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Revolución Rusa
Revolución Rusa
Este artículo trata sobre la revolución en Rusia de 1917. Para otros usos de este término, véase
Revolución rusa (desambiguación).
Revolución rusa
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Consejo de obreros de la fábrica Putílov, que empleaba a más de 35 000 personas y que
constituyó uno de los principales núcleos revolucionarios de Petrogrado, actual San
Petersburgo
Gobierno previo
Gobierno resultante
El término Revolución rusa (en ruso, Русская революция, Rússkaya revolyútsiya) agrupa todos
los sucesos que condujeron al derrocamiento del régimen zarista y a la instauración preparada
de otro, leninista, a continuación, entre febrero y octubre de 1917, que llevó a la creación de la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia. El zar se vio obligado a abdicar y el antiguo
régimen fue sustituido por un gobierno provisional durante la primera revolución de febrero
de 1917 (marzo en el calendario gregoriano, pues el calendario juliano estaba en uso en Rusia
en ese momento). En la segunda revolución, en octubre, el Gobierno Provisional fue eliminado
y reemplazado con un gobierno bolchevique (comunista), el Sovnarkom.
Posteriormente estalló una guerra civil en Rusia entre la facción «roja» (bolchevique) y
«blanca» (antibolcheviques) —esta última contó con el apoyo de las grandes potencias—, que
iba a continuar durante varios años, en la que los bolcheviques, en última instancia, salieron
victoriosos. De esta manera, la Revolución abrió el camino para la creación de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1922. Pese a que muchos acontecimientos
históricos notables tuvieron lugar en Moscú y Petrogrado, también hubo un movimiento
visible en las ciudades de todo el estado, entre las minorías nacionales de todo el Imperio ruso
y en las zonas rurales, donde los campesinos se apoderaron de la tierra y la redistribuyeron.
La Revolución rusa fue un acontecimiento decisivo y fundador del «corto siglo XX»2 abierto
por el estallido del macroconflicto europeo en 1914 y cerrado en 1991 con la disolución de la
Unión Soviética. Objeto de simpatías y de inmensas esperanzas por unos (Jules Romains la
describió como «la gran luz en el Este» y François Furet como «el encanto universal de
octubre»), también ha sido objeto de severas críticas, de miedos y de odios viscerales.3 Sigue
siendo uno de los acontecimientos más estudiados y más apasionadamente discutidos de la
historia contemporánea.45
Índice [ocultar]
3 La dualidad de poderes
3.1 «El país más libre del mundo»
5 Octubre de 1917
5.1 La insurrección
8 Consecuencias
8.6 Interpretaciones
9 Referencias
10 Bibliografía
11 Enlaces externos
Previamente a 1917, el antiguo Imperio ruso se regía bajo un régimen zarista, autocrático y
represivo desde hacía tres siglos cuando, en 1613, se instauró en el país la dinastía Románov.
La abolición de la servidumbre promulgada en 1861 por parte del zar Alejandro II fue la
primera muestra de las fisuras del antiguo sistema feudal. Una vez liberados, los antiguos
siervos se desplazaron a las ciudades, convirtiéndose así en mano de obra industrial.
A comienzos del siglo XX, el desarrollo de la industria rusa era cada vez mayor, favoreciendo el
crecimiento de las ciudades y una creciente efervescencia cultural: el antiguo orden social se
tambaleaba, agravando las dificultades de los más pobres. Las industrias florecían y la
creciente clase obrera se aglutinaba principalmente en las ciudades, pero la prosperidad del
país no había representado beneficio alguno para la mayoría de la población.
El Imperio ruso seguía siendo un país esencialmente rural (el 85 % de la población vivía en
zonas rurales). Si bien una parte de los campesinos, los kuláks, se había enriquecido y
constituido una especie de clase media rural con el apoyo del régimen; el número de
campesinos sin tierra había aumentado, creando así un auténtico proletariado rural receptivo
a ideas revolucionarias. Incluso después de 1905, un diputado de la Duma señaló que en
muchos pueblos, la presencia de chinches y cucarachas en los hogares se percibía como signo
de riqueza.12
San Petersburgo, capital del Imperio ruso en aquella época y cuna de las tres revoluciones.
Tras la escolarización llevada a cabo unos años antes, algunos obreros habían sido convencidos
por los ideales marxistas y otros pensamientos revolucionarios. Sin embargo, el poder zarista
se mostró inmóvil. En los siglos XIX y XX, varios movimientos organizados por miembros de
todas las clases sociales (estudiantes u obreros, campesinos o nobles) trataron de derrocar al
gobierno sin éxito. Algunos recurrieron al terrorismo y a los atentados políticos, convirtiéndose
los movimientos revolucionarios en objeto de dura represión, llevada a cabo por la
todopoderosa Ojrana, la policía secreta del zar. Muchos revolucionarios fueron encarcelados o
deportados, mientras que otros lograron escapar y unirse a las filas de los exiliados. Desde esta
perspectiva, la Revolución de 1917 es la culminación de una larga sucesión de pequeñas
revueltas. Las reformas necesarias, que ni las insurrecciones campesinas, los atentados
políticos y la actividad parlamentaria de la Duma habían logrado, desembocaron en una
revolución impulsada por el proletariado.
En 1905, tuvo lugar una primera revolución tras la derrota rusa ante Japón en la guerra ruso-
japonesa. El 22 de enero, se convocó una manifestación en San Petersburgo para exigir
reformas al zar Nicolás II, siendo esta duramente reprimida, en lo que se conoce como el
Domingo Sangriento. Se trató de un intento del pueblo ruso de liberarse de su zar y se
caracterizó por los levantamientos y la huelga por parte de los trabajadores y de los
campesinos. Estos formaron los primeros órganos de poder independientes de la tutela del
Estado: los sóviets y, especialmente, el Sóviet de San Petersburgo.
Las sucesivas derrotas rusas en la Primera Guerra Mundial fueron una de las causas de la
Revolución de Febrero. Cuando el país entró en guerra, todos los partidos políticos se
mostraron favorables a la participación en la contienda, con la excepción del Partido Obrero
Socialdemócrata, el único partido europeo junto al Partido Socialista del Reino de Serbia que
se negó a votar los créditos de guerra, aunque advirtió que no trataría de sabotear la actividad
bélica de la nación. Tras el comienzo del conflicto y después de algunos éxitos iniciales, el
Ejército Imperial Ruso tuvo que soportar graves derrotas (en Prusia Oriental, en particular). Las
fábricas no se mostraron lo suficientemente productivas, la red ferroviaria era ineficiente y el
suministro de armas y alimentos al Ejército fallaba. En el Ejército, los partes batían todas las
marcas: 1 700 000 muertos y 5 950 000 heridos; estallaron disturbios y decayó la moral de los
soldados. Estos soportaban mes a mes la incapacidad de sus oficiales —que llegó hasta el
punto de suministrar a unidades de combate munición no correspondiente con el calibre de
sus armas— y el empleo de la intimidación y los castigos corporales.
Desde 1915-1916, proliferaron diversos comités que se hicieron cargo de todo aquello que el
deficiente Estado ya no asumía (abastecimiento, encargos, intercambios comerciales...). Junto
a las cooperativas o los sindicatos, estos comités se convirtieron en órganos de poder
paralelos. El régimen ya no controlaba el «país real».14
El mes de febrero de 1917 reunió todas las características necesarias para una revuelta
popular: invierno duro, escasez de alimentos, hastío hacia la guerra... La revolución se inició
con la huelga espontánea de los trabajadores de las fábricas de la capital, Petrogrado, a
principios de dicho mes. El 23 de febrero (8 de marzo según el calendario gregoriano),15 Día
Internacional de la Mujer, las mujeres de Petrogrado se manifestaron para exigir pan.
Recibieron el apoyo de los obreros, encontrando estos una razón para prolongar su huelga. Ese
día, pese a que se produjeron algunos enfrentamientos con la policía, no hubo ninguna
víctima.
Funerales por las víctimas de la Revolución el 5 de abril de 1917 (23 de marzo según el
calendario juliano) en Petrogrado.
Los días siguientes, las huelgas se generalizaron por todo Petrogrado y la tensión fue en
aumento. Las consignas, hasta el momento más discretas, se politizaron: «¡Abajo la guerra!»,
«¡Abajo la autocracia!».16 En esta ocasión, los enfrentamientos con la policía se saldaron con
víctimas en ambas partes.17 Los manifestantes se armaron sustrayendo armas de los puestos
de policía. Tras tres días de manifestaciones, el zar ordenó la movilización de la guarnición
militar de la capital para sofocar la rebelión. Los soldados resistieron las primeras tentativas de
confraternización y mataron a muchos manifestantes. Sin embargo, durante la noche, parte de
una compañía se sumó progresivamente a los insurgentes, que pudieron de esta forma
armarse más convenientemente. Entre tanto, el zar, sin medios para gobernar, ordenó disolver
la Duma y nombrar un comité interino.
La dualidad de poderes
El periodo posterior a la abdicación del zar fue a la vez confuso y de entusiasmo entre la
población. El Gobierno provisional sucedió al zarismo rápidamente, mientras que la revolución
ganaba profundidad y la masa de trabajadores y campesinos se politizaba.
La caída de la monarquía se sintió como una liberación sin precedentes. En Rusia se abrió un
periodo de intensa alegría popular y de fermentación revolucionaria. Un frenesí por hablar y
exponer las ideas propias se instaló en todos los estratos sociales. Las reuniones fueron diarias
y los oradores se sucedían de manera casi interminable. Se multiplicaron los desfiles y las
manifestaciones. Decenas de miles de cartas, con direcciones y peticiones se enviaban cada
semana desde todos los puntos del territorio para dar a conocer el apoyo, las quejas o las
reclamaciones del pueblo. Se dirigían principalmente al nuevo Gobierno provisional y al Sóviet
de Petrogrado.
Más allá de las expectativas inmediatas, lo que dominaba era el rechazo a toda forma de
autoridad, lo que permitió a Lenin hablar de la Rusia de aquellos meses como «el país más
libre del mundo», como describió Marc Ferro:
En Moscú, los trabajadores obligan a su patrón a aprender las bases del futuro derecho obrero;
en Odesa, los estudiantes dictaban a su profesor el nuevo programa de historia de las
civilizaciones; en Petrogrado, los actores sustituyeron a su director de teatro y escogieron el
próximo espectáculo; en el ejército, los soldados invitaban al capellán a sus reuniones para que
este diera sentido a sus vidas. Incluso los niños menores de catorce años reivindicaban el
derecho de aprender boxeo para hacerse escuchar ante los mayores. Era el mundo al revés.21
Estas primeras semanas llenas de esperanza y generosidad fueron muy pacíficas, tanto en las
ciudades como en las zonas rurales. Ninguna represalia, oficial o espontánea, se tomó contra
los antiguos siervos del zar, teniendo incluso derecho estos a trasladar su residencia o exiliarse.
El Gobierno provisional abolió la pena de muerte, ordenó la apertura de las prisiones,
permitiendo el retorno de los exiliados por cualquier motivo (incluido Lenin) y proclamó las
libertades fundamentales: de prensa, de reunión y de conciencia (en la práctica ya adquirida
tras la Revolución de Febrero). El antisemitismo de Estado desapareció; la Iglesia Ortodoxa
Rusa, bajo la tutela del Estado desde tiempos de Pedro I el Grande, pudo reunir libremente un
consejo que, en el verano de 1917, restableció el Patriarcado de Moscú. En el ejército, la orden
n.º 1, expedida por el Sóviet de Petrogrado, que contaba con la mayoría de
socialrevolucionarios y mencheviques, prohibió el acoso humillante de los oficiales a los
soldados e instauró los derechos de reunión, petición y prensa.22
Por último, la manifestación más clara de la emancipación de la sociedad civil fue, por
supuesto, la creación espontánea de los sóviets (consejos) de obreros, campesinos, soldados y
marineros, que cubrieron en una semana la práctica totalidad del país. Estas asambleas, que ya
habían surgido en 1905, paliaron la escasez de organizaciones habituales en Occidente
(partidos, sindicatos...) debida a la represión zarista. Fueron órganos de democracia directa
que pretendían ejercer un poder autónomo, y, ante la posibilidad de que el Gobierno
Provisional llevara a cabo una contrarrevolución, velaron por la preservación y la ampliación de
las conquistas de la Revolución de Febrero.
El Gobierno Provisional y los sóviets
La Duma eligió un Gobierno provisional encabezado por Mijaíl Rodzianko, un exoficial del zar
del Partido Octubrista, monárquico y rico terrateniente. Desde el 15 de marzo, la dirección de
dicho Gobierno fue tomada por Gueorgui Lvov, un liberal progresista del Partido Democrático
Constitucional.
Por ello, pese a que la revolución había sido encabezada por los obreros y los soldados, el
poder estaba en manos de un Gobierno provisional dirigido por políticos liberales del Partido
Democrático Constitucional (llamado KD o Kadete), el partido de la burguesía liberal. Mas, en
realidad, era preciso transigir con los sóviets. En las ciudades y pueblos, con el anuncio de la
revolución en la capital, se formaron sóviets al tiempo que los notables que regían en nombre
del zar fueron destituidos. Desde principios de marzo, los sóviets ya estaban presentes en las
principales ciudades, y en abril y mayo se extendieron a las zonas rurales. Los sóviets eran unas
asociaciones donde los trabajadores acudían a discutir sobre la situación y al mismo tiempo un
órgano de gobierno.
El programa del Sóviet de Petrogrado recogía el firmar la paz de manera inmediata y poner fin
así a la Primera Guerra Mundial, otorgar la propiedad de la tierra a los campesinos, la
implantación de la jornada laboral de ocho horas y el establecimiento de una república
democrática. Este programa resultaba inaplicable para la burguesía liberal que asumió el poder
tras la revolución, que no firmó la paz, ni revisó la propiedad de las tierras ni acortó la jornada
laboral.
Además, el Gobierno consideró (así como parte de los dirigentes de los sóviets y de los
partidos revolucionarios) que solo la futura Asamblea Constituyente elegida por sufragio
universal tenía derecho a decidir sobre la propiedad de la tierra y el sistema social. Pero la
ausencia de millones de votantes, que se encontraban combatiendo en el frente, retrasó la
celebración de las elecciones (sobre todo porque el Gobierno continuaba con la guerra). La
realización de las reformas fue continuamente aplazada sine die. La situación llegó hasta tal
punto, que el Gobierno se abstuvo de proclamar oficialmente la República antes de
septiembre. Tomó así el riesgo de decepcionar peligrosamente a la población. Por añadidura,
no podía gobernar sin el apoyo de los sóviets, que contaban con el respaldo y la confianza de la
gran masa de trabajadores.23
Los sóviets estaban dominados por los socialistas, los mencheviques y socialrevolucionarios.
Los bolcheviques, a pesar de su nombre —en ruso, «mayoritarios»—, eran una minoría. Por
aquel momento, los sóviets, incluido el de Petrogrado, demostraron un apoyo moderado al
Gobierno provisional y no continuaron reclamando las reformas más radicales, lo que obliga a
matizar la noción habitual de «dualidad de poderes». La confluencia entre el Sóviet de
Petrogrado y el Gobierno provisional cristalizó en la figura de Aleksandr Kérenski,
socialrevolucionario, vicepresidente del Sóviet de Petrogrado y ministro de Justicia y Guerra.
Casi todos los revolucionarios, especialmente los de la escuela marxista, creían que la
revolución proletaria era prematura en un país económicamente atrasado y rural.24 En su
opinión, Rusia solo estaba preparada para una revolución burguesa, ya que el proletariado era
demasiado débil y muy reducido. La revolución debía limitarse primeramente a las tareas que
el análisis marxista asignaba a la revolución burguesa, cumplidas por la Revolución Francesa en
1789: el fin del feudalismo y la reforma agraria. Desde este punto de vista, los sóviets se
concebían como «fortalezas proletarias» ubicadas en el corazón de la «revolución
burguesa»25 dedicadas a velar por la realización de las reivindicaciones populares, y
posteriormente, preparar la transición al socialismo, además de prevenir una posible
contrarrevolución monárquica o la ruptura con la burguesía.
Pese a ello, esto no respondió a la urgencia que las masas exigían para ver colmadas sus
aspiraciones. Los partidos revolucionarios corrían el peligro de incurrir en el mismo descrédito
popular que el Gobierno provisional.
Al mismo tiempo, poco después de su regreso a Rusia, Lenin publicó sus Tesis de abril.
Continuando con los argumentos expuestos en El imperialismo, estado supremo del
capitalismo, afirmó que el capitalismo había entrado en «fase de putrefacción» y que la
burguesía ya no era capaz, en los países recientemente industrializados, de asumir el papel
revolucionario que ya había desempeñado en el pasado. Para él, solamente se podría detener
la guerra y asegurar las conquistas de la Revolución de Febrero dando todo el poder a los
sóviets. Lenin se negaba a prestar cualquier tipo de apoyo al Gobierno provisional y exigió la
confiscación de las tierras y su posterior redistribución entre los campesinos, el control obrero
sobre las fábricas y la transición inmediata a una república de sóviets.
Estas ideas eran muy minoritarias en el propio seno de los bolcheviques, que se mantenían en
una línea común de apoyo al Gobierno, llegando el periódico Pravda, dirigido por Stalin y
Mólotov, a hablar públicamente de la reanudación del trabajo y la vuelta a la normalidad. Pero
con el colapso económico y la guerra en curso, las ideas del partido bolchevique, dirigido por
Lenin y por Trotski a partir de verano, fueron ganando influencia. A principios de junio, los
bolcheviques ya eran mayoría en el Sóviet de Petrogrado de diputados de obreros y soldados.
Por otra parte, la consignas a favor de la paz comenzaban a ser más frecuentes en la
retaguardia que en el frente, donde los soldados solían ver a los obreros como privilegiados, y
detestaban que se pusiera en tela de juicio la utilidad de los sacrificios que llevaban
soportando desde que estalló el conflicto. De hecho, una gran mayoría de los rusos se
mostraban a favor de una paz negociada, sin anexiones ni indemnizaciones, pero muchos
estaban también dispuestos a dar una oportunidad a una última ofensiva militar.27
Sin embargo, entre febrero y julio, el cansancio y la impopularidad hacia la guerra fueron
ganando terreno, así como la propaganda pacifista. La continuación de la guerra creaba una
situación muy criticada, ya que era imposible instaurar la jornada laboral de ocho horas sin
perjudicar a la producción bélica, o tratar de convocar elecciones para formar la Asamblea
Constituyente teniendo millones de soldados en el frente.
El fracaso militar de la Ofensiva Kérenski, puesta en marcha a principios de julio, provocó una
decepción general. Tras algunos éxitos iniciales debidos al general Alekséi Brusílov, el mejor
comandante en jefe ruso de la Gran Guerra, el fracaso se hizo patente y los soldados se
negaron a situarse en primera línea de combate. El Ejército entró en descomposición, las
deserciones se multiplicaron, las protestas en la retaguardia se acrecentaron y la popularidad
de Kérenski comenzó a degradarse.28
Los días 3 y 4 de julio, se conoció el fracaso de la ofensiva, y los soldados situados en la capital,
Petrogrado, se negaron a regresar al frente. Reunidos con los obreros, se manifestaron para
exigir que los dirigentes del Sóviet de Petrogrado tomaran el poder. Desbordados por la
situación, los bolcheviques se manifestaron en contra de un levantamiento prematuro,
argumentando que era demasiado pronto para derrocar al Gobierno provisional: los
bolcheviques solamente eran mayoritarios en Petrogrado y Moscú, mientras que los partidos
socialistas moderados mantenían una influencia importante en el resto del país. Preferían
dejar que el Gobierno prosiguiera con sus actividades para demostrar así su incapacidad para
gestionar los problemas suscitados tras la revolución: la firma de la paz, la jornada de ocho
horas y la reforma agraria.
El aumento de la reacción
La represión, sin embargo, se cernió sobre los bolcheviques: Trotski fue encarcelado, Lenin se
vio obligado a huir y a refugiarse en Finlandia y el periódico bolchevique Rabochi i Soldat
(Obrero y Soldado) fue prohibido. Los regimientos de artilleros que habían apoyado la
Revolución de Febrero se disolvieron, siendo enviados al frente en pequeños destacamentos,
al tiempo que los obreros eran desarmados. 90 000 hombres tuvieron que abandonar
Petrogrado; se encarceló a los «agitadores» y se restauró la pena de muerte, abolida en
febrero. En el frente, la reanudación de las hostilidades se inició tras la repentina libertad
otorgada por la Orden n.º 1 en febrero. Así, el 8 de julio, el general Kornílov, que comandaba
las operaciones del frente sudoriental, dio la orden de abrir fuego de ametralladora y artillería
contra los soldados que abandonaran el frente. Desde el 18 de junio al 6 de julio, la ofensiva en
este frente se saldó con 58 000 muertes, sin éxito.
El levantamiento de Kornílov
El general Lavr Kornílov fue nombrado nuevo comandante en jefe por Kérenski. Aunque el
Ejército se descomponía, Kornílov encarnaba la vuelta a la disciplina férrea anterior: en abril,
dio órdenes de disparar a los desertores y de mostrar los cadáveres con señales en las
carreteras, amenazó con penas severas a los agricultores que osaran tomar los dominios
señoriales. Kornílov, renombrado monárquico, era en realidad un republicano indiferente a la
restauración del zar, y un hombre del pueblo (hijo de cosacos y no aristócrata), lo que era raro
en aquella época entre la casta militar. Ante todo nacionalista, deseaba la continuación de
Rusia en la guerra mundial, ya fuera bajo la autoridad del Gobierno provisional o sin él. Mucho
más bonapartista o incluso prefascista que monárquico,29 no se convirtió tan rápidamente en
la esperanza de las antiguas clases dirigentes, nobleza y alta burguesía, y de todos aquellos que
anhelaban un retorno al orden, o simplemente un castigo severo a los bolcheviques
derrotistas.
En las fábricas y en el Ejército, el peligro de una contrarrevolución fue tomando forma. Los
sindicatos, donde los bolcheviques eran mayoría (pese a la represión), organizaron una huelga
que fue seguida de forma masiva. La tensión aumentaba poco a poco, con la radicalización de
los discursos de los diferentes partidos. Así, el 20 de agosto, ante el Comité Central del Partido
KD, su líder, Pável Miliukov, dijo: «El pretexto lo proporcionarán los motines producidos por el
hambre o por la acción de los bolcheviques, en todo caso la vida empujará a la sociedad y a la
población a contemplar la inevitabilidad de una cirugía.» La Unión de oficiales del ejército y de
la marina, organización influyente en la parte superior del cuerpo del Ejército ruso y financiada
por la comunidad empresarial, pidió el establecimiento de una dictadura militar. En el frente,
el capitán Muraviov, miembro del Partido Social-Revolucionario, formó varios batallones de la
muerte y aseguró que «estos batallones no están destinados a ir al frente, sino a Petrogrado,
donde ajustarán cuentas con los bolcheviques».30
Las consecuencias del intento de golpe fueron importantes: las masas se rearmaron, los
bolcheviques pudieron salir de su semiclandestinidad y en julio, los presos políticos, incluido
Trotski, fueron puestos en libertad por los marineros de Kronstadt. Para sofocar el golpe,
Kérenski solicitó la ayuda de todos los partidos revolucionarios, aceptando la liberación y el
rearme de los bolcheviques. Perdió el apoyo de la derecha, que no le perdonaba el haber
sofocado el intento de golpe, pero sin obtener al tiempo el de la izquierda, que lo consideraba
demasiado indulgente en cuanto a las represalias hacia los cómplices de Kornílov, y mucho
menos el apoyo de la extrema izquierda bolchevique, en la que Lenin, desde su escondite, dio
la orden de no apoyar a Kérenski y de limitarse a luchar contra Kornílov.
Poco a poco, los obreros y los soldados se fueron convenciendo de que no podía haber una
reconciliación entre el antiguo modelo de sociedad defendido por Kornílov y el nuevo. El golpe
y la caída del Gobierno Provisional, que dio a los sóviets la dirección de la resistencia, fortaleció
y reforzó la autoridad y la presencia en la sociedad de los bolcheviques. Su prestigio iba en
aumento: apremiados por la contrarrevolución, las masas se radicalizaron y los sindicatos se
alinearon con los bolcheviques. El 31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado ya era
mayoritariamente bolchevique, escogiendo a Trotski como su presidente el 30 de septiembre.
Todas las elecciones fueron testimonio del crecimiento bolchevique: así, en las elecciones de
Moscú, entre junio y septiembre, el PSR pasó de 375 000 a 54 000 votos, los mencheviques de
76 000 a 16 000 y el KD de 109 000 a 101 000 sufragios, mientras que los bolcheviques
aumentaron de 75 000 a 198 000 votos. El lema «Todo el poder para los sóviets» fue utilizado
más allá del ámbito bolchevique, siendo usado por obreros del PSR o por los mencheviques. El
31 de agosto, el Sóviet de Petrogrado y otros 126 sóviets votaron una resolución en favor del
poder soviético.
Así, los bolcheviques, a los que todavía se los calificaba en junio como «insignificante puñado
de demagogos»31 controlaban la mayor parte del país. Desde junio de 1917, en una sesión del
1.er Congreso Panruso de los Sóviets, Lenin ya había anunciado abiertamente —durante una
célebre discusión con el menchevique Irakli Tsereteli— que los bolcheviques estaban
dispuestos a tomar el poder, pero que por el momento sus palabras no habían sido tomadas
en serio.32
Octubre de 1917
En octubre de 1917, Lenin y Trotski consideraron que había llegado el momento de terminar
con la situación de doble poder. La coyuntura les era oportuna por el gran descrédito y el
aislamiento del Gobierno provisional, ya reducido a la impotencia, así como por la impaciencia
de los propios bolcheviques.
La insurrección
Los debates en el seno del Comité central del Partido bolchevique con el objetivo de que este
organizara una insurrección armada y tomara el poder eran cada vez más intensos. Algunos en
torno a Kámenev y Zinóviev consideraban que todavía había que esperar, porque el partido ya
estaba asentado en la mayoría de los sóviets, y se encontraría, según su opinión, aislado en
Rusia y en Europa si tomaba el poder de manera individual y no dentro de una coalición de
partidos revolucionarios. Lenin y Trotski consiguieron superar estas reticencias internas y el
Comité aprobó y pasó a organizar la insurrección que Lenin fijó para la víspera del 2.º Congreso
de los Sóviets, que debía reunirse el 25 de octubre.
Se creó un Comité Militar Revolucionario en el seno del Sóviet de Petrogrado, siendo dirigido
por Trotski, presidente del mismo. Se componía de obreros armados, soldados y marineros.
Aseguraba el apoyo o neutralidad de la guarnición militar de la ciudad y la preparación
metódica de la toma de los puntos estratégicos de la ciudad. La preparación del golpe se hizo
prácticamente a la vista de todo el mundo, ya que todos los planes que se ofrecieron a
Kámenev y Zinóviev se podían encontrar disponibles en los periódicos, y el propio Kérenski
solamente esperaba que el enfrentamiento final terminara con la situación.33
Sin embargo, algunos delegados creían que Lenin y los bolcheviques habían tomado el poder
ilegalmente, y alrededor de cincuenta abandonaron el congreso.37 Estos, socialistas
revolucionarios de derechas y mencheviques, crearon al día siguiente un «Comité de Salvación
de la Patria y de la Revolución».38 Este abandono del congreso se vio acompañado por una
resolución improvisada por parte de León Trotski: «El 2.º Congreso debe ver que la salida de
los mencheviques y de los socialrevolucionarios es un intento criminal y sin esperanza de
romper la representatividad de la asamblea cuando las masas intentan defender la revolución
de los ataques de la contrarrevolución.39 Al día siguiente, los sóviets ratificaron la creación de
un Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom), constituido en su totalidad por
bolcheviques, como base del nuevo gobierno, a la espera de la celebración de una asamblea
constituyente. Lenin se justificó al día siguiente ante el representante de la guarnición de
Petrogrado de la siguiente manera: «No es nuestra responsabilidad si los socialrevolucionarios
y los mencheviques han abandonado el congreso. Nosotros les habíamos propuesto compartir
el poder [...] Hemos invitado a todo el mundo a participar en el gobierno».40
El nuevo Gobierno
En las horas siguientes, varios decretos sentaron las bases del nuevo régimen. Cuando Lenin
hizo su primera aparición pública, fue ovacionado y declaró: «Vamos a proceder a la
construcción del orden socialista».
En primer lugar, Lenin anunció la abolición de la diplomacia secreta y la propuesta a todos los
países beligerantes en la Primera Guerra Mundial de entablar conversaciones «con miras a una
paz justa y democrática, inmediata, sin anexiones y sin indemnizaciones».
Luego, se promulgó el Decreto sobre la Tierra: «las grandes propiedades territoriales quedaron
abolidas inmediatamente, y sin indemnización alguna». Otorgaba a los sóviets de campesinos
la libertad de hacer lo que consideraran, ya fuera socializar la tierra o repartirla entre los
campesinos pobres. El texto confirmaba una realidad ya existente, ya que los campesinos ya
habían aprovechado esas tierras durante el verano de 1917. Con esta medida, los bolcheviques
consiguieron una neutralidad benevolente por parte de los campesinos, al menos hasta la
primavera de 1918.
Por último, se nombró un nuevo Gobierno, denominado Consejo de Comisarios del Pueblo o
Sovnarkom. Dicho gobierno aplicó otras medidas, como la abolición de la pena de muerte (a
pesar de la reticencia de Lenin, que consideraba esta pena indispensable), la nacionalización
de los bancos (el 14 de diciembre), el control obrero sobre la producción, la creación de una
milicia obrera, la soberanía e igualdad de todos los pueblos de Rusia, su derecho de
autodeterminación, incluida la separación política y el establecimiento de un estado nacional
independiente,41 la supresión de cualquier privilegio de carácter nacional o religioso, etc. En
total, se realizaron las treinta y tres reformas que el Gobierno Provisional había sido incapaz de
realizar en ocho meses de mandato.
En 1871, los obreros parisinos habían tomado el poder en la conocida como Comuna de París.
Esta primera experiencia de «dictadura del proletariado» (tal y como Friedrich Engels la
calificó)42 había acabado con la matanza de 10 000 a 20 000 miembros de la comuna y con
deportaciones en masa. Con el poder controlado en Petrogrado, Lenin y Trotski sabían que no
podrían mantener ese poder sin el apoyo de países industriales como Alemania, Francia e
Inglaterra; por lo que esperaban mantenerse más que los setenta y dos días que duró la
Comuna de París.43
La naturaleza de Octubre
Desde las primeras horas del 7 de noviembre hasta la actualidad, varios medios calificaron la
Revolución de Octubre como un golpe de Estado de una minoría determinada y organizada
que tenía como objetivo dar «todo el poder a los bolcheviques»44 y no a los sóviets.
L'Humanité, el principal periódico socialista francés, titulaba «Golpe de Estado en Rusia que
lleva a Lenin y a los "maximalistas" al poder».
El historiador Alessandro Mongil observa además que en los años siguientes, los mismos
bolcheviques no dudaban en hablar entre ellos acerca de su «golpe de octubre» (oktyabrski
perevorot).45 En su autobiografía, Trotski utilizaba los términos «insurrección», «toma del
poder» y «golpe de Estado».46 Rosa Luxemburgo, comunista alemana, también habló del
«golpe de Estado de octubre».47
Marc Ferro considera que octubre es desde el punto de vista técnico un golpe de Estado, pero
que no se explica en el contexto de ebullición revolucionaria general en todo el país y en toda
la sociedad. Las fuerzas populares han dado por lo menos un apoyo tácito a la empresa
bolchevique contra un gobierno impotente y ya desacreditado:
A los activistas revolucionarios de 1917, octubre apareció como un golpe de Estado contra la
democracia, como una especie de golpe llevado a cabo por una minoría que fue capaz de
tomar el poder y mantenerlo. Juicio excesivo, ya que en el II Congreso de los Sóviets, reunido
en plena insurrección, hubo una mayoría de los bolcheviques, así como representantes
socialrevolucionarios y mencheviques, junto a los futuros líderes del Estado soviético, Lenin,
Trotski, Kámenev, Zinóviev, siendo elegidos dirigentes del Presidium. [...] El juicio de los nuevos
opositores, mencheviques, populistas y anarquistas, es igualmente parcial en el sentido de que
los bolcheviques cumplieron con las prioridades que tras seis meses de lucha y dilaciones, las
clases populares exigían: que los jefes militares, los terratenientes, los ricos, los sacerdotes y
otros «burgueses» fueran permanentemente expulsados de la Historia. Por el contrario, es
innegable que, al haber participado en la insurgencia y ayudado a los bolcheviques a tomar el
poder, los soldados, los marinos y los obreros creían que el poder pasaría a los sóviets. Ni por
un momento imaginaron que los bolcheviques, en su nombre, conservarían el poder
solamente para ellos y para siempre.48
Para la primera escuela histórica que podría llamarse «liberal», la Revolución de Octubre fue
un golpe impuesto por la violencia en una sociedad pasiva, resultado de una hábil conspiración
tramada por un puñado de fanáticos disciplinados y cínicos, carentes de toda base real en el
país. Hoy en día, casi todos los historiadores rusos, así como la élite culta y los dirigentes de la
Rusia postcomunista hicieron suya la vulgata liberal. Privada de toda profundidad social e
histórica, la Revolución de Octubre en 1917 fue un accidente que desvió de su curso natural a
la Rusia prerrevolucionaria, una Rusia rica, laboriosa y en el camino a la democracia [...]. Si el
golpe de Estado bolchevique de 1917 fue un accidente, entonces el pueblo ruso ha sido una
víctima inocente. Teniendo en cuenta esta interpretación, la historiografía soviética ha
intentado demostrar que Octubre fue el resultado lógico, previsible e inevitable, de un
itinerario liberador iniciado por las «masas» conscientemente unidas al bolchevismo. [...]
Rechazando tanto la divulgación liberal como la marxizante, un tercio de la historiografía
actual ha tratado de «desideologizar» la historia, de comprender, como Marc Ferro, que
afirma: "el levantamiento de octubre de 1917 pudo ser un movimiento de masas en el que
solo unos pocos participaron". [...]
Sin embargo, no fue hasta un año después, cuando una ola revolucionaria estalló en Alemania
(desembocando en la Revolución de Noviembre) y en Hungría (donde se instauró la República
Soviética Húngara, dirigida por Bela Kun y que perduró por 133 días). En la vecina Finlandia, la
revolución fue derrotada en marzo de 1918, en el transcurso de una Guerra Civil, donde el
«terror blanco», con ayuda de Alemania, dejó 35 000 muertos. En enero de 1919 los
socialdemócratas alemanes pidieron ayuda a los Freikorps para reprimir la revolución obrera,
siendo asesinados Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, dirigentes espartaquistas. Entre 1919 y
1920, otros países como Italia experimentaron huelgas insurrectas. En otros lugares, como en
Francia, el Reino Unido o los Estados Unidos, se produjo una ola de huelgas y manifestaciones
que no desembocaron en ningún intento revolucionario.
La Primera Guerra Mundial había sangrado Rusia, y se llevó gran parte de sus suministros. En
las zonas rurales, no había posibilidad de comprar bienes de consumo por el grano, y los
agricultores ya habían dejado de suministrar a las ciudades, incluso antes de la Revolución de
Febrero. Ya el Gobierno Provisional de Kérenski había procedido a requisar forzadamente las
existencias de alimentos para garantizar el suministro de las ciudades, donde la hambruna se
había presentado. Al llegar al poder los bolcheviques, intentaron abandonar estas prácticas
impopulares, pero por el empeoramiento de la salud y la situación económica, se vieron
obligados a utilizarlas de nuevo.
La producción industrial se había visto socavada por la guerra, las huelgas y los cierres
patronales. Incluso antes de la llegada de los bolcheviques al poder, ya había caído en tres
cuartas partes.50 La situación económica, evidentemente, no mejoró tras la invasión de la rica
Ucrania por las tropas alemanas, ni tras el embargo impuesto a Rusia en 1918 por las grandes
potencias (Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y Japón), ni por el comienzo de la
Guerra Civil.
Por otra parte, Lenin y Trotski, fascinados por el dirigismo económico militarizado establecido
por el Estado Mayor de Prusia en Alemania, deseando devolver a los obreros al trabajo
siguiendo métodos similares, con el objetivo de poder tener las cosas de cara ante una
hipotética contrarrevolución.51 Sin embargo, muchos trabajadores no querían renunciar a sus
conquistas y volver a los enormes esfuerzos exigidos por el autoritarismo y la guerra. La
coerción sobre ellos se convirtió en inevitable.52
Uno de los primeros decretos del gobierno bolchevique fue la ratificación de la abolición
efectiva de las grandes propiedades de tierras, dejando a la iniciativa de los agricultores la
repartición o socialización de la tierra. El Decreto sobre la Tierra entraba en ruptura con el
programa bolchevique, que preveía la nacionalización de la tierra.
Para algunos, se trata de una maniobra de los bolcheviques: hábilmente, repitieron durante
varios meses parte del programa del Partido Social-Revolucionario, que estos últimos habían
sido incapaces de poner en práctica. Marca también un malentendido entre los bolcheviques y
los campesinos. Los primeros pretendían aplicar un colectivismo integral, mientras que los
segundos aspiraban a la extensión y multiplicación de la pequeña propiedad. Pero con este
hecho, los campesinos solo fueron coyunturalmente seducidos por el partido de Lenin, que se
mantuvo ante todo como colectivista, urbano y obrerista.
Por el otro lado, los bolcheviques, siempre favorables a las nacionalizaciones, reconocieron
que no tenían ni la voluntad ni los medios para imponer sus preferencias a los campesinos.
Lenin afirmó:
No podemos ignorar la decisión de la base popular, a pesar de que no estamos de acuerdo con
ella... Debemos dar a las masas populares una entera libertad de acción creativa... En
definitiva, la clase campesina debe obtener la seguridad firme de que los nobles ya no existen
en los campos, y hace falta que los mismos campesinos decidan todo y organicen su existencia.
De hecho, para los bolcheviques, la reforma agraria era lo que se encontraba en el orden del
día y no la construcción de una sociedad socialista, que parecía imposible en un país tan pobre.
Conscientes de que no podían gobernar sin el apoyo de las masas rurales, la gran mayoría del
país, los bolcheviques convocaron del 10 al 16 de noviembre un congreso campesino. A pesar
de la presencia de una mayoría socialrevolucionaria hostil a los bolcheviques, este último
ratificó el Decreto sobre la Tierra y apoyó al nuevo gobierno, consagrando la unión entre el
proletariado urbano y el campesinado.
Así, en los dificilísimos meses que precedieron al Tratado de Brest-Litovsk, el nuevo poder
había conseguido evitar el peligro de enfrentarse a las masas rurales, teniendo en cuenta que
tenía que hacer frente a la hostilidad de los monárquicos, de los liberales y de la mayor parte
de los grupos socialistas. Pero el régimen heredó el catastrófico problema de abastecimiento
de las ciudades, que ya había derribado a Nicolás II y a Kérenski. La necesidad de hacer pedidos
de cereales para sobrevivir traía consigo el germen de un grave conflicto con el campesinado.
Los sóviets organizaron en la primavera de 1918 destacamentos de trabajadores, destinados a
llevar a cabo las requisas en el campo, la llamada prodrazviorstka. La violencia era frecuente en
sus métodos y en la resistencia campesina,53 produciendo a su vez un descenso significativo
de la producción agrícola. Posteriormente, los Blancos, a pesar de proclamar el libre comercio,
también se vieron obligados a recurrir a las requisas forzadas.
En las semanas siguientes, miles de junkers (cadetes) y funcionarios como Kornílov, huido, se
reunieron en la República del Don. Se formó el Ejército de Voluntarios, dirigido por el general
zarista Mijaíl Alexéyev. Reprimió con sangre los levantamientos obreros de Rostov del Don y
Taganrog, el 26 de noviembre y el 2 de enero, pero fue desmembrado por la guerrilla de la
Guardia Roja llegada a modo de refuerzos desde las dos capitales. Al conocer la derrota de los
blancos, Lenin creyó que podía exclamar, a 1 de abril de 1918, que la Guerra Civil había
terminado.
Otros combates se llevaron a cabo en Kubán, donde el poder de los sóviets se trasladó a
Krasnodar. En cuanto a la sublevación de los cosacos del Ural, se saldó con un fracaso. En el
frente rumano, el ejército se dividió en destacamentos blancos, que se unieron al ejército de
los blancos de Denikin, y en regimientos rojos.
El problema de la coalición
Después de acalorados debates en el seno del partido bolchevique, que lo pusieron al borde
de la escisión (varios dirigentes dimitieron para denunciar el rechazo a una coalición expresado
por Lenin, Zinóviev, Kámenev, Rýkov y Noguín). Lenin, en minoría, se vio obligado a transigir:
se negaba a continuar con las negociaciones para formar una coalición con los socialistas, pero
estaba de acuerdo en pactar con el Partido Social-Revolucionario de Izquierda, pasando varios
miembros de dicho partido a formar parte del gobierno en diciembre de 1917.
Para algunos, fue el comienzo de una dictadura. Máximo Gorki escribió el 7 de diciembre de
1917: «Los bolcheviques se han colocado en el Congreso de los Sóviets tomando el poder por
sí mismos, no por los sóviets. [...] Esto es una república oligárquica, la república de algunos
comisarios del pueblo».55
Pero los bolcheviques se habían pronunciado, antes de asumir el poder, a favor de la libertad
de prensa, incluido Lenin,57 y este giro no fue aceptado por muchos bolcheviques.58 Marc
Ferro considera que «contrariamente a la leyenda, la abolición de la prensa burguesa y de las
publicaciones socialrevolucionarias no viene ni de Lenin ni de las altas esferas del partido
bolchevique», sino que «es el público en forma de insurgencia popular».59
Otros creen que la clemencia fue lo que caracterizó a los primeros días del régimen
soviético.61 Los ministros del Gobierno provisional fueron detenidos y liberados rápidamente.
La mayor parte había participado en la Guerra Civil en el bando Blanco. El general Piotr
Krasnov, que se había levantado a raíz de la Revolución de Octubre, fue puesto en libertad
junto con otros oficiales, tomó las armas contra el régimen soviético en contra de su palabra y
pasó a liderar el Ejército Blanco en los meses posteriores.
Para Nicolas Werth, el nuevo poder llevó a cabo una reconstrucción autoritaria del Estado en
detrimento de los órganos de poder que surgen espontáneamente en la sociedad civil: los
comités de fábrica, las cooperativas que reemplazaban a los sindicatos o sóviets, meros
instrumentos vacíos pero ya infiltrados en el sistema y subordinados a él. «En un par de
semanas (finales de octubre de 1917-enero de 1918), "el poder desde abajo", "el poder de los
Sóviets", que se había desarrollado de febrero a octubre de 1917 [...] se convierte en un gran
poder, a raíz de los procedimientos burocráticos o autoritarios. El poder de la sociedad al
Estado, y del Estado al partido bolchevique».62
La paz de Brest-Litovsk
Como respuesta, el ejército alemán lanzó una ofensiva el 17 de enero, avanzando rápidamente
en Ucrania. La posición de Lenin, favorable a la firma inmediata de la paz, fue ganando adeptos
dentro del partido, pero los alemanes endurecieron las condiciones del tratado de paz.
La creación de la Checa
Emblemas de la Checa: la espada y el escudo.
Según Pierre Broué, la Checa no comenzó verdaderamente a funcionar hasta marzo, momento
en el que se produjo la ofensiva alemana, y la represión se desplegó en toda su magnitud en
verano de 1918, tras la insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda de Moscú y una
serie de atentados contra los dirigentes bolcheviques, entre los que se encontraban Moiséi
Uritski, asesinado el 30 de agosto, y el propio Lenin, gravemente herido por Fanya Kaplan,
ejecutada sumariamente poco después. Los dirigentes bolcheviques, asegurando inspirarse en
el ejemplo jacobino de la Revolución francesa, decretaron el «terror rojo» para oponerse al
«terror blanco». En los seis primeros meses de 1918, hubo veintidós ejecuciones realizadas por
la Checa. En los seis últimos, la cifra aumentó hasta 6000.
Victor Serge estima que la creación de la Checa, con sus procedimientos secretos, fue el peor
error del poder bolchevique. Señala, sin embargo, que la joven república vivía bajo un «peligro
mortal» y que el terror blanco precedió al rojo. Precisa que Dzerzhinski temía los excesos de
las Checa locales y que muchos chequistas fueron fusilados por ello.
Isaac Steinberg, comisario del pueblo de Justicia y miembro del Partido Social-Revolucionario
de Izquierda, relata en sus memorias que mientras intentaba frenar las acciones ilegales de la
Checa a principios de 1918, exclamó delante de Lenin: «¿Para qué un Comisariado de Justicia?
Llamémoslo Comisariado del exterminio social, la causa será entendida.» A lo que este
respondió: «Excelente idea, tal y como yo veo la cosa. Desgraciadamente, no podemos
llamarla así.»63
Reclamada por todos los programas de los partidos revolucionarios desde el siglo XIX, la
Asamblea Constituyente Rusa fue elegida en noviembre de 1917. Aunque obtuvieron un 25 %
de los votos y un gran éxito en las grandes urbes, los bolcheviques resultaron una fuerza
minoritaria, con 175 de los 707 diputados de la asamblea. Los campesinos prefirieron votar a
los socialistas-revolucionarios. Según palabras de Jacques Baynac,64 los resultados de las
elecciones indicaron que el país no quería de forma mayoritaria un Gobierno afín a la
Revolución de Febrero ni uno de la Revolución de Octubre. Sin embargo, no hubo revolución
alguna en enero o julio de 1918. La represión y la Guerra Civil contribuyeron a ello.
El marxista Charles Rappoport comentó: «Lenin actuó como un zar. Al disolver la Asamblea
Constituyente, Lenin creó un horrible vacío a su alrededor, que provoca una terrible guerra
civil sin fin y prepara un futuro terrible».65 También escribió: «La Guardia Roja de Lenin y
Trotski han fusilado a Karl Marx».66
El cierre patronal de las fábricas nacionales se convirtió en un nuevo medio de represión de las
huelgas. El 20 de junio de 1918, como medida de represalia por el asesinato del responsable
bolchevique Vladímir Volodarski, ochocientos líderes obreros fueron arrestados en Petrogrado
en apenas dos días y su sóviet disuelto. El 2 de julio, los obreros respondieron con una huelga
general, pero fue en vano.
Rechazando estos actos, así como el Tratado de Brest-Litovsk, que interpretaban como una
capitulación ante el imperialismo alemán, los revolucionarios de izquierda rompieron a su vez
con el Gobierno bolchevique en marzo de 1918. El 6 de julio de 1918, trataron de revivir la
guerra contra Alemania asesinando al embajador del Reich, el conde Wilhelm von Mirbach-
Harff. Ese mismo día intentaron asaltar la sede de la Checa en Moscú.
Para enero de 1918, el experimento revolucionario ya había conseguido sobrevivir más que la
Comuna de París de 1871. En los meses siguientes, los peligros se acumularon y la Rusia
soviética se encontraba cercada por todas partes, al tiempo que sus convulsiones internas
sociales y políticas se agravaban.
Después del tratado de Brest-Litovsk, los países de la Triple Entente decretaron el embargo a
Rusia y desembarcaron tropas para impedir una victoria alemana total en el este. Los
japoneses y posteriormente los estadounidenses intervinieron así en Vladivostok a principios
de abril de 1918, mientras que los británicos lo hacían en Múrmansk y Arjángelsk. En el mismo
momento, los turcos penetraron en el Cáucaso y amenazaron Bakú, al tiempo que, a pesar del
tratado de Brest-Litovsk, los alemanes intentaron aprovechar su ventaja: colaboraron con el
aplastamiento de la revolución en Finlandia (guerra civil finlandesa), y retomaron durante el
verano las operaciones militares en los países bálticos y en Ucrania, que someten y confían a
un gobierno monárquico títere y represivo. La secesión en mayo de las Repúblicas del Cáucaso
(Georgia, Armenia y Azerbaiyán) acentuó la confusión (véase República Democrática Federal
de Transcaucasia).
Simultáneamente, los ejércitos blancos se levantaron en mayo por todo el país, en particular
en la zona del río Don, en torno a los cosacos de Krasnov, aliado del general Denikin, y en
Siberia alrededor del almirante Kolchak, quien instaló una autoridad zarista en Omsk. En todos
los territorios que controlaban, el terror blanco cayó de golpe sobre las poblaciones
campesinas insumisas, los judíos, los liberales, y los elementos revolucionarios más diversos.
Trotski obtuvo contra estos ejércitos las primeras victorias importantes del joven Ejército Rojo:
en julio en Tsaritsyn y a comienzos de agosto en Kazán.
El poder bolchevique se vio enfrentado al mismo tiempo a las rebeliones campesinas y obreras
y a la insurrección de los socialrevolucionarios de izquierda en Moscú el 6 de julio. Estos
reaparecían con terrorismo revolucionario: después del bolchevique Vladímir Volodarski el 20
de junio y el embajador Wilhelm von Mirbach-Harff el 6 de julio, fue el general Hermann von
Eichhorn, comandante en jefe alemán en Ucrania, quien murió en una de sus acciones el 30 de
julio en Kiev. Posteriormente, el 30 de agosto, mientras que el jefe de la Checa de Petrogrado,
Moiséi Uritski, era asesinado, en Moscú, Fanni Kaplán disparó a Lenin, hiriéndolo; fue
ejecutada sumariamente tres días después. El 3 y 5 de septiembre, exasperada, la Checa puso
en marcha el «terror rojo». Millares de presos y de sospechosos fueron masacrados a lo largo
de toda Rusia. Comenzaba así la guerra civil entre los bolcheviques y el resto de fuerzas.
Desarrollo de la guerra civil rusa. Territorios bajo control bolchevique en 1918; países que
obtuvieron su independencia durante el conflicto; máximo avance de las fuerzas blancas
La guerra civil rusa no enfrentó solamente al joven Ejército Rojo contra los «ejércitos blancos»
monárquicos apoyados por los ejércitos extranjeros. Su violencia extrema no se debió
tampoco al impacto entre el «terror blanco» y el «terror rojo». Se trató de una guerra de los
campesinos contra las ciudades y contra toda autoridad exterior al pueblo y al campo. Así fue
como el «Ejército Verde», constituido por campesinos que rechazaban los reclutamientos
forzados y los requerimientos, se enfrentó al Ejército Rojo y a los blancos.
Confusa y caótica, la Guerra Civil Rusa se caracterizó por la desintegración del Estado y de la
sociedad bajo la acción de fuerzas centrífugas. La victoria bolchevique significó, en una Rusia
arruinada y exhausta, la reconstrucción de un Estado bajo la autoridad de un partido único sin
rivales ni enemigos y dotado de un poder absoluto. En particular, se forjó un nuevo Estado
policial en torno a la Checa en el transcurso de la Guerra Civil y del terror rojo.
Todo ello en detrimento de los sueños de las Revoluciones de Febrero y de Octubre, que
habían rechazado toda autoridad y visto confirmarse la autonomía de una sociedad civil, en lo
sucesivo muy duramente magullada, agotada y de nuevo sometida al poder.
Tanto el Ejército Rojo como los Ejércitos Blancos sufrieron las acciones de guerrillas
campesinas. El llamado Ejército Verde estaba compuesto por campesinos que rechazaban el
reclutamiento en ambos ejércitos, las requisas forzadas y la restitución de las tierras a los
antiguos propietarios de bienes inmuebles deseada por los Blancos.
Los desertores de ambos ejércitos, extremadamente numerosos, fueron un vivero esencial del
Ejército Verde. En 1919-1920, había no menos de tres millones de desertores de los cinco
millones de reclutas del Ejército Rojo; entre la mitad y dos tercios consiguieron escapar de las
búsquedas, detenciones y de la reintegración forzada en el ejército, reuniéndose con
frecuencia los combatientes verdes en los bosques.70 Los Blancos generalmente fusilaban a
los desertores sin otro proceso.
Después de la derrota de los Blancos a finales de 1920, la paz volvió realmente a Rusia
solamente en 1921-1922, tras el aplastamiento de las grandes rebeliones campesinas como la
conducida por el socialrevolucionario Antonov en Tambov a mediados de 1921, la destrucción
de los ejércitos verdes (tiempo atrás dueños de territorios inmensos, como en Siberia oriental,
donde controlaron hasta un millón de km²) y el compromiso de la NEP (marzo de 1921),
aprobada por el régimen bolchevique y los campesinos.
Desde finales de 1917, animadas por el «decreto de las nacionalidades», que preveía la
posibilidad de separarse de Rusia, Finlandia y Polonia proclamaron su independencia. En
Ucrania, la Rada (consejo) de Kiev le confió desde 1917 al socialista y nacionalista Symon
Petlyura la constitución de un ejército nacional, y rompió con Moscú tras la Revolución de
Octubre. En las elecciones para elegir una asamblea constituyente, los mencheviques
obtuvieron la mayoría de los votos en Georgia, proclamando la independencia y constituyendo
un gobierno internacionalmente reconocido, incluso por Moscú, en 1920: la República
Democrática de Georgia, dirigida por Noe Jordania. Por el contrario, Letonia votó en un 72 %
por los bolcheviques. Los letones tenían una numerosa presencia en la Guardia Roja, el Ejército
Rojo y la Checa. Sin embargo, los países bálticos ya se habían independizado en el transcurso
de la Primera Guerra Mundial.71
Numerosos en todos los partidos y movimientos revolucionarios, los judíos eran abusivamente
relacionados con los bolcheviques por la contrarrevolución. Los Ejércitos Blancos o el Ejército
Petlyura realizaron pogromos antisemitas sistemáticos y a gran escala, de una violencia
mortífera y sin precedente, para entonces, en la historia europea. El número de muertos
asciende a cerca de 150 000, a los que se deben añadir numerosas violaciones, robos y
vandalismos. En cuanto a los bolcheviques, situaron el sionismo y el bundismo fuera de la ley.
Los Blancos negaban toda concesión a las minorías y combatían tanto a los ejércitos nacionales
como a las tropas bolcheviques. Entre 1920 y 1922, por su parte, el Ejército Rojo invadió Asia
Central, Armenia, Georgia e incluso Mongolia, y reforzó la influencia ruso-soviética sobre estos
territorios. Sin ir más lejos, la República Popular de Mongolia, satélite de la URSS, se fundó en
1924. Los cosacos, que constituían el núcleo duro del antibolchevismo, fueron deportados en
bloque y vieron suprimidos sus privilegios.
En Ucrania, el Ejército Rojo también se volvió contra sus antiguos aliados, los anarquistas del
ejército de Néstor Majnó: a partir de finales de 1920, atacó brutalmente la experiencia inédita
majnovista. Este movimiento campesino de masas había conseguido dotarse de un ejército
insurrecto capaz de hacer frente durante tres años a la vez a fuerzas austro-alemanes, a los
Blancos de Denikin y Wrangel, al ejército de la República Nacional Ucraniana dirigida por
Petlyura y al Ejército Rojo.
En 1920, la joven Segunda República Polaca invadió Rusia para establecer sus fronteras más
allá de la línea Curzon. El contraataque victorioso del Ejército Rojo llenó de esperanza a los
bolcheviques: la toma de Varsovia abriría el camino de Berlín y permitiría exportar la
revolución por las armas. Pero el 15 de agosto de 1920, el «Milagro del Vístula» permitió al
general Piłsudski repeler la invasión. Percibiendo al Ejército Rojo como un ejército
eminentemente ruso y no revolucionario, los obreros polacos apoyaron decididamente a
Piłsudski.
La Rusia zarista tenía la tradición más fuerte de Europa en cuanto al uso de la violencia social y
política, agravada por el «brutalización» de la sociedad durante la Primera Guerra Mundial.73
A partir de mediados de 1917, la explosión revolucionaria, hasta entonces muy poco violenta,
se tradujo entre los campesinos rebelados en la matanza de cierto número de terratenientes y
el saqueo de sus residencias. La guerra civil que estallaba iba a servir de válvula de escape para
muchos rencores fruto de siglos de opresión social, a los miedos de las antiguas élites
privilegiadas, o a los reglamentos personales de cuenta. Practicantes del terrorismo individual
desde el siglo XIX, los revolucionarios como los miembros del Partido Social-Revolucionario no
hicieron más que reutilizar las mismas armas contra los bolcheviques (Fanni Kaplán, red de
Borís Sávinkov). Rojos y Blancos rivalizaban en declaraciones incendiarias y se mostraban
preparados para la violencia radical.
Según el historiador británico George Leggett, aproximadamente 140 000 personas perecieron
a causa del Terror Rojo.75 Mencheviques, anarquistas, social-revolucionarios, liberales o
demócratas fueron perseguidos y puestos fuera de la ley por miles, así como Blancos y
nacionalistas, o incluso pacifistas tolstoianos, sionistas, bundistas etc., junto a muchos cuyos
orígenes sociales o su marginalidad bastaban para convertirlos en sospechosos. En 1922, el
Estado soviético organizó el procesamiento de los líderes social-revolucionarios encarcelados;
varios acusados fueron condenados a muerte y ejecutados y otros deportados. El 19 de
febrero de 1919, la revolucionaria Mariya Spiridónova, arrestada tras la insurrección social-
revolucionaria de izquierda en julio de 1918, fue condenada por «locura» e internada de
diciembre de 1920 a noviembre de 1921 en un centro psiquiátrico. No obstante, con
posterioridad escribió que «durante la época soviética, las cimas del poder, los viejos
bolcheviques, Lenin incluido, cuidaron de mí y, aislándome del desarrollo de la lucha, siempre
de modo muy vigoroso, tomaron al mismo tiempo medidas para que jamás se me
humillara.»76
La Iglesia ortodoxa rusa, que se situó activamente del lado de la reacción (hubo popes
delatores que pudieron ser responsables de numerosas ejecuciones sumarias),77 sufrió miles
de detenciones, ejecuciones, expoliaciones y destrucciones con el fin de erradicar no solo de
su potencia anterior, sino también las creencias religiosas. Se calcula que entre 1917 y 1918
fueron asesinados 20 mil sacerdotes.78
Todos los contendientes, en diversa medida, utilizaron los mismos métodos de represión:
internamiento de adversarios militares y políticos en campos, toma de rehenes (el primer
decreto referente a rehenes fue promulgado por el general Niessel, comandante de la misión
militar francesa en Rusia)79 y ejecuciones sumarias. Según Peter Holquist «el joven Estado de
los Sóviets y sus adversarios recurrieron de igual forma a los instrumentos y métodos que
habían sido elaborados durante la Gran Guerra».80 Nikolái Melkínov, uno de los principales
miembros del gobierno de Antón Denikin, subrayó en sus memorias que la administración
blanca «había aplicado [...] en sus territorios una política profundamente soviética».81
Por otro lado, ninguno de los ejércitos quiso dejar tras de sí elementos sospechosos o
peligrosos. Así, los combatientes anarquistas del ejército de Néstor Majnó respetaron más a la
población civil, perdonando y liberando a los simples combatientes hechos prisioneros, pero
eliminaron en su retirada a muchos oficiales, personas nobles, burgueses, kuláks o popes,
mientras tribunales populares surgidos espontáneamente se encargaban también de juzgar y
castigar a los implicados en las matanzas del Terror Blanco.84
Según Sabine Dullin, «los organismos de represión creados por los bolcheviques dejaban un
gran margen de acción a la iniciativa popular».85 Las Checas locales se mostraban con
frecuencia más radicales que la central. Marc Ferro insiste en el hecho de que el pequeño
partido bolchevique no contaba con los medios para suscitar la violencia generalizada que
experimentó Rusia durante la guerra civil y que los leninistas a menudo reivindicaron y
asumieron la violencia popular espontánea para dar la impresión de que ellos controlaban la
situación, así como para canalizarla e instrumentalizarla para su provecho.86
Lo mismo realizaban sus enemigos, así el muy controvertido jefe nacionalista ucraniano Symon
Petlyura pareció verse desbordado por el antisemitismo visceral de sus tropas: habría
permitido los pogromos, pese a haber intentado frenarles, pero no los ordenó (su papel exacto
sigue siendo muy debatido).
Sin embargo, es incontestable que las altas autoridades blancas recurrieron también al terror.
La «conferencia especial» presidida por Denikin tomó en marzo de 1919 la decisión de
condenar a muerte a «toda persona que haya colaborado con el poder del Consejo de
Comisarios del Pueblo». El servicio de propaganda del gobierno de Denikin hizo correr
numerosos rumores durante la guerra sobre la existencia de complots judíos.91 El general
Roman Ungern von Sternberg, apodado «el barón sanguinario», fue sin duda aquel que fue
más lejos en sus acciones. En su famosa «orden n.º 1592», dirigida a sus ejércitos en marzo de
1921, ordena en su artículo 9 «exterminar a los comisarios, a los comunistas y a los judíos con
sus familias».92
A su vez, numerosos jefes de guerra y los aventureros sacaron provecho del hundimiento de la
autoridad en Rusia para realizar pillajes, masacres y autoproclamarse dirigentes de territorios
más o menos vastos. Otros se alistaron a los ejércitos regulares por oportunismo. El atamán
Nikífor Grigóriev constituyó así una milicia formada por soldados, desplazados y mercenarios
que se puso sucesivamente al servicio de Symon Petlyura, del Ejército rojo y de los Blancos, sin
renunciar en ningún momento a las matanzas y a los pillajes. Grigóriev acabó siendo asesinado
por Néstor Majnó y sus seguidores, con los que se había aliado brevemente.
Tras la victoria final bolchevique, el terror represivo se redujo, pero el aparato policial se
mantuvo intacto.
La guerra radicalizó espectacularmente al régimen. Para dirigir la guerra total contra los
enemigos, el gobierno de Lenin procedió a nacionalizar la práctica totalidad de los comercios,
la banca, la industria y el artesanado. Las viviendas de las clases acomodadas fueron
colectivizadas, entrando así los apartamentos colectivos en la vida de los rusos. Mientras la
moneda se hundía y el país vivía del trueque y de salarios pagados en especie, el régimen
instauró la gratuidad de las viviendas, los transportes, del agua, de la electricidad y de los
servicios públicos, todos ellos en manos del Estado. Ciertos bolcheviques llegaron a soñar con
abolir el dinero, o por lo menos limitar drásticamente su uso. El «comunismo de guerra»
(término creado a posteriori, aparecido tras el final de la guerra civil) que había surgido por las
difíciles circunstancias, pasó a ser un medio útil para guiar a Rusia hacia el socialismo.
El poder instauró también un potente dirigismo sobre la economía y los obreros. Para hacerlo,
no vaciló en restablecer una férrea disciplina en las fábricas o en hacer reaparecer prácticas
deshonrosas como el salario a destajo, la libreta de trabajo, el cierre patronal, la retirada de las
cartillas de racionamiento y la detención y deportación de los dirigentes de huelgas.
Centenares de huelguistas fueron fusilados. Los sindicatos fueron depurados, bolcheviquizados
y transformados en correa de transmisión del sistema, las cooperativas absorbidas y los sóviets
transformados en entidades vacías. En 1920, Trotski generó una vasta controversia
proponiendo la «militarización» del trabajo. En el campo, destacamentos armados procedieron
violentamente a realizar requisiciones forzadas de cereales para abastecer a las ciudades y al
Ejército Rojo.
Entre 1921 y 1922, la hambruna, unida a una grave epidemia de tifus, acabó con la vida de
millones de campesinos rusos.
Al mismo tiempo, el poder puso a los mencheviques fuera de la ley, reprimió las últimas
grandes olas de protestas obreras y empezó una campaña violenta de «pacificación» contra los
campesinos insurrectos. El X Congreso del Partido, celebrado a la vez que ocurría la
insurrección de Kronstadt, abolió también el derecho de tendencia en el seno del Partido por
la instauración del «centralismo democrático».
Pero ante el callejón sin salida del «comunismo de guerra» y el hundimiento de la economía,
Lenin decidió volver de manera limitada y provisional al capitalismo de mercado: se adoptó la
Nueva Política Económica (NEP) en el mismo congreso. Esta liberalización económica permitió
enderezar la economía.
Consecuencias
Consecuencias culturales
Tras la guerra civil, tuvo lugar un cambio muy importante en las costumbres sexuales. La crítica
marxista a la familia burguesa ya había conducido a los bolcheviques a modificar la legislación
concerniente al divorcio, el matrimonio y la interrupción voluntaria del embarazo.98 En 1922,
la homosexualidad se vio despenalizada.99 A lo largo de la década de 1920, el deseo de
acceder a una sexualidad más libre puso en marcha un movimiento social calificado por
Wilhelm Reich de «revolución sexual». Impuesto por las bases, no tuvo tantos apoyos por
parte de los responsables del régimen, y progresivamente fue perdiendo importancia.100
La Revolución y el arte
Tras la Revolución de Octubre, si bien los bolcheviques prohibieron las obras abiertamente
hostiles hacia el régimen, el nuevo poder no dio sin embargo directivas en materia de arte;
Trotski declaró: «el arte no es un dominio donde el Partido deba ser líder»106 y animó el
florecimiento de las corrientes de vanguardia. Según el historiador del arte Jean-Michel
Palmier, «hay pocos países que dedicasen tanto dinero a las bellas artes, al teatro, a la
literatura o a la pintura como la URSS en el período más difícil que conoció. Mientras que el
hambre reinaba y la contrarrevolución levantaba la cabeza sobre todos los frentes -interior y
exterior-, la joven república de los sóviets gastaba sumas enormes para desarrollar el arte —y
ni siquiera como instrumento de propaganda—.107
Desde los primeros días posteriores a la Revolución de Octubre, el gobierno bolchevique puso
en marcha una serie de medidas destinadas a asegurar la preservación, el inventario y la
nacionalización del patrimonio cultural nacional.108 La colección privada del comerciante y
mecenas Serguéi Shchukin fue requisada para abrir el «primer museo del arte occidental».
Vasili Kandinski fue nombrado director del Museo de la Cultura Artística, creado en 1919, y
abrió una veintena de museos fuera de la capital. Aquí todavía, las penurias limitaban las
ambiciones del régimen. Por falta de créditos para la reconstrucción, la inmensa mayoría de
los proyectos innovadores de arquitectura no pudieron efectuarse.109
Según Nicolas Werth, 13 millones de rusos perecieron de forma violenta entre 1914 y 1921:
2,5 millones por la Gran Guerra, la guerra civil y las matanzas de los terrores blancos, rojos o
verdes, 5 millones por el hambre y más de 2,5 millones por la epidemia de tifus.113 Según el
demógrafo ruso A. G. Volkov, la población de Rusia disminuyó en siete millones entre 1918 y
1922, cifra de la que habría que retirar a los emigrados (estimados en dos millones por el
demógrafo) y la diferencia de 400 000 entre las entradas y salidas de presos y de fugitivos,
para acabar en una cifra de 4 500 000 muertos durante la guerra civil, es decir, un poco más
del 3 % de la población.114 La mayoría de las víctimas pereció fuera de los campos de batalla,
por falta de cuidados adecuados o de alimento. «La sociedad rusa salió de la guerra más
arcaica, más militarizada, más campesina».113
La gran mayoría de las antiguas élites (clero, nobleza y burguesía —esta ya más frágil que en
Occidente— y una parte de los intelectuales) desaparecieron o se exiliaron. Con la nueva era,
esta «gente del pasado» y sus hijos comenzaron a ser vigilados y discriminados en el acceso a
la vivienda, al trabajo o a la universidad, o incluso privados del sufragio, si bien este era
simbólico. Muchos posteriormente fueron liquidados durante la Gran Purga estalinista. Cerca
de dos millones de rusos blancos (no todos monárquicos ni rusos en realidad) se exiliaron o
fueron desterrados. En 1922, un decreto les desposeyó en bloque la nacionalidad rusa. Esta
masiva situación de nuevos apátridas motivó la creación del pasaporte Nansen por parte de la
Sociedad de Naciones.
Muchos hombres del pueblo, exobreros, empleados o campesinos, se vieron beneficiados del
crecimiento del partido-estado y de su burocracia (cuyo notable desarrollo115 ya angustiaba a
Lenin y Trotski). Entrando en esta o en el Ejército Rojo, adquirieron posiciones de poder y
privilegios inesperados para ellos bajo el Antiguo Régimen. La burocracia se convirtió también
en un refugio privilegiado de la pequeña burguesía teóricamente venida a menos.116 Esta
«plebenización del partido»117 servirá de base social al advenimiento ulterior de Iósif Stalin,
nombrado secretario general del PCUS el 3 de abril de 1922.
El primer resultado de esta revolución fue la caída del régimen zarista, dejando vía libre para la
toma del poder por los bolcheviques. Según Nicolas Werth, «una revolución popular y plebeya
profundamente antiautoritaria y antiestatal trajo al poder al grupo más dictatorial y más
partidario del estatismo».
Según varios historiadores, las bases del Estado policial leninista se habrían puesto antes
incluso del estallido de la guerra civil en agosto de 1918, con tanta o más represión sobre otros
partidos revolucionarios y sobre ciertos movimientos populares que sobre los partidos
«burgueses» o las fuerzas monárquicas.118 Este punto de vista es rechazado por ciertos
historiadores, como Arno Mayer que, en una obra reciente, sostiene que la política represiva
del régimen soviético fue esencialmente el producto de presiones internas (la violencia de la
contrarrevolución) y externas (la reacción de las potencias internacionales frente a la toma del
poder de los bolcheviques).119
Para Marc Ferro, la lucha por el poder simplemente no opuso a los partidos entre sí. De hecho,
en el momento de la Revolución de Febrero, los partidos políticos, los sindicatos, las
cooperativas y los sóviets eran formas rivales de organización, en competencia para
representar y dirigir la sociedad civil. Los sóviets y los partidos se entendieron para
subordinarse o eliminar a sindicatos, comités de fábrica o cooperativas. Luego, desde antes de
la Revolución de Octubre, los partidos acordaron infiltrarse e instrumentalizar los sóviets. Al
final, uno de los partidos eliminó al resto.120
La guerra civil dejó al país agotado, arruinado por numerosos años, y bajo la dirección de un
partido único cada vez más monolítico (supresión del derecho de tendencia en marzo de
1921), que empleó a la policía y el ejército para suprimir a todas las fuerzas organizadas de
oposición.
Además, la revolución esperada por los bolcheviques en los países capitalistas no se efectuó.
En Alemania, las masas populares no apoyaron mayoritariamente la tentativa espartaquista de
Rosa Luxemburgo, y la represión continuó. En Hungría, Béla Kun dirigió durante 133 días la
República Soviética Húngara antes de ser desalojado por una invasión rumana. La oleada
revolucionaria fluyó desde 1920 en Italia, abriendo la puerta al éxito posterior del fascismo.
Países industrializados tan importantes como Estados Unidos, el Reino unido y Francia
experimentaron huelgas y manifestaciones, a veces violentas, pero que en ningún momento
sacudieron los cimientos sociales o gubernamentales.
La Revolución de Febrero de 1917 fue leída por los occidentales con arreglo a la Gran Guerra
en curso, y en general sin gran conocimiento de las realidades rusas.
Las democracias de la Triple Entente (Francia y el Reino Unido) se libraron de un gravoso aliado
como Nicolás II, ya que la continuidad de la autocracia zarista entraba en contradicción con su
propia propaganda sobre la «guerra de derecho». La prensa (sometida a censura o
autocensura) no dio noticia del creciente y robusto rechazo que la guerra despertaba en la
opinión rusa. La revolución se interpretó de forma contraria, como una voluntad popular de
llevar la guerra hasta el fin con un gobierno más competente.122
La Alemania de Guillermo II dejó a diversos revolucionarios exiliados en Suiza, entre los que
estaba Lenin, atravesar su territorio para volver a Rusia, considerando que el pacifismo
contribuiría a la retirada de Rusia del conflicto. Ya en esta época circulaba en Rusia y Occidente
la idea de un Lenin «agente alemán», o incluso el rumor de que los «maximalistas» (traducción
inexacta difundida del término bolcheviques) estaban financiados por «el oro alemán». La
Revolución de Octubre fue percibida inicialmente solo como una peripecia política después de
mucha otras, y ni la Entente ni las potencias centrales creían que el nuevo poder fuera
duradero. Tras el tratado de Brest-Litovsk (contra cuya ratificación votó el SPD en el Reichstag),
el Kaiser pasó a ser un objetivo y paradójico aliado de un régimen bolchevique interesado en
jugar a divisiones «interimperialistas» y en no añadirse un enemigo más. La Entente intervino
primeramente sobre el territorio ruso para evitar la desaparición del Frente Oriental, siendo el
reproche principal hecho a los bolcheviques su «traición» a la alianza. Tras el armisticio de
Compiègne de 1918, fue la revolución como tal lo que se empezó a combatir.
El pacifismo y la crisis económica de la posguerra, así como el rechazo a ver una revolución
fracasada, suscitaron simpatías fuertes y activas en las capas populares de Europa hacia la
Revolución de Octubre. Los excesos del Terror Rojo fueron ignorados, negados, minimizados o
justificados como una respuesta simple al Terror Blanco.
En Estados Unidos, el red scare o el miedo a los «Rojos» marcó los años inmediatos de
posguerra y contribuyó a las reacciones autoritarias, puritanas y xenófobas (los emigrantes
fueron percibidos como portadores potenciales del «virus» bolchevique) que marcaron la
década de 1920. En Alemania, Hungría e Italia las fuerzas conservadoras, nacionalistas o
fascistas, a veces aliadas por un tiempo a socialdemócratas como Gustav Noske en Berlín,
pelearon para reprimir violentamente el «bolchevismo» (una palabra por otra parte elástica,
bajo la cual acabó por incluirse abusivamente a todo partidario de un cambio social, incluso
cualquier adversario). En 1919, el miedo y el odio al bolchevismo y a la Revolución de Octubre,
de sus transformaciones y de su posible extensión desempeñan un papel para nada
despreciable en la formación de las ideologías y de los movimientos fascistas de Benito
Mussolini en Italia y de Adolf Hitler en Alemania.
Posterioridad y fin
La ruina económica y moral que sucedió a la guerra civil dejó paso a una élite de burócratas,
que en el mismo seno del partido bolchevique van a conseguir imponerse al frente del país.
Para eso, debieron deportar y masacrar a todos sus opositores, tanto «contrarrevolucionarios»
como revolucionarios. Millares de militantes comunistas, entre los que estaba la mayoría de la
«vieja guardia» bolchevique, héroes de octubre y de la guerra civil, fueron de esta forma
deportados y posteriormente fusilados. Los más célebres de estos fueron humillados y
desacreditados en público en el momento de los procesos de Moscú en 1936-1938.
Para asentar su poder, y también para hacer olvidar el muy limitado papel que desempeñó en
la Revolución de Octubre, Iósif Stalin se propuso también liquidar, en el momento de la Gran
Purga de 1936-1938, a toda una generación de militantes, cargos políticos y económicos,
militares, escritores e incluso policías que conocían la situación previa a 1917, la revolución y la
posterior guerra civil. En 1930, la mitad de los cargos del Estado y hasta de la policía había
servido bajo el antiguo régimen.127 La «generación de 1937» que los reemplazó gracias a las
purgas, conoció únicamente a Stalin y le debía todo: fue esta nomenklatura sin pasado
revolucionario la que dirigió en lo sucesivo la URSS hasta casi su disolución.
Todos estos hechos fueron caracterizados por León Trotski como el «Termidor» de la
Revolución rusa (comparación con la reacción que siguió a la caída de Robespierre durante la
Revolución francesa). El símil presenta, no obstante, ciertos límites. En efecto, la era stalinista
se señala también por una vuelta, contra los campesinos, a los métodos del «comunismo de
guerra». Coincide también con una época de purgas sin precedentes. Por otra parte, el
advenimiento de Stalin significó también una reactivación espectacular de la transformación
económica de Rusia, pudiéndose hablar de la «segunda revolución» de 1930: nacionalización
íntegra de las tierras y plan quinquenal, que sacó bruscamente a la URSS del atraso. Todo ello
al pesado y disimulado precio de millones de víctimas, consecuencia de la ambición totalitaria
del poder estatal.
Interpretaciones
Iósif Stalin, comisario bolchevique en Tsaritsyn, en 1918, al comienzo de la guerra civil rusa.
Las causas de esta «degeneración» han sido explicado de diversas formas. Para los
anarquistas, se debió a los principios «autoritarios» del partido bolchevique. Para otros, como
ciertos liberales, se inscribe en las mismas ideas de Karl Marx. Para un cierto número de
marxistas no bolcheviques, Lenin cometió el fatal error de querer poner en marcha una
revolución obrera en un país masivamente campesino y sobrestimó las potencialidades
revolucionarias en los países occidentales. Para los comunistas marxistas antileninistas, como
los comunistas consejistas, los bolcheviques instauraron de golpe un capitalismo de Estado y
se burlaron de los principios comunistas y marxistas.
Ya desde esa época hubo comentarios sobre los acontecimientos de octubre y de la guerra
civil, con marxistas como el teórico Karl Kautsky o la revolucionaria Rosa Luxemburgo que
criticaron la naturaleza del partido bolchevique y su organización leninista (que el mismo
Trotski había denunciado como un peligro ya en 1904). En su opinión, la asimilación abusiva
del partido al pueblo, su desprecio por la democracia y su culto a la violencia transformaron las
purgas y la dictadura impuestas por las circunstancias en un sistema permanente. El poder del
partido sobre el proletariado sustituyó de forma duradera al poder de los sóviets y de la clase
obrera. Se señaló también su carácter jerarquizado, centralizado, militarizado y monolítico que
provocó una concentración de todos sus poderes dictatoriales en manos de un pequeño grupo
en la cúspide (el Politburó, fundado en 1917)128 y más tarde, en manos de un solo hombre.
Este análisis crítico se repitió en la década de 1930 por un cierto número de antiguos
compañeros de la Revolución de Octubre, como Boris Souvarine, pionero en la crítica al
estalinismo.129
Para Trotski y los trotskistas, las causas de la dictadura totalitaria debían buscarse en el
nacimiento de la burocracia, así como en el aislamiento de la revolución en un país pobre y
poco desarrollado. Puede no obstante subrayarse que precisamente en ningún país rico e
industrial estalló una revolución «marxista» en todo el siglo XX, sino en países agrarios o
subdesarrollados (China, Vietnam, Etiopía, Mozambique, etc.). Por otro lado, ninguno de los
regímenes que apelaba a una revolución comunista evitó el orientarse con rapidez hacia una
dictadura policial y burocrática, lo que puede explicarse en parte porque la inmensa mayoría
de los movimientos comunistas eran satélites de Moscú y por la influencia de Stalin y la URSS
en esos países, tanto en materia militar como económica o política.
La Segunda Guerra Mundial dio paso a la Guerra Fría, enfrentando al Bloque del Este y a
Occidente (principalmente Estados Unidos) con una carrera armamentística que nunca
desembocó en un conflicto directo, hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.