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LITERATURA
Como tema literario, las obras de la tradición nos entregan las mil caras del amor, las
que corresponden a diversas variantes de los dos tipos o concepciones del amor que
dominan en la literatura amorosa de occidente: la del amor pasión o sensual y la de la
idealización del amor y del ser amado, ambos asociados a otros grandes temas literarios
como el tiempo, la finitud, la muerte, la trascendencia, el ansia humana de infinito y
trascendencia, la búsqueda de la unidad y la completación del ser, el anhelo de felicidad
y plenitud, la experiencia de la soledad, el dolor, el sufrimiento por la imposibilidad, la
ausencia, la separación del ser amado, en fin, toda la gama de aspectos y dimensiones de
la interioridad que se desatan y fluyen a influjos del sentimiento amoroso.
La literatura amorosa viene a ser así un asedio a esa compleja experiencia afectiva que
resulta tan difícil de expresar, que parece resistirse al poder de la palabra para expresarla
y que, sin embargo, ha producido algunas de las más hermosas y significativas obras de
la literatura universal. Algunas de ellas son materia de esta unidad y su lectura, además
de ponernos en contacto con la creación de grandes escritores y acceder al conocimiento
de obras clásicas de nuestra cultura, nos aproxima a una mejor comprensión de una
experiencia fundamental en la vida de todo ser humano.
• amor y libertad: amor como privación de libertad (amor tirano, prisión, cadena), y
amor como liberación, plenitud, trascendencia, salvación;
4. Algunos géneros y formas literarias preferentes, para la expresión del tema del amor,
tales como sonetos, odas, églogas, epigramas, en la poesía lírica; cuentos, novelas,
dramas; o géneros no literarios, como diálogos filosóficos, tratados o cartas,
confesiones, memorias, testimonios
AMOR LITERARIO
El amor, al ser mentado genera una redundancia: puede ser el tema del que la
literatura se ocupe, pero la cuestión del amor es inherente a la escritura, a la producción
de una obra. Se trata de un acto más o menos solitario, en el que no obstante se apela a
otro, determinado o indeterminable. En lo que pareciera el colmo del solipsismo,
Rimbaud proclama su ser de ultratumba[1]:
Apollinaire escribe[5]:
escribió Apollinaire
y leí, adolescente.
recuerdo
comenzaba el poema
decía en el medio
Apollinaire concluía.
el otoño ha muerto,
permanece,
me conmueve.
el centro
de un poema
es otro poema
el centro del centro
es la ausencia
en el centro de la ausencia
mi sombra es el centro
Si la desgracia puede ser dicha largamente, la esquiva levedad del hallazgo poético es
una insinuación que cruza la escena, el pulsar que resistiendo al tiempo y a la prosa
vulnera la presa. Si por eso en el teatro de la vida, sea sobre el verde de un parque o en
la calle solitaria nos disponemos al encuentro, es preciso alertarse para renovar la
apuesta.
Y sabiendo de la calma insoportable, algo nos urge, nos impele a atrapar vientos
en el coraje de querer.
Atentos, alertas,
atentos a lo que interesa.
es preciso errar,
absortos en la espera.
Y si alguna vez
la desazón o el tedio
preguntemos al mar
o al ave
o al tiempo circular
de lo dispuesto en revés
y atrapar vientos
en el coraje de querer.
[2] “La imagen poética de don Luis de Góngora”, en las Obras completas, pp. 76 y 77.
Aguilar, Madrid, 1955.
[3] “Con frecuencia hombres neuróticos declaran que los genitales femeninos son para
ellos algo ominoso. Ahora bien, eso ominoso es la puerta de acceso al antiguo solar de
la criatura, al lugar en que cada quien ha morado al comienzo. ‘Amor es nostalgia’, se
dice en broma, y cuando el soñante, todavía en sueños, piensa acerca de un lugar o de
un paisaje: ‘Me es familiar, ya una vez estuve ahí’, la interpretación está autorizada a
remplazarlo por los genitales o el vientre de la madre. Por lo tanto, también en este caso
lo ominoso es lo otrora doméstico, lo familiar de antiguo...”. Lo ominoso. Tomo XVII,
p. 244. Obras completas. Amorrortu, Buenos Aires, 1979.
[6] “Olor de tiempo hoja de brezo”, en Es preciso estar alerta. Typos, Buenos Aires,
1997.
[7] “Los pequeños cantos”, en Textos de Sombra y últimos poemas. Obras completas.
Ibíd.
Sin embargo, el arte se construye a partir de una realidad, siendo únicamente el reflejo
subjetivo de una percepción humana. Así, cada artista en principio lo que plasmará en su
obra será su modo de sentir y de concebir el mundo. La obra artística sería por tanto el
cristal a través del que el autor ve la realidad, para mostrárnosla bajo una forma
concreta, resaltando lo que quiere hacer ver, y omitiendo aquello que le parece menos
importante. De este modo, para entender la relación que une a los sentimientos del
artista con su obra, nos vemos en la obligación de intentar explicar el vínculo real entre
ambos factores.
Para comprender la unión entre el producto creado y el sentimiento que impulsó al
artista debemos tener también en cuenta el sistema de creación del arte. Nunca se crea
mientras se siente, es decir, que toda obra motivada por un sentimiento ha de ser creada
a posteriori, como fruto del recuerdo. Mientras el artista siente no puede emplear
docenas de horas en realizar su obra, ya que eso le impediría sentir con plenitud y
realizar algo más que un ripio espantoso fruto de un estado de ánimo en el que la visión
artística se ve distorsionada por la sensación interna que causan las diferentes
emociones. Por tanto, una obra de temática amorosa no se construye mientras se ama,
sino cuando la mente está lo suficientemente despejada para ser capaz de imaginar una
fantasía a partir del recuerdo de ese sentimiento.
De todo esto se deduce que en realidad el amor, del mismo modo que el odio, el dolor o
el placer, está bastante poco presente en la construcción de la obra. Todo se reduciría a
la representación de una realidad subjetiva, en el mejor de los casos. Nada tienen que
ver los sentimientos del arte con los de la realidad. El arte es una artesanía construida
por el hombre, que se impregnará de su estilo, mientras que los sentimientos son igual
para todas las personas. No obstante, los receptores de estas obras, mediante muchos
siglos de producción artística, han adoptado una serie de convenciones que les ayudan a
reconocer símbolos, de modo que reconocen un tema mediante unas imágenes que se
han tomado como pertenecientes a un sentimiento concreto. Por ello, si leemos en un
poema del Renacimiento que una mujer es blanca como el nácar, delgada cual junco y
con los labios rojos como la grana, siempre la imaginaremos hermosa, y nunca
pensaríamos en una mujer completamente enferma y vomitando sangre, algo que sin
duda le reportaría ese estado más propio de una tísica que de una mujer fatal.
Este tipo de convenciones nos ayudan también a interpretar los códigos en los que se va
escribiendo la vida. Sería más o menos un caso similar al del sabor a fresa. Se trata del
sabor de una fruta que todo el mundo ha probado y que se reconocería fácilmente. Pero
que el resto de productos que hay en el mercado que se dicen con sabor a fresa, nada
tienen que ver con el sabor original, sino que se trata de una convención social en la que
todo el mundo acepta ese sabor artificial de fresa, como si fuera el verdadero sabor de la
fruta. Por eso, ambos productos saben a fresa a pesar de las abismales diferencias e
intentar llegar a conocer el amor por medio de las poesías de Bécquer sería un error tan
grave como afirmar que se conoce el sabor de las fresas naturales por haber comido un
chicle de ese sabor.
Pero la función del arte no está sólo reservada para los grandes eruditos que sepan
entenderlo, sino que mediante su análisis podemos ver también la evolución en el modo
de concebir el amor y las relaciones humanas a lo largo de la Historia. Y si no, podemos
comparar esas marmóreas esculturas de Apolo y Dafne, viviendo su amor divino en los
jardines del Olimpo, con las “Marilynes” de Warhol, otro tipo de diosa que se repite
constantemente en diferentes colores, haciendo burla de las blancas gasas que envuelven
a los dioses. Y es sin duda la sociedad la que hace que cambie el modo de concebir y de
disfrutar del amor.
Como punto de inicio en este minúsculo recorrido podemos ver por ejemplo las jarchas,
donde es posible encontrar poemas de alto contenido sexual en todas las variedades
posibles, porque el amor y el sexo se tomaban de un modo mucho más natural que en
siglos posteriores, en los que el tiempo cambió a toda la sociedad, y la política y la
religión coartaron estas libertades sexuales intentando llevar a todos por el camino de la
decencia y la castidad. El mundo se centró en las cortes de cada señor, y las grandes
nobles se convirtieron en una especie de mitos eróticos de la época. Y si a ellas iba
destinado el verso, no se podían decir ordinarieces ni deseos explícitos de mantener
relaciones sexuales, sino que todo era corrección, romanticismo y resignación,
sometidos a una métrica que de tan exacta como es, se convertía el gélida. Con este
cambio se dejaron de escribir versos homosexuales o de contenido erótico y las
manifestaciones artísticas se convirtieron más en alegorías, metáforas y platonismo, ante
la imposibilidad de manifestar abiertamente el deseo sexual. Igualmente podemos
suponer que el amor se vivía de un modo menos social, en el que ritos como el
matrimonio tuvieron mucha importancia a fin de vivir sin pecado, y que el amor se vivía
con muchos más tabúes que en los siglos pasados. Por eso podemos encontrar en
Góngora versos alabando el dedo de una dama, portador de un anillo que al intentar
sacar pincha el dedo de una joven. Todo son musas y deidades incorpóreas o
inalcanzables, que hacen de toda la poesía amorosa del Siglo de Oro una recopilación de
figuras retóricas que embellecen versos con un contenido tan vacuo como el del poema
de Góngora, pero que en su forma de ser dicho se convierte en una joya amorosa. Y no
depende del conceptismo o el culteranismo, ya que Quevedo, enemigo acérrimo de
Góngora y perteneciente al conceptismo, utilizaba también estos recursos con la misma
asiduidad. Y además, entre su hábeas de poesías podemos encontrar también un soneto
de esta temática que comienza con el famoso verso “En breve cárcel traigo aprisionado,
con toda su familia de oro ardiente...”
Posteriormente vemos cómo el amor va evolucionando con los tiempos hacia otras
posturas más liberales y menos etéreas. Los sentimientos son humanos, y por ello deben
vivirse de otro modo más terrenal. Por eso, en las obras de teatro del s. XVIII, vemos
temas que se repiten una y otra vez como el matrimonio de una hija pactado por la
madre contrariando a los verdaderos sentimientos de la chica. Es una visión del mundo
mucho más fría, pero también más real, ya que la sociedad funcionaba así, y el amor
estaba sólo reservado para aquellos que eran de la misma clase. El matrimonio se
convirtió en una especie de punto de inicio. Primero había que elegir a un buen partido,
para que después se pudiera llegar a amar a la otra persona. Por eso eran tan frecuentes
los matrimonios de muchachas jóvenes con hombres viejos. Tal es el caso que se refleja
en El sí de las niñas, de Leandro Fernández de Moratín. Aunque no debemos
engañarnos ni recubrir el modo de pensar de este siglo con unos aires de modernidad
que en realidad no existían, ya que la sociedad era bastante machista desde nuestra
perspectiva, y por tanto la mujer poco tenía que opinar en aquellos arreglos
matrimoniales. Prueba de ello es que no hay obras destinadas a la infidelidad o
desobediencia de las hijas, a no ser que tenga un fin a gusto de todos, mientras que
podemos ver otras, como El arte de las putas, de Moratín también, pero esta vez el
padre, en las que se hace una especie de catálogo de las prostitutas de la época, con
salarios y mañas particulares, que es en definitiva una obra de hombres para asegurar el
divertimento de otros hombres.
Sin embargo, por más que se intente impedir, el tiempo pasa haciendo morir a la gente,
a la buena y a la mala, y con ellas, el miedo, la represión y el silencio. Así que tras un
largo período de experimentación de nuevas formas poéticas, reflejo de las nuevas
tentativas amorosas y sexuales que se estaban llevando a cabo, hoy nos encontramos
con un ambiente de libertad, en el que cada persona es consciente de que se puede
enamorar de cualquier otra persona y que no hay nada malo en ello. Y el arte refleja esta
nueva situación con producciones impensables en siglos anteriores, por muy liberales
que fueran, en las que se defiende que no hay nada más hermoso que el amor sincero, y
que aspectos como la religión, la nacionalidad o el sexo deberían ser algo secundario.
Parece que al ritmo que lleva la sociedad actualmente, en unos pocos años se podrá
gozar de la libertad de amar a quien se quiera, sin que suponga un motivo de vergüenza
o desaprobación social. No obstante, a pesar de que la velocidad a la que evoluciona la
sociedad es vertiginosa, muchas relaciones humanas siguen siendo objeto de risas, que
vienen más por la desinformación y el modo de pensar del que aún somos herederos,
que porque verdaderamente se piense que ese modo de vivir el amor es algo negativo o
ridículo. Pero qué vamos a hacer, no podemos cambiar el mundo de la mañana a la
noche. Así que sólo podemos permanecer con la esperanza de que llegue el momento en
que todos puedan vivir su amor en libertad, sin miedo a la opinión pública, que aceptará
cualquier relación como buena, si es fruto de lo mejor que un ser humano puede
experimentar, que es sin duda el amor.Escuchar, y recitar o leer en voz alta textos
literarios –preferentemente líricos– de distintas épocas, cuyo tema central sea el amor.