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Eugen Fink - La Filosofia de Nietzsche PDF
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Lo que ahora importa sobre todo es subrayar con mayor fuerza la cuestión que ha estado a la
base de esta exposición de la filosofía de Nietzsche. ¿Pertenece Nietzsche a la historia de la
filosofía como una figura más de pensador al lado de otras, como una figura más o menos
llamativa en la larga historia de la interpretación del concepto de ser, que desde los eléatas
se mueve en la continuidad del problema fundamental. o es de hecho un iniciador y un
anunciador, un «heraldo y un canto de gallo» de una nueva época del mundo, la aurora de
una nueva ciencia, de la ciencia «gaya», risueña, la cual todavía balbucea y busca, en «El
canto de ronda», su propio lenguaje? ¿Es Nietzsche un pensador a quien la experiencia de su
impotencia le hace confesar ser «sólo un loco, sólo un poeta», y que se sabe, a la manera de
Zaratustra. «lleno de aquel espíritu vaticinador que camina sobre una elevada cresta entre dos
mares»? Al recorrer los escritos de Nietzsche nos hemos esforzado por poner de relieve los
temas fundamentales de su pensamiento: su identificación básica de «ser» y «valor», su
doctrina de la voluntad de poder, del eterno retorno. de la muerte de Dios y del superhombre.
Pero no hemos entablado un diálogo verdadero y suficiente con el pensador fatal que;
querámoslo o no, co-determina nuestra vida. Tampoco estamos nosotros preparados en modo
alguno para ello. Un diálogo auténtico debería ser mucho más que una mera crítica, que le
demuestre a este espíritu deslumbrante -deslumbrante en el doble sentido de la palabra- sus
interpretaciones erróneas de los filosofemas tradicionales, que impugne su naturaleza de
sofista, desenmascare su arte de desenmascaramiento, encuentre sospechosa su incapacidad
para el concepto y su presuntuosa adivinación. Un diálogo auténtico podría y tendría que
desarrollarse tan sólo en una anticipación intelectual de lo que Nietzsche intentó en vano
aprehender y ante lo cual fracasó la voluntad de poder de su pasión mental. Nietzsche se
asemeja a la figura mítica de Tántalo; lo único que para él es digno de pensarse -el todo
cósmico como meta del «gran anhelo»- se sustrae a su intervención. Al final de su camino
intelectual expresa la esencia del todo, contradictoria y antitética de sí misma, con la imagen
mítica de Dionisos. Este es para él el dios informe y configurados, constructor y aniquilador,
cuyo rostro es la máscara, cuya aparición es su ocultamiento, que es uno y muchos, vida
rebosante y tranquilo sosiego del Hades. En los Ditirambos Dionisíacos de Nietzsche se agita
un dolor tantálico en el círculo mágico de un lenguaje que florece poéticamente a causa de
su renuncia y de su impotencia, y que donde más puro aparece es tal vez en la poesía «El sol
declina», cuya estrofa final alude a la áurea barca de Dionisos, a cuyo encuentro sale la barca
del pensador:
«¡Séptima soledad!
Jamás había sentido
tan cerca de mí esta dulce seguridad,
ni más cálida la mirada del sol.
¿No refulge aún el hielo de mi cumbre?
Plateada y ligera, como un pez,
sale mi barca a navegar...»[i].