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“El Regalo” (un cuento para el día de la Paz)

Érase una vez un pueblo perdido entre las montañas donde sus habitantes se trataban muy mal
y eran muy agresivos entre sí. Siempre se estaban insultando; discutían por las cosas más
insignificantes y claro, constantemente surgían peleas y conflictos violentos. Los niños y niñas
del lugar aprendían, desde muy pequeños, a pelearse porque estaban acostumbrados a ver a
sus mayores hacer lo mismo con mucha frecuencia: -¡Eres un inútil! -¡Y tú una payasa! -¡Anda y
vete por ahí, idiota! Éstas y muchas otras palabras eran las que habitualmente se dedicaban los
vecinos del lugar. Un día una niña llegó al pueblo. Se llamaba Paz, era la prima de Alberto, que
venía a pasar las vacaciones de verano. Alberto tenía mucha ilusión en presentársela a sus
amig@s pero no estaba muy seguro cómo iba a reaccionar su prima cuando comprobara lo
malhablados que podían llegar a ser. De todas formas Alberto tenía que arriesgarse y la llevó al
campo del fútbol de la escuela donde estaban disputando un partido. -¡Hola chic@s! ¿Qué
hacéis? – Hola capullo, íbamos a comenzar el partido. – Esta es mi prima Paz, ¿Puede jugar? – Si
sabe, claro que puede.¿Te gusta el deporte? – Sí, desde muy pequeña practico kárate. Soy
cinturón negro pero también me gusta jugar al fútbol y otros deportes. Al oír esto tod@s se
quedaron muy sorprendid@s y pensaron que debían respetarla y no pasarse con ella. Comenzó
el partido y todo transcurría como era habitual: insultos, “El Regalo” (un cuento para el día de la
Paz) C.E.I.P. Constitución 1978 chillidos, patadas, escupitajos, achuchones, etc,... pero nadie se
atrevía a dirigir una palabra malsonante a Paz. De repente, el balón llegó a los pies de Paz y chutó
con todas las fuerzas que le permitían sus fuertes piernas de karateca. El balón salió despedido
tan alto que fue a parar al tejado de la casa de enfrente, con tan mala fortuna que se pinchó.
L@s chic@s se indignaron tanto que empezaron a insultarla, a dedicarle las palabras más sucias
y horribles que pasaban por sus pequeñas mentes. Pero ella no dijo nada, ni si quiera se movió;
no hizo el más mínimo caso, y se quedó callada, mirándolos fijamente, con el rostro tranquilo.
Cuando l@s chic@s cayeron en la cuenta de lo que estaban haciendo, huyeron despavoridos por
temor a que ella se defendiera. Paz ni se inmutó, permaneció quieta mirando como huían. Por
la tarde, Paz se encontraba en su casa cuando sonó el timbre de la puerta y salió a abrir. ¡Qué
sorpresa se llevó! Era su primo Alberto, y venía acompañado de toda la pandilla: – ¡Hola Paz! –
¡Hola Chic@s! ¡Qué sorpresa tan agradable! ¿Cómo estáis? – Verás, venimos a disculparnos
porque creemos que nos hemos pasado contigo esta mañana en el partido. – ¡Ah! ¿Es eso? No
tiene la más mínima importancia; por mí seguimos siendo tan amigos como antes. Para celebrar
la reconciliación se fueron a continuar el partido que se había interrumpido por la mañana. De
camino al campo de fútbol, uno de los chicos le preguntó a Paz. – ¿Me permites que te haga una
pregunta que me está rondando la cabeza? – Sí, claro, todas las que quieras, adelante. –
Sabemos que puedes defenderte muy bien, en cambio no nos hiciste nada cuando te dijimos
esas cosas tan horribles, ¿por qué? Ella le respondió con una pregunta: – Si yo te traigo un regalo
y no lo aceptas, ¿para quién es el regalo? – Sigue siendo tuyo Paz, puesto que no lo he aceptado-
contestó el chico. – Pues igualmente con los insultos. Si tú no los aceptas y no haces ningún caso,
no son para ti, sino para quien los dice.
CONTRA QUIÉN LUCHAMOS

Se cuenta lo siguiente de un viejo anacoreta o ermitaño, es decir, una persona que se refugia
en la soledad del desierto, del bosque o de las montañas para solamente dedicarse a la oración
y a la penitencia. Se quejaba muchas veces que tenía demasiado que hacer. La gente preguntó
cómo era eso de que en la soledad estuviera con tanto trabajo. Les contestó: "Tengo que domar
a dos halcones, entrenar a dos águilas, mantener quietos a dos conejos, vigilar una serpiente,
cargar un asno y someter a un león". No vemos ningún animal cerca de la cueva donde vives.
¿Dónde están todos estos animales? Entonces el ermitaño dio una explicación que todos
comprendieron. Porque estos animales los tienen todas las personas, ustedes también. Los dos
halcones, se lanzan sobre todo lo que se les presenta, bueno y malo. Tengo que domarlos para
que sólo se lancen sobre una presa buena, son mis ojos. Las dos águilas con sus garras hieren y
destrozan. Tengo que entrenarlas para que sólo se pongan al servicio y ayuden sin herir, son mis
dos manos. Y los conejos quieren ir adonde les plazca, huir de los demás y esquivar las cosas
difíciles. Tengo que enseñarles a estar quietos aunque haya un sufrimiento, un problema o
cualquier cosa que no me gusta, son mis dos pies. Lo más difícil es vigilar la serpiente aunque se
encuentra encerrada en una jaula de 32 varillas. Siempre está lista por morder y envenenar a los
que la rodean apenas se abre la jaula, si no la vigilo de cerca, hace daño, es mi lengua. El burro
es muy obstinado, no quiere cumplir con su deber. Pretende estar cansado y no quiere llevar su
carga de cada día, es mi cuerpo. Finalmente necesito domar al león, quiere ser el rey, quiere ser
siempre el primero, es vanidoso y orgulloso, es mi corazón.

LA LEYENDA DEL ARCOIRIS

Cuentan que hace mucho tiempo los colores empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que
él era el más importante, el más útil, el favorito. El verde dijo: “Sin duda, yo soy el más
importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para la hierba, los árboles,
las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la mayoría
de las cosas”. El azul interrumpió: “Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar.
El agua es la base de la Vida y son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da espacio,
y paz y serenidad. Sin mi paz no seríais más que aficionados. El amarillo soltó una risita:
“¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo risas, alegría y calor. El sol es amarillo, la luna es
amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero comienza
a sonreír. Sin mí no habría alegría”. A continuación tornó la palabra el naranja: “Yo soy el color
de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente pero soy precioso para las necesidades
internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes. Pensad en las
zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y papayas. No estoy, todo el tiempo dando
vueltas, pero cuando coloreo el cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan
impresionante que nadie piensa en vosotros”. El rojo no podía contenerse por más tiempo y
saltó: “yo soy el color del valor y del peligro. Estoy dispuesto a luchar por una causa. Traigo fuego
a la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la pasión y del amor; de la
rosa roja, la flor de pascua y la amapola”. El púrpura enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto
y habló con gran pompa: “Soy el color de la realiza y del poder. Reyes, jefes de Estado, obispos,
me han escogido siempre, porque el signo de la autoridad y de la sabiduría. La gente no me
cuestiona; me escucha y me obedece”. El añil habló mucho más tranquilamente que los otros,
pero con igual determinación: “Pensad en mí. Soy el color del silencio. Raramente repararéis en
mí, pero sin mí todos seríais superficiales. Represento el pensamiento y la reflexión, el
crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la
paz interior. Así fue cómo los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de que él
era el mejor. Su querella se hizo más y más ruidosa. De repente, apareció un resplandor de luz
blanca y brillante. Había relámpagos que retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a
cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a acurrucarse con miedo, acercándose
unos a otros buscando protección. La lluvia habló: “Estáis locos, colores, luchando contra
vosotros mismos, intentando cada uno dominar al resto. Cada uno tenéis un objetivo especial,
único, diferente. Juntad vuestras manos y venid conmigo”. Seréis extendidos a través del mundo
en un gran arco de color, como recuerdo de que todos sois amados, de que podéis vivir juntos
en paz, como señal de esperanza para el mañana”. Y así fue como la lluvia sirve para lavar el
mundo. Y el arco iris en el cielo para que, cuando lo veáis, os acordéis de que tenéis que teneros
en cuenta unos a otros.

PAPÁ OLVIDA

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé
porque te estabas tardando demasiado en desayunar; te grité porque no parabas de jugar con
los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta. Comenzaste a refunfuñar y
entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso, te levante de los cabellos y te empujé
violentamente para que fueses a cambiarte de inmediato. Camino a la escuela no hablaste.
Sentado en el asiento del coche llevabas la mirada perdida. Te despediste de mí tímidamente y
yo sólo te advertí que no hicieras travesuras. Por la tarde, cuando regresé a casa después de un
día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puesto unos pantalones nuevos
y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos,
que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte, te hice entrar a la casa
para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras
erguido. Mas tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa. A la hora de cenar
arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque tú no parabas de jugar. Dije
que no soportaba más ese escándalo y subí a mi estudio. Al poco rato mi ira comenzó a apagarse.
Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia,
pero no pude. ¿Cómo podía un padre, después de hacer su teatro de indignación, mostrarse tan
sumiso y arrepentido? Luego escuché unos golpecitos en la puerta. "Adelante" - dije, adivinando
que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Me volví
con seriedad hacia ti. "¿Ya te vas a dormir? ¿Vienes a despedirte? No contestaste. Caminaste
lentamente, con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte
en mis brazos cariñosamente. Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu
delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suave en
la mejilla. Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana, papito" - me dijiste. Me quedé
helado en mi silla. ¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente?
Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueses igual a
mí y ciertamente no eras igual. Tú tenías una calidad humana de la que yo carecía; eras legítimo,
puro, bueno y sobre todo, sabías demostrar amor... ¿Porqué me costaba a mí tanto trabajo?
¿Por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba ocurriendo? Yo
también fui niño. ¿Cuándo fue que comencé a contaminarme? Después de un rato entré a tu
habitación y encendí la luz con sigilo. Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba
ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé...
Me incliné para rozar con mis labios tus mejillas, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude
contener la congoja y cerré los ojos. Una de mis lágrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me
puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Es tan difícil aprende a dominarse, a comprender
la pureza de nuestros hijos. Somos los adultos quienes los hacemos temerosos, rencorosos,
violentos... Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación. Si Dios me da otra
oportunidad y te permite vivir, algún día, cuando leas esta carta, sabrás que a veces nuestros
padres no son perfectos. Pero sobre todo, ojalá que siempre te des cuenta que, pese a todos sus
errores, ellos te aman más que a su propia vida.

EL VENDEDOR DE GLOBOS

Una vez había una gran fiesta en un pueblo. Toda la gente había dejado sus trabajos y
ocupaciones de cada día para reunirse en la plaza principal, en donde estaban los juegos y los
puestitos de venta de cuanta cosa linda una pudiera imaginarse. Los niños eran quienes gozaban
con aquellos festejos populares. Había venido de lejos todo un circo, con payasos y equilibristas,
con animales amaestrados y domadores que les hacían hacer pruebas y cabriolas. También se
habían acercado hasta el pueblo toda clase de vendedores, que ofrecían golosinas, alimentos y
juguetes para que los chicos gastaran allí los pesos que sus padres o padrinos les habían regalado
con objeto de sus cumpleaños, o pagándoles trabajitos extras. Entre todas estas personas había
un vendedor de globos. Los tenía de todos los colores y formas. Había algunos que se distinguían
por su tamaño. Otros eran bonitos porque imitaban a algún animal conocido, o extraño.
Grandes, chicos, vistosos o raros, todos los globos eran originales y ninguno se parecía al otro.
Sin embargo, eran pocas las personas que se acercaban a mirarlos, y menos aún los que pedían
para comprar algunos. Pero se trataba de un gran vendedor. Por eso, en un momento en que
toda la gente estaba ocupada en curiosear y detenerse, hizo algo extraño. Tomó uno de sus
mejores globos y lo soltó. Como estaba lleno de aire muy liviano, el globo comenzó a elevarse
rápidamente y pronto estuvo por encima de todo lo que había en la plaza. El cielo estaba clarito,
y el sol radiante de la mañana iluminaba aquel globo que trepaba y trepaba, rumbo hacia el
cielo, empujado lentamente hacia el oeste por el viento quieto de aquella hora. El primer niño
gritó: -¡Mira mamá un globo! Inmediatamente fueron varios más que lo vieron y lo señalaron a
sus chicos o a sus más cercanos. Para entonces, el vendedor ya había soltado un nuevo globo de
otro color y tamaño mucho más grande. Esto hizo que prácticamente todo el mundo dejara de
mirar lo que estaba haciendo, y se pusiera a contemplar aquel sencillo y magnífico espectáculo
de ver como un globo perseguía al otro en su subida al cielo. Para completar la cosa, el vendedor
soltó dos globos con los mejores colores que tenía, pero atados juntos. Con esto consiguió que
una tropilla de niños pequeños lo rodeara, y pidiera a gritos que su papá o su mamá le comprara
un globo como aquellos que estaban subiendo y subiendo. Al gastar gratuitamente algunos de
sus mejores globos, consiguió que la gente le valorara todos los que aún le quedaban, y que eran
muchos. Porque realmente tenía globos de todas formas, tamaños y colores. En poco tiempo ya
eran muchísimos los niños que se paseaban con ellos, y hasta había alguno que imitando lo que
viera, había dejado que el suyo trepara en libertad por el aire. Había allí cerca un niño negro,
que con dos lagrimones en los ojos, miraba con tristeza todo aquello. Parecía como si una honda
angustia se hubiera apoderado de él. El vendedor, que era un buen hombre, se dio cuenta de
ello y llamándole le ofreció un globo. El pequeño movió la cabeza negativamente, y se rehusó a
tomarlo. -Te lo regalo, pequeño-le dijo el hombre con cariño, insistiéndole para que lo tomara.
Pero el niño negro, de pelo corto y ensortijado, con dos grandes ojos tristes, hizo nuevamente
un ademán negativo rehusando aceptar lo que se le estaba ofreciendo. Extrañado el buen
hombre le preguntó al pequeño que era entonces lo que lo entristecía. Y el negrito le contestó,
en forma de pregunta: -Señor, si usted suelta ese globo negro que tiene ahí ¿Será que sube tan
alto como los otros globos de colores? Entonces el vendedor entendió. Tomó un hermoso globo
negro, que nadie había comprado, y desatándolo se lo entregó al pequeño, mientras le decía:-
Hace vos mismo la prueba. Soltalo y verás como también tu globo sube igual que todos los
demás. Con ansiedad y esperanza, el negrito soltó lo que había recibido, y su alegría fue inmensa
al ver que también el suyo trepaba velozmente lo mismo que habían hecho los demás globos.
Se puso a bailar, a palmotear, a reírse de puro contento y felicidad. Entonces el vendedor,
mirándolo a los ojos y acariciando su cabecita enrulada, le dijo con cariño: -Mira pequeño, lo
que hace subir a los globos no es la forma ni el color, sino lo que tiene adentro.

GANEMOS JUNTOS

Hace algunos años, en los paraolímpicos infantiles de Seattle, nueve concursantes, todos con
alguna discapacidad física o mental, se reunieron en la línea de salida para correr los 100 metros
planos. Al sonido del disparo todos salieron, no exactamente como bólidos, pero con gran
entusiasmo de participar en la carrera, llegar a la meta y ganar. Todos, es decir, menos uno, que
tropezó en el asfalto, dio dos maromas y empezó a llorar. Los otros ocho oyeron al niño llorar,
disminuyeron la velocidad y voltearon hacia atrás. Todos dieron la vuelta y regresaron, todos.
Una niña con síndrome de Down se agachó, le dio un beso en la herida y le dijo "Eso te lo va a
curar". Entonces, los nueve se agarraron de las manos y juntos caminaron hasta la meta. Todos
en el estadio se pusieron de pie, las porras y aplausos duraron varios minutos. La gente que
estuvo presente aun cuenta la historia. ¿Por qué? Porque dentro de nosotros sabemos una cosa:
Lo importante en esta vida va más allá de ganar nosotros mismos. Lo importante en esta vida es
ayudar a ganar a otros, aun cuando esto signifique tener que disminuir la velocidad o cambiar el
rumbo.

LA PIEDRA DE SOPA En un pequeño pueblo, una mujer se llevó una gran sorpresa al ver que
había llamado a su puerta un extraño, correctamente vestido, que le pedía algo de comer.” Lo
siento”, dijo ella, “pero ahora mismo no tengo nada en casa”. “No se preocupe”, dijo
amablemente el extraño.”Tengo una piedra de sopa en mi cartera; si usted me permitiera
echarla en un puchero de agua hirviendo, yo haría la más exquisita sopa del mundo. Un puchero
muy grande, por favor. A la mujer le picó la curiosidad, puso el puchero al fuego y fue a contar
el secreto de la piedra de sopa a sus vecinas. Cuando el agua rompió a hervir, todo el vecindario
se había reunido allí para ver a aquel extraño y su piedra de sopa. El extraño dejó caer la piedra
en el agua, luego probó una cucharada con verdadera delectación y exclamó: “¡Deliciosa! Lo
único que necesita es unas cuantas patatas.” “¡Yo tengo patatas en mi cocina!”, gritó una mujer.
Y en pocos minutos estaba de regreso con una gran fuente de patatas peladas que fueron
derechas al puchero. El extraño volvió a probar el brebaje.”!Excelente! dijo; y añadió
pensativamente: “Si tuviéramos un poco de carne , haríamos un cocido de lo más apetitoso....!”
Otra ama de casa salió zumbando y regresó con un pedazo de carne que el extraño, tras
aceptarlo cortésmente, introdujo en el puchero. Cuando volvió a probar el caldo, puso los ojos
en blanco y dijo: ”¡Ah, que sabroso! Si tuviéramos unas cuantas verduras, sería perfecto,
absolutamente perfecto...” Una de las vecinas fue corriendo hasta su casa y volvió con una cesta
llena de cebollas y zanahorias. Después de introducir las verduras en el puchero, el extraño
probó nuevamente el guiso y, con tono autoritario, dijo: “La sal”. ”Aquí la tiene”, le dijo la dueña
de la casa. A continuación dio orden: “Platos para todo el mundo”. La gente se apresuró a ir a
sus casas en busca de platos. Algunos regresaron trayendo incluso pan y frutas. Luego se
sentaron a disfrutar de la espléndida comida, mientras el extraño repartía abundantes raciones
de su increíble sopa. Todos se sentían extrañamente felices y mientras reían, charlaban y
compartían por primera vez su comida. En medio del alborozo, el extraño se escabulló
silenciosamente, dejando tras de sí la milagrosa piedra de sopa, que ellos podrían usar siempre
que quisieran hacer la más deliciosa sopa del mundo. BUSCANDO LA PAZ Había una vez un rey
que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta.
Muchos artistas lo intentaron. El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo
dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas. La primera era un lago muy
tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo
rodeaban. Sobre estas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes
miraron esta pintura pensaron que esta reflejaba la paz perfecta. La segunda pintura también
tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso
del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un
espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. Pero cuando el Rey
observó cuidadosamente, vio tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la
roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir del la violenta caída de
agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en su nido... ¿Paz perfecta...? ¿Cuál crees que
fue la pintura ganadora? El Rey escogió la segunda. ¿Sabes por qué? "Porque," explicaba el Rey,
"Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz
significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro
de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."

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