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PLAN DE CLASE

Tema: Las tres concepciones clásicas sobre el hombre. ANTROPOLOGIA

OBJETIVO: reflexionar sobre las tres concepciones clásicas sobre el hombre; con el fin de
identificar al hombre como ser simbolico,
EXPECTATICAS DE LOGRO: Reflexionar sobre las tres concepciones del hombre, para saber
con cual me identifico, y proponer como podrían ser las propuestas actuales.
CONTENIDO:
a) El filósofo alemán Max Scheler (1874-1928) presenta, al inicio de uno de sus libros más
importantes, tres ideas clásicas acerca del hombre.
b) Principales argumentaciones:
* homo sapiens de los griegos.
* concepción judeo cristiana.
* homo faber, fruto de las corrientes evolucionistas y naturalistas.
c) El hombre como ser simbólico de Cassirer.
ESTRATEGIAS de ENSEÑANZA:
- Motivar la participación de los estudiantes, mediante debate sobre las concepciones del hombre.
- Lectura y comentario de los textos sugeridos en clase. (Cassirer)
- Resolución de situaciones problemáticas, al plantear argumentos que definen al hombre en la actualidad.

RECURSOS:



TIEMPO: 90 minutos de clase (2 hs. catedra). Primera hora de 45´ (Recreo) Segunda hora 45´
10´min. MEMORIA del tema anterior. Detectar lo aprendido y evaluar situación actual del aprendizaje.
15´min. de INICIO:
Dinámica:
Presentar lo/as estudiantes el “tema”
30´min. de DESARROLLO:
a) Max sheler
b)
RECREO
10´min. de exposición: c) Exposición del hombre como ser SIMBOLICO
25´ min de Trabajo en grupo
10´ min. de INTEGRACIÓN:
Fijación: “la UNIDAD del hombre”

BIBLIOGRAFÍA
Max SCHELER, “El puesto del hombre en el cosmos”, Losada, Bs.As., 1980
Guillermo OBIOLS, “Nuevo curso de Lógica y Filosofía”. Kapelusz, Bs. As., 1995. Pág. 234-237
Ernst CASSIRER, “Antropología filosófica”
CLASE
Desarrollo
a) El filósofo alemán Max Scheler (1874-1928) presenta tres ideas clásicas acerca del hombre.

 La esencia del hombre según Scheler


Lo que hace del hombre un hombre es un principio que se opone a toda vida en general; un principio que, como tal, no
puede reducirse a la "evolución natural de la vida" sino que, si ha de ser reducido a algo, sólo puede serlo al
fundamento supremo de las cosas, o sea, al mismo fundamento de que también la "vida" es una manifestación parcial.
Ya los griegos sostuvieron la existencia de tal principio y lo llamaron "razón". Nosotros preferimos emplear, para
designar esta X, una palabra más comprensiva, una palabra que expresa una determinada especie de intuición, la
intuición de los fenómenos primarios o esencias, y además una determinada clase de actos emocionales y volitivos que
aún hemos de caracterizar: por ejemplo, la bondad, el amor, el arrepentimiento, la veneración, etc.
Esta palabra es ESPÍRITU. Y denominaremos PERSONA al centro activo en que el espíritu se manifiesta
dentro de las esferas del ser finito, a rigurosa diferencia de todos los centros funcionales "de vida", que, considerados
por dentro, se llaman también centros "anímicos".

b) Principales argumentaciones:
JUDEO CONCEPCION
CRISTIANA

HOMO
GRIEGO
SAPIENS

HOMO EVOLUCIONISTAS

FABER NATURALISTAS

Primero, el círculo de ideas de la tradición judeocristiana.


Adán y Eva, la creación, el Paraíso, la caída. Segundo, el círculo de ideas de la antigüedad clásica: aquí la conciencia que el
hombre tiene de sí mismo se elevó por primera vez en el mundo a un concepto de su posición singular mediante la tesis de que el
hombre es hombre porque posee "razón”, logos, frónesis, ratio, mens. etc., donde logos significa tanto la palabra como la facultad
de apresar el "qué" de todas las cosas. Con esta concepción se enlaza estrechamente la doctrina de que el universo entero tiene por
fondo una "razón" sobrehumana, de la cual participa el hombre y sólo el hombre entre todos los seres. El tercer círculo de ideas
es el círculo de las ideas forjadas por la ciencia moderna de la naturaleza y por la psicología genética y que se han hecho
tradicionales también hace mucho tiempo; según estas ideas, el hombre sería un producto final y muy tardío de la evolución del
planeta Tierra, un ser que sólo se distinguiría de sus precursores en el reino animal por el grado de complicación con que se
combinarían en él energía y facultades que en sí ya existen en la naturaleza infrahumana.
La concepción judeo-cristiana del hombre no es, naturalmente, un producto de la filosofía y la ciencia, sino una idea de la fe
religiosa. En lo fundamental esta concepción está expuesta en el Génesis, El hombre es una creación, en cuerpo y, alma, de un
dios personal que lo ha hecho a su imagen y semejanza. Todos los hombres descienden de una pareja primitiva, la integrada por
Adán y Eva, quienes vivían en un estado paradisíaco en el cual todo les era dado. Pero el hombre pecó, con el pecado se ha
producido la caída, perdiendo el paraíso y con él la inmortalidad y la gracia divina. Según la doctrina cristiana, la redención
del ser humano es producida a partir del sacrificio de Cristo. Dios-hombre, y esto significa el restablecimiento de la relación
filial con Dios. Según el relato del Génesis, Dios entregó al hombre el dominio del resto de los animales y de la naturaleza, con
lo cual el hombre ocupa un lugar privilegiado en la creación, por encima del resto de los vivientes.
Esta antropología se prolonga y domina fundamentalmente en la Edad Media, en San Agustín o Santo Tomás, y ya en los
tiempos modernos en Pascal. La razón que había sido considerada por el pensamiento griego como el atributo eminente del
hombre, pasa a ser en San Agustín y en el pensamiento cristiano, en general, un instrumento sospechoso que puede llevar al
hombre por el camino de la tentación y del pecado. La máxima clásica, "conócete a ti mismo", entendida como práctica del
autoexamen racional, va a ser criticada por esta antropología. En particular, Paseal dirá:
Que será de ti, ¡oh hombre!, que buscas cuál es tu condición verdadera valiéndote de la razón natural... Conoce, hombre soberbio,
qué paradoja eres para ti mismo. Humíllate, razón impotente: calla naturaleza imbécil... y escucha de tu maestro tu condición
verdadera, que tú ignoras. Escucha a Dios.
La segunda idea clásica sobre el hombre es un producto de los griegos.
Consiste en considerar al hombre como el homo sapiens. La racionalidad separa al hombre del resto de los animales y encumbra
al ser humano por encima de toda otra naturaleza. A la especie humana le corresponde un "agente especifico" que sólo a ella
conviene y que es irreductible a cualquier facultad vegetal o animal. Este agente específico es la razón o logos. Mediante esta
razón, el hombre puede conocer el ser tal como es en sí (la divinidad, el mundo y él mismo); puede obrar, es decir, guiar su
conducta mediante el descubrimiento de normas éticas; y puede hacer, o sea, transformar la naturaleza y producir artefactos,
mediante la técnica. El logos humano es considerado por algunos filósofos corno una parte del logos divino, ordenador del
mundo; por lo tanto, el hombre es el único ser natural con una chispa divina en su esencia.
Esta idea clásica es la más difundida en la filosofía occidental y, con variantes, va desde Sócrates hasta Hegel, pasando por
Platón, Aristóteles, Descartes y Kant.
Cuando Sócrates afirma que una existencia sin examen no merece la pena vivirse, quiere señalar que una vida al margen de la
razón no puede ser considerada una vida humana. El examen racional de las cosas y el autoexamen son esencialEstos tres
círculos de ideas: la tradición religiosa judeo-cristiana, el animal racional de la filosofía griega y la concepción evolucionista de
la ciencia moderna, constituyen tres importantísimas concepciones acerca del hombre porque constituyen modos de entender al ser
humano que han producido profundas raíces y que hoy brotan como respuestas espontáneas frente a la pregunta: ¿qué es el
hombre? A lo largo de la historia estos tres círculos de ideas se han enfrentado, en ocasiones violentamente, y se han aproximado
buscando armonizarse. Por otra parte, estas ideas se encuentran en la base de algunas ideas producidas en el siglo XX que
pasamos a estudiar es al ser humano. De modo semejante, Aristóteles concluirá su Ética a Nicómaco afirmando que la auténtica
felicidad del hombre reside en la vida del pensamiento, la vida contemplativa, porque en la misma el hombre encuentra su
perfección, la realización de su esencia, la virtud suprema. Aunque esta segunda concepción del hombre parece antagónica de la
primera y de hecho lo ha sido, no han faltado intentos de conciliación entre ambas: tal es el caso de Santo Tomás, quien toma
elementos de la idea aristotélica del hombre y los incorpora a la concepción cristiana.
La tercera idea acerca del hombre lo caracteriza a éste como el homo faber.
Esta idea es sostenida por corrientes naturalistas, empiristas, positivistas, materialistas y pragmáticas y recibió un gran impulso
con la teoría de la evolución de Charles Darwin y el desarrollo de la biología como ciencia. Esta doctrina empieza por negar
una facultad racional separada, específica en el hombre. No hay entre el hombre y el animal diferencias de esencia; sólo hay
diferencias de grado. Hay una sola corriente ininterrumpida de vida. En el hombre, según esta teoría, actúan los mismos
elementos, las mismas fuerzas y leyes que en todos los demás seres vivos; sólo que con consecuencias más complejas. El alma, el
espíritu han de comprenderse por los instintos y las sensaciones. El hombre es un ser instintivo, un viviente especialmente
desarrollado, El espíritu, la razón, no son más que un desarrollo de la llamada “inteligencia técnica", que ya encontrarnos en los
animales superiores. El conocimiento humano recibe todo su valor de la capacidad para transformar el mundo y su verdad
consiste en el éxito de esta transformación. Según estas teorías, el hombre es un animal de señales, es decir, el poseedor de un
idioma; o un animal de instrumentos; o un ser cerebral, es decir, que consume mucha más energía en el cerebro que los demás
animales. Pero nada de esto es propio o específico del hombre, todo se encuentra en forma más o menos rudimentaria en los
animales superiores. La influencia de estas ideas llega a Nietzsche y a Sigmund Freud, el fundador del psicoanálisis. Al final de
este capítulo se transcribe un breve texto del zoólogo Desmond Morrís que representa este punto de vista.
Estos tres círculos de ideas: la tradición religiosa judeo-cristiana, el animal racional de la filosofía griega y la concepción
evolucionista de la ciencia moderna, constituyen tres importantísimas concepciones acerca del hombre porque constituyen modos
de entender al ser humano que han producido profundas raíces y que hoy brotan como respuestas espontáneas frente a la
pregunta: ¿qué es el hombre? A lo largo de la historia estos tres círculos de ideas se han enfrentado, en ocasiones violentamente, y
se han aproximado buscando armonizarse. Por otra parte, estas ideas se encuentran en la base de algunas ideas producidas en el
siglo XX.

c) EL HOMBRE COMO SER SIMBÓLICO


Ernst Cassirer nació en Breslau en 1874. Sus estudios de filosofía los realiza en Berlín y Marburgo.
Ahí se hace discípulo de H. Cohem y Paul Natorp. Bajo la tutoría de este último realiza su tesis
doctoral titulada “Crítica cartesiana del conocimiento matemático y físico” (1899). Con la llegada
del nazismo al poder tuvo que emigrar primero a Suecia y posteriormente hacia los Estados Unidos
de Norte América, donde se dedica a la enseñanza y a la consecución de su obra. Muere en
Norteamérica en 1945 a la edad de 71 años. El principio de unidad tanto de las diferentes formas
simbólicas, así como de las diferentes ideas en torno al hombre.
 en lugar de definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico.
De este modo podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al
hombre: el camino de la civilización.
 CASSIRER “…en el mundo humano encontramos una característica nueva que parece constituir la
marca distintiva de la vida del hombre. Su círculo funcional no sólo se ha ampliado cuantitativamente sino
que ha sufrido también un cambio cualitativo. El hombre, como si dijéramos, ha descubierto un nuevo
método para adaptarse a su ambiente. Entre el sistema receptor y el efector, que se encuentran en todas las
especies animales, hallamos en él como eslabón intermedio algo que podemos señalar como sistema
"simbólico". Esta nueva adquisición transforma la totalidad de la vida humana. Comparado con los demás
animales el hombre no sólo vive en una realidad más amplia sino, por decirlo así, en una nueva dimensión
de la realidad. Existe una diferencia innegable entre las reacciones orgánicas y las respuestas humanas.
En el caso primero, una respuesta directa e inmediata sigue al estímulo externo, en el segundo la respuesta
es demorada, es interrumpida y retardada por un proceso lento y complicado de pensamiento. A primera
vista semejante demora podría parecer una ventaja bastante equívoca; algunos filósofos han puesto sobre
aviso al hombre acerca de este pretendido progreso. El hombre que medita, dice Rousseau, "es un animal
depravado": sobrepasar los límites de la vida orgánica no representa una mejora de la naturaleza humana
sino su deterioro. Sin embargo, ya no hay salida de esta reversión del orden natural. El hombre no puede
escapar de su propio logro, no le queda más remedio que adoptar las condiciones de su propia vida; ya no
vive solamente en un puro universo físico sino en un universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la
religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la
urdimbre complicada de la experiencia humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y
refuerza esta red. El hombre no puede enfrentarse ya con la realidad de un modo inmediato; no puede
verla, como si dijéramos, cara a cara. La realidad física parece retroceder en la misma proporción que
avanza su actividad simbólica. En lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido, conversa
constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos
míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición
de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. Tampoco en ésta
vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en
medio de emociones, esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías
y de sus sueños. "Lo que perturba y alarma al hombre —dice Epicteto—, no son las cosas sino sus
opiniones y figuraciones sobre las cosas". Desde el punto de vista al que acabamos de llegar podemos
corregir y ampliar la definición clásica del hombre. A pesar de todos los esfuerzos del irracionalismo
moderno, la definición del hombre como animal racional no ha perdido su fuerza. La racionalidad es un
rasgo inherente a todas las actividades humanas. La misma mitología no es una masa bruta de
supersticiones o de grandes ilusiones, no es puramente caótica, pues posee una forma sistemática o
conceptual; pero, por otra parte, sería imposible caracterizar la estructura del mito como racional. El
lenguaje ha sido identificado a menudo con la razón o con la verdadera fuente de la razón, aunque se echa
de ver que esta definición no alcanza a cubrir todo el campo. En ella, una parte se toma por el todo: pars
pro toto. Porque junto al lenguaje conceptual tenernos un lenguaje emotivo; junto al lenguaje lógico o
científico el lenguaje de la imaginación poética. Primariamente, el lenguaje no expresa pensamientos o
ideas sino sentimientos y emociones. Y una religión dentro de los límites de la pura razón, tal como fue
concebida y desarrollada por Kant, no es más que pura abstracción. No nos suministra sino la forma ideal,
la sombra de lo que es una vida religiosa genuina y concreta. Los grandes pensadores que definieron al
hombre como animal racional no eran empiristas ni trataron nunca de proporcionar una noción empírica
de la naturaleza humana. Con esta definición expresaban, más bien, un imperativo ético fundamental. La
razón es un término verdaderamente inadecuado para abarcar las formas de la vida cultural humana en
toda su riqueza y diversidad, pero todas estas formas son formas simbólicas. Por lo tanto, en lugar de
definir al hombre como un animal racional lo definiremos como un animal simbólico. De este modo
podemos designar su diferencia específica y podemos comprender el nuevo camino abierto al hombre: el
camino de la civilización.
FIJACION: Cassirer encuentra al hombre, no en una mera sustancia, sino en una actividad
espiritual, es decir, en la función significante, a través de la cual el espíritu confiere sentido
y significado al entorno circundante. Esto constituye el principio o la base de la idea del
hombre como animal simbólico, por medio de la cual, va a lograr también la unidad de las
diferentes partes del hombre, y de las manifestaciones culturales de este mismo.
El hombre habita en una cabaña construida arduamente mediante la función simbólica del
espíritu. De aquí puede inferirse, como lo hemos anticipado, que sólo el hombre habita
simbólicamente en el mundo.

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