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MARIANO FELIZ (2005): La reforma económica como instrumento de disciplinamiento social.

La economía
política de las políticas contra la pobreza y la desigualdad en Argentina en los ’90.

El autor plantea un cuestionamiento a la visión neoliberal desde la economía política. Estos cuestionamientos
apuntan a:
- Rescatar el carácter clasista de las políticas públicas, en tanto que la economía conserva su condición
de capitalista.
- Relativizar el carácter “milagroso” del crecimiento económico y destacar los determinantes históricos y
sociales de los procesos de crecimiento.
El objetivo es demostrar el carácter clasista de las reformas estructurales neoliberales en Argentina y mostrar
que el cambio de modelo económico resultó en un proceso de crecimiento desigual y “empobrecedor.

Neoliberalismo. Enfoque hegemónico:


Las bases del neoliberalismo se asientan en el Consenso de Washington. Allí se intentó dar respuesta a las crisis
de las décadas de 1970 y 1980, las que – según este enfoque – eran la causa de la inviabilidad de las políticas
de intervención estatal que violaban las leyes de mercado y ponían trabas estructurales al crecimiento
económico.
El Consenso impulsó la implementación de reformas estructurales que tuvieran como objetivos:
- La eliminación de restricciones al funcionamiento de los mercados.
- La limitación de la intervención estatal en la economía.
La finalidad de las medidas implementadas era recuperar el crecimiento económico y, como consecuencia,
mejorar el bienestar de la población, a través de la reducción de la pobreza y de la desigualdad social, que
serían el resultado natural del crecimiento (teoría del derramamiento de la riqueza).
En Argentina quedaría demostrada la inefectividad de estas reformas estructurales para reducir la pobreza. Sin
embargo, ante la evidencia, los sectores dominantes no descartaron las medidas aplicadas, sino que las
profundizaron, a través de la aplicación de “reformas de segunda generación”, que pretendían corregir los
defectos de la primera. Estas reformas incorporan políticas específicas de combate a la pobreza “extrema”, con
lo que sólo algunos “pobres elegidos” serían ayudados.
Además, se hacía referencia al carácter incompleto de las reformas y a la incapacidad de los “gobiernos
populistas” para aplicarlas en toda su profundidad, como causas del fracaso de éstas.

La “falacia de composición” del crecimiento:


El autor cuestiona la idea de que el crecimiento económico, entendido como acumulación de mercancías, es la
medida del bienestar de la población. Según el autor, la elección de esta variable como medida fundamental,
esconde una definición política que busca desconocer el carácter desigual de la distribución del ingreso.
La medida tradicional del crecimiento tiene como trasfondo ideológico el postulado de la concepción
neoclásica según la cual cada persona es recompensada por su “aporte marginal” a la generación de la
producción agregada.
Ante esto, el autor propone otros ponderadores económicos que posibilitarían considerar la distribución del
ingreso. Estos ponderadores permiten concluir que el fetichismo del crecimiento económico termina ocultando
las consecuencias más profundas de las políticas aplicadas en la Argentina durante la década del 90.
En definitiva, el crecimiento registrado no es más que la medida de la capacidad de los sectores más ricos de
apropiarse de la producción de la sociedad, ya que registra la fuerte mejora del bienestar material de los
sectores con ingresos más altos.
Esta medida oculta un elemento clave de la organización capitalista: el proceso de valorización del capital,
cuya esencia es privilegiar la mera expansión cuantitativa del valor por sobre la satisfacción de necesidades.

Evolución de la pobreza y la desigualdad en Argentina:


Distribución del ingreso y bienestar: entre 1988 y 1998 se observa tanto un incremento generalizado de los
ingresos medios como de la desigualdad. Entre 1988 y 1993 se observa una mejora del bienestar producto de
los efectos macroeconómicos de la estabilización de precios post – convertibilidad (recuperación del ingreso
por la recuperación del nivel de actividad y empleo y la disminución y control de la inflación).
A partir de 1993 se “agotaron” los efectos positivos de la estabilización de precios y comenzaron a observarse
los efectos negativos del modelo sobre el bienestar. Desde ese momento se observa una caída generalizada del
ingreso per cápita y un sostenido aumento de la desigualdad.
Evolución de la pobreza por ingresos: igual que en el caso anterior, hasta 1993 las políticas post –
convertibilidad y la estabilización tuvieron fuertes efectos positivos sobre los niveles de pobreza. Sin embargo,
en 1993 se inauguró una etapa completamente diferente. A partir de ese momento se da un proceso de
pauperización absoluta de la población, demostrando nuevamente que no alcanza con crecer para mejorar el
bienestar de la población.

Estado, Capital y Reformas Estructurales:


El neoliberalismo determina que las políticas públicas deberían ser el resultado de la discusión racional y
deberían ser la vía mediante la que el Estado actúe para maximizar el bienestar de los agentes racionales.
Además, el Estado debería dejar el mayor margen de acción posible al mercado complementándolo o
supliéndolo allí donde este no funcione eficientemente.
Esta interpretación de las políticas públicas supone que el estado surge de un “contrato social” en el que la
sociedad se pone de acuerdo para ceder el uso de la violencia y garantizar la paz social. De esta lectura se
desprende que con instituciones adecuadas el Estado no puede más que actuar en beneficio del conjunto de la
población. Sin embargo, esta interpretación olvida y niega el carácter capitalista de la sociedad y le otorga un
papel equivocado al Estado.
La interpretación que postula el autor rechaza la idea de que el Estado es “la síntesis de la sociedad” y lo
conceptualiza como una de las formas en que se manifiesta la relación social de capital. En su accionar el
Estado expresa la correlación de fuerzas sociales y por ello su forma y sus políticas serán objeto y resultado
de la lucha de clases.
El Estado, desde esta visión, depende de la reproducción del capitalismo dentro de sus fronteras para
garantizar su existencia, por lo que intentará retener una parte del capital global y garantizará las condiciones
para su reproducción. Sin embargo, no siempre puede asegurar que el capital pueda resolver sus crisis a través
del Estado, ya que éste es la expresión de una relación contradictoria entre el capital y el trabajo.
En contra de lo que propone el enfoque regulacionista, el Estado no se coloca por encima de la lucha de clases
como garante del régimen de acumulación, sino que el mismo Estado es objeto de la lucha de clases. Esto
significa que no resuelve las contradicciones del capital, sino que las reproduce en forma política. Entonces,
para este autor, la crisis no es una crisis de las formas institucionales de regulación, sino una crisis de las formas
de dominación capitalista que permiten la generación de un excedente de calor y su apropiación productiva
por parte del capital.
Otra crítica a la interpretación regulacionista es que ésta subordina las relaciones capitalistas de clase a los
requerimientos de acumulación de capital, por lo que para este enfoque la sociedad capitalista se articula en
torno a la producción de valores de uso, mientras que para la perspectiva crítica que sostiene el autor, se
articula en torno a la producción de plusvalor, es decir, en torno a las relaciones capitalistas de clase. Desde
esta perspectiva, el crecimiento económico no es más que un subproducto de un proceso más relevante: la
valorización del capital, la producción y reproducción del plusvalor.

Las reformas estructurales:


El objetivo de las reformas estructurales no fue el crecimiento económico, sino la reconstrucción de la
hegemonía del capital en el proceso de producción y reproducción de la sociedad argentina. Este proceso de
reformas suponía la reimposición del disciplinamiento social, lo que implicaba tanto el control de los
trabajadores como de los individuos marginados o excluidos de los procesos de trabajo. Es decir, que el
deterioro de las condiciones materiales de vida fue una condición necesaria para la reconstrucción de la
hegemonía del capital.
Para este disciplinamiento fue necesaria la rearticulación de dos procesos:
- La separación de los productores directos de sus propios medios de producción, forzándolos a
depender de la participación del mercado como consumidores y vendedores de fuerza de trabajo.
- Recuperar para el capital el control de los procesos de producción y reproducción de las relaciones
capitalistas para así poder apropiarse de los excedentes resultantes del trabajo colectivo de los
productores directos.
En definitiva, esto buscaba que los trabajadores fueran separados tanto de los medios de producción como de
sus medios de subsistencia. Este proceso de separación supone la aplicación de una forma particular de
violencia extraeconómica, dado que requiere la intervención del Estado a favor del capital.
Esto nos permite entender el periodo de reformas estructurales de como una etapa de acumulación originaria
de capital, estableciéndose las bases para el despegue de un nuevo ciclo de valorización.
Las medidas estatales que dieron curso a este proceso de acumulación originaria fueron:
- Transferencia de activos del sector público al privado (privatizaciones).
- Reestructuración del endeudamiento público y el reconocimiento de las deudas preexistentes.
- Nueva estructura de distribución de ingresos.
- Confiscación de depósitos bancarios.
Además, se crearon mercados allí donde antes se privilegiaba la distribución no capitalista de valores de uso
(servicios públicos esenciales, espacios comunitarios y públicos, etc.) Se privatizaron servicios tales como
educación y salud, se transformó la seguridad social en parte del circuito de valorización financiera, se cedió la
explotación de recursos públicos y el uso del espacio público. Así se mercantilizó la reproducción de la vida y se
privatizó el espacio común, que fueron los puntos de partida del proceso de valorización del capital a escala
ampliada en la Argentina.

Reestructuración de los procesos de producción y reproducción social:


La crisis de las décadas de 1970 y 1980 no fueron el resultado de la ineficiente intervención del Estado en la
economía, sino el resultado de la lucha de clases. La imposibilidad del Estado de articular una política fiscal,
monetaria y cambiaria estable se debió al poder que los trabajadores habían acumulado y que les permitía
apropiarse de una porción significativa del plusvalor.
Entonces, las reformas estructurales vienen a posibilitar que el capital se haga con el control del plusvalor en
manos de los trabajadores.
Entonces, las reformas estructurales vinieron, por un lado, a incrementar la productividad del trabajo para
garantizar la capacidad de generación de excedentes productivos mayores; por otro, buscaron la
desarticulación de la resistencia de los trabajadores a fin de evitar que éstos pudieran reclamar el excedente
resultado del trabajo colectivo.

Reestructuración del capital:


Para lograr que el capital pudiera apropiarse de los excedentes y ampliara la producción de los mismos, las
principales medidas de la reforma estructural fueron la apertura económica y el plan de convertibilidad. De
esta manera, el mercado internacional se transformaba en el instrumento de disciplinamiento de los
capitalistas nacionales. A través de este disciplinamiento se disciplinaría a los trabajadores, ya que los
capitalistas no podrían trasladar a los costos los aumentos salariales, por lo que tendrían que empezar a
combatir la fuerza de los trabajadores dentro de las fábricas y en el proceso productivo, para garantizar una
estructura de costos competitiva.
Al poner al mercado internacional como patrón de referencia, el capital nacional tuvo que encarar cambios a
niveles de la organización de los procesos productivos, para poder hacer frente a la competencia extranjera. Ya
no podrían sostener su rentabilidad a pesar de los bajos niveles de productividad, puesto que el Estado ya no
estaría allí para intervenir en la economía.
Esta reestructuración productiva significó la aceleración de los procesos de centralización y concentración del
capital e implicó la consolidación de un grupo reducido de grandes capitales y la redistribución del poder al
interior de la cúpula del capital, ganando centralidad los sectores ligados a la actividad financiera.
Reestructuración del capital social, flexibilización y desempleo: Estos son tres mecanismos por medio de los
cuales el capital logró construir las condiciones necesarias para una generación, a escala ampliada, de plusvalor
que luego sería apropiado.
Aquí podemos ver cómo, si bien por una parte se reclamaba la no intervención del Estado, por otro lado el
Estado opera como una de las formas de la relación de capital e interviene para crear nuevas instituciones que
cristalicen la nueva subjetividad del trabajo (nueva identidad, nueva organización, nuevas formas de
resistencia). Así, el Estado modificó la distribución de recursos y derechos entre el capital y el trabajo,
estableciendo las bases para que el capital pudiera garantizar por sí mismo una nueva disciplina social.
Además de la cristalización de una nueva subjetividad del trabajo, la reestructuración productiva significó la
expulsión violenta de miles de trabajadores hacia la condición sobrepoblación relativa, el cierre de capitales
que no pudieron enfrentar la competencia intercapitalista y la innovación en los procesos de trabajo. Esto
implicó el desplazamiento acelerado de capital variable (trabajo) por capital constante, generando un
“ejército de reserva”.
Por su parte, la flexibilización laboral permitió reestructurar las condiciones de trabajo. Las innovaciones y la
nueva tecnología generaron un proceso de descalificación de la mano de obra, lo que debilitó la capacidad de
resistencia, ya que el capital humano acumulado perdió valor.
Ante la intensificación del desempleo el capital pudo imponer la intensificación del trabajo y su desvalorización.
Pero además de cambiar las condiciones al interior de las plantas, el capital buscó a través del Estado, la
imposición de una nueva legislación laboral que institucionalizara una nueva correlación de fuerzas: creciente
movilidad interna (polifuncionalidad) y movilidad externa (reducción de costos de contratación y despido).
La reforma estructural, entonces, es el resultado de la lucha entre capital y trabajo por el control del Aparato
Estatal, y no causa de que “los políticos” comprendieron la “irracionalidad” de la intervención del Estado en la
economía. Nuevamente, el Estado es objeto y resultado de la lucha de clases”. Con estos procesos se logró la
debilitación estructural del poder de los trabajadores y cumplían con la necesidad de las reformas de
empobrecer y heterogeneizar a la población, generando un proceso de empobrecimiento y alienación
creciente.
A partir de entonces, los trabajadores precarizados expulsados del trabajo formal, los trabajadores casuales y
los desocupados, se transformaron en un problema con el que los políticos debían enfrentarse.
Para el capital, los desempleados se transforman en otra forma de capital viviente forzados a vender su fuerza
de trabajo, pero sin poder hacerlo. Esto generará una masa de individuos potencialmente conflictiva que el
capital deberá también controlar. Para ello hará uso del Estado y éste aplicará “políticas sociales” como medio
de contención y canalización del conflicto inherente a la nueva configuración del proceso social de
producción. Se abandonan las políticas sociales universales y se implementan políticas de tipo focalizadas y
condicionadas, que buscan individualizar el acceso al bienestar y disciplinar a esta masa de población “en
reserva”.
La idea de focalizar la ayuda sólo en los “merecedores” tenía un significado fundamental para la nueva
estructuración productiva. Los merecedores eran quienes se preocupaban por buscar empleo. Estos actuaban
como competidores en el mercado de trabajo y sólo en esta situación eran útiles al capital.

Los límites a la estrategia de valorización del capital: Hacia mediados de 1998 el capital comenzó a observar
los límites sociales, políticos y económicos a su estrategia.
- Aumento de la conflictividad social. Fue liderada por los desocupados, que fueron quienes resistieron
masivamente los intentos de “profundizar el ajuste estructural”, generando estrategias de resistencia y
una nueva identidad política representada por la figura del piquetero.
- La necesidad de seguir expandiendo el plusvalor a través de la intensificación del trabajo y de la
jornada laboral chocaba con la creciente dificultad de realizar una masa de calores creados en
aumento. Es decir, que la propia convertibilidad y a apertura económica que habían sido
fundamentales para iniciar el proceso de ajuste estructural, eran ahora el límite para continuar con la
acumulación ampliada del capital.

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