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El Quijote en la Alemania de la Goethezeit

Reflexiones de sociología literaria y traductológica

Filología, traducción y lectura.

Permítanme que, al hablar de un libro en el cual la lectura desempeña un papel tan importante
(en último término, el “ingenioso hidalgo” acabará perdiendo la cabeza por el mucho leer y el poco
dormir... por la excesiva lectura), dedique unas reflexiones iniciales a la misma. Es un hecho de la
fenomenología cultural que tras la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, la literatura
pierde gran parte de su entidad oral, de recitado o incluso de canto, para hacerse visual, es decir, hecho
de impresión y edición. Hoy no sería posible que el ciego Homero compusiera sus epopeyas para un
público de “oyentes”, porque desde entonces, desde la imprenta si no antes, la literatura es,
fundamentalmente, un hecho de escritura y, por consiguiente, de lectura. Y la lectura y todos los
factores que en ella intervienen o la posibilitan se convierten en elementos de progreso cultural en la
medida en que la literatura lo es. Cuando hablo de “factores de lectura”, me estoy refiriendo, por
ejemplo, a las librerías que ponen a nuestro alcance como mercancía el objeto de la lectura; a los
autores que posibilitan la existencia del mismo; a los traductores que median entre las lenguas y
culturas extrañas y la propia; a los editores y a los críticos que fomentan o desaconsejan cualquiera de
los anteriores eslabones de la cadena cultural que llamamos “literatura”.

Así pues, la dependencia “editorial” de la literatura ha convertido al filólogo en un profesional


obligado a orientar, dirigir y promover la edición y la lectura. Renunciar a estas tareas en unos
momentos en los que la lectura se encuentra acosada por el “visionado” de los “medios” sería firmar la
sentencia de muerte de la filología si no como disciplina universitaria, sí, al menos, como tarea social.
Y un factor fundamental en la promoción de la lectura es la traducción. Dicen expertos en sociología
cultural que el 70% de la cultura impresa en cada lengua es cultura traducida. A pesar de eso, el
filólogo se ha limitado con frecuencia a ser un mero teorizador y crítico, un “canonista” de la literatura
sin preocuparse de la pragmatización social de los textos que estudia. El concepto de lector implícito
que hace unos años puso en circulación la teoría de la recepción debería ser completado, y pronto, por
uno más eficaz que, bien aplicado, produciría unos saludables efectos sociales: la lectura explícita. Sin
un fomento más masivo de la lectura, la literatura pronto habrá dejado de existir a manos de los
“realities” televisivos y telenovelas. ¡Dios nos ampare!.

Este elemental apunte de fenomenología cultural tiene su importancia para lo que a


continuación sigue. Este año de gracia de 2005, los espacios culturales en los que nos movemos, es
decir, España y Alemania, asisten a las conmemoraciones centenarias de dos eventos de calado tanto
en las respectivas historias culturales como en sus mutuas relaciones: El bicentenario de la muerte de
Schiller y el cuarto centenario de la aparición del Quijote de Cervantes, dos hechos o, mejor dos
personajes, real uno, ficticio el otro, que, además de haber marcado la cultura de los dos países, tienen
una relación extraordinaria a la lectura. Tanto Schiller como Cervantes son lo que son gracias a la
lectura que de sus obras han hecho las generaciones que nos han precedido. Y cualquier ocupación
profesional con los mismos por parte de una filología extranjera debería partir de su efecto social a
través de la lectura y orientarse a producir un mayor nivel de lectura, del Quijote en Alemania y de
Schiller en España.

Para los profesionales de las “filologías extranjeras”, hispanistas alemanes o germanistas


españoles por ejemplo, estas celebraciones tienen una especial resonancia, porque nos sirven para
tomar el pulso a la eficacia social de nuestras disciplinas. Como beneficiario implícito de la labor de
los hispanistas alemanes, poco me interesa que estos tracen grandes cuadros exegéticos del Quijote (si
es o no es una “novela deambulatoria”, por ejemplo), si esto no va acompañado de una difusión que
extienda el conocimiento –y en su caso la estima o el rechazo– de la obra y de la cultura que
representa y que es la que personalmente llevo puesta. A la inversa, como germanista español, no
concibo la función social de la especialidad que profeso, la germanística española, como un aporte a
los estudios interpretativos de la literatura alemana en sí misma y para consumo de alemanes, sino
como un intento de exégesis y difusión de la cultura alemana en el ámbito social español. El
germanista español debe hacer que una cultura de la que nos separan un sinfín de factores –la
latinidad, la geografía, la peninsularidad– que, en parte, quedan expresados en los respectivos clichés
perceptivos, sea cada vez mejor conocida y más estimada como complemento a ciertas actitudes
vitales y comportamientos sociales insatisfactorios o como presupuesto de una mejor relación entre los
dos pueblos. Uno desearía, por ejemplo, que el alemán, en cuanto interlocutor mío, en ocasiones fuera
un poco más Quijote para que, por ejemplo, el empleado de la estación de servicio supiera prescindir
del céntimo de € que le tengo que pagar y que no encuentro en mi bolsillo después de haber repostado
en su gasolinera. Quisiera, a la inversa, que mi conciudadano español se hiciera con los hábitos de
convivencia que imperan en Alemania y no creyera que la vía pública es lugar idóneo para depositar
las inmundicias que debería dejar en el lugar debido.

Es en esta presencia de nuestras culturas en las respectivas vidas públicas donde podemos
tomar el pulso a la efectividad social de nuestras disciplinas. Y creo que hay algo que falla. Falla la
trasmisión al complejo social de nuestra dedicación profesional. Quizás por eso, nos están negando el
derecho a subsistir. Los problemas de integración académica y social en el marco de la nueva política
educativa comunitaria (léase Bologna) provienen de esa despreocupación por los aspectos prácticos de
la que como profesionales hemos hecho gala. La filología no puede permitirse el lujo de diferenciar,
como hace la Física, tres o cuatro niveles profesionales: el científico que crea los principios, el
ingeniero que los aplica, el técnico que los realiza y el vendedor que los socializa. El filólogo –el
germanista o el hispanista–, debe investigar, aplicar y , sobre todo, difundir, divulgar. Y es ahí donde
fallamos, pues nuestra actividad no se traduce en un acercamiento de la misma a la sociedad. No
motivamos ni fomentamos, suficientemente al menos, el interés del público por las obras alemanas,
sus hábitos de lectura . No vamos más allá del círculo de profesionales que no necesitan conversión. A
los filólogos nos pasa en cierto modo lo que les ha sucedido a las órdenes monásticas occidentales: nos
hemos retirado al claustro de nuestra especialización e intentado convencer a los que ya estaban
convencidos, sin que la sociedad (el librero, el editor, el crítico, el administrador ministerial o el
público en general) haya recibido el humus que como profesionales debemos aportar.

Solo mencionaré unos datos experimentales como prueba: Cuando estaba preparando esta
intervención, hice un recorrido por las librerías de varias ciudades alemanas a la búsqueda de
ediciones del Quijote sobre los que poder trabajar. Me extrañó, de entrada, que en ninguna se hiciera
mención del año cervantino. Sí se hacía mención, sin embargo, del año schilleriano, obvio, y del año
jubilar de Hans Christian Andersen, cuyos cuentos llenaban todos los escaparates. Del Quijote no
había ni rastro. Es más, en muchas de las librerías que visité, más de una docena, no tenían en
existencia ninguna edición de la obra cervantina. En una de anticuariado, el dependiente preguntó al
que esto escribe por el nombre del autor, que ni conocía ni sabía escribir. En otra, el dependiente me
mostró un ejemplar de una edición de la versión de Tieck, que, a un precio exorbitante a causa de sus
ilustraciones, estaba bajo llave en la estantería. En una tercera, encuentro una edición de 1900, que de
nuevo está expuesta a la venta por su valor bibliófilo al módico precio de 75 €. Mi repaso por las
bibliotecas universitarias, no da mucho más resultado. En la UB de la ciudad en la que me encuentro,
existen ejemplares de la obra original, pero apenas traducciones. A duras penas consigo un edición de
Tieck para trabajar. Una visita al planeta Weimar me permite recorrer todas las librerías (Thalía,
Hoffmannsche Buchhandlung, etc.) de ese sancta sanctorum de la cultura alemana y el resultado es
frustrante. Incluso la librera que ese día está al frente de la librería Thalia de la Schillerstrasse se
escandaliza –lo que no es poco– de su carencia cuando comprueba efectivamente que en su negocio
no tiene ningún ejemplar –ni traducido ni en versión original– del Quijote. Son experiencias muy
aleatorias, pero cuyo resultado permite concluir que, si no hacemos nada por remediarlo, Isabel
Allende, Ken Follet o El código da Vinci barrerán de nuestro horizonte cultural esas otras obras de
mayor calado, esas obras que exigen una musculatura cerebral y lingüística más entrenada. Lo cual,
obviamente, no augura una sociedad en la que uno pueda sentirse cómodo. ¿Qué conocimiento podrá
tener del Quijote un alemán medio que, sin saber español, desee conocerlo, desee conocer los
parámetros culturales de esta Europa que más parece ser una parte de la aldea global que espacio
común de convivencia?
Y, por supuesto, lo que se dice del Quijote en Alemania, se puede decir en la misma medida,
salvatis salvandis, de la presencia social de Schiller en España.

La traducción en la cultura clásica alemana.

Como queda dicho, esta deficiente situación receptiva y operativa de la literatura extranjera se nos
puede achacar en parte a los germanistas e hispanistas, que no hacemos llegar al público más prójimo
los aspectos de utilidad humanística de nuestros respectivos saberes. Sobre todo hay un aspecto de la
actitud profesional, heredada del pasado próximo, que incide especialmente sobre esta situación
negativa del gremio: la falta de interés por el ejercicio de la traducción. La filología académica durante
el siglo XX ha despreciado la traducción. Ha sido una filología exclusivamente crítica. La situación
dista mucho de ser aquella que gozaba cuando ni siquiera se había fundado como disciplina académica
(como actividad libre siempre ha existido). El efecto que la cultura griega tuvo en la clasicidad
alemana o la literatura española en el romanticismo alemán se debe a un concepto social de la filología
que empezaba en la traducción. Sin las traducciones de J. H. Voss de las obras homéricas (1781-1793)
difícilmente se podrá explicar coherentemente el fenómeno Weimar. Hace unos años, el archivo de
Marbach organizó una de sus interesantes exposiciones con el título de Weltliteratur1, en la que se
documentaba magistralmente la eficacia social y cultural de la traducción durante la época de Goethe,
que debe su florecimiento en parte al fomento de esta especialidad artística. Voy a ahorrarles un
análisis de datos pormenorizados, pero, a título de recordatorio, baste mencionar la presencia de
Shakespeare y Calderón en el horizonte cultural alemán a través de las traducciones de Wieland, de A.
W. Schlegel o Solden; la mencionada de Homero a través de las versiones de Voss, la del Dante a
través de la traducción de Tieck o, incluso, la de las obras clásicas de la literatura hindú (Baghavad-
Gîta) gracias a la versión, mediada (a través del inglés), de A. W. Schlegel. Las traducciones
alimentaron la vida teatral –recordemos que los Calderon-Festspiele de Bamberg derivan de la época
en que Hoffman dirigía el teatro de la ciudad–, la vida editorial –el Cid de Herder o la Iliada de Voss
conseguían tiradas fabulosas– y la crítica literaria que en esa época se establecía como especialidad
académica. Incluso concepto Weltliteratur que Goethe propondría tuvo su origen en la percepción de
nuevas literaturas que la traducción iba haciendo familiares.

Papel de la traducción en la recepción de la literatura española en Alemania.

Por lo que se refiere a la literatura y cultura españolas en el espacio cultural germano-parlante


durante la ilustración y el romanticismo, la traducción desempeñó un papel decisivo. La relativa falta
de relaciones políticas2 entre los dos países se subsanó con una marcada atención cultural que
empezaba por la traducción y seguía por las bellas artes por parte de Alemania. Dependiendo
inicialmente de la trasmisión documental y crítica que Francia hacía de la cultura española a toda
Europa en las versiones ilustradas de Montesquieu, Voltaire o Diderot, la recepción y percepción de
una imagen más objetivas fueron afianzándose gracias a la tarea lenta pero segura que impuso la serie
de críticos que, congregados en torno al Göttinger Hain, fueron haciendo de la cultura española un
tópico de la crítica y de la versión. Efectivamente, en un primer momento, la cultura española ha
tenido un escandaloso déficit de imagen. Unos botones de muestra que prueban el aserto: En uno de
los avisos del Der Teusche Merkur, Wieland advertía de las intenciones que le guiaban en su
publicación: “[...] seinen Leser von Quartal zu Quartal das Neueste und Mekwürdigste in der
Deutschen sowohl als Englischen, Französischen und Italienischen Literatur vorzulegen” 3. Como se
puede ver, lo español brilla por su ausencia, ausencia notable en la pluma de un Wieland, que fue,
como bien se sabe, uno de los primeros en tener en cuenta lo español, aunque no siempre de manera

1
Weltliteratur. Die Lust am Übersetzen im Jahrhundert Goethes. Eine Austellung des deutschen Literaturarchivs
im Schiller-Nationalmuseum, Marbach am Neckar 1982.
2
El casamiento de Carlos III con una princesa alemana, María Amalia de Sajonia, hija del Príncipe de Sajonia y
Rey de Polonia, Federico Augusto III, no tuvo mayor efecto político. Solo a partir de la sublevación contra los
franceses la diplomacia española tuvo una presencia más fuerte en el ámbito alemán. Ver al respecto la obra de
Bertrand que mencionamos más abajo.
3
Chr. M. Wieland, “An die Leser des Merkur” en el mismo: Der Teutsche Merkur, Francfort/Leipzig, 1773. p.
283.
positiva. Así, por ejemplo, a pesar de que no admitía las opiniones despectivas de Montesquieu acerca
de lo español, el autor suabo todavía proponía una hochmüthige Trägheit como una de nuestras
cualidades nacionales más destacadas 4. Lessing por su parte lo afirmaba categóricamente: Wir sind mit
den dramatischen Werken der Spanier so wenig bekannt; ich wüsste kein einziges, welches man uns
übersetzt, oder auch nur auszugsweise mitgeteilet hätte. Y en otro pasaje: Die Schriften der Spanier
sind diejenigen, welche unter allen ausländischen Schriften am wenigsten unter uns bekannt werden”5.
Chr. Felix Weisse, poeta y autor de canciones religiosas y textos musicales, se quejaría de la falta de
documentación española de primera mano: “von der schönen spanischen Bibliothek Ihres Herrn
Principals hat mir schon vormals der Herr Graf von Molkte {...] viel gesagt. Aber ich muss Ihnen
gestehen, dass ich ziemlich ein Fremdling dieser Sprache bin und dass die Schätze dieses Volkes
gänzlich für mich verschlossen sind und wo hätte ich sie lernen sollen, da in ganz Leipzig kein
spanischer Dichter aufzutreiben ist”6. Esto se decía de Leipzig, donde al menos Lessing había recibido
clases de español.

Así pues, dados esta percepción del ser español y este desconocimiento de su cultura, que se
podría documentar con muchos otros pasajes textuales, no es de extrañar que nuestra literatura y
cultura no despertaran inicialmente mayor entusiasmo en un momento en el que los patrones culturales
ilustrados –antípodas de los de la cultura del Siglo de Oro– hacían furor en Europa. Pero pronto
Wieland, Lessing, Jacobi, Herder o Meinard han hecho de lo hispano un leitmotiv obligado en
cualquier salón literario o revista crítica. Todo este panorama de ausencias cambia cuando, a mediados
del XVIII, empieza a aparecer documentación española de primera mano. El denominado Göttinger
Hain, al que pertenecen Stolberg y Voss, será un foco de irradiación de un hispanismo inicial. En los
años 60, Gleim, Jacobi y Meinhard traducen los primeros romances españoles, entre ellos los de
Góngora. En el 67 aparecía una nueva edición de la traducción del Quijote realizada por un
desconocido “secretario Wolf”. El Ferreras o las colecciones de fondos españoles que se sacan a la
circulación (las de Dresden y Wolfenbüttel, sobre todo 7), ayudarán a perfilar los conocimientos de
España. En Göttingen se edita la traducción de la Historia de la literatura española de Velázquez
realizada por el lipsiano Dieze (1769), bibliotecario en la universidad de esa ciudad. Será también
Dieze quien traduzca a Lope y Quevedo así como el Viaje por España del Padre La Puente,
precisamente en 1775, año de la traducción del Quijote de Bertuch. Como contexto de estas
traducciones aparecen Die Geschichte der Poesie der Spanier de Bertram (1764) y la Abhandlung über
spanische Literatur de Schiebeler. En 1766, Carlo Denina, un piamontés exilado en Berlín,
pronunciaba una conferencia en la Academia de las Ciencias Prusiana, recientemente creada,
defendiendo los rendimientos de la cultura española. En 1785, año en el que Goethe emprendía su viaje
a Italia, se representaba en el Hofburg vienés la Vida es sueño. Poco más tarde, Herder llegaría a
afirmar que fue en España donde, en la Edad Media, había surgido la primera chispa de la moderna
cultura europea: Spanien war die glückliche Gegend, wo für Europa der erste Funke einer
wiederkommenden Kultur einschlug”8. Así pues, en el espacio de medio siglo, de 1760 a 1785, la
recepción alemana de la literatura española cambia radicalmente y pronto ese hispanismo se convertirá
en el emblema de la “escuela romántica”. Ya entrado el siglo XIX, Fr. Schlegel reivindica la figura de
Alba9, Jakob Grimm publica su Silva de romances nuevos, Hoffmann, en su calidad de director teatral,

4
Chr. M. Wieland, “Einleitung in die Kenntnis der jtzigen Staaten in Europa”, en el mismo: Gesammelte
Schriften 1 Abt. Werke III (4) Prosaische Jugendwerke, Weidmann 1816.
5
G. E. Lessing, Hamburgische Dramaturgie, en el mismo: Gesammelte Werke. Aufbau-Verlag, Berlín, 1955.
6
Citado según Steiner, W., Kühn-Stillmark, U., Friedrich Justin Bertuch. Ein Leben im klassischen Weimar
zwischen Kultur und Kommerz, Böhlau Verlag. Colonia, Weimar, Viena. 2001.
7
Herder tomaría prestados libros de la colección real de Dresden para sus trabajos preparatorios del Cid.
8
J. G. Herder, Briefe zur Beförderung der Humanität, en el mismo: S.W., XVIII, ps. 33 y ss.
9
La defensa que hacía de los procedimientos de Alba debía de sonar atrevida incluso en el siglo XIX, a pesar de
que apelara a la normalidad de una situación que se ha repetido frecuentemente en la historia sin que sus
protagonistas hayan sido aniquilados por la opinión de la posteridad como lo fue Alba: “[...] dass der Kamp mit
ungleichen Waffen (wie denn der Kampf mit der Begeisterung für Religion und vaterländische Freiheit allzeit ein
ungleicher Kampf ist) leicht zur Grausamkeit verleite, liegt in der Natur des Angriffs und der Gegenwehre . (Fr.
Schlegel “Über Alba”, en Studien zur Geschichte und Politik. Kritische Friedrich Schlegel-Ausgabe, XVIII
representa en Bamberg las traducciones schlegelianas de Calderón y Hegel dedica páginas de su
Estética al arte asturiano, mientras Luis I de Baviera colecciona arte español. Más adelante,
Schopenhauer dará al público culto alemán uno de sus libros de cabecera: El oráculo de Gracián. Entre
1770 y 1830 hay una eclosión del hispanismo filológico –comprobable con solo mencionar los
nombres de Bertuch, Herder, Tieck, Eichendorff, Herder, los Schlegel, sobre todo Friedrich, o el
círculo poético de Munich–, que va acompañado de una frenética actividad traductora. En los años que
cubre la biografía de Goethe aparecen tres versiones, al menos, del Quijote (Bertuch, Tieck y Soltau) y
Calderón es un constante “corpus delicti” traductivo, pues en él prueban fortuna Gries, Schlegel o
Eichendorff. Schlegel en sus Wiener Vorlesungen convierte a nuestras gentes en arquetipo de pueblo
romántico y nuestra poesía en quintaesencia de la añorada Volkspoesie. Fue así como, poco a poco, el
tema España se convirtió en una constante de la crítica alemana en las plumas de los Schlegel, Solger,
Hegel, y un largo etcétera de críticos y escritores alemanes que hicieron de lo español un tópico del
romanticismo. En definitiva, la cultura clásica, que incluye la galaxia Weimar, despierta en un
momento en el que se da una eclosión de lo hispano en Alemania.

Justo es decir, en honor a la verdad, que este hispanismo no ha sido unívoco y ha tenido dos
versiones, la hispanófila y la hispanófoba. Así, mientras Schlegel llegaba a reivindicar el carácter
romántico del Duque de Alba, Schiller escribía el D. Carlos o la Historia de los Países Bajos, obras en
las que se ponía no solo al duque de Alba o a Felipe II sino, en general, la historia española,
debidamente manipulada con los colores más negros, al servicio del ideario moral de su autor.
También hay que advertir que ese hispanismo no ha sido homogéneo y que, como ha hecho Bertrand 10,
se pueden señalar épocas bien diferenciadas del mismo.

Es en la nave de ese hispanismo renacido llega a Alemania un nuevo culto al Quijote, cuyos
hitos paso a mencionar brevemente.

El Quijote en la cultura clásica alemana11.

La prehistoria del Quijote en Alemania es más bien un anecdotario: la primera traducción de


Pahsch Bastel (incompleta), la segunda de Fischart (con el chocante título de Affentheuerliche und
ungeheuerliche Geschichtschrift von Leben, usw.), muy tardías (1621 y 1648 respectivamente) en
comparación con la inglesa (1612) o la francesa (1614), las menciones de Harsdörfer, las apariciones
operísticas (la de Hinsch/Först, por ejemplo, de 1690 12), las recomendaciones de Gottsched, la lectura
que cada año decía hacer Gessner, las citas de Rammler, las paráfrasis de los proverbios de Sancho por
parte de Rabener y la abundante literatura quijotesca en lengua francesa 13 e inglesa no son más que
episodios aislados de la presencia de Cervantes en la Alemania postbarroca. Nada en comparación con
la presencia de libro en Inglaterra, que en críticos o escritores como Smollet o Butler, por ejemplo.,
tuvo un traductor (1756) y un comentarista de talla. Durante un siglo, desde la primera aparición del
Quijote hasta la irrupción en la crítica alemana de Bodmer y Lessing, introductores del quijotismo
literario, ni la obra ni su autor figuran en los modelos literarios alemanes.

Band, p. 82
10
J-J. A. Bertrand, Cervantes et le romantisme allemand, Didier, París, 1914.
11
La obra de T. W. Berger, Don Quijote in Deutschland und seine Einfluss auf den deutschen Roman,
Heidelberg, 1908, es todavía, a pesar de contribuciones más recientes al tema, es imprescidible para el estudioso
del tema.
12
Sobre el Quijote en la música véase la obra de Víctor Espinós, El Quijote en la música, Barcelona, 1947. En
ella se mencionan muchos de los quijotes musicales que subieron a los escenarios alemanes.
13
Ver al respecto la obra de Bertrand, que menciona, entre otras, las continuaciones e imitaciones francesa del
Quijote como ampliamente extendidas e incluso traducidas. Por su parte, la obra de M. Bardon, Don Quichotte
en France au XVIIe et au XVIIIe siècle, París, 1931, documenta exhaustivamente la presencia del Quijote en
Alemania.
En la primera mitad del siglo XVIII y como consecuencia de su cruzada anti-gottschediana, el
suizo Bodmer, lector de la publicística inglesa del momento y traductor a su vez de un derivado
quijotesco (el Hudibras de Butler), en sus Kritische Betrachtungen über die poetischen Gemählden
der Dichter dedicaría amplios comentarios al Quijote en los que destacaba positivamente el
predominio de la fantasía, en la que residiría, según su estética personal, la creatividad estética. Por lo
demás, propondría el Quijote como modelo de narración para los escritores alemanes y hacía de la
obra cervantina una “lectura muy recomendada para las mujeres”.

Lessing, quien, por indicación del rector Kapp –corresponsal del valenciano Mayans–, había
aprendido español14 en Leipzig, ha leído a Lope, Moreto, Rojas y, por supuesto, el Quijote; ha
intentado traducir las Novelas Ejemplares y La vida es sueño de Calderón aunque finalmente solo
lograra traducir El examen de los ingenios de Huarte de San Juan de Pie de Puerto. El sería quien
naturalizaría el Quijote en Alemania como ejemplo de la nueva literatura que pretendía abrirse camino.
Lessing apoyaba la afirmación de S. Evremont en el sentido de que aunque solo fuera para poder leer
esta obra en el original habría que aprender español 15. En cierta ocasión, en 1756, según propia
confesión epistolar a Nicolai, habría intentado hacer una “quijotada” dedicada a Gottsched en la que
este habría aparecido como caballero andante. En una recensión del Berlinische Priviliegierte Zeitung,
periódico que publicaba el traductor Voss, Lessing afirmaba que las numerosas imitaciones no
llegarían nunca a la talla del original y que mientras hubiera gente en el mundo con ganas de reír el
Quijote se seguiría leyendo.

Ese inicial criticismo quijotesco representado por Bodmer y Lessing motivará las traducciones
del Quijote. En el espacio de un siglo se producirán cuatro versiones distintas de la obra: Bertuch,
Soltau, Tieck y Brauenfels representan el quijotismo surgido de la galaxia Weimar.

Los traductores “clásicos” del Quijote

La “capitalidad cultural europea” disfrutada por la ciudad de Weimar en 1999 y la creación de


la Stiftung Weimarer Klassik han puesto de relieve la personalidad de algunos dioses menores de la
historia cultural de la ciudad.. Uno de ellos es Friedrich Justin Bertuch. Nacido en Weimar, ha tenido
una vida errabunda hasta que, tras diversas estaciones biográficas, recale de nuevo en su ciudad natal.
Aprendería el español por indicación del barón Bachoff von Echt, antiguo enviado especial en Madrid
(ausserordentlicher Gesandter) quien, a su vuelta a Alemania (Altenburg), encargaría a Bertuch la
educación de sus hijos a la vez que le inoculaba la afición hispana. Fue así como Bertuch dio con el
Quijote, que traduciría mientras iba aprendiendo español o a la inversa. Con el tiempo echaría la culpa
de sus problemas oculares a la lectura nocturna del Quijote, con lo que le vendría a suceder algo
parecido a lo que le pasó al ingenioso hidalgo con los libros de caballerías: la lectura y traducción de
la obra de Cervantes le obligaría a pasar los días de turbio en turbio y las noche de claro en claro.
Aparecida en 1775 en Weimar y Leipzig bajo el título de Leben und Thaten des weissen Junkers Don
Quixote (en 6 tomos y con ilustraciones de Chodowiecki), hasta la aparición de la siguiente
traducción, la de Tieck, la suya sería un traducción que despertaría la afición cervantina, consiguiendo
numerosas re-ediciones (en 1776,1778, 1780, 1785 y 1798.) que proporcionaron a su autor un auge
económico importante que ya no le abandonaría. Sin caer en las mutilaciones sangrantes de Filleau de
Saint-Martin o de Florian, eliminaría partes importantes del relato cervantino cuando le parecía que el
episodio distraía del objetivo de la obra, dejaría aparte la “novela” el “curioso impertinente” y otras
historia menores, pero se atendría por lo demás a una fidelidad literal: “Habe ich die meisten

14
En una carta de 1750 a su padre le da noticia de sus esfuerzos con el español y opina que de ellos sacará algún
provecho: “ich glaube meine Mühe nicht umsonst angewendet zu haben. Da es eine Sprache ist, die eben in
Deutschland so sehr nicht bekant is, so glaube ich, dass sie mir mit der Zeit nützliche Dienste leisten soll”
(Lessings samtliche Schriften, hg. Lachmann, Leipzig 1853- 57, XII, 22).
15
“[…] und beinahe wird es keine Ubertreibung sein, wenn St. Evremont verlangt, dass man bloss dieses Buchs
wegen die spanische Sprache lernen müsse.” (G. E.Lessing, “Der teutsche Don Quijote…”, en “Kritische
Nachrichten aus dem Reiche der Gelehrsamkeit 1751. Lessing Gesammelte Werke, III Band, Frühe Schriften,
Aufbau-Verlag, 1955.
Episoden, die mit der Hauptgeschichte verwebt sind abgekürzt, jedoch ohne den Wesentlichen und den
Zusammenhänge zu schaden”. El mismo A. W. Schlegel, promotor de la traducción de Tieck, saludaría
el procedimiento de Bertuch: Als vor etwa fünf und zwanzig Jahren ein gelehrter Kenner der
spanischen Sprache und Literatur anfieng, uns mit der letzten bekannt zu machen, und besonders den
von so gut wie völlig fremden Don Quixote in Deutschland einführte, so schluch er bei diesem
Unternehmen, wie der Lebhafte Beifall und die schnelle Verbreitung bewies [...] den richtigen Weg
ein.16

El éxito de ventas de su traducción le permitiría adquirir la célebre mansión junto al


Baumgarten ducal, hoy en día sede de un inoperante Stadtmuseum. Por lo demás, también publicaría
durante poco tiempo una revista de divulgación de literatura española (Magazin spanischer und
portugiescher Literatur) y una antología de poesía española. Bertuch es un caso extraño de currículo
traductor y filolófico, pues más tarde se desentendería de la cultura literaria, ejerciendo de empresario
industrial y de Schatzmeister del Duque.

El berlinés de nacimiento L. Tieck pasaría a finales del siglo por la Aussenstelle de Weimar, es
decir, Jena, donde se habían congregado los promotores del romanticismo. Allí visitaría a los Schlegel
y más tarde, en Weimar, a Herder. Había aprendido de manera autodidacta el español en Berlín y, una
vez realizada la traducción de La Tempestad de Shakespeare, emprendería la versión de la novela
cervantina, que vería la luz pública en 1799-1801 bajo el título de Leben und Taten des
scharfsinningen Edlen Don Quijote von la Mancha. Para haber aprendido el español de manera
autodidacta, la traducción daba muestras de una extraordinaria acribia lingüística: scharfsinnig por
“ingenioso” frente al weissen de Bertuch, Edlen frente a Junker para “hidalgo” son aciertos que ya en
el título hablan a favor de la finesse traductiva de Tieck. Bien es verdad que se le escapó algún que
otro desliz por falta de la correspondiente experiencia vital. Ahí está, por ejemplo, ese Hafen Lapice
que quiere traducir el Puerto Lápice donde el imaginario caballero tiene su primera aventura.

Una de las obras de Tieck, Der junge Tischlermeister, nos da la pista de aquello que le ha
podido mover a traducir el Quijote: el protagonista solo desea algunos amigos, la compañía de su
violín und ein Buch, aus dem Spanischen in das Französische übersetzt [...] Sie kennen die Geschichte
wohl, sie heisst Don Quichotte, und mag im Spanischen wohl lieblicher sein. Ach, Mann¡ in dem
herrlichen Buche finde ich für mich alles mögliche erklärt und angehandelt; aller Aufschluss des
Lebens liegt vor mir da, hell und klar und auf die lieblichste Weise in Schmerz und Ernst verkörpert
und vernatürlicht.... wenn ich in dem Buch lese, und bin, wenn ich in dem Buch lese, und bin, wenn ich
ein Weilchen innehalte, in die geistigen fernen Regionen, in Moral und Weltgeschichte versetzt und
sehe und verstehe alles vollkommen, und mir ist in der Freude so wohl, so selig möcht ich sagen, dass
ich diesem Manne, dem Herrn Cervantes die hellsten Lichtblick meines Lebens zu verdanken habe 17.

Ese mismo año de 1800 aparecería otra versión, la de Friedrich W. Soltau, que, a pesar de sus
aciertos versores, sería la de menos éxito: Der sinnreiche Junker Don Quixote von la Mancha.
Wolzogen, él mismo posterior traductor de la obra cervantina, diría de esta traducción que habría
captado el sentido del texto mejor que las anteriores. Dado que los Schlegel, amigos de Tieck y
promotores de su traducción, optaron en sus recensiones por la de este último, consagrándola para el
futuro como la “traducción clásica alemana”. Por eso, la de Soltau quedaría relegada a un segundo
plano a pesar de sus aciertos, manifiestos ya en la formulación del título se atenía más escuetamente al
original. Lo que en el texto de Wolf era Des berühmten Ritters, Don Quixote von Mancha, Lustige und
sinnreiche Geschichte se convertía en la de Soltau en un simple Der sinnreiche Junker Don Quixote
von la Mancha, que reproducía literalmente el título original.

En 1825 aparecen en Quedlingurg y Leipzig unas obras completas de Cervantes (Cervantes


Sämtliche Werke) en las que el Quijote figura con el título de Der scharfsinnige Junker Don Quixote

16
A.W.Schlegel, “Leben und Thaten des (...)” en el mismo: Sämmtliche Werke, XI Vermischte und kritische
Schriften, ed. E. Böcking, Georg Olms Verlag, Hildesheim/New York, 1971, p. 408.
17
L. Tieck, “Der junge Tischlermeister, Novelle in sieben Abschnitten”, en: L. Tieck, Romane, Wissenschaftliche
Buchgesellschaft, Darmstadt, 1973, p. 369.
von der Mancha, con la interesante indicación Aus der Ursprache neu übersetzt, pero sin la mención
del traductor. Ya más avanzado el siglo, en el límite exterior de la Goethezeit, aparece la traducción del
cervantista renano Ludwig Brauelfels, una de las traducciones indiscutibles del Quijote al alemán. El
autor de esta versión dedicaría gran parte de sus posibles a la adquisición de todo el aparato crítico que
le ayudara a realizar perfectamente lo que sería la obra de su vida: la traducción del Quijote.

Más adelante aparecerían traducciones menos significadas, como las de Edmund Zoller (Der
sinnreiche Jünger Don Quijote von der Mancha, Hildburghausen, 1867) hasta llegar a la más reciente
de Rothbauer, atrevido traductor que propuso como versión de la expresión de “la triste figura” –ya
acuñada tradicionalmente en alemán como “traurige Gestalt”– la de klägliches Gesicht.

Estas traducciones, que experimentaron numerosas ediciones y tiradas (sobre todo la de Tieck
y la Braunfels), son testimonio de un consumo cultural consciente de los nuevos valores estéticos que
se imponen a partir del romanticismo: lo popular, lo fantástico y la ironía eran criterios del
romanticismo18 que se creían encontrar sobre todo en la poesía española y, más en concreto, en la obra
cervantina.

Quijotismo crítico

También estas traducciones darían lugar a un fecunda ocupación crítica con el Quijote que
cursaría con recensiones, reflexiones ocasionales o loas coyunturales de la obra cervantina. No
podemos dar cuenta de la fecundidad que el quijotismo tuvo pero las referencias de los Schlegel a la
traducción de Tieck, las reflexiones heineanas o, incluso, las meditaciones de ese Nachzügler de
Weimar que fue Thomas Mann son buen ejemplo de su fecundidad. Este, en su Meerfahrt mit Don
Quijote, sentaría el último testimonio alemán de esa afición al libro que se instaura en Weimar. Al
abandonar la Europa que se sumía en la vorágine hitleriana, escribía:

“Der “Don Quijote” ist ein Weltbuch – für eine Weltreise ist das gerade das Rechte. Es war ein
Kühnes Abenteuer, ihn zu schreiben, und das rezeptive Abenteuer, das es bedeutet, ihn zu lesen, ist den
Umständen ebenbürtig”19.

Con ello no hacía sino continuar la serie de loas alemanas de la novela que había iniciado
Lessing y que habían continuado los Schlegel o Eichendorf. Una larguísima Besprechung de Fr.
Schlegel a la traducción de Tieck le daría pie para un extenso comentario de la obra des göttlichen
Cervantes, a la que hacía la única prosa equiparable a la de Tácito, Demóstenes o Platón, eben weil sie
so durchaus modern, wie jene antik, und doch in ihrer Art ebenso kunstreich ausgebildet ist. In keiner
andern Prosa ist die Stellung der Worte son ganz Symetrie und Musik… Immer edel und immer
zierlich bildet sie bald den schärfsten Schrafsinn bis zur ausserste Spitze…. 20

En el Gespräch über die Poesie considera el Quijote como la quintaesencia de la audacia


inventiva. Unermässlicher Geist, fantastischer Witz, hohe Schönheit, sinnreiche Künstlichkeit,
reizende Symmetrie son términos que, esparcidos en la obra, utiliza aplicados a la de Cervantes,
mezcla de Erzählung, Gesang und andern Formen. Cervantes junto con Shakespeare serían los únicos
con los que la universalidad de Goethe toleraría una comparación.

En su Geschichte der alten und neuen Literatur, lecciones impartidas en Viena en 1812, había
hecho de Tieck la manifestación de la tercera época del espíritu mundial, manifestación emblemática

18
Identificar Weimar con la Klassik empobrece el concepto, pues, efectivamente, también hubo una Weimar
romántica y biedermeier. La reciente exposición sobre la princesa Maria Pawlovna realizada en el palacio ducal
es una buena prueba de ello.
19
Th. Mann, “Meerfahrt mit Don Quijote”, en Th. Mann, Leiden und Grösse der Meister, Fischer-Verlag,
Francfort am Main, 1982, p. 1023
20
Fr. Schlegel, “Tiecks Übersetzung des Don Quixote von Cervantes” en Kritische Schriften, Hanser Verlag,
München, 1964, p. 258.
del Wiedererwachen der Fantasie, del despertar de la fantasía, que el novelista habría provocado en
Alemania y del cual el Quijote era la prueba más irrefutable. Por eso, la novela de Cervantes “verdient
seine Ruhm und die Bewunderung aller Nationen von Europa, die er nun schon seit zwei
Jahrhunderten geniesst, nicht bloss durch den edlen Stil und die Vollkommenheit der Darstellung;
nicht bloss dadurch, dass unter allen Werken des Witzes, das reichste an Erfindung und Geist ist,
sondern...21

Desde el punto de vista traductológico, Schlegel se manifiesta partidario del “tratamiento”


traductivo del texto original al que había sometido Tieck la obra de Cervantes con el objetivo de
destacar su consistencia al suprimir los poemas insertos o los episodios innecesarios. En todo caso,
una traducción perfecta de la obra sería, en opinión del crítico, una unendliche Aufgabe, a pesar de lo
cual, la de Tieck sería sehr befriedigend. Schlegel no desperdiciaba la ocasión de defender la calidad
de la segunda parte del Quijote, a la que frecuentemente se le había achacado una debilidad en las
situaciones y episodios

Por las mismas fechas en las que Schlegel impartía sus “lecciones vienesas” (segundo decenio
del XIX), Hegel impartía las suyas en Heidelberg y posteriormente en Berlín sobre la Estética.
(Vorlesungen über die Ästhetik). En el apartado dedicado a la poesía narrativa, después de comentar
los rendimientos del Cid, hacía del Quijote y del Ariosto los máximos exponentes de un arte narrativo
que, testimonio de la poesía fantástica, reducía lo formal a lo Lächerlich mirando el mundo de la
caballería von Standpunkte der Komik aus. Si Ariosto había destacado por su “Witz und kernige
Naivität” en el tratamiento de la realidad caballeresca, se servía de la caballería para mostrar las
carencias de la realidad prosaica.

No sería justo cerrar este panorama del quijotismo crítico alemán sin mencionar al menos la
relación con la obra cervantina que tuvo el que personalmente considero el telonero de la cultura
clásica alemana: Heine. Aunque su paso por Weimar fue más bien esporádico (en octubre de 1824 se
hospedaría en casa de Goethe), por espíritu y por talante es tributario de ese espacio ilustrado. Solo un
botón de muestra: Närrische Grandezza es la cualidad des ingeniösen Hidalgo cervantino, das erste
Buch, das ich gelesen habe, nachdem ich schon in ein verständiges Knabenalter getreten...war 22,
escribirá en la introducción a la traducción a la edición de la traducción de Tieck de 1837.

El quijotismo creador

Más importante es, si cabe, la utilización del Quijote como piedra angular sobre la que se
levantan bastantes edificios narrativos de la literatura de la época de Weimar. Muchos narradores
alemanes han tomado como ocasión o modelo de su relatos la obra cervantina. Son numerosos los
títulos que advierten de la tutela quijotesca. La estructura titular de la obra cervantina (antropónimo +
topónimo), se repite en un sinfín de obras cuyo ductus narrativo e intenciones satíricas tienen como
modelo la novela de Cervantes. Tal, por ejemplo, Das Leben und die Meinungen des Herrn Magister
Sebaldus Nothanker de Friedrich Nicolai,1773. Si el Quijote había sido, entre otras cosas, una sátira
contra los libros de caballerías, en esta obra, Nicolai dirigía la sátira contra la teología ortodoxa
protestante.

Más importante es Die Abenteuer von Silvio von Rosalva de Wieland, que constituye otro de
los primeros testimonios quijotescos en Weimar. Wieland había aprendido el español de Bertuch 23 y
posiblemente no haya tenido que esperar a la traducción de este para leer el Quijote.. Ya el título de su

21
Fr. Schlegel, Geschichte der alten und neuen Literatur, Kritische Fr. Schlegel-Ausgabe, tomo VI, p. 272.
22
“Einleitung von Heinrich Heine” en Miguel Cervantes de Saavedra, Der sinnreiche Junker Don Quixote von la
Mancha, Stuttgart, 1837, p. VI.
23
Cuando por carta se dirige a él para que regrese a Weimar, Wieland le propone que, entre otras cosas, le dé
clases de español.
obra hace referencia a la concepción que del Quijote habían propuesto los dioscuros suizos Bodmer y
Breitinger con relación a la literatura cervantina, a saber, el triunfo de la fantasía: Eine Geschichte
worin alles Wunderbares natürlich vorgeht. Por lo demás, el relato cervantino parece cernerse sobre la
narración de Wieland. Además de utilizar el procedimiento del apócrifo y la figura del traductor, la
imprecisa localización de la acción hablan a favor del modelo Cervantes: in einem baufälligen
Schloss der spanischen Provinz lebte vor einiger Zeit ein Frauenzimmer... Don Silvio trata a su criado
Pedrillo con la misma formula con la que D. Quijote se dirige a Sancho: el “amigo Sancho” se
convierte en mein Freund de Wieland. Y lo que para el hidalgo manchego son los caballeros andantes
y su mundo fantástico, eso parecen ser la hadas para don Silvio.

Una variante del quijotismo que utiliza el esquema básico cervantino (un individuo que hasta
entonces ha llevado una vida sin notoriedad, cae en una Schwärmerei que le hace segregarse de la
sociedad) es la “grandisonade”. H. Fielding, admirador y estudioso del Quijote (Don Quixote in
England, 1733), haría en el Joseph Andrews (1742) una parodia de la sociedad inglesa de la época que
provocaría entusiasmo en Alemania. A través de él, que había puesto su obra bajo la advocación de
Cervantes (Written in Imitation of the Manner of Cervantes, author of Don Quijote), se llegó al
modelo quijotesco de narración. De esta manera en Alemania se pondría de moda la parodia
quijotesca. Bastante tempranero es el quijotismo de J. G. Müller en su Siegfried von Lindenberg
(1779): Un hidalgo prusiano se propone, con ayuda de su maestro, imitar y superar las grandes
acciones de los personajes de la historia, cosa que obviamente se traducía en descalabros personales.
Sin embargo, el más destacado representante de este quijotismo de cuño fieldingiano sería un
weimariano nacido en Jena de nombre Johann Karl August Musäus (35-87) que en su Grandison II
(retitulado Der deutsche Grandison) hacía objeto de sus burlas la novela de Samuel Richardson del
mismo nombre. Tío de Kotzebue y maestro en el gimnasio de la ciudad, su “grandisonade” se
convertía en una variante alemana del quijotismo fieldingiano que ponía de relieve las contradicciones
en las que vivían sus héroes: el carácter contradictorio de las pretensiones personales y las
circunstancias reales no debía traducirse en la pérdida del sentido de realidad.

Otro testimonio llamativo del cervantismo alemán es el Anton Reiser de Karl Philip Moritz.
Amigo de Goethe, que le conocería durante su estancia en Roma, le visitaría posteriormente en
Weimar durante dos meses, en los que se alojaría en su casa del Frauenplan. Por mediación del Duque
consiguió un profesorado en Berlín, donde tuvo como alumnos a Tieck y Wackenroder 24. Tanto el
topos como la situación que inician el relato hacen notar su estirpe cervantina: el hidalgo manchego
funciona como prototipo de este Edelmann pyrmontés, protagonista de este psychologischer Roman:
In Pyrmont, einem Orte, der wegen seines Gesund-brunnens berühmt es, lebte noch in Jahr 1756 ein
Edelmann auf seinem Gute.... Como se puede comprobar, hay formulaciones que hacen sospechar un
modelaje por parte de la obra cervantina: hay indicación de lugar (en un caso inespecífico, en otro
concreto: En un lugar de la Mancha/ In Pyrmont, einem Orte), hay referencia cronológica (das Jahr
1756/ no ha mucho tiempo), y en ambos se trata de un hidalgo (vivía un hidalgo/ lebte noch ein
Edelmann). Mientras el Quijote pretende hacer triunfar sus ideas en una sociedad hostil a las mismas,
en el Anton Reiser intenta hacer triunfar y naturalizar unas actitudes y aptitudes individuales en un
sociedad hostil. Ambos serán vistos por sus creadores como portadores de una ironía, si bien Anton
Reiser narra una erlebte Geschichte y D. Quijote una fictiva. Mientras Anton Reiser experimenta dos
niveles vivenciales, el de su fantasía y el de la realidad, que él siente como divergentes, D. Quijote
vive su mundo fantástico inmerso en la realidad.

A estas alusiones, imitaciones y sucedáneos quijotescos habría que añadir toda una serie de
referencias cervantinas (Hoffman, Carl Maria von Weber, Eichendorff, Schopenhauer), que serían
temas derivados del que aquí tratamos, que han manifestado una abierta simpatía por la manera de
hacer del autor alcalaíno.

24
El colega Arturo Parada ha estudiado suficientemente el quijotismo del relato en Offene literarische Welten
gegen geschlosene Denkmodelle und Sozialsysteme: “Don Quijotte” und “Anton Reiser”, Francfort, 1997.
Basten estos apuntes para demostrar que el quijotismo literario ha sido una constante en la
Goethezeit: el Quijote ha sido una y otra vez motivo inspirador, ocupación traductora y modelo
poético.

Las traducciones alemanas del Quijote en su contexto europeo

¿Cómo se ha traducido el Quijote al alemán? Si tuviéramos que anticipar un juicio de valor


tendría que aplicar el concepto nietzscheano de las “maneras nacionales de traducir”: Se puede
calibrar el grado de sentido histórico que una época posee por la manera como hace las traducciones
y trata de asimilar las épocas y los libros del pasado, decía Nietzsche en su La gaya ciencia. En el
caso del Quijote, donde el polimorfismo literario es tan evidente, esas “maneras” resaltan
especialmente, de modo que se puede hablar de variantes nacionales del Quijote. A todo ello hay que
añadir la diacronía lingüística y cultural que afectan nuclearmente a la interpretación y traducción del
texto. El Quijote es quizas de la literatura universal que más se preste a la variación interpretativa
personal del traductor, a la percepción del texto desde la propia situación cognitiva, nacional y épocal,
dado los implícitos ideológicos y culturales que supone y el diversificado mundo de referentes al que
alude. La localización de la acción dentro de unas coordenadas espaciales muy concretas, que vienen
marcadas por los topónimos (Argamasilla de Alba, Puerto Lápice, Campos de Montiel, etc.), hacen
que todo el mundo objetual y humano (los “duelos y quebrantos”, el mozo de “campo y plaza”, los
“yangüeses”, los “molinos de viento”, etc.) adquiera una dimensión específica, muy concreta que
difícilmente encuentra su correspondiente en otras culturas. Tal vez por eso, el “astillero” de la lanza
se haya traducido al alemán por unter Dach, Rauchfang, an der Wand o Lanzengestell. El hecho de ser
una “novela deambulatoria” que se desarrolla sobre el trasfondo del variado universo del XVI español
supone un reto a la capacidad cognitiva e interpretativa del traductor. Además, actualmente cursa la
especie de que Cervantes fuera un erasmiano de catacumba y el Quijote su manifiesto. En todo caso,
sea esto y muchas cosas más, su traducción es una tarea que viene dificultada por su enome
polimorfismo lingüístico y estilístico (pensemos que a lo largo de toda la obra hay dos registros, el
sanchopancesco y el quijotesco) y por su polisemantismo. El “galgo corredor” puede ser un flüchtiger
Windhund (von der Sohle ), un flüchtiger Jagdhund (Tieck) o un Windhund zum Jagen (Braunfels), un
levrier bon courreur (Oudin) o un levrier de chasse (Viardot). El “ama”puede aproximarse al formato
de una “gobernante” o al de una “sierva” y el lugar de la Mancha puede interpretarse como “aldea”
(Dorf), como “comarca” (terra, Pierino) o como “lugarejo” (Oertchen, Soltau). Todas ellas son
opciones interpretativas, pero el resultado de cada una de ellas redundará en una recuperación peculiar,
propia del tono, el colorido y carácter del original o en el alejamiento del mismo. El “ventero”
cervantino puede interpretarse como Wirt en la versión de Braunfels, como hôte en la de Oudin y
Viardot o como tavernier en la de Filleau de Saint-Martin, pero cada una de esas interpretaciones
modula el carácter más o menos unívoco.del español “ventero”, aproximámdose o separándose de su
contenido semántico específico.¿Qué duda cabe que frente al “ventero” del original, tanto el Wirt
como el hôte se aproximan mucho más al aura que la palabra tiene en el original que la, yo diría,
“adaptación” de Filleau tavernier. ¿Puede aproximarse una venta manchega del XVII, la venta que los
relatos de los viajeros europeos por España (Mme D´Aulnoy, p.e.) maldecían, a una “taberna” del
relato dumasiano de los tres mosqueteros, que difícilmente podría encontrarse en las desoladas campas
manchegas? Humboldt, en su “Prólogo” a la traducción del Agamenon, había sentado un principio que
cualquier traductor, pero, sobre todo el del Quijote, debe tener en cuenta: el aura connotativa de toda
palabra nunca es idéntica al de otra.

Desde este punto de vista, cabe decir que el “Quijote alemán” ha pretendido ser , en la medida
de lo posible, una réplica fiel de la obra cervantina. Frente a la actitud de un Filleau de Saint Martín,
que rechazaba las versiones de Oudin/Rosset porque el traductor se había atenido enteramente al
original, los alemanes rechazan o corrigen versiones anteriores por no haber respetado, no digamos ya
la integridad del texto, sino el colorido nacional o local del mismo Los traductores alemanes han
peleado con el término “hidalgo”, como no lo han hecho otros versores a otras lenguas. Con los
términos Rittersasse, Junker, Edler, Ritter, han intentado acercarse a un específico cultural español que
en otras latitudes lingüísticas se adaptaba descaradamente como cittadino (Franciosini), se convertía
en un inespecífico gentleman (Shelton, Smollet, Ormsby) o, finalmente, ante la impotencia del
traductor, producía el correspondiente préstamo (Viardot). La observación de la interpretación
semática del término “lugar” por los traductores al alemán manifiesta un intento de depuración de su
contenido no observable en otras lenguas: versiones relativamente dispares como Flecken/Oertchen
(Soltau), Dorf (Bertuch), Ort (von der Sohle, Braunfels) no manifiestan la “monotonía” o acuerdo de
la traducciones inglesas que mayormente conservan el término village (Shelton, Ormsby, Cohen) y en
las que solo Smollet deriva hacia una interpretación más personal con su “certain corner”.

Schopenhauer, el filósofo del pesimismo, en un capítulo de su Parerga y Paralipomena


recalaba en el tema de la traducción y advertía que tanto en la correspondencia léxica de las lenguas
como en la traducción de los textos, solo existiría la “penidentidad”. Y esto se aplica a la obra
cervantina de manera paradigmática: entre el original y la traducción existe, en el mejor de los casos,
una penidentidad, no una similitud. En todo caso hay que advertir que esa penidentidad que se obtiene
en el acto de la versión tiene su escala, su gradación.

A modo de conclusión

Resumiendo la historia de la traducción del Quijote al alemán y en Alemania sobre el análisis


contrastivo de las diversas traducciones y del contexto de la erudición y crítica alemanas, se podrían
hacer valer unos datos fundamentales de la misma:

1) que la obra de Cervantes ha sido decisiva en el surgimiento y creación de un ambiente hispanizante


que a lo largo de la época que estudiamos y durante todo el siglo XIX dio frutos críticos
extraordinarios. Los trabajos de filología hispánica de los Schlegel, Grimm, Bouterwek o Braunfels
dependen básicamente de la presencia de Cervantes en general y de su obra maestra en particular en el
ambiente ilustrado alemán. Esa presencia arranca sobre todo de la traducción de Bertuch, traducción
que inicialmente leen o, al menos, conocen Goethe, Schiller o los Schlegel. Además, el Quijote
fundaría la teoría romántica de la novela en las reflexiones teóricas de un Schlegel o en la práctica
novelística de Tieck. Desde ese punto de vista es una pieza básica a la hora de componer el puzzle del
romanticismo alemán.

2) que existe una manera específica de traducir en la época clásica alemana que se orienta a la
fidelidad. Aunque Lutero en su Sendbrief von Dolmetschen hubiera propuesto como principio de
traducción la nacionalización, los traductores alemanes clásicos le han hecho poco caso. Cuando Paul
Cauer proponía su célebre lema so treu wie möglich, so frei wie nötig como norma de la traducción
parecía estar dando la primacía a la fidelidad (al texto original, por supuesto). Lo mismo cuando
Benjamin proponía como tertium comparationis de la traducción, no la lengua de partida, sino el
lenguaje universal que está en la mente divina. Solo la mención de la poética traductiva de Breitinger
que en su Kritische Dichtkunst (Poética) proponía como ideal de la traducción la “réplica” (Conterfei)
del original. La actuación de Voss que inventó el hexámetro alemán para traducir las obras de Homero,
es quizás la prueba definitiva de ese “fidelismo” del traductor alemán. Si los franceses se orientaron a
la belleza infiel, el alemán hizo valer, cómo no, la deutsche Treue, a la fidelidad, que también puede
ser bella. Bien es verdad que eso se puede aplicar para las traducciones clásicas de los siglos XVIII y
XIX, mientras que en el XX se han multiplicado las traducciones atrevidas, como la de Wolfgang
Sorge Des scharfsinnigen Junkers Don Quijote Leben und Rittertaten, que se presentaba como versión
“Übersetzt und bearbeitet”. Una versión alemana, la de Alexander Benzion,. aparecida en 1936, se
presentaba, con la radicalidad de la época, como una depuración de la obra original: mit Beseitigung
der unfangreichen störenden Weitschweifigkeit besorgt

3) que es constatable una tardanza y, en parte, una relativa escasez de traducciones alemanas. No ha
sido pródiga la lengua alemana en versiones del Quijote. Las ediciones de los siglos XIX y XX se han
nutrido mayormente de las traducciones de Tieck y, posteriormente, de Braunfels que en numerosas
ocasiones se han corregido o disminuido. Las de Soltau, Wolzogen o Rothbauer han pasado
desapercibidas al mundo editorial alemán. Los franceses o los ingleses han sido mucho más generosos
en ese sentido. En el ámbito inglés, el siglo XXI ha producido ya dos versiones: la del inglés
Rutherford y la de la americana Edith Grossman. Es indiscutible que a la fecha de 2005 falta la versión
alemana actual, la versión del siglo XXI, si bien Susanne Lange está realizando para Hanser Verlag
una nueva traducción que previsiblemente aparecerá en 2008. En ella se sigue resucitando el
problema eterno, el “cuento de nunca acabar”, que decía Valery Larbaud: adaptación o respeto,
antigüedad o aggiornamento. A juzgar por las expresiones de la traductora, su estética traductiva se
orienta a la adaptación: (die Übersetzungen sind) natürlich zeitlich so weit entfernt von uns, dass wir
die im Grunde keinen direkten Zugang mehr haben. Esta motivación se ha aducido normalmente a la
hora de justificar nuevas versiones. Ya lo hemos visto en el prefacio de Filleau de St. Martín. Pero no
por ello es menos discutible. También para el español culto, el estilo cervantino resulta complicado,
lejano, como lejano es el lenguaje de la Iliada o la Poética de Horacio. Pero precisamente ahí reside su
valor educativo. El editor de la versión de Tieck en 1905, Karl Macke, proponía el criterio contrario:
Das Original ist ja in etwas altertümlichem Spanisch geschrieben, und gerade dieser altertümliche
Charakter des Tieckschen Übersetzung mit ihren hie und da etwas altfränkischen Wendungen scheint
uns der Sprache des Originales besser zu entsprechen, zumal in dieser Übersetzung der Charakter der
altspanischen Sprache gewahrt ist, daher ein modernes hochdeutsch nicht angebracht sein würde.

Dígase que ambas opciones son eso: opciones, que derivan del posicionamiento, de la
estrategia ante el texto original y ante el hecho traductivo. Justo es decir que tanto una como otras son
válidas, legítimas, e incluso necesarias. Será el gusto del lector el que intervendrá a la hora de apreciar
una más que otra. Aunque admito la adaptación, personalmente soy partidario de que la traducción
guarde el tono, el genio del autor y de la época, que rescate lo histórico para que, además de una obra
de arte, sea también un documento histórico, de época. Asimilo la traducción a la réplica artística y
creo que a las Meninas de Velázquez no se les debería añadir ni quitar nada, ni siquiera la cruz de la
orden de Santiago que el pintor luce sobre su pecho en su autorretrato. A la hora de que el aprendiz de
pintor trate de reproducir el cuadro debe obtener una réplica, un duplicado, una fotocopia. Otra cosa
es que Picasso haya querido hacer unas nuevas Meninas, las Meninas del siglo XX, y haya trastocado
y traslocado todo el código estético del motivo.

Justo, digno y necesario es que existan simultáneamente las dos versiones, la “anticuada” y la
aggiornata. Eso es lo que sucede, por ejemplo, en Francia donde la versión de Schulman coexiste con
la de Canavaggio, que ha “revitalizado” la primera traducción francesa, la de C. Oudin. La primera
traducción sería tarea del traductor y la segunda del profesor. Por desgracia el profesor universitario,
más en Alemania que en Espana, no está inclinado a pasar sus horas de ocio dedicándolas a la
traducción. La traducción no es, como decía Goethe de la poesía, un oficio divertido ( Dichten ist ein
lustiges Metier), pero quizás sea la más importante obligación moral que la sociedad nos impone como
filólogos: la propagación de las obras del espíritu humano para que pasen a formar parte de la buena
nueva de la humanidad.

En todo caso, es un dato de la fenomenología histórica de la traducción que las versiones más
perennes son aquellas que pretenden una validez transepocal. Tieck y Braunfels o Oudin y Viardot,
versiones que pretendían recuperar el tono epocal perduran hoy en día en las ediciones actuales,
mientras que las editoriales han olvidado otras (Filleau, Florian, Smollet, etc.) que se escribieron con
criterios más actualizadores.

Miguel Vega

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