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Gracia Gómez Urdáñez
LA NOVELA NATURALISTA
DE FEDERICO GAMBOA
UNIVERSIDAD DE LA RIOJA
SERVICIO DE PUBLICACIONES
2016
La novela naturalista de Federico Gamboa
de Manuel Prendes Guardiola (publicado por la Universidad de La Rioja) se encuentra bajo una Licencia
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
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© El autor
© Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2016
Imagen de la cubierta: Litografía “Las Cadenas en noche de luna” tomada de la obra de Eynar Rivera
Valencia (2002): “De modernidad, urbanización, abasto y carne. La reglamentación del espacio
urbano en torno a la ideología de higienización y modernidad del Estado Mexicano: El caso de los
establecimientos de abasto de carne en la ciudad de México, 1850-1860”. (Tesis de Licenciatura)
México, Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa.
Composición de la cubierta: José Luis Pérez Pastor.
publicaciones.unirioja.es
E-mail: publicaciones@unirioja.es
ISBN: 978-84-617-3409-2
A mis padres, por supuesto
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
PRIMERA PARTE:
UNA INTRODUCCIÓN AL NATURALISMO EN MÉXICO. . . . . . . . 15
1- Algunos problemas heredados del concepto “naturalismo” . 17
2- El modelo naturalista. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
2.1- La mímesis del naturalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23
2.2- Materialismo y moralidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
2.3- Sobre el estilo. El modelo “trágico”. . . . . . . . . . . . . . . 28
2.4- Algunas precisiones sobre el naturalismo en España. . . 30
3- El naturalismo en Hispanoamérica: una visión de conjunto . 37
4- México en el último tercio del siglo XIX . . . . . . . . . . . . . . 43
4.1- La victoria del liberalismo: la Reforma y el Porfiriato . . 43
4.2- El Positivismo en México. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
5- Realismo y naturalismo en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
5.1- Inicios del realismo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
5.2- Una promoción realista mexicana. . . . . . . . . . . . . . . . 51
5.2.1- José López Portillo y Rojas . . . . . . . . . . . . . . . . 53
5.2.2- Rafael Delgado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
5.2.3- Emilio Rabasa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
5.2.4- Ángel de Campo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
5.3- Otros autores del naturalismo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
9
8- Los personajes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
8.1- Protagonistas (masculinos y femeninos) . . . . . . . . . . . 89
8.2- Personajes secundarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
8.3- Caracterización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 96
9- La acción narrativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
9.1- Ordenación y ritmo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
9.2- Estructura narrativa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105
10- Técnica y estilo en la narrativa de Federico Gamboa . . . . 109
10.1- El narrador . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109
10.2- La lengua literaria y la imagen . . . . . . . . . . . . . . . . 117
11- Registros e influencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121
11.1- Federico Gamboa, escritor naturalista . . . . . . . . . . . 122
11.2- La herencia del romanticismo . . . . . . . . . . . . . . . . . 130
11.3- Gamboa ante el modernismo . . . . . . . . . . . . . . . . . 132
11.3.1- Las ideas del “fin de siglo” . . . . . . . . . . . . . 133
11.3.2- Relaciones con la prosa modernista. . . . . . . . 136
12- Temas y valores fundamentales en la obra de Gamboa . . . 141
12.1- Del amor (y la mujer) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 141
12.2- Catolicismo y religiosidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147
12.3- Apropiación crítica de la realidad mexicana . . . . . . . 153
CONCLUSIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 165
AGRADECIMIENTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173
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INTRODUCCIÓN
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rica”1 remite a una realidad que, dentro de unos innegables factores de unidad
lingüística y cultural, incluye también grandes diferencias en todos los órde-
nes. En el siglo XIX, en que los antiguos virreinatos españoles se vieron divi-
didos en dieciséis repúblicas independientes (Cuba y Panamá no lo serían
hasta el inicio del XX), esta diversidad resultaría aún más acusada. Por ceñir-
nos a lo meramente literario, hay que esperar hasta cerca de 1900 para que
países como Costa Rica o Paraguay vean impresa la novela de un escritor nati-
vo, mientras que en la República Argentina, ya desde entonces la más recep-
tiva a lo europeo de todas las hispanoamericanas, no median muchos años
entre el inicio de la divulgación de la filosofía positivista y de las obras de
Zola, y las primeras novelas naturalistas escritas por Eugenio Cambaceres.
Klaus Meyer-Minnemann (1997: 158) señala cómo esta discontinuidad tempo-
ral y geográfica fue en detrimento de la novela naturalista hispanoamericana,
frente al carácter homogéneo y de alcance continental que tuvo la poética
modernista.
Podemos situar a México en el último tercio del siglo XIX como el país
hispanoamericano inmediatamente posterior a Argentina en apertura a la
modernidad. Concluida la tiranía de Santa Anna, los partidarios de las ideas
liberales combatirán y vencerán a los sectores conservadores de la sociedad.
Comienza una época de –relativa– estabilidad en un país extenso y de nume-
rosa población, que recibe fuertes inversiones extranjeras y se moderniza visi-
blemente desde el punto de vista material e intelectual.
La novela realista-naturalista mexicana, menos abundante en autores, más
tardía, más mostrenca en sus influencias y menos ajustada al paradigma euro-
peo de “novela naturalista” que la producida en el Río de la Plata, no ha des-
pertado en su conjunto el mismo interés que ésta para la crítica. No obstante,
la novela escrita en México a finales del ochocientos supone no sólo un docu-
mento de primera magnitud sobre la época, como se pretendía, sino una
muestra de las muy distintas soluciones dadas a las recientes innovaciones de
la ficción novelesca. Encontramos en ella obras de innegable calidad, y que en
su día alcanzaron rotundo éxito entre el público y la crítica. Por último, México
dio al conjunto de las letras hispanoamericanas uno de sus escritores natura-
listas más notables: Federico Gamboa, el autor de Santa, publicada en 1903 y
que podemos considerar como uno de los primeros “best-sellers” internacio-
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2. Son interesantes, aunque muy insuficientes, los trabajos de Menton (1963) y Hooker
(1973), y bastante más completo el capítulo que le dedica en su libro Joaquina Navarro
(1955).
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PRIMERA PARTE
UNA INTRODUCCIÓN
AL NATURALISMO EN MÉXICO
1.-ALGUNOS PROBLEMAS
HEREDADOS DEL CONCEPTO “NATURALISMO”
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1. Para Henri Mitterand (1987: 11-12), movimientos literarios y artísticos como el realismo y
el naturalismo, como el simbolismo y la actitud del “arte por el arte” o el impresionismo pic-
tórico, tienen un origen común: el idealismo político y social, la superación de tabúes artís-
ticos, la defensa de la autonomía del arte frente a la “tiranía” y la convención de las acade-
mias y el didactismo ramplón. No es, pues, de extrañar que todos estos movimientos fue-
sen en un principio acogidos por la sociedad con la misma incomprensión... aparte de tener,
muchas veces, muy poca comprensión unos con otros: Zola rechaza la poesía de Baudelaire,
Gutiérrez Nájera tilda de “repugnante” y “asquerosa” la dicción del naturalismo (Jiménez,
1998: 20).
2 También con la escritura naturalista queda definitivamente asentada en el mundo de las
letras la figura del escritor profesional, que vive exclusivamente de su pluma. En su artícu-
lo “El dinero en la literatura”, Émile Zola se pronuncia contra el escritor “pensionado”, con-
tra la antigua concepción elitista de la profesión; defiende al folletinista y se declara entusi-
asta del desarrollo editorial, de las ganancias que pueden proporcionar el teatro y el peri-
odismo y que ponen al alcance del escritor su máxima aspiración de libertad.
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3. “... sus representantes [los del naturalismo español] muchas veces no tenían una idea clara
de los límites temporales ni de la esencia del movimiento. Incluyeron entre los suyos autores
que la crítica moderna clasifica de manera muy diferente –Balzac, Dickens, la novela
picaresca– y adoptaron o rechazaron según sus preferencias elementos que consideramos
esenciales en la doctrina de Zola –el determinismo, el lenguaje crudo, la documentación–”
(Pattison, 1965: 126).
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... yo tengo para mí, que la escuela española en la que hay novelistas como el
ilustre Leopoldo Alas, Picón, Armando Palacio Valdéz [sic], Pereda, Ortega
Munilla y otros tantos [destacará sobre todos, más adelante, a Emilia Pardo
Bazán, don Juan Valera y Luis Coloma], será la que innove el naturalismo, con-
virtiéndolo en el realismo psicológico y fisiológico [la cursiva es mía].
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2.-EL MODELO NATURALISTA
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bién a la perspectiva omnisciente por la que abarca a voluntad todos los pun-
tos de vista (Lissorgues, 1988: 588)1.
En “Le sens du réel” (1878), Zola apelaba a la documentación exhaustiva
del novelista sobre los temas y ambientes tratados. La imaginación ya no es la
mayor cualidad del novelista; la retórica romántica de los Dumas, Sue, Hugo,
Sand, ha cedido el paso en la novela contemporánea al “sentido de lo real”, a
la lógica distribución de los hechos de la naturaleza. La documentación es
importante, pues, porque es el elemento decisivo en la ordenación de la nove-
la de acuerdo con lo que ocurre en la realidad, esto es, no busca la docu-
mentación en sí, como nos recuerda Gonzalo Sobejano, sino por su papel ins-
pirador (Lissorgues, 1988: 600)2.
De la observación de la realidad, de la experiencia directa, de la docu-
mentación, se deriva el amplio uso de la descripción dentro del texto narrati-
vo. Zola (1972: 203) define la “descripción” como “un estado del medio que
determina y completa al hombre”. No son, por tanto, gratuitos los pasajes de
la obra destinados a la descripción; ésta no puede justificarse por sí sola, sino
que es un elemento necesario para la explicación de la realidad humana que
aparece en la novela. Zola valorará especialmente el arte descriptivo de
Flaubert:
1. La tercera persona verbal, o, mejor dicho, el discurso extradiegético –el nivel más ele-
mental de narración–, es por supuesto el dominante en la narración naturalista. Hay pocos
ejemplos de un narrador autodiegético que emplee la primera persona (en España tenemos
los casos de Lo prohibido, de Pérez Galdós, o, en parte, de La Montálvez, de Pereda).
2. En “El lenguaje de la novela naturalista” (Lissorgues, 1988: 583-615). Sin embargo, no
hemos de olvidar que Zola pertenece a una generación durante la que se favoreció la
difusión de la cultura a través de los libros –ya fueran obras de ficción, o bien enciclopédi-
cas– conforme a las necesidades de la expansión industrial y de la ideología nacional
(Mitterand 1987: 47). Es la época del Grand Dictionnaire Universel du XIXe siècle, de los
relatos de exploraciones, de las fabulaciones de Jules Verne... y las novelas naturalistas, que
califica Mitterand de “‘voyages extraordinaires’ à travers les compartiments de la société con-
temporaine”.
3. Recuérdese el capítulo anterior, a propósito de esta última frase: ¿cómo llamar mejor que
“impresionista” a la técnica descriptiva de Flaubert?
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4. “A menudo he dicho que no tenemos que sacar una conclusión de nuestras obras, y esto
significa que nuestras obras llevan la conclusión en sí mismas [...] como somos experimen-
tadores sin ser practicantes, debemos contentarnos en buscar el determinismo de los fenó-
menos sociales y dejar a los legisladores, a los hombres de práctica, el cuidado de dirigir,
tarde o temprano, estos fenómenos, de manera que se desarrollen los buenos y se reduz-
can los malos, desde el punto de vista de la utilidad humana” (Zola, 1972: 52-53).
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5. “En réalité, Zola, dans sa poétique narrative, reste un homme de l’âge classique, réfrac-
tant dans une problématique positiviste les exigences d’une rationalité compositionnelle,
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Así como Zola sostenía que el naturalismo no era cosa nueva, sino que
existía desde siempre, podríamos nosotros añadir que, en su realización prác-
tica, mucho del naturalismo existía ya incluso en el romanticismo previo. La
impronta de este movimiento había sido demasiado honda como para que nin-
gún escritor posterior pudiera evitarla: cuánto menos los autores que se habí-
an formado y hecho sus primeras letras en ella (y de la que hubo quien, como
Flaubert, jamás renegó). López Jiménez (1977: 12) señala una serie de ele-
mentos románticos presentes en la novela naturalista: el simbolismo6, el popu-
lismo y las tendencias socializantes, la libertad creadora, el colorismo poético
y la pasión de artista. Del folletín romántico, la nueva novela habría extraído
cierto tremendismo o sensiblería, el empleo de las casualidades, el manique-
ísmo o el simplismo en las psicologías de los personajes; además de técnicas
como la interrupción temporal del relato, o el empleo de signos ortográficos
en el diálogo para expresar mejor los sentimientos. El acertado empleo de
todo ello permitiría a los mejores escritores naturalistas realizar una obra no
sólo de calidad artística, sino también de gran aceptación popular. La pervi-
vencia del romanticismo nos habrá de ser particularmente útil a la hora de
abordar en su peculiaridad la novela naturalista hispanoamericana.
La novela naturalista acabó también adoptando de un modo predomi-
nante, pese a su pretensión de objetividad (y de novedad), lo que David
Baguley (1990: 98-99) llama “el modelo trágico” (the tragic model): el relato de
vidas crueles y la presentación de las amargas ironías de la existencia. El
“determinismo” naturalista se aproxima muchas veces (pese a que Zola inten-
tase aclarar lo contrario) al “fatalismo” romántico que arranca ya de la litera-
tura griega y que suele manifestarse en dos vertientes: la del proceso dinámi-
co de degradación en la vida de los personajes, propio de las novelas de los
Goncourt o del propio Zola, o bien el de la inadecuación del individuo por
las desilusiones de cada día, por “lo que nunca ocurre”: go steadily downhill /
go steadily nowhere (Baguley, 1990: 96). La mujer es una víctima recurrente en
d’une sorte de métrique structurale, qui remonte à Aristote. Cela, du reste, lui appartient en
propre, dans la génération dite “naturaliste”, et le distingue de ses contemporains et des ses
épigones –Goncourt, Huysmans, Céard, Alexis, Hennique, Mirbeau, etc.– qui n’ont jamais su
ficeler un montage romanesque, parce qu’ils n’ont jamais médité sur le rapport, sur l’har-
monie” (Mitterand, 1987: 53).
6. Acepto en este caso como tal “simbolismo” no el entendido como irracionalismo poético,
sino la significación “general”, por analogía, de personajes, lugares o acontecimientos que
tienen lugar en la novela: lo que, en párrafo que transcribo en el apartado 2.4, llama Emilia
Pardo Bazán “verdad representativa”. Por ejemplo, la corrupción y muerte de Naná sim-
bolizan las del Segundo Imperio francés (Zola hace morir a su personaje justo al iniciarse la
guerra franco-prusiana); las desventuras de Isidora Rufete en La desheredada son paralelas
a los avatares políticos de la España revolucionaria y de la Restauración.
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7. De las que se quejaba ya en su día la condesa de Pardo Bazán (1989: 317-318): “Entre las
causas que hacen improductiva la novela en España, no debería contarse la escasez de lec-
tores, pues nosotros tenemos un público inmenso, si atendemos a las repúblicas de Sud
América que hablan nuestro idioma. Pero gracias a la indiferencia con que se mira cuanto
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autores como Pereda y Galdós, Pardo Bazán o Valera eran bien conocidos por
los autores americanos, y en no pocas ocasiones influyeron en su obra. A la
inversa, Galdós apreciaba la obra del escritor peruano Ricardo Palma
(Lissorgues, 1988: 460-461)8; Valera dedicó críticas a autores como el ecuato-
riano Juan León Mera o el uruguayo Carlos Reyles (López Jiménez, 1977: 251,
258 y 262-263)9... conocida es también la carta del novelista andaluz que sir-
vió de prólogo a las ediciones de Azul..., de Rubén Darío, posteriores a 1888.
La primera mención conocida de una obra de Zola en España fue una
reseña de Thérèse Raquin (obra de 1867) aparecida en 1876, lo que da ya una
idea de cuán tardíamente fue penetrando el movimiento en nuestro país. Tal
vez fuera la turbulenta situación nacional a partir de 1868 la que dio lugar a
la escasa atención prestada a la literatura extranjera hasta el apaciguamiento
que supuso la Restauración. El rotundo éxito de L’Assommoir, en 1877 llevó a
primera línea de actualidad la discusión sobre esta nueva novela; el primer crí-
tico español que la llama por su nombre y se declara partidario de ella es
Felipe Benicio Navarro, a través de sucesivos trabajos críticos publicados en
Revista de España a partir de dicho año (Pattison, 1965: 14-15).
La polémica subsiguiente a la introducción de la novela naturalista fran-
cesa en nuestro país, ya desde sus primeros años se vio enconada por un fac-
tor extraliterario que, en su país de origen, no había alcanzado tanta impor-
tancia10: naturalismo e idealismo en literatura fueron izados como bandera, res-
pectivamente, por el liberalismo y conservadurismo intelectuales. La concep-
ción “científica” de la novela, vinculada con el positivismo, fue recibida favo-
rablemente por los librepensadores españoles; es de suponer que tanto más
en cuanto que vieron que era atacada por sus enemigos ideológicos (Pattison,
1965: 20-23).
En un principio, los escritores realistas españoles tenían una considerable
influencia de la propia tradición nacional: la novela picaresca y cervantina, el
costumbrismo... Por su parte, Pereda (generalmente considerado como primer
realista español) y Galdós (autor de La Fontana de Oro ya en 1870) habían
comenzado su obra sin saber del naturalismo –movimiento con el que duran-
a las letras atañe, los libreros e impresores de por allá pueden saquear a los escritores his-
panos muy a su sabor, y ese público ultramarino resulta estéril para la prosperidad de la li-
teratura ibera”.
8. En el artículo de Alicia Andreu “Galdós: lectura y creación” (Lissorgues, 1988: 460-468).
9. La polémica protagonizada por Reyles y Valera en torno a la novela del primero,
Primitivo, es estudiada por Meyer-Minnemann (1997: 122-137) en su trabajo sobre la novela
de “fin de siglo”.
10. “In general [...], the naturalist novel, whether written by reactionaries like the Goncourts
or socialists like Alexis, maintains a certain apolitical character –and was thus inevitably
attacked from both the left and the right” (Baguley, 1990: 82).
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te toda su vida rechazaría el santanderino toda relación11–. Todo ello fue rei-
vindicado por quienes quisieron oponer un “sano” realismo español a la
“corrompida” escuela naturalista francesa. Pero en torno a 1880, no sólo
comienzan a aparecer los primeros estudios críticos serios sobre el naturalis-
mo, sino que una serie de autores españoles comienzan a escribir sus novelas
bajo la inspiración directa del zolaísmo. José Ortega Munilla muestra la
influencia experimental en Lucio Tréllez (1879), y la lleva en aumento en nove-
las posteriores. También en 1879 publica Narcís Oller Croquis del natural, y
en 1882 La papallona.(en catalán). En 1881, Emilia Pardo Bazán publicaba Un
viaje de novios (encabezado por un prólogo en el que trataba ya de la aplica-
ción del método científico a la novela) y Armando Palacio Valdés El señorito
Octavio, a la que seguiría en 1883 Marta y María; obras todas ellas, junto con
las de otros jóvenes escritores, que podían presentar más o menos rasgos pro-
pios de la novela experimental, pero que en todo caso eran objeto de discu-
sión sobre su filiación o no al naturalismo, así como sus autores se declaraban
interesados conocedores de tal movimiento. De los escritores consagrados,
Benito Pérez Galdós tomaba en sus obras un giro decidido en pro del natura-
lismo, convirtiéndose en maestro y guía de todo un grupo naturalista de escri-
tores que se brindan mutuo apoyo y se reúnen en torno a las mismas revistas
literarias.
De noviembre de 1882 a abril de 1883, Emilia Pardo Bazán publicó en La
Época los artículos que formaron posteriormente el libro La cuestión palpi-
tante, también de gran repercusión y que provocaron encontradas reacciones.
Walter T. Pattison ha tenido un juicio muy severo sobre la obra, llegando a
considerar más interesantes para el estudio del naturalismo aquellos artículos
de la época que permanecieron ajenos a la estéril polémica:
Doña Emilia trata la materia de una manera tan amplia y difusa que
muchas veces el tema principal se pierde de vista. Nos da varios capítulos sobre
autores franceses antecesores del naturalismo, un ataque contra la novela ingle-
sa, y la discusión de cajón de la moral en el arte, donde aduce el consabido
argumento de que Cervantes tiene también sus puntos escabrosos, ergo no
debemos culpar a Zola. En suma, es difícil ver por qué este libro provocó tanto
ruido (Pattison, 1965: 99).
11. “[Pereda] utilizó elementos semejantes [a los de Zola] para llegar a conclusiones opues-
tas, aunque buscando el mismo fin –la felicidad del hombre– y en el fondo criticando lo
mismo –la degradación del ser humano por la organización social moderna, si bien Zola
creía en el progreso y Pereda no–” (López Jiménez, 1977: 182).
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ses (Zola en XIII-XV, y en IX-XII los mismos siempre mencionados por éste:
Balzac, Stendhal, Flaubert, los Goncourt, Daudet) y de la situación contempo-
ránea de la novela española son agudas y están expuestas con claridad.
Ciertamente, los escritos que siguieron a la publicación de La cuestión palpi-
tante (impugnaciones a la autora y las réplicas de ésta) acaban produciendo
la impresión de un desmayado diálogo de sordos, pero el objetivo de Pardo
Bazán era, seguramente, no sólo crítico sino divulgador y polémico, con lo
cual se daría por ampliamente, satisfecha en su propósito12. Al fin y al cabo,
también el ensayo menos consistente de Zola (“Le roman expérimental”) era
de los que habían suscitado debates más intensos, y el reconocido afán de pro-
tagonismo del escritor francés no quita un ápice a su talla como intelectual.
Católica convencida, Pardo Bazán censura el determinismo de Zola,
defendiendo el libre albedrío del ser humano (tema abordado ya en el capí-
tulo III de La cuestión palpitante). La teoría del naturalismo fallaría en dos
puntos (Pardo Bazán, 1989: 150-151): la intromisión de las leyes físicas en la
dimensión espiritual del hombre y la concepción utilitaria de la novela. Zola
se contradice en esta última, así como en su presunta impersonalidad en la
narración: estilísticamente, el novelista cae –para bien o para mal– en nume-
rosos pasajes artificiosos; en su traslación de la realidad a la novela, tampoco
se limita a un realismo fotográfico:
12. “Se la considera como el Zola femenino; lo cual no le desagrada del todo, puesto que
el deseo de ocupar el centro de la escena y atraerse toda la atención del público es un ele-
mento poderoso de su carácter” (Pattison, 1965: 100).
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En la última década del siglo XIX, la novela española guarda del natura-
lismo la ambientación, pero la tendencia es a la introspección en los persona-
jes, a sus ansias de ideal y transcendencia antes que a la sumisión a sus impul-
sos fisiológicos. Galdós publica en esta línea Ángel Guerra (1890-91),
Nazarín, Halma (1895), Misericordia (1897); “Clarín”, Su único hijo (1890).
Pereda, con Peñas arriba (1895), realiza una de las más importantes obras de
la llamada “novela regionalista”, descendiente del realismo costumbrista y típi-
camente española14. La impronta del naturalismo más “ortodoxo” permanece-
rá, diluida, en obras como Pequeñeces (del jesuita Luis Coloma) o La espuma,
de Armando Palacio Valdés, novelas ambas de 1890 que formarían parte del
“ciclo” de novelas de crítica a las costumbres de la aristocracia que abundaron
en el naturalismo español (otro ejemplo sería La Montálvez, de Pereda, publi-
cada en 1888); o bien en novelistas de menor categoría como Eduardo López
Bago o Alejandro Sawa. Jóvenes escritores, ya fuera de la época de vigencia
de la escuela, la prolongarán hasta los primeros años del XX: Vicente Blasco
Ibáñez (procedente del regionalismo valenciano) es sin duda la figura más
destacada; otros serían, en sus primeras obras, Felipe Trigo o Antonio de
Hoyos y Vinent.
14. Aunque se dio también con frecuencia en Hispanoamérica, como veremos. Es el caso de
Rafael Delgado, para la ambientación de cuyas novelas su patria chica de Veracruz supone
un elemento importantísimo.
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3- EL NATURALISMO EN HISPANOAMÉRICA:
UNA VISIÓN DE CONJUNTO
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
Sin embargo, esta nueva literatura venida del otro lado del Atlántico con-
tinuará con los intentos románticos de forjar una literatura “nacional”, y con-
cretamente una narrativa que, como la que ya venía haciéndose en Europa,
tome como referencia y profundice en los problemas de unas sociedades aún
jóvenes, recién constituidas y que, menos de medio siglo después de su eman-
cipación política, están asistiendo a profundos cambios en su estructura social
y económica. El eclecticismo propuesto por Mercedes Cabello era algo que de
hecho se daba en las producciones hispanoamericanas, en las que el roman-
ticismo se había introducido también de una manera tardía (principalmente a
partir de los años cuarenta) y perduraría hasta finales del siglo4 en muchas de
sus manifestaciones, como la novela sentimental (cuya más importante obra,
María de Jorge Isaacs, es de 1867). Una herencia romántica en el estilo sería,
por ejemplo, la fuerte presencia del narrador dentro de la prosa naturalista his-
panoamericana, a veces con un fin moralizante y, en todo caso, constituyen-
do un obstáculo para la pretensión de objetividad del narrador.
También hemos de recordar que, ya en los años setenta, Manuel Gutiérrez
Nájera publicaba en México artículos y cuentos de un estilo refinado y cos-
mopolita; que, en 1885, José Martí –ya escritor de prosa breve en la década
anterior– publicaba su novela Amistad funesta; que en 1888, en fin, veía la luz,
en una reducida edición, Azul... de Rubén Darío. Ya antes, pues, de que se
4. El naturalismo, pues, no coincidiría “con la fatiga del folletín y la novela rosa” (Ara, 1965:
11): ambos géneros literarios, y otros, coexistirían durante años en la novela hispanoameri-
cana.
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5. Arturo Torres-Ríoseco (1965: 172) llega hasta el extremo de declarar que “desde el punto
de vista literario, estas novelas hispanoamericanas del siglo XIX suelen tener escaso valor,
salvo como precursoras de la novela regional moderna”.
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4- MÉXICO EN EL ÚLTIMO TERCIO DEL SIGLO XIX
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1. “En 1885 se terminó de arreglar la deuda externa [...]. Con la liberalización del comercio
interno [...] y la acelerada construcción de ferrocarriles (de 638 km en 1876 a 19.280 en 1910)
el país comenzó por primera vez a integrar un mercado interno y a vincularlo con el mundo
exterior. La agricultura creció al 4 por ciento, la industria al 6 por ciento y la minería casi al
8 por ciento. A diferencia de los tiempos borbónicos, este crecimiento era amplio y diversi-
ficado, tanto en el número de productos de exportación como en su naturaleza. Aunque el
peso de plata mexicano circulaba en Europa, Estados Unidos y hasta en China, no sólo de
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plata vivía México, también de metales industriales. En 1894 México tuvo su primer superávit
presupuestal de la historia gracias al ejemplar manejo financiero y hacendario de Limantour.
La inversión extranjera fluyó también, en proporciones increíbles por su monto y por su
equilibrio, variedad y productividad” (Krauze, 1994: 308-309).
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2. Véanse, por ejemplo, las siguientes ideas recogidas en el Ensayo sobre los deberes recípro-
cos de los superiores y de los inferiores de Miguel S. Macedo, citadas por Leopoldo Zea (1968:
169) y que a muchos resultará difícil leer sin indignación: “El rico, como poseedor de la
riqueza, tiene el ocio, y éste hace posible que pueda pensar en el bien de la humanidad; el
ocio hace posible que el rico pueda preocuparse por el presente y el futuro de otros. Así,
tenemos que lo que los socialistas llaman plusvalía, es en Macedo lo que hace posible la
existencia del bien en la sociedad”.
3. Así, leemos en el discurso de 1905 “Creación y propósitos del Ministerio de Instrucción”:
“La sociedad en masa busca nuestras escuelas, las llena, las colma; la sociedad es nuestra
ya, no lo sería si las adivinase antirreligiosas e inmorales. Por el contrario, dejamos a la fami-
lia el supremo cuidado de la educación religiosa y nos empeñamos, y es nuestra misión
única en la escuela primaria, en crear hábitos morales en los niños; esto nos basta, esto
basta” (Sierra, 1948: 358).
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Germen del futuro partido de los “científicos”, proclamaban su ideal del orden
social como instrumento de progreso. El trabajo, el orden, la paz, la ciencia,
la industria eran valores ante los que la libertad política debía ceder si era
necesario. La dictadura de Porfirio Díaz se aceptaba en cuanto que Díaz actua-
ba en nombre del grupo social preponderante que le había encomendado el
gobierno (Zea, 1968: 421). Sin embargo, el Presidente no iba a dejarse orien-
tar por aquellos intelectuales, liberales en el fondo: la ruptura llegó cuando,
habiendo sido defendida por la Unión Liberal la reelección de Díaz, éste se
negó a introducir las reformas constitucionales que sus miembros solicitaban
a fin de asegurar la independencia del poder judicial. Sólo permaneció en el
gobierno Limantour, ministro de Hacienda en torno a quien se iban agrupan-
do –y enriqueciendo– los despectivamente llamados “científicos”: consejeros
de bancos, abogados de empresas... que, según observó Alfonso Reyes, no se
ocupaban de fundar escuelas técnicas, como hubiera hecho el positivismo
coherente (Zea, 1968: 431). La tiranía y corrupción del poder, la pobreza de
las grandes masas campesinas habrían de acabar a la postre con el Porfiriato.
Culturalmente, tampoco le quedaba mucho de vida al Positivismo que lo
había justificado. Aquella filosofía estática, que rechazaba a priori una aproxi-
mación a todo lo que iba más allá de lo material, poco de novedoso había
aportado después de los inmediatos seguidores de Barreda. A comienzos del
siglo XX, una joven generación quiere alejarse de la mediocridad intelectual
que identifican con el positivismo: inconformistas, frente al mundo práctico
anglosajón reividican la metafísica, la filosofía griega, Roma y la cultura latina,
las letras y la cultura españolas. Leen a Schopenhauer, Nietzsche, Bergson; el
pensador uruguayo José Enrique Rodó es un maestro para ellos como lo fue
para toda la intelectualidad hispanoamericana. Los Estados Unidos son aban-
donados como modelo cultural y político: un idealismo panamericanista será
opuesto al materialismo imperialista yankee. En política, por supuesto, son
fuertemente críticos con el régimen porfiriano.
En 1909, se creaba el Ateneo de la Juventud como institución militante de
estas nuevas actitudes ante la realidad nacional, hispanoamericana y universal:
entre sus miembros se contaban figuras de la talla de Alfonso Reyes, el domi-
nicano Pedro Henríquez Ureña o José Vasconcelos. En 1910, el venerable Justo
Sierra, que ya había acusado en su momento el deterioro del positivismo cien-
tífico, fundaba la Universidad Nacional Autónoma de México y la Escuela de
Altos Estudios (origen de la Facultad de Filosofía y Letras), que habrían de
constituir dos focos más para la renovación de la cultura, y pilares sobre los
que habría de edificarse el florecimiento cultural del México posrevoluciona-
rio.
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5- REALISMO Y NATURALISMO EN MÉXICO
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1. Periódico del que era colaborador habitual, y donde lo pudo conocer Federico Gamboa,
gran admirador de su obra: “Para mí tenía Frías y Soto dos atractivos poderosísimos, sus
novelas y su reputación de calavera” (Gamboa, 1994: 29).
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insistir en la acusación que se le hizo: cierta o no (el autor de El hijo del Estado
negó haber leído a Zola en el momento de escribir la novela), implica que la
novela zoliana ya era suficientemente conocida en México por aquellos que
podían tener acceso a ella, lo cual nos llevará en su momento a plantearnos
por qué el naturalismo mexicano alcanzó tan tardíamente (en la práctica, hasta
la aparición de las novelas de Federico Gamboa en las dos décadas siguien-
tes) su plenitud. Señalaré también que el mismo año que El hijo del Estado, y
también por entregas, El noticioso daba a la luz en México la novela de Manuel
Gutiérrez Nájera Por donde se sube al cielo, primera muestra que el modernis-
mo daba al género –tres años anterior a Amistad funesta de Martí–, si bien
cayó también pronto en el olvido2..
En cuanto a Arcadio Zentella, es el autor de la que Ralph E. Warner (1953:
91-92) considera la primera novela realista mexicana: Perico (1885). El con-
flicto tratado en ella es en parte social (el peón que, en condiciones de semies-
clavitud, se rebela contra el amo) y en parte sentimental (Perico da muerte al
amo cuando éste acosa a su amada, y huye con ella después). La vida cam-
pesina y el ámbito penitenciario son los dos mundos cuyas duras condiciones
son presentadas a los ojos del lector a través de la páginas de Perico.
Entre 1889 y 1891 Manuel Payno, autor cuarenta años atrás del novelón
romántico El fistol del diablo, publicaba en Barcelona la no menos extensa Los
bandidos de Río Frío. Obra costumbrista en la línea del Periquillo Sarniento, o
más bien de Astucia, fue calificada por su autor como un “intento de novela
naturalista”, y subtitulada “Novela naturalista, humorística, de costumbres, de crí-
menes y de horrores”. Semejante subtítulo trae a la memoria el género folleti-
nesco antes que cualquier otro y, de hecho, apenas hay unas pocas escenas den-
tro de la enorme extensión de la novela que puedan considerarse “naturalistas”,
del mismo modo que tampoco la concepción general de la obra tiene que ver
con el paradigma de la novela zoliana. Warner (1953: 87) duda incluso de que
Payno conociera éste, pero creo que no deja de ser significativo que el anciano
novelista intentase utilizar esta definición como reclamo para el público.
Será la etapa política del régimen porfiriano, y por ende la de mayor pre-
sencia cultural del positivismo, aquella en la que la escritura realista consoli-
dará definitivamente su papel preponderante dentro de la narrativa mexicana,
2. Para mayor información sobre Por donde se sube al cielo, véase el artículo de Clark de
Lara (1996).
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José Luis Martínez (1949: 39-40) cita La parcela entre otros títulos que
supondrán precedentes de la “novela de la Revolución mexicana”. Es difícil
compartir esta opinión en cuanto a la trama de esta obra, donde el estado
patriarcal de los grandes propietarios rurales de Citala, por más que sea el cau-
sante del conflicto, parece ser también la garantía de un armónico orden social
donde los peones viven en despreocupada sumisión. Es más, los elementos
perturbadores proceden más bien de la corrupta autoridad constituida, encar-
nada en personajes como el juez Enrique Camposorio. López Portillo denun-
cia también las leyes anticlericales de la Reforma, o la aplicación de la sinies-
tra “ley fuga”, que da un efectivo patetismo a la conclusión del capítulo XXI.
De todos modos, creo que no va desencaminada la vinculación “revolu-
cionaria” de La parcela en cuanto que López Portillo acierta en ella a tratar,
partiendo de lo que fue el costumbrismo rural de Inclán o de Cuéllar, la tierra
como principal motivo del enfrentamiento social en México, y no sólo por fac-
tores de productividad económica sino también de dependencia telúrica:
En hora buena que [sic] sean nuestras ciudades copia más o menos remo-
ta de las capitales europeas y norteamericanas [...]; nuestros campos, en cam-
bio, son la nación joven, que se va formando después de nuestras revueltas
políticas [...]. Sobre esa base firmísima, exuberante, de creencias y de fuerza, ha
de levantarse el edificio de nuestra grandeza futura [...].
En los momentos que corren, hay entre esas clases una gran pasión que
las domina y avasalla, y que así las lleva al trabajo, como las empuja a la lucha:
el amor al suelo, a la madre tierra (López Portillo y Rojas, 1961: 1-2).
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lista –Gabriel Araceli (Galdós) o Juanito Quiñones (Rabasa)– emplea sus dotes
naturales, y una cierta picaresca compatible con su fundamental honradez,
para ascender en la escala social y llegar a ser digno del amor de una mucha-
cha (Inés-Remedios), superando los obstáculos que suponen no sólo los ava-
tares sociales y políticos sino la propia oposición a estos amores de quienes
tienen autoridad sobre la joven.
La escritura aparentemente descuidada, irónica al modo del citado Galdós
o de Cervantes y que tiñe de humor la voz del narrador, es un elemento cons-
tante y acertado; tanto ello como ciertas digresiones, especialmente de tono
sentimental, quedan justificados por la autodiégesis: el narrador de los hechos
es, como en los Episodios galdosianos, el mismo protagonista. Y la ficcionali-
zación de la vida política nacional deviene en caricatura: caricatura de las
luchas por el poder local, dirimidas violentamente a través de “la bola” (es
decir, la revuelta popular) y luego sancionadas por el poder central; del ascen-
so mediante la intriga y, ya en la capital de la nación (escenario de El cuarto
poder y Moneda falsa), la prensa escrita, “cuarto poder” de gran fuerza, pero
ocultamente controlado por el Gobierno. El ascenso y caída de Juan Quiñones,
junto con el de su oponente el coronel Cabezudo (personaje grotesco, brutal,
autoritario y corrupto) es lo que sirve a los lectores como ejemplo.
Rabasa era un burgués liberal, educado en el positivismo. Aunque critica
el estado político existente, lo hace con zumba y, al fin y al cabo, achacando
a la masa inculta de la nación –ésta es la principal “tesis” de La bola– sus difi-
cultades para progresar, en cuanto que es capaz de encumbrar a un bárbaro
caudillo rural como Cabezudo. En La guerra de tres años (paródica alusión al
enfrentamiento armado entre liberales y conservadores anterior a la
Intervención), “Sancho Polo” vuelve a una localización similar a la de La bola
para tratar un tema que había quedado fuera de su ciclo anterior: el conflicto
religioso posterior al triunfo de la Reforma (y la política de “manga ancha”
ejercida en el Porfiriato a la hora de aplicar sus leyes en materia religiosa).
Clericales y liberales, con diferentes matices en sus actitudes, son igualmente
blanco de la ironía de esta obra que, con las anteriores, deja patente –como
ha señalado John S. Brushwood (1973: 235)– un tema fundamental: el gran
inconveniente que supuso para el liberalismo mexicano el abismo entre las
intenciones de la ley por ellos formulada y las costumbres y necesidades del
pueblo.
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no es esta vez un personaje positivo; antes bien, consciente del poder que le
confiere su atractivo, no duda en utilizarlo en provecho propio6.
Por último, dedicaré un mayor espacio a la personalidad de Heriberto
Frías. Este escritor se nos presenta, desde el punto de vista biográfico, como
la antítesis completa de los más destacados realistas mexicanos: la militancia
contra el porfirismo, la insignificancia social y los terribles sinsabores fueron
notas dominantes de la mayor parte de su vida. Nacido en Querétaro en 1870,
pasó en México por la Escuela Nacional Preparatoria y, posteriormente, el
Colegio Militar. No concluyó sus estudios en una ni en otro; se alistó en 1889
en el ejército y en 1892 participó en la expedición que aplastó a sangre y fuego
el levantamiento del pueblo de Tomochic, en Chihuahua. Su versión periodís-
tica de esta campaña acabaría por constituir su primera novela, Tomochic, que
provocó gran escándalo: se clausuró el diario que la había publicado, El
Demócrata, y a Frías se le formó un consejo de guerra que, de no haber sido
por una oportuna destrucción de pruebas comprometedoras, lo hubiera lleva-
do ante el pelotón de fusilamiento.
En cualquier caso, fue expulsado del ejército y tuvo que sobrevivir como
periodista, lo que, junto con su decidido apoyo a Francisco Madero, volvió a
acarrearle persecuciones en las postrimerías del Porfiriato. Se unió, por
supuesto, a la Revolución; cuando fue derribada la dictadura de Huerta y las
distintas facciones revolucionarias se enfrentaron entre sí, Frías se opuso a
Carranza, el “Primer Jefe”. Siguió a Villa y Zapata hasta ser capturado por los
carrancistas y condenado a muerte, pena que le fue finalmente conmutada.
Obregón, sucesor de Carranza, le nombró cónsul de México en Cádiz en 1920;
en 1923 regresó, enfermo, a su país, y murió dos años más tarde
Tomochic fue la obra que le lanzó a la fama, y probablemente la mejor
de cuantas novelas escribió. Tuvo ocasión de reelaborar en los años posterio-
res las escuetas notas de 1893, puliéndolas, ampliándolas, añadiendo capítu-
los enteros hasta su versión definitiva en 1911. No era sólo voluntad de artis-
ta o meticulosidad documental: ante la paulatina relajación de la censura del
gobierno, Frías se veía con mayor libertad para ir añadiendo a cada nueva edi-
ción episodios que la prudencia le había aconsejado ocultar, y alusiones cada
vez más abiertas a la corrupción de las fuerzas armadas y el régimen político
al que servían.
El relato de la campaña articula una novela bélica en la trayectoria de las
que se comenzaron a escribir en la segunda mitad del XIX. James W. Brown,
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SEGUNDA PARTE
LA EVOLUCIÓN NATURALISTA DE
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(ANÁLISIS DE TEXTOS)
6- APUNTES BIOBIBLIOGRÁFICOS
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juicios que de ella hicieron Julio Cejador (1973: 105, 163) en 1919 o Millard
Rosenberg en 1934.
En los años posteriores, la actitud es menos unánime. Tienden a ser las
nuevas generaciones de escritores quienes se muestran más alejados de la obra
de Gamboa: la encuesta que sobre el autor de Santa se efectuó en 1975 (hallán-
dose entre los encuestados autores como Agustín Yáñez, Juan José Arreola,
Rosario Castellanos, Vicente Leñero, Elena Garro o Carlos Fuentes), resulta bas-
tante desoladora, aunque más por el desconocimiento que por el abierto recha-
zo de su obra (Gamboa, 1977: 34-35n). Ya antes, en 1947, Mariano Azuela había
volcado sobre el novelista unos juicios demoledores en Cien años de novela
mexicana (Azuela, 1960-III: 567-668); tampoco puedo obviar el severo juicio que
merece Santa a Giuseppe Bellini (1972), quien la considera una obra promete-
dora en su inicio pero de una caída abrumadora en el kitsch y el mal gusto. Pero,
en general, la crítica especializada más importante no ha dejado de valorarlo
positivamente (por su propio mérito y en comparación con sus contemporáne-
os), e incluso ha quitado validez a muchas de las críticas hostiles: es el caso de
John S. Brushwood (1973) o Fernando Alegría (1966: 97-102), quien es el pri-
mero en hacer notar la deuda, sin duda vergonzante, de Azuela con Gamboa,
además de señalar cómo “no hay crítico de Gamboa que no empiece por reco-
nocerle ciertos méritos”3. En torno al año ochenta, y desde entonces, la crítica
parece haber haberse centrado principalmente en Santa, revalorizada desde
perspectivas más bien próximas a la sociocrítica o a las corrientes de interpreta-
ción feminista (remito a los trabajos de Elzbieta Sklodowska anotados en el apar-
tado “Bibliografía”), y abandonando en buena medida el tema de la vinculación
o no de Gamboa con el naturalismo. Puede considerarse como una especie de
culminación de esta "salida de los infiernos" del novelista mexicano la reciente
edición en Cátedra de Santa, a cargo del Javier Ordiz.
También significativamente revalorizados han sido los escritos memoria-
lísticos de Gamboa: Impresiones y recuerdos y Mi diario. Sobre todo el prime-
ro, como obra literariamente más cuidada, selectiva con la realidad y que
puede adscribirse al género modernista de la crónica, frente al ingente aluvión
de sucesos y personajes que llenan las páginas de Mi diario. Gamboa es el pri-
mer autor mexicano que escribe sus diarios contando ya con su publicación,
y por tanto el aspecto estilístico es en ellos inseparable del valor referencial
(histórico o confesional). Aun así, poco tiene que ver la retórica gamboana de
estos textos autobiográficos con la desarrollada en su producción novelística:
son muy dignos de atención en este sentido los artículos de Mª Guadalupe
García Barragán (1972) y Bart L. Lewis (1993).
3. Incluidos Azuela o, por poner otro ejemplo, Ralph E. Warner, cuyos criterios son discuti-
bles hasta el punto de abrir el capítulo que dedica al naturalismo afirmando que esta escue-
la “fue un gran error literario” (Warner, 1953: 105), o que Metamorfosis es la mejor novela
de Gamboa (espero en mi estudio poder convencer al lector de lo contrario).
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7- TRATAMIENTO DEL ESPACIO
EN LAS NOVELAS DE FEDERICO GAMBOA
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cretos de por allá, miro aquí retretes más o menos elegantes pero siempre helados y mudos,
y en lugar del olor de agua limpia y salud completa de mis paisanas me mareo con perfu-
mes falsificados y antihigiénicos” (Apariencias, 2ª pte., I, pp. 62-63).
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... el gigante se impone y nos inspira un terror pánico antes de penetrarle, antes
de acostumbrarnos a lo ruidoso de su voz, lo ciclópeo de su respiración, la mul-
tiplicidad de sus adornos, de sus edificios y de sus criaturas; a sus caprichos de
mayor de la familia, a sus prodigalidades de potentado, a sus pequeñeces de
mala crianza y a sus indecencias de viejo calavera (Apariencias, 2ª pte., I, p.
58).
Miraron la masa de edificios recién bañada por la lluvia, sus techos y cúpu-
las, que ahora lucían al sol con reverberaciones de plata bruñida o de espejo
monstruo que se hubiera roto en mil pedazos (Suprema ley, 2ª pte., I, p. 30).
Una hora de honda melancolía, silenciosa, siniestra casi; la dormida ciu-
dad envuelta en misterio y en tinieblas, agrandada y deforme; sin luz artificial,
que ya apagaron, y sin la luz del crepúsculo, que aún no se enciende. Una hora
en que las pisadas y las voces adquieren resonancias extrañas; las linternas de
los gendarmes, diabólicos parpadeos; los edificios, extraordinarios contornos, y
los jardines, profundidad ignota de abismos (Metamorfosis, 1ª pte., IV, pp. 512-
513)
Y la inmensa ciudad lasciva se regocija e ilumina porque una noche más
es dueña suya (Santa, 1ª pte, IV, p. 776).
La gran ciudad, pecadora y viciosa, ganándose con priesa [sic] grandísima
al huésped novel de ella enamorado; mostrándole hoy un defecto y mañana
una virtud, una belleza ahora, un lunar después, y hoy y mañana, después y
ahora, cautivándolo y cautivándolo (Reconquista, 1ª pte., I, p. 929)
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... atravesando el atrio y cruzando la nave principal del templo, hasta llegar
cerca del altar mayor, resplandeciente de elegancia y de riqueza; envueltos en
diáfanas nubes de perfumado incienso y escuchándose en el coro la majestuo-
sa voz del órgano que lanza al espacio mundos inagotables de místicas armo-
nías, lejanas, suaves en su principio, y agrandándose a cada instante [...] hasta
el momento en que el humo, el murmullo y las notas del órgano, apagándose
lentamente, suben confundidos, se pierden en las cornisas y molduras y queda
sordo e imponente el eco, despidiéndose con ecos de gigante y haciendo tem-
blar los vidrios de las ventanas superiores (¡Vendía cerillos!, IV, p. 1493).
... el órgano gemía o cantaba aleluya según el momento; salían sus notas pode-
rosas y graves, recorrían las cornisas, los frisos, las bóvedas; hacían temblar los
cristales y descendían lentamente hasta posarse sobre la cabeza de los fieles...
(Apariencias, 2ª pte., VIII, p. 110)
Arrodillóse en su medio escondrijo, aturdida de la emoción y del repique
de las campanillas [...]; anonadada, sobre todo, por el órgano que vertía y mul-
tiplicaba en la bóveda de la nave acentos de otros mundos, graves, tembloro-
sos, sostenidos, casi celestiales (Santa, 1ª pte., IV, p. 791)
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otra parte, algo que podemos percibir como característico de numerosas nove-
las del naturalismo, fiel trasunto de una realidad social regida por el poder
adquisitivo del individuo.
Un motivo espacial de frecuente aparición en las novelas de Federico
Gamboa es la ventana. Es decir, el elemento intermedio que comunica el
espacio interior, en que se suele desarrollar la acción, con el mundo exterior.
Podríamos pensar que es una nueva estrategia de montaje teatral: la percep-
ción auditiva cobra aquí gran importancia –como mostraré en ejemplos poste-
riores–, así como la luz que penetra en los espacios cerrados desde este foco
o, simplemente, el paisaje que puede verse desde la ventana sin necesidad de
aproximarse:
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sus juguetes y sus monólogos a voces [...], retratada en sus caritas una sana ale-
gría de vivir (Suprema ley, 3ª pte., I, p. 402)
... érale forzoso, para alcanzar el zaguán, pasar por frente a la ventana; y el cua-
dro que se ofreció a sus ojos lo dejó embebido.
Rodeaban sus chicos a una mesa con mantel puesto y lámpara en el cen-
tro; los pequeños acababan de beber su café [...]. Julito leía, y Carmen hacía
labor mirándolos de tiempo en tiempo, cuando no lo advertían ellos [...] Lo que
es los chiquitines, desprendíase a la legua que no recordaban a Ortegal. [...]
A pesar de vidrios y cortinas, no se le escapaban a Julio ni los menores
movimientos de aquellos seres; de los inocentes, que lo habían olvidado y atro-
naban el cuarto con sus gritos y con sus juegos, y de Julito y Carmen, que por
causa de él sufrían. Cogido a los barrotes de la ventana, los devoraba Ortegal
adorándolos a todos, en una crisis de arrepentimiento sincero, al estudiar su
propia obra. Tentábalo la idea de entrar, de entrar a decir [...] que no lo olvi-
daran, que él no había muerto... (íd., íd., VI, pp. 459-460)
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8- LOS PERSONAJES
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1. No sabría dónde incluir a Eulalio Viezca, protagonista de La llaga, hombre sin duda aún
joven, pero cuyos diez años de encierro han hecho madurar dolorosamente.
2. Para una síntesis de las características del género novelesco modernista, véase el capítu-
lo a cargo de Klaus Meyer-Minnemann “La novela modernista en Hispanoamérica” (Dill,
1994: 159-170).
3. Suprema ley, 1ª pte., II, p. 241.
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dades (2ª pte., IV, pp. 363-364) lo revelan como un personaje que no va a ser
más que una víctima de las circunstancias, puesto que carece de fuerza de
voluntad para oponerse a la primera gran pasión que encuentra en su vida.
Sus arranques de carácter serán producto tan sólo de los impulsos de esta
pasión: es Julio Ortegal quien propicia el acercamiento de Clotilde, quien
acaba por violarla cuando al fin –en un lugar tan inverosímil4 como el inte-
rior de un coche de punto (2ª pte., III)– se encuentra con ella en la intimidad.
Aunque es él quien abandona a su familia, no lo hace definitivamente hasta
que su mujer le expulsa, y por demorar el momento del reencuentro con los
suyos, necesitado del último cariño que ya le es posible, morirá antes de poder
llevarlo a cabo.
Los personajes femeninos experimentan las mismas pasiones que el hom-
bre –es más, es la mujer quien las provoca–, pero tienen aún menos control
sobre ellas y el narrador dedica no sólo menor espacio5 sino, especialmente,
mucho menor afán de profundidad a estudiar su comportamiento psicológico.
De todos modos, es la mujer la que en las novelas de Federico Gamboa es
seducida, pero nunca seduce; y la que es abandonada (salvo el caso de
Clotilde en Suprema ley), pero nunca abandona a su amante. Esta falta resul-
ta especialmente grave en Metamorfosis, novela cuyo mayor interés debiera
haber sido el del conflicto de la religiosa entre sus creencias y su pasión, pero
que se resuelve poco más que en una crisis nerviosa; aunque finalmente sea
sor Noeline la que se entrega al irresoluto Rafael Bello, esto sólo se logra gra-
cias a que él previamente la ha raptado del claustro... a lo que ella, lánguida-
mente, ha consentido. Añadiré que el súbito enamoramiento –obsesión repen-
tina más bien, producida tan sólo por una fugaz entrevista– entre los dos pro-
tagonistas de Metamorfosis supone un retroceso con respecto al aceptable tra-
tamiento que se daba a la evolución del sentimiento y el conflicto interior de
los de Apariencias, o del Julio Ortegal de Suprema ley.
La ineficacia de Gamboa cuando trata de conseguir personajes femeninos
acabados (que sabe compensar, por otra parte, dotando siempre a estas muje-
res de una intensa carga emotiva) está, probablemente, en la poca variedad
que puede aportar sobre los clisés de antigua tradición cultural: la mujer repre-
sentada como ángel o demonio, objeto de perdición o bien agente de salva-
ción para el sujeto masculino. La dicotomía está claramente representada en
Suprema ley, donde se oponen los modelos de mujer de Clotilde (sensual,
4. Al menos, así parece considerarlo Mariano Azuela (1960-III: 652), quien probablemente
olvida que ya en lugar tan sorprendente se había entregado Emma Bovary a León (Madame
Bovary, 3ªpte., I).
5. Con bastante frecuencia, alternan los episodios dedicados a uno y otro amante, en los que
se va apreciando la paralela evolución de los acontecimientos y de su personalidad.
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
–¿Tú?... ¿tú padre?... ¿marido tú?... Mentira, mentira, tú no eres nada nues-
tro, absolutamente nada, ni de ellos ni mío... A ellos los has engendrado por
equivocación, y a mí, a mí que me sacaste de mi casa niña y pura, que me juras-
te una porción de cosas, me has usado lo mismo que a un mueble, para arro-
jarme después a donde va lo inservible, lo que ya no nos gusta, a la desespe-
ración y al olvido... ¿Derechos? Ningunos tienes ni nadie en el mundo te los
reconocerá; con sólo que yo hable y cuente tu ingratitud y tu abandono, tú serí-
as el castigado (Suprema ley, 3ª pte., I, p. 397).
Preciso es aclarar, sin embargo, que incluso Carmen (carácter con dife-
rencia mucho mejor dibujado que el de su rival) necesita apoyarse en un hom-
bre para sobrevivir: don Eustaquio y su esposa la acogen con sus hijos; más
adelante, el mayor aprenderá un oficio. Su papel es exclusivamente el de
madre, único que según la visión de Gamboa supone la perfección de la
mujer7, y su plena competencia está en el hogar (“eres la única que manda
aquí”, le dice su marido en p. 288).
Mujer salvadora, y a un mismo tiempo sorprendentemente moderna (ya
que no activa dentro de la narración) en la obra de Gamboa es la Carolina de
Reconquista. Gracias a ella (y gracias a su hija Magdalena, monja), Salvador
Arteaga recuperará la fe, y con ello el sentido de su profesión y su existencia.
Aunque en esta novela (como en La llaga), la heroína ocupe un lugar mucho
menor que en otras anteriores, es notoria su diferencia con respecto a otros
6. La madre aparece en toda la obra de Gamboa como una figura idealizada, lejos de cuyo
amparo comienzan las desgracias de los personajes. En el prólogo a Mi diario, que el escri-
tor dirige a su hijo, hace hincapié en atribuir sus faltas de bondad personal a haber perdi-
do a su madre siendo muy niño, vacío insustituible para la formación de cualquier hombre.
Lo cual aportaría una prueba más del autobiografismo en los protagonistas gamboanos.
Por otra parte, que Clotilde y Santa, tras ser seducidas, pierdan el hijo que esperan, me
parece que no es casual como elemento determinante de su perdición moral. Es curioso que
tanto en Reconquista como en La llaga, las protagonistas (Carolina y Nieves) han debido
hacerse cargo del hogar tras ser éste abandonado por la madre, situación que subraya la
condición maternal de ambas antes incluso de haberla alcanzado físicamente.
7. Toda la obra está salpicada de referencias a Carmen como “santa”, “mártir”...
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
zas y salud poseía de sobra. ¿De qué trabajaría?... ¿De planchadora? ¿De lavan-
dera? ¿De criada?... No, de criada no, por ningún salario. De lo que se presen-
tara, en cualquier oficio... (íd., íd., IV, p. 790)
Si no me agrada [vivir como las prostitutas pobres], siempre habrá tiempo
de desandar lo andado y de volvernos atrás. Soy casi rica, Hipo, no se apure
usted, y en realizando este capricho, o regreso a una de las casas de lujo o me
pongo a vivir con usted, muy sosegada, para que usted alcance sus sueño y yo
me alivie (íd., 2ª pte., IV, p. 889).
Santa, del mismo modo que en la novela pasa de ser una muchacha
desamparada a una prostituta de lujo, y posteriormente una bestia enferma y
pasiva, es sucesivamente víctima, tirana y de nuevo víctima de la sociedad; de
una sociedad encarnada en los hombres como dominadores del cuerpo feme-
nino (en cuya morosa descripción se recrea el narrador) y que Santa, en su
época de triunfo en sociedad9, se complace en manejar a su antojo:
... ya vendría otro, y si ese otro no venía, ya volverían todos, ansiosos, supli-
cantes, a implorar, no que los amase, sino que se dejara amar de ellos, humil-
des, pacientes, ridículos; con los mismos ademanes, las mismas ofertas, los mis-
mos estremecimientos y las mismas tonterías... ¿Los hombres?... ¡bah! Y se reía
del sexo entero, compadecíase de los que se denominaban “los fuertes”; recor-
daba esta actitud y aquella cara y, sin poder remediarlo reía, reía, rió más alto...
(Santa, 2ª pte., IV, p. 880)
9. Durante la que, sin embargo, tiene lugar su encuentro con sus hermanos, que la despre-
cian, y su expulsión de la catedral (1ª pte., IV): ni en el mayor apogeo de la hetaira nos deja
de recordar el narrador que ésta es irremediablemente desgraciada.
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
10. Dejando aparte, en Apariencias, el de don Luis Verde: el cónyuge traicionado tiene que
ser un personaje de cuidadosa caracterización en todo caso de adulterio que se precie.
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
viciosos, viven más acordes con su forma de pensar y piden poco a su exis-
tencia. En todas las novelas de protagonista masculino tenemos presente,
durante más o menos espacio, a un personaje secundario con esta función,
aunque los más importantes sean tal vez el “parásito” Chinto en Metamorfosis
y Covarrubias, el novelista compañero de Salvador, en Reconquista. En Santa,
el amigo y consejero de la joven, y su salvador en la hora final, es Hipólito,
sin duda el más importante de sus personajes masculinos.
La masa anónima, la comunidad en cuanto que personaje colectivo, tiene
también una notable importancia en las novelas de Federico Gamboa. Remito
al capítulo anterior, sobre la ambientación espacial, a propósito del tratamien-
to que da Gamboa a estos grandes grupos humanos radicados en la ciudad, a
los que creo haber prestado ya la debida atención.
8.3- Caracterización.
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11. A quien no debemos confundir con el “autor explícito”, por cierto. En el capítulo sexto
ya hicimos alusión a las divergencias de estilo entre el Gamboa novelista y el Gamboa
memorialista.
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9- LA ACCIÓN NARRATIVA
1. Una excepción sería la de la última novela de Gamboa, El evangelista, que pese a su corta
extensión abarca la casi totalidad de la vida del protagonista, desde su juventud a su ancianidad.
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
2. O algún otro caso de menor importancia dentro de la novela como, en Metamorfosis (2ª
pte., IV, p. 590) en que sor Noeline recuerda su adolescencia y cómo preguntó a su her-
mano qué haría si ella “parara en monja”: “De improviso, Noeline experimentó un rápido
escalofrío en las espaldas, [...] y volviéndose a Gastón [...] le dijo aproximando la boca a su
oído:
–No, monja no; dime que no me dejarías ser monja, dímelo...”
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En una de estas ocasiones en que todo podían imaginarse menos ser sor-
prendidos, acaeció la catástrofe (Apariencias, 3ª pte., V, p. 215).
Ello fue que un domingo en que no era fácil prever que la corrida se inte-
rrumpiría a su mitad con alboroto grandísimo [...], un domingo traicionero,
Santa traicionó a “El Jarameño” entregándose cínicamente a Ripoll (Santa, 2ª
pte., I, p. 838).
Antes bien, la técnica habitual en Gamboa es más sutil, más llena de alu-
siones que, fuera del ámbito de la ficción literaria, podrían ser consideradas
como meramente casuales y que no anuncian hechos inmediatos: la lectura de
Kempis que hace sor Noeline parece anunciar, negativamente, la traición que
la religiosa hará de sus votos:
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
3. Es curioso cómo Gamboa pierde en este capítulo, además, la oportunidad de dar su visión
sobre un espectáculo tan popular en su país como es el de una corrida de toros, que tantas
posibilidades descriptivas y simbólicas ofrece. Todo el tiempo que ésta dura, transcurre en
la alcoba de Santa.
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Los otros dos episodios a los que me refería tienen lugar en el segundo
capítulo de la segunda parte y en el último de la novela. En el primero de
ambos, la escena del homicidio en el burdel de Elvira (pp. 857-858), en la que
el narrador se demora en describir con detalle las reacciones de todos los per-
sonajes presentes4 (el asesino, la víctima, los espectadores). El segundo, duran-
te la operación que acaba con la muerte de Santa, a la que asiste el ciego
Hipólito sin percibir más que los ruidos del instrumental, las voces de los
médicos y, especialmente, “el sonoro y pausado tic, tac” de un péndulo cuya
reiteración a lo largo de la escena dilata aún más su duración, desde el punto
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10- TÉCNICA Y ESTILO
EN LA NARRATIVA DE FEDERICO GAMBOA.
10.1- El narrador.
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1. “Lo concebí con calma, lo he criado con todo el esmero de que me creo capaz, lo doy a
luz sin dolores, con temor y con esperanza” (Del natural, p. 1364).
2. Un personaje difunto puede, sin embargo, narrar una historia: es el caso de Pedro
Páramo, o del personaje interpretado por William Holden en Sunset Boulevard. Si atribui-
mos a estos caracteres una superación de las leyes físicas a las que, como vivos, estaban
sujetos (en ello se han basado a través de la historia de la humanidad gran parte de las cre-
encias sobrenaturales y de la literatura maravillosa o fantástica), es muy comprensible la
riqueza de perspectivas, la omnisciencia que puede alcanzar el narrador pese a ser, tam-
bién, personaje (homodiégesis).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
3. En ocasiones, podemos comprobar el empleo de la primera persona del plural para for-
mular enunciados, sentencias de alcance universal. Una marca más de la proximidad afecti-
va del narrador con los hechos narrados, y a la vez algún indicio más sobre la identidad del
autor implícito, que se incluye no sólo en el género humano sino en el conjunto social bur-
gués (como indica el primero de los siguientes ejemplos) y en el sexo masculino (en los dos
siguientes). Las cursivas son mías:
“... y Pedro pensó en lo horripilante de las apariencias [...]; pensó en todas las pasiones bue-
nas y malas que encerramos debajo del frac y debajo de las flores que guarnecen los cor-
piños femeniles”... (Apariencias, 2ª pte., XVI, p. 168)
“¿Cómo impedirlo, si es él [el corazón] quien ordena dentro de nosotros según le place [...]?
(Suprema ley, 2ª pte., III, p. 343)
“... como la imagen perfecta de la mujer, que no se entrega nunca del todo, aunque nos
hechice con sus caricias; que conserva siempre ‘algo’ [...] que nos escapa, ese algo inasible
que perseguimos desde la primera mujer y que de balde perseguiremos” (íd., 3ª pte., III, pp.
419-420).
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Y es fama, que al día siguiente, en su misa, fray Paulino tenía una corona
de luz en su vieja cabeza blanca de sacerdote inmaculado (Metamorfosis, 3ª
pte., II, p. 648)
Se cuenta que aquella noche no durmió en la casita ninguno de sus habi-
tantes (Santa, 1ª pte., II, p. 751).
... no está averiguado si la lágrima que se enjugó con el dorso de una mano,
habíala engendrado el agradecimiento de Santa o el humo del de Monzón que
trataba de penetrar en sus horribles ojos blanquizcos (íd., íd., III, p. 756).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
4. Que la mayor parte de los ejemplos correspondan a Santa podría avalar la consideración
de esta novela como parodia del género hagiográfico, tema al que volveré al final del apar-
tado 12.2.
5. Lo cual contrasta enormemente (y confirma el distanciamiento autor real-autor implícito-
narrador) con lo que sabemos de la biografía de Federico Gamboa: José Emilio Pacheco cita
testimonios de “las otras virtudes que se reconocieron unánimemente en Gamboa: su insó-
lita capacidad de conversador, la inteligencia, el brillo, la ironía de su charla...” (Gamboa,
1977: 34).
113
Comenzó el parloteo de Nona, la historia de su enfermedad, contada por
ella misma: que primero, la molestaba tragar saliva, que después sintió alfileres
en la garganta, y que con escalofrío y dolor de huesos la acostaron; que el
médico la reconoció abriéndole la boca, en la que le metió una cuchara gran-
de que le oprimía la lengua ¡ah! y que le metió debajo de un brazo, uno como
canutero de vidrio con muchos numeritos (Metamorfosis, 1ª pte., V, p. 521)6.
6. Esta constante usurpación de la voz de los personajes por parte del narrador lleva a
Gamboa a cometer alguna incoherencia gramatical. Por ejemplo, en Metamorfosis (3ª pte.,
IV, p. 681) vemos esta extraña fusión de la voz del narrador y la del personaje cuyo discur-
so reproducía en estilo indirecto: “–¿Le perdonaba? [...] ¡Si supiera usted lo que la quiero!”
7. Desde sus comienzos como escritor, Gamboa descuidó este importante aspecto de carac-
terización. Resulta en verdad sorprendente oír a un pillo de la capital expresándose en estos
términos: “Nos está prohibido por conveniencia propia, encolerizarnos, ofendernos, entris-
tecernos y alegrarnos; nos está prohibido sentir, y si por excepción nos conceden senti-
mientos, no nos conceden el derecho de expresarlos, porque molestaríamos y nos enviarí-
an a nuestro médico ordinario, el gendarme, que ya has visto que con su sola presencia
opera prodigios. Recuerda que desde el día que te adopté, te lo he mostrado como a nues-
tro enemigo natural”... (¡Vendía cerillos!, V, p. 1500).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
Santa ni qué tales!” (p. 895)8. En este punto, se aparta Gamboa de la común
práctica naturalista que había contribuido no poco a la polémica en el momen-
to de su aparición9.
Otro caso de pudibundia que debemos unir al del vocabulario es el de
ciertas escenas escabrosas que prefiere eludir, renunciando a la omnisciencia
del narrador y cambiando la focalización del relato a una perspectiva exterior,
de espectador teatral a quien se vela el desenlace de la relación amorosa. Sin
embargo, esto no será una constante: de Del natural a Santa, irá afrontando
cada vez de manera más audaz pasajes que comúnmente se aceptaban como
de mal gusto –de hecho, no es siempre fácil saber tratarlos– y, en el caso con-
creto de las escenas eróticas, Santa –y más aún Metamorfosis– alcanzan en
ciertos pasajes altos niveles de sensualidad, especialmente en la descripción
erotizada del cuerpo femenino, con mucho de “delectación morosa”. No hay
más que comparar los siguientes ejemplos para percibir la evolución. Todos
ellos están situados como remate de un capítulo; y el de Metamorfosis, de toda
la novela, lo cual hace que éste último no tenga el cierto carácter de “transi-
ción” que tienen los otros, sino de clímax definitivo, que por tanto exige una
mayor demora en el tratamiento de la escena :
8. Salvo los dos primeros ejemplos, de Suprema ley, los restantes corresponden a Santa. En
esta novela, una palabra –“puta”– cobra un latente protagonismo, sin llegar a ser nunca men-
cionada: es el “calificativo”, el “vocablo” (p. 726) denigrante:
“... la palabra horrenda, el estigma, la deletreó en la ventanilla de la calandria, hacia fuera,
como si escupiese algo que le hiciera daño” (1ª pte., III, p. 774)
“La palabra horrible, la afrenta, revoloteaba por los aires” [...] “la maldición, las cuatro letras
implacables” (2ª pte., III, p. 878)
Señalaré también que en el capítulo III de la segunda parte se pone en boca del “Jarameño”
un “¡hostia!”, reniego típicamente español y de indudable exotismo para oídos mexicanos.
9. Francisco Caudet cita las siguientes palabras de Zola acerca de las críticas con que fue
recibida L’Assommoir: “La Taberna es con toda seguridad mi libro más casto [...] Mi crimen
ha consistido en haber tenido la osadía literaria de recoger y verter en un molde muy ela-
borado la lengua del pueblo. ¡La forma, en ella radica el gran crimen!” (Zola, 1986: 44).
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
10. Obras dramáticas de Gamboa como La venganza de la gleba muestran que, también en
los diálogos teatrales, el autor tendía a una verbosidad excesiva (a la que no escapaba, por
otra parte, mucho del teatro de la época).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
11. Obsérvense, como comenté al terminar el capítulo octavo, los vulgarismos en el habla
de Esteban, propios de un campesino... pero cuya hermana, Santa, no emplea en la nove-
la.
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
sido comentado que ésta pocas veces se distingue por rasgos dialectales –y
menos aún idiolectales–; los mexicanismos en Gamboa son puramente léxicos,
es decir, la mayoría de las veces son palabras sin traducción posible al caste-
llano académico, estándar, que emplea el novelista en su escritura. Sin embar-
go, entran en ella gran número de cultismos y arcaísmos, sobre todo, delibe-
radamente empleados por Gamboa como peculiaridad artística de su prosa.
Ésta es también variada en el plano de la imagen: del símil, de la metá-
fora, mínima y sencilla unas veces, y otras ampliamente desarrollada, aluci-
nante hasta lo onírico. Un sólo elemento real puede evocar una sucesión de
imágenes con claras resonancias –a las que contribuye el empleo de ciertos
arcaísmos lingüísticos– del Barroco español:
... el cuerpo que fue nicho de caricias, relicario de besos, búcaro de perfumes,
urna de tentaciones y vaso bellísimo de deleite (Santa, 2ª pte., III, p. 870)
[Burdel] nido de víboras, trono del hampa, albergue de delincuentes, fábri-
ca de dolencias y alcázar de la patulea (íd., íd., IV, p. 892)
–Si parece que me empujan y me obligan a hacer todo lo que hago, como
si yo fuera una piedra y alguien más fuerte que yo me hubiera lanzado con el
pie desde lo alto de una barranca ¡ni quien me detenga! aquí reboto, allá me
parto, y sólo Dios sabe cómo llegaré al fondo del precipicio, si es que llego...
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
Igual a esos días que amanecen sin nubes, con luz poderosa y celeste que
hasta el espíritu alegra; con sol que ilumina y hermosea campos, casas y calles,
y del más vil guijarro hace un diamante, que en las charcas impuras derrama
oro, y en la piedra y el hierro, en lo insensible, parece que infundiera ánimo,
que purifica y limpia, tornando, en blanco lo negro, lo viejo en joven, lo enfer-
mo en sano, que engalana las campanas llenas de herrumbre de los templos
centenarios y las fachadas leprosas de las casas vetustas; que a los miserables,
a los que tienen frío, a las flores de los jardines públicos y a los niños desnu-
dos de los arrabales pobres, caliéntalos amorosamente y les permite olvidar y
reír, igual fueron los albores de la mancebía de Santa y Rubio; un mes escaso;
un mes en que gustó de la doble bendición de reír y de olvidar (Santa, 2ª pte.,
III, pp. 875-876).
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
iría incrementando hasta la pesantez con los años, buscó un camino propio
–tal vez menos afortunado por cuanto tuvo de ambicioso– para hallar la len-
gua literaria que sirviera a su concepción del arte. No obstante, la “escritura
sencilla” de Del natural o de El evangelista (la última, breve y tardía novela de
Gamboa) no fue simplemente una escuela de aprendizaje juvenil, y de refugio
tras el declive literario y vital, sino una práctica constante en la que se fuera
ejercitando a través de los años en las páginas de Mi diario. Este doble regis-
tro, en mi opinión, prueba que la peculiar prosa narrativa de Gamboa era un
intento lúcido y consciente de lograr un estilo personal.
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11-REGISTROS E INFLUENCIAS
1. Aunque no faltaran, por supuesto, las polémicas entre distintas escuelas. Por ceñirnos al
caso de México, cito la “despiadada campaña”, en palabras de Gamboa, que llevaron a cabo
los modernistas contra Ángel de Campo (Monterde, 1965: 330).
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
Si por desgracia algún curioso de esos que tanto abundan, llega a pre-
guntarle [al libro] cuál es su escuela, a él lo parte y a mí me divide; que en esto
de escuelas, confieso por lo bajo, nunca pisó ninguna. La que más me seduce
es la realista, por aquello de que al fin y al cabo algo se pesca; ya que en cues-
tión de reales, tanto el padre como el hijo hemos vivido siempre en fanática
ignorancia y riguroso alejamiento.
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
2. “Un romancier n’est, au fond, qu’un historien des gens qui n’ont pas d’histoire” (Suprema
ley, p. 225). La entrevista con Goncourt tuvo lugar el 8 de octubre de 1893.
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
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... indios puros, de camisa y calzón blanco, desparramaban agua y alegría [...]
y en cuanto llenaban la pipa, retirábanse a horcajadas en ella, gritándose gro-
serías y chistes, en envidiable y animal inconsciencia de seres primitivos
(Suprema ley, 2ª pte., III, pp. 336-337)
Había, además, un grupo de indios [...] que estúpida y mansamente bebí-
an [...] mientras se decían sus cuitas en su idioma degenerado, que hablaban
muy por lo bajo, como para que no se los comprendieran, no obstante que es
incomprensible de suyo (Metamorfosis, 3ª pte., III, p. 668)
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
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MANUEL PRENDES GUARDIOLA
mismo modo que lo aceptaba la poderosa burguesía del Porfiriato, que la civi-
lización se regía por un inevitable esquema natural de selección y supervi-
vencia de los miembros más aptos.
Los individuos anormales o tarados, que sirven para presentar la novela
como una suerte de “historia clínica”, no tienen protagonismo en las obras de
Gamboa; con la excepción en La llaga de Eulalio Viezca, cuya turbia psicolo-
gía llevará al asesinato de su esposa (1ª pte., IV). El narrador sugiere como una
causa la herencia del padre alcohólico, que vence sobre la benéfica influencia
materna; sin embargo, los sucesos previos dan a entender más bien como ori-
gen del desquiciamiento la indiferencia y frigidez de Adela hacia su marido.
Dejo para el próximo capítulo las consideraciones de Gamboa a propósi-
to de la visión de la mujer, muy en la línea de la “sexualidad catastrófica” habi-
tual en la novela naturalista y abundante en valoraciones sobre su propensión
a la neurosis, que la lleva de caer en estados de ansiedad sexual a atravesar
etapas de misticismo religioso.
Gamboa recurrió para la elaboración de sus novelas a la observación
directa, y también a la documentación. Así como la génesis de las novelas de
Zola puede seguirse por medio de la laboriosa redacción de sus ébauches, el
proceso creador del Gamboa novelista puede reconstruirse no sólo a través de
sus escritos autobiográficos, sino de los siete volúmenes de fichas que dejó
sobre sus libros, y que aún siguen inéditos (Moore, 1940: 275). Un último des-
tello, y sin embargo de los mejores, de su escritura naturalista fue la primera
parte de La llaga, que transcurre en el penal: sabemos que Gamboa visitó per-
sonalmente el castillo de San Juan de Ulúa, que tomó no solamente notas, sino
fotografías de la vida de los presos. El resultado no puede ser más completo,
con puntos culminantes como el parto de una rata contemplado por los pre-
sos (capítulo II), o el violento motín (VI) provocado por el efecto de la
marihuana sobre algunos de ellos, y en el que se suceden hechos de gran vio-
lencia, entre ellos la violación de uno de los presos por dos compañeros9.
Seguramente la fama de escritor naturalista que alcanzó Gamboa se debió,
antes incluso que al atrevimiento de ciertas escenas, o a la crítica social implí-
cita en la apropiación de realidades sórdidas y corruptas (hospitales, prisiones,
prostíbulos...), a la propia entidad de los temas de las respectivas novelas. A
dos obras iniciales con sendos casos distintos de adulterio (con episodio his-
tórico-bélico añadido la primera) sigue una novela sobre el conflicto interior
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
de una religiosa entre sus creencias y sus “instintos naturales”. Y a ésta, una
novela “de prostituta”... a la que sigue luego otra que, aunque se aparta aún
más notoriamente del canon de la novela experimental, no deja por ello de
tener claras concomitancias, como se ha señalado (Niess, 1945), con L’Œuvre
de Émile Zola, publicada en 1886. Todo ello en una época en que el natura-
lismo era ya una escuela que no aportaba novedad alguna, en un momento
–el “fin de siglo”– de profunda renovación de las letras hispánicas y universa-
les; una escuela que, aunque no había dado en México grandes obras, sí que
había sido conocida por el público lector.
Se ha opinado que el conjunto de la obra de Gamboa no es sino una tri-
vialización del naturalismo. Esto es, se limitaba a tomar de éste una serie de
elementos externos, aparentes y superficiales como eran los temáticos, siste-
máticamente ordenados como he expuesto anteriormente, pero que no res-
pondían a una concepción auténticamente naturalista de la novela ni a la lite-
ratura de su momento10. Aunque coincido en la flojedad de las bases natura-
listas de Gamboa, quisiera hacer una serie de salvedades a esta crítica. Primera,
el bien sabido desfase temporal, ya expuesto en el tercer capítulo de este tra-
bajo, entre la novela naturalista europea (modelo original) y la hispanoameri-
cana (más tardía). Segunda, la importancia que para toda la promoción de
escritores del Porfiriato tuvo el magisterio estético de Ignacio Manuel
Altamirano (véase el capítulo quinto), y el consiguiente afán de dotar a México
de una literatura nacional con un claro referente en la realidad contemporánea
mexicana; Gamboa, menos ambicioso que López Portillo y Rojas, no declaró
nunca estar construyendo a su manera la novela naturalista mexicana, pero for-
zosamente era consciente de que sus novelas llenaban ese vacío existente en
las letras de su país. Y, en tercer lugar, el éxito de ventas que alcanzó Santa,
amén de su innegable sentimentalismo que tanto la aparta del modelo de
Nana, bien pudo contribuir, como hoy mismo ocurre con tantos otros escrito-
res de éxito, a que sus novelas sean despreciadas como simples “artículos de
consumo” temporal, antes que valoradas en su dimensión artística. Sin embar-
go, el escritor profesional es un innegable producto de la época del realismo;
el periodismo y la narración surgieron como artículos de consumo antes de la
más aristocrática actitud del modernismo, y los libros de Gamboa, con todas
sus irregularidades, suponen una particular adaptación –crítica y estilística– a
la realidad mexicana de los presupuestos del roman expérimental.
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
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11. “... eran más dichosos que todos los potentados de la tierra; no envidiaban ni a los san-
tos del cielo; se querían y se abandonaban a su cariño, con el soberano y dulcísimo cariño
de los grandes amores” (Suprema ley, 2ª pte., IV, p. 361).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
12. Alonso cita a Santa como “novela modernista”, mientras que Henríquez Ureña, enume-
rando a los autores realistas mexicanos, dice que en Gamboa “hay alguna influencia del
gusto modernista”.
13. Para la en un principio sorprendente relación de Sierra, uno de los “maestros” del posi-
tivismo mexicano, con el modernismo, véase el artículo de Viñuales (1996).
14. “... después de los estudios de la facultad, y aun de los del bachillerato, pocos jóvenes
conservan y practican sus creencias religiosas, generalmente débiles, que sucumben bajo los
golpes asestados por los profesores y los libros de texto positivistas. En el hogar mexicano
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novelas, demasiado entusiasta. Así como don Luis Verde, liberal y agnóstico,
es presentado en Apariencias como un hombre honesto e íntegro, los perso-
najes influidos por el positivismo no tendrán un tratamiento tan benévolo en
las sucesivas novelas de Gamboa. En el primer capítulo de Suprema ley se nos
presenta de la siguiente manera al grupo de empleados del juzgado:
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... pelearían Carmen y él [el médico]; Carmen con su inmenso amor, él con su
ciencia.
-Que no crea usted, agregó con profunda convicción [...], no vale gran cosa; lo
que vale es una madre como usted... (Suprema ley, 2ª pte., V, p. 383)
... todas las ideas hechas y baratas –¡sobre que la instrucción oficial y laica es
gratuita!– de las escuelas superiores a que concurría, ideas demoledoras e ico-
noclastas ¡no una sola creadora!..., fueron incrustándosele y modificando su
manera de ver y de pensar. [...] ¡Aquellos catedráticos, más que depositarios de
la Buena Nueva, simulaban albañiles ignaros [...]! ¡Cómo golpeaban, Señor Dios,
con qué furia de irresponsables atacados de la manía de la destrucción, demo-
lían, demolían a tontas y a locas, sin levantar nada serio en el lugar de las rui-
nas, sin preocuparse de los escombros que sin concierto amontonaban donde-
quiera, ni de las ilusiones, esperanzas y candores que hacían añicos, menos
porque de veras creyeran en las atrocidades que aventaban a todos los rumbos
sin curarse de resultados ni de ofrecer nada en cambio, que por no perder los
codiciados y flacos sueldos de las cátedras! Nunca les oyó Salvador decir:
“Creed en esto, que es mejor que estotro, por esta o aquella razón...” ¡No!, decí-
an sólo: “¡No creáis en nada!...” [...] Uno, dos, veinte cuando mucho serían los
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honrados, los convencidos y los sabios que de buena fe suponían realizar obra
buena; el resto, la gran masa de preceptores de niños y jóvenes [...] enlodaban
y aniquilaban las almas infantiles y las juveniles conciencias confiadas a su
guarda (Reconquista, 1ª pte., I, p. 930).
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15. El empleo que voy a hacer de las tres nociones antedichas parte de la definición que
sintéticamente exponen José Olivio Jiménez (1998: 35-38) y Carlos Javier Morales en la intro-
ducción a su antología La prosa modernista hispanoamericana: el símbolo será una “aso-
ciación inconsciente entre un objeto o concepto real y otro objeto imaginario, sin que medie
entre ellos ninguna semejanza natural que sea perceptible por la razón” (identidad emoti-
va). El impresionismo consiste en “el retrato marcadamente subjetivo del paisaje o entorno
exterior, de manera que la creatividad del poeta selecciona sólo aquellos elementos que más
convienen a su emoción y los describe no como son en realidad, sino según las sensacio-
nes que en su conciencia subjetiva producen tales referentes externos”. Por último, el expre-
sionismo lo consideraremos como “toda representación de la emoción del poeta o escritor
que se materializa en imágenes, pero ya no sugeridas por un marco exterior [...] sino ema-
nadas directamente desde su capacidad imaginativa y personal creatividad”. Tanto expre-
sionismo como impresionismo son, pues, distintas manifestaciones simbólicas, basadas de
manera diferente en la percepción subjetiva del autor.
16. Podemos considerar “impresionistas” imágenes sinestésicas como las siguientes: “escena
negra” (Uno de tantos, p. 1458), “el poema negro de la mujer caída” (Apariencias, p. 185),
“lascivia multicolor” (Metamorfosis, p. 515), “ideas negras” (íd., p. 708), “Experimentó con-
moción tal, que el mismo cuarto en tinieblas lo vio alumbrado con muchedumbre de chis-
pas diminutas, bailando delante de sus ojos, cual si de repente se hubiesen puesto a agitar
teas encendidas” (La llaga, p. 1354).
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... el adulterio que tanto le espantaba de lejos le había pasado cerca, le había
rozado la frente con su ala de murciélago (Apariencias, 2ª pte., XVI, p. 167)
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Y este único pensamiento [...] iba y venía de una habitación a otra, expul-
sado de aquí y expulsado de allá, en siniestra ronda invisible de murciélago,
que en las tinieblas vuela a sus anchas (Metamorfosis, 3ª pte., V, p. 708)
Tan rudo fue el golpe, que ambos se estremecieron. Eulalio volvió a vivir
su crimen, y Nieves sintió como si la rozaran las alas de un murciélago... (La
llaga, 2ª pte., V, p. 1355)
... un amor que la absorbía, que la quemaba, que la hacía reconocer en Alberto
al Mesías de su corazón [...]. No parecía sino que ella hubiera estado esperán-
dolo, por lo que, al acercársele él, al decirla “ven”, Clotilde lo siguió sin vaci-
lar y sin pudores, como quien sigue su destino (Suprema ley, 1ª pte., II, p. 245)
... hasta alcanzarle la boca y posar en ella una ofrenda más que un beso (íd.,
3ª pte., II, p. 415)
Era Clotilde, sí, en deshonesto traje de nubes y lascivas posturas, que le
brindaba refinamientos y deleites [...]. Era ella, sí, la omnipotente carne, el
prohibido fruto, la mujer que nos hizo gustar el pecado y nos marca con estig-
ma de esclavitud perpetua, la que nos arrastra a donde le place, la fuerza demo-
níaca del amor (íd., íd., VI, pp. 453-454)
... al sentir el contacto de su propia carne, al palpar su desnudez, se estreme-
ció lo mismo que si hubiese tocado una víbora o visto la entrada del Averno
(Metamorfosis, 2ª pte., V, p. 619)
... eran la eterna pareja que entonaba el sacrosanto y eterno dúo, eran el amor
y la belleza. ¡Oficiaban!...
Doña Nicasia se apartó respetuosa, cabizbaja, grave, como se aparta uno
siempre de los lugares en que se celebran los misterios del nacimiento, del
amor y de la muerte, ¡los misterios augustos! (Santa, 2ª pte., I, p. 828)
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12- TEMAS Y VALORES FUNDAMENTALES
EN LA OBRA DE GAMBOA
1. Al concluir la segunda parte de Suprema ley, casi a modo de “coro”, comentan la situa-
ción de Ortegal el doctor Gomar y don Eustaquio. Dice éste: “¿podríamos garantizar que en
igualdad de circunstancias no habríamos o no habremos ejecutado otro tanto?” (2ª pte., V,
p. 390).
2. Y traigo a colación aquí, por ejemplo, el episodio que tiene lugar en el penúltimo capí-
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tulo de Santa, en que la prostituta vive sus últimos momentos de dicha cuando mantiene
una fugaz relación con un joven de dieciséis años.
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Aparte del determinismo de origen sexual, hay otras dos nociones ínti-
mamente relacionadas que se deben añadir en la visión del amor por parte de
Federico Gamboa. La primera de ellas es la venida indefectible de la desilu-
sión o del hastío después de la experiencia amorosa. Un caso emblemático es
la institución del matrimonio: ni Julio Ortegal, ni Rafael Bello, ni Eulalio Viezca
hallan la felicidad con sus esposas (no cuento el matrimonio de Apariencias,
de don Luis y Elena, por ser un matrimonio de conveniencia, en el que desde
un principio no hay mutua atracción). Los dos intentos de Santa de llevar una
vida estable al lado de un hombre acaban en rotundo fracaso, con infidelida-
des además por parte de ella. Las relaciones de Pedro con Elena (Apariencias),
Julio con Clotilde (Suprema ley), Rafael con Amparo (Metamorfosis) acaban
extinguiéndose por la desconfianza, por el arrepentimiento o por el hastío de
al menos uno de los dos miembros de la pareja.
... es que los sexos se odian, cada día me convenzo más, se odian hasta obte-
ner la destrucción por el acercamiento. Las caricias, mientras más apasionadas
son, más sedimento de odio levan consigo; un odio latente que descubrimos al
sol, en las lágrimas que derramamos y hacemos derramar, en el afán morboso
por conocernos nuestros defectos y arrojárnoslos a la cara, y en la existencia
de los celos... (Suprema ley, 3ª pte., VI, p. 456)
Quizá la faena los enardecía a ellos y a ellas, pues ellos manoseaban de
súbito, como por efecto de picadura de ponzoñoso animal, y ellas aguantaban
el manoseo, aunque las [sic] hiciera daño, sin chistar ni quejarse, imitando ins-
tintivamente lo que presencian a diario; que la hembra es nacida para que el
macho, antes de hacerla gozar, la lastime a su antojo (Metamorfosis, 2ª pte., III,
p. 565).
... Santa y su parroquiano despertaron [...] Y frente a la tremenda perspectiva
de pasar juntos tantas horas, sin una miaja de estimación o de amor que la
hiciese caminar de prisa, no escondieron su fastidio, antes mostráronlo a las cla-
ras [...]. Hablábanse poco, sólo lo indispensable para zaherirse con pullas o
embozadas injurias, como si después de una noche de compradas caricias
hubiesen recordado de súbito que, exceptuando la lujuria apaciguada de él, no
existía entre ellos más que el eterno odio que, en el fondo, separa a los sexos
(Santa, 1ª pte., III, p. 767).
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Buscaba a los hombres, al Hombre para dañarlo, para herirlo, para mar-
carlo e infamarlo con sus uñas pulidas y tersas de cortesana, saciando en el que
más cerca le quedase al alcance de su cuerpo prostituido, el alevoso golpe que
le asestara aquel que le quedaba lejos, en sus borrosos recuerdos de virgen vio-
lada. Era su furia, cual secreto sedimento de dolor vengativo que arrolla ciega-
mente, que desgarra cruelmente, que destruye implacablemente por desquitar
añejos rencores medio muertos que de improviso resucitaban y de improviso
recaen en su letargia (íd., íd., IV, p. 780).
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LA NOVELA NATURALISTA DE FEDERICO GAMBOA
Sentía hacia ella [Nona, la hija de Rafael Bello] hondas ternuras casi mater-
nales; cuestión de su sexo, nacido más para la maternidad fisiológica que reli-
giosa, para la maternidad que hiere y premia, la que se compra a costa de gran-
des dolores y trae, en cambio, dichas más elevadas que la oración y que el
ayuno. Apenas si se daba cuenta de su afecto, apenas si sospechaba su causa
originaria; diríase, al verla, que era una mamá ignorante y púdica, ajena a las
manifestaciones ruidosas: los grandes besos y los estrechos abrazos que sólo
una madre de veras sabe dar (Metamorfosis, 1ª pte., I, p. 470)4
... una explosión muda de blancuras y de curvas, una materialización de la
omnipotente carne femenina, de la suprema creación, de la obra maestra de la
naturalea que realiza las dos misiones más sublimes: la de Amante y la de
Madre (íd., 2ª pte., V, p. 619).
Ella [la mujer], al darse, persigue y cumple su misión esencial de materni-
dad, de ser que lleva en sus entrañas los gérmenes de un mundo, sus hijos y
los hijos de sus hijos, por siglos, por milenios... ¡Nosotros, sólo perseguimos un
instante del placer más vecino de la muerte! (Reconquista, 1ª pte., V, p. 1009)
4. Como hemos visto en el caso de Carmen, la maternidad engloba también las labores del
ama de casa. Un significativo pasaje, aunque no precisamente profundo desde el punto de
vista psicológico, tiene lugar cuando la religiosa ya se encuentra en la casa de Rafael Bello:
“Sus calidades femeninas protestaban por dentro de aquel desbarajuste; aunque poco enten-
día de dirigir una casa, sentíase compelida a hacerlo, por razón de sexo y de inclinaciones;
sentíase capaz; llamada a esas faenas, como a las adecuadas a su condición de mujer”
(Metamorfosis, 3ª pte., V, p. 700).
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–[...] No se olvide del sabio aviso que la Biblia le da al hombre, ¿lo recuer-
da usted?
–No es que no lo recuerde, licenciado, es que no lo sé.
–Óigalo usted y apréndaselo de memoria, contestóle Berón entre bromas
y veras: “La mujer te llevará a donde ella quiera, con sólo un cabello de su
cabeza” (Suprema ley, 1ª pte., VI, p. 294)
... no hay talismanes que surtan ni hombre que mande en un corazón de mujer.
Lo que pasa es que ella está queriéndome y yo dejándome querer; si mañana
cambiamos de papeles [...], verás entonces, ella manda y yo obedezco; ella será
la reina y yo el esclavo. Así somos todos (íd., 3ª pte., IV, p. 441).
En grandioso arranque, Noeline se desasió de los brazos que la enarde-
cían.
–¡Ven! –ordenó levantándose, caminando firme y resuelta en dirección de
la alcoba, sin volver el rostro para cerciorarse de que Rafael iba tras ella, segu-
ra de ser obedecida, por su sexo, su juventud y su belleza.
Lo que acontece siempre en las batallas del amor; trocados los papeles,
Noeline mandaba y Rafael, subyugado, obedecía (Metamorfosis, 3ª pte., V, p.
713).
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5. Yerra, pues, Francisco Monterde (Gamboa, 1965: XIII) cuando presenta a Gamboa como
un “racionalista” que cambia de orientación a partir de Reconquista. En Apariencias, no es
el autor implícito quien considera al racionalismo “índice de intelectuales”, sino uno de sus
personajes, don Luis Verde, que concluye la novela constatando su fracaso como educador
de Pedro y como marido.
6. Reproduzco, como ilustración de lo hasta aquí dicho, la respuesta de Chinto –personaje
de educación positivista– a la pregunta de Rafael sobre si cree en el infierno: “–Hombre, te
diré, eso depende –replicó Chinto, sin saber qué responder a pregunta tan escabrosa– allá,
de chiquillo, claro está que sí; después, de estudiante, casi nada, nada más bien dicho, como
casi ninguno de los compañeros ni de los maestros... yo no sé qué diablo de conflicto se
establece entre la medicina y el dogma, que en ocasiones lo coloca a uno con los del pro
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y en ocasiones con los del contra. Yo hice entonces lo que calculo que hacemos todos:
durante el día, perorar al igual que los demás energúmenos, burlarme de curas y de cre-
yentes, jamás pisar el templo; pero en la noche, mascullar siquiera las oraciones que me
enseñó mi madre, en la soledad de mi cuarto estudiantil, sin muchos muebles, testigos ni
censores; rezar, por si acaso sirve, y ser en definitiva, con mi doble cara, tan poco honrado
como las cuatro quintas partes de los espíritus superiores...” (Metamorfosis, 2ª pte., V, p.
609). En Apariencias, también don Luis emplea la expresión “espíritus superiores”, proba-
blemente sin la ironía de Chinto, refiriéndose a quienes profesan el racionalismo (p. 35).
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Hacíanle falta el culto, el incienso, las luces [...]. Sobre todo, hacíale falta
la confesión; era una mística desde chiquilla, la que se distinguía en los ofreci-
mientos de flores, en los días solemnes de comunión del colegio [...]. Ella, una
mística que padeció hasta de alucinamientos al arribo de su crisis fisiológica, la
cual se presentó acompañada de apariciones y ruidos de alas celestiales, ensue-
ños de monasterios y votos de eterna castidad y de pureza eterna. Hacíanle
falta sus confesiones posteriores, de señorita ya; la semanal purificación, todos
los estremecimientos que el confesonario le procuraba (Suprema ley, 3ª pte., II,
pp. 405-406).
Pero, la verdad sea dicha, fray Paulino era bueno por temperamento, por-
que había nacido así, como otros nacen bizcos (Metamorfosis, 2ª pte., II, p.
550).
Azotes y regaños dábalos por bien empleados, entre otras cosas, porque
aguijoneaban su enfermizo misticismo; ése su interno afán de ganarse el cielo,
que prometía la cruz de hierro, así como los religiosos, que él se imaginaba
otros tantos santos en deliquios perennes con sus rezos, y ganándose día a día
su triunfal entrada en el paraíso.
[...] Hasta que cierta vez acaeció lo que de acaecer tenía, que el monaste-
rio le abrió sus puertas, y él se supuso transportado al mundo mejor que colum-
braba en sus ensueños de chiquillo neurasténico (íd., íd., íd., p. 553).
[Fray Paulino reza:] –Madre y señora, tú que ves mis intenciones ¿he obra-
do mal?
Y una vocecilla interna, que a modo de neurálgica dolencia lo hacía casi
gritar a veces y a veces se le aquietaba hasta casi desaparecer, esa vocecilla fue
la que respondió... (íd., 3ª pte., II, p. 642)
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evolución de las ideas del autor. En esta última novela, Carolina, mujer católi-
ca, decidida a llevar adelante un noviazgo casto y formal con Salvador, tam-
poco podrá resistirse sin embargo a la tentación de la carne cuando mutua-
mente se encuentran en situación propicia (quien toma la iniciativa es, por
supuesto, él). Veamos aquí algunos pasajes en los que Gamboa hace referen-
cia a la actitud de los religiosos hacia la sexualidad:
Algo de la tristeza y algo del encono que deben aquejar a los sacerdotes
por su alejamiento perpetuo de la mujer; tristeza, para los que han acatado reli-
giosamente el voto de castidad, encono, para los violadores (Apariencias, 2ª
pte., XVII, p. 171).
La [monja más] joven representaba unos veinte [años] mal contados, y lucía
una palidez mate, amarilenta; pronunciadas ojeras presentan [sic] a su mirada
honda y simpática melancolía. Carecía de formas, no sólo porque el hábito cas-
tamente se las disimulaba sino porque ni con un vestido mundano habría sido
fácil descubrírselas. Mirábase en ella una juventud marchita; una pubertad con-
trariada y enfermiza; quién sabe qué secretas penas obligándola a despreciar al
mundo, y cuidar enfermos, y exponer los escasos atractivos rezagados en su
cuerpo de doncella, a que perecieran destruidos por algún probable contagio
(Suprema ley, 2ª pte., V, p. 386).
Sor Noeline amaba a esta niña con toda la fuerza de que puede ser capaz
una joven consagrada a la Iglesia, y que tiene acerca del amor equivocada
noción (Metamorfosis, 1ª pte., I, pp. 469-470).
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En Suprema ley, dos “situaciones terminales” (la primera de ellas, una his-
toria secundaria, de muy poca relación con la trama de la novela: la última
confesión de Apolonio, condenado a muerte) tienen la fortuna de ser atendi-
das por sendos sacerdotes ejemplares, caritativos y que saben encaminar
correctamente a sus penitentes. Ahora bien, el momento en que Clotilde acude
al sacramento es justo cuando ya está decidida a abandonar a Ortegal (y cuan-
do está ya en plena crisis de misticismo, y cuando ha sufrido la conmoción de
conocer la enfermedad de su padre), por lo que la confesión no hace más que
sancionar la resolución tomada por la mujer. El cura que absuelve a Clotilde
resulta, además, ser comprensivo hasta el criterio de coincidir con la tesis prin-
cipal de la novela:
... conocedor del mundo, veía por la millonésima vez el desfile complicado de
los estragos y desequilibrios que una pasión engendra, y manteníase sereno,
cual conviene al augusto ministerio, si lo desempeña un hombre honrado. Al
concluir, se apegó a los cánones porque a ellos debía apegarse, aunque en su
criterio de filósofo se elevaran tímidas protestas; cumplió con su deber de médi-
co de almas, no obstante que no tenía mucha fe en la medicina... (Suprema ley,
3ª pte., IV, pp. 435-436)
7 Así habla el doctor Gomar, por ejemplo: “Lo que urge es que a usted la ayuden; que venga
alguien a compartir peligros y asistencia; unas religiosas, por ejemplo. Aquí donde usted me
ve, médico-legista y todo, tengo que confesarlo: no hay enfermeros en el mundo que pue-
dan compararse a las Hermanas de la Caridad, y si no, que lo digan los enfermos” (Suprema
ley, 2ª pte., V, p. 383).
8. La compasión de Gamboa por los desvalidos le hace ser más indulgente con sus faltas.
Sin embargo, vemos cómo en la fe en la salvación eterna encuentran un refugio al tormen-
to de su existencia cotidiana: es el caso de Apolonio, de Hipólito, de los peones de Rafael
Bello que acuden “idolátricamente” a una capilla y, en una hermosa escena costumbrista de
la segunda parte (I), rezan el “Alabado”...
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9. En la p. 907, Santa es presentada como un “ídolo” adorado por Hipólito, con “pies ensan-
grentados por los abrojos de su extraviado vivir”, con cabellos “rociados y coronados de
besos y de alhajas, de rosas y de espumas, de desprecios y de infamias”.
10. Sin embargo, no se cumple la que tradicionalmente se ha considerado como caracterís-
tica fundamental del infierno cristiano (recuérdese el dantesco “lasciate ogni speranza, voi
ch’entrate”). Antes bien, Santa se verá purificada de sus culpas por el sufrimiento.
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11. Excepciones, mucho menos exitosas que las novelas de Gamboa, serían El fistol del dia-
blo, de Manuel Payno; El cuarto poder y Moneda falsa, de Emilio Rabasa; La Rumba, de
Ángel de Campo. Aparte de, por supuesto, la primera novela de la literatura mexicana, El
Periquillo Sarniento, cuya excepcionalidad como “novela ilustrada” la convierte en una obra
sin continuadores ni imitadores de relieve en las décadas siguientes.
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12. Especialmente destacable es el ataque a la pena de muerte que ya señalamos en los capí-
tulos III-V de la primera parte de Suprema ley.
13. P. ej.: “En la mesa, servían el asado y destapaban el Pommery, con los que se animaron
hasta hablar de patria, sin estar muy seguro nadie del significado de esta abstracción.
Resultaba irrespetuosa la charla dentro de aquel gabinete vulgar de comedero a la moda [...].
No se ponían de acuerdo, traían y llevaban definiciones aprendidas desde el colegio, nocio-
nes falsas, escuchadas o leídas en alguna parte olvidada. Hubo sus brindis románticos, a la
hora de las cremas: ¡todo por la patria! Los hubo también escépticos, de espíritus fuertes que
visten frac, ¿la patria?... ¡Peuh!, ¡nuestro portal de Mercaderes o el ferrocarril aéreo de Nueva
York, lo mismo es!” (Santa, 1ª pte., III, p. 770).
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social pocas veces toca cuestiones políticas y, por supuesto, nunca da nom-
bres. En el primer capítulo de Santa, aparece un zafio general, gobernador de
un estado de la República; en El mechero de gas, un ministro seduce a la mujer
de uno de sus ayudantes. Nada más.
Rosa Fernández Levin (1972: 85-86) ha realizado una inteligente interpre-
tación de Santa como un personaje simbólico, trasunto del país y de su reali-
dad bajo la dictadura de Porfirio Díaz y su equipo de “científicos”. Joven cam-
pesina, falta de instrucción (como la mayoría de la población de México), es
corrompida por la sociedad de la capital –por la burguesía que necesita de la
prostitución– y encumbrada a los lugares más lujosos de la metrópoli, del
mismo modo que ésta vivió una época de excepcional engrandecimiento pese
a la pobreza de la mayor parte de la nación14. Luego, pese a tomar conciencia
del propio envilecimiento, será imposible para Santa el retorno a una vida
decente. Y obsérvese cómo la muchacha (la única prostituta mexicana en un
negocio que parece monopolizado por “gachupinas” o “gringas”) cae por causa
de la seducción de un militar, y quienes se convierten posteriormente en sus
amos serán un español y un burgués rico: el intervencionismo extranjero y la
oligarquía a quienes el general Díaz había entregado las riquezas de México.
En su artículo de 1972, Serna-Maytorena quiere ver una velada crítica, un
sarcasmo contra el gobierno mexicano y su más alto magistrado, localizada en
la narración de las fiestas del “Grito”, donde hace acto de presencia un innomi-
nado (por obvio después de más de veinte años de mandato) Presidente. Aquí,
en mi opinión, es donde naufraga esa interpretación simbólica de Santa. Por mi
parte, me confieso incapaz de reconocer una crítica al Porfiriato en dicho frag-
mento, antes bien, creo que los términos en que está redactado no pueden ser
más laudatorios. Lo reproduzco aquí, añadiendo a continuación el pasaje en
que, al final de La llaga, se recrea otro momento de la misma celebración:
14. El siguiente fragmento que transcribo es el que más confirma dentro de la novela la iden-
tidad México-Santa (ciudad-cuerpo femenino): “... una noche excepcional, en que Santa con-
siderábase reina de la entera ciudad corrompida; florescencia magnífica de la metrópoli
secular y bella, con lagos para sus arrullos y volcanes para sus iras, pero pecadora, peca-
dora, cien veces pecadora; manchada por los pecados de amor de razas idas y civilizacio-
nes muertas que nos legaron el recuerdo preciso de sus incógnitos refinamientos de primi-
tivos; manchada por los pecados de amor de conquistadores brutales, que indistintamente
amaban y mataban; manchada por los pecados de amor de varias invasiones de guerreros
rubios y remotos, forzadores de algunas de sus trincheras y elegidos de algunas de sus
damas; manchada por los pecados complicados y enfermizos del amor moderno... noche en
que Santa sentíase emperatriz de la ciudad históricamente imperial”... (1ª pte., IV, p. 784)
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CONCLUSIÓN
CONCLUSIÓN
1. Valga como ejemplo la declaración de Millard Rosenberg (1934: 487) a propósito del drama
más representado de Gamboa, La venganza de la gleba: “... ha tenido el mérito singular de
promover entre los escritores de la última generación un movimiento entusiasta encaminado
a crear el teatro mejicano, un teatro que de veras copie la vida ciudadana y campesina de
Méjico, sin los convencionalismos creados por la fantasía de los extranjeros”.
2. Aun así, creo que la falta de perspectiva –por su fecha– que tiene el ensayo de López Portillo
debe servir para que tomemos con precaución sus datos.
3. “Ceballos cultiva un estilo emocional en el gusto de Gamboa, pero extrema lo escabroso de
los episodios y la histeria de los tipos”.
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4. Se observa también la influencia inversa: el relato de Martínez Sobral “La maldición”, que
formó parte de su primer libro de relatos Prosas (1899), “tiene algunos detalles que adaptó
Gamboa para describir la juventud de la protagonista de su más famosa novela Santa”
(Menton, 1960: 98).
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BIBLIOGRAFÍA
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AGRADECIMIENTOS
AGRADECIMIENTOS
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Federico Gamboa es uno de los
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Gracia Gómez Urdáñez