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Relación de Salud y Desarrollo
Relación de Salud y Desarrollo
Las inversiones en salud se justifican no sólo porque ésta es un elemento básico del
bienestar, sino también por argumentos meramente económicos. La buena salud
contribuye al crecimiento económico de cuatro maneras: reduce las pérdidas de
producción por enfermedad de los trabajadores; permite utilizar recursos naturales
que, debido a las enfermedades, pueden quedar total o parcialmente inaccesibles e
inexplotados; aumenta la escolarización de los niños y les permite un buen
aprendizaje, y libera para diferentes usos aquellos recursos que de otro modo sería
necesario destinar al tratamiento de enfermedades. En términos relativos, las ventajas
económicas de una buena salud son mayores para la población pobre, que por lo
general es la más afectada por las discapacidades que provoca una salud precaria y
están en situación de beneficiarse al máximo de la explotación de los recursos
naturales infrautilizados.
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políticas, quizás muy convincentes desde el punto de vista macroeconómico, en
particular los Programas de Ajuste Estructural, pueden tener devastadores efectos
sobre la población, incrementando la pobreza y favoreciendo la mala distribución de
los recursos. En estas circunstancias, el sistema sanitario se ve debilitado e
incapacitado para responder al deterioro de la salud y el bienestar.
Una característica típica de casi todas las economías de los países del Sur a lo largo
de las últimas dos décadas han sido las restricciones de las prestaciones y recursos
del sector público. Estas limitaciones de medios afectaron de lleno al sector sanitario
público, al tiempo que la recesión económica tampoco ha permitido que el sector
privado ocupe ese vacío. La tendencia predominante desde los años 80 han sido las
políticas desarrollistas de tinte neoliberal, materializadas en los programas de ajuste
estructural de la economía, que se han orientado a la reducción del papel del Estado, y
con ello la reducción de los presupuestos para salud, educación y bienestar social.
Este recorte de los servicios básicos ha implicado, necesariamente, el deterioro del
nivel de vida y de salud de buena parte de la población, en particular de los sectores
vulnerables, como los niños, los ancianos y las mujeres.
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d) Los grupos vulnerables y la espiral de la pobreza
Los efectos adversos de una salud precaria son más graves en los pobres,
principalmente porque enferman con mayor frecuencia, pero en parte también porque
sus ingresos dependen por completo del trabajo físico, de modo que la enfermedad les
priva de sus fuentes de ingresos, y porque apenas tienen ahorros para amortiguar el
golpe. En consecuencia, la enfermedad seguramente implica una progresiva
descapitalización de sus bienes y una erosión de sus sistemas de sustento, lo que
aumenta su nivel de vulnerabilidad. Entre los grupos sanitariamente más vulnerables
en los países en desarrollo cabe destacarse los siguientes:
– Los niños, pues en el Tercer Mundo las tasas de mortalidad infantil por malnutrición
y por enfermedades infecciosas, muchas de ellas prevenibles, son todavía muy altas.
– Las mujeres, que presentan una particular vulnerabilidad en la relación entre salud y
desarrollo, por razones tanto fisiológicas (riesgos asociados al parto, riesgo de
contracción de enfermedades de transmisión sexual y sida, etc.) como
socioeconómicas (discriminación en la asignación intrafamiliar de recursos,
feminización de la pobreza, etc.). Además, en muchos casos, se ha constatado que las
niñas en particular se ven discriminadas en el acceso al alimento, los servicios
sanitarios y la educación respecto al resto de la familia.
– Los ancianos, para los cuales diferentes cambios asociados al desarrollo
(urbanización, transformación de la estructura familiar y en las actitudes de los
jóvenes, difusión de nuevas relaciones laborales) han supuesto un debilitamiento de
sus roles y su peso en la sociedad y la familia, que en el pasado les proporcionaban
acceso a los recursos materiales, cuidado sanitario, apoyo emocional y un respetado
status social. La consecuencia de este proceso es el deterioro generalizado de sus
condiciones de vida, nutrición y salud.
Los conflictos armados (ver conflicto civil) cercenan tanto el desarrollo como los
progresos en materia de salud. La interrupción de los servicios de salud, de la
educación sanitaria y de otros servicios esenciales provocada por las guerras puede
ser tan nociva como los propios efectos destructivos de la violencia. En áreas de
conflicto, resulta habitualmente imposible mantener los programas de erradicación de
enfermedades como el paludismo, o los de prevención, caso de las campañas de
vacunación. Esta disminución de la cobertura sanitaria, combinada con una mayor
susceptibilidad a la contracción de enfermedades, debido a los desplazamientos de
una población debilitada por la hambruna y a su hacinamiento en condiciones de
insalubridad en determinados lugares, da lugar a la propagación de epidemias y crisis
sanitarias. Las guerras, además, incrementan las necesidades de servicios curativos y
de rehabilitación fisioterapéutica, absorbiendo recursos que serían necesarios en otras
áreas de la salud.
f) La transición demográfica
En muchos países del Tercer Mundo se está iniciando ya una transición demográfica
(ver demografía), gracias a la reducción tanto de la mortalidad por enfermedades
infecciosas como de la fertilidad, lo cual está haciendo que parte de esas sociedades
estén comenzando ya a envejecer. Así, aunque todavía sufren la carga de la
malnutrición y de las enfermedades infecciosas (como el cólera, el paludismo o el
sida), muchos países del Sur están empezando a sufrir al mismo tiempo un incremento
de las enfermedades crónicas, como las enfermedades cardíacas, el cáncer, los
trastornos neuro-vasculares, etc. Tales países afrontan estos nuevos problemas con
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recursos muy reducidos y la perspectiva de tener que afrontar gastos médicos cada
vez más altos. El personal médico, generalmente formado y experimentado en la lucha
contra las infecciones clásicas, con frecuencia no está preparado para la batalla contra
las nuevas enfermedades emergentes.
i) Los medicamentos