional, para lo cual se hacía necesario ampliarla. Para
eso, primero había que digitalizarla, porque hasta ese
momento se manejaba en forma analógica lo cual im-
ponía muchas limitaciones.
Así que procedimos a ampliar la red y digitalizar-
la, para lo cual, entramos en un “joint venture” con
ATT, MCI y COMSAT; ampliamos la estación Terre-
na Quetzal e instalamos una estación terrena nueva,
seis veces mas grande que la Quetzal a la que llama-
mos Hezriel y la ubicamos en la avenida La Reforma.
Como referencia, quiero contar que esa estación nos
costó, CIENTO CINCUENTAMIL DÓLARES, lo
que era un contraste inmenso, comparado con el cos-
to de la estación terrena Quetzal, que había costado
QUINCE MILLONES DE DÓLARES.
De las estaciones terrestres subíamos a los saté-
lites de INTERSAT, a quienes les pagábamos por el
tráfico, tanto de voz como de datos. Al tener las dos
estaciones operativas, vimos que el tráfico aumentó
exponencialmente y que el pago de los servicios de
tráfico se hacía cada vez mayor.
Revisando un día esta información, me llamaron
la atención las cifras y entonces llamé a Neto Gon-
zález, le manifesté mi sorpresa sobre la subida de ese
renglón y le pregunté cómo podríamos bajarlo. Me

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contestó que la única forma sería que compráramos


parte de un satélite. Le solicité que se informara sobre
cómo podríamos hacer para comprarlo y cuanto nos
costaría. Dijo que aprovecharía que en dos días saldría
para Acapulco, México a una reunión de la Union
Internacional de Telecomunicaciones y que allí haría
la diligencia.
A los tres días y ya de noche, recibo una llamada de
Neto, en la que me decía que un “transponder” (parte
de un satélite), costaba alrededor de tres millones de
Dólares; pero el problema era que no había ninguno
disponible; que si queríamos, los de INTELSAT, que
en ese momento estaban sentados frente a él, le ofre-
cían que podrían reubicar uno y adjudicárnoslo.
—Compremos dos, pues los vamos a necesitar, le
dije.
—¿Estás seguro? –respondió.
—Dale viaje, Neto. No tengás miedo.
Al entregarnos los “transponders”, empezamos a
manejar todo nuestro tráfico de voz y de datos a tra-
vés de ellos. El primero, lo llenamos a los seis meses
de operar y el segundo también muy pronto. Cuando
Neto me comentaba esto, solo me decía:
—¿Que tal que no te hubiera hecho caso?
La inversión en la estación terrena se recuperó
en un mes y la de los satélites se recuperó en no más
de tres meses. Ante esto, yo pensaba: ¿Cómo carajos
quieren que vendamos esta empresa, si las utilidades
proyectadas para el año con esos simples ajustes, ya se
estimaban en más de quinientos millones de quetzales;
es decir: cien millones de dólares. Para ubicarnos, esto
equivalía al 50% del déficit presupuestario del último
año de Vinicio Cerezo Arévalo.

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Mientras tanto, también estábamos trabajando


en la ampliación de la red externa (fibra óptica, cable
coaxial y línea de cobre); y en la red interna (centros
de conmutación, conocidas como centrales telefóni-
cas), con ATT, Erickson, MCI, Telefónica de España,
Simex, en la capital. En el interior del país lo hacíamos
con la empresa italiana Italtel.
Nuestra meta era triplicar, para finales del 93, el
número de líneas que
GUATEL y sus antecesores, habían instalado en
cincuenta años. Entramos de inmediato en una franca
y dinámica tarea de instalación para llegar a las qui-
nientas mil lineas.
Con ATT, MCI y COMSAT, la negociación fue
un tanto peculiar, porque debido a que no teníamos
suficiente dinero para inversión, entonces se les pidió
a ellos que consiguieran sus propios recursos. De esa
forma, GUATEL les pagaría por un sistema de “lea-
sing”, a 10 años plazo, para lo cual se les otorgaron
solo cartas bancarias de garantía de pago.
En nuestro segundo año de operación, ya GUA-
TEL dio más de setecientos millones de quetzales de
utilidad. Ese año pedí que se hiciera un acto espe-
cial para entregarle a los trabajadores de GUATEL, el
equivalente al 5% de esas utilidades que les correspon-
día de acuerdo con la ley.
Fue ese, indiscutiblemente, uno de los días más
satisfactorios que el Gobierno me proporcionó. Re-
cuerdo la cara de un viejo barrendero, que duran-
te años trabajó en la institución. Cuando recibió su
cheque de dividendos, por el equivalente a veintitrés
meses de salario, al señor se le llenaron los ojos de
lágrimas, no lo podía creer, nunca soñó con tener una
cantidad así a su entera disposición. De inmediato el

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agua en los ojos se le volvió una catarata y el llanto no


se hizo esperar.
Cada empleado de GUATEL recibió su cheque.
Algo no imaginable, pues si mal no recuerdo, el que
menos recibió fueron doce veces su sueldo, ya que en
la distribución se dio mayor número de salarios a los
de menor ingreso y se fue reduciendo el monto a los
que tenían mayores salarios. Lo cierto es que todos
quedaron felices y yo, aun más feliz y emocionado.
Pero como decía el Quijote a Sancho, “cosas ve-
redes, Sancho amigo, que harán hablar las piedras”.
Hoy veo cuán Quijote era yo. Cada vez que le
comentaba a alguno de los dueños o a sus adláteres so-
bre los logros de GUATEL, reaccionaban mal. Siem-
pre estaban diciendo que el Estado era ineficiente e
incapaz, que para lograr eficiencia debía pasarse esa
empresa a la iniciativa privada. Yo seguía sin enten-
derlos.

La telefonía rural

Ante los resultados muy satisfactorios de la em-


presa, entonces decidimos hacer un ejercicio para lle-
var telefonía rural a lugares remotos del área rural.
Cuando Ernesto González me presentó un bosquejo
del proyecto y el costo, ciertamente me parecía que
este era alto por teléfono, puesto que había que ins-
talar un panel solar con su batería y con su antena
satelital al teléfono. Toda la lógica indicaba que era
una inversión no rentable; sin embargo, le dije que lo
hiciéramos aunque esa telefonía fuera subsidiada por
la telefonía urbana, y así iniciamos el programa.
Se empezaron a instalar los llamados Teléfonos
Comunitarios y empezaron a funcionar. Dos o tres

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meses después, recibo una llamada de Neto Gonzá-


lez y me dice que teníamos una sorpresa: los teléfo-
nos rurales estaban facturando mucho más de lo que
habíamos considerado, porque recibían muchísimas
llamadas de los Estados Unidos, provenientes de los
compatriotas emigrantes; y que si eso seguía así, la
telefonía rural se auto sustentaría y que hasta podría
dejar algún beneficio.
Me alegré muchísimo con la información, por-
que estábamos cumpliendo con una función social de
la empresa y nos estaba resultando muy bien. Pensa-
ba, para mis adentros, que esa era otra razón para no
privatizar, porque con los problemas que la telefonía
rural presenta, no iba a existir compañía privada que
quisiera afrontarlos con una utilidad marginal. Por
lógica, cualquier empresa privada invierte en aquello
que le da mayor rentabilidad.

El problema

Algunos grupos de poder económico se habían


saboreado con la idea de la privatización, basados en
mis actuaciones y decisiones para mejorar tanto el sec-
tor de energía como el de telefonía. Se sumaba a esto
que no me pareció adecuada la propuesta de ley pre-
sentada por la Comisión que nombré para estudiar el
tema. Claramente, y en una forma atrevida, el sector
privado se había “despachado con la cuchara grande”,
pues sacaban al Ejecutivo, al Legislativo e incluso a la
misma Contraloría General de Cuentas, de todos los
mecanismos de privatización que proponían.
Al ver esto yo me dije: “Si así son las vísperas,
cómo serán las fiestas”, y como decimos en buen cha-
pín: “Enseñaron muy pronto el cobre”, Por lo menos

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para mí, ellos querían ser, en aras de una supuesta


transparencia, los que manejaran el proceso de priva-
tización. Por supuesto, solo me reí y engaveté la pro-
puesta, pues era tan cínica que ni siquiera valía la pena
entrar a considerarla.
Esto provocó la ira de sus redactores y decidie-
ron, con gran alarde, retirarse en bloque, manifestan-
do que el sector privado renunciaba a la Comisión de
Privatización, lo cual para mí fue como un caramelo.
A decir verdad, yo no pensaba que deberíamos pri-
vatizar, menos en ese momento en que las empresas
estaban en franca recuperación y que su valor de mer-
cado no sería nada atractivo. Sin embargo, después, y
al margen de toda consideración social, Álvaro Arzú
las privatizó y todo lo demás es historia.
El único que puede juzgar hoy los resultados es
el propio pueblo quien paga las tarifas y también los
que tenemos conciencia y sabemos que el país se des-
capitalizó y se empobreció. Anualmente, la economía
guatemalteca sufre una sangría cuando las empresas
que se vieron favorecidas por la privatización reciben
sus dividendos, que dicho sea de paso, no son pocos.

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