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LA MUERTE ESPIRITUAL | RENÉ DAUMAL

Daniel R. Santoro·Lunes, 18 de junio de 2018


Tal hombre despierta por la mañana, en su cama. Apenas se ha levantado, ya está dormido otra vez;
al entregarse a todos los automatismos que hacen que su cuerpo se vista, salga, camine, vaya a su
trabajo se agite de acuerdo a la regla cotidiana, coma, hable, lea el periódico –ya que es en general
el cuerpo sólo quien se ocupa de todo esto-, mientras hace todo esto él duerme. Para despertar haría
falta que pensara: “toda esta agitación está fuera de mí”. Haría falta un acto de reflexión. Pero si
este acto desencadena en él nuevos automatismos, los de la memoria, los del razonamiento, bien
podrá su voz afirmar que aún sigue reflexionando, pero él se ha vuelto a dormir. Así que puede
pasar días enteros sin despertar un solo instante. Basta que pienses tú en esto estando en medio de
una multitud, y te verás rodeado de una masa de sonámbulos. El hombre pasa no, como se dice, un
tercio de su vida durmiendo, sino casi toda su vida durmiendo con ese verdadero sueño del espíritu.
Y al sueño, que es la inercia de la conciencia, no le cuesta mucho atrapar al hombre en sus redes: ya
que éste es natural y casi irremediablemente perezoso, quisiera despertar, es cierto; pero como el
esfuerzo no le agrada, él quisiera -e ingenuamente lo cree posible- que este esfuerzo, una vez
realizado, lo coloca en un estado de despertar definitivo, o al menos de alguna duración; así,
queriendo descansar en su despertar, se duerme. Así como uno no puede querer dormir, pues querer,
sea lo que sea, siempre es despertar; así tampoco puede uno permanecer despierto si no lo quiere en
todo momento. Y el único acto inmediato que puedes cumplir es despertar, es tomar conciencia de ti
mismo. Entonces, vuelve tu mirada sobre lo que crees haber hecho desde el comienzo de este día:
quizás es la primera que te despiertas realmente; y es sólo en ese instante que tienes conciencia de
todo lo que has hecho como un autómata, sin pensamiento. En su mayoría, los hombres nunca
despiertan siquiera hasta el punto de darse cuenta de haberse dormido. Ahora, acepta –si quieres-
esta existencia de sonámbulo. Tú podrás comportarte en la vida como ocioso, como obrero,
campesino, comerciante, diplomático, artista, filósofo, sin despertar nunca, sino cada cierto tiempo;
justo lo necesario para gozar o sufrir de la manera como duermes; sería incluso tal vez más cómodo
–sin cambiar nada de tu apariencia- no despertar en absoluto. Y como la realidad del espíritu es
acto, no siendo nada la idea misma de “substancia pensante” cuando no es pensada en el presente,
en ese sueño, ausencia de acto, privación de pensamiento, no hay nada: es realmente la muerte
espiritual. Pero si tú elegiste ser, has emprendido un camino muy duro, siempre en subida, y que
reclama un esfuerzo a cada instante. Tú despiertas: e inmediatamente debes despertar otra vez.
Despiertas de tu despertar: tu primer despertar aparece como un sueño a tu despertar profundo. Por
esta marcha reflexiva la conciencia pasa perpetuamente al acto.

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