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DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS

Cuando, en el curso de los acontecimientos humanos, se hace necesario, para una parte de la familia del
hombre, entre los pueblos de la tierra, asumir una posición diferente a la que se ha ocupado hasta ahora,
una a la que tienen derecho por las leyes de la naturaleza y de la naturaleza de Dios; por un decoroso
respeto a las opiniones de la humanidad, se deben declarar las causas que la impulsan a dicho curso.

Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas: que todos los hombres y mujeres son
creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la
vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen los
gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del consentimiento de los gobernados. Siempre que
cualquier forma de gobierno se haga destructora de estos fines; es derecho de quienes lo sufren, rechazar
relación con ésta, e insistir en el establecimiento de un nuevo gobierno, basando su fundación en dichos
principios, y organizando sus poderes de tal modo que les parezca así más probable alcanzar su
seguridad y felicidad.

En efecto, la Prudencia aconsejará que los gobiernos largamente establecidos no deben ser cambiados
por causas ligeras y transitorias; y de acuerdo con esto, toda la experiencia ha mostrado que la
humanidad está más dispuesta a padecer, mientras los males sean tolerables, que a hacerse justicia
aboliendo las formas a las que están acostumbrados. Pero cuando una larga serie de abusos y
usurpaciones, dirigida invariablemente al mismo objetivo, demuestra el designio de someterlo a un
despotismo absoluto, es su deber derrocar ese gobierno y proveer nuevos guardianes para su futura
seguridad. Tal ha sido el paciente sufrimiento de las mujeres bajo este gobierno, y tal es ahora la
necesidad que las obliga a exigir la misma posición a la que tienen derecho.

La historia de la humanidad es una historia de repetidos agravios y usurpaciones por parte del hombre
hacia la mujer, teniendo por objeto principal el establecimiento de una tiranía absoluta sobre ella. Para
probar esto, sean presentados los hechos de manera franca:

Él nunca le ha permitido ejercer su derecho inalienable a votar en una elección de cargo público.

Él la ha obligado a someterse a leyes en cuya formación ella no tenía voz.

Él le ha arrebatado derechos que se le otorgan al más ignorante y degradado de los hombres—tanto


nativos como extranjeros.
Después de haberla privado de este primer derecho de un ciudadano, el derecho al voto, dejándola sin
representación en los salones legislativos, él la ha oprimido por todos lados.

Él la ha hecho, si está casada, civilmente muerta a los ojos de la ley.

Él le ha quitado todo derecho de propiedad, incluso los salarios que ella obtiene.

Él la ha hecho, moralmente, un ser irresponsable, ya que ella puede cometer muchos crímenes con
impunidad, siempre que se hayan realizado en presencia de su marido. En el convenio del matrimonio,
ella se ve obligada a prometer obediencia a su marido, quien llega a ser, para todos los efectos, su amo—
la ley le da poder para privarla de su libertad, y para administrarle castigo.

Asimismo, él ha diseñado las leyes de divorcio, cuáles han de ser causas propias de divorcio; y en caso
de separación, a quién debe entregarse la custodia de los niños, con absoluta indiferencia respecto a la
felicidad de las mujeres—; la ley, en todos los casos, continúa sobre la falsa suposición de la supremacía
del hombre, le deja todo el poder en sus manos.

Después de privarla de todos los derechos, en tanto mujer casada; si es soltera y dueña de una propiedad,
él le ha cargado impuestos que apoyan un gobierno que la reconoce sólo cuando éste puede obtener
beneficios de su propiedad.

Él ha monopolizado casi todos los empleos rentables, y de los que ella tiene permitidos, no obtiene sino
una escasa remuneración.

Él cierra contra ella todos los caminos hacia la riqueza y distinción, que considera más honorables para
sí mismo. No se conoce a una mujer que sea profesora de teología, medicina o leyes.

Él le ha negado las facilidades para obtener una educación plena— todos los colegios se cierran frente a
ella.

En la Iglesia, así como en el Estado, sólo le permite una posición subordinada, y alegando autoridad
apostólica sobre ella, la excluye del ministerio; y, con algunas excepciones, de cualquier participación
pública en asuntos de la Iglesia.

Él ha creado un sentimiento público falso, dando al mundo un código moral diferente para hombres y
mujeres, por el cual, una falla moral que excluye a las mujeres de la sociedad, es tolerada, e incluso
considerada de poca importancia para los hombres.
Él ha usurpado la prerrogativa de Jehová mismo, reclamándolo para sí como su derecho de asignarle a
ella cierta esfera de acciones, cuando ésta le pertenece a ella y a Dios.

Él se ha esforzado, de todos los modos en que ha podido, para destruir la confianza en sus propias
fuerzas, para disminuir su autoestima, y para hacer que ella esté dispuesta a llevar una vida dependiente
y abyecta.

Ahora, en vista de toda esta privación de derechos de la mitad de la población de este país, su
degradación social y religiosa, —en vista de las injustas leyes antes mencionadas, y porque las mujeres
se sienten ellas mismas agraviadas, oprimidas y, de manera fraudulenta, privadas de sus derechos más
sagrados—, insistimos en que ellas tengan admisión inmediata a todos los derechos y privilegios que les
pertenecen en tanto ciudadanas de estos Estados Unidos.

Al entrar en la gran obra que nos ocupa, anticipamos una cantidad no pequeña de malinterpretación,
representación equivocada y ridiculización; pero vamos a utilizar cada instrumento en nuestro poder
para efectuar nuestro objeto. Emplearemos agentes, distribuiremos propaganda, solicitaremos peticiones
a las legislaturas estatales y nacionales, y nos esforzaremos en conseguir el púlpito y la prensa para
nuestro beneficio. Tenemos la esperanza de que a esta Convención le siga una serie de convenciones que
abarcarán cada parte del país.

Apoyándonos firmemente en el triunfo final del Derecho y de la Verdad, queden al día de hoy fijadas
nuestras firmas en la presente declaración.

FIRMANTES DE LA DECLARACIÓN DE SENTIMIENTOS. SENECA FALLS. NEW YORK. JULIO 19-20. 1848

Barker, Caroline Douglass, Frederick


Barker, Eunice Drake, Julia Ann
Barker, William G. Eaton, Harriet Cady
Bonnel, Rachel D. (Mitchell) Foote, Elisha
Bunker, Joel D. Foote, Eunice Newton
Burroughs, William Frink, Mary Ann
Capron, E.W. Fuller, Cynthia
Chamberlain, Jacob P. Gibbs, Experience
Conklin, Elizabeth Gilbert, Mary
Conklin, Mary Gild, Lydia
Culvert, P.A. Hallowell, Sarah
Davis, Cynthia Hallowell, Mary H.
Dell, Thomas Hatley, Henry
Dell, William S. Hioffman, Sarah
Doty, Elias J. Hoskins, Charles L.
Doty, Susan R. Hunt, Jane C.
Hunt, Richard P. Sisson, Sarah
Jenkins, Margaret Smallbridge, Robert
Jones, John Smith, Elizabeth D.
Jones, Lucy Smith, Sarah
King, Phebe Spalding, David
Latham, Hannah J Spalding, Lucy
Latham. Lovina Stanton, Elizabeth Cady
Leslie, Elizabeth Stebbins, Catharine F.
Martin, Eliza Taylor, Sophrouia
Martin, Nary Tewksbury, Betsey
Mathews, Delia Tiliman, Samuel D
Mathews, Dorothy Underhill, Edward F.
Mathews, Jacob Underhill, Martha
McClintock, Elizabeth W. Vail, Mary E.
McClintock, Mary Van Tassel, Isaac
McClintock, Mary Ann Whitney, Sarah
NcClintock, Thomas Wilbur, Maria E.
Metcalf, Jonathan Williams, Justin
Milliken, Nathan J. Woods, Sarah R.
Mirror, Nary S. Woodward, Charlotte
Mosher, Pheobe Woodworth, S.E.
Mosher, Sarah A. Wright, Martha C.
Mott, James
Mott, Lucretia
Mount, Lydia
Paine, Catharine G
Palmer, Rhoda
Phillips, Saron
Pitcher, Sally
Plant, Hannah
Porter, Ann
Post, Amy
Pryor, George W
Pryor, Margaret
Quinn, Susan
Race, Rebecca
Ridley, Martha
Schooley, Azaliah
Schooley, Margaret
Scott, Deborah
Segur, Antoinette E.
Seymour, Henry
Seymour, Henry W.
Seymour, Malvina
Shaw, Catbarine
Shear, Stephen

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